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San Juan Bautista de La Salle fue el fundador de

los ”Hermanos de las Escuelas Cristianas”,


reformador educativo y padre de la pedagogía
moderna.
El 15 de mayo de 1950
fue declarado patrono
especial de todos los
educadores de la
infancia y de la
juventud y Patrono
universal de los
educadores por el
papa Pío XII.

Por eso los colegios de


los hermanos de La Salle
celebran la fiesta del santo
el 15 de Mayo.
San Juan Bautista de
La Salle (1651-1719)
nació en Reims,
Francia, el 30 de abril
de 1651 en el seno de
una familia noble,
aunque no demasiado
rica. Juan Bautista era
el primero. Fueron
varios hermanos,
alguno muerto de
pequeño.
Sus padres eran cristianos ejemplares. Por lo
menos dos hermanos y una hermana fueron
religiosos.

En esta casa
nació y vivió
durante toda
su niñez.
El padre era abogado y
administrador de
diversos organismos
locales y también
consejero real en la
Audiencia, y supo
inculcar a su hijo la
austeridad, la rectitud
moral, el sentido del
orden y fortaleza en las
dificultades. La madre le
inculcó una admirable
piedad, un corazón
compasivo y una gran
bondad.
Durante sus estudios
escolares se fue
gestando su vocación al
sacerdocio. Sus
piadosos padres vieron
con agrado la llamada
divina. Por eso, según la
costumbre de la época,
recibió la tonsura
eclesiástica al cumplir
los once años. Antes de
los dieciséis años fue
nombrado canónigo de
la catedral de Reims.
Por entonces
comenzaba una
metódica vida de
plegaria, de estudio y
de responsabilidades
sociales.

Los biógrafos de la época


lo presentan como un
joven apuesto, delicado,
sencillo y sumamente
inteligente. Con aire de
seriedad y nobleza, llevaba
una vida ordenada y sin
tropiezos.
Poco antes de los
diecisiete años recibió las
órdenes menores y siguió
su trabajo como
“seminarista externo”. A
los dieciocho obtuvo el
título de Maestro en Artes
en la Universidad.
Mientras tanto asistía a las
clases de teología pero
pronto pensó que era
mejor pasar a la célebre
Universidad de París, la
Sorbona, y allí comenzó el
curso de 1670.
Residía en el famoso
Seminario de San Sulpicio,
fundado por Juan Jacobo
Olier, y en él se respiraba
una profunda espirituali-
dad y seria disciplina.
Aunque tuvo que abando-
nar el seminario por la
muerte de sus padres,
esos meses del ambiente
sulpiciano marcarían toda
su vida y le insuflarían la
proyección apostólica que
tendría en toda su vida.
En París conoce a los
niños pobres
abandonados en la calle
y, junto con otros
compañeros, comienza a
educar a un grupo de
ellos.

A finales del 1671, estando


en París, su hermana Rosa,
de quince años, ingresó en
el convento de las
Agustinas de Reims. No
pudo asistir a su
despedida.
Para entonces ya
había muerto su
madre, el 19 de Julio, y
pronto murió su padre,
el 9 de Abril de 1672.
Juan Bautista regresó
a Reims con profundo
dolor, pues debía
hacerse cargo de sus
cinco hermanos que
quedaban en el hogar
y cuidar la cuantiosa
herencia.
Aunque logró una excelente
administración hogareña,
no vacilaba en su camino
hacia el sacerdocio,
continuando sus estudios.
En junio recibió la primera
de las órdenes mayores, el
subdiaconado. El mucho
tiempo que tiene que
dedicar al hogar y a sus
estudios no le permite
continuar la atención a los
niños abandonados.
Finalmente, el 9 de Abril de 1678, se ordena
sacerdote y celebra su primera misa en Reims.

En la primera misa del


Santo, 10 de abril de
1678, capilla de Notre-
Dame, catedral de
Reims, están las
hermanas del Santo.
Está también Nicolás
Roland, que moriría
pocos días después de
esta misa, el 27 de abril
de 1678.
Nicolás Roland era un
primo canónigo que
había sido como un
padre para Juan
Bautista después de la
muerte de sus propios
padres. Este buen
canónigo había fundado
las Hermanas del Niño
Jesús para educar a los
niños pobres. Antes de
morir, encomendó estas
Hermanas a nuestro
santo.
Roland llevaba también algunos colegios de niños. De
todo aquello le había nombrado heredero a Juan
Bautista. Éste dirá un día: "Varios de los amigos del
Señor Roland intentaron animarme en este proyecto,
pero no había conseguido entrar en mi ánimo“. La buena
semilla fructificará más tarde y el discípulo superará al
maestro.
Sus actividades
sacerdotales, sus
estudios para poder
conseguir el
doctorado en teología
dos años más tarde y
sus obras de caridad
le llevaron a pensar en
delegar la tutoría de
los hermanos y la
administración. En
1676 la tutela familiar
recayó en su tío
Nicolás I’Espagnol.
En Reims se encuentra con familias pobres y niños
abandonados sin escuela; pero a pesar de que les
ayuda con la limosna, no se dedica a ellos. Sin
embargo, una idea ha comenzado a dar vueltas a su
cabeza: ¿Dios le llama simplemente para desarrollar
su tarea como sacerdote o también para educar a los
niños pobres y abandonados? Juan Bautista piensa y
reza mucho, intentando buscar su camino; pero no
ve claro.
En aquella época,
sólo algunas
personas vivían con
lujo. Había muchas
personas ricas y
poderosas, pero
había muchos mas
pobres.

La gran mayoría vivía en condiciones de extrema pobreza:


los campesinos en las aldeas y los trabajadores
miserables en las ciudades. Sólo un número reducido
podía enviar a sus hijos a la escuela. La mayoría de los
niños tenía pocas posibilidades de futuro.
Estando visitando el
convento de las Hermanas
del Niño Jesús, aparece
Adrián Nyel enviado por la
señora Maillefer, pidiéndole
ayuda para abrir una escuela
destinada a los niños pobres
y abandonados de Reims. En
este encuentro con Nyel,
Juan Bautista comienza a
descubrir cuál es el camino
que Dios le pide que siga.
Ayudando a Nyel, el santo
tiene el primer contacto con
la escuela.
La señora Maillefer, originaria de Reims y prima de San
Juan Bautista, patrocinaba en ese tiempo, el proyecto
para abrir escuelas para pobres con Nicolás Roland, pero
con su muerte se suspende este proyecto. Aun así la
señora Maillefer no renuncia a su idea y le deja el
proyecto a Adrián Nyel, a quien envía a Reims portando
dos cartas una para la Superiora de las Hermanas del
Niño de Jesús y otra para su primo Juan Bautista de la
Salle.
A principios de 1679 Juan
Bautista de la Salle alquila
una casa, en la que funda una
escuela gratuita para los
pobres. Lo difícil era
encontrar maestros, porque
nadie quiere enseñar a los
niños pobres. Por fin halla
algún mutilado de guerra y
algunos jóvenes que están
sin trabajo. Con la intención
de estar más cerca de ellos y
de enseñarles cómo tienen
que dar clase, les lleva a vivir
a su casa. Pero toda su
familia se pone en contra.
Ante esta
situación,
alquila una
pequeña y
sencilla casa y
se va a vivir a
ella con los
maestros.

Pasado algún tiempo, los maestros acusan a La Salle de


que, a pesar de vivir con ellos, él sigue siendo rico y
teniendo mucho dinero. Tras pensar y rezar mucho, el
santo se da cuenta de que los maestros tienen razón y
toma una decisión muy valiente: repartir todo lo que tiene
entre los pobres. De ese modo será uno como los demás.
Con todo, esta nueva aventura, que ha comenzado el
santo, va a durar poco. Los maestros se cansan de dar
escuela y de vivir juntos aceptándose unos a otros, y le
abandonan. A los treinta años Juan Bautista se queda
totalmente solo, sin maestros, e incomprendido por su
familia.

Empezó a
dudar de su
trabajo. ¿Era
una obra de
Dios o quizá
buscaba su
propia gloria y
fama?
Pero Dios no le
abandona: empiezan
a llegar jóvenes
generosos y sinceros
que quieren ser
maestros. Con éstos
comenzará La Salle a
vivir y trabajar de un
modo nuevo. En
adelante vivirán
juntos en serio y se
comprometerán a ser
seguidores de Jesús.
En Agosto de 1683,
San Juan Bautista
De la Salle renunció
a ser canónigo de la
Catedral de Reims
para dedicarse
plenamente a la
dirección de las
Escuelas Cristianas
y la formación de su
comunidad de
maestros.
En 1684 daba el paso decisivo haciendo profesión
religiosa con doce de sus discípulos más fervorosos. Se
forma una comunidad religiosa, con hábito formado de
sotana negra con un cuello o rabat blanco, llamada
“Hermanos de las Escuelas Cristianas”, asociados por
votos para el servicio educativo de los pobres.

Es la primera
congregación
de varones
que
renuncian a
ser
sacerdotes.
Las
preocupaciones
sociales del
santo no
terminan en la
escuela.

Durante el invierno de 1684-85 una hambruna desoló


a Francia. Juan Bautista de La Salle repartió sus
bienes a los pobres hasta quedarse pobre él mismo.
En junio de 1686, en
Reims, Juan Bautista De
La Salle y doce
Hermanos emiten por
primera vez el voto de
obediencia, que incluía:
asociación y estabilidad.
Los hermanos para
entonces ya vivían en
pobreza y celibato. Al
día siguiente renuevan
la ceremonia en el
Santuario de Nuestra
Señora de Liesse, cerca
de Laon.
Juan Bautista, al formular el voto de
obediencia, pensó que había que elegir un
superior no sacerdote y se escogió al hermano
Enrique Lheureux. El arzobispo no aceptó a un
hermano como superior, por lo que tuvo que
seguir De La Salle como superior.
Empezaron a vivir en comunidad y tomaron el
nombre de Hermanos de las Escuelas Cristianas
(ahora conocidos generalmente como Hermanos
de la Salle) porque iban a ser hermanos de los
jóvenes, de Jesús y también unos de otros.

Dedicarán toda su
vida a ayudar a los
jóvenes a
descubrir la cultura
y el Reino de Dios,
por sí mismos.
Los hermanos van
abriendo escuelas a
lo largo y ancho de
toda Francia,
respondiendo a las
llamadas de
diferentes personas
en distintos
lugares.
En unos sitios serán escuelas gratuitas para niños pobres;
en otros, escuelas de oficios para que los jóvenes
aprendan un trabajo y puedan encontrar empleo; en otros,
escuelas de maestros para que, aquellos jóvenes que
quieran serlo salgan bien preparados antes de dar clase; y
hasta escuelas para delincuentes, ya que estando en la
cárcel no hacían nada y, por lo menos, en la escuela
aprendían algo.
Pero también fueron Los maestros calígrafos,
viniendo los problemas. que enseñaban a escribir
cobrando por ello,
empiezan a quedarse sin
alumnos porque los
Hermanos no cobraban y
enseñaban mejor. Esta
persecución hasta violenta
y en juicios sería mayor
más tarde en París. Algunos
de aquellos jóvenes
generosos y sinceros, que
se han hecho Hermanos y a
los que La Salle quiere
mucho, lo abandonan e
incluso traicionan.
Al principio algunos le fallaron porque el santo era tan
bondadoso que no podía imaginar mala voluntad en
ninguno de sus discípulos. Para él todo el mundo era
bueno, y por mucho que lo hubieran ofendido estaba
siempre dispuesto a perdonar y a volver a recibir al que
había faltado. Y tuvo la prueba dolorosísima de ver que
algunos lo engañaron y se dejaron contagiar por el
espíritu del mundo.
Las dificultades e
incomprensiones que
hallaba en Reims le
animaron a aceptar la
invitación del párroco de
San Sulpicio de París para
trasladarse a la capital y
dirigir la escuela parroquial.

Este párroco visita la


escuela y tiene relaciones
tensas con el santo. Es
buena persona, pero
quiere intervenir
demasiado en los asuntos
interiores del Instituto.
Para fortalecer el grupo pensó
una vez más en el hermano
Enrique Lheureux como superior.
Le llevó a París y le orientó a
estudiar Teología para que se
ordenara sacerdote, a fin de que
fuera su reemplazante en el
gobierno de la obra sin oposición
episcopal. Pero el hermano
Enrique enfermó y falleció. El
santo entendió esto como un
signo de la Providencia y la
consigna de que sus hermanos
«fueran laicos siempre» se
convirtió para él en evidencia y
para el instituto en principio
básico de identidad.
A la escuela de San Sulpicio siguió otra en la calle Du
Bac. Juan Bautista quiso dar bases espirituales a su
obra e hizo un voto heroico con otros dos hermanos:
mantenerse en la obra “aunque tuvieran que vivir de
limosnas y comer sólo pan.” Era el 21 de noviembre de
1691.
En 1692 estableció el
noviciado en París para
formar nuevos maestros,
que pronto llegaron a
treinta..
Para fortalecer
interiormente a los
hermanos Juan Bautista
escribió la “Regla común”,
la “Regla del Director” y las
“Meditaciones para el
tiempo de retiro:”. Dichas
obras dejan ver su
profundidad teológica y su
visión de pedagogo.
Después
escribió otras
obras, entre
las que
sobresalen su
“Guía de las
Escuelas
Cristianas”.

Este sería el mejor manual de pedagogía cristiana


durante dos siglos. El libro “Los deberes del cristiano”
lo redactó en cinco formas. Resultaría el catecismo más
editado en el siglo XVIII y luego en el XIX, con más de
300 ediciones.
Siguieron
aumentando los
alumnos de las
“Escuelas
Cristianas.”
Pero también
los pleitos de
los
“calígrafos”.

Estos pasan ya a acciones externas: entran en


sus clases rompiendo y quemando mesas,
bancos y todo lo demás y, finalmente, llevan a
juicio a La Salle. Todo esto robusteció su
confianza en Dios, respondiendo a cada
obstáculo con un “Bendito sea Dios.”
Se encontró también con la oposición de las
autoridades eclesiásticas que no deseaban la
creación de una nueva forma de vida religiosa,
una comunidad de laicos consagrados
ocupándose de las escuelas "juntos y por
asociación".
A pesar de todo, De La Salle y sus Hermanos lograron
con éxito crear una red de escuelas de calidad,
caracterizada por el uso de la lengua vernácula, los
grupos de alumnos reunidos por niveles y resultados, la
formación religiosa basada en temas originales,
preparada por maestros con una vocación religiosa y
misionera a la vez y por la implicación de los padres en
la educación.
También
piensa
poner casa
en Roma.

El Fundador bendice a los dos hermanos Drolin: Gabriel


y Gérard, antes de enviarlos a Roma. Sólo el primero
permanecerá allí (1702-1729). Gesto de fidelidad al Papa
y primera expansión del Instituto fuera de Francia.
Al comenzar el siglo XVIII ya los alumnos eran casi 3 mil.
Pero Satanás no aceptaba tal éxito y arreciaron más las
persecuciones. Sus enemigos acudieron a la calumnia
ante el arzobispo de París.

La tormenta llegó a tal extremo que el arzobispo nombró


otro sacerdote, al abate Boicot, para superior de los
hermanos. Pero estos se opusieron a tal arbitrariedad.
El peor pleito fue por la familia de un joven sacerdote,
Juan Carlos Clemente. Éste quiso fundar y dotar una obra
de formación de maestros rurales en París. Varios
hermanos cooperaron. La Salle adelantó el dinero para la
casa y Clemente se ofreció a sostener los gastos. Pero la
mala intención del padre de éste, logró invalidar
judicialmente los compromisos y acusar al santo de
abusos de la inexperiencia de un menor. Juan Bautista
confió el asunto al intermediario y aparente amigo señor
Rogier a quien entregó los recibos y contratos firmados.

Traicionado por
éste, el santo fue
condenado sin que
hiciera nada por
defenderse.
El santo De La Salle
pensó que su
presencia era
obstáculo para las
escuelas y decidió
marchar a trabajar en
obras del Sur. Juan
Bautista decidió
retirarse al santuario
del Santo Bálsamo,
luego a un convento
dominicano y por fin a
la Gran Cartuja de
Grenoble.
El Santo, en medio de sus
achaques de enfermedad,
seguía dando clase, como
aquí en la escuela de la
Parroquia de San Lorenzo,
en Grenoble.

Después se fue, ya en plan


de retiro “definitivo”, a
Parmenia.
Al cabo de un
tiempo, los
Hermanos le piden
que vuelva para
responsabilizarse de
las escuelas.

Juan Bautista
obedece y vuelve,
pero a medida que
pasa el tiempo su
salud empeora.
En 1717, después de haber trabajado incansablemente y
de haber sufrido enormemente, sin haber pretendido
nunca en lo más mínimo gloria humana, renunció a su
cargo de superior, para el que fue elegido el hermano
Bartolomé, director en París. Una vez elegido, se
sometió al nuevo superior en completa obediencia.
Juan Bautista se retiró
a San Yon, cerca de
Ruán. Allí redactó la
Regla definitiva de los
Hermanos y retocó
diversos libros de los
que tenía preparados.
La enfermedad
reumática y urémica
se apoderó de él a
principios de 1719.
Estando en Saint-Yon
recibe la visita del
arzobispo de Rouen,
hijo del ministro
Colbert, en compañía
de Pontcarré,
Presidente local del
Parlamento.
San Juan Bautista de La
Salle estaba moribundo
sin casi haberse
enterado de la última
persecución que le
acechaba: se le habían
retirado las licencias
eclesiásticas ante
nuevas calumnias de que
se le acusaba en la curia
diocesana. Se sentía en
paz con Dios y bendecía
a sus hermanos.
Falleció el 7 de abril de 1979, pronunciando unas palabras
que resumían la actitud fundamental de su vida: “Adoro
en todo la voluntad de Dios para conmigo”. Era viernes
santo. Le faltaban pocos días para cumplir 68 años.
En su entierro
muchos tenían
motivos para
llorarle; pero
también para
recordar un
camino en
búsqueda de la
voluntad de Dios.
Juan Bautista
de La Salle fue
beatificado
en 1888 y
canonizado, o
declarado santo,
el 24 de
mayo de 1900
por el papa
León XIII.
El 15 de Mayo de
1950, a causa de su
vida y sus escritos
inspirados, de parte
del papa Pío XII
recibió el título de
Santo Patrono de los
que trabajan en el
ámbito de la
educación.
Decía Juan Pablo II
el año 2000:

“Al proclamar a vuestro fundador patrono de todos los


educadores de la infancia y de la juventud, la Iglesia lo
propone como modelo y ejemplo a imitar por todos los
que tienen una tarea educativa, invitándolos a dar
muestras de creatividad, paciencia y entrega, y a discernir
las necesidades de los jóvenes, respondiendo así a sus
aspiraciones profundas”.
Después de reposar 187 años en Rouen y 31 en
Lembecq-lez-Hal (Bélgica), llegaron sus reliquias a Roma
el 24 de enero de 1937. Fueron acogidas con gran
solemnidad en la capilla actual, recientemente terminada
por aquel entonces.
San Juan Bautista de
La Salle compuso sus
obras respondiendo a
necesidades concretas
de las Escuelas o del
Instituto de los
Hermanos. Y muchas
de ellas no tuvieron
una redacción seguida
y definitiva, sino un
proceso, según el
carácter y la finalidad
propia de cada una.
Cada una de las obras tuvo su proceso propio, diferente
del de las otras. Pero hay una característica común: que
todas se centran en la Escuela o en el Hermano. Cuando
en la vida cotidiana se advertía una necesidad, La Salle y
los Hermanos trataban de solucionarla.
Muy importante es todo lo relacionado con la
“meditación” u oración mental. Describe y enseña todo el
proceso para mejorar la oración mental y escribe
“meditaciones” para sus Hermanos. En las 16 tituladas:
Meditaciones para el tiempo de retiro traza un completo
itinerario espiritual para los maestros cristianos.
Además, san Juan
Bautista de La Salle
fue innovador al
proponer programas
para la formación de
maestros seglares,
cursos dominicales
para jóvenes
trabajadores y una de
las primeras
instituciones para la
reinserción de
"delincuentes“.
Antiguamente se educaba
con base en gritos y golpes.
San Juan Bautista de La Salle
reemplazaba el sistema del
terror por el método del amor
y de la convicción. Y los
resultados fueron
maravillosos. La gente se
quedaba admirada al ver
cómo mejoraba totalmente la
juventud al ser educada con
los métodos de nuestro
santo.
San Juan Bautista de La Salle fue un innovador en el
terreno educativo y puso en marcha toda una serie de
iniciativas para la formación cristiana y cultural de los
educandos.
Así por ejemplo se concentraba
a los alumnos en las clases no
por la edad, sino por grupos de
nivel, se fomentaba el
conocimiento de la lengua
vernácula, se abrió la primera
escuela de formación para
maestros, se enseñaban las
normas de urbanidad como una
manifestación de caridad para
con los demás y hasta se
desarrolló una Teología de la
Educación.
Juan Bautista de La Salle
fue el primero que organizó
centros de formación de
maestros, escuelas de
aprendizaje para
delincuentes, escuelas
técnicas, escuelas
secundarias de idiomas
modernos, artes y ciencias.
Su obra se extendió
rapidísimamente en
Francia, y después de su
muerte, por todo el mundo.
De esta manera el
santo señalaba el
aspecto central
de la educación:
“si bien se puede
enseñar sin creer
en lo que se
enseña, no se
puede formar sin
creer en lo que se
forma”.
Para él, lo imprescindible, lo que
constituía su obsesión, era
obtener la salvación del alma de
los educandos y hacerlos crecer
en la fe.

Si no hubiera sido por estos dos


fines, él no habría emprendido
ninguna obra especial, porque
esto era lo que en verdad le
interesaba y le llamaba la
atención: hacer que los
educandos amaran y obedecieran
a Dios y consiguieran llegar al
reino eterno del cielo.
No se cansaba de recomendar con
sus palabras y sus buenos ejemplos,
a sus religiosos y amigos que la
preocupación número uno del
educador debe ser siempre el tratar
de que los educandos crezcan en el
amor a Dios y en la caridad hacia el
prójimo, y que cada maestro debe
esforzarse con toda su alma por
tratar de que los jovencitos
conserven su inocencia si no la han
perdido o que recuperen su amistad
con Dios por medio de la conversión
y de un inmenso horror al pecado y a
todo lo que pueda hacer daño a la
santidad y a todo lo que se oponga a
la eterna salvación.
Espíritu
de
pobreza.

Siendo de familia rica, repartió todos sus bienes entre


los pobres y se dedicó a vivir como un verdadero
pobre. Los últimos años cuando renunció a ser
Superior General de su Congregación, pedía permiso al
superior hasta para hacer los más pequeños gastos.
Los viajes aunque a veces muy largos, los hacía casi
siempre a pie, y pidiendo limosna para alimentarse por
el camino, durmiendo en casitas pobrísimas, llenas de
plagas y de incomodidades.
Espíritu
de
penitencia

En su juventud, por ser de familia adinerada, había


gozado de una alimentación refinada y muy sabrosa.
Cuando se dedicó a vivir la pobreza de una comunidad
fervorosa y en la cual, los alimentos eran rudos y
desagradables, tenía que aguantar muchas horas sin
comer, para que su estómago fuera capaz de recibirle
esos alimentos tan burdos.
Una vez pasó todos los
tres meses del crudísimo
invierno, en una
habitación sin calefacción
y con ventanas llenas de
rendijas y con varios
grados bajo cero. Esto le
trajo un terrible
reumatismo que durante
todo el resto de su vida le
produjo tremendos
dolores y las anticuadas
curaciones que le hicieron
para ese mal lo torturaron
todavía mucho más.
Espíritu
de
humildad

Su humildad era tan grande que se creía indigno de ser


el superior de la comunidad. Estaba siempre dispuesto
a dejar su alto puesto y alguna vez que por calumnias
dispuso la autoridad superior quitarlo de ese cargo, él
aceptó inmediatamente. Pero todos los Hermanos
firmaron un memorial anunciando que no aceptaban por
el momento a ningún otro como superior sino al Santo
Fundador y tuvo que aceptar el seguir siendo superior.
Contradicciones en las curias episcopales, procesos
ruidosos, envidias profesionales, calumnias horribles,
rivalidades de compañeros, deserciones de discípulos,
traiciones de amigos, ultrajes, desprecios, dimisiones.
Pero la humildad crecía con el sufrimiento. Suavemente,
silenciosamente, el fundador ladeaba los obstáculos y
caminaba incansable a su fin: hacer el bien a los
pequeñitos y a los desamparados.

Este era el ideal de


su vida; su móvil, el
amor de Cristo.
Cristo era el alma y
centro de su ser.
Espíritu Para triunfar en la lucha,
de sacrificio tenía un extraño sistema,
que consistía en mortificar
el cuerpo, ayunar,
humillarse, disciplinarse.
Un cinturón de puntas de
hierro rodeaba su carne
para contrarrestar el
cinturón de fuego que
ahogaba su alma. Y cuando
aparecía en medio del
batallón infantil, sonreía
bondadoso como si viviera
en el mejor de los mundos.
Así proseguía su obra, así
la fecundaba y la
propagaba.
Para fundar una religión, se
ha dicho, es preciso estar
dispuesto a subir a la cruz.
Algo de esto saben los
fundadores de todas las
Ordenes religiosas. San
Juan Bautista de la Salle
solía decir que si, al recibir
la carta de su parienta de
Rouen, hubiera previsto los
padecimientos que le
aguardaban, jamás habría
tenido valor para dar un
paso adelante.
Espíritu
de oración
Pasaba muchas horas en
oración y les insistía a sus
religiosos que lo que más
éxito consigue en la labor
de un educador es orar,
dar buen ejemplo y tratar a
todos como Cristo lo
recomendó en el
evangelio: "haciendo a los
demás todo el bien que
deseamos que los demás
no hagan a nosotros".
En 2001, al celebrarse el 350 aniversario de su
nacimiento, Juan Pablo II escribió: “El secreto de Juan
Bautista de La Salle es la relación íntima y viva que
mantuvo con el Señor en la oración diaria, fuente de la
que sacó la audacia creativa que lo caracterizaba.”
El santo invitaba a los alumnos Espíritu de fe
a crecer en el conocimiento de
la presencia de Dios en sus
vidas. A través de este espíritu
de fe, quería descubrir cómo
todo lo que ocurre puede hablar
del cuidado amoroso de Dios
hacia cada uno. Esta convicción
se convirtió en un hábito para
los maestros y los alumnos de
sus escuelas: el hacer alguna
pausa a lo largo del día y
recordar la presencia de Dios.
Promovía de esta manera, una
forma de ver el mundo y un
creciente sentido del caminar en
la presencia de Dios.
Cuando De La Salle redactó
la Regla original, se dio
cuenta de que la fidelidad
de los miembros de esta
comunidad dependía ante
todo de lo que llamó «el
espíritu de fe»:
«El espíritu de este Instituto
es, en primer lugar, el
espíritu de Fe, que debe
mover a los que lo
componen a no mirar nada
sino con los ojos de la fe, a
no hacer nada sino con la
mira en Dios, y a
atribuirlo todo a Dios».
Esta convicción conducirá a De
La Salle a recordar a sus
Hermanos, en varios de sus
escritos, que deben ver a Jesús
en todos sus alumnos, y no
únicamente en los más favoreci-
dos o más abnegados. Como
quien hubiera sufrido de los
malentendidos y las incompren-
siones durante toda su vida, el
santo era el mejor situado para
exhortar a sus compañeros a
superar las dificultades que
pudieran encontrar.
Exhortaba repetidamente a sus Hermanos a rezar por
esos niños que les planteaban los mayores problemas.
«Mirar con los ojos de la fe»
significa pues que se trata de
alguien con quien se establece
una relación, y no de un Dios
lejano. El maestro lasaliano
intenta estar constantemente
atento a esta Presencia
amorosa y divina durante el
desarrollo de la jornada. El
sonido de la campana y una
breve invocación recordarán a
los profesores y alumnos esta
presencia.
Abierto a la
voluntad de Dios.

La vida de san Juan


Bautista De La Salle
estuvo jalonada por
un profundo sentido
de la apertura al
discernimiento,
cumpliendo la
voluntad de Dios tal
como la veía.
Decía el santo: Dios, que
gobierna todas las cosas con
sabiduría y suavidad, y que
no acostumbra a forzar la
inclinación de los hombres,
queriendo comprometerme a
que tomara por entero el
cuidado de las escuelas, lo
hizo de manera totalmente
imperceptible y en mucho
tiempo; de modo que un
compromiso me llevaba a
otro, sin haberlo previsto en
los comienzos.
Este es nuestro
modelo de vida.
Enseñar la
virtud y el
amor a Dios
educar en la fe
y la verdad,

Automático
transmitir los
valores del
Señor Jesús
enseñando
a vivir y a
ser fiel ,
ser ejemplo
y modelo de
Santidad
infundiendo
los ideales
de Dios.
La semilla de Cristo en el
corazón de los niños sembrar
con amor .
San Juan
Bautista de la
Salle, maestro ,
pastor y
embajador,
La obra que
Dios en ti
comenzó
siga dando
abundante
fruto.
San Juan
Bautista
de la Salle,
sacerdote de
Cristo el
Señor.
Para dar los
frutos que
Dios quiere,
hoy
pedimos tu
intercesión.
Que la Virgen de la
Estrella, patrona de
los hermanos de las
Escuelas Cristianas de
La Salle, interceda
para que todos
podamos seguir las
huellas de amor de
san Juan Bautista de
La Salle.

AMÉN

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