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Colección de

^ 3

Liliane Frey-Rohn
De Freud a J u n g
Coi.KCC i o n DK P s i c o l o g í a , P s i q u i a t r í a v P s ic o a n á l is is

dirigida por Ramón de la Fuente

DE FREUD A JUNG
I l .<«lu* i ion <lr
1*. V K I O S \ 1 \ K M \
LILIANE FREY-ROHN

DE FREUD A JUNG

F O N D O DE C U L T U R A EC O N Ó M IC A
MEXICO
I
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN ALEMANA

La primera edición del presente libro apareció en el año 1969. Aunque desde
entonces han transcurrido casi 10 años, la exposición comparativa de las
concepciones básicas de Freud y Jung mantiene igualmente vivo su interés.
Puesto que tomo como referencia, esencialmente, las obras completas de
ambos psicólogos, no he tenido en consideración los libros aparecidos entre
tanto, ya que los conceptos fundamentales son los mismos de siempre.
Por ello he decidido dejar el texto de esta edición en su forma original, a
excepción de algunas correcciones necesarias. El índice analítico ha experi­
mentado en cambio una mejora fundamental, y está destinado a posibilitar
al lector una rápida visión de conjunto de los problemas relacionados con
cada uno de los conceptos.

L iliane F rey-R ohn


Zurich, 1980

7
10 PRÓLOGO

implicó algunas dificultades. Habría sido realmente tentador haber partido


en cada caso de determinados periodos y comparar lo que en cada periodo
dijeron los dos autores. Sin embargo, este plan no era viable, por cuanto la
mayoría de las referencias de Jung a las teorías freudianas fueron hechas
mucho después de su aparición, con frecuencia años más tarde. Así ocurrió,
por citar algunos ejemplos, que su primera alusión a las teorías de Freud
sobre la histeria, que data de los años 1895-1900, es de 1906/1907 (Diagnos­
tische Assoziationsstudien c Über die Dementia praecox), y a la teoría de la sexuali­
dad publicada en 1905, sobre todo a la teoría del trauma sexual de la infancia,
no le dedicó su atención hasta 1912/1913 ( Wandlungen und Symbole der libido
y “Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie”), momento
de su apartamiento de Freud . A esto venía a añadirse el hecho de que Jung,
tras su separación del amigo, sólo esporádicamente hizo referencia a él, en
relación con cada una de sus nuevas ideas y, cuando lo hacía, se refería casi
exclusivamente al saber freudiano procedente de los años 1895-1910.
También mi proyecto de una exposición comparativa preponderantemen-
te sistemática de ambas concepciones se reveló infructuoso. El abandono del
punto de vista cronológico hubiera dificultado la comprensión de las ideas de
Jung, en constante gestación.
Con base en estas consideraciones decidí aunar ambos criterios, el crono­
lógico y el sistemático; intenté comparar las ideas de Jung, partiendo de sus
descubrimientos, con las correspondientes de Freud, y perseguir a continua­
ción cada uno de los cambios estructurales que tuvieron lugar en el transcurso
dei tiempo. También este método tenía sus desventajas, propiciadas por las
inevitables fases discontinuas en los intereses intelectuales de ambos investi­
gadores.
En mi exposición me he limitado fundamentalmente a lo publicado hasta
el año de la muerte de Freud (1939). Para hacer justicia a los descubrimientos
que Jung expone en sus escritos de senectud, de extraordinaria significación,
y capitales para conseguir una concepción completa de su obra, he tenido que
dedicarles un apéndice final. Este apéndice trata sobre todo del “arquetipo
en sí” y del arquetipo del sí mismo.
El presente estudio es resultado de una reflexión de años sobre el pensa­
miento de ambos psicólogos. Como lo inicié en los últimos años de vida de
Jung, no pude dárselo a conocer, aunque sí mantuve con él varias conversa­
ciones preliminares. Quiero agradecerle aquí su constante apoyo intelectual.
La doctora Jolande Jacobi me prestó gran ayuda al revisar la redacción final
del manuscrito. Le quedo cordialmente agradecida por sus valiosas sugeren­
cias. Doy también las gracias a mi querido esposo que, con su constante
estímulo y su ayuda esclarecedora, ha apoyado y animado mi trabajo.
INTRODUCCIÓN

1. LO S COMIENZOS

Los inicios de su actividad psicológica dan a conocer ya la extraordinaria y


compleja personalidad de C. G. Jung. Su campo de interés incluía tanto la
filosofía como la psicopatología; Schopenhauer y Kant le atraían de igual
modo que los problemas del mesmerismo y del espiritismo. Tanto si se trataba
de cuestiones del conocimiento como de los estados psíquicos anormales del
hombre, siempre fue el misterio de la personalidad humana lo que le fascinó
y lo que mantuvo la inquietud de su mente. Ya durante los estudios de
medicina mostró un rasgo característico que le acompañaría hasta la tumba:
su pasión por el esclarecimiento de fenómenos poco comunes. El incremento
del saber sobre hechos significa asimismo la ampliación de la experiencia
psicológica. Como indica C. A. Meicr con razón. Jung poseía un instinto1
infalible para detectar los hechos que podían proporcionar nuevas aportacio­
nes en el terreno de la psique humana. Y lo que cabe decir de su tesis doctoral,
que trata de los fenómenos del ocultismo, es válido también para sus últimos
escritos, por ejemplo, para su obra sobre “el mito moderno”, en la que se
ocupa del fenómeno de los platillos voladores.
La personalidad humana despertó pronto su interés, como queda bien
claro en sus recuerdos.2 Pronto llegó a la convicción de que la personalidad
comprendía todo cuanto fuera viva expresión del alma: tanto la exteriorización
vital como el conocimiento; tanto los sentimientos como los actos. La limita­
ción del cuadro psicológico de la personalidad, vigente en su tiempo, a los
procesos volitivos y cognoscitivos parecía proporcionar una imagen suma­
mente incompleta del hombre. Faltaba el fundamento emocional, sólo por
medio del cual son comprensibles las conductas contradictorias, la inclinación
a la mentira inconsciente y al autoengaño. El entorno exterior en el que vivió
le proporcionó numerosas ocasiones de observar tales conductas equívocas
en las personas: el medio pequeñoburgués de una casa de párroco, el espíritu
impregnado de humanismo de su ciudad natal y, en no menor grado, la
amenazante vecindad de las dos grandes superpotcncias, todo ello le llevó al
convencimiento de que no existe en el ser humano la luz sin la sombra, lo que
podría ser considerado lema de su quehacer futuro. Este contexto vital
explicaría su temprana admiración por Nietzsche, cuya sensibilidad ante la
tragedia de los estados límit e del ser humano y cuya mordaz crítica de la moral
y la verdad dejaron en él huellas imborrables. De todas aquellas influencias
cristalizó cada vez más nítida su preocupación central. Ya a finales de siglo su
1 C. A. Meier,Jung and Analytical Psychology, 1959, p. 8.
2 C. G. Jung, Erinnerungen, Träume, Gedanken von C. G.Jung, 19G2, editado por Amela JafTé.
11
12 INTRODUCCIÓN

planteamiento fundamental era lo que expresaría más tarde, en 1914: “en.


tender lo que realmente les pasa por dentro a las personas”.3
La elección del tema de su tesis doctoral4 mostró ya el carácter peculiar de
Jung. Tenía como objeto el estudio de los fenómenos del ocultismo, conside­
rados por la ciencia como abstrusos y no dignos de atención académica. La
razón de tal estudio provenía de experiencias hechas en sesiones espiritistas
con una muchacha de quince años, histérica, que al caer en trance experi­
mentaba extraños sueños y visiones. El propósito que le guiaba en su tesis era
la profundización y extensión de los conocimientos sobre los estados letárgicos
de la histeria y el sonambulismo, para su aplicación a los problemas psicoló­
gicos de la psique normal.5Sus investigaciones, tanto sobre los automatismos
del sonámbulo como sobre los fenómenos de la disociación y de la “double
conscience” le pusieron en contacto con la bibliografía espiritista de su tiempo
(Myers, Mitchell, Kerner, entre otros), así como con los representantes de la
psicopatología francesa (Binet, Azam, Ribot, Richer, etc.), pero sobre todo
con Charcot y Janet. Valoraba especialmente a Janet porque partía de la
unidad de la personalidad, aunque no podía compartir su definición racio­
nalista de ésta como una estratificación progresiva y gradual de la conciencia.
Incluso en sus trabajos sobre la neurosis, Janet había manifestado esta misma
posición analítica, ignorando los componentes emocionales y descuidando el
estudio de los estratos vitales del individuo. El enfoque parecía imposibilitar,
según Jung, la adecuada comprensión de los estados emocionales del enfer­
mo, así como la de los fenómenos de alienación, posesión e incluso desinte­
gración de la personalidad.
Aunque Jung no reveló explícitamente en su tesis su disensión, pues en
ella seguía en parte la línea de Janet, ésta fue, de forma indirecta, mucho más
clara. Llegó a indicar un posible carácter “teleológico” en el sonambulismo y
las alucinaciones,6 y señaló que muchos procesos automáticos producían un
“plusrendimiento inconsciente”7 característico. Incluso llegó a establecer ya
la hipótesis de las “transformaciones caracterológicas o intentos de ruptura
en la evolución de la personalidad”8 para determinados casos de doble
conciencia. Podemos considerar esta indicación como la primera alusión a
procesos psíquicos evolutivos. Además declaraba, en frontal oposición ajanet,
que había “indicios de una actividad intelectual, altamente desarrollada, del
inconsciente”.9
Cuando en 1900 llegó a la Clínica de Burghölzli para ejercer su profesión,
Jung encontró allí amplio campo para la investigación de los componentes
emocionales y vitales. En sus memorias cuenta que, al comienzo, se limitó
3 R. Luy, Psychotherapeutische Zeitfragen, 1914, p. 7.
4 C. G. jung, Zur Psychologie und Pathologie sogenannter okkulter Phänomene, 1902 (Ges. Werke,
I, pp. 1 ss.).
5 lbid., p. 18.
6 I b id ., p. 88.
7 Ibid., p. 89.
8 Ibid., p. 88.
9 Ibid., p. 97.
INTRODUCCIÓN 13

simplemente a examinar a los pacientes desde fuera, a establecer sus cuadros


clínicos a base de “diagnósticos, descripción de síntomas y estadísticas”.10 De
forma paralela realizaba experimentos fisiológicos y sesiones de hipnotismo.
Pero ninguna de estas actividades le satisfacía, ya que su interés principal
radicaba en el estudio de la personalidad humana, de la personalidad psíqui­
camente enferma. Pero no encontró mayores apoyos en este sentido por parte
de la psiquiatría coetánea.
Durante este periodo de tanteos y de búsqueda de un acceso objetivo a los
fenómenos irracionales de la psique, la lectura de dos escritos de Freud
irrumpió como una luz cegadora en su vida: los Studien über Hysterie (Estudios
sobre la histeria) y Die Traumdeutung (Im interpretación de los sueños)11le mostraron
“un camino de investigación que posibilitaba también la comprensión de los
casos individuales”.12 Lo que más le impresionó fue que Freud había logrado
introducir la “cuestión psicológica”13 en psiquiatría. Pero Ijli interpretación de
los sueños fue más decisiva. Que alguien osara abrir a la ciencia un campo tan
oscuro como el sueño, y llegara a considerarlo “la fuente más importante de
información sobre los fenómenos del inconsciente”,14 era un logro científico
de primera magnitud. Asimismo admiró a Freud por haber tenido la valentía,
no sólo de tener en cuenta emociones y afectos, sino de considerarlos como
guías a través del marasmo de las profundidades del inconsciente, en un
tiempo en que el ideal dominante para la ciencia implicaba la ausencia de
valores y emociones.
Jung, según me confesó, no había dudado nunca de la existencia del
inconsciente. Pero lo que echaba en falta en aquel tiempo era un instrumento
eficaz para tratar de forma objetiva a las manifestaciones inconscientes de la
personalidad humana, los sentimientos y emociones, así como los conflictos
y fracasos del hombre. Pero, sobre todo, el sufrimiento que le ocasionaban
sus propias contradicciones.

Desde siempre di por sobreentendida la existencia del inconsciente. Para mí estaba


claro que, en mí y en todas las personas, tenían lugar acontecimientos anímicos
que uno no conoce, sino que únicamente sospecha. Me impresionaba en grado
sumo que los hombres fueran capaces de decir y hacer cosas cuyos motivos se les
escapan, sin poder defenderlas o asumir su responsabilidad, cuando no llegan a
olvidarlas por completo, pudiendo negarlas de buena fe. Lo que me faltaba era un
método objetivo, adecuado a la comprensión de la naturaleza de la personalidad
hum ana.15

10 C. G .J u n g , E rin n eru n g en , Träum e, G edanken von C. G. J u n g , p. 121.


11 T a l c o m o p o d rá com p rob arse p or sus con versacion es con Richard Evans, p o c o d e sp u é s
d e ap a recer Im interpretación de los sueños, J u n g hiz.o u na recen sión d e este trabajo p or incitación
d e su j e fe E. B leu ler. A u n q u e lo e n c o n tr ó todavía bastante con fu so, le p areció q u e era sin em b a rg o
im p o r ta n te y q u e a p u n tab a hacia el futuro. R ichard Evans, Gespräche mit C. G .J u n g .
12 C. G .J u n g . E rin n eru n gen , Träum e, G edanken vo n C. G .J u n g , p. 121.
13 Ibid.
14 C. G .J u n g , “N ach ru f über Sigm und Freud”, en Basler Nachrichten, año 33, 1 9 3 9 ,1-X, nüin. 40.
15 C o m u n ica c io n e s p erson ales h ech as en 1958.
14 IN TR O D U C C IÓ N

Ahora bien, encontraba algunas dificultades sobre todo por el hecho de­
que los fundamentos teóricos del psicoanálisis provenían principalmente dé­
la “práctica empírica” y no eran susceptibles de comprobación experimental
Aunque nunca puso en duda la existencia de “una maravillosa regularidad
en todas las ideas súbitas del hom bre”,16 echaba en falta unas “sólidas bases”
que perm itieran poner de manifiesto la existencia de hechos inconscientes.
El “experim ento de la asociación” le ayudó a superar, según él mismo declaró,
“las dificultades iniciales más im portantes”.17
Alphonse Maeder describió en 1956, de forma insuperable, el espíritu
reinante en Burghölzli durante los primeros años del siglo xx:

Volví a Zurich en 1906 y encontré en Eugen Bleuler un magnífico maestro de


clínica, al tiempo que un sabio prolífico, C. G. Jung, que por aquel entonces era
médico jefe, se había convertido en entusiasta introductor del psicoanálisis. Allí oí
por primera vez el nombre de Freud... Tuve la inmensa suerte de poder colaborar
muy pronto y durante varios años con aquellos dos grandes hombres... aJung debo
agradecerle, además de sus enseñanzas y sugerencias, el ejemplo de su vida
dedicada por entero a la investigación. Y otra cosa más: fue el primer hombre
relevante al que conocí y traté personalmente... y que me tomó en serio. Su
profundo y extenso saber, el acierto instintivo con que perseguía los problemas
psicológicos más profundos, me impresionaron... Tras Bleuler y Jung se alzaba
ante mí, en la lejanía, la fascinante figura del maestro S. Freud, al que conocí
primero a través del intercambio epistolar y de las publicaciones, y al que más tarde
había de conocer en persona en el Congreso Internacional de Psicoanálisis cele­
brado en Nuremberg. Allí se reunieron todos los que formaban la primera fila del
movimiento: Adler, Stckel y Ferenczi; Sadger, Federn, Jones, Abraham, Eitington,
etc. De Suiza llegaron, junto con Jung, L. Binswanger y O. Pfister. Eran los tiempos
de la más viva oposición al psicoanálisis, de una hostilidad apasionada contra esta
teoría, que hoy resulta inimaginable. Aquel par de docenas de hombres, proceden­
tes de los cuatro puntos cardinales, se congregaban entonces casi fraternalmente
en torno al admirado promotor del movimiento, de claros rasgos patriarcales.18

2. Las aportaciones de F reud hasta finales de siglo

Para poder exponer adecuadamente la obra de Jung y para, de forma


objetiva, delimitar sus logros de las aportaciones de Freud es indispensable
empezar por exponer de manera explícita el acervo de conocimiento que
aquél recibió.
Ya en los comienzos de su actividad científica se vio Jung, no sólo ante un
enorme cúmulo de observaciones novedosas sobre el origen de las neurosis,
sino también ante el revolucionario planteamiento de Freud, que pretendía
16 C. G. Jung, “Psychoanalyse und Assoziationsexperiment”, 1905, en Diagnostische Assozia-
lionsstudien, I, 1906, 3a. ed., 1915, p. 259.
17 Ibid.
18 A. Maeder, “Mein Weg von der Psychoanalyse zur Synthese”, 1956, en Der Psychotherapeut
als Partner, p. 94.
INTRODUCCIÓN 15

explicar la conducta humana fundamentalmente a partir de las motivaciones


inconscientes. El logro capital de Freud era, por aquel tiempo, haber concedido
un significado primordial, en la terapia de las neurosis, a la emoción y la
afectividad, así como haber llamado la atención sobre los peligros que entra­
ñaba la sobrevaloración del intelecto y la consecuente desestimación del
elemento vital en la psique humana. Incluso durante el tiempo en que
colaboró con Breuer, Freud había hecho hincapié en la importancia de la
etiología del trauma psíquico en relación con el origen de las neurosis, apoyán­
dose en parte en Charcot. Las relaciones que existían entre trauma y síntoma
constituían el punto de arranque de su investigación, entendiendo por
trauma la conmoción psíquica que, a causa de las posiciones conscientes que
adoptaba el individuo, éste no podía elaborar. Desde los comienzos, la
orientación venía dada por su visión del problema como un campo de fuerzas
cargado de tensión, con dos impulsos antagónicos, uno de los cuales, por su
enorme intensidad, llega a operar el rechazo de la vivencia teñida de afecto, es
decir, su retracción al inconsciente. Esta notable elaboración del concepto de
represión de Herbart culminaba, considerado el fenómeno dinámicamente,
en la hipótesis de un mecanismo de disociación, de una separación del
conjunto de excitaciones de la representación a la que estaban vinculadas,
pero también, desde el punto de vista del contenido, en la formación de un
foco patológico inconsciente. El que esos “afectos descarriados” permanecie­
ran, con toda su carga de tensión, en el inconsciente anímico, era -como ya
había señalado certeramente Bleuler- uno de esos descubrimientos de los que
ya no era imaginable prescindir en psicología.19 Y otro tanto ocurría con el
descubrimiento de la existencia de un antagonismo inconsciente generador
de síntomas, en lugar de un conflicto, más o menos consciente, entre “yo” y
“trauma”. Así pues, síntoma es, según Freud, la expresión de una tensión
antagónica inconsciente, una formación sustitutiva que, dependiendo de la
naturaleza del conflicto, adoptaría forma de conversión, de transposición o
de proyección. Su teoría sobre la neurosis como resultado de un intento fallido
de defensa por parte del yo fue trascendental para la psicoterapia.20Igualmente
decisiva fue su hipótesis del carácter de los síntomas neuróticos como algo
que obedece a una determinación. Es decir que éstos no sólo obedecen a una
determinación significativa, sino que surgen, como en general todos lo fenóme­
nos psíquicos, en un nexo causal continuo.
Tuvo también una importancia incalculable para el progreso de la psico­
logía el descubrimiento hecho por Freud del método de la “asociación
libre”, consistente en la utilización de las asociaciones que surgen de manera
espontánea. Aunque ya Locke y Hume habían estudiado las leyes de la
asociación, en la obra de Freud adquieren una valoración y aplicación
totalmente nuevas. Interesando al propio enfermo, al sujeto, en el proceso terapéutico,
19 E. Bleuler, “Die Psychoanalyse Freuds”, en Jahrbuch für psychoanalytische und psychopatholo-
gische Forschungen, II, 1910.
20 S. Freud, “Weitere Bemerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen”, 1896 (G«. Werke,
I, p. 387). Todas las indicaciones se refieren a la edición de 1952 de las Obras Completas
(Gesammelte Werke), Imago Publishing, Londres.
16 INTRODUCCIÓN

encontró Freud un acceso hasta entonces insospechado a la biografía perso­


nal, cuyo hallazgo parecía revelar el arcano de la enfermedad. Pero descubrió
también, al mismo tiempo, una realidad extraordinariamente significativa: el
enfermo ofrecía resistencia al proceso curativo. Este hecho le aclaraba, entreoirás
cosas, los fracasos que con tanta frecuencia se observaban en la terapia, sobre
todo cuando se recurría a la sugestión hipnótica.
La resistencia a la asociación era también la causa de todas aquellas
interferencias del recuerdo que aparecían en la terapia como “obstrucción de la
asociación libre” o como “desgajamiento del contexto”, cuando no lo hacían
en forma de bloqueo y cerramiento total. Incluso en el aspecto teórico fueron
de lo más fecundas sus experiencias con el método de la asociación libre. A
ellas debió Freud su observación de un enchaînement, de una concatenación
sin solución de continuidad de los fenómenos psíquicos, así como de una
ordenación concéntrica del material mnémico rechazado, en torno a los
llamados “puntos núcleo” y “puntos de cristalización”.21
Con base en todas estas observaciones, proporcionó a la psicología médica
la prueba empírica de la existencia del inconsciente, es decir, la comprobación de
la unidad conexa y estructurada del material mnémico inconsciente.
Todas las teorías citadas componen el bagaje científico que Jung adquirió
con la lectura de los Estudios sobre la histeria. Sin embargo, los demás artículos
escritos por Freud antes de fin de siglo, publicados en diversas revistas, no
los conoció J ung probablemente hasta 1906, fecha de su publicación en el
Compendio de aportaciones menores al estudio de la neurosis. En todo caso, las
huellas de su influencia sólo son détectables a partir de los escritos sobre la
asociación, redactados en 1904.
Freud desarrolló principalmente en aquellos artículos sus teorías sobre el
“trauma sexual de la infancia” y sobre el síntoma como formación de com­
promiso entre dos tendencias antagónicas. Había partido de un nexo causal
simple entre síntoma neurótico, trauma presente y reacción de defensa. Pero
pronto se persuadió de la insuficiencia de este planteamiento. Al parecer toda
historia clínica remitía, en último término, a impresiones sexuales recibidas en la
más tierna infancia.
Pero tampoco esta hipótesis se correspondía exactamente con la realidad.
Debía incluir otra condición ineludible para la formación del síntoma, a saber:
la nueva irrupción, en años posteriores, de las huellas mnémicas inconscientes.22 Más
tarde pudo llegar a confirmar que los síntomas neuróticos son en realidad
derivaciones de recuerdos inconscientes.23 Sin embargo, y para su pesar,
Freud descubrió que la veracidad de los recuerdos rememorados era muy
dudosa. Los imaginados traumas sexuales de la infancia ya no podían ser
calificados de “absolutamente reales”,24 pues, en la mayoría de los casos, los
relatos del enfermo histérico se basaban en ficciones, falsificaciones tenden-
21 S. Freud, Studien über Hysterie, 1895 (Ges. Werke, I, p. 182).
22 S. Freud, “Weitere Bemerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen” (Ges. Werke, I, p.
383).
23 S. Freud, “Zur Ätiologie der Hysterie”, 1896 (Ges. Werke, I, p. 448).
24 S. Freud, Aus den Anfängen der Psychoanalyse, 1950, p. 230.
INTRODUCCIÓN 17

ciosas del recuerdo,25e incluso en “subterfugios evasivos”. Esta comprobación


significó para él el derrumbamiento de las categorías que había establecido
hasta aquel momento, lo cual le causó gran confusión. Pero, gracias a aquel
fracaso, Freud logró establecer algo de excepcional importancia para él: el
significado etiológico comprensivo de la sexualidad para entender el origen de
las neurosis. Con base en este significado fundamentó su “teoría de la
sexualidad”,26 con lo que no tenía que renunciar a ninguna de sus conclusio­
nes más definitivas, sino que pudo potenciarlas, si bien modificadas, e incar-
dinarlas en las nuevas hipótesis. Como él mismo expuso, del supuesto anterior
del “trauma sexual infantil” surgió la teoría del infantilismo de la sexualidad.27
El descubrimiento de que los factores de censura tenían efecto en la psique,
de que los recuerdos que afloran no sólo se rechazan, sino que también se alteran
y sefalsifican, tuvo que conducir a una comprensión fundamental del sistema
freudiano. Su principal importancia no estriba únicamente en la regresión
de la neurosis basada en un intento de estar consciente de la represión, sino
también en el intento de explicar los síntomas de la neurosis como satisfac­
ciones sustitutivas, es decir, como formación de compromisos28 entre las “repre­
siones recurrentes”, por un lado, y una nueva tendencia de represión de parte
de la censura, por el otro. Ambas maneras de pensar deben ser pilares
fundamentales del psicoanálisis.
Freud abrió dos grandes campos para la psicología y la psicopatología con
sus trabajos sobre los actos fallidos y los sueños. En ellos acreditó, no sólo la
existencia de “un pensar y un querer inconscientes”, sino la posesión por parte
de la psique de un sentido e intención propios.29 La observación de que deter­
minados “actos aparentemente involuntarios”, tales como las equivocaciones
al hablar o al leer, los olvidos, el perder las cosas o no saber dónde se han
puesto, parecían estar “perfectamente motivados y determinados por causas
ignoradas por la conciencia”, completó su concepción de las perturbaciones
psíquicas en un sentido que se aproximaba a la normalidad. Otro tanto podía
decirse, aún en mayor medida, de los sueños. Si bien es cierto que en un
primer momento Freud llegó a suponer algún tipo de patología en este fe­
nómeno, progresivamente llegó a considerarlo el modelo normal de todas las
formaciones psicopatológicas.30 Con ello profundizó de forma esencial el conoci­
miento de las neurosis. Freud fue el primero en ver en los sueños una actividad
genuina de la psique, no sólo significativa de por sí, sino de gran importancia
psicológica. Un sueño constituía una unidad estructural de partes significati­
vas interconexas, que cumple una función concreta en la psique y en sus
tendencias a la satisfacción de los deseos, y está, por ende, engastada en el
conjunto del enchaînement de lo psíquico. Freud llegó a estas conclusiones
incontrovertibles en su interpretación de los sueños. Pero, aparte de esto,
25 S. Freud, “Zur Ätiologie der Hysterie” (Ges. Werke, I, p. 553).
26 S. Freud, Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905 (Ges. Werke, V).
27 S. Freud, “Meine Ansichten über die Rolle der Sexualität”, 1905 (Ges. Werke, V, p. 154).
28 S. Freud, “Über Deckerinnerungen”, 1899 (Ges. Werke, I, p. 537).
29 S. Freud, Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1917 (Ges. Werke, XI, p. 61).
30 S. Freud, “Das Interesse an der Psychoanalyse”, 1913 (Ges. Werke, VIII, p. 398).
INTRODUCCIÓN
18
.... , „ eilB octiíílios sobre los sueños, un camino hacia el
inició también, gracia m m orensión de los símbolos en general. Tal
simbolismo onírico y jaaa ^ v e n c im ie n to , la interpretación de los sue-
como reconocía Jung c p . , e ha hecho de dominar el misterio de

fa^uIlS
Volveré sobre esto en capítulo posterior.

3. C. G. Jung. “Nachruf über Sigmund Freud”, edición dominical del BasUr N a ch rícU en .
32 véase lap. 221.
P rimera Parte

DEL TRAUMA AL COMPLEJO CON TINTE


EMOCIONAL
I. EL EXPERIMENTO ASOCIATIVO Y EL COMPLEJO
CON TINTE EMOCIONAL

El alcance y la importancia de las realidades descubiertas por Freud explican


de por s( la enorme influencia ejercida sobre Jung. Impulsado por las mismas
preocupaciones de su trato con los enfermos mentales, la obra de Freud le
proporcionó un cúmulo de sugerencias. La fascinación fue tal que en un
principio abandonó los importantes comienzos de una ciencia psicológica propia para
formarse primero un juicio sobre la obra de Freud. Su actitud científica la formuló
de este modo:

M e dije... que sólo podría refutar a Freud quien hubiera utilizado el psicoanálisis
en m últiples aplicaciones c investigaciones com o Freud investiga. Es decir: ob ser­
van d o larga y p acien tem en te la vida cotidiana, la histeria y los su eñ os, d esd e su
p u n to d e vista.*

Pero veía en Freud algo más que una mera obra individual. Era para él la
personificación de la tensión espiritual característica de los últimos años del
siglo xix. Lo consideraba en parte vástago del materialismo científico, por su
empeño en extrapolar el determinismo causal y las bases mecanicistas propias
de la ciencia del siglo xix a la vida de la psique y, en parte, exponente del
nuevo siglo, que, a semejanza de Nietzsche, anticipaba la trascendencia y el
significado de la afectividad para la comprensión del alma humana.
Pero se vio de todos modos impulsado a elaborar un método más exacto,
viendo la inseguridad reinante en cuanto al diagnóstico y terapia de las
psicosis, así como también el alto grado de subjetivismo en la tipificación
científica de los casos concretos, trabajo que dirigía su jefe Eugen Bleuler y
en el que colaboraba con su colega Franz Riklin. La investigación consistía en
experimentar por medio de la asociación, de la cual se prometía grandes
avances en la diagnosis psiquiátrica. También esperaba comprobar así el
grado de exactitud de las hipótesis freudianas. La observación de los procesos
asociativos en personas no era nueva en la clínica de Burghölzli. Desde hacía
tiempo, Bleuler y sus colaboradores practicaban dicho experimento, introdu­
cido en psiquiatría por Kraepelin y Aschaffenburg.2También Jung lo utilizó,
desde los comienzos de su carrera profesional, en la exploración de las
disfunciones de los enfermos mentales. Esto hizo, en más de una ocasión, que
* C. G. Jung, Über die Psychologie der Dementia praecox, 1907, Prólogo, p. iv (Ges. Werke, III, p. 4).
2 C. G. Jung, “Experimentelle Untersuchungen über Assoziationen Gesunder”, 1905, en
Diagnostische Assozialionsstudien, I, p. 7. Estos estudios comprenden varios artículos que se publi­
caron ya en 1904 y 1905.
21
22 EL EXPERIMENTO ASOCIATIVO

pudiera formarse una idea del estado interior del paciente. Bleuler concedía
gran valor a este método de investigación:

En la actividad asociativa se refleja todo el ser psíquico, pasado y presente, con


todas sus experiencias y deseos. Con base en ella se puede confeccionar un índice
de todos los fenómenos psíquicos que sólo necesitamos descifrar para conocer al
hombre completo.3

Bleuler consideraba que uno de los mejores frutos de la investigación de


Jung era que éste hubiera conseguido acceder, de forma insospechada, a los
“mecanismos inconscientes” de la psique y al “operar inconsciente de la
mente”.4 La asociación, como Freud lo había indicado, no era algo fortuito,
sino que se encontraba implicada en todo el enchaînement de la vida psíquica.
Para estructurar el procedimiento a seguir en el experimento asociativo,
Jung y sus colaboradores recurrieron en primer lugar a la metodología de
Wundt y Aschaffenburg,5 de quienes también tomaron la clasificación de las
asociaciones. Sin embargo, difirieron respecto a los métodos de trabajo en sí,
orientados sobre todo hacia la conexión entre asociación y alteración de la atención,
pues Jung estableció el suyo propio, basado en la observación de las alteraciones
afectivas. En efecto, en el análisis de las asociaciones descubrió Jung un aspecto
sumamente significativo: ciertas respuestas (que como tal reacción no respon­
dían al sentido de la palabra estímulo), a las que la escuela de Wundt
consideraba “fallos aparentemente irrelevantes”, poseían un valor específico
para la comprensión de la situación anímica del enfermo. Es decir, precisa­
mente las alteraciones del proceso asociador de las que hasta entonces no se
había hecho caso, como, por ejemplo, la “perseveración”, la “prolongación
del tiempo de respuesta”, la “ausencia de reacción” y, sobre todo, la “repro­
ducción defectuosa de la palabra inducida”, eran indicadores importantísimos
de interferencias emocionales a menudo muy fuertes. La comprobación de
este hecho indujo a Jung a reconocer la importancia de la observación del
aspecto afectivo de las asociaciones para la “investigación experimental de los
cambios emocionales patológicos y sus consecuencias”.6 Así pues, los “fallos de
reacción”, entendidos hasta entonces, en pura observación externa, como
mera falta de atención, pudieron ser valorados desde dentro, a partir de la
afectividad. En efecto, dichos fallos parecían responder a la operatividad de
un factor psíquico aún desconocido, ausente de la conciencia. Dicho de otro
modo: podían interpretarse, con toda seguridad, como consecuencia de
conflictos emocionales subyacentes. De todo ello extrajo Jung una importan­
tísima teoría para sus investigaciones psicológicas: en el inconsciente de la
3 E. Bleuler, “Über die Bedeutung von Assoziationsversuchen”, en Diagnostische Assoziations-
Studien, I, p. 4 (resaltado en el texto).
4 Ibid., p. 6.
5 Cf. C. A. Meier, Die Empirie des Unbewußten, sobre todo el capítulo IV acerca del experimento
asociativo.
6 C. G. Jung, “Experimentelle Untersuchungen über Assoziationen Gesunder”, 1905, en
Diagnostische Assoziationsstudien, I, p. 142.
EL EXPERIMENTO ASOCIATIVO 23

psique existen complejos teñidos emocionalmente. Y las perturbaciones en la


asociación eran nada menos que indicadores de dichos complejos, señales del
complejo:7 En 1902 y con base en sus investigaciones sobre los fenómenos del
sonambulismo, Jung había probado ya que el origen de los sueños radicaba
sobre todo en representaciones emocionales.8 Sin embargo, con ocasión del
experimento asociativo reconoció el valor de estas representaciones como
factores provocadores de las alteraciones de dicho proceso. Esto era a su vez
enormemente importante en otro sentido: relativizaba la importancia de la
conciencia del yo, la cual aparecía más como subproducto del proceso que
como su agente operador.

N u e str o yo co n scien te cree q u e la asociación es obra suya, som etid a a su d iscreción ,


libre v o lu n ta d y a ten ción , cu a n d o en realidad, com o m uestra d e form a ex celen te
n u estro ex p erim en to , el yo con scien te es sólo la m arion eta q u e rep resen ta en
escen a u n o cu lto au to m atism o.9

¿Qué entendía Jung por complejo? Su primera definición lo consideraba


el “conjunto de representaciones relativas a un determinado acontecimiento
cargado de emotividad”.10 Definición ampliada sustancialmente en 1920 con
la inclusión del “núcleo”11 y completada por último en 1934 con la diferen­
ciación entre un aspecto en el que predominaba lo emocional y otro en el que
predominaba el significado.
Jung había dado desde siempre, como rasgo característico del complejo
emocional, el tono emocional (tono = tensión),12 dinamismo que podía com­
prender, desde los estados de mínima emotividad hasta aquellos de mayor
excitación traumática, incluida la posesión. No sólo por la frecuencia de su
aparición, ni sólo por el grado de su intensidad, sino también por su calidad
emotiva, el complejo emocional podía llegar a ser una escala excepcional para
medir la afectividad y el “punto nodal” de todos los procesos emocionales del alma
humana.
Los primeros logros científicos aportados por Jung fueron la elaboración
y valoración del experimento asociativo, sobre todo el establecimiento de las
características del complejo. Jung creía que el valor esencial del experimento
7 De entre las notas características del complejo sintetizó Jung los siguientes factores:
“Tiem po de reacción prolongado, reacción extraña, falla, p e r s e - íción, repetición estereotipada
de una palabra de reacción... traducción en otro idioma, expresiones vulgares, cita, promesa,
asimilación de la palabra estímulo...” “Über das Verhalten der Reaktionszeit”, etc., en D i a g n o s t is c h e
A s s o z i a t i o n s s l u d i e n , I, p. 222. Posteriormente tuvo en cuenta también el intento de reproducción,
que indicaba sobre todo lagunas de memoria y falsedades. Cf. “Psychoanalyse und Assoziations­
experim ent”, 1906, i b i d ., p. 262 s.
8 C. G. jung, Zur Psychologie und Pathologie sogenannter okkulter Phänomene (Ges. Werke, I, p. 76).
9 C. G. Jung, “Über das Verhalten der Reaktionszeit beim Assoziationsexperiment”, 1905,
en Diagnostische Assoziationsstudien, I, p. 211.
10 C. G. Jung, “Experimentelle Untersuchungen über die Assoziationen Gesunder”, en
D i a g n o s t is c h e A s s o z ia t io n s s t u d i e n , I, p. 57, nota.
11 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, 1928, p. 21 (Ges. Werke, VIII, p. 11).
12 C. G. Jung, “Experimentelle Untersuchungen über die Assoziationen Gesunder”, en
D i a g n o s t is c h e A s s o z ia t io n s s t u d i e n , I, p. 57.
24 EL EXPERIMENTO ASOCIATIVO

residía en que posibilitaba un juicio objetivo válido sobre las manifestaciones


del psiquismo inconsciente. Como medio de comprensión de los factores
emocionales de los trastornos mentales, que residen en el inconsciente, llegó
a ser para él un instrumento indispensable en la investigación de fenómenos
psicopatológicos. Un logro adicional en modo alguno despreciable, consistió
en que confirmó de forma fehaciente la eficacia del método de asociación
freudiano para determinar la etiología de las neurosis. Su satisfacción fue
enorme cuando pudo comprobar con éxito la efectividad de su “método de
verificación del complejo” en un delincuente.15 Desde entonces, utilizó el
experimento de la asociación como un instrumento indispensable para el
diagnóstico objetivo.
El método asociativo de Jung abrió un camino nuevo, tanto para la
comprensión de los síntomas de las psicosis y neurosis, como también para la
explicación de las perturbaciones afectivas en la “psique normal”. En sus
investigaciones con personas sanas por medio de la asociación, pudo probar
que la existencia de complejos es un fenómeno general, característico de toda
vida anímica. Los complejos son asimismo la clave que permite comprender
los actos fallidos -las equivocaciones orales, los olvidos, las equivocaciones al
escribir, etc.—estudiados por Freud en su Die Psychopathologie des Alltagslebens
(Psicopatología de la vida cotidiana).14Sin embargo, no compartía la opinión de
Freud al respecto, según la cual estos fenómenos se debían a la interferencia
de “motivos” conscientes e inconscientes, por parecerle una explicación
demasiado racional.
Las experiencias de Jung con la asociación se limitaron a este tema. Pudo
aplicar sus conclusiones y confirmarlas, además de experimentalmente, en
cualquier campo en el que tuviera lugar un diálogo entre personas. En 1934
expresaba así algo que, para él, fue fundamental desde siempre:

Lo q u e ocu rre en la asociación se da tam bién en tod o d iálogo en tre personas. En


u n o y en otro caso tien e lugar una situación exp erim en tal qu e llega a crear una
con stela ció n d e com plejos, a la que acaban asim ilándose el co n ten id o de la
con versación , la situación com o tal e incluso los m ism os in terlocu tores.15

No es pues de extrañar que las observaciones que hicieran en sus expe­


riencias con la asociación coincidieran con las efectuadas por Freud con sus
nacientes. Todos los fenómenos observados por él en los sujetos experimen­
tales con trastornos -disminución de la capacidad asociativa, perturbaciones
de memoria, dificultades en la capacidad mnémica, olvido y falseamiento de
los recuerdos- habían sido detectados por Freud en sus sesiones psicotera-
péuticas.16También la verificación de “amnesias sistemáticas”,17 ausencia de
15 C. G. Jung, “Zur psychologischen Tatbestandsdiagnostik”, Zbl. Nervenhk. XXVIII (G«.
Werke, I, p. 236).
14 S. Freud, Die Psychopathologie des Alltagslebens, 1904 (Ges. Werke, IV).
15 C. G. Jung, “Allgemeines zur Komplextheorie”, 1934, p. 9 (Ges. Werke, I, p. 110).
16 Véase la p. 27.
17 C. G. Jung, Psychologie und Erziehung, 1946, p. 82.
EL EXPERIMENTO ASOCIATIVO 25

atención limitada a una serie concreta y conexa de recuerdos, coincidía con


el fenómeno denominado por Freud “amnesia histérica”.
Por lo pronto, los resultados del experimento asociativo hicieron patentes
los puntos de coincidencia esenciales entre Freud y Jung: ambos investigado­
res establecían una relación interior entre procesos asociativos alterados y
fenómenos psicopatológicos. Para ambos, la causa residía en un factor incons­
ciente, teñido de afectividad, que ejercía una influencia mayor o menor sobre
la vida anímica, el obrar y el pensar conscientes del individuo. Descubrieron
que ciertos hechos, retenidos en el inconsciente, seguían activos, desencade­
nando perturbaciones neuróticas. Para Freud eran acontecimientos traumá­
ticos que no habían sido objeto de elaboración consciente; para Jung eran
complejos con tinte emocional y afectivo. Con base en este sorprendente
paralelismo, Jung llegó en 1906 a la impresionante conclusión de que el
psicoanálisis no era otra cosa que un experimento asociativo o, dicho de otro modo, que
este experimento constituía la verificación objetiva del psicoanálisis,18 Esta observa­
ción sólo perdió su validez años más tarde.
Resumiendo: con la investigación del experimento asociativo, Jung creó
un instrumento de acceso objetivo a los fenómenos irracionales y a la psique
inconsciente en general. Jung prosiguió lo que Freud había comenzado. Éste
había proporcionado la prueba empírica de la existencia en el inconsciente
de factores perturbadores con tinte emocional; Jung tuvo oportunidad de
corroborarlo experimentalmente. Ambos contribuyeron a abrir al conocimiento
empírico el inconsciente, que hasta entonces sólo era objeto de concepción
filosófica. Leibniz había visto ya la necesidad de completar las representacio­
nes conscientes mediante percepciones inconscientes, y Schelling amplió la
conciencia humana con la visión de lo inconsciente eterno. Carus y Schopen­
hauer derivaban la conciencia del inconsciente y E. von Hartmann funda­
mentaba su construcción teórica en el supuesto de un espíritu inconsciente
que serviría de base al Absoluto. Frente a estas formulaciones más o menos
especulativas sobre el inconsciente, la prueba empírica representaba un logro
científico de extraordinaria importancia. Con el experimento asociativo, Jung
creó finalmente la base experimental gracias a la cual llegó a ser posible la emisión
dejuicios objetivos, independientes del criterio personal, sobre la existencia de complejos
con tinte emocional en el fondo del alma humana.

18 C. G. Jung, “Die Hysterielehre Freuds”, 1906.


II. COMPLEJO Y TRAUMA

1. C omplejos crónicos y agudos

J ung y Freud coincidían en acceder a la esfera inconsciente de la psique a


través de los factores perturbadores de la conducta normal. Mientras que
Freud hacía residir la causa desencadenante de los fenómenos inconscientes
en las emociones traumáticas, Jung hablaba de complejos potenciados emo­
cionalmente, como núcleos de ese trasfondo del alma. Es pues inevitable tratar
la relación entre traum a y complejo. ¿Designan ambos una misma realidad?
¿Están traum a y complejo determinados por intensas cargas afectivas? ¿Cómo
entendían ambos psicólogos la función del trauma y del complejo en el
conjunto de la personalidad?
En sus estudios sobre la asociación, que ratificaron en parte la exactitud de
las teorías de Freud, Jung había establecido un estrecho parentesco entre
complejo y traum a. Como Freud, quien veía en el trauma la causa original
de la neurosis, reconoció en el complejo la causa morbi real, de acuerdo con
lo cual “en toda neurosis psicógena”... subyacía “un complejo”.1Como ejem­
plo de la importancia etiológica del complejo daba Freud un caso de histeria
en el cual, tanto la asociación como los síntomas y sueños permitían reconocer
la existencia de un mismo complejo.2También comprobó en sus investigacio­
nes sobre la dementia praecox que, en muchos casos, al comienzo de la enfermedad
había habido una intensa emoción .3
¿Había, así pues, que equiparar trauma y complejo emocional? Según las
especificaciones de Jung existía tai identidad sólo para los complejos “de
extraordinaria intensidad emocionar': además de una gran fuerza constela-
dora de la vida psíquica, poseían una enorme importancia etiológica en la
formación de las patologías psíquicas. Únicamente los complejos de un alto
grado de intensidad, a los que Jung calificó más tarde de “agresiones a la
personalidad”,4 podían equipararse a los traumas. Sobre la vida pasionalmen­
te caótica del afecto escribió:

Carece de todo rasgo realmente humano... [el afecto es] desproporcionado, irra­
cional... un fenómeno de la naturaleza... que rompe el orden humano.5
1 C. G. Jung, “Psychoanalyse und Assoziationsexperiment”, en Diagnostische Assoziationsstu­
dien, I, p. 260.
2 C. G. Jung, “Assoziation, Traum und hysterisches Symptom”, 1906, en Diagnostische
Assoziationsstudien, II, 1909.
3 C. G. Jung, Über die Psychologie der Dementia praecox, p. 114 (que en adelante citaremos, de
forma abreviada, com o Dementia praecox). (Ges. Werke, III, p. 109.)
4 C. G. Jung, “Der therapeutische Wert des Abreagierens”, 1921 (Ges. Werke, XVI, p. 140).
5 C. G. Jung, Psychologische Typen, 1921, p. 222 (Ges. Werke, VI, pp. 164 ss.).
26
COMPLEJO Y TRAUMA 27

Allí donde se descubre un complejo intenso aparecen efectos inesperados


y sorprendentes. Sobre todo en los estados de posesión, puesto que todo el
pensar y el sentir del individuo quedan afectados. Las transformaciones
profundas de la personalidad se manifiestan en una disminución de las
capacidades psíquicas y en una pérdida de interés. El complejo puede llegar
a ser tan poderoso como para atraer un número cada vez mayor de asocia­
ciones, cuando no acaba por atraer el propio yo.

Todo aquello que no encaja en el complejo, desaparece: los restantes temas de


interés se esfuman, por lo que tiene lugar una paralización, una desertización
temporal de la personalidad... Únicamente lo que conecta con el complejo suscita
sentimientos y provoca la actividad anímica.6

Estos estados emocionales se distinguen por su carácter de agudos, como


puede comprobarse en las personas aterrorizadas, en las señales amenzantes
y en casos de muerte repentina, por citar algunos ejemplos. Estos ejemplos
ponen de manifiesto a la perfección la concordancia entre los resultados de
la terapia freudiana y las experiencias de Jung con neuróticos con base en la
asociación: ambos coincidían en citar en estos casos síntomas tales como zonas
de memoria en blanco, fallos de memoria y errores en el relato de aconteci­
mientos.
El complejo emocional nunca abarcaba, sin embargo, sólo estados agudos.
Inspirado en la fantasía y en experiencias religiosas, Jung descubrió también
el significado de los complejos crónicos, que destacaban no sólo por la duración
de su efecto sino también por una persistencia del sentimiento, que a menudo
se prolongaba durante años; en otras palabras, por un “sentimiento vivo
duradero”.7 Esta observación fue esencial para Jung por la sencilla razón de
que le sugirió una ampliación de la interpretación que hasta ese momento le daban
a la afectividad tanto Freud como sus contemporáneos. Si bien Freud había
considerado la “suma de excitación”8 (llamada más tarde grado de excitación)
de la pulsión sexual como lo esencial de la afectividad, Jung defendió la índole
tanto del estado de ánimo como del contenido de las vivencias,9 así como la calidad
del valor de los complejos. Sería imposible exagerar la importancia de esto, ya
que significa, a la vez, una transformación del punto de vista en el dominio
de los fenómenos no comprobados: el contenido interno de la experiencia se
considera a partir de esto en una proporción igual a la de la dinámica de la
exteriorización:

6 C. G. Jung, Dementia praecox, p. 54 (Ges. Werke, III, p. 54).


7 Ibid., p. 48.
8 S. Freud, “Die Abwchr-Neuropsychosen”, 1894 (Ges. Werke, I, p. 74), donde se dice: “Es
ésta la idea de que hay algo que diferenciar en las funciones psíquicas (cantidad de emoción, suma
de excitaciones) que tiene todas las propiedades de una cantidad -aun cuando carezcamos de los
medios para medirla-, algo que es capaz de aumento, disminución, de desplazamiento y de
acarreo, y que se expande por las huellas mnémicas de las ideas o representaciones.”
9 C. G. Jung, D e m e n ti a praecox, p. 47 (Ges. Werke, III, pp. 47 s.).
28 COMPLEJO Y TRAUMA

El sentimiento es, en primer lugar, un proceso... que confiere al contenido un


determinado i¡olor en forma de aceptación o rechazo. Pero es, al mismo tiempo
un proceso que... puede aparecer aisladamente, como “estado de ánimo”.1»

Ju n g dio un paso más en su confrontación teórica con el trauma, en especial


con el trauma sexual de la infancia, expuesto por Freud en 1896. No sólo se
oponía al reduccionismo freudiano del trauma a experiencias sexuales de U
primera infancia, como más tarde veremos en capítulo aparte, sino que,
paulatinamente, llegó a considerar demasiado unilateral la importancia dada
por aquél al significado inicial del trauma. Aun cuando por la época de su
ruptura con Freud no había negado nunca todavía el valor etiológico del
traum a en la aparición de las neurosis, creía que el estado emocional global del
indiiñduo, su constitución interna e idiosincrasia psíquica, eran, en medida incom­
parable, los responsables del efecto patológico. A diferencia de la concepción
mecanicista de Freud, basada en el nexo causal de trauma, fracaso y reapari­
ción regresiva de los recuerdos de la infancia, Jung puso el acento en la
disposición del individuo. Sólo ésta propiciaba que el trauma se hiciera
efectivo:

El individuo debe ofrecer frente al trauma una predisposición interior específica...


para que éste pueda llegar a ser efectivo. [Esta preparación anímica la entendía
como] un proceso psíquico que alcanza su punto culminante y su expresión en el
momento traumático.1011

Puede resultar un tanto extraño que Jung dedicara su atención al “trauma


sexual de la infancia” en época tan tardía, es decir, en el año 1913, cuando
Freud ya hacía tiempo que había reconocido la debilidad de aquella teoría.
Que lo hiciera aun estando al corriente de este hecho, se debía a su interés
por minimizar no sólo la importancia del trauma sexual de la infancia y las
fijaciones infantiles en general (por ejemplo, el complejo de Edipo),12*sino
también en abrir un camino a la comprensión del conflicto actual. Segura­
mente también lo impulsó a hacerlo el hecho de que Freud, aun después de
sustituir la teoría del trauma por la de la sexualidad, subrepticiamente seguía
defendiendo la importancia etiológica del trauma infantil, lo que Jung pudo
confirmar personalmente en sus conversaciones con él, y queda además
patente en su trabajo “Historia de una neurosis infantil”,^ publicado en 1918.

10 C. G. Jung. P s y c h o lo g is c h * T y p e n , p. 625 ( G e s . W e r k e , VI, p. 467).


11 C. G. ju n g . V e r s u c h e i n e r D a r s t e l l u n g d e r p s y c h o a n a ly t is c h e n T h e o r i e , 1913, 2a ed 1955, p. 16
(G«. W e r k e , IV). v
12 C. G. Jung. “Über Psychoanalyse", 1913 ( G e s . HVhb-, IV, pp. 278 ss.).
S. Freud, “Aus der Geschichte einer infantilen Neurose”, 1918 ( G e s . W e r k e , XII, pp. 27 ss.).
COMPLEJO Y TRAUMA 29

2. E l complejo como u n id a d inter io r

í Una notable diferenciación entre las ideas de traum a y de complejo habría


de producirse en relación con el problema de su estabilidad y su coherencia
\ interna. Siempre fue característica de la psicología junguiana su visión de la
estructura psíquica como una totalidad. Ya en su tesis doctoral había indicado
J u n g (en oposición a la psicopatología francesa) que en los sonambulismos
existían indicios de estructuras de la personalidad, y le parecía que lo decisivo para
>ü la comprensión de la vida psíquica era el tinte emocional que la caracterizaba,
II es decir, la conexión existente entre contenido y emoción. La consideración
de este aspecto fue guía perm anente en sus investigaciones sobre el complejo.
Para él se daba aquí una unidad psíquica superior,14 cuyas propiedades de
coherencia y estructuración se debían, en gran medida, a la conexión permanente
* entre tono emocional y representación.
Para poder compararlo con el concepto freudiano de traum a es necesario
remitirnos a los inicios de la teoría del trauma en Freud. Partiendo de los
fenómenos de la psicopatología -histeria y neurosis obsesiva-, lo que más
llamó la atención de Freud fueron los efectos del shock, del trauma psíquico.
n Aunque por principio reconocía la presencia de una determinada carga emo­
Hi cional en toda experiencia psíquica,15 que en personas sanas lograba descar­
garse cobrando expresión motora, para él esto no era más que una conexión
muy frágil. Siempre le había impresionado sobremanera la disociación de las
asociaciones psíquicas en situaciones de gran intensidad emocional, ante la irrup­
ción de afectos. En el fenómeno psíquico del trauma vio en principio una
ni experiencia disociadora que, bajo los efectos de la represión moral, llegaba a
4 producir la escisión del afecto y su representación correspondiente.16 Esta
ítí hipótesis, sobre la que volveré más adelante, al exponer su teoría de la repre­
sión, marcó toda su obra posterior. Desde esta consideración del trauma como
in elemento disociador, no distaba mucho el paso a la hipótesis de la existencia
m de mecanismos de desplazamiento de formaciones sustitutivas en la psique.
La vida psíquica inconsciente poseía una naturaleza extremadamente flexible.
:
10
Fueron sobre todo sus investigaciones sobre los procesos de la libido las que
lo convencieron de la movilidad17de las asociaciones inconscientes. En consecuen­
cia, ni siquiera en la psique normal existían uniones duraderas entre el fin
ni pulsional y la representación de dicho fin. Éstas podían, con facilidad, susti­
II tuirse, cambiarse por otras, es decir, podían disociarse. Con base en esta labilidad
de la cohesión psíquica elaboró Freud explicaciones muy interesantes, por
ejemplo, sobre la homosexualidad y las posibilidades de sublimación de las
mociones pulsionales. La movilidad de la libido se le antojaba -tal como lo

14 C. G. Jung, “Psychoanalyse und Assoziationsexperiment”, en D i a g n o s t is c h e A s s o z ia t io n s s t u -


d ie n , I, p. 260.
15 S. Freud, “Étude comparative des paralysies motrices organiques et hystériques”, 1893
( G e s . W e r k e , I, p. 54).
16 S. Freud, “Die Abwehr-Neuropsychosen” ( G e s . W e r k e , I, pp. 61 ss.).
17 S. Freud, V o r l e s u n g e n z u r E i n f ü h r u n g i n d i e P s y c h o a n a l y s e ( G e s . W e r k e , XI, pp. 358 s.).
30 COMPLEJO Y TRAUMA

había formulado en 1925- causa principal de los logros culturales del indivi­
duo y de la comunidad. No sólo el trauma, sino toda experiencia psíquica, pre.
sentaba una cohesión de elementos psíquicos muy poco consistente.
Al contrario que Freud, Jung tuvo siempre presente la sólida conexión
entre tono emocional y representación. Para él, el complejo, en principio, era
en sí completo y total, tal como había comprobado en sus experimentos con la
asociación. Aun cuando la disociabilidad del complejo se le hizo patente en
casos cuyos elementos emocionales poseían gran intensidad, reservó este
concepto, como veremos, para ciertos casos de esquizofrenia,18disintiendo en
esto de la opinión de Freud.
A su primera exposición del complejo como “unidad superior” siguieron
los argumentos que expuso en Dementia praecox (1907), según los cuales no
sólo reproducía cada partícula -con independencia del correspondiente
contenido- el tono emocional de la totalidad del complejo, sino que el afecto
correspondiente irradiaba el conjunto de la masa de la representación.

Este proceso podría compararse con la música de Wagner. El leitmotiv (en cierto
modo el tono emocional) indica un complejo representativo importante para la
construcción dramática (Walhalla, el Trato, etc.). Cada vez que, con la acción o la
palabra, se hace referencia a uno u otro tema, suena una variación del leitmotiv
correspondiente. Ocurre lo mismo en la vida anímica común: los leitmotive son los
tonos emocionales de nuestros complejos. Actos y estados de ánimo son variantes
del leitmotiv,19

Esta concepción del conjunto como unidad psíquica se mostraría enorme­


mente fecunda en su trabajo. Jung vio en ella el fundamento de las unidades
estructurales de la psique bajo una doble perspectiva: tanto la existencia misma
de una coherencia interna en estas “unidades superiores”, como su relación
con la totalidad del psiquismo. Su hipótesis inicial fue ratificada por una serie
de fenómenos. En Transformaciones y símbolos de la libido la corroboró con base
en las “ideas primitivas” o “protopensamientos” y en las “imágenes primiti­
vas”,20 que igualmente podían concebirse como un todo, como una unidad
de sentimiento e idea, así como la imagen arquetípica indicaba, a su entender,
una unión de imagen e instinto (1920).21 Por último buscó, con el “pattem of
behaviour”, dar expresión adecuada a la conexión interna entre “imagen de
la situación e instinto”, llegando a definir la imagen como “sentido de la pulsión"
(1946).22 Estos conceptos le parecían decisivos para resolver la cuestión
psicoterapéutica de la desaparición de las excitaciones pulsionales que pudie­
ran encontrarse detenidas:

18 Véanselas pp. 217-219.


19 C. G. Jung, Dementia praecox, p. 44, nota (Ges. Werke, III, p. 44, nota 96).
2° Véanse las pp. 94 s.
21 Véanse las pp. 174 ss.
22 C. G. Jung, “Theoretische Überlegungen zum Wesen des Psychischen”, 1946, en “Der
Geist der Psychologie”, p. 443 (Ges. Werke, VIII, p. 231).
COMPLEJO Y TRAUMA 31

...com o muestra la biología, los instintos no [son] en absoluto im pulsos ciegos y


aislados, sino que, en realidad, están fuertem ente conectados con im ágenes situa-
cionales típicas, y no pu ed en desencadenarse si las condiciones existentes no se
correspon den con la im agen situacional apriorística.232425

Siendo ya muy anciano, Jung afirmó que imagen y excitación instintiva


constituían una forma de “protounión” (1955), lo que para él parecía aportar
alguna luz sobre lo numinoso y sobre la subyugación ejercida por las ideas
religiosas.

3. El núcleo como centro del complejo

Jung profundizó también su teoría del complejo en otra dirección. Descubrió,


como punto de referencia central del complejo, un elemento nuclear,24 por
decirlo así, que venía a constituirse en portador efectivo tanto de las propie­
dades energéticas -el tono emocional- como del contenido cualitativo: el valor
y el significado. Si en un principio definió el complejo por sus características
de acontecimiento real externo, en el núcleo encontró un contenido que
parecía remitir a la realidad del interior anímico. El núcleo del complejo surgía
de una colisión entre realidad externa e interna del individuo, y su origen
estaba tanto en acontecimientos pasados y en la disposición anímica del sujeto
como en fuertes influencias ambientales.

El núcleo consta de dos componentes: primero, de una condición fáctica, dada por
la experiencia, es decir, una vivencia vinculada causalmente con el entorno; segun­
do, de una condición inmanente del carácter del individuo, una predisposición.25

La idea expresada quedaba más explícita al analizar, por ejemplo, el


complejo maternal, condicionado externamente, por una parte, por el influjo
sutilísimo de la madre y de otras personas encargadas del cuidado del niño,
por el entorno protector de la familia en general y, por otra parte y en igual
medida, por las experiencias y representaciones interiores, inmanentes, del
individuo. Así pues, en el complejo, mundo interior y exterior estaban estrechamente
unidos.
Esta idea fue potenciada de un modo aún imprevisible por el descubri­
miento de las protoimágenes (1912) y de los motivos arquetípicos (1917) en
el fondo de la vida anímica.26 Estudiando el instinto, Jung logró discernir
imágenes arcaicas y contenidos arquetípicos (1920)27 en algunos productos y
procesos psíquicos inconscientes, que estaban profundamente enraizados en
23 C. G. Jung, “Medizin und Psychotherapie”, en Bulletin der Schweizerischen Akademie der
Wissenschaßen, 1 9 4 5 ,1. H. 5, pp. 315-525 {Ges. Werke, XVI, p. 98).
24 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, p. 21 {Ges. Werke, VIII, p. 11).
25 Ibid., p. 21 {Ges. Werke, VIII, p. 11).
26 C. G. Jung, Die Psychologie der unbewußten Prozesse, 1917.
27 C. G. Jung, “Instinkt und Unbewußtes”, 1919 {Ges. Werke, VIII, pp. 147 ss.).
32 COMPLEJO Y TRAUM A

la vida instintiva. Esto era principalm ente así en relación con el complejo, e,,
cuyo núcleo situó el “arquetipo” mismo. Con ello, la hipótesis junguiana de
una predisposición constitucional cobraba entidad y se reforzaba la teoría dcj
núcleo como portador de significaciones arcaicas y disposiciones pulsionales. T odo e*t0
llevó a J u n g a distanciarse un poco más de Freud: le perm itió completar la
valoración parcial de impresiones externas (traum as) y la consideración
m eram ente dinámica de afecto y libido, teniendo en cuenta asimismo fe
disposición constitucional del individuo y la estructura anímica interior de la psique
inconsciente.
En la elaboración de métodos de estimación cuantitativa de los efectos del
complejo, Ju n g persiguió los mismos objetivos que Freud: ambos buscaban
u n concepto de m agnitud confiable que posibilitaba la comprensión de las
leyes psíquicas. Si Freud halló el concepto de libido,28 J u n g consagró el de
“intensidad de valor”:29 el valor energético del elem ento nuclear. De este
últim o dependía la fuerza consteladora del complejo, es decir, su capacidad
de asimilar contenidos que m uestran una afinidad con el elemento nuclear.
Su valor respondía a la intensidad de valor del complejo.

La capacidad del elemento nuclear de formar constelaciones es proporcional a su


intensidad de valor, es decir, a su energía.30

Gracias a estas consideraciones, la estimación objetiva de la energía del com­


plejo no sólo parece posible, sino que puede atribuírsele un cierto grado de
probabilidad, aunque la evaluación de los fenómenos psíquicos nunca alcan­
zará la exactitud de los métodos de determ inación de valores de las ciencias
naturales. Los medios de evaluación aplicados por J u n g eran el número de
contenidos constelados y la frecuencia de los signos de perturbación.
Pero también la intensidad de las manifestaciones emotivas secundarias31
que, como efectos del complejo, se observan en el cuerpo, la respiración, el
pulso y la piel del sujeto, era p a ra j ung índice valioso de la situación emocional
del individuo. Si bien Ju n g encontró ya en la psicología experim ental que se
practicaba por entonces métodos objetivos para la medición de tiempos, para
la representación de curvas del pulso y de la respiración, etc., le estuvo
reservado a él crear las bases de investigación de las circunstancias psicosomáticasj2
con base en sus estudios sobre el complejo.
En resumen, puede decirse que fue en el complejo con tinte emocional -y
no en el traum a- donde se centró el interés científico de Ju n g . Supeditó el
28 S. Freud, Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, 1905 (Ges. Werke, V , p. 118).
29 C. G. Ju n g , Über die Energetik der Seele, pp. 23 ss. (Ges. Werke, V III, p. 12).
30 Ibid., p. 23 (Ges. Werke, V III, p. 12). EI térm ino “constelación” sufrió una modificación en
J u n g con el curso del tiem po. Mientras que al principio J u n g pensaba en el efecto del complejo
sobre la asociación, posteriorm ente puso el acento en la “actitud d e apercibim iento..., a partir de
la cual se reaccionará d e una manera muy determ inada”. Cf. “A llgem eines zur Komplextheorie",
1934, p. 8 (Ges. Werke, V III, p. 109).
31 C. G. J u n g, Über die Energetik der Seele, p. 25 (Ges. Werke, V III, p. 14).
32 Cf. C. A. Meier, Die Empirie des Unbewußten, que describe d e m odo excelen te las relaciones
de los procesos em ocionales con la esfera corporal.
COMPLEJO Y TRAUMA 33

concepto de traum a al de complejo, ya que concedía a éste mayor im portan­


cia. En cl complejo (más exactamente, en su núcleo) descubrió la principal
fuente de información sobre la personalidad interior, sobre sus motivaciones, esperanzas
y temores inconscientes, así como sobre las tendencias evolutivas ocultas del individuo.
Era el complejo el “camino real" que conducía al terreno del inconsciente, y no los
sueños, como postulaba Freud.

El camino real que lleva al inconsciente no son los sueños, como él [Freud]
pretende, sino los complejos, que generan sueños y producen síntomas.33

4. C omplejos conscientes e inconscientes

Para Jung, la existencia de complejos conscientes era menos problemática que


el hecho de que pudieran ser también inconscientes, pues su intensidad
afectiva, que conseguía manifestarse en la forma específica de producirse el
curso asociativo, la corriente de conciencia en general, habría sido razón
suficiente para atraer la atención del yo. Aparte de estas consideraciones, J ung
pudo siempre comprobar, como en el experimento asociativo, que la mayoría
de las veces el complejo subyacente permanece oculto. No se puede obviar el
hecho de que, en muchos casos, el verdadero significado psicológico se mantiene
inconsciente,34
Freud fue el primero en señalar este hecho, que lo impulsó a establecer la
teoría de la represión,35 según la cual las vivencias traumáticas, apenas se
aproximaban al nivel inconsciente, caían de nuevo en la inconsciencia, debido
a su incompatibilidad con el yo. En otras palabras: la carga afectiva del trauma
se supeditaba al mecanismo de desplazamiento, mientras que su correspon­
diente representación se tornaba incapaz de acceder a la conciencia. De ahí
que los traumas psíquicos fueran siempre inconscientes para Freud. Jamás varió en
lo más mínimo esta teoría, ni aun en años posteriores, cuando investigaba las
fijaciones de la libido y, sobre todo, el complejo de Edipo.36 Ante esto, cabía
preguntarse, con razón, si la terapia psicoanalítica, al hacer desaparecer la
represión, no transforma quizá el trauma inconsciente en complejo conscien­
te. Pero esta reflexión no cuadraba en todo caso en los presupuestos freudia-
nos. Su teoría llevaba a Freud a afirmar que, tanto el acceso a la conciencia,
con la ordenación de los factores traumáticos en el contexto consciente, como
su reelaboración emocional, operaban al unísono una disolución y supresión
del complejo. Freud consideraba, así pues, que traumas y complejos, o bien tenían

33 C. G. Jung, “Allgemeines zur Komplextheorie”, p. 18 (Ges. Werke, VIII, p. 117).


34 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, pp. 21 s. (Ges. Werke, VIII, p. 12).
35 Véanse las pp. 55 s.
36 Freud adoptó ya en 1906 el término “complejo” de la Escuela de Zurich, utilizándolo a
partir de entonces. S. Freud, “Tatbestandsdiagnostik und Psychoanalyse”, 1906 (Ges. Werke, VII,
pp. 4 ss.). También la expresión “complejo núcleo de la neurosis” se remonta al año 1908. S.
Freud, “Über infantile Sexualtheorien”, 1908 (Ges. Werke, VII, p. 176).
34 COMPLEJO Y TRAUMA

un carácter inconsciente o, en caso de llegar a ser reelaborados y sublimados, quedaban


“eliminados”.
Para Jung, el tema era más complicado. Coincidía con Freud en que los
complejos con tinte emocional eran, en su mayoría, inconscientes. Pero esta
cualidad no era necesariamente consecuencia de una represión de contenidos conscientes
realizada tiempo atrás. Como veremos, podía estar basada en el desconocimien­
to y la extrañeza producidos por nuevos procesos que se abren paso en el
inconsciente.37 Respecto al grado de inconsciencia, es posible establecer toda
una escala de estados de los complejos inconscientes. Éstos varían desde la
inconsciencia relativa -como en el caso de los actos fallidos-, pasando por
casos de mayor independencia o autonomía,38 hasta aquellos propios de la
alienación declarada, donde la inconsciencia es total. A mayor grado de
inconsciencia, tanto más incorregible e incontrolable es el complejo. Jung
coincidía en esto con Freud.
Sin embargo, Jung seguía afirmando la existencia de complejos conscientes,
por lo que era posible corregir y controlar su comportamiento en la concien­
cia. ¿Qué es un complejo consciente? Jung no creía que fuera un “mero”
conocimiento por parte del individuo de la existencia de afectos portadores
de un complejo. El conocimiento de una mancha de Mariotte en el alma no
impedía la aparición de efectos inconscientes, al igual que, a la inversa, su
desconocimiento no ofrecía ninguna garantía de que el complejo pudiera
controlarse. Para Jung, más importante que la cualidad de consciente del
complejo era su mayor o menor concienciabilidad, el mantener conscientes tanto
las contradicciones afectivas como el significado psicológico del núcleo,3940a
base de la interpenetración de lo “consciente” y lo “inconsciente”. Aunque
esta concienciación fuera unida a un incremento de fuerza psíquica y una
mejor adaptación al entorno, esto no quiere decir, en modo alguno, que el
complejo desaparezca necesariamente, como afirmaba Freud. Jung siempre
defendió que, en complejos de importancia capital, siempre había una parte impor­
tante, aunque indeterminada, del núcleo afectivo que permanecía inconsciente, del
mismo modo que no había ningún contenido consciente en el que no tuviera su parte la
oscuridad del inconsciente.40 Esto no debe representar desventaja alguna para la
persona, puesto que también puede serle beneficioso vivir consciente de su
complejo.

37 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, p. 21, nota (Ges. Werke, VIII, p. 11, nota).
38 Véanse las pp. 35 ss.
39 Véase la p. 244.
40 Véase la p. 287.
III. LA AUTONOMÍA DEL COMPLEJO INCONSCIENTE

1. C omplejo del yo y complejo a utó no m o

E l concepto d e psique como un todo cuyas partes están interrelacionadas, concepto


que no excluye la independencia relativa de éstas, e s d e im p o r ta n c ia c a p ita l p a r a la
c o m p r e n s ió n d e la p s ic o lo g ía j u n g u ia n a .

Aunque las partes están interrelacionadas, poseen una relativa independencia,


hasta el punto de que algunas de ellas nunca o rara vez entran en asociación con
el yo.1

A estas partes independientes, caracterizadas por unas leyes propias, las


llamó Jung complejos autónomos. Aunque el descubrimiento de estos contenidos
inconscientes tenía relación con hechos investigados ya por Janet (“existences
secondes”) y por Freud (fenómenos de posesión y obsesiones), el problema de
la autonomía en la psicología de Jung logró una insospechada profundización
con la inclusión del nivel del sustrato colectivo profundo (el inconsciente
colectivo). En principio puede establecerse que los complejos impersonales2
de la vida anímica poseen tal grado de autonomía y espontaneidad que el
individuo los experimenta como algo sumamente extraño, de un insólito
poder mágico. Todos ellos provienen de la oscura esfera del inconsciente, y
muestran una. preponderancia incuestionable sobre la realidad consciente.
En los comienzos, Jung pisaba tierra más o menos conocida: entre todos
los complejos tipificó el complejo del yo como “el conjunto más sólidamente
asociado de la psique”, aquel que estaba unido indisolublemente al “tono
emocional vital del propio cuerpo”. Aunque veía en él el “centro específico
de la individualidad”3 (más tarde, de la psique), de cuya posición en la
totalidad dependía fundamentalmente la salud de la persona, era sin embar­
go un complejo más entre otros muchos. En la medida en que mantuviera su
armonía con el trasfondo inconsciente, afirmaba su carácter de centro. Pero,
si se independizaba de su sustrato, lo que según Jung ocurría en los casos de
incremento y absolutización del tono emocional del yo y de las repre­
sentaciones unidas al mismo, surgían un segundo o varios complejos disocia­
dos (en Freud: traumas, como consecuencia de la defensa por parte del yo).

1 C. G. Jung, “Die psychologischen Grundlagen des Geisterglaubens”, 1919 (Ges. Werke,


VIII, p. 347).
2 Véanse las pp. 40 s.
3 C. G. Jung, “Die psychologischen Grundlagen des Geisterglaubens” (Ges. Werke, VIII,
p. 347).
35
36 LA A U T O N O M ÍA DEL CO M PLEJO IN C O N S C IE N T E

El complejo del yo ya no es, en cierto modo, la persona entera, sino que existejunto
a él un segundo ser que pervive a su modo e impide y perturba la evolución y
progreso del complejo del yo...4

En tales casos de disociación del yo de los complejos parecía como si se diera


u n a form a d e “g o bierno paralelo al com plejo del yo”, con intenciones propias
q u e se atravesaban y entorpecían la consecución d e los fines y ol jetivos del
yo y q u e “m antienen u n a constante y lograda com petencia con las interaccio­
nes del com plejo del yo”.5 Lo más relevante d e este g obierno paralelo era que
el com plejo inconsciente, indep en d ien tem en te de su intensidad, que de suyo
h u b iera exigido traspasar el um bral de la conciencia, seguía activo con toda su
tensión en el inconsciente, algo que Fre u d ya había señalado. I nconscientc, oculto
al yo, p ro teg id o p o r u n a oscura totalidad, incluso sus efectos, se sustraía
totalm ente a la acción del yo. M ientras que J a n e t puso el acento en los efectos
persistentes, y F reud lo hizo en la repetición obsesiva de los contenidos
derivados, Ju n g , ap a rte de todo lo anterior, resaltó com o característica de
todo com plejo dinám icam ente cargado su “afán d e au to n o m ía”.6 Esta pro­
p ied ad la situó en la tendencia a la prcvalencia del com plejo frente a la psiejue
consciente, p ro p ied ad que F reud atribuía fun d am en talm en te a la represión.
Ya hem os indicado que estas unidades operativas autónom as no eran sólo
p ro d u c to de la división del yo, sino tam bién m anifestación d e u na retirada
espontánea de energía p o r p arte de la propia psique inconsciente, es decir, de
u n a fuga esp ontánea de u n pensam iento del com plejo.7 Con los años amplió
J u n g notablem ente la observación hecha en 1907: descubrió q ue el poder de
fascinación de los com plejos autónom os d ep e n d ía d e la presencia, ignorada
p o r el yo, de u n a p ropiedad, d e u n “algo inconsciente” q u e funcionaba con
in d ep en d en cia de nuestra conciencia® y era “inaccesible a n u estra crítica”.
Este “algo” excepcional producía los efectos m ás dispares: podía ser la base
de procesos creativos -com o en el caso de los com plejos im personales, sobre
to d o -, p e ro tam bién podía provocar perturbaciones negativas, hasta peligro­
sas. Le era p ro p io un carácter im perativo a m en u d o asom broso: no en pocas
ocasiones se com portaba com o un “mal espíritu” q u e ideara toda clase de
tretas y com etiera desafueros. En 1936, J u n g form uló estas apreciaciones del
siguiente m odo:

Como demuestra el experimento asociativo, los complejos interfieren los procesos


volitivos y reducen el rendimiento de la conciencia; provocan trastornos en la me­
moria y atascos en el curso de la asociación; aparecen y desaparecen, obedeciendo
sólo a leyes propias; perturban la conciencia temporalmente, o influyen de manera
inconsciente en la expresión verbal y en los actos. Se comportan como si fueran
4 C. G. J u n g , Denientia praecox, p. 53 (Ges. Werke, III, p. 53).
5 C. G. J u n g , “Ü b er das V erh alten d er R eaktionszeit b eim A ssoziation sexp erim en t”, en
Diagnostische Assoziationsstudien, I, p. 211.
6 C. G. J u n g , “P sychoanalyse u n d A ssoziation sexp erim en t”, en Diagnostische Assoziationsstu­
dien, I, p. 2 7 5 .
7 C. G. J u n g , Dementia praecox, p. 50 (G «. Werke, III, p. 51).
8 V éa n se las p p . 2 7 5 ss.
37
LA AUTONOMÍA DEL COMPLEJO INCONSCIENTE

anorm ' y°2*S*?utónom°s, lo que se pone de manifiesto sobre todo enilos


mental3 CS ^ eSan incluso a cobrar personalidad propia en las voces del en e
V otra*’»? SemeJanza <?e los espíritus que se manifiestan en la escritura automática
a estadr»«CniCa1i >^rec*^as' reforzamiento del fenómeno del complejo conduce
múltiples Pat, gicos que no son más que disociaciones más o menos amplias o
’ en as clue cada fragmento posee una vida propia inexpugnable.9*

alucinaciones8 *^uPc*<Jfles del complejo inconsciente se cuentan no sólo las


permite exnres * ^ adenadas»s‘no también el fenómeno de las “voces”, que
significativa« «ar Pensamientos propios.»» Los pueblos primitivos han hecho
carácter Drover»^61*!?*1? 38 COn ^os “espfritus”, en las que se confirma el
er Proyectivo de los contenidos inconscientes.

complejos inconscientestîu^ desde el Punto de vista de la psicopatología, son


asociación S o J Í y * ” ™proyección exteriorizada [pues de suyo no poseen

el lugar de u n a a d ^ t ^ ? ^ 813'jan aS*conten*dos que, o bien venían “a ocupar


o t r a u n a perdl da” del individuo, o trataban de sustituir por
otra una actitud de todo un pueblo que se hubiera vuelto inadecuada.»

nueva ” ^ UÍente’ los esPíritus son pensamientos mórbidos o ideas completamente

C?.n SU l,c° ría de la autonomía de los complejos inconscientes, inde­


pendientes del yo, Jung daba el contragolpe más sensible a la psicología de la
conciencia todavía imperante. Al mismo tiempo reforzaba de manera signifi­
cativa los fenómenos de la posesión y la compulsión observados por Freud.

2. E l complejo inconsciente como personalidad parcial

Jung identificó en los complejos autónomos una propiedad que ya había


indicado, en su tesis doctoral, como característica de la psique sonámbula.
Todos los conocimientos que adquirió siguiendo en la línea de la tipificación
de fenómenos de double conscience y de las existences secondes de los psicopató-
logos franceses (Azam, Richer, Binet, Janet, entre otros) pudo confirmarlos
rotundamente en sus investigaciones sobre los complejos. Llegó a la conclu­
sión de que el complejo inconsciente representaba una personalidad parcial
inconsciente de la psique, cuyo carácter de personalidad estaba fuertemente
9 C G hing “Psychologische Determinanten des Verhaltens”, 1936 (Ges. Werke, VIII, p. 140).
»oC. G Jung, “Die psychologischen Grundlagen des Geisterglaubens” (Ges. Werke, VIII, p.
347, nota).
38 LA AUTONOMÍA DEL COMPLEJO INCONSCIENTE

acusado. Dicha teoría, en oportuna coincidencia con su concepción de la


unidad interna del complejo, era diametralmente opuesta a la de Freud,
según la cual existe una predisposición esencial de las vivencias traumáticas
a dividirse en sus componentes elementales: sentimiento y representación.
En lo relacionado con la tendencia a la independencia y personificación de los
complejos inconscientes pudojung remitirse ampliamente a las investigacio­
nes de Janet, quien ya en 1889 indicó el carácter de personalidad de ciertas
estructuras inconscientes parciales, en especial las existences secondes, en enfer­
mos histéricos. Como pudo comprobar también Jung, en ambas propiedades
se manifestaba una tendencia a la sistematización de las representaciones en
torno al núcleo estable, hasta formar un centro de la personalidad -hecho que
ya le había llamado la atención en el elemento nuclear (1928)- y observó la
existencia de representaciones y sentimientos propios, asi como de una
memoria autónoma. Aunque Jung consideraba cuestión aún no resuelta la
existencia, propugnada por Janet, de un “yo” propio, le parecía que los
complejos inconscientes tenían en común con las personalidades parciales
oljservadas por Janet “todos los rasgos esenciales... hasta la delicada cuestión
de la conciencia parcial”.14 Se le hizo evidente que el complejo inconsciente
disociado representaba una “pequeña personalidad aislada”,15 incluso una
“personalidad independiente ”.16
Pero la tendencia a la personificación y a la independización del complejo
inconsciente no era, ni mucho menos, un simple fenómeno patológico, aun
cuando siempre pudiera detectarse en los fenómenos de la alucinación, de la
formación alienada y de la posesión. A este respecto habían resultado valiosas
para Jung, sobre todo, las investigaciones de Morton Prince y Janet, puesto
que habían demostrado que al amplificarse el grado de inconsciencia podían
producirse fragmentaciones de la psique inconsciente que se divide en cuatro
y hasta en cinco personalidades parciales, cada una de las cuales tiene su
memoria específica. Fenómenos parecidos pudo comprobar Jung en la
psique de los primitivos. Así, por ejemplo, su creencia en los demonios o en
el retorno de las almas de los difuntos, apuntaba sin duda a esta idea de una
multiplicidad de almas. Pero la prueba más sólida de la existencia de tendencias
personificad oras ^n la psique “normal” la halló Jung en las figuras psíquicas
de los cuentos infantiles, de los sueños y de los mitos. Era interesante que
p u d ie ra n com probarse siempre, en estos productos de la imaginación, aspec­
tos esenciales de la personalidad humana, tales como propiedades típicas o
m odos de comportamiento característicos, formas de reaccionar recurrentes,
en forma de personificaciones y de motivos independizados.
De tales comprobaciones dedujo Jung que la psique individual no consti­
tuye un todo indivisible, sino que puede escindirse en personalidades parcia­
les. Así, en 1936 destacó la propiedad de lapsique de disociarse, aun cuando no
pensaba ni mucho menos en una destrucción de las unidades vivenciales.
14 C. G. Jung, “Allgemeines zur Komplextheorie” (G e s . W e r k e , VIII, p. 112).
15 C. G. Jung, “Die Probleme der modernen Psychotherapie”, 1929(G «. W e r k e , XVI, p. 60).
16 C. G. Jung, W a n d l u n g e n u n d S y m b o le d e r L ib id o , 1912, 2a. ed., 1924, p. 32.
LA AUTONOMÍA DEL COMPLEJO INCONSCIENTE 39

Divisibilidad significaba que había partes de la psique que podían separarse hasta
tal punto de la conciencia que no sólo aparecían como extrañas, sino que llevaban
también una vida autónoma. No era necesario que se tratase de fenómenos
¡!*st^ricPs de doble personalidad, ni de alteraciones esquizofrénicas de la persona­
lidad, sino podía tratarse de meros complejos dentro del ámbito de lo normal.17

Hay que decir claramente, por el contrario, que las partes separadas se
presentaban, por regla general, en unidades de complejo completas, o en forma
de personalidades parciales. A diferencia del mecanismo de disociación de
afecto y representación que Freud asumía en el caso de los mecanismos de
represión, Jung sólo suponía la existencia de una destrucción del complejo
vivencial18 cuando se daban determinados fenómenos psicóticos. Tampoco
en su experiencia iba unida la neurosis con una destrucción de complejos,
sino que, como ya había recalcado Jung en sus estudios sobre la asociación,
dicha enfermedad se basaba en una disociación de dos unidades complexivas,
o personalidades separadas, que se excluían recíprocamente, pero conserva­
ban su plena integridad.
Anticipándome a lo que expondré más adelante quisiera indicar que, en
1946, Jung llegó por fin a la concepción de la divisibilidad de la psique como
una propiedad general de la misma, que se da tanto en las personas enfermas
como en las sanas. Y esta convicción trató de expresarla en la idea de la
disociabilidad de la psique.19 La importancia de esta teoría residía en el hecho
de que ponía en tela de juicio, por una parte, el prejuicio de la unidad y
superioridad del complejo del yo, y, por otra, la creencia en una unidad del
individuo dada a priori. Aun cuando en el alma humana dormitara una
imagen de unidad (arquetipo del sí mismo), esta unidad no existía ni mucho
menos de antemano, sino que era, antes bien, la idea de un fin hacia el que
se orientaba el desarrollo del individuo. Pero, de todos modos, precisamente
esta constatación resultaba fructífera en relación con la posibilidad de proce­
sos de integración de contenidos todavía inconscientes. Ponía en evidencia el
hecho de que no sólo derivaba el surgimiento de la conciencia de una unión
de islas de conciencia todavía inconexas, sino que también el ensanchamiento
de la conciencia mediante neoformaciones creativas20 se debía a una integra­
ción paulatina de contenidos inicialmente oscuros pero capaces de llegar a
hacerse conscientes.

17 C. G. Jung, “Psychologische Determinanten des Verhaltens” (G es. W e rk e , VIII, p. 140).


18 C. G. jung, “Die Schizophrenie”, en S c h w e iz e r A r c h i v f ü r N e u r o lo g ie u n d P s y c h ia tr ie , LXXXI,
1958, cuaderno I/II, p. 176 (G es. W e rk e , II, p. 331).
19 C. G. Jung, “Theoretische Überlegungen zum Wesen des Psychischen”, 1946, aparecido
por primera vez en D e r G e is t d e r P s y c h o lo g ie , p. 405 (G es. W e rk e , VIII, p. 202).
20 C. G. Jung, Ü b e r d ie E n e r g e tik d e r S e e le , p. 21, nota (Gm. W e rk e , VIII, pp. 11 s., nota 17).
40 LA AUTONOMÍA DEL COMPLEJO INCONSCIENTE

3. C omplejos personales e impersonai.es21

N o p u edo dejar de m encionar aquí, por m or de la interrelación existente


entre los distintos problemas del complejo, aun cuando me anticipe a lo que
expondré más adelante, el descubrimiento del complejo impersonal.22Y lo cierto
es que este reconocimiento, no sólo de un contenido de sentido humano-universal,
sino también de un fondo atemporal de las configuraciones psíquico-incons­
cientes, file el que impulsó la psicología del complejo de m odo aún insospe­
chado. Puso a j ung en situación de conocer la fundam ental biestratificación del
complejo inconsciente. El complejo indicaba la existencia, por una parte, de
contenidos que se habían separado de la conciencia y, por otra, de otro tipo
de contenidos que, por su extrañeza y su inalterabilidad, por la fascinación
que ejercían y el efecto de posesionainiento que tenían, participaban de un
sustrato profundo que superaba lo personal.
A diferencia de lo que ocurría con las reminiscencias a las que cabía atribuir
un carácter personal, esas ideas conmocionadoras procedían

de una atemporalidad, de algo que siempre había estado ahí, de un fondo


primigenio maternal, anímico, del que brota el efímero espíritu de la persona
individual como una planta que florece, da su fruto y su semilla, se marchita y
perece. Las ideas provienen de un algo más grande que el hombre personal. No
somos nosotros quienes las hacemos, sino que a través de ellas se nos hace.23

El supuesto establecido por Ju n g de una doble estratificación de los


complejos inconscientes no encuentra nada análogo en el psicoanálisis. La
psicología de Freud no sólo se basaba, hasta finalizar la segunda década, en
la suposición de que los contenidos deberían entenderse fundamentalmente
como personales, sino que, también en su obra posterior, en la que comple­
m entaría los motivos ontogenéticos con motivos filogenéticos, sobre todo por
medio de la herencia arcaica, el fundador del psicoanálisis rechazó radical­
m ente la hipótesis de un inconsciente colectivo, atem poral .24 Aparte de ciertas
concesiones a la existencia de recuerdos históricos procedentes de la prehis­
toria, la psicología de Freud, y en especial su psicoterapia, tenía un funda­
m ento esencialmente personalista.
Con la introducción de ios complejos inconscientes en el universal fondo
primigenio de la vida anímica del hom bre surgían im portantes consecuencias
para la psicología de J ung, sobre todo para su psicoterapia, pues en la medida
21 En el capítulo V III, sección 2, se amplía lo dicho aquí acerca d e la psique im personal.
22 Mientras que J u n g entendía por contenidos “personales” representaciones tales que, o
bien pertenecían al com plejo del yo o se habían disociado del yo y estaban apartadas, y que por
tanto se com ponían siem pre de reminiscencias producidas en el curso d e la propia vida, los
contenidos “im personales” procedían fundam entalm ente del fondo atem poral y colectivo de la
psique, lo que hacía que se presentaran com o algo totalm ente in d ep en d ien te del yo de los
recuerdos personales.
23 C. G. J u n g , “Der G egensatz von Freud und J u n g ”, 1929, en Seelenprobleme der Gegenwart,
p. 74.
24 V éase la p. 133.
LA AUTONOMÍA DEL COMPLEJO INCONSCIENTE 41

e n q u e lo s c o m p le jo s p articip ab an d e la n atu raleza su p r a p e r so n a l d e la


p siq u e , a p u n ta b a n a p ro b lem a s q u e n o afectaban ú n ic a m e n te a la h u m a n id a d
e n c u a n to tal, sin o ta m b ién al su e lo n u tric io d e los p ro ceso s crea d o res.
C o n te m p la d o s ter a p é u tic a m e n te , estos p ro b lem a s en cerr a b a n tam b ién la
cla v e q u e p erm itía a b ord ar los p a d ecim ie n to s p síq u ico s d el h o m b r e d e sd e sus
p r o p ia s p r o fu n d id a d e s. F ren te a la red u cció n d e los p ro b lem a s q u e gravitan
so b r e lo s se res h u m a n o s a con flictos se x u a le s y p erso n a le s d e la in fan cia, tal
c o m o F r e u d h ab ía p r o p u e sto , la visión d e las b ases im p e rso n a les d e la p siq u e
ab ría nuevas perspectivas que, al tiempo de sobrepasar el ámbito de lopersonal, también
rebasaban el de lopatológico, p u e s e n fu n ció n d e su o r ig en e n la p siq u e colectiva,
a p u n ta b a n a c o n te n id o s q u e se hallaban m ás allá d e la “salu d o la e n fe r m e ­
d a d ” , in c lu so m ás allá “d el b ien y d el m al”. P o d e m o s afirm ar, co n J o la n d e
J a co b i, q u e

Lo que procede del inconsciente colectivo no es nunca material patológico. Sólo


pu ed e ser patológico lo que procede del inconsciente personal y ha experim entado
allí esa modificación específica procedente de su inmersión en una esfera de
conflicto individual.25

25 J•Jacohi. K o m p le x , A rc h e typ u s, S ym b o l, 1957, p. 30.


IV. LOS CONFLICTOS PSÍQUICOS Y EL COMPLEJO

E st a r íaincompleta una exposición de la psicología del complejo sin mencio­


nar el conflicto psíquico. De hecho, ambos investigadores, Freud y Jung, vieron
en el conflicto, en especial en el conflicto moral, una im portante causa de la
formación de complejos (traumas). Y también com prendieron que, a la
inversa, al aum entar la intensidad, también el complejo traumático podía
convertirse en punto de partida de tensiones y conflictos.
Acorde con su interés por el origen de las neurosis, Freud empezó por
enfocar el conflicto neurótico. Uno de sus primeros e importantes logros
científicos estuvo relacionado con la comprobación de la existencia de un juego
de fuerzas, rico en tensiones, que se desarrollaba entre afectos contrarios. Y este
descubrimiento iba asimismo unido a su apartam iento de la teoría hipnoide
de Breuer, que había visto la disposición histérica en determinados estados
oniroides . 1 A saber: se le antojaba que el conflicto psíquico tenía menos que
ver con la degradación de las funciones psíquicas que, por el contrario, con
un plusrendim icnto de la psique. Tanto si Freud atribuía este tipo de
situación conflictiva a la contraposición entre tendencia volitiva consciente y
“contravoluntad” inconsciente; tanto si veía en ella la oposición de yo y
traum a, o también, más tarde, de pulsión de autoconservación y pulsión
sexual, de miedo al incesto y deseo incestuoso; o si, finalmente, resaltaba la
tensión existente entre el yo y el ello, el conflicto psíquico culminaba básica­
mente en el hecho de la existencia de tensiones afectivas. En todo caso, la
intelección de los conflictos patógenos requería una nota más. Para que
adquiriese carácter patógeno, no bastaba con que subsistiera un conflicto
infantil latente, sino que se requería asimismo la tendencia a huir ante una
dificultad y reavivar, mediante la regresión, los puntos defijación de una edad más
temprana. Mientras que, en los casos normales, el conflicto podía ser objeto de
elaboración, frenándose así la tendencia a la repetición, en la persona neuró­
tica la tensión entre afectos contrarios se mantenía inconsciente, y por tanto
sin elaborar, de modo que los síntomas permitían reconocer el cuadro de una
lucha en la que no se había llegado a ningún desenlace. De m anera explícita
destacaba Freud en su teoría de la neurosis que “no había que confundir... el
conflicto patógeno con una lucha normal entre incitaciones psíquicas... Trá­
tase de una disputa entre fuerzas de las cuales una ha llegado hasta el escalón
de lo preconsciente y lo consciente, mientras que la otra se encuentra detenida
en la grada de lo inconsciente” .2
El resultado visible de esta disputa eran los síntomas neuróticos, que eran
1 S. Freud, “Die Abwehr-Neuropsychosen” ( G e s . W e r k e , I, p. 60). Cf. asim ism o Breuer y
Freud, S t u d i e n ü b e r H y s t e r i e , 1895, 2a. ed., 1909, p. 192.
2 S. Freud, V o r l e s u n g e n z u r E i n f ü h r u n g i n d i e P s y c h o a n a l y s e ( G e s . W e r k e , XI, pp. 449 s.).
42
LOS CONFLICTOS PSÍQUICOS Y EL COMPLEJO 43

en cada caso expresión de una oposición teñida de afecto y que había quedado sin
elaborar.
También para Jung residía el conflicto psíquico en una tensión contradic­
toria, en una “contradicción afectiva”, ya fuera entre el ethos y la sexualidad,
entre pretensión individual y norma colectiva, o entre naturaleza y espíritu.
Aun cuando también veía en el conflicto la condición de toda neurosis,3 veía
en él un hecho que, a diferencia de como lo veía Freud, debía describirse y
entenderse partiendo fundamentalmente de \a psique normal. Jung se orien­
taba siempre asumiendo el punto de vista de la personalidad en su totalidad. Es
decir: el conflicto era para él un inevitable hecho de la vida y de su proceso evolutivo,
que no había que juzgar sin más como algo negativo. El conflicto delataba,
por el contrario, en última instancia -tal como ya lo había expuesto Jung en
1912-, una tensión de vital importancia para la construcción del individuo,
una tensión fundamental entre “querer y no querer ”,4 entre crecimiento y
voluntad de muerte. En él aparecían los polos de la vida anímica, no sólo en
forma de oposición entre interior y exterior, entre exigencia externa y ley
interna, sino también en forma de una dinámica de fases del propio proceso
vital que discurrían en sentido contrario .5 Como acontecimiento enraizado
en lo hondo de la existencia humana, característico tanto de la psique normal
como de la psique enferma, expresaba, indistintamente de si lo hacía con
signo positivo o negativo, “la aparente imposibilidad... de que pudiera [jamás]
afirmarse la totalidad del ser humano”.*
Por ello, visto desde la totalidad, el grado de disociación era decisivo para
el surgimiento de un conflicto neurótico. Mientras los opuestos se mantenían
unidos, podía considerarse normal el conflicto. Pero cuanto más se separasen,
favoreciendo un estado de “desacuerdo consigo mismo”, tanto más probable
era la aparición de una neurosis. Surgía así una disociación de la psique,7 una
circunstancia en la que los polos opuestos se mantenían separados por una
fuerte tensión emocional.8 A diferencia de Freud, para el que la neurosis
siempre indicaba la presencia de un componente inconsciente reprimido. Jung
reconocía asimismo en el conflicto neurótico una tensión de contradicción,
en la que las contradicciones no se limitaban a estar representadas por dos
personalidades parciales que mantenían su integridad por separado, sino que, en todo
caso, se conservaba también la unidad de la personalidad total. Carácter total­
mente distinto mostraba la disociación psíquica en los fenómenos psicóticos:
en éstos no era raro que adoptara la forma de meros fragmentos de formas
de la personalidad, es decir, de restos de contenidos dotados de sentido .9
3 C. G. ju n g , W a n d l u n g e n m i d S y m b o le d e r L i b id o , p. 167.
4 I b i d ., p. 168.
5 Véase la p. 209.
6 C. G. Jung, “Allgemeines zur Komplextheorie”, p. 12 (Gm. W e r k e , VIII, p. 113). (La cursiva
es mía.)
7 C. G. Jung, Ü b e r d i e E n e r g e t ik d e r S e e le , pp. 55 s. (G e s . W e r k e , VIII, p. 36).
8 C. G. Jung, “Psychoanalyse und Assoziationsexperiment” en Diagnostische Assoziationsstu­
dien, I, p. 279.
9 C. G. Jung, “Psychologische Determinanten des menschlichen Verhaltens” (G e s . W e r k e ,
VIII, p. 141).
44 LOS CONFLICTOS PSÍQUICOS Y EL COMPLEJO

Había también otras características en las que se diferenciaba Jung de


Freud: mientras Freud derivaba todo conflicto neurótico del adulto de una
contradicción que tenía sus raíces en la infancia, Jung colocaba el punto de
gravedad del origen de las neurosis en el presente y en la actitud actual del
individuo. Era también por tanto la elaboración del conflicto actual lo que
resultaba decisivo para el éxito de la psicoterapia.
Y asimismo era muy distinta la valoración del conflicto moral en un
psicólogo y en otro. Mientras que Freud siempre comprobaba en este caso la
colisión que se producía entre norma cultural y deseo pulsional, colocando
siempre el polo inconsciente en el lado de la inmoralidad, Jung rechazaba
esta catalogación. En su opinión, el polo inconsciente podía tener tanto carácter
moral como inmoral Mientras que Freud, hasta los años treinta, siguió consi­
derando siempre al yo como portador de valores morales, y para él tenía
validez la ecuación: inconsciente = teñido pulsionalmente = inmoral,10 Jung
estableció la relación inversa. No era raro que fueran precisamente las
tendencias morales las que eran inconscientes y permanecían desconocidas
para el individuo, ya porque éste las pasara deliberadamente por alto y
prefiriese “olvidarlas”, o bien porque tuviera primero que librarlas de las
ataduras de vivencias inconscientes. Pero, sobre todo, el reconocimiento por
parte de Jung de las neoformaciones creativas11 ponía de manifiesto una
diversa interpretación del conflicto psíquico. En tales conflictos, uno de cuyos
polos estaba determinado por un contenido que empezaba por formarse en
las profundidades del inconsciente y que seguía siendo en gran medida
desconocido, la contradicción trazaba un amplio arco que llegaba hasta lo
arcaico del inconsciente y que, en consecuencia, contraponía grandes dificul­
tades a su devenir consciente. Puesto que en el sistema freudiano no había
lugar para estas neoformaciones espontáneas, Jung tampoco podía remitirse
a él en este punto.

Situación que, en esencia, no cambió después de la introducción y diferenciación del


superyó.
11 C. G. Jung, Ü b e r d ie E n e r g e tik d e r S e e le , p. 21, nota (G es. W e rk e , VIII, pp. 11 s„ nota).
V. SOBRE EL SENTIDO DEL COMPLEJO

A un c u a n d o el complejo inconsciente delataba una insuficiencia personal,


sensiblerías y sentim ientos de inferioridad, Ju n g reconoció en todo caso
la posibilidad de concebir que lo bajo, lo inferior, pudiera, dirigiendo la vista
a la grandeza”, a lo superior, a lo suprapersonal de la vida anímica, dar lugar a
elevarse por encima de concepciones demasiado estrechas. En marcada
diferencia con Freud, que valoraba de modo preponderantemente negativo
la existencia de un conflicto neurótico, Jung dedujo la posibilidad de dar
sentido positivo incluso al complejo incompatible, no sólo de la tensión
contradictoria de la dinámica inmanente, sino también de la experiencia de
que lo patógeno también lleva en sí, por regla general, el germen de lo curativo. Como
tendremos ocasión de ver, cuando la actitud del individuo es adecuada, puede
contenerse la fuerza de atracción del complejo, que induce a la regresión,
para dejar lugar a un enfoque simbólico.l
La importancia del punto de vista finalista había sido ya reconocida por
Alfred Adler, aun cuando fuera una relación con una psicología basada en
pulsiones de poder. El mérito de este psicólogo consistió en entender la “línea
directriz”, la “ficción guía”, construida de manera inconsciente a partir de
sentimientos de minusvalía y de inseguridad ,2 por una parte, como medios
para “elevar el sentimiento de la personalidad ”3 y, por otra parte, como “acto
preparatorio” para una “inversión de los valores”.
Ju n g fue más allá en la medida en que defendió con toda claridad el punto
de vista de que no existía ninguna experiencia vital teñida emocionalmente,
ninguna lesión anímica, ninguna actitud vital con fuerte acentuación comple-
xiva, que no pudiera servir, con gran provecho, como motivo para profundi­
zar la propia visión, para tomar mayor conciencia de la personalidad y
ensancharla. El complejo inconsciente perdía su pleno sentido si sólo se veía
en él un mero cúmulo de situaciones contrarias y penosas. Era propio de la
dignidad humana ver también en él un punto de partida para el propio progreso
espiritual, para una confrontación consciente con las ocultas contradicciones
de la persona, es decir con los “síes” y los “noes” que escapaban a su conciencia.
Sobre la base de tales experiencias llegó Jung a la convicción de que los
complejos representaban ante todo “puntos focales y nodales de la vida psíquica".

Es obvio que los complejos son una especie de inferioridades en el sentido más
amplio, a lo que tengo que añadir en seguida que tener complejo o complejos no
significa inferioridad sin más. Lo único que quiere decir es que subsiste una cierta
1 Véase la p. 177.
2 A. Adler, Über den nervösen Charakter, 1912, 4a. ed., 1927, pp. 25 s.
3 Ibid., p. 24.
45
46 SOBRE EL SENTIDO DEL COMPLEJO

falta de unidad, algo de inasimilado, de conflictivo, que constituye quizá un


obstáculo, pero también un estímulo para llevar a cabo esfuerzos mayores, con lo
que quizá se abre también una nueva posibilidad de éxito. Los complejos son, en
este sentido, puntos focales y nodales de la vida psíquica de los que no debería
prescindirse, que no deberían faltar, pues de lo contrario la vida psíquica llegaría
a un estancamiento fatal.4

De todo lo cual se deducía que el complejo inconsciente no era una mera


minusvalía, sino que representaba también un plusvalor. No era sólo el talón de Aquiles
de la vida psíquica; no era sólo el lugar de la derrota. ¡Podía ser también el lugar de
la victoria!
Si tratamos por último de resumir los diversos aspectos del complejo
resultantes de las investigaciones junguianas: emocionalidad y fundamento
arquetípico por un lado, tendencia a la autonomía y personalidad parcial por
otro, la unidad e integridad de la psique, así como la autonomía y la
incompatibilidad con el yo, podemos decir con Jung:

Es el cuadro de una determinada situación psíquica, teñida de vivos tonos emocio­


nales y que, además, se muestra incompatible con el estado o actitud habitual de
la conciencia. Este cuadro, esta imagen, presenta una fuerte cerrazón interior;
posee su totalidad propia y dispone, asimismo, de un grado de autonomía relativa­
mente alto, es decir, que sólo en escasa medida se somete a las'disposiciones de la
conciencia, por lo que se comporta en el espacio de la conciencia como un corpus
alienum dotado de vida propia...5

4 C. G. Jung, “Psychologische Typologie”, 1928, conferencia (Ges. Werke, VI, p. 573).


5 C. G. Jung, “Allgemeines zur Komplexthcorie”, p. 10 (Ges. Werke, VIII, p. 111).
S egunda Parte

DE LOS “MECANISMOS” PSÍQUICOS


A LA PERSONALIDAD EN SU CONJUNTO
VI. DE LOS MECANISMOS PSÍQUICOS EN GENERAL
T anto si Jung se aplicaba al estudio del experimento asociativo, del complejo o
de un síntoma neurótico, tanto si enfocaba la autonomía de la psique a sus fenó­
menos disociativos, la imagen directriz que guiaba sus exposiciones, de manera
más o menos explícita, era la idea de lopsíquico en su totalidad, imagen que cada vez
se presentaba con mayor claridad a partir de su separación de Freud.
La idea de un todo más comprensivo había ocupado desde el comienzo el
punto focal de su interés. Ya en sus años de estudiante, cuando se ocupaba
de la Filosofía, se había visto prendido por la idea del “homo maximus, del que
cada individuo no es más que una copia”. Aun cuando sólo más tarde
introdujera en la psicología la expresión de “sí mismo” o de “centro de la
personalidad”, esta idea, como imagen directriz oscura e inconsciente, siem­
pre obró en él.
Nada tiene de casual que fuera la definción que hace Krafft-Ebing de la psicosis
como “enfermedad de la persona” lo que, incidiendo en él como la luz de un
rayo, despertó la idea de una personalidad que lo abarcara todo. E igualmente le
impresionó la observación hecha por Janet sobre la neurosis como “maladie de la
personality”, o de la histeria como división de la personalidad.1
Es cierto que su contacto con los trabajos de Freud, a comienzos de siglo,
trajo consigo inicialmente una cierta interrupción del desarrollo natural de
los comienzos de su propia psicología. Lo que le fascinó no fue sólo la metodo­
logía propia de las ciencias naturales, sino también la novedad de los plantea­
mientos freudianos, que situaban en el centro de la psicoterapia al sujeto y su
biografía. Bajo la fuerte impresión de la teoría de la neurosis de Freud, Jung
retrajo la idea de su propio objetivo, orientado a una visión de conjunto de
personalidad humana vista en primer plano, con la inclusión de “la grandeza
que la habita”, para dedicarse primeramente a comprobar los resultados
psicológicos de Freud por medio del método psicoanalítico.
De ahí que en sus primeros artículos utilizara también con frecuencia la
idea del mecanismo psíquico, que tan importante papel desempeñaba en la
psicología freudiana. ¿Qué entendía Freud por tal? Para él, los mecanismos
psíquicos eran leyes, regularidades psicológicas, referidas al juego de fuerzas,
a la dinámica de fuerzas que se daban en el ser humano. Freud diferenciaba
el juego de fuerzas de ideas que culminaban en el automatismo de la
condensación, el desplazamiento y la formación de un compromiso, de las
leyes de la represión, es decir del rechazo al inconsciente de determinados
contenidos. En primer plano se situaba siempre la concepción de un conjunto
de fuerzas interrelacionadas, causalmente determinado y que funcionaba con una
especie de automatismo. ¿Cuál fue la actitud de Jung al respecto?

1 Comunicación verbal.
49
VIL SUSTITUCIÓN Y SIMBOLIZACIÓN

en 1929 indicaba Jung suficientemente que, en el experimento


T o d a v ía
asociativo, no sólo había confirmado la existencia de los mecanismos freudia-
nos de la represión de representaciones, sino también la de otros mecanismos
el de la sustitución y el de la simbolización.1 Incluso en 1936 señalaba con
reconocimiento que Freud había sido capaz de “unificar la visión de la
personalidad humana con la idea de mecanismos [pulsionales] y repre­
sentaciones individuales”,2 pero consideraba que el estrechamiento de la
imagen del mundo a la “persona colectiva burguesa” constituía una lamen­
table unilateralidad.
No carecería de interés histórico seguir el proceso mediante el cual Jung
fue cambiando poco a poco desde la inicial admisión de la idea freudiana de
los mecanismos psíquicos, a fin de hacer sitio para la idea tanto de lo creativo
de lo teñido de sentido y de valor, como también de lo teleológico en la vida anímica.
Lo que Jung había entendido por sustitución en sus primeros trabajos, en
su Dementia praecox y en sus Diagnostische Assoziationsstiulien, se refería a una
serie de mecanismos cuya existencia había comprobado Freud, no sólo en los
“recuerdos encubridores”,3 sino también en los actos fallidos y sintomáticos.*
Freud atribuyó estos fenómenos a “insuficiencias” del rendimiento psíquico,
debidas a la deformación y a la formación sustitutiva, resaltando como algo
característico el hecho de que los actos fallidos eran el resultado de la
interferencia5 de dos o más intenciones, interferencia en la que el propósito
inconsciente representaba, sustituía o, también, encubría al propósito expreso.
También a Jung le había llamado la atención el hecho de que no era
infrecuente que los modos de reacción del experimento asociativo estuvieran
“velados”, o que hubieran “salido empujados”, es decir, que ocultaran la
asociación más próxima con otra intención. Al igual que Freud, Jung se
negaba por aquella época (1907) a ver en tales casos una reacción psíquica
causal, preguntándose por su determinación. Así, intentó explicar la depre­
sión psicótica mediante un mecanismo de encubrimiento,6 que derivaba del
proceso de represión, escribiendo entonces:

1C. G. Jung, “Einige Aspekte der modernen Psychotherapie”, 1919 (G e s . W e r k e , XVI, p. 31)
2 C. G. Jung, “Psychologische Typologie”, 1936 (G e s. W e r k e , VI, p. 592).
3 S. Freud, “Über Deckerinnerungen”, 1899 (G e s. W e r k e , I, p. 546). Cf. Jung, “Über das
Verhalten der Reaktionszeit beim Assoziationsexperiment”, en Diagnostische Assoziationsstudien I
p. 214. ’ ’
4 S. Freud, Zur P s y c h o p a th o lo g ie d e s A llta g s le b e n s , 1904 (G e s . W e r k e IV)
5 Ibid., p. 308.
6 C. G. Jung, D e m e n tia p r a e c o x , p. 84 (G es. W e rk e , III, p. 81).
50
SUSTITUCIÓN Y SIMBOLIZACIÓN 51

Así p u es, antes d e d ecir que el d em en te precoz está d ep rim id o por algu n a razón
in ad ecu ad a, d eb em o s tener p resente que hay en toda persona m ecanism os que
co n sta n tem en te trabajan para reprim ir al m áxim o lo d esagradab le y ocultarlo en lo
m ás h o n d o .7

Unos cuarenta años más tarde, en notable contraste con lo aquí expuesto,
entendía Jung el proceso depresivo en relación con cambios de conjunto de la
personalidad: “Lo que más claramente se observa... en ciertas psicosis es una
baja de la energía”, que puede estar determinada por un “falso funcionamiento
de la conciencia”, por “cambios en la personalidad”, así como también por la
activación de “formas creativas”.8
También puede comprobarse en la psicología de Jung un cambio respecto
a la concepción de las formaciones fantásticas y simbólicas. Si en 1912 todavía
interpretaba el “pensamiento fantástico” como un “producto de condensa­
ción de la historia evolutiva psíquica [del ser humano ]”,9 en la edición de este
trabajo, Symbole der Wandlung, aparecida en 1952, expresaba la opinión de
que las fantasías creativas revelaban la existencia de un “espíritu primitivo“ en
el hombre.10 También la reducción que había asumido en 1918 de la exalta­
ción religiosa a meros mecanismos de desplazamiento, a “formaciones sustitutivas
de lo erótico”,11 halló una modificación nada desdeñable en Symbole der
Wandlung, pues en 1952 decía:

La im presión [erótica] sigue desarrollando su labor en el interior d el inconsciente


y produce fantasías sim bólicas.12

Pero también abandonó pronto la hipótesis que inicialmente había esta­


blecido de la existencia de procesos de deformación en el curso de la fantasía
(pensamiento subjetivo), para resaltaren su lugar la presencia activa de motiva­
ciones objetivas, es decir, independientes de las apreciaciones personales. Así, decía
en 1952:

Pero no hay ninguna razón real para dar por supuesto que lo prim ero [el
pen sam ien to subjetivo] no es sino una deform ación d e la im agen del m un d o
objetiva. Pues resulta cuestionable que el m otivo interior, fun d am en talm en te
inconsciente, que dirige los procesos imaginativos, no represente una circunstancia
objetiva. El propio Freud ha señalado ya abundantem ente hasta qué p u n to los
m otivos inconscientes se basan en el instinto, que sin duda es un h ech o ob jetivo.13

En términos generales fue abandonando con el tiempo la idea de un


mecanismo de desplazamiento, de un desplazamiento de afectos reprimidos hacia
7 Ibid, (la cursiva es mía).
8 C. G. Jung, Die Psychologie der Übertragung, 1946, p. 27 (Ges. Werke, XVI, pp. 192 s.).
9 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 31.
10 Ibid. Prólogo a la 2a. ed., 1924.
11 Ibid., p. 61.
12 C. G. Jung, Symbole der Wandlung, 1952, p. 87 (la cursiva es mía).
13 Ibid., p. 44 (la cursiva es mía).
52 SUSTITUCIÓN Y SIMBOLIZACIÓN

otras representaciones ,14 para explicar este hecho como proceso de transforma-
dón 15 natural y que se desarrollaba de manera automática.
También debemos referirnos a los actos sintomáticos, 1617que Freud había
estudiado en 1904, concibiéndolos de modo semejante a los actos fallidos.
También en estos actos, que él entendía como expresiones de determinados
gestos y movimientos expresivos, así como de hábitos motores, creyó ver un
mero compromiso entre intenciones contrapuestas. Como Freud destacó,
cobraba en ellos “expresión algo que el ejecutante no sospechaba y que, por
regla general, no tenía la intención de comunicar, sino de guardar para sf’.n
Se trataba de formaciones de compromiso que “obedecían a dos incitaciones”:
la represión de un deseo, por una parte, y el cumplimiento de un deseo
inconsciente, por otra .1819
Apoyándose en Freud, también Jung había interpretado el automatismo
de los actos como un mecanismo para "disfrazar pensamientos reprimidos 19 (1907).
Pero, ya en 1913, sustituyó la expresión “acto sintomático”, que a su entender
ponía excesivamente el acento en la existencia de intenciones inconscientes,
por el término de acto simbólico,20 con el que quería recalcar el hecho de las
constelaciones inconscientes. Se le antojaban cada vez más inadecuados lo
involuntario, lo “puramente casual” de aquellos actos simbólicos que, a su
parecer, indicaban menos una intención que un sentido inconsciente. Pero era
largo el camino que había de recorrer para ir desde las formaciones sustitu-
tivas a las relaciones simbólicas. Bajo la impresión que producía en él la
personalidad de Freud, osciló bastante tiempo entre valorar negativa o
positivamente las relaciones simbólicas. Tan pronto las concebía como expre­
sión de un pensamiento caracterizado meramente por una disminución de
la claridad y de la precisión ,21 como las tomaba por prototipo de todo
pensamiento mitológico.
Pero hasta 1921 no concluyó Jung provisionalmente la discusión sobre los
actos sintomáticos. La culminación consistió en que contrapuso a estos actos,
que Freud había equiparado al síntoma, el acto simbólico que, debido a su sentido
aún oculto, parecía dotado de significación.

El h e c h o d e q u e ex ista n d os d istin tas c o n cep cio n es, e n recíp ro ca con trad icción , y
a las q u e se ataca aq u í y allá, sob re el se n tid o o la falta d e se n tid o d e las cosas, nos
e n s e ñ a q u e ex iste n e v id e n te m e n te p ro ceso s q u e n o e x p r e s a n n in g ú n sentido
esp e cia l, q u e so n m eras co n se cu en cia s, q u e n o son sin o síntomas, a la vez q u e hay
o tro s p ro ceso s q u e llevan en sí u n sentido oculto, q u e n o se lim itan a p ro ced er de
a lg o , sin o q u e, a n tes b ien , q u ieren llegar a ser algo; d e a h í q u e sea n sím b o lo s.22

14 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 62.


15 C. G. Jung, Symbole der Wandlung, p. 100.
16 S. Freud, Zur Psychopathologie des Alltagslebens, 1904 (Ges. Werke, IV, pp. 212 ss.).
17 Ibid. (Ges. Werke, IV, p. 212).
™Ibid. (Ges. Werke, IV, p. 219).
19 C. G. Jung, Dementia praecox, p. 63 (Ges. Werke, III, p. 62).
20 C. G. Jung, Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie, p. 89.
21 C. G. Jung, Dementia praecox, p. 72 (Ges. Werke, III, p. 70).
22 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 680 (Ges. Werke, VI, p. 519). (La cursiva es mía.)
SUSTITUCIÓN Y SIMBOLIZACIÓN 53

De estos diversos indicios cabía deducir inequívocamente que Jung trató


paulatinamente (1921) de entender en su valor simbólico intrínseco los actos y
expresiones simbolizantes que anteriormente había concebido como casos
especiales de sustitución y a los que había juzgado de acuerdo con su valor
de síntomas.
Ya habían constituido también un puente hacia la concepción simbólica las
investigaciones en torno al síntoma neurótico, que a Jung se le antojaban
importantes debido a su carácter simbólico. En esta teoría había de profun­
dizar más tarde en el sentido de su significado finalista.23 Aun cuando Freud
hubiera tomado en consideración ocasionalmente relaciones simbólicas (o me­
jor dicho: relaciones simbolizantes entre síntoma y trauma),24 para él seguía
teniendo importancia primordial la problemática causal: el síntoma tenía una
relevancia fundamental en cuanto símbolo mnémico de los traumas.25
Frente a lo cual Jung, ya en sus Diagnostische Assoziationsstudien, trató de
entender el síntoma como “reproducción simbólica”26 de complejos inconscientes.
Aun cuando seguía interpretando en gran parte el símbolo como expresión
de pensamientos inferiores, al señalar el carácter simbólico del síntoma
entraba ya, no obstante, en psicológica terra nova. Lo cierto es que a partir de
entonces ya no abandonó el “pensar en simbolismos”. Si se piensa que todavía
en 1906 faltaba una adecuada comprensión del símbolo en cuanto tal, no
podemos por menos de contemplar con asombro y admiración el camino que
había de llevarlo, desde sus comienzos vacilantes, hasta la concepción plena­
mente madura del símbolo como la “mejor designación o fórmula posible
para un... hecho relativamente desconocido”27 (1921).

23 C. G. Jung, Die Psychologie der unbewußten Prozesse, 1917, p. 63 (Ges. Werke, VII, p. 50).
24 Véase la p. 253.
25 S. Freud, Studien über Hysterie (Ges. Werke, I, p. 302). También “Die Abwehr-Neuropsycho-
sen” (Ges. Werke, I, p. 63).
26 C. G. Jung, “Psychoanalyse und Assoziationsexperiment”, en Diagnostische Assoziationsstu­
dien, I, p. 281.
27 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 675 (Ges. Werke, VI, p. 516). Véase la p. 257.
VIII. REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN

1. La teoría de la represión en la psicología de F reud

E special interés tenía la actitud que adoptó Jung respecto a la teoría de la


represión, núcleo de la teoría frcudiana de la neurosis. De ahí que me parezca
conveniente entrar más a fondo en el tema.
¿Cómo llegó Freud a esta teoría? ¿Cómo concibió el mecanismo de la
represión? La noción de defensa no fue, ni mucho menos, un auténtico
descubrimiento de Freud. Surgió gracias a diversas incitaciones. Pero Freud
tuvo, no obstante, el gran acierto de introducirla en su teoría de los afectos,
imprimiéndole con ello un sello específico. Entre los primeros en sostenerla
idea de la represión se hallaba Herbart. Ya en sus años de bachillerato, un
libro de Lindner 1 había llamado la atención de Freud sobre la psicología de
Fechner y la idea de la represión de Herbart. En este último encontró ya, en
ciernes, la concepción de un juego dinámico de representaciones contrapues­
tas que se inhibían y reprimían recíprocamente. También para Herbart las
representaciones inconscientes eran indestructibles e indelebles, de modo
que, cuando momentáneamente desaparecía el obstáculo que les impedía
atravesar el umbral de la conciencia, conseguían llegar a ésta. Pero por
sorprendentes que fueran ciertas coincidencias con la posterior concepción
de Freud, las diferencias eran tan notorias que no podía hablarse de un
desarrollo que prosiguiese las conjeturas teóricas de Herbart. También había
sido esclarecedor del libro de Lindner, que representaba una de las mejores
introducciones en la psicología del siglo xix que adoptaba la metodología de
las ciencias naturales.
Freud recibió también valiosas incitaciones de sus contemporáneos. Hay
que destacar en primer lugar a J. M. Charcot, cuyo nexo causal entre trauma
psíquico, “obnubilation du moi", por una parte, y fijación de ideas autosugestivas
y síntomas, por otra, dejó en él una impresión perm anente .2 Importantes
también eran las investigaciones de Janet, tanto de los automatismos psíquicos
-que él atribuía a una disociación de representaciones insuficientemente
percibidas-, como de las existences secondes. Es interesante que la teoría de
Janet, de los casos de debilidad perceptiva del yo y de las limitaciones de la
atención a las que daban lugar, surgiera sólo unos años más tarde de la teoría
de lo hipnoide, de Breuer, según la cual había estados parecidos al sueño
-estados hipnoides- que facilitaban el surgimiento de vivencias traumáticas.
1 E. Jones, Das Leben und Werk von Sigmund Freud, 1 9 6 0 ,1, p. 432. El título del libro es: G. A.
Lindner, Lehrbuch der empiiischen Psychologie nach genetischer Methode, 1858.
2 Cf. L. Frey-Rohn, ‘Die Anfänge der Tiefenpsychologie”, en Studien zur Analytischen
Psychologie C. G. Jungs, 1955, p. 41.
54
r e p r e s ió n y d is o c ia c ió n 55

1 ras breve entusiasmo se distanció Freud de las ideas de B reuer para


rom per una lanza por la denom inada teoría de la defensa: no era el estado
hipnoide al que había que atribuirle la causa de la histeria, sino al trauma
psíquico y al proceso de defensa que de él se derivaba.34El descubrimiento esencial
de Freud consistió en considerar que era a la incompatibilidad de trauma y yo a
la que se debía el proceso de la defensa ante las excitaciones incompatibles. Este
proceso se daba siempre en el caso de una agudización de las contradicciones
que imposibilitara la elaboración del afecto inaceptable. Si en los casos
norm ales daba lugar a una adaptación más o menos adecuada al m undo
circundante, la neurosis delataba el fracaso de tal intento. El conflicto psíquico
se relegaba al inconsciente, donde permanecía con toda su carga de tensión,
perseverando (Janet), o empeñándose en una constante disposición a irrum ­
pir de nuevo en la conciencia, asediando a esta una y otra vez, por así decirlo,
cual “espíritu ir red en to”. Sobre esta base se construyeron dos nociones: el
supuesto de que la neurosis se fundamentaba en el fracaso de un mecanismo de
defensa4 y la comprobación de la existencia de un mecanismo elemental de disociación
de afecto y representación vinculado a la defensa.
Este mecanismo lo entendía Freud de modo tal que -con el fin de debilitar
la representación traum ática- se separaba, por una parte, la carga o quantum
de afecto que iba unido a dicha representación, con el simultáneo desplaza­
miento hacia una representación afectivamente más neutra, mientras que por
otra se convertía a la propia representación en no apta para la conciencia (expresión
de Breuer), es decir, se la empujaba hacia el inconsciente .5
La idea de un mecanismo de desplazamiento, a la que acabamos de hacer
mención, de un mecanismo capaz de convertir en irreconocibles, ineficaces e
inofensivas las representaciones insoportables, no sólo tenía una capital
importancia, sino que era sobremanera novedosa .6 En el desplazamiento
había de ver Freud, ante todo, la estructura formal de toda una serie de
fenómenos de lo más importantes que le permitían esclarecer el mecanismo
de la defensa, de los recuerdos encubridores ,7 pero también de la deformación
y la falsificación,8 así como la formación de compromisos .910Pues Freud observó
que, siem pre que fracasaba la solución consciente de un conflicto psíquico, se
producía, como equivalente, un intento de solución inconsciente introducido a
través de la defensa, enforma deformación de compromiso: surgía un síntoma, al que
correspondía el valor de signo de un antagonismo entre fuerzas teñidas de afecto y
que se mantenían inconscientes, del traum a y la defensa. O abreviadamente
expresado: se trataba de un símbolo mnémico10 de acontecimientos traumáticos.
Según Freud podían suceder tres cosas como consecuencia del menciona-
3 S. Freud, “Die Abwehr-Neuropsychosen” (Ges. Werke, I, p. 61).
4 S. Freud, “Weitere Bemerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen” (Ges. Werke, I, p. 387).
5 S. Freud, “Die Abwehr-Neuropsychosen” (Ges. Werke, I, p. 63).
6 Ibid.
7 S. Freud, “Über D eckerinnerungen” (Ges. Werke, I, p. 546).
8 Ibid. (Ges. Werke, I, p. 553).
9 S. Freud, “W eitere Bemerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen” (Ges. Werke, I, p. 537).
10 S. Freud, “Die Abwehr-Neuropsychosen” (Ges. Werke, I, p. 63).
56 REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN

do proceso de separación de afecto y representación: se producía, bien un


fenómeno de conversión de la “suma de excitaciones” en inadecuadas inerva-
ciones somáticas (histeria de conversión),11 o una transposición de los efectos a
otras representaciones, dando origen a falsas conexiones entre representa­
ción y afecto (neurosis obsesiva).12 O también se manifestaban las repre­
sentaciones rechazadas en forma de proyecciones sobre el mundo exterior
(paranoia).13
Esta concepción, relativamente sencilla todavía, de la defensa y de la
formación de los síntomas en la neurosis había de experimentar un notorio
proceso de profundización. Con la hipótesis de Freud del “trauma sexual de
la infancia”,14 del año 1896, se produjo una primera ampliación. La novedad
la representaba en este caso el supuesto de la significación traumática, no sólo
de las decisivas vivencias sexuales, sino también de las vivencias de la primera
infancia, que le indujeron a pensar primordialmente en casos de seducción
y violación. En ambos casos se producía un proceso de defensa primario.
También corrigió Freud su concepción del origen de los síntomas neuróticos.
No parecía bastar ya con lo rechazado de modo primario, sino que se
necesitaba además un reavivamiento de loya rechazado mediante el fracaso actual
de deseos pulsionales.
Al establecer la distinción entre procesos primarios y secundarios (1895)15se
dotó Freud de una base importante para la explicación del proceso de
represión, pues descubrió un dualismo fundamental en las leyes que regían i
el curso de los desplazamientos de los procesos psíquicos, dualismo que
apareció de modo paralelo a la distinción entre “inconsciente” y “precons­
ciente”. Mientras que los procesos primarios (= procesos inconscientes)
revelaban la tendencia hacia un flujo desenfrenado de energías, los procesos
secundarios (= procesos preconscicntes) se caracterizaban por un mecanismo
de freno, de inhibición y control,16 Esta contraposición permitió a Freud por
primera vez proponer una fundamentación del mecanismo de represión que le
resultaba científicamente satisfactoria. Lo que hasta ese momento había entendi­
do como consecuencia de una contrafuerza residente en el yo, podía atribuir­
se también a un proceso de inhibición procedente de la censura. También a esta
teoría hubo de hacerle, quince años después, una nueva precisión, pues Freud
comprobó el hecho, de extraordinaria importancia para su teoría de la
neurosis, de que el proceso inhibidor (= defensa) traía consigo adicionalmen­
te una “transformación de la catexis”17 (catexis: dedicación de energía) de las
representaciones a rechazar. Lo que caracterizaba a las representaciones
preconscientes, la forma vinculada, ligada, de energía, era sometido en el acto
de la represión a una transformación en un modo de catexis caracterizada por el libre
11 ibid.
12 Ibid. (Ges. Werke, I, pp. 65 s.).
13 S. Freud, “Weitere Bemerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen” (Ges. Werke, I, p. 401).
14 Ibid. (Ges. Werke, I, pp. 380 s.).
15 S. Freud, Aus den Anfängen der Psychoanalyse, p. 409.
16 S. Freud, Die Traumdeutung, 1900 (Ges. Werke, II/III, p. 605).
17 S. Freud, “Das Unbewußte", 1915 (Ges. Werke, X, p. 279).
r e p r e s ió n y d is o c ia c ió n
57

ßujo energético. Dicho de otro modo, todo lo reprimido seguía las leyes del incons­
ciente, de los procesos prinuirios.
P ero aú n más decisivas fueron las modificaciones que introdujo F reud en
su teoría sexual. La abreacción, o reacción catártica, que todavía en sus Estudios
sobre la histeria había entendido como reacción puram ente psicógena del yo
ante el traum a, la cim entó en 1905 con la hipótesis biológica de la libido, es decir,
con factores que obedecían a una determ inación pulsional. Pues dio por
supuesto que, tanto las vivencias traum áticas como las tendencias de defensa
del yo, tenían esencialm ente un fundam ento constitucional, lo que ya se ponía
de m anifiesto de forma expresa en el cambio del térm ino “defensa” p o r la
expresión rep resió n ” , 18 entendida en sentido biológico. La relación del yo
con la base constitucional del individuo la expresaba por m edio del “tiem po
de latencia ” , 19 que asimismo tenía un anclaje en la constitución. Tam bién a
este respecto se p ro d ujo una precisión del térm ino, en la m edida en la que el
yo, en ten d id o hasta ese m om ento como instancia censora vagam ente definida,
alcanzaba ahora el reconocim iento de centro del preconsciente. En relación con
el tiem po de latencia recibía tam bién el yo el “no p atern o ” a los deseos
pulsionales, es decir, tanto el tabú del incesto como las norm as culturales que
se basaban en el m ism o .20 Decisiva para este periodo de la obra freudiana fue
sobre todo la fundamenloción biológica de la teoría de la neurosis. Lo que hasta aquel
m om ento había denom inado defensa y traum a, energía y reavivam iento de
recuerdos, lo sometió a un cambio de terminología. A partir de ese m om ento,
prefirió utilizar las expresiones: represión, fijación sexual, libido y regresión.21 De
todos m odos, esta fundam entación biológica de la teoría de la represión no
tuvo influencia, ni en las características de la represión descritas hasta enton­
ces (exclusión del traum a del ámbito del yo, inadecuación de la representación
a la conciencia, y mecanismo de desplazamiento del quantum de afecto), ni en
fundam ental significación en relación con el origen de la neurosis.
La hipótesis de la represión obtuvo su gran im portancia gracias a otra
hipótesis de F reud, según la cual existía una correlación entre reprimido e incons­
ciente22 (1915) y que sólo perdió su validez con el descubrim iento del superyó.
En el capítulo dedicado al inconsciente tratarem os más a fondo este tema.
U na de las modificaciones más decisivas la llevó a cabo F reud años más
tarde, fu n d an d o un a psicología del yo en la que hizo pasar el peso de su
actividad investigadora de los estudios de las mociones pulsionales reprim idas
al de la instancia represora: el yo. No sólo reconoció en el ideal del yo y en el
superyó la fuente de la que, en últim a instancia, surgía la represión ,23 sino
18 S. Freud, Meine Ansichten über die Rolle der Sexualität (Ges. Werke, V , p. 157). EI con cep to d e
“d efen sa ”, q n e era p u ram ente psicológico, se sustituyó por la noción orgánica d e “represión
sexual”.
19 S. Freud, Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1917 (O s. Werke, X I, p. 338).
20 V éan se las pp. 143-144.
21 V éase la p. 148.
22 S. Freud, “D ie V erd rän gu n g”, 1915 (Ges. Werke, X , p. 250).
23 S. Freud, “Zur E inführung d es N arzißm us”, 1914 (Gm. Werke, X, p. 161). “La form ación
del ideal sería, por parte del yo, la condición para la rep resión .”
58 REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN

que, a partir de 1914, dedicó primordialmente su atención a las alteraciones


y perturbaciones que se producían en la propia instancia del yo. El hecho de
las “alteraciones del yo” en los años de desarrollo se le antojaba tan impor­
tante, cuando menos, como los cambios de la función sexual. Aun cuando el
mecanismo de la represión seguía siendo para él de máxima importancia para
la explicación de la neurosis, cedía algo del papel central que desempeñaba
al agregársele otros mecanismos. Pues Freud asumió nuevamente como
concepto supremo de esas formas de relación automáticas el concepto de
mecanismo de defensa, que anteriormente había abandonado ,24 ampliando
simultáneamente la función del superyó hasta el punto de que representara
la instancia suprema de la que partían todos los impulsos defensivos.
El descubrimiento del superyó había de traer consigo una modificación
fundamental de las ideas de Freud en otro sentido más. Si hasta ese momento
había equiparado lo inconsciente con lo reprimido y concebido que todo lo
que era inconsciente era, eo ipso, reprimido, se vio motivado a abandonar tal
supuesto, pues ahora comprobaba que el superyó constituía una excepción a
esta regla en la medida en que, por un lado, tenía carácter inconsciente, al
encarnar una parte inconsciente del yo, mientras, por otro lado, no sólo no
era algo reprimido, sino que, precisamente al contrario, era el origen del acto
represivo. ¿Qué conclusiones extrajo Freud de estos hechos? No podía seguirse
sosteniendo la equiparación de “inconsciente”y “reprimido”. De ahí que, en 1923,
admitía:

Tenemos que reconocer que lo inconsciente no coincide con lo reprimido. Sigue


siendo cierto que lo reprimido es inconsciente, pero no todo lo inconsciente es
también reprimido.25

Como mencionaremos en el capítulo dedicado al inconsciente, esta conje­


tura fue también la razón por la que Freud sustituyó el concepto de incons­
ciente por el de “ello”,26 que no tenía necesariamente por qué comprender
representaciones reprimidas.
Una de las consecuencias más discutibles que extrajo Freud de los hechos
de la represión y del superyó fue su teoría del origen de la producción
cultural. ¡La totalidad de la cultura le pareció “no ser otra cosa ”que una consecuencia
de las represionespulsional.es! No había sido sólo el miedo o la falta de seguridad,
sino también las sensaciones de impotencia y desamparo las que, en su
opinión, habían inducido a los individuos a unirse y formar comunidades.
Había sido necesaria la renuncia, tanto a los deseos más imperiosos como a
las agresiones perentorias. Dicho de otra manera: ¡los individuos se habían
visto obligados a reprimir sus deseos pulsionales! Pero no bastaba con eso:
24 S. Freud, I lemming, Sympton und Angst, 1926 (Ges. Werke, XIV, p. 144). Freud concibió
como mecanismos de defensa los siguientes: represión, regresión, aislamiento, formación reacti­
va, desacontecer, negación, introyección, proyección y también, por último, el mecanismo de la
sublimación, el único que conduce a una forma positiva de elaboración.
25 S. Freud, Das Ich und das Es, 1923 (G«. Werke, XIII, p. 244).
26 Véase la p. 109.
r e p r e s ió n y d is o c ia c ió n 59

puesto que la humanidad no era capaz de negar a la larga todo aquello que
hace la vida digna de vivirse, creó equivalentes de lo perdido, interiorizando
la renuncia que se había impuesto a sus deseos. Surgió así un superyó colectivo
que llevó a la creación de ideales y de obras de arte. El que Freud acabara por
entender también las representaciones religiosas, no sólo como formas de eva­
dirse de la dureza de la renuncia pulsional, sino también como “ilusiones,
como satisfacciones de los deseos más antiguos, más fuertes y más imperiosos
de la humanidad ,27 había de ser una de las consecuencias de más dudoso
valor de su teoría de la represión. Y Freud fue tan lejos a este respecto que
llegó a equiparar el desarrollo religioso del conjunto de la humanidad con el
del niño. Lo mismo que el niño aprendía a “refrenar” sus derechos pulsionales
mediante actos de represión y se fabricaba un ideal del padre, así también la
humanidad, que en sus dioses intentaba hacer la vida nuevamente vivible. No
dudó siquiera Freud en considerar que “la religión... fera] una neurosis obsesiva
universal de la humanidad [que], como la del niño... [procedía] del complejo de Edipo,
de la relación con el padre”.28 No cabía formular de modo más tajante la
derivación de los bienes culturales, en especial de las ideas religiosas, de las
represiones y nada más que de las represiones.

2. La represión vista por la psicología junguiana

¿Qué posición adoptó Jung respecto a la teoría de la represión? Desde la época


de sus estudios sobre la asociación se ocupó una y otra vez de esta teoría. Aún
en sus obras tardías resaltaba el gran mérito de Freud al haber establecido la
base para una psicología de las neurosis, cuya pieza central era la teoría de la
represión .29 Pero no hay que sobrevalorar esta expresión de reconocimiento,
ya que las manifestaciones de Jung se referían preponderantemente a las
concepciones anteriores de la represión, las que iban hasta el año 1912. No
tomaban en consideración la teoría de los procesos primarios y secundarios
y sus consecuencias, ni se referían a los mecanismos de defensa relacionados
con la psicología del yo.
La importancia científica de la represión la comprendió por primera vez
en el curso de sus experimentos con la asociación, al comprobar una serie de
fenómenos que se correspondían con lo que Freud denominaba “reprimido”.
Confirmaban, como todavía destacaba Jung, retrospectivamente, en 1929,
“los hechos señalados por Freud de la represión, la sustitución y la simboli­
zación...”30 Y se trató principalmente de experimentos de asociación con
personas neuróticas, en las que pudo comprobar determinadas reacciones
desproporcionadas.
No únicamente palmarias fallas de memoria, sino también falsificaciones
27 S. Freud, Die Zukunft einer Illusion, 1927 (Ges. Werke, XIV, p. 352).
28 lbid. (Ges. Werke, XIV, p. 367). (La cursiva es mía.)
29 C. G. Jung, Über die Psychologie des Unbeurußten, 1943 (Ges. Werke, VII, p. 10).
30 C. G. Jung, “Einige Aspekte der modernen Psychotherapie” (G«. Werke, XVI, p. 31).
60 REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN

del recuerdo, permitieron a Jung d e d u c ir n^reconô* l ï q u e ^ a u ^ d l u


agudos. A semejanza de Sigmund FreJ*d’ mpatibles con el yo y que por
separación de contenidos que resultaban m P¡enda_ Ya en 1905 pPdo
lo ta n to n o e r a n a p to s p a ra a c c e d e r a c p m p lc jo t e ñ id o d e a fecto ... estaba
c o m p r o b a r q u e la p a r te p r in c ip a l d e u n c o m p j ^
d iso c ia d a y h a b ía sid o e x p u ls a d a d e la nQ s i g n i fica b a en m odo
Pero esta amplia “ nf,rm/ ad n ,deJ f / c0Pnccpto tomándolo de Freud en
alguno que jung hubiera adoptado este P de su maypr fascinación
to d a s su s d im e n s io n e s , m slV " er a n l P d e s d e e l p r im e r m om ento
p o r e l f u n d a d o r d e l p sic o a n á lisis. P o ^ el cC’n ’ s e r e fe r ía n so b re todo a
e lim in ó a lg u n o s a sp e c to s d e l co n cep to ,^ a sp q ^ ^ r e p r e s ió n . T am poco
la t e n d e n c ia al m e c a n ic ism o y a la u m v e r sa , ^ antrPo p o ,6 g ic a d e una
P u d o a c e p ta r , m á s q u e d e fo rm a P.a r o a l ’ P ¡c n t c s y ia s v iv e n c ia s em ocio-
situ a c ió n d e lu c h a e n tr e las c o n v ic c io n e s c ^ ()e ^ ( c s ¡s d o c to r a l, dirigía
n a le s. P u e s n o d e b e o lv id a r se q u e , J . . . , h u m a n a y a la in te r r e la c ió n d e las
su m ir a d a al conjunto d e la P ^ n a l‘d “d ch to c o in c id ía c o n J a n e t, cuya
d istin ta s p a r te s d e e s e c o n ji « V e(j a(j d e ia p e r s o n a lid a d ” respondía
c o n c e p c ió n d e la n e u r o s is c o m o e n ic r m e a a a u u j , f j p1 fn n _m
e n g r a n m e d id a a su s p r o p ia s e x p e r ie n c ia s c o n la s in t o m a t o lo g ia d e l sonam-
bulfsmo. También fuCPilecisiva en su orientación, como’ a-'dd
profundización en la sabiduría oriental, la imagen de la gran za de
hombre, que rompía de un modo significativo la inescrutable oscuridad del
acontecer'psíquico. Desde este fondo vivencial se hace comprensible el leve
desasosiego que más o menos había sentido desde el principio ante el
conceptode represión, pero que sólo poco a poco pudo expresar satisfacto-
Hasta el punto en que se tratara del aspecto mecanicista del proceso defen­
sivo lo que resultaba extraño a su pensamiento era ante todo la deducción
que Freud hacía del fenómeno de la represión de hechos de carácter elemental.
¿ciando aparte los años de su mayor entusiasmo por Freud, en los que había
asumido parcialmente la teoría de éste de la división del trauma psíquico en afecto
y representación,Jung se mantuvo firme en su convicción de que un enfoque de
coiijunlo de los procesos psíquicos era más adecuado a la esencia de la psique
que la desmembración de una totalidad vivencial en sus elementos. De ahí
que fuera abandonando cada vez más el reconocimiento que micialmente
asumiera de un mecanismo de disociación en los síndromes de la histeria3132 y de
la neurosis obsesiva,33 terminando por reconocerlo únicamente en la demen­
cia precoz.3435En esta última enfermedad comprobó, a semejanza de Freud,
tanto una “incongruencia entre afecto y representación ”33 como un grado de
falta de adecuación de la afectividad, que podía conducir a una “devastación
31 C. G. Jung, “Experimentelle Untersuchungen über die Assoziationen Gesunder”, en
Diagnostische Assoziationsstndien, I, p. 89.
32 C. G. Jung, Dementiapmecox, p. 82 (G m . Werke, III, p. 79).
33 Ibid., pp. 83 s. (Ges. Werke, III, p. 80).
34 Ibid., p. 85 (Ges. Werke, III, p. 82).
35 Ibid., p. 81 (Ges. Werke, III, p. 78).
REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN 61

del complejo 36 y aun a la total desintegración de la personalidad, opinión


que siguió manteniendo incluso en sus últimos trabajos psiquiátricos.
Si para Freud lo reprimido era siempre equiparable a un quantum de
representación que se había vuelto inconsciente, tal concepción no era válida
para Jung. A mi entender tiene importancia decisiva, respecto a la delimita­
ción de ambos modos de concebirlo, el que Jung considerase siempre (si
dejamos aparte los años 1907/1908) que lo reprimido poseía un contenido
teñido por el complejo y que comprendía tanto el tono emocional como la
representación. Las divergencias señaladas estaban en parte relacionadas con
el hecho de que Freud se apoyaba esencialmente en las experiencias de la
psicopatología, y basaba fundamentalmente su teoría de la representación en
las observaciones hechas en personas enfermas, aun cuando tratara también
de trasladarlas a la vida psíquica de las personas normales. En cambio, el
concepto de lo reprimido que tenía Jung surgía de una actitud que revestía
al menos tanto interés por las personas normales como por las enfermas, como
se puso ya de manifiesto en sus primeros trabajos sobre las asociaciones de
los sanos.
Otro punto de arranque de la actitud crítica de Jung estaba relacionado
con su observación, sobremanera importante, de que los complejos disociados
del yo no eran ni mucho menos únicamente contenidos reprimidos que anterior­
mente habían sido conscientes. En muchos casos parecía existir algo muy diferen­
te, a saber: una “retirada”, una “fuga de pensamientos del complejo” que
resultaba enigmática. Lo que Freud designaba con el término “reprimido” lo
entendía Jung, tanto o más, como efecto de una actividad autónoma del fondo
psíquico. Ya en 1905 encontramos expresada la sospecha de que los conteni­
dos no aptos para la conciencia (reprimidos) podrían ser también muchas
veces efecto de complejos impersonales, es decir, de la actividad y autonomía del
inconsciente. Sus investigaciones acerca de las fantasías de los enfermos men­
tales habrían de convencerle también, algunos años más tarde, de que un
gran número de fenómenos se debían a contenidos extraños, que de antema­
no resultaban inaccesibles a la percepción, y que emergían de manera
espontánea del sustrato profundo de la psique.37 De estas observaciones
extrajo asimismo, en consecuencia, la notable conclusión de que existían
fenómenos inconscientes que eran menos resultado de una represión que efecto espon­
táneo del fondo anímico. De lo antedicho cabía deducir claramente que para él
no era en modo alguno vinculante la equiparación freudiana de “reprimido”
e “inconsciente”.
P e r o , c o n in d e p e n d e n c ia d e las c o n s id e r a b le s d ife r e n c ia s q u e se d a b a n e n
e l c o n c e p t o d e la r e p r e s ió n , J u n g n o fu e n u n c a ta n le jo s c o m o p a r a a b a n d o n a r
e s te t é r m in o . L o q u e h iz o , m á s b ie n , fu e lim ita r lo al s ig n if ic a d o d e lo “r e la ti­
v a m e n te in e p t o p a r a la c o n c ie n c ia ” o “d is o c ia d o d e l y o ”, n o a s u m ie n d o al
h a c e r lo n i la c o n c e p c ió n fr e u d ia n a d e l m e c a n is m o d e d e s p la z a m ie n t o n i la d e
la “t r a n s f o r m a c ió n d e la c a t e x is ”. Y s o b r e to d o , r e s p e c t o a la cuestión de los

36 Véanse las pp. 216-217.


37 Véase la p. 122.
62 REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN

motivos que trataban de imponer la represión, siguió sendas muy distintas de


las seguidas por Freud.
Fueron en primer lugar los motivos de la “defensa”, de la condena y de la
lucha,38 frente a la afectividad, lo que repugnaba a su pensamiento. Le parecía
más acertada la conjetura de Janet de la debilidad de la atención (état de
distraction) y de la limitación del sentido de realidad (fonction du réel), estados
que hallaba en acción en la histeria o en la neurosis obsesiva. De todos modos,
se limitó a esta percatación, pues para él la psique no era relevante como arena
de luchas y enemistades ni teatro para el yo y el automatismo, sino esencial-
mente lugar de trabajo común y de cooperación entre el consciente” y el
“inconsciente”.
Luego, le pareció que se seguían en importancia los motivos de olvido” y
“depreciación”, en el proceso de desplazamiento. Así encontramos ya en los
estudios de asociación el motivo de un “olvido voluntario’ de los hechos
dolorosos, un “no querer saber”, tras el que se ocultaba una “especie de juego
de las escondidillas” consigo mismo, como puede verse claramente en la
histeria. En lo que Jung pensaba, en relación con esto, era menos en un olvido,
en el sentido habitual, que en una “pérdida artificial de memoria”,39 a lo que
parecía apuntar claramente el hecho de que tales fenómenos fueran acom­
pañados de un aumento de tensión energética.40 Consideraba en primer lugar
la característica de la “inconsciencia habitual”,41 es decir, del olvido convertido |
en costumbre. También la deducción de la “represión” del motivo de la
“devaluación” del aspecto de realidad, tal como intentara por vez primera en
1913,42 respondía a la necesidad de una clarificación de los motivos. Pues
pudo comprobar que, en algunos casos de neurosis obsesiva, el complejo
inconsciente coincidía con una desvalorización del mundo exterior, con la
retirada del enfermo a sus complejos. Es interesante que Jung adquiriese esta
hipótesis en relación con el descubrimiento deformas de actitud antagónicas en los
individuos, de la extraversión y la introversión, de tanta significación para su
psicología, conocimiento que se le reveló considerando las diferencias exis­
tentes entre la base respectiva de las psicologías de Freud y Adler. Se le hizo
patente que mientras Freud se centraba en el objeto, Adler lo hacía en el
sujeto. Tanto los modos de comportamiento típico como los motivos de ambas
formas de neurosis, de la histeria y la neurosis obsesiva, parecían basarse en
una tal contraposición de actitudes. Jung encontró que, mientras en la
extraversión histérica se acentuaba el “olvido habitual”, en la neurosis obse­
siva pasaba a primer plano la desvalorización de la realidad.
En el m ecanism o d e la extraversión histérica, la p erso n a lid a d , co m o nos ha
e n se ñ a d o F reud, busca librarse del co n ten id o p en o so , d el co m p lejo , lo qu e provoca
38 S. Freud, “Erinnern, Wiederholen und Durcharbeiten”, 1914 (Ges. Werke, X, p. 133).
39 C. G. Jung, Psychologie und Erziehung, 2a. ed., 1936, p 63
40 Ibid., 3a. ed., 1945, p. 83.
41 C. G. Jung, Experimentelle Untersuchungen über die Assoziationen Gesunder”, en
Diagnostische Assoziationsstudien, I, p. 104.
42 C. G. Jung, “Zur Frage der psychologischen Typen”, aparecido inicialmente en lengua
francesa en 1913 (Ges. Werke, VI, pp. 541 ss.).
r e p r e s ió n y d is o c ia c ió n
63

la aparición de fenómenos que Freud ha resumido con el término de represión .


El individuo se aferra a los objetos para olvidar el contenido penoso. El mecanismo
de la introversión intenta, a la inversa, concentrar la libido totalmente en el
complejo, para separar a la personalidad de la realidad y aislarla. Este proceso
psicológico va unido a fenómenos que quizá puedan caracterizarse mejor con el
término desvalorización'’ que con el término “represión”.43445

a) Desarrollo de la conciencia y represión

El descubrimiento de los tipos contrapuestos de actitud, y más tarde de los


tipos de función, iba a ser una piedra miliar en la psicología de Ju n g y lo iba
a conducir a nociones decisivas relacionadas con el origen de la conciencia y
también con las motivaciones a las que obedecía la represión. Es curioso que
también en relación con esto estuviera Ju n g en situación de reconocer en
parte la validez del motivo freudiano de la defensa, aun cuando con una
fundamentación esencialmente distinta. Siempre que en la psicología d e ju n g
se hablaba de “defensa” o de “supresión”, no entendía él estos términos en el
marco de una m era tensión pulsional, sino esencialmente en el marco del
desarrollo de la conciencia. Visto desde esta perspectiva, el motivo de la represión
de determ inados contenidos incompatibles con el yo nunca aparecía como
algo m eram ente “casual”, sino que estaba profundam ente amalgamado con
el proceso de diferenciación de la conciencia. Ju n g era incluso de la opinión de que
sin la “represión” o, dicho más exactamente, sin la “opresión” ejercida contra
los contenidos primitivos, que constituían un obstáculo para la adaptación,
no podía producirse una diferenciación de la conciencia. Visto de esta m anera
resulta también comprensible hasta qué punto Ju n g fue capaz de considerar
que el acto represivo era un fenómeno típico de los procesos que tenían lugar
en la psique “norm al”. En este esfuerzo se diferenciaba de Freud, que partió
fundam entalm ente de la patología de las neurosis. Ya en 1912 había puesto
una prim era piedra, al indicar que la estructura antitética del querer y el no
querer era un fenómeno inherente al proceso vital.44 Era también este
principio el que ahora ampliaba a la psicología del desarrollo de la concien­
cia.45 Y podía hacerlo tanto más cuanto que la diferenciación de la conciencia
se basaba en un despliegue de sucesivas contradicciones. Lo mismo que la
conciencia encerraba fundamentalmente el hecho del sometimiento ajuicio,
y culminaba en la discriminación entre el yo y el no yo, lo bueno y lo malo, lo
bello y lo feo, lo verdadero y lo falso, así el proceso de desarrollo de la
conciencia iba acompañado de la generación de tensiones de contradicción
entre los contenidos conscientes y los inconscientes. Frente a los contenidos
que había integrado el yo consciente se alzaban otros que, por abandono o
minusvaloración, habían quedado relegados en el inconsciente. El someti-
43 Ibid. (la cursiva es mía).
44 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 168.
45 C. G. J u n g , Psychologische Typen.
64 REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN

m iento aju icio y el discernim iento no eran sólo un regalo de la gracia, sino
tam bién un regalo envenenado. Aun cuando Ju n g reconocía en el “someti­
m iento ajuicio... una necesidad insoslayable del proceso consciente, determi-
naba [al mismo tiem po una]... inevitable unilateralidad j46 pues todo cuanto
fuera contrario al proceso de sometimiento ajuicio, y por tanto incompatible
con el mismo, o se rechazaba de nuevo al inconsciente o perm anecía desde el
principio en la psique inconsciente. El resultado era la constitución de una
parte inferior de la personalidad, que incluía tanto lo inadaptado, lo primitivo y
lo arcaico como lo penoso y lo inaceptable, así como, finalmente, lo “reprimi­
d o ”, idea que en 1921 expresaba Ju n g del siguiente modo:

Cuanto mayor sea la disociación, es decir, el alejamiento de la actitud consciente


de los contenidos individuales y colectivos del inconsciente, tanto más dañino es el
modo en el que éste inhibe los contenidos conscientes o les da intensidad.47

Y todavía es más clara la formulación que de este pensam iento hizo veinte
años después con las siguientes palabras:

Se prefieren comprensiblemente las funciones diferenciadas y diferenciables y se


deja en un rincón la llamada función inferior, o incluso se la “reprime”, porque
resulta demasiado penosa e inadaptada. Tiene en efecto la más fuerte inclinadón
a ser infantil, ordinaria, primitiva y arcaica.48

Aun cuando Ju n g considerase que el “invento de la conciencia [era] el fruto


más soberbio del árbol de la vida ” ,49 también reconocía sin lugar a dudas en
el proceso de la conciencia el germ en de una división del todo de la persona­
lidad, de una disociación entre la personalidad superior y la inferior. Para evitar
m alentendidos quisiera señalar de m anera expresa que esas partes inferiores
de la personalidad m ostraban todas las propiedades que ya Ju n g había
adscrito a los complejos: muy a diferencia de lo “reprim ido” en Freud ,50
m ostraban, no sólo un cierto centramiento, sino tam bién una cierta organización.
La problem ática de la personalidad parcial inferior, separada del yo, se
manifestaba en la psicología de Ju n g en la llamada sombra.51 Era también el
46 C. G. Ju n g , “Die transzendente Funktion”, 1916 (Ges. Werke, V III, p. 91).
47 C. G. Ju n g , Psychologische Typen, p. 176 (Ges. Werke, VI, p. 133).
48 C. G. Ju n g, “V ersuch ein er psychologischen D eu tu ng des T rin itätsd ogm as”, 1940/1941
(Ges. Werke, XI, p. 180). (La cursiva es mía.)
49 C. G. J u n g, “Die B edeutu n g der Psychologie für die G egenw art”, 1933, en Wirklichkeit der
Seele, 1934, p. 41.
50 T am p oco coincidía la contraposición establecida por J u n g d e personalidades inferiores y
superiores con la distinción de Freud entre proceso prim ario y secundario. La personalidad
inconsciente, en la psicología jun gu ian a, ni “fluía lib rem en te”, ni seguía el principio del placer,
sino que se subordinaba, al igual que los procesos conscientes, a las estructuras d e orden.
51 C. G. Ju n g, Über die Psychologie des Unbeurußten, p. 120, nota (Ges. Werke, V II, p. 71, nota).
“E ntiendo p or som bra la parte ‘negativa’ de la personalidad, es decir, la sum a d e las características
desfavorables ocultas, d e las funciones insuficientem ente desarrolladas y d e los contenidos del
inconsciente personal...” Cf. L. Frey-R ohn, “Das Böse in psych ologisch er Sicht”, en Studien aus
dem C. G.Jung-Institut, 1961, p. 176.
REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN 65

complejo inconsciente de sombra el que más se acercaba a lo “reprimido”


freudiano. Por sombra personal entendía Jung primordialmente una parte
inferior de la personalidad, es decir, una parte que encerraba lo indiferen­
ciado, lo minusvalorado, a menudo también lo negativo y defectuoso. Ya en
1912, aunque todavía apoyándose en Freud, había denominado a los “deseos
no reconocidos del fondo inconsciente “lado de sombra del alma”,52 así como
partes reprimidas de la personalidad”. De forma sumamente plástica descri­
bió nuevamente, cinco años más tarde, este aspecto de la personalidad
humana con las siguientes palabras:

...se descubre que el “otro” en nosotros es “otro”, un ser humano de verdad que
hace, siente y aspira a todas las cosas que son abyectas y despreciables... Un hombre
entero... sabe que su más acerbo enemigo, ni siquiera toda una serie de enemigos,
no contrapesa con mucho a su peor antagonista, a saber: el “otro propio” que se
“aloja en su pecho”. Nietzsche llevaba a Wagner en sí mismo, y por eso le envidiaba
el Parsifal. Pero lo que aún era peor, él, Saulo, llevaba en sí a Pablo. Por eso se
convirtió Nietzsche en estigmatizado del espíritu. Tuvo que vivir la cristificación
como Saulo, al inspirarle el “otro” el ecce homo. ¿Quién se desplomó ante la cruz?
¿Wagner o Nietzsche?53

En la sombra reconoció Jung primeramente a aquella personalidad del


mismo género, a aquel otro “despreciable”, inferior, al que el individuo, en
el curso del desarrollo de su conciencia, había olvidado, ignorado, sometido,
y al que, debido a su insociabilidad, había relegado al inconsciente.
Pero la “sombra” sólo era “negativa” considerada desde la conciencia. Para
la psicología de Jung era esencial que el complejo inferior no sólo compren­
diera contenidos inmorales, incompatibles con los valores culturales -como
Freud ya había asumido hacía tiempo-, sino que, en potencia, contuviera
también valores sumamente morales, aun cuando fueran valores que al yo le
resultaban desconocidos de antemano, o que no reconocía. Así pues, Jung no
valoraba a la sombra como algo negativo eo ipso, sino que veía también en ella
gérmenes prospectivos y constructivos para la evolución futura. Así ocurría sobre
todo cuando el lado que el colectivo valoraba como positivo, y el individuo en
cambio como negativo, se escondía en la personalidad sombra.
Cuando expongamos la “finalidad” de la vida anímica veremos hasta qué
punto pudo reconocer también en el contenido inferior, minusvalorado, de
la psique inconsciente, cuando la actitud de la conciencia es adecuada, un
germen para la transformación, el suelo nutricio para algo positivo en el futuro.
Desde un punto de vista formal, esto era posible porque lo primitivo arcaico
de la personalidad sombra conservaba todavía en la psique la cohesión con
las “viejas vías”, y esta relación podía reavivarse de nuevo como consecuencia
de la contaminación de la sombra con el resto del inconsciente. En ambos
52 C. G. Jung, “Neue Bahnen der Psychologie”, en R o s c h e r s J a h r b u c h , 1912 (G e s . W e r k e , VII,
p. 289).
53 C. G. Jung, D i e P s y c h o lo g ie d e r u n b e w u ß te n P r o z e s s e , p. 48 (G e s . W e r k e , VII, p. 37). (La cursiva
es mía.)
66 REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN

casos, la personalidad sombra remitía a aquellos gérmenes de la personalidad


que unían al individuo con el todo y que por ello eran todavía capaces de
completarlo de nuevo en un todo. Tal como he señalado en relación con el
complejo inconsciente, también cabía considerar al complejo de sombra como
motivo para experimentar algo pleno de sentido, algo “bueno”. Pero para
ello era preciso que el individuo concediera a lo indigno, a lo incompatible
con el yo, el crédito de algo “potencialmente positivo”, aunque aún descono*
cido, y que “preguntara” a la parte de la personalidad despreciada por las
posibilidades de curación que escondía. En tal caso, el “complejo de sombra”
era, para el individuo, el problema moral por excelencia.
Sin embargo el surgimiento de una personalidad sombra podía también
producir el resultado opuesto. Si, por la intensidad de la tensión de contra­
dicción, el individuo no era capaz de soportar el conflicto psíquico entre los
opuestos, o reconocer como propio el componente rechazado, corría el
peligro de una división de la personalidad en sus opuestos “claro-oscuro”,
“bueno-malo” o “positivo-negativo”. En semejantes casos, la relación entre los
dos sistemas, “consciente” e “inconsciente”, aparecía interrumpida o incluso
paralizada. Surgían entonces fenómenos de estancamiento y, a consecuencia de
ello, actos sintomáticos o, también, síntomas neuróticos.
De estas escasas indicaciones podía deducirse que la sombra contorneaba
aquellas ideas que mejor correspondían con el concepto freudiano de lo
reprimido. No sólo estaba excluida de la conciencia, al ser incompatible con
sus valores y no apta para la misma. Estaba también afectada por una
obstrucción procedente de la conciencia (resistencia), y su grado de diferen­
ciación era también menor por lo general, cuando no era de naturaleza
inferior. Al igual que los complejos comprendía un conjunto de tono emocio­
nal y representación. Como parte integrante del desarrollo de la personali­
dad, la personalidad sombra, a diferencia de la concepción de Freud, no
estaba sometida al mecanismo de separación y desplazamiento, ni a la “trans­
formación de la catexis”. Con independencia de su carácter inconsciente, la
personalidad inferior presentaba los mismos contenidos que la superior, es
decir: representaciones, pensamientos, imágenes y valores.54 Esto ponía nue­
vamente en claro que no se limitaba ni mucho menos a lo patológico, sino que
sólo adoptaba formas patológicas ante la agudización de determinados modos
de comportamiento, tales como los fenómenos de estancamiento condiciona­
dos por la regresión. Aun cuando también Freud, en su teoría sexual,
concebía al complejo reprimido como un hecho “normal”, basado en el
fenómeno biológico de la época de latencia, le interesaban sobre todo los
daños neuróticos resultantes del fracaso de los intentos de represión.
Hasta ahora nos hemos ocupado preponderantemente de la psique incons­
ciente desde su aspecto personal. Pero ¿qué ocurría con los contenidos
impersonales de la conciencia, con lo “grande” de la vida anímica? ¿Mostra­
ban también algo parecido a lo “reprimido”?

54 Véanse las pp. 123-124.


REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN 67

b) Plusrendimientos inconscientes y represión

Los comienzos del examen de contenidos que estaban por encima de la


conciencia se remontaban muy atrás. Ya en 1902, con base en sus investiga­
ciones de un médium sonámbulo había reconocido Ju n g el valor superior del
inconsciente, la capacidad del mismo de llevar a cabo “hazañas inconscientes “ :55
aumento de la sensibilidad,56 anticipación del desarrollo .57 También desper­
taron asombro en él por aquel tiempo, no sólo el incremento de capacidad
de las funciones, tanto si se producía en la hipermnesia ,58 en la actividad
alucinatoria y las visiones, como si se trataba de aumentos del rendimiento
intelectual, como los que aparecían en las fabulaciones imaginarias y en las
ensoñaciones .59

Hay por último casos de plusrendimiento sonámbulo que no pueden explicarse


por una mera hiperestesia de la actividad sensorial inconsciente y la concordancia
asociativa, sino que implican tener que asumir una actividad intelectual de inconsciente
sumamente desarrollada.60

También se había percatado de que el inconsciente disponía de una mayor


riqueza mnémica de la que mostraba, por ejemplo, lo reprimido, tal como lo
describía Freud, así como de una mayor autonomía en la combinación de
recuerdos. Premeditaba, por así decirlo, las nuevas ideas y combinaciones .61

El inconsciente es capaz de percibir y de asociar con independencia, aun cuando


sólo resulten familiares aquellas asociaciones que han pasado una vez por la
conciencia, y de éstas hay tantas que han caído tan totalmente en el olvido que han
perdido esa calidad familiar. Así pues, nuestro inconsciente debe albergar toda una
serie de complejos psíquicos que nos asombrarían por su extrañeza.62

También la experiencia, tantas veces renovada, de que determinados


“contenidos [podían] desaparecer de la conciencia sin que medie el más
mínimo atisbo de represión ”63 -lo que parecía indicar una fuerza de atracción
por parte del inconsciente- apuntaba en la misma dirección de un plusvalor
del inconsciente. No menos impresionante era el fenómeno de la criptomne-
sia, es decir, la aparición de ocurrencias que sólo podían reconocerse como
imágenes mnémicas de manera mediata.
El conocimiento de los rendimientos psíquicos superiores en la psique
55 C. G. Jung, Ü b e r d i e P s y c h o lo g ie u n d P a t h o lo g i e s o g e n a n n t e r o k k u l te r P h ä n o m e n e {G es. W e rk e , I,
p. 89).
56 I b id .
v I b i d . , p. 88.
58 I b i d . , p. 96.
59 I b i d . , p. 77.
60 I b i d . , p. 97.
61 I b i d . , p. 107.
62 I b id .
63 C. G. Jung, A n a ly ti s c h e P s y c h o lo g ie u n d E r z i e h u n g , 1936, p. 64.
68 REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN

inconsciente permitió una inesperada profundización en el fondo anímico


mediante la investigación de las imágenes arcaicas.M Fueron sobre todo las
fantasías y los sistemas alienados de los enfermos mentales los que permitieron
a J ung arrojar una profunda mirada en lo recóndito del inconsciente. Le
causaron gran impresión lo espontáneo, lo intencionado y también lo primitivo de
determinadas formas inconscientes. Y pudo igualmente comprobar con qué
estaba relacionado lo extraño y lo incorregible, que le habían llamado poderosamente
la atención con el complejo “reprimido Se trataba en tales casos, por regla general,
de la aparición de contenidos de la imaginación todavía desconocidos, que
aportaban al individuo algo totalmente nuevo. Especialmente llamativo era
el hecho de que estas fantasías, a pesar de su alto valor emocional, mostraban
escasos puentes con la conciencia, de modo que el acceso a la psique consciente
tenía primero que crearse, fenómeno que Jung encontró principalmente en
el caso de las “neoformaciones creadoras",6 465 denominación por la que entendía
contenidos de apariencia extraña que, de manera espontánea y a menudo sin
relación apreciable con la conciencia, emergían de las oscuridades del alma.
Con estas experiencias adquirió solidez en él el conocimiento de que
determinadas fantasías, que a menudo se antojaban absurdas, no podían
explicarse nunca mediante motivos meramente reprimidos, personales, sino
que resultaba siempre útil buscar también factores impersonales que yacían
más en lo profundo. Pero sobre todo, cada vez se le hacía más claro que, tanto
el carácter extraño y el efecto fascinante sobre la conciencia, que eran caracte­
rísticos de esas imágenes, como la ausencia en ellas, muchas veces total, de
contenido vivencial personal, sólo podían explicarse suponiendo la existencia
de un algo mayor e impersonal, capaz de producir efectos extraordinarios.
Con una clara mirada de soslayo hacia Freud, constató que había contenidos
inconscientes que no podían en modo alguno incluirse entre lo que Freud
denominaba contenidos reprimidos: no podían estar reprimidos en absoluto, puesto
que todavía no habían sido nunca conscientes.

La teoría de la represión sólo tiene realmente en cuenta aquellos casos en los que
un contenido de por sí no apto para la conciencia se rechaza totalmente de ésta y
se convierte en inconsciente, o se mantiene liminarmente al margen de la concien­
cia. Pero no toma en consideración aquellos otros casos en los que, a partir de
materiales del inconsciente que en sí no son aptos para la conciencia, se forma un
contenido de elevada intensidad energética, pero que inicialmente no puede
hacerse consciente o sólo puede serlo con las mayores dificultades. En estos casos,
la actitud consciente no sólo no es hostil, sino que tendría la mejor disposición para
con dicho contenido. Se trata de neoformaciones creativas que, como se sabe, con
harta frecuencia tienen su principio original en el inconsciente.66

También desde este punto de vista, la concepción freudiana del incons­


ciente le pareció a Jung demasiado estrecha para hacer justicia a los conteni-
64 Véase la p. 86.
65 C. G. Jung, Ü b e r d i e E n e r g e t i k d e r S e e le , p. 21, nota (G es. W e rk e , p. 11, nota).
66 I b id .
REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN 69

dos personales, sobre todo a los contenidos creativos de la psique. Aun cuando
Freud se fue distanciando cada vez más de la equiparación del inconsciente
con lo reprimido, el ámbito de lo reprimido originariamente, que él consideraba
trascendente, no podía considerarse creativo ni equipararse a la profundidad
arcaica del inconsciente. Frente a ciertas concepciones que intentan equiparar
la represión originaria con el inconsciente colectivo (K. Bash), creo que las
desmiente el hecho de que se trata, en tales casos, de impulsos teñidos de
afecto y “ciegos”, inaccesibles a toda catexis o psiquificación. Tampoco puede
verse en la posterior suposición de una herencia arcaica,67 concepto por el que
Freud entendía la existencia de motivos jilogenéticos, que se manifestaban en
restos de la evolución temprana de la humanidad ,68 una concesión a la
hipótesis de Jung de los contenidos impersonales del inconsciente. Freud
nunca estuvo dispuesto a reconocer que en la psique inconsciente se producía
una actividad creadora. Cuando parecía imponerse la presencia de una
actividad tal, siempre la cincunscribía el ámbito de las reminiscencias históricas69
de las experiencias de los antepasados.
El reconocimiento de los contenidos impersonales en el fondo de la psique
condujo a una consecuencia de peso: Jung volvió a aceptar plenamente el
concepto, ya utilizado al principio, de disociación, para aplicarlo como concepto
global a todos los complejos relativamente no aptos para la conciencia. Por una parte
designaba todas las vivencias que habían sido conscientes una vez y que ahora
se habían vuelto incompatibles con el yo (lo reprimido) y, por otra, compren­
día los procesos que todavía no habían tenido acceso a la conciencia, que
todavía no habían sido capaces de ser percibidos. En 1946, formulaba de la
siguiente manera esta distinción a la que había llegado muchos años antes:

Una... disociación tiene diversos aspectos: en un caso se trata de un contenido


originariamente consciente, pero que, debido a su índole incompatible, ha sido
reprimido hasta quedar por debajo del umbral de la conciencia; en otro caso, el
sujeto secundario consiste en un proceso que todavía no ha conseguido penetrar
en la conciencia, porque allí no existen posibilidades para su percepción, es decir,
la conciencia del yo no puede aceptarlo debido a la falta de comprensión y por
tanto se mantiene subliminal en lo esencial, aun cuando, desde un punto de vista
energético, podría muy bien ser apto para la conciencia. No debe su existencia a
la represión, sino que representa el resultado de procesos subliminales, y nunca
ha sido consciente con anterioridad.70

De las consecuencias que extrajo Jung de esta concepción de la disociación


para las neurosis y las psicosis me ocuparé en capítulo posterior.
A pesar de todas las consideraciones, inconvenientes y limitaciones, Jung
siempre trató de tener en cuenta el sentido oculto que encerraba la idea de
“represión”. Siempre hizo hincapié en que la teoría freudiana de la represión
67 S. Freud, “Die endliche und die unendliche Analyse”, 1937 (G e s . W e r k e , XVI, p. 86).
68 I b id .
69 Véase la p. 130.
70 C. G. Jung, “Theoretische Überlegungen zum Wesen des Psychischen”, 1946, publicado
por primera vez como “Der Geist der Psychologie”, p. 407 (G e s . W e r k e , VIII, p. 204).
70 REPRESIÓN Y DISOCIACIÓN

era un intento importante de hacer ver claramente al individuo la realidad de


sus motivos inconscientes, poniéndole así ante los ojos lo engañoso de muchos
ideales. Si se tiene en cuenta la actitud de fondo junguiana, que concedía
también valor a lo numinoso y autónomo de la psique, aun cuando no se
tratara del valor supremo, tiene que resultar comprensible que de todos
modos se le antojara paradójico el rasgo reductivo-negativo, que consideraba
mediante un “nada más” de emociones reprimidas todo lo importante, lo
conmovedor, lo creador. Pero aparte de estas consideraciones limitativas, veía
también en la teoría de la represión la magnífica consecución de una libera­
ción moral de las limitaciones de la era victoriana, con independencia de que
esta liberación quedara básicamente atascada en la búsqueda de motivaciones
inmorales y en las causas sexuales infantiles de los ideales colectivos. Jung veía
su “mérito histórico universal” sobre todo en el hecho de que Freud, “cual
profeta del Antiguo Testamento, derribara los falsos ídolos y expusiera a la
luz del día la corrupción del alma contemporánea”.71 Pero precisamente por
el hecho de ser “un gran destructor, que hizo saltar las ataduras del pasado”,72
preparó el camino, no sólo para un futuro con menos ilusiones, sino también
para un redescubrimiento de genuinos valores anímicos. Pero la consecución
de este objetivo requería previamente pasar de la mera interpretación sexual
del inconsciente a la grandeza de la psique; del mero enfoque subjetivo de la
psique a una concepción que incluyera también lo objetivo psíquico del
alma.73

7 1 C. G. Jung, “Sigmund Freud als kulturhistorische Erscheinung”, 1932, en W irklichkeit der

Seele, p. 125.
7 2 Ibid., p. 123.
7 3 Era psíquico-objetivo lo independiente de lo personal. Véase también la p. 8 6 .
IX. UNIDAD Y TOTALIDAD DE LA PERSONALIDAD

M ientras que las investigaciones de Freud sobre dinamismos de la psique


estaban determinadas por su interés primordial en la neurosis, la problemá­
tica planteada por Jung se centraba cada vez más en estudiar la individualidad
y su idiosincrasia. En contraposición con la actitud mecanicista-materialista, que
revelaba toda la obra freudiana, Jung adoptó pronto una actitud que consi­
deraba los fenómenos psíquicos esencialmente como partes de un todo superior.
Si Freud se aferraba a su imagen del mundo, basada en una completa
determinabilidad y mensurabilidad del acontecer, y si tenía la esperanza de
hacer transparente el complejo entramado de la psique mediante mecanismos
elementales de represión, desplazamiento y condensación, el interés de Jung
se concentró en la concepción de las relaciones entre la personalidad parcial y
la total. Si Freud tenía por posible descomponer lo psíquico en sus partes
elementales, a fin de explicar al hombre total a partir de los mecanismos
(pulsionales) y los procesos aislados, Jung fijaba su atención en la totalidad de
lapersonalidad humana, para juzgar y entender los distintos fenómenos a partir
de esta totalidad. Este proceso de la comprensión de la individualidad
psíquica encontró seguramente un primer punto culminante en 1921.1
Como ya hemos dicho, la idea de la totalidad de la personalidad sirvió de
norte para Jung desde el comienzo. Si en su tesis doctoral se hablaba de
personalidades parciales sonámbulas, de dobles personalidades y efe Escisio­
nes de la personalidad, siempre se mantuvo en él viva en el fondo la idea de
una personalidad unida. Así nos lo da a entender su temprana observación de
que la “afectividad” es la base de la personalidad.2
De todos modos, seguía estando poco claro lo que realmente entendía por
personalidad. Esta expresión le sirvió inicialmente para designar un centro
personal de dimensiones menores o mayores. Ya ahí surgieron dificultades,
en la medida en que no quedaba siempre claro si se refería a la personalidad
consciente o inconsciente, a la personalidad del yo o a una personalidad
parcial. También podía dar lugar a confusión su contraposición de una
personalidad “inferior” y otra “superior”. Y tampoco su referencia a fenóme­
nos de escisión, a dobles personalidades, facilitaban la diafanidad de su
opinión. Frente a ello, apoyándose en el uso lingüístico habitual, utilizó
también la expresión “personalidad” en el sentido de individuo maduro, bien
adaptado al mundo interior y exterior. Y podía hablarse también de una
“expansión de la personalidad” cuando pensaba en la inclusión de contenidos
inconscientes en la personalidad del yo. Con el tiempo se afianzó el significado
1 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 639 (Ges. Werke, VI, p. 479).
2 C. G. Jung, Dementia praecox, p. 42 (Ges. Werke, III, p. 43).
71
72 UNIDAD Y TOTALIDAD DE LA PERSONALIDAD

de la expresión “personalidad”, al menos en sentido formal, en la medida en


que Jung le daba el significado de un complejo coherente de propiedades con un
núcleo central. Ya desde los más tempranos tiempos había acuñado la idea de
“personalidad futura”3 (1902), entendiendo por la misma una personalidad
superior al yo. Pasaron de todos modos varios años hasta que las conjeturas
que entonces hizo acerca de la totalidad de la personalidad adquiriesen el
grado de fuerza probatoria que él estimaba necesario. Y esto no ocurrió hasta
después de apartarse de Freud (1913), cuando -arrojando por la borda todo
lo formal y “estrechado por su automatización”- tuvo el atrevimiento de
exponerse a lo vital de su alma. En el encuentro con su propia oscuridad, en
la pelea con las propias imágenes, tendencias y ocurrencias en su interior,
adquirió la convicción, de tanta importancia para la psicología, de que en el
almafunciona un centro organizador, inconsciente por lo general para el yo. Esta
teoría había de desarrollarse cada vez más hasta formar la idea de un núcleo
central, inherente al individuo, orientado hacia la totalidad de la psique.
Ya en 1916 hallamos en la obra de Jung las ideas de “individualidad” e
“individuación”. Aun cuando tuvieran un significado distinto del que adqui­
rieron posteriormente. Jung designaba por ejemplo “lo individual” como “la
unicidad en la combinación de elementos psicológicos [colectivos]”,4 y la
individuación como un “proceso de desarrollo de apariencia irracional”, cuyo
“producto es la individualidad”. Veía en ella a la vez algo “único” y algo
“universal”.5
No sólo la unidad, la unicidad, sino también la existencia apriorística de la
individualidad fue constituyendo para él, cada vez más, objeto de certeza
empírica. Por eso decía en 1921:

El individuo [psicológico] o la individualidad psicológica existe inconscientemente


mientras que sólo existe conscientemente en la medida en que existe una
a p r io r i-,
conciencia de la particularidad...6

Inicialmente podía parecer como si las referencias que hasta entonces


había hecho Jung a una multiplicidad de fragmentos anímicos independien­
tes, complejos e imágenes, indicaran más la idea de un caos original que la
de un principio de unidad. Pero no debía ser así. Lo mismo que el concepto
de multiplicidad, desde un punto de vista lógico, tenía su opuesto en la
unidad, también en el ámbito empírico, la multiplicidad de tendencias
inconscientes tenía su contrapartida en la tendencia a la integración de lo
múltiple en una unidad omnicomprensiva. Por ello sabía Jung que la tensión
entre la tendencia a la disociación y la tendencia a la unidad era un fenómeno
intrínsecamente característico del proceso vital. En esa tensión se basaba la dinámica
C. G. Jung, Z u r P s y c h o lo g ie u n d P a th o lo g ie d e r s o g e m n r ü e n o k k u lte n P h ä n o m e n e , p 108 (Ges
3

I, p. 8 8 ).
W erk e,
4 C. G. Jung, “Die Struktur des Unbewußten”, 1916 (G e s . W e r k e , VII, p. 335, nota IV de la
primera redacción). (La cursiva es mía.)
5 I b id . (G e s . W e r k e , VII, p. 330).
6 C. G. Jung, P s y c h o lo g is c h e T y p e n , p. 639 (G e s . W e r k e , VI, p. 479).
UNIDAD Y TOTALIDAD DE LA PERSONALIDAD 73

de lo psíquico, siguiendo la cual, los opuestos, no sólo se separaban siempre


uno de otro, sino que mostraban también, en igual medida, la tendencia a la
unificación. En 1928 encontramos la siguiente frase esclarecedora:

Frente al polimorfismo de la naturaleza pulsional primitiva se alza siempre, como


fuerza reguladora, el principio de la individuación. A la multiplicidad y a la contra­
dictoria tendencia a la escisión se opone una unidad contractiva cuya fuerza es tan
grande como la de las pulsiones.7

Fueron sobre todo sus investigaciones sobre las fantasías del inconsciente
lo que permitió a Jung aportar la prueba empírica de que la sucesión de las
imágenes estaba dominada, no sólo por un abigarramiento de fragmentos
disociados sin orden ni concierto, sino también por una tendencia al paulatino
centramiento: “seguían determinadas directrices inconscientes que conver­
gían hacia un determinado fin”.8

Individuación significa: convertirse en individuo, convertirse en un sí mismo propio,


entendiendo por individualidad nuestra unicidad más íntima, última y sin par.
También se podría entender la individuación como “autoidentificación” o “auto-
rrealización”.9

Este proceso evolutivo no discurría sin objeto, sino que conducía siempre
a la “revelación de la persona esencial”,101a la realización de la personalidad,
colocada originariamente en el germen embrionario, con todos sus aspectos.11 La
demostración de que se desarrollaba en la psique un proceso de centramiento
paulatino, y de que tenía su fundamento en el sí mismo, significaba al mismo
tiempo suponer que la personalidad tenía su medio, que existía un “punto
medio de la personalidad”.12 Fue también con esta hipótesis con la que Jung
sobrepasó fundamentalmente las fronteras del campo de investigación deli­
mitado por Freud. El enfoque de Freud, basado en las ciencias naturales,
nunca hubiera permitido establecer esta hipótesis de un centro organizador
de la personalidad. Para este último siempre había sido fundamental el juego
de fuerzas entre las emociones conscientes e inconscientes, tanto si centraba
su atención en el dualismo del proceso primario y el secundario, de la censura
y el deseo sexual, o del yo y el ello. No carece de interés que también en su
intento antropológico de 1933, que partía de la contraposición de las estruc­
turas del yo y del ello, se echara de menos la idea de un centro en el conjunto
7 C. G. Jung, Ü b e r d i e E n e r g e t i k d e r S e e le , p. 8 6 ( G e s . W e r k e , VIII, p. 56).
8 C. G. Jung, D i e B e z i e h u n g e n z w i s c h e n d e m I c h u n d d e m U n b e u m ß t e n , 1928, pp. 189 s. (Gm.
W e r k e , VII, pp. 252 s.).
9 I b i d . , p. 91 ( G e s . W e r k e , VII, p. 191).
1 0 C. G. Jung, Ü b e r d i e P s y c h o lo g i e d e s U n b e w u ß t e n , p. 197 ( G e s . W e r k e , VII, p. 120).

11 I b i d .
1 2 C. G. Jung, D ie B e z ie h u n g e n z w is c h e n d e m Ich u n d d e m U n b e w u ß te n , p. 175 (G es. W e rk e , VII,
p. 243).
74 UNIDAD Y TOTALIDAD DE LA PERSONALIDAD

integral del individuo. En vez de ello, concedía al yo una parcial importancia


como elemento organizador.13
Aun cuando Jung, como aún tendremos ocasión de ver, andaba detrás de
las leyes de la psique, este enfoque no excluía ni mucho menos que asumiera
la existencia de un principio de autorregulación,14 sino que, por el contrario,
reconocía en este último la base, tanto de la interrelación de consciente e inconsciente
como del proceso de transformación de la personalidad.
Que estos procesos se desarrollaban en estrecha relación con la diferencia­
ción de la conciencia y la individuación es algo que ya había recalcado Jung
en 1921.15 También en relación con la forma de concebir el dinamismo
psíquico, y a diferencia de Freud, que lo reducía fundamentalmente a
mecanismos psíquicos, a hechos elementales, anteponía Jung, en todo mo­
mento, la unidad y la integridad indisolubles de la personalidad humana,
viendo en ella un “centro virtual” entre consciente e inconsciente que era
fundamentalmente distinto del yo.

Éste sería quizá el punto en el que se estableciese el nuevo equilibrio, un nuevo


centramiento de toda la personalidad, quizá un centro virtual, que concede a la
personalidad una nueva y segura base, gracias al lugar central que ocupa entre
conciencia e inconsciente.16

Este núcleo era tanto principio como fin; no sólo se desarrollaba en el curso
de la vida, sino que tenía desde el principio la condición de ser propio. Desde
esta perspectiva se esclarece hasta qué punto podía Jung definir la persona­
lidad humana como la “realización máxima de la innata idiosincrasia del ser
vivo individual...”17 o, también, como el “mejor desarrollo posible de la
totalidad de un ser individual”,18concepción esta que, de todas formas, tenía
primordialmente el valor de una imagen ideal que servía de orientación. Aun
cuando sólo expusiera sus ideas sobre la totalidad psíquica de manera
paulatina y siempre con extraordinaria prudencia, en cuanto experiencias
límite de la existencia humana se hallaban en la base de toda su labor
psicológica.
De ese “centro”, al que también denominó “sí mismo” (o “mismidad”), nos
ocuparemos ampliamente más adelante.
Quisiera decir por último que Jung se daba perfecta cuenta de que, con su
psicología de la totalidad de la personalidad y sus inevitables premisas
1 3 S. Freud, N e u e F o lg e d e r V o r le s u n g e n z u r E i n f ü h r u n g in d i e P s y c h o a n a ly s e , 1933 (G e s . W erke,

XV, p. 99).
14 C. G. Jung, Ü b e r d i e P s y c h o lo g ie d e s U n b e w u ß te n , p. 111 (G e s . W e r k e , VII, p. 67). (Se

mencionaba ya en la edición anterior, 1926, p. 90.)


1 5 Agradezco al profesor C. A. Meier la indicación de que, en la edición inglesa de los “Tipos

psicológicos”, que se publicó en 1923, se ponía de relieve expresamente: P s y c h o lo g i c a l T y p e s, or


T h e P s y c h o lo g y o f I n d i v i d u a t i o n .
1 6 C. G. Jung, D i e B e z i e h u n g e n z w is c h e n d e m Ich u r u l d e m U n b e u m ß te n , p. 176 (G e s W e rk e VII

p. 243).
1 7 C. G. Jung, “Vom Werden der Persönlichkeit”, 1932, en W ir k lic h k e it d e r S e e le p 186

1 8 Ibid.
UNIDAD Y TOTALIDAD DE LA PERSONALIDAD 75

metafísicas,19 había puesto el enfoque de sus indagaciones en un terreno que,


hasta ese m omento, se había preferido dejar a lo religioso y a lo filosófico
metafísico. Lo que él vislumbraba era un centro cuya experiencia trascendía
en parte lo empírico; una unidad superior, por encima de la multiplicidad de
los hechos anímicos, que representaba no sólo el principio incognoscible, sino
también el punto de referencia y orientación, asimismo incognoscible, del desarrollo
humano. En sentido semejante apuntaba el siguiente enunciado de 1936.

Pero ha habido un campo de la experiencia totalmente esencial, el de la propia


alma humana, que ha sido durante tiempo inmemorial una reserva de la metafísica,
aun cuando, a partir de la Ilustración, se multiplicaron los intentos serios de abrir
la esencia anímica a la exploración científica. Se empezó tanteando el terreno con
las impresiones sensoriales y poco a poco se tuvo el atrevimiento de penetrar en el
terreno de las asociaciones, orientación que acabó llevando a cabo la psicología
experimental y que culminó en realidad en la psicología fisiológica de Wundt. Una
psicología más descriptiva, con la que los médicos pronto entraron en contacto, se
desarrolló en Francia. Citaré nombres como los de Taine, Ribot y Janet. Fue ca­
racterística de todos estos intentos científicos la disolución de lo anímico en meca­
nismos y procesos a los que se consideraba separadamente. Frente a tales intentos,
hubo otros que defendieron algo que hoy denominaríamos perspectiva de conjun­
to. Parece como si esta dirección procediera de un enfoque biográfico, sobre todo
de biografía que una época anterior, que también tenía su lado bueno, solía deno­
minar “curiosidad”... (Justinus Kerner y Blumhardt el Viejo, así como eXActa Sanc­
torum de la Edad Media)... “Pero también siguen esta línea los esfuerzos científicos
contemporáneos que van unidos a los nombres de William James, Freud y Flour­
noy. James y su amigo, el suizo Théodore Flournoy, hicieron el intento de describir
la fenomenología anímica en su totalidad y de juzgarla desde la totalidad”.20

19 V éase la p. 281.
20 C. G. Jung, “Psychologische Typologie”, 1936 (Ges. Werke, VI, pp. 591 s.).
T ercera Parte

DE LOS CONTENIDOS PSÍQUICOS


PERSONALES A LOS COLECTIVOS
X. LA PSICOLOGÍA DE LA FANTASÍA

T ras habernos referid o d e pasada, en u n o d e los cap ítu los p r e c e d e n te s, a la


r ela ció n e n tr e fantasía y p lu sre n d im ic n to in co n scien te, así c o m o e n tr e fan ta­
sía y p siq u e im p e rso n a l, vam os a o cu p a rn o s ahora d e la c o n c e p c ió n d e la
fantasía q u e tie n e cada u n o d e los d os in vestigad ores q u e n o s in teresan .

1. L a fantasía como deformación y como satisfacción de deseos (F reud )

Ya en la última década del siglo pasado había iniciado Freud la investigación


de las fantasías, empezando por “los recuerdos fabulados de la histeria”. Su
primer intento de explicación, según el cual las fantasías de los histéricos se
debían a escenas penosas de la infancia, a seducciones y abusos sexuales, tuvo
que abandonarlo con gran desilusión por su parte.1 La teoría del trauma
sexual de la infancia resultó insostenible, ya que eran pocos los casos en los
que podía descubrirse alguna escena de seducción. Pero a pesar de este
“derrumbamiento de todos los valores”,2 siguió aferrándose a la etiología de
las huellas mnémicas para explicar el origen de las fantasías. Y, tanto si podían
referirse a escenas vividas como si no, se le antojaban significativas en cuanto
elaboraciones fantásticas de recuerdos en los que nunca faltaban el rasgo de
lo infantil o de lo erótico. Mientras que inicialmente había puesto el acento
en el carácter deformador, según el cual las fantasías culminaban en falsifica­
ciones tendenciosas de los recuerdos,3 en relación con sus investigaciones de
los sueños cobraron cada vez más importancia como expresión de tendencias
hacia la satisfacción de deseos. Parecía manifestarse en ellas un proceso que
encubría la realidad y que sustituía, en cada caso concreto, la experiencia de
satisfacción que no había existido. También obtuvo, a partir del acontecer
onírico, una cierta comprensión de las fantasías de la pubertad, como por
ejemplo de las relacionadas con “espiar las relaciones sexuales de los padres”,
con la “seducción precoz por personas queridas”, pero sobre todo las “fanta­
sías del cuerpo de la madre”.4A semejanza de lo que ocurría con los sueños
nocturnos y con los ensueños diurnos, se revelaba en estas fantasías la
necesidad de sustituir por una experiencia imaginaria la satisfacción de una
1 S. Freud, A u s d e n A n f ä n g e n d e r P s y c h o a n a ly s e , p. 230. Tal como observa E. Jones, precisa­

mente esta desilusión había de introducir un punto de flexión en la obra de Freud, ya que no
podía por menos de “comprender la importancia de la imaginación”. Cf. Ernest Jones, D a s L e b e n
u n d W e r k v o n S i g m u n d F r e u d , I, p. 313.
2Ibid., p. 232.
3 S. Freud, “Über Deckerinnerungen” (G e s. W e r k e , I, p. 553).
4 S. Freud, Drei A b h a n d lu n g e n z u r S e x u a lth e o r ie (G es. W e r k e , V, p. 127, nota).

79
80 LA PSICOLOGÍA DE LA FANTASÍA

necesidad. La existencia de tales fantasías incestuosas5 -com o denominó a


aquellas que remitían a los deseos sexuales de la infancia (1905)- la había
reconocido ya en el autoanálisis al que previamente se había sometido (1897),6
en forma de sentimientos de odio hacia el padre y deseos sexuales hacia la
madre.7 Tipificaban esta fantasía la regresión del individuo a la infancia y la
acentuación del complejo nuclear, del complejo de Edipo.
Y de modo parecido entendió también las fantasías del poeta como
productos que habían salido de la nostalgia y la carencia y que, en cierto modo,
eran un sustitutivo o una prosecución del juego infantil.8 Visto a la luz del
día, también el poeta se revelaba como un soñador diurno que poseía el
talento, no sólo de imprimir a sus recuerdos de la infancia una “marca
temporal”, sino que conseguía también, mediante la fuerza de su deformación
artística de los hechos reales, proporcionar un placer al lector.9 El apartarse
del mundo exterior era siempre un rasgo característico que permitía recono­
cer en la fantasía una creación de compromiso entre el deseo y la realidad.
Indicaremos de paso que, posteriormente y por inßuencia de Jung, Freud
consideró también que las fantasías eran producto de la introversión,10y que
no había que considerar que tuvieran necesariamente un carácter patógeno.
De un modo general siguió manteniendo que, tanto en el enfermo como
en la persona sana, los deseos insatisfechos eran el motivo de la creación de
fantasías.

Los deseos insatisfechos son las fuerzas impulsoras de las fantasías, y toda fantasía
es la satisfacción de un deseo, una corrección de la realidad insatisfactoria... Trátase
de deseos ambiciosos, que sirven para realzar el valor de la personalidad, o de
deseos eróticos.11

La proliferación de las fantasías iba inevitablemente acompañada de sín­


tomas neuróticos o incluso psicóticos. Este poder excesivo que adquirían las
invenciones imaginarias podía proceder, tanto de la fuerza de atracción
libidinosa de los puntos de fijación, sobre todo de las escenas originarias, como
de los fracasos en el mundo exterior, haciéndose visible en todo caso el
movimiento regresivo de la libido hacia esos puntos en cuestión.

2. L a fantasía como forma creativa (J u n g )

Ésta era a grandes rasgos la situación de la psicología ante la que se encontraba


Jung en el momento de descubrir el fondo creativo de la actividad fantástica.
5 I b id ., ( G e s . W e r k e , V, p. 127).
6 S. Freud, A u s d e n A n f ä n g e n d e r P s y c h o a n a ly s e , p. 235. Carta a Fliess de 15 de octubre de 1897
7 I b i d . , p. 238. Cf. D r e i A b h a n d l u n g e n z u r S e x u a l th e o r i e ( G e s . W e r k e , V, p. 128)
8 S. Freud, “Der Dichter und das Phantasieren”, 1908 ( G e s . W e r k e VII n ¿22)

9 I b i d . , p. 223. ’ ,p ‘ ''
1 0 S. Freud, V o r le s u n g e n z u r E i n f ü h r u n g in d i e P s y c h o a n a l y s e ( G e s . W e r k e , XI p 389)

11 S. Freud, “Der Dichter und das Phantasieren”, 1908 ( G e s . W e r k e , VII, pp 216 ss )


LA PSICOLOGÍA DE LA FANTASÍA 81

Hasta ese momento (1908), más o menos bajo el hechizo de La interpretación


de los sueños freudiana o, más exactamente, de la teoría de la satisfacción de
deseos, había concebido las imágenes de la fantasía como compensación por
lo no satisfecho en la vida. Un ejemplo de ello era la atribución de las fantasías
de un médium sonámbulo, así como de las fabulaciones de personas histéri­
cas, ya intentada en su tesis doctoral, a la “satisfacción de sueños desiderativos
sexuales \ 12Especial importancia entrañaba la idea de la satisfacción de deseos
en su Dementia praecox, donde comprobó, en los síntomas fantásticos de
los dementes, imágenes oniroides que manifestaban sus deseos y esperanzas
incumplidos.13 Pero, de todas formas, estas imágenes se diferenciaban de las
de las personas normales porque se extendían a la totalidad del estado de
vigilia, pudiendo llegar incluso a sustituirlo del todo, provocando en parte
grandes daños a la fonction du réel.14Jung comprendió sobre todo que, en el
enfermo mental, la vida consciente se agotaba en la producción de imágenes
desiderativas, mientras que las vivencias inconscientes pasaban a estar domi­
nadas por la influencia de complejos de contraste, es decir, de procesos de
compensación, por utilizar una expresión de época posterior (1914).

La actividad psíquica d e los pacientes se limita a crear sistem áticas satisfacciones de


d eseo s, com o equivalente hasta cierto p u n to d e una vida llena d e trabajos y
carencias y para las im presiones deprim entes de un m ed io familiar en estado de
ab an d ono. En cam bio, la actividad psíquica inconsciente se halla bajo la influencia
d e los com plejos contrastantes reprim idos, por una parte del com plejo d e m en os­
cabo y por otra parte d e los restos d e una corrección n orm al . 15

Estas observaciones debían aspirar a tener un cierto valor histórico, si


representaban la referencia primera, no sólo a la función compensatoria, sino
también al sentido que se daba a los actos de compensación. Y también tiene
interés el hecho de que Jung, al mismo tiempo que Adler, al que gustaba
llamar autor de la compensación, llamara la atención hacia los complejos
compensatorios (contrastantes).
Uno de los logros más importantes de Jung consistió en ser el primero que
planteara en la psicología médica la cuestión del sentido de lasformas psicóticas,
así como en ver en la comprensión del sentido el objetivo terapéutico. En los años
siguientes habían de multiplicarse rápidamente sus descubrimientos sobre el
carácter de las formas creadas por la psicosis, haciéndolo ir más allá de dar
por supuesto que se trataba de imágenes desiderativas personales, o tan
siquiera de motivaciones personales. Forman parte de sus experiencias más
sagaces las observaciones de que las fantasías de los enfermos mentales ocultan
al inquirente, no sólo un sentido, sino, sobre todo, un sentido impersonal. Pues
descubrió que, pese a la forma a menudo desacostumbrada en que el enfermo
12 C. G. Jung, Z u r P s y c h o lo g ie u n d P a t h o lo g i e s o g e n a n n t e r o k k u lte r P h ä n o m e n e (G e s . W e r k e , I,
8) .
13 C. G. Jung, D em en tia p r a e c o x , p. 171 (G e s. W e rk e , III, p. 163).
' 4 I b i d . , p . 172.
15 I b id , (parte del texto destacado en cursiva).
82 LA PSICOLOGÍA DE LA FANTASÍA

reacciona ante los problemas emocionales, no es infrecuente que se trate de


una forma “en la que nada nos resulta extraño”.16El que la locura [encerrara]
un sentido”17 más profundo, un sentido que tenía su fundamento en pro­
fundidades del alma [aún] desconocidas”, lo condujo por último a compren­
der que las formas que crea la psicosis, así como las que crean las personas
normales, procedían de una común causa primigenia humana. Con palabras
sumamente conmovidas reflejó Jung la profunda impresión que le había
causado la dimensión profunda de las fantasías:

1 am bién las cosas más absurdas no son sino sím bolos de pensam ientos que no sólo
son com prensibles en un sentido hum ano general, sino que se alojan en el pecho
d e toda persona. Así, no encontram os en los enferm os m entales algo nuevo y
desconocido, sino el subsuelo de nuestro propio ser, la matriz de los problemas
vitales que a todos nos hacen afanarnos.18

Con esta afirmación, no sólo tendía un primer puente desde la vida mental
del enfermo a la de la persona sana y normal, sino que adquiría también una
nueva perspectiva terapéutica. En vez de descartar como algo extraño los
sistemas de fantasías del demente, le pareció más idóneo despertar la sensi­
bilidad del enfermo para el sentido humano universal de las fabulaciones de su
imaginación.
T am b ién lo condujo la indagación del co ntenid o espiritual de las creacio­
nes del enferm o m ental al descubrim iento de su sentido teleológico.19 Aun
cu a n d o ya en 1908 había señalado los intentos de solución inconscientes en
las producciones psicóticas, y en 1912 se había percatado del contenido
an ticipatorio de los contenidos oníricos,20 bajo la poderosa impresión de la
p erso n alid ad de F reud había dejado a un lado tales ideas, para no volverá
tom arlas p len am en te hasta 1913/1914. En u n o de los últimos apartados del
p rese n te libro volverem os sobre este p u n to .21
Su libro Wandlungen und Symbole der Libido había de constituir un hito en
el desarrollo de las ideas junguianas. Demostraba en él que, en el sustrato
inconsciente de los sueños y en las fantasías arcaicas, existían fuentes objetivas
de la fuerza creadora, independientes en gran parte de las motivaciones
personales.
Haciendo uso del material cedido por Th. Flournoy,22 relativo a una mujer
en el estadio prodromal de la esquizofrenia, trató Jung de esclarecer tanto la
problemática individual como el fondo universal humano, y para ello se
refirió de igual modo a las impresiones conscientes de la enferma como a sus
16 C. G. Jung, D e r I n h a lt d e P sych o se, p. 10 (G e s . W e r k e , III, p. 184).
17 I b i d , (la cursiva es mía).
18 I b i d . , p. 26 ( G e s . W e r k e , III, p. 198).
19 ibid., p. 16 ( G e s . W e r k e , III, p. 190).
20 C. G. Jung, W a n d l u n g e n u n d S y m b o le d e r L i b i d o , p. 55.
2 1 Véanse las pp. 89 ss.

2 2 Jung recibió, a través de Th. Flournoy, el material sobre la imaginación de la norteameri­

cana Frank Miller, publicado por primera vez en “Archives de Psychologie” en 1906.
LA PSICOLOGÍA DE LA FANTASÍA 83

sueños y fantasias. Por primera vez recurrió a un nuevo procedimiento, a


saber: la utilización de paralelismos históricos y motivos míticos, a fin de
ampliar y profundizar el significado de las figuras autónomas.23 Pese a los
notables comienzos, pese al riguroso planteamiento de cuál era el contenido
espiritual de las fantasías, sólo poco a poco fue Jung —muy metido aun al
principio en la esfera del pensamiento freudiano- dando expresión a sus
propias intuiciones.
Es a la vez fascinante y conmovedor seguir la lucha interna que tuvo que
soportar Jung en sus esfuerzos por apreciar en lo justo, por una parte, las
teorías de Freud y por mantenerse fiel, por otra, a su propio genio. No sólo
mostraba la primera parte de Wandlungen und Symbole der Libido claros indicios
de su interna discordia, sino que, sobre todo la segunda parte, que apareció
poco más tarde, permite comprobar un creciente distanciamiento de Freud.
Si Jung había acogido muy positivamente las primeras obras de su amigo,
ahora se mostraba reservado respecto a la teoría sexual, que entre tanto se
había publicado,24 y a los artículos que la tomaban como base. Sobre todo la
afirmación de Freud de que la fantasía no sólo era deformadora y poco
auténtica, sino tenía también un carácter incestuoso,25es decir, que culminaba
en el compromiso entre el deseo incestuosos infantil y las barreras culturales
que impedían el incesto,26 hubo de chocar con las ideas más propias de Jung.
De las fantasías incestuosas nos ocuparemos en un capítulo posterior.
En sus esfuerzos por salvar lo que los separaba diseñó Jung inicialmente
(1911) una forma de entender la fantasía que -a semejanza de la de Freud-
se caracterizaba en gran parte por los rasgos de lo personal, de lo infantil y
de lo deformado. Aun cuando no describiera la fantasía como autoengaño,
ni dijera de ella expresamente que era producto de una formación sustitutiva,
sí definió en cambio la imagen del mundo generaba por el “pensamiento
fantástico” (pensamiento asociativo) como una imagen “predominantemente
deformada por la subjetividad” (1911).27 También se hallan observaciones
que siguen atribuyendo inicialmente las formas producidas por la fantasía a
“tendencias desiderativas del alma que no gozan de reconocimiento”, sobre
todo de carácter sexual, concepciones todas ellas que, ya en la segunda parte
de Wandlungen und Symbole der Libido, pero de manera decisiva en la reelabo­
ración de esta obra que hizo en 1952, no se limitó a completar, sino que
rectificó.
2 3 En el Prólogo a la segunda edición hada Jung la siguiente observación respecto al
procedimiento seguido por él: “Si en este trabajo se arroja una luz sobre toda clase de mitologemas
que permite apreciar su sentido psicológico, he hecho mención de la comprensión conseguida
como deseable producto secundario de dicho trabajo, sin querer por ello aspirar a que constituya
una teoría general de los mitos. La verdadera intención de este libro se limita a elaborar lo más
a fondo posible todos aquellos factores de la historia del espíritu que coinciden en un producto
involuntario de la imaginación individual." W a n d l u n g e n u n d S y m b o le d e r L i b i d o , 1924.
2 4 S. Freud, D r e i A b h a n d lu n g e n z u r S e x u a lth e o r ie (G e s . W e r k e , V, pp. 128 s.).

25 I b i d ., p. 127.
2 6 S. Freud, “Der Wahn und die Träume”, 1907 (G e s . W e r k e , VII, pp. 78 y 85).

2 7 C. G. Jung, W a n d l u n g e n u n d S y m b o le d e r L i b id o , p. 31 (las fechas se refieren a la primera

edición en el J a h r b u c h ).
84 LA PSICOLOGÍA DE LA FANTASÍA

Especial interés revistieron -si nos anticipamos en el orden cronológico-


las reelaboraciones que Jung introdujo en la cuarta y corregida edición de
esta obra, editada con el título de Symbole der Wandlung (1952). En ella
sustituyó la expresión “pensamiento subjetivo” por la de “pensamiento mo­
vido por motivos interiores”.28También utilizó, junto a la idea de una “imagen
del mundo deformada”, la de una “circunstancia objetiva”.29 Y no hay que
olvidar tampoco que ya no le interesaban primordialmente las “reminiscen­
cias infantiles”, sino las “formas arcaicas de pensamiento”.

Las bases inconscientes de los sueños y las fantasías sólo en apariencia son
reminiscencias infantiles. En realidad se trata de formas basadas en los instintos,
primitivas o arcaicas, que, como es natural, aparecen más claramente en la infancia
que posteriormente.3031

Pero esta delimitación no debe en modo alguno dar a entender que Jung
desvalorizase fundamentalmente, como tendremos ocasión de ver, el aspecto
de lo personal o de lo arcaico primitivo en la fantasía. Como en el caso de los
complejos, siempre reconoció la importancia de configuraciones basadas en
reminiscencias, impresiones y experiencias personales y relacionadas con los aconte­
cimientos de la propia biogiafia. A este respecto, siempre se remitió a las notables
teorías de Freud. Pero lo que no le era posible era la limitación exclusiva a lo
personal, puesto que en sus estudios sobre la historia de las religiones y de
las mitologías había descubierto abundantemente la importancia de los mo­
tivos impersonales.
Dentro de este contexto pueden interpretarse también los inicios de
ruptura con la imagen del mundo de orientación freudiana que aparecen ya
en la primera parte de Wandlungen und Symbole der Libido. Pues, no sólo en los
mitos, sino también en los cuentos infantiles y en el folclore, halló motivos
intemporales, correlaciones de motivos que siempre volvían a aparecer, que
indicaban ia existencia de las llamadas imágenes originarias o primitivas31 y
símbolos humanos universales. Estas observaciones lo llevaron a suponer
procesos nucleares impersonales en la psique inconsciente, supuesto que
pudo confirmar más tarde sirviéndose de dibujos primigenios y arquetipos.32
Pero también tuvo ahí su origen la hipótesis de xmapulsión creadora de mitología
en la psique,33 rechazada por Freud.
Una de sus más destacadas consecuciones durante aquel periodo de
transición fue el descubrimiento del significado simbólico de la fantasía. Éste se
expresaba no sólo en la distinción entre un significado “superior” y otro
“inferior”,34 ni en la teoría del doble significado de todo lo psíquico (natural y
28 C. G. Jung, Symbole der Wandlung, p. 43.
29 I b i d . , p. 44.
™ I b id .
31 Esta expresión aparece por vez primera en la segunda parte. Véanse las pp. 94 ss.
32 Véase la p. 99.
3 3 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 27.

34 I b i d ., p. 53.
LA PSICOLOGÍA DE LA FANTASÍA 85

espiri ua ), sino también en el descubrimiento de una polarización constante de


1 *?ar1a,s' ^ este respecto le resultó impresionante, y a la vez
, , . ?J* e , carfcter de una notable tensión de contradicción en el interior
e os sigm ica os simbólicos, que halló tanto en las “protoideas religiosas”35
C°Tt^erT 3- 1 Cj S representaban la divinidad (Dios y Diablo).36 Desde un
pu e vista inámico se daba también con ello el gradiente que llevaba al
^ ? f amieT dC ? contradicciones; desde el punto de vista del contenido,
xis encía e analogías hacía posible la formación de los símbolos.37 Con
aS sf rvac^ones y en otras semejantes, acabó por parecerle
macep a e a ipotesis de Freud según la cual la fantasía era un fenómeno
deformado y falsificado.

35 I b id ., p. 93.
36 I b id . , p. 105.
37 Véanse las pp. 175 ss.
XI. LAS FANTASÍAS ARCAICAS

P ero la verdadera irrupción de la nueva imagen del mundo, e o que Jung


quería fundamentalmente liberar de la “estrechez del concretismo ma ena-
lista” del siglo xix, se produjo -como afirmaría retrospectivamente- en a
segunda parte de Wandlungen und Symbole der Libido.

T o d o se m e vino encim a com o u na avalancha q u e n o es p o sib le co n ten er. De la


urgencia que había tras ello tuve conciencia m ás tarde: fu e la e x p lo sió n d e todos
los co n ten id o s aním icos que n o cabían en la estrech ez d e la p sico lo g ía y la imagen
d el m u n d o freudianas. Lejos d e m í toda in ten ción d e d ism in u ir e n lo m ás mínimo
los extraordinarios m éritos de Freud en la in vestigación d e la p siq u e individual.
Pero el m arco conceptual en el que Freud quiso in clu ir el fe n ó m e n o an ím ico se me
antojaba insoportablem ente estrech o . 1

Esta ruptura no hay que entenderla como si Jung hubiera negado alguna
vez lo arcaico y lo primitivo de la vida imaginativa, en lo que tanto hincapié
hizo Freud, como tampoco el hecho de la regresión a las capas arcaicas de la
psique. Muy al contrario. Fue precisamente lo arcaico de las formaciones de
la fantasía lo que había de convertirse en punto de partida de nuevos
descubrimientos, pues lo que descubrió en las imágenes arcaicas -como
también afirmaría retrospectivamente- fue un “hecho objetivo que se encontraba
allí y que no dependía... ni de la experiencia individual del arbitrio personal subjetivo" 2
En la regresión de la actividad imaginativa a imágenes arcaicas halló un
fenómeno que, con independencia del carácter inicialmente personal y
subjetivo, permitía abrir, con el planteamiento de la problemática adecuada,
una perspectiva hacia lo humano universal. A su entender era fundamental
que, en el fondo de la fantasía creadora, se revelara un espíritu originario del
hombre, con sus contenidos peculiares, y que lo hiciera del mismo modo que
lo había hecho desde la antigüedad en las creaciones míticas de los pueblos.

J u n to a las fuentes in d u d ab lem en te personales, la fantasía crea d o ra dispone


tam bién del espíritu prim itivo, olvidado y hace tiem p o en terra d o , co n sus im ágenes
peculiares que cobran exp resión en las m itologías d e to d o s los tiem p o s y pueblos . 3

En las formaciones arcaicas de la fantasía descubrió Jung también el aspecto


histórico del inconsciente. Se le hizo patente que la psique inconsciente se basa
1 C. G. Jung, S y m b o le d e r W a n d l u n g , Prólogo a la 4a. edición.
2 I b id ., p. 44 (la cursiva es en parte mía).
3 C. G. Jung, W a n d l u n g e n u n d S y m b o le d e r L i b id o , Prólogo a la 2a. ed. de 1924
86
LAS FANTASÍAS ARCAICAS 87

en una condensación de lo históricamente frecuente y medio”,4 afirmación


que pudo ver confirmada asimismo en lo inconsciente-onírico. Pues en la vida
onírica se manifestaban los “estados históricos”,5 en la amalgama, no sólo de
contenidos personales y colectivos, sino también de motivos que tan pronto
procedían de los tiempos más recientes como de los más antiguos. Todos estos
hechos hacían que cada vez se viera con más claridad que el fondo anímico
no tenía solamente carácter personal, sino que era también de naturaleza
humana universal, impersonal y objetiva.
Mas para comprobar en el material del inconsciente esos hechos objetivos,
siempre existentes, que no se habían asimilado al yo, hacía falta, de todas
formas, un cambio en la forma de plantear las preguntas. En vez de deducir el
sentido de la fantasía de lo ya conocido -como era típico de la psicología
freudiana-,6Jung hizo hincapié en una actitud que “interrogaba” a lo imagi­
nado para averiguar cuál era su núcleo de significado todavía desconocido.
Este planteamiento no sólo requería que se tomase el contenido por real y
objetivo, sino también que se siguiese un método basado en la búsqueda de
analogías y permitiera comprender los motivos y las formas de pensamiento
en contextos más amplios. Sólo un método semejante -al que Jung denominó
hermenéutica-'1 le proporcionaba una adecuada comprensión del contenido
semántico de las formas producidas por la fantasía. Como siempre había
resaltado Jung, no se alcanzaba esta comprensión si se reducía la fantasía,
como hacía Freud, a un mero intento de cumplimiento de deseos y de
satisfacción sustitutiva de una realidad insatisfactoria. Se llegaba incluso a
prescindir de la posibilidad de ver en las producciones de la psique incons­
ciente lo auténtico, lo genuino, que elevaba al ser humano por encima de su
horizonte personal y su mera pulsionalidad, para comunicarle un vislumbre
de su profundidad anímica de fondo.
Jung nunca reclamó derecho de prioridad en relación con el descubri­
miento de motivos filogenéticos en la fantasía. Muy al contrario, ya en 1911,
se remitía a la afirmación de Nietzsche de que en el sueño sigue viviendo un
“primigenio trozo de lo humano”.8También mencionó la idea de Freud, aun
cuando esta idea resultara más discutible, de que en el mito se hallaba una
correspondencia de “los restos deformados de fantasías desiderativas de
naciones enteras”.9 Y también aludió a los trabajos de Abraham sobre la
relación entre psicología de los sueños y psicología de los mitos, aun cuando
resultara inaceptable para su mente la reducción del mito a un “trozo de vida
anímica infantil del pueblo ya superada”.10También lo impresionó la indica­
ción que varios años más tarde publicara Freud de la aparición de fantasías
originarias,11en los sueños y en la actividad fantaseadora de sus pacientes. Pero
4 Ibid., p. 53.
5 Ibid., p. 32.
6 Véanse las pp. 79-80.

7 Véase la p. 275.
8 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 25.

9 Ibid., p. 26.
1 0 Ibid.
11 S. Freud, “Die Verdrängung”, 1915 (Ges. Werke, X, p. 242).
88 IAS FANTASÍAS ARCAICAS

estas coincidencias no deben inducirnos a engaño respecto a la subsistencia


de considerables diferencias en las premisas teóricas de ambos investigadores.
Aun cuando Freud llamara la atención acerca del carácter repetitivo de tales
conjuntos filogenóticos de motivos, y aun cuando hiciera hincapié en queen
ellas el individuo iba más allá “de su vivencia individual [para alcanzar] la
vivencia del tiempo pretérito... a fin de [llenar] las lagunas de su verdad
individual con la verdad prehistórica”,12 esas afirmaciones, de acuerdo con
su pensamiento causal-reductor, tenían un significado totalmente distinto
que para Jung, pues, como expondremos en capítulo posterior, Freud hallaba
que la causa última de los motivos filogenéticos residía en las vivencias de
linajes pretéritos. No podía por menos de aceptar la existencia de huellas
mnémicas colectivas, aun cuando las atribuyera a acontecimientos concretos
que fueron realidad una vez en el mundo de los antepasados.
Al contrario que Freud, Jung veía en las fantasías arcaicas tanto manifesta­
ciones espontáneas de la actividad imaginativa como formas de carácter imper-
sonal e intemporal. El verdadero sentido que se escondía tras esas formas de la
“humanidad primigenia” le parecía residir en un hecho objetivo, procedente
de un fondo colectivo, y al que en nada afectaban las interpretaciones indivi­
duales ni los acontecimientos históricos. Volveremos a ocuparnos de las
diferencias entre ambos investigadores cuando discutamos las fantasías inces­
tuosas13 y, sobre todo, la “herencia arcaica” (Freud).14

12 S. Freud, “Aus der Geschichte einer infantilen Neurose" (Ges. Werke, XII, p. 131).
13 Véanse las pp. 177 s.
14 Véase la p. 130.
XII. EL AFÁN FINALISTA DE LA PSIQUE

E strechamente vinculada a la cuestión del contenido de sentido se hallaba


también la de un posible contenido prospectivo de la fantasía. Fueron nueva­
mente las investigaciones sobre las fantasías alienadas de los enfermos men­
tales las que permitieron comprobar a Jung, no sólo el sentido, sino la
existencia de tendencias organizadoras y anticipatorias en la psique del demente.
Una primera indicación de esto la encontramos en 1908, al reconocer en las
fantasías regresivas, no sólo una fuga del enfermo mental para refugiarse en
los recuerdos de la infancia, sino también inicios plenos de sentido de nuevas
soluciones de sus problemas, aun cuando la mayoría de las veces éstos fueran
insolubles. Debido al alto grado de pérdida del sentido de la realidad, los
intentos de solución difícilmente podían ponerse en práctica de un modo
fructífero.

...la realidad es el problem a sin resolver... Las soluciones [del en ferm o m ental] son
ilu sion es insatisfactorias; su curación, un abandono tem poral d el problem a, que,
al n o estar resuelto, sigu e afanándose en las profun d id ad es del in con scien te y, a
su d eb id o tiem p o, vuelve a em erger hasta la superficie para crear, con nueva
escen ificación , nuevas ilusiones. C om o p u ed en ver, una abreviada representación
d e la historia d e la h u m an id ad . 1

¿Qué entendía Jung por “anticipación”? Adelantándome a lo que expon­


dré más adelante, quisiera indicar aquí que, coincidiendo con Maeder,2 que
desde el primer momento había detectado las tendencias prospectivas, veía
en la actividad prospectiva y anticipatoria de la psique una tendencia a un
ejercicio preparatorio, a un prebosquejo, en resumen: el “proyecto para la
solución de un conflicto”.3
Sus primeras conjeturas se convirtieron poco a poco en conocimientos que
podían probarse. Ya al año siguiente (1909), sus observaciones sobre las
funestas consecuencias de los vínculos de opresión y dependencia que se
establecen entre padres e hijos, le permitieron comprender la importancia
extraordinaria que tenía la figura del padre en relación con la configuración
del destino de sus hijos. Frente al planteamiento causal del problema que hacía
Freud, al buscar la causa de los síntomas neuróticos de la joven persona en la
“novela familiar”,4Jung planteaba el problema de la importancia prospectiva
del padre, es decir del significado, oculto en el síntoma, que éste tenía para
1 C. G. Jung, Der Inhalt der Psychose, p. 16 (Ges. Werke, III, p. 190).
2 A. Maeder, “Über die Funktion des Traumes”, 1912, y “Uber das Traumproblem”, 1913.
3 C. G. Jung, “Allgemeine Gesichtspunkte zur Psychologie des Traumes”, 1928 (Ges. Werke,
VIII, p. 291).
4 S. Freud, Aus den Anfängen der Psychoanalyse, p. 273. Carta a Fliess de 20 de jumo de 1898.
89
90 EL AFÁN FINALISTA DE LA PSIQUE

la vida futura del hijo. Le resultaba evidente que, no sólo los fenómenos del
inconsciente, sino también las cosas que decían los niños neuróticos, apunta
ban a un afán, inmanente a la vida, de búsqueda de un fin.

L o q u e está m a d u r a n d o e n el in c o n sc ie n te ... g u ía co n in v isib le s h ilo s las c r e a c io n e s


a p a r e n te m e n te in d iv id u a le s d e la m e n te m a d u ra . C o m o t o d o c u a n to s e h a fra g u a ­
d a e n el in c o n sc ie n te , tam b ién la co n stela ció n in fa n til e n v ía a la c o n c ie n c ia se n ti­
m ie n to s a ú n o sc u r o s, ca rg a d o s d e p r e m o n ic ió n , lo s s e n t im ie n to s d e u n se creto
g o b ie r n o y d e in flu en cia tra scen d en ta l. Ésas so n las raíces d e las p r im e r a s su b lim a ­
c io n e s r elig io sa s.5

Pero, en todo caso, esto no quería decir que las tendencias organizadoras
tuvieran siempre efectos positivos. Con harta facilidad se producían situacio­
nes conflictivas de carácter neurótico entre la “constelación infantil” (el efecto
persistente de la imagen del padre), por un lado, y la “individualidad”6 (la
tendencia a la autorrealización), por otra. Pero, de todas formas, parecía Jung
considerar más saludable la aparición de una neurosis que una sorda persist­
encia en las lucubraciones fantasiosas de la infancia.
Jung fue un paso más allá en su trabajo, aparecido en 1910, “Sobre los
conflictos del alma infantil”, pensado como contrapartida al que había publi­
cado Freud en torno a las fobias de Juanito.7 Lo interesante es que, cinco años
más tarde (1915), hizo constar retrospectivamente que este ensayo, que
originariamente quería aportar una confirmación de la teoría causal y de la
teoría sexual freudianas, real y verdaderamente había aportado una prueba
del enfoque prospectivo y de su importancia para la psicoterapia. Y fueron
sobre todo las lucubraciones de la fantasía procedentes de la pulsión de saber
y de la curiosidad sexual las que permitieron com prender el desarrollo mental
del niño. Aun cuando en modo alguno discutía la concepción de Freud de
que tanto las fantasías en torno al nacimiento como las que trataban de la
muerte estaban relacionadas con la función sexual, el material de que dispuso
le sirvió primordialmente para confirmar su hipótesis de la función sexual
como semillero defunciones mentales y espirituales superiores:

...v eo e n la “sex u a lid a d d e la p rim era in fan cia” (in terés se x u a l, fa n ta sía s se x u a le s
activ id a d es sex u ales) los in icios d e la futu ra fu n ció n se x u a l, p e r o ta m b ién el
se m illero d e fu n cio n es m en tales y esp iritu ales su p e r io r e s.8

En este trabajo se le reveló también la importancia prospectiva de las


resistencias del niño frente a los padres, de las que Freud hacía tan sólo una
valoración negativa. No sólo la obstinación y la desconfianza del niño, sino
también su terco preguntar, eran para él expresión de una búsqueda angus-
5 C. G. Jung, “Die Bedeutung des Vaters für das Schicksal des Enzelnen”, 1909 p 1 9

6 Ibid. ' ’
7 S. Freud, “Analyse der Phobie eines fünfjährigen Knaben”, 1909 (Ges. Werke VII DD 9 4 1 ^

8 C. G. lung, “Über Konflikte der kindlichen Seele”, 1910, Prólogo a la 2a. ed i q i * I'i'
Psychologie und Erziehung, 1946, p. 130. ’’
EL AFÁN FINALISTA DE LA PSIQUE 91

dada, de un intento de orientación en el mundo o, dicho en una palabra:


revelaban el punto de partida de un progreso intelectual.
Plenamente esclarecedoras fueron las investigaciones que llevó a cabo con
los productos de la fantasía de Miller, ya mencionados. Adquirió con ellas la
certeza de que dichos productos, que Freud consideraba, en la mayoría de
los casos, como mero “retroceso de la libido a lo infantil”, no se agotaban en
la regresión ni en el atascamiento en etapas anteriores, sino que encerraban
también la posibilidad de una renovación. No podía ya seguir ignorando el
hecho de que no podía juzgarse la fantasía, en modo alguno, como simple
reliquia de una cadena causal. Aun cuando no diera a conocer un nuevo plan
de vida,9 tendía a menudo puentes de lo más significativo desde el presente al
futuro. Aun cuando solían revelarse en ella rasgos fantásticos que sustituían
la realidad, áspera e irreal, por representaciones paradisiacas, también pre­
sentaba inequívocos comienzos de espiritualización y de nuevas posibilidades creativas.
El punto de vista prospectivo también resultó de lo más fructífero en
relación con los síntomas neuróticos, pues Jung podía comprobar en ellos que
su sentido no se limitaba nunca a la detección de causas, sino que se podían
concebir además como intentos de iniciar una nueva forma de vida.

L os sín to m a s d e la n eu ro sis n o son so la m en te c o n se cu en cia s d e cau sas q u e fu e ro n


ya u n a v ez... sin o ... tam b ién in te n to s d e co n se g u ir u n a n u ev a sín tesis d e la vid a. A
lo q u e in m e d ia ta m e n te hay q u e añadir: in te n to s fru strad os. P ero q u e, n o p o r e so ,
d eja n d e ser in te n to s, co n su n ú cleo d e valor y d e s e n tid o .10

Y también observó Jung en los sueños, sobre todo en los de las personas
neuróticas, que revelaban al investigador tendencias anticipatorias. Pues
pudo comprobar

q u e, e n cierto s casos d e n eu ro sis q u e se p ro lo n g a b a n d u r a n te a ñ o s, e n el m o m e n to


d e in icia rse la e n fe r m e d a d , b astan te tiem p o a n tes, se p ro d u cía u n su e ñ o , a m e n u d o
d e cla rid a d v ision aria, q u e se grababa in d e le b le m e n te e n la c o n c ie n c ia y q u e , e n el
a n álisis, rev ela b a u n se n tid o q u e se le había o cu lta d o al p a cien te, s e n tid o q u e
an ticip a b a lo s su b sig u ien tes a co n tecim ien to s d e su vid a, e s d ecir, e l sig n ifica d o
p sic o ló g ic o d e los m ism o s.11

También con ayuda de los sueños descubrió, como expondré más adelante,
la función de la autorregulación,12 hallazgo que se confirmaría del modo más
elegante con el afán finalista inherente a lo psíquico.
Estas observaciones no deben inducirnos a pensar que fue Jung el primero
en reconocer en lo psíquico esta característica del afán finalista. Ya Th. Lipps
había puesto como base de su psicología, aun cuando se tratara de una
psicología de orientación filosófica, “afanes”, y había encontrado en los
9 C. G. Jung, Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie, p. 131.
10 C. G. Jung, Die Psychologie der unbewußten Prozesse, p. 63 (Ges. Werke, VII, pp. 49 s.).
11 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 55.
12 C. G. Jung, Das Unbewußte im normalen und kranken Seelenleben, p. 90. Y en forma más extensa
en Über die Psychologie der Unbewußten (Ges. Werke, VII, p. 67).
92 EL AFÁN FINALISTA DE LA PSIQUE

procesos psíquicos una tendencia tanto a la unificación como también a la


disociación.
Pero, sobre todo, ya Freud había descubierto en los fenómenos del deseo,
la urgencia y la pulsión, un dinamismo dirigido hacia un fin. Aun cuando el
planteamiento causal era siempre típico de sus investigaciones, siem pre pensó
en causas finalistas o, dicho de otra manera: había que entender sus causas al
mismo tiempo como mociones orientadas hacia un fin. Pero, a diferencia de
la concepción de Jung de una motivación puramente psíquica, basada en el
sentimiento, el valor y el sentido, para él el placer y el displacer constituían los
únicos reguladores de lo psíquico. Y nada cambiaba a este respecto la
introducción del principio de realidad, que Freud consideraba basado en la
evitación del displacer. Puesto que ponía los motivos del cum plimiento de los
deseos, o de la evitación del displacer, en la más estrecha relación con la
función sexual, y por tanto con el cuerpo, el establecimiento de los fines
derivaba en última instancia de los impulsos somáticos y de las necesidades
pulsionales. También su psicología de los sueños tenía como base una finali­
dad biológica, en la medida en que Freud veía la función de los sueños sobre
todo en la conservación del sueño fisiológico.
Frente a esta determinación hedonista de la finalidad de los procesos
psíquicos hacía Ju ng hincapié en la importancia de una motivación puramente
psíquica, es decir, de la regulación mediante tendencias de valor y de sentido. Lo
que entendía por tal trató de describirlo, conectando con Maeterlinck, del
modo siguiente:

...n o ca b e d u d a d e q u e el in c o n sc ie n te c o n tie n e las c o m b in a c io n e s p sic o ló g ic a s que


n o a lca n za n e l valor d e l u m b ral d e la c o n cien cia . El a n á lisis d e s c o m p o n e estas
c o m b in a c io n e s e n su s d e te r m in a n te s h istó rico s... El p sico a n á lisis trab aja, co m o la
cien cia d e la h isto ria, e n se n tid o in v erso al cu rso d e l tie m p o ... P ero h a y d o s cosas
q u e la h isto ria desconoce : lo q u e se e s c o n d e e n el p a sa d o y lo q u e se e s c o n d e e n el
fu tu r o ... En la m e d id a e n q u e e n el h o y está in c lu id o ya e l m a ñ a n a y está n ya
c o lo c a d o s to d o s los h ilo s d e l fu tu ro , u n c o n o c im ie n to m ás p r o f u n d o d e l p resen te
p o d r ía p o sib ilita r u n p r o n ó stic o d e lo fu tu ro d e m ás o m e n o s a lc a n c e y c o n m ayor
o m e n o r g r a d o d e certeza ..., d e l m ism o m o d o q u e p u e d e d e m o str a r se q u e al
in c o n sc ie n te le so n a ú n accesib les h u ella s m n é m ica s q u e h a ce t ie m p o q u e q u ed a ro n
p o r d eb a jo d e l u m b ral d e la co n cien cia , ta m b ién d e b e r á n se r lo cierta s co m b in a c io ­
n e s su b lim in a le s m u y su tiles q u e a p u n ta n hacia a d e la n te y q u e ... e n c ie r r a n la m ayor
im p o r ta n c ia d e cara al a c o n te c e r fu tu ro . P ero, al ig u a l q u e la c ie n c ia d e la historia
se h a o c u p a d o m u y p o c o d e las c o m b in a c io n e s d e fu tu r o , q u e so n , a n te s b ie n , ob jeto
d e la p o lítica , ta m p o c o las c o m b in a c io n es d e fu tu ro p sico ló g ica s h a n sid o o b je to d e
a n á lisis, sin o q u e h an sid o , p r e fe r e n te m e n te , o b je to d e u n a sin tética p sicológica
in fin ita m e n te refin a d a q u e sabría se g u ir los cu rso s n a tu ra le s d e la lib id o . Eso n o
p o d e m o s h a cerlo n o so tro s, p e r o sí p u e d e h a cerlo e l in c o n sc ie n te , p u e s e s e n él
d o n d e se p r o d u c e n , y p areciera q u e, d e c u a n d o e n c u a n d o , sa lier a n a la lu z del
d ía , e n c ierto s ca sos, fr a g m e n to s im p o r ta n tes d e esa a ctiv id a d , al m e n o s e n su e ñ o s
d e d o n d e p r o c e d e r ía el sig n ifica d o p r o f ético d e los s u e ñ o s q u e la su p e r s tic ió n p ostu la
d e s d e h a ce m u c h o .13
13 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 54.
EL AFÁN FINALISTA DE LA PSIQUE 93

Con el propósito de evitar el equívoco de que se considerase que las


tendencias anticipatorias y prospectivas de la psique eran sinónimo de “pro-
féticas , Jung acabó por preferir el término de “finalistas”, con lo que quería
aludir a una tendencia psíquica relacionada exclusivamente con el objetivo y
finalidad del acontecer.
También sería un craso error querer atribuir la hipótesis de Jung de una
finalidad de la psique y un afán de perseguir un objetivo a una “fijación de
objetivos preexistente” o a una “teleología filosófica”. A una equiparación
semejante se opuso con rigor, como puede deducirse de la siguiente obser­
vación:

C o n lo cual n o q u iere d ecirse qu e el sign ificad o finalista d e u n fe n ó m e n o hubiera


e x is tid o a p rio ri co m o fin ya d a d o en la etapa previa al fe n ó m e n o . C o m o ya se sabe,
n o es factible, d e sd e el p u n to d e vista d e la teoría d el c o n o c im ie n to , d ed u cir d el
sig n ifica d o finalista in n eg a b le d e los m ecan ism os b io ló g ico s u n a fin alid ad p reesta­
b lecid a . P ero sería estú p id o q u e quisiera sacrificarse tam b ién , al d esech a r ju stifica­
d a m e n te la co n clu sió n teleológica, el en fo q u e finalista. Lo m ás q u e cabe d ecir es:
es c o m o si h u b iera u n a finalid ad p reexisten te. En p sicología hay q u e gu ard arse
ta n to d e la fe p u ra m e n te causalista com o d e la te le o lo g ía .14

Con la demostración de la existencia de un afán finalista inmanente en la


psique inconsciente accedió Jung a un nuevo modo de entender el alma
humana, acceso que encerraba posibilidades de trabajo sobremanera fructí­
feras para la psicoterapia. Estas posibilidades fomentaban sobre todo la
adaptación al interior del ser humano, consiguiéndose tanto una mejor comprensión
de sí mismo, como una realización de las disposiciones existentes acorde con la totalidad.

14 C. G. Jung, “Die Struktur des Unbewußten” (Ges. Werke, VII, p. 328, nota).
XIII. LA IMAGEN ORIGINARIA

En sus trabajos con la fantasía creadora y con los complejos impersonales


había alcanzado Jung -como ya hemos dicho- una nueva perspectiva, la
perspectiva que se abría a un espíritu originario del hombre y que le revelaba
imágenes peculiares. Fue principalmente el hecho de que hubiera contenidos
inconscientes, que tercamente se resistían a la integración en la conciencia, lo
que llamó su atención, entre los años 1908 y 1910, acerca de la existencia de
núcleos de significado más profundos. Se le hizo evidente que, detrás de todos
los núcleos psíquicos antiquísimos que tenían importancia psíquica, había
imágenes originarias1 que ejercían sobre la conciencia un efecto, no sólo
fascinante, sino también constelador.
Vale la pena mencionar a este respecto que, en Wandlungen und Symbole der
Libido, Jung sustituyó la expresión de “complejo inconsciente” por el término
“imago”. Lo que lo indujo a ello fue el deseo de destacar la característica de
“una viva autonomía en la jerarquía psíquica...,2 es decir, la autonomía que...
[se ponía de manifiesto], como propiedad esencial del complejo emocional­
mente teñido, con base en múltiples experiencias”.3 Pero en la nueva edición
(Symbole, der Wandlung) señalaba también las insuficiencias del término “ima­
go”, ya que tenía demasiado poco en cuenta el fundamento colectivo de lo
psíquico. A este respecto apuntó asimismo (1952) que resultaba más fructífero
el concepto de “arquetipo”, ya que contribuía a destacar sobre todo lo
impersonal, colectivo, de ciertos contenidos, no referidos a la experiencia
individual.4
En la imagen originaria lo impresionó en primer lugar el elevado grado de
emocionalidad, que hacía que ésta escapara a toda aprehensión personal y que
estuviera rodeada del misterio de lo numinoso. Las imágenes interiores
tenían significación para él, no sólo en cuanto centro de gran intensidad de
energía, sino en cuanto centros que revelaban una “vida propia autónoma”,
un sentido autónomo propio .5 Veía en ellas nada menos que la expresión de una
forma dada específicamente por la vida, uno de los “espíritus creadores de
imágenes”,6 por emplear un término de época posterior (1939). De manera
parecida al complejo teñido de emocionalidad, también la imagen originaria
1 La expresión “imagen originaria” está tomada de una carta de Jacob Burckhardt a Albert
Brenner, Basler Jahrbuch 1901, en la que el autor definía entre otros a Fausto como imagen
originaria o primitiva. Véase C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 35.
2 Ibid., p. 47, nota.
3 Ibid.
4 C. G. Jung, Symbole der Wandlung, p. 67, n. 5.
s C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 597 (Ges. Werke, VI, p. 452). (La cursiva es mía )
6 C. G. Jung, “Kommentar zu: Das Tibetische Buch der großen Befreiung”, escrito en 1939
y publicado en 1954 (Ges. Werke, XI, p. 527).
94
LA IMAGEN ORIGINARIA 95

mostraba una estructura individual que tenía tanto de sentimiento como de


pensamiento,7hallazgo que condujo a Jung a nuevos conocimientos fundamen­
tales sobre la naturaleza de las formas psíquicas. No sólo confirmaba su
concepción previa del significado superior e inferior8 de todo lo psíquico, sino
que dio también solidez a su idea de que todoprocesopsíquico mostraba una tensión
de contradicción entre lo natural y lo espiritual. Tal como tendremos aún ocasión
de ver, esta idea no sólo había de servir para esclarecer el problema del origen
de la formación de símbolos, sino que habría de convertirse en fundamento
esencial de su energética.
Tal como hemos indicado, las imágenes originarias poseían también unas
leyespropias que impedían su sujeción al arbitrio del individuo, o a todo cuanto
tuviera carácter personal. Así, por ejemplo, se hacía patente el hecho de que
existía una relación indudable de la imagen con la “situación psíquica global”.9
Lo cual se manifestaba por ejemplo en el hecho de que las imágenes repre­
sentaban una expresión concentrada de la situación en la que el individuo se
encontraba en cada caso, tanto la de la conciencia como la de los contenidos
constelados por el inconsciente. Lo que se constelaba en cada caso, “era
producto, por una parte, de la propia actividad del inconsciente, mientras
que por otra lo era de la situación consciente momentánea, que estimulaba
la actividad de los materiales subliminales pertinentes al tiempo que inhibía
la de los no pertinentes”.10
Con una de las más profundas intuiciones sobre el carácter de las imágenes
originarias se llegaba hasta el punto de considerar que éstas eran exponentes
de la realidad interior, valores psíquicos “que representaban una realidad ‘interior’
y que llegaban incluso a superar en importancia a la realidad ‘exterior ”.11 Lo que
prendió sobre todo a Jung fue el hecho de que en la imagen originaria se
revelaba una especie de “disposición subjetiva” a la adquisición de experien­
cias interiores, pues la imagen, a diferencia de la percepción, que dependía
en gran medida de la sustancia de la experiencia, remitía a la parte subjetiva
de la vivencia. Representaba el modo en que el mundo se reflejaba desde
siempre en el interior anímico.
Aparte del efecto profundo de las imágenes originarias, de su afinidad con
las formas que revelaban la arqueología y la historia de las religiones, lo que
más impresionaba a Jung era, sobre todo, la existencia de formas básicas típicas
dentro de los motivos repetitivos. Resultaba esclarecedora para él la experien­
cia en la psicoterapia de que los pacientes, en sus sueños, síntomas y fantasías,
mostraban imágenes arcaicas que presentaban una asombrosa constancia en
la elección de sus motivos. La observación tanto de la constancia como de la
siempre renovada transferencia de dichos motivos arcaicos, tales como la
figura del brujo o el hechicero, al médico -por citar sólo algunos- le parecía
7 C. G. Jung, Die Psychologie der unbeumßten Prozesse, p. 8 6 (Ges. Werke, VII, p. 72). (La cursiva

es mía.)
8 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 53.
9 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 597 (Ges. Werke, VI, p. 452).

1 0 Ibid.
11 Ibid.
96 LA IMAGEN ORIGINARIA

ser indicio, no sólo de la existencia de hechos impersonales en el interior de


la psique, sino también de protorrepresentaciones que se repetían de modo siempre
parecido.
Todas las propiedades que Jung había establecido para la imagen origi­
naria” -repeticiones, constancia, efecto fascinante y regularidades- lo indu­
jeron a ver en ellas dominantes de la psique suprapersonal.

Estas dominantes son los soberanos, los dioses, es decir, las imágenes de las leyes
y principios dominantes, de regularidades medias en el desarrollo de las imágenes
que el cerebro ha recibido en el curso de procesos seculares.12

Aproximadamente hasta 1921 denominó a la imagen arcaica “imagen


originaria”, y a partir de dicho año comenzó a utilizar también el término
“arquetipo”13 o imagen arquetípica, expresión que fue adquiriendo cada vez
más carta de naturaleza.
Aun cuando Jung empleara todavía durante mucho tiempo ambas expre­
siones como sinónimos, con el tiempo fueron apareciendo sensibles diferen­
cias semánticas, que reflejaban un constante ensanchamiento del contenido
de sentido de la imagen psíquica. Mientras que la idea de la imagen originaria
había brotado originalmente de la necesidad de com prender tanto lo supra-
personal y numinoso de determinadas imágenes de la fantasía, así como su
coincidencia con conocidos motivos mitológicos, la expresión “arquetipo”
introdujo en la investigación un aspecto nuevo de lo psíquico, a saber: lo
kármico y lo fatal.

Observará el lector que se mezcla aquí, en el concepto del arquetipo, un elemento


nuevo que no fue mencionado anteriormente. Esa mezcla no supone ninguna
vaguedad inadvertida, sino un ensanchamiento deliberado del arquetipo con
ayuda del factor kármico, tan importante en la filosofía hindú. El aspecto del karma
es insoslayable para una comprensión más profunda del carácter del arquetipo...14

Esta visión de una nueva dimensión se refería también a otra cosa más: en
el término “arquetipo” no se ponía el acento en arché: principio, causa
primitiva; sino en typos: huella. Por lo que cabía entender el “tipo” como
“efecto del sello”, o bien como símbolo de un sentido aún desconocido.

El punto de vista religioso entiende el “tipo” como efecto del sello; el científico lo
entiende en cambio como símbolo de un contenido que le resulta desconocido e
incomprensible.15
12 C. G. Jung, Die Psychologie der unbeumßten Prozesse, p. 117 (Ges. Werke, VII, p. 103).
13 Este término fue utilizado por vez primera en “Instinkt und Unbewußtes”, 1919 (Ges.
Werke, VIII, p. 153). En años posteriores, Jung estableció la distinción entre la imagen arquetípica
y el “arquetipo”, entendiendo este último término en el sentido de m odelos generales de la
com prensión, mientras que limitaba el primero a las manifestaciones simbólicas y expresiones
icónicas del “arquetipo”.
1 4 C. G. Jung, Über die psychologie des Unbewußten, p. 140, nota (Ges. Werke, VII, p. 83, nota).
1 5 C. G. Jung, Psychologie und Alchemie, 1943, p. 33.
LA IMAGEN ORIGINARIA 97

Aparte, se admitieron la regularidad y la legalidad, así como también el


carácter repetitivo de la imagen arcaica del fin de la existencia de los elemen­
tos estructurales preformativos y de las perspectivas de la función, incluso de
las categorías previamente conocidas, que “dominan” el pensamiento y la acción
en formas determinadas. Y no por último, la elección del nuevo término tal
vez se derivó ya de la idea de un algo no psíquico del fondo anímico, una de las
experiencias inaccesibles.16

Véanse las pp. 284 y 291.


XIV. EL ARQUETIPO COMO ELEMENTO
ESTRUCTURAL Y COMO PRINCIPIO FORMADOR

Si el fenómeno de la imagen originaria permitía conocer la ocurrencia


universal de la tendencia a la repetición de diversos motivos, con la perspec­
tiva del fondo arquetípico hacía su aparición una tendencia “inconsciente
esencial”1 de la psique. Y este carácter inconsciente se manifestaba, no sólo
en forma de algo preformado o innato, sino también como disposición
funcional de representaciones que sólo maduraban de manera paulatina.
Inicialmente vio Jung en la imagen arquetípica, a semejanza de la imagen
originaria, una forma fundamental típica de una cierta experiencia anímica
que siempre se repetía.2
Para la elaboración de la estructura formal general del arquetipo se inspiró
al principio en Platón, concibiendo la imagen arquetípica como una especie
de posibilidad prefigurada de la facultad de representación que empujaba las
vivencias en una determinada dirección.

S o n id ea s ante rem, c o n d icio n es d e form a, lín eas fu n d a m e n ta le s trazad as a priori,


q u e se ñ a la n u n a d eterm in a d a co n fig u ra ció n a la su stan cia d e la ex p erien cia , por
lo q u e, corno lo e n te n d ie r a tam b ién Platón, p u e d e n p en sa rse c o m o im ágenes , como
e sq u em a s o p o sib ilid a d es fu n cio n a les h ered a d a s, p e r o q u e e x c lu y e n otras posibi­
lid a d es, o p o r lo m e n o s las lim itan en gran m e d id a .3

El supuesto de las disposiciones prefiguradas conducía de manera natural


a la cuestión del posible carácter hereditario. Jung no podía por menos de
ver en las imágenes arquetípicas estructuras psíquicas heredadas que remitían a
determinadas disposiciones fisiológico-anatómicas.4 No sólo aparecían en el
contexto de condiciones del medio exterior perdurablemente eficaces, sino que se
desarrollaban de acuerdo con determinadas leyes inherentes a la materia viviente.
Lo que ya había pensado en 1921 lo formuló veinte años más tarde (1941) de
la siguiente y plástica manera:

N o es q u e e l m u n d o , tal co m o lo c o n o cem o s, h ab le p o r b o ca ... [del] inconsciente.


S in o q u e lo q u e h abla d e sd e él es el m u n d o d e sc o n o c id o d e la p siq u e, del que
sa b em o s q u e só lo e n p arte refleja n u estro m u n d o em p írico , m ien tra s q u e por otra
p a rte le d a fo rm a d e a cu erd o co n la p rem isa psíq u ica. El a r q u e tip o n o procede,

1 C. G. Jung y K. Kerényi, Einführung in das Wesen der Mythologie, 1941, p. H l .


2 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 598 (Ges. Werke, VI, p. 453).
3 Ibid., pp. 431 s. (Ges. Werke, VI, p. 327).
4 Ibid., p. 598 (Ges. Werke, VI, p. 453).
98
EL ARQUETIPO COMO ELEMENTO ESTRUCTURAL 99

p o r así d e c ir lo , d e lo s h ech o s físicos, sin o q u e, a n te s b ie n , refleja la fo rm a e n q u e


e l a lm a e x p e r im e n ta eso s h e c h o s...5

En razón de sus investigaciones sobre los mitos y de la causística psicológica


y psicopatológica que fue reuniendo, se le hizo cada vez más evidente que los
arquetipos eran “hechos existentes a priori, heredados y difundidos univer­
salmente”.6 Su carácter numinoso parecía deberse a que representaba “situa­
ciones vitales tipificadas”.7Aproximadamente por la misma época (1935) llegó
incluso a denominarlos “órganos de la psique prerracional”.

L os a r q u e tip o s so n a lg o así c o m o ó r g a n o s d e la p siq u e p rerra c io n a l. S o n estru ctu ra s


b ásicas ca racterísticas, q u e se h ered a n e te r n a m e n te y q u e e n su in icio ca r e c e n d e
c o n te n id o esp e cífico . El c o n te n id o esp ecífico se d a p rim ero e n la v id a in d iv id u a l,
e n la q u e la e x p e r ie n c ia p erson al se d a p recisa m en te e n esas fo r m a s .8

Como consecuencia de su efecto universal permitían suponer también la


existencia de una relación con una “semejanza universal de los cerebros”. O
dicho de otra manera: en ellas parecían repetirse los “modos de funciona­
miento de los cerebros de una serie de antepasados”.9 Con base en la
correspondencia de esta “función universal del espíritu” con las formas de
funcionamiento cerebrales. Jung llegó pronto a considerar que los arquetipos
eran factores organizadores del acontecer psíquico (1921), idea que posterior­
mente volvió a tomar y a completar en relación con sus investigaciones
sincronísticas. En su obra de senectud volvió a poner en tela de juicio la idea
que había defendido hasta entonces de una vinculación del arquetipo con la
estructura cerebral. Mientras por una parte ampliaba la hipótesis de la
función cerebral tomando en cuenta el sistema nervioso simpático,10 por otra
ponía en tela de juicio que pudiera existir una vinculación entre la experiencia
psíquica y “los procesos del sustrato biológico”.11 Pero, con independencia de
esto, siguió afirmando que el arquetipo era un “elemento estructural psíquico,
y por tanto una parte vitalmente necesaria de la economía anímica”.12

1. La imagen arquetípica como centro creador

El descubrimiento de que el arquetipo no era únicamente un punto de


concentración de vías del pasado, sino también un centro del que partían nuevos
5 C. G. Jung y K. Kerényi, Einführung in das Wesen der Mythologie, 1941, p. 109.
6 C. G. Jung, “Psychologische Determinanten des Verhaltens”, 1936 (Ges. Werke, VIII, p. 141).
7 Ibid.
8 C. G. Jung, “Psychologischer Kommentar zum Bardo Thödol”, 1935 (Ges. Werke, XI, p. 559).

9 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 431 (Ges. Werke, VI, p. 327).

1 0 C. G. Jung, “Synchronizität als ein Prinzip akausaler Naturvorgänge”, 1950, en Naturer­

klärung und Psyche, p. 97 (Ges. Werke, VIII, p. 568).


11 Ibid., p. 96 (Ges. Werke, VIII, p. 567).

1 2 C. G. Jung y K. Kerényi, Einführung in das Wesen der Mythologie, p. 117.


100 EL ARQ UETIPO COM O ELEM ENTO E ST R U C TU R A L

efectos creadores, fue revolucionario y había de allanar el cam ino para plenitud
de nuevos conocimientos. Por m or de la im portancia de estos conocimientos,
vamos a reproducir in extenso cómo se dio el paso aludido.

E l a r q u e t ip o e s u n a e s p e c ie d e d is p o s ic ió n a r e p r o d u c ir s ie m p r e las m ism as o
p a r e c id a s r e p r e s e n t a c io n e s m íticas. P a rece a p r im e r a v ista , a s í p u e s , c o m o si lo que
s e g r a b a e n e l in c o n s c ie n t e fu e s e e x c lu s iv a m e n t e la r e p r e s e n t a c ió n su b jetiv a d e la
fa n ta s ía e x c ita d a p o r e l p r o c e s o físico. Y p o d r ía p o r t a n t o s u p o n e r s e q u e los
a r q u e t ip o s s o n la s im p r e s io n e s m ú lt ip le m e n t e r e p e tid a s d e la s r e a c c io n e s subjeti­
v a s. P e r o tal s u p o s ic ió n n o h a c e s in o lib ra rse d e l p r o b le m a sin r e s o lv e r lo . N a d a nos
im p id e s u p o n e r q u e c ie r to s a r q u e tip o s a p a r e c e n ya e n lo s a n im a le s , y q u e p o r tanto
se b a sa n e n la id io sin c r a s ia d e l siste m a v iv ie n te , s ie n d o e n c o n s e c u e n c ia expresión
de vida y no pudiéndose, hallar más explicación del hecho de que sean así.ls

Así pues, los arquetipos serían inherentes a la vida. Supondrían, como


añadía Ju n g , fuerzas y tendencias que no sólo repetían experiencias, sino que,
además, constituían centros creadores de numinoso efecto. La naturaleza forma-
dora y transform adora del arquetipo, tal como se m anifestaba sobre todo en
la tendencia creadora a la transformación de las im presiones tempranas,
aparecía cada vez más en la obra de J ung. T al como verem os en el apéndice,14
desde este pu n to de vista ya no estaba lejos el paso para concebir el arquetipo
como u n protodiseño del fondo psíquico que tuviera sus raíces en lo trascen­
dental y no psíquico. Pero, de momento, Ju n g se limitó al carácter de imagen
del arquetipo, haciendo hincapié en lo impersonal y fuera del alcance del
arbitrio del yo.

2. I magen arquetípica y conciencia

J u n g veía una de las propiedades más im portantes de la im agen arquetípica


en la capacidad que poseía de tomar el yo en sus manos y transformarlo. Sin
em bargo, para que esto pudiera producirse se requería tam bién la colabora­
ción del yo.
Por una parte, esas imágenes arquetípicas, procedentes del inconsciente
colectivo, representaban la “matriz de la experiencia”15 sin más, la automani-
festación del inconsciente, m ientras que por otra parte eran una reacción espon­
tánea de la psique a una situación de menesterosidad personal del individuo o
de am enaza colectiva por el espíritu dom inante de la época. La imagen
arquetípica no sólo tenía un efecto constelador, sino que ella misma se hallaba en
gran medida constelada. Era en todo caso una contrapresencia del yo que poseía
de la forma mas intensa el carácter de exhortación a hacerse consigo mismo.
Mas para que se produjera exhortación tenía que haber un exhortado, que
15 C. G. J u n g , Das Unbewußte im normalen und kranken Seelenleben, pp. 101 s., nota (Ges. Werke,
V II, p. 75). (La cursiva es mía.)
1 4 V éan se las pp. 283ss.

1 5 C. G .Ju n g, “Analytische Psychologie und W eltanschauung”, 1927 (Ges. Werke, VIII, p. 432).
EL ARQUETIPO COMO ELEMENTO ESTRUCTURAL 101

no era otro que la personalidad consciente del yo. La imagen era materia
prima, necesitada de traducción al lenguaje de la época correspondiente.

P e r o h u b ie r a s id o u n e q u ív o c o s u p o n e r q u e las im á g e n e s fa n tásticas d e l in c o n s ­
c ie n te p o d r ía n u tiliz a r se d e m a n e r a in m e d ia ta , cu al si se tratara d e u n a r e v e la c ió n .
N o so n s in o la m a te r ia p rim a q u e , p ara cob rar se n tid o , n e c e sita a ú n d e la
tr a d u c c ió n a la le n g u a d e la é p o c a c o r r e s p o n d ie n te .16

Sin respuesta del yo, sin su activa participación, no era posible ninguna
experiencia de la contrapresencia, y tampoco, por tanto, transformación
alguna de la personalidad. En efecto, Ju n g encontró en las posibilidades de
comprensión que se daban en cada individuo una condición igualmente
esencial para la experiencia viva de la realidad interior. Se trataba en este
proceso de una dependencia alternante, en la que emergían por un lado
efectos espontáneos del inconsciente y por otro se producía un proceso
conformador por parte de la psique consciente. Para que se convirtiera en
experiencia de la imagen se requería consonancia entre el sujeto que experimentaba
y el objeto experimentado.17
Del mismo modo que las formas de vivencias arquetípicas aspiraban a que
el yo les diera forma, para aproximarlas a lo humano, también la conciencia
exigía la asociación creativa por parte de las profundidades del alma. Al igual
que el ensanchamiento de la conciencia iba unido a la contrapresencia
creadora, también la realización del “sí mismo” dependía de la integración
moral y acorde con el entendimiento de las posibilidades icónicas concretas.
Sólo en una acción conjunta de hechos conscientes y extraconscientes expe­
rimentaba el individuo tanto la exaltación de su sentimiento vital como la
profundización de su autocomprensión.
La comprensión psicológica de la imagen arquetípica como centro creador,
del que partían efectos conformadores, abrió a Jung nuevas vías para la
psicoterapia. La perspectiva abierta, no sólo a lo grande e impersonal de la
psique, sino también a las fuerzas creadoras y compensatorias del propio
interior, era adecuada para ampliar el punto de vista personalístico, que
deducía el síntoma de la biografía personal, mediante los elementos estruc­
turales impersonales de la psique. Con ello adquirió Ju n g un instrum ento
capaz de liberar al neurótico de sus intrincamientos personales, de sacarlo de
su aislamiento y dirigir su mirada a las fuerzas impersonales de la vida. Ahora
bien, este instrum ento sólo resultaba fructífero y servía de ayuda en manos
de quienes poseyeran una sutil capacidad de discernimiento para los conte­
nidos pertenecientes a la psique personal, así como para aquellos otros que
cabía atribuir a la psique impersonal.18

16 Ibid.
17 Ibid.
1 8 C. G. J ung, Das Unbeumßte im normalen und kranken Seelenleben, p. 136 (Ges. Werke, V II, p. 102).
C uarta Parte

DEL INCONSCIENTE PULSIONAL


AL INCONSCIENTE COLECTIVO
DEL INCONSCIENTE PULSIONAL
AL INCONSCIENTE COLECTIVO

La demostración empírica de una dimensión suprapersonal y espiritual en la


psique inconsciente fue uno de aquellos descubrimientos de Jung que pusie­
ron de manifiesto el abismo que separaba sus concepciones psicológicas de
las de Freud. Con independencia de las múltiples observaciones semejantes
-ambos investigadores eran destacados empíricos-, buscaron objetivos y ca­
minos muy distintos en cuanto a la explicación, comprensión e interpretación
de los materiales procedentes del inconsciente. Se han hecho ya muchos in­
tentos de deducir las ideas básicas que Jung tenía del inconsciente con las
correspondientes en Freud, equiparando por ejemplo lo reprimido con el
inconsciente personal, lo “reprimido originario”, o la “herencia arcaica” con
el inconsciente colectivo. Pero en mi opinión todos estos intentos cojean. Vistas
más de cerca unas y otras ideas se muestran tan diferentes, y están sobre todo
incardinadas en un contexto de sentido tan distinto, que apenas cabe estable­
cer equiparación entre ellas. Las diferencias en la estructura conceptual no
se referían exclusivamente a los distintos planteamientos y objetivos -mientras
que el interés primordial de Freud se centraba en la neurosis, el de Jung se
dirigía a la comprensión de la vida anímica en cuanto tal-, sino también a la
actitud intelectual fundamentalmente diversa de ambos psicólogos.
Ambos investigadores se esforzaron en atacar la equiparación todavía
frecuente en la psicología médica de conciencia y psique. Ambos rompieron
una lanza en favor del reconocimiento de los fenómenos inconscientes, y
ambos procuraron extraer de los efectos de los factores inconscientes deter­
minadas conclusiones acerca de la naturaleza de la psique. El punto focal de
su interés lo ocupaba, en especial, el juego de fuerzas, la interrelación de
fenómenos conscientes e inconscientes. Si el logro extraordinario de Freud
consistía en la demostración empírica de hechos inconscientes como conjunto
de huellas mnémicas dotadas de sentido y eslabonadas sin solución de
continuidad, incluso cuando su sentido tenía aún que ser descubierto por el
método psicoanalítico, las investigaciones de Jung culminaron cada vez más
en el descubrimiento de dominantes del fondo anímico que no podían
explicarse. Sus investigaciones trazaban un arco que iba del complejo incons­
ciente a las formas básicas incognoscibles del inconsciente-psicoide. Trazaba
así una imagen de la psique inconsciente que ya había vislumbrado desde
fecha muy temprana, a saber: la de algo desconocido y más vasto, que
trascendía a la conciencia en todos los sentidos.

105
XV. LA IDEA DE CONCIENCIA Y DE IN C O N SC IE N T E
EN FREUD

La fo r m u l a c ió n conceptual de las ideas fundamentales de Freud, tal como


acertadamente señala Rapaport, la dificulta el hecho de que Freud cambió
repetidas veces el plano del análisis”.1
Sus conocimientos sobre el inconsciente2 se desarrollaron en relación con
su interés fundamental, que siempre se centró en la psique del enfermo. El
prim er intento de Freud de explicar una neurosis se basó en el descubrimien­
to de una dinámica psicológica entre las experiencias traumáticas, por un
lado, y el yo censor por otro, lo que le permitió com probar, como consecuen­
cia de la incompatibilidad de los dos polos, la existencia de un proceso de defensa.
Lo característico de este proceso era -como ya hemos señalado- la disociación
del complejo vivencial, que acompañaba al desplazamiento del afecto y al
hecho de que la representación se tornaba inconsciente, conduciendo por
último a la formación del síntoma. Surgía un grupo de representaciones
separadas del yo y caracterizadas por un punto nuclear y de cristalización.3 Para
la representación no apta para la conciencia le pareció esencial que, a pesar
de la mayor tensión e intensidad de la excitación, no era capaz de atravesar
el umbral de la conciencia, con lo que dejaba una huella que era, a la vez,
efectiva e inconsciente: Como huella mnémica de un trauma, la representación
reprimida era la base de procesos inconscientes (1896).
Ya en Im interpretación de los sueños introdujo Freud un estrato mencionado
por sus predecesores: el de los contenidos cercanos a la conciencia del
inconsciente latente. Entendía por tales, pensamientos que podían desapare­
cer temporalmente de la conciencia, pero que básicamente seguían siendo
aptos para la misma. Esta hipótesis se basaba en experiencias conocidas, tales
como la observación de la aparición inesperada de soluciones a problemas
matemáticos durante el sueño, o la aparición de sugestiones poshipnóticas
(Bernheim), etcétera.
A la diferenciación entre contenidos aptos para la conciencia pero latentes
y contenidos rechazados, no aptos para la conciencia, se unía la hipótesis
paralela de una estratificación de la psique en “inconsciente-reprimida”
“inconsciente-latente” (prcconsciente) y conciencia. Esta estratificación que­
daba subrayada por la presencia de una instancia censora que separaba en
cada caso un ámbito del otro. Ya en 1900 escribía Freud:
1 D. Rapaport, Die Struktur der psychoanalytischen Theorie, 1959.
2 Puesto que el concepto de inconsciente en la psicología de Freud
se desarrolló, poco a
poco, a partir de las ideas de trauma y de defensa que he expuesto en los
repeticiones son desgraciadamente inevitables. capítulos iniciales, las
3 S. Freud, Studien über Hysterie (Ges. Werke, I, p. 182).
106
LA IDEA DE CONCIENCIA Y DE INCONSCIENTE EN FREUD 107

H a y dos closes d e inconsciente q u e los p sicó lo g o s tod avía n o h an d ife r e n c ia d o . A m b o s


fo rm a n p a rte d e l in co n scien te e n el se n tid o q u e le d a la p sico lo g ía . En n u estra
c o n c e p c ió n , u n a d e estas clases, la q u e llam am os inconsciente , es, al m ism o tie m p o ,
no a p to p a r a la conciencia, m ien tras q u e la otra la d e n o m in a m o s precon scien te p o r q u e
su s e x c ita c io n e s, a u n g u a r d a n d o d eterm in a d a s reglas, quizá d e sp u é s d e p asar u n a
n u e v a cen su r a , p e r o sin ten er e n cu en ta el sistem a d el inconsciente, p u e d e n llegar
a la c o n c ie n c ia .4

Frente a la propiedad de una representación de ser consciente o incons­


ciente entendía Freud por inconsciente el término que designaba todo un
sistema cuyos “distintos procesos eran inconscientes”,5 definición conceptual
por la que, a pesar de que la había formulado en 1913, siguió guiándose
permanentemente.
Otro intento de comprensión del inconsciente iba unido a La interpretación
de los sueños. En esta obra Freud cambia el enfoque desde el exterior de la
psique a su interior. En vez de partir de excitaciones traumáticas, en su teoría
de los sueños partió de arranques de deseo en el fondo psíquico. Para ello le
sirvió de ayuda su autoanálisis, que lo condujo, no sólo a lo infantil, a lo sexual,
sino también a lo arcaico, en la vida onírica. Se hizo famosa la formulación de
que

...e n el s u e ñ o [se en cu en tra ] al n iñ o q u e sig u e v iv ien d o co n su s im p u ls o s...67

En el sueño descubrió el hecho sumamente importante para su compren­


sión del inconsciente de que las leyes que aparecían en el inconsciente eran
fundamentalmente distintas de las que presentaba el preconsciente. Fue clarificadora
para él la comprobación de dos formas de curso de los procesos psíquicos, a
saber: las del proceso primario y secundario.1 Estos procesos le revelaron que
existía una diferencia, esencial para su teoría, en las leyes del movimiento
entre inconsciente y preconsciente. Apoyándose en Breuer contrapuso las
“cantidades de excitación que fluían libremente” a las que “se veían frenadas
por la inhibición” (en Breuer: estados de excitación tensos, intercerebrales y
relativamente inmóviles).8 Mientras que Freud sólo veía actuar en el incons­
ciente procesos primarios que siempre seguían el principio del placer, el
sistema consciente -más exactamente el preconsciente- estaba “sujeto a
estructuras”,9 como acertadamente comentó Rapaport. Pensaba en tanto en
los hechos del pensamiento ordenado, del control de los afectos, de los modos
de comportamiento orientados hacia un fin y de las formas del pensamiento
4 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/III, p. 619). Mencionado ya en la la. ed. (La
cursiva es mía.)
5 S. Freud, “Einige Bemerkungen über den Begriff des Unbewußten”, 1913 (Ges. Werke,
VIII, pp. 438 s.).
6 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/III, p. 197).
7 S. Freud, “Entwurf einer Psychologie”, 1895, en Aus den Anfängen der Psychoanalyse, pp.
409 s. También en Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/III, p. 607).
8 Breuer-Freud, Studien über Hysterie, pp. 168 s.
9 D. Rapaport, Die Struktur der psychoanalytischen Theorie, p. 97.
108 LA IDEA DE CONCIENCIA Y DE INCONSCIENTE EN FREUD

lógico, así como en el principio de la realidad. Básicamente, frente a la falta


de freno de los deseos inconscientes, se erigía un sistema bien construido e
influencias inhibidoras, dualismo este que fue también de capital importancia
para Freud a fin de comprender lo reprimido. En la medida en que desde e
comienzo había equiparado los procesos inconscientes en la huellas mnémicas
reprimidas, todo cuanto dijera sobre lo inconsciente se aplicaba asimismo a
lo reprimido. En consecuencia, no sólo el inconsciente, sino también la representación
reprimida, se hallaba en estado de energía libre.
En el dualismo del curso del movimiento reconoció también otra ley, que
designó como transformación de la catexis,10 entendiendo por “catexis la
cantidad de energía que fluía hacia las huellas mnémicas. Era de la opinión
de que, al pasar la representación del preconsciente al inconsciente, y a la
inversa, es decir, al producirse la represión y al invertirse el proceso, se
producía siempre una alteración de las energías catécticas. Mientras que en
el primer caso comprobaba una retirada de la catexis preconsciente; en el
segundo, es decir al levantarse la censura a lo reprimido y hacerse (pre)cons-
ciente, se producía una estructuración y un ligamiento de la energía catéctica.
Pero con esto no se agotaba la diferencia en las leyes, pues Freud supuso
también una diferencia en el modo y manera en que se producía la ocupación
catéctica de los objetos. Mientras que en el inconsciente sólo había repre­
sentaciones de cosas, en el preconsciente se unían también a ellas las llamadas
representaciones verbales.11 Por carentes de significado que fueran estas
desviaciones a primera vista, Freud reconoció siempre en ellas una caracte­
rística que separaba la histeria de la esquizofrenia. Mientras que era típico de
la histeria el predominio de las representaciones de cosas, de la esquizofrenia
lo era el predominio de representaciones verbales.12 Por medio de tales
reflexiones adquirió Freud la posibilidad de diferenciar lo inconsciente, lo
reprimido, como un ámbito de la psique genuino, sometido a leyes específicas (libre
desplazamiento) y a cualidades asimismo específicas (representaciones de cosas), de lo
preconsciente (energía ligada, representaciones verbales y objetivas).
Al cimentar su teoría de la sexualidad,13 Freud halló un filón de conoci­
mientos sumamente importantes sobre la naturaleza del inconsciente. Una
vez que hizo quiebra su hipótesis de la etiología del trauma infantil para el
surgimiento de la histeria, supuso para él una especie de inesperada ilumi­
nación reconocer, sobre la base de sus investigaciones fisiológicas, por un lado,
y de su autoanálisis por otro, la, importancia de lafunción sexual para la existencia
psíquica, pues descubrió que la pulsión sexual era una especie de fuerza de
extraordinaria eficacia que operaba en el individuo, no sólo antes de cualquier
influencia traumática, antes de toda escena de seducción, sino desde la más
tierna infancia, desde una fuente de estímulos somática interna. La difícil
pregunta acerca de los límites que separaban lo físico de lo corporal la resolvió
10 S. Freud, “Das Unbewußte” (Ges. Werke, X, p. 279).
11 Ibid., p. 300.
12 Ibid., p. 302.
13 S. Freud, Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie (Ges. Werke, V, pp. 27 ss.).
LA IDEA DE CONCIENCIA Y DE INCONSCIENTE EN FREUD 109

inicialmcntc concibiendo la fuerza pulsional como “representante psíquico


de una fuente de estímulos somáticos interiores que fluía continuamente .H
El acento lo ponía en lo biológico: las pulsiones eran fuerzas que ponían de
manifiesto las exigencias que lafisiología imponía a la vida psíquica.'5Con la teoría
sexual situaba Freud la psicología del inconsciente fundamentalmente en el
terreno de los factores pulsionales, sobre todo en el de los factores sexuales:
impulso instintivo, urgencia, tensión producida por la necesidad y satisfacción consti­
tuían los auténticos motores del acontecer psíquico, constituyendo las ideas que repre­
sentaban a estas pulsiones -representantes pulsionales- el núcleo del inconsciente.
También la distinción que había hecho Freud entre dos grupos de pulsio­
nes, las pulsiones del yo, que servían para la conservación del individuo, y las
pulsiones sexuales, relacionadas con la continuidad de la especie, correspon­
día a este dualismo del curso del movimiento, concepción que sufrió una
interrupción durante un breve periodo (1914) a cargo de un monismo de la
libido (pulsión sexual), que no sólo contenía una libido del objeto, sino
también una libido del yo.14156 De nuevo seis años más tarde (1920) contrapuso
a la pulsión de vida (Eros) la pulsión de muerte o pulsión agresiva,1718revis­
tiendo de una manera sumamente discutible la interesante afirmación de la
existencia de impulsos destructores en el inconsciente.
Hasta 1923, Freud mantuvo firmemente que existía correlación entre lo
inconsciente y lo reprimido J 8 Lo cual no excluía que, con el tiempo, ensanchara
el ámbito de las representaciones inconscientes por encima de los límites de
lo reprimido en sentido estricto, pues con base en sus investigaciones de la
neurosis y los sueños, se vio obligado a tener también en cuenta las múltiples
derivaciones de lo reprimido, que no sólo tenían su continuación en fantasías
y sueños, sino que se manifestaban asimismo en las formaciones sustitutivas
y de compromiso de los síntomas neuróticos. Pero, sobre todo, cambió su
concepción básica del inconsciente en el sentido de que ya no lo contemplaba
como un órgano puramente rudimentario, como algo desechado, sino, antes
bien, como algo vivo y capaz de desarrollarse.,9
El giro más decisivo respecto a la forma de concebir la psique se produjo
en 1923, año en que emprendió Freud su primer intento de una antropología
psicológica. Se vio “obligado” no sólo a abandonar la equiparación de reprimido e
inconsciente, que había mantenido largos años, sino a arrinconar incluso el
concepto de inconsciente. En lugar de la idea del inconsciente cobró cada vez
mayor importancia la de “ello”.
Con su antropología psicológica, sobre todo con su psicología del yo, realizó
Freud un decisivo avance en el campo de la psicología general. Aun cuando
ya anteriormente había mostrado lo fructífero del psicoanálisis para la etno­
logía, la literatura, la mitología, etc., sus argumentos procedían siempre de
14 Ibid., p. 67.
15 S. Freud, “Abriß der Psychoanalyse”, escritos póstumos (Ges. Werke, XVII, p. 70).
16 S. Freud, “Zur Einführung des Narzißmus”, 1914 (Ges. Werke, X, p. 141).
17 S. Freud, “Jenseits des Lustprinzips”, 1920 (Ges. Werke, XIII, pp. 46 s.).
18 S. Freud, “Die Verdrängung” (Ges. Werke, X, p. 250).
'9 Ibid., p. 289 s.
110 LA IDEA DE CONCIENCIA Y DE INCONSCIENTE EN FREUD

sus experiencias con la psicopatolgia. En Das Ich und das Es (El yo y el ellopo
partió por vez primera de la totalidad del individuo, rompiendo el enfoque
personalista que hasta entonces había mantenido para contemplar al hombre
desde una mayor y más alta atalaya. No sólo pasó a prim er plano de su interés
la interrclación de las tres instancias: yo, superyó y ello, sino que también lo
hizo el punto de vista que contemplaba un estrato profundo del ser humano que
trascendía lo personal. En el ello reconoció un ámbito que era más amplio que
el inconsciente y que también mostraba mociones pulsionales que no tenían
por qué estar reprimidas. Todo cuanto hasta ese momento había atribuido al
inconsciente seguía siendo válido para el ello. Pero por encima de esto, el ello
abría una perspectiva sobre el fondo impersonal de la vida anímica y el
filogenético. Representaba básicamente una “parte de la personalidad oscura,
impenetrable“,21 inmanente a la vida. En virtud de esta incognoscibilidad
inherente, pudo Freud ver en el ello, que por una parte se abría a lo somático,
o “se abastecía allí de energía”,22 mientras por otra encarnaba al portador de
un misterio que se perdía en los oscuros fondos y abismos de la herencia
fdogcnética o arcaica de los antepasados. Apoyándose en la biología vinculó
con las pulsiones tendencias que se daban con la vida misma y que eran de
naturaleza tanto constructiva como demoledora, destructivo-agresiva.
Con la perspectiva del fondo filogenético se hicieron más profundas las
ideas fundamentales de la psicología freudiana. No sólo adquirió el ello
significado como origen del destino de todas las pulsiones, sino que pasó a
representar también el comienzo de todas las formaciones del yo y el superyó.
Freud lo denominó gran depósito de libido,23 en el que se guardaban también
las decantaciones de todas las formas previas del yo, de las formaciones
religiosas, morales o sociales. El impulso que le indujo a sustituir el término
utilizado hasta entonces de “inconsciente” por el de “ello” lo recibió Freud
del descubrimiento de que el superyó incluía una participación inconsciente
en el yo pero que no era por naturaleza reprimida. El superyó no sólo no
estaba reprimido sino que era él mismo la causa de todos los actos de
represión. Ya no era posible, sencillamente, seguir equiparando inconsciente
y reprimido.

Sabemos que el inconsciente no coincide con lo reprimido. Sigue siendo cierto que I
todo lo reprimido es inconsciente. Pero no todo lo inconsciente está reprimido. Una
parte del yo, una parte sabe Dios qué tan importante que pueda ser asimismo
inconsciente, es sin duda inconsciente.24

¿Qué entendía Freud por superyó, la parte inconsciente del yo? En primer
lugar le pareció importante que funciones esenciales del individuo, tales como
arranques de la conciencia moral, el afán de perfeccionamiento o la aparición
20 S. Freud, Das Ich und das Es (Ges. Werke, XIII, pp. 235 ss.).
21 S. Freud, Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Ges. Werke, XV, p. 80).
22 Ibid.
23 S. Freud, Das Ich und das Es (Ges. Werke, XIII, p. 258, noia).
24 Ibid. (Ges. Werke, XIII, p. 244).
LA IDEA DE CONCIENCIA Y DE INCONSCIENTE EN FREUD 111

de sentimientos de culpa, surgieran de modo inconsciente, es decir, que


actuaran desde el inconsciente. En sus investigaciones en torno al narcisismo
se encontró con la “imagen ideal”,25 que encarnaba la nostalgia inconsciente
de la realización de la imagen dominante (orientadora) del padre. Y en el
superyó encontró a su vez una resistencia moral frente a los deseos sexuales
infantiles que se manifestaba en la introyección del no paterno.
Con la elaboración de la idea del superyó dio Freud el importante paso
desde una apreciación casi exclusiva del objeto libidinoso hacia la apreciación
del sujeto. Freud relacionó esta instancia interior en primer lugar con las
propiedades del imperativo categórico, de las exigencias de la moralidad y
del afán de perfección.26 ¡Pero no fue más allá! Paralelamente a la cuestión
del carácter del estrato filogenético profundo discurría también la cuestión
de la moral cultural y de la autoridad vinculante para la misma, con lo que
sobrepasó básicamente el ámbito de una visión preponderantemente personalística.
Es interesante que la psicología del superyó fuera acompañada de un
creciente oscurecimiento de la imagen freudiana del mundo, actitud que estaba
relacionada con interconexión de esta instancia con la pulsión agresiva. Pues,
del mismo modo que en la psicología de las pulsiones siguió Freud a éstas
hasta llegar a lo destructivo de la obsesión repetidora, en su psicología del yo
desarrolló a éste hasta el punto en el que, en forma de superyó, erigía la
imagen de una autoridad demónico-implacable y enemiga de la vida. En
cuanto tal, esta imagen culminaba finalmente, considerada desde el punto de
vista cultural, en el principio, por excelencia, de la renuncia a la pulsión. Aun
cuando Freud viera en el superyó una fuerza esencialmente agresiva y
autodestructiva, que incluía, en forma de introyección de la autoridad pater­
na, todas las agresiones acumuladas desde los tiempos del “padre primige­
nio”, hay que concederle el mérito insólito de haber cubierto en su psicología la
laguna de la comprensión de los valores morales.
Aun cuando en el presente estudio quisiera limitarme esencialmente a las
bases del inconsciente, iría en interés de una exposición más coherente tocar
de pasada la psicología del sistema consciente.
El descubrimiento de la parte inconsciente del yo se unió estrechamente
al esclarecimiento simultáneo de la parte (pre)consciente del llamado yo real. Si
Freud ya había atribuido anteriormente al yo las tareas del principio de
realidad, del control y de la inhibición, el hecho de que el yo hincara sus raíces
en el estrato profundo del ello daba nueva fundamentación a su hipótesis,
pues pudo comprobar que el yo (pre)consciente encarnaba una parte del
ello,27 precisamente aquella que se había modificado bajo la influencia del mundo
exterior, convirtiéndose en centro organizador. Veía en él cada vez más una
instancia que cerraba el paso al impulso de los deseos pulsionales de alcanzar
satisfacción, protegiendo al individuo de los peligros que lo amenazaban
25 S. Freud, “Zur Einführung des Narzißmus” (Ges. Werke, X, p. 161).
26 S. Freud, Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Ges. Werke, XV, pp.
67 ss. y 73).
27 S. Freud, Das Ich und das Es (Ges. Werke, XIII, p. 252).
11 2 LA IDEA DE CONCIENCIA Y DE INCONSCIENTE EN FREUD

desde el ello. Una vez que se hubiera asignado al superyó la función moral,
y que se le hubiera separado de la totalidad del yo, quedarían reservadas al
yo en sentido estricto las vitales funciones del examen y comprobación de la
realidad, por una parte, y de poner a salvo al individuo de los peligros que lo
amenazaran desde el interior y desde el exterior, por otra. Aun cuando Freud no
atribuyera a la instancia del yo solamente el pensamiento, sino también la
razón y el discernimiento,2» su triple cometido,29 de proteger al individuo
frente al mundo exterior, el mundo interior (superyó) y el ello, seguía siendo
tan restrictivo y oprimente, que se convertía también, a su vez, en verdadera
morada de la angustia.30 Le adscribió tres formas de estados de angustia que
respondían a las tres servidumbres a las que está sujeto: la angustia real ante
los peligros del mundo exterior, la angustia neurótica ante las exigencias
exageradas de la libido (angustia de castración y angustia ante la pérdida del
amor)31 y, finalmente, la angustia de conciencia, ante los mandatos del superyó,
que envolvían al individuo en reproches y sentimientos de culpa. Como
medio de defenderse de la angustia halló Freud la señal de la angustia,32 que
advertía de la aproximación del peligro.
En 1923, Freud resumía de la siguiente manera sus puntos de vista sobre
el yo:

S e le co n fía n im p ortan tes fu n cion es. En virtud d e su relación co n el sistem a de la


p ercep ció n esta b lece la o rd en a ció n tem p oral d e los p ro ceso s p síq u icos som etiendo
a lo s m ism o s a la p ru eb a d e la realid ad . C o n ecta n d o los p ro ceso s d e pensam iento
c o n sig u e un ap lazam ien to d e las d escargas m otoras y co n tro la los accesos a la
m o tilid a d ... El yo se en riq u ece en todas las e x p erien cia s d e l ex terio r. P ero el ello
co n stitu y e o tro m u n d o ex te r n o q u e se afana p or so m eter. E xtrae lib id o d el ello y
transform a sus catexias objétales. C on ayuda del superyó, n ú trese, d e un m odo que
a ú n n os resulta oscuro, d e las experiencias prehistóricas acu m ulad as en el ello.33

La importancia central que Freud concedió de manera creciente, incluso


en el aspecto psicoterapéutico, al yo, y que reconocía principalmente en la
adaptación a la realidad y en el dominio sobre las pulsiones, resultaba también en
la frase lapidaria: “Donde ello era, yo debe advenir.”34
En contraste con el importante papel que Freud atribuyó al yo, parecía
tornarse cada vez más vigoroso el que correspondía a la conciencia. Del
comienzo al fin de su labor científica siguió manteniendo la reducción de la
conciencia a un mero proceso de percepción, tanto referente al interior como
al exterior. Pero además concebía a esta “porción la más superficial” del
“aparato psíquico” tal como lo definiera ya en Aus den Anfänger der Psychoa­
nalyse (Los orígenes del psicoanálisis), como un “estado fugaz” en extremo, que
28 Ibid., p. 253.
29 Ibid., p. 286.
30 Ibid., p. 287 (la cursiva es mía).
31 S. Freud, Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Ges. Werke XV p 94)
32 Ibid., p. 92.
33 S. Freud, Das Ich U7id das Es (Ges. Werke, XIII, p. 285).
34 S. Freud, Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Ges. Werke, XV, p. 86).
LA IDEA DE CONCIENCIA Y DE INCONSCIENTE EN FREUD 113

‘“se perdía’ en el fenómeno del devenir consciente” (1920).35 Llegó incluso a


afirmar que conciencia y memoria se “excluían” mutuamente. Dicho de otro
modo: que existía una relación de complementariedad (expresión mía) entre
conciencia y huella de excitación,36 En el proceso de la percepción, tal como
exponía freud, la huella mnémica debía acceder al preconsciente para, desde
allí, poder hacerse accesible al yo y a la conciencia. Afirmación que significaba
ni más ni menos que la función de hacer algo consciente partía real y
verdaderamente del preconsciente y estaba reservada al yo preconsciente. De
donde resultó la conjetura sobremanera importante para el psicoanálisis de
que hacer consciente era en realidad hacer preconsciente.

Así p u es, es m ejor plantear la pregunta ¿cóm o llega algo a ser consciente? d e otra
m anera: ¿cóm o llega algo a ser preconsciente? Y la respuesta sería: m ed ian te la
u n ió n con las corresp on d ien tes representaciones verbales.37

Pero sería precipitado sacar la conclusión de una minusvaloración de la


función de la conciencia por parte de Freud a partir del hecho de que
dedujera el hacer consciente de las representaciones verbales en e\ precons­
ciente. Todo dependía de su forma de entender las representaciones verbales,
pues, para gran sorpresa de los indagadores, Freud parecía deducirlas, en
última instancia y como consecuencia de su “vinculación con los restos
lingüísticos”,38 nuevamente de los residuos de la percepción, y por tanto de
la conciencia. Eran nada menos que “resto(s) mnémico(s) de la palabra
oída”.39 iVerdadero círculo vicioso! Y de todos modos se seguía de aquí que
el yo no podía hacer consciente lo que anteriormente no hubiera sido ya una vez
consciente(l):
...sólo p u ed e ser con scien te lo que ya una vez fuera percepción consciente, y lo que,
aparte d e sen tim ien to s del interior, quiera hacerse con scien te, ten drá qu e intentar
convertirse en p ercep ción exterior. Lo cual será posible gracias a las huellas d e la
m em o ria .4041

Esta afirmación, que es una de las más problemáticas que Freud haya hecho
acerca de la relación entre ambos sistemas, equivale a declarar inequívoca­
mente que todo contenido de saber procede del mundo de la percepción y
de sus huellas mnémicas.
Es c o m o si hubiera d e dem ostrarse la frase: todo saber procede de la percepción exterior.*1

35 S. Freud, “Jenseits des Lustprinzips” (Ges. Werke, XIII, p. 25).


36 Ibid. Cf. Die Traumdeutung, 3a. ed. inalterada, 1911, p. 361 (Ges. Werke, II/III, pp. 543/545).
37 S. Freud, Das Ich und das Es (Ges. Werke, XIII, p. 247).
38 S. Freud, “Abriß der Psychoanalyse” (Ges. Werke, XVII, p. 84).
39 S. Freud, Das Ich und das Es (Ges. Werke, XIII, p. 248).
40 Ibid., p. 247.
41 Ibid., p. 250 (la cursiva es mía).
114 LA IDEA DE CONCIENCIA Y DE IN CO NSCIENTE EN FREUD

Esta inequívoca declaración de fe por parte de Freud respecto a la psico­


logía de la conciencia se profundizó en los años siguientes, en la medida en
que, en 1927, entonó una loa inequívoca al intelecto, al logos.

Podemos afirmar con frecuencia que el intelecto humano es impotente en compa­


ración con la vida pulsional del hombre, y tener razón en ello. Pero esta debilidad
tiene algo peculiar: la voz del intelecto es queda, pero no ceja hasta que se ha hecho
oír. Al final, tras negativas que a menudo se repiten innumerables veces, lo
consigue.42

Aun cuando siguiera afirmando que lo psíquico es más amplio que la


conciencia, seguía siempre viendo en ésta la única luz que iluminaba la oscuridad
del alma.

Pero con todo esto no quiere decirse que la cualidad de la conciencia haya perdido
para nosotros su importancia. Sigue siendo la única luz que alumbra y orienta en
medio de la oscuridad de la vida anímica. Debido a la especial índole de nuestros
conocimientos, nuestra labor científica en la psicología consistirá en traducir los
procesos inconscientes en conscientes, de modo que cubramos las lagunas que se
dan en la percepción consciente.43

Es lícito plantearse la siguiente pregunta: dCuál era el gran am or de Freud:


las pasiones que hervían en el ello o la conciencia?

42 S. Freud, Die Zukunft einer Illusion, 1927 (Ges. Werke XIV p 377)
v “ S- F ™ '1' "Som e elem entary Lessons in Psycho-Analysis". ¡938, obra póstum a W tiit,
XVII, p. 147). r
XVI. CONCIENCIA E INCONSCIENTE
EN LA PSICOLOGÍA DE JUNG

1. S obre el c o n ju n to de c o nciencia e in c o n sc ie n t e

A d if e r e n c ia de Freud, que no centró su atención en la estructura de la


personalidad hasta su intento de una antropología psicológica (1923), Ju n g
partió desde tem prano del conjunto de fenómenos conscientes e inconscientes. Los
términos “unity ” y “totality ”, o uwholeness ” los encontramos por primera vez en
1913. 1Este “acontecer total”2 lo entendía Ju n g como un proceso evolutivo en
el que estaban implicados todos los aspectos de la personalidad hum ana. Y
esta idea de una “personalidad total” ya no lo abandonó. La imagen de la
“totalidad de la personalidad”*le parecía insustituible. Y puesto que este conjun­
to incluía de suyo contenidos conscientes e inconscientes, todo consistía en
establecer una relación fructífera entre el yo y el inconsciente. No entendía
por “ello” únicamente el impulso de las fuerzas informadoras de la psique, ni
sólo la comprensión de lasformaciones resultantes, sino que entendía, también
y sobre todo, la disputa entre el yo y el inconsciente, que culminaba en el
“acercamiento de los contrarios y [en el]... surgimiento y creación de un
tercero: la función trascendentaT .4 La unión de los contrarios, de consciente e
inconsciente, era la premisa de la “individuación”, de ese “proceso de dife­
renciación, que tenía por finalidad el desarrollo de la personalidad indivi­
dual”.5 Incluía siempre la complementación de la personalidad del yo por la
contrafunción: la “gran personalidad”, proceso al cual, posteriormente, había
de dar la dignidad suma en la idea de la autorrealización (1928).6
Consciente e inconsciente no se encontraban necesariamente, así pues, en
una situación de lucha recíproca, como en cambio ocurría en gran parte en
Freud, es decir, hasta la tercera década. Aun alan d o la actitud de “defensa”
también tenía un papel en la psicología deju n g , por ejemplo, en la supresión,
por parte del yo, de mociones y complejos inconscientes, Ju n g destacaba en
medida mucho mayor una actitud que fomentaba la interrelación de concien­
cia e inconsciente.
1 C. G. Jung, “Psychoanalysis”, 1913, en Collected Papers of Analytical Psychology, 1916, p. 224
(Ges. Werke, IV).
2 C. G. I unir. “Die transzendente Funktion”, escrito en 1916 y publicado en 1958(Gm. Werke,
VIII, p. 100).
* Ibid., p. 83.
4 Ibid., p. 100.
5 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 637 (Ges. Werke, VI, p. 477).
6 C. G. Jung, Die Beziehungen zwischen dem Ich und dem Ubeumßten, 1928, p. 91 (Ges. Werke,
VII, p. 191).
115
116 CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JUNG

Conciencia e inconsciente no forman ninguna totalidad cuando una de estas


instancias se ve sometida y dañada por la otra... Ambas son aspectos de la vi a.
conciencia debiera defender su razón y sus posibilidades de autoprotección, y la
vida caótica del inconsciente debería tener también la posibilidad de seguir sus
impulsos, en la medida en que podamos soportarlo. Esto significa lucha abierta y
abierta colaboración al mismo tiempo?

El supuesto fundamental antropológico de un todo de la personalidad fue,


con independencia de su condición de idea límite, extraordinariamente
importante para la comprensión de la psicología. Encerraba una perspectiva
capaz de preservar al individuo de una sobrevaloración tanto del yo como del
inconsciente. Si Jung resaltaba, frente a la psicología de la conciencia, que
florecía en sus añosjuveniles, la necesidad de una psicología del inconsciente,
también y en igual medida se opuso a la sobrcvaloración romántica de lo
creativo, de lo profético, incluso de lo eterno del fondo anímico, para afirmar
la posición del yo.
De todo lo cual se deduce que, para Jung, la totalidad psíquica no podía ser
igual al yo ni al inconsciente, sino que comprendía siempre a ambos. Cuando fijemos
nuestra atención, en lo que sigue, tanto en el yo como en el inconsciente, hay
siempre que dar por supuesto que sólo representan partes de un todo, garan­
tizado por el principio de la autorregulación.

2. YO Y CONCIENCIA

Esto tenía validez, en especial, para el yo, que, a pesar de su frecuente


sobrevaloración, no es sino un complejo más, aunque sea un complejo muy
importante, de la personalidad humana.

La conciencia del yo es un complejo que no comprende la totalidad del ser


humano... Por tanto, el yo puede ser únicamente complejo parcial. Quizá se trate
de ese peculiar complejo cuya interna cohesión signifique conciencia.8

En cuanto complejo psíquico, el yo -como ya había señalado Jung en 1907-9


mostraba tono emocional y un núcleo estable. Si el tono emocional se mantenía
gracias a la presencia del sustrato corporal y también del subsuelo constante
del material mnémico y del mundo sensorial, el núcleo del complejo repre­
sentaba, por así decirlo, un “punto virtual” que se caracterizaba por la
identidad consigo mismo y por un alto grado de continuidad. Al igual que
Freud, también Jung concedía al yo una fuerza protectora, que preservaba
al individuo frente a las embestidas del exterior y del interior, aun cuando no
le adscribía ni el significado de morada de la angustia ni la función de dar la
señal de alarma.
7 C. G. Jung, “Bewußtsein, Unbewußtes und Individuation”, 1939, p. 269.
8 C. G. Jung, “Geist und Leben”, 1926 (Ges. Werke, VIII, p. 368).
9 C. G. Jung, Dementia praecox, p. 45.
CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JU N G 117

Pero lo que diferenciaba por completo la idea junguiana del yo de la


concepción de Freud era su peculiar relación con la conciencia. Ju n g recono­
cía en él el punto de referencia de los actos conscientes. En este hecho veía una
nueva confirmación de su estructura de complejo, en la medida en que el yo
ejercía un efecto de atracción y de asimilación sobre las representaciones, siendo, por
tanto, no sólo el centro del campo de la conciencia, sino también el “sujeto de todos los
actos conscientes”.

Entiendo por “yo” un complejo de representaciones que constituye el centro del


campo de mi conciencia y que me parece ofrecer un alto grado de continuidad e
identidad consigo mismo.101

Ju n g siempre mantuvo -m uy al contrario de Freud, que reconocía en el


superyó una parte inconsciente del yo- que “la conciencia... [constituía] la
condición previa indispensable del yo”,u aun cuando la inversión de esta frase, a
saber: que “sin yo... no era concebible conciencia alguna”,12 no tenía el mismo
grado de validez. Sólo el hecho de su cualidad de consciente prestaba al yo
aquella facultad que siempre indujo a la comparación con el cuerpo solar
dispensador de luz. En esta función, se convertía el yo en auténtica contrapartida
del inconsciente, en la instancia que estaba en situación Ac soportar conflictos, tomar
decisiones y llevar responsabilidades.
Aun cuando la personalidad alcanzara en el yo su grado máximo de
claridad, la cualidad de consciente no era equivalente en absoluto a carácter
de personalidad. Había también ciertas estructuras en el inconsciente, comple­
jos escindidos o fragmentos inconscientes, personificaciones en el sueño, etc.,
que podían adoptar carácter de personalidad, aun cuando Jung, al contrario
de la psicopatología francesa, no les concedía la propiedad de yo.13 Pues, a
diferencia del yo, eran “masivos, espectrales, aproblemáticos, carentes de
autoconocimiento, de conflictos, de dudas, de aflicciones...”14 Tal como ad­
mitiera en años posteriores, podría tratarse a lo sumo de centrosyoideos, ya que,
con independencia de un cierto grado de luminosidad, faltaban las propie­
dades tanto de la continuidad como de la reproductibilidad arbitraria.
Y tampoco concedía al yo onírico el carácter propio de un yo en vigilia.

Así, en la mayoría de los sueños, se tiene una conciencia relativa del propio yo, que
es en todo caso un yo muy limitado y peculiarmente alterado, al que se denomina
yo onírico. Es sólo un fragmento, o un indicio del yo en estado de vigilia... Así pues,
parece importante la diferencia de la actividad psíquica en estado de vigilia y en
estado de reposo.15

10 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 629 (Ges. Werke, VI, p. 471).


11 C. G. Jung, “Geist und Leben” (Ges. Werke, VIII, p. 367). (La cursiva es mía.)
12 Ibid., pp. 367 s.
13 C. G. Jung, “Allgemeines zur Komplextheorie”, p. 11 (Gm. Werke, VIII, p. 112).
14 C. G. Jung, “Bewußtsein, Unbewußtes und Individuation”, 1939.
15 C. G. Jung, “Die psychologischen Grundlagen des Geisterglaubens” (Ges. Werke, VIII,
pp. 346 y 347).
118 CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JUNG

En consecuencia siempre concibió el yo del sueño como premisa arquetípica del yo


consciente, pero nunca como equivalente al mismo.
De todo lo cual se desprende claramente que la idea que se hacía Jung del
yo como “centro al que algo resulta consciente” no se correspondía ni con el
yo (pre)consciente ni con el superyó de cuño freudiano. Si en el caso del
primero, del yo preconsciente, no tenía claro cómo podía el yo desempeñar
las funciones de la adaptación a la realidad y de tener conocimiento, sin estar
dotado de conciencia, también en el caso del segundo, del superyó, resultaba
sobremanera cuestionable cómo era capaz de desempeñar las funciones que
se le adscribían, siendo su condición la de instancia esencialmente inconscien­
te. Lo que Freud le reconocía al superyó, le parecía a Jung, antes bien, ser la
imagen de un representante de la conciencia colectiva, de la “moral convencio­
nal... [es decir] producto de un atrabiliario preconceptorum mundi”.16 En con­
traste con la hipótesis freudiana de una adquisición en principio inconsciente
(proceso de introyección de normas y autoridad paterna), Jung veía en el ,
superyó una adquisición consciente, que coincidía en gran parte con el código moral
establecido y que, en su mayor parte, se inculcaba mediante la educación, aun
cuando en algunos casos conseguía volver a hundirse en el inconsciente. Sí,
podía incluso ocurrir, a este respecto, que en casos en los que el individuo era
totalmente inconsciente de sus supuestos espirituales y morales, la imagen
divina del alma quedara reducida a superyó. El superyó se convertía en tal
caso en una instancia de obligatoriedad absoluta y que tapaba con su sombra
la relación con el propio interior.
Una de sus manifestaciones más tardías sobre el superyó la hallamos en
1958:

El superyó es un legado patriarcal, que en cuanto tal significa una adquisición


consciente y una posesión asimismo consciente... En esa medida es también idéntico a
lo que se denomina con la expresión “código de costumbres”. Lo peculiar es tan
sólo el hecho de que, en el caso individual, uno u otro aspecto de la tradición moral
demuestre ser inconsciente.17

Lo que Ju n g echaba de menos en el superyó era la existencia de una autoridad


espiritual-suprapersonal, que hiciera llegar su llamada al individuo, pues la concien­
cia moral era para Freud un hecho indiscutible, establecido por la ley moral,
y de acuerdo con el cual, al hombre en cuanto ser ético sólo se le tenía en
cuenta en su condicionamiento por la moral de su cultura. Lo que Jung
echaba de menos en este modo de concebirla era el reconocimiento de las
premisas de su sentimiento moral, garantizado por las estructuras del incons­
ciente (como, por ejemplo, las representaciones arquetípicas e imágenes
numinosas, y en especial la imagen de Dios).
El punto de vista totalizante de Jung resaltaba también en su forma de
16 C. G. Jung, “Sigmund Freud als kulturhistorische Erscheinung”, 1932, en Wirklichkeit der
Seele, p. 123.
17 C. G. Jung, “Das Gewissen”, en Studien aus dem C. G.Jung-Institut, 1958, p. 188. (La cursiva
es mía.)

J
CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JUNG 119

concebir el origen del yo. Veía en éste el resultado de un proceso de


desarrollo, en el que el individuo iba creciendo, desde un estado de total
dependencia del fondo anímico, hasta una paulatina ßrmeza, constancia y
continuidad. Y este proceso era expresión de un algo más grande en el
individuo, que actuaba sobre la concentración de lo psíquico todavía no
centrado en una especie de punto virtual. El yo era para él un insondable
misterio que -aunque parecía ser “lo más conocido”- encerraba en sí la mayor
oscuridad. Por una parte se experimentaba como lugar de una (relativa)
libertad del inconsciente, como lugar de la decisión en las situaciones de conflicto, y
por otra como un hecho cuya “base... [era] la oscuridad de la psique”.18Jung
llegó incluso a ver en el yo “una personificación relativamente constante del
propio inconsciente.19 Una expresión de este hecho fue también que Jung le
atribuyera la dignidad de ser el antagonista del sí mismo, al que no solamente
se subordinaba, con el que mantenía la relación de “patiems a agens”, no
limitándose a cooperar con él, sino elevándose también sobre este algo más
grande y pudiendo dar lugar al peligro de una hybris. Esta paradoja la expresó
Jung del siguiente y acertado modo:

En realidad siem pre se dan las dos cosas: la preponderancia d el sí m ism o y la hybris
d e la con cien cia.20

De la relación existente en cada caso entre el yo y el sí mismo se derivaba así pues,


en gran medida, el destino mental del individuo. Tan posible era quedar detenido
y sucumbir, como un cambio y metamorfosis de la personalidad individual.
Todo ello cabía deducirlo adoptando el punto de vista del conjunto de la
personalidad.
Aun cuando Jung considerase a la conciencia la característica esencial del
yo, cabía contemplar los rasgos típicos de la conciencia de manera aislada y
con independencia del yo. Por el término “consciente” entendía en general
la existencia de un cierto grado de claridad de los procesos psíquicos, al que
aludían por ejemplo expresiones tales como “motivaciones conscientes” o
“intenciones conscientes”. Aparte de las ocasionales observaciones margina­
les, en las que entendía la conciencia en sentido espacial y se hablaba de “por
debajo” y “por encima” de la conciencia, ésta se caracterizaba para él, sobre
todo, por las características de la claridad e iluminación, que consideraba
basadas en la capacidad de discriminación.

Pues la con cien cia es, en todo su ser, discrim inación, distinción en tre yo y n o yo,
en tre sujeto y objeto, en tre sí y no, etc. A la diferenciación con scien te se d eb e la
separación d e los pares d e contrarios, p ues sólo la conciencia es capaz d e r econ ocer
lo p ertin en te y distinguirlo d e lo no pertinente o d e lo n o válido... Pero d o n d e no
hay con cien cia, d o n d e todavía sigue im perando, in con scien tem en te, lo instintivo,
18 C. G. Jung, Mysterium coniunctionis, I, 1955, p. 118.
19 Ibid., p. 117.
20 C. G. Jung, “Das W an dlu ngssym bol in d er Messe”, 1940/1941, en Von den Wurzeln des
Beumßtseins, 1954, p. 298.
120
CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JUNG

no hay reflexión, no hay pro y contra, no hay desacuerdo, sino simple acontecer
mera secuencia de resortes pulsionales, proporción de la vida.21

El desarrollo de la conciencia, la distinción entre yo y no yo, la separación


de los contrarios en general, fueron -como podemos com prender- los valores
que sacaron al hombre de su primitivismo y fueron capaces de dotarlo de la
verdadera dignidad del ser humano. La psicoterapia y la educación no
pueden prescindir de ella. No sólo el distanciamiento del enfermo frente a
sus síntomas se basaba en su capacidad de discriminación, sino que también
el desarrollo de nuevas posibilidades de valor iba unido a la diferenciación
de las mociones inconscientes. También reconoció Jung que el sentido
profundo del devenir consciente se revelaba únicamente en el esclarecimiento
de los fines inmanentes a la vida. Im conversión en consciente del fondo vital de
tendencias inmanentes aparecía en lugar de una conversión en preconsciente de lo que
ya anteriormente había sido consciente, como ocurría en Freud. El devenir
consciente era un proceso creador que abría nuevas posibilidades y que nunca
se limitaba a la reproducción del mundo sensible exterior y de las huellas
mnémicas.
La importancia creadora del proceso de devenir consciente ha sido desde
siempre objeto del mito del héroe. Siempre se describe de nuevas maneras la
lucha del héroe con los poderes de las tinieblas que amenazan con aniquilarlo.
Como ser dotado de fuerzas sobrenaturales, “que posee algo más que la mera
condición hum ana”, su nostalgia de renacimiento espiritual lo impulsa a la
hazaña de superar la nociva resaca del inconsciente, que se opone a él en
forma de la fuerza paralizadora y emponzoñadora de la madre. Mediante la
liberación de la peligrosa vinculación con los padres adquiere el tesoro difícil
de alcanzar, a saber: el secreto de una nueva vida y de una nueva luz. Lo que
ya había descrito Ju ng en Wandlungen und Symbole der Libido como adquisición
de una nueva vida y del “alimento inmortal”,22 lo expresó de la siguiente
manera en la cuarta edición:
El ascenso [del héroe] significa una renovación de la luz, y por tanto un renacimiento de
la conciencia que sale de las tinieblas, es decir, de la regresión al inconsciente.23

3. El inconsciente

Volvamos al concepto de inconsciente en la psicología de Jung. Al igual que


hemos podido distinguir en Freud diversas etapas, también en la obra de
Jung podemos comprobar que hay tres épocas. Mientras que una primera
fase estaría relacionada con la contraposición de huellas mnémicas personales e
impersonales, una segunda fase se basaría en el reconocimiento de dominantes
arquetípicas como elementos estructurales del fondo anímico. A ellas debía
21 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 158 (Ges. Werke, VI, p. 118).
22 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 352.
23 C. G. Jung, Symbole der Wandlung, p. 625. (La cursiva es mía.)
CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JUNG 121

Jung la articulación tan importante para la comprensión de su psicología en


inconsciente personal y colectivo. Y una tercera etapa conduciría finalmente
al descubrimiento del arquetipo en sí, concepto por el que entendía una forma
estructural de lo psíquico que debía culminar en la idea de una forma básica
5 inaccesible a la intuición sensible, es decir, psicoide, en la psique inconsciente.
Puesto que esta última etapa es posterior a la muerte de Freud, daremos
S cuenta de ella en el apéndice.

a) El inconsciente personal

En su ocupación inicial con el fondo inconsciente de la psique, Jung se dejó


orientar al principio, en gran medida, por las concepciones de su época. Vino
en prim er lugar su discusión de la psicopatología francesa. Al igual que les
había ocurrido a Janet y a Freud, fue en los fenómenos de la histeria y del
sonambulismo donde inició su andadura. De su tesis doctoral se desprende
que no descubría la psique inconsciente únicamente en forma de una diver­
sidad de automatismo -hiperestesia, hipermnesia, alucinaciones y fantasías-
sino también en forma de escisiones de la personalidad, de dobles personali­
dades o incluso de personalidades separadas. Estas observaciones le propor­
cionaron el importante conocimiento de que la psique inconsciente era capaz
de actividades mentales productivas en estados de sueño o de sonambulismo.
Dicho con otras palabras: se vio obligado a asumir la hipótesis de los "plusren-
dimientos inconscientes”.

Hay por último casos de plusrendimiento sonámbulo que no pueden explicarse


solamente por la hiperestesia de la actividad sensorial inconsciente y por la
concordancia de asociaciones, sino que suponen asum ir una actividad intelectual del
inconsciente altamente desarrollada,24

Con la concepción de que en el inconsciente actuaba una especie de


“inteligencia superior”, de principio formal espiritual, se apartó por vez
primera de Freud, quien ya en 1895 había negado la inteligencia de la psique
inconsciente.25 Y también era nueva su sospecha de que los procesos incons­
cientes tenían como base un factor unitario inconsciente superior, que garanti­
zaba la cohesión. Creo no errar si afirmo* que esas manifestaciones eran el
comienzo imperceptible de su posterior teoría del sí mismo y su actividad
reguladora. Si bien es cierto que Jung, bajo la poderosa impresión de la
personalidad de Freud, no prosiguió al principio sus tempranas intuiciones,
siguieron siendo determinantes para el futuro desarrollo de su labor cientí­
fica. Pero volvamos a los comienzos.
24 C. G. Jung, Zur Psychologie und Pathologie sogenannter okkulter Phänomene {Ges. Werke, I, p.
97). Véase también la p. 67.
25 S. Freud, Shidien über Hysterie {Ges. Werke, I, p. 272).
122 CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JUNG

En sus estudios sobre la asociación, que proporcionaron una confirmación


parcial de las teorías freudianas, fue primordialmente el complejo teñido
emocionalmente el que le reveló cosas importantes sobre el inconsciente. Pudo
comprobar que no sólo existían en él factores objetivos, independientes de la
conciencia, sino que, además, éstos constituían centros de gran importancia
emocional. La observación de los complejos llamó también su atención acerca
del importante hecho de que existieran unidades superiores en la psique
inconsciente, caracterizadas siempre por un lado dinámico y otro relacionado
con el contenido, suposición que había de redondearse veinte años más tarde
en la teoría de una vinculación de origen entre instinto y arquetipo. En las
investigaciones sobre el complejo se confirmó también -al menos en los
complejos agudos basados en afectos de miedo insuperable- la hipótesis
freudiana de la represión, de la disociación de la conciencia de los afectos
intensos.26
Es indudable que hasta 1910 ocupó el primer plano de su interés la
investigación de las reminiscencias personales, teñidas de complejo, de la
biografía personal, tal como se habían grabado desde la infancia en la psique
inconsciente. Con el estudio de las fantasías de enfermos mentales se intro­
dujo un cambio: en las producciones arcaicas de la fantasía y de los sueños
descubrió Jung, no sólo de lo autónomo y la capacidad de producir neoforma-
ciones creadoras en la psique inconsciente, sino también la existencia de un
sentido más profundo, que la mayoría de las veces escapaba a la conciencia. Cierta­
mente, esto no afectó su observación de que tanto los contenidos olvidados,
los que habían permanecido inadvertidos, cuanto los no percibidos e incom­
patibles con la conciencia, constituían la sustancia dura del inconsciente. Pero,
además de estos contenidos, comprobó también la presencia de impresiones
en el fondo anímico que todavía no eran aptas para la percepción porque poseían
una energía demasiado escasa como para alcanzar el nivel de la conciencia.
Se trataba en tales casos de contenidos que comenzaban a formarse y perfi­
larse en la psique inconsciente, y con los que la personalidad consciente no
podía establecer aún ningún puente asociativo. La consecuencia era que, con
independencia de su potencial importancia, seguían siendo relativamente no
aptos para la conciencia. Sobre la base de este descubrimiento, que comple­
mentaba adecuadamente la hipótesis de Freud sobre la represión, estableció
Jung la teoría, tan importante para su psicología, de que había dos grupos de
contenidos en el inconsciente personal: por una parte, los contenidos que una
vez habían sido conscientes y que luego se habían vuelto subliminales o habían sido
reprimidos, y por otra, aquellos otros que, como consecuencia de la falta de
comprensión consciente, todavía no podían percibirse, aun cuando en principio
fueran perceptibles. Si los primeros de estos fenómenos eran relativamente
semejantes a los contenidos conscientes, los últimos aparecían más bien como
extraños y desconocidos. Ya en 1917 había tratado Jung de establecer la
distinción entre las reminiscencias personales y la “manifestación de las capas
más profundas del inconsciente, en las que pulula[ba]n las imágenes origina-
26 Cf. lo expuesto sobre la represión, p. 61.
CO N C IEN C IA E INCO NSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA D E J U N G 123

rías universales del hom bre”.«? Pero hasta 1919 no encontram os u n a prim era
descripción del inconsciente personal.

Contiene [el inconsciente personal] todos aquellos contenidos psíquicos que en el


curso de la vida se han olvidado. Sus huellas se conservan aún en el inconsciente,
incluso cuando se haya borrado cada uno de los recuerdos conscientes. Pero
contiene además todas las impresiones o percepciones subliminales dotadas de una
energía demasiado escasa como para poder alcanzar la conciencia. Y a ello hay que
añadir también las combinaciones inconscientes de representaciones, que aún son
demasiado débiles o poco claras como para poder traspasar el umbral de la
conciencia. Y por último se encuentran asimismo en el inconsciente personal todos
aquellos contenidos que demuestran ser incompatibles con la actitud consciente.
Esto afecta a todo un grupo de contenidos...28

¿Qué relación existía entre la concepción d e ju n g del inconsciente personal


y la idea de Freud del inconsciente? Para responder a esta pregunta tenemos
que recordar que, ya a finales de siglo, Freud distinguió el inconsciente latente,
concebido de una m anera puram ente descriptiva, que sólo estaba separado
de la conciencia por una censura poco importante, del llamado dinámico-in-
consciente, es decir, de lo reprimido. No resulta difícil com probar que el
inconsciente latente coincidía en gran parte con el “fringe of consciousness”,29
cercano a la conciencia, con los fenómenos marginales claroscuros -idea que
Ju n g tomó de William Jam es-, mientras que el inconsciente reprim ido sólo
muy condicionalmente podía equipararse a los contenidos correspondientes
del inconsciente personal. Tampoco podía establecer, más que de un m odo
parcial, una correspondencia entre lo reprim ido en la psicología de Freud y
en la de J ung, pues, como ya hemos indicado, el inconsciente era para Freud un
medio totalmente distinto que el (pre)consciente. No sólo mostraba otras leyes (libre
curso de desplazamiento, movilidad de la energía catéctica, mecanismo de
disociación entre afecto y representación), sino también otras motivaciones
(principio del placer y el displacer). Por el contrario,J ung no podía ver ninguna
diferenciafundamental entre los dos ámbitos de la conciencia y del inconsciente personal,
o de lo reprim ido. Si bien señaló la existencia de algunas diferencias (las re­
lativas a la irreprodilctibilidad e incorregibilidad de los contenidos personal-
inconscientes, así como el hecho de que las estructuras inconscientes -com ­
plejos y fragmentos de personalidad- no mostraban ningún núcleo del yo
sino que eran, en el mejor de los casos, yoideas) éstas nunca bastaron a J u n g
para establecer una incompatibilidad fundamental entre ambos m edios.30
Contra una hipótesis semejante parecía hablar principalm ente el que los he­
chos inconscientes, considerados desde el punto de vista de su contenido, no podían
27 C. G. J u n g , Die Psychologie der unbeumßten Prozesse, 1917, p. 86.
28 C. G. Ju n g, “Die psychologischen Grundlagen des G eisterglaubens” (Ges. Werke, V III, pp.
350 s.).
29 Véase lo expuesto en la p. 287.
30 Rem ito a las diferenciaciones, en parte inexactas y confusas, que se hacen en Edward
Glover, Freud orJung, 1950, pp. 25 s.
124 CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JUNG

delimitarse en modo alguno de los conscientes. Los dos estratos, la conciencia


y el inconsciente personal, mostraban por igual sentimientos, imágenes, re­
presentaciones y pensamientos.
De la teoría de la represión, tal como la desarrolló Freud, cabía deducir
sin duda que la repetida afirmación de Jung de que lo inconsciente reprimido
(Freud) no era más que un “apéndice subliminal del alma inconsciente”31 no
se correspondía con la concepción teórica de Freud. Tampoco su observación
de que el inconsciente de cuño freudiano era un “lugar de convergencia...
[de] contenidos olvidados y reprimidos”32 hacía justicia a la concepción
fundamental de éste. No sólo el superyó, que era también de naturaleza
inconsciente, pero que en modo alguno se hallaba reprimido, sino también
lo reprimido originario, estaban en contra de tal suposición. Lo reprimido
originario parecía circunscribir un ámbito de destinos afectivos primarios que
se habrían producido en la primera infancia, antes de la formación del yo, y
que por lo tanto nunca habían sido conscientes. Si entiendo a Freud correc­
tamente, lo reprimido originario sería también, por principio, no apto para
la conciencia, aun cuando se encontrara constantemente dispuesto, por una
parte, a manifestarse en forma de estados de angustia o de repeticiones
obsesivas y, por otra parte y como consecuencia de su poca fuerza de atracción
originaria sobre la conciencia, a apoyar el denominado “empuje de atrás”.
Estas indicaciones permiten conocer sin lugar a dudas que no siempre podía
reducirse el inconsciente freudiano a contenidos que una vez habían sido conscientes y
posteriormente fueron reprimidos. Y tampoco era posible hacerlo coincidir en
todos los casos con el inconsciente personal. Del mismo modo en que lo
reprimido originalmente no tenía una naturaleza personal-inconsciente,
tampoco podía adscribirse al inconsciente colectivo. Carecía al respecto de las
propiedades de lo creador y también de las arquetípicas.
Quisiera aquí anticiparme y hacer constar que, en sus escritos de senectud,
Jung, pese a lo que acabamos de decir, llegó a la concepción del inconsciente
como un medio distinto de la conciencia. Pero la contradicción con sus
manifestaciones anteriores sería sólo aparente, puesto que, en contraste con
las mismas, no sólo situó a mayor profundidad la separación entre ambos
medios, es decir, entre la conciencia y el inconsciente colectivo, sino que
también separó estos ámbitos más marcadamente desde el punto de vista del
contenido. En el inconsciente colectivo veía cada vez más un estrato profundo
de la psique, que no sólo era animoide, sino también inaccesible a la intuición
sensible, y que, en última instancia, no era apto para la conciencia. El incons­
ciente psicoide,33 como denominó a este fondo anímico, lo entendía como
algo tan diferente del inconsciente personal, y mucho más aún de la concien­
cia, que apenas era ya posible encontrar un denominador común para ambos
medios. Se diferenciaban tanto como lo psíquico de lo no psíquico.
31 C. G. lung, “Theoretische Überlegungen zum Wesen des Psychischen”, en “Der Geist der
Psychologie”, p. 414 (Ges. Werke, VIII, p. 209).
32 c . G. Jung, “Überden Archetypus des kollektiven Unbewußten”, 1935, en Vonden Wurzeln
des Bewußtseins, p. 3.
33 Véanse las pp. 287 ss.
CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JUNG 12 5

b) El inconsciente colectivo

Jung se convenció cada vez más, en el curso de su labor investigadora, de que


la base inconsciente de la psique era algo más que un affaire scandaleuse, un
terreno cubierto por el “lodo de las profundidades”, sino que, antes bien, se
trataba de algo más grande, superior al individuo, que podía intervenir en el
acontecer psíquico de manera autónoma. Si, debido a sus estudios sobre la
mitología y la psicología de la religión, no podía satisfacerle la limitación de
las mociones inconscientes a impulsos infantiles, sexuales, meramente perso­
nales, otro tanto ocurría con la reducción de los motivos inconscientes a deseos
y satisfacción de deseos.333 Como ya hemos indicado, fue sobre todo su
^ ocupación de las imágenes originarias,34 fue sobre todo la observación de la
numinosidad, a menudo avasalladora, y del contenido significante supraper­
sonal, lo que lo condujo al descubrimiento de la vida autónoma de la psique. En
ésta se le reveló que la conciencia individual no carecía de supuestos previos,
tal como solía suponerse, sino que, por el contrario, estaba gobernada por
importantes poderes del interior anímico. Este supuesto previo lo halló en la
idea del inconsciente colectivo.
Esos supuestos previos ya los había contemplado en Wandlungen und
Symbole der libido, aun cuando el inconsciente colectivo sólo lo había vislum­
brado inicialmente en cuanto concepto, pero todavía no en cuanto término.
Toda una serie de formulaciones, como por ejemplo, la afirmación de que el
inconsciente contenía “restos de la psique arcaica indiferenciada”, o la relativa
a lo “difundido de manera general, que no sólo une a los individuos entre sí
para formar un pueblo, sino que, retrospectivamente, los une con los seres
humanos del pasado y su psicología”,35 apuntaban a factores colectivos. A
diferencia de Freud, para el que el inconsciente constaba sobre todo de deseos
sexuales reprimidos desde la infancia (1905), Jung vio también en él un
ámbito colectivo de disposiciones psíquicas de índole creadora.36 La expresión
“inconsciente colectivo”, en cuanto tal, la encontramos por vez primera en el
artículo, publicado en 1917, “Die Psychologie der unbewußten Prozesse”,
como denominación de un estrato profundo de la psique, no sólo arcaico, sino
también universal y ubicuo.

El inconsciente colectivo es la decantación de la experiencia mundial de todos los


tiempos, y por tanto una imagen del mundo que se formó hace eones.37

El inconsciente colectivo era, en primer lugar, un hecho objetivo, que siem­


pre estaba presente y constituía el fondo viviente del acontecer psíquico. En-
33a Referencia al intercambio epistolar entre Sigmund Freud y C. G. Jung; carta de 29 de
julio de 1913.
34 Véanse las pp. 94 ss.
35 C. G. lung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 171.
36 C. G. Jung, “Yoga und der Westen”, 1936 (Ges. Werke, XI, p. 579).
37 C. G. ju n g , Die Psychologie der unbeumßten Prozesse, p. 117 (Ges. Werke, VII, p. 103, con ligeros
cambios).
126 CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JU N G

carnaba el suelo nutricio de la conciencia, las viejas sendas que siempre trataban
de conducir de nuevo a los procesos de la conciencia a su fuente de origen.
En él se mantenía viva la vida de los antepasados desde los primeros comienzos.

El estrato personal termina con los primeros recuerdos de la infancia. En cambio,


el inconsciente colectivo contiene el tiempo preinfantil, es decir, los restos de la vida
de los antepasados.38

Ya a finales del prim er decenio había señalado Jung que el inconsciente


colectivo no constaba únicamente de representaciones colectivas, sino que se
basaba asimismo en impulsos vitales,39 en “restos subliminales de funciones y
formas simbólicas de carácter arcaico”. Y también hizo hincapié poco más
tarde -utilizando ya el término “arquetipo”- que se componía de la “suma de
los instintos y sus correlatos, los arquetipos”. A partir de ahí no faltaba ya mucho
para establecer la hipótesis de la existencia de estructuras psíquicas heredadas
colectivamente. Así, en 1928 definía el inconsciente colectivo como “la impo­
nente masa espiritual de la evolución humana, que volvía a nacer en la estructura
cerebral de cada individuo".40 A partir de la uniformidad de la estructura
cerebral, que cobraba su expresión tanto en el carácter general, en la univer­
salidad, así como en difundida coincidencia de los motivos, dedujo Jung
también que el inconsciente colectivo suponía una base unitaria, heredada para
las formas vitales y funcionales de la sucesión de los antepasados.41 Según lo cual,
todas las funciones de la psique consciente estaban preformadas por estruc­
turas inconscientes.
Sin embargo, la hipótesis de la herencia de las posibilidades arquetípicas
de representación no debía confundirse con la herencia de representaciones.
Pero a lo que Jung se refería era a qué tanto las imágenes originarias como
los instintos estaban preformados en el cerebro, es decir, que existían ya como
cauces.
En cuanto decantación de la vida de los antepasados, el inconsciente
colectivo encerraba no sólo todas las experiencias que el individuo ha tenido
con su padre, su madre, su hijo, su marido y su mujer, sino también el
conjunto de los cauces psíquicos surgidos bajo el influjo de instintos, sobre todo
del hambre y de la sexualidad. El inconsciente colectivo era también por ello,
para Jung, no sólo la fuente de las pulsiones y los instintos, sino el origen de
lasformas básicas del pensar y sentir humanos: impulso creadoryprotoimagen colectiva.

Pero [el inconsciente colectivo] no es, en cierto modo, un mero prejuicio histórico
gigantesco. Sino que es, al mismo tiempo, la fuente instintiva en la que los
arquetipos no son sino formas de manifestación de los instintos. Pero de las fuentes
38 C. G. Jung, Das Unbewußte im normalen und kranken Seelenleben, p. 113. Publicado en 1943
con el título Über die Psychologie de Unbewußten (Ges. Werke, VII, p. 83).
39 C. G. Jung, “Die Struktur des Unbewußten”, 1916 (Ges. Werke, VII, p. 336).
40 C. G. Jung, “Die Struktur der Seele”, 1928 (Ges. Werke, VIII, p. 183).
41 C. G. Jung, “Das Grundproblem der gegenwärtigen Psychologie”, 1931 (Ges. Werke, VIII,
p. 398).
C O N C IE N C IA E IN C O N S C IE N T E EN LA P SIC O L O C ÍA D E J U N G 127

vitales del instinto fluye también todo lo creativo, de modo que el inconsciente no
se limita a ser condicionamiento histórico, sino que produce a la vez el impulso
creador, a semejanza de la naturaleza que es inmensamente conservadora y en sus
actos creadores vuelve a suprimir su propio condicionamiento histórico.42

No sólo eran específicas de los procesos que tienen lugar en el inconsciente


colectivo su independencia de la experiencia personal o la ubicuidad de los
contenidos, sino que lo era tam bién laforma de interiorización, i Pues la vivencia
individual se producía siem pre en forma de imágenes! En el inconsciente
colectivo se revelaba el m undo como un mundo interior espiritual,43 que -m ovido
por poderosos impulsos y tom ándolos como so p o rte- hacía que surgiera de
nuevo en form a de im ágenes la vivencia tal como siem pre se había producido.
Era el m u n d o vivido históricam ente, era el pasado histórico, vivido desde el
interior.

El inconsciente colectivo es una imagen histórica especular del mundo, o es algo


que contiene esa imagen. Es también, en cierto modo, un mundo, pero un mundo
de imágenes.44

M ientras que las im ágenes del inconsciente personal suponían u na especie


de imágenes mncinicas, las formas del inconsciente colectivo eran de n atura­
leza im personal. Ju n g entendía por “im personal” tanto como “no vividas
personalm en te”.

Mientras que las imágenes mnémicas del inconsciente personal son imágenes hasta
cierto punto rellenadas, por ser vividas, los arquetipos del inconsciente colectivo
se presentan sin rellenar, por ser formas no vividas personalmente por el individuo
( 1 9 2 6 ) .45

Como consecuencia de este carácter de lo sin rellenar, de lo vivido de


m anera no personal, J u n g concibió las imágenes colectivas como u na especie
de m ateria prim a que, a su entender, necesitaba aun en todo caso ser
traducida al lenguaje de la época correspondiente. Pero no entendía ni
m ucho m enos p o r traducción al lenguaje de la época una formulación
racional. Era más eficaz la creación de la forma plástica que se simbolizaba en
formas simbólicas. Pero también lo era el hecho de d ar vida a la im agen
colectiva en form a de acto o de rito.

Si se consigue esta traducción, nuestro mundo intuitivo vuelve a unirse, por medio
del símbolo de una visión del mundo, con la experiencia primordial de la huma­
nidad: el hombre histórico, universal que hay en nosotros tiende la mano al hombre
42 C. G. J u n g , “Die Struktur der S eele” (Ges. Werke, V III, |>. 182).
43 C. G. J u n g , Das Unbeumßle im normalen und kranken Seelenleben, p. 114 (Ges. Werke, V II, p.
83).
44 C. G. J u n g , “D ie Struktur des U nbew ußten” (Ges. Werke, V II, p. 331).
45 C. G. J u n g , Das Unbeumßte im normalen und kranken Seelenleben, pp. 113 s. (Ges. Werke, V II,
p. 83).
128 C O N C IEN C IA E IN CO NSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JU N G

individual que acaba de llegar a ser. Esta experiencia que se aproximaría a la del
primitivo que se une místicamente con sus antepasados muertos en el ágape
ritual.46

Cada vez que se convertía en vivencia para el individuo el sentido profundo


de las imágenes colectivas, su relación con el acervo de experiencia ya
acumulado, ello equivalía a una religación con la fuente de la vida. El individuo
se sentía como algo que lleva en el alma lo grande. Y esa experiencia era el
misterio de la recomposición de lo separado.
Lo nuevo de su imagen del mundo, que incluía el inconsciente colectivo,
lo expresó Jung con las siguientes palabras:

...el inconsciente colectivo no es en modo alguno una especie de ángulo oscuro,


sino que es la decantación omnímoda de la experiencia de los antepasados desde
incontables millones de años, el eco del acontecer prehistórico universal, al que
cada siglo añade una cantidad inconmensurablemente pequeña de variaciones y
diferenciaciones. Puesto que el inconsciente colectivo es, en última instancia, una
decantación del acontecer universal que tiene su expresión en la estructura del
cerebro y del sistema simpático, representa en conjunto una especie de imagen
mundial atemporal, eterna hasta cierto punto, a la que se contrapone nuestra
momentánea imagen consciente del mundo. Lo que implica, dicho de otro modo,
nada menos que un mundo distinto, un mundo especular, si se quiere. Pero, a
diferencia de una mera imagen especular, la imagen inconsciente está dotada de
una energía que le es peculiar y que es independiente de la conciencia, y por medio
de la cual es capaz de desatar poderosos efectos anímicos, efectos que no se
extienden hasta la superficie, pero que, tanto más poderosamente, influyen en
nosotros desde el interior, desde lo oscuro, invisibles para aquel que no somete a
crítica suficiente la imagen del mundo momentánea, y que por lo tanto permanece
oculto para sí mismo. Que el mundo no tiene solamente un exterior, sino que tiene
también un interior; que no es solamente visible por fuera, sino que actúa también
poderosamente en nosotros, en un presente intemporal, desde lo más profundo
de un fondo anímico aparentemente subjetivo, es algo que considero un conoci­
miento que, con independencia de que constituya una vieja sabiduría, merece que
se valore, en esta forma, como un nuevo factor constitutivo de una visión del
mundo.47

4. H e r e n c ia a r c a ic a e i n c o n s c ie n t e c o l e c t iv o

Vamos a volver una vez más a la psicología freudiana y a preguntarnos si


podemos reconocer en ella ideas análogas al inconsciente colectivo. Lo que
hasta ahora hemos podido comprobar en los factores filogenéticos se refería
en esencia a motivos arcaicos, a fantasías originarias y a complejos típicos, tales
como el complejo de Edipo y el de castración. Si bien su interés inicial se
centraba exclusivamente en la ontogénesis, en reducir los motivos filogenéti-
46 C. G. J u n g, “Analytische Psychologie und W eltanschauung” (Ges. Werke, V III, p. 432)
47 Ibid., pp. 4 28 s.
CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JU N G 129

cos al pasado infantil, con el tiempo se le fue haciendo difícil cerrar su atención
al hecho de que se trataba de contenidos humanos generales que no sólo
estaban anclados en la constitución, sino que era posible seguirlos hasta la
primigenia etapa filogenética. No pudo por menos que dar por supuesta la
existencia de una “herencia filogenédca”48 (1918), es decir, de tendencias y
motivos arcaicos, que mostraban “trozos del origen filogenético”, es decir,
trozos que el individuo “traía ya consigo desde el nacimiento”.49
Con razón podemos preguntarnos si Freud, cuando estableció la hipótesis
de la “herencia arcaica”,50 estaba pensando en la existencia en la psique de
experiencias primitivas o de disposiciones heredadas. Pero se trata de una
pregunta de difícil contestación, ya que los datos que nos proporciona Freud
no son uniformes, sino contradictorios. Inicialmente parecía como si en efecto
afirmara la existencia de disposiciones de la psique51 que cumplían la función
de una “recuperación”, ya fuese de contenidos heredados52 o de “esquemas
de procedencia filogenética”.53 Pues, siempre en aquel mismo año, hizo
alusión a que esquemas tales como las “categorías filosóficas facilita[ba]n la
acogida de las impresiones vitales”,54 hecho al que había de hacer de nuevo
referencia en sus escritos tardíos (1937). Concretamente con Der Mann Moses
und die monotheistische Religion (Moisés y la religión monoteísta)55 expresaba la idea
de que las formaciones arcaicas no eran meros “precipitados del desarrollo
humano primitivo”,56 sino que permitían, asimismo, conocer la aparición de
formas de reacción específicas y de disposiciones que impulsaban la vida
mental en una dirección determinada. Freud entendía por tales disposiciones
“la facultad de seguir determinadas tendencias evolutivas y la inclinación a
ello, así como de reaccionar, de un modo determinado, ante determ inados
estímulos, excitaciones e impresiones”.57
Al hablar de disposiciones psíquicas, pensaba en una especie de “herencia”
que requería siempre ser despertada por el individuo. Resulta interesante
que contara entre ellas tanto determinadas aptitudes del ello, como las
disposiciones del pensamiento, o determinadas relaciones mentales adquiri-
48 S. Freud, “Aus der Geschichte einer infantilen Neurose” (Ges. Werke, XII, p. 131). En torno
a este artículo leemos en Freud: “Esta historia clínica fue escrita poco después de term inarse el
tratamiento en el invierno de 1914/1915, bajo la impresión, fresca todavía, de las reinterpreta­
ciones que C. G. Jung y Alfred Adler querían hacer de los resultados psicoanalíticos. Enlaza por
tanto con el artículo publicado en el Jahrbuch der Psychoanalyse, VI, 1914, ‘Zur G eschichte der
Psychoanalytischen Bewegung...’, y complementa la polémica contenida en el m ism o, que tenía
un carácter fundamentalmente personal, mediante consideración objetiva del material analíti­
co...”
49 S. Freud, Der Mann Moses und die monotheistische Religion, 1937/1939 (Ges. Werke XVI p
204).
50 S. Freud, “Die endliche und die unendliche Analyse”, 1937 (Ges. Werke, X V I, p. 86).
51 S. Freud, Der Mann Moses und die monotheistische Religion (Ges. Werke, X V I, p. 205).
52 S. Freud, “Aus der Geschichte einer infantilen Neurose” (Ges. Werke, XII, p 29 nota)
53 Ibid., p. 155.
54 Ibid.
55 S. Freud, Der Mann Moses und die monotheistische Religion (Ges. Werke, XVI, pp. 101 ss.).
56 S. Freud, “Die endliche und die unendliche Analyse”, 1937 (Ges. Werke, X V I, p. 86).
57 S. Freud, Der Marin Moses und die monotheistische Religion (Ges. Werke, X V I, p. 205).
130 CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JUNG

das históricamente y relacionadas con el desarrollo del lenguaje,58 así como


también determinadas disposiciones y modos de reaccionar del yo.59 En todo
caso, se le antojaban determinantes del desarrollo individual, impulsándolo
en una concreta dirección.
Aun cuando la idea de la “herencia arcaica” recordaba, de un modo que
podía parecer sorprendente, la concepción de Jung de las estructuras arque-
típicas -lo que no tiene nada de particular si se tiene en cuenta la impresión ;
que causó a Freud la temprana obra de Jung Wandlungen und Symbole der
Libido-, una apreciación más detenida permite comprobar que subsisten
diferencias más profundas. Era cierto que la suposición de la perpetuación
del efecto de determinadas experiencias de generaciones anteriores, o de la
existencia de disposiciones establecidas constitucionalmente, parecía derivar­
se de observaciones semejantes a las que había hecho Jung en relación con |
los arquetipos. Pero si se trataba de averiguar en qué consistían en esencia,
para cada uno de los dos pensadores, las experiencias heredadas, se ponía de
relieve de modo inequívoco el abismo que separaba al uno del otro. Lo que
en rigor quería decir Freud con las disposiciones heredadas no tenía nada
que ver con sistemas de predisposición o encauzamientos (Jung), sino que
eran, más bien, “huellas mnémicas de las vivencias de generaciones anteriores”.60
incluso llegó, haciendo gala de su peculiar concretismo, a atribuir esas huellas
de la memoria al efecto persistente de acontecimientos prehistóricos. Esta concep­
ción culminó en la hipótesis de que todos estos recuerdos apuntaban en última
instancia al episodio legendario de una horda primigenia y del asesinato de
un padre primitivo,61 suposición que menciona por primera vez en Totemund
Tabu (Tótem y tabú):62
Explicó de ese modo, no sólo el motivo del asesinato del padre como
repetición imaginativa de un homicidio real perpetrado por los hijos en la
oscura prehistoria, sino también el conflicto incestuoso como repetición de
un primigenio conflicto humano. Frente a los deseos incestuosos, esos “ape­
titos que son los más viejos y los más fuertes del ser humano”, se alzaba una
prohibición no menos poderosa, que en opinión de Freud constituía una
“prohibición continuada impuesta por el padre primigenio”. A estas prohi­
biciones, que él concebía como expresión del poder castrador de la autoridad
paterna, atribuía los múltiples sacrificios que la cultura imponía a la pulsión.
Tampoco el símbolo de carácter religioso constituía excepción alguna a la
actitud reduccionista freudiana. Se trataba siempre, únicamente de un símbolo
mnémico del acontecimiento histórico del asesinato del padre primitivo. Así, por
ejemplo, concebía la idea de una deidad suprema como “restauración de
gloria del padre de la horda primitiva”.63 E igualmente entendió siempre el
58 Ibid., p. 206.
59 S. Freud, “Die endliche und die unendliche Analyse” (Ges. Werke, XVI, p. 86).
60 S. Freud, Der Mann Moses und die monotheistische Religion (Ges. Werke, XVI, p. 206). (La
cursiva es mía.)
61 Ibid., pp. 192 ss.
62 S. Freud, Totem und Tabu, 1912/1913 (Ges. Werke, IX).
63 s Freud, Der Mann Moses und die monotheistische Religion (Ges. Werke, XVI, p. 242).

:
C O N C IEN C IA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JU N G 131

cambio de las representaciones de Dios como un proceso de sustitución, de


deformación y, finalmente, de restauración del mito del padre prim igenio.
Dentro de su sistema, como podemos comprobar, no hay básicam ente lugar
para el reconocimiento de encarnamientos psíquicos o estructuras arquetípicas. No
reconocía en rigor más que huellas mnémicas de acontecimientos anteriores o, si se
prefiere, repeticiones de tales huellas, procedentes de hechos que habían
tenido lugar en tiempos primitivos. Esas huellas despertaban a su entender
como consecuencia de producirse acontecimientos similares en el presente, y
no excluía la repetición espontánea de esas huellas del recuerdo inconsciente,
por ejemplo, en caso de acontecimientos importantes.

a) Herencia arcaica e instinto

Resulta curioso que Freud, en el marco de sus reflexiones biológicas, siem pre
vacilara en suponer la existencia de un acervo instintivo en el hom bre. Aun
encontraba más o menos demostrable la existencia de una herencia instintiva
tal en los animales, e incluso le parecía altamente probable en el niño. Pero,
curiosamente, nunca pudo decidirse a asumir la existencia de un acervo
heredado en los comportamientos, o de un conocimiento basado en el
instinto, a semejanza del de los animales, aun cuando no pudiera escapar a
determ inadas especulaciones. Así, en 1918, escribe:

Si existiese un acervo instintivo semejante también en el hombre, no sería de


extrañar que afectara de modo muy especial los procesos de la vida sexual, aun
cuando no pueda, ni mucho menos, limitarse a éstos. Esta cualidad instintiva sería
el núcleo del inconsciente, una actividad mental primitiva que posteriormente
habría de ser destronada y recubierta por la adquisición de la razón humana, pero
que, con harta frecuencia, quizá en todos los individuos, conservaría la fuerza de
tirar hacia abajo de los procesos psíquicos superiores. La represión sería el retorno
a esa etapa instintiva, y así el hombre pagaría con su disposición a la neurosis su
gran adquisición nueva, testimoniando con la posibilidad de las neurosis la exis­
tencia de etapas anteriores de índole instintiva. Pero la importancia de los sueños
de la primera infancia residiría en que aportan a este inconsciente un material que
lo protege de la consumación en el curso del posterior desarrollo.64

Ahora bien, por fascinante que fuera la idea del “acervo instintivo” como
“núcleo del inconsciente”, o de la neurosis como precio por la neoadquisición
de la razón -y por más que tales ideas anticiparan un acercamiento a la
hipótesisjunguiana de los comportamientos arquetípicos-, la ulterior retirada
de Freud hasta la etiología de meras huellas mnémicas de linajes anteriores65
relegaba tales intuiciones al terreno de la pura especulación.

64 S. Freud, “Aus der Geschichte einer infantilen N eurose” (Ges. Werke, X II, p. 156).
65 S. Freud, Der Marin Moses und die monotheistische Religion (Ges. Werke, XVI, p. 206).
132 CONCIENCIA E INCONSCIENTE EN LA PSICOLOGÍA DE JUNG

b) Fantasía y escenas originarias

Rodeos semejantes a los relacionados con la naturaleza de la herencia arcaica


los dio Freud en torno a la cuestión de si, en la labor terapéutica, había que
atribuir el mayor peso etiológico a las llamadas escenas originarias o a los
esquemas filogenédcos. Esta cuestión estaba relacionada con la importancia
que en cada caso tuvieran la ontogénesis y la filogénesis, lo que ya en 1918
había tratado de poner en claro.
Para mejor dilucidar la problemática, traigo aquí un pasaje procedente de
dicho año:

C oincido p lenam ente con Ju n g en el reconocim iento d e esta h erencia filogenética


(“La psicología de los procesos inconscientes”, 1917, artículo q u e ya no pudo influir
en mis “lecciones”). Pero estim o m etod ológicam en te incorrecto proponerse escla­
recer la filogénesis antes de haber agotado las posibilidades q u e ofrece la ontogé­
nesis. N o com prendo por qué ese em p eñ o en discutir a la prehistoria infantil una
im portancia que se está dispuesto a con ced er sin m ás a la prehistoria de los
antepasados. N o ignoro que sea también preciso dar a los m otivos y a las produc­
ciones filogenéticas una explicación que, en toda una serie d e casos, p u ed e dárseles
a partir de la infancia individual. Y no m e asom bra, por últim o, que la obtendón
de dichas condiciones en el individuo haga que resurja orgán icam en te lo que una
vez, en la prehistoria, dio origen a las m ism as y las legara com o disposición para
ser recuperadas.66

Como se desprende de esta observación, la consideración de la prehistoria


infantil acabó imponiéndose a la de la prehistoria de los antepasados. Tam­
bién hizo Freud hincapié -y lo hizo con una significativa mirada de reojo
dirigida a Jung- en que el psicoterapeuta sólo debía recurrir al enfoque
filogenético después de haber conseguido clarificar y elaborar lo “adquirido
individualmente”. Aun cuando siguió manteniendo que, en caso de que las
vivencias personales del niño, sobre todo las de carácter traumático, presen­
taran desviaciones respecto a los esquemas heredados (o en aquellos casos en
los que las vivencias infantiles “no se adecuaban al esquema hereditario”),67
se producía una consecuente reelaboración de la fantasía,68 en caso de duda,
el iniciador del psicoanálisis se decidía por dar prioridad a las escenas
originarias de la infancia.
En su debate con la opinión de Jung de que eran las fantasías las que
creaban los recuerdos de la infancia, es decir, los recuerdos de las escenas
originarias, Freud se fue inclinando cada vez más por la opinión contraria.
Según su experiencia, era precisamente al contrario: eran las escenas origi­
narias las que servían de base a las fantasías. No en vano atribuyó a las
tempranas vivencias infantiles, por ejemplo a las experimentadas en la alcoba
66 S. Freud, “Aus der Geschichte einer infantilen Neurose" (Ges. Werke, XII, p. 131).
67 Ibid., p. 155.
Ibid.
C O N C IE N C IA E IN C O N SC IE N TE EN LA PSICO LO CÍA DE J U N G 133

de los padres, la importancia primaria en cuanto a la formación de las fantasías


de la primera infancia:

...a mi entender, la fantasía del renacimiento es una consecuencia de la escena


originaria, antes que al contrario, antes que ser la escena originaria un reflejo de
la fantasía del renacimiento.69

También hay que considerar notable su siguiente observación:

Concedo que es ésta la cuestión más complicada de toda teoría analítica. No he


necesitado las comunicaciones de Adler y Jung para ocuparme críticamente de la
posibilidad de que las vivencias infantiles olvidadas -Ivividas a una edad de la
infancia improbablemente temprana!- que el análisis afirma, se basen más bien en
fantasías creadas en ocasiones posteriores, y que hay que asumir un momento
constitucional o una disposición recibida por vía filogenética allí donde se crea
encontrar en los análisis las secuelas de semejante impresión infantil. Todo lo
contrario, ninguna duda ha requerido tanto mi atención; ningún otro motivo de
inseguridad me ha inducido más decisivamente a abstenerme de publicar. Tanto
el papel de las fantasías en la formación del síntoma como el “fantasear retrospec­
tivo” que se adentra en la infancia a partir de posteriores incitaciones y la ulterior
sexualización de la misma, he sido yo el primero en reconocerlos, hecho que
ninguno de mis oponentes ha señalado.70

c) Herencia filogenética y represión histórica

La suposición de la “persistencia... [de] huellas mnéinicas”71 se le antojaba a


Freud fructífera en otro sentido más. Le parecía apropiada para salvar el
abismo que separaba a la psicología individual de la psicología de las masas,
y consideraba que el hecho de la existencia de huellas mnémicas reprimidas
constituía el eslabón a este respecto. Del mismo modo que concebía lo
reprimido individual como algo que nunca se borraba del todo en la psique
inconsciente, sino que únicamente se había vuelto inaccesible para la concien­
cia, veía en lo “histórico reprimido” algo que había sido relegado al oscureci­
miento.

Empleamos aquí el concepto de “lo reprimido” en un sentido impropio. Se trata


de algo pasado, ignorado, que se da por superado en la vida de los pueblos y que
nos atrevemos a equiparar a lo reprimido en la vida psíquica del individuo.72

E igualmente, el “retorno de lo reprimido” en la psicología individual, que


constituía el hecho desencadenante de la neurosis, se correspondía con un

69 Ibid., p. 137.
70 Ibid. (Ges. Werke, X II, p. 137, nota).
71 S. F reud, Der M ann Moses und die monotheistische Religion (Ges. Werke, X V I, p. 207).
72 Ibid., p. 241.
CONCIENCIA K INCONSCirSIl I N IA FSICOliJOU DK JUNO

fenómeno cn cl ámbito de la vida psicohVgua colectiva lodo d dt-sarrolk/


histórico, 4 paitir del miio del padre primigenio, ¡Malla ftu cn d m f de tu
ukkIo natural, v|{i'iii Freud, corno un "retorno de lo reprimido , c|ue ir
producía de manera sucesiva. tie la iAorin/4 del padre ) el odio al miwf*
tlcl 4m*miu(i) del padre y el sentimiento de culpa (véame el judaismo * <-
cristianismo). Resulta curioso cl enérgico rechazo por parte de Freud dr U
idea de que su aplicación del concepto de k> reprimido a la pwcokígía de ***
masas pudiera entenderse como una concesión al inconsciente ítAtxuvti ót
curto junguiano.

No no» será fácil trasladar Un conceptos de la psicología individual a la p**r*rt£u


de la» masas, y no ctco que consigamos nada introduciendo un c o n c r |Or
“inconsciente colectivo". F.J contenido del mconsoentc sa es de pc*r »I coito/«*.*
constituye una posesión universal del genero humano.79

Los trozos citados dclic rían poner sufKienicmenic en claro cl a é n »


insalvable existente entre los conceptos de Freud \ Un tic Jung No *óio ir
p o n í a de manifiesto en la reducción del acometer histórico y mítico a
categorías individuales, sino también, de un modo general, en La supouciée
de rcc uerdos colectivos de acontecimientos históricos tomo base de la hcrrcr
tía (ilogcnética En el moment. deán > Erruti ¡e dnJuabt: i»rmpit Aocid ie rst.i
dual ^ lo concreto, mirntrai ifue Jung h , V; . uenu* ¡o ;«t^rvmdí i lú
Q uinta Parte

D E L A L IB I D O A LA E N E R G ÍA P S Í Q U IC A
XVII. DE LA TEORÍA SEXUAL DE FREUD'

¿C óm o llego Freud a su “teoría sexual”?2 ¿Cuáles fueron las ideas básicas de


su doctrina de la libido?
Tras el derrum bam iento de su hipótesis del trauma sexual infantil, surgía
forzosamente la pregunta por el significado etiológico tanto del infantilismo
como de la sexualidad en la etiología de la psiconeurosis. Así pues, cuando,
con base en observaciones fisiológicas, por un lado, y en su autoanálisis3(1897),
por otro, tropezó con la etiología de la función sexual en el surgimiento de las
neurosis, ello vino a suponer un esclarecimiento inesperado. Una vez que hubo
reconocido la importancia de las zonas erógenas, descubrió también, poco
más tarde, la importancia, fundamental para el psicoanálisis, del complejo de
Edipo4 (1897). Reconoció que el impulso sexual era una fuerza de extraordi­
naria eficacia que, desde el comienzo de la infancia, operaba dentro de los
seres humanos. Era la sexualidad la que decidía sobre la salud y la enfermedad,
sobre el desarrollo y el destino del individuo. Tal como pudo comprobar retros­
pectivamente, no había perdido validez su temprana intuición sobre la etiología
de las neurosis: lo que anteriormente había designado como traum a sexual,
volvía a aparecer, de manera modificada, como infantilismo de la sexualidad.
Con la teoría sexual fundamentaba Freud su psicología básicamente sobre
los factores de la pulsión y del deseo compulsivo. La tensión originada por la
necesidad y la vivencia de la satisfacción señalaban el marco para una teoría
de las pulsiones en la que el proceso que conducía al dominio de la excitación
se regulaba fundamentalmente a través del principio del placer y el displacer.
Fue importante que, en 1911, emprendiera la complementación del principio del
placer mediante el principio de la realidad,5 paso que, para Jones, es el más
preñado de consecuencias dentro de la teoría freudiana. Jones considera este
hallazgo “como aquel... que más fama aportó [a Freud], siendo incluso
superior... a su descubrimiento del inconsciente”.6 Ahora no había que tener
en cuenta “únicamente lo que producía placer, sino también lo que era real”.7
Al igual que para las pulsiones en general, también en el caso de la pulsión
sexual, Freud estableció la distinción entre una “energía sexual”, más condi­
cionada orgánicamente, y su manifestación psíquica: la libido, aunque, de
1 S. Freud, Drei Abhandlungen zur Sexuallheorie (Ges. Werke, V).
2 La expresión “teoría sexual” se mencionaba por vez primera en una carta a Fliess del año
1899. Cf. Aus den Anfängen der Psychoanalyse, p. 321. Carta de 11 de octubre de 1899.
3 Ibid., p. 233. Carta de 2 de octubre de 1897.
4 Ibid., p. 238. Carta de 15 de octubre de 1897.
5 S. Freud, “Formulierungen über die zwei Prinzipien des psychischen G eschehens”, 1911
(Ges. Werke, V III, p. 232).
6 E. Jones, Das Leben und Werk von Sigmund Freud, II, p. 370.
7 Ibid.
137
138 DE LA TEORÍA SEXUAL DE FREUD

modo ocasional, utilizara ambas expresiones indistintamente. Concebía In libido


como el impulso o pulsión instintivos específicamente sexuales, en contraposición al
ham bre y al instinto de conservación (pulsión del yo). Era para él de natura­
leza psicosexual,8 por una parte anclado biológicamente, y por otra, regulado
por los factores psíquicos del placer y el displacer.
La teoría de las pulsiones experimentó dos notables incorporaciones. La
prim era tuvo lugar, con la introducción del narcisismo, en el año 1914, y la
segunda, seis años más tarde (1920), con el descubrimiento de las pulsiones
destructiva y de agresión en el inconsciente. La suposición de una libido
narcisista, es decir, de un componente libidinoso en el yo? fue el resultado de la
observación por Freud de la manía de grandeza y el sentimiento de omnipo­
tencia en determinadas psicosis, que constituyó además, en parte, una res­
puesta frente al rechazo, por parte de Jung, de aplicar la teoría de la libido a
la dementia praecox.™ Como puso de relieve J ones, la hipótesis freudiana de la
invasión o catexis del yo por la libido resultaba sobremanera “desconcertante”
y contribuía a estimular la afirmación contraria al psicoanálisis de que éste
convertía la sexualidad en algo absoluto. Pero el biógrafo de Freud argüía
que ello no era así en realidad, y basaba su afirmación en que éste nunca pensó
en una sexualización del yo en su conjunto, sino únicamente en su porción
condicionada por la regresión.
El segundo intento, que la mayoría de sus discípulos habría de poner en
duda, de completar las pulsiones mediante la pulsión agresiva y la pulsión de muerte
(1920), estaba basada en la observación por Freud de la repetición compulsiva11
de lo reprimido. Esta observación lo indujo a distinguir entre las pulsiones
de Eros y Tánatos, por el primero de los cuales entendía una síntesis de la
sustancia vital en unidades cada vez mayores, mientras que al último lo
consideraba, en cambio, una tendencia conservadora y regresiva en lo psíqui­
co que repetía etapas anteriores y que estaba dominada en lo profundo por
una tendencia a la disolución en lo anorgánico.
La fundamentación por parte de Freud de la psicología profunda como
psicología de las pulsiones motivó la aparición en el panorama científico de
cuatro importantes ámbitos de problemas: no sólo el del permanente condicio­
namiento pulsional de los procesos psíquicos y el de la importancia predominante
de la sexualidad para la comprensión de los trastornos del desarrollo, sino
también el de la relación de la psicología con la biología y, por último, el del
reconocimiento de la índole Ideológica de lo psíquico, su tenacidad en la
persecución de un fin, que hunde profundamente sus raíces en el mundo
corporal y de las sensaciones.
Los estudios d e ju n g en torno al complejo y la fantasía lo condujeron, como
era natural, a una disputa interior con la teoría sexual de Freud. Fue una
polémica intensa y rigurosa. Si desde el principio sintió Ju n g un ligero
malestar ante la “opinión extrema” de Freud y no podía aceptar el intento de
8 S. Freud, Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie (Ges. Werke, V, p. 118).
9 S. Freud, “Zur Einführung des Narzißmus” (Ges. Werke, X, p. 141).
10 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 124.
11 S. Freud, “Jenseits des Lustprinzips”, 1920 (Ges. Werke, X III, pp. 17 s.).
DK LA TEORÍA SEXUAL DE FREUD 130

éste de atribuir la neurosis a la represión de factores sexuales incompatibles


con el yo, sí llegó incluso a considerarlo una tendencia a la universalización
de la sexualidad 12 (1907), su principal propósito consistía, sin embargo, en
someter los conocimientos psicoanalíticos a un examen en profundidad,
trazando el marco en el que su validez quedara establecida. Kra tan extraor­
dinario empírico que no podía cerrar los ojos a la gran importancia de la
sexualidad en la vida humana.
No sólo era uno de los hechos fundamentales de la vida -como también él
reconocía-, sino que representaba un papel muy importante como factor
etiológico en el origen de las neurosis. Tampoco había que olvidar que así lo
indicaba también la vida imaginativa, rica en símlxdos de significado sexual,
tanto de las personas sanas como de las enfermas. También el aspecto social
le parecía sumamente importante, en la medida en que era la sexualidad lo
que “sacaba al individuo [fuera] de la familia, para que pudiera alcanzar la
independencia y la autonomía”,15 implicándose en el mundo.
Pero aparte del hecho de que la pulsión sexual constituía una de las
pulsiones afectivas más poderosas de la vida humana, no debía concebírsele
-exponía Ju n g - como la base sin más de la misma. Nunca pudo Jung, ni
siquiera en la época de su mayor fascinación por Freud, reducir todo cuanto
hacen los seres humanos a transformaciones y desplazamientos de la función
sexual. Semejante empresa equivalía, en su opinión, a desconocer por com­
pleto la naturaleza humana. Lo que Jung rechazaba era la fe en un “mito
sexual”, a saber: el intento de “derivarlo todo de la sexualidad y de otras
incompatibilidades morales”,14 tal como ya escribió en 1929.
Pero esta observación no debe inducir a pensar que Jung no hubiera
comprendido la importancia de las pulsiones y del instinto para la vida y el
destino de las personas. Lo que ya había expuesto en 1907 acerca de la
afectividad, cuando la designó como la base fundamental de la personalidad , 15
tenía validez eo ipso para la emotividad, para el tono afectivo del complejo, y
también para la excitación instintiva. Así, en 1952, decía Jung:

...Los instintos... son los fundamentos vitales, las leyes de la vida en sí.16

Aun cuando dentro de su propia concepción no sabíajung-como tampoco


lo sabía Freud- lo que era la pulsión en su esencialidad profunda, le otorgaba
no obstante la significación de una “misteriosa manifestación de la vida, de
carácter, en parte psíquico, en parte fisiológico”, que era, además, “una de
las funciones más conservadoras de la psique...”17 (Véase asimismo la ‘partie
inférieure de la fonction” en Janet.) Pero, a diferencia de lo que ocurría con
12 C. G. Jung, D em en tia p r a e c o x , Prólogo, p. iv (G e s. W e r k e , III, p. 4). Véase también la carta
a Freud de 31 de marzo de 1907.
13 C. G. Jung, V e rsu c h e in e r D a r s t e l l u n g d e r p s y c h o a n a ly tis c h e n T h e o r ie , p. 95.
14 C. G. Jung, “Einige Aspekte der modernen Psychotherapie” (Ges. W e r k e , XVI, p. 31).
15 C. G. Jung, D e m e n tia p r a e c o x , p. 42 (G e s. W e r k e , III, p. 43).
16 C. G. Jung, S y m b o le d e r W a n d l u n g , p. 299.
17 Ibid., p. 229.
140 DE LA TEORÍA SEXUAL DE FREUD

Freud, había una cosa que para él estaba clara: la pulsión nunca se extinguía
con la posesión de un fin ni con la supeditación a un objeto. Como veremos
más adelante, la pulsión disponía de un lado mental, de un “sentido”, idea que
formuló por primera vez en 1919, en el sentido de que representaba la
“imagen arquetípica de la autopercepción de la pulsión ” .1819Veintisiete años
después, como veremos en el apéndice, volvió a ocuparse del tema, al
considerar el arquetipo como el “sentido de la pulsión”. ,9
Desde este punto de vista hay que considerar también los reparos que pone
Ju n g a la distinción freudiana entre las pulsiones de Eros y Tánatos. No podía
hacer coincidir la fuerza vital como tal con el Eros, ni la pulsión tanática con
el principio del mal, de lo destructivo, de la muerte. Ambas pulsiones
contenían también en sí el otro lado: el Eros contenía el principio anímico de
la relacionalidad, y la pulsión de muerte, un aspecto espiritual.

Sobre la base de este hecho [una madre terrible], mi alumna, la doctora Spielrein,
desarrolló su idea de la pulsión de muerte que luego asumió Freud. Pero, a mi
parecer, no se trata en modo alguno de un mero impulso de muerte, sino,
asimismo, del “otro impulso” (Goethe), que significa vida espiritual.20

El punto de vista totalizante de Jung, desde el que trató de comprender


tanto la pulsión como su sentido, exigía una delimitación de la psicología
respecto a la biología. Aun cuando valoraba la notable hazaña de Freud de
introducir los hechos biológicos en su psicología, complementando así el
intelectualismo de la psicología y la psicopatología francesas con factores
naturales, rechazaba con idéntica decisión la mescolanza de categorías psico­
lógicas y biológicas, así como la reducción del inconsciente a un “sexualismo
natural”, al impulso irresistible, nudamente natural.
Tras estas consideraciones iniciales, quisiera entrar en detalle en los distin­
tos argumentos defendidos por Jung en relación con la teoría de la sexualidad.
Las primeras manifestaciones críticas de Jung en torno a la teoría sexual
se producen en los años 1907-1912. Me refiero tanto a sus estudios sobre el
“universalismo de la sexualidad”, tal como creía hallarlo en la psicología
freudiana, cuanto a su exposición del “concretismo sexual”. Así, leemos en
Dementia praecox:

Cuando, por ejemplo, reconozco la existencia de mecanismos del complejo en el


sueño y en la histeria, no quiere ello decir, ni mucho menos, que atribuya al trauma
sexual juvenil la importancia exclusiva que Freud parece atribuirle. Ni tampoco
que ponga a la sexualidad en primer plano de modo tan preponderante, o que le
otorgue la universalidad psicológica que Freud postula, al parecer bajo la impre­
sión del poderoso papel que, en todo caso, desempeña la sexualidad en la psique.21

18 C. G. Jung, “Instinkt und Unbewußtes” (Ges. Werke, VIII, p. 157).


19 C. G. Jung, “Theoretische Überlegungen zum Wesen des Psychischen”, publicado inicial-
m ente com o “Der Geist der Psychologie”, p. 443 (Ges. Werke, VIII, p. 231).
20 C. G. Jung, Symbole der Wandlung, p. 567, nota.
21 C. G. Jung, Dementia praecox, Prólogo, p. tv (Ges. Werke, III, p. 4).
DE LA TEORÍA SEXUAL DE FREUD 141

Pero, al margen de estas o semejantes consideraciones, no podía por


menos, ya en sus tempranas investigaciones psicopatológicas, de encontrar la
comprobación, tanto del condicionamiento sexual de los síntomas neuróticos,
como del sexualismo del mundo imaginativo del enfermo. Fundamentalmen­
te en la histeria se le aparecía, no sólo lo primordial del carácter sexual de los
afectos, sino también el aspecto sexual-infantil de las representaciones. Ahora
bien, daba a los fenómenos correspondientes una interpretación esencial­
mente distinta a la de Freud. Ya en 1908, interpretaba que la tendencia a
vestir los productos de la fantasía con imágenes sexuales debía entenderse
como expresión del carácter sexual-arcaico del fondo de la psique y de sus
figuras lingüísticas, pues le llamó la atención que las fantasías de marcado
tono sexual que se presentaban en el enfermo, mostraran gran afinidad con
los motivos que aparecían en el mito y en las figuras literarias,22 hecho este
que todavía había de presentársele de forma más marcada en sus estudios
posteriores. Así, en Wandlungen und Symbole der Libido, hizo notar que la
“alegorización sexualista” de las expresiones simbólicas, debía entenderse en
relación con la actividad imaginativa del individuo y con su regresión a lo
arcaico, al mundo de las imágenes; pero no como lo característico de la
imagen. Muy por el contrario, reconoció de inmediato que lo propio de la
expresión sexual primitiva, que señalaba en cada caso algo todavía no desarrollado,
no comprendido y, sobre todo, aún no conocido, residía en el contenido simbólico de la
imagen.
Jung dio un paso más en la psicología de los tipos al tratar de comprender
la sexualización del mundo imaginativo como la consecuencia asimismo de
una falta de diferenciación de las funciones psíquicas, o bien de una mezcla
de sensibilidad sexual y función inferior.23 Como portadora de los valores
arrinconados por la colectividad, la función inferior se hallaba contaminada
en grado especial por la sexualidad.
Otra concesión a Freud la hallamos en el artículo de 1909 ya mencionado,
en el que Jung se ocupa de la importancia del padre para la futura configu­
ración de la vida del niño. Su coincidencia con Freud llegaba entonces hasta
el punto de proclamar que “el destino en la vida es en lo esencial idéntico con
el destino de nuestra sexualidad...”,24 observación que, significativamente,
había de excluir en posteriores ediciones.
Y también en los “Konflikten der kindlichen Seele”,25 artículo que surgió
como reacción al trabajo de Freud sobre la fobia de un niño de cinco años ,26
se ocupó del problema de la importancia del interés sexual para el desarrollo
de las fuerzas intelectuales. Como ya hemos señalado, en los prólogos de las
sucesivas ediciones, Jung interpretaba el mismo material, que inicialmente
había concebido en el sentido de la teoría sexual de Freud, de un modo que
se apartaba mucho de su interpretación inicial.
22 C. G. Jung, “Die Freudsche Hysterietheorie”, 1908.
23 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 626 {Ges. Werke, VI, p. 465).
24 C. G. Jung, “Die Bedeutung des Vaters für das Schicksal des Einzelnen”, p. 18.
25 C. G. Jung, “Über konfliktc der kindlichen Seele”, 1910.
26 S. Freud, “Analyse der Phobie eines fünfjährigen Knaben”, 1909 (Ges. Werke, VII, pp. 243 ss.).
142 DE LA TEORÍA SEXUAL DE FREUD

Por última vez, antes de su separación de Freud, en 1913, vemos a Jung


seguir las huellas de aquél, en la primera parte de Wandlungen und Symbole
der Libido. Es interesante comprobar que, ya en la segunda parte de este
artículo, retira en gran parte las concesiones, no sólo al método causal, sino
también a la teoría de la sexualidad infantil propuesta por Freud, y ello en
favor del planteamiento del problema del sentido y el símbolo de los contenidos
inconscientes.
Si se leen con imparcialidad las obras tempranas mencionadas, es difícil
librarse de la impresión de que existía ya una cierta reserva, aun cuando, por
razones de respetuosa discreción, sólo podía advertirse de forma velada. Jung
se mantuvo reservado en sus opiniones hasta que estuvo en condiciones de
probarlas sobre la base de sus propias investigaciones. Sus trabajos sobre el
concepto de la libido habían de representar un momento crítico a este
respecto. Lo que sobre todo le importaba era encontrar un criterio desde el
que pudiera expresarse adecuadamente la dinámica del inconsciente.
El forcejeo con los conocimientos de Freud proporcionó a Jung un bene­
ficio que no debe subestimarse. Y también la confrontación con la teoría
sexual supuso un importante hito en la pulsión que movía su desarrollo y
evolución intelectuales. En esta disputa surgieron los conceptos, no sólo de la
energía psíquica, del principio de equivalencia, sino también de la tensión antitética.
Y se reforzó asimismo su concepción de la etiología del desarrollo regresivo
de la imaginación y del conflicto actual en relación con el origen de la neurosis;
tampoco debe olvidarse que el concretismo de la teoría freudiana del incesto
hizo que se agudizara su sentido para el enfoque simbólico.
Así, en 1913, un año después de la publicación de Wandlungen und Symbole
der Libido, inició la tarca de analizar a fondo la teoría freudiana de la libido.
Lo hizo en el notable artículo, que por desgracia suele pasarse por alto,
“Versuch einer Darstellung de psychoanalytischen Theorie” (“Intento de
exposición de la teoría psicoanalítica”),27 en el que expuso sus importantes
consideraciones críticas acerca de la sexualidad infantil, de las fantasías
incestuosas y del concepto freudiano de la libido, por enumerar solamente
algunos de los principales problemas allí tratados.

27 C. G. Jung, “Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie”, 1913.


XVIII. LA SEXUALIDAD INFANTIL
Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO

L L a SEXUALIDAD INFANTIL: la disposición perversa polimorfa y el doble


COMIENZO DE LA SEXUALIDAD EN FREUD

El reconocimiento por parte de Freud de que las vivencias libidinosas de la


infancia forman parte de los hechos fundamentales de la vida psíquica, había
de tener una importancia impredecible para el psicoanálisis. En ellas descu­
brió factores hondamente arraigados en la constitución del hombre, y que
arrojarían una cierta luz sobre el dinamismo del desarrollo. En ellos tenían
su origen, no sólo el desenvolvimiento normal de la vida, no sólo los más
diversos infantilismos, sino también las perversiones, y todo el complejo
sintomático de la neurosis.
Característica de la adquisición de sus más importantes hipótesis sobre la
sexualidad infantil fue su derivación a partir del material encontrado en el adulto
neurótico. Y del hecho de que este material remita por lo general a una
multiplicidad incoherente de vivencias infantiles, no sólo extrajo atrevidas
claves para explicar la etiología de la sexualidad infantil, sino que fundamentó
también en él su tesis de que la predisposición hereditariamente diseñada de la vida
anímica infantil era de una naturaleza esencialmente perversa polimorfa,' según la
cual todos los niños tenían inclinación hacia tendencias “perversas”, enten­
diendo por perversa una forma de actividad sexual libre de inhibiciones. Y,
a la vez, consideraba “perversa polimorfa” a la sexualidad infantil en la
medida en que denotaba la existencia de una multiplicidad primaria, totalmen­
te carente de centralización, de pulsiones parciales, que funcionaban con mutua
independencia, sin relación entre sí. Esta multiplicidad coincidía básicamente
con la consecución autoerótica del placer.
Idéntica trascendencia revestía un factor perturbador que Freud reconocía
en el segundo punto de arranque del desarrollo sexual,2 relacionado también con
un hecho hereditariamente condicionado, a saber: la interrupción de este
desarrollo3 por la etapa de latencia, es decir, por una detención o regresión
de los inicios de la sexualidad que se daban en la primera infancia. Este doble
punto de arranque, “condición biológica (kat exochén) de la disposición (hu­
mana) a la neurosis”,4 se le antojaba una característica propia únicamente del
hombre. Pero, puesto que la etapa de latencia -fase intermedia entre la
sexualidad infantil y la sexualidad madura- no sólo servía para la construcción
1 S. Freud, Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie {Ges. Werke, V, pp. 91 s.).
2 Ibid., p. 135.
3 Ibid.
4 S. Freud, “Selbstdarstellung”, 1925 {Ges. Werke, XIV, p. 62).
143
144 LA SEXUALIDAD INFANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO

del yo, sino que se exigía también en ella la adaptación a las crecientes
exigencias de la sociedad, representaba un periodo sobrem anera crítico, que
encerraba en sí la premisa para los más graves trastornos e inhibiciones. Por
una parte, la sexualidad de la prim era infancia estaba sometida a diversas
represiones, y por otra se producía su fijación y aprisionamiento en las
vivencias habidas. La fijación y la limitación obraban en dirección idéntica. En
ambos casos, la energía que fluía libremente se veía constreñida y atada? Del
mismo modo que la represión indicaba la existencia, en cada caso, de un punto
débil en el desarrollo del yo, la fijación denotaba en cambio un punto sumamente
sensible en el desarrollo sexual. En todos los casos se producían perturbaciones
del desarrollo, como consecuencia de las cuales determ inados componentes
instintivos seguían el proceso de desarrollo, mientras que otros se quedaban
atrás, en el estadio infantil, con lo que se retrasaba su incorporación a los fines
culturales.
En la m edida en que Freud reconocía en las vivencias de la infancia los
factores etiológicamente más significativos para los conflictos, no ya sólo del
niño, sino también del adulto, la cura psíquica dependía también en gran
parte de la posibilidad de reavivar los recuerdos infantiles. Pero despertarlos
de nuevo no resultaba nada fácil. Como había comprobado Freud, ya en 1897,
la veracidad de los recuerdos infantiles era de lo más dudosa ,56 ya que se
introducían en la memoria, de manera perturbadora, tanto las fantasías de
la imaginación, como recuerdos inventados, velando la realidad objetiva.
Freud formuló sus experiencias, con definitiva claridad, con las siguientes
palabras:
j
Q u iz á se a d u d o s o q u e te n g a m o s r ecu er d o s c o n sc ie n te s procedentes de la in fan cia, y !
n o , m á s b ie n , m e r o s r e c u e r d o s sobre la in fan cia. N u e s tr o s r e c u e r d o s in fa n tiles no
n o s m u e str a n lo s p r im e r o s a ñ o s d e n u estra vida tal c o m o fu e r o n , s in o tal c o m o han
a p a r e c id o al se r d e sp e r ta d o s en p o sterio res o c a s io n e s.78

Llegó al convencimiento de que los llamados recuerdos infantiles repre­


sentaban siempre el resultado de una falsificación y una deformación, por parte,
no sólo de la imaginación, sino también de la instancia censora. Pero, con
independencia de esta nueva dificultad, siguió aferrándose a la posibilidad
de eliminar los factores deformantes para poder llegar hasta los acontecimien­
tos verdaderos. Y fue el reconocimiento de la coherencia sin lagunas8 de los
contenidos psíquicos, tanto de las vivencias infantiles, de la imaginación
deformadora, como de la censura represora, y del síntoma, lo que parecía
ofrecerle una garantía de que -m ediante un análisis impecable- podía des­
cubrirse la vivencia traumática de la infancia.

5 S. Freud, “Das Unbewußte”, 1915 {Ges. Werke, X, p. 287).


6 S. Freud, Aus den Anfängen der Psychoanalyse, p. 230. Carta a FHcss d e 21 d e septiem bre de
1897.
7 S. Freud, “Über Deckerinnerungen”, 1899 (Ges. Werke, I, p. 553).
8 S. Freud, “L’hérédité et l’étiologie de névroses”, 1896 (Ges. Werke, I, p. 418).
LA SEXUALIDAD INFANTIL Y IA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO 145

2. La o r g a n iza c ió n de la lib id o y e l com plejo de Edipo en F reu d

Dentro del psicoanálisis, el descubrimiento por parte de Freud de una


organización sexual, o sea, el descubrimiento de una fase pregenital, heredita-
riamente dada, del desarrollo sexual, representaba la culminación de la teoría de
la sexualidad infantil. La suposición, sobre todo, de fijaciones y de movimien­
tos regresivos de la libido en este punto había de tener una importancia
extraordinaria, de cara sobre todo a los problemas del surgimiento de la
neurosis y del tipo de neurosis.
La importancia de estas hipótesis para el ulterior desarrollo del psicoaná­
lisis justifica que entremos más de lleno en el tema.
Sus investigaciones condujeron a Freud a la trascendental distinción entre
la fase oral, la anal y la genital,9 contraposición que sólo pudo completar
bastante más tarde de un modo para él satisfactorio, complementando estos
estadios con la fase narcisista (1914) y la fálica (1924).
Si inicialmente desarrolló Freud la problemática de la ingestión o incorpo­
ración a sí (fase oral) y del dominio de sí (fase anal), el descubrimiento de la
fase fálica, es decir, de la fase correspondiente a la sobrevaloración de lo
masculino, le permitió atacar más decididamente los problemas de la mastur­
bación y del complejo de Edipo.10 Mediante la introducción de una fase
primaria del narcisismo (1914),11 en la que el individuo tomaba su propio
cuerpo como objeto amoroso, catectizando de libido al yo, trató de esclarecer
mediante su teoría de la libido los síntomas paranoicos del delirio de grandeza
y de las ilusiones de omnipotencia, que ya Jung había atribuido, en 1907, al
hecho de la pérdida de realidad. 12 Designó como terminación de la organi­
zación infantil de la libido la etapa genital, en la que veía como fin la
subordinación de las pulsiones parciales bajo “el primado... de los genitales”.
Simultáneamente culminaba la transición del autoerotismo al amor objetal.
De entre todas las etapas de la libido, Freud concedía la máxima significa­
ción, de cara al ulterior desarrollo sexual, a la fase fálica (1923). Consideró
características de esta etapa determinadas propiedades que ya había podido
observar en 1909:13 el culto al falo, que iba unido a la sobrevaloración de lo
masculino, las preguntas llenas de curiosidad, la intensificación de la mastur­
bación y la creciente vinculación con los padres. El punto culminante lo
alcanzaba en el complejo de Edipo, en el que la contradicción podía resumirse
en pocas palabras: “genitales masculinos o castración" .14 Con la etapa fálica
se producía la ruptura en la satisfacción preponderantemente autoerótica de
la primera infancia, del mismo modo que la elección narcisista del objeto cedía
ante un amor objetal, a saber: ante la vinculación con personas del mundo
9 S. Freud, D r e i A b h a n d lu n g e n z u r S e x u a lth e o r ie (G e s. W e r k e , V, pp. 82 y 86).
10 S. Freud, “Die infantile Genitalorganisation”, 1923 (Gm. W e r k e , XIII, p. 295).
11 S. Freud, “Über einen autobiographisch beschriebenen Fall von Paranoia” 1911 (G e s
W e rk e , VIII, p. 297). ’ V
12 C. G. Jung, D e m e n tia p r a e c o x , p. 114 (G e s. W e r k e , III, p. 109).
13 S. Freud, “Analyse der Phobie eines fünfjährigen Knaben” (G e s . W e r k e , VII, pp. 241 ss.).
14 S. Freud, “Die infantile Genitalorganisation” (G e s. W e r k e , XIII, p. 297)'. '
146 LA SEXUALIDAD INFANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO

exterior, en prim er lugar, con los padres. Fue para él fascinante y sorpren­
dente la maduración del niño: seguir su paso en la elección del objeto, de la
relación autoerótica narcisista hasta el punto culminante de un enamora­
miento de la m adre” y del correspondiente “sentimiento de celos frente al
padre ”. 15 El complejo de Edipo, cuyo modelo se encontraba en la leyenda
griega, culminaba en el deseo incestuoso -desde el punto de vista del niño-
de casarse con la madre y de matar al padre, mientras que en la niña se
producía a la inversa. Fue conmovedora la carta que dirigió a Fliess en 1897:

He hallado también en mí la pasión por la madre y los celos hacia el padre, y ahora
juzgo que estos sentimientos constituyen un hecho general de la primera infancia...
Si esto es así, se entiende la fuerza arrebatadora del rey Edipo, a pesar de todas las
protestas que la razón pueda levantar frente a la aceptación de que existe un
destino fatal, y se entiende por qué había de fracasar tan miserablemente el
posterior drama existencial... La leyenda griega recoge una imposición que todos
reconocemos porque todos la comprobamos en nosotros mismos.16

Tampoco en este complejo -el complejo de Edipo- vio Freud desde el


principio, en modo alguno, una mera situación neurótica, sino un aconteci­
miento de la primera infancia con carácter humano general, señalado hereditaria­
mente, que, según la fuerza de los vínculos, la intensidad de las pulsiones
represoras que se imponían durante el periodo de latencia -y de acuerdo,
sobre todo, con la medida en que se producía la regresión al punto de fijación-
daba al complejo, en cada caso, un peso totalmente diferente.
La complejidad del complejo edípico se veía reforzada no sólo por la
“bisexualidad constitucional del individuo",17 sino por la “situación triangular”
que se producía en las relaciones entre los padres y el hijo, y que daban lugar
al desarrollo de complicados mecanismos de vinculación, identificación,
introyección y ambivalencia. Lo intrincado de estos lazos movió a Freud a
considerar el complejo de Edipo, no sólo como el complejo más importante
de la infancia, sino como el complejo núcleo de la neurosis por excelencia. Se
inclinaba cada vez más en ver la dificultad de su superación en la dependencia,
fisiológicamente condicionada, del niño respecto a los padres, y en la madu­
ración relativamente tardía del yo, hechos todos ellos que no sólo conseguían
retrasar el desasimiento de las ataduras infantiles y la adecuada elección
objetal, sino que retrasaban también, cuando no impedían, la superación de
la masturbación y la adaptación al canon cultural.
Su peculiar carácter trágico le venía al complejo de Edipo del relevo de
que era objeto, de manera asimismo programada, hereditariam ente condi­
cionada, por parte de la siguiente fase del desarrollo. Se trataba del complejo
15 S. Freud, A u s d e n A n f ä n g e n d e r P s y c h o a n a l y s e , p. 238. Lo menciona por primera vez en una
carta a Fliess de 15 de octubre de 1897.
16 Ibid.
17 S. Freud, D a s I c h u n d d a s E s ( G e s . W e r k e , XIII, p. 260). La bisexualidad se m enciona oor
primera vez en la carta dirigida a Fliess el l de agosto de 1899, en A u s d e n A n f ä n g e n d e r
P s y c h o a n a l y s e , p. 308.
LA SEXUALIDAD INFANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO 147

de castración, verdadero exponente del periodo de latencia, contra el que


finalmente iba a estrellarse el complejo de Edipo.

...gracias a la demora con que se produce la maduración sexual se gana el tiempo


necesario para levantar, junto a otras inhibiciones sexuales, las barreras frente al
incesto, para incorporarse los preceptos morales que, de modo explícito, excluyen
como objetos sexuales, en su condición de parientes consanguíneos, a las personas
queridas de la infancia. La observancia de esta limitación es primordialmente una
exigencia cultural de la sociedad, la cual debe defenderse contra la extinción de
intereses a través de la familia...18

Fue interesante la consecuencia que Freud extrajo del efecto sinérgico de


estos dos complejos. Ya en 1899 comunicó a Fliess el descubrimiento de un
juego de la máxima complejidad, caracterizado por la presencia de cuatro
componentes,19 conocimiento que, en 1923, concebiría, en forma más amplia,
como el efecto conjunto de la bisexualidad innata, por una parte, y la actitud
ambivalente respecto al objeto amoroso, por la otra .20 En el capítulo dedicado
a la neurosis en Freud volveremos sobre este punto. Se hacía manifiesto el
choque entre el complejo de Edipo y el complejo de castración, en la lucha
entre el deseo incestuoso y el miedo al incesto, lucha que no sólo retrasaba el
crecimiento excesivo del complejo de Edipo, sino que aprisionaba al individuo
en el sentimiento de culpabilidad y en el miedo a la autoridad paterna.
Si bien la senda del desarrollo que pasaba por las pulsiones autoeróticas
parciales, las fijaciones, los estadios de la libido, y sobre todo por el complejo
de Edipo, era la senda normal del desarrollo que cada cual debía recorrer,
era también un camino que traía consigo no pocos peligros. Por una parte,
no todas las fases se desarrollaban igualmente bien o podían ser superadas
con igual fortuna (determinadas partes de la función adherían constantemen­
te, por ejemplo, a ciertas etapas, o a sus puntos de fijación), y por otra parte,
impedimentos externos, frustraciones en la vida sexual o desengaños amoro­
sos, podían producir un movimiento regresivo de la libido. Para Freud, como
tendremos ocasión de ver, la patología de la neurosis va unida a cuatro factores, a
saber: el fracaso, la fijación y represión, así como también la regresión.21
El descubrimiento de tendencias regresivas en la psique fue uno de los
primeros hallazgos que hizo Freud junto con Breuer .22 La expresión “direc­
ción regresiva” la utilizó por primera vez en una carta a Fliess del año 1897.23
Pero más tarde la sometería a considerables modificaciones. Desde la suposi-
18 S. Freud, D r e i A b h a n d l u n g e n z u r S e x u a lth e o r ie ( G e s . W e r k e , V, p. 126).
19 S. Freud, A x is d e n A n f ä n g e n d e r P s y c h o a n a l y s e , p. 308. Carta a Fliess de 1 de agosto de 1899.
“¡La bisexualidad! Seguram ente tienes razón en lo que dices al respecto. Yo también me estoy
acostumbrando a considerar que todo acto sexual es un p r o c e s o e n t r e c u a t r o i n d i v i d u o s ." (La cursiva
es mía.)
20 S. Freud, D a s I c h u n d d a s E s ( G e s . W e r k e , XIII, p. 261).
21 S. Freud, V o r l e s u n g e n z u r E i n f ü h r u n g i n d i e P s y c h o a n a ly s e , 1917 ( G e s . W e r k e , XI, pp. 351 ss.).
22 Breuer y Freud, “Über den psychischen Mechanismus hysterischer Phänom ene”, 1893.
23 S. Freud, A u s d e n A n f ä n g e n d e r P s y c h o a n a l y s e , p. 248. Carta a Fliess de 14 de noviembre de
1897.
148 LA SEXUALIDAD INFANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO

ción de una actualización de los recuerdos traumáticos en la hipnosis hasta


los conocimientos expuestos en la teoría de los sueños mediaba un gran
trecho. Si en la regresión onírica había puesto de relieve el despertar dcformas
de trabajo más antiguas y más primitivas, haciendo su aparición las formas
infantiles y arcaicas, en la regresión libidinal reconocía un hecho de mayor
alcance: un regreso de la libido a estadios previos del desarrollo,24o a sus puntos de
fijación. A diferencia de lo que ocurría con la regresión en el sueño, que
concebía cada vez más como un proceso psíquico normal, valoró el movimien­
to regresivo de la libido en la constitución de la neurosis como un dato de
marcado carácter patológico, que culminaba en el recurso de la pulsión j
sexual, no sólo a los objetos incestuosos, sino también a las etapas de la
organización sexual25 ya superadas. Típica de esta regresión era, tal como
acertadamente dijo Nunberg, la retirada de la energía a posiciones más
antiguas, así como la ocupación de puntos de fijación anteriores.26
Mientras que en las personas normales el fracaso (frustración) podía llevar
a una renuncia de la pulsión o a un logro cultural más elevado, así como
también a un proceso de internalización, en el caso de la neurosis, la libido
se tornaba regresiva, con lo que el torrente de la energía libidinal que
regresaba volvía, según los puntos de fijación, a los estadios fálico, anal-sádico
u oral-narcisista. Según la organización libidinal del estadio correspondiente
se reavivaban las tendencias propias del mismo, repitiéndose las formas de
vinculación con los objetos.27 Mientras que, por ejemplo, en el retorno a la
fase fálica se activaban sobre todo las tendencias genitales y los lazos con las
figuras paterna y materna, una regresión más marcada aumentaba principal­
mente las tendencias agresivas. Si, en la vuelta a la etapa anal, la agresión
aumentaba hasta provocar la aparición de impulsos sádicos, en la regresión
a la fase narcisista (esquizofrenia) aparecían tendencias tanto a un marcado
negativismo como a una actitud hostil hacia las personas que rodeaban al
individuo que sufría estos trastornos. Frente a las repetidas afirmaciones de
que Freud construyó una relación insoslayable entre la frustración y la
reacción agresiva, quisiera yo, apoyándome en Nunberg, hacer la salvedad
de que tales reacciones sólo podían observarse en las neurosis o en las psicosis
narcisistas, presuponiendo siempre una regresión de la libido frustrada a
puntos de fijación de la primera infancia, con marcado tono agresivo.

3. L a sexu alid ad in fa n til desde e l p u n to de v is ta de J u n g

La polémica de Jung con la tesis de la sexualidad alcanzó su punto culminante


en la época de su separación de Freud. El disentimiento junguiano no se
refería únicamente a la confiabilidad de los recuerdos infantiles, ni a lo
24 S. Freud, Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Ges. Werke, XI p 355)
25 Ibid., p. 354.
26 H. Nunberg, Neurosenlehre, 1959, p. 127.
27 Ibid., p. 127 ss.
LA SEXUALIDAD INFANTIL Y IA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO 149

fructífera que pudiera ser la idea de una sexualidad infantil, sino también al
significado de los complejos más importantes introducidos por Freud: el de
la organización sexual de la primera infancia y el complejo de Edipo. Ninguno
de estos ámbitos problemáticos que desempeñaban un papel tan preponde­
rante en la teoría freudiana gozó de una valoración semejante en la psicología
de Jung. Si bien en la primera parte de sus Wandlungen und Symbole der Libido
atribuía los síntomas de la neurosis a reminiscencias infantiles y a sus imágenes
eróticas sustitutivas,28 o caracterizaba el estado del “pensamiento fantástico”
por notas tales como lo “infantil” y lo “desfigurado”,29 desde su apartamiento
de Freud se distanció también de modo creciente de esta forma de ver las
cosas.
* Fundamentalmente arrojó en medio de la discusión dos problemas: la
cuestión de la índole sexual de las actividades infantiles auloeróticas, por una parte,
y la de la verdad atribuible a los recuerdos infantiles, por la otra.
Aunque ya Freud había relativizado la validez de los recuerdos de la
temprana infancia, viendo su limitación, motivada por la actividad distorsio­
nante de la fantasía, dentro de su sistema conservaban un gran valor como
factores de la neurosis de la mayor importancia etiológica. En cambio Jung
i adoptó al respecto una actitud bastante diferente. No sólo hacía cada vez
ü menos hincapié -en las situaciones de conflicto de carácter neurótico- en el
b valor fáctico de las impresiones infantiles, sino que además contraponía, a este
n punto de vista, otro notablemente diferente. Más esencial que la situación pasada
» le parecía la presente; más esencial que el acontecimiento concreto era para él la actitud
psíquica que el individuo adoptaba respecto a su situación. Y también era para
él más importante el significado simbólico del recuerdo que el suceso acaecido en la
infancia del sujeto. La cuestión del valor etiológico del recuerdo infantil se
ti
convirtió inadvertidamente en lo opuesto: no le pareció a Jung que la
memoria traumática infantil fuese lo esencial en el origen de la neurosis, sino,
antes bien, la actividad fantaseadora, que se apoderaba de manera regresiva
c de los restos del recuerdo, los exageraba y los avivaba eróticamente. Lo que
i? Freud consideraba resultado de huellas mnémicas que seguían actuando,
il prefería contemplarlo Jung como resultado de una exacerbada actividadfanta­
i seadora que, de modo regresivo, imaginaba y creaba las vivencias infantiles.30
i* Pese a la relativización del valor fáctico de los recuerdos de la niñez, sería
ï injusto dar por bueno que Jung desconociera la importancia del pasado en
el desarrollo del individuo. ¡El pasado, la historia personal, no era, a este
efecto, lo mismo que el recuerdo!, pues si bien los recuerdos de la infancia
eran, en gran medida, poco confiables, nada cambiaba esto en el hecho de
que cada instante de la vida escondía en sí toda la historia precedente. Lo que
el individuo había llegado a ser encerraba en sí las impresiones específicas de
i su vida, sus vivencias individuales y su trabajo de elaboración mental. Pero
t esto, a su vez, no significaba que los conflictos actuales pudieran resolverse
i
28 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 61.
29 Ibid., p. 31.
30 Véanse las pp. 132 s. y 156 s.
150 LA SEXUALIDAD INFANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO

mediante la reproducción de esa historia, sobre todo por la reproducción,


sumamente cuestionable, de los recuerdos infantiles.
Si Freud retrotraía siempre a la infancia el núcleo central del conflicto
neurótico, siendo para él el conflicto del adulto más bien un rcavivamiento
del conflicto infantil, Jung rechazaba esta manera de concebirlo. Jamás fue
para él el pasado más importante que el presente; jamás consideró el “ayer”
más esencial que el “hoy”. Puso en efecto de relieve, en relación con el origen
de las neurosis, que es en el presente; principalmente, donde reside el conflicto
patógeno.31*De ahí que tuviera por más adecuado, en vez de un análisis de las
dificultades de la infancia, el examen de la tensión actual entre la personalidad
adulta, por un lado, y la personalidad formada en el medio infantil,132 por
otro. Veía así, por ejemplo, en el infantilismo de la persona neurótica, menos
la consecuencia del lastre representado por las impresiones infantiles que el
signo de un “retraso del desarrollo afectivo”33 en la edad adulta, un “arrastrar
consigo las actitudes afectivas de la infancia”. Una expresión de ello era el
aferramiento infantil al padre, a la madre y a los hermanos. En tal aferra­
miento reconocía Jung la causa de las dificultades de la separación, así como
las reacciones de huida ante las exigencias del mundo exterior. Para Jung, el
adulto neurótico naufragaba por el hecho de conservar una actitud infantil
que lo llevaba a un falso posicionamiento frente a los problemas que plantean
el cumplimiento de las obligaciones y la adaptación a las exigencias de la vida.
Con estas palabras formulaba Jung su concepción:

¿Qué cometido se niega el paciente a cumplir? ¿A qué dificultades de la vida busca


escapar?34

El planteamiento moral en la teoría de la neurosis se le antojaba tan valiosa,


cuando menos, como el planteamiento genético.
En la cuestión de la importancia de las impresiones infantiles para el
desarrollo del individuo no hay que pasar por alto la contemplación del mundo
de las imágenes originarias, de tanta trascendencia para la psicologíajunguiana.
Tal como tendremos ocasión de exponer, Jung nunca puso el principal acento
en el mero hecho concreto, en el comportamiento concreto de las figuras
paterna y materna. Frente al papel que desempeñaba para el adulto la fijación
en las correspondientes influencias del entorno durante la primera infancia,
destacaba él la vinculación, tan fuerte como mínima, que unía al individuo a
las vivencias concretas de las imágenes arquetípicas delf undo anímico que en cada caso
eran tocadas. Dicho de otra manera: no eran sólo los datos concretos de la
historia personal los que fascinaban a la mente humana y la ataban al pasado,
sino también las imágenes primigenias -sol, luz, infierno, templo, etc.- que
se vislumbraban en cada situación. En este punto nos limitaremos a señalar

31 C. G. Jung, Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie, p. 111.


32 Ibid., p. 71.
33 Ibid., p. 66.
34 Ibid., p. 133.
LASEXUALIDAD INFANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO 151

que esta vision más profunda tenía que llevar tras de sí un método de
comprensión profundizado .35
Ahora, tras estas consideraciones de carácter más general, nos volveremos
a examinar la apreciación que Jung hizo de los distintos problemas, en el
periodo que nos ocupa: el de su separación de Freud.

a) Disposición polivalente y perverso-polivwrfa

Tal com ojung recalcó más de una vez, no pudo, sobre la base de sus propias
observaciones, confirmar la existencia de una disposición pulsional perverso-poli­
morfa ni la de un comienzo en dos tiempos de la función sexual. Estas dos
afirmaciones le parecían ser mucho más expresión de una idea extraída de la
psicología de las neurosis del adulto y proyectada retrospectivamente sobre
la psicología del niño ,36 que un hecho real de la vida psíquica infantil. Y no
es que Ju n g no reconociera como cierta la tesis de Freud de que en la infancia
se daba una pluralidad de componentes de la libido que funcionaban con
mutua independencia. También él comprobaba la existencia de un polimor­
fismo en las formas de actividad de la primera infancia, tales como chupar,
morderse las uñas, etc. Como destacado empírico que era, no podía cerrarse
al hecho de que los juegos autoeróticos, las costumbres infantiles, que poste­
riormente tienen su continuación en los juegos sexuales, estaban en el orden
del día. Pero este reconocimiento del polimorfismo del modo de actividad de
la primera infancia no significaba, en modo alguno, que tuviera que ser
indefectiblemente de naturaleza sexual. ¡Todo lo contrario! Ju n g rechazaba
rigurosamente toda extensión del concepto de “sexual” a la actividad autoe-
rótica infantil. Los juegos sexuales de los niños eran para él básicamente
diferentes de los de la edad adulta. No sólo estaban mucho menos determi­
nados localmente, en la medida en que estaban referidos a alguna zona
corporal en particular, sino que también el carácter del placer obtenido era
esencialmente diferente. A su entender la obtención de placer no tenía por
qué coincidir con la satisfacción sexual. Aun cuando lo cierto es que se
engañaba al creer que Freud había dado por sentada una identificación tal .37
En consecuencia, lo que Freud había designado como sexualidad de la
primera infancia, eligiendo para ello el calificativo de “perversa”, lo contem­
plaba Jung, antes bien, como una etapa infantil, previa a la sexualidad
posterior. En cuanto a las llamadas formas de actividad perversas, parecióle
aju n g que era mucho mejor verlas como una “paulatina migración por etapas
de la libido [primitiva] que, abandonando la función nutricia, se dirigía hacia
la función sexual”.38 Lo que él observaba no era precisamente la universalidad
35 V éanse las pp. 195 ss.
36 C. G. Ju n g, Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie, p. 60.
37 Cf. la exposición que hace Karl Abraham en torno a “Versuch einer Darstellung” en
Ärztliche Psychoanalyse, 1914, pp. 72 ss. .
38 C. G. Ju n g, Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie, p. 60.
152 LA SEXUALIDAD IN FANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO

de la función sexual, sino más bien un proceso de desarrollo que se desenvol­


vía paulatinam ente, desde un prim er estadio presexual, caracterizado por el
crecimiento y la nutrición, pasando por una segunda fase en la que lo
determ inante era la sexualidad en germen (prepubertad), hasta desembocar
en la etapa de la libido, que se distinguía por la m adurez de lo sexual.39 En
los precoces hábitos autoeróticos veía m eram ente los gérm enes de la sexuali­
dad posterior, en modo alguno el indicio de la actividad de una función sexual
ya desarrollada. Pero Ju n g fue más lejos. Reconocía, cada vez con mayor
claridad, que en la disposición infantil había que ver un estadio previo del desarrollo
intelectual en general, pues el polimorfismo se expresaba también en el hecho
de que los gérmenes del desarrollo de las facultades mentales y sus comienzos
se retrotraían a este tem prano periodo de la vida. A partir de tales reflexiones,
que se rem ontan al año 1913, se decidió Ju n g a sustituir la expresión
freudiana “disposición perversa” por la de disposiciones germinales polivalentes.
Años más tarde (1946) dio a estas ideas la siguiente formulación:

I m p o n e r a la d isp o sic ió n p o liv a le n te d el n iñ o u n a te r m in o lo g ía se x u a l tomada de


la eta p a d e la se x u a lid a d e n su p le n o d esa r ro llo , e s u n a te m e r id a d d e dudosa
licitu d . C o n d u c e a m ete r d e n tr o d e la in te r p r e ta c ió n se x u a l to d a s las d em ás cosas
q u e d e s p u n ta n e n el n iñ o , co n lo q u e, p o r u n a p a rte, se h in c h a y se v u e lv e nebuloso
e n d e m a sía el c o n c e p to d e se x u a lid a d y, p o r otra p a rte, se h a c e ap arecer a los
fa cto res in te le c tu a le s c o m o m eras atrofias d e l in stin to .40

La suposición de la existencia de una disposición germinal polivalente en


el niño había de revestir extraordinaria importancia, no sólo para su com­
prensión de la forma en que se constituía la capacidad de entender en la vida
del individuo, sino también de cara a sus ulteriores investigaciones en torno
a la relación entre la pulsión y el arquetipo.
J u n g empezó por hacer énfasis en el genuino carácter de esta actividad,
frente a la concepción freudiana de que el interés infantil por saber e
investigar era de índole inapropiada. Si para Freud el impulso de conocer
procedía del intento de explicarse las vivencias reprimidas, de fuerte tono
sexual, J u n g llegó a la convicción de que la curiosidad intelectual no tenía
únicamente una determinación autoerótica, sino que perseguía un sentido y
una finalidad distintos de las motivaciones sexuales. El interés sexual que
aparecía en la pulsión cognoscente tendía “sólo en sentido metafórico hacia
un fin sexual inmediato..., tendiendo, más que nada, a un desarrollo del
pensamiento ”.41
Mientras que Freud, guiado por la prioridad que él daba a la cuestión del
esclarecimiento de las neurosis, perseguía en prim er lugar los efectos patoló­
gicos de un excesivo deseo de saber en la temprana infancia, Ju n g investigó,
de un modo general, la importancia del afán investigador para el desarrollo de las
39 Ibid.
40 C. G. Ju n g, “Psychologie und Erziehung”, 1946, p. 133.
41 C. G. Jung, “Über Konflikte der kindlichen Seele”, Prólogo a la 2a. cd., 1915, en Psychologit
und Erziehung, 1946, p. 129.
LA SEXUALIDAD INFANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO 153

facultades intelectuales del individuo. En todo caso, también Freud vio en la


pulsión exploratoria un “primer paso para una orientación autónoma en el
mundo”.42 Lo cual no excluía que la valoración que él hacía del mismo fuese
totalmente distinta de la de Jung. Lo que a Freud interesaba era en rigor la
cuestión de hasta qué punto este impulso podía contemplarse en realidad
como causa de posteriores trastornos del desarrollo. La explicación la encon­
traba, tanto en las insuficientes condiciones intelectuales que se dan en esta fase
de la vida, como, asimismo, en las tendencias inhibidoras, características del
periodo de latcncia.43 U nas y otras obraban en sentido contrario del desarrollo
positivo de la pulsión cognoscente, del impulso al conocimiento y la investi­
gación. En radical oposición con este supuesto, según el cual los trastornos
de crecimiento del niño se debían a un desarrollo fallido, en parte condicio­
nado sexualmente, de la pulsión de conocimiento, Jung, precisamente al
contrario, concibió los trastornos psíquicos del desarrollo como consecuencia de un
impedimento de la formación conceptual.44 Esta concepción era perfectamente
compatible con el supuesto freudiano según el cual la fase denominada de
sexualidad infantil era el comienzo del desarrollo humano sin más. Jung se
limitó aquí a añadir que este periodo ni se definía por unas supuestas
características sexuales, ni estaba su importancia limitada a los comienzos de
la sexualidad. Su gran contribución consistió en reconocer, en la disposición
embrionaria polivalente, no sólo los inicios de la posterior función sexual, sino
también los “puntos en los que residían en embrión lasfunciones mentales superiores”.

Como m uestra esta reflexión , yo considero la función pen san te, n o com o m era
función d e aplazam iento d e la sexualidad, que ve im pedida su actividad m arcada­
m ente placentera, y qu e por ello, en caso de necesidad, se con vierte en fun ción
pensante, sino qu e, efectivam en te, veo en la “sexualidad de la tem prana infancia”
los com ienzos d e la futura función sexual, pero tam bién los p u n tos germ in ales d e
las funciones m entales su p eriores.45

También apuntaba en esta dirección la observación junguiana de que


algunos conflictos llegaban incluso “a resolverse por sí mismos mediante la
formación de nuevos conceptos”.46 Y acabó profundizando sus ideas hasta el
punto de considerar que, en la disposición embrionaria infantil, no sólo se
contenían los inicios de lo que posteriormente había de constituir el modo de configu­
ración de la vida, los puntos embrionarios desde los que arrancaba la “totalidad del
hombreposterior“, sino también los sedimentos de la herencia arquetípica. Y en
este sentido, lo polivalente de la disposición quedaba referido al conjunto de
los impulsos e instintos.

42 S. Freud, Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie (Ges. Werke, V, p. 97).


43 S. Freud, “Eine Kindheitserinnerung des Leonardo da Vinci”, 1910 (Gm. Werke, VIII, pp.
146 ss.).
44 C. G. Jung, “Über Konflikte der kindlichen Seele", Prólogo a la 2a. ed., 1915, en Psychologie
und Erziehung, p. 130.
45 Ibid.
Ibid., p. 129.
154 LA SEXUALIDAD INFANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO

Esta disposición embrionaria incluye no sólo los comienzos de la vida adulta, sino,
asimismo, toda la herencia de los antepasados, remontándose indefinidamente...
Ahora bien, cuando por medio de un procedimiento reductor destapamos los
estadios previos infantiles de una psique adulta, hallamos como fundamento último
los gérmenes infantiles, que por una parte contienen al posterior ser sexual natural
en statu nascendi, pero por otra parte contienen también todas las complicadas
condiciones históricas previas del ser cultural.47

En Ju n g cristalizaba cada vez más el conocimiento de que la disposición


embrionaria del niño contenía los comienzos del ser pulsional natural en la
misma medida en que representaba al espíritu in nuce.49
En 1928 llegó incluso a mezclar los componentes intelectuales con los
pulsionales. En la realidad empírica, ambas propiedades de la psique parecían
estar unidas entre sí hasta tal punto que el “intelecto” podía aparecer también
en lo psíquico como un impulso. La mente no era sólo “la forma imprescin­
dible de la energía pulsional” ,49 sino el principio formal de la propia pulsión,
hipótesis esta que Jung había de aclarar dieciocho años más tarde (1946)
afirmando que el arquetipo representa por una parte un factor intelectual
mientras que por otra representa un sentido que es propio a la pulsión.50 Lo cierto
es que desde el principio asumió la existencia de un acoplamiento del principio
intelectual con el principio natural en el alma infantil. Afirmación esta última que
había de tener su importancia, puesto que la hipótesis del acoplamiento de
ambos principios había de constituir nada menos que el origen del concepto
fundamental de la psicología junguiana, según el cual, es inmanente al ser
humano una tensión entre contrarios o tensión antitética.51 Este supuesto de una
contraposición, inherente al ser humano, entre pulsión e intelecto iba a poner
nuevamente de manifiesto lo insalvable del foso que se había abierto entre
Freud y Jung.

b) El periodo de latencia como comienzo de la sexualidad

También respecto a la hipótesis freudiana de la interrupción del desarrollo


sexual infantil por un periodo de latencia mostró Jung una actitud de rechazo
parecida a la que le había inspirado la disposición perversa polimorfa. Si bien
observó -al igual que Freud- la desaparición de determinadas excitaciones
infantiles entre el tercero y el quinto año de vida, interpretó este fenómeno
de manera totalmente diferente. En su opinión, el periodo de latencia no
indicaba ni una interrupción de la actividad sexual, ni un periodo de suspen­
sión, sino, antes bien, un hecho relacionado con el paso progresivo de la libido
47 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, p. 87 (Ges. Werke, VIII, p. 56).
48 Ibid., p. 88 (Ges. Werke, VIII, p. 57).
49 Ibid., p. 98 (Ges. Werke, VIII, p. 64).
so c. G. Jung, “Theoretische Überlegungen zum Wesen des Psychischen”, publicado Dor
primera vez com o “Der Geist der Psychologie , p. 471, 1946 (Ges. Werke, VIII, p. 253).
5t Véanse las pp. 170 ss.
LA SEXUALIDAD INFANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO 155

prcscxual a la plenamente sexual. Lo que Freud describía como “nueva


desaparición” de la actividad infantil temprana, como “tiempo de latencia
sexual”, lo entendía Jung como el verdadero comienzo de la sexualidad.52 Del
mismo modo que, para Jung, la concepción freudiana del periodo de latencia
se basaba en la hipótesis errónea de una temprana sexualidad infantil,
también vería un punto de partida falso en el intento de Freud de explicar la
amnesia de la infancia. Mientras que Freud, con el mismo modelo de la
neurosis, atribuía la amnesia a las represiones sexuales, Jung encontraba sus
causas en las lagunas que existían en la facultad mnémica infantil, y que tenían
que ver con la forma peculiar en que surgía la conciencia. No obstante, la
amnesia le parecía tener alguna importancia patológica únicamente en las
personas neuróticas. “La amnesia del neurótico es algo que ha desaparecido
del continuo de la memoria, mientras que el recuerdo de la prim era infancia
consta de islas perdidas en medio del continuo de la no m emoria .”53

c) El complejo de Edipo como imagen arquetípica

¿Cómo concebía Jung el complejo de Edipo? Lo que Freud denominaba


vínculo incestuoso era también para él un importante hecho de la infancia.
En cambio, tanto la descripción del fenómeno como las conclusiones que
extrajo del vínculo que mantenía al niño cautivo de la personalidad de los
padres, eran esencialmente distintas. A su entender, el complejo de Edipo era
primordialmentc un complejo global de dependencias infantiles cargadas de
emotividad, en las que el peso principal recaía en los deseos de querer poseer,
de asirse a algo, en emociones tales como la envidia y los celos, más que en
una fijación con relevancia sexual. De ahí que pronto llegara al convencimien­
to (1913) de que el complejo de Edipo era en rigor una fórmula, aun cuando se
tratara de una fórmula sumamente importante, para las apetencias del niño respecto
de los padres.

C u a n d o ... d ig o q u e el co m p lejo d e E d ip o só lo es, e n p rim er lu g a r, u n a fó rm u la


para los d e se o s in fa n tiles resp ecto d el p ad re y d e la m a d re, así c o m o para los
co n flicto s q u e p ro v o ca n estos d ese o s - c o m o p rovoca con flictos to d o d e s e o e g o ís ta -
la cosa d eb ería resu ltar m ás acep tab le.54

En contra de una implicación sexual de estas vinculaciones afectivas, a veces


muy tenaces, existentes entre los padres y los hijos, parecía estar, para Jung,
el hecho de que las mismas podían observarse también, por ejemplo, entre
los padres e hijos adoptivos, entre los que los vínculos incestuosos quedaban
naturalmente excluidos. Lo característico de la fijación afectiva coincidía, a su
entender, con la función psíquica del padre y de la madre, correspondiendo
52 C. G. Jung, Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie, p. 109.
53 Ibid., p. 108.
54/¿>irf.,p. 93.
156 LA SEXUALIDAD INFANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO

a la madre la función del cuidado y la protección, y al padre la de la autoridad,


la crítica y el apoyo moral. Al ser las primeras fuerzas vitales que se impresio­
naban fuertemente en el niño, ejercían una influencia duradera en su
desarrollo.

Los p ad res so n ... n o m eros “objetos sexuales” o “d e p lacer” d e los q u e se pueda


p rescin d ir, sin o q u e son , o representan, fuerzas vitales qu e acom p añ an al n iñ o por
las en rev esa d a s sen d as d el d estin o, com o factores propicios o p eligrosos, y a cuya
in flu en cia só lo d e m anera condicional p u ed e sustraerse el a d u lto .55

Pero esta referencia a las personas del padre y la madre como objetos de
placer y objetos sexuales era sólo una mínima parte de las objeciones que Jung
hacía al complejo de Edipo. En su actitud crítica podemos diferenciar varias
etapas que coinciden con los años 1913, 1928, 1946 y 1952.56 Si inicialmente
se había limitado a rechazar el carácter sexual de la forma de vinculación de
la primera infancia (1913), con el tiempo llegó a poner en duda que los padres
desempeñaran siquiera algún tipo de papel como objetos durante la infancia.
Jung llegó en efecto a la conclusión de que los padres físicos tenían
fundamentalmente su importancia en cuanto portadores de imágenes. Tan
importante como la influencia personal inmediata de los padres eran las
imágenes que para el niño encarnaban, como, por ejemplo, la imagen de ser
alimentado o de ser querido, a la imago del ser-niño o del querer-seguir-sien-
do-niño.

N a tu ra lm en te n o es c on scien te el n iñ o, en su in gen u id ad , d e q u e sus parien tes más


p ró x im o s, q u e in flu yen en él d e m anera inm ediata, gen era n en él u n a imagen, que
e n p arte co in cid e co n ellos, p ero que, tam bién en parte, está fabricada con material
p r o ced en te d el p ro p io sujeto. La imago su rge a partir d e las in flu en cias d e los
p ad res y d e las reaccion es específicas del niño. Sólo hasta cierto p u n to se trata, por
tanto, d e u n a rep ro d u cción del objeto: es una rep rod u cción m uy condicionada...
La im a g en es p royectad a d e m anera in con scien te, y cu an d o los p ad res m u eren , la
im a g en p royectad a sig u e ex istien d o , com o si se tratara d e un espíritu con existencia
p rop ia (1 9 2 8 ).57

A menudo parecía como si las imágenes del niño fueran las que forzaran
a los padres a asumir formalmente el papel de padre y de madre. La idea de
que en la base del complejo de Edipo residían imágenes de una importancia
vital la tomó Jung repetidas veces, hasta entenderla finalmente como expre­
sión de modos funcionales innatos, de factores organizadores, pertenecientes
a la herencia. De ahí también su efecto fascinador y subyugante. En 1952
expresó Jung esta idea formulándola de un modo esclarecedor:
55 C. G. Jung, Psychologie und Erziehung, 1946, p. 38.
56 La discusión del problema de los padres o del complejo de Edipo prosiguió en los trabajos:
Die Beziehungen zwischen dem Ich und dem Unbewußten, Die Psychologie der Übertragung y Symbole der
Wandlung.
57 C. G. Jung, Die Beziehungen zwischen dem Ich und dem Ubewußten, p. 114 {Ges. Werke, VII, pp.
205 ss.).
LA SEXUALIDAD INFANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO 157

La referencia a los padres no es, en realidad, más que una manera de hablar. De
hecho, el drama se desarrolla en el interior de una psique individual en la que los
“padres” no son tales, sino que son, únicamente, imágenes, es decir, las repre­
sentaciones que han surgido a partir del encuentro entre la idiosincrasia de los
padres y la disposición individual del niño.58

Con esta concepción del fundamento arquetípico del complejo de Edipo intro­
dujo Jung en la psicología un nuevo modo de ver las cosas: era la calidad
numinosa de las imágenes la que daba a los padres esa dimensión profunda
de lo “incestuoso” y que, sobre todo en la memoria retrospectiva, les hacía
aparecer como objetos que despertaban “emociones incestuosas”, pues en el
curso de sus investigaciones descubrió la sobresaliente importancia que
correspondía a la fantasía, sobre todo a la actividad fantaseadora que retros­
pectivamente contemplaba el país de la infancia. Era esta fantasía la que daba
a los adultos la sensación de estar prisioneros en los lazos familiares, y la que
les permitía imaginar la infancia como un paraíso perdido, un paraíso en el
que se estaba rodeado de amor, cobijo y cuidados. Era esta combinación de
la actitud infantil o -para decirlo en palabras de Jung- del infantilismo del modo
de adaptación psicológico59 con la nostalgia retrospectiva, la que con frecuencia se
ponía en la balanza de la imagen incestuosa de la unión con los padres. Sobre
este fondo se dibujaba la representación del amor y del respeto, o también de
la resistencia, del rechazo y del odio, que hacía que los adultos con un
padecimiento psicológico quedaran enganchados de estas grandes imágenes
del pasado. Desde ahí no había gran distancia para llegar a comprender que
también en la regresión religiosa se desarrollaban procesos semejantes, es
decir, arquetípicos.

La regresión religiosa se sirve sin duda de una imago de los padres, pero sólo en
cuanto símbolo, es decir, disfraza el arquetipo con la imagen de los padres.60

Como recalcó Jung una y otra vez, la tendencia regresiva del individuo no
es precisamente una “recaída en el infantilismo, sino un genuino intento de
la persona de encontrar algo que le es necesario”,61 una búsqueda de sí mismo.62
Fue también la combinación de la actitud infantil y la imaginación retrógrada
lo que había de llevar a Jung a una interpretación totalmente distinta de los
traumas sexuales y las “escenas originarias” que Freud daba por supuestos.
Surgió así la importante controversia de si en el origen de las neurosis había
que conceder la importancia etiológica primaria a esas primeras escenas o,
antes bien, a la subsecuente actividad imaginativa. Mientras que Freud -como
ya hemos visto- acabó, tras prolongadas vacilaciones, por mantenerse fiel a
su idea de que las fantasías eran primordialmente “derivaciones de las escenas
58 C. G. Jung, Symbole der Wandlung, p. 567.
59 C. G. Jung, Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie, p. 72.
60 C. G. Jung, Symbole der Wandlung, p. 151.
61 C. G. Jung, “Einige Aspekte der modernen Psychotherapie" (1930) (Ges. Werke, XVI, p. 34).
62 Ibid.
158 LA SEXUALIDAD INFANTIL Y LA ORGANIZACIÓN DE LA LIBIDO

originarias ”,63 Ju n g consideraba en cambio que -p o r citar una observación


del propio F reud- las escenas originarias eran reflejos de la fantasía.64 Para
Ju n g no cabía duda de que, en la mayoría de los casos, era la fantasía la que
imaginaba y hacía pasar por realidad las vivencias incestuosas.
Del mismo modo que Jung rechazaba el supuesto freudiano de la existencia
de un deseo incestuoso como hecho primario, tampoco admitía la hipótesis
de Freud de una prohibición del incesto que se diera, de modo primario, con
el complejo de castración. Lo que Freud había entendido como consecuencia
de un dilema entre el deseo incestuoso y el miedo a la castración o la exigencia
cultural, lo concebía Jung como expresión de una tendencia del desarrollo
que era asimismo inmanente al individuo. Como resistencia, movida por una
motivación interior, frente a la tendencia incestuosa, la prohibición del incesto era algo
muy distinto de la mera consecuencia de la represión o de la inhibición de las
fuerzas instintivas incestuosas. No una prohibición, sino únicamente un
sacrificio voluntario de la originaria situación de dependencia podía conseguir
que se produjera un cambio y crear un individuo consciente de sí mismo.

Sólo mediante la violencia de la “prohibición del incesto” podía llegar a crearse el


individuo consciente de sí mismo que anteriormente había sido maquinalmente
uno con el grupo familiar...65

El paso decisivo para ir más allá de Freud lo dio Jung con el punto de vista
simbólico. En vez de reducir el deseo incestuoso al anhelo de cohabitación
con el progenitor del sexo opuesto, planteó la cuestión del posible sentido
simbólico que se escondía en la imagen del incesto .66 En todo caso, no veía en
la fantasía incestuosa un símbolo ya de por sí, pero consideraba que, dentro
del conjunto de las tendencias opuestas del hombre, podía llegar a ser el
punto de partida para una transformación simbólica. Puesto que la compren­
sión del símbolo está íntimamente ligada con el concepto de energía quejung
contrapuso al concepto freudiano de libido, proseguiremos las presentes
reflexiones una vez que lo hayamos examinado.

63 S. Freud, “Aus der Geschichte einer infantilen Neurose” (Ges. Werke, XII p 137)
64 Ibid.
65 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 263.
66 Véase el capítulo XXV, sección 1.
XIX. LA LIBIDO EN JUNG COMO ENERGÍA
VITAL UNITARIA

La confrontación con la teoría freudiana de la libido, con la dinámica de los


procesos psíquicos y, finalmente, con la organización de la libido, permitió
conocer a Jung la necesidad de un concepto de energía psicológico que fuera
independiente de las manifestaciones específicas de la libido. Aun cuando los
puntos de partida para una nueva concepción del término energía podían
encontrarse ya en Dementia praecox, el avance decisivo hacia un concepto de
energía abstracto no se produjo hasta los años 1911-1913.
Dos cosas faltaban a Jung en especial: en primer lugar, en la teoría de la
libido la energía vital estaba muy poco delimitada de la energía psíquica, lo
que reducía la utilidad de su aplicación. Resultaba esencial para una energé­
tica psicológica su clara diferenciación de la energética biológica. De ahí que
Jung propusiera la introducción de la expresión energía vital1 como concepto
más general en el que se incluyeran tanto la forma psíquica de la energía como
la biológica.
En segundo lugar Jung se convenció de que el concepto de energía, que
se apoyaba excesivamente en fenómenos concretos tales como el instinto de
poder o la sexualidad, era inadecuado para expresar de manera apropiada
los cambios dinámicos de la libido. Por lo anterior, buscaba un concepto de
libido que permitiera comprender las transformaciones y desplazamientos de
la misma a partir de un púncipio unitario. Lo que Jung intentaba era labrar
una expresión para la eficacia psíquica en general que permitiera concebir
como manifestaciones de una misma forma de energía los distintos procesos
psíquicos. La idea que vislumbraba como objetivo consistía en establecer un
concepto abstracto de la libido fundamentado en determinaciones de tipo
cuantitativo.
En su esfuerzo por llegar a una determinación cuantitativa de la libido,
coincidía en parte con Freud, quien -de acuerdo con su formación en las
ciencias naturales- perseguía incesantemente el ideal de una determinación
y mensurabilidad de los fenómenos sin excepción. Aunque los límites del
último consistían en que su concepto de la libido dejaba a ésta reducida a la
medición de las excitaciones sexuales y sus relaciones dinámicas. En conse­
cuencia, los mecanismos psíquicos habían de entenderse siempre como mo­
dificaciones de la energía sexual o de cualidades sexualmente determinadas.
La libido era una “fuerza cuantitativamente variable que podía medir proce­
sos y transformaciones en el ámbito de la excitación sexual...” La “idea de un
quantum libidinal”, de su “aumento o disminución, [su] distribución y despla-
1 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, p. 30 (Ges. Werke, VIII, p. 18).
159
160 LA LIBIDO EN JU N G COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA

zamiento... [debía] ofrecer posibilidades de explicación para los fenómenos


psicosexuales observados...”2
Pese a la aparente semejanza de los esfuerzos de ambos, la energética
junguiana era fundamentalmente distinta de la teoría de la libido de Freud.
Inicialmente fue la estrecha vinculación del concepto de la libido con la
sexualidad, y en especial con el “infantilismo de la sexualidad”, lo que, al
entender de Jung, parecía errar básicamente el objetivo. Jung se vio impul­
sado a buscar un ensanchamiento del concepto de la libido por una doble
motivación.
Lo que hizo que Jung reparase en lo insuficiente del concepto de la libido
fueron, por una parte, las representaciones religiosas e imágenes del incesto
arcaicas, que Freud atribuía a meras formaciones sustitutivas de la sexualidad,
pero también, por otra parte, la teoría de éste respecto a la paranoia. En
ambos casos redujo Freud los fenómenos al acontecer pulsional de carácter
primario-sexual, lo que imposibilitaba la percepción de diferencias más
sutiles. Ju n g podía contentarse tan poco con la concepción de Freud, según
la cual la religión es una “neurosis compulsiva universal”, como con la
explicación de las imágenes del incesto mediante puros procesos libidinosos.
Una forma de proceder semejante suponía, a sus ojos, hacer violencia a los
fenómenos psíquicos, al pasarse por alt o la realidad tanto del factor espiritual
como del significado simbólico de las imágenes arcaicas.
Ju n g veía por ejemplo la indicación de una búsqueda intelectual en el
hecho de que las imágenes del incesto utilizaban, en la mayor parte de los
casos, analogías, tales como sol, luz y arcilla para representar la imagen del
padre, o infierno y ciudad para la imagen de la madre. En tales tendencias
se manifestaba, en su opinión, un esfuerzo religioso todavía indefinido, una
búsqueda de elevación de lo meramente pulsional mediante un empeño
espiritual. Sin embargo, ¿cómo podía lo monopolar de un denominador
general de carácter sexual -tal como lo entendía F reud- explicar debidamen­
te la bipolaridad de los procesos de transformación espiritual? De acuerdo
con Ju n g la imagen arcaica de la divinidad no se agotaba en la simple
satisfacción de un deseo incestuoso; como tampoco se agotaba la neurosis en
el conflicto entre el deseo incestuoso y el tabú que prohibía el incesto. El
conflicto se refería, antes bien, a una escisión que se producía en la propia pulsión
vital: frente al deseo pulsional se erigía un anhelo, igualmente fuerte, de
liberación de la compulsión pulsional; frente al hundirse en el seno de los
padres aparecía el deseo de un renacimiento espiritual. Expresado con otras
palabras: el querer (la volición) se cruzaba con un no querer 3 igual de
poderoso; lo concreto, con un universal, y lo natural, finalmente, con lo
espiritual. Estos contrarios eran una escisión inherente a la vida, por lo que
ninguno de sus términos podía reducirse al otro. Al reconocerlo así, Jung
consideraba necesario un concepto de libido unitario, capaz de hacer justicia
a las transformaciones de estas fundamentales expresiones de la vida. Por lo
2 S. Freud, Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie (Ges. Werke, V, p. \ 18).
3 C. G. Ju n g, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 168.
LA LIBIDO EN JU N G COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA 161

anterior, apoyándose en Schopenhauer, propuso que se entendiera por libido


una facultad volitiva general, que no se encuentra sujeta a ninguna especifi­
cación, especie de pulsión vital continua que podría aplicarse tanto a los afectos,
al amor, a la sexualidad, como a las representaciones de índole espiritual.
Igualmente efectivo fue el impulso que Jung recibió de la teoría freudiana
de la paranoia para configurar su energética. También a este respecto daba
la impresión de que Freud simplificaba las cosas para él. Frente a la mención
que inicialmcntc hizo Ju n g de una “pérdida de realidad ”4 en la demencia,
Freud expresó vehementemente la opinión de que los síntomas de la dem en­
cia -las manías de grandeza y el autoerotismo- debían su energía exclusiva­
mente a una separación de la libido de los objetos sexuales. De modo
semejante a lo que ocurría con la histeria y la neurosis compulsiva, la
formación del síntoma tenía que producirse mediante un proceso de repre­
sión y regresión, el cual, en la parafrenia, no regresaba solamente hasta los
objetos libidinosos de la fantasía, sino que lo hacía hasta el estadio prim ario
de un autoerotismo infantil, con pleno “abandono del amor objetal”5 y la
simultánea fijación en el yo .6
Frente a esta descripción de las principales características de la paranoia,
en términos de “represión... separación de la libido con regresión al yo ”,7
mantuvo Ju n g la considerable pérdida de realidad en la dementia praecox. Lo
que ya años antes había comprobado Janet en relación con la psicastenia, a
saber: el fallo de la fonction du réel, lo comprobó también Jung en relación con
la dementia praecox, y lo hizo sobre la base de análisis de los sueños y de
experimentos de asociación.

En la dementia praecox... no falta a la realidad sólo la fracción de la libido que damos


por descontada mediante la represión sexual específica que conocemos, sino
mucho más... Falla una parte muy importante de la función de realidad, que
también implica una pérdida de las fuerzas instintivas, cuyo carácter sexual resulta
totalmente discutible.8

Derivar la pérdida de realidad de las fuerzas pulsionales de carácter sexual


hubiera sido, en opinión de Jung, algo equivalente a una manipulación
artificiosa. Aun cuando Freud retrotrajera con razón la introversión libidinal
histérica hasta el autoerotismo, este hecho no bastaba nunca para explicar el
síntoma del autismo, característico del esquizofrénico (Bleuler). Ju n g conce­
bía primordialmcnte este síntoma como un “equivalente intrapsíquico de la
realidad”.9
A partir de estas dos reflexiones se le hacía evidente la necesidad de
4 Véase la p. 216.
5 S. Freud, “ÜI>cr einen autobiographisch beschriebenen Fall von Paranoia” (Ges. Werke,
VIII, p. 314).
6 Ibid., p. 309.
7 Ibid., p. 313.
8 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p.124.
9 Ibid., p. 131 (en cursiva en el texto).
162 LA LIBIDO EN JUNG COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA

contraponer, al concepto de la libido freudiano, el concepto de una energía vital


unitaria,10que esclareciera la pérdida, tanto de la libido como de la realidad.
Estos hechos me han hecho imposible trasladar a la dementia,praecox la teoría
freudiana de la libido.11

1. El concepto de energía psíquica

Por energía psíquica entendía Jung, apoyándose en Robert Mayer, introduc­


tor del punto de vista energético en el mundo de las ideas físicas, una
expresión general para todo lo que producía un efecto psíquico. Del mismo
modo que la electricidad no podía entenderse como mera transformación de
la energía hidráulica, sino como manifestación de una forma de energía en
abstracto, también las distintas conversiones psíquicas eran otros tantos
modos de manifestarse de una misma y única energía. No es que las fuenas se
t r a n s f o r m a r a n u n a s en otras, sino que lo que en rigor ocurría era que la energía
c a m b i a b a s u f o r m a f e n o m é n i c a . 12Al igual que la energía física, también la energía
psíquica podía concebirse, en opinión de Ju n g , como una unidad dinámica13
capaz de diversas aplicaciones.
¿Qué entendía ju n g por energética psíquica? La siguiente definición
resulta esclarecedora:

La con cep ción en ergética... es, en lo esencial, finalista, y e n tie n d e el acontecer


asu m ien d o que hay una energía que sirve d e base a los cam bios fen om én icos, se
conserva constante en estos fen óm en os y, finalm en te, se d irige en tróp icam en te a
un estad o d e equilibrio general. El proceso en ergético sig u e u na determ inada
orien tación [fin], al seguir d e m anera inevitable [irreversiblem ente] el gradiente
d e p o ten cia l.14

Este punto de vista energético, así concebido, le parecía ser el único que
era capaz de explicar los cambios, desplazamientos y transformaciones de la
libido de modo fructífero.
Jung era perfectamente consciente de las dificultades que entrañaba la
introducción en la ciencia psicológica de un enfoque energético. ¿Permitían
los factores psicológicos trasladar el modo de pensar de la física, haciendo por
ejemplo abstracción de los aspectos cualitativos a fin de desarrollar leyes de
movimiento? ¿No se oponía la propia índole de lo psíquico a los principios
mismos de la energética? Existían dificultades mucho mayores para la ener­
gética psicológica que para la energética física. Aun cuando esta última
prescindiera de las sustancias y se limitara a establecer puras relaciones,
siempre seguía habiendo objetos déterminables cuantitativamente. En con-
10 C. G. Jung, Über dir Energetik der Seele, p. 30 (Ges. Werke, VIII, pp. 18 s.).
11 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 124 (en el texto, parcialmente en cursiva).
12 C. G. Jung, Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie, p. 55.
'3 Ibid., p. 36.
14 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, pp. 9 s. (Ges. Werke, VIII, p. 3).
LA LIBIDO EN JUNG COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA 163

traposición con lo cuai, los hechos de la psique no sólo mostraban una


considerable indcterminabilidad, sino que, en la medida en que potencial­
mente eran capaces de alcanzar la conciencia, eran susceptibles, en mayor
grado, de sufrir la intervención de la subjetividad, el libre albedrío y la
impredictibilidad. También se hallaba la psique, en cuanto realidad abierta
al inconsciente colectivo, expuesta a la espontaneidad de manifestaciones
inconscientes, es decir, de efectos impredictibles.
El traslado de un “concepto [físico], al que se llegaba por abstracción [a partir
de puras] relaciones de movimiento” 15 era un asunto sobremanera problemá­
tico. Todo dependía de si relaciones cuantitativas relativamente exactas
podían desarrollar sistemas parciales relativamente cerrados, y de si permi­
tían la aplicación del principio de equivalencia. Ante todo, la fertilidad del
concepto de energía dependía de la posibilidad de trasladar las leyes válidas
para los sistemas aislados a la realidad fenoménica o, si se quería, a los procesos
naturales de la psique dejados a su libre desarrollo. Lo que constituía un
cúmulo de premisas muy discutibles.16 De hecho, la teoría energética de Jung
no poseía idéntico grado de fuerza de convicción que sus restantes concep­
ciones.
Jung trató inicialmente de cumplir con las premisas requeridas creando
un concepto de energía abstracto e hipotético, a la manera de una ßcha que sirviera
como unidad de cuenta.

...la libido con la que op eram os no sólo no [es] concreta o conocida..., sino que es
p recisam ente una x... una pura hipótesis, una im agen o una ficha para contar, tan
poco con ceb ib le co m o algo concreto com o la energía del m un d o d e ideas d e la
física...17 Las fuerzas tien en un carácter fenom énico: lo que hay en la base d e su
relación d e eq u ivalen cia es el con cep to d e energía hipotético, que... es totalm ente
psicológico y qu e nada tien e que ver con la llamada realidad objetiva.18

De fundamental importancia para la energética era el problema ya apun­


tado de la posibilidad de establecer una determinación cuantitativa exacta.
Jung daba a esta cuestión una respuesta positiva, aun cuando establecía la
limitación de que, a diferencia de lo que ocurría en la física, sólo podía tratarse,
en este caso, de apreciaciones cuantitativas.19 Reconocía, en efecto, que lo que
era posible apreciar en un contenido psíquico se limitaba, por regla general,
al estado de intensidad, al grado de tensión psíquico o, dicho de otro modo, a
la intensidad de valor.20 A tal efecto le resultaron útiles los resultados del
experimento de la asociación, por ejemplo, la apreciación cuantitativa de los

15 Ibid., p. 10 {Ges. Werke, VIII, p. 4).


16 Véase la excelente exposición que hace Toni WolíT: “Einführung in die Grundlagen der
Komplexen Psychologie", en Die kulturelle Bedeutung der Komplexen Psychologie, 1935, pp. 126 ss.
17 C. G. Jung, Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie, pp. 54 s. (parcialmente
destacado en cursiva en el texto).
l s lbid., p. 55.
19 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, p. 17 {Ges. Werke, VIII, p. 9).
20 Ibid., p. 19 {Ges. Werke, VIII, p. 10).
164 1A LIBIDO EN JUNG COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA

signos característicos del complejo, cuyo carácter exacto se daba con la


viabilidad, en parte, de llevar a cabo mediciones de tiempo .21
Una limitación nada despreciable en cuanto a la aplicación del concepto
de energía a la psique la veía Jung en el hecho de que esta energía, en la
medida en que se trataba de puras relaciones, no era algo que se diera en el
mundo natural. En la experiencia siempre se presentaba, únicamente, en
combinación con fuerzas psíquicas, como un "algo” que iba unido a fuerzas
o a cualidades psíquicas. En la realidad empírica sólo nos encontramos con relaciones
dinámicas, es decir, con relaciones entre fuerzas, tales como afectos, pulsiones
instintivas, etc., en vez de habérnoslas con puras relaciones energéticas. Si
Jung deducía el concepto abstracto de energía de un potencial de intensida­
des de valor, el concepto dinámico se derivaba del “comportamiento de las
fuerzas, es decir, de las sustancias en movimiento”22 (factor de extensión). FJ
concepto dinámico de energía servía primordialmente de base a la psicología
freudiana, que se apoyaba esencialmente en la definición de la energía “como
fuerza impulsora específica”.23 Aun cuando Jung no discutía en absoluto la
existencia de una dinámica sexual, no le era posible basar la teoría de la
energía en una dinámica de marcado tono sexual. En su opinión, una teoría
psicológica general que tuviera también en cuenta los cambios y transforma­
ciones psíquicos de la energía,24 requería un concepto de energía abstracto.
Fue esta distinción entre energética y dinámica la que se convirtió en punto
de controversia entre Freud y Jung, y la que, en medida nada desdeñable,
contribuyó al alejamiento definitivo de ambos. Para Freud, la libido era y
siguió siendo un hecho dinámico en lo esencial, que remitía siempre a fuerzas
sexuales.™ Mientras que, para Jung, según su propia expresión, la energía,
desde el punto de vista dinámico, iba unida en todo caso a la sustancia: para
la concepción energética, el objeto conservaba en cada caso, siempre y únicamente, el
valor de la “expresión o el signo de un sistema energético”.26 El hecho de que la
energía sólo fuera visible en fenómenos específicos, no perjudicaba para nada
el intento de establecer leyes de movimiento puras.

2. C onversiones equivalentes de la libido

Para poder aplicar la energética en el terreno empírico, y en especial a las


conversiones de procesos conscientes e inconscientes -imágenes, fantasías o
también símbolos-, se necesitaba una mayor clarificación, concretamente:
demostrar la existencia de relaciones equivalentes. A este respecto, la psicología se
adentraba por senderos propios.
La verificación de la concepción energética en las ciencias de la naturaleza
2 1 Véase la p. 32.

22 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, p. 49 (Ges. Werke, VIII, p. 31)
23 Ibid., p. 50 (Ges. Werke, p. 32).
24 Ibid., p. 51 (Ges. Werke, p. 32).
25 S. Freud, Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie (Ges. Werke, V, p. 118).
26 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, p. 39 (Ges. Werke, VIII, p. 24)
LA LIBIDO EN JUNG COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA 165

exigía en todo caso y en primer lugar que se tuviera en cuenta el principio


de conservación de la energía, tal como lo había defendido Freud, ya en 1892,
en su principio de la conservación de la suma de la excitación.27 Lo que en
física era una premisa insoslayable, a saber: que en un sistema cerrado la
energía total se mantiene constante, no podía, tal como señalaba Jung,
trasladarse sin más a la psicología. Debido a la imposibilidad de aislar en
psicología sistemas totalmente cerrados, Jung, de las dos formas básicas de la
energía -el principio de equivalencia y el principio de constancia- se atuvo
preferentemente al principio de equivalencia.

a) Principio de equivalencia y conversión energética

Este principio, a su entender, tenía perfectamente en cuenta que en la


experiencia sólo se dan sistemas parciales, y nunca una totalidad. Entendía por
principio de equivalencia principalmente la relación energética entre canti­
dades de energía: “Im desaparición de uno de los quanta libidinales [se]produjo de
otra manera... a partir del comportamiento del valor [de energía] correspondiente.”**

...por cada cantidad d e en ergía que, d e un m odo u otro, se em p lee o se con su m a


para g en era r un d eterm in a d o estado [aparece] en otro sitio un quantum d e id én tica
o d iferen te form a en erg ética...29

También pudo com probar que no era nada nuevo en la psicología empírica
tener en cuenta relaciones de equivalencia. Ya Charcot había llamado la
atención, en relación con su teoría del trauma, acerca de la conversión de
estados conscientes en inconscientes, como consecuencia del shock, y su
discípulo Janet, siguiendo las huellas del maestro, había investigado los
procesos paralelos que se dan entre el “abaissement du niveau mental” y los
recuerdos disociados. Pero la exposición más diferenciada de este punto de
vista se hallaba en Freud, cuyos esfuerzos, desde los comienzos de su interés
por la psicología, se dirigieron a probar que los síntomas constituían formaciones
sustitutivas de valor equivalente a los totales que se hurtaban a la conciencia. En
consecuencia, no había cantidad de energía alguna que desapareciera sin
volver a presentarse en la correspondiente forma sustitutiva (acto fallido,
fijación infantil y síntoma). Esta profundización en el nexo causal establecido
por Charcot, entre yo, trauma y síntoma, había de revestir gran importancia,
sobre todo en el aspecto psicoterapéutico, en la medida en la que curar pasó
a ser equivalente a descubrir energías perdidas.
El hecho de que Freud, en este complejo problemático, se remitiera
principalmente, de acuerdo con su modelo de conocimiento, basado en las
ciencias naturales, al principio de la constancia, no tenía para Jung fuerza
27 S. Freud, “Beiträge zu den Studien über Hysterie”, 1892 {Ges. Werke, XVII, p. 12).
28 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, p. 33 {Ges. Werke, VIII, p. 20).
29 Ibid., pp. 32 s. {Ges. Werke, VIII, p. 20).
166 LA LIBIDO EN JUNG COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA

probatoria. Tampoco acertaba en lo fundamental el Entwurf einer s)C 10


logie” (“Proyecto de una psicología para neurólogos”) (1895) de Freue , o ra
de carácter ncurofisiológico que, siguiendo a Fechncr, se basaba en el esluerzo
del organismo por mantener constantes las sumas de excitación ,30 en la que
atribuía a la búsqueda del placer, como principio regulador de la psique, el
papel de m antener el aparato psíquico lo menos excitado posible. El hecho
de que se le apareciera como ideal, sobre todo, la reducción de la tensión
instintiva al nivel 0 parecía estar relacionado principalmente -como ha
supuesto también Rapaport- 31 con la ley de la entropía (= modelo de
economía en Freud). Esta suposición se ve confirmada por un trabajo de 1920,
referido al principio de la estabilidad de Fechner 32 (en todo sistema cerrado
tiene lugar un progreso que va de los estados inestables a estados estables),
en el que creía encontrar el fundamento, no sólo del instinto de muerte, sino
del instinto sin más. De acuerdo con esta concepción, era esencial del instinto
volver constantemente a formas de experiencia anteriores, hecho que, por
ejemplo, se manifestaba en repeticiones siempre renovadas de los estímulos
instintivos, que trataban de volver al estado de reposo.
Cualquiera que fuese el peso que concediera Jung al principio de equiva­
lencia. no podía tampoco por menos de reconocer la eficacia psicológica de
la ley de la entropía. Pero mientras que Freud tenía presente antes que nada
la tendencia hacia un estado de carencia de estímulos, para Ju n g el principio
de la entropía significaba que “las conversiones energéticas dentro de un
sistema natural cerrado tendían a igualar el gradiente de energía, al pasar las
diferencias de valor de todo el sistema de un estado improbable a un estado
probable ”.33 Un estado semejante requería como supuesto previo para surgir,
no sólo un sistema relativamente cerrado (y por tanto el mantenimiento
constante de la energía), sino también la direccionalidad e irreversibilidad de los
procesos naturales, requisitos todos ellos que no podían trasladarse sin más
del mundo de los objetos físicos a la psique. Jung opuso siempre a la aplicación
de la ley de la entropía que en lo psíquico, en prim er lugar, solamente se dan
sistemas parciales; en segundo lugar, que se trata de sistemas parciales sólo
relativamente cerrados, y en tercer lugar, que siempre hay que contar con
una intervención espontánea de la conciencia en el curso natural del aconte­
cer. La validez del principio de la entropía iba unida, en consecuencia, tanto a la
relativa separación de los sistemas parciales respecto a la totalidad, como a una relativa
inmovilidad de la conciencia, circunstancias que se daban sobre todo en el ámbito
de lo patológico. Estas situaciones las veía Jung, por ejemplo, en un excesivo
aislamiento del sistema consciente (prejuicios, convencimientos) respecto a la
totalidad de la psique, que podía llegar a manifestarse, de modo negativo en
forma de una reafirmación de las concepciones que podía llegar a la total
30 S. Freud, “Entwurf einer Psychologie”, 1895, en Aus den Anfängen der Psychoanalyse d S 81
31 D. Rapaport, Die Slrufdur der psychoanalytischen Theorie, 1959, p. 25. Cf. también Frrml
Traumdeutung(Ces. Werke. 1I/III. cap. VII). m üien 1 rcud’
32 S. Freud, “Jenseits de Lustpnnzips”, 1920 (Ges. Werke, XIII, p. 5).
» T oni Wolir, "Einführung in die Grundlagen der Komplexen Psychologie” en Die
Bedeutung der Komplexen Psychologie.?. 133.
LA LIBIDO EN JU N G COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA 167

rigidez. En determ inados trastornos psíquicos, “ese bloqueo intenso respecto


al m undo circundante” cobraba rasgos patológicos, como ocurría en la
esquizofrenia catatónica. La ley de la entropía podía también expresarse de
modo positivo, por ejemplo en casos de movimientos de compensación que
se producían de m anera paulatina. Sucedía así tras periodos afectivos tu rb u ­
lentos, o también después de tensiones interiores intensas.
Todo el mundo habla de las “tempestades de la juventud”, que acaban cediendo
ante la “calma de la vejez”. Se habla de la “convicción reafirmada” tras las “batallas
de la duda”; del “equilibrio de las tensiones internas”, etc. Ése es el punto de vista
energético que todo el mundo adopta de manera involuntaria.34
Aunque Freud, aun sin mención específica, se refiriese varias veces a la ley
de la entropía, hay sólo dos puntos en su obra en los que la referencia se hace
explícita: una de las veces la menciona a propósito de la dificultad de hacer
reversibles, en pacientes neuróticos, determinadas conversiones de mecanis­
mos psíquicos en síntomas ,35 y la otra vez, en relación con personas de edad
en las que el curso de los movimientos acostumbraba a volverse rígido .36 El
principio de equivalencia, por lo que yo haya podido comprobar, se pone de
relieve una sola vez en cuanto principio teórico, y ello ocurre en relación con
la discusión de formas alucinatorias .37
Aun cuando la aplicación del principio de equivalencia al campo empírico
no era precisamente fácil, puesto que -como señaló Ju n g - nunca se producían
regularidades puras, no obstante podían hallarse en la psicoterapia determ i­
nadas analogías equivalentes. Jung destacó en prim er lugar la situación de
transferencia entre médico y paciente, en el que no era raro que se anunciaran
sustituciones equivalentes de la actitud consciente en forma de símbolos del
sueño y de la fantasía. En relación con esto, daba también mucha importancia
a los ejemplos casuísticos de Freud.
Quien lea atentamente las obras de Freud no tendrá dificultad para ver el
importante papel que desempeña el principio de equivalencia en la formación de
su concepción. Así puede apreciarse con especial claridad en sus investigaciones
casuísticas, en las que ofrece descripciones de represiones y de sus formaciones
sustitutivas. Y quien tenga también una actividad práctica en este campo sabe que
el principio de equivalencia tiene asimismo un gran valor heurístico en el trata­
miento de las neurosis. Aun cuando no siempre se utilice de manera consciente, se
utiliza por intuición, y cuando un valor consciente, como puede ser una trasferen-
cia, disminuye o incluso desaparece, se busca de inmediato la formación sustitutiva,
con la esperanza de ver surgir en algún sitio un valor equivalente.38
34 C. G. Ju n g, Über die Energetik der Seele, p. 46 (Ges. Werke, VIII, p. 29).
35 S. Freud, “Aus der Geschichte einer infantilen Neurose" (Ges. Werke, XII, p. 151).
36 S. Freud, “Die endliche und die unendliche Analyse”, 1937 (G«. Werke, XVI, pp. 87 s.).
37 S. Freud, “K onstruktionen in der Analyse”, 1937 (Ges. Werke, XVI, p. 55). “Las form aciones
ilusorias del enferm o se m e antojan equivalentes a las construcciones que levantamos en el curso
del tratamiento analítico: intentos de explicación y restauración que, en las condiciones que se
dan en la psicosis, sólo pu ed en conducir a sustituir el trozo de realidad que se niega en el presente
por otro trozo de realidad que asimismo se había negado en una época anterior.”
38 C. G. Ju n g, Über die Energetik der Seele, p. 34 (Ges. Werke, VIII, p. 21).
168 LA LIBIDO EN JU N G COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA

b) Formación simbólica y principio de equivalencia

De todos modos -tal y como ha expuesto Ju n g -, apenas basta la aplicación


del principio de equivalencia al campo empírico en aquellos casos que se
referían a las conversiones de contenidos inconscientes en símbolos o a la compren­
sión de relaciones simbólicas. En tales casos tenía que fracasar la concepción
dinámica de Freud, que se agotaba en la deducción del síntoma de su
formación sustitutiva equivalente, deduciendo por ejemplo el síntoma neu­
rótico de deseos incestuosos reprimidos, ya que no podía explicar ni su
sentido y finalidad, ni su significado simbólico. El problema del significado
finalista y simbólico requería algo más, pues, vista la cuestión desde el sentido
simbólico, se trataba, en procesos de este tipo, tales como el traslado o la
conversión de imágenes en símbolos, del surgimiento inconsciente de analogías
psíquicas, que poseían una mayor fuerza de atracción en relación con la imagen
de partida. Estas imágenes demostraban su fuerza estableciendo un gradiente
para conducir la energía desde un nivel instintivo hasta un nivel espiritual o
intelectual. Contempladas desde el punto de vista energético, eran equivalentes a
la imagen de partida, es decir: poseían como mínimo la misma intensidad de valor que la
imagen original.
La aplicación del principio de equivalencia a la transformación simbólica,
o a la transformación en símbolo, formaba parte de lo más propio y específico
de la psicología de Jung. En ella aparecía con especial claridad su oposición
a Freud. Como señalaba el propio Jung, en estas conversiones en análogos
equivalentes se trataba siempre del paso de unaforma imaginaria de valor inferior
a otra de valor superior; del descubrimiento de un sentido oculto en el símbolo y
desconocido. En cambio, para Freud, la importancia de los contenidos equiva­
lentes consistía en que eran formaciones sustitutivas de vivencias infantiles y
reprimidas, más exactamente: de deseos incestuosos.
En todo caso, seguía habiendo considerables obstáculos que salvar, antes
de que se pudiera responder satisfactoriamente a la pregunta sobre la forma
en que se producían este tipo de análogos. Pues, tal como pudo comprobarse,
sólo se podía contar esencialmente con la ayuda del inconsciente, ya que las
conversiones en símbolos nunca eran “conscientemente ideadas”, sino que
tenían siempre lugar de manera autónoma. Puesto que estas conversiones
siempre se producían, efectivamente, de m anera inconsciente, lo atribuyó al
pulsión natural a construir analogías,39 que él entendía como una de las prerro­
gativas de la psique. Este impulso actuaba en el sentido de actos compensatorios
que constantemente se desarrollaban entre las representaciones inconscientes y las
conscientes. Las dificultades de la formación de analogías, de la que ya se había
ocupado en Wandlungen und Symbole der Libido, la trató Jung, de manera
extensa, sobre todo en la cuarta edición (1952).

La libido es un penchant natural. Es como el agua, que tiene que tener un gradiente
para poder correr. Constituye un difícil problema establecer cuál sea la naturaleza
39 C. G. J u n g, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 135.

J.
LA LIBIDO EN JUNG COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA 169

de las analogías, ya que, tal como hemos dicho, tienen que ser representaciones
que atraigan a la libido.40

Para que tuvieran orígenes análogos psíquicos era esencial, en primer


lugar, que la imagen analógica (por ejemplo el infierno) estuviera sintonizada
sutilmente con la fuerza instintiva a transformar (por ejemplo el vínculo
natural con la madre), o bien que representara una cierta elevación de la
imagen de partida. Esto valía para la sintonización tanto de lo “superior” con
lo “inferior”, como de lo “espiritual” con lo “concreto”. Un análogo simbólico
semejante era, en consecuencia, una expresión que unía el sentido natural y
el espiritual, por ejemplo: torre, infierno, rosa e iglesia. De ese modo creaba
el potencial de contrarios que inducía a un ulterior desarrollo. Le correspon­
día tener el significado de un símbolo de atracción, de un lugar de transbordo
que encaminaba las expresiones instintivas naturales hacia su conversión en
formas de la mente.
Especialmente adecuados para crear un gradiente energético se le antoja­
ban las representaciones primigenias, las imágenes arquetípicas. En su calidad de
formas universales, heredadas, que expresaban las condiciones estructurales
del inconsciente, estaban predestinadas a funcionar como transformadoras
de energía.41Dicho de un modo general: siempre que las representaciones análogas
eran conformes a la estructura de la psique, y estaban también, por tanto, sintonizadas
con lo cambiante, la imagen arcaica desempeñaba la función de transformador
energético. Jung esclareció de forma notable en 1940/1941 esta idea ya men­
cionada en Energetik der Seele:

El símbolo no puede ser una incógnita x cualquiera, como pretende hacernos creer
el racionalismo. Sólo constituye legítimamente un símbolo aquel en el que cobran
expresión las invariables relaciones estructurales [Strukturverhältnisse] del incons­
ciente, consiguiendo por ello una aceptación general.42

Era natural que estas representaciones capaces de transformar la energía


sólo pudieran estimularse en cantidad limitada en el curso de la psicoterapia.
En tal sentido obraba sobre toda la conducción de la atención del paciente
hacia los procesos suprapersonales de la psique colectiva, es decir, hacia los
procesos espontáneos de la fantasía, tales como la imaginación activa.
Quisiera, resumiendo, hacer hincapié, una vez más, en que Jung señalaba
con toda claridad al principio de equivalencia como la ley fundamental de todas las
transformaciones energéticas, y en especial de las transformaciones simbólicas.

40 C. G. Jung, Symbole der Wandlung, p. 385.


41 C. G. Jung, über die Energetik der Seele, p. 76 (Gm. Werke, VIII, p. 50).
42 C. G. Jung, “Versuch einer psychologischen Deutung des Trinitätsdogmas”, 1940/1941
(Ges. Werke, XI, p. 205).
170 LA L IB ID O EN J U N G CO M O ENERG ÍA V ITA L U N IT A R IA

3. T e n s i ó n d e c o n t r a d i c c ió n y c o m p e n s a c ió n e n e r g é t ic a

Un fundamento esencial de la teoría energética, de los cambios y transforma­


ciones de la libido, y sobre todo del origen del símbolo, lo representaba la
tensión de contradicción. En ella, Jung, a diferencia de Freud, que concebía
el problema de la contradicción únicamente dentro del marco de la estructura
instintiva, veía un hecho que abarcaba ambos polos, el de la pulsión y el del
intelecto. Todo cuanto en la vida humana se manifestaba en forma de
contradicción, de opuestos, era expresión de un principio que, desde el primer
momento, era inherente a la totalidad de la psique.
Extraordinaria importancia revestía el descubrimiento de Jung de que la
tensión de los contrarios, en cuanto base de las tensiones de intensidad -ya
fuera entre querer y no querer, entre naturaleza y cultura, o incluso entre
conciencia e inconsciente-, era al mismo tiempo la base de la energía psíquica
en cuanto tal. Pues de la acción sinérgica de cargas energéticas contrarias resultaba
una diferencia de potencial que determinaba elflujo de la vida. Ya en 1928 formuló
Jung esta idea en el sentido de que “esta contradicción [podía constituir] la
expresión, y quizá también la base, de aquella tensión... a la que denominamos
energía psíquica”.43 Esclarecedora al respecto era ya la definición de este
hecho^que se daba en los Psychologische Typen:

El concepto de energía lleva implícito el concepto de la contradicción, desde el


momento en que un proceso energético presupone la existencia de contrarios, es
decir, de dos estados distintos sin los que no habría proceso en absoluto. Todo
fenómeno energético... pone de manifiesto la existencia de un principio y un fin,
de un arriba y un abajo, de lo caliente y lo frío, de un antes y un después, de un
origen y una meta, etc., es decir, la existencia de pares de contrarios.4445

El juego de los contrarios era para él uel carácter energético del proceso vital,...
acjuella tensión de los contrarios que es indispensable para la autorregulación ”45Visto
desde esta perspectiva, encontraba en el concepto de energía psíquica un
concepto extremadamente fructífero que, al tiempo que apuntaba a “ese algo
que constituye un equilibrio dinámico entre contrarios”,46 era capaz de dar
expresión, de modo adecuado, al hecho de la existencia de movimientos
contradictorios en la psique.
También debe entenderse como expresión de la polarización de los con­
tenidos psíquicos la tendencia de los contrarios a transmutarse entre sí, o
enantiodromía. Jung proclamó con satisfacción que, ya en tiempos muy
pretéritos, había señalado Ilcráclito la existencia de una ley de la marcha
opuesta. Esta ley significaba para él el “encuentro de las tendencias contra-
43 C. G .J u n g , Über die Energetik der Seele, p. 89 (Ges. Werke, V III, p. 57). (D estacado en cursiva
en cl texto.)
44 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 287 (Ges. Werke, V I, pp. 216 s.).
45 C. G. J u n g , Die Beziehungen zwischen dein Ich und dem Unbewußten, 1928, p. 131 (Ges. Werke,
VI I, p. 21 6 ).
46 C. G. J u n g , Über die Energetik der Seele, p. 93 (Ges. Werke, VIII, p. 60).
IA LIBIDO EN JU N G COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA 171

rías , sobre todo el hecho de que “todo acaba alguna vez por convertirse en
su contrario .47 1ámbién Nietzsche era para él un garante de peso que, con
palabras vehementes, había expresado algo parecido al afirmar que “cada vez
que el hom bre crece crecen también sus espaldas [su reverso ]“ .48
Del mismo modo que la polarización de las contradicciones, el hecho de
un siempre renovado desmoronamiento de lo unido forma parte de la realidad
viva; del mismo modo que todo acto hum ano estaba determ inado por
estímulos antagónicos, Ju n g veía también en la búsqueda de la compensación
de los contrarios un principio básico de la existencia hum ana. Ya en época
temprana (1017) basó este principio de la compcnsaciém de los contrarios en
la ley de la autorregulación. Es decir que podían reconocerse en la psique, no
sólo la tendencia a la polarización, sino también la tendencia a la com pensa­
ción, a crear situaciones de equilibrio coherentes. Ambas estaban relacionadas
con la ley de la autorregulación, de capital importancia para la psique. ¡Im
psique se regulaba a sí misma! Y en consecuencia, Ju n g era partidario de que
una teoría que quisiera estar a la altura del acontecer anímico, tenía que
apoyarse en los principios de la contradicción y de la autorregulación.

Una teoría psicológica [científica] que pretenda ser algo inás que un mero medio
auxiliar técnico, tiene que basarse en el principio de contradicción, pues de lo
contrario no haría sino reconstruir una psique neuróticamente desequilibrada. No
hay equilibrio ni sistema dotado de autorregulación sin contradicción. Y la psique
es un sistema dotado de autorregulación.49

Desde un punto de vista formal, la posibilidad de compensación dependía


de la existencia de un gradiente-, nunca el resultado de un mero esfuerzo de la
voluntad. De ahí que los cambios y transformaciones de las ideas requiriesen
siempre diferencias de potencial dadas de una m anera natural y en la
dirección deseada: “... sólo allí donde existe un gradiente, [va] más allá la senda de
la vida".50 ¡Sólo allí es posible la transformación en símbolo!
Siempre que tenían lugar procesos creativos, podía comprobarse la exis­
tencia de un potencial de contradicción, sí, como una tendencia a la com pen­
sación, al equilibrio. No sólo los productos de la cultura, sino también las ideas
religiosas y las formas conseguidas por el intelecto podían entenderse como
decantación de profunda tensión entre naturaleza y espíritu. Si en la cultura
se manifestaba la contradicción entre lo natural, por una parte, y el proceso
nomotético por o tra ,51 las experiencias contradictorias de la luz y las tinieblas
alcanzaban su máximo contraste en las distintas ideas de la divinidad. Inte­
resante es, al respecto, la siguiente observación:

47 C. G. Jung, Die Psychologie der unbeumßlen Prozesse, pp. 92 s. (Ges. Werke, VII, p. 78).
48 Fr. Nietzsche, Ges. Werke, Alfred Kroner, XVI, Der Wille zur M acht, 1912, IV. T om o I.
Rangordnung Nr. 881, p. 296.
49 C. G. Jung, Das Unbewußte im normalen und kranken Seelenleben, 1926, p. 90 (Ges. Werke, VII,
pp. 66 s.).
50 C. G. Jung, Über die Psychologie des Unbewußten, p. 97 (Ges. Werke, VII, p. 58).
51 Jung entendía por “nom otético” un térm ino que equivalía a “creador de leyes”.
172 LA LIBIDO EN JUNG COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA

Así, Dios sería, no sólo el punto culminante de la luz del espíritu, que aparece como
la flor más tardía en el árbol de la evolución; no sólo el fin espiritual de la salvación
en el que culminaría toda creación; no sólo el final y el objeto, sino también la causa
más oscura, más subterránea de todas las tinieblas naturales.52

Todo símbolo de la divinidad debía concebirse, según esto, como expresión


de una paradoja que correspondía a una profunda verdad psicológica.

Lo cual no significa sino que [esta paradoja] representa el carácter contradictorio


de una misma realidad, de una realidad cuya más íntima naturaleza es una tensión
entre contrarios. A esta realidad le da la ciencia el nombre de energía, pues es aquel
algo que supone compensación dinámica entre contrarios.53

Ya he expuesto anteriormente que Jung buscaba el origen de la tensión


de contradicción remontándose a la primera infancia. Pero, aunque coinci­
diera con Freud en este remontarse, en cuanto a las bases fundamentales de
la existencia humana, hasta la disposición embrionaria, no conviene engañar­
se respecto a las diferencias esenciales entre ambos investigadores. Para Jung
esta disposición no era nunca mera expresión de las tensiones instintivas, tales
como las existentes entre el instinto del yo y el instinto sexual, sino que era
portadora de una colosal incongruencia que llegaba a lo más profundo de la
disposición hereditaria.

Nace así cada niño con una inmensa incongruencia: por un lado con un ser
inconsciente, animalesco, por así decirlo, y por otro lado con la incorporación de
una suma hereditaria antiquísima e infinitamente complicada. Esta incongruencia
da lugar a la tensión existente en la disposición embrionaria y explica además
muchos enigmas de la psicología infantil, que a buen seguro no está nada despro­
vista de ellos.54

En el capítulo siguiente nos ocuparemos del sentido cada vez más profundo
en el que Ju n g fue concibiendo esta tensión de los contrarios en el curso de
su quehacer científico. Señalaremos de antemano únicamente que la natura­
leza espiritual del hombre no fue nunca para él un “apéndice... un producto
secundario de las pulsiones ”,55 sino un principio sui géneris, al que concedió
la dignidad de principio formal genuino de lo psíquico.
El proceso de la polarización y de la compensación de los contrarios
adquirió su profundo significado sólo en la llamada segunda mitad de la vida
(después de los 35 años). Pues era típico del desarrollo del individuo que éste,
para cumplir con el principio vital que lo animaba de m anera innata, se viera
en la edad m adura ante la necesidad de integrar a “lo otro [que había] en sí
52 c. G. Jung, Über die Energetik der Seele, pp. 92 s. (Ges. Werke, VIII, p. 60; texto ligeramente
cambiado).
53 Ibid., p. 93 (Ges. Werke, VIII, p. 60). (La cursiva es mía.)
54 Ibid., p. 87 (Ges. Werke, VIII, p. 56).
55 Ibid., p. 93 (Ges. Werke, VIII, p. 61).
LA LIBIDO EN JUNG COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA 173

mismo”. Si en la primera mitad de la vida era conforme con el proceso vital


dejarse involucrar en el entorno, en el mundo exterior, reprimiendo las
infantiles dependencias del padre y la madre y de sus figuras sustitutivas,
contribuyendo a configurar las imperiosas pulsiones y los impulsos espiritua­
les, en la segunda mitad de la vida, un comportamiento semejante conducía
inevitablemente a experiencias de fracaso. En esta fase sólo podía soslayarse
el arreglo de cuentas con las partes de la personalidad que habían quedado
relegadas al inconsciente, olvidadas o reprimidas a costa de que se produjeran
perturbaciones. Y también era inevitable entrar en relación con los contenidos
del inconsciente colectivo, extraños todavía a la conciencia, que se le echaban
encima al individuo. Esta convicción fue también determinante para la actitud
psicoterapéutica básica de Jung. La finalidad de la psicoterapia en la edad
madura no era, a su parecer, el análisis de los deseos incestuosos infantiles
(Freud), ni de las ficciones inadecuadas (Adler), ni tampoco la liberación del
yo del lastre del pasado. Lo que antes bien le parecía esencial era la concien-
ciación y asimilación de la función contradictoria que encerraban los correspondientes
fenómenos de estancamiento represivo, entrecruzamiento y síntomas neuróticos, con­
cepción a la que, en 1926, dio la siguiente formulación llena de fuerza:

Las fuerzas pulsionales, que en la neurosis se hallan encadenadas, cuando se liberan,


dan a la joven persona nuevos impulsos, la llenan de expectativas y le abren posi­
bilidades para ensanchar su vida. Para la persona que se halla en la segunda mitad
de la vida, el desarrollo de la fu n ció n de contradicción que duerm e en el inconsciente significa
una renovación de la vid a . Pero este desarrollo no pasa ya por la liberación de ataduras
infantiles, la destrucción de ilusiones de la infancia y la transferencia de las viejas
imágenes a nuevas figuras, sino que pa sa p o r el problem a de la contradicción .56

4. Combinación de imagen arquetípica e instinto

El fenómeno de la tensión de contradicción en el proceso vital humano


mantuvo incesantemente el interés de Jung. Desde los Estudios de asociación
diagnósticos hasta los trabajos de su edad avanzada, se ocupó una y otra vez de
este problema y trató de profundizar en él. Si primero se encontró con la
tensión de contradicción en forma de una contraposición entre tono afectivo
y representación; si posteriormente subrayó la contradicción inherente a la
vida entre querer y no querer (1912); si nuevamente extrajo, nueve años más
tarde, la cuádruple estructura fundamental de la psique (1921), en 1919 trató
de comprender el problema de la contradicción como un problema de imagen e instinto.
Reconoció que ambas contradicciones estaban manteniendo una referencia
recíproca, aunque no pudiera establecerse una mutua referencia causal. Las
dos formaban parte de la “idiosincrasia del sistema vivo”.
Antes de que examinemos más de cerca esta cuestión, tenemos que pre-
56 C. G. Jung, Das Unbewußte im normalen und kranken Seelenleben, p. 89 (Ges. Werke, VII, p.
66). (La cursiva es en parte mía.)
174 LA LIBIDO EN JU N G COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA

giintarnos qué entendía Jung por ios términos instinto y pulsión. Por sus
propias explicaciones podemos comprobar que utilizaba ambos de modo
promiscuo. Sólo podemos encontrar una definición por lo que i especia al
concepto de instinto, mientras que por lo que se refiere a la pulsión, se nos
informa únicamente de las características de la necesidad, el verse impelido,
y también de la apetencia o el deseo. Denominó instinto a aquellos procesos
inconscientes que tenían un carácter recurrente, y que se caracterizaban
fundamentalmente por su necesidad imperiosa57 y por ser heredados. Ln
relación con esta última propiedad, encontraba ilustrativo el instinto de
reproducción sumamente refinado de la mariposa de la yuca.58 Y también
consideraba importante el hecho de que el instinto funcionara con total
independencia de la individualidad del hombre y de que tuviera además
carácter colectivo, lo cual apuntaba a su afinidad con la imagen arquetípica.
1 ambién las imágenes primitivas mostraban un comportamiento autóctono
y uniforme: funcionaban de manera autónoma y tenían un anclaje colectivo.
A partir de estas observaciones llegó jung al conocimiento, extraordina­
riamente fructífero para sus ulteriores investigaciones, de que no sólo se
fundaban los instintos (pulsiones) y las formas básicas de la orientación
humana (imágenes arquetípicas) en el in c o n sc ie n te c o le c tiv o , sino que, con base
en las regularidades y en los aspectos comunes que presentaban, mantenían
co rre la c io n e s y con independencia de det *m ndas diferencias de detalle.

[Así la] form a y m an era en que el ser h u m a n ó se re p re se n ta el mundo internamente


[es], a pesar de todas las diferencias... tan u n ifo rm e y regular como su comporta­
m ien to instintivo .59

Era característico de la imagen y del instinto, tanto el hecho de que


regulaban el acontecer en cada caso -ci instinto regulando el comportamien­
to, y la imagen arquetípica regulando la concepción- como que p erm itía n
reconocer formas típicas.

Los arquetipos son formas típicas de la concepción, y siempre que existen concep­
ciones que se repiten con periodicidad y uniformidad, se trata de un arquetipo,
con independencia de que se reconozca o no su carácter mitológico.60

Análogamente dice Jung:

Los instintos son formas típicas del comportamiento, y siempre que nos las
habernos con formas de reaccionar repetitivas, uniformes y regulares, se trata de
un instinto, siendo indiferente que al mismo vaya unida una motivación consciente
o no.61
57 G. G.Jung, “Instinkt und Unljcwußtcs”, 1019 {Grs. Werke, VIII, p. I 5 jy
58 Ibid., p. 152.
59 Ibid., p. 157.
60 Ibid., p. 158.
61 Ibid., p. 156.
LA L IB ID O EN J U N G COM O ENERGÍA V IT A L U N IT A R IA 175

P e ro ju n g fue más lejos. La relación entre el instinto y la im agen arquetí-


pica se le antojaba tan estrecha que llegó a concluir que existía u n acopla­
m iento de ambos en el m undo empírico: el arquetipo era, a su parecer, la
autorrepresentación del instinto62 o, dicho de otra m anera, la percepción intuitiva
que el instinto tenía de sí mismo.63 Del mismo m odo que las im ágenes arquetipicas
aparecían siem pre con una cierta cantidad de energía, las excitaciones im pul­
sivas arcaicas iban siem pre ligadas a imágenes mitológicas. Años mas tarde
expresó J u n g esta idea de un m odo básicamente parecido:

Los instintos no son en modo alguno impulsos ciegos, espontáneos y aislados, sino
que, antes bien, están estrechamente ligados a imágenes de situación típicas, y no
es posible en absoluto accionarlos cuando las condiciones imperantes no responden
a la imagen apriorística de la situación. Ahora bien, los contenidos colectivos, que
se manifiestan en forma de mitologemas, suponen este tipo de imágenes de
situación que se hallan en la unión más íntima con el accionamiento de los impulsos
instintivos.626364

Tras los inicios de la investigación de las relaciones existentes en tre arque­


tipo (imagen arquetípica) e instinto, Ju n g dejó descansar este problem a
du ran te veinte años aproxim adam ente, para volver a tom arlo con motivo de
sus investigaciones en torno a la sincronicidad. A tendiendo a la coherencia
interna, indicaremos ya en este punto que, en 1946, J u n g prosiguió su indaga­
ción de la tensión de los contrarios hasta allí donde se trataba de la contraposición entre
pulsión e intelecto o espíritu. En el Apéndice 65 trataré de exponer cómo él daba
por supuesta la existencia de dos principios trascendentales.

5 . I magen del in c e st o y r e n a c im ie n t o

Una aplicación inm ediata de sus conocimientos relativos al principio de


equivalencia y de la transformación de contenidos inconscientes en símbolos
la hallamos en su concepción del complejo incestual. Culm inaba esta concep­
ción considerando que no se trataba de un deseo concreto de unión incestuo­
sa, sino más bien de un hecho simbólico.
Para exponer la diferencia fundamental con la interpretación concretista
de Freud, ya en 1912 introdujo Ju n g el diálogo entre N icodem o y Je sú s .66 A
Ju n g le im presionaba sobrem anera que, en este diálogo, Jesús contrapusiera,
a la imagen natural del nacimiento como salida del seno m aterno, el signifi­
cado simbólico de un re-nacimiento a partir de las aguas y del espíritu, que
revelaba claram ente un elevado potencial y la fuerza fascinadora de la im agen
primigenia. Un significado parecido veía también en la im agen de la fecun-
62 Ibid., p. 157.
63 Ibid.
64 C. G. J u n g , “M edizin und Psychotherapie”, 1945 (Ges. Werke, X V I, p. 98).
65 V éase la p. 281.
66 C. G. J u n g , Wandlungen und Symbole der Libido, pp. 217 ss.
176 LA LIBIDO EN JU N G COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA

dación de la m adre por el espíritu, o por el soplo de viento fecundante .67 Lo


esencial para él es que, en ambos casos, se le ofrecía al espíritu prisionero en lo
concreto un nuevo gradiente capaz de elevarlo de la realidad natural a la espiritual.

N ic o d e m o se quedaba atascado en la banal cotid ian eid ad m ien tras no le fuera


posib le elevarse sim bólicam ente por encim a d e su con cretism o.68

Y en la cuarta edición (1952) se dice:

En cambio, la verdad simbólica, que pone el agua en el lugar de la madre, y al


espíritu o al fuego en el del padre, ofrece a la libido, atada a la llamada tendencia
al incesto, un nuevo gradiente, la libera y permite que se eleve hasta una forma
espiritual.69

Mientras que Ju n g ponía el acento en el re-nacimiento, en la regeneración


a partir de lo espiritual, para Freud la imagen arcaica era un signo que
representaba el deseo incestuoso reprimido, el deseo de cohabitación inces­
tuosa. En contra de semejante reducción de la imagen simbólica a deseos
concretos, aducía Jung:

No es la cohabitación incestuosa lo que se busca, sino el re-nacimiento, al que, en


todo caso, se llegaría antes mediante la cohabitación. Pero éste no es el único camino,
aunque sea el camino primigenio. El impedimento que supone la prohibición del
incesto presta alas a la imaginación... Los intentos a este respecto no pasan natu­
ralmente del estadio de las fantasías míticas. Pero sí consiguen un resultado, y es
el ejercicio de la fantasía, que poco a poco, precisamente mediante la creación de
posibilidades fantásticas, establece vías por las que la libido... puede fluir encon­
trando una salida. De este modo, inadimiidamente, la libido se toma espiritual.70

El hallazgo de Jung de que el fin inconsciente de la imagen del incesto no


reside precisamente en el anhelo de cohabit ación, sino en el ansia de reanima­
ción de la propia naturaleza mediante el contacto con el cuerpo materno,
equivalía a una transmutación de los valores. El que, en lo más profundo, este
deseo estuviera animado por la búsqueda de sí mismo, y no fuera un mero
deslizamiento inerte hacia lo infantil, como había supuesto Freud, es uno de
los más impresionantes de la psicología junguiana.

En mi opinión no se trata de una recaída en el infantilismo, sino de un genuino


intento del ser humano de encontrar algo que le es necesario... Puede comprobarse
que busca algo muy diferente, algo que Freud sólo ha valorado negativamente, a saber:
el sentimiento de inocencia del niño, protección y seguridad, amor recíproco,
confianza y fe. En resumen: algo que tiene muchos nombres.71
67 ibid., pp. 217 s.
68 Ibid., p. 218.
69 C. G. Jung, Symbole der W andlung, p. 382.
70 C. G. Jung, W andlungen und Symbole der Libido, pp. 216 ss.
71 C . G. Jung, “Einige Aspekte der m odernen Psychotherapie”, 1929 (Ges. Werke, X V I , p. 34).
LA LIBIDO E N JU N C COMO ENERGÍA VITAL U N ITA R IA 177

M ediante este enfoque, Jung no quitaba a la imagen del incesto la dignidad


de un arcano. Pero el seno materno encerraba con él gran acopio de posibi­
lidades. Fue un destacado mérito d e ju n g reconocer el proceso regresivo, con
independencia del peligro de que el sujeto se quede atascado en él, la
posibilidad de una renovación de la personalidad desde la profundidad de la psique.
A m enudo veía incluso en este movimiento regresivo el único puente posible
para conseguir, tanto establecer, una relación viva con las fuerzas creativas,
como entrar en contacto con el tesoro acumulado por los siglos en la psique.

En lo profundo mora la sabiduría, la sabiduría de la madre. Al ser uno con ella,


recibe la mente un vislumbre de las cosas profundas, de todo lo decantado desde
los tiempos más remotos, cuyos estratos ha preservado el espíritu.72

Pero esta concepción madurada de la regresión no existía de antem ano.


Fascinado por la psicología de Freud, J ung entendió inicialmente este proceso
como un movimiento de retroceso de la libido que “se valía de reminiscencias
infantiles [del pasado individual]”73 y que, fundamentalmente, reavivaba el
complejo de los padres. Análogamente intentó, en la prim era p arte de Wand­
lungen und Symbole der Libido describir a la libido en regresión, es decir, “el
gesto profanador de asirse al pasado” (Nietzsche)74 como “atascamiento pasivo
originario de la libido en los primeros objetos de la infancia ”.75 Pese a este
parcial apoyo en Freud, no debe pasarse por alto la modificación em prendida
en la segunda parte de Wandlungen und Symbole der Libido. Estas modificaciones
iban unidas a la sustitución del nivel personalista por el impersonal. Fue el tras­
cender las imágenes de la memoria personal o, dicho de otra manera, el reavivar
la imagen arcaica del mundo,76tal como la encontramos reavivada en el despertar
de la imagen arcaica de la madre, de la sabiduría de las profundidades aní­
micas, lo que llevó a Ju n g a las numiñosas, fatales imágenes impersonales.
Lo que en los años de la lucha por alcanzar su independencia intelectual
había sentido y presentido de manera oscura, había de formularlo de modo
cada vez más claro. Sobre la base de sus investigaciones había podido com­
probar de un modo que para él no ofrecía equívocos que, en la regresión de
la imagen del incesto, no se trataba del reavivamiento de las imágenes de los
padres carnales, ni de reminiscencias concretas de la fase infantil, sino que,
antes bien, se trataba de representaciones de figuras suprapersonales y relaciones
de filiación religiosa. Sólo una concepción así parecía enfocar adecuadam ente
el proceso de la regresión, como podemos comprobar en la cuarta edición
(1952) de Wandlungen und Symbole der Libido:

Si la regresión va más allá, sobrepasando la fase de la niñez, es decir, si alcanza la


fase preconscientc [“prenatal”], aparecen imágenes arquetípicas, que ya no van
72 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 387.
73 /¿>«¿.,p. 32.
74 Ibid., p. 168.
75 Ibid.
76 Ibid., p. 395.
178 LA LIB ID O EN JU N G COMO ENERGÍA VITAL U N IT A R IA

unidas a recuerdos individuales, sino que forman parte del acervo de posibilidades
de la representación hereditarias, que vuelven a nacer con cada ser humano. Aquí
tienen su origen las imágenes de los seres “divinos”, que en parte tienen naturaleza
humana y en parte naturaleza animal.77

Con esta visión de los contenidos mitológicos y de las alegorías religiosas


se abrían nuevas perspectivas para la com prensión del símbolo. Quedaba
claro que la regresión, con independencia de su m om ento reductivo, permitía
vislumbrar también una tendencia que apuntaba hacia algo nuis grande.
A diferencia de Freud, que veía en el complejo de Edipo o en el conflicto
relacionado con el incesto un dilema casi insoluble, que en el mejor de los
casos sólo podía desactivarse mediante la sublimación y la supresión, o
m ediante la adaptación a la exigencias de la cultura, J u n g otorgó al complejo
del incesto la dignidad de encerrar en sí el germen de una transformación de toda
la personalidad. Las premisas para ello residían en la elevación espiritual y
simbólica de los dos lados antagónicos del conflicto psíquico.
A la diferencia entre la tendencia incestuosa por un lado y la prohibición
del incesto por otro trató Jung, en los años cuarenta, de dotarla de un
significado más profundo, distinguiendo entre lo endógam o y lo exógamo.
Lo mismo que la tendencia endógama (incestuosa), desde el punto de vista
individual, revelaba una tendencia espiritual y, en el aspecto sociológico, un
pulsión que “en última instancia [había de] m antener unida a la familia más
íntim a ”,78 también la tendencia exógama podía entenderse de dos maneras.
M ientras que en el plano sociológico respondía a una tendencia encaminada
a reforzar la personalidad y a dar mayor am plitud a las propias posibilidades
dentro de la sociedad, interiorm ente se experim entaba como una limitación
im puesta al individuo. Tam bién era interesante la pregunta de J u n g sobre
qué tendencias psíquicas encontraban compensación en los dos modos de
actitud. La actitud exógama le parecía ser la compensación de un anhelo
excesivo de m antenerse en el medio infantil o de hundirse en sí mismo,
m ientras que la actitud endógama se le antojaba el contrapeso de una
inclinación demasiado marcada a disolverse en la masa. J u n g encontraba que
estas dos tendencias, tanto la incestuoso-endógama como la limitativo-exóga-
ma, llegaban a una solución de compromiso en determ inadas tribus primiti­
vas: la form a de m atrim onio denom inada cross-cousin-marriage."19

6. L a h ipó tesis biológ ic a en F r eud

La cuestión de la naturaleza de la pulsion y del instinto 80 en la obra de Freud


no p u ed e responderse de m anera inequívoca hasta 1920, aun cuando, ya con
77 c G. J u n g , Symbole der W andlung, p. 300.
78 C. G. J u n g , Die Psychologie der Übertragung, 1945, p. 101 (Ges. Werke, X V I pp 237 ss )
79 Ibid., p. 103 y 112 (Ges. Werke, X V I, pp. 239 y 245). 1'
80 Freud se lim itó fundam entalm ente a plantearse la etiología d e las pulsiones, qu e él concebía
com o excitaciones determ inadas por la finalidad y el objeto. En cuanto al térm in o “instinto”, lo
LA LIBIDO EN JUNG COMO ENERGÍA VITAL UNITARIA 179
s

■s anterioridad, el fundador del psicoanálisis había hecho repetidas manifesta­


ciones que apuntaban a un supuesto fundamental de tipo biológico. La
primera indicación clara hacia una base biológica de lo psíquico la hallamos
aproximadamente hacia la misma época en la que Freud se ocupó de la
!
\
psicología del yo, empezando por el narcisismo (1914).
Si todavía en el prefacio a la tercera edición de la teoría sexual (1914)
resaltaba las diferencias que presentaba el psicoanálisis respecto a los puntos
de vista biológicos, ya al año siguiente consideraba a la teoría sexual, llana y
V simplemente, como la parte de la teoría que linda con la biología.*' También de
n esta época procede el primer intento de deducir la teoría de las pulsiones de
i* la biología. Si bien es cierto que, precavidamente, seguía considerando a la
* pulsión como un “concepto liminal entre lo psíquico y lo somático”, es decir,
* como “representante psíquico de los estímulos que, procedentes del interior
m- del organismo, llegan a la psique”,82 lo que afirmaba pensando en caracterís­
ticas psíquicas tales como los deseos, las aspiraciones y las representaciones.
* Sea como fuere, las restantes indicaciones hechas en el mismo año, según las
n cuales, no sólo la fuente de tales estímulos se halla en los órganos y partes del
Hi
cuerpo, sino que también había que buscar el propio estímulo de la pulsión
en una tensión de necesidad, debiendo incluso la función psíquica acabar
* agotándose en el esfuerzo por dominar el estímulo,83 permiten deducir una
profunda cimentación de la psicología de las pulsiones en la biología. Lo que Freud
no expresó con claridad en 1915, quedó tanto más claro en 1938, al escribir:
rt
à Las p u lsion es... representan las dem andas que el cu erp o hace a la vida psíquica.84
de
Esta observación, así como la indicación de que la pulsión “sólo llega a tener
eficacia psíquica en el camino que va desde la fuente [excitación corporal]
hasta el objetivo”, confirmaba plenamente la índole biológica de la hipótesis
e fundamental de su psicología.
Y esto con independencia de que Freud destacó una serie de hechos
especiales que permitían reconocer su inclinación hacia lo biológico. Apunta­
ban así a su interés biológico, no sólo la forma en que destacaba el papel de
p las zonas erógenas o el inicio en dos tiempos del desarrollo sexual, sino
también su mención de la contradicción sexual y, sobre todo, de la Ijisexuali-
dad. Tampoco hay que olvidar su creciente valoración del desamparo corpo­
ral del recién nacido y su larga dependencia de los padres como un impor­
tante sustrato biológico.
También caen plenamente en el ámbito de lo biológico algunas sorpren­
dentes afirmaciones de 1914, en las que caracterizaba a la sexualidad como
reservaba para un acervo heredado, confirmando su presencia casi exclusivamente en los
f animales.
81 S. Freud, Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, Prólogo a la 4a. ed., 1915 (Ges. Werke, V, p.
31).
82 S. Freud, “Triebe und Trisbschicksale”, 1915 (Ges. Werke, X, p. 214).
83 Ibid.
84 S. Freud, “Abriß der Psychoanalyse”, 1938, escritos póstumos (Ges. Werke, XVII, p. 70).
180 LA LIB ID O EN JU N G COMO ENERGÍA VITAL U N IT A R IA

algo que rodeaba el plasma germ inal ,85 incluso defendiendo un carácter
químico de las fuerzas psíquicas. No sólo habían de encontrar todas nuestras
hipótesis psicológicas provisionales alguna vez su asiento en factores orgáni­
cos...”, sino que era también probable “que fueran ciertas sustancias y proce­
sos químicos los que desencadenan los efectos de la sexualidad... 86
Si estas últimas afirmaciones remitían al campo de lo fisiológico, la distin­
ción entre la pulsión de vida y la pulsión de m uerte había que entenderla ya
como una concesión a lo anorgánico. Mientras que el Eros perseguía la
finalidad de complicar y m antener “la vida m ediante una síntesis cada vez
más amplia de la sustancia viva dispersa en partículas ” ,87 en el instinto de
m uerte, y en la fuerza de repetición que le era propia, veía F reud la peculiar
finalidad “de devolver lo orgánicam ente vivo al estado in erte ” .88

Si hemos de aceptar como experiencia sin excepción que todo cuanto vive muere
por razones internas, volviendo a lo anorgánico, podemos decir también: Elfin que
persigue toda vida es la muerte. Y remontándose ab ovo: Lo inertefue antes que lo vivo,89

Incluso llegó hasta el punto -como ya hemos subrayado- de aceptar, en


relación con el principio de estabilidad de Fechner ,90 un agotam iento paula­
tino del estímulo instintivo, que habría de servir para alcanzar u n estado
general de reposo. Esta constatación, que remitía al juicio pesimista expuesto
ya en 1895,91 tiene tanta importancia debido a que perm ite com prender las
consecuencias destructivas de su psicología del instinto.7*

7. O bservación final

Si tenem os en cuenta lo expuesto hasta aquí, no nos resulta difícil entender


p o r qué la teoría freudiana de la libido resultaba inaceptable p ara Ju n g . Es
interesante com probar que, en sus escritos de senectud, volvió J u n g a ocu­
parse de esta teoría, para hacer hincapié en otra circunstancia que, a su
entender, clarificaba la profunda diferencia que lo separaba de Freud. Lo que
constantem ente le preocupaba de la teoría de la sexualidad era la dicotomía
que servía de base a la obra de Freud y de la que éste, al parecer, había sido
inconsciente. Por una parte -como expuso Ju n g -, la sexualidad había sido para
el m aestro del psicoanálisis un ente numinoso, que había asum ido el papel
nada menos que de “un deus absconditus, de un dios oculto ”92 y, p o r otra parte,
su “term inología y [su] teoría... [hacían alusión a una] función biológica ” .95 A
85 S. Freud, “Zur Einführung des Narzißm us” (Ges. Werke, X, p. 143).
86 Ibid., p. 144.
87 S. Freud, Das Ich und das Es (Ges. Werke, X III, p. 269).
88 Ibid.
89 S. Freud, “Jen seits des Lustprinzips”, 1920 (Ges. Werke, X III, p. 40).
99 Ibid.
91 S. Freud, “Entwurf einer Psychologie”, 1895, cn Aus den Anfängen der Psychoanalyse pp 380 s.
92 C. G. J u n g , Aniela Jaffé, Erinnerungen, Träume, Gedanken, 1961, p. 156
95 Ibid.
LA LIBIDO EN JU N G COMO ENERGÍA VITAL U N IT A R IA 181

esta secreta discrepancia parecía deberse el que Freud concibiera la sexuali­


dad como algo sum am ente amenazante, ante lo que había que protegerse.
En esta dirección apuntan, no sólo el hecho de que se ocupara tan a fondo
de los tabúes que rodean a la sexualidad, no sólo el constante hincapié que
hizo en los mecanismos defensivos, sino también el peso que, en sus obras
tardías, otorgó a la renuncia a la pulsión instintiva y a la “educación en la
realidad”.9'«T odo esto ponía de relieve que la sexualidad no era para Freud
mera portadora de un secreto impenetrable y pavoroso, sino indicaba la
presencia en la psique de una alteridad excesivamente poderosa. De lo que,
en opinión de Ju n g , hubiera debido darse cuenta Freud, era del hecho de
que, también para él, la sexualidad era, en última instancia, una realidad espiritual.
Si se hubiera planteado la paradoja existente en la coincidencia de “lo más
bajo” con “lo más alto”, de la pulsión con la mente, difícilmente habría podido
reducir la función sexual exclusivamente a una fórmula biológica. ¡No era
posible nom brar ambas cosas al mismo tiempo!
No debería carecer de interés histórico el que, en los años cincuenta, Ju n g
tomara la intención no explícita de Freud, que, según él, se encontraba
probablem ente en la base de su hipótesis acerca de la sexualidad, y la incluyera
dentro de su concepción global. Tampoco Jung, en vista del peligro de
pérdida del instinto que se cernía, podía por menos de interesarse a fondo
por el significado de la sexualidad. Pero mientras que Freud tomó la obser­
vación de la alienación del instinto como motivo para su teoría de la represión
y del superyó, Ju n g basó en ella su concepción del sí mismo y del efecto
curativo de la puesta en relación con este centro.
El que la sexualidad era, en prim er lugar, la manifestación de una pulsión
natural, que formaba parte de las necesidades biológicas -com o el ham bre, el
poder y la conservación-, había sido para Ju n g desde siem pre un sobreen­
tendido. Este aspecto natural nunca supuso ningún problem a serio, ni para
él ni para Freud. Por ello tampoco discutió Ju n g nunca que la sexualidad
fuera una de las pulsiones más poderosas, que fuera incluso una de las bases
fundamentales de la existencia, ni que su regulación -dando siem pre por
supuestos los estímulos naturales- estuviera sometida tanto a las leyes de la
biología como a las normas de la sociedad.
Del mismo modo que se diferenciaba la expresión natural de la pulsión
sexual de la de la función sexual reprimida, también se diferenciaba el
enjuiciamiento natural de la sexualidad de su valoración simbólico-religiosa. Al
igual que para Freud, también para Ju n g se convertía la sexualidad en
problema cuando ésta perdía su función natural y usurpaba el puesto de un
poder psíquico-inconsciente que atacaba al individuo por la espalda. Ambos
investigadores ponían el acento en los peligros psíquicos que para el individuo
entrañaba su inconsciencia acerca de sus deseos sexuales personales o de la
relegación de esos deseos al inconsciente. Pero, al mismo tiempo, Ju n g file
más allá de Freud, al investigar los peligros procedentes de los factores
impersonales y colectivos. Comprendió el im portante hecho de que la sexuali-94
94 S. Freud, Die Zukunft einer Illusion (Ges. Werke, XIV, p. 373).
182 LA L IB ID O EN J U N G CO M O ENERG ÍA V IT A L U N IT A R IA

dad, siem pre que sufría una minusvaloración p o r p a rte de la conciencia


colectiva, incubaba peligrosos procesos com pensatorios en el inconsciente de
individuos neuróticos o que padecían a causa de los problem as de su época.
En tales casos solía establecerse en el inconsciente colectivo uncí sobrevaloración de
la sexualidad en proporción a esa minusvaloración, am algam ándose los contenidos
sexuales con las im ágenes arquetípicas. La función sexual se presentaba en
tales casos como un po d er num inoso que se apoderaba del individuo y le
hacía p e rd e r su libertad, poder que adquiría su p u n to culm inante cuando
aquélla se asimilaba al arquetipo del sí mismo, a la im agen de Dios. Puesto
que el arquetipo de la imagen divina iba siem pre acom pañado de la pretensión
de totalidad, tam bién el individuo se veía siem pre requerido como todo y obligado
a reaccionar también en su totalidad.95 Tam bién fue la fenom enología de estos
casos la que u n a y otra vez indujo a J u n g a tom ar en serio el instinto sexual
y a ten er en cuenta los símbolos e imágenes de situación que iban ligados al
mismo. En la m edida en que los contenidos de estos últim os indicaban la
existencia de u n a función contradictoria, es decir, de u n a función contraria
a la actitud consciente, su asimilación al yo no era pequeña exigencia. Pero,
con independencia de ello, su acceso a la conciencia era la conditio sine qua non
de la au tor realización del individuo.
Vista desde esta atalaya, la sexualidad adquiría la dignidad de un misterio, misterio
insoslayable para el devenir integral del individuo. Podía llegar a ser la sustancia
transform adora p or excelencia, el p unto de partida para u n a renovación de
la personalidad, siem pre y cuando el individuo reconociera el valor que la
unía a las profundidades de la psique. No podía p o r m c n o sju n g de reconocer
en su psicoterapia la extraordinaria im portancia del instinto sexual, sobre
todo cuando era subvalorado por la conciencia colectiva. Pero, a diferencia
de F reud, buscó aproxim arse a la problem ática sexual d en tro del m arco de
u n a concepción totalizante del individuo, de un p u n to de vista simbólico.

La hipótesis sexual posee... un considerable poder de convicción, porque coincide


con un instinto capital... Los instintos son partes de la totalidad viviente. Están
incluidos en la totalidad y subordinados a ella. Su liberación como entes individua­
les conduce al caos y al correspondiente nihilismo, puesto que suprime la unidad
y la totalidad del individuo y destruye a éste. Conservarlo o restaurarlo sería tarea
del psicoterapeuta en su más alto sentido. No puede ser tarea de la educación
producir racionalistas, materialistas, especialistas, técnicos, en resumen: existencias
que, inconscientes de su origen, se hallan abruptamente en el presente, contribu­
yendo a la falta de coherencia y a la disgregación de la sociedad. Y una psicoterapia
que limite su campo de visión a un solo aspecto tampoco puede conducir a
resultados curativos satisfactorios. Pero la tendencia a hacerlo así es tan grande, y
es tan inminente el peligro de la pérdida del instinto en la desbocada intensidad
de la civilización moderna, que debe prestarse la mayor atención a toda manifestación del
instinto, puesto queforma parte también del cuadro de la totalidad y resulta insustituible para
el equilibrio humano,96

95 C. G. J u n g , Ein moderner Mythus, 1958, p. 4 L


96 Ibid., p. 44.
S exta Parte

DEL MÉTODO CAUSAL AL HERMENÉUTICO


XX. LA ASOCIACIÓN LIBRE Y EL MÉTODO
CAUSAL DE FREUD

E n lo que llevamos expuesto hasta aquí, que nos ha llevado hasta finales de
los años treinta, se ha dado implícitamente por supuesta la cuestión del
procedimiento analítico y de su validez. Para salvar esta laguna es inevitable
que volvamos a los comienzos de la psicología del inconsciente.
La introducción del método de la asociación en la psicología profunda fue
el principal mérito de Freud. No sólo estaba tan estrechamente ligado al
psicoanálisis que Freud le dio el nombre de método psicoanalítico como tal,
sino que era también uno de los descubrimientos a los que su descubridor se
mantuvo fiel durante toda su vida, aun cuando en forma modificada o
ampliada. Visto desde esta perspectiva, así como considerando la gran im­
portancia que el procedimiento de la asociación libre ha adquirido en los
posteriores sistemas psicológicos, difícilmente puede sobre valorarse. Como
ha recalcado Dalbiez con razón, se trata de un auténtico invento, de una
“découverte absolument personnelle de Freud ...” 1 que tiene pleno derecho
a gozar del atributo de objetividad. Puesto que el método de la asociación
libre constituye el núcleo central de su procedimiento psicoterapéutico, no es
posible considerarlo separadamente del conjunto de la concepción freudiana.
Para Freud era fundamental -de acuerdo con su formación en las ciencias
naturales- la creencia tanto en las leyes del acontecer natural, basadas en la
relación de causa y efecto, como en una teoría fundamentada sobre la ausencia
de contradicciones. Si uno de los principales propósitos de su psicología era
la investigación de la neurosis, el descubrimiento de las noxas, de las causas de la
enfermedad, era la conditio sine qua non de la curación. Desde el primer
momento vio la verdadera causa de la enfermedad psíquica en las vivencias
reprimidas de la infancia, y el objetivo de su método terapéutico consistía en
hacer conscientes las huellas mnémicas de carácter patológico, así como la
transformación de los afectos mal orientados. Ya en su primer trabajo de
alguna extensión, Estudios sobre la histeria (1895), complementó el método
catártico de Breuer mediante el procedimiento del recordar,2 en el que
reconoció la técnica idónea para descubrir las causas de la enfermedad.
¿Cómo llegó Freud a su método de la asociación libre u ocurrencia? Su
carrera profesional, iniciada ya en la década de 1880, estuvo marcada inicial­
mente por determinados puntos, tales como “abreacción”, “hipnosis”, “suges­
tión hipnótica”, métodos todos que lo habían dejado insatisfecho.3 Las expe-
1 R. Dalbiez, Iji méthode psychanalytique et la doctrine freudienne, I, Paris, 1949, p. 108.
2 J. Breuer y S. Freud, Studien über Hysterie (Ges. Werke, I, p. 268).
3 L. Frey-Rohn, “Die Anfänge der Tiefenpsychologie”, en Studien zur analytischen Psychologie
C. G.Jungs, 1955.
185
186 LA ASOCIACIÓN LIBRE Y EL MÉTODO CAUSAL DE FREUD

riencias de Bernheim con la sugestión poshipnótica, y su demostración de


una amnesia sólo aparente de los sonámbulos al despertar, le permitieron dar
un paso más. Sobre la base de estas observaciones se prometía un éxito
terapéutico mediante una indagación del origen de los síntomas en el enfer­
mo realizada en estado de vigilia. Los repetidos fracasos, no sólo de la
hipnosis, sino también del método de “instar” y “asegurar -como Freud
llamaba al hecho de animar al paciente a “recordar”- le hizo caer en la
existencia de factores afectivos perturbadores en el tratamiento. En esta situación
de apuro tuvo -con independencia de lo que posteriormente pudiera acon­
tecer- una ocurrencia genial: intentó dejar al propio enfermo al reavivamien-
to de los recuerdos patógenos. Con este descubrimiento se había colocado ya
la primera piedra para un procedimiento indirecto, el llamado “método
psicoanalítico”.4 Es interesante el hecho que refiere E. Jones de que el
descubrimiento por Freud del método de la asociación libre estuvo inspirado
inconscientemente en el ensayo de L. Bocrnc sobre el “Arte de convertirse
en escritor original en tres días”, obrita que había leído, al parecer con interés
y entusiasmo, cincuenta años antes .5 Las frases siguientes hacen referencia al
mencionado ensayo:

He aquí, a continuación, la práctica prometida. Tomad unos folios de papel y


escribid durante 1res días seguidos, sin falsedad ni hipocresía, todo lo que se os
pase por la cabeza. Escribid lo que pensáis de vosotros mismos, de vuestra mujer,
de la guerra contra los turcos, de Goethe, del proceso criminal de Fonk, de la última
sentencia, de vuestro superior... y después de los tres días os maravillaréis hasta lo
indecible de comprobar las ideas nuevas e inauditas que se os han ocurrido. Ése es
el arte de convertirse, en tres días, en un escritor original.6

Con motivo de una posterior lectura de este ensayo quedó Freud al parecer
bastante asombrado de encontrar la alusión, no sólo a la asociación libre, sino
también a la idea de la censura. E. Jones no excluye la posibilidad de que en
ambos casos se haya producido una especie de criptomncsia. Pero por
interesante que sea esta referencia a la criptomncsia, no debe confundirnos
respecto al hecho de que no era sólo la concentración en la ocurrencia, sino
también la aplicación de este método a la historia del paciente y a los focos de
perturbación afectiva, lo que constituye la aportación científica de Freud.
Tampoco cambia gran cosa respecto al gran mérito de Freud el que la
fundamentación teórica de la ley de la asociación la hubieran establecido,
siglos antes, Locke y Hume, volviendo a ocuparse de ella, posteriormente,
Herbart. Lo decisivo fue que Freud aplicara las leyes de la asociación -tales
como la ley de la semejanza, de la oposición y de la contigüidad- al campo
empírico del inconsciente y de la psicoterapia. Con ello adquirían una nueva
valoración y un nuevo significado.
El método de asociación libre, empleado por primera vez en 1895 para
4 S. Freud, "Die Sexualität in der Ätiologie der Neurosen”, 1898 {Ges. Werke, I, p. 512).
5 E. Jones, Das Isben und Werk von Sigmund Freud, 1960, I, p. 291.
6 S. Freud, “Zur Vorgeschichte der analytischen Technik", 1920 {Ges. Werke, XII, pp. 311 s.).
LA ASOCIACIÓN LI IIRK Y EL MÉTODO CAUSAI. DE FREUD 187

incitar al enferm o a recuperar los recuerdos perdidos, encontró, como


veremos, su im portante profundización en la interpretación de los sueños.
Pero, en todo caso, Freud reforzó desde los primeros m om entos la técnica de
la “desinhibición de las ocurrencias” con la autoobscrvación concentrada del
paciente y la comunicación acrítica de cuanto librem ente se le ocurriera. Era
esencial en este m étodo dejar surgir sin estorbarlos a los “pensamientos... no
queridos, que la mayoría de las veces se perciben como perturbadores”,7
considerando irrenunciables al efecto las que denominara “normas técnicas
básicas”.8 Cuanto más involuntaria era la ocurrencia, con tanta más seguridad
daba de lleno en el recuerdo reprimido. De este modo, las representaciones
no buscadas se convertían en buscadas.9 El médico tenía que asistir al proceso
con la mayor pasividad posible y no aportar al enferm o ninguna explicación
desde fuera. La simple formulación de preguntas habría de revelar la relación
causal única en la que se hallaban el individuo y sus síntomas, o bien los sueños
llevados al encadenam iento psíquico. Como con razón ha señalado J. II.
Phillips, esta aportación de Freud equivalió a un cambio copernicano en la
psicología em pírica.10 El sujeto del enfermo pasó a ser considerado impres­
cindible para la curación, aun cuando menos en calidad de instancia de
valoración consciente que como punto de referencia pasivo de los recuerdos que
iban aflorando. Por m edio de este procedimiento le pareció a Freud factible
conseguir su objetivo de elevar hasta la conciencia los traumas reprimidos, la
historia personal de la vida del enfermo. Aun cuando su antecesor Janet había
partido desde el objetivo similar de una asimilación al yo de los recuerdos
perdidos, se había orientado exclusivamente por el m étodo de la hipnosis,
basada en la sugestión ajena.
Si bien Freud esperaba, al principio, poder llegar directamente hasta las
olvidadas causas de la enfermedad sirviéndose para orientarse del m étodo de
la asociación libre, graves obstáculos habían pronto de aconsejarlo mejor. A
la revelación de las vivencias infantiles no se oponía solamente la veladura de
los recuerdos de la niñez por las invenciones de la fantasía,11*sino también la
experiencia de una resistencia. 1nicialmente la descubrió Freud como resistencia
a la asociación,12 que se manifestaba en la “ruptura de la relación”,13 en el
“bloqueo de las asociaciones”, así como también, y no en último término, en
las lagunas mentales y en las alucinaciones. Ya en 1895 comprobó el hecho
notable de que la resistencia respondía en todos los aspectos a la fuerza

7 S. Freud, “Die Freudsrhe psychoanalytische Methode”, 1904 (Os. Werke, V, p. 5).


8 S. Freud, “Psychoanalyse und Lihidotheorie”, 1923 (Os. Werke, XIII, |>- 214). Se pidió al
paciente “que adoptara la postura de au toobservad or atento y desapasionado... que asumiera
como obligación la sinceridad más plena... que no excluyera de la comunicación nada de lo que
se le viniera in inertie, aun cuando: 1) le resultara demasiado desagradable; 2) hubiera que pensar
que era absurdo, que era 3) demasiado intrascendente, o que -1) no tenía que ver con lo que se
estaba buscando”.
9 S. Freud, Die Traumdeutung (Des. Werke, 11/111, P- 1()7).
10 j. 11. Phillips, Psychoanalyse und Symbolik, 1902.
11 Véanse las pp. 79 ss.
>2 s. Freud, Studien über Hysterie (Des. Werke, I, p. 209).
13 Ibid., p. 297.
188 LA ASOCIACIÓN LIBRE Y EL MÉTODO CAUSAL DE FREUD

defensiva que desde el comienzo había impedido que el trauma penoso


tuviera acceso a la conciencia.14156De manera análoga a la represión, que echaba
para atrás las sensaciones o emociones penosas, perseguía la finalidad de
conservar el estado morboso. Entre las formas de resistencia se encontraban
resistencias intelectuales, dudas, compulsión de preguntar, exigencia de
explicaciones. Pero sobre todo encontró Freud en la resistencia a la transferen­
cia15 una de las formas fundamentales de resistencia que se oponían al
tratamiento psicoanalítico. Revelaba siempre la existencia de considerables
perturbaciones afectivas en la relación del enfermo con el médico.
La idea de que la resistencia protegiera a la represión, de que reforzara la
energía empleada en la misma, volvió a incluirla posteriormente Freud en el
concepto de contracatexis16(formación reactiva), en la que reconoció una forma
extremadamente eficaz de resistencia.
En la resistencia a la transferencia descubrió también otro hecho, a saber:
la tendencia del enfermo a repetir modos de comportamiento infantiles. En tales
casos el recordar cedía el terreno al actuar.17 En vez de “reproducir un trozo
[de los]... recuerdos”, el enfermo repetía, aun cuando inconsciente de lo que
hacía, un trozo del pasado. Independientemente de su diferencia de índole,
recuerdos y actuación perseguían el mismo fin inconsciente de luchar contra
el acceso a la conciencia de las emociones instintivas reprimidas.
¿Era la aparición de resistencias ante la exploración del inconsciente un
obstáculo insalvable de cara a la aplicabilidad del método asociativo? En modo
alguno. Simplemente había que seguir estando consciente de que la ocurren­
cia, por la eficacia de la resistencia, sufría una deformación y sólo era capaz
de conducir a la transformación en conscientes de las causas traumáticas
dando rodeos.

La resistencia acompaña al tratam iento en todos sus pasos. Cada acto del sujeto
del tratam iento tiene que tener en cuenta la resistencia y representa un compro­
miso de las fuerzas que aspiran a sanar y las fuerzas indicadas que se oponen a
aquéllas . 18

Del mismo modo que los síntomas neuróticos representan formaciones de


compromiso, también en la aplicación tic la técnica de la asociación libre había
que tener en cuenta el hecho de la presencia de un sí y un no respecto al acceso
a la conciencia de lo reprimido. De ahí que se necesitaran siempre múltiples
recovecos, construcciones e intuiciones para poder dar con los contenidos
traumáticos. Pero la fijación de los objetivos terapéuticos se ampliaba en este
proceso en la medida en que la reversibilidad de la represión comprendía
ahora también la superación de las resistencias.

14 Ibid., p. 268.
15 S. Freud, “Zur Dynamik der Übertragung” (Ges. Werke, VIII, p. 366).
16 S. Freud, Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Ges. Werke, XI, p. 374).
17 S. Freud, “Erinnern, Wiederholen und Durcharbeiten” (G<?s. Werke, X, p. 129).
18 S. Freud, “Zur Dynamik der Übertragung” (Ges. Werke, X, p. 280). ’
LA ASOCIACIÓN LIBRE Y EL MÉTODO CAUSAL DE FREUD 189

¡Primero hay que buscar la represión, y luego eliminar la resistencia!19

El conocimiento de este hecho era importante, no sólo para permitir


recordar lo reprimido, sino también para trabajar a fondo las resistencias y
para conseguir la repetición del pasado.
En todos estos casos había podido comprobar Freud lo fructífero del
método de la asociación libre. Con su ayuda, no sólo consiguió su gran triunfo
terapéutico, sino también la parte más importante de sus conocimientos de
la realidad de la psique inconsciente, a saber: su comprensión tanto de las
leyes del trauma y la neurosis, de la resistencia y la neurosis, como de la
fantasía y el sueño. También en la interpretación de los sueños adquirió una
posición privilegiada el método de la asociación libre, con independencia de
su complementación mediante el procedimiento de la interpretación de las
relaciones simbólicas que, como era natural, podía llevarse a cabo sin la
presencia del soñador. Siempre concedió Freud la importancia fundamental al
interrogatorio del sujeto y ala revelación de su historia personal.
Nos queda por comprobar aún hasta qué punto el procedimiento de la
asociación libre tiene validez y éxito. ¿En qué medida no era la asociación libre
un mero producto de la casualidad, y en qué medida se conseguía efectiva­
mente, a través de las asociaciones, clarificar las causas? La pregunta no era
difícil de responder. En verdad y de hecho, las ocurrencias que Freud
comprobó sólo eran libres, es decir, carentes de intención, desde el punto de
vista de la conciencia. Contempladas desde el inconsciente presentaban una
intencionalidad o afán finalista. Eran tres notables conocimientos los que pare­
cían demostrar lo correcto del procedimiento y su aplicabilidad: el del
eslabonamiento sin lagunas y dotado de pleno sentido del material mnémi-
co,20 la ordenación concéntrica de los recuerdos y las resistencias en torno a
un núcleo y punto central de cristalización,21 y también, no en último lugar,
una triple estratificación -cronológica, radial y lógica- de la psique incons­
ciente.22 La sorprendente observación de un eslabonamiento cargado de
significación y de cargas afectivas entre el trauma, el síntoma y la asociación
espontánea23 lo convenció de la existencia de una regularidad psíquica que
escapaba a toda reducción de las ocurrencias a fenómenos casuales.
Se había cumplido con ello el objetivo científico-natural de encontrar una
relación de causa y efecto accesible y aplicable también a los procesos incons­
cientes. Supuso para Freud una satisfacción extraordinaria poder comprobar
la eficacia de los fines inconscientemente propuestos24 con motivo de la investiga­
ción, no sólo de las asociaciones del sueño, sino también del chiste. El que no
19 S. Freud, Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Ges. Werke, XI. p. 453).
20 S. Freud, “Zur Ätiologie der Hysterie” (Ges. Werke, I, pp. 433 s.).
21 S. Freud, Studien über Hysterie (Ges. Werke, I, p. 182).
22 Ibid., pp. 292 s.
23 S. Freud, Zur Psychopathologie des Alltagslebens (Ges. Werke, IV, pp. 268 s., nota).
24 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/III, p. 533). En una edición posterior, Freud
señaló que ya Êd. v. Hartmann, en su Philosophie des Unbevmßten había “expuesto en términos
claros la ley de las asociaciones de ideas guiadas por representaciones de finalidad que permane­
cían inconscientes”. Ibid., p. 533, nota.
190 LA ASOCIACIÓN LIBRE Y EL MÉTODO CAUSAL DE FREUD

sólo la conciencia, sino también los fenómenos inconscientes, persiguieran


una finalidad, aunque también inconsciente, parecía justificar, aparte del
método psicoanalítico y la terapia de la neurosis en él basado, la interpretación
de los sueños. Esta idea la expresó Freud de la siguiente manera:

De estos dos principios, el principio de que, con el abandono de la representación


consciente de los fines, el dominio sobre el curso de la representación pasa a los
fines inconscientes, y el de que las asociaciones superficiales son solamente un
sustitutivo por desplazamiento de otras asociaciones reprimidas, más profundas,
hace el psicoanálisis el más amplio uso en la neurosis, llegando incluso a convertir
a ambos en los pilares fundamentales de su técnica. Cuando propongo a un
paciente que suelte totalmente la imaginación y que me vaya informando de todo
cuanto se le viene a la mente, me atengo a la premisa de que no va a desentenderse
de los objetivos que persigue el tratamiento y me siento justificado para sacar la
conclusión de que lo aparentemente más inofensivo y caprichoso de cuanto me
diga se halla en relación con su estado patológico. Otra finalidad, de la que el ¡
paciente nada sospecha, es la que persigue mi persona.25

De este conocimiento se sirvió Freud en la medida en la que pedía siempre


al enfermo y al sujeto del sueño que se aferrase a una determ inada repre­
sentación de partida, con lo que las asociaciones que iban surgiendo quedaban
sometidas a enchaînement o, si se quiere, caían en el círculo de atracción de los
complejos inconscientes 26 dotados de poderosas cargas afectivas.
Podemos añadir, resumiendo, que el método asociativo, en última instan­
cia, se basaba en la comprobación empírica de que el inconsciente constituía un
conjunto coherente de recuerdos relacionados.

25 Ibid., pp. 536 s.


26 S. Freud, Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Ges. Werke, XI, pp. 106 s.).
XXL LA ASOCIACIÓN ENLAZADA Y EL PUNTO
DE VISTA FINALISTA EN JUNG

El método asociativo, aunque en forma muy modificada, se convirtió también


en el núcleo duro de la psicología de C. G. Jung. Como siempre había
resaltado éste, en actitud de reconocimiento, su psicología se derivaba, desde
un punto de vista histórico, del procedimiento psicoanalítico freudiano. En
1929, Jung afirmaba todavía que había “aprendido [su propia técnica] del
método de Freud de la asociación libre” y que la consideraba “un desarrollo
posterior del mismo”.1Aun cuando el fin que esperaba alcanzar con el método
asociativo, tanto el descubrimiento del punto central del significado de la
psique inconsciente como la comprensión de las líneas del desarrollo psíquico,
difería considerablemente de los objetivos de Freud, seguía estando de
acuerdo, en bastante medida, con los puntos de vista formales: también para él
lo principal era el interrogatorio del sujeto o el dejar que surgiera cuanto se
le ocurriese a éste.
Una de sus primeras delimitaciones respecto a Freud se refería a la
naturaleza psicológica de la asociación (= palabra de reacción en el experi­
mento de asociación verbal). Aun cuando los dos investigadores estaban de
acuerdo en que la asociación, en la medida en que se hallaba por medio del
inconsciente, no era libre, estaba determinada por un complejo inconsciente,2
Jung subrayó aún más que Freud el carácter fundamentalmente no libre de
la reacción. Ésta se parecía mucho más a la manifestación activa de un síntoma
y era, en considerable medida, el resultado de un complejo que actuaba de
manera autónoma.

Las reacciones son, en consecuencia, no asociaciones libres, sin o m eras m an ifesta­


ciones activas d e un síntom a [Freud], dirigidas por un factor p síq u ico q u e se
com porta co m o un en te in d ep en d ien te.3 “La constelación [Z iehen] d e u n a asocia­
ción tiene incluso, casi siem pre, carácter inconsciente... El com p lejo e n el q u e se
forma la constelación desem p eñ a la función de un en te c u a siin d ep en d ien te , d e
una ‘seg u n d a con cien cia’”.4

Era también en este conocimiento del condicionamiento de la asociación


por parte del complejo en el que basó Jung una de sus principales objeciones
del supuesto de Freud de que, mediante las asociaciones libres -aun cuando
1 C. G. Jung, “Ziele der Psychotherapie”, 1929 (Ges. Werke, XVI, p. 50).
2 S. Freud, “Tatbestandsdiagnostik und Psychoanalyse", 1906 (Ges. Werke, VII, p. 4).
3 C. G. Jung, “Psychoanalyse und Assoziationsexperiment”, en Diagnostische Assoziationsstu­
dien, I, p. 211.
4 Ibid., p. 222.
191
192 LA ASOCIACIÓN ENLAZADA Y EL PUNTO DE VISTA DE JUNG

fuera dando rodeos- podían descubrirse las causas de la enfermedad, los


“recuerdos perdidos”. Pues en aquellos casos en los que al parecer se tocaban
vivencias iniciales, se trataba para Jung de emociones que, previamente, habían
quedado integradas en una constelación por obra de complejos. Nunca
podían deducirse con certeza causas primarias. En su opinión, la reacción, la
respuesta psíquica nunca iba más allá del complejo que formaba la constelación, no
siendo la denominada causa otra cosa que una característica y un signo del propio
complejo.5 En relación con esto estaba la objeción, también fundamental, de
Jung de que la amalgama del método de asociación libre con la problemática
causal hacía que Freud no viera lo verdaderamente característico de la psique.
En la medida en que Freud reducía todos los problemas y dificultades
actuales a un pasado pendiente, a un pasado no dominado, remitiendo en
consecuencia las asociaciones libres a causas situadas en el pasado, quedaba
atrapado en el enchaînement del síntoma, la asociación y el recuerdo traumá­
tico. Lo que echaba de menos Jung era un instrumento que contribuyera a
revelar el contenido de sentido y las tendencias del desarrollo de la psique inconsciente.
Se le antojaba más adecuada a la índole de lo psíquico una técnica que
explorase las ocurrencias desde el punto de vista de la tendencia a un objetivo
y del contenido simbólico. En consecuencia, podemos también observar cómo
el descubrimiento de la espontaneidad de lo psíquico, de la autonomía de sus
leyes y de su tendencia a un objetivo, trajo consigo un cambio paulatino en
la forma de tratar el procedimiento de la asociación libre.

1. El MÉTODO PROSPECTIVO-CONSTRUCTIVO

En las primeras publicaciones de Jung, correspondientes a los años 1906 y


1907, seguía predominando la influencia del método causal de Freud. Dicho
de otra manera: todavía era determinante el objetivo de descubrir aconteci­
mientos del pasado por medio de las ocurrencias. También en su conferencia
“L’analyse des rêves”56 seguía basando la interpretación de los sueños, en gran
medida, en la asociación libre. En todo caso, ya se dirigía hacia el descubri­
miento de los complejos que servían de base a los sueños, dejando al margen
los acontecimientos. Pero no fue hasta 1914, es decir, tras su separación oficial
de Freud, cuando defendió públicamente su propio punto de vista. Y fue la
observación del significado premonitorio de los sueños ( 1912), lo que lo indujo a
distanciarse del método causal-reductor y a fundamentar el punto de vista !
prospectivo-constructivo. ¿Qué entendía por tal?
El punto de vista constructivo... pregunta cómo se tenderá desde esta alma un !
puente hacia su futuro...7 El método constructivo produce como resultado inme­
diato... una línea de desarrollo psicológico, una vía por así decir...8
5 C. G. Jung, “Die Freudsche Hysterietheorie”, 1908 (Ges. Werke, IV).
6 C. G. Jung, “L’analyse des rêves", 1909.
7 C. G. Jung, Der Inhalt der Psychose, 2a. ed., 1914, p. 32 (Ges. Werke, III, p 204)
8 Ibid., p. 42 (Ges. Werke, III, p. 214).
LA ASO CIA CIÓ N ENLAZADA Y EL P U N T O DE V IST A DE J U N G 193

En cambio, como añadió Jung, el punto de vista causal era en g ran p arte
reductor: se rem itía a causas instintivas, a lo primitivo y elem ental, y era a la
vez disolvente y destructor. Por el contrario, el punto de vista constructivo-
prospectivo se caracterizaba por buscar un efecto sintético y positivo y p o r dirigir
la m irada hacia adelante. El procedim iento de Freud, como él m ism o había
dicho en 1914, era una comprensión hacia atrás”, a diferencia de la “com­
prensión hacia adelante ”9 de Jung. Mientras que para la visión causal- reduc-
tora la cuestión del “por qué” tenía un interés preponderante, y p o r ello se
perseguían tam bién con tanto ahínco en el pasado los focos de perturbaciones,
es decir, los desarrollos fallidos, los defectos de la memoria y los falsos intentos
por controlar afectivamente la energía vital, para el punto de vista construc­
tivo ocupaba el primer plano del interés la comprensión de la situación actual y la
solución del conflicto presente. Con este planteamiento esperaba J u n g abrirse
camino hacia un entendim iento más adecuado de nuevas posibilidades de
desarrollo y posibles valores del individuo.

Cuando se sabe por qué ha surgido en una persona todo cuanto ha surgido, sólo
la estamos entendiendo a medias. Y si sólo se tratara de eso, tanto daría que hubiera
muerto hace tiempo. Pero no la habremos comprendido en cuanto ser viviente.
Pues la vida no tiene únicamente un ayer y no se explica por el hecho de que
reduzcamos el hoy al ayer. La vida tiene también un mañana, y el hoy solamente
se entiende cuando somos capaces de añadir, a lo que ayer fue, los brotes que
apuntan hacia el mañana.10

Al hacer hincapié en el procedimiento constructivo no quería J u n g en


modo alguno negar la importancia que encierra la investigación de las causas.
Tam bién él reconocía la necesidad de remontarse a las vivencias pasadas, por
I
ejemplo, en el caso de experiencias de pánico o de signos somáticos, así como
il en el de la súbita reaparición de recuerdos reprimidos. Pero m ucha m ayor
V im portancia tenía para él complementar la indagación de las causas con la del
i sentido y el propósito o, como lo formularía con posterioridad: com plem entar
i« la preg u n ta del “por qué” con la del “para qué ”.11 ¿Para qué servía un
Ï síntoma? ¿Para qué servía un complejo? ¿Cuál era el sentido de u n sueño?
II ¿Qué efecto quería causar? De tal planteamiento esperaba también u na nueva
fr respuesta y un nuevo acceso a la comprensión de las tendencias del desarrollo
fl de la psique inconsciente.
i En sus dos prólogos a los Collected Papers on Analytical Psychology (1916 y
1917) se esforzaba J u n g en aplicar a la diferencia entre cl punto de vista causal
y el final el criterio de lo reversible y lo irreversible .12
9 Ibid., p. 29 (Ges. Werke, III, p. 201).
í 10 C. G. J u n g , Die Psychologie der unbewußten Prozesse, pp. 62 s. (Ges. Werke, V II, p. 49).
i 11 C. G. J u n g , “A llgem eine Gesichtspunkte zur Psychologie des T raum es”, 1928 (Ges. Werke,
V III, p . 277).
12 C. G. J u n g , Collected Papers on Analytical Psychology, 1917, Prólogo a la segun d a edición
(Collected Works, IV , pp. 295 s.). “...N o puede discutirse que, hablando en térm inos psicológicos,
vivimos y trabajamos día tras día de acuerdo con el principio del propósito o la intención dirigida,
así com o del principio d e la causalidad... N o podem os dar una explicación exclusivam ente
194 LA ASOCIACIÓN ENLAZADA Y EL PUNTO DE VISTA DE JU N G

Tam bién el reconocimiento de que el procedimiento causal-reductor era


inapropiado para explicar las imágenes que surgían del ámbito colectivo,
escapaba a las posibilidades del método freudiano. Puesto que las imágenes
arcaicas, como había descubierto Jung inicialmente en los símbolos oníricos,
eran provechosas sobre todo gracias a su contenido de sentido y significado,
no cabía esperar nada positivo de un método que más bien reducía estas
imágenes a factores y reminiscencias de tipo personal. De ahí que Jung, ya
en 1917, hubiera puesto de relieve la necesidad de completar el procedimien­
to reductor-analítico mediante el procedimiento sintético.

Este procedimiento alcanza su límite en el momento en que los símbolos oníricos


no pueden seguirse reduciendo a reminiscencias o afanes personales, es decir,
cuando se reproducen las imágenes del inconsciente absoluto. Sería de todo punto
insensato querer reducir estas ideas colectivas a algo personal. Y no sólo insensato,
sino que sería directamente perjudicial, como lamentablemente he tenido que
aprender por experiencia. Las imágenes o los símbolos del inconsciente absoluto
sólo arrojan valores cuando se los somete a un tratamiento sintético [no analítico].
Mientras que el análisis [el procedimiento causal-reductor] divide el símbolo en sus
componentes, el procedimiento sintético lo integra en una expresión general e
inteligible.13

Sólo cuando no se disolvía el material arcaico, sino que se trataba de


comprenderlo en su valor semántico y simbólico, revelaban las imágenes
primigenias su contenido profundo, su significado prospectivo para el ulte­
rior desarrollo del individuo.
Aun cuando Ju ng reconociese el valor del causalismo reductivo, y recu­
rriese también al método reductor en determinados casos -extravagancia,
arrogancia e irrealidad-, para él era indispensable tener en cuenta el método
finalista. La vida no era una mera cadena de hechos causalmente unidos, no
consistía únicamente en una concatenación universal de hechos anímicos, en
ia que cada nueva ocurrencia pudiera hacer oscilar toda la cadena de
recuerdos, sino que todo este conjunto se hallaba también orientado hacia un fin.
Dicho de otro modo: las causas finales se basaban, en última instancia, en
preconocimiento inconsciente de algún tipo. Y también expresó esta idea
diciendo que la tendencia a una finalidad por parte del inconsciente suponía
causalista de lo que, sencillamente, se dirige hacia una finalidad. De otro m odo llegaríamos a la
conclusión expresada en la famosa aseveración de Moleschott: El hombre es aquello que come...
N o debem os olvidar que la carnalidad es un punto de vista. Afirma la relación inevitable e inmutable
de una serie de acontecimientos: a-b-c-z... La finalidad es también un punto de vista que se justifica
em píricamente por la existencia de una serie de acontecimientos en los que la conexión causal es
de hecho evidente, pero cuyo significado sólo se toma inteligible en términos de productos finales [efectos
finales]...” “Es evidente que la física moderna ha tenido que convertirse de la idea del puro
mecanicismo al concepto finalista de la conservación de la energía, puesto que la explicación
mecanicista reconocía solamente procesos reversibles, mientras que la verdad real es que el
proceso natural es irreversible. Tal hecho llevó a un concepto de energía que tiende hacia el alivio
de la tensión y, por lo tanto, hacia un estado final definitivo.”
13 C. G. Jung, Die Psychologie der unbeumßten Prozesse, pp. 95 s. {Ges. Werke, VII, p. 88).
LA ASOCIACIÓN ENLAZADA Y EL PUNTO DE VISTA DE JU N G 195

un “sistema de propósitos que trataban de realizarse”, y, por cierto, hasta el


momento de la muerte.

La vida es un proceso energético como otro cualquiera. Pero todo proceso ener­
gético es en principio irreversible y, por tanto, se dirige hacia un objetivo, y ese
objetivo es el estado de reposo... La vida es incluso lo teleológico por excelencia, es
la tendencia misma a la finalidad, y el organismo viviente es un sistema de propósitos que
tratan de realizarse. El punto final de cada proceso es su objetivo.14

También a la muerte había que verla, desde este punto de vista, como un
objetivo y su consumación. Pero, con independencia de este distanciamiento
creciente respecto al causalismo freudiano, Jung trató siempre de hacer
justicia a los méritos de Freud. Así, en 1952, hacía constar de manera
retrospectiva:

Lejos de mi intención está menoscabar en ningún modo los extraordinarios méritos


de Freud en la investigación de la psique individual. Pero el marco conceptual en
el que Freud había colocado el fenómeno psíquico se me antojaba insoportable­
mente estrecho. No me refiero en absoluto a su teoría de la neurosis, por muy
estrecha que pueda ser, con tal de que resulte adecuada al material empírico, ni a
su teoría de los sueños, sobre la que, con toda sinceridad, se puede ser de distinta
opinión. Me refiero más bien al causalismo reductor de postura general y al hecho,
diríamos, de dejar totalmentefuera de consideración lafelicidad, tan característica de todo
lo psíquico.15

En el Apéndice volveré a ocuparme de esto. Jung comprendió que la tarea


más inmediata consistía en elaborar un método de asociación libre que hiciera
justicia a las tendencias del desarrollo del individuo y a sus tendencias al
sentido. Y así llegó a fundar su método de la amplificación.

2. E l m é t o d o de la a m pl if ic a c ió n

¿Cuáles fueron las consecuencias que para el método asociativo extrajo Jung
de su imagen del mundo? Aun cuando no existía ninguna relación forzosa
entre técnica de la asociación libre y concepción básica de la psicología, podía
comprobarse sin embargo una cierta afinidad de las asociaciones libres con
lo causal-reductor. E igualmente parecía existir una afinidad de lo prospec-
tivo-final con la asociación ligada, con la incurrencia que siempre aparecía
vinculada a la unidad significante de un símbolo. Una técnica de la asociación
de este tipo, que Ju n g bautizó como método de la amplificación, culminaba
en la referencia de las asociaciones a la unidad psíquica correspondiente:
complejo, sueño, visión o incluso fantasía. Del mismo modo que la técnica de
la asociación libre, que seguía una trayectoria lineal, también el método de la
14 C. G. Jung, “Seele und T od”, 1934 (Ges. Werke, VIII, pp. 464 s.). (La cursiva es mía.)
15 C. G. Jung, Symbole der Wandlung, Prólogo, p. vm .
196 LA A SO C IA C IÓ N ENLAZADA Y EL P U N T O DE V IS T A D E J U N G

am plificación p artió inicialm entc de p artes aisladas d e la estru c tu ra psíquica,


es decir, d e sus elem entos. Pero cuando los prim eros seguían las cadenas de
re cu erd o y, del contenido manifiesto, pasaban a en co n trarse con el contenido
latente, con la causa, el procedim iento am plificador cobraba esencialm ente
u n carácter radial. J u n g pensaba en u n “seguim iento consciente y cuidadoso
q u e fuera ilu m in ando aquellos enlaces asociativos que d e m an era objetiva se
a g ru p a n en to rn o a u n a im agen onírica ” . 16 Sirviéndose d e u n m étodo con­
céntrico , 17 que girase en torno al núcleo del significado, esperaba lim itar la
polisem ia y, sim ultáneam ente, co m prender el sentido único de la forma
psíquica p ara la situación que se daba en ese instante. F ue esencial, a este
respecto, la am pliación del sentido de la im agen hasta h acerlo visible . 18

Este método de la amplificación es un ensanchamiento, un deliberado enriqueci­


miento. Mediante él induzco al soñador a colocar la imagen en el punto focal de
su interés y a aportar todas las asociaciones que estén vinculadas con esa imagen.19

El fin del p rocedim iento de la amplificación fue siem pre esclarecer el punto
central del significado de la unidad psíquica. Visto formalmente, este punto tenía
siempre un carácter radial, mientras que por su contenido ten ía un carácter hermenéu­
tica. El esclarecim iento podía ser de índole tanto personal com o im personal.
En la am plificación personal, el individuo aportaba las asociaciones que tenían
im p ortancia p ara su vida personal y para su biografía, con lo q ue conseguía
el d en o m in ad o contexto para los correspondientes elem entos de la estructura
psíquica. En cambio, la amplificación im personal se basaba en asociaciones
p ro ced en tes de m ateriales del inconsciente colectivo, com o p o r ejem plo de la
m itología, d e los cuentos o del folclor. Si el contexto servía p a ra u n a com pren­
sión m ás p ro fu n d a de la biografía personal, de las situaciones de conflicto que
ésta llevaba consigo y de form as de relación no satisfechas, p o r m edio de la
am plificación im personal ensanchaba el individuo su h o rizonte en el sentido
de u n a com prensión humana universal de sus dificultades. Con ayuda del
p atrim o n io cultural objetivo, sus necesidades se relativizaban, participaba en
posibilidades de solución de sus conflictos de carácter general y ap ren d ía a
co m p re n d erse con su condición hu m an a más p ro fu n d a y con u n a base
objetiva.
En térm inos generales, J u n g siguió el principio establecido p o r F reud de
p e d ir al sujeto que expresara las asociaciones que le sugería el m aterial por
él ap o rtad o . P ero el sujeto no fue nunca para él u n p u n to d e referencia pasivo,
com o lo era p a ra F reu d , sino que, de acuerdo con su m éto d o concéntrico,
q ue g irab a en to rn o a u n núcleo de significado, J u n g hacía in terv en ir mucho
más activamente al sujeto en el proceso de interpretación.

16 C. G. J u n g , “D ie praktische V erw end b ark eit d er T rau in an alysc”, 1931 (Gm. W erke, XVI,
p. 158).
17 R esulta in teresa n te q u e J u n g llegara a afirm aciones parecidas a las d e F reu d , cl cual
d escu b rió u n a d istrib u ción con cén trica d el m aterial m n éin ico en to rn o a p u n to s d e cristalización.
18 C. G. J u n g , U nveröffentlichtes S em in a r über K iiulerlräu m e, I, 1 9 3 8 /1 9 3 9 .
19 C. G. J u n g , Ib id ., II, 1 9 39/1940.
LA ASOCIACIÓN ENLAZADA Y EL PUNTO DE VISTA DE JUNG 197

El interrogatorio de tipo subjetivo tenía la ventaja de una relativa univoci­


dad en la elección de las posibilidades de asociación, es decir que la multipli­
cidad y polisemia de los significados verbales se limitaban de modo que se
favorecieran las ilaciones que para el individuo en cuestión tenían importan­
cia. De todos modos, Jung reconocía que la presencia del paciente, o su
contribución asociativa, no era un requisito indispensable, lo que se mostraba
sobre todo en relación con las formas arquetípicas. Ahí podía el psicoterapeuta
llevar a cabo una amplificación a partir de su propio acervo de conocimientos
y de su saber de los símbolos, para poder alcanzar así, en la medida de lo
posible, una circunscripción objetiva de la estructura psíquica.
Con independencia de la ampliación del método de la asociación libre,
para convertirlo en procedimiento de la asociación ligada, de la transformación
de la técnica lineal en la técnica de la iluminación amplificadora de la imagen y,
por último, de la complementación del material personal con el material
impersonal, extraído del acervo simbólico del inconsciente colectivo, no men­
guó en absoluto la validez de los supuestos que habían sido establecidos por
Freud, en la medida en que fueran de índoleformal. Lo que Jung, apoyándose
en Freud, había comprobado ya en 1906, con el procedimiento asociativo,
sirviéndose de la técnica de la asociación, siguió teniendo en gran parte
validez para él.
Siempre mantuvo, por ejemplo, que una “maravillosa regularidad gober­
naba todas las asociaciones de la persona”,20 lo que se ponía de manifiesto en
el encadenamiento sin lagunas y en la orientación afectiva del acontecer
psíquico:

Q uien tenga experiencia práctica en el análisis, podrá con ven cerse cada vez más
del hecho d e que, en estas condiciones, nunca se rep rod u ce cualq u ier cosa
aleatoria, sino que siem pre aparece algo que se en cu en tra en relación con el
com plejo que, a priori, no siem pre resulta transparente... Esta o p in ió n está d e
acuerdo con con cep cion es psicológicas ya conocidas. El m om en to p sicológico no
es, en cada caso, más que el resultante d e todos los acon tecim ien tos psicológicos
que lo p reced en .21

Con independencia de la concatenación interna de los contenidos incons­


cientes, para Jung fue siempre esencial el hecho de una felicidad, de una
tendencia general hacia un fin, que acompaña desde el principio a la psique y que está
gobernada por tanto por los complejos autónomos como por los núcleos
arquetípicos que sirven a éstos de base. Ni una cosa ni otra cambian nada en
cuanto a la existencia de una regularidad universal. También la utilización
del método amplificador, de la iluminación consciente de las ilaciones asocia­
tivas se incluía sin problemas en el enchaînement. Y tampoco había que olvidar
20 C. G. Jung, “Psychoanalyse und Assoziationsexperiment”, en Diagnostische Assoziationsstu­
dien, l,p . 259.
21 C. G. Jung, “Die Freudsche Hysterietheorie”, 1908, en Monatsschrift fü r Psychiatrie und
Neurologie, XXIII, pp. 310-322.
198 LA ASOCIACIÓN ENLAZADA Y EL PUNTO DE VISTA DE JUNG

q u e ta m b ién el p ro ced im ien to im person al d e la asociación - e l proced im ien to


h e r m e n é u tic o -, tal co m o lo em p leab a J u n g con el fin d e esclarecer los
c o n te n id o s arq u etíp ico s, n o ten ía nada d e p ro d u cto d el azar. Por el contrario,
n o só lo se su b o rd in a b a a la regu larid ad su p erior, sin o q u e revelab a también
al in te rro g a d o r el valor, el sentido y la importancia del acontecer psíquico.
XXII. LA NEUROSIS: ¿PROBLEMADEL INSTINTO
O PROBLEMA DE LA PERSONALIDAD?

1. La n e u r o s is a la l u z d e la t e o r ía d e la p u l s ió n (F r eud )

En el escrito necrológico d e J u n g sobre el quehacer de F reud leemos:

Lo mismo que con el hallazgo del carácter obsesivo de las neurosis, con su
valoración de los sueños como principal fuente de información acerca de los
procesos del inconsciente - “los sueños son la vía real hacia el inconsciente”- arrancó
Freud un valor al pasado que parecía haberse perdido sin remedio.1

Puesto que el esclarecim iento de la neurosis no fue m eram ente el p u n to


de partida de F reu d , sino que constituyó tam bién la finalidad capital de sus
investigaciones, indicarem os brevem ente cuáles son las ideas básicas y los
problemas principales d e su teoría de la neurosis.
Previamente quisiera advertir que sólo vamos a considerar en este p u n to
las psiconeurosis, no las neurosis actuales, que, en opinión de F reud, no
pueden referirse a conflictos ni a mecanismos psíquicos. Las neurosis actuales
(neurastenia, neurosis de angustia, también las fobias, originalmente) remitían
siempre a trastornos actuales, relacionados con la vida sexual y con el m odo
de vida, con el sistema vegetativo o tam bién con la constitución del individuo.
A los distintos planos, que en la teoría freudiana eran característicos del
inconsciente, corresp o n dían las distintas fases de la teoría de la neurosis. Si
su concepción básica de la psiconeurosis como juego defuerzas perturbado, como
conflicto psíquico incompatible entre el yo y un factor demasiado poderoso existente en
la afectividad, no exp erim entó cambio, tanto más cambió la definición de qué
era este factor con tal carga afectiva, y de qué constituía el yo. Así sucesiva­
mente, hizo hincapié en la im portancia etiológica del traum a real, del traum a
sexual de la infancia y de la insatisfacción del deseo sexual, para pasar después
-a partir del establecim iento de la teoría de la sexualidad- a poner el peso
principal en el desarrollo defectuoso de la pulsión sexual. K1 problem a de la
neurosis cobró m ayor com plejidad m ediante la distinción, que estableció en
1920, entre el Eros y la pulsión agresiva, con lo que el desarrollo inarm ónico
entre el yo y dicha pulsión encontraba reconocimiento como factor neuróge-
no. Si hasta esc m om ento había tenido en cuenta prim ordialm ente el proble­
ma de los trastornos pulsionales, en relación con su psicología del yo realizó
un cambio copcrnicano: el peso principal lo desplazó a la debilidad e insufi-

1 C. G. J u n g , “S ig m u n d F reu d ”, artículo necrológico publicado el 1 de octubre d e 1939.


Basin N achrichten, a ñ o 33.

201
202 I .A NM1KOSIS '.PROBLEMA DEL INST INTO O DF. LA PERSONALIDAD-

*ionic desarrollo del yo o, en general, a losproblemas del desarrollo delyo, cu\r


daños le parecieron fundamentales para el surgimiento de la neuroso
diferencia entre estos dos enfogues puede verse claramente al comparar ir
siguientes pasajes, correspondientes a los años 1913 y 1918 respecto amer/
I.n 1913 escribía Freud:

FI con (lid o origin al, del q u e se derivan las neu rosis, es el q u e se p rod u ce entre
p u lsio n es con servad oras d el yo y las p u lsion es sexuales, l ^ s n eu rosis responder
un su b y u g a m ien to m ás o m en os parcial d el yo por la sexu alid ad , una vez que
ha fracasado en el in ten to d e som eter a ésta.2

F.n cambio, en 1938, encontramos la siguiente observación:

L is n eu ro sis son afecciones del yo, y no es d e extrañ ar q u e éste, m ientras siga sk


d éb il, n o esté p len a m en te d esarrollado y sea p oco resisten te, fracase en Las tat
(pie a co m ete...3

Desde el primer momento fue decisivo para la teoría de la neurosis que


situaciones de conflicto entre el yo y el deseo instintivo arrastraban tras de s
indefectiblemente, a los mecanismos de defensa (represión) del \o. Ha
iniciar su psicología del yo, Freud había mantenido que la neurosis se debí
primordialmcntc a un intento fracasado de represión, mientras que posterio
mente la atribuía a un inadecuado intento de huida por parte del yo. En este úlnm
caso, no se trata de fenómenos de represión secundarios, sino también d
limitaciones permanentes en el desarrollo de la personalidad del yo.
Asimismo, para Freud, siguió siendo fundamental la etiología de las viitenc;
de la infancia para el surgimiento de las neurosis. Del mismo modo qu
reconocía en la sexualidad infantil y en su organización de la libido la ba.
fundamental para el posterior desarrollo del carácter y de la capacidad de rer,dtn:er,:
y de disfrute de la persona normal, veía en el desarrollofallido de la sexualidad ¡rifan
una de las causas principales de la formación de la neurosis. Consideraba qu
el acontecimiento más importante de la niñez era el comienzo en dos tiemposA
desarrollo sexual, hecho que “aparte de en la especie humana no [le paree
ser] conocido, y que evidentemente tenía gran importancia para el procc
de llegar a ser hombre”.'* Las consecuencias de ello no eran sólo los fenómen
amnésicos respecto a los acontecimientos de la edad más temprana. I
fijaciones y aprisionamientos de la libido en los objetos de las pulsion
parciales, sino también los procesos de represión bajo la influencia d
despertar del yo, sin olvidar la elección objctal que se producía en dos etapa.
Dentro del proceso de maduración humana, las fijaciones de la prime:
infancia representaban los auténticos puntos neurálgicos ciel desarrollo For un
parte quedaba limitada a estos puntos la moiñliddd de la libido y su capauda
de sublimación, y, por otra parte, constituían algo así como centro qu
2 S. Freud, “Das Interesse an der Psychoanalyse", 1913 (O í. Werke, VIH, p 410).
3 S. Freud, “Abriß der Psychoanalyse”, 1938 (Os. Werke, XVII. p. 111). (la cursiva cs mía
< Ibid. (Ges. Werke, XVII, p. 75).
LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD? 203

ejercían una constante fuerza de atracción sobre la libido consciente. Como


consecuencia de la tendencia a la perseveración de todo lo inconsciente,
siempre se producían nuevos intentos, por parte de los contenidos fijados y
reprimidos, de abrirse paso hasta la conciencia, intentos que, en años poste­
riores, Freud había de concebir como tendencias compulsivas a la repetición
por parte de lo reprimido.
Igualmente importante para la formación de la neurosis era la actividad
represora del yo, cuyo origen lo situaba Freud en el periodo de latencia y cuyas
motivaciones estaban en lo esencial determinadas por el complejo de castra­
ción. No sólo la represión, sino también la formación de contracatexis frente
a la invasión de lo reprimido, debilitaba la función del yo. Lo mismo que la
fijación suponía una debilidad en el desarrollo sexual, la represión era un punto débil
del desarrollo del yo.
También al fracaso en el mundo exterior, sobre todo a la regresión, le
correspondía, aparte de la que desempeñaba la represión, una función
neurógcna. Si el fenómeno del fracaso, con sus conocidas consecuencias de
evitar las exigencias de la realidad, de buscar refugio en la fantasía, permitía
descubrir el menor grado de resistencia a las cargas en el individuo, la regresión
conducía a su vez, mediante el retomo de la libido a los puntos de fijación, a la
manifestación abierta de la neurosis. De la etapa de la fijación dependía también
la “elección de la neurosis”5 que se diera en cada caso, y por tanto de su
manifestación en forma de histeria, fobia, neurosis compulsiva, o también de
morbo narcisista.
Las distintas etapas de la organización de la libido resultaban también
fundamentales para las experiencias en la vida amorosa del individuo. En ambos
periodos se formaban los dos mecanismos importantes a este respecto: por
una parte la inclinación hacia el objeto y, por otra, la concentración en la
propia persona. Si la identificación era la pauta que permitía superar la pérdida del
amor, que actuaba ya en la fase oral al producirse la renuncia al pecho
materno, el vínculo incestuoso, típico de la etapa fálica, suponía el punto
culminante del mecanismo de adhesión al objeto.
Las fases más importantes, de cara al origen de la neurosis, las veía Freud
en la fase fálica de la organización sexual y en el subsecuente periodo de la época
de latencia. Se caracterizaban por el complejo de Edipoen un caso y el complejo
de castración en el otro. Si el complejo de Edipo encarnaba a la libido
incestuosa por excelencia, al complejo de castración le adscribió Freud, en
cuanto exponente, no sólo del miedo subjetivo al incesto, sino también de la
prohibición del incesto impuesta por la cultura, la significación más impor­
tante en la vida del individuo, y ello en creciente medida. Era, si cabía, un
fenómeno aún más ominoso de lo que lo había sido el complejo de Edipo.
Según esta concepción, la tenacidad del vínculo incestuoso encontraba su contrapartida
en el miedo a la castración, igualmente tenaz. El objeto amoroso, que inicialmente
se había hallado en el progenitor del sexo opuesto, no podía conservarse. El
individuo caía en una relación ambivalente con lo paterno-autoritario, ali-
5 S. Freud, “Die Disposition zur Zwangsneurose”, 1913 (Ges. Werke, VIII, p. 442).
204 LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD?

mentada por sentimientos de odio y de culpa. La consecuencia inescapable


era el surgimiento del conßicto entre el deseo incestuoso y el miedo al incesto. Tanto
ontogenética como filogenéticamente, según Freud, el vinculo parental in­
cestuoso estaba destinado a desaparecer. El mecanismo de la vinculación
objetal dejaba sitio al mecanismo de la introyección. Lo que ya había comprobado
Freud respecto a la fase oral -que tenía lugar una “implantación del objeto
perdido [pecho materno] en el yo”- 6se confirmaba en relación con la amenaza
de castración de los genitales masculinos: el vinculo objetal incestuoso se
transformaba en identificación narcisista. O, dicho con otras palabras: el
individuo en crecimiento introyectaba en su interior la autoridad paterna-, surgía
el superyó, que perpetuaba la prohibición del incesto e impedía el retorno de los
afanes libidinosos.
De la forma que adoptase el proceso de introyección de la autoridad
paterna o materna dependía el éxito o el fracaso de la superación del complejo
de Edipo. Si la primera fase se caracterizaba aún por una identificación
relativamente sencilla del niño con el padre y una afición objetal tierna y
también sencilla hacia la madre, una segunda fase permitía ya reconocer
actitudes ambivalentes en estas relaciones. Con la entrada en efecto del complejo
de castración, estos vínculos objétales experimentaban una nueva complica­
ción: tanto si se trataba de un reforzamiento de la identificación con el padre,
o por el contrario, de una identificación con la madre, en ambos casos se daba
-refiriéndonos siempre a un varón- un afianzamiento de la masculinidad. Pero
todavía no acababan aquí las complicaciones. Las implicaciones del complejo
de Edipo y del complejo de castración se hicieron aún más incisivas al
suponerse la existencia de una tendencia a la bisexualidad constitucionalmenle
dada, hecho en el que le había hecho reparar Fliess. De la acción conjunta de
características masculinas y femeninas en los dos sexos resultaban vínculos,
tanto positivos como negativos, que unían al yo con ambos progenitores.
Freud sacó de aquí la notable conclusión de que no menos de cuatro compo­
nentes de relaciones incestuosas se hallaban anudados aquí entre sí.

El niño no sólo tiene una actitud ambivalente respecto al padre y mantiene una
tierna elección objetal respecto a la madre, sino que, al mismo tiempo, se comporta
como una niña: muestra hacia el padre una actitud caracterizada por la ternura
femenina y por la correspondiente actitud de celos y hostilidad frente a la madre.7

Análoga complejidad presentaba la situación en el caso de la niña. Con la


cuádruple configuración del complejo de Edipo o el de castración expresó
Freud un hecho del inconsciente que tiene extraordinaria importancia. Si no
se tiene en cuenta el concretismo de sus explicaciones, sobre todo de su
hipótesis sobre la psicología de las pulsiones, se descubren ciertas analogías
con los hallazgos de Jung respecto a la cuádruple estructura de lo psíquico. Estoy
pensando en el concepto de quatemio que, a diferencia de lo que ocurre con

6 S. Freud, Das Ich und das Es (Ges. Werke, XIII, p. 257).


T lbid., p. 261.
LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD? 205

Freud, no tenía una índole puramente psíquica, sino que se refiere a una
ordenación arquetípica dada apriorísticamente en forma de estructura cuádruple.8
En todos estos casos de formación de neurosis, el destino del individuo se
decidía por la forma y manera en la que se llevara la lucha entre el deseo
incestuoso y el miedo al incesto, o entre el complejo de Edipo y el de
castración. Dicho de otra manera: todo dependía de cómo se elaborase el
conflicto entre “las exigencias de la pulsión y las de la realidad”.9
Si lo dicho por Rank -que la neurosis “representaba la incapacidad del yo
de habérselas con una pulsión sexual demasiado poderosa”—10era válido para
todos los conocimientos basados en la hipótesis sexual, al dar Freud por
supuesta la existencia originaria de una pulsión de agresión y de destrucción,
surgía la tarea, aún más dificultosa si cabe, de controlar las tendencias
agresivas, no sólo dentro de la sociedad humana, sino, sobre todo, en el propio
interior del individuo. Freud estableció la notable hipótesis de que todo
impediiíiento que encontraba la tendencia a la agresión en el exterior hacía que esta
pulsión, de un modo que no dejaba de ser peligroso, se volviera hacia adentro. Del
mismo modo que la amenaza de castración procedente del padre conducía a
la formación de un superyó imperativo en el interior, también la evitación de
la agresión en el exterior hacía que apareciese en el interior una reacción
problemática. Freud pensaba en la interiorización de estas pulsiones, que rara vez
resultaba inofensiva y que, por el contrario, era la causa de graves perturba­
ciones del proceso de maduración del individuo que se dejaban sentir ya en
la etapa anal. La autodestrucción y el miedo eran sus consecuencias más
frecuentes.
Con el desarrollo de la psicología del yo se transformó también, en más de
un aspecto, el cuadro trazado sobre el origen de la neurosis. Si en su teoría
de la sexualidad, Freud había atribuido al mecanismo de represión la causa
primordial en la formación de la neurosis, dentro del marco de la psicología
del yo aparecía cada vez más postergado en relación con la importancia que
ahora se daba al miedo y al superyó. Por una parte, como hiciera constar
Freud, el yo, amenazado por peligros interiores y exteriores, recurría a
medidas de aseguramiento y protección, y por otra parte era el superyó el
que, como constante temor de la conciencia, como temor de perder el amor,
rechazaba las exigencias instintivas sirviéndose de distintos mecanismos (me­
canismos de defensa). Al igual que el superyó llamaba a la renuncia a la pulsión,
el yo poseía con la señal del miedo o de la angustia un instrumento para hacer
entrar enjuego la represión. Por eso Freud, cambiando su anterior afirma­
ción de que el miedo era consecuencia de la represión, llegó a lo siguiente:

No es la represión la que origina la angustia o el miedo, sino que el miedo está ahí
con anterioridad; es el miedo el que da lugar a la represión.11
8 C. G. Jung, Aion, 1951, p. 233. Véase también el Apéndice, p. 267.
9 S. Freud, “Abriß der Psychoanalyse” (Gm. Werke, XVII, p. 59).
10 O. Rank, Imago, 1912, I, p. 7.
11 S. Freud, Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse, 1933 (Ges. Werke,
XV, p. 92). (1.a cursiva es mía.)
206 LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD?

Todas estas funciones del yo y el superyó hacían que disminuyera la


capacidad de rendimiento del yo. El individuo se sentía no sólo paralizado,
sino también desorientado. Los mecanismos de defensa que se utilizaban en
cada caso solían fijarse en el yo e inducir modos de reacción del carácter que se
renovaban regularmente. Se introducían cambios permanentes del yo, que cul­
minaban en la tendencia a la limitación de sí mismo12y favorecían la presentación
de la neurosis.
Si bien Freud siempre mantuvo que en todos los casos existía un desarrollo
defectuoso de la vida instintiva en la infancia (neurosis infantil, intentos de
represión precoces, resistencias o contracatexis del yo frente al retorno de lo
reprimido), que favorecían la formación de la neurosis, era evidente que daba
menos peso a la importancia primario-etiológica de los factores sexuales. Y no
sólo complementó los fallos en el desarrollo de la pulsión sexual con los de las
deformaciones de la pulsión agresora, sino que llegó también a la conclusión de
que losfallos en el desarrollo del yo, que se manifestaban en la persistencia de las
reacciones de defensa, en intentos de huida bajo el dominio del miedo, y en
un insuficiente control de las pulsiones, tenían al menos tanta importancia
etiológica como los trastornos de la afectividad. Ixi etiología de la neurosis no tenía, en
consecuencia, nada de unitaria. Abarcaba tanto las contenciones de la pulsión
-ocasionadas primordiaimente por el complejo de Edipo y el complejo de
castración- como los daños ocasionados por las “insuficientes reacciones del
yo ante los peligros procedentes de la pulsión”,1213y en especial el aumento de
la disposición a la angustia y de los intentos de huida.
Era interesante que el factor biológico se dejara notar de modo creciente en
la concepción freudiana de la neurosis. Aparte del comienzo en dos tiempos del
desarrollo sexual, al que ya nos hemos referido, tenían también importancia
etiológica para Freud la prolongada dependencia del niño de los padres, la relati­
vamente tardía maduración del yo, la bisexualidad, por no hablar de las condiciones
hormonales y químicas en la vida del organismo. Las neurosis eran, en consecuen­
cia, “afecciones graves fijadas constitucionalmente, que rara vez se limita[ba]n
a unas cuantas apariciones esporádicas, manteniéndose la mayoría de las
veces durante largos periodos de la vida o durante la totalidad de ésta”.14
¿Qué conclusiones sacó Freud de la idea fundamental de su concepción
de la neurosis en relación con la índole del síntoma neurótico? En su
orientación siguió siendo decisivo lo que ya había resaltado en su intercambio
epistolar con Fliess en cuanto a que el sentido de los síntomas reside en el
hecho de que existan “pares contradictorios de satisfacciones de deseos”,15y
que estos pares surgían allí donde coincidían la “idea reprimida y la represo­
ra”, dando origen a compromisos. Y de modo muy similar volvía a afirmar
treinta y cuatro años más tarde (1933):

12 S. Freud, Hemmung, Symptom und Angst, 1926 (Ges. Werke, XIV, p. 188).
13 H. Nunberg, Neurosenlehre, 1959, p. 367.
14 S. Freud, Neue Folge der Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Ges. Werke, XV, p.
165).
15 S. Freud, Aus den Anfängen der Psychoanalyse, p. 296. Carta de 19 de febrero de 1899.
LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTIN TO O DE LA PERSONALIDAD? 207

Podríamos decir que los síntomas de la neurosis son, en todo caso, bien satisfaccio­
nes sustitutivas de un afán sexual, o medidas para evitar el mismo, constituyendo,
por regla general, compromisos entre cimbas casru...16

En el síntoma coincidían las fuerzas divididas, es decir, constituían por lo


regular -como Fretid destacaba aún en sus obras tardías- compromisos, “de
acuerdo con las leyes entre contrarios válidas para el inconsciente...”17 (con­
densación, desplazamiento, etc.). Como intentos básicamente fracasados de
reconciliación de las posiciones en conflicto mostraban todos los signos de la
neurosis que se había tornado manifiesta: no sólo el apartamiento del princi­
pio de realidad y la entrega al principio del placer; no sólo la regresión a los
infantilismos y arcaísmos, sino también las tendencias a la repetición de los
contenidos reprimidos y a un aumento de la disposición al miedo. En todos
estos casos podía observarse también una creciente inclinación a la rigidez y
el estupor, que la mayoría de las veces tenía como consecuencia una dismi
unción de la capacidad de rendimiento y de goce, así como de la adaptación
a la realidad.
Según el tipo de satisfacción ausente y la clase de forma que adoptara la
neurosis, también las satisfacciones sustitutivas asumían distintas formas: tal
como Freud había señalado en 1893, la histeria de conversión era una
traducción total de las pulsiones reprimidas en síntomas orgánicos, con la
correspondiente falta de conciencia del proceso patológico. Y también en la
histeria de angustia se trataba de una transformación en medio de la libido
reprimida, concepción que experimentó luego la inversión mencionada
según la cual era el miedo el que provocaba la represión. En la neurosis
compulsiva, por último, lo característico era el mecanismo de desplazamiento,
de la formación reactiva y contracatcxis de la enfermedad, pudiendo obser­
varse una constante oscilación entre los intentos del material reprimido por
salir a la luz, en un extremo, y el represor en el otro. No vamos a profundizar
más en el cambio que experimentó la concepción de Freud sobre la sintoma-
tología en relación con el descubrimiento de la pulsión de agresión y de
destrucción, así como de la psicología del yo.
Pero sí quisiera subrayar aún, para terminar, que ya para Freud la neurosis
era un fenómeno lleno de sentido. Aun cuando con ello expresara una interesante
idea que lo acercaba a Jung, no debemos ignorar que Freud entendía por
sentido algo totalmente distinto a lo que entendía aquél. De acuerdo con su
enfoque científico-natural, veía en el sentido del síntoma, sobre todo, un
enchaînement de las vivencias del enfermo, es decir: causas ocultas en la vivencia
y su contexto. En consecuencia, también el hallazgo del sentido estaba
relacionado con el descubrimiento de las causas entretejidas en el engarza-
micnto de síntoma, trauma y material mnémico del ello y del yo. Si en el
periodo que precedió a la elaboración de la psicología del yo, Freud hizo
hincapié en el recordar, en el examen exhaustivo de las resistencias y en la
16 S. F reud, “Abriß d er Psychoanalyse” (Ges. Werke, XVII, p. 112).
17 Ibid.
208 LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD?

recuperación del pasado olvidado,18en años posteriores (1937) completó este


objetivo mediante la idea de un reforzamiento del yo. Lo que vislumbraba, al
hacerlo así, era tanto el “afianzamiento del dominio sobre la pulsión 19 y el
control intelectual del mundo circundante”20como el fomento de la adapta­
ción mediante la educación para la realidad. En resumen, lo que le importaba
era “sustituir las represiones permeables por situaciones de superación confiable de las
mismas y que tuvieran en cuenta al yo".21

2. La n e u r o sis com o problem a de ia p erson alid ad (Jung)

a) Im neurosis como discordia consigo mimo

Jung siempre reconoció el mérito de Freud de haber creado una psicología


de la neurosis. Todavía en 1943 escribía:

Es a Freud a quien corresponde el mérito inmortal de haber establecido las bases


fundamentales para una psicología de la neurosis.22

Veía su aportación más importante a este respecto, no sólo en la investiga­


ción de las sintomatoiogías y de sus causas, sino también y ante todo en el
análisis de los mecanismos reguladores, en especial de los mecanismos de la
represión y la regresión.
Pero aunque era profunda la impresión que Freud había causado en Jung,
y aunque había recibido de éste más de una incitación, desde el principio se
interesó menos por la investigación de las causas, por el determinismo causal
de la neurosis, que por su sentido y su significación en el marco de la personalidad.
Puesto que su concepción de la neurosis la desarrolló con bastante inde­
pendencia de Freud, voy a prescindir de una comparación exhaustiva de los
dos enfoques.
En la medida en que se trataba de establecer cuadros clínicos, que para
Freud tenían una importancia primordial, son escasas las indicaciones que
encontramos en la obra junguiana. Lo que había formulado al respecto
claramente en los años cuarenta podemos encontrarlo ya en los primeros años
de su labor científica. Su interés se dirigía menos a la elaboración de cuadros
clínicos que a la comprensión de su contenido.23 Más importante que el diagnós­
tico clínico era para él comprender la psique enferma, el hecho de que el enfermo
18 S. Freud, “Erinnern, Wiederholen und Durcharbeiten” (Ges. Werke, X, pp. 126 ss.).
19 S. Freud, “Die endliche und die unendliche Analyse”, 1937 (Ges. Werke XVI p 74)
20 Ibid., p. 72.
21 Ibid., p. 73 (la cursiva es mía).
22 C. G. Jung, Über die Psychologie des Unbewußten, 1943 (Ges. Werke, VII, p. 10).
23 C. G. Jung, “Medizin und Psycholhcrapie”, 1945 (Ges. Werke, XVI, p. 93).
LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD? 209

traía consigo al tratamiento “un alma entera y con ella todo un trozo de
mundo”.24 Lo que vislumbró desde el primer momento fue la personalidad
enferma (1902), idea que cuarenta años más tarde habría de repetir, habiendo
profundizado más en ella, al afirmar con énfasis que no había sólo enfermedades,
sino también enfermos, y que el objeto de la psicoterapia no era la ficción de la
neurosis, sino la totalidadperturbada de un ser humano.25Con tales pensamientos
buscaba dar expresión a lo que en el hombre había de superior, así como a la
disposición del individuo respecto a ese algo superior como sentido que
ejercía en su vida un efecto sanador.
A diferencia de la atribución que en los primeros tiempos había hecho
Freud del enfermar psíquico al fracaso de un mecanismo de defensa, la
atención de Jung se dirigió primordialmente a la idea de una personalidad en
discordia consigo misma. Si también él consideraba -a semejanza de Freud—que
el conflicto psíquico era fundamental para el origen de la neurosis, este
conflicto no se limitó nunca a contradicciones existentes en las pulsiones. No
eran sólo mociones pulsionales contrapuestas las que se situaban frente a
frente, sino que eran también emociones espirituales, personalidades. La
neurosis era fundamentalmente un fenómeno de disociación de la personalidad,
la expresión de contradicciones no resueltas.
Desde el punto de vista formal. Jung, apoyándose en Janet, definió la
neurosis desde el principio como una disociación de dos personalidades que se
mantenían separadas gracias a la intervención de poderosas inhibiciones
de la afectividad.26 También hizo hincapié en los años 1912/1913 en que la
neurosis suponía esencialmente una desavenencia, discordia consigo mismo 27
una “desunión con uno mismo”, llena de tensiones, que había que entender
como expresión de una contraposición inconsciente de dos tendencias de la
psique que se hallaban en recíproco contraste. Decisiva fue siempre para él
la discrepancia entre una actitud consciente y una actitud inconsciente, que
con frecuencia estaban también referidas a una disputa entre un comporta­
miento moral-espiritual y amoral-natural. Una de sus primeras definiciones
de la neurosis rezaba así:

En la neurosis subsisten dos tendencias [eróticas] que están en rigurosa contradic­


ción recíproca y de las que, al menos una, es inconsciente (1912).28

Siempre mantuvo la idea de que la neurosis encerraba dos complejos


contrapuestos o personalidades en contradicción, completos en sí y que
conjuntamente constituían un todo. Tanto si la base era una unilateralidad
patológica del desarrollo de la personalidad; que se manifestara en forma de
antagonismo entre un modo actitudinal que había permanecido en el estadio
24 C. G. Jung, “Die Psychotherapie in der Gegenwart”, 1941 (Ges. Werke, XVI, p. 101).
25 C. G. Jung, "Medizin und Psychotherapie” (Ges. Werke, XVI, p. 95). (La cursiva es mía.)
26 C. G. Jung, “Psychoanalyse und Assoziationsexperiment”, en Diagnostische Assoziationsstu­
dien, I, p. 279.
27 C. G. Jung, “Neue Bahnen der Psychologie”, 1912 (Ges. Werke, VII, p. 284).
28 Ibid., p. 280. El término “erótico” desaparece en la segunda edición de 1917.
210 LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE IA PERSONALIDAD?

infantil y otro más maduro; que se trate de división entre una motivación
relativamente primitiva y una motivación espiritual, del conflicto entre la
propia convicción y la disposición instintiva o, finalmente, de la oposición
entre las intuiciones colectivas y la predisposición personal, siempre vio Jung,
eii el conflicto neurótico, la expresión de una tensión de contradicción más amplia e
inmanente a la inda.
Jung no se limitó a rechazar la explicación exclusiva de la neurosis
mediante un conflicto instintivo, sino que rechazaba también el desplaza­
miento del punto de gravedad a la etiología del pasado. No eran los recuerdos
infantiles, sino el conflicto actual el que se encontraba en el punto focal de su
planteamiento. Veía en la neurosis, en primer lugar, una “reacción [inadap­
tada] a un conflicto actual”,29 cuya culminación consistía, en la mayor parte
de los casos, en que el individuo se evadía adentrándose en el mundo de la fantasía.
En todo caso, ya en los años noventa, también Freud señaló el hecho de la
huida de una realidad insatisfactoria y el refugio en las invenciones de la
memoria. Pero, aparte de esto, la fijación reprimida, el trauma reprimido,
recibía en su psicología el significado de un primer punto de partida que
ejercía una gran fuerza de atracción. En contraposición a él, Jung veía en la
nostalgia retrospectiva, en el retroceso del yo ante las exigencias de la
realidad, una causa primaria de la formación de la neurosis. Era la fantasía
la que imaginaba las fábulas sexuales y los traumas de la infancia, dándoles la
apariencia de realidad.30
Pero, del mismo modo que Jung no retrotraía a la infancia el origen del
conflicto neurótico, tampoco lo reducía de modo general a una problemática
personal. Ya en 1912 puso de relieve que, en la neurosis, podían manifestarse
también problemas humanos generales, tales como los problemas del devenir de
la humanidad.31 En tales casos, no era raro que el enfermar neurótico se le
presentara como “un intento fallido del individuo de resolver en sí mismo el
problema general”.32 Es notable a este respecto lo pronto que Jung comple­
mentó la significación de los conjuntos de relaciones importantes para la
historia personal con la que tenían los objetivos y planteamientos humanos de
carácter general, enfoque este en el que habría de profundizar aún consider­
ablemente en el marco de sus investigaciones en torno a los problemas del
inconsciente colectivo y de los arquetipos.
A semejanza de Freud, que buscaba una explicación dinámica de la
neurosis, también Jung trató de profundizar la concepción de la neurosis que
hasta ese momento había mantenido, basada en la “discordia de la persona­
lidad consigo misma”, mediante el punto de vista energético. Pero a diferencia-
de Freud, que quería basar su dinámica, de marcado tono sexual, en meca­
nismos psíquicos tales como la represión, la formación de subrogados y la
regresión, Jung partía de formas de relación que, por una parte, eran
resultado de la acción del principio de la tensión de contradicción, y, por otra,
29 C. G. Jung, Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie, 1913, p. 132.
30 Ibid., pp. 139 ss.; véase también la p. 133.
31 C. G. Jung, “Neue Bahnen der Psychologie”, (Gm . Werke, VII p 284)
32 Ibid.
LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD? 211

derivaban de la interacción de la conciencia y el inconsciente. Era esencial al


respecto el criterio de una diferenciación del proceso de acceso a la conciencia. Los
trastornos, tanto en el desarrollo de modos de comportamiento contrapuestos
como en la evolución de la conciencia, podían conducir a la formación de
neurosis.
Desde poco después de la separación de Freud pueden observarse en Jung
los inicios de un punto de partida semejante que hace hincapié en lo
totalizante. En la extraversión y la introversión descubrió modos de actitud
de la personalidad contradictorios,33 cuya agudización unilateral parecía
arrojar luz sobre el origen de la histeria, es decir, de la neurosis obsesiva.
Su nuevo enfoque alcanzó un punto culminante en la psicología de los tipos
(1921), en la que, aparte de los tipos de actitud correspondientes, investigó
Jung las relaciones energéticas existentes entre las funciones de orientación
opuestas (pensar-sentir, intuición-sensibilidad).
A este respecto pudo comprobar el hecho notable de que el individuo,
siempre y cuando se desarrolle de manera armónica la interacción de los
modos de función y de actitud opuestos, estaba también en armonía con el
todo. O, dicho de otra manera: la energía se desarrollaba de modo progresivo,
entendiendo Jung por “progresión” un seguir adelante del proceso de adaptación
psicológica, 34 Los opuestos se unían y actuaban de manera coordinada. Desde
el punto de vista energético sólo se producían trastornos cuando el movimien­
to progresivo de la libido conducía a una cierta unilateralización de la
conciencia, pues con la absoludzación del punto de vista consciente surgía el
peligro de que descuidaran, se desvalorizaran o se reprimieran los contenidos
opuestos al mismo. Las consecuencias eran fenómenos de retención, tensiones
disonantes, formación de complejos y los subsecuentes conflictos psíquicos,
hechos todos ellos que favorecían el desmoronamiento de la personalidad.
Con la disgregación de los pares de opuestos que hasta ese momento
habían estado unidos se descomponía también la unidad de impulso y
contraimpuíso, del sí y el no.35 Una parte de la libido se volvía regresiva,
retornaba a un estadio infantil, incluso arcaico. Los complejos emergían; la
conciencia se inundaba de contenidos inconscientes y sufría un abaissement du
niveau mental. Se presentaba una situación en la que el yo a duras penas era
capaz de mantener en pie los puentes que lo unían con la psique inconsciente.
Con la disociación de los pares de opuestos que hasta ese momento habían
actuado conjuntamente se manifestaba asimismo la neurosis.
Como había reconocido el propio Freud, también Jung atribuía a la
regresión un papel de la máxima importancia en la etiología de la neurosis.
Pero, en todo caso, no concebía la regresión de un modo mecánico, sino
siempre en relación con el individuo en su totalidad. Siempre que la actitud
consciente resultaba insuficiente, siempre que la conciencia se cerraba frente
a los contenidos inconscientes y se apartaba del todo, se producía un reaviva-
33 C. G. Jung, “Zur Frage der psychologischen Typen”, 1913 {Ges. Werke, VI, pp. 542 ss.).
34 C. G. Jung, Über die Energetà der Seele, p. 54 {Ges. Werke, VIII, p. 35). (La cursiva es mía.)
35 Ibid., p. 56 {Ges. Werke, VIII, p. 36).
212 LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD?

miento de las funciones y complejos inferiores, excluidos hasta ese momento del proceso
de adaptación. Surgían así fenómenos de retención que daban ocasión a que
se formaran síntomas neuróticos. Tal como correctamente había puesto de i
relieve Toni Wolff, hablar de síntoma era utilizar “una expresión inadecuada
que sólo [debía entenderse] desde un punto de vista energético... como
fenómeno de contención”.36
Aun cuando inicialmente Jung había considerado a los síntomas neuróticos
“reminiscencias regresivamente resucitadas” (1913),37 la explicación causal
cada vez despertaba menos su interés. Reconocía cada vez más como lo propio
del síntoma el sentido oculto, el proceso arquetípico que le servía de base. De
acuerdo con su inclinación hacia el sentido integral, la regresión, a diferencia
de lo que ocurría con Freud, no era para él, necesariamente, un proceso
patológico, un “paso atrás en el sentido de una involución o degeneración”.38
Era mucho más importante, a su entender, concebirla como potencialmente
positiva, como una vivificación de nuevos valores y como un estímulo para
adquirir una actitud fructífera ante la vida. Mientras que Freud se aferraba a
que el movimiento regresivo indicaba un “retorno [patológico de la libido] a
fases anteriores de la vida sexual”,39Jung, en todos aquellos casos en los que
el retorno se producía en la dirección de una introversión de la libido I
orientada hacia un objetivo, es decir, a una adaptación al mundo interior40 y a
sus tendencias autorrealizadoras, lo concebía en un sentido prospecdvo-cons-
tructivo.
Tocamos con esto una diferencia sobremanera importante con la teoría
freudiana: la complernentación del enfoque causal con el enfoquefinalista-pros­
pectivo.41 La pregunta por el “para qué” hacía pasar a segundo plano la que
se había formulado respecto al “por qué”. Con otras palabras: el descubri­
miento de las causas requería su complernentación con el planteamiento del
sentido del síntoma neurótico en el conjunto de la personalidad. Este intento
de nueva valorización cobró ya expresión en 1913 al concebir Jung que esta
forma de enfermar no era “eo ipso lo antinatural, lo morboso, sino [que era]
asimismo lo conveniente y lleno de sentido”,42 que muchas veces anunciaba
un intento individual de solución de un problema que hasta ese momento
parecía insoluble. A partir de ahí, es decir, desde un punto de vista finalista,
la neurosis suponía un intento fallido de introducir en la vida consciente la otra
parte, taparte no reconocida de la personalidad total.43 Se manifestaba en ella el
fracaso de una integración en la personalidad total de los valores y aspectos
que faltaban en el yo:
36 Toni Wolff, “Einführung in die Grundlagen der Komplexen Psychologie”, en Die kulturell,
Bedeutung der Komplexen Psychologie, 1935, p. 69.
37 C. G. Jung, Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie, p. 106.
38 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, p. 62 (Gm . Werke, VIII, p. 40).
39 S. Freud, “Über Psychoanalyse”, 1910 (Ges. Werke, VIII, p. 53).
40 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, p. 61 (Ges. Werke, VIII, p. 39).
41 C. G. Jung, “Allgemeine Gesichtspunkte zur Psychologie des Traumes” (Ges Werke VIII
pp. 275 y 290). ’
42 C. G.Jung, Versuch einer Darstellung der psychoanalytischen Theorie,?. 137. (La cursiva es mía \
43 C. G.Jung, “Neue Bahnen der Psychologie” (Ges. Werke, VII, p. 289).
IA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD? 213

...en la neurosis [residían] aquellos valores... de los que el individuo carecía.44

hn contraposición a la desintegración neurótica, la integración de los


valores ausentes o incomprendidos era para Jung, hablando en términos
energéticos, equivalente a la transformación de un movimiento regresivo de
la energía en un movimiento positivo. Jung entendía por tal la capacidad del
individuo de soportar conscientemente la aproximación de los contenidos
inferiores, concediéndoles el crédito de posibilidades prospectivas, compor­
tamiento este que calmaba la resaca del inconsciente. Surgía un nuevo gradiente
entre los contranos y, con ello, la condición energética necesaria para una
superación mediante la conversión en símbolo. A este proceso de surgimiento de
un tercer factor a partir de los opuestos lo denominó Jung el alumbramiento de
un símbolo.

Con el alumbramiento del símbolo cesa la regresión de la libido en el inconsciente.


La regresión se transforma en progresión; la contención torna a fluir. Se rompe
así el poder de atracción del inconsciente.45

La aplicación del enfoque finalista a la terapia de las neurosis, la actitud


tolerante ante los movimientos regresivos de la libido, la atención dirigida
hacia una transformación y reorientación de contenidos que hasta ese mo­
mento habían sido inaceptables, comprendía asimismo una nueva valoración
delfenómeno del miedo. Ya en Wandlungen und Symbole der Libido había expuesto
Jung la relación entre el miedo (imagen del dragón) y el desarrollo de la
conciencia y había reconocido que no sólo todo nuevo paso, todo reaviva-
miento de contenidos inconscientes, sino todo descenso de la energía hasta
la esfera instintiva, iba acompañado de miedo y de resistencias. Lo mismo que
el miedo a ser devorado por el primitivismo y la inconsciencia del estrato
instintivo constituía el objeto perenne del mito heroico y de los viajes a1
mundo subterráneo, también formaban parte de sus hipótesis omnipresentes
la superación del miedo y los peligros. De ahí que en la psicoterapia no debían
pasarse nunca por alto los sentimientos de miedo, que tenían el significado
de indicios de la existencia de puntos débiles, de un equilibrio deficiente y de
una insuficiente preparación de cara a las tareas ante las que se encontraba
el sujeto. El miedo era el compañero constante en la senda del desarrollo, el
miedo en forma de oscura sensación de peligro, de duda respecto al sentido
del acontecer y también de desesperación acerca de la carencia de sentido del
camino. A diferencia de Freud, que entendía el miedo fundamentalmente
como una señal que indicaba un peligro posible y que incitaba a levantar
baluartes defensivos del yo, Jung le concedía también una valoración positiva:
podía entenderse asimismo como una invitación a reforzar y ampliar el punto de
vista consciente. El miedo podía constituir tanto el motivo para emprender lafuga como
para emprender el camino del héroe.
44 C. G. Jung, Die Psychologie der unbeurußten Prozesse, p. 79 (Ges. Werke, VÏI, p. 67).
45 Q' G. Jung, Psychologische Typen, p. 368 (Ges. Werke, VI, p. 282).
214 LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD?

b) Neurosis y curación

El enfoque prospectivo-finalista llevaba consigo su correspondiente plantea­


miento psicoterapéutico. Cuanto más planteaba Jung la pregunta por el
sentido de los fenómenos psíquicos inconscientes, tanto menor importancia
tenía para él el objetivo de la toma de conciencia de las causas que Freud había
postulado. No le interesaba de manera vital ni una terapia de la supresión de
la represión o de la recuperación de amnesias, ni una terapia encaminada a
superar las resistencias. No es que Jung despreciara lo reprimido y su
problemática. Muy al contrario. Pero tenía para él menos importancia en
cuanto causa que en cuanto portadora de un sentido oculto y de una finalidad aún
velada. Esto explica también por qué apenas buscaba la liberación de lo
reprimido, sino, antes bien, la penetración del sentido que en ello se revelaba.
La supresión de la represión habría supuesto, en su opinión, una “inmola­
ción” del espíritu que actúa en ella. También el fenómeno de la resistencia lo
tomó tan en serio que hubiera entendido su superación como una destrucción
de tendencias al sentido ocultas, pues no era raro que viera en la resistencia
el primer signo de adquisición de autonomía por parte del enfermo, de su
autodevenir, que se ponía de manifiesto en una actitud de oposición al
analista. En 1906 había reconocido Ju n g en el com portamiento del indi­
viduo marcado por una acentuada resistencia, ya fuera hacia los padres y
maestros o hacia el médico, el deseo inconsciente de nueva adaptación a la
realidad, concepción esta que había de asumir Freud cinco años más tarde
al establecer la distinción entre el principio del placer y el principio de la
realidad.
La penetración en el sentido oculto en el síntoma neurótico incluía algo
más, a saber: el cambio del paciente hacia una nueva actitud de la conciencia
respecto a su padecimiento. En el intento de alcanzar un modo de compor­
tamiento conforme a la totalidad de la personalidad estamos tocando el
propósito terapéutico más característico de Jung.

El cometido de la psicoterapia consiste en cambiar la actitud consciente, y no en


andar buscando recuerdos hundidos en la infancia.46

Sobre el “cómo” de la transformación no podía, de todas formas, decirse


nada general en el caso individual. Dependía, en última instancia, de la
situación de necesidad en que se encontrara cada paciente. Puesto que la
finalidad de la transformación tenía siempre su fundamento en el individuo,
éste sólo podía transformarse en “lo que realmente era". Para conseguir que se
experimentasen los intentos de solución inmanentes, que servían de base al
síntoma inconsciente, se apoyaba Jung en un método de indagación adquiri­
do gracias a la amplificación. También las manifestaciones espontáneas del
inconsciente, como las que se producían en los sueños, fantasías y visiones,
servían para la indagación del sentido. Lo primordial era siempre para él el
46 C. G. Jung, “Einige Aspekte der m odernen Psychotherapie”, 1929 (Ges. Werke, XVI, p. 33).
LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD? 215

saber inconsciente del propio paciente, y no el saber del médico, aun cuando
los conocimientos y la comprensión de este último podían revelarse, secun­
dariamente, como de gran utilidad.
Este punto de vista tenía también, como es natural, su efecto sobre el tan
debatido problema de la transferencia del paciente al médico. Aun cuando,
a semejanza de Freud, reconociera Jung en la situación de transferencia un
factor fundamental para la curación, en la forma de tratar esta situación se
producía una diferencia abismal entre Freud y él. Su principal preocupación no
era la superación o disolución de la relación de transferencia, sino, antes bien, el dejar
crecer las tendencias ocultas en esta relación. Por medio de esta actitud esperaba
comprender mejor la verdad interna del paciente, de manera tal que pudieran
establecerse las constelaciones de valores que importaban de modo inmediato
al enfermo. Incluso cuando el paciente hacía llegar al médico deseos infantiles
y representaciones arcaicas, Jung no lo valoraba como algo de valor inferior
que había que superar, sino más bien como un material todavía informe que
escondía en sí la personalidad más adulta. El éxito de la empresa dependía
también en gran medida de la personalidad del médico, de su capacidad de
comprensión, de su madurez y grado de objetividad. Pero ser objetivo no
significaba para Jung ester por encima de la situación, sino dentro de la situación,
ser en la medida de lo posible consciente de su propia igualdad y ponerse al
servicio de lo suprapersonal. En la medida en que el médico significaba tanto la
enfermedad como la curación para el paciente, la adecuada configuración de la
relación entre ambos era de vital importancia. La relación psíquica entre
médico y paciente era cualquier cosa menos una forma de vinculación que
había que “superar”, sino que era -como ocurre a menudo con posibilidades
de la autorrealización y de la adquisición del sentimiento de libertad
interior- una forma de relación que era provechoso tomar en serio e
indagar. La libertad interna nunca significó para Jung estar libre de todo
vínculo, sino, por el contrario, el reconocimiento de la relación interna que nos
une a los demás.

c) Im disociación en la neurosis y en la psicosis

Como ya he expuesto, Jung consideraba la neurosis fundamentalmente una


desavenencia de la personalidad consigo mismo en la que incidía un alto grado
de inconsciencia. A su parecer, incluso en los primeros años de su labor
científica, la fragmentación de la personalidad que se producía en la psicosis
estaba en una cierta contradicción con una disociación de la personalidad de
este tipo.
¿Qué significaba psicológicamente este desmoronamiento de la personali­
dad? Ya en 1907 señaló Jung, continuando la observación hecha por Freud
de una “incongruencia entre el contenido de la representación y el afecto”,
el hecho de una “devastación del complejo” que podía llegar incluso hasta la
completa desintegración de la personalidad. Si a este respecto se apoyaba en
216 IA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEI. INSTINTO O DE IA 1’KRSONAI.l DAD?

d concepto de Janet de la ''désagrégation psychologique"*7en los casos de histeria


aguda, también basaba su aseveración en la presencia de una pérdida de
realidad4* en el síndrome psicasténico. Con tales pertrechos se opuso a la
opinión mantenida por Freud de que, en la paranoia, a semejanza de lo que
ocurría en las neurosis, se producía una retirada de la libido de los objetos.40
Según su experiencia, la suposición de Freud de que la regresión psicólica de
la libido alcanzaba hasta las etapas primarias del autoerotismo infantil, no era
acorde con los hechos. La dementia praecox parecía diferenciarse precisamente
de una mera introversión de la libido en que lo que estaba en cuestión no era
una pérdida del caudal libidinoso, sino más bien una pérdida de la adaptación
a la realidad
No carece de interés el que Freud, aproximadamente veinte años más
tarde, y sólo después de la fundamentación antropológica de su psicología
(1923). pusiera en primer plano del origen de la enfermedad el hecho de la
pérdida de realidad tanto en las neurosis como en las psicosis. Aun cuando
seguía aferrándose al mecanismo de la separación de la libido de sus objetos,
exploraba cada vez. más el origen de las enfermedades psíquicas en relación
con el fracaso de la función del yo. Le parecía tener relevancia etiológica, no sólo
el fallo de la función de realidad, sino también el no conseguir el control de
las pulsiones. Y el fracaso podía tener tres tipos de efecto: en la relación del
yo con el ello, con el superyó y con el mundo exterior.

l-a neurosis de transferencia corresponde al conflicto entre el yo y el ello; la neurosis


narcisista, al conflicto entre el yo t el superyó, y la psicosis, al conflicto en el yo y
el mundo exterior.51

También los síntomas psíquicos los concebía Freud en aquella época tardía
de su labor, de manera parecida a como lo había intentado Jung en 1912, es
decir, como sustantivos de la realidad (equivalentes de la realidad, en la
concepción de Jung), atribuyéndoles la función de la restauración de la
relación con la realidad.52
Otro rasgo común tie ambos investigadores consistía en que, en la etiología
de las enfermedades psíquicas, no se basaban únicamente en factores psicó-
genos, sino que también prestaban atención a las fuentes somáticas. Mientras
que Freud ponía siempre de relieve la química de las sustancias sexuales, o
del metabolismo sexual, ya en 1907 estableció Jung la hipótesis de que en la
dementia praecox podía actuar una toxina™ Esta suposición forma parte de las
intuiciones con gran fuerza de anticipación que no influyeron en la investi-478950123
47 P. Janet, Névroses et idéesfixes, 1808.
48 Ibid.
49 S. Freud, “Über einen autobiographisch beschriebenen Fall von Paranoia" 1911 (Ges
Werke, VIII, pp. 313 s.).
50 C. G. Jung. Dementia praecox, p. 114 (Ges. Werke. III, p. 109).
51 S. Freud, “Neurose und Psychose", 1924 (Ges. Werke, XIII, p. $90).
52 S. Freud, “Der Rcalitätsverlust bei Neurose und Psychose“, 1924 (Ges. Werke, XIII p $68)
53 C. G. Jung, Dementia praecox, p. 114 (Ges. Werke, III, p. 109). ’ ’ 1“
LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD? 217

gación psiquiátrica del momento, pero que, en cambio, se adelantaban a


algunos resultados experimentales de la psiquiatría actual.
Si en aquellos años iniciales Jung concibió la dementia praecox como “origi­
nalmente psicógena, mientras que los procesos tóxicos o destructivos [eran]
secundarios”,54diez años más tarde se inclinaba a reconocer, en algunos casos,
la preeminencia etiológica de procesos orgánicos. Comprobó cada vez más que en
la dementia praecox (denominada esquizofrenia en la terminología de Bleuler)
había factores que, a diferencia de lo que ocurría con la neurosis, no podían
incluirse dentro de “un sistema de referencia puramente personalista”, sino
que exigían que se tuvieran en cuenta procesos primordialmente biológicos.
Al principio dirigió su atención a la investigación defactores psicológicos, puesto
que su enjuiciamiento y valoración permitía apreciar también la posibilidad
de un tratamiento psicoterapéutico del enfermo. Tal como afirmaría Jung, en
mirada retrospectiva, en años posteriores (1959), uno de sus primeros descu­
brimientos había sido que la esquizofrenia, dentro de ciertos límites, puede
tratarse también psíquicamente.
Es un hecho con ocid o que hace cincuenta años pude comprobar a plena satisfac­
ción mía que la en ferm ed ad, aunque en medida limitada, puede tratarse m ediante
psicoterapia.5556

Por todo lo que respecta al estado de cosas psicológico, Jung comprobó,


antes como después, que la esquizofrenia, a diferencia de la disociación
neurótica de la personalidad, presentaba el cuadro del desmoronamiento del
sujeto que la vivía en una pluralidad de complejos autónomos56que no se limitaban
a sustraerse al control del yo, sino que podían llegar a ocupar la posición de
la personalidad del yo.
En medida creciente se le imponía la certeza de la existencia de un factor
primario-destructivo que destruía la coherencia psíquica. Y fue también este
conocimiento el que le permitió, a partir de ahí, adentrarse por caminos
totalmente nuevos en la comprensión de la esquizofrenia. Así, diez años más
tarde (1939) señaló que era característica de la neurosis la unidad potencial de
la personalidad, 5758es decir, la existencia de un factor unitario que mantuviera
juntos los opuestos que tendían a separarse. En contraposición a lo cual, la
esquizofrenia presentaba un cuadro clínico en el que parecían hallarse
conmocionados los fundamentos de la personalidad58 y destruidas las relaciones
previas. Era natural sospechar que actuaba una fuerza demoniaca que oca­
sionaba lo irreparable e irreversible de la disociación. Se manifestaba en
primer lugar un abaissement du niveau mental extremo, resultado de una
irrupción violenta de símbolos arcaicos, procedentes del inconsciente colectivo.59 Aun
54 C. G. Jung, “Über das Problem der Psychogcnese bei Geisteskrankheiten”, 1919 (Ges.
Werke, III, p. 252).
55 C. G. Jung, “Neuere Betrachtungen der Schizophrenie”, 1959 (Ges. Werke, III, p. 290).
56 C. G. Jung, “Geisteskrankheit und Seele”, 1928 (Ges. Werke, III, p. 256).
57 C. G. Jung, “Über die Psychogenese de Schizophrenie”, 1939 (Ges. Werke, III, p. 265).
58 Ibid., p. 266.
59 Ibid., pp. 269 s.
218 LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE I.A PERSONALIDAD?

cuando, considerados uno por uno, estos símbolos revelaban un cierto


sentido, manifestando incluso una cierta semejanza con los símbolos oníricos
arcaicos, era difícil compararlos con el acontecer onírico, ya que había
quedado deshecha la relación psíquica entre los distintos elementos, Es como
si... un terremoto o una explosión hubiera destruido una casa normal.”66A
Ju n g se le hizo evidente que el factor que servía de base no poseía ninguna
semejanza con ningún trastornofuncional.6I No sólo se encontraban las asociacio­
nes mutiladas, no sólo estaba la lógica interna de los pensamientos sometida
al efecto distorsionante de determinados factores, sino que también los
complejos autónomos dejaban traslucir rasgos de degeneración.
La línea divisoria entre la neurosis y la psicosis intentó aprehenderla Jung
con más exactitud unas dos décadas más tarde, mediante la característica de
lo sistemático o de lo asistemático :62 Mientras que por “carácter sistemático de la
neurosis” entendía la agrupación de los distintos rasgos de la enfermedad en
torno a uno o varios núcleos de complejos, pero que siempre estaban
relacionados, la esquizofrenia presentaba una “disociación asistemática”, es
decir, una pluralidad inconexa de fragmentos que expresaban el estado
caótico de la afectividad. Si en el primero de los casos el comportamiento
afectivo seguía siendo transparente y comprensible, en el segundo caso los
valores emocionales aparecían distribuidos de un modo absurdo. La perso­
nalidad, por decirlo con palabras de Jung, se asemejaba a un “espejo hecho
pedazos”. El aspecto sistemático de la neurosis se mostraba también en que
las personalidades divididas permanecían cerradas en sí mismas, es decir,
referidas en cada caso a un determinado núcleo de la personalidad. Si la
disociación histérica se caracterizaba por la contraposición de lo emocional y
lo intelectual, la división de la personalidad de la neurosis obsesiva hacía
visible el enfrentamiento entre un núcleo moral de la personalidad y otro
inmoral. Si en ambos casos era comprensible la situación de conflicto afectivo,
en la neurosis obsesiva no sólo se producía una cierta inadecuación de la
afectividad, sino que a menudo venía a unirse a ello una negación considera­
ble del complejo incompatible, lo que iba unido a ideas obsesivas compensa­
torias. El punto culminante del “carácter casual asistemático”63 de los afectos
inadecuados o, si se prefiere, de los estados emocionales opacos e incompren­
sibles, lo halló Jung en la esquizofrenia. Y era el fenómeno del abaissement du
niveau mental el que parecía adoptar las formas más exacerbadas en esta forma
de enfermedad. Mientras que en las personas normales se presentaba en
forma de cansancio o agotamiento, y también en los procesos de la vida onírica
podía observarse como un amortiguamiento de la conciencia producido por
el sueño, en la esquizofrenia mostraba rasgos de un mundo de representaciones
arcaico, primitivo, inasimilable ya al yo: en estos últimos casos el “conjunto de
relaciones de sentido... [estaba] a menudo mutilado hasta lo irreconocible”,
apareciendo en primer plano lo grotesco, lo abtruso, lo incomprensible.
™Ibid.,Y>. 271.
61 Ibid.
62 C. G. Jung, “Neuere Betrachtungen zur Schizophrenie” (Ges. Werke, III, p. 286).
63 C. G. Jung, “Die Schizophrenie”, 1958 (Ges. Werke, III, p. 296).
LA NEUROSIS: ¿PROBLEMA DEL INSTINTO O DE LA PERSONALIDAD? 219

La contemplación del desmembramiento de los complejos de repre­


sentación y de sus relaciones asociativas, que aparecían en los trastornos de
la facultad de expresión y comunicación del enfermo, hubo de entrañar para
Jung una importancia decisiva: en ella pudo basar la dilucidación definitiva
del hundimiento de la personalidad. Lo que ya había indicado en 1907: “No
encontramos más que la cáscara del afecto, el contenido ha desaparecido”,64
pudo profundizarlo en 1958 en la notable hipótesis de la autodestrucción del
complejo patógeno.65 Para esclarecer el carácter de una destrucción de este tipo
pudo remitirse al concepto, que entre tanto había ido madurando, del
arquetipo en sí66 como factor ordenador, marcador de la orientación. Llegó a
la conclusión, novedosa en todos los aspectos, de que la causa del derrumba­
miento afectivo que se daba en la esquizofrenia estaba relacionada con el
trastorno de lafunción del arquetipo central61 De todos modos, tal como mostraba
la experiencia, en momentos de gran desorientación de la mente podían
hacer también su aparición factores de orden compensatorio que indicaban
que el arquetipo organizador seguía teniendo aún alguna eficacia.
El intento de explicación de la disociación psicótica culminaba en la
hipótesis de que el derrumbamiento del complejo de representación patóge­
no había que entenderlo, con toda probabilidad, no sólo como la consecuencia
de una toxina, sino también de una especie de “reacción biológica de defensa
perturbada”.68 Concesión extraordinariamente interesante al punto de vista
biológico.

64 C. G. Jung, Dementia praecox, p. 121 (Ges. Werke, III, p. 116).


65 C. G. Jung, “Die Schizophrenie” (Ges. Werke, III, p. 311).
66 véanse las pp. 275 ss.
67 C. G. Jung, “Die Schizophrenie” (Ges. Werke, III, p. 311).
68Ibid.
XXIII. DEL SUEÑO COMO SÍNTOMA (FREUD)
AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA (JUNG)

A un c u a n d o , en un prim er momento, Ju n g había alcanzado su comprensión


del sentido y finalidad del inconsciente de la m ano del m aterial fantástico
que producía el enferm o mental, fue sobre todo el fenóm eno de los sueños
el que le perm itió p enetrar aspectos fundamentales de la organización de la
psique inconsciente. Los sueños no sólo confirmaban su conocimiento de la
espontaneidad del fondo anímico, sino que, en relación con ellos, adquirió
tam bién la idea de una función compensatoria del inconsciente y, en no
m enor m edida, fueron los sueños, asimismo, los que le perm itieron descubrir
el método interpretativo de la amplificación, alcanzando con ello criterios
sum am ente valiosos para la investigación de los símbolos.
De entre todos los sucesores de Freud, Ju n g fue el que se ocupó más a
fondo de la “interpretación de los sueños”. Lo im presionó hondam ente el
hecho de que Freud sacara de nuevo a discusión el fenóm eno onírico y le
concediera la dignidad de un acontecer psíquico pleno de sentido. Conside­
raba un gran mérito del fundador del psicoanálisis que éste liberara a los
sueños del abrazo de la m anda y la adivinación, y también del de la fisiología
de los estímulos corporales y sensoriales. El alto grado de valor que Jung
otorgó a la interpretación de los sueños se nos hace patente en la necrología
publicada en 1939:

La interpretación de los sueños es sin duda la aportación más importante de Freud,


al tiempo que la más discutible. Para nosotros, los jóvenes psiquiatras, constituyó
entonces una fuente de claridad, mientras que para nuestros colegas mayores era
objeto de burla. Al igual que ocurre con el reconocimiento del carácter obsesivo de
las neurosis, con la valoración de los sueños como importante fuente de informa­
ción acerca de los procesos que se desarrollan en el inconsciente, Freud... arrancó
al pasado y al olvido un valor que parecía irremediablemente perdido... Fue toda
una hazaña, de un coraje científico que no debe minimizarse, sacar a la palestra de
la discusión seria un tema por entonces tan impopular como el de los sueños...
Pues la ocupación con él abrió un acceso a la comprensión interna de la formación
de las alucinaciones y los delirios en la esquizofrenia, para los cuales la psiquiatría
sólo podía ofrecer una descripción exterior. Y también se convirtió en la llave para
muchas de las puertas que se mantenían cerradas en la psicología normal o
neurótica.1

1 C. G. Jung, “Sigmund Freud”, artículo necrológico.


220
DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA 221
I
1. Los sueños en F reud

Freud no fue únicamente el primero que en la psicología médica concedió a


los sueños un sentido científico reconocible y que reconoció en ellos una
determinación dotada de sentido, sino que fue también el primero que vio en el
fenómeno onírico una unidad estructural2que estaba estrechamente relaciona­
da, de un modo significativo, con la psique en su conjunto y con sus distintas
partes. A su entender, esta unidad se basaba en la existencia de un núcleo
onírico inconsciente, es decir, en una especie de punto de cristalización que
mantenía su eficacia, en relación con los sueños sucesivos, no sólo de la misma
noche, sino de una serie de noches.23 “Todos los sueños de una misma noche
forman parte, por su contenido, de dicho conjunto."4En otro punto afirmaba:
“la labor interpretativa debe tratarlos] como un todo..."5
También fue Freud el primero en destacar la importancia de los sueños
como camino real para el conocimiento del inconsciente.6 La premisa más impor­
tante para ello la descubrió en el hecho de que también los sueños estaban
“incluidos” en el enchaînement sin discontinuidad del material mnémico.
Parecía así garantizada la exploración analítica del inconsciente onírico.
Puesto que para él, el sentido y la intención de la psíquico se basaba en el
carácter determinista de los contenidos, también en los sueños el encuentro del
sentido no era más que un retroceso hasta las causas inconscientes de los elementos
oníricos. El objetivo de la interpretación de los sueños encajaba asimismo sin
esfuerzo en el de la psicoterapia, a saber: convertir las representaciones “no
queridas" en representaciones “queridas".7 Ya he mencionado que Freud consi­
deraba de importancia capital, a este respecto, las ocurrencias espontáneas
del soñante. Todavía tendremos que ocuparnos del hecho de que, con
posterioridad, complementara el método de la asociación libre con la inter­
pretación de las relaciones simbólicas.8
A diferencia de lo que ocurría con Jung, para él los sueños constituyeron
desde el primer momento el complemento más cabal a la teoría de la neurosis.
Ya en 1897 hizo constar que “los sueños... contienen en germen la psicología
de las neurosis”,9 y en la interpretación onírica encontramos a la vez la
observación de que la comprensión de los sueños podría basarse en la neurosis
como modelo.10 De hecho, el acontecer onírico le proporcionó intelecciones
decisivas en relación con el funcionamiento de los mecanismos psíquicos. No
sólo los de la represión y la regresión, sino también los de la condensación, el
! desplazamiento, la simbolización, etc. Pero también pudo avanzar en la
2 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/III, p. 185).
5 Ibid. (Ges. Werke, II/III, pp. 529 s.).
* Ibid., p. 339.
5 Ibid., p. 530.
6 Ibid., p. 613.
7 Ibid., p. 107.
8 Véanse las pp. 253 ss.
9 S. Freud, Aus den Anfängen der Psychoanalyse, p. 226. Carta de 7 de julio de 1897.
10 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/III, pp. 593 ss.).
222 DEL SU EÑ O COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA

aprehensión psicológica de las vivencias de la infancia y de las fijaciones


infantiles, así como de las causas secretas, sexuales y arcaicas, de la vida
anímica, siendo para él el “soñar... un trozo de la vida psíquica, ya superada,
del niño”.n
Aparte de todas las similitudes con la neurosis, que culminaba en el juego
de tendencias contradictorias, era determ inante para el fenómeno onírico el
estado de sueño: el soñante se halla sometido a los condicionantes del sueño, es
decir, a la retirada del interés del mundo exterior y a la limitación de la
motilidad.
“El soñar era... la vida psíquica durante el estado de sueño...”112 Desde un
punto de vista biológico -como pronto comprobaría F reu d - los procesos
oníricos tenían la función, extraordinariamente im portante, de conservar el
sueño. Resulta interesante que esta concepción se haya vuelto a poner de
actualidad gracias a las investigaciones de Dement y sus discípulos, que han
demostrado de manera empírica la función conservadora de la vida que
tienen los sueños.13
¿Cómo concebía Freud el mecanismo de esta función de la preservación
del sueño, sobremanera perturbable debido a las agitaciones del inconsciente
que constantemente pugnaban por abrirse paso? Ya en su correspondencia
con Fliess reconocía en los deseos inconscientes los secretos motivos de la
formación onírica y sintomática. Y parecían realizar su objetivo en la realiza­
ción de los deseos,14 hecho del que Freud, con gran satisfacción, se percató ya
en 1895, como revelación, por así decirlo, del secreto de los sueños. También
parecía estar en relación con los deseos inconscientes el carácter eminente­
mente visual de los sueños, generado por la transformación de ideas en
imágenes sensibles, 15 y otro tanto ocurría con su afinidad con las vivencias
alucinatorias trasladadas al presente. Las tendencias o pensamientos oníricos
eran por lo general contenidos infantiles y arcaicos, reprimidos, la mayoría
de las veces, que mostraban una constante predisposición a irrum pir en la
conciencia, no deteniéndose ni ante los deseos sexuales ni ante los deseos de
muerte. Fn los pensamientos oníricos vio Freud el principal desencadenante
de los sueños que, de todos modos, sólo podían recordarse de m anera velada
y bajo disfraz, debido a su inadmisibilidad para la instancia censora. También
reconoció a este respecto el hecho fundamental para el psicoanálisis de que
el sueño recordado en cada caso era el resultado de un mecanismo desfigurador,16
un mecanismo que, a semejanza del de la neurosis, culminaba en un compro­
miso entre los deseos inconscientes por un lado y la censura por otro. Con base
en estas intelecciones, Freud definió los sueños como una realización de los
11 Ibid., pp. 572 s.
12 S. Freud, Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse {Ges. Werke, XI, p. 84).
13 W. Dem ent, The Effect of Dream Deprivation, 1960. Véanse asimismo las investigaciones sobre
los sueños y el sueño llevadas entretanto en los centros de investigación de la psicología junguiana
en Zurich, bajo la dirección de C. A. Meier.
14 S. Freud, Aus den Anfängen der Psychoanalyse, p. 134. Carla de 23 de septiem bre de 1895.
15 S. Freud, Die Traumdeutung {Ges. Werke, II/III, p. 540).
™ Ibid., p. 141.
DEL SU EÑ O COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIM BÓLICA 223

deseos deformada (por la censura). Lo cual no podía aplicarse ni a los sueños de


la infancia ni a los sueños de “tipo infantil” de los adultos.

Los sueños son la consumación [disfrazada] de un deseo [reprimido, sometido].17

Las dos excepciones mencionadas -los sueños de la infancia y los sueños


de tipo infantil- los concebía Freud como expresión de la mera satisfacción
de un deseo, pues la instancia censora y deformante, o no existía aún, o sólo
funcionaba en medida reducida.
En consecuencia, veía en el contenido onírico manifiesto -el contenido recor­
dado de los sueños- una formación sustitutiva desfigurada, mientras que, en
cambio, en el contenido latente, veía lo genuino y oculto del deseo onírico.18
Tres fuentes se le antojaban determinantes para la formación del deseo
onírico latente:

1) Puede haber sido provocado durante el día y no haber hallado satisfacción a


causa de circunstancias exteriores, y entonces perdura por la noche un deseo
reconocido e insatisfecho-, 2) puede haber surgido durante el día, pero haber sido
rechazado, y entonces perdura en nosotros un deseo insatisfecho, pero reprimido;
y 3) puede hallarse exento de toda relación con la vida diurna y pertenecer a
aquellos deseos que sólo por la noche surgen en nosotros, emergiendo de lo
reprimido.19

Resultaba interesante el paralelismo que Freud establecía entre sueños y


neurosis, con base en el mecanismo de deformación. Si previamente había
concebido el síntoma neurótico como un símbolo del recuerdo de una
emoción traumática reprimida, ahora equiparaba el fenómeno onírico en su
totalidad a un síntoma,20 es decir, a un signo significante de otra cosa.
El verdadero sujeto de la deformación y la falsificación lo descubrió Freud
en el censor, “capataz” por excelencia del llamado trabajo onírico. Su esencia
parecía revelarse en nuevas facetas, toda vez que Freud entendía, ora como
el juego de un duende astuto, dotado de fina sagacidad, ora como la obra de
un organizador inteligente y previsor. El trabajo onírico, que equiparaba a
los mecanismos de la condensación y el desplazamiento, así como de la
dramatización y la simbolización,21 por mencionar tan sólo los más im portan­
tes, era para él lo esencial en el acontecer onírico. De ahí que en la exposición
de esta actividad onirogénica recurriera Freud a todos los registros de su arte
combinatorio y diera rienda suelt a al rico juego de su fantasía.

»7 Ibid; p. 166.
18 Ibid., p. 140.
19 Ibid., p. 556.
20 Ibid., p. 105.
21 En el lugar oportuno se hablará extensamente de la simbolización y de la formación de
símbolos.
224 DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA

2 . LOS SUEÑOS EN LA PSICOLOGÍA DE J U N G 22

La temprana afirmación de Jung de que “a Freud sólo puede contradecirlo


quien haya practicado en muchos casos el método psicoanalítico y haya
investigado verdaderamente lo mismo que investiga Freud”,23 tiene especial
aplicación en la investigación de los sueños. Resulta interesante comprobar
hasta qué punto, precisamente en este terreno, en el que no sólo concentró
su interés a partir de 1914, sino que constituyó asimismo una fuente de nuevos
descubrimientos, Jung siguió durante mucho tiempo bajo la fascinación de
las ideas freudianas. Aun cuando, ya hacia finales de la primera década,
comenzaba a perfilarse su visión del inconsciente colectivo, en sus trabajos
sobre los sueños se echaba de menos una auténtica toma de postura.
Del mismo modo que en su breve trabajo L'analyse des rêves, de 1909, seguía
defendiendo sin limitaciones las concepciones freudianas acerca de la satis­
facción de los deseos y de la función de la censura en los sueños, también por
aquella época defendió las ideas de Freud en su discusión de los resultados a
los que llegaba Morton Prince en relación con el fenómeno onírico.24 Quizá
resulte inesperado que, en sus trabajo posteriores, él mismo defendiera
plenamente no pocos de los puntos de vista que por entonces criticaba en
Prince. Todavía en 1912, en “Neue Bahnen der Psychologie” (“Nuevas sendas
de la psicología”),25 había de dedicar una última loa al psicoanálisis y su
método. Sorprendente resultaba la opinión que allí expresaba, apoyándose
en Freud, de que los sueños constituyen un “sustitutivo simbólico de un deseo,
personalmente importante, insuficientemente atendido durante el día o
‘reprimido’”.26
Con la separación de Freud (1913) se inició, simultáneamente, un punto
de inflexión en las publicaciones en torno a la teoría de los sueños, aun cuando
escapa a mi conocimiento a partir de qué punto concreto las propias concep­
ciones de Jung empezaron a marcar la orientación de su labor personal. En
“The Psychology of Dreams” (La psicología de los sueños)27 y “On the
importance of the Unconscious in Psychopathology” (De la importancia del
inconsciente en psicopatolgía)28 aparecen por primera vez los puntos de vista
de la finalidad y la compensación, tan esclarecedores para la comprensión de
la psicología de los sueños (1914-1916).
22 Quisiera poner de relieve que no voy a exponer ni el método de la amplificación, aunque
Jung lo desarrolló inicialmcntc en relación con los sueños, ni su concepción del símbolo en el
marco de la psicología de los sueños. Del proceso de amplificación trataré en el capítulo XXI,
dedicado a la asociación enlazada, mientras que el simbolismo lo expondré en el capítulo XXV.
23 C. G. Jung, Dementia praecox. Prólogo.
24 C. G. Jung, “Zu Morton Prince: Über den Mechanismus und die Deutung von Träumen”,
1910/1911 (Ges. Werke, IV).
25 C. G. Jung, “Neue Bahnen der Psychologie” (Ges. Werke, VII, pp. 267 s )
26/fcrf.,p. 287.
27 C. G. Jung, “The Psychology of Dreams”, 1914, en Collected Papers on Analytical Psychology,
1916, pp. 299 s.
28 C. G. Jung, “On the importance of the Unconscious in Psychopathology”, 1914, en Collected
Papers on Analytical Psychology, 1916, pp. 278 ss. (Ges. Werke, III, pp. 225 ss.).
DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA 225

En su investigación de los sueños podía Jung remitirse a predecesores


famosos. Ya en 1910 había afirmado Eugen Bleuler la importancia del afecto
y del conflicto afectivo en los sueños, pareciéndole esencial, para la compren­
sión del fenómeno onírico, la recíproca inhibición de afectos contradictorios.29*
Tenía gran importancia el hecho de que Bleuler fuese uno de los primeros
en establecer, en la psicología de los sueños, la función onírica como categoría
puramente psicológica, concretamente como elaboración psicológica de los
complejos.50 Y también confirmaron su gran valor los trabajos de Silberer
sobre la investigación de los símbolos, que contaron repetidas veces con el
reconocimiento de Jung. Me estoy refiriendo a los artículos “Phantasie und
Mythus” (Imaginación y mito) (1909)51 y “Probleme der Mystik und ihre
Symbolik” (Problemas de la mística y su simbolismo) (1924). Y también resultó
extraordinariamente valiosa para él la colaboración de A. Maeder, al cual
corresponde el mérito de haber descubierto la función prospectivo-finalista
de los sueños.

M aeder ha resaltado vigorosam ente la significación prospectivo-finalista d e los


sueños, en el sen tid o de una adecuada función del inconsciente que ensaya la
solución d e conflictos y problem as actuales y que, tanteando, trata d e exp on erla
en sím b olos.52

La interacción de Jung y Maeder parece haber sido recíprocamente fruc­


tífera. Si Jung había dado en los primeros años un primer paso en el conoci­
miento del significado finalista de la fantasía, Maeder fue un paso más allá al
aplicar a los sueños estos conocimientos de Jung y presentar en su artículo
“Uber die Funktion des Traumes” (Sobre la función de los sueños) (1912)
una teoría de los sueños propia. A diferencia de Bleuler, hizo hincapié espe­
cialmente en el valor del fenómeno onírico para el desarrollo del individuo,55
comprobando que no sólo las fantasías, sino también los sueños, “preparan
soluciones egocéntricas del soñante”54 y constelan sus actos.55 Dos años más
tarde (1914) reconoció el hecho significativo de que los sueños constituyen la
más importante fuente de información acerca de las tendencias prospectivas56
de la vida psíquica. Tras estas dos primeras avanzadas de Maeder, Jung dio
a la publicidad, aunque no hasta 1916, su artículo sobre la psicología de los
sueños, cuya concepción se remontaba a 1914. Constituyó la afirmación básica
29 E. Bleuler, “The Psychoanalyse Freuds”, en Jahrbuch für psychoanalytische und psychopatolo-
gische Forschungen, II, 1910, p. 690.
50 lbid., p. 725.
51 II. Silberer, “Phantasie und Mythus", 1909. lbid. Jahrbuch, I.
52 C. G. Jung, “Allgemeine Gesichtspunkte zur Psychologie des Traumes” (Ges. Werke, VIII,
p. 290).
55 A. Maeder, “Über die Funktion des Traumes", en Jahrbuch für psychoanalytische und
psychopatologische Forschungen, IV, 1912.
54 Ibul., p. 686.
55/forf.,p. 707.
56 A. Maeder, Überdas Traumproblem, 1914, p. 33.
226 DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA

de una función compensatoria en los sueños,37que sintonizaba con la función


compensatoria que había encontrado Adler. Inicialmente había de resultar
sorprendente que, a pesar del carácter finalista [Zielstrebigkeit] de lo psíquico,
que había mencionado en época muy temprana (1908) y de la significación
anticipatoria38 de los sueños, descubierta ya en 1912, hasta 1914 no desarro­
llara una teoría de los sueños propiamente dicha: la teoría de la compensación.

a) El sueño como manifestación del inconsciente

Fueron primordialmente los conocimientos revolucionarios en el terreno del


inconsciente, establecidos por Jung en los primeros diez años de su labor, los
que habían de cobrar expresión en su concepción de los sueños. Así, en 1931
puso de relieve que el “análisis de los sueños [se tenía en pie o se desmoronaba]
junto con la hipótesis del inconsciente”, supuesto sin el cual los sueños no
pasarían de ser un “lusus naturae, restos desmenuzados de la vigilia en un
conglomerado sin orden ni concierto”.39 El reconocimiento de este hecho
podía haber constituido ya el lema de los años de ruptura (1912-1914). Del
mismo modo que entendía el “soñar... [como] la manifestación consciente
específica del inconsciente”,40 también concebía el fenómeno onírico como
“manifestación inmediata del inconsciente”,41 que permitía revelar la situa­
ción del soñante, su verdad y su realidad.42
Así pues, de cara a la concepción de los sueños, todo dependía del modo
en que se entendiera el inconsciente. En la medida en que la comprensión
que tenía Jung del inconsciente difería de los conceptos freudianos, también
su psicología de los sueños se apartaba de la teoría de los sueños de Freud,
para adentrarse por senderos propios. Su esencial descubrimiento del carác­
ter creador y espontáneo del fondo inconsciente cobraba expresión en su
concepción de los sueños: Los sueños eran una manifestación en la que el incons­
ciente expresaba su independencia; poseían una realidad y representaban un mundo
propios. Lejos también por tanto de su ánimo -al menos a partir de 1914-
reducirlos a deseos infantiles, olvidados o reprimidos. A semejanza de todo
lo inconsciente, también podía contemplarse a los sueños como acontecer
orientado hacia una meta,43 podiendo reconocerse en ellos un sentido y una
finalidad. También le parecía importante el hecho de que se remontaran
hasta los estratos arcaicos de la vida psíquica, ya que, de ese modo, participa­
ban en el “espíritu creador de imágenes” del inconsciente, en sus significados
37 C. G. Jung, “The Psychology of Dreams”, en Collected Papers on Analytical Psychology, 1916,
p. 307.
38 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 55.
39 C. G. Jung, “Die praktische Verwendbarkeit der Traumanalyse” (Ges. Werke, XVI p. 149).
40 lbid., p. 157.
41 Ibid., p. 148.
42 Ibid., p. 152.
43 C. G. Jung, “Allgemeine Gesichtspunkte zur Psychologie des Traumes” (Ges. Werke, VIII,
p. 290).
DEL SU EÑ O COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIM BÓLICA 227

originales y en sus imágenes primigenias. Y a partir de ahí se explicaba


también el significado simbólico que correspondía a los sueños en cuanto
portadores de un “sentido todavía ultraterrenal, inconcebible, oscuram ente
intuido”.

No entiendo por símbolo, ni mucho menos, una alegoría a un mero signo; sino,
antes bien, una imagen que sirva para caracterizar, de la mejor manera posible, la
naturaleza de espíritu, sólo oscuramente intuida. El símbolo no comprende ni
explica, sino que señala, por encima de sí mismo, un sentido todavía ultraterrenal,
inconcebible, oscuramente intuido, que no podría expresarse suficientemente en
ninguna palabra de nuestro actual lenguaje.44

Resultaba fructífera ante todo, para la comprensión de los sueños, la


distinción entre el inconsciente personal y el colectivo. En ella consistía el que
pudiera considerarse a los sueños, no sólo fuentes de información acerca de los
problemas personales, sino también lugares donde se revelaba el contenido de sentido
arquetípico del fondo anímico. Esto arrojaba asimismo una luz sobre el hecho
de que “...las viejas culturas... [hayan utilizado] siempre los sueños y las
visiones como fuentes de conocimiento... como fuentes de información”.45 A
semejanza de las visiones, los sueños eran, para el pensamiento revelador, o
para la iluminación religiosa, una especie de ocurrencias creadoras, que dejaban
en la psique una poderosa impresión. ¿En qué consistían este tipo de ocu­
rrencias?

Luz significa “iluminación”. Trátase de una “ocurrencia” esclarecedora. Para


formularlo con considerable prudencia, habríamos de decir que nos encontramos
ante una apreciable tensión energética de tipo psíquico que responde, evidente­
mente, a un importante contenido inconsciente.46

Fueron fundamentalmente esas fascinantes imágenes e ideas oníricas las


que determ inaron a Jung a ver en los sueños la expresión de una sabiduría
superior, de un “entendimiento o un saber que la conciencia mom entánea es
incapaz de producir”.47
Para Ju n g constituyó una importante veta de nuevos conocimientos la
comprobación de que los sueños presentaban una afinidad con el complejo
autónomo48 (1920). No sólo mostraban -semejanza del complejo- una unidad
psíquica, sino que sus elementos se agrupaban asimismo en torno a un núcleo.
Y también poseían un tono emocional y afectivo que permitía reconocer, tanto
una fuerza en torno a la cual se formaba una constelación, como una
influencia determ inante sobre el carácter total del proceso onírico. Además
44 C. G. Jung, “Geist und Leben”, 1926 (Ges. Werke, VIII, p. 381).
45 C. G. Jung, “Das Grundproblem der gegenwärtigen Psychologie”, 1931 (Ges. Werke, VIII,
p. 397).
46 C. G. Jung, “Bruder Klaus”, 1933 (Ges. Werke, XI, p. 349).
47 C. G. Jung, Psychologie und Religion (Ges. Werke, XI, p. 44).
48 C. G. Jung, “Die psychologischen Grundlagen des Geisterglaubens”, 1919 (Ges. Werke,
VIII, p. 346).
228 DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA

de lo cual, el tono emocional iba acompañado de un centro de significado,«


vinculado de manera significativa, tanto con los elementos del sueño, como
con el conjunto de la psique. Si bien Freud, al igual que Jung, concebía el
fenómeno onírico como una construcción dolada de sentido, no obstante
entendía este “sentido” de manera fundamentalmente diferente. Mientras
que para Freud el sentido de los sueños equivalía al hecho de su determina­
ción por una serie de causas, siendo esencialmente un signo que representaba
otra cosa, Jung concedía a los mismos un significado simbólico: eran para él
una unidad significativa,50 una expresión simbólica del inconsciente,51 cuyo
sentido sólo se daba a partir del esclarecimiento de lo que todavía era
desconocido. Dicho de otra manera: los sueños eran, en la concisa expresión
de T. WolfT, un símbolo, y sólo podían entenderse mediante un proceso de
interpretación especial.52
Fue notable la demostración de Jung de la existencia de una “estructura
psíquica”53o, si se quiere, de una estructura de sentido unitaria del conjunto onírico.
Fs decir, comprendió que los sueños, en todos aquellos casos en los que
producían una fuerte impresión y dejaban tras de sí un efecto duradero,
permitían detectar una tensión energética reforzada y, en relación con la
misma, una articulación del sentido análoga a la del drama clásico.

C on el a u m en to d e la tensión energética adquieren los su eñ os un carácter ord e­


n ad o, son objeto d e una com posición dram ática, m uestran una clara coherencia
significativa y se increm enta la valencia d e sus asociaciones.54

A semejanza de lo que ocurre con el modelo del drama clásico, el episodio


onírico puede dividirse en cuatro fases que mantienen una relación signifi­
cativa y que pueden distinguirse de acuerdo con el lugar del acontecer, la
exposición y la pericia (clímax) y, por último, de acuerdo con la lysis.

b) ¿Desfiguración o configuración simbólica ?

Dada la señalada discrepancia existente en las concepciones de uno y otro


autor, nada tiene de sorprendente que la teoría de los sueños freudiana,
según la cual se trata de productos de una deformación, fuera extraña al modo
de pensar de Jung, que se fue poniendo cada vez más claramente en evidencia
a partir de 1913. Y tampoco había lugar para una instancia censora desfigu­
rante en la estructura teórica que posteriormente levantaría para entender
los sueños, aun cuando necesitó algún tiempo antes de poner de manifiesto
49 C. G. Jung, Unveröffentlichtes Seminar über Kindheitsträume, I, 1938/1939
50 Ibid.
51 C. G. Jung, Psychologische Typen, pp. 609 y 612 (Ges. Werke, VI, pp. 488 y 490)
52 Toni WolfT, “Einführung in die Grundlagen der Komplexen Psychologie”, en Die kulturelle
Bedeutung der Komplexen Psychologie, p. 73.
53 C. G. Jung, “The Psychology of Dreams”, 1914/1916.
54 C. G. Jung, “Die transzendente Funktion", 1916 (Ges. Werke, VIII, p. 89)
DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA 229

su alejamiento de la influencia de Freud y de abandonar el concepto de


censura. Así, todavía en 1909, veía en el censor, con Freud, no sólo una
instancia de resistencia frente al complejo, sino también un factor de desfigu­
ración.55 Incluso en 1916, equiparaba aún la inhibición procedente de la
conciencia con la censura freudiana.56 A partir de este año ya no vuelve a
aparecer en la obra de Jung ninguna mención positiva de la censura. Los
objetivos que a partir de entonces se fijó, que se orientaban hacia la explora­
ción de la autonomía de lo psíquico y su estructura, difícilmente permitían
seguir asumiendo la existencia de un “duende” en el alma que, con “consu­
mada astucia”, ocultara los deseos inconscientes y distorsionara la verdad.
Con el rechazo de la instancia censora, caía tambiénpor su peso la hipótesisfreudiana
de una desfiguración y un trabajo oníricos llevados a cabo por la misma. Aun cuando
Jung siguiera aferrándose a los mecanismos psíquicos propiamente dichos
-ya se tratara de la condensación, el desplazamiento, la simbolización, etc.-
como condiciones formales de la configuración onírica; aunque reconociera
incluso en la condensación la base formal de la formación simbólica, a partir
de 1920 dejó de considerar estos mecanismos desde el punto de vista de una
censura o como resultado de una desfiguración. No era la estancia censora la
responsable de lafalta de transparencia del contenido de los sueños, sino el propiofondo
anímico, como consecuencia de la universal y mutua contaminación de todos
los contenidos inconscientes.
Tampoco podía por menos de venirse abajo la diferenciación entre conte­
nido onírico manifiesto y latente, basado en la existencia de una instancia censora.
No obstante, podría inducir a confusión el hecho de que, todavía en sus
Psychologischen Typen (1921), aludiera Jung a la contraposición entre lo mani­
fiesto y lo latente, así como que, también por estas fechas, declarase que la
formación onírica manifiesta resultaba fragmentaria e insatisfactoria. La
explicación de este hecho sorprendente se halla en que lo que Jung quería,
al hacer tal afirmación, era poner de manifiesto la falta de transparencia
inherente al recuerdo de los sueños, y lo hacía de este modo un tanto
equívoco. Pese a la estructura plena de sentido que se reconocía en ellos, con
harta frecuencia los sueños se vivían como algo fantástico, ilógico, incluso
absurdo. Todo lo cual indicaba que el sentido de los sueños no podía captarse
de manera inmediata. Su falta de claridad, su incomprensibilidad incluso,
estaba relacionada con su condición de escritura en imágenes,57 tal como asumía
Jung coincidiendo en esto con Freud. Los sueños casi nunca se expresaban
de forma lógico-abstracta, sino que lo hacían siempre en forma parabólica,
en un lenguaje alegórico. Mientras que Freud entendía esta falta de claridad
del sentido onírico como disfraz del verdadero sentido, Jung, por el contrario,
veía en el contenido manifiesto indescifrable precisamente la expresión de su
verdadera condición: era la expresión espontánea del acontecer defondo, que, como
consecuencia de su considerable independencia e integridad respecto a la
55 C. G. Jung, “L’analyse des rêves”, en Année psychologique, XV.
56 C. G. Jung, “Die transzendente Funktion”, 1916 (Ges. Werke, VIII, p. 79).
57 C. G. Jung, “Allgemeine Gesichtspunkte zur Psychologie des Traumes”, en Über die
Energetik der Seele, p. 114 (Ges. Werke, VIII, p. 282).
230 DEL SU EÑ O COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA

conciencia, escapaba en gran parte a la transparencia racional. El alto grado


de incomprensibilidad que tantas veces presentaba el episodio onírico recor­
dado exigía, en consecuencia, una interpretación. Los sueños requerían
siempre ser leídos e interpretados, razón por la cual, para ambos investiga­
dores, el papel de la interpretación era primordial. Pero mientras que Freud,
hasta bien entrada la segunda década, explicaba la interpretación preferen­
tem ente como un retorno a las causas sabidas del inconsciente —aun cuando,
con posterioridad, tuvo también en cuenta la interpretación de las relaciones
simbólicas (aunque fueran relaciones prestablecidas)—, Ju n g reconocía en la
interpretación un arte, cuyo sentido profundo se revelaba en la comprensión de los
símbolos.» A fin de poder entender los sueños, Ju n g consideraba imprescin­
dible concebirlos en su lenguaje simbólico y esclarecerlos m ediante amplifi­
caciones. Aun cuando, inicialmente, el recuerdo de los sueños fuese un texto
incomprensible, a diferencia de Freud, no lo concebía como expresión ni de
una fachada ni de una desfiguración.
En la mayoría de los edificios, lo que se denomina fachada no es ningún fraude ni
ninguna distorsión engañosa, sino que corresponde al contenido de la edificación
y muchas veces lo delata sin más. Así, la imagen onírica manifiesta es el propio
sueño y contiene todo su sentido... Lo que Freud llama “fachada de un sueño” es
la falta de transparencia del mismo, lo que en realidad constituye una mera
proyección de su incomprensión, es decir, que sólo se habla de fachada ante la
imposibilidad de penetrar en su contenido. Digamos, en consecuencia, que se trata
de un texto incomprensible que, aunque carece de fachada, sencillamente no
somos capaces de leerlo. Lo que tenemos que hacer no es interpretar lo que pueda
haber detrás, sino que tenemos que empezar por aprender a leerlo.5859

Se adhería por ello a la opinión del Talmud, según el cual se concebían los
sueños de acuerdo con su propia interpretación.60 De aquellos mismos años,
1940/1941, procede la siguiente observación:

Los sueños son una materia tan difícil y enrevesada que no me atrevo a hacer
ninguna suposición sobre las tendencias al engaño que posiblemente posean. Los
sueños son un fenómeno natural y no hay ninguna razón aparente para dar por
sentado que constituyan una astuta invención cuya finalidad sea la de engañarnos.61

Básicamente, a partir del momento en que defendió su propia concepción


(1914-1916), Ju n g afirmó que los sueños recordados eran un fenómeno involunta­
rio, espontáneo, que expresaba confidelidad la verdad interior del soñante.

[Los sueños son] la manifestación de un proceso psíquico inconsciente, de carácter


involuntario y ajeno a la influencia de la conciencia, que representa la realidad y
58 Véanse posteriores explicaciones en torno al símbolo.
59 C. G. Jung, “Die praktische Verwendbarkeit der Traumanalyse” (Ges. Weihe, XVI, pp. 158 s.).
60 C. G. Jung, Psychologie und Religion, p. 48 (Ges. Werke, XI, p. 27)
6> Und. F
DKL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA 231

verdad interior tal como es; no porque yo la suponga así, ni porque yo desee qnc
sea así, sino tal como es.6263

c) Cumplimiento de un deseo o autorretrato

También la hipótesis freudiana de los sueños como cumplimiento deformado de un


deseo era ajena al ser nuis profundo de Jung. Del misino m odo que, a partir de
1013, no reducía lo inconsciente a los deseos reprimidos, tam poco los sueños
eran para él resultado de deseos y de tendencias que representaban la
satisfacción de deseos. Lo que era válido respecto a la psique inconsciente lo
era también, eo ipso, respecto a los sueños. Tal como ya lie (lidio, no podía ver
en los deseos sexuales los motores exclusivos del acontecer onírico, ni en el
principio del placer y la desgana, unido a la satisfacción del deseo, la tendencia
reguladora61' de la psique. Kste último tenía para él un m ero valor com o
expresión. Aun cuando coincidiera con Freud en suponer una base tcleoló-
gica para los procesos inconscientes, nunca se trató para él de una intencio­
nalidad condicionada por la pulsión, y mucho menos de una intencionalidad
hedonista. Si bien era cierto, de acuerdo con su experiencia, que la psique
tendía a la autoconsumación, esta tendencia nunca se refería exclusivam ente
a la satisfacción de los impulsos sexuales, sino también a la consecución de fines
espirituales o intelectuales.
Para Ju n g no había únicamente deseos sexuales, sino, asimismo, toda una
serie de tendencias pulsionales de otro carácter: pulsión de alim entación, de
poder, de conseguir estimación, del sí mismo, por enum erar sólo unas
cuantas. Además de lo cual, la pulsión siempre se presentaba acom pañada de
imágenes de situación arquetípicas64 y de motivos asimismo arquetípicos.65
Del mismo modo que no era raro que las imágenes arcaicas fueran unidas a afectos
numinosos, las emociones oníricas intensas podían, a la inversa, indicar la existencia
de imágenes aún desconocidas. En todo caso, la interpretación de los sueños tenía
por misión vivificar la relación inconsciente, o que se había vuelto tal, entre
emoción e im agen, asimilando el contenido de la im agen con el yo.
Todas estas observaciones indujeron a Jung a salir al paso, cada vez con
más energía, de la concepción según la cual el inconsciente sólo puede
desear,66 o estaba supeditado al cumplimiento o la satisfacción de deseos cuyo
contenido había sido reprimido.

El que los sueños son meros cumplimientos de deseos reprimidos es un punto de


vista que ha sido superado hace ya tiempo. Sin duda existen sueños que reprc-
62 C. G. Jung, “Die praktisdie Verwendbarkeit derTraumanaly.se” (Ges. Werke, XVI, p. 152).
63 C. G. Jung, “General Aspects of Psychoanalysis”, 1913.
64 C. G. Jung, “Theoretische Überlegungen zum Wesen des Psychischen”, 1946, publicado
inicialinenlc como “Der Geist der Psychologie”, p. 448 (Ges. Werke, VIII, p. 235).
65 C. G .Jung, “Instinkt und Unbewußtes” (Ges. Werke, VIII, p. 157).
66 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/ÎII, p. 606).
23 2 DEL SU E Ñ O COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA

sentan de modo manifiesto deseos cumplidos o temores. Pero, ¿qué otras muchas
cosas no se dan en ellos? Los sueños pueden ser también verdades implacables,
sentencias filosóficas, ilusiones, fantasías salvajes, recuerdos, planes, anticipaciones,
incluso visiones telepáticas, vivencias irracionales y Dios sabe qué más. Hay una
cosa que no debemos olvidar, a saber: casi la mitad de nuestra vida se desarrolla
en un estado más o menos inconsciente.67

Tal como también hemos señalado, para Ju n g resultaba imposible, en vista


del hecho de que existían en la psique inconsciente formaciones nuevas de
carácter creativo, así como tendencias de desarrollo positivo, compartir la
suposición freudiana de que en el descanso nocturno trataba de abrirse paso
todo el cieno de lo despreciable y lo inferior, de los deseos incestuosos
reprim idos, de la maldad68 -el odio, el egoísmo, los deseos de muerte, etc.-
hacia la conciencia, o hacia la descarga motora. Su experiencia le decía, por
el contrario, que en el sueño podían manifestarse tanto tendencias morales697 0
como nuevas posibilidades de tipo intelectual.
Frente a la teoría de Freud del cumplimiento de los deseos, basada en
última instancia en premisas biológicas, ya en 1913 proponía Ju n g una
concepción de los sueños de base puramente psicológica, a saber: la del autorretrato.TO
En otras palabras, a la función cumplidora de deseos de las tendencias
instintivas reprimidas contrapuso la función de la autorrepresentación; a la
“teoría de los deseos”, la idea de una actividad psíquica inconogénica con
m arcada influencia de los sentimientos y los valores. Según esta concepción,
los sueños, como retratos de la situación interior, acostum braban poner ante
el soñante una imagen especular sobre la misma.71 Años más tarde había de
form ular esta idea diciendo que los sueños no representaban solamente un
autorretrato en forma de símbolos, sino que también suponían una réplica
de la situación actual del inconsciente.

Frente a la conocida opinión de Freud de que los sueños constituyen el “cumpli­


miento de deseos”, tanto yo como mi amigo y colaborador A. Maeder, hemos
adoptado el punto de vista de que son una autorrepresentación espontánea de la
situación actual del inconsciente expresada en forma simbólica...72

67 C. G. Jung, “Die praktische Verwendbarkeit der Traum analyse” (Ges. Werke, XV I, p. 157).
68 S. Freud, Neue Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Ges. Werke, X I, p. 147).
69 C. G. Jung, “Allgem eine Gesichtspunkte zur Psychologie des T raum es” (G «. Welke, VIII,
pp. 276 ss.).
70 C. G. Jung, “Psychoanalysis”, 1913, en Collected Papers on Analytical Psychology, 1916, p. 222.
71 Ibid. “Según Freud, los sueños son en su esencia un velo sim bólico que cubre los deseos
reprimidos, que se hallan en conflicto con los ideales de la personalidad. Yo m e veo obligado a
contemplar la estructura onírica desde un punto de vista diferente. Para mí, los su eñ os son, en
primera instancia, retratos subliminales de la situación psicológica en la q u e se en cu en tra el
individuo en el estado de vigilia.”
72 C. G. Jung, “Allgem eine Gesichtspunkte zur Psychologie des T raum es”, ed ición au m en ­
tada de “T he Psychology o f Dreams” (Ges. Werke, VIII, p. 300).
DEL S U E Ñ O COM O SÍM BOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIM BÓ LICA 233

Este prim er intento de entender la función onírica lo completaría ya al año


siguiente, 1914, m ediante el descubrimiento de la función compensatoria de los
sueños, que relegaba a las sombras las teorías anteriores.

3. De la p r e s e r v a c ió n d e l s u e ñ o a la f u n c ió n c o m p e n s a t o r ia

a) Sueños y sueño

A semejanza de Freud, Ju n g concedía a los sueños una posición de excepción


sobre la base de las condiciones del sueño, que tenía su fundam ento en los
distintos grados de abaissement du niveau mental.

Puesto que los sueños proceden del sueño, llevan consigo todos los signos del
abaissement du niveau mental (Janet), es decir, de la reducida tensión energética:
discontinuidad lógica, carácter fragmentario, formación de analogías, asociaciones
superficiales de índole lingüística, fonética y plástica, contaminaciones, irraciona­
lidad de la expresión, confusión, etcétera.73

Pero esta posición de excepción de los sueños no significaba, ni muchos


menos, que la reducción de la conciencia del yo que va unida al sueño, al
hecho de dorm ir, fuera equivalente, tal como suponía Freud, a una reducción
de la actividad psíquica en cuanto tal. Jung estimaba, por el contrario, que,
con independencia del aislamiento del m undo exterior, la actividad interna
se m antenía viva en la más alta medida. Esto era válido, sobre todo, como ya
había com probado Ju n g con anterioridad, en relación con los complejos
oníricos, cuyos núcleos emocionales siempre le habían llamado la atención como
manifestaciones de la psique inconsciente. Por ello, y debido a la no supresión de
la actividad de los complejos, llegó a admitir, en contraposición de Freud, un
aumento de intensidad de la vida interior durante el sueño, que podía llegar incluso
a la interrupción del mismo.

[No hay que] pasar por alto el hecho de que precisamente son los sueños los que más
perturban el sueño, y que hay incluso sueños -pocos- cuya trama dramática se dirige
de manera lógica, diríamos, a una situación cargada al máximo de emotividad, y
que la generan en tal medida que la emoción despierta indefectiblemente al
soñante.74

Aun cuando a veces en los sueños se contenían las emociones penosas


(Freud), en muchos otros casos el soñar va también acompañado de emocio-
73 C. G. Ju n g, “Die transzendente Funktion”, publicado por primera vez en edición privada
en 1916 (Ges. Werke, VIII, p. 89).
74 C. G. Ju n g, “A llgem eine Gesichtspunkte zur Psychologie des T raum es” (Ges. Werke, VIII,
p. 287).
234 DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA

nes intensas que pueden llegar incluso a abrirse paso hasta la conciencia, a
originar incitaciones a despertar. Pero hubiera estado en contradicción con
el conjunto del pensamiento junguiano, con la orientación finalista del
mismo, considerar tales fenómenos únicamente desde el punto de vista de su
carácter perturbador del sueño o incluso de su aspecto perjudicial para la
vida. A Jung se le antojaba sobremanera estrecha la concepción freudiana,
levantada sobre consideraciones de índole biológica.75 El enfoque biológico
sólo lo juzgaba adecuado cuando se daba en el durm iente una reducida
tensión energética. En tales casos, la función del fenómeno onírico podía
agotarse en lo biológico. Sin embargo, en opinión de Jung resultaba mucho más
interesante la evaloración psicológica. De esta manera le fue posible comprobar,
por ejemplo, que una represión de las emociones en los sueños, no sólo no
cumplía la finalidad biológica de la preservación del sueño -tal como había
supuesto Freud- sino que, por añadidura, podía eliminar efectos negativos e
inhibidores del desarrollo sobre la psique. Pero también se producía todo lo
contrario, a saber: Jung, a diferencia de Freud, pudo observar que el aumento
de intensidad de las emociones en los sueños podía representar también una fuente
de valores impulsores de la vida. Se iba convenciendo cada vez más de que uno
de los valores fundamentales del fenómeno onírico residía en inducir a una
orientación consciente, y que podían entenderse como invitación a reflexionar y a
enfrentarse con los contenidos todavía inconscientes.

[Los su eñ o s] p reservan , cu a n d o ello es p osib le, el su e ñ o , e s d ecir, realizan esta


fu n ció n d e m anera necesaria y au tom ática bajo la in flu en cia d e l esta d o d e dorm ir,
p ero ta m b ién lo in terru m p en cu a n d o su fu n ción así lo r e q u iere, es d ecir, cuando
los... c o n te n id o s [in con scien tes] son tan in ten so s q u e so n cap aces d e provocar la
in te rru p ció n . [C obran siem p re una] especial in te n sid a d , c u a n d o ... so n d e una
im p o rta n cia vital para la orien tación c o n sc ien te.76

En todo caso, había que distinguir las consecuencias del proceso onírico
como tal de los efectos psíquicos del contenido de los sueños. Tal como había
subrayado Maeder, el mero proceso del soñante podía ya influir de manera
benéfica en el hecho de dormir, concepción que Jung amplió al considerar
que la objetivación de las emociones en los símbolos oníricos, 77 es decir, su revesti­
miento de sentido y contenido, hechos que iban unidos al hecho de soñar,
eran los que actuaban de manera estimulante sobre el desarrollo de la psique
del individuo.

75 Ibid.
76 Ibid.
77 Cf. los estudios experimentales sobre el valor de los sueños, em prendidos por T C Frey
conjuntamente con C. A. Meier. T. C. Frey, “Probleme der Traum deutung”, en Traum und Symbol,
DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA 235

b) Sobre la función compensatoria de los sueños

Entre los extraordinarios méritos de Jung se contaba el haber convertido las


experiencias mencionadas en una concepción totalmente nueva del fenóme­
no onírico. A semejanza de Maeder reconoció la necesidad de una fundamen-
tación de los sueños puramente psicológica. De todos modos, no se conformó con
una explicación que se basara únicamente en la “elaboración de los problemas
psíquicos en el sueño” (Maeder, Bleuler). Le parecía esencial, ante todo, basar
la función de los sueños en la relación de éstos con la psique consciente.Y de
hecho fue el primero en establecer en la psicología empírica la hipótesis de
que los sueños tienen una relación compensatoria con la situación de la conciencia78
que se dé en cada caso en el soñante, principio este que se ha demostrado
sobremanera fructífero en psicoterapia.
Aun cuando era corriente en medicina la idea de una compensación de
determinados procesos excesivos mediante funciones compensatorias, fue
Adler el primero en convertir esta idea en concepto fundamental de su
psicología individual. Como podía apreciarse en la obra de éste, partió de la
idea de un plan de vida que él entendía como el intento, surgido ya en la
infancia a partir del choque del individuo con el poderoso mundo que lo
rodea, de compensar los sentimientos de inferioridad mediante dispositivos de poder.
Ya Freud había mencionado la actividad compensatoria, en cuanto al con­
cepto, ya que no en cuanto al término, por ejemplo como tendencia a
compensar en el sueño los deseos insatisfechos.79 De manera explícita utilizó
la expresión en 1908, al aludir a la compensación de la dureza mediante una
bondad extrema, etcétera.80
Y también en Jung encontramos, antes de la aparición de la primera obra
de Adler al respecto, en 1907,81 indicaciones de que las ilusiones de los
dementes compensan todo aquello que se echa de menos en la vida consciente
(1907).82 Pero, de todos modos, tenía que recorrer aún un largo camino hasta
descubrir la compensación como tendencia general de la psique inconsciente.
Fue fundamentalmente en los fenómenos psicopatológicos tales como las
alucinaciones y las parestesias, sobre todo las ideas fijas, en donde pudo
confirmar sus sospechas y reconocer la función compensatoria. Una de las
menciones más tempranas a esta función la encontramos ya en 1914:

P odem os d ecir, en resu m en , que la función del inconsciente en los trastornos m en ­


tales con siste en lo esencial en una com pensación del con ten ido d e la con cien cia.83

78 C. G. Jung, “Allgemeine Gesichtspunkte zur Psychologie des Traumes” (Ges. Werke, VIII,
p. 287).
79 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/III, p. 129).
80 S. Freud, "Die kulturelle Sexualmoral und die moderne Nervosität”, 1908 (Ges. Werke, VII,
p. 166).
81 A. Adler, Studien über die Minderwertigkeit von Organen, 1907.
82 C. G. Jung, Dementia praecox, pp. 171 s.
83 C. G. Jung, “Über die Bedeutung des Unbewußten in der Psychopathologie”, que
236 OKI. SUEÑO COMO SlMHOl O Al. SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA

Port"» la compensat ion, com o promt» piulo comprobar, no stvlimitaba a lus


teñídmenos psicopatológicas, sim» que era, sin unís, una ley fumínmental del
inconsciente.

En las p erso n as norm ales, la misión principal tlel inconsciente consiste en actuar
tie m an era com pensatoria y establecer un equilibrio. T a l a s las tendencias cons­
cientes extrem as se ven suavizadas y m txleratlas p o r u n co n traim p u lso en el
inconsciente.*4

Esta concepción fue completada gracias al hecho, que Jung liegt» a conocer
aquel m ism o año, tic que ¡a f undón on inca representa un contrapeso de la situación
psicológica consciente

Los sueños se com portan de una m anera com pensatoria resp ecto a la situación tic
la conciencia en cada caso.86

La importancia del descubrimiento tic la com pensación onírica no podrá


nunca sobrestimarse. El mérito extraordinario tic Jung consiste en haber
com probado en los sueños, no sólo una función {»sicológica, sino también una
interacción dotada tic {»leño sentido entre el sistema consciente y el incons­
ciente. Y no en menor medida consistió asimismo su aportación en captar
estas actividades en relación con la energética psíquica, con los procesos vitales
en sí. Ju n to a la actividad reguladora en la vida orgánica colocó la autorregu­
lación en el campo de lo psíquico.*7

Como sistema autonrgulador, el alma mantiene su equilibrio, al igual q u e o c u rre con la


vida corporal. Para todos los procesos excesivos se p re se n ta n en seg u id a y forzo­
sam en te com pensaciones. Sin ellas no existiría ni un m etabolism o n o rm al ni una
psique norm al... El defecto aquí genera un exceso allí.88

En términos muy generales entendía por com pensación un intento de


establecer puentes entre los opuestos psíquicos gobernado por la propia psique, el cual,
com o expresión de un estado de relación diferenciado entre lt» consciente y
lo inconsciente, arrojaba también alguna luz sobre el “rostro d e Jano” de lt»s
sueños. Según esto, los sueños atendían a las necesidades de am bos lados: por
una parte se trataba tie la expresión espontánea de procesos inconscientes, y

constituyó ¡nicialmcntc una conferencia, en Collected Papers on Analytical Psychology n 286 (Os.
Werke, III, p. 234). **1
84 Ibid., |). 281 (Os. Werke, III, pp. 229 s.).
85 C. G. Jung, “The Psychology of Dreams”, 1914, en Collected Papen on Analytical Psychology,

86 C. G. Jung, “Allgemeine Gesichtspunkte zur Psychologic des Traumes" 1914/1928 (Os.


Werke ke, VIII, p. 287). (En cursiva en el texto.)
87 C. G.Jung, Das Unbewußte im normalen und kranken Seelenleben, 1926, p 90 (Ges Werke VII,
p. 67).
88 C. G. Jung, Die praktische Verwendbarkeit der Traumanalyse” (Ces. Werke XVI pp 162
s.). (La cursiva es mía.) * ’ *1'
DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA 237

por otra eran una respuesta equilibradora y dotada de sentido a los conven­
cimientos y tendencias de la conciencia. Los elementos oníricos eran tanto
factores constitutivos del inconsciente como compensaciones de la situación momentá­
nea de la conciencia que los “atraía y seleccionaba por ásociacíón”.89
hn la compensación reconoció Jung una regla fundamental de importancia
universal y que tenía validez para todas las formaciones psíquicas: la imagi­
nación, las visiones, los sueños. La única excepción que concedía era la del
sueño traumático, que repetía siempre en la misma forma la situación
traumática de partida.
De un modo general, el proceso onírico contrarrestaba las situaciones de
perturbación del equilibrio, formando constelaciones que incluían no sólo lo
habitualmente inconsciente y reprimido, sino también lo en esencia aún no
sabido. Cuando se daba una adaptación relativamente buena del individuo
al mundo exterior, los sueños se limitaban a ser aportaciones complementa­
rias a la actitud consciente. En cambio, en caso de una actitud unilateral de
la conciencia, la respuesta del sueño era también unilateral: se situaba en el
“lado opuesto”, lo que permitía poner en evidencia las situaciones de conflicto
latentes. La actividad reguladora de los sueños no discurría en modo alguno
paralela con las intenciones conscientes, sobre todo cuando estas últimas
“amenzaba[n] resultar peligros[as] para las necesidades vitales del indivi­
duo”.90 En tales casos se presentaban, por el contrario, “sueños vividos, cuyo
contenido mostraba un fuerte contraste pero resultaba adecuadamente com­
pensatorio”.91 Y a la vez, en aquellos casos en los que el episodio onírico se
acercaba más o menos al centro de la personalidad, “el sueño se conformaba
con variantes”.92 Si, por último, la actitud de la conciencia era adecuada para
el conjunto de la psique, “el sueño coincidía y subrayaba así la tendencia de
la misma, aunque sin perder por ello su autonomía”.93
Jung hizo especial hincapié en la compensación arquetípica o mitológica, que
tendía a establecer un equilibrio de las convicciones conscientes procedentes
de las capas profundas de la psique. También formaban parte de este tipo de
compensación las compensaciones religiosas que, pese a su alejamiento de la
conciencia, tenían a menudo una importancia decisiva para la forma en que
ulteriormente se configurase la vida del soñante.

En esto s casos hay q u e recordar siem p re q u e toda p erson a, e n cierto se n tid o ,


rep resen ta al c o n ju n to d e la h u m an id ad y su historia. Y lo q u e ha sid o p o sib le en
g ra n d e e n la h istoria h u m an a, lo q u e es tam bién en p e q u eñ o e n cad a in d iv id u o ...
D e a h í q u e n o ten g a n ad a d e so rp ren d en te q u e las c o m p en sa cio n es relig io sa s
d e se m p e ñ e n u n im p o r ta n te p ap el en los su eñ os. El q u e esto quizá sea así e n m ayor

89 C. G. Jung, “Allgemeine Gesichtspunkte zur Psychologie des Traumes” (Ges. Werke, VIII,
p. 283).
90 Ibid., p. 288.
91 Ibid.
92 C. G. Jung, Unveröffentlichtes Seminar über Kinderträume, I, 1938/1939. Así como “Vom
Wesen der Träum e”, 1945 (Ges. Werke, VIII, p. 328).
93 C. G. Jung, “Vom Wesen der Träume” (Ges. Werke, VIII, p. 328).
238 DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA

medida precisamente en nuestra época es consecuencia natural del materialismo


dominante en nuestra visión del mundo.94

Los “grandes sueños” de este tipo eran característicos no sólo de los


periodos biológicamente importantes de la vida —infancia, pubertad, meno­
pausia—, sino también para aquellos otros en los que los individuos dejaban
de estar en armonía con el conjunto de su personalidad, sin olvidar tampoco
los tiempos de crisis debidos a los acontecimientos históricos. En todos estos
casos se producían compensaciones que, según el caso, buscaban conseguir
una mejor adaptación del soñante a los cambios físicos, a las tendencias hacia
la autorrealización o al espíritu de la época.
Como indicábamos en el capítulo anterior, Jung contrapuso, al punto de
vista causal, el punto de vista prospectivo-constructivo, que permitía hallar nuevas
posibilidades de sentido. A partir del sueño, por ejemplo, este método permitía
tender “un puente hacia el futuro” a partir de los elementos.95 Coincidiendo
con A. Maeder veía en la orientación finalista del inconsciente onírico una
función que anticipaba futuras consecuciones, emprendía ejercicios prepara­
torios y bosquejaba futuras evoluciones.9697Pero, en cambio, advertía contra la
confusión de la función onírica prospectiva con la profética, es decir, contra
una actitud que creía ver en los sueños una especie de “psychopompos” (de
guía anímico) que “estaría en condiciones de dar a la vida una orientación
inequívoca a partir de un conocimiento superior”.

P or m á s q u e, d e un lad o, se haya su b valorad o la significación psicológica de los


su e ñ o s , su b siste un p elig ro n o m en o r, para q u ien se o cu p a mucho del análisis de
lo s su e ñ o s, d e so b ieva lo ru r el inconsciente en su im p o rta n cia p a r a la v id a re a l.91

En todo caso, como observó Jung, hay actitudes conscientes tan mal
adaptadas al conjunto de la personalidad, que la actitud inconsciente que
aparece en los sueños responde mejor al conjunto, y por ello consigue
m adurar posibilidades de sentido insospechadas. Como ejemplo recurrió, ya
en 1914, al sueño de Nabucodonosor, quien, en el punto culminante de su
poder, tuvo un sueño que anticipaba su caída.98

4 . S entido de los sueños e interpretación

En la interpretación del sentido de los sueños abrió Jung nuevas sendas que
se apartaban en gran medida del método freudiano. En cuanto hacía a los
94 C. G. Jung, “Allgemeine Gesichtspunkte zur Psychologie des Traum es” (Ges. Werke, VIII,
p. 285).
95 Véase “Der Inhalt der Psychose” (Gm. Werke, III, p. 204).
96 C. G. Jung, “Allgemeine Gesichtspunkte zur Psychologie des Traum es” (Ges. Werke, VIII,
p. 291).
97 Ibid, (la cursiva es mía).
98 Ibid., p. 286.
DEL SU E Ñ O COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA 239

principios formales, por ejemplo, la técnica de interrogar al soñante o la


utilización de las ocurrencias espontáneas, siguió ateniéndose a las directrices
marcadas por Freud. Su aportación genuina sólo se puso de manifiesto
cuando se trataba del contenido de sentido de los sueños.
Lo que J u n g entendía por sentido de los sueños era esencialmente distinto
de lo que entendía Freud. Aun cuando ambos investigadores veían en los
sueños un sector del conjunto más amplio de la psique, y también ambos le
atribuían una estructura unitaria, entendían al sentido y significado de la
unidad onírica de m anera fundamentalmente distinta. Mientras que Freud
se guiaba por la idea del enchaînement y entendía los sueños como fragmentos
de un conjunto relacionado de recuerdos con determinación causal, Ju n g
reconocía en ellos partes del acontecer orientado hacia un fin que evidenciaba
imágenes, valores y símbolos arquetípicos. Los sueños no constituían a este respecto
ningún caso especial, sino que seguían sus propias leyes, al igual que las
fantasías, las visiones y los síntomas neuróticos. Del mismo modo que Jung,
a diferencia de Freud, no podía concebir las formaciones de la fantasía como
veladuras simbólicas de las pulsiones fundamentales, ni el síntoma neurótico
como satisfacción sustitutiva de alguna otra cosa (Freud), tampoco eran para
él los sueños, en modo alguno, un signo sintomático," sino una manifestación
creadora espontánea de las profundidades anímicas.
De ahí que también fueran una cosa distinta para ambos investigadores el
sentido y el encontrar sentido. Para Freud el sentido de los sueños equivalía
al conocimiento de sus causas, mientras que Jung veía en el sentido un valor de
significado resultante de la relación del sueño con el conjunto.
Si para Freud la búsqueda del sentido se agotaba en el descubrimiento de
vivencias reprimidas -aun cuando posteriormente tuviera también en cuenta
relaciones simbólicas perm anentes-, lo que a Jung le interesaba era laprofun-
dización del autoconocimiento y de la autocomprensión. Para ello se requerían tanto
la actitud presente de la conciencia como el esclarecimiento de las tendencias
evolutivas ocultas en el material onírico, o bien el esclarecimiento de lo que
en los sueños pugnaba por salir a la luz, moviéndolo e impulsándolo hacia
una formación creadora. Respecto a la búsqueda del sentido, lo que para él
tenía importancia eran, ante todo, las imágenes arquetípicos que, desde siempre,
expresaban la “sintonía del sujeto experimentado* con el objeto experimen­
tado”.100
En la medida en que los sueños consistían en una trama de relaciones
simbólicas que giraban en torno al núcleo del significado, se daba también su
sentido mediante la relación de este mícleo con las estructuras de significado supraor-
denadas en la psique, en la escala superior de la totalidad. Si el sentido
inmanente de los sueños se encuentra mediante el esclarecimiento de la
unidad de sentido que les sirve de base, el sentido trascendente de los mismos
" S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/III, p. 105).
* Probablemente haya una errata en cl original y debiera decir “sujeto que experim enta”
(erfahrenden Subjektes) en vez de “sujeto experim entado” (erfahrenen Subjektes). [T.]
100 C. G. Jung, “Analytische Psychologie und Weltanschauung”, 1927 (Ges. Werke, VIII,
P- 432).
DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA 241

líneas de vida individualmente trazadas,104 o de direcciones en el discurrir de la


libido que se indicaban, tanto mediante reacciones emocionales como mediante
transformaciones simbólicas. Para Jung constituyó una confirmación bien reci­
bida de su suposición previa el poder atestiguar en los años treinta, basándose
en series de sueños, es decir, en sueños sucesivos y relacionados entre sí, una
continuidad en el fluir de imágenes inconscientes, pues en el curso del desarrollo
onírico, los motivos dominantes y los fines imaginados permitían reconocer
un grado de continuidad que se acercara a la hipótesis de la existencia de un
arquetipo que sirviera de base. En 1937 encontramos la siguiente observa­
ción:

C u a n d o e llo m e es p o sib le, n u n ca in terp reto un su e ñ o p or sí m ism o . P or regla


g en era l, to d o s u e ñ o form a p arte d e u n a serie. D el m ism o m o d o q u e e x iste u n a
co n tin u id a d e n la co n cien cia , al m argen d el h ech o d e q u e su ela in te rru m p irse al
dorm ir, p r o b a b le m e n te hay tam b ién u n a co n tin u id a d de los procesos inconscientes,
an tes q u izá q u e e n los p ro ceso s d e la co n cien cia .105

Con ayuda de la serie onírica pudo Jung no sólo verificar la hipótesis de la


interpretación, eliminando determinados fallos106 y siguiendo la paulatina
cristalización de los motivos arquetípicos, sino que descubrió también otra
cosa: que en la psique inconsciente se perfilaba algo así como un proceso de
desarrollo de la personalidad.107 En relación con sus investigaciones en torno a
los símbolos oníricos del proceso de individuación, 108 que se extendían a veces a lo
largo de periodos de cierta amplitud, pudo comprobar que, por una parte,
los sueños compensaban la situación consciente en una forma que cada vez
resultaba independiente de las otras, mientras que, por otra parte, los
distintos actos compensatorios se desarrollaban de acuerdo con una regulari­
dad interna prefijada, con un orden interior.

A nte to d o se le a p a recen a u n o las com p en sacion es com o m o d o s d e eq u ilibrar las


situ a cio n es d e eq u ilib r io p ertu rb ad o por un ilateralid ad es o d esc o m p en sa cio n e s.
Pero m a y o r e x p e r ie n c ia y u n a com p ren sión m ás p rofu n d a p erm iten com p rob ar
có m o esto s actos d e co m p en sa ció n , al parecer d esligad os en tre sí, se o r d e n a n e n
una e sp e c ie d e p la n . A p a rece en tre ellos u n a serie d e relacion es co h e r e n te s y se
p resen ta n c o m o su b o rd in a d o s a u n fin com ú n en u n sen tid o m ás p r o fu n d o , d e
m o d o tal q u e la se rie o n írica ya n o tien e el aspecto d e u n en sa rta m ien to d e su cesos
ú n icos e in c o h e r e n te s, sin o d e u n p roceso d e o rd en ación o d e d esa rro llo q u e
discu rre d e a c u e r d o co n etap as q u e ob ed ecen a u n p lan. A este p roceso in co n scien te
que cob ra e x p r e s ió n esp o n tá n e a en el sim b olism o d e series d e su e ñ o s d e cierta
am p litu d , lo h e d e n o m in a d o proceso de in d ivid u a ció n .109

104 Ibid., p. 327.


105 C. G. Jung, Psychologie und Religion, 1940, p. 60 (Ges. Werke, XI, p. 34).
106 C. G. Jung, “Die praktische Verwendbarkeit der Traumanalyse” (Ges. Werke, XVI, p. 159).
107 C. G. Jung, “Vom Wesen der Träume” (Ges. Werke, VIII, p. 330). (La cursiva es mía.)
108 C. G. Jung! “Traumsymbole des Individuationsprozesses”, 1936 (Ges. Werke, XI).
109 C. G. Jung, “Vom Wesen der Träume” (Ges. Werke, VIII, p. 330).
242 DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA

Ju n g vio reforzada esta hipótesis por una nueva comprobación de la


máxima importancia: que el fondo onírico era capaz de desarrollar una
autonomía y una actividad que se manifestaba incluso en la conducción y
gobierno de determinados procesos.

...el in c o n sc ie n te [estaría] e n co n d icio n es, al igu al q u e la co n cien cia , d e asum ir la


d ir ecció n co n u n a o rien ta ció n finalista. D e a cu erd o co n lo cu al, los su e ñ o s tendrían,
e n u n ca so d a d o , el valor d e u n a id ea p o sitiv a m e n te d o m in a n te o d e un fin
im a g in a d o q u e resu ltarían su p erio res, e n cu a n to a im p o r ta n cia vital, que el
c o n te n id o d e la co n cien cia tal co m o m o m e n tá n e a m e n te se c o n ste la r a .110

Todo lo cual parecía poner de manifiesto en qué medida el método


hermenéutico resultaba ser un instrumento fructífero para el esclarecimiento,
no sólo de los motivos, tendencias y concepciones de la vida del soñante
insuficientemente percibidos hasta ese momento; no sólo de sus posibilidades
de desarrollo espontáneo, sino también de las relaciones simbólicas del
soñante con el conjunto de la psique.
En la medida en que las unidades psíquicas, los centros de significaciones,
estuvieran siempre unidos a tonos afectivos, también la tensión emocional de un
sueño suponía un indicador nada despreciable para orientarse entre la espe­
sura de los símbolos oníricos. A este respecto coincidía Jung con Freud, quien
ya en 1900 había hecho hincapié en que “la emoción tenía siempre razón”.111
Pero, de todos modos, Jung veía en la emoción menos un indicio para revelar
deseos reprimidos que un instrumento que permitía sondear las zonas aún
desconocidas del fondo del alma, las que no habían encontrado todavía
expresión ni articulación. La carga emocional poseía para él, en primer lugar,
el valor de un presentimiento y de la sensación oscura del núcleo del
significado. De ahí que también fuera para él una regla de oro, tanto el
preguntar al soñante acerca de sus reacciones sentimentales y emotivas como
preguntarse a sí mismo por la sensación que le producían y el valor que les
atribuía.

a) Interpretación de los sueños y situación de la conciencia

Como segunda etapa de la interpretación de los sueños, que seguía a la


elaboración del sentido onírico inmanente, consideró Jung el proceso sobre­
manera importante de poner en relación el sentido de un sueño con la situación de
conciencia del soñante, entendiendo por esta última tanto la actitud habitual del
soñante, sus convicciones, valores e intereses, como su nivel cultural, sus
conocimientos y sus cualidades humanas. Por ello, siempre hizo hincapié en
que no había que olvidar en la interpretación los valores vitales de la
110 C. G. Jung, “Allgemeine Gesichtspunkte zur Psychologie des Traumes" (Ges. Werke, VIII,
p. 290).
111 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/III, p. 464).
DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA 243

personalidad consciente ni su nivel cultural. Una interpretación de los sueños


más o menos confiable exigía, tanto del soñante como del psicoterapeuta,
facultades nada despreciables.

Presupone una sensibilidad psicológica, una facultad combinatoria, una intuición


y un conocimiento del mundo y de los hombres, y sobre todo un saber específico,
tales que requieren tanto amplios conocimientos como una cierta intelligence du
cœur."2

Para confrontar el sentido del sueño con la situación consciente del soñante
era siempre orientadora la pregunta: ¡qué actitud consciente resulta compensada
por el sueño?"* Sin un conocimiento semejante de la situación consciente nunca
podía interpretarse el sueño con seguridad.112314 Pero como nunca podía darse
con seguridad y sin más la situación de la conciencia, tenía extraordinario
valor heurístico preguntar al soñante acerca de su situación psíquica actual.
Sobre todo los sueños que hacían referencia a los datos de la vida personal
exigían para su interpretación las asociaciones del soñante.
Según el material que apareciera constelado en el sueño, el intérprete se
limitaba a corregir la actitud consciente complementándola o añadiéndole
algo. Pero también podía ir más lejos y llamar la atención sobre tendencias
contrarias a las concepciones conscientes, sacando así a la luz situaciones de
conflicto. Podía asimismo centrar la indagación en los símbolos arquetípicos
que, por lo general, ofrecían una compensación a la conciencia procedente
de los estratos primitivos.
A diferencia del método reductor, que era para Freud el de uso normal,
Jung se limitaba a determinados casos en los que estaba indicado no sólo
obligar al soñante a retrotraerse a lo primitivo y elemental, sino también
hacerle recuperar la medida adecuada. Era recomendable para el psicotera­
peuta, en tales casos, llamar la atención del soñante sobre sus “ilusiones,
ficciones y exageraciones”, haciéndole comprender también, en caso necesa­
rio, su perseverancia en el infantilismo. En cambio, cuando se utilizaba el
método prospectivo-finalista, era esencial destacar las tendencias susceptibles
de desarrollo del soñante, completando así su actitud consciente. Y el método
hermenéutico tenía por último la finalidad de ampliar la actitud consciente
mediante la referencia retroactiva del yo a los valores que encerraban las
imágenes arcaicas y arquetípicas, a fin de reconciliar lo arcaico con la imagen
consciente del mundo.

112 C G lung, “Über das Wesen der Träume” (Ges. Werke, VIII, p. 327).
113 C. G. ju n g , “Die praktische Verwendbarkeit der Traumanalyse” (Ges. Werke, XVI, p. 164).
114 Ibid.
24 4 DEL SU EÑ O COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA

b) Asimilación del sentido del sueño

Si para Freud el descubrimiento de los deseos y causas ocultos, así como las
sendas del pensamiento veladas a la conciencia, eran el fin, no sólo de la teoría
de la neurosis, sino también de la interpretación de los sueños, Ju n g veía el
objeto de la interpretación onírica, para el individuo, en la asimilación del
sentido inmanente del sueñon5 a la situación de la conciencia. Ésta representaba la
tercera etapa de la interpretación de los sueños. Mientras que Freud encon­
traba suficientes premisas para el acoplamiento de los contenidos inconscien­
tes en el contexto de las ideas conscientes, en la detección y elaboración de
las causas de los sueños, Jung no encontraba ni mucho menos que, con
descubrir el sentido del sueño, quedase garantizada su adecuada incorpora­
ción a la conciencia. Por el contrario: el soñante tenía que realizar aún una
proeza, consistente en conseguir la interpenetración recíproca de los contenidos
conscientes e inconscientes.»« Lo que con ello se proponía, como insistentemente
recalcó, no era ni una “valoración unilateral... [ni una] reinterpretación y
cambio de sentido de los contenidos inconscientes mediante la conciencia”.115*17
La asimilación era, antes bien, un acercamiento e igualamiento alternativos
de las valoraciones opuestas de consciente e inconsciente, con lo que podía
superarse una disociación de la personalidad todavía existente; se hacía
posible de nuevo el compartir parcialmente la vivencia del inconsciente;
podía, en fin, alcanzarse una mejor comprensión de sí mismo. En este proceso
era de fundamental importancia que no “se lesionaran o incluso se destruye­
ran valores auténticos de la personalidad consciente”,11819ya que toda com pen­
sación por parte del inconsciente sólo podía ser efectiva en unión de una
conciencia integral. Jung consideraba igualmente im portante que, tras ha­
berse percatado de los valores inconscientes, el soñante no volviera a repri­
mirlos -con lo que perdería la posibilidad de un ensanchamiento de la
conciencia- ni abandonara los valores anteriores, lo que equivaldría a la
disolución del sujeto en un caos de valores.
R e s p e c to a la a sim ila ció n n u n ca se p r o d u c e un esto-o-aqu ello, sin o q u e s ie m p r e se
tra ta d e u n esto -y-a q u e llo .n 9

Con una actitud del esto-y-aquello, el soñante podría, tal como argüía Jung,
alcanzar un punto de vista que conciliara los opuestos y que se acercara de
nuevo a su autonomía natural.
M e d ia n te la a sim ila ció n d e c o n te n id o s in c o n sc ie n te s, v o lv e m o s a a r m o n iz a r ... la
v id a c o n s c ie n te , q u e co n su m a facilid ad se ap arta d e la ley n a tu ra l, c o n ésta,
lle v a n d o a sí al p a c ie n te n u e v a m e n te a su a u to n o m ía n a tu r a l.120

115 Ibid., p. 161.


" * lb id .
1,7 Ibid.
118 Ibid., pp. 165 s.
1 1 9 p. 166.
120 Ibid., p. 170.
DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA 245

c) Interpretación en el nivel del sujeto y del objeto

La distinción establecida por Jung de una interpretación al nivel del sujeto y


otra al nivel del objeto procedía de una reflexión de tipo filosófico-psicológico.
Era resultado de la contraposición de una comprensión ingenua del mundo
con una comprensión crítica. Tal como dijo muchas veces, consideraba a H.
Silberer precursor de este modo de concebir la cuestión, pues iba unida a su
nombre la importante contraposición, en lo psíquico, de una categoría
material con otra funcional.121 Con la categoría material intentaba expresar
el contenido de una configuración marcadamente simbólica, mientras que
con la categoría funcional intentaba circunscribir los propios mecanismos
psíquicos,“los procesos del aparato psíquico mismo”.122 De este enfoque del
tema esperaba una comprensión más amplia, no sólo de los cuentos infantiles
y de los mitos, sino también de la imaginación individual y de los sueños.
Según esto, Silberer entendía, tanto los elementos oníricos como los símbolos
imaginativos, como manifestaciones de los sistemas y tendencias de la psique.
En su opinión, en imágenes de carácter místico podían comprobarse repre­
sentaciones de grupos de ideas y emociones separados, así como de fuerzas
instintivas inhibidas y reprimidas.
Creo que no erramos cuando vemos los comienzos de una interpretación
subjetiva de elementos oníricos, no en Silberer, sino en Freud, quien recono­
ció en la in te r p r e ta c ió n d e los su e ñ o s el hecho de la existencia de personificaciones
en el sueño de determinados rasgos del carácter del soñante. Y no me refiero
únicamente a las “personas colectivas”,123 sino, sobre todo, a las personifica­
ciones de determinadas características y “cursos de conflicto”124en las figuras
del héroe, el auxiliador, el enemigo, etc., figuras todas ellas que había
observado en las ensoñaciones diurnas y también en la novela psicológica.
También Rank, probablemente apoyándose en él, había indicado que, me­
diante la personificación de determinadas características se representan, en
última instancia, “trozos de la propia individualidad”.125
El método de interpretación subjetivo alcanzó un cierto punto culminante
en la contraposición de la interpretación en el nivel subjetivo u objetivo, tal
como lo había propuesto Jung. Mientras en la interpretación realizada en el
nivel objetivo concebía las distintas piezas oníricas como contenidos que
formaban parte del mundo, en la interpretación en el nivel subjetivo veía un
intento de entender las expresiones oníricas como “rasgos del soñante perso­
nificados”. Esta distinción se basaba, como es obvio, en la ponderación crítica
de si las partes del sueño formaban parte del mundo objetivo más bien que
del mundo subjetivo.
121 H. Silberer, “Phantasie und Mythos”, en Jahrbuch für psychoanalytische und psychopatologische
Forschungen, II, 1910, pp. 622.
122 Ibid., p. 547.
123 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/III, p- 299).
124 S. Freud, “Der Dichter und das Phantasieren”, 1908 (Ges. Werke, VII, p. 221).
125 O. Rank, "Ein Traum, der sich selbst deutet”, en Jahrbuch für psychoanalytische und
psychopatologische Forschungen, II, 1910, pp. 526, 553.
246 D E L S U E Ñ O C O M O S ÍM B O L O AL S U E Ñ O C O M O E X P R E S IÓ N SIM B Ó LIC A

...a toda interpretación en la que las expresiones oníricas se consideran idénticas


a objetos reales la denomino interpretación en el nhvl objetivo. Frente a esta interpret
tadón tenemos otra que relariona todos los trozos del sueño, por ejemplo totlas las
personas que aparecen en el mismo, con el propio soñante. Este procedimiento se
llama interpretación en el nh'el subjeth'o.126

P a ra J u n g había de e n tra ñ a r ex trao rd in aria im portancia la distinción entre


u n a in terp re tació n en el nivel objetivo y u n a in terp retació n en el nivel
subjetivo. Si la aplicación de u n a interpretación en el nivel objetivo estaba
especialm ente indicada cuantío se tocaban conflictos relacionados con intere­
ses vitales y con relaciones externas tie im portancia vital,127 la interpretación
en el nivel subjetivo parecía recom endable p rincipalm ente en Unios aquellos
casos en los q u e se daba u n a excesiva valoración del objeto.128 Es decir: si se
d ab a u n a vinculación m uy fuerte con el exterior, surgía el peligro d e m enos­
cabo d e la concepción y la autoconciencia. Por ello, en la psicoterapia
resu ltab a a m e n u d o d e u n a im portancia vital, p ara el u lterio r desarrollo del
indiv id u o , el q u e se fuera capaz de percibir el instante en el que comenzaba
a perfilarse la separación tie la im agen interior respecto al objeto exterior.
T ales casos p o d ían observarse con relativa frecuencia en las situaciones de
transferencia, en las que a veces parecía recom endable, o incluso inevitable,
re tira r los contenidos oníricos de las proyecciones sobre el objeto real -el
m éd ico - qu e p u d ie ra n producirse en cada caso. M ediante la re tira d a de las
proyecciones, no sólo se deshacía la fijación concretista del individuo respecto
al objeto ex tern o, sino que se m anifestaba tam bién la realidad intrapsiquica
análoga al acontecer onírico. Por otra parte, tam bién p o d ían com probarse
situaciones d e escasa valoración del objeto, en las q ue podía resultar im por­
tan te el aferra m ie n to a la proyección sobre el m édico, sobre todo respecto a
la co ncentración en lo “más g ra n d e ” del individuo, o en la realización del sí
m ism o. En casos sem ejantes p arecía m uy útil e n te n d e r tam b ién las im áge­
n es oníricas com o partes del sujeto. Dicho de otro m odo: com o complejos
funcionales del inconsciente. El beneficio que el soñante extraía d e ellos era
eq u ivalente al reforzamiento del sujeto frente al mundo del objeto o, si se quiere, al
reforzamiento de la autoconciencia y de la conciencia de la responsabilidad del
individuo.

5 . P e r s p e c t iv a h is t ó r ic a d e l c o n c e p t o d e p r o y e c c ió n

La im p o rtan cia del concepto de proyección en la psicología del inconsciente


ju stifica u n a breve referencia a la historia de su surgim iento. J u n g lo tom ó de
F re u d , q u ien a su vez debía su hallazgo a la psiquiatría m eynertiana. T al com o
126 C. G. J u n g , D ie Psychologie d er unbew ußten Prozesse , 1917, p. 101 (Gm. W erke, V I I, p. 92).
127 C. G. J u n g , “A llg em ein e G esichtspu n k te zur P sych ologie d es T r a u m e s” (Gm. W erke, V III.
p. 3 0 4 ).
™ I b id .,p . 312.
DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA 247

ha demostrado M. Dorer,129 fue mérito de Meynert haber mostrado en su


fisiología del cerebro cómo los sistemas fibrinosos se componen de sistemas
asociativos, es decir: de las uniones entre las distintas partes de la corteza
cerebral, por una parte, y los sistemas de proyección por otra.130 Los sistemas
de proyección servían tanto para transmitir a la corteza los estímulos exterio­
res como para, a la inversa, establecer una conexión entre los centros subcor­
ticales y la médula espinal, y por tanto también con la periferia.
La primera mención que hace Freud de la teoría de la proyección de
Meynert aparece en su artículo sobre la afasia (1891).131A la pregunta que él
mismo se planteaba acerca de la forma en que se representaba el cuerpo en
la corteza cerebral -cuya conexión con la periferia, al igual que Meynert, la
atribuía a determinadas vías (sistemas de proyección)- contestó indicando la
existencia de un mecanismo de proyección.

Meynert d en o m in a “p royección” a esta representación, y algu n as d e sus ob serva­


ciones p erm iten sacar la conclusión d e que realm ente se p rod u ce u n a p royección ,
es decir, la rep resentación del cuerpo, punto por p u n to, en la corteza cereb ral.132

Y unos años más tarde (1896 y 1911), el concepto freudiano de proyección


sirvió a su vez para explicar la manía persecutoria de la paranoia. Para él, esta
manía tenía como resultado librarse de autorreproches reprimidos, echán­
doselos a otras personas. En 1916 trató por último de hacer extensivo el
alcance de este concepto a la vida psíquica normal, teniendo presente asimis­
mo este tipo de transferencia de procesos interiores (reprimidos). Incluso
llegó, a este respecto, a concebir los propios sueños como una proyección, es decir,
como la exteriorización de un proceso interior.133
También Jung vio inicialmente en el concepto de proyección este volcar al
exterior contenidos (personales) reprimidos. Pero abandonó tal hipótesis en
la medida en que comprobó, asimismo, la existencia en el inconsciente de
contenidos impersonales.134 Con el descubrimiento de las imágenes primigenias, de
los complejos autónomos y, sobre todo, de las ideas arquetípicas, evolucionófundamen­
talmente su concepto de la proyección, percatándose de que este último se refería
a todo aquello que formaba constelación pero que permanecía inconsciente para el
individuo. En consecuencia, el individuo, tal como recalcó Jung una y otra vez,
se encontraba en un estadopermanente deproyecciones, puesto que todos aquellos
contenidos del inconsciente que, como tales, no tenían acceso a la conciencia,
podían encontrarse siempre en el exterior.
La naturaleza, el objeto por antonom asia, refleja todo aquello que es co n ten id o d e
nuestro in con scien te y que, com o tal, no tiene acceso a la conciencia. M uchas
tonalidades d el placer y el displacer d e la percepción se las adscribim os sin m ás al
129 M. Dorer, Historische Grundlagen der Psychoanalyse, 1932.
130 Th. Meynert, Klinische Vorlesungen über Psychiatrie, 1890, p. 11.
131 S. Freud, Zur Auffassung der Aphasien, 1891.
132 Ibid., p. 49.
133 S. Freud, “Metapsychologische Ergänzung zur Traumlehre”, 1916 (Ges. Werke, X, p. 414).
134 C. G. Jung, Wandlungen und Symbole der Libido, p. 62.
248 DEL SUEÑO COMO SÍMBOLO AL SUEÑO COMO EXPRESIÓN SIMBÓLICA

ob jeto, sin pararnos a pensar en qué m edida p od em os hacerle responsable de las


m ism a s.135

También vista desde la perspectiva del desarrollo, la proyección constituía


un problema complejo. Del mismo modo que las proyecciones actuales
podían anticipar conocimientos futuros, había que dar por supuesto que
muchos de los contenidos que se adscribían hoy a la psique personal se habían
encontrado en estado de proyección en los oscuros tiempos anteriores. Lo
más probable era que gran parte de los pensamientos e ideas que hoy mueven
a la psique, ponía de relieve Jung, aunque sólo en la etapa más avanzada, sólo
se experimentase en épocas anteriores en forma de proyección.
Quiero exponer aquí cuál fue el paso decisivo, aunque no se produjo hasta
el año 1956:
T o d o lo q u e hoy consideram os con ocim ien to y fruto d e la m en te hum ana, en
m ilen io s y siglos anteriores se proyectaba en las cosas. Y todavía hoy hay muchas
cabezas qu e p resu p on en validez universal en idiosincrasias in d ivid u ales.136

Si Freud había considerado posible, en principio, la disolución de las


proyecciones mediante la supresión de las inhibiciones, Jung se mostraba
mucho menos optimista. También él estaba convencido de que era posible
disolver las proyecciones, en la medida en que formaran parte del inconscien­
te personal. Pero, en cambio, en todos aquellos casos en los que se trataba de
proyecciones de contenidos impersonales, se le antojaba dudosa la recupera­
ción de lo proyectado. Dicho en términos muy generales: sólo podían recupe­
rarse aquellas proyecciones que caían dentro del ámbito de la conciencia. Por mor del
contexto quisiera incluir también aquí otra cita textual de 1956:
Sólo pueden recogerse proyecciones dentro del ámbito de la con cien cia. Allí d on d e
ésta no puede llegar, tampoco es posible realizar correcciones.137
Según lo cual, Jung consideraba que los contenidos que el individuo experimen­
taba como algo que se producía fuera de s í es decir, que formaban parte de lo
extrapsíquico, no podían ni conocerse ni disolverse.

135 C. G. Jung, Symbole der Wandlung, p. 186. Ya en Wandlungen und Symbole der Libido decía el
texto lo siguiente: “La proyección hacia lo ‘cósmico’ es el privilegio primitivo de la libido, pues se
introduce de manera natural en nuestras percepciones a través de las puertas de los sentidos, en
forma de tonos de placer y desgana o desagrado [Lust und Unlust] de las percepciones y que, como
es sabido, atribuimos sin más reflexión al objeto, inclinándonos, pese a todas las consideraciones
filosóficas, a buscar siempre sus causas en el objeto, cuando éste tiene desesperadamente poco
que ver con ello...”
136 C. G. Jung, Mysterium coniunctionis, II, 1956, p. 260 (Ges. Werke, XIV/2 p 260)
137 Ibid., p. 261 (Ges. Werke, XIV, II, 261).
O ctava Parte

DEL SIGNO AL SÍMBOLO


D E L S IG N O AL S ÍM B O L O

Puesto que Jung empezó a investigar en qué consistía el símbolo en las


fantasías de la imaginación y en los sueños, coloco este capítulo sobre “el signo
y el símbolo” después de exponer lo relativo a los sueños.
Ya hemos tocado de pasada algunos de los aspectos esenciales del símbolo,
al referirnos a la energética y a los métodos interpretativos. Hemos visto así
que Jung consideraba al símbolo, en el aspecto energético, como viviente
compensación entre opuestos,1mientras que, para Freud -hasta el punto en
que lo consideraba de naturaleza universal-, se agotaba en relaciones cons­
tantes. Si para Jung era una “máquina psicológica, que transformaba ener­
gía”,2 un transformador energético que convertía lo físico en psíquico,3 para
Freud representaba la repetición de una coordinación, existente desde los
tiempos primigenios, entre proceso sexual y expresión verbal. Mientras que
la interpretación simbólica de Freud se basaba en una identificación del
símbolo con hechos ya conocidos, Jung, con su descubrimiento del método
hermenéutico-ampliíicador o, si se prefiere, de una comprensión de lo
simbólico basada en analogías espirituales, abría nuevas sendas y perspectivas
para la expansión y el desarrollo creativo de la personalidad.4

1 Véase la sección XIX.2, “Conversiones equivalentes de la libido”.


2 C. G. Jung, Über die Energetik der Seele, p. 76 (Ges. Werke, VIII, p. 50).
3 Véase la sección XIX.2, “Conversiones equivalentes de la libido”.
4 Véase la sección XX1.2.b.
251
XXIV. SIMBOLIZACIÓN Y SÍMBOLO EN FREUD

A fin de que se com prendan las diferencias existentes entre Freud y Ju n g , en


relación con la naturaleza del símbolo, tengo que rem ontarm e un poco más
lejos. Freud no comenzó a ocuparse de la “interpretación simbólica” hasta
1917. En la m edida en que científicamente podía permitírselo, consideraba
el símbolo exclusivamente desde el punto de vista causal, sin tener en cuenta
el contenido simbólico general. El símbolo tenía -como el resto de los
contenidos de la psique inconsciente- un valor exclusivamente de síntoma, un
valor que Freud pretendía com prender por medio del método de la asocia­
ción libre. Para esta concepción, que se mantenía hasta 1917, valía lo que
Dalbiez resumió tan acertadam ente con las siguientes palabras: “Le sens du
rêve, ce sont les causes du rêve.”1 Pero, con el tiempo, Freud se vio inducido
a abrir su m ente a la interpretación del símbolo tal como la practicaban sus
discípulos2 (Abraham, Rank, Riklin y Silbercr).
Una etapa de este progreso hacia la interpretación simbólica de carácter
general la constituyó el descubrimiento de las simbolizaciones, 3 es decir, de las
conversiones de las ideas en imágenes. Ya en 1900 habían llamado la atención
de Freud ciertas relaciones fijas existentes, tanto entre el símbolo onírico y
determinadas “prácticas idiomáticas de conocimiento general”, como entre
el símbolo y determ inados objetos sexuales. Como acertadamente pone de
relieve J . H. Phillips, Freud había observado ya esas simbolizaciones inamo­
vibles en la sintomatología de la histeria (1895), como, por ejemplo, en el caso
de la relación simbólica entre los vómitos y las emociones suprimidas.4 Pero,
de todos modos, fue necesario que desarrollara la teoría de la libido para
poder estar en situación de erigir una teoría del símbolo comprensiva que
abarcara también los símbolos de carácter general.
El impulso inm ediato para ocuparse del simbolismo en general lo debió a
los trabajos de Stekel,5 así como a sus colaboradores Rank y Sachs. Lo que ya
había descubierto en la simbolización se amplió ante sus ojos hasta convertirse
en esquema de interpretación general (1914). El hecho de que muchos sueños
presentaran determ inados elementos simbólicos que no se avenían bien a la
1 R. Dalbiez, Im méthode psychanalytique et la doctrine freudienne, I, p. 53.
2 K. Abraham, “Traum und Mythus”, 1909. Otto Rank, “Der Mythus von der Gehurt des
Helden”, 1909, así com o “Ein Traum , der sich selbst deutet”, 1910. F. Riklin, “W unsch und
Symbolik ¡in M ärchen”, 1908. H . Silbcrer, “Phantasie und Mythos”, 1910, y “Über die Symbol­
bildung”, 1911/1912.
3 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, 11/4II, pp. 349-354).
4J. H . Phillips, Psychoanalyse und Symbolik, 1962. Es mérito de Phillips el haber diferenciado
nítidamente las tres formas en las que Freud utiliza el concepto de símbolo: sím bolo m ném ico,
simbolización y símbolo.
5 W. Stekel, Die Sprache des Traumes, 1911.
253
254 SIMBOLIZACIÓN Y SÍMBOLO EN FREUD

interpretación por medio de la asociación libre, y que ni eran resultado de


una deformación por parte de la censura ni tenían significación como indi­
cadores de datos personales de la vida anterior, lo indujo a proseguir la
búsqueda. Ya no podía seguir cerrándose a reconocer que el simbolismo no
se limitaba a los sueños, sino que era un hecho de significado universal. Se
trataba, en todo caso, de representaciones simbólicas indirectas que, además,
en los sueños debían entenderse en relación con el disfraz de pensamientos
latentes.
Lo que para él resultaba problemático a este respecto era la comprobación
de que estos significados oníricos aparecían fijados o, dicho de otro modo: se
presentaban en forma de constantes traducciones de ideas inconscientes en imágenes.
Con ello se veía Freud ante un dilema nada despreciable: o ignoraba los
elementos oníricos “mudos”, los que escapaban al método de la asociación
libre -lo que siempre daba como resultado un sentido insatisfactorio del
sueño-, o tenía que ampliar el principio de la asociación libre. En este último
caso se veía de todos modos expuesto a caer en la arbitrariedad de los antiguos
intérpretes de sueños y a descifrar los sueños al estilo del viejo método
criptográfico, que se caracterizaba por la transferencia puramente mecánica
de significados conocidos a los símbolos oníricos, m étodo este que difícilmente
hacia justicia a la polisemia de los símbolos oníricos. Para controlar tal peligro,
Freud propugnó la prudencia crítica en la interpretación de los símbolos.
Para ello se requería, ante todo, un amplio conocimiento de los significados
de los símbolos. Freud mantenía que sólo cuando el intérprete conocía los
símbolos usuales, a la persona del soñante, su situación individual y las
vivencias del día anterior, había una cierta garantía de que pudiera llegara
resultados que tuvieran sentido recurriendo a significados prestablecidos.
Pero nunca -y esto era una de las férreas convicciones de la interpretación
de los sueños freudiana - podía el enfoque simbólico sustituir a la interpreta­
ción basada en la asociación libre, por lo que lo empleaba exclusivamente
como complemento del método consagrado.

Así pues, los elem entos existentes en el contenido de los sueños y que requieren
u n a com prensión simbólica nos obligan a utilizar u na técnica com binada que, por
u na parte, se basa en las asociaciones del soñante, y, por otra, introduce lo que falta
a p artir de la com prensión de los símbolos que posee el in térp re te.6

También resultaba interesante el hecho de que el reconocimiento de la


interpretación simbólica trajera consigo, forzosamente, una limitación del
principio largamente probado en el psicoanálisis, consistente en preguntar al
soñante por sus asociaciones.7
¿En que consistía la validez del simbolismo universal? Tres pensamientos
fueron decisivos para Freud:
Primero: el simbolismo parecía ser “un viejo m odo de expresión ya desapa-
6 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/UI, p. 358).
7 Ibid.
SIMBOLIZACIÓN Y SÍMBOLO EN FREUD 255

recid o ” , u n a e s p e c ie d e “le n g u a je f u n d a m e n ta l” d e la h u m a n i d a d ,8 al q u e
rem itía n t o d o s lo s s ig n if ic a d o s d e lo s sím b o lo s a c tu a le s .
Segundo: e s t e le n g u a j e f u n d a m e n ta l se b a sa b a e n r e la c io n e s d e id e n t id a d
fijas9 e n t r e e x p r e s i ó n v e r b a l y p r o c e s o s e x u a l, d o n d e la r e la c ió n s im b ó lic a
p arecía in d ic a r “ u n r e s to y u n a h u e lla d e la id e n tid a d q u e u n a v e z e x i s t i ó ”. 10
“Lo q u e h o y s e h a lla v in c u la d o s im b ó lic a m e n t e , p r o b a b le m e n t e e s ta b a u n id o
en lo s t ie m p o s p r im ig e n io s m e d ia n t e la id e n tid a d c o n c e p t u a l y v e r b a l.”11
En c o n s e c u e n c ia , lo s sím b o lo s d e l p r e s e n t e p o d ía n c o m p r e n d e r s e sin
forzarlos, c o m o r e p e t ic io n e s e s ta b le s d e e q u iv a le n c ia s p r im itiv a s.
Tercero: t o d a s e s ta s id e n tid a d e s se b a sa b a n e n c o o r d in a c io n e s fijas e x i s t e n ­
tes e n tr e la p a la b r a y e l o b je to se x u a l. T o d a s a q u e lla s “c o s a s q u e u n a v e z
tu v iero n e l m is m o n o m b r e q u e lo s g e n it a le s p o d ía n a p a r e c e r a h o r a e n lo s
su eñ o s c o m o s ím b o lo s d e ta le s ó r g a n o s ”. 12 C o m o c o n s e c u e n c ia d e e x is tir ta le s
raíces lin g ü ís tic a s c o n u n o r ig e n se x u a l, todos los objetos deforma alargada hacían
referencia al miembro masculino, y todas las formas ahuecadas, a los genitales
femeninos; d e l m is m o m o d o q u e to d a s las a rm a s y h e r r a m ie n ta s r e p r e s e n t a b a n
lo m a sc u lin o , m ie n tr a s q u e lo s o b je to s tra b a ja d o s r e p r e s e n t a b a n lo f e m e n in o .
El s im b o lism o s e b a sa b a , s e g ú n e s to , e n u n e s q u e m a d e in te r p r e ta c ió n g e n e r a l
que, p a ra se r m á s e x a c t o s , r e v e la b a se r u n esquema corporal. ¿ C ó m o s e e x p r e ­
saba e s to e n lo s su e ñ o s ?
Lo q u e s u p u s o u n a cie r ta d ific u lta d p a ra F r e u d f u e o b s e r v a r q u e lo s
sig n ifica d o s d e lo s sím b o lo s , a u n c u a n d o fu e r a n d e ín d o le g e n e r a l y e s ta b le ,
se m a n te n ía n p a r a el s o ñ a n t e t o ta lm e n te in c o n s c ie n t e s . S e v e ía p o r ta n to
o b lig a d o a s u p o n e r la e x is te n c ia d e conocimientos o d e r e la c io n e s d e p e n s a ­
m ien to inconscientes, 13 a u n c u a n d o n o p u d ie r a in d ic a r c ó m o p o d ía n e la b o r a r s e
en el s u e ñ o . P a ra e llo h u b ie r a n e c e s ita d o u n a h ip ó te s is s o b r e e l p r o c e s o d e
acceso a la c o n c ie n c ia d e lo s m o d e lo s d e p e n s a m ie n to in c o n s c ie n t e s .
P or m u y p r o g r e s iv a q u e q u isie r a a p a r e c e r la te o r ía d e lo s s ím b o lo s , F r e u d
acabó r e d u c ié n d o la a sus c o n c e p c io n e s a n te r io r e s. N o s ó lo r e d u j o e l s im b o ­
lism o a p r o c e s o s r e g re siv o s q u e se p e r d ía n e n lo p r e n a ta l, s in o q u e , a d e m á s ,
halló su f u n d a m e n t o e n c o n t e n id o s reprimidos: sólo lo que estaba reprimido podía
representarse simbólicamente. E n la m e d id a e n q u e , p o r a ñ a d id u r a , lo r e p r im id o
tenía ta m b ié n u n a n a tu r a le z a d e fo r m a d a , ta m b ié n lo s im b ó lic o p o d ía in c lu ir ­
se sin m á s e n e l p r in c ip io d e la d e fo r m a c ió n o n ír ic a . L le g ó a sí F r e u d a la
c o n clu sió n d e q u e lo s símbolos oníricos no eran sino desfiguraciones procedentes de
épocas remotas y que seguían teniendo efecto. C o m o r e s to s d e u n a id e n t id a d
in te rm ed ia e n t r e la p a la b r a y el o b je to s e x u a l, p r o p a g a b a n e l c a r á c te r s e m ió -
tico o r ig in a l d e e s t e s ig n if ic a d o v erb a l. D ic h o d e o tr a m a n e r a : F r e u d c o n c e b ía
tanto lo s s ím b o lo s o n ír ic o s c o m o lo s s ím b o lo s e n g e n e r a l c o m o s ig n o s q u e e n
realidad r e p r e s e n t a b a n lo s ó r g a n o s se x u a le s.

8 S. Freud, Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Ges. Werke, XI, p. 169).
9 Ibid., p. 170.
10 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/III, p. 357).
11 Ibid.
12 S. Freud, Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse (Ges. Werke, XI, p. 170).
13 Ibid., p. 168.
XXV. EL SÍMBOLO EN JUNG COMO ALGO
RELATIVAMENTE DESCONOCIDO

P a r a Jung, la explicación causal que daba Freud del símbolo no lenta valor
realm ente simbólico, puesto que se agotaba en la reducción tic algo conocido
a otra cosa también conocida. Tanto la comprobación de que el símbolo había
que entenderlo como símbolo del recuerdo, o bien como producto sustitutivo
de recuerdos de la infancia reprimidos, como el intento de Freud de reducirlo
a significados sexuales fijos, contradecían de pleno su propia concepción. Si en
el prim ero de los casos lo único que se hacía era retrotraer el problema, en el
último se ponía de manifiesto que se trataba de un mero significado scmiótico,
pero nunca de un "auténtico" símbolo. Cuando Freud designaba a los símbolos
universales como “restos y señales de una identidad conceptual y lingüística
existentes desde los tiempos prehistóricos”,1 para Jung esto constituía una
simbolización tan impropia como su reducción a procesos sexuales desfigu­
rados. Fn ambos casos, el símbolo era la “designación abreviada de una cosa
conocida”:2 un síntoma. Jung no podía nunca considerar que el sentido de un
símbolo fuese “un signo que ocultara algo de común conocimiento”, sino que
veía en él esencialmente una indicación de, algo todavía desconocido. En lo que
Freud pensaba, según expuso él mismo, era una manifestación activa del
síntoma, o acción sintomática, y no en una acción simbólica, hecho que, por
ejemplo, se ponía claramente de manifiesto en la reducción de melodías, cuyo
canturreo se arrastraba inconscientemente, a acciones que constituían la
expresión de síntomas:

...p u e s p ara él [F reu d j esto s fe n ó m e n o s n o son sim b ó lico s e n el s e n tid o e n el q u e


a q u í se d e fin e lo sim b ó lico , sin o sig n o s sin to m á tico s d e u n p r o c e so fu n d a m en ta l
d e te r m in a d o y c o m ú n m e n te c o n o c id o .3

Había en opinión de Jung dos categorías de procesos: los “que no expresan


ningún sentido en particular, [y que eran] meras consecuencias, síntomas y
nada más... y otros que tenían un sentido oculto...”4 Freud despojó a ambas
de su significado finalista y de todo contenido espiritual al asumir la existencia
de coordinaciones fijas. En cambio, para Jung el símbolo representaba
siempre un intento espontáneo de la psique inconsciente de expresar en imágenes
conocidas algo relativamente desconocido que inicialmcntc sólo podía presentirse
de una m anera oscura.
1 S. Freud, Die Traumdeutung (Ges. Werke, II/III, p. 357).
2 C. G. Jung, Psychologische typen, p. 675 (Ges. Werke, VI, p. 515).
3 Ibid., p. 680 (Ges. Werke, VI, p. 519).
4 Ibid.
256
I

KL S ÍM B O LO EN J U N G COMO ALGO RELATIVAMENTE DESCO NO CIDO 257

Una expresión que se establece para una cosa conocida no deja nunca de ser un
mero signo, jamás un símbolo. l)c ahí que resulte totalmente imposible crear un
símbolo vivo, es decir, preñado de significado a partir de relaciones conocidas...
Todo producto psíquico, hasta el punto en que consitituya, de momento, la mejor
expresión pasible para un estado de cosas desconocido hasta ese momento, o sólo
relativamente conocido, puede concebirse como símbolo, siempre y cuando se
incline uno a admitir que lo que esa expresión quiere también designar es lo que
inicialmente se vislumbra pero no se sabe con claridad.5

Pero, a pesar de todas sus reservas, Ju n g nunca pasó por alto el gran mérito
de Freud, que consistía en haber elaborado las bases formates del símbolo, es
decir, en la concentración e identificación de representaciones. De modo
semejante, concibió también la concentración como condensación de distintas
propiedades en una única propiedad, tal como ocurría, por ejemplo, en la
personificación de aspectos de la personalidad, o en la formación de repre­
sentaciones arquetípicas. De todos modos, Ju n g se autolimitó tanto más
respecto al contenido cuanto que no era capaz de ver en el proceso de
identificación una analogía inconsciente de cosas comunes de tipo sexual -tal
como la que, por ejemplo, Freud suponía en la relación de la palabra con el
objeto sexual-, y tampoco veía en la expresión simbólica meras características
sexuales cambiadas de forma. La identificación se basó siempre, para él, en una
equiparación de hechos esencialmente desconocidos. En su opinión, la teoría de
Freud había pasado de largo ju n to a la auténtica realidad del símbolo sin
reparar verdaderam ente en ella. Estaba convencido, además, de que una
perspectiva m onopolar, de acuerdo con la cual los opuestos se basaban en
ineras experiencias pulsionales, no ofrecía posibilidad alguna de esclarecer
cambios ele forma fundamentales de la libido, tales como, por ejemplo, el paso
de formas inferiores a formas superiores,6 y mucho menos aún la realidad
esencial del símbolo, que tenía su base en lo profundo del ser humano. Faltaba
para ello la diferencia de nivel que constituía la premisa fundamental del
símbolo.1

1. E l s ím b o l o d el in c e s t o

Desde muy pronto, la concepción de Ju n g quedó clara en su argumentación


en torno al simbolismo del incesto. Como ya hemos mencionado, veía lo
esencial de la imagen del incesto -es decir, lo que se le antojaba tan im por­
tante, tan lleno de satisfacción y que tan tercamente se resistía a la desapari­
ción- no en el deseo incestuoso, sino, antes bien, en el contenido simbólico del
incesto. Era el contenido del símbolo lo que prestaba a la fantasía incestuosa
que tenía p o r objeto a los padres su peculiar sello de prepotencia y su hálito
de misterio. T odo cuanto Ju n g había indicado ya en sus Wandlungen und
Symbole d e r Libido ( 1012), lo vio confirmado en su labor psicoterapéutica. Halló
5 Ibid. , p. 676 (Ges. Werke, V I, p. 516).
6 Véase la p. 176.
258 El. SIMBOLO EN JUNO COMO ALGO REIA l IVAMEN I E DKSCONOCHX)

-tal como Freud había comprobado va-que la expresión de la problemática


del incesto más notable v fundamental para la psicoterapia se daba en la
relación transferencia! mire medico v paciente. Kn esta última relación se ponía
claramente de manifiesto que el símbolo del incesto era ni nuis ni menos que el modelo
psicológico de la relación amorosa. Pero, a diferencia de Freud, que concebía la
imagen del incesto como un deseo de cohabitación que se retrotraía a la
infancia, para Jung era. primordialmente, una expresión primitiva y recu­
rrente de la nostalgia del ser humano hacia un estado de segundad en las circunstan­
cias primigenias, en la dicha de la inconsciencia plena, en la que todavía era
uno consigo mismo y con la primitiva causa materna.
Eran también imágenes de los padres con una coloración incestuosa las
que con mayor frecuencia se proyectaban en la situación de transferencia, con
lo que el médico podía atraer hacia sí tanto la proyección de la imagen del
padre como la de la imagen de la madre. A este respecto impon alia verdade­
ramente poco que el individuo fuera o no consciente de que se producían
estas provecciones. F.l hecho de que el efecto de los contenidos prosiguiera
imperturbable aun en el caso de que el individuo conociera su existencia,
permitía deducir que existía un contenido inconsciente, hundido profunda­
mente en el fondo anímico, v que seguía resultando totalmente inaccesible a
la conciencia.
Hay que suponer, asi pues, que. apane de la fantasía incestuosa, hay también otros
contenidos sumamente emocionales que se hallan vinculados con las imágenes del
padre y la madre \ que reclaman el correspondiente acceso a la conciencia. Pero
es evidente que, en su caso, tesulta aún más difícil hacerlos conscientes que en el
caso de las fantasías incestuosas...'

A partir d e esas fantasías con fuerte carga emocional dedujo Jung el efecto
q u e tienen las r e p r e s e n ta c io n e s re lig io sa s in c o n s c ie n te s , de elevado poder sugesti­
vo. Al parecer era característico de las m ism as que difícilmente se atenían a
las ideas dogmáticas transm itidas por la tradición. For el contrario, mostraban
un carácter herético. Y tam bién llamaba la atención el hecho de que las
imágenes de los padres aludían por regla general a motivos relacionados con
la cópula entre divinidades, que no sólo eran de una rara perfección, sino que
irradiaban un brillo sobrehumano. Tanto si el símbolo recordaba a los seres
andróginos de Platón, si permitía establecer una analogía con las imágenes
primitivas del rey y la reina del cielo, como si se refería a una dualidad
masculino-femenina (San Nicolás de Flue), para Jung, cuando se daban estas
fantasías, no se trataba nunca de una mera relación incestuosa, sino más bien
de la acción de un arquetipo de significación universal. De ahí que, en su
opinión, el origen de estas imágenes no podía explicarse nunca mediante la
teoría del incesto.» Lo que actuaba en el fondo de la fantasía del incesto era
el arquetipo (imagen primigenia) de la pareja divina, de la sizigiap la imagen,
7 C. G. Jung, “Über den Archetypus mit besonderer Berücksichtigung des AninubcgrilVes,\
1938, cn Von den Wurzeln des Bewußtseins, 1954, p. 69.
» Ibid., p. 80, nota.
9 Ibid.. pp. 74. 67: Syzygos: apareado, unido. Sizigta: unión.
EL SÍMBOLO EN JUNG COMO ALGO RELATIVAMENTE DESCONOCIDO 259

umversalmente difundida, que aparece en la mitología y en la etnología, de


una totalidad masculino-femenina.
T o d o a q u ello d e lo q u e, p or ejem p lo , se q uisiera q u e los p ad res fu eran cap aces, o
que se les q u isiera atribuir, se ex a g era hasta lo fantástico m e d ia n te e ste p lu s
m isterioso (r e p resen ta cio n es d e tipo religioso), y d e ah í q u e siga s ie n d o una
cuestión p o r d ilu cid a r hasta q u é p u n to han d e tom arse en serio las fam osas
fantasías in cestu o sa s. D etrás d e la pareja parental o d e la pareja am o ro sa hay
co n ten id o s d e la m ás alta ten sió n , q u e la con cien cia n o ad vierte y q u e, p or lo tanto,
sólo p u e d e n h a cerse n otar m ed ia n te la p ro y ecció n .10

A diferencia de lo que ocurre con las representaciones tradicionales, esas


imágenes revelan una alta intensidad y representan, al fin y al cabo, intentos
individuales de crecer más allá de los vínculos personales, o tendencias a compensar
la descomposición de la personalidad en contradicciones mediante imágenes de totali­
dad 1Pero expresan, sobre todo, la tendencia a elevar a la categoría de imagen
sobrehumana la vinculación con el padre o con la madre.
Así, en la imagen de la sizigía, la parte femenina en el hombre está referida
a la imagen de la madre, al ánima y, de manera recíproca, la parte masculina
en la mujer, lo está a la imagen del padre, al ánimo.
Jung no entendía por ánima, en modo alguno, una idea que pudiera
concebirse racionalmente, sino, por el contrario, un símbolo que surgía de
modo natural y que suponía ni más ni menos que el factor de la psique
dispensador de vida.
...es, e n to d o caso, lo apriorístico d e los estad os d e án im o, las reaccion es, los
im pulsos y cualesquiera otras esp o n tá n ea s ex p resio n es d e lo psíq u ico q u e p u ed a n
darse. Es, p o r sí mismo, algo vivo y q u e n os hace vivir: una vida tras la con cien cia,
que n o p u e d e integrarse en ésta d e u n a m anera total, sin o qu e, a n tes b ien , p ro ced e,
por el co n tra rio , de la última.12

En la vida aparecía casi siempre como algo proyectado, y lo hacía en las


formas más diversas. Entre sus formas de manifestarse se contaban las
ondinas, brujas y diosas.
Por otra parte, en el ánimo veía Jung la contrapartida del ánima. Era la
imagen del espíritu masculino que actuaba en el alma de la mujer, un
precipitado de las experiencias esenciales hechas con el hombre. De acuerdo
con la multiplicidad de tales experiencias, se concretaba el símbolo del ánimo,
no sólo en las convicciones y argumentos intocables, sino también en las
comprensiones y configuraciones creativas. En la proyección, el portador del
ánimo podía aparecer como maestro de esquí, como cantante, como profesor
de religión.
También en las imágenes anímicas del ánimo y el ánima tenía una impor­
tancia fundamental que el individuo se enfrentara a sus proyecciones y las
10 Ibid., p. 72.
11 Sobre el aspecto de totalidad de la sizigía me ocuparé en la p. 266.
12 C. G. Jung, “Über die Archetypen des Kollektiven Unbewußten”, 1934, en Von den Wurzeln
dts Bewußtseins, p. 36.
260 EL SÍMBOLO EN JUNG COMO ALGO RELATIVAMENTE DESCONOCIDO

h ic ie r a c o n s c ie n t e s . E n la m e d id a e n q u e rep r e se n ta b a n vida y espíritu “tras


la c o n c ie n c ia " , s e c o n v e r t ía n , g ra cia s al e s ta b le c im ie n to d e la relación del yo
c o n e lla s , e n p u e n t e s p a r a c o n e l in c o n sc ie n te . E n otra s palabras: les corres-
n o n d ía e l im p o r t a n t e p a p e l d e in term e d ia e m e el consciente
E sT se p r e f ie r e , c o n la s fig u r a s o c u lta s d e l in c o n sc ie n te co lectiv o , p u es, al igual
o u e d á n im a r e p r e s e n t a b a e l s ím b o lo a r q u c tfp .c o d e la vid a, e n cuya plenitud

2 . E l símbolo como mediador

E n tr e la s ldcas n
m e d ia d o r , e n e l q u e . (
J
, T'int'îhlt's d e l u n e f ie r r a la c o n c e p c ió n d e l sím b olo como
c o n tr a r io s d e c o n s c ie n te e in con scien te. En
, h a a d q u ir id o u n a form a racional y de
su c a lid a d d e im a g e r i qju 1 ‘ im itiv o , el sím b o lo form ab a p a rle, simul-
m a n ife s ta c ió n d e l f o n d o a ¿ , unR ve ía e n él u n a expresión paradójica

S ólo p u ed e ser... sim bólico aquello que en lo uno con tien e también ,o otro n

A r vista ló c ic o se d esc a r ta b a , y e n la práctica


Lo que d esd eX to ^ s o l u b l c , podía t o n c ilia r s e e n e l s ím b o lo . E r a - a decir
aparecía c o m o c o n flic to m . P im p r c v is to tc r c c r o q u e se instalaba
d e J u n g - a lg o así c o m o u U rt c o U s io n e s c o n flic tiv a s sin a p a r e n te solu-
p r e f e r e n t e m e n t e a llí óes p r o d u c¡a e n las p r o fu n d id a d e s de
don
c ió n . E n c u a n to e le m e n t o unqc o n ih c to in s o s la y a b le e n t r e u n a acü tud
c o f f i e T u n a a c d m d in c o n s c ie n t e . D e e s te t e n o r e r a l o q u e , v e in te añ os

m á s ta r d e , e sc r ib ía J u n g :
i ,r en tre la luz y las tinieblas, lo qu e u n e los contrarios, parücipa
„ que n en e lugar e n n e la j la izquierda q u e por la derecha, sin
de las dos caras y p u ed e juzg P ^ ú n ico qu c cabe hacer es arrancar de
que por ello nos haga m g sirve aquí d e ayuda, el cual, d e acuerdo
nuevo la contrad.cc.6n « l o e l i - lerccr\ é r m i n o q u e - a l en ten d e r de la
“ .i la realidad, con stituye la verdad

v ivien te.14

El d o b le c a r á c te r ir r a cio n a l d e l s ím b o lo lo e x p r e s ó J u n g d e m a n e r a m u y
n ítid a e n la s ig u ie n t e frase:

El sím bolo n o es ni abstracto ni concreto, ni racional ni irracional, ni real ni irreal.


Es, siem pre, am bas cosas a la v ez.15
15 £ ç i Ung, Psychologische Typen, p. 157 (Ges. Werke, VI, p. 118).
14 C. G. Jung, Paracelsica, 1942, pp. 134 s.
1 5 C. G. Jung, Psychologie und Alchemie, 1944, pp. 385 s.
EL SÍMBOLO EN JUNG COMO ALGO RELATIVAMENTE DESCONOCIDO 261

Por mor de su doble naturaleza, el símbolo era una paradoja que no sólo
intensificaba las contradicciones, sino que suponía, al mismo tiempo, un más
allá de la tensión contradictoria entre lo racional y lo irracional. Esta función
sintetizadora de lo simbólico era a la vez el auténtico secreto de la transfor­
mación de la personalidad, que equivalía... a un desarrollo progresivo hacia una
nueva actitud.16 Ya nos hemos ocupado de ella como función trascendente.

La p u g n a co n el in c o n sc ie n te es un p roceso o , se g ú n los casos, un p a d e c im ie n to o


un trabajo, al q u e h e m o s d e n o m in a d o fu n c ió n trascendente, p u esto q u e se trata d e
una fu n c ió n q u e se a p o y a e n lo real y en lo im agin ario, e n d a to s racion ales o
irracion ales, sa lv a n d o así la lagu n a q u e separa lo co n sc ien te d e lo in co n scien te.
T rá tese d e u n p r o c e so n atu ral, d e u n a m anifestación d e la e n erg ía q u e la ten sió n
co n tra d icto ria g e n e r a , y con sta d e u n a serie d e p rocesos d e la im a g in a ció n q u e
a p a recen e s p o n tá n e a m e n te e n los su eñ o s y v isio n es.1617

De ahí que la función simbólica fuera, como afirmase Jung en 1928, de una
importancia central en el proceso de autorrealización, en el proceso de
individuación. Entendía por tal un “proceso de desarrollo que [surgía] del
conflicto entre los dos hechos anímicos fundamentales”18 del yo y el incons­
ciente, un proceso irracional en gran medida y que buscaba la constitución y
desarrollo de la totalidad originaria. Al dirigir su mirada al todo, Jung veía la
realización del hombre no solamente en la diferenciación del yo respecto a
sus contradicciones, sino, asimismo, en alcanzar un punto más allá de esas
contradicciones.

Sea lo q u e fu e re el sig n ificad o en sí d e la totalidad d el h om b re, d el sí m ism o,


em p írica m en te es u n a im agen d e la finalidad d e la vida p ro d u cid a d e m an era
esp o n tá n ea p o r el in co n scien te, m ás allá d e los d eseos y tem ores d e la con cien cia.
R ep resen ta el o b jetiv o q u e p ersig u e el h om b re total, es d ecir, el d ev en ir realid ad
d e la to ta lid a d y d e la in d ivid u alid ad , con o contra su v o lu n ta d .19

Jung consideraba que lo esencial de este proceso formador de símbolos era


el paso de lo natural a lo espiritual, o bien la elevación de las contradicciones de
naturaleza y espíritu. El símbolo era, por así decir, el “camino intermedio en el
que se unían las contradicciones para un nuevo movimiento”.20 En la medida
en que la vida iÁvida y al mismo tiempo conocida exigía una nueva conciliación
de contrarios, un nuevo puente que salvara las diferencias entre las fuerzas
de la pulsión y las del espíritu, al símbolo unificador le tocaba desempeñar
nada menos que una función creadora que condujera al hombre a su verdad
psicológica más profunda.

16 C. G. Jung, Über die Psychologie des Unbewußten (Ges. Werke, VII, p. 108). Y de modo similar
ya en 1921, en Psychologische Typen, p. 684 (Ges. Werke, VI, p. 522). (La cursiva es mía.)
17 C. G. Jung, Das Unbewußte im normalen und kranken Seelenleben, p. 116 (Ges. Werke, VII, p. 87).
18 C. G. Jung, “Bewußtsein, Unbewußtes und Individuation”, 1939, p. 269.
19 C. G. Jung. Antu>ort auf Hiob, 1952, p. 153 (Ges. Werke, XI. p. 493).
20 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 367 (Ges. Werke, VI, p. 281).
262 EL SÍMBOLO EN JUNG COMO ALGO REI-ATI VAM ENTE DESCONOCIDO

Desde el punto de vista del realismo, el símbolo no es ninguna verdad exterior,


pero es psicológicamente verdadero, ya que constituye el puente que lleva a todas
las grandes consecuciones de la humanidad.21

Lo peculiar del símbolo uniíicador, ser un tercero irracional entre los


contrarios de lo racional y lo irracional, de lo consciente y lo inconsciente,
hacía a la vez imposible acuñar una expresión totalmente transparente para
su significado, pues con la formulación racional, el símbolo perdía una parte
de su plenitud y de su fuerza, de su densidad y vitalidad. Si bien parecía
necesario el acercamiento de la imagen a la conciencia, con vistas a la
autorrealización, ello llevaba siempre consigo el peligro de que el individuo
se aparta del fundamento primigenio alejándose de la fuente creadora. Y a
este peligro sólo podía escapar dejando que el símbolo formulado (idea o
imagen) se mantuviera en relación con la totalidad. La expresión simbólica,
decía Jung, sólo se mantenía viva cuando estaba preñada de sentido. Sólo se
mantenía viva al describir “lo inexpresable de forma insuperable”. En casos
tales suponía la “mejor expresión [de momento] de un estado de cosas hasta
esc instante desconocido o conocido sólo relativamente”,22 lo cual iba unido,
en cada caso, a un efecto generador de vida e impulsor.
Todas las propiedades del símbolo mencionadas -su calidad rcstructura-
dora, transformadora, unifie adora de opuestos-deberían esclarecer suficien­
temente que la verdad simbólica era todo menos una formación de compro­
miso, un resultado de la desfiguración y la falsificación, como ocurría en
Freud. Por el contrario, en la psicología de Jung se atribuye al símbolo la
función de un “paso [creador] de una actitud a otra”.23 Y precisamente esc
paso indica la extraordinaria importancia que Jung concede a la actitud
psíquica. Aun cuando fueran condiciones sine qua non del símbolo, los hechos
de la formación de analogías, de la lacultad simbolizadora de la psique y de
la calidad unificadora de opuestos, se trataba, en esa misma medida, de la
actitiui consciente del individuo.

El que algo sea un símbolo o no depende, en principio, de la actitud de la conciencia


que lo contempla, de un entendimiento que, por ejemplo, vea el estado de cosas
dado no sólo como tal, sino como expresión también de algo desconocido. De ahí
que sea posible que alguien genere un estado de cosas que a su parecer no tenga
nada de simbólico, pero que en cambio lo tenga para otra conciencia.24

También respecto al tipo de actitud estaban divididas las opiniones. Según


la idiosincrasia psíquica, el temperamento o el tipo de individuo, variaba la
actitud respecto a la condición de la verdad simbólica.
Podríamos afirmar, sin ir demasiado lejos, que fue una diferencia tal en la
actitud psíquica la que básicamente había de separar a Freud y Jung, pese a
21 C. G. Jung, Symbole der Wandlung, p. 390.
22 C. G. Jung, Psychologische lypen, p. 676 (Ges. Werke, VI, p. 516).
23 Ibid., p. 684 (Ges. Werke, VI, p. 522).
24 Ibid., p. 677 (Ges. Werke, VI, p. 517).
H SÍMHOI O KN JUNI'. COMO ALGO REIATIVAMEN IE OKSCONCH'UH) 263

la considerable semejatua do sus observaciones. Si bien es cierto que tras la


psicología do Freud so dejaba sentir el poder del padre castrador, en jung
ptnlia detectarse el sentimiento de ternura de la imagen materna, ele lo vital
y nutricio de lo profundo de la psique. F.n consecuencia, Jung no valoraba
los contenidos psíquicos únicamente de acuerdo con la relación que mante­
nían con la historia personal, sino, también y fundamentalmente, por su
relación con la totalidad de la psique y con las posibilidades prospectivas que
en cada caso se abrían ante el ser humano. Del mismo modo que Jung veía
por ejemplo en la regresión, con independencia del peligro de quedar
prisionero en el pasado, el germen de una nueva posibilidad de vida, también
atribuía a la imagen arcaica la dignidad de preparadora del camino para un
renacimiento a partir del terreno primitivo, de la maternal causa primigenia.
IX' ahí que el símbolo no fuera nunca para él un signo de primitiva identidad
de la sexualidad con el lenguaje, sino, más bien, un intento espontáneo de la
psique de expresar algo relativamente desconocido en imágenes conocidas.
Si para Freud el símbolo se agotaba en el cumplimiento de un deseo con
marcado tono de compromiso, Jung no veía en él tan sólo la formación de
una analogía creativa por parte de la pulsión y el espíritu, sino también un
elemento irracional que unía contrarios psicológicos.35

S. Fl SÍMBOLO DEL SÍ MISMO

Una de las aportaciones más importantes de Jung fue el descubrimiento, que


había formulado \a en HUÍS, de un mitro dt la pemnalidad, tM si mimo, que
aparecía en las configuraciones simbólicas del inconsciente.

Lo mismo que entendía por sí mismo un algo que no sólo era el comienzo de la
vida psíquica, sino que era además el fin hacia el que todo se dirigía, también
entendía por pnveso de autorreali/ación un proceso de desarrollo en el curso del

as Como es natural, la escuela psiooanalílica acometió desde el primer momento contra la


concepción junguiana del símbolo. Resulta interesante la crítica de S. Ferenczi, quien, en la
recensión que hi/o de Wandlungen und Symbole der Ubido (1913), escribe lo siguiente: "...al
principio. Jung encuentra también el motivo de la formación simbólica... en la tendencia a verter
complejos inconscientes, ’a los que se niega el reconocimiento, que se tratan como si no existieran',
en una forma desfigurada, incomprensible para la conciencia... IVro observemos, por lo demás,
que Jung sigue viendo aquí la tendencia inconsciente como lo xcriadero, mientras que considera
que su producto sutitutivo imaginativo es su símbolo... En la segunda parte del trabajo de la libido
hav que proclamar el carácter de ‘símbolos*, no ya de las imágenes representadas en la conciencia,
sino de las propias tendencias inconscientes de la psique, aun cuando el papel de la represión,
que Jung concede, excluya una conversión tal en el origen del simbolismo. Es ésta, por lo demás,
la ocasión de ponerse de una vez de acuerdo acerca de la utilización unívoca de la palabra
‘símbolo’. No todo lo que está en el lugar de otra t'osa es un símbolo... En el sentido del psicoanálisis
sólo se convierte una igualdad en símbolo a partir del momento en que la censura reprime en el
inconsciente el significado original. IX' ahí que, una vez que se ha producido la represión inicial,
la torre de una iglesia pueda perfectamente, por ejemplo, ‘simbolizar* un falo, Pero el falo no
puede ya nunca más ‘simbolizar* la torre de una iglesia.* ArtHkhe Psydmmbf», año 1913. pp. 393 s.
264 EL S ÍM B O L O EN J U N G C O M O ALGO R E L A TIV A M E N TE DESCO NO CIDO

cual el hombre [llegaba a convertirse] en el ser determinado y concreto... que una


vez [había sido]...26

D esde u n p u n to de vista psicológico, se experim entaba el símbolo del sí


m ism o com o u n centro que no coincidía con el yo, sino q ue culm inaba en una
especie d e centro virtual. N o sólo rem itía a u n p u n to central no cognoscible
sino q u e se vivía com o u na totalidad, superordinada. En cuanto tal representaba
la im agen d e u n a personalidad total, que constituía tanto el “p u n to equidistante
e n tre la conciencia y el inconsciente” com o el p u n to unificador de referencia
p a ra la m ultiplicidad de fragm entos de la personalidad, complejos y figuras
autó n o m as existentes en el inconsciente colectivo. Aun cuando la represen­
tación del sí m ismo nunca p u d iera hacerse perceptible, sino que tan sólo
p u d ie ra d educirse y adivinarse a p artir de las m anifestaciones de la psique,
se conseguía con ello, no obstante, p o n er al alcance de la experiencia personal
u n a idea primigenia del hombre, a saber: la de u n a totalidad potencial. Desde un
p u n to d e vista filosófico tratábase de un ente incognoscible que sobrepasaba
d ecid id am en te la capacidad de concepción del individuo.
I le designado este punto central con el nombre dest'mismo. Desde el punto de vista
intelectual, el sí mismo no es sino un concepto psicológico, una construcción mental
que quiere expresar un ente incognoscible, un ente que no podemos conocer como
tal, pues sobrepasa nuestra capacidad de concepción.27

De m odo p arecido señalaba Ju n g , treinta años m ás tard e, que el símbolo


del sí m ism o tenía un significado sólo potencialm ente em pírico: en cuanto
im agen d e la totalidad, sólo era perceptible en u n a p eq u e ñ a m edida, mientras
q ue en su m ayor p arte se m antenía incognoscible. D ebido al factor de
in d eterm inación, el sí m ism o estaba referido, p o r u n a p arte, a la realidad
em pírica; p o r la otra, a la trascendencia. Dicho de o tro m odo: era de naturaleza
tanto subjetiva como objetiva.
En cuanto concepto empírico, el sí mismo designa el conjunto de todos los
fenómenos psíquicos del hombre. Expresa la unidad y la totalidad de la persona­
lidad en su conjunto. Pero en la medida en que esta última, como consecuencia de
su componente inconsciente, sólo es consciente en parte, el concepto de sí mismo,
en realidad, sólo puede ser empírico en parte, siendo por tanto, y en la misma
medida, un postulado. Dicho de otra manera: comprende una parte experimentable
y otra no experimentable o, si se prefiere, aún no experimentada. Estas propieda­
des las posee en común con muchos conceptos de las ciencias naturales que, más
que ideas, son nombres. Pero, en la medida en que la totalidad, que consta tanto
de contenidos conscientes como de contenidos inconscientes, es un postulado, el
concepto que la define tiene carácter trascendente, puesto que postula, por razones
empíricas, la existencia de factores inconscientes, caracterizando con ello un ente
que sólo puede ser descrito en parte, mientras que, en parte también, permanece
pro tempore incognoscible o indclimitable.28
26 C. G. J u n g , Die Beziehungen zwischen dem Ich un dem Unheurußten, p . 9 2 (G es Werke VII d 19^
27 Ibid., p. 2 0 3 (Ges. W erke, V II, p. 260). ‘ V ' ’ P‘ 1
28 C. G .J u n g , Psychologische Typen, A p én d ice, 1958 (Ges. W erke, VI, p p . 5 1 2 s.).
H Ni M HOl O I N | l ' N v . v O M O Al GO H H AI IV AM I N 1 1 |>l Nt O N O t l i n > VO*

l a v a r a iic iis t u a d e l st m iM uo »lo ex p resa ) la n ío lo un lo u a i y lo in at lou ai


com o lo e m p li i i o \ lo tr a x ie u d e n ie ha u n h o q u e c o m o ya lie m o s In d ica d o
siem pre re su lta se t h llu l a u iñ a i u n a ló rm u la r a tio n a l q u e la e x p r e s a r a n i
esctn ia ta n sido t i sím bolo ¡ñutía t t f l t p i i la to ta lid a d d t la p s iiju t d t j o i v i a s a l i s j o i t o m

a) l'l si mismo romo símbolo iinijkador

U e x p r e s ió n m á s p r o h u u la y c o m p leta para la totalid ad la h a lló J u n g en el


llam ado sím ln d o u n ilu a tlor, tpu* ex p resa b a al sí m ism o en u n m o d o q u e n o
era c o n c e b ib le ló g ic a m e n te ( a n n o sím lio lo para la totalidad d t los vivt lirias,
para la “b ip o la rid .n l d e l a rq u etip o " * 1 u n ía la n a lu r a lc /a c o n sc ie n te así c o m o
la in c o n sc ie n te . las h u u io n e s su p e r io r e s y las in fe rio res, lo m a sc u lin o y lo
fem en in o h i e sp e c ia l p o d ía d ecirse d el sím b o lo d el sí m ism o q u e sie m p r e
era, a la v e /, r a tio n a l e irra cion al, b u e n o y m a lv a d o , claro y osc u r o : un
ampltxio oppositora m,

Puede convertirse en símbolo del si mismo lodo aquello de lo que el hotuhic


presuponga una totalidad más amplia que tie sí mism o,110

T al c o m o p iu lo c o m p r o b a r J u n g u n a y otra v e / en su s in v e stig a c io n e s sob re


la p sico lo g ía d e la r e lig ió n , p o r regla gen era l eran sím b o lo s le lr a m o r fo s y
circulares los q u e e x p r e sa b a n m ás a d e c u a d a m e n te la to talid ad . C o m o ¡dea
prim itiva d e la h u m a n id a d , la M ia d a d e e le m e n to s sim b ó lico s se refería n o
sólo a los cu a tr o te m p e r a m e n to s, las cu atro esta cio n es d el a ñ o , los cu a tro
puntos c a rd in a les, sin o ta m b ién a las cu atro fu n cio n es. V e n tr e lo s sím b o lo s
religiosos m ás a n tig u o s d e la h istoria d e la cu ltu ra se con tab a ta m b ién el
m u d ó la (círcu lo m á g ic o o ritu al). T e n ía un carácter e x p líc ita m e n te n o m in o ,so ,
lo q u e p o d ría te n e r q u e ver co n la sim etría d e su s e le m e n to s ic o n o g rá fico s, q u e
ponían d e m a n ifie sto p lá stica m en te la existen cia, n o só lo d e u n a rela ció n
especu lar d e la c o n c ie n c ia co n el in co n scien te, sin o tam b ién d e u n p rín c tp io
organ izador tra sc e n d e n ta l e n el in co n scien te. T a m b ién la rela ció n e n tr e círcu lo
y p u n to cen tra l señ a la b a h acia u n cen tro trascen d en tal q u e, e n las d istin ta s
religion es, se p r esen ta b a c o m o im a g en d e u n a d ivin id ad in tern a . S ie m p r e
que ap arecía u n a d isp o s ic ió n radial y co n cén trica d e las im á g e n e s y m o tiv o s
en to rn o a u n p u n to cen tra l, se hacía visible un cen tro d istin to d e l yo. Kra
característico d e la e x p e r ie n c ia d e u n cen tro im p erso n a l en la p siq u e q u e a lg o
que sie m p r e h ab ía e s ta d o a h í y q u e sie m p re se había b u sca d o , fin a lm e n te
hacía su a p a rició n . L o q u e p sico ló g ica m en te se con ceb ía c o m o sím b o lo d e l sí
m ism o, a p a recía e n el cristia n ism o co m o form a d e C risto d o g m á tic a m e n te
establecida, y e n O r ie n te e n form a d e P urush a, A tm an , H ira n y a g a rb h a , Huela,
etc. La e x p e r ie n c ia d e l c e n tr o se p resen tab a p o r e je m p lo e n la im a g e n d e
29 C. G. Jung, Psychologie und Alchemie, p. 031.
50 C. G. Jung, “Versuch einer psychologischen Deinung îles TrinitHtsdogmss", 1940/11)41
(Ges. Werke, XI, p. 170).
260 EL SÍM BOLO EN JUNG COMO ALGO REIATIVAM ENTE DESCONOCIDO

Cristo rodeado de sus discípulos, así como en la circumambulación ritual del


punto central (juego de pelota medieval).

En todos los casos, la ceremoniosa danza en corro tiene como fin -y consigue- dejar
grabada la imagen del círculo y del centro, así como la relación de cada punto de
la periferia con el centro. Desde el punto de vista psicológico, esta disposición es
un mandata, y por tamo un símbolo del sí mismo, al que se ajustan, no sólo el yo
individual, sino otros muchos símbolos que tienen un mismo sentido o están unidos
a él por un destino común.51

El carácter de totalidad de los símbolos unificadorcs lo encontró Jung ante


todo en las conjunciones adversativas (coniunctio = unión), ya se tratara de las
conjunciones simples, como la sizigía o de las de doble naturaleza, tal como
ocurría en los cuaternios basados en el principio de la tétrada.
Por ejemplo, en la imagen arquctípica de Ydsizigía, el aspecto de la totalidad
aparece siempre en forma de una dualidad masculino-femenina, expresando la
experiencia de que, en el ámbito de lo sobrehumano y lo divino, lo masculino
se daba siempre simultáneamente con lo femenino. El motivo de la sizigía
podía referirse tanto a una visión luminosa de la divinidad que poseyera
carácter masculino y femenino, como a un motivo, elevado al ámbito de los
dioses, de la cópula del padre y la madre. Aun cuando inicialmentc, tal como
hemos dicho, recordara el motivo del incesto,/wra Jung no era precisamente de
naturaleza incestuosa, sino que debía concebirse, antes bien, como imagen de la
totalidad. Por ello rechazaba también la explicación de Freud a través del
hecho de la bisexualidad, para entender el motivo de la pareja amorosa divina
como una situación de relación interior. Se trataba de un hecho para el que, en
sus investigaciones sobre la psicología de la religión, Ju n g encontró siempre
confirmación, tanto en la especulación del gnosticismo como en la filosofía
china (Ying-Yang): el motivo de la sizigía tenía una importancia universal y
penetraba hasta las mismas profundidades de la mitología primitiva que el
motivo del ánima, que constituía el aspecto de la imagen arquctípica de la
pareja amorosa que nunca faltaba. En su labor terapéutica, halló con mucha
frecuencia estos motivos en el comportamiento de hijos muy vinculados a su
madre, que compensaban su miedo ante la dura realidad con imágenes de
belleza sobrenatural. Si les era posible reconocer en todo su sentido el motivo
de la sizigía, podía revelarse como la vivencia decisiva en el proceso de
individuación. I ámbién en la situación de transferencia podía observarse que
el motivo arquetípico de la pareja divina, dada una cierta intensidad del
proceso, aparecía regularmente como el motivo central de la relación entre
médico y paciente. Era siempre característico de estas imágenes una cierta
organización arquctípica de los símbolos, un determinado orden estructural,
referido tanto a und forma estructural contradictoria como a la formación de una
relación de totalidad.31

31 C. G. Jung, "Das Wandlungssymbol in der Messe”, 1941 (Ges. Werke, XI, p. 302).
EL SÍMBOLO EN JUNG COMO ALGO REI AUVAMENTE DESCONOCIDO 207

También en este sentido supusieron un modelo para Jung lo* escritos


gnósticos y alquimistas relativos a los cuatcrnio*, sobre lodo el cuatcrnío del
matrimonio.32 Por cuatcrnio se entendía por lo general una ordenación simétrica
de opuestos en forma de télrada que, en el caso de un cuatcrnio matrimonial,
permitía reconocer la forma estructural de una ordenación de figuras contradicto­
rias. Tanto si se trataba de los contrarios de la libido endógama y exógama,
del hermano y la hermana, de lo claro y lo oscuro, la luz y las sombras, la
ordenación de las figuras se producía siempre de acuerdo con el siguiente
esquema cuaternario:33

A d ep to Soror mística

Rex (animus) Regina (anima)

A este respecto resultaba interesante la analogía del cuaternio del matri­


monio con la télrada de las formas de relación que ya había establecido
Freud.34 Pero, mientras que Freud siempre veía en una télrada semejante
una tétrada de personas basada en la bisexualidad y en la naturaleza psicosc-
xual del hombre. Jung encontraba en el cuaternio la cuádruple base de la
totalidad35 sin más.

Sólo el estab lecim ien to... [de los] cuatro aspectos perm ite una descripción basada
en la totalid ad .36

También encontraba J ung en la tétrada de formas de relación -a diferencia


de Freud- una expresión de carácter exclusivamente psíquico. El cuatcrnio
matrimonial representaba, en el sentido más profundo, un juicio de totalidad,
una proposición que reflejaba la estructura psíquica de la totalidad.
El aspecto de totalidad del cuatcrnio matrimonial traía consigo que no
faltaran en él ni indicaciones en el sentido de la imagen del incesto, ni
tendencias que apuntaran hacia una extensión de la estructura psíquica del
hombre “común” hacia el lado suprahumano y subhumano. En este último
caso y según la orientación del individuo, podía observarse la relación del
hombre, bien “común” con el cuaternio “superior”, espiritual (cuatcrnio del
espíritu), o con el hombre “inferior” (cuaternio de las sombras).

Puesto que [en el caso del cuaternio matrimonial] se trata de un esquem a prim itivo,
característico tanto d e la psicología de la relación amorosa com o de la transferencia,
32 C. G. Jung, Aion, pp. 303 s.
33 C. G. Jung, Die Psychologie der Übertragung, 1945, pp. 96 s. (Ges. Werke, XVI, p. 241).
34 Véase la p. 147.
35 C. G. Jung, Aion, p. 233. (La cursiva es mía.)
36 Ibid., p. 371.
268 EL SÍMBOLO EN JUNG COMO ALGO RELATIVAMENTE DESCONOCIDO

va d e su y o q u e, co m o todos los esqu em as caracterológicos, p resen ta una forma


fen o m én ica “favorable” y otra “desfavorable”... T o d o cu an to hace el hombre tiene
un asp ecto positivo y un aspecto n egativo.37

b) 1xi función religiosa del sí mismo

Jung se ocupó cada vez con mayor intensidad de la relación entre la expe­
riencia del sí mismo y de la imagen divina. Aun cuando, como sin duda ha
quedado ya claro, puso la idea del sí mismo en el centro de su psicología,
sobre todo en la segunda mitad de los años veinte, la fenomenología de la
imagen divina había despertado su interés ya en años anteriores. Una de sus
notables consecuciones consistió, en 1912, en librar la imagen de la divinidad
de la maraña de la interpretación personalista. Cada vez estaba más claro para
él que en las imágenes de Dios, tal como aparecían en los sueños, las visiones
y la imaginación, se dibujaba un hecho más profundo que el del yo, a saber:
una función natural del alma que ponía de manifiesto experiencias inmediatas
en el interior y procesos vivos en el inconsciente. A este respecto resultó especial­
mente esclarecedora para él la imagen de la renovación divina. Indicaba a su
parecer, por lo general, un valor supremo, que preparaba tanto una nuei>a
actitud de la conciencia como una nueva manifestación de la vida,38También en la
psicoterapia, y en los procesos regresivos hacia la imagen arcaica del mundo
que van unidos a ella, le había llamado la atención (1928) la gran importancia
que podía tener, para el proceso de autorrealización,39 una renovación o
revitalización de la imagen arcaica de la divinidad.
A la existencia de una imagen primitiva o arquetípica de la deidad Jung hizo
referencia sobre todo en el artículo “Psychologie und Religion” (1939). Este
investigador pensaba en una “función psicológica de naturaleza irracional”,
referida a la experiencia de algo numinoso y que nada tenía que ver con la
cuestión de la real existencia de Dios.™ De la misma manera que la religión estaba
referida a lo numinoso, el homo religiosus indicaba la existencia de un hombre
cuya actitud psíquica “había sido alterada por la experiencia de lo numino-
so”.41 El hecho de una relación de esta índole, la subordinación del hombre
a lo divino, trató Jung de esclarecerla mediante la comprensión profunda de
que la imagen divina se basaba fundamentalmente en una correspondencia
del alma con el ente divino.

Q uizá sea ir d em asiad o lejos hablar d e una relación d e afinidad [entre Dios y el
alm a]. P ero, e n tod o caso, el alm a tiene que ten er en sí una posibilidad d e relación,
es d ecir, u na corresp on d en cia con el ser d e Dios. De lo contrario nunca podría
p. 331.
& I b id .,
38 C. G. Jung, P s y c h o lo g is c h e T y p e n , p. 275 (Ges. W e r k e , VI, p. 206).
39 C. G. Jung. Die Beziehungen zunschen dem Ich und dem Unbeumßtcn, p. 68 (Ges. Werke. VII, p. 175).
40 C. G. Jung, Ü b e r d i e P s y c h o lo g ie d e s U n b e u m ß te n , pp. 128 s. (G e s . W e rk e . VII, p. 77).
41 C. G. Jung, P s y c h o lo g ie u n d R e l ig i o n , p. 15 (G e s. W e r k e , XI. p. 6).
F.L SÍMBOLO EN JUNO COMO ALGO REI ATI VAMENTE DESCONOCIDO 209

darse una conexión entre amitos. Psicológicamente formulada, esta correspondencia


es el arquetifto de la imagen divina.4*

A lo la r g o d e lo s a ñ o s c u a r e n ta , J u n g c e n tr ó su in te r é s e n la f u n c ió n
relig io sa d e l sí m is in o , a sí c o m o e n la r e la c ió n d e la im a g e n d iv in a c o n ésta .
R e c o n o c ió e n c r e c ie n te m e d id a q u e lo s sím b o lo s d e l sí m is m o n o se d if e r e n ­
ciaban e n m o d o a lg u n o d e lo s d e la d iv in id a d . Así, e n 1 0 1 0 , d e c ía :

Pero puesto que empíricamente no se puede distinguir nunca lo que es un símitolo


del si mismo y lo que es una imagen divina, estas dos ideas, pese1a lodos los intentos
de diferenciarlas, se presentan siempre mezcladas, por ejemplo el sí mismo, como
sinónimo, con el Cristo interior de cuito juaniano y pauliano, o el Cristo como
Dios... o el atinan como misuiidad individual y, a la vez, como esencia del cosmos,
o'l ao como estado individual y, simultáneamente, como comportamiento concreto
del acontecer del mundo.43

A m b as fo r m a s d e v iv e n c ia , la e x p e r ie n c ia p s ic o ló g ic a d e la m is m id a d o sí
m ism o y , al m is m o t ie m p o , la e x p e r ie n c ia r e lig io sa , te n ía n al p a r e c e r u n a b ase
c o m ú n , un algo que se vivía como unidad comprensiva y como totalidad. AJ ig u a l q u e
la im a g e n d e la d iv in id a d , ta m b ié n el a r q u e tip o d e l sí m is m o p o d ía a p o d e r a r s e
del h o m b r e c o n tal fu e r z a q u e ya n o fu era ra p a z d e d u d a r d e la v e r d a d d e su
viven cia. E n a m b o s c a so s el in d iv id u o se v eía p r e sa d e lo n u m in o s o q u e le
“c o m u n ic a b a u n a v iv e n c ia in tu itiv a d e la to ta lid a d ”. N o p a r e c ía d a r se d ife ­
rencia e n t r e la v iv e n c ia d e la m ism id a d y el vivir a D ios.

En lodo caso me resultaba personalmente imposible encontrar un criterio diferen-


ciador. Para decidir estas cosas hay que recurrir únicamente a la fe o a una
conclusión filosófica, y ninguna de las dos cosas tienen nada que ver con una ciencia
empírica.44

En e s te h e c h o se b a sa b a ta m b ié n la su b jetiv id a d d e l v a lo r g n o s e o ló g ic o d e
las p r o p o s ic io n e s r e la tiv a s al sí m ism o , así c o m o d e las rela tiv a s a la im a g e n
divina. Al fin y al c a b o , el in d iv id u o n o ten ía d e am b a s co sa s m á s q u e el
testim o n io d e su v iv e n c ia in d iv id u a l, so b r e la q u e n o p o d ía fu n d a m e n ta r s e
n in g u n a p r o p o s ic ió n o b je tiv a m e n te v e r d a d e r a , ni e n c u a n to a la h o m o g e n e i ­
dad ni e n c u a n t o a la h e t e r o g e n e id a d d e lo s tr a sc e n d e n te s q u e le se r v ía n d e
base. A u n c u a n d o to d a s las p r o p o s ic io n e s se refería n a a lg o o b je tiv o d e
carácter e x tr a o r d in a r ia m e n te n u m in o s o , tan só lo les era p r o p io u n v a lo r tie
verdad d e tip o s u b je tiv o . D e a h í q u e n o p u d ie r a h a b la rse p a ra n a d a d e q u e
J u n g e q u ip a r a b a ai a r q u e tip o e n sí, o al in c o n sc ie n te , con D ios. L o q u e cab ía
decir d e la e x p e r ie n c ia d e la m ism id a d y d e D io s ta m b ién p o d ía d e c ir s e d e
todos lo s te s tim o n io s r e lig io so s: tal c o m o resa ltó con a h ín c o J u n g , su valor
42 C. G. Ju n g , Pyschologie und Alchemie, p. 23. (U» cursiva es mía.)
43 C. G. Ju n g , "Versuch einer psychologischen Deutung des Trinitätsdogmas" (Os. Werke,
XI, p. 170).
44 Ibid., p. 207.
270 EL SÍMBOLO EN JUNG COMO ALGO RELATIVAMENTE DESCONOCIDO

gnoseológico se veía limitado en la medida en que se refiriese únicamente a la imagen


y ala equiparación, pero nunca al fondo trascendente mismo.
De ahí que cuando hablamos de contenidos religiosos nos estamos moviendo en
un mundo de imágenes referidas a algo inefable. No sabemos hasta qué punto estas
imágenes, estas alegorías, estos conceptos son más o menos claros respecto a los
objetos trascendentes a los que se refieren. Cuando por ejemplo decimos Dios ,
expresamos una imagen o un concepto verbal que ha experimentado muchas
transformaciones con el curso del tiempo. No estamos en condiciones de decir con
algún grado de certeza -a no ser que lo hagamos mediante la fe—si estos cambios
se refieren únicamente a las imágenes y conceptos o a lo inefable en sí.45
Jung se expresaba de la siguiente manera sobre esta polisemia de las
propuestas religiosas: contempladas intelcctualmente, estas proposiciones
tenían el valor de una mera hipótesis acerca de lo inefable. Vistas históricamente
permitían reconocer el carácter de una cierta objetividad, en la medida en que
se trataba de representaciones primitivas de la humanidad que se repiten a
lo largo del tiempo. Y por último, consideradas individualmente, poseían,
gracias a lo numinoso de la experiencia que representaban, el valor de algo casi
absoluto-vinculante para el sujeto en cuestión.

c) Arquetipo del sí mismo y vivencia

Con independencia de la relatividad del valor de verdad de las proposiciones


religiosas, y con independencia de la relatividad del valor gnoseológico
relativo de las absolutizaciones metafísicas, Jung nunca puso en tela de juicio
la validez subjetiva de las vivencias interiores. Sus propias experiencias, así
como los testimonios históricos, y también las confesiones de sus discípulos,
lo convencieron una y otra vez del extraordinario valor vivencial de la experiencia
interior para el sujeto. Si bien rechazó rigurosamente toda hipóstasis, la
profunda conmoción del en sí del arquetipo era para él definitivamente
vinculante. Puesto que nunca había dudado de la existencia de la realidad
trascendental, la interiorización de Dios y del sí mismo era también para él
un misterio interior cargado, en grado máximo, de numinosidad. Y ello con
independencia de cuáles fuesen las parábolas en las que se revelara esta
condición inefable. Para la vivencia, existía. ¡Era real y actuaba realmente!
A semejanza de la distinción que había establecido Kant entre la razón pura
y la razón práctica, Jung diferenciaba la pretensión de verdad metafísica de
la validez individual de la vivencia. Hacía expresamente hincapié en que la
inconmensurabilidad existente entre las proposiciones religiosas y la razón
no mermaban en modo alguno la realidad ni la vivacidad de la experiencia
interior.46 Por el contrario: valoraba mucho más la conmoción personal ante
la realidad trascendente que el juicio intelectual acerca de ese algo.
45 C. G. Jung, Antwort auf Hiob, p. 7 (Ges. Werke, XI, p. 388).
46 C. G. Jung, Mysterium coiunctionis, II, p. 333 (Ges. Werke, X1V/2, p. 333).
EL SÍM BOLO EN JUNG COMO ALGO RELATIVAMENTE DESCONOCIDO 271

La vivencia de lo esencial, y no la explicación y elucidación intelectual, que sólo


tiene sentido y sirve para algo allí donde se ha perturbado el acceso a la experiencia
primitiva.47

Y en otro punto, dice también de manera muy expresiva:


Lo que importa en la vivencia religiosa no es en qué medida se formula explícita­
mente un arquetipo, sino hasta qué punto se siente uno prendido por él. Lo importante
no es cómo lo pienso, sino cómo ello se apodera de mí.48
Por eso, en el trabajo práctico, era orientador para Jung el saber interior de
la existencia del arquetipo del sí mismo y de la imagen divina, al conocimiento
del cual había llegado no sólo a partir de los sueños y las fantasías, sino también
a partir de la fenomenología del proceso de individuación. Tenía ante sí, sobre
todo, la imagen arquetípica de un algo más grande que, por así decir,
organizaba ideas y vivencias como virtual punto central.49 Dentro de este
contexto, contemplaba como objetivo preferente de la psicoterapia el estable­
cimiento de una relación del yo con la realidad. A su entender, lo que hacía
que el hombre fuera lo que era en realidad era la consecución de este fin. De
ahí que concediera asimismo a la experiencia del en-sí de la mismidad y de
la imagen divina la dignidad de un algo anímico-intangible basado en
premisas trascendentales. Aun cuando la vivencia se expresara siempre en el
medium de las imágenes y símbolos subjetivos, descansaba no obstante sobre
una base emocional de la más fuerte numinosidad y que resultaba definitiva­
mente vinculante para la forma en que el individuo configuraba su vida.
Aun cuando todo nuestro mundo de representaciones religiosas consta de imáge­
nes antropomorfas, que en cuanto tales no pueden resistir nunca una crítica
racional, no hay que olvidar que se basan en arquetipos numinosos, es decir, en un
fundamento emocional que resulta intangible para la razón crítica.50
Para Jung no cabía, en consecuencia, la menor duda de que ese fondo
anímico se revelaba, a aquel que se refería a él y lo buscaba, como una fuente
de fuerza inagotable.
Quisiera afirmar una vez más que Jung, aun cuando equiparase la expe­
riencia empírica de la mismidad con la imagen divina o, dicho de otra manera,
aunque reconociera la no diferenciación de las imágenes psicológicas y las religiosas,
siempre se abstuvo de emitir el menor juicio acerca de en qué consistía el
fondo trascendente. Como si formara parte de la naturaleza incognoscible del
inconsciente, no era posible llegar a alcanzar ningún conocimiento acerca del
arquetipo del sí mismo ni acerca de Dios que tuviera validez objetiva. Pero
esto no excluía que tanto la vivencia arquetípica como la religiosa revelasen un
carácter de totalidad que le otorgaba la dignidad de una experiencia numinosa preñada
del más alto sentido.
47 Ibid., II. p. 325 (Ges. Werke, XIV/2, p. 325).
48 Ibid., II. p. 301 (Ges. Werke, XIV/2, p. 301).
49 C. G. Jung, Dre Reuehungen urschen dem Ich und dem Unbeumßten, p. 202 (Ges. Werke, VII, p. 260).
50 C. G. Jung, Antwort auf Hiob, p. 8 (Ges. Werke, XI, p. 389).
A péndice

LAS CONCEPCIONES DE JUNG


DE LOS AÑOS 1939-1961
I. EL ARQUETIPO EN SÍ

En los últimos años de su labor científica profundizó Jung en la imagen del


mundo de una forma que no sólo trascendió el marco que hasta entonces
había tenido, sino que lo relativizó. Se adentró en un terreno tan desconocido
para la psicología módica que difícilmente resultaba ya posible comparar sus
concepciones maduras con las tempranas concepciones de Freud. A fin de
dar una idea más completa de su obra, no quisiera renunciar a la exposición
de su pensamiento tardío que, además, coincidió con los años posteriores a
la muerte de Freud. Lo expongo por ello en forma de apéndice.
Hemos seguido a Jung hasta el momento en que acuña la expresión
“imagen arquetípica” para esclarecer el hecho de la existencia de formas
básicas típicas, disposiciones prefiguradas y tendencias a la repetición de
experiencias semejantes en las vivencias anímicas. Estas ideas las revestía Jung
en 1943 con las siguientes palabras:

Los arquetipos no son, a lo que parece, meras impresiones de experiencias típicas


que se repiten una y otra vez, sino que, al mismo tiempo, se comportan, empírica­
mente, comofuerzas y tendencias para la repetición de las mismas experiencias. Pues
siempre que aparece un arquetipo en el sueño, en la fantasía o en la vida, trae
consigo una “influencia” especial o una fuerza mediante la cual ejerce un efecto
numinoso, fascinante o que impulsa a actuar.1

Jung no veía en las imágenes arquetípicas solamente un punto de concen­


tración de caminos previamente desbrozados, sino un centro del que partían
efectos fascinantes. Actuaban como fuerzas creadoras que formaban y trans­
formaban la vida y el actuar del individuo, dando origen también, en gran
medida, a las ideas y a las creaciones artísticas.
También había comprobado previamente que existía una interacción del
arquetipo y la psique consciente hasta el punto en que tanto la imagen exigía
que el yo consciente le diera forma como, a la inversa, la conciencia necesitaba de la
ocurrencia preñada de sentido.
Cuanto más se volvía J ung hacia los fenómenos del fondo colectivo, ya se
tratara de fenómenos de sincronicidad como de manifestaciones de lo espiri­
tual, tanto más evidente le resultaba que el arquetipo era insondable y que la
mente humana no era capaz sino de perífrasis y caracterizaciones aproxima-
tivas de un núcleo de significación en última instancia inconsciente.
El sentido de este núcleo nunca ha sido consciente y nunca lo será. Siempre ha sido
y siempre será objeto de interpretación, y cada una de las interpretaciones que...
*
1 C. G. Jung, Über dû Psychologe des Unbenmßten, pp. 126 s. (Gm. Werke, VII, p. 75).
275
276 EL ARQUETIPO EN SÍ

se aproxima hasta cierto punto al sentido oculto, no sólo ha tenido de siempre la


pretensión de verdad y validez absolutas, sino también la de veneración y devoción
religiosa.2
El hecho de que la fuerza formadora del arquetipo sea en última instancia
un misterio de la fuerza creadora de la mente había tratado Jung de plasmarlo ya
en 1921 en la siguiente y acertada imagen.
A la luz contrapone el organismo una nueva formación, el ojo, y al proceso natural
contrapone la mente una imagen simbólica que capta este proceso del mismo modo
que'el ojo capta la luz. Yde igual modo que el ojo es testigo de la actividad creadora,
peculiar y autónoma, de la materia viva, también la imagen primitiva [arquetípicaj
es expresión de la fuerza creadora, propia e incondicionada, del espíritu.3

1. E l arquetipo como regulador del acontecer

Uno de los más importantes conocimientos adquiridos por Jung en los años
cuarenta fue la hipótesis de una actividad ordenadora por parte de los arquetipos.
Y fueron una vez más las formas producidas por la fantasía en la psique
inconsciente o, más exactamente, las fantasías convocadas por la imaginación
activa y que se extendían a lo largo de grandes espacios de tiempo, las que lo
incitaron a ir en esta dirección. Reconoció en ellas reguladores inconscientes del
fondo anímico, que ordenaban el material ¡cónico con independencia de las
motivaciones personales. No era nuevo para él que determinados motivos se
repitieran y que permitieran descubrir una coincidencia con los símbolos
mitológicos. Pero lo que resultaba sorprendente era no sólo la forma consi­
derablemente ordenada en que se presentaban, sino también lo centrado del
material imaginativo. Era como si en las profundidades del alma actuaran
factores espontáneos. Sí, como si hubiera incluso un núcleo de significación
inconsciente que poseyera la función de incitador del acontecer.
En tal dirección apuntaba sobre todo lo numinoso del arquetipo, hecho que
Jung había de comprobar principalmente en el arquetipo en sí. Dondequiera
que éste apareciese, tenía carácter de forzoso y siempre que “su efecto se hacía
consciente... [estaba] caracterizado por la numinosidad”.4 El que el arquetipo
se experimentase como representación onírica o ¡cónica, como idea o como
figura humana, lo que tenían en común todas sus formas de manifestarse era
que iban unidas al sentimiento de la presencia de un numen. Dicho de otra manera:
el sujeto que se sentía prendido por esa conmoción, vivía la fuente de su
experiencia como una presencia psíquica extraconsciente, dotada del carácter
especial de lo “iluminante” y lo benéfico, pero también de lo extraño. Jung
describió con gran fuerza este proceso de sentirse prendido por el núcleo de
sentido arquetípico:
2 C. G. Jung y K. Kerény, Einführung in das Wesen der Mythologie, 1941,p. 112.
3 C. G. Jung, Psychologische Typen, p. 600 (Ges. Werke, VI, p. 454).
4 C. G. Jung, “Versuch einer psychologischen Deutung des Trinitätsdogmas" (Ges. Werke,
XI, p. 163).
EL ARQUETIPO EN SÍ 277

Un oscuro impulso decide en última instancia sobre la adopción de la forma, un a


priori inconsciente pugna por adquirir forma, y no se sabe que la conciencia de otro
se ve conducida por idénticos motivos, aun cuando se tenga la sensación de hallarse
entregado a una ilimitada contingencia subjetiva. Una oscura precognición, referida
no sólo a la adopción de la forma, sino también a su sentido, parece flotar por
encima de todo el proceso.5

La suposición de lo que parecía ser un conocimiento anticipatorio del


arquetipo era una constatación totalmente nueva y que procedía, asimismo,
de los años cuarenta. Y era igualmente nueva la hipótesis de una posesión
aprioristica de ideas de finalidad.

En cuanto factor numinoso, el arquetipo determina la clase de proceso y la


adopción de la forma con un presunto conocimiento anticipatorio o posesión
aprioristica del fin que se cinrcunscribe mediante el proceso del centramiento.6

Puesto que los reguladores inconscientes de la adopción de formas psíqui­


cas se conocen por sus efectos, pero nunca en su auténtica naturaleza,
parecían referirse a un esquema de ordenación abstracto, es decir, a una forma
fundamental de la representación que aparecía en imágenes distintas cada vez.

A partir de estas experiencias y de estas consideraciones he llegado a comprender


que hay determinadas condiciones de existencia colectiva inconscientes que actúan como
reguladores e incitadores de actividad imaginativa creadora, y que suscitan la
aparición de las formas correspondientes al poner al servicio de sus fines el material
existente en la conciencia.7

En la medida en que estas formas ordenadoras remiten a un medio


totalmente distinto de simbolizaciones que se den en cada caso, Ju n g optó por
la expresión de arquetipo en sí para designar el esquema fundamental.

No deben confundirse las representaciones arquetípicas que sirven de mediación


al inconsciente con el arquetipo en si. Aquéllas son formaciones que presentan
múltiples variaciones y que remiten a una forma básica, de fondo, que en sí resulta
inaprehensible. Se caracteriza esta última por determinados elementos formales y
por determinadas significaciones de principio, pero que sólo puede concebirse de
una manera aproximativa.8

Mientras que las imágenes arquetípicas representaban una especie de


concretización de esos factores numinosos, ordenadores, un ocultamiento del
5 C. G. Jung, “Theoretische Überlegungen zum Wesen des Psychischen”, publicado inicial-
mente con el título de “Der Geist der Psychologie”, p. 446 (Ges. Werke, VIII, p. 234).
6 Ibid., p. 454 (Ges. Werke, VIII, p. 239).
7 Ibid., p. 447 (Ges. Werke, VIII, p. 234).
8 Ibid., p. 460 (Ges. Werke, VIII, p. 244).
278 EL ARQUETIPO EN SÍ

núcleo de significación de fondo mediante la materia, este núcleo ordenador


mismo permitía reconocer efectos numinosos que a m enudo estaban sorpren­
dentemente llenos de sentido9
Fueron también esos efectos los que indujeron a Ju n g a establecer una
comparación entre las experiencias numinosas del alma y las vivencias ilumi­
nadoras descritas por la alquimia. Y lo hacía pensando en la “Semilla luminosa
en medio del caos” (Khunrath), en la scinlillae (Dorn), en los ojos de pez en
el fondo marino, o en las imágenes de los ojos de serpiente luminosos. En
relación con estas vivencias numinosas, que se experimentaban, por así
decirlo, como chispas luminosas que esporádicamente surgían de la oscuridad
del inconsciente, consiguió establecer la hipótesis sumamente importante de
la existencia en el fondo anímico de un factor espiritual no apto para la conciencia.
El concepto del arquetipo en sí tenía, en consecuencia, el significado de
modelo psíquico, que, con independencia de su construcción a partir de los
efectos reconocibles de las intuiciones simbólicas, cumplía la función de
concebir más claramente en el material psíquico determinados conjuntos de
relaciones estructurales, como la disposición ordenada, la orientación hacia un fin
y el centramiento. Y a su vez, por medio de ellos, podían adquirirse nuevos
conocimientos acerca de la relación entre arquetipo y conciencia.
No se trata de establecer una afirmación, sino, an te s b ien , d e d iseñ a r u n modelo que
promete una problemática más o menos útil. U n m o d e lo n o d ice q u e las cosas sean
de un cierto modo, sino que se limita a ilustrar u n d e te r m in a d o m o d o de
contemplar los problemas.10

De dónde procedía el arquetipo, si era o no algo adquirido, cómo se


explicaba esa cualidad metafísica, eran preguntas que carecían de contesta­
ción:
M e h a n p r e g u n ta d o m u ch as veces d e d ó n d e v ie n e el a rq u etip o , si e s a lg o adquirido
o n o . Es ésta u n a p reg u n ta q u e n o p u e d e r e sp o n d e r se d e u n a m a n e ra directa. Los
a rq u etip o s so n ... factores y m otivos q u e o r d e n a n e le m e n to s p síq u icos e n d eterm i­
n a d a s im á g e n e s (a las q u e se d e n o m in a arq u etíp icas), d e fo rm a y m an era que
so la m e n te se co n o c e n p or su efecto . T ie n e n u n carácter p r e c o n s c ie n te y con stituyen
p r e su m ib le m e n te las d o m in a n tes estru ctu rales d e la p siq u e e n c u a n to tal, a
se m eja n za d e la ex isten cia p oten cial p ero im p e rcep tib le d e la retícu la cristalina del
líq u id o m a d r e .11

Y proseguía:
P ero , v isto e m p írica m en te, el a rq u etip o n u n ca su r g ió e n el á m b ito d e la vida
o rg á n ica . H izo su ap arición con la v id a .12

9 Ibid., p. 449 (Ges. Werke, VIII, p. 236).


10 C. G. Jung, “Theoretische Überlegungen zum Wesen des Psychischen”, exclusivamente
en Ges. Werke, VIII, p. 214.
11 C. G. Jung, “Versuch einer psychologischen Deutung des Trinitätsdogmas”, 1940/1941
(Ges. Werke, XI, p. 162, nota).
12 Ibid.
EL ARQUETIPO EN SÍ 279

Ante la falta de respuesta respecto a la naturaleza metafísica del arquetipo


en sí, sólo cabía decir con certeza que representaba una especie de a prion
psíquico heredado, es decir, un conjunto de condiciones formales que, una y
otra vez, conseguían producir representaciones semejantes.

2. A rquetipo e instinto (pulsión)

El problema de la relación entre el aspecto biológico y el psicológico del fondo


anímico no dejó de preocupar a Jung a lo largo de todos los años de su
actividad. Y se le planteó de nuevo tras haber descubierto en el arquetipo un
núcleo de significación totalmente inconsciente.
Tal como ya había expuesto en 1919, instinto e imagen arquetípica cons­
tituían la base del inconsciente colectivo. No podía pensarse lo uno sin lo otro.
Los principios de la actuación y de la comprensión estaban tan estrechamente
interrelacionados que cabía designar a la imagen primigenia como “autorre-
presentación del instinto”.13

...la forma y manera en la que el hombre se representa en el interior del mundo


[es], a pesar de todas las diferencias de detalle, tan regular como su comportamien­
to instintivo... El inconsciente colectivo consta de la suma de los instintos y sus
correlatos, los arquetipos. Del mismo modo que todo ser humano posee instinto,
también posee las imágenes primitivas.14

Un importante paso adelante en la comprensión de las relaciones entre el


instinto y el arquetipo se produjo como resultado de los hallazgos de la
psicología animal, pues, tal como se deducía de las investigaciones de renom­
brados biólogos (Portmann, Hediger, Lorenz), en el comportamiento animal,
por ejemplo, en la construcción del nido o la danza ritual, podía observarse
con especial claridad la existencia de secuencias de actos preformadas. 15 Pero
también el hecho de que los pollos sepan lo que tienen que hacer al salir del
huevo, o el comportamiento típico de las arañas al construir con tanta
habilidad sus telas, permitía reconocer la existencia de imágenes primitivas
preformadas. De ahí no había más que un paso para proponer que se
admitiera la existencia de estructuras de comportamiento innatas. Y tampoco
se distaba mucho de relacionar esas organizaciones del comportamiento con
organizaciones arquetípicas en la vida humana. De todos modos, la demos­
tración empírica de las formas instintivas típicas del hombre resultaba más
dificultosa, ya que la conciencia era capaz de actuar de una manera transfor­
madora, de una manera que perturbaba el proceso organizador de las
imágenes instintivas. Estas organizaciones instintivas podían demostrarse sin
embargo con alguna claridad en la primera infancia, mientras queen el adulto
13 Véase la p. 174.
H c G Jung, “Instinkt und Unbewußtes” (Ges. Werke, VIII, pp. 157 s.).
13Jolande Jacobi, Komplex, Archetypus, Symbol, 1957, pp. 46 ss.
2 80 EL ARQ UETIPO EN SÍ

quedaban limitadas, en su mayor parte, a la percepción de procesos creativos,


tales como la imaginación activa, o determ inadas series de sueños. La coinci­
dencia en tre la actividad organizadora de los arquetipos y los procesos
reguladores en el acontecer gobernado por pulsiones e instintos resultaba de
todos modos tan sorprendente que J u n g no p u d o por menos de equiparar el
principio organizador del arquetipo al principio del tipo de instinto. Ambos coincidían
en el pattem of behaviour.
Pulsión y modo arcaico coinciden en el concepto biológico del pattern of behaviour,16
Esta idea podía expresarse también diciendo que el arquetipo poseía un
aspecto que apuntaba hacia arriba y otro aspecto que apuntaba hacia abajo.
Mientras que el aspecto biológico se hacia visible, desde fuera, en la acción instintiva,
el principio configurador arquetípico se revelaba sólo desde el interior, en la vivencia
relacionada con la imagen.
La hipótesis de una combinación de pulsión c imagen, arquetipo e instinto,
no puede entenderse nunca comó si Ju n g hubiera adoptado una hipótesis
biologicista. Muy al contrario. En su obra no se habla nunca de deducir los
contenidos psíquicos a partir de lo biológico. No sólo la dinámica de la pulsión,
sino tam bién la imagen del mismo, seguían una regularidad que era en cada
caso específica.
[E sto se m a n ifesta b a , p o r e je m p lo , e n q u e ] e n la p u ls ió n [p o d ía ] o cu lta rse u n
s e n t id o fin a lista d ife r e n te d e l b io ló g ic o y q u e s ó lo se ponía d e manifiesto en el curso
d e l d e s a r r o llo .17

Sí, este carácter específico se presentaba también, en determ inadas circuns­


tancias, en forma de las mayores contradicciones imaginables . 18 Dicho de otra
m anera: la imagen arquetípica era capaz de funcionar con tal grado de
independencia de la sensibilidad instintiva, que entraba en marcada contra­
dicción con la misma. Piénsese, sin ir más lejos, en el contraste que existe entre
una persona que se halla sometida al dominio de las pulsiones y otra que obra
bajo una emoción espiritual.
El hecho de la analogía de arquetipo e instinto llevó a J u n g a una hipótesis
más amplia, aunque también atrevida: lo que en el campo empírico aparecía
como combinación de hechos biológicos y psicológicos, apuntaba a su enten­
der a la existencia de dos principios trascendentales que eran, en última instancia,
inconmensurables. Del mismo m odo que el espíritu acompañaba al instinto
en la experiencia hum ana, en el ámbito de lo trascendental ambos principios
se separaban. Y del mismo modo que la combinación de ambos en lo empírico
era esencial para la comprensión del aspecto energético, parecíale a Ju n g que
la hipótesis de los factores trascendentales era fructífera para discutir el
problem a de lo mctafísico y lo religioso. Respecto al m undo empírico, ya
16 C. G .J u n g , “T heoretische Ü berlegungen zum W esen des Psychischen”, publicado ¡nidal-
m ente com o “Der Geist der Psychologie”, pp. 441 s. (Ges. Werke, V III, p. 230).
17 Ibid., p. 4 17 (Ges. Werke, V III, p. 211).
18 Ibid., p. 450 (Ges. Werke, V III, p. 236).
EL ARQUETIPO EN SÍ 281

hemos m encionado que J u n g veía en la tensión de los opuestos, fundam en­


talmente en la contraposición entre pulsión y espíritu, el origen pro fu n d o de
la energía. Ambos actuaban conjuntam ente de modo tal que el arquetipo era,
por u n a p arte, el “sentido de la pulsión ”, 19 mientras que el instinto, p o r otra,
representaba el aspecto energético del espíritu.
Es de observar que sólo en los textos de sus últimos años entendió J u n g el
término espíritu (Geist) en el sentido de algo en sí que, por así decirlo, daba sentido y
finalidad a la vida como “espíritu rector”. Hasta entonces se había lim itado a
investigar científicam ente lo espiritual en cuanto principio productor de
imágenes, com o hálito anímico que producía inspiración y entusiasmo, dicho
en una palabra: como imagen primigenia de la psique.
Con el paso de la imagen primigenia al concepto de espíritu se produjo
una de las más im portantes profundizaciones de sus conceptos psicológicos
básicos. Estaba consciente de que al asumir de este modo un factor no apto para
la conciencia, un factor psicoide, traspasaba los límites de la ciencia empírica,
pero no vaciló en considerar a los arquetipos principios metafísicos que “condi-
ciona[ba]n la orientación total de la conciencia”.20
H a sta a h o r a h e tr a ta d o e n m is trab ajos lo s fe n ó m e n o s a r q u e típ ic o s c o m o f e n ó m e ­
n o s p s íq u ic o s p o r q u e e l m a ter ia l q u e tratab a d e p r e s e n ta r o d e in v e stig a r co n sistía
s ie m p r e , ú n ic a m e n t e , e n r e p r e s e n ta c io n e s. La n a tu ra le za p síq u ica d e l a r q u e tip o
q u e a q u í p r o p o n g o n o ... se h a lla e n co n tr a d ic c ió n co n las fo r m u la c io n e s a n te r io r e s,
s in o q u e sig n ific a , s o la m e n t e , u n a n u e v a d ife r e n c ia c ió n d e l c o n c e p to , la c u a l resu lta
in s o s la y a b le d e s d e e l m o m e n t o e n q u e m e v e o o b lig a d o a d isc u tir d e u n m o d o
g e n e r a l e n q u é c o n s is te la p s iq u e y p o n e r e n claro su s c o n c e p to s e m p ír ic o s y las
m u tu a s r e la c io n e s e n t r e lo s m is m o s .21

Para rep resen tar plásticamente la diferencia, dentro del ámbito de la


tensión psíquica, en tre la pulsión y el arquetipo, Ju n g se sirvió de la imagen
del espectro, colocando la imagen pulsional en el extrem o ultravioleta,
mientras que la dinám ica pulsional actuaría en el extremo infrarrojo .22
D el m is m o m o d o q u e lo “p síq u ic o -in fr a r r o jo ”, es d ecir p siq u e p u lsio n a l b io ló g ic a ,
se a d e n tr a e n lo s p r o c e s o s v ita le s fisio ló g ico s, d e sa p a r e c ie n d o así e n e l sis te m a d e
las d e t e r m in a c io n e s q u ím ic a s y físicas, lo “p síq u ic o -u ltr a v io le ta ”, e s d e c ir , e l a r q u e ­
tip o , r e p r e s e n t a u n t e r r e n o q u e , p o r u n a p a rte, n o m u e str a n in g u n a d e las
ca ra cterística s d e lo fisio ló g ic o , y q u e , p o r otra p a rte, y e n ú ltim a in sta n c ia , n o
p u e d e c o n s id e r a r s e ya p síq u ic o , a u n c u a n d o sea p síq u ica su m a n e r a d e m a n ife s­
tarse. O t r o t a n t o o c u r r e c o n lo s p r o c e s o s fisio ló g ico s, sin q u e p o r e llo s e lo s d e c la r e
d e ca r á c te r p s íq u ic o .28

Con base en estas consideraciones y otras parecidas, Ju n g juzgaba que la

19 Ibid., p. 443 {Ges. Werke, V III, p. 231).


20 C. G. J u n g , Ein moderner Mythus, 1958, p. 60.
21 C. G. J u n g , “T h eoretisch e Ü berlegungen zum Wesen des Psychischen”, publicado inicial-
mente com o “Der Geist der P sychologie”, p. 462 {Ges. Werke, V III, p. 246).
22 Ibid., p. 4 5 7 {Ges. Werke, V III, p. 242).
28 Ibid., p. 4 6 2 (C m . Werke, V III, p. 246).
282 EL ARQUETIPO EN SÍ

naturaleza trascendental, esencialmente impeiícptibU, del instinto cía tan


indemostrable como la del arquetipo, pero no veía la raíz c c instinto so o en
el organismo, sino como “puente hacia la mateiia sin mas.

En la rep resen tació n arqnetípica y en la sensación instintiva se contraponen, en el


p lan o psíquico, espíritu y m ateria. I auto la m ateria com o c csp iiitu aparecen en
la esfera aním ica com o p ro p ied ad es características d e los contení os c e a concien­
cia. Ambos tienen u n carácter trascend ental en su n atu raleza ultim a, es decir, no
accesibles a la percepción, al re p re se n ta r la psique y sus co n ten u os a única
realid ad que se nos da d e m anera inmediata

De todas estas hipótesis extrajojung la hipótesis no menos atrevida deque,


de modo análogo al arquetipo, al en-sí del espíritu, también existe u n en-sí<k.
la p u ls ió n . De la misma manera que la imagen arqnetípica conducía a la
naturaleza psicoide del arquetipo en sí, también la percepción del instinto
desembocaba en un en-sí, a saber: en el en-sí de la mateiia. Todavía be de
examinar si esta contraposición de materia y espíritu podría elevarse para
formar un tercer elemento unificándose en la vision imagen unitaiia del
mundo, y basta qué punto ello sería así.25

24 ¡bid., p. 463 (Ges. Werkt, VIII, p. 247).


25 Véanse las pp. 292 s.
II. LA PSIQUE DESDE EL PUNTO DE VISTA
DE LOS FACTORES TRASCENDENTALES

1. Kl. arquetipo en sí como forma de la organización apriorística

Con la demostración de la naturaleza psicoidc del arquetipo dio Jung un paso


extraordinariamente importante, al pasar de la perspectiva subjetiva a la objetiva,
de la representación arquetípica a lo trans-psíquico del arquetipo en sí.
Esta referencia a un fondo objetivo le permitió tomar en consideración
fenómenos liminares que trascendían en gran parte el mundo de lo psíqui­
camente perceptible, esto es, que eran en parte accesibles a la experiencia y
en parte incognoscibles. Acorde con esta apertura a nuevas observaciones, la
investigación de fenómenos sincrónicos, fundamentalmente, se convirtió en
punto de partida para nuevos conocimientos. Como característica más nota­
ble de tales coincidencias, descubrió el hecho de una concurrencia significa­
tiva, aunque totalmente acausal, de determinados estados psíquicos (presen­
timientos de muerte, miedos, expectativas) con uno o varios acontecimientos
del mundo exterior 1 (acontecimientos naturales extraordinarios, accidentes,
etc.). Los fenómenos sincrónicos tenían en común, como Jung pudo compro­
bar, el producirse de una manera puramente casual, al tiempo que parecían
responder “a un mero existir o ser así, es decir, a una contingencia que resultaba
ya irreductible”.2 No sólo encontró sus efectos en los experimentos de Rhine
con los fenómenos esp, en las correlaciones de la astrología, o en el I Ching,
sino que halló también su confirmación en la física.
Teniendo como base estas coincidencias significativas pudo establecer Jung
una hipótesis completamente nueva para la ciencia psicológica que habría de
abrir para ésta perspectivas de insospechado alcance. Asimismo, le fue posible
comprender que los fenómenos sincrónicos únicamente podían ser captados
por la mente humana si se complementaba la idea del determinismo causal
con la idea igualmente general de una relación basada en la analogía o en el
sentido.3 En su opinión, parecía tratarse de una dimensión que trascendía la
causal, y que apuntaba hacia un modo de disposición de hechos acausal,4 a los
efectos de un ordenador apriorístico que Jung equiparaba al arquetipo en sí.
Su siguiente analogía parecía presentarla este último factor con la idea de un
acto creador metafísico.5 Lo que el discípulo de Freud entendía por tal era
1C. G. Jung, “Synchronizität als ein Prinzip akausaler Zusammenhänge”, en N a t u r e r k lä r u n g
u n d P sych e, 1952, pp. 26 s. (G e s. W e r k e , VIII, p. 500).
2 I b id ., p. 103 (Gm. W e r k e , VIII, p. 574).
3 I b id ., p. 102 (G e s . W e r k e , VIII, p. 572).
4 I b id ., p. 104 (G e s . W e r k e , VIII, p. 574).
5 I b id ., p. 104 (G e s . W e r k e , VIII, p. 575).
283
284 LA PSIQUE DESDE LOS FACTORES TRASCENDENTALES

una creatio continua6 referida, ya fuera a “una serie de actos de creación


sucesivos... [o bien] a la presencia eterna de un acto de creación”.7
De todo lo cual se desprendía que Jung atribuía al arquetipo en sí lafunción
de un ordenador transpsíquico, es decir, de un principio que no sólo se daba a
priori, sino que consistía en una distribución y ordenación apriorísticas defactores.
El resultado de su creciente atención al arquetipo la resumió en la obser­
vación siguiente:

El arquetipo es la forma cognoscible a la introspección de la organización psíquica


apriorística.8

Volveré a ocuparme más en detalle de este tema.

2. R elativización de las ideas de conciencia e inconsciente

La notable transformación experimentada por la concepción del arquetipo,


que se expresaba en el carácter de elemento estructural inaprehensible, no
podía dejar de ejercer un efecto a su vez sobre las ideas del inconsciente y de
la conciencia. Ambas ideas perdían a ojos vistas claridad, determinabilidad y también
univocidad.

a) La indeterminabilidad del inconsciente

Si inicialmente había concebido Jung el inconsciente como un ámbito que en


principio era susceptible de conciencia, que era accesible a su iluminación por
la psique consciente, la suposición de factores psicoides en el fondo del alma
supuso un cambio fundamental en la forma en que hasta ese momento había
contemplado el problema. Se le hizo cada vez más evidente que la hipótesis
que había establecido ya en 1934 de que el inconsciente colectivo podía
conducirnos a una forma de ser aespacialy atemporal,9 poseía un alto grado de
justificación. La hipótesis de la existencia de una función transpsíquica del
arquetipo lo llevó a establecer una nueva hipótesis, según la cual hay un fondo
de la psique de imposible acceso a la conciencia y de imposible percepción y que, en
última instancia, era independiente de la opinión humana. Sus revoluciona­
rias conclusiones habían de culminar en el reconocimiento de que el incons­
ciente colectivo es un ámbito psicoide que conducía a las “oscuridades
existentes más allá de las categorías del entendimiento” y que comprendía lo
“no apto a la conciencia y meramente animoide”.>° El principio de ordenación
s Ibid., p. 106 (Ges. Werke, VIII, p. 576).
7 Ibid., p. 106 nota (Ges. Werke, VIII, p. 576, nota).
8 Ibid., p. 104 (Ges. Werke, VIII, p. 575).
9 C. G. Jung, “Seele und Tod”, 1934 (Ges. Werke, VIII, p. 473). (La cursiva es mía.)
10 C. G. Jung, “Theoretische Überlegungen zum Wesen des Psychischen”, publicado inicial-
LA PSIQUE DESDE LOS FACTORES TRASCENDENTALES 285

apriorístico que actuaba en el arquetipo tenía su contrapartida en la naturaleza psicoide


del inconsciente colectivo.
El examen de una forma óntica semejante, inconmensurable con el enten­
dimiento, significaba una considerable ampliación de la concepción que hasta
entonces se había tenido del inconsciente. A partir de ese momento vio Jung
en éste un ámbito que se extendía desde las categorías personales a las
categorías psicoides.
El inconsciente no es el desconocido sin más, sino que, antes bien, es, p o r u n a parte,
lo desconocido psíquico, es decir, todo aquello respecto a lo que dam os p o r sentado
que, de venir a la conciencia, no se diferenciaría en nada de los contenidos psíquicos
que nos son conocidos. Pero, p o r otra parte, tenem os que añ a d ir a esto el sistem a
psicoide, acerca de cuya consistencia nada podem os decir de u n a m anera d irec ta . 11

Este ensanchamiento de la idea del inconsciente iba acompañado de la


suposición de un oscurecimiento y relativización de este ámbito. Si los conceptos
de consciente e inconsciente habían sido hasta ese momento claros y unívocos,
empezaron a adquirir un modo de expresión cada vez más indeterminado.
Así pudo comprobar Jung que, al hundirse la energía psíquica en las capas
profundas del inconsciente, se daba también una creciente equiparación de
la vivencia con la naturaleza del instinto, es decir, con las propiedades del
primitivismo, del automatismo, de la no influenciabilidad. Otra de sus expre­
siones era la sucesiva disminución de la corregibilidad y racionalizabilidad del
inconsciente a través de la conciencia.
Aun cu an d o en e l inconsciente el proceso sigue inicialm ente adelante, com o si fuera
consciente, con e l aum ento de la disociación parece hu n d irse a u n escalón más
prim itivo (es decir, arcaico-mitológico), acercarse en su carácter a la form a instin­
tiva que le sirve d e base y adquirir las propiedades características d e la pulsión, a
saber: autom atism o, no influenciabilidad, all-or-none-reaction, etc. Si aplicáram os
aquí la analogía del espectro, podríam os com parar el hundim iento que experim en­
tan los contenidos inconscientes con un desplazam iento hacia el extrem o rojo del
espectro . ..12

El inconsciente se oscurecía cada vez más, hasta perderse en lo irrepresen-


table y en lo no perceptible.

b) Lo aproximativo de la conciencia

También la propiedad de la conciencia experimentó una considerable rela­


tivización en relación con las investigaciones sobre la sincronicidad. Si hasta
mediado el siglo la conciencia había sido una idea unívoca; si había existido
mente como “Der Geist der Psychologie”, p. 425, nota (Ges. Werke, VIII, p. 218, nota). (La cursiva
es mía.)
11 Ibid., p. 421 (Ges. Werke, VIII, p. 214).
12 Ibid., p. 424 (Ges. Werke, VIII, PP- 216 ss.).
286 LA PSIQUE DESDE LOS FACTORES TRASCENDENTALES

entre lo consciente y lo inconsciente un límite más o menos determinable, y


si se había unido a ella la idea de un cierto grado de claridad, todas estas
determinaciones ya no podían sostenerse. Cada vez estaba más claro que la
cualidad de la luminosidad no quedaba limitada al ámbito de la llamada
conciencia. No sólo los estudios sobre los distintos estados de conciencia, sino
también las investigaciones sobre el inconsciente, en particular acerca de los
estados de iluminación de los contenidos inconscientes, obligaban a relativizar
las ideas de conciencia e inconsciencia. Por una parte no era posible conocer
estados conscientes que, en determinadas circunstancias, no fueran también
inconscientes,y por otra parte no había inconsciente que no presentara un
grado mínimo de claridad. Había así estados en los que el punto de gravedad
se situaba en la conciencia y otros en los que predominaba la inconsciencia.

Entre el “hago” y el “soy consciente de lo que estoy haciendo” no sólo media una
diferencia abisal, sino que existe también, a veces, una notable contradicción.13

Dicho de otra manera: Jung comprendió que existen grados de claridad


de la conciencia que representan un punto intermedio entre el “oscureci­
miento” absoluto y un intenso grado de claridad. A ese punto intermedio
pertenecían no sólo los estados de disociación patológicos, los complejos
divididos que, como ya había demostrado Janet, poseían una especie de
carácter de personalidad, sino también los comportamientos infantiles y
primitivos y, no en última instancia, las formaciones arquetípicas. Todos estos
contenidos psíquicos eran fenómenos que, aparte de la carencia de un núcleo
del yo y de capacidad reflexiva, mostraban sin embargo una cierta luminositas.
Aun cuando en el caso de estos procesos de una “conciencia aproximativa ”,14
como designaba Jung las luminosidades, no podía hablarse de un segundo
yo, mostraban no obstante un grado de satisfacción de sentido que recordaba la
cualidad de la conciencia.

La luz de la conciencia, tal como sabemos por experiencia inmediata, tiene


múltiples grados de claridad, y el complejo del yo muestra muchas gradaciones de
acentuación. En los estadios animal y primitivo impera una mera luminositas que
apenas se distingue de la claridad de los fragmentos del yo disociado. Aquí, al igual
que en el estadio infantil y primitivo, la conciencia no constituye una unidad, al no
estar centrada por ningún complejo del yo, sino que se limita a desprender
llamaradas allí donde acontecimientos exteriores o interiores, instintos y afectos,
la despiertan. En esta etapa tiene todavía un carácter insular o, si se quiere, un
carácter de archipiélago. Si observamos... los procesos psíquicos en los vertebrados
superiores, sobre todo en los animales domésticos, nos encontramos con fenóme­
nos semejantes a la conciencia, pero que difícilmente nos permiten ya suponer la
existencia de un yo. Tampoco en su grado algo superior o máximo constituye
todavía la conciencia una totalidad plenamente integrada, sino que más bien es
susceptible de una indeterminada ampliación... En consecuencia, es aconsejable
13 Ibid., p. 425 (Ges. Werke, VIII, p. 217).
14 Ibid., p. 427 (Ges. Werke, VIII, p. 219).
LA P SIQ U E DESDE LOS FACTORES TRA SC ENDENTALES 287

pensar la conciencia del yo como algo rodeado de muchas pequeñas luminosida-

Todos estos conocim ientos representaban un inesperado logro científico


que em pujaba más hacia adelante la relativización de la anterior psicología
de la conciencia (es decir, de la identificación de conciencia y psique). Si el
carácter absoluto de la conciencia ya había sido puesto en tela de juicio con
el hallazgo freudiano de la existencia de procesos inconscientes, la relativiza­
ción de la cualidad de la conciencia llevaba este cuestionam iento a extrem os
más sensibles.

c) Im psique como totalidad consciente-inconsciente

Esta concepción de una relativización de los hechos psíquicos alcanzó su


punto culm inante en el descubrimiento de que, por regla general, los conte­
nidos de la conciencia son conscientes en un aspecto e inconscientes en otro.
Jung llamó la atención acerca de la paradoja de determ inados casos en los
que el individuo creía poseer una conciencia clara sobre ciertos contenidos,
pero sin n o tar que, en un aspecto esencial, eran inconscientes y que podían
incluso ser causa de perturbaciones en la psique consciente . 16
Este conocim iento lo formuló Jung, de un modo que resultaba totalm ente
novedoso y extrem adam ente paradójico para los años cuarenta, en los si­
guientes térm inos:

...L le g a m o s a sí a la c o n c lu s ió n p a ra d ó jic a d e q u e n o h a y n in g ú n c o n te n id o d e la
c o n cien cia q u e n o se a en otro a sp ec to in c o n sc ie n te .17

Los contenidos de la conciencia eran fundam entalm ente “y al mismo


tiempo, conscientes e inconscientes”. O dicho de otra m anera: “La psique
representaba... una totalidad consciente-inconsciente. ”18 Ya William Jam es había
observado algo parecido en los fenómenos próximos a la conciencia que él
denominó fringe of consciousness,19 Ju n g fue un paso más allá por cuanto
prosiguió la relativización de la cualidad de la conciencia hasta asum ir la
existencia de m eras luminosidades, de grados de claridad que se producían
en forma de destellos ocasionales y que poseían una intensidad mínima. Podía
decirse, en resum en, que Jung, de m anera paralela a la creciente disociación
de los procesos inconscientes del yo, observaba una escala de intensidades de
claridad consciente que iba desde los estados de la más intensa claridad a los de total
ineptitud de la conciencia.

16 ibid.
16 Ibid., p. 4 2 5 (Ges. Werke. V III, p. 217).
17 Ibid., p. 4 2 5 (Ges. Werke, V III, pp. 217 s.).
18 Ibid., p. 441 (Ges. Werke, V III, p. 230).
19 Ibid., p. 421 (Ges. Werke, V III, p. 215).
288 LA PSIQUE DESDE LOS FACTORES TRASCENDENTALES

d) Lo inconsciente-psicoide como organización acausal en psicología y en física

Tal como ya he indicado, las experiencias de fenómenos sincrónicos habían


agudizado la vista de Ju n g para nuevos aspectos del fondo psíquico. Lo
sorprendente en estas observaciones era que las coincidencias temporales, al
m argen de su aparente anudamiento casual, m ostraban sin embargo una
semejanza considerable en lo referente a su contenido de sentido. Pero su clarifica­
ción no era posible sin un ensancham iento de la perspectiva psicológica, pues
esta últim a exigía la relativización, no sólo de la idea de causalidad, sino
tam bién de las formas de la intuición del espacio y el tiem po ,20*lo que tenía
como consecuencia desplazar el punto de gravedad del m odo de observación
al concepto de una realidad trascendental, de una realidad de lo no psíquico.™ En
relación con estos contenidos irrepresentables, que se hurtaban a la aprehen­
sión consciente, podían comprobarse asimismo, según supuso Ju n g , ordena­
ciones acausales. Como principio que garantizase estos conjuntos de relaciones
m ediante la hom ogeneidad y el sentido concibiój ung el arquetipo en sí como
“un a idea viva que [daba] lugar siempre a nuevas interpretaciones ” .22 Era, en
su opinión, no solamente el ordenador del m undo de las representaciones,
sino que estaba a la vez unido a la realidad de lo irrepresen table, de lo no
psíquico.
Revistió la mayor importancia para Ju n g encontrar ideas y modelos de
pensam iento análogos en la física. Del mismo m odo que tropezaba con el
fenóm eno marginal del arquetipo en sí, con el principio de la ordenación y
distribución de factores a priori, también el físico había com probado la
existencia de determ inadas leyes -leyes de probabilidad- que se referían a
ordenaciones acausales de hechos físicos. Para aclarar la diversidad de per­
turbaciones que se daban en el plano atómico como consecuencia de la
entrada en ju eg o del observador, el físico se había visto obligado a abandonar
la idea de causalidad. Eran priinordialm ente los problemas de la observación
y de la complementaridad (la exclusión, por ejemplo, de ondulaciones y corpús­
culos en la teoría de la luz) los que parecían hacer necesario com plem entar
la idea de causalidad m ediante la idea de la ley natural estadística. Ambas cosas
conducían a la introducción de lo intuitivam ente inaprehensible en las
consideraciones teóricas .23
La relación entre el conocimiento físico y el de la psicología profunda lo
convirtió por prim era vez en objeto de reflexión C. A. Meier en 1935. En el

20 Ibid., p. 482 (Ges. Werke, V III, p. 261).


2» Ibid., p. 481 ((Ges. Werke, V III, p. 260).
22 C. G. J u n g , Mysterium coniunclionis, II, 1956, p. 300 (Ges. Werke, X IV /2, p. 300).
23 El h ech o d e las notables analogías existentes entre los hechos físicos y los psicológicos, com o
por ejem plo, entre el concepto d e “cam po” y el de “inconsciente”, lo puso d e relieve también W.
Pauli en 1954. Tam bién le parecía indicado ampliar en ambas disciplinas la ¡dea d e causalidad
m ediante la suposición d e conjuntos de relaciones generales en la naturaleza. “El ‘inconsciente’
m ism o tiene una cierta analogía con el concepto de ‘cam po’ en física, y am bos se ven llevados en
gran m edida a lo inividenciable y a lo paradójico, com o consecuencia del problem a del observa­
dor. En física no se habla desde luego d e ‘arquetipos’ que se reproducen a sí m ism os, sino de
LA PSIQ U E DESDE LOS FACTORES TRASCENDENTALES 289

artículo al que nos referimos se encuentran también las referencias a la


literatura necesarias para la comprensión del progreso en la física.

Cuando la física de hoy ha llegado, mediante las formas de pensamiento de reciente


creación, a una afinidad y a una relación con la psicología de los complejos, no
sabemos a ciencia cierta cuál de estas dos disciplinas debe mostrarse más orgullosa
de su nueva hermana. Ambas ciencias han ido acumulando, en su labor por
separado durante muchos años, observaciones y formas sistemáticas de pensar
adecuadas a las mismas. Ambas ciencias han tropezado con unos límites... que
tienen parecido carácter de principio. El objeto de la investigación, y el hombre con sus
órganos sensoriales y cognoscentes y sus correspondientes extensiones -los instru­
mentos y procedimientos de medición-, se hallan en una relación indisoluble. Eso es la
complementaridad, tanto en física como en psicología^Trátase de una retroacción de lo uno
sobre lo otro: una relación “simétrica” y recíproca...24

Y un poco antes, dice el mismo autor:

Si exploramos bastante a fondo un contenido consciente cualquiera, de inmediato


tropezaremos con motivos inconscientes que le sirven de sustrato. Así pues,
necesitamos totalmente de tales premisas si queremos hacer proposiciones que de
otro modo resultarían forzosas (medición exacta). Los contenidos “inconscientes”
elevados a la conciencia volverán ahora a actuar sobre el contenido consciente
primario, modificándolo. El que su conversión en consciente modifique el material
inconsciente y modifique asimismo la actitud consciente tiene, así pues, una
analogía en física.25

Lo que ya en 1935 había sospechado Meier pudo en gran m edida probarlo


Jung em píricam ente con base en sus investigaciones sobre la sincronicidad.
Pudo sobre todo constatar que existía una reciprocidad (complementaridad) entre
los procesos de la conciencia, por una parte, y losfenómenos de sincronicidad por otra.
Con el térm ino de complementaridad se entendía por lo general, como
expuso Bavink, una relación entre determinaciones en la que cada una
limitaba la validez de la otra. De acuerdo con este hecho pudo Ju n g observar,
por ejemplo, que los fenómenos sincrónicos se introducían siempre allí donde
una energía psíquica se hundía en el inconsciente, es decir, se volvía incons­
ciente (trance). Pero también podía hacerse la observación inversa, a saber: el
cese de los fenómenos sincrónicos en el momento de intervenir procesos
conscientes. Del mismo modo que existía una relación de com plem entaridad
entre la sincronicidad y la conciencia, también pudo com probar Ju n g una
relación semejante entre la existencia de un síntoma neurótico, por una parte,

‘leyes naturales estadísticas con probabilidades primarias’. Pero ambas formulaciones coinciden
en la tendencia a ampliar la vieja y estrecha idea de la ‘causalidad’ (determinism o) hacia una forma
más general de ‘conjuntos de relaciones’ existentes en la naturaleza, que es también hacia adonde
apunta el problem a psicológico.’’ W. Pauli, Dialéctica, 1954, vol. 8, núm. 4, p. 300.
24 C. A. Meier, “M oderne Physik - M oderne Psychologie”, 1935, en Die kulturelle Bedeutung
der Komplexen Psychologie, p. 362.
™ Ibid., pp. 359 s.
290 LA P S IQ U E D ESD E LOS FA C TO R ES T R A SC E N D E N T A L E S

y la conciencia relativa a este síntom a p o r otra. C on otras palabras: los síntomas


desaparecían cuando los contenidos alcanzaban el umbral de la contienda. Aun
cu a n d o F re u d había reconocido te m p ra n am en te este hecho, nunca lo puso
en relación con el principio de la com plem entaridad. P or lo que yo conozco
d e su obra, esta idea (no el térm ino, que sólo se in tro d u jo m ás tarde en la
física) ap arece ya en la interpretación d e los sueños, al llam ar Freud la
atención sobre el hecho d e u n a relación d e exclusión m u tu a e n tre la memoria
p o r u n lado y la conciencia p o r o tro .26
P ero J u n g p u d o p ro b a r que la psicología y la física tenían otra cosa más en
com ún: del m ism o m odo que en física, en el ám bito d e las dimensiones
atóm icas, se p ro d u cían efectos, incontrolables p o r p a rte del observador, sobre
el sistem a observado, tam bién la investigación d e los fenóm enos de fondo
psicológicos exigía ten er en cuenta al observador. Pues tam bién en psicología,
n o sólo m odificaba el sujeto observante en cada ocasión la naturaleza objetiva
d e los fenóm enos de fondo, sino que tam bién el inconsciente-psicoide alteraba
a su vez, m ed iante sus efectos organizadores, los resultados conscientes. De
igual m o d o qu e la existencia de u n observador lim itaba la objetividad de la
realidad trascendental, es decir, la transformaba en el sentido de la subjetividad,
la im agen psicológica del m u n d o obtenía, en este últim o caso, u n momento
objetivo. C om o refuerzo d e sus ideas podía J u n g apoyarse en u n a carta que el
físico Pauli había escrito en relación con su epílogo:

E! físico esperará de hecho una correspondencia en psicología en este punto,


puesto que, a lo que parece, la situación gnoseológica referente a los conceptos de
“conciencia” e “inconsciente” muestra una considerable analogía con la situación
de “complementaridad” en física que hemos bosquejado. Por una parte, el incons­
ciente solamente puede explorarse de manera indirecta, a través de sus efectos
[organizadores] sobre los contenidos de la conciencia; por otra parte, cada “obser­
vación del inconsciente”, cada ocasión en la que se hacen conscientes los contenidos
del inconsciente, esta conversión tiene un retroefecto inicialmente incontrolable
sobre los propios contenidos inconscientes... El físico tiene que sacar de ello la
conclusión, por analogía, de que precisamente este retroefecto incontrolable del
sujeto observador sobre el inconsciente limita el carácter objetivo de su realidad,
prestando a ésta, por así decirlo, una cierta subjetividad...27*

Al igual que en la física, com o había com probado J u n g , tam bién en la


psicología se p roducía u n a situación paradójica, pues todos los modelos intelec­
tuales relativos alfondo no psíquico adoptaban un factor de indeterminación que hacía
que, en un sentido, aparecieran como objetivos, mientras que en otro aparecían, antes
bien, como subjetivos. P unto de vista este que J u n g tuvo en cu en ta respecto de
todas aquellas proposiciones que trascendían lo accesible al conocim iento
intuitivo.

26 S. F reu d , D ie T rau m deu tu n g {Ges. W erke, II/III, p. 545).


27 C. G. J u n g , “T h eoretisch e Ü b erleg u n g en zum W esen d es Psychischen”, p u b licado ¡nidal-
m en te c o m o “D er G eist d er P sych ologie”, p. 4 8 2 , nota {Ges. W erke, V III, p. 2 6 2 , nota).
IA PSIQUE DESDE LOS FACTORES TRASCENDENTALES 291

La realidad subyacente a los efectos del inconsciente comprende también, así pues,
al sujeto observador, por lo que su naturaleza resulta inconcebible. Es, en efecto,
la realidad más íntimamente subjetiva, al tiempo que encierra una verdad univer­
sal, es decir, que, en principio, puede demostrarse su existencia en todas partes...
El carácter fugaz, caprichoso, oscuro y único, que el entendimiento lego atribuye
siempre a lo psíquico, sólo tiene validez en relación con la conciencia, pero no con
lo absoluto del inconsciente.28

De tales hechos extrajo Jung la notable conclusión de que los llamados


“arquetipos... [poseían] una naturaleza que no [podía] designarse con segu­
ridad como psíquica”.29
El factor de indeterminación inherente a todas las proposiciones relativas
a la realidad trascendente anulaba a su vez toda pretensión de posibilidad de
su conocimiento. Aun cuando la construcción de determinados instrumentos
dilataba considerablemente la realidad fenoménica, las proposiciones antedi­
chas se referían única y exclusivamente a fantasías, imágenes e ideas del
individuo. Si bien Jung nunca dudó de la existencia de la realidad trascen­
dental, consideró que todos los modelos acerca de la misma eran inconmen­
surables con el entendimiento y el juicio.

La existencia de una realidad trascendental es evidente en sí, pero resulta sobre­


manera difícil a nuestra conciencia construir los modelos intelectuales que habrían
de representar al en-sí de nuestras percepciones. Nuestras hipótesis son inseguras,
meros tanteos, y nada nos garantiza que alguna vez puedan llegar a ser definitiva­
mente correctas.30

La limitación de la posibilidad de conocimiento del fondo trascendental


tenía validez tanto para el mundo interior como para el mundo exterior.

Que el mundo, el exterior y el interior, obedece a razones de ser transcendentales


es tan seguro como nuestra propia existencia. Pero igual de seguro es que la
intuición inmediata del mundo interior arquetípico es de una validez al menos tan
dudosa como la del mundo exterior físico.31

En la medida en que subsistiera un interés científico, le quedaba al


indagador solamente el camino que ya había seguido la física. A saber: controlar
elfactor de indeterminación mediante el establecimiento de leyes de probabilidad, o de
correlaciones entre los factores subjetivos y determinados factores acausales. Ahora
bien, nada se oponía a que se establecieran modelos acerca de la naturaleza de lo
trascendental, siempre y cuando el interés que moviera a establecerlos fuese de
índole metafísica, orientado hacia un posible sentido del todo, dando por
supuesto que no se introdujera solapadamente ninguna pretensión de cien-
tificidad.
28 /bid., p. 483 (Ges. Werke, VIII, p. 262).
29 lbid.
30 C. G. Jung, Mysterium coniunctionis, II, p. 332 (Ges. Werke, XIV/2, p. 332).
31Ibid.
292 LA PSIQUE DESDE LOS FACTORES TRASCENDENTALES

Con independencia de su duda respecto a la posibilidad de que alguna vez


pudiera emitirse un juicio del entendimiento sobre el fondo anímico trascen­
dental, Ju n g se aferró siempre al valor subjetivo de una imagen o de una alegoría
sobre el sentido y signißcado del fondo vivido como algo numinoso. Tampoco dudó,
por ello, en establecer modelos que ilustrasen la relación de complementari-
dad entre la física y la psicología, por un lado, y entre la materia y el espíritu,
por otro. Pero esos modelos carecían en todo caso de valor como verdades.
Su importancia residía exclusivamente en suscitar “planteamientos útiles”.
Partiendo del sorprendente fenómeno de las coincidencias significativas,
resultaba orientador para Jung un modelo en el que la realidad trascendental
incognoscible se imaginara como un continuo espacio-temporal no accesible
al conocimiento intuitivo (“es decir, como un medio en el que el espacio ya
no es espacio y el tiempo deja de ser tiempo ”).323Dicho en otras palabras: el
continuo espacio-tiempo se dividía en una dualidad de procesos físicos y
psíquicos. En todo caso, la presencia de un factor de indeterminación en los
efectos de un segundo plano de realidad, que provocaba una difuminación
de los límites entre lo objetivo y lo subjetivo, hacía que resultara asimismo
posible, incluso más probable, que la materia y la psique pudieran representarse
como dos aspectos de una y la misma realidad.

P u e sto q u e p siq u e y m ateria están co n ten id a s en u n o y el m ism o m u n d o , estan d o


a d em á s e n c o n sta n te y recíp roco con tacto y b a sá n d o se am b as, e n ú ltim a instancia,
en fa cto res tra sce n d en ta les in in tu ib ies, n o só lo e x iste la p o sib ilid a d , sin o hasta una
cierta p ro b a b ilid a d , d e q u e la m ateria y la psiq u e sean dos aspectos distintos de u n a y la
m ism a cosa. En e se se n tid o a p u n ta n , a m i e n te n d e r , los fe n ó m e n o s d e la sincronici-
d a d , e n los q u e, sin q u e m ed ie relación causal, lo n o p síq u ico p u e d e com p ortarse
c o m o p síq u ico , y viceversa. A h ora b ien , n u estro s actu ales co n o c im ie n to s n o nos
p e r m ite n m u c h o m ás q u e com p arar la relación d e l m u n d o m aterial y el psíquico
c o n d o s c o n o s cu yos vértices se tocan y n o se tocan e n u n p u n to ca ren te d e
e x te n s ió n , e n u n a u té n tico p u n to cero.™

Y asimismo, unos diez años más tarde, en total acuerdo con los alquimistas,
Ju n g desarrolló la idea de modelo según la cual “el fondo de nuestro mundo
empírico... es un unus mundus”,34 cuya base es la identidad del ser psíquico y
el ser físico.35
Con esta sospecha de que materia y psique constituyen los dos aspectos del
fondo trascendental de nuestra facticidad empírica, quisiera poner fin a las
consideraciones metafísicas de Jung. No representan tanto resultados esta­
blecidos cuanto perspectivas de la problemática aún no elaborada de la
psicología compleja.

32 C. G. Jung, “Synchronizitätals Prinzipakausaler Zusammenhänge”, p. 67 (Ges. Werke, VIII,


p. 539). (La cursiva es mía.)
33 C. G. Jung, “Theoretische Überlegungen zum Wesen des Psychischen”, publicado inicial­
m ente com o “Der Geist der Psychologie”, p. 462 (Ges. Werke, VIII, p. 246).
34 C. G. Jung, Mysteriumconiunctionis, II, p. 318 (Ges. Werke, XIV/2, p. 318).
35 Ibid., p. 316.
LA PSIQ UE DESDE LOS FACTORES TRASCENDENTALES 293

3. F reu d y l a rea lid a d t r a s c e n d e n t a l

Si entendem os p o r trascendental nn estado de cosas no psíquico al que


atribuimos u n sentido objetivo, aun cuando no pueda fundam entarse racio­
nalmente ni interpretarse psíquicamente ,36 no sería difícil valorar la actitud
de Freud ante la realidad de lo trascendental y de lo en-sí espiritual. Sería
totalmente erróneo querer negar su suposición de un algo en-sí.
Conocía u n en-sí, pero -hasta el punto en que se considere sólo su obra
publicada- se trataba exclusivamente de un en-sí de la pulsión, de la materia (¡un
en-sí inanimado!). Le era ajeno un en-sí espiritual, en sentido trascendental.
Detrás de la realidad psíquica no había, en última instancia, sino el cuerpo con
sus demandas. En el buscaba Freud el auténtico portador de los procesos
psíquicos. Tam poco vacilaba -como había expuesto en 1920- en ver en lo
anorgánico- inanim ado el principio y el fin de todo lo viviente. El térm ino de
trascendental no llegó a emplearlo. Empleaba en cambio el de metafísico, y
lo hacía adem ás en el sentido de deslindarse de la metafísica.
Es de hecho mi convencimiento que una gran parte de la concepción mitológica
del mundo, que se adentra a fondo incluso en las religiones más modernas, no es
otra cosa que p sic o lo g ía p ro ye c ta d a en e l m u n d o exterior. El conocimiento oscuro... de
factores y hechos del inconsciente se refleja... en la construcción de una re a lid a d
su p ra se n sib le que la ciencia ha de volver a transformar en psicología del inconsciente.
Podríamos así atrevernos a disolver los mitos del Paraíso y el pecado original, de
Dios, del Bien y el Mal, de la inmortalidad y cosas por el estilo, transformando la
m etafísica en m eta psico !o g ía .37

De m anera expresa rechazó la designación del inconsciente como psicoide,


ya que sem ejante térm ino parecía prejuzgar, a su entender, la existencia de
una excesiva discrepancia entre la conciencia por un lado y el inconsciente
por otro .38 De naturaleza inetapsíquica eran para él no sólo la pulsión de vida
y la pulsión de m uerte, sino también el llamado principio de constancia que,
basándose en el principio de estabilidad de Fechner, entendía como una
tendencia a la inercia, a la vuelta del aparato anímico al “Nivel = 0” (en el
nivel cero) (1895).39
Con la referencia a lo metapsíquico no pretendía Freud, en m odo alguno,
trazar una línea divisoria entre lo cognoscible y lo incognoscible. Pese a hacer
tanto hincapié en la relativa incapacidad de acceso a la conciencia de los
procesos inconscientes (reprimidos), seguía afirmando su cognoscibilidad en
principio, aun cuando la hiciera depender de determinadas circunstancias,
tales como lograr hacer reversible la represión y reducir las resistencias. Es
interesante que creyera encontrar la premisa para la cognoscibilidad de los
36 C. G. J u n g , “Versuch einer psychologischen Deutung des Trinitätsdogmas” (Ges. Werke,
XI’ 37 s f Freud, Zur Psychopathologie des Alltagslebens (Ges. Werke, IV, pp. 287 s.).
38 S. Freud, Das Ich und das Es (Ges. Werke, X III, p. 241).
S9 g Freud “Entwurf einer Psychologie”, 1895, en Aus den Anfängen derPsychoanalyse, p. 381.
Asimismo en “je n se its des Lustprinzips”, 1920 (Ges. Werke, XIII, p. 5).
294 LA PSIQUE DESDE LOS FACTORES TRASCENDENTALES

procesos inconscientes en el proceso, típico d e la neurosis y del sueño, de la


regresión d e la libido a estadios de desarrollo anteriores y sus derivaciones.4«
El hacer consciente tales derivaciones d e las fijaciones d e la primera infancia
equivalía para él a alcanzar un conocim iento del inconsciente. De todas
form as, n o p od em os dejar de m encionar la única excep ción a esta regla
concedid a por Freud. M e refiero a lo reprim ido prim itivo, que para él era
inocupable y, por tanto, también incognoscible.
El qu e Freud asum iera un en-sí de sustratos orgánicos y somáticos (sustan­
cias m etabólicas, sustancias sexuales, “quim ism o d e la sexualidad”) estaba
fuera d e toda duda. Pero igual de indudable era el h ech o d e que nunca
recon oció que existiera un en-sí arquetípico o espiritual. Siem pre que apare­
cía la palabra “espíritu” (Geist), era con el significado d e alma, de intereses
intelectuales o d e m ach (soplo de viento). En todo caso, el espíritu apuntaba
a u n p o lo op u esto a la sensualidad, a algo “percibido con el rostro”. Por ello
n o podía atribuirse el significado de un algo n o psíquico ni a lo reprimido
prim itivo ni a la hipótesis de una herencia arcaica. Si bien concebía lo
reprim id o prim itivo com o estrato por principio no apto para la conciencia,
su reducción a estados em ocionales y com pulsiones d e repetición “ciegos”,
constan tem en te renovados, perm itía reconocer, de todas formas, el carácter
condicionado únicamente por la pulsión, nada espiritual, en fin , de este medio.
T am p oco el concepto de la herencia arcaica se refería en m odo alguno a
una realidad trascendental, y m enos aún a un elem en to espiritual en-sí. Más
bien se expresaba en él una facticidad de cuño histórico, referida a precipitados
d e vivencias de la hum anidad primitiva o, dicho más exactam ente: a huellas
mnémicas d e las vivencias de generaciones pasadas.41 En últim a instancia,
Freud llegó incluso a atribuirla a los recuerdos del h ech o histórico de dar
m uerte al padre primitivo.
Pero ¿qué pasaba con la naturaleza espiritual del superyó? ¿N o era posible
ver en él al representante de una categoría espiritual? Si para contestar a estas
preguntas nos atenem os únicam ente a la descripción que hace Freud del
superyó com o abogado del im perativo categórico o del afán de perfección y
d e desarrollar lo más elevado del hom bre,42 nada parece oponerse a una
interpretación positiva. Pero si aprendem os que esa parte más elevada del
hom bre representaba una introyección de la am enaza paterna de castración,
y que era este núcleo el que se perpetuaba en la angustia de la conciencia,43
surgen ciertas dudas. N o sólo encarnaba la am enaza de castración la tenden­
cia defensiva, proced en te de la autoridad personal y cultural, frente a todo
lo que fuera placer, vida e instinto, sino que culm inaba en el principio,
recon ocid o com o absoluto, de la negación pulsional. M ediante la absolutiza-
ción d e la exigencia moral, el superyó, el principio d e la m oralidad, se
convertía inadvertidam ente en instancia hostil a la vida que, com o había
señalad o Freud, podía m ostrarse, en determ inados casos, inm oral en el más
40 S. F r e u d , “D as U n b e w u ß te ” (G es. W erke, X , p. 2 8 6 ).
41 S. F r e u d , D e r M a n n M o ses u n d d ie m onotheistische R e lig io n , 1 9 2 6 (G es. W erke, X V I , p. 2 0 6 ).
42 S. F reu d , N e u e F olge d e r Vorlesungen z u r E in fü h ru n g in die P sychoanalyse (Ges. W erke, X V , p. 73).
43 S . F r e u d , D a s Ich u n d d a s E s (G es. W erke, X I I I , p . 2 8 8 ).
LA PSIQUE DESDE LOS FACTORES TRASCENDENTALES 295

alto grado .44 Lo destructivo del superyó se ponía de manifiesto principalmen­


te en la relación con las pulsiones de agresión y de muerte, pues su origen en
una introyección de la autoridad paterna no se refería sólo al complejo de
castración, sino también a la tendencia a la agresión vinculada originariamen­
te con la instancia paterna, que atormentaba al individuo con miedos y con
amenazas de castigo, dejándolo asimismo envuelto en sentimientos de culpabi­
lidad. De acuerdo con la concepción según la cual la “agresión de la conciencia
moral... [conservaba] la agresión de la autoridad”,45 Freud veía al individuo
empujado a una constante posición defensiva. Llegó incluso a considerar que
la melancolía, que se le antojaba el punto culminante de la actividad hostil a
la vida del superyó, era un aumento de la tendencia a la agresión hasta
el cultivo puro del instinto de muerte.46 En vez de ser el principio de la moralidad,
el superyó se transformaba en inmoral. ¡Uno esperaba la manifestación de un
fondo objetivo-espiritual y se encontraba con un espíritu maligno marcada­
mente subjetivo! La implacabilidad del superyó, cuya tendencia a la agresión
crecía en la medida en que el individuo dominaba su agresión,47 conducía
al hombre a una “forzosidad” que hacía fracasar la solución ética de sus
conflictos.
También el logos,48 tan alabado en los años treinta, no era sino un sustituto
escuálido de la realidad trascendental. En la medida en que Freud reconocía
en él un instrumento del yo, que servía esencialmente para la renuncia al
instinto y para el dominio de las pulsiones, aparecía en el logos no sólo una fuerza
racional, sino también una fuerza basada en lo personal. También la otra
función del yo, que Freud había visto en la educación para la realidad,49
apuntaba más en dirección a una limitación de la personalidad que a la de
estar abierto a algo más elevado, pues la concepción freudiana se apresuraba
a asumir que la finalidad del afianzamiento de la realidad sólo podía realizarse
mediante el sacrificio de la autolimitación, de una limitación de la propia
organización.50 Creo que podemos interpretar sin más esta actitud C Q m o una
renuncia al principio de un algo mayor y constructivo en el alma humana. Lo
que Freud acababa por ofrecer al individuo era el sometimiento de su^espíritu
bajo el principio ascético no sólo de la autolimitación, sino también de la
negación del instinto. En todo caso, faltaba el reconocimiento de la realidad
de un contenido de sentido suprapersonal. Igual afirmación cabía hacer,
como ya hemos podido ver, respecto a las ideas religiosas, que Freud refería
al complejo del padre.
El psicoanálisis nos ha en señ ad o a conocer la íntima relación entre el com p lejo del
padre y la creen cia en Dios, m ostrándonos que el dios personal no es otra cosa,

44 Ibid., p. 284.
45 S. Freud, Das Unbehagen in der Kultur (Ges. Werke, XIV, p. 487).
46 S. Freud, Das Ich und das Es (Ges. Werke, XIII, p. 283).
47 Ibid., p. 284.
48 S. Freud, Die Zukunft einer Illusion (Ges. Werke, XIV, p. 378).
40 Ibid., p. 373.
50 S. Freud, Hemmung, SymptomundAngst (Ges. Werke, XIV, pp. 187 s.).
296 LA PSIQUE DESDE LOS FACTORES TRASCENDENTALES

psicológicamente, que un padre sublimado, y a diario nos pone ante los ojos cómo
personas jóvenes pierden la fe religiosa en cuanto se desmorona en ellos la
autoridad del padre. Así reconocemos en el complejo de los padres la raíz de la necesidad
religiosa: el Dios todopoderoso yjusto y la benévola naturaleza nos aparecen como
grandiosa sublimación del padre y la madre, o mejor: como renovación y restau­
ración de las representaciones de ambos en la primera infancia. La religiosidad
deriva biológicamente de la duradera menesterosidad del niño pequeño, el cual,
cuando más tarde ha probado su verdadero desvalimiento y su debilidad frente a
las grandes fuerzas de la vida, siente su situación de un modo parecido a como la
sentía en la infancia y trata de negar su desconsuelo mediante la renovación
regresiva de las fuerzas protectoras infantiles. La protección frente al enfermar
neurótico que la religión proporciona a sus creyentes, se explica fácilmente por el
hecho de que los libera del complejo de los padres, del que depende la conciencia
de culpa del individuo, así como de la humanidad entera, resolviéndole el proble­
ma, mientras que el no creyente tiene que acometer esta tarea por sí solo.51

La lectura de esta obra no puede por menos de despertar la impresión de


que Freud se esforzaba en dejar al margen del psicoanálisis todo lo que lindara
con lo sobrepersonal del espíritu, aun cuando no lo consiguiera plenamente.
Resulta interesante que, con independencia de su compromiso con el carácter
científico del psicoanálisis, se sintiera secretamente atraído por los fenómenos
del ocultismo .52 Su desarrollo intelectual lo llevó desde la conmoción que le
producían los fenómenos de la obsesión histérica (Charcot),53 de lo demonia­
co, puede decirse, de las epidemias histéricas,54 pasando por las vivencias de
lo inquietante, tal como tuvo ocasión de experimentarlas en la compulsión de
repetición y en el obstinado retorno de determinadas situaciones ,55 como por
ejemplo de las designaciones numéricas (número 62),56 hasta el reconoci­
miento de los fenómenos de la transmisión del pensamiento y la telepatía. Lo
que inicialmente había rechazado como superstición lo tuvo después por
posibilidad objetiva,57 como “núcleo real de hechos aún desconocidos”.58

La pregunta que a buen seguro más interesa a ustedes, la de si debe creerse en la


realidad objetiva de estos datos, no puede contestarla el psicoanálisis de una
manera directa, pero el material que con su ayuda se ha sacado a la luz da cuando
menos la impresión de que cabe una respuesta afirmativa.59

Y poco más adelante hace constar:

51 S. Freud, “Eine Kindheitserinnerung des Leonardo da Vinci”, 1910 {Ges. Werke, VIII, p.
195). (La cursiva es mía.)
52 Véase lo dicho al respecto por Ernest Jones, Sigmund Freud, Leben und Werk, III, cap. XIV.
53 S. Freud, “Charcot”, 1893 (Ges. Werke, I, p. 31).
54 S. Freud, “Charakter und Analerotik”, 1908 (Ges. Werke, VII, p. 208, nota).
55 S. Freud, “Das U nheim liche”, 1919 (Ges. Werke, XII, p. 251).
56 Ibid., p. 250.
57 S. Freud, “Traum und Okkultismus”, 1933 (Ges. Werke, XV, p. 58).
58Ibid., p. 38.
59 Ibid., p. 50.
LA PSIQ U E DESDE LOS FACTORES TRASCENDENTALES 297

Si uno se tiene a sí mismo por escéptico, no estará de más que, de vez en cuando,
se dude del propio escepticismo. Q u iz á ha ya ta m b ién en m í u n a sec reta in c lin a c ió n p o r
lo m a r a v illo s o q u e se co m p la ce en e l establecim iento d e hechos o cu ltos.60

Apai te de este reconocim iento de un núcleo real en los fenómenos m ara­


villosos del ocultismo, asignaba a éste un espacio fuera de la investigación
científica. Y tam poco la confesión que hizo en 1933 de que también él tenía
una mitología, que era la teoría de las pulsiones ,61 cambió nada en sus
fundamentos científicos. Los fenómenos pulsionales y sus causas se referían,
tanto antes como después, a lo concreto, a lo corporal y a lo históricam ente
dado. Era tam bién este punto de vista el que oscurecía su m irada para lo
impersonal y p ara lo sobrepersonal del núcleo de significación, que habría
conferido al acontecer pulsional la dignidad de lo hum ano profundo. Quien
planteara la cuestión del espíritu como algo en sí de carácter trascendental
ignoraría el reconocim iento de un contenido de sentido objetivo unido a lo
metapsíquico del fondo pulsional. La reducción de lo grande y lo vivificante
a deseo, urgencia y pulsión, ponía de manifiesto el peligro nada despreciable
de una dem onización de la vida, pues ésta era el resultado inevitable de una actitud
que impedía la coexistencia de lo numinoso. En su artículo “Eine Tcufclsneurose
im siebzehnten J a h rh u n d e rt” (“Una neurosis demoniaca en el siglo xvn ” )62
se reflejaba claram ente uno de estos procesos de demonización de la existen­
cia personal. En él interpreta Freud el fenómeno sumamente interesante de
un hom bre que vende su alma al diablo y que lo hace como forma sustitutiva
de una relación con el padre, o con la divinidad, que se mantiene ambivalente.
En la m edida en que esta neurosis se atribuía a una relación desviada con lo
numinoso, revelaba nolens volens el peligro de una “demonización” de la vida
que iba inevitablem ente unida al hecho de pasar por alto el arquetipo de la
mismidad.

60Ibid., p .5 7 .
61 S. Freud, “Angst und Trieblcbcn", 1933 (Ges. Werke, XV, p. 101).
62 S. Freud, “Eine T eufelsneurose im siebzehnten Jahrhundert”, 1923 (Ges. Werke, X III, pp.
315 ss.).
III. C O NSID ER AC IÓ N FINAL

En com paración con cl tono de pesimismo que domina en la obra de Freud,


la psicología de Jung es incomparablemente más optimista y constructiva. Sus
esfuerzos por entender adecuadamente al ser humano sufriente le hicieron
plantearse siempre de nuevo la pregunta por el sentido de la existencia
humana. En su discusión del en-sí del espíritu y del arquetipo de la mismidad
persiguió esta cuestión fundamental hasta los límites mismos fijados por la
propia condición del hombre. Para la formulación de ese algo transcendente
a lo que el individuo no puede dar respuesta con su pensamiento le quedaba
siempre el recurso de darle forma en imagen y analogía. Aniela Jaffé ha dado
expresión al pensamiento de Jung de forma muy hermosa al describir el mito
como aquella forma de pensamiento que intenta dar respuesta a lo que no la
tiene .1
La psicología de C. G. Jung no puede impedir que el individuo siga
sintiendo inseguridad, miedo, ni incertidumbre acerca de su destino, pero,
orientándolo hacia la propia experiencia, sí puede transmitirle una idea de
“lo que mantiene la coherencia del mundo en lo más íntimo”. Puede que esto
sea mucho, o puede que sea poco. Mucho, si se compara con la noche oscura
del espíritu, que mantiene al hombre prisionero de una ciega desesperación;
poco, respecto a la certeza que sólo el carisma de la fe confiere. La psicología
no puede ser un sustituto de la religión en mayor medida que la vivencia
interior pueda sustituir el saber por la creencia. Pero sí puede ser -y de ahí
su gran importancia- una senda que ayuda al ser humano a entender sus
contradicciones y a hacerle soportable la limitación que le impone su destino.

1 Anida JaíTé, Der Mythus vom Sinn, 1967, p. 14.


298
B IB LIO G R A FÍA

1 K. Abraham, 1 raum und Mythos”. Eine Studie zur Völkerpsychologie. S ch rif­


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S. Freud. I.as citas mencionadas se refieren por lo general a la edición


completa de las obras de Sigmund Freud, en concreto y exclusivamente a la
edición Gesammelte Werke de Imago Publishing, Londres, 1940-1952.
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Leipzig/Viena, 1906 (abreviado: Samml. kl. Sehr.). (Ges. Schriften, I, y Ges.
Werke, I.) Véase el núm. 45.
28 --------, “Quelques considérations pour une étude comparative des paralysies
motrices organiques et hystériques”. Archives de Neurologie, 77, 1893. Como
contribución en Samml. kl. Sehr., 1906 (Ges. Schriften, I, y Ges. Werke, I). Véase
el núm. 45.
29 --------, “Die Abwchr-Neuropsychoscn”. Neurologisches Zentralblatt, 10/11, 1894.
Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1906 (Ges. Schriften, I, y Ges. Werke, I).
Véase el núm. 45.
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1895/1909/1916/1920. Con el título “Über den psychischen Mechanismus
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ten, I, y Ges. Werke, I). Véase el núm. 16.
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32 --------, “Weitere Bemerkungen über die Abwehr-Neuropsychosen”. Neurolo­
gisches Zentralblatt, 10, 1896. Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1906 (Ges.
Schriften, I, y Ges. Werke, I). Véase el núm. 45.
33 --------, “L’hérédité et Pétiologie des névroses”. Revue Neurologique, IV/6, 1896.
Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1906 (Ges. Schriften, I, y Ges. Werke, I).
Véase el núm. 45.
34 --------, “Zur Ätiologie der Hysterie”. Wiener Klinische Rundschau, 22-26, 1896.
Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1906 (Ges. Schriften, I, y Ges. Werke, I).
Véase el núm. 45.
35 --------, “Die Sexualität in der Ätiologie der Neurosen”. Wiener Klinische Runds­
chau, 2/4/5/7, 1898. Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1906 (Ges. Schrif­
ten, I, y Ges. Werke, I). Véase el núm. 45.
36 --------, “Über Deckerinnerungen”. Monatsschrift für Psychiatrie und Neurologie.
Berlin, 1899 (Ges. Schriften, I, y Ges. Werke, I).
37 --------, Die Traumdeutung. Deuticke, Leipzig/Viena, 1900-1930. (Ges. Schriften,
II/III, y Ges. Werke, II/III).
38 --------, “ Über den Traum”. Grenzfragen des Nerven- und Seelenlebens, 1901 (Ges.
Schriften, III, y Ges. Werke, II/III).
39 -------- , “Zur Psychopathologie des Alltagslebens”. Monatsschrift für Psychiatrie
und Neurologie, X/l-2. Berlin, 1901. En forma de libro: Zur Psychopathologie
des Alltagslebens. Karger, Berlin, 1904; ediciones aumentadas, 1907-1919;
nuevas ediciones aumentadas en: Internationaler Psychoanalitischer Verlag,
Leipzig/Viena, 1920-1924 (Ges. Schriften, IV, y Ges. Werke, IV).
40 -------- , “Die Frcudsche psychoanalytische Methode”, en Löwenfeld (ed.),
Psychische Zwangserscheinungen. Wiesbaden, 1904. Como contribución en
Samml. kl. Sehr., 1906 (Ges. Schriften, I, y Ges. Werke, V). Véase el núm. 45.
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1906. Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1906 (Ges. Schriften, V, y Ges.
Werke, V). Véase el núm. 45.
43 --------» “Bruchstück einer Hysterienanalyse”. Monatsschrift für Psychiatrie und
Neurologie, XXVIII/4. Berlin, 1905. Como contribución en Samml. kl. Sehr.,
II. Serie, 1909 (Ges. Schriften, VIII, y Ges. Werke, V). Véase el núm. 50.
44 --------, “ Tatbcstandsdiagnostik und Psychoanalyse”. Archiv für Kriminalanthro­
pologie und Kriminalistik, 26, de Hans Gross, 1906. Como contribución en
Samml. kl. Sehr., 1909 (Ges. Schriften, X, y Ges. Werke, VII). Véase el núm. 50.
45 --------, Sammlung kleiner Schriften zur Neurosenlehre (1893-1906). Deuticke,
Leipzig/Viena, 1906-1922. Véanse los núms. 27, 28, 29, 32, 33, 34, 35,40 y 42.
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angewandten Seelenkunde, I. Viena, 1907 (Ges. Schriften, IX, y Ges. Werke, VII).
47 --------, “Zwangshandlungen und Religionsübungen”. Zeitschrift für Religions­
psychologie, 1/1, 1907. Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1909 (Ges.
Schriften, X, y Ges. Werke, VII). Véase el núm. 50.
48 --------, “Charakter und Analcrotik”. Psychiatrisch-Neurologische Wochenschrift,
IX/52. Lublinitz (Silesia), 1908. Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1909
(Ges. Schriften, V, y Ges. Werke, V). Véase el núm. 50.
49 --------, “Der Dichter und das Phantasieren”. Neue Revue, I, 1908. Como
contribución en Samml. kl. Sehr., 1909 (G«. Schriften, X, y Ges. Werke, VII).
Véase el núin. 50.
50 --------, Sammlung kleiner Schriften zur Neurosenlehre, II. Continuación. Deuticke,
Leipzig/Viena, 1909/1912/1921. Véanse los núms. 43, 44, 47, 48 y 49.
51 ------- , “Analyse der Phobie eines fünfjährigen Knaben”. Jahrbuch für psychoa­
nalytische und psychopathologische Forschungen. Leipzig/Viena, 1909. Como
contribución en Samml. kl. Sehr., III. Serie, 1913 (Ges. Schriften, VIII, y Ges.
Werke, VII). Véase el núm. 56.
52 ------- , Über die Psychoanalyse. Cinco conferencias. Deuticke, Leipzig/Viena,
1910-1930. (Ges. Schriften, IV, y Ges. Werke, VIII).
53 --------, “Line Kindheitscrinncrung des Leonardo da Vinci”. Schriften zur ange­
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Leipzig/Viena, 1911. Como contribución en Samml. kl. Sehr., III. Serie, 1913
(Ges. Schriften, V, y Ges. Werke, VIII). Véase el núm. 56.
55 --------, “Psychoanalytische Bemerkungen über einen autobiographisch bes­
chriebenen Fall von YArAWox^".Jahrbuch für psychoanalytische und psychopatho­
logische Forschungen, III, 1911. Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1913
(Ges. Schriften, VIII, y Ges. Werke, VIII). Véase el núm. 56.
56 ------- , Sammlung kleiner Schriften zur Neurosenlehre, III. Continuación. Deuti­
cke, Leipzig/Viena, 1913/1921. Véanse los núms. 51,54 y 55.
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Como contribución en Samml. kl. Sehr., IV. Serie, 1918 (Ges. Schriften, VI, y
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V, y Ges. Werke, VIII). Véase el núm. 70.
60 --------, “Die Disposition zur Zwangsneurose”. Conferencia pronunciada ante
el Congreso Psicoanalítico de Munich. Internationale Zeitschrift für Ärztliche
Psychoanalyse, I. Leipzig/Viena, 1913. Como contribución en Samml. kl. Sehr.,
1918 (Ges. Schriften, V, y Ges. Werke, VIII). Véase el núm. 70.
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Neurotiker”, en Imago I/II, 1912/1913. En forma de libro: Totem und Tabu.
Heller, Viena, 1913. Otras ediciones en: Internationaler Psychoanalytischer
Verlag, Leipzig/Viena, 1920/1922/1934 (Ges. Schriften, X, y Ges. Werke, IX).
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für Psychoanalyse, II, 1914. 2a. ed. cn Internationaler Psychoanalytischer
Verlag, Leipzig/Viena, 1922. Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1918
(Ges. Schriften, VI, y Ges. Werke, X). Véase el núm. 70.
63 --------, “Zur Einführung des Narzißmus”. Jahrbuch für psychoanalytische und
psychopathologische Forschungen, VI. Leipzig/Viena, 1914. Como contribución
en Samml. kl. Sehr., 1918 (Ges. Schriften, VI, y Ges. Werke, X). Véase el núm.
70.
64 ------- , “Das Unbewußte”. Internationale Zweitschriftfür Psychoanalyse, Leipzig/Vie­
na, II, 1915. Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1918 (Ges. Schriften, V,
y Ges. Werke, X). Véase el núm. 70.
65 --------, “Triebe und Triebschicksale”. Internationale Zeitschrift für Psychoanalyse,
II. Leipzig/Viena, 1915. Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1918 (Ges.
Schriften, V, y Ges. Werke, X). Véase el núm. 70.
66 --------, “Die Verdrängung”. Internationale Zeitschriftfür Psychoanalyse, III, 1915.
Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1918 (Ges. Schriften, V, y Ges. Werke,
X). Véase el núm. 70.
67 --------, “Metapsychologische Ergänzung zur Traumlehre”. Internationale Zeits­
chrift für Psychoanalyse, IV, 1916. Como contribución en Samml. kl. Sehr., 1918
(Ges. Schriften, V, y Ges. Werke, X). Véase el núm. 70.
68 --------, Vorlesungen zur Einführung in die Psychoanalyse. Heller, Leipzig/Viena.
Parte I: Fehlleistungen, 1916; Parte II: Der Traum, 1917; Parte III: Allge­
meine Neurosenlehre, 1917. En un solo volumen: 1918/1920/1922 (edición
de bolsillo); 5a. y 6a. ediciones, en Internationaler Psychoanalytischer Ver­
lag, Leipzig/Viena, 1926/1930. Otras ediciones de 1933 en Kiepenheuer,
Berlin (Ges. Schriften, VII, y Ges. Werke, XI).
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Samml. kl. Sehr, zur Neurosenlehre. Leipzig 1918/1922 (Ges. Schriften, VIII, y
Ges. Werke, XII). Véanse los núms. 70/74.
70 --------, Sammlung kleiner Schriften zur Neurosenlehre, IV Serie. Heller, Leip­
zig/Viena, 1918; 2a. ed. en Internationaler Psychoanalytischer Verlag, Leip­
zig/Viena, 1922. Véanse los núms. 57, 59, 60, 62, 63, 64, 65, 66, 67 y 69.
71 --------, “Das Unheimliche”. Imago, V, 1919. Como contribución en Samml. kl.
Sehr. V Serie, 1922 (Ges. Schriften, X, y Ges. Werke, XII). Véase el núm. 74.
72 --------, “Zur Vorgeschichte der analytischen Technik”. Internationale Zeitschrift
für Psychoanalyse, VI. Leipzig/Viena, 1920. Como contribución en Samml. kl.
Sehr., 1922 (Ges. Schriften, VI, y Ges. Werke, XII). Véase el núm. 74.
73 ------- jenseits des Lustprinzips. Internationaler Psychoanalytischer Verlag, Leip-
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naler Psychoanalytischer Verlag, Leipzig/Viena, 1924 (Ges. Schriften, X, y Ges.
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79 ------- , “Der Realitätsverlust bei Neurose und Psychose”. Internationale Zeitschrift
für Psychoanalyse, X, Leipzig/Viena, 1924 (Ges. Schriften, VI, y Ges. Werke,
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1924. Como contribución en Schriften zur Neurosenlehre, 1931 (Ges. Schriften,
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81 ------- , “Der Untergang des Ödipuskomplexes”. Internationale Zeitschrift für
Psychoanalyse, X, Leipzig/Viena, 1924. Como contribución en Schriften zur
Neurosenlehre, 1931 (Ges. Schriften, VI, y Ges. Werke, XIII).
82 ------- , “Selbstdarstellung”, en Die Medizin der Gegenwart in Selbstdarstellungen,
edición a cargo de Grote. Meiner, Leipzig, 1925. En forma de libro con el
título Selbstdarstellung. Internationaler Psychoanalytischer Verlag, Leip­
zig/Viena, 1934/1936. Nueva impresión en la editorial Imago Publishing,
Londres, 1946 (Ges. Schriften, XI, y Ges. Werke, XIV).
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lag, Leipzig/Viena, 1926. Como contribución en Schriften zur Neurosenlehre,
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Leipzig/Viena, 1927/1928 (Ges. Schriften, XI, y Ges. Werke, XIV).
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Leipzig/Viena, 1930/1931 (Ges. Schriften, XII, y Ges. Werke, XIV).
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C. G.Jung. Siempre que no se indique otra cosa, los datos citados se refieren
a la la. ed. de los escritos de Jung, así como a la edición Gesammelten Werke
de Rascher, Zurich. Se dan los años de aparición correspondientes a los
tomos I, III, IV, Vi, VII, VIII, XI, XIV y XVI, ya publicados. Las obras en
las que se cita como fuente únicamente Zurich como lugar de aparición -así
como los Studien aus dem C. G. Jung-Institut- también han sido publicadas por
Rascher.

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und psychopathologische Forschungen, III/IV, 1911/1912. En forma de libro:
Wandlungen und Symbole der Libido. Ein Beitrag zur Entwicklungsgeschichte
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Vandenhock und Ruprecht, Gotinga, 1961.
ÍNDICE ANALÍTICO

abaissement du niveau mental, 165, 211, 217, 33, 34, 43, 150, 233, 242
218, 233, 285 retraso del desarrollo, 150
abreacción; reacción liberadora, 185 trastornos, perturbaciones, alteraciones,
acicate; estímulo para despertar, véase 22, 24, 25, 32, 186s., 188, 193, 206
afecto afecto (véanse también disociación, sue­
acontecimiento; valor de acontecimiento ños), 13, 15, 25ss., 27s., 29s., 32, 34,
[véase también acontecimiento de la in­ 42s., 55s., 57, 60, 107, 122, 123, 141,
fancia), 149, 192, 197, 286 161,167,185,219,225,231 ss„ 233,242,
actitud; forma actitudinal, modo (véase 245, 253 286, 294
también conciencia), 44, 62, 64, 65, 68 , como estímulo para despertar, 233
115, 178, 182, 209, 211, 237, 238, 243, disociación de representación y, 15,28,
261,262, 268, 289, 297 29, 55, 60, 106, 123
ambivalente, 147, 204 inicial, 26, 28
consciente, 68 , 182, 237, 243, 262 incongruencia de representación y, 60
habitual, 242 opuesto, contradictorio, 42s., 55s., 60,
infantil, 50, 157 215, 225
nueva, 214, 261, 262, 268 transposición del, 15
unilateralidad; parcialidad de la, 211 , traumático, 26, 27, 29s., 33, 55, 122
237 vinculación de imagen y, 23
acto fallido, rendimiento fallido, 17, 24, afianzamiento, aseguramiento; método
34, 50s., 52, 165 del, 186
actuar, actuación, 188, 52, 139, 174, 225, agresión, 111, 148, 295
275, 279 agua, 176
concepción y, 279 aislamiento, 58n.
adaptación; proceso de, 34, 55, 93, 112, alegoría; lenguaje alegórico, 292, 298
118, 150, 178, 207, 211, 214, 216, 237 alienación, locura, véase sentido
infantilismo de la adaptación psicológi­ formación alienada; idea, fantasía alie­
ca, 157 nada; sistema alienado, 37 , 38, 68 ,
afectividad, 15, 21s., 23, 27, 33s., 60, 139, 89, 167, 220, 235
150,189, 193, 242 alimentación; función alimenticia, pul­
como fundamento de la personalidad, sión alimenticia, 151, 156, 231
71, 139 alimento inmortal, 120
complejo como escala para medir la, 23 aü-or-none-reaction, véase pulsión
en la psicosis, 218 alma, anímico; psique, psiquismo, psíqui­
falta de adecuación de la, 60 co (véase también vivencia infantil), 11 ,
la neurosis como perturbación de la, 26,29,61,65,72,87,89,93,95,99,105,
201 '09, 110, 114, 143, 168, 177, 179, 231,
afectivo (véanse también núcleo, tensión), 237, 239, 242s., 263s„ 268, 271, 275,

313
314 ÍNDICE ANALÍTICO

278, 284, 294 histeria de, 201


como centro organizador, 72 neurosis de, 201, 207
como desconocida, 242 real, 112
como sistema autorregulador, 236 represión primitiva, primigenia u origi­
correspondencia con la imagen divina, nal y, 124
268 represión y, 205
espontaneidad del, 239 señal de, m orada de la (véanse tam­
función natural del, 268 bién re p re sió n , yo), 1 1 2 , 116,
imagen anímica, del, 260 205, 213
infantil, 87 anima, animus
anima y animus, como, 259 como imagen de la madre o del padre,
multiplicidad anímica, 38, 72 259
alquimia, 262, 278, 292 como mediador, 260
alucinación; alucinatorio (véanse también como símbolo del espíritu, de la riela,
sueños, fenómeno onírico), 12, 37, 38, 259
67, 121,220, 222, 235 y pareja divina, 266
ambivalencia (véase también actitud), 146s., animoide (véase arquetipo, inconsciente
204,297 colectivo), 124, 284
amnesia, 24, 155, 186, 202, 214 anorgánico, lo, 138, 180, 293
amor; relación amorosa, 157, 161, 176, antecesores, antepasados totémicos, 128
258, 267 antepasados, vida, mundo de los (véase
amplificación (enriquecimiento, ensan­ también inconsciente colectivo), 69, 8 8 ,
chamiento) (véasetambién hermenéuti- 99, 110, 127s., 132, 136, 154
co), 195ss., 198, 214, 220, 224n, 230, anticipación (véasetambién sueños), 82,89,
240s., 243, 251 91, 192, 226, 232, 238, 248
concéntrica, radial, 196 antropología psicológica, 109, 115
método de la, 195ss., 198,220,240s., 251 arañas, las, 279
anal, 148 arcaico, lo, 44, 64, 95, 107, 122, 125
analogía; formación analógica o de analo­ arcaico; véanse capa, estadio, estrato, eta­
gías, análogo, 87, 160, 168s., 233, 240, pa, fantasía, herencia, idea, imagen,
257, 258, 262s., 288 imagen del mundo, imagen divina,
entre campo físico e inconsciente, imaginación, inconsciente, moda, mo­
288n. tivo, pensamiento, pulsión, regresión,
equivalente, 167 representación, sombra, sueños
impulso natural a construir, 168s. arque, 96
y símbolo ( formación simbólica, com­ arquetípico, lo, 124
prensión de los símbolos), 85, 169, arquetípico; véanse base, compensación,
251,262 complejo de Edipo, contenido de sen­
angustia, miedo (véanse también angustia tido, dominante, forma, fundamento,
de la conciencia moral, ante el incesto, herencia, idea, imagen, motivo, mun­
pérdida de amor o de cariño, libido), do interior, núcleo, ordenación, repre­
42, 58, 112s, 124, 147, 158, 203s., 205, sentación, símbolo (símbolo onírico)
207, 213s., 266, 283, 294, 298 arquetipo (principio formal), 10 , 32, 84,
de la conciencia moral (cf. superyó), 94, 98, 154, 258, 271, 275s., 278, 279s.,
110, 118, 294 281,283s., 288, 291
ÍNDICE ANAIJTICO 315

como algo en-sí, 10, 219, 269s., 271, ciación, ley de asociación; asociativo
276ss., 278,281,282s., 288, 295 (véase también pensamiento), 15, 21s.,
como algo no psíquico, 288, 291 24ss.,27,3 3 ,3 6 ,5 0 ,6 1 ,7 5 ,8 3 ,1 2 2 ,1 8 6 ,
como a priori heredado, 279 187, 191, 196ss., 218, 228, 243, 247,
como bipolaridad, 265, 280 254s.
como correlato del instinto, de la pul­ perturbación de la, 22s., 24, 36,
sión, 279ss. superficial, 190, 233
como creatio continua, 284 asociación libre; idea que viene a la
como dibujo original, 100 mente, ocurrencia, 187, 189s., 191,
como dom inante estructural; como 194, 197, 227, 239, 254, 275
elem ento estructural, 278, 284 asociación creativa, 101, 227
como espíritu rector, 281 asociación ligada, vinculada, 195,
como lo ultravioleta, 281 197
como modelo, 96n., 278 bloqueo de la, 16, 187
como núcleo ordenador; como orde­ método de la, 15, 185s., 187, 188,
nador, regulador apriorístico, 276s., 191s., 195, 197, 240, 253
278, 280, 284ss., 288 nexo causal entre recuerdos, sínto­
como numen presente, 276 ma y asociación , véase n exo
como ordenación apriorística, 279, causal
283s., 288 astrología, 283
como órgano de la psique prerracio- atascamiento, 91, 119, 177
nal, 99 atención, perturbación de la, 22,24,54,62
como “pattern o f behaviour”, 30, 280 Atman, 265, 269
como precognición, 277 auténtico, genuino, lo, 87, 141, 223, 256,
como principio metaíTsico, 281 262s.
como sentido de la pulsión, 140, 154, autismo, 161
281 autoanálisis, 80, 107, 108, 137
inaprehensible, com o forma básica, de autocomprensión (véase también indivi­
fondo, 121, 277 duo), 93, 101, 239s., 244
naturaleza psicoide, animoide, trascen­ autoconocimiento, 239
dental, inaprehensible del, 100, autoconservación; pulsión de, 42,138,181
121, 277ss., 281ss., 284s. autoengaño, 11, 83
numinosidad del, 271, 276 autoerotismo; autoerótico, 143, 145s.,
orientación del arquetipo hacia un fin, 149, 151ss., 161,216
278 autolimitación; véase espíritu
plenitud de sentido del, 278 automatismo, 12s., 49,52, 54, 62,121,285
trastorno funcional del arquetipo cen­ autonomía (leyes propias); autónom o
tral, 219 (véanse también complejo, imagen, in­
ascetismo, 295 consciente, psique, psiquismo), 34, 37,
asimilación; asimilar (véanse también com­ 46s., 49, 61, 70, 83, 94ss., 122,125,191,
plejo, yo), 2 7 ,32,87 ,1 1 7 ,1 8 2 ,1 8 7 ,2 3 1 , 197, 217, 227, 237, 242, 247, 264
244s. autoridad, 111, 156, 294,
asistemático (véanse también disociación, paterna, 130, 156, 204, 295
psicosis), 218 introyección de la, 111, 118, 204,
asociación (respuesta), proceso de aso­ 295
316 ÍNDICE ANALÍTICO

superyó com o, 118 c a te g o r ía fu n c io n a l, m a teria l, p r e c o n s­


a u to rrea liza ció n (in d iv id u a ció n ), 73, 90, cien te, 97, 2 4 5
9 3 , 1 0 1 , 1 1 5 , 1 8 2 , 2 1 2 , 2 1 5 , 2 3 8 , 2dC», c a t e x i a ; c a t e x i s ; e n e r g í a c a t ó d i c a (v é a s e
2 0 ls., 2 6 3 ta m b ié n y o ) , 1 0 8 , 1 2 3 , 1 3 8 , 1 4 5
c o m o r e n o v a c i ó n d e la i m a g e n d iv in a , c a m b i o d e la, 5 0 , 0 1 , 0 0 , 1 0 8
268s. r a m a rnorfn, 3 0
a u to rreg u la ció n ; a u to rreg u la d o r, 74, 91, c a u sa ; a c a u sa l, 18 5 , 1 8 9 , 1 9 2 s., 2 2 8 , 2 3 0 ,
110, 121, 170, 230 239, 244
sistem a, 171, 2 3 6 d e s c u b r i m i e n t o d e las, 1 8 5 , 2 4 4
a u to r r e p r c s c n ta c ió n ; r e p r e s e n t a c ió n d e sí ord en a ció n , 288
m i s m o , v é a se s u e ñ o s c a u s a l i d a d ; c a u s a l ( v é a n s e ta m b ién e n f o ­
q u e , m é t o d o , s u e ñ o s ) , 2 1 , 1 4 2 , 1 8 5 ss.,
b a se ( fu n d a m e n ta l) h u m a n a u n iversal 1 9 2 s., 1 9 4 ss., 2 0 8 , 2 3 8 ss., 2 4 3 , 2 5 0 , 2 8 3 ,
( g e n e r a l) , c o le c tiv a , 4 0 s., 8 2 , 8 8 , 2 5 8 , 2 8 8 s., 2 9 2
262s. acau sal, 2 8 3 , 2 8 8 , 2 9 2 n .
b ie n y m a l, 2 9 3 r e la t iv iz a c ió n d e la, 2 8 8
b iología; b io ló g ico , 3 1 ,5 7 , 92, 93, 99, 109, ce lo s fren te al p a d re, 1 4 0
1 1 0 ,1 3 1 ,1 3 8 , 1 4 0 , 1 4 3 , 17 8 ss., 1 8 1 ,2 0 0 , c e n s o r ; c e n s u r a ( v é a s e ta m b ié n s u e ñ o s ) , 1 7 ,
217, 219, 232, 234, 280, 281, 290 5 0 s., 7 3 , 1 0 0 , 1 2 3 , 144, 180, 2 2 2 ss.,
c o m o b a se , f u n d a m e n t o , d e lo p síq u i­ 2 2 6 s., 2 2 8 s., 2 5 4 , 2 0 3 » ., 2 7 0
co, 178 centro; cen tia m ien to ,p rc> co so d e c o n lr a m ic n -
e n f o q u e , v é a se e n f o q u e t o (véan se tam bién s í m i s m o , p e r s o n a l i d a d ,
f u n c i ó n , véa se f u n c i ó n y o ) , 3 8 , 6 4 , 7 2 ss., 7 3 ,9 0 s ., 1 0 1 , 1 1 1 , 1 17s.,
f u n d a m e n t a c i ó n b i o l ó g i c a d e la n e u r o ­ 122, 2 2 8 , 2 0 3 s„ 2 0 5 , 2 7 1 , 2 7 5 s., 277s.
sis, 5 7 , 2 0 0 cread or, 99s.
p s i c o l o g í a y, 5 7 , 1 3 8 , 1 4 0 , 1 7 9 , 2 7 9 , 2 8 0 c e n t r o , p u n t o c e n t r a l ( v é a s e ta m b ié n p e r s o ­
b is e x u a lid a d , I4 0 ss., 1 79, 2 0 4 , 2 0 0 , 2 0 0 n a lid a d ), 4 9 , 7 3 s., 2 3 7 , 2 0 4 , 2 0 0 , 2 7 1
Buda, 205 el sí m is m o c o m o p u n t o c e n tr a l in c o g ­
n o scib le, 2 04
c a m i n o s , v i e j o s ( 7léase ta m b ién i n c o n s c i e n t e cereb ro , estru ctu ra cereb ra l, 99, 2 4 7
c o le c t iv o ) , 6 5 , 9 9 , 1 2 0 s., 1 3 0 s., 2 7 5 i n c o n s c i e n t e c o l e c t i v o y, 1 2 0 , 1 2 8
c a m p o , véam e f í s i c a , i n c o n s c i e n t e cero, p u n to, 292s.
c a n t id a d ; d e t e r m i n a c i ó n d e la, c u a n t it a t i­ cham án, 95
va, 159, 163 cien cia em p írica , 2 0 9 , 281
c a p a c id a d d e d isfru te y d e r e n d im ie n to , c ic n tííic o -n a tu r a l; a c o r d e c o n , s e g ú n las
202 c i e n c i a s n a t u r a l e s ( v é a n s e ta m b ié n e n f o ­
c a s tr a c ió n ; m i e d o a la c a s tr a c ió n , a n g u s t ia q u e, p sico lo g ía ), 49, 54, 73, 204
p r o v o c a d a p o r la c a s t r a c ió n , a m e n a z a círcu lo; s ím b o lo d el, 2 6 5 s.
d e c a str a c ió n ; castrar, 1 1 2 , 1 3 0 , 145, circu n a m b u la ció n , 2 0 0
1 5 8 , 2 0 4 s., 2 9 5 ciu d a d , 100
c o m p le j o d e , 1 28, 146s., 1 58, 2 0 3 s .,2 0 6 có d ig o d e costu m b res, 118
c o m o c a u s a d e la n e u r o s is , 2 0 2 s ., c o in c id e n c ia ; sig n ific a !iv id a d d e las c o in -
200 c i d e n c i a s ( v é a se ta m b ié n s i n c r o n i c i d a d ) ,
casu alid ad , azar, 50, 2 7 7 , 2 8 8 2 8 3 s., 2 8 8 , 2 9 2
c a t a r s i s ; m é t o d o c a t á r t i c o , véa se m é t o d o c o le c t iv o , el; c o le c t iv o , 3 5 , 4 0 n .s ., 4 3 , 0 4 ,
ÍNDICE an m ít ic o 317

69s., 88, 118, 125, 132, 134, 111, 181s., como personalidad parcial, 37s., 46
240, 275 como punto focal y nodal, 45
base primitiva, originaria, i w base com o unidad superior (totalid ad ),
primitiva 29s., 38s., 46, 227
conciencia, véase, conciencia colectiva conflicto como base del, 42
inconsciente, véase inconsciente consciente c inconsciente, 33ss.
comienzo en dos etapas (en dos tiempos) de Kdipo, véase F.dipo
de la función sexual, 143, 151, 179, de castración, véase castración
202s., 206 de menoscabo, véase menoscabo
como causa de la neurosis, 143, 206 de sombra, véase sombra
compensación; com pensatorio (véanse del yo, véase yo
también in con sciente, sueños), 81s., devastación del, 60, 215
178, 182, 220, 22 ls., 232ss., 235ss., dividido, disociado, 30, 35s., 38s., 40,
2 3 7 s . , 2 4 1 , 2 1 3 s „ 266 60,61,69, 117,286,293
arquetípica, mitológica, religiosa, 237s. doble estratificación del, 40
como ley fundamental, básica del in­ efecto de asimilación del, 26, 32
consciente, 236 elemento nuclear (núcleo) del, 23s.,
como proceso de orden, 241 31ss., 34, 38, 72, 116, 227
de estados de perturbación del equili­ experimento asociativo como base del,
brio, 237, 241 25
del estado de conciencia, de la actitud extrañeza, incorrcgibilidad del, 68s.,
consciente, 235ss., 237, 241, 243 122
ordenación de los actos compensato­ fuerza de atracción de los, 45
rios de acuerdo con un plan, 241 impersonal, 35, 36, 40, 61
por medio de imágenes integrales o de incestual, véase incesto
totalidad, 259 incompatibilidad del yo con el, 46
significado de la, 81 inconsciente, 33-41, 45s., 53s., 62, 66,
complejo, 23ss., 26ss., 31-37, 41s., 46s., 49, 94, 263n.
60ss., 64, 66s., 69, 72s., 81, 84, 94, 115, materno, véase madre
122s., 128, 138-140, 146, 158, 191ss., nuclear, 80, 146
195, 203s., 206, 211, 227s., 233, 247, paterno, véase padre
264, 295 psicología del, véase psicología
agudo y crónico, 27s., 60, 122 reprimido, inferior, 61, 65, 68
autodestrucción del complejo patoló­ semejanza con el yo, 117, 123
gico, 39, 219 sentido del, 45, 193
autonomía del, 34-37, 46s., 61, 94, 122, sistematización del, 38
191, 197, 217s., 227,242, 247 tendencia a la autonomización, 38s., 46
característica del, 23s., 32, 164 tendencia pcrsonificadora del, 38s.
como base, fundamento, de unidades teñido de emotividad; emocionalmen­
estructurales, 30 te teñido, cargado, 23ss., 27, 32s.,
como camino real hacia el inconscien­ 94 s., 122
te, 33 trauma y, 26ss., 32s.
como corpus alienum, 46 com p lcm cn taried ad ( rec ip ro cid a d ),
como escala de la afectividad, 23 288ss., 292
como fuente de información, 32 de conciencia y fenómenos de sincro-
318 ÍNDICE ANALÍTICO

nicidad, 289 conciencia; función de la (véanse también


de conciencia y memoria (huella de culpa, culpabilidad, responsabilidad),
excitación), 112s., 289s. 9, 12, 25, 33, 36, 39, 51, 64, 66ss., 101,
de conciencia y síntoma, 289 105, 106, 112ss., 117, 119s., 122ss., 133,
de consciente c inconsciente, 290 165, 166, 170, 211, 213, 226, 229, 232,
de espíritu y materia, 292 234, 2 4 ls., 244s., 246, 248, 258s., 261s.,
de física y psicología, 289ss., 292 263n., 268s., 275ss„ 278, 279, 281s.,
complexio, coniunctio oppasitorum; el sí mis­ 284s., 287s., 289, 290, 293
mo como, 265 actitud de la, 64, 65, 68, 182, 214, 237,
comportamiento, conducta, pauta (pat­ 240, 243, 260, 262, 268
tem of behaviour), 30, 280s. aproximativa, 286
comprender; comprensión, 208, 298 colectiva, 118, 182
comprender los símbolos, compren­ com o discriminación, distinción, 63,
sión de los símbolos, véase símbolo 119
hermenéutica, 210 com o luz, luminositas, grado de clari­
retrospectiva, prospectiva, 193s. dad, 114, 119ss., 285ss., 287
del mundo, 245 com o percepción, 112
explicar y, 240s. com o premisa, com o condición previa
compromiso, 16, 17, 49, 52, 55, 80, 109, del yo, 117
178, 188, 206s., 222, 262, 263 com plem entaricdad de memoria y,
como intento inconsciente de solu­ 113, 289
ción, 55 com p lem en taricd ad del incons­
el símbolo como, 262 ciente y, 290
el síntoma como, 16, 17, 55, 109, 188, de culpa, 296
207 de sí, 246
los sueños como, 222 del yo; yo consciente, 23, 69, 287
compulsión, forzosidad, 35, 37, 295 de responsabilidad, 117, 246
pulsional, 160 desarrollo de la, 63, 65, 120, 211, 213
repetitiva; rep etició n com pulsiva diferenciación de la, 63, 74, 115, 211
( véanse también lo reprimido, pul­ doble, double conscience, 12, 37
sión de muerte, superyó;), 36, 111, el héroe com o renacimiento de la, 120
124, 180, 203, 207,294,296 en los sueños, 226, 235, 237, 2 12s.
concéntrica, véanse amplificación, ordena­ espontaneidad de la, 166
ción fringe of consciousness., 123, 287
concepción; modo de concebir, 15, 96n., hybris de la, 119
152ss., 167, 174, 242, 243, 246 incompatibilidad de las sombras, de lo
formas típicas de la, 174 reprimido, con la, 66, 122
impedimento de la, 153 inconsciente y, 74, 115, 124, 170, 181,
intcrrelación con la actuación, 279 211, 261, 264, 265, 281, 290, 293
c o n cien cia , 34, 38, 114, 117, 285s., rclativización de la, 286ss.
289s. i enovación, am pliación, ensancha­
complem entaricdad de la memoria miento, renacimiento de la, 39 101
respecto a la, 290 120,213, 244
en el inconsciente, 286 sujeción ajuicio de la, 64
rclativización de la, 285 surgimiento de la, 39, 63, 155
ÍNDICE ANA! JT!CO 319

unilateralidad, parcialidad de la, 211 consciente, el, 122, 124


237 conscicnte-inconscicnte, 33s., 42, 6 6 ,
yo com o sujeto de actos personales 115ss., 123, 164s., 235s., 247, 264, 290
conscientes, 117 como totalidad, como integridad, 115,
yo com o centro de la conciencia 264, 287
117s. compensación entre, 168
concienciación, conciencialización; con­ cooperación de, 62, 74, 105, 115, 236
versión en consciente (véanse también discrepancia, conflicto entre, 42, 63,
proyección, lo reprim ido), 3 3 , 108, 209, 238, 260
113,120, 173, 1 8 5 ,188s., 258,260,262, indeterminación de, 285, 286ss.
289, 290 interpenetración de, 34, 244
devenir consciente, 34, d i, 45,113,120, puente entre, 240, 260, 261
211,255 rclativización de, 285ss.
como proceso creativo, 120 consciente; véanse actitud, complejo, per­
preconciencialización, 113 sonalidad, superyó, valor, yo
concretismo; concretista, 140, 142, 246 constancia {véase también imagen primiti­
enfoque, véase enfoque v a ) ^ , 251,254
imagen del m undo, 86 principo de (principio de estabilidad);
concreto, lo; concretización, 134, 169, conservación de la {véase también
175,177,277,297 energía), 165s., 293
condensación {véase también formación de constelación; constelar {véase también sue­
los símbolos), 51s., 87, 207, 257 ños), 26, 32, 52, 90, 94, 95, 191, 225,
conflicto; situación de, 13, 15, 41-44, 55s., 227, 237, 242, 243, 247
66 , 90, 117, 119, 130, 144, 149s„ 153, infantil, 90
155, 160, 178, 193, 196, 201s., 205, constitución; constitucional {véasetambién
209s., 211, 218, 237, 243, 260s., 295, disposición), 32,57,129, 130,133,143,
330s. 146
actual, presente, 44, 142, 193, 210 construcción del nido, 279
como base del complejo, del trauma, contaminación, 65, 229, 233
42 contenido de sentido; significante, 89, 96,
incestual, véase incesto 124, 192, 194, 227, 234, 288, 295
infantil, véase infantil arquetípico, 227
moral, 42, 44 contexto, 196
neurótico, 42-45, 90, 150, 201, 207, contingencia, 283
209s. continuidad {véase también pulsión vital),
original, primitivo, primigenio, proto- 119, 161,241
conflicto, 151, 2 0 2 continuo espacio-tiempo {véase también in­
psíquico, 42, 44, 55, 6 6 consciente colectivo), 292
tendencia a la repetición del, 42 forma de ser aespacial y atemporal, 284
confrontación consciente, 45 convencimiento, 242, 259
conocimiento del hom bre, hum ano, de conversión; histeria de conversión {véase
las personas, 243 también síntoma), 15, 56, 207
conocimiento, valor del, 239, 248, 269, cooperación {véase también conscicnte-in-
291, 294 consciente), 62, 115
relatividad del, 270 corpus alienum, 284
320 ÍNDICE ANALÍTICO

corrección; corregibilidad ( véase también 178, 240,242


realidad), 80, 248, 285 com o represión de las pulsiones, 58ss.
correlación, 291 naturaleza y, 170
correspondencia, 268 cum plim iento, satisfacción del (de los)
corteza cerebral, véase proyección deseo(s); función del deseo, 17, 52, 79,
creación, 82, 116, 124, 283 81, 87, 92, 111, 125, 206, 222, 224,
creado continua, 284 231ss.
creativo; creador ( véame también asocia­ deform ado del (d e un) deseo, 2 2 2 s.,
ción libre, centro, consciente, devenir, 231
fantasía, im aginación, nueva form a­ el símbolo com o, 263
ción, ocurrencia, proceso), 51, 69, 80, inconsciente del ( de un) deseo, 52,222
177, 251, 261 s., 275 de los sueños, véase sueños
crecim iento y voluntad de m uerte, 43 teoría del, 232
creencia, fe, 176, 269, 296, 298 curación (véase también neurosis), 45, 144,
superstición, 296 165, 185, 187, 215
criptom nesia, 67, 186 com o recuperación de energía perdi­
cristianismo, 265, da, 185
Cross-Cousin-Marriage (m atrim onio entre curiosidad, 90, 152
prim os), 178 curvas de respiración y de pulso, 32, 119
cuaternio, 204, 266s.
com o cuádruple base fie la totalidad, danza en corro, 266
267 danza ritual, 279
como ordenación arquetípica apriorís- decadencia, destrucción; véase devasta­
tica, 204 ción
como ordenación simétrica, 267s. decisión, 117, 119
como tetrada de formas de relación, de d e fe n sa , in s ta n c ia d e d e fe n sa (véase
personas, 267 re p resió n ), 15ss., 54, 56ss., 58, 60,
de la sombra, 267 62ss., 106s., 110, 115, 188, 202, 205s.,
espiritual, 267 219, 294
matrim onial, 267 intento fallido de, 15, 55, 209
cuatro; tétrada ( véanse también bisexuali- resistencia com o, 16, 188
dad, cuaternio, integridad, sí mismo, superyó como, 57s., 110, 205
sueños, tem peram entos, totalidad), traum a y, 35, 55, 56s., 106
146s., 173, 204, 228, 265ss. deform ación, desfiguración, deform ar,
cuádruple estructura básica, 173, 204, desfigurar (véansetambién cum plim ien­
266 to de un deseo, fantasía, im agen del
estructura de la psique, cuádruple, 173 m undo, lo reprim ido, recuerdo de la
símbolo de la tétrada, 265 v infancia, sueños), 17, 50s., 80, 83, 87,
tétrada de formas de relación, 173, 267 130, 144, 149, 222, 228s., 230, 254,255,
tétrada de personas, 267 262
cuento infantil, de hadas, 38, 84, 196, 245 m ecanism o deform ador, 55, 223
cuerpo, m undo corporal, 108, 116, 138, dementia praecox, dem encia precoz (véanse
145, 179, 238, 293 también esquizofrenia, toxina), 26, 60,
cultura, acervo cultural, moral cultural, 138, 161s., 216
cultural, 44, 57, 111,118, 144,148, 170, diablo, dem onio; creencia dem oniaca, de-
ÍNDICE ANAUTICO 321

inonización, 38, 290 destino (véase también padre), 89, 96, 137,
venta cid alma al, 197s. 139, 141, 177
depresión psicótica, 50 espiritual, 119
desarrollo fallido, erróneo (véanse también pulsional, 110
neurosis, pulsión cognoscente, sexuali­ desvalorización, devaluación; motivo de
dad), 153, 193, 20ls., 206s. la, 62
desarrollo, evolución; historia, proceso determinación; carácter de determinado,
del desarrollo ( véanse también afectivo, determinismo (véase también sueños),
individuo), 3, 51, 63, 65, 75, 115, 119, 15, 17, 21, 50, 71, 159, 208, 221s., 228,
120, 146, 150, 152, 158, 172, 191, 193, 239, 283, 288n.
195, 208, 211, 213, 225, 232, 238, 239, deus absconditus, 180
241,246, 248, 251,262 devastación (ruina, decadencia) (véanse
de la conciencia, véase conciencia también complejo, personalidad, psico­
de la personalidad, véase personalidad sis), 27, 60, 215,217s.
del yo, perturbaciones del, 203, 206 devenir integral, 182
inhibición del, 234 diagnóstico objetivo, 24
líneas del, 12, 192, 193, 232, 240 diálogo, 24
organización de la libido como base dinámica, dinamismo, dinámico, 27, 43,
del, 202 54, 71, 72, 74, 92, 106, 122, 123, 142,
sexualidad como base del, 202 159, 162, 164
desarrollo; transcurso del desarrollo (de enfoque, véase enfoque
un) movimiento, 107, 109, 167 diuámico-inconsciente, 123
dualismo del, 56, 107s. Dios, deidad; divino (véanse también expe­
energía libre y ligada, 56s., 107s., 123, riencia, símbolo), 59, 96, 134, 172,
144 258s., 265s., 268ss., 271, 293, 295, 297
descarga motora, 232 discordia consigo mismo, 119
desconocido, lo (véase también símbolo), disfraz, 52, 222, 254
53,105, 228, 242, 256ss., 262ss., 285 disociación, disociabilidad (carácter divi­
deseo; imagen del deseo; moción, excita­ sible, división, escisión, separación)
ción, tendencia del deseo; desear, 80s., (véanse también contradicciones, expe­
83,87,92, 107, 125, 146, 179,222,232, riencia, opuestos, personalidad, psi­
235, 244, 297 que, vivencia), 12, 29, 38, 43, 49, 54s.,
de muerte, 222 64, 69, 71, 106,120,122,165, 208, 211,
imaginación, fantasía y, 80, 87 215s., 217, 244,259, 285, 287
incestuoso, véase incesto como causa de la formación del sínto­
inconsciente, 52, 108, 222s., 231, 244 ma, 106
infantil, 111,215,226 de afecto y representación, 15, 29, 38,
onírico, 223 39, 55, 60, 106, 123
pulsional, véase pulsión la neurosis como, 39,43,209,211,215s.
reprimido, no consumado, 107, 223, represión y, 69, 122
224, 226, 23ls. sistemática, asistemática, 218
desintegración (désagrégation psychologi­ tendencia a la disociación y tendencia
que)', véase personalidad a la unidad, 72, 92
despertar, 117 displacer y placer ( principio) ; véase placer
desplazamiento, 162, 168 disposición, 31, 42,129, 132
322 ÍNDICE ANALÍTICO

embrionaria {véase también disposición 98s., 101, 120,284


pulsional), 151, 172s. elemento nuclear, 23, 31 ss., 34, 38
como espíritu y pulsión, 153 elevar, salvar la distancia (véame también
como morada embrionaria de fun­ contradicciones entre lo consciente y
ciones mentales, espirituales, su­ Jo inconsciente, opuestos), 85, 160,
periores, 153 236, 240, 244, 259, 261s.
incongruencia de la, 172s. ello, 58, 11Os., 112, 114, 129
polivalente, 152, 153 como origen de los destinos pulsiona-
funcional, 98 les, 110
filogcnótica, 133 como reserva de libido, 110s.
hereditaria, constitucional, 32, 129 inconsciente, relación con el, 58, 110s.
infantil perversa, 129s., M3, 151 s., 154 yo, superyó y, 42, 73, 110s., 112*., 207,
polimorfa, polivalente, 152, 153 216
incongruencia de la, 172 emoción; emocional, 12,14,22,23,28,32,
prefigurada, 98, 275 38, 46, 59s., 94, 122, 146, 241, 258, 271
divisibilidad, división (véase disociación), empírico; conocimiento empírico (véame
29, 38, 49, 64,06,71, 121,218 también ciencia, psicología, realidad),
división, dividido, 160 14, 18, 25, 27, 164, 167, 186, 264, 269,
división; véase disociación 280, 289, 292
de sí mismo, 209, 210, 215 demostración empírica del inconscien­
dominantes, 96, 105, 120, 278 te, 16, 25, 73, 105, 186
arquetípicas, 120 el sí mismo como ente empírico y tras­
drama clásico, 228 cendente, 264
dramatización, 223 empuje de atrás, 124
dualismo; dualidad (véame también desa­ en-sí; véame arquetipo, espíritu, materia,
rrollo del movimiento, si/.igía), 56, pulsión
108s., 206, 292 enanliodromía, 170
masculino-femenino, 258, 266 encadenamiento, concatenación, 16, 105,
duda, 188 187, 189, 194, 197
enchtiínemmt, 16,17,22,190,192,197,207,
Edipo, complejo de, 59, 128, 137, 145s., 221, 239
147s., 149, 155, 156, 178, 203, 206 endógamo, 178, 267
como causa de la neurosis, 146, 203, energética, energético (véanse también
206 principio de equivalencia, tensión, va­
como complejo nuclear de la neurosis, lor), 32, 74, 94, 159ss., 162ss., 165ss„
80, 146 167, 170, 228, 233, 236, 251, 280
como drama del destino, 146 biológica, 159s.
como fase de fijación, 33, 145, 149 del proceso vital, 170
como imagen arquetípica, 157 enfoque, véase enfoque
como modo funcional innato, 156 física, psíquica, psicológica, 159, 162,
educación para la realidad, en la realidad, 236
208, 295 proceso, 162, 165, 166, 170, 195
efecto inicial, 26, 28 transformador (véame también imagen,
elemento estructural preformado, psíqui­ símbolo), 162, 169, 251
co, inaprchcnsiblc, hereditario, 97, energía; cuanto, quantum de energía; ten-
ÍNDICE ANALÍTICO 323

sión energética, valor energético ( véase 92, 192, 194s., 238, 240, 243
también curación), 56, 95, 110, 122, concretista, 130
162s., 164s., 170s., 172, 175, 227, 25l[ de las ciencias naturales, 73, 207
261,281,289 dinámico, 32, 164, 168, 210
alteración, transformación de la, 164 energético, 74, 162s., 164, 167, 210
catexis, 108, 123, 148 filogenético, 132
cambio de la, 56, 61, 66 , 108 finalista, constructivo; prospectivo, 45,
como base del principio de equivalen­ 90s., 192ss., 212ss., 225, 234, 238,
cia y del principio de constancia, 240, 242, 243
165ss. integral, de conjunto, 60, 75, 118, 140,
como compensación, equilibrio entre 181
los contrarios, 172 moral, 150
concepto de, 158, 162s., 164 objetivo, subjetivo, 32, 70, 283
conservación de la, 162, 165 simbólico, 52, 142,158, 182, 254
física, 162 engaño, ilusión sensorial, 235
formas básicas, fundamentales, de la, ensueño, sueño diurno, ensoñador, 80,
165 245
gradiente, potencial de, 162, 166, 168 entendimiento, 270
hundimiento, baja de la, 51, 285 inconmensurabilidad de la religión, de
intensidad de valor de la, 163, 168 la realidad trascendental con el,
libre y ligada, vinculada, 56, 107, 123, 270, 285
144 más allá de la categoría del, 285
progresión y regresión de la, 148, 210, entropía, 162, 166
213 envidia, 155
psíquica, 142, 159, 170 epidemia histérica, 296
retirada de la, 36 equilibrio, situación de equilibrio (véase
tensión entre contrarios como base de también compensación), 171, 182, 237,
la, 170 241
transformación, cambio, traslación, equivalencia, equivalente, principio de
transmisión, conducción de la, 56, equivalencia (véase también analogía),
159, 165s., 168 142, 163,165s., 167, 175
vital, véase vida como base de transformaciones simbó­
enfermedad; foco, causa, de la enferme­ licas, 168, 170
dad (véase también persona), 15s., 49, como relación energética, 165
137, 185, 187, 190 equivocarse, equívoco, 17, 24
enfermo; historia del enfermo, 16s., 106, erógenas, véase zona
139,141,187ss., 190, 197,208,258,266 Eros, 109, 138, 140, 180, 2Ó1
como sujeto de la curación, 187 y pulsión de muerte, 138
mental; enfermedad mental, 21,37,61, errores en la reacción ( características del
68,81,89, 122, 235 complejo), 22
enfoque (concepción, método, opinión, escena originaria, 132ss., 157s.
orientación, perspectiva, problemáti­ fuerza de atracción de la, 80
ca, punto de vista), 49, 191, 240, 244 imaginación, fantasía, y, 132s., 157s.
biológico, 219, 234, 293 neurosis y, 157
causal-reductivo, mecanicista, 28, 70, escritura en imágenes, 229
324 ÍNDICE ANALÍTICO

espacio, formas de intuición del tiempo, nización de la libido, regresión, sue­


288 ños), 91, 145s., 147s., 152, 203, 212,
espectro, 285 228, 285, 293s.
espiritismo, llss. arcaico, 285
espíritu, mente, intelecto, 22, 36, 40, 55, objetivo, 245s.
90, 170, 175, 177, 227, 248, 260, 261, subjetivo, 245s.
263, 275, 278, 280, 282, 294 estado de ánimo, 27, 259
autoliinitación del, 295 estado de reposo, 166, 180, 195
como aspecto de la realidad, 292 estado letárgico, 12
como complejos autónomos, 37 estar ahí, y ser así ( véase tamlnén sincronici­
como principio formal de la pulsión, dad), 283
154 estímulo; fuente de, insensible al, 108,
como Spiritus rector, 281 137, 166, 247
creador de imágenes, 94, 226 estrato, estratificación, capa, 12, 189
de la época, 238 arcaico, 226
disposición embrionaria como espíritu histórico, 87
in nuce, 154 lógico, 189
el instinto como aspecto energético profundo {véanse tamlnén inconsciente
del, 281 colectivo, psique), 110, 111, 124s.,
en-sí del, 281, 282, 294, 296, 298 284
maligno, 295 estructura; dominante; estructural; uni­
masculino, 259 dad, elemento, carácter {véanse también
materia y, 282, 292 imagen arquetípica, inconsciente, per­
naturaleza y, 43, 95, 160, 171, 261, 292 sonalidad, psique, senlido), 17, 29, 30,
primitivo, primigenio, 51, 86 , 94 32,98ss., 101,107ss., 115,118,120,123,
pulsión y, 154, 175, 181, 261, 280 173, 193, 204, 221, 228ss., 239, 267,
espiritual, intelectual, mental {véanse tam­ 278s., 284
bién desarrollo, masa hereditaria, pro­ básica cuádruple, 173, 205, 266
greso, guía, destino, sexualidad, contradictoria, 266
superyó, renacimiento), 23, 45, 90, heredada, hereditaria, 174
118, 126, 141, 160, 181, 251, 268, 275 inconsciente semejante al yo, 117, 123
esquema corporal, 255 sensorial, 2 2 1 , 228, 229
esquema interpretativo, 253, 255 unitaria, 228, 239
esquizofrenia; esquizofrénico {véase tam­ etapa de latencia, 57, 6 6 , 143, 146s., 153,
bién dementia praecox), 30, 39, 82, 108, 154s., 203s.
148, 167, 217s., 220 Ethos, 43
como abaissement du niveau mental, 218 etnología, 109, 259
como afectividad caótica, 218 excitación, cantidad de, huella de la 35
como disociación asistemática, 218 106, 107, 113, 178
como trastorno funcional y autodcs- suma de la, 15, 27, 56, 165, 166
trucción del complejo patógeno, existences secondes, 35, 37, 54
218 exógamo, 178, 267
representaciones arcaicas en la, 218 experiencia; experimentablc {véanse tam­
estaciones del año, 265 bién Dios, sí mismo); experimentar, vi­
estadio; etapa (fase) {véanse también orga­ vir, vivencia, experiencia, valor de
ÍNDICE ANALÍTICO 325

vivencia (impresión), 16, 2 2 , 27, 29s. familia; novela familiar, 89


3 ls., 60s., 6 8 , 8 8 , 95, 98, 99, 101, 112 la sexualidad como liberación de la,
130, 132, 137, 143s., I49s., 152, 164* 139
177,197,248,264,266,268,269s., 27l| fantasía, imaginación; imagen fantástica;
275, 276, 280, 283, 285, 294, 298 formación imaginativa, de la fantasía;
de Dios, del sí mismo, 268, 270 símbolo de la imaginación, fantástico,
de la totalidad, de la integridad, 264, 27, 40, 51, 61,67, 79, 81,84, 87, 90, 95,
269 100, 109, 121, 132, 138, 141, 144, 149,
de lo numinoso, de lo religioso, 268, 157, 161, 164, 167, 169, 176, 187, 195,
270, 276, 278, 297 229, 232, 237, 239, 245, 251, 258, 261,
destrucción del complejo de la, 39,219 263, 268, 271, 275, 276, 291
disociación de la, 39, 106 arcaica, mítica, filogenética, primitiva,
infantil, véase infantil 68 , 82, 84, 86 s., 87s., 95, 122, 176
inicial, véase inicial como compensación, 81, 237
interior, 270s. como fabulación, deformación, falsifi­
la imagen como matriz de la, 100 cación del recuerdo, 51,79s., 83,85,
primitiva, primigenia, 129, 239, 240, 87,144, 149, 210
271 como intento de solución, 91
religiosa, numinosa, 27,269,271s., 278 como materia prima, 101
traumática, 33, 38, 54, 57, 106 como nuevo plan de vida, 91
valor de conocimiento de la, 269ss. creadora, 51, 68 , 80, 86 , 88 , 261, 277
yo como condición de la, 101 , 111 del nacimiento, 90
experimento asociativo, 14, 21s., 23, 26, 27, desarrollo regresivo de la, 133, 149,
30, 33, 36, 49, 50s., 59s., 161, 163, 191 157, 203
como acceso objetivo a la psique, 25 el deseo como impulso motor de la, 81,87
como fundamento de la investigación escenas originarias y, 132, 152
del complejo, 25 escenas originarias como fantasías
represión y, 50, 59 del renacimiento, 133
y psicoanálisis, 25 huida a la, 210
exterior; mundo exterior (véase también impersonal, 88
interior), 31, 43, 107, 112s., 145, 216, incestuosa, 80, 83, 88 , 142, 158, 257s.
237, 246ss., 280, 291, 293 infantil, 80, 83, 90
apartamiento del, 80, 150 neurosis y, 149, 157
extraversión histérica, 62, 211 originaria, primitiva, 87, 128
extravíos, pérdidas, olvidos, 17 pensamiento mágico, fantástico, 51,
83, 149
fachada, 230 prospeclivo-finalista, anticipatoria, 89,
factor de indeterminación; indetermina- 91,225
bilidad (véanse también inconsciente, recuerdos infantiles y, 132, 149, 187
psique, realidad, sí mismo), 163, 264, regresión de la (véase también huida),
286ss., 290ss. 86,89,91,141s., 149,157s., 203,210
factor extensivo, 164 sentido de la, 87s., 89
fálico(a), 148, 203 sexual, 14 ls.
falo, 263n. significado simbólico de la, 51, 84
falsificación, 55, 85, 144, 223 vivencia de la infancia y, 79, 132s., 149,
32G ÍNDICE ANALÍTICO

187,210 fobia, 201, 203


folclore, 196
fases ( etapas, estadios) ( v é a n s e t a m b i é n pro­
ceso vital, organ ización d e la libido, fonction du réel, 62, 81, 161
su eñ o s), 43, 145, 147, 152, 203, 228 fondo anímico, 26, 61, 6 8 , 87, 105, 119,
fen ó m en o s d e estan cam iento, 66, 173 120 , 143, 229, 260, 271, 276, 284, 292
fen ó m en o s PES, 283 como algo no psíquico, trascendental,
ficción, 16, 173, 243 97, 290s.
fijación (véame también infancia, libido, dominantes del, 105
neurosis, pulsión, sexualidad), 33, 42, efecto espontáneo del, 61
57, 144s., 147, 150, 161, 165, 202s„ inaprehensiblc, 121, 277
206s., 210, 222, 294 forma; principio formal, de las formas, 51,
como causa de las neurosis, 57, 145, 81, 197, 237, 239, 245, 263, 277, 280,
202 s. 286, 298
puntos de, 42, 146, 147ss. arquctípica, 197, 286
fuerza de atracción de los, 80, 202 básica, de fondo, estructura básica
regresión a los, 42 (véanse también energía, psique, vi­
filogénesis ( véase también herencia), 40,62, vencia), 45, 95, 98, 165, 174, 275,
87, 110, 128, 132s. 277, 281, 282
esquemas filogenélicos, 129, 132 formación reactiva (contracatcxis) (véase
filosofía, 49, 266 también neurosis obsesiva), 58n., 188,
fin, finalidad, objetivo; orientación hacia 207
un fin, propuesta de un fin, intenciona­ fracasar; véase función del yo
lidad, afán ideológico ( véame también fracaso (frustración), 13, 16, 56, 147s.,
arquetipo, vida, psique, sueños), 6 8 , 173, 203
90, 91ss., 138, 140, 189s., 192, 195s., fragmento, fragmentación (véansetambién
197, 226s., 231, 239, 278 personalidad, psicosis), 43, 117, 123,
representación de un, 39, 189, 210, 215
24 ls. fringe of conscùmsness\ véase conciencia
pulsional, 29 fuego, 170
representación apríorística de un, fuente de información; véanse complejo,
277 sueños
finalidad; finalista (prospectiva) (véame fuerza, 162, 163s
también fantasía, fenómeno onírico, espiritual, 141, 275s
función, imaginación, método, sínto­ de sugestión, sugestiva, 258
ma, sueños), 45, 53, 65, 89, 90s., 93s., dinámica de las, juego de las, 15,42,49,
lG8 ss., 192s., 194s.,205ss.,212ss.,224s., 54, 105, 222
234, 238, 239ss., 242s., 256 función; funcional (i>éansetambién disposi­
enfoque, véase enfoque ción, sueños), 58,90,91,98,108,112s.,
física, físico, 162s., 165, 166, 283, 288n., 137, 151s., 153, 180s., 211, 216, 222,
291 224ss., 234s., 236, 238, 261, 268, 276,
campo, analogía con el inconsciente, 295
288n., 291, 292 biológica, 180, 234
energía, energética, 162 compensatoria, 226, 233, 235
fisiológico, 13, 139, 180, 281 cumplidora de los deseos, 232
psicología fisiológica, itéase psicología de autorregulación, 91
ÍNDICE ANALÍTICO 327

de contradicción, antitética, 115 173 69,88,105,110,128s., 132,134,153,


182 294
de la autorrepresentación, 232 hermenéutica, hermenéutico (véase tam­
de los contrarios, contradictoria, 115 bién sueños), 196, 240, 243, 251
173, 182 amplificación y, 196, 251
diferenciada, 64, 141 método, véase método
formadora de símbolos, sintetizadora, héroe, mito del héroe, 120, 245
261 como renovación de la luz, 120
inferior, 64, 141, 212, 265 como resurrección y salida de la regre­
mental, puntos de residencia embrio­ sión, 120
narios de la, 90, 153 hiperestesia, 67, 121
moral, 112 hipnoide, teoría, 42, 54
orientadora, 211 hipnosis, hipnotismo, 13, 148, 186, 187
partie inférieure de lafonction, 139 sugestión poshipnótica, 16, 106, 185
pensante, 153 hipótesis biológica, 57, 179
prcservadora del sueño, 92, 222, 234 Hiranyagarbha, 265
profética, 238 histeria; teoría de la, histérico {véase tam­
prospectivo-fmalista, 225 bién extroversion), 10,12,16,21,26,29,
psíquica, psicológica, 42, 236, 268 38, 42,49,55,60,62, 79,108,121, 140,
religiosa, 269 161,203,211,253, 296
sexual, véase sexual como disociación de la personalidad,
superior, 265 49
transpsíquica, trascendente, 115, 261, como mecanismo de disociación, 60
264, 284 como mecanismo de extroversion, 62
futuro (véase también personalidad), 12, de angustia, véase angustia
72, 91, 92, 192, 238 de conversión, 56, 207
historia, histórico, 92, 270, 297
genital, 145, 255 recuerdo, 40, 69, 134
gnosticismo, 266 reprimido, lo, 133
gradientes (potencial) (véanse energía, hombre, ser humano, persona, 74 , 139,
opuestos), 85, 162, 166, 168, 171, 175, 143, 209, 237, 264, 367, 294, 297, 298
213, 257 andrógino, 258
grado de claridad, 117, 119, 286, 287 espiritual, superior, 267
guía espiritual, 242, 259 realización del, 261
totalidad, integridad del, 43, 209, 261
habitual ( véanse también actitud, in­ homo maximus, 49
consciente, modo de comportamiento, homo religiosus, 268
de conducta, olvidar), 26, 62, 150, 157, homosexualidad, 29
242 horda primitiva, 130
hambre, 138, 181 huellas, restos mnémicos, 16,92,105,113,
hedonismo, 92, 231 116, 120, 133, 149, 185
hereditario, 143, 146 colectivos, históricos, prehistóricos del
herencia; condiciones heredadas, 129, recuerdo, 69, 88 , 130, 131, 294
131, 153 reprimidos, 108, 133
arcaica, arquctípica, filogenética, 40, valor de verdad de las, 16
328 ÍNDICE ANALÍTICO

huida, 150, 210 como forma básica, de fondo, de la


humanidad; desarrollo, evolución de la concepción de la experiencia,
humanidad, historia de la humanidad, 96, 98, 174
59, 69, 87ss., 237s., 255, 296 como imagen divina, idea de Dios,
humor, 189 pareja divina, 182, 258, 268, 271
hybris, 119 instinto e,30, 122 , 126, 174,279s.
com o posibilidad de represen­
I Ching, 283 tación heredada, prefigurada,
ideal colectivo, 70 98, 178
identidad, relaciones de identidad, 251, autonomía de la, 46
255, 263, 292 como centro energético, 94
de lo psíquico y lo físico, 292 de Dios; renovación, muerte, símbolo,
identificación, 146, 203, 251, 257, 287 representación de, 85, 118s., 131,
narcisista, 204 134, 171, 182, 258, 265, 268s., 271
idiosincrasia, 248 como correspondencia del alma
Iglesia, 169 con Dios, 268
igualamiento, compensación, 167, 168 como paradoja, 172
del gradiente de energía, de los contra­ como relación con el sí mismo, 269,
rios, 166, 171, 172, 251 270
iluminación, 227 el superyó como, 118
ilusión, 89, 232, 243 rcavivamicnto de la, 268
Ilustración, 75 del incesto, 80, 83, 8 8 , 142, 157, 160,
ilustración, explicación, 256 175ss., 257, 266
y comprensión, 240 como anhelo de renacim iento,
imagen, 30, 46, 66 , 72, 94, 118, 124, 127, 175s.
141, 156, 160, 164, 168, 174, 177, 182, como búsqueda de sí mismo (véase
194, 196, 227, 229, 231, 239, 246, 256, también sí mismo), 157, 176
258, 262, 264, 265, 270, 271, 275, 279, del mundo, 51, 83, 8 6 , 111, 128, 177,
291,298 240, 243, 290
afecto e, 231 de situación, 30, 175, 182, 231
arcaica, 32, 68 , 86 , 95, 160, 175, 177, arcaica, 177, 243, 268
194, 231,243, 251 deformada subjetivamente, 51, 83s.
como transformador energético, especular, refleja; véase inconsciente
169 colectivo
arquetípica, 30, 96, 98, 100s., 140, 150, ideal, 111
157, 182, 239, 243, 258, 275, 277, pulsión c, 140, 279, 281
282 original, primigenia, protoimagen, 31,
como autorrepresentación, autoi- 126, 150, 174, 227, 258, 279, 281
magen del instinto, de la pul­ como autoimagen del instinto, 279
sión, 140, 175, 279 preformada, 279
como cambiador de energía, 162 primitiva, 30,84,96,122,125,150,175,
como centro creativo, 99, 101, 275 194,247
como elemento estructural, 98ss., autonomía de la, 94
169 carácter numinoso, fascinación de
como factor ordenador, 99,276,277 la, 6 8 , 94,96, 118, 125, 175, 177
ÍNDICE ANALÍTICO 329

carácter repetitivo de la, 9G, 97 castración, 158


com o realidad interior, 96, 97 y miedo al incesto, 42, 147, 204s.
com o sentimiento e idea, 94 fantasía, 80, 83, 142, 158, 258s.
efecto constelador de la, 94 miedo al, angustia provocada por el,
instinto e, 30, 173, 175, 182, 279 147, 203, 205
leyes que la gobiernan, constancia y deseo, 42, 147, 204s.
de las, 96, 97 prohibición del, tabú del, 57, 130s.,
sentido de la, 94, 125 158, 160, 176, 178, 204
significado prospectivo de la, 194 teoría del, 142
imaginación, 149, 158, 210 incognoscibilidad de sí mismo, superyó,
activa, 169, 276, 280 inconsciente, aespiritualidad, falta de
imago (véase también padres), 94, 239 espiritualidad, negación del espíritu,
imperativo categórico; véase snperyó 294s.
impersonal; véanse com plejo, imagina­ incompatibilidad ( véanse también comple­
ción, fantasía, motivo jo, conciencia, estado de conciencia,
impersonal, lo, 94 lo reprimido, sombra, trauma, yo), 15,
impulsividad, impulso, afán, 109,140,186, 33, 45, 55, 60, 63, 66, 69, 106, 122, 139,
297 201
inaprehensible ( véanse también arquetipo; inconciencia, falta de conciencia, habi­
forma básica, fundamental; incons­ tual, 62
ciente colectivo), 121, 124, 277, 282, incongruencia; véanse afecto, disposición
284ss., 288, 292 embrionaria
incapacidad de la conciencia ( véanse tam­ inconsciencia, 33ss., 38, 66, 181, 207, 213,
bién inconsciente psicoide, lo reprimi­ 215, 258, 286
do, representación), 33s., 55, 57, 61, inconsciente; véase complejo, cumpli­
G6, 69, 106ss„ 121, 278, 281, 284, 287, miento de los deseos, deseo, motivo,
293 proceso, psique, regulador, represen­
incesto (cohabitación), incestuoso {véanse tación, satisfacción del deseo, superyó
también libido, vínculo con los padres, inconsciente, el, 9,13,24,33-35,42,51,57,
vínculo filial), 83, 155ss., 157s., 176, 63,65,66ss., 69s., 73,90,91s., 98ss., 105,
203s., 257s., 266 106-108S., 111,115ss., 118s., 120ss., 122,
barreras frente al, 83, 147, 203 123s., 134, 137, 140, 169, 181, 190ss.,
complejo incestual, 175, 178 194, 197, 203, 213, 222, 226, 231s.,
como acontecim iento simbólico, 23Gs., 238, 241s., 244, 247, 260, 261,
175 263s., 269, 271, 277, 284ss., 290, 293
como germen de transformación, absoluto, 194, 291
178 analogía del inconsciente con el con­
objeto, objeto del, 148, 156,204 cepto de “campo”, 288n.
conllicto, 130, 160, 178 aspecto histórico del, 86
contenido simbólico del, 257 automatismo del, 285
deseo, 83, 130, 146, 158, 160, 168, 173, autonomía (actividad independiente)
176, 232, 257 del, 61, 95, 122, 242
infantil, 168, 173 cognoscibilidad del, 293s.
reprimido, 168, 176, 232 colectivo, 35, 40s., 69, 105, 121, 124,
y miedo a la castración, angustia de 125s., 134, 163, 173, 182s., 194,
330 ÍNDICE ANALÍTICO

196s., 217, 224, 227, 260, 264, 275, demostración empírica del, 16, 25, 27,
279, 284 73, 105s., 186
ámbito psicoide, inaprehcnsible, destierro al, 15, 49, 55s., 63
animoide del, 124s., 284s. dinámica del, 142
como base del instinto, 126, 174, dináinico-inconsciente, 123
279 efectos ordenadores del, 290
como continuo espacio-temporal, ello e, 58, 109s.
292 espontaneidad del, 61, 6 8 , 101,163,
como decantación de la experiencia 214,256, 261
de los antepasados, 126, 128 estructura del, 118, 169s
como forma de ser aespacial y atem­ factor unitario en el, 121
poral, 284 fuerza de atracción del, 67
como hecho objetivo, 125 hundimiento en el, 285, 289
como imagen especular histórica, incognoscibilidad del, véase incognos­
127, 174 cibilidad
como impersonal, 127 indeterminabilidad del, 285s.
como masa hereditaria espiritual, intemporal, 106
126 las dos clases de, 107
como mundo interior espiritual, latente, 106, 123
127 leyes imperantes en el, 57, 107
como viejos caminos, como suelo nutri­ manifestación, automanifcstación del,
cio de la conciencia, 126s. 8 G, 100, 122, 163, 233
estructura cerebral e, 126, 128 observación del, 290
inconsciente personal e, 121, 127, orientación, gobierno por el, 242
227 personal, 41, 65, 105, 121, 122ss., 124,
represión primitiva e, 69,105,121s., 127, 227, 285
294 como lo reprimido, 105,122s., 123s.
como correlativo con lo reprimido, como no percibido, subliminal,
57s„ 61, 108, 109s. 122 ss.
como deseo reprimido, 23ls. plusvalía (plusrendimiento) del, 12 ,
como estrato profundo ubicuo, 125 42, 67s., 79, 121
como inconsciente reprimido, 106, principio de orden trascendental en el,
122 ss. 265
como lo arcaico, 44, 125 psicoide, véase psicoide
como lo reprimido, véase reprimido relalivización del, 285s.
como moral e inmoral, 44, 70 representante pulsional como núcelo
como preconsciente, 106s., 123 del, 109
compensación a través del, 220, 235, sexual ismo del, 140
244 sobrevaloración del, 116, 238
complementariedad de conciencia e, yo e, 115, 117, 119s., 261
290 inconsciente-consciente; véase consciente-
conciencia en el, 74,115,124,170,182, inconsciente
211,261,264, 265, 290, 293 incorregible, irreproducible, 6 8 , 123
condicionamiento pulsional del, 231 individuación; principio de, proceso de,
consciencia del, 286 71, 115, 241,261,270
ÍNDICE ANALÍTICO 331

motivo de la sizigía e, 266 e imaginación, 210


individualidad; individual, 35, 71, 72, 134, infantil {véansetambién actitud emocional,
174, 245, 261 conducta, fantasía, fuerza protectora,
individuo, 28, 57, 65, 101, 110, 149, 182, modo de comportamiento, motivo, re­
213, 240, 246, 247, 259, 262, 267, 269, cuerdo; vida anímica, psíquica), 70,80,
275, 298 83, 87, 90,148,150, 153, 157, 177, 188,
autoconocimiento del, 101 207, 286, 296
como unidad, totalidad, 39, 110, 182 deseo, 111,215,226
sexualidad e, 139 deseo incestuoso, 168, 173
tendencias del desarrollo del, 33, 158, fijación, 240
225 sexualidad, 90, 111, 142s„ 145, 148s.,
inercia, 293 151, 153, 155, 202
infancia, niñez; acontecimiento infantil, infantil, lo, 147
de la infancia (véase también sueños), en los sueños, 107, 223, 243
44, 80, 84, 108,. 122, 124, 132s., 137, regresión a, 91, 157, 207
143ss., 146, 148, 150s., 152, 154ss., 157, infantilismo; época, edad infantil {véanse
172,177s., 206, 223, 235, 238, 296 también adaptación, sexualidad), 17,
conflicto; conflicto de la, 41, 42, 144, 70,87,137,143,150,157,160,176,243
150 como causa de la neurosis, 137
actual e infancia, 210 inferior (minusválido) {véanse también fun­
fijación en la, 165, 222 ción, personalidad, sombra), 53, 64,
recuerdos de la, 80, 84, 132, 144s., 66,71, 141,212, 265
148s., 177s., 187, 210,214,256 infierno, 1G0, 169
deformados, desfigurados; reprimi­ viaje al, 213
dos; falsificados, 80, 144, 256 inhibición, proceso inhibidor, 6 6 , 111 ,
fantasía, imaginación, y, 132, 150, 225, 229
187,210 como proceso secundario, 56
como causa de las neurosis, 150 inocencia, 176
reavivamiento regresivo de los, 28, inquietante, lo siniestro, 296
89, 177 instinto; instintivo; acción, acto instintivo,
significado simbólico de los, 149 31, 51, 84, 126, 139, 153, 173ss., 182s.,
valor de verdad de los, 144, 149s. 215, 279, 285, 286
vivencia, experiencia de la; escenas de arquetipo como correlato del, 279ss.
la (véanse también escenas origina­ autorrcprescntación, autopercepción
rias, fantasías, imaginación), 16, 28, intuitiva del, 140, 175, 279
56, 79, 132ss., 143s., 146, 149ss., como aspecto energético del espíritu,
157s., 187, 222 281
como fundamento de las neurosis, como necesidad imperiosa, 174
56, 143s., 185, 202 como posesión, herencia instintiva, ar­
como hecho básico de la vida aními­ caica, 131s., 178n.
ca, psíquica, 143 como proceso regulador, 280
regresión a la, 149, 177s. como retorno regular, 174s.
reprimidas, 185 imagen arquctípica; imagen de la situa­
trauma, u-auma sexual de la, 10,16s., 28s., ción c, 30s., 122, 126, 173ss., 182,
56,79,108s., 131,137,140,157,201 279s.
332 ÍNDICE ANALÍTICO

inconsciente colectivo como base del, latentc-inconscicntc; véase inconsciente


126, 174, 279 lenguaje; ejercicio, resto, raíz lingüística,
pérdida del, 181s. 113,255
tipo, tipología del, 280 básico de la hum anidad, 255
totalidad, integridad, e, 182 fundamental, 255
intelecto, intelectual (tvase también mode­ sexualidad y, 263
lo), 15,67,114,121,140,152,208,270, simbólico, 230
290ss., 295 símbolo y, 253
inteligencia superior, 121 ley, regularidad, sujeción a leyes {véame
intelligence du cœur, 243 también inconsciente, psique), 32, 49,
intención, 17, 24, 50, 52, 189, 237 57, 94, 96, 107, 123, 167, 185,189, 197,
intensidad; estado de intensidad, intensi­ 239,241,280
vo, 106, 233s. de probabilidad, 288, 291
de valor, véase valor natural, estadística, 288
tensión de {véanse también superyó, pa­ libido; libidinoso, 32, 57, 63, 91s., 111,
dre), 57, 111, 118, 146, 204,295 137s., 143, 160, 161, 163s., 168s., 176,
interior; mundo interior {véanse también 241,248
experiencia, motivo, realidad, verdad), catexia, catexis, 145
31, 51, 83, 93, 95, 107, 112, 119, 127, como energía vital, véase vida
175, 205, 212, 226, 230, 233, 241, 246, como pulsión sexual, 138
266, 268, 270, 279, 291 concepto de la, 32, 142, 158s., 160s.
arquetípico, 291 como base de la sexualidad, 202
espiritual, 127 como causa de las neurosis, 145,
y exterior, 31, 43, 107, 112, 246s., 280 151, 202
interiorización, 148 complejo de Edipo y, véase complejo
interpretación {véanse tamlñén etapa, esta­ de Edipo
dio objetivo, fase; etapa, estadio subje­ etapas, estadios, fases de la, 145s.,
tivo, fase, fenómeno onírico, símbolo, 148s.,203s.
sueños), 187, 189, 192, 221, 230, 231, de! yo, véase yo
240, 242, 244s., 246, 251, 254, 275 determinación cuantitativa de la, 159,
interrogatorio {véase también sujeto), 187, 162s.
189, 191, 197, 214, 239, 243, 254 endógama; exógama, 267
introversión {véase también libido), 62, 80, fijación, puntos de fijación de la, 33,42,
161, 2 1 1 s., 216 57, 147, 202s.
intuición, 243 fundamento biológico de la, 5 7
involución, 143 incestuosa, 176, 203
irracional, lo; irracional, 25, 233, 261s., introversión de la, 161, 2 1 2 , 216
263, 265 miedo ante la, angustia provocada por
irreversibilidad, 162, 166, 193s. la, 112
monismo y dualismo de la, 109
Jesucristo, 175, 265, 269 movilidad de la, 29, 202
juicio, 270, 29 ls. narcisisla, 138
de totalidad, 267 organización de la (organización se­
xual), 145s., 148s., 159, 202s.
Karma, 96 como base de la sexualidad, 202
ÍNDICE ANAIJTICO 333

como causa de las neurosis, 145 terrible, paralizadora, envenenadora,


151,202 120, 140
complejo de Edipo y, véase complejo
mal, el, 140, 232
de Edipo mandata, 265
etapas, estadios, fases de la, 145s.,
como principio de orden trascenden­
148s., 203s. te, 265
primitiva, 151, como relación especular, refleja, 265
progresión de la, 211, 213 simetría del, 265
psicosexual, 138, 160 manía persecutoria, 247
regresión de la, 80,91s., 145,147s., 177,
manifestación de sí mismo; véase incons­
203, 211ss., 216, 294s. ciente
reserva de {véase también ello), 11 Os.
masa hereditaria, 126
separación d elà, 161s., 216 masa, disolución en la, 178
teoría de la, 137s., 145, 159, 162, 180,
masculino, lo masculino ( véase también es­
253 píritu)
transformación, conversión, desplaza­ dualidad masculino-femenino, 258s.,
miento, cambio de configuración 265, 266
déla, 159, 162, 170,257 sobrevaloración de lo masculino, 145
ligazón, vinculación, 144, 145, 246, 259 masturbación, 145, 146s.
con los padres, 120, 145s., 148, 150,materia, 282, 292s.
155, 179, 204, 257, 259 como aspecto de la realidad, 292s.
incestuosa, 155, 203 en-sí de la, 282, 293, 294
infantil, 146, 173 espíritu y, 282s., 292
limitación; autolimitación, 144, 295 naturaleza trascendental de la, 282,
línea conductora; imagen conductora, 45, 292s.
111 pulsión como puente hacia la, 282
logos; lógica, lógico ( véase también estrati­
materialismo; materialista, 71, 86 , 238
ficación), 114, 189, 229,295 científico, 21
lucha, 60 mayor, lo; grandeza {véanse también perso­
la psique como cooperación y, 62, 116 nalidad, psique), 40, 45, 49, 60, 6 6 , 6 8 ,
luz; visión luminosa, 114, 120s., 160, 171, 70, 101, 105, 115, 119, 125, 128, 178,
227, 266s., 276, 278, 286 209, 239, 246, 271, 295, 297
el héroe como renovación de la, 120 mecanismo de adhesión, 203
y tinieblas, 170,260,267 mecanismo de condensación, 49, 71, 221,
223, 229
madre, 31, 80, 146, 150, 155s., 169, 173, mecanismo de defensa, 55, 58, 59, 181,
176, 177, 204s., 263, 266, 296 202, 205s., 209
complejo materno, de la, 31 mecanismo tic desplazamiento {véase tam­
enamoramiento de la 196 bién neurosis obsesiva), 29, 33, 49, 51,
fantasía del cuerj>o de la, 79, 175 57, 61, 66 , 71, 190, 207, 221, 223, 229
gran madre, 260 mecanismo de la disociación, 15, 39, 55,
identificación con la, 204 60
imagen de la, imagen materna, 160, mecanismo psíquico, inconsciente {véase
177, 258s., 263 también totalidad), 22, 49, 74, 75, 201,
sabiduría de la, 177 208,210, 221,245
334 ÍNDICE ANALÍTICO

distintos mecanismos; véame de con­ psicoanalítico, 21, 49, 105, 185s., 190s.,
densación, de defensa, de deforma­ 224
c ió n , d e d e s p la z a m ie n to , d e sintético, 193, 194s.
disociación, de regresión, de repre­ milagro, maravilla, lo maravilloso, 297
sión, de simbolización, de sustitución, minusválido, sentim iento de minusvalía,
de transformación de inferioridad, 45s., 235
enfoque mecanicista, véase enfoque mito, investigación de los; mítico ( véanse
mediador, véase símbolo también fantasía, motivo), 38, 83n., 84,
m édico, 95, 107, 188, 240, 258, 200 80s., 90, 99s., 134, 141, 170, 245, 293,
m edio ambiente; mundo circundante, in­ 298
fluencia del, 31 s., 235 sexual, 139
megalomanía (paranoia), 139, 145, 101 mitología; mitologema; mitológico ( véase
melancolía, 295 también pulsión), 52,83n., 84s., 80,90,109,
memoria, 02 175, 190, 259, 206, 270, 285, 293, 297
complem entariedad de la, 113 com pensación, 237
trastornos, perturbaciones de la, 24, m odelo, 9Gn., 255, 278, 288, 290s.
30, 187 intelectual, 290s.
menopausia, 238 normal de formaciones psicopatológi-
menoscabo, com plejo de, 81 cas; véase sueños
mensurabilidad, 71, 159 modos de com portam iento, de conducta,
mesmerismo, 11 habituales, 20, 38, 107, 131s.
metafísica, metaflsico, 75, 270s., 278, 281, infantiles, 188, 280
283, 291 moral ( véanse también conflicto, enfoque,
metapsicología; metapsíquico, 293, 297 resistencia, sentido, sombra, sueños,
m étodo (análisis), 21, 315s., 185s., 188, valor), 29, 42, 44, 65, 70, 101, I lls .,
190, 207, 214, 254 118s., 150, 150, 232, 294
asociativo, 15s., 2 1 ,2 4 , 185-187, 190ss., el superyó com o función moral, véase
197, 221 superyó
catártico, 185 el superyó com o moralidad, véase su­
causal; causal reductive) (véase también peryó
en foq u e), 142, 192, 194ss., 240s., motivo, motivación ( véase también repre­
243 sión), 38, 51, 62s., 08, 80, 81, 84s., 87s.,
científico natural, de las ciencias natu­ 9 2 ,9 5 ,1 2 3 ,1 4 1 ,2 2 2 ,2 4 2 ,2 5 8 ,2 6 6 ,2 7 6 ,
rales, 49 278
criptográfico, 254 arcaico, arquetípico, místico, mitológi­
de amplificación, véase amplificación co, 31, 83, 95s., 99, 128, 141, 231,
de asociación, véase asociación 241, 206
tie estimación, 32s. autoerótico, infantil, 70, 152
de la aseveración, del aseguramiento, conductor (leitmotiv), 30, 241
del afianzam iento, véase afianza­ inconsciente, 15, 17, 33, 51, 70, 125,
m iento 289
finalista, 193s., 224, 240, 243 inmoral, 70
hcrm en cu tico, 87, 190, 198, 240ss., interior, 51, 84
243, 251 objetivo, im personal, atcmporal, 51,
prospectivo-constructivo, 193s., 194 82, 84
ÍNDICE ANALÍTICO 335

ontogenético, filogenético, 40,69 87s como desacuerdo consigo mismo, 209


128, 132 como desarrollo d eficien te, 2 0 1 s.,
tendencia a la repetición del, 98 206s.
muerte; prem onición de la muerte; fanta­ como disociación, 39, 43, 209, 21 Os.,
sía, deseo de la muerte, 90, 180, 195, 215ss.
222, 283 como enfermedad de la personalidad,
multiplicidad (véanse también alma, uni­ 49, 60, 202, 209s., 212s.
dad), 38, 72s.,75, 143 como intento fallido de represión, 17,
mundo, 95, 127s„ 226, 245, 279 55, 6 6 , 202
implicación en el, 139 como pérdida de realidad, 216
como perturbación de la totalidad, de
narcisismo ( véase también psicosis), 111 , la integridad, 209
138, 145s., 148, 179, 203, 216 como perturbación del desarrollo del
síntomas paranoicos, 145 yo, 2 0 2 ss., 206, 216
naturaleza; acontecimiento natural, 139, como problema de resistencia, 189s.
154, 172, 175, 181, 230, 247, 259, 261, como problema pulsional, 2 0 1 , 206
268, 276, 283, 288, 29 ls. como retorno de lo reprimido, 17,133,
cultura, contraposición a la, 170 206
espíritu; opuesto a la, en contraposi­ curación de la, 185, 214ss.
ción con la, 43, 95, 160, 172s., 261, de angustia, 201, 207
292 de transferencia, 216
necesidad, satisfacción de una necesidad el inicio en dos etapas del desarrollo
{ v é a s e también tensión), 79, 145, 174 sexual como causa de la, 143, 206
negación, 58n., 148 elección de la, 145, 203
ncoformación; nueva formación creado­ escenas originarias y, 157
ra, creativa, 39, 41, 44, 6 8 s., 122, 232 etiología de la ( véase también bisexuali-
neurastenia, 201 dad; complejo de castración, de Edi-
neurosis (psiconeurosis); surgimiento, po; función sexual, sexualidad,
origen de la neurosis; neurótico {véanse pulsión sexual; fracaso; organiza­
también biología, síntoma), 12, 14, 16, ción libidinal, de la libido; recuerdo
26, 28, 39, 42ss„ 55ss., 59, 71,90s., 101, de la infancia; represión; trauma;
105, 109, 131, 133, 137, 139, 142ss., vivencia, experiencia de la infan­
145-147, 149, 152, 157, 160, 173, 185, cia), 17s., 25ss., 28, 55ss., 59, 137,
188, 190, 201-205, 208-210ss., 213, 139, 143ss., 146ss., 149, 151, 155,
214s., 216s., 218, 294, 296ss. 185, 201ss., 205, 206, 266s.
actual, 201 factores cuádruples, tétrada de facto­
angustia neurótica, 112 res, en la, 147
aspecto sistemático de la, 218 fijación, punto de fijación, como causa
como afección del yo, 2 0 2 , 206 de la, 57, 145, 202s.
como conflicto, 42ss., 45, 90, 150, 202, fracaso y, 147s, 203
207, 209s. imaginación, fantasía y, 157
como contradicción, como tensión de mecanismo de la, 222
contradicción, 201, 209s. narcisista, 203, 216
como defensa (represión) fallida, 15, obsesión en la, 2 0 1 , 2 2 0 s.
25s., 55, 6 6 , 202, 206, 209 obsesiva, de compulsión, 29,56,59,60,
336 ÍNDICE ANALÍTICO

62s., 161,203, 207,211,218 ordenador, 277


formación reactiva (contracatcxis) numen presente, 276
en la, 207 número, cifra, 296
la religión como neurosis obsesiva numinoso; véanse arquetipo, experiencia,
universal, 59, 160 imagen primitiva, psique, sexualidad,
mecanismo de desplazamiento en símbolo, vivencia
la, 207
oscilaciones en la, 207 objetividad, objetivo (véanse también in­
psicosis y, 216s., 218 consciente colectivo, motivo), 13s., 24,
regresión y, 147-149,157,203,207,211, 25, 32, 51, 70, 82, 84, 86 s., 125, 245,
216, 294s. 269s., 271, 283, 290s., 293, 295, 296s.
sentido de la, 208s. indeterminación de lo subjclivo-objcti-
síntomas, sintomatología de la, véase vo, 283, 290, 292
síntoma objetivo psíquico, lo, 70
sueños, fenómeno onírico y, 17, 91, objetivo, fin; finalista, acorde con un fin;
2 0 1 , 2 2 2 ss. sentido finalista, 92ss., 193, 195, 226,
teoría de la, psicología de la, 42,49,54, 240, 280s.
56s., 59, 151, 195, 208s., 244 causa, 92
tratamiento de la, 15, 167 objeto; calexis del (véanse también objeto
nexo causal de ocurrencia, recuerdo, sín­ incest nal, objeto sexual), 101,108,111,
toma, trauma, 15s., 28, 54, 165, 187, 119, 140, 148, 156, 161, 164, 166, 177,
189, 192, 207 203, 239, 246, 247, 251s., 254s., 257
Nicodemo, 175 amor objelal, 145s., 161
niño, infantil (véase también padres), 59, amoroso, 145, 147, 203
89, 132, 141, 143s., 146s., 155s., 156, actitud ambivalente respecto al, 147
179,206,279,294,296 apego til, apoyo en el, 203s.
necesidad de ayuda del, 243, 296 elección objelal, 146s., 202
psicología del, 151, 172 fase, etapa objctal, indicación de la,
Nixes (ondinas), 259 245ss.
no ocurrido; hacer que (algo) no haya sobrevaloración del, 246
ocurrido, 58n. obligaciones,
no psíquico, lo ( véame también fondo aní­ colisión de, 260
mico, inconsciente psicoide, psique), obnubilation du moi, 54
97, 100, 124, 288s., 290, 292s., 294 observación, 288, 289
nomotctico, 171n. observador; efecto sobre lo observado,
norma técnica básica, 187 289
nostalgia retrospectiva, 157 obstrucción, bloqueo, 16, 167, 187
núcleo; complejo nuclear ( véanse tamliién ocultación, 50
complejo de Edipo, psique inconscien­ ocullamicnlo, 239, 256
te), 72, 80, 84, 87, 94, 109, 116, 146, ocultismo; oculto 1Is., 296s.
195s„ 227, 239, 242, 275s., 296s. odio, 80
afectivo, 34, 233 ojo, 276
arquetípico, 197 olvido, 17, 62s., 122s., 173, 237
del significado, significante, véase signi­ habitual, 62
ficado ondas y partículas; ondulación y partícu-
ÍNDICE ANALÍTICO 337

las, 288 limitación de la propia, 295


ontogénesis, 40, 128, 132s. organizador (véase también imagen arque­
opinión, 259 típica), 89s., 99,275, 277, 279, 288, 290
opuesto, contrario, oposición, contradic­ aprioristico, 283
ción, antítesis, estructura contradicto­ el arquetipo como, 276, 277, 280
ria (véanse también afecto, forma órganos de la psique prerracional; véase
estructural), 15, 34, 42, 45, 55, 63, 66, psique
85,95,115,120,154,160,170,171,173, orientación, función orientadora, 75,153,
175, 186, 207, 210, 213, 225, 257, 26o] 174,211,234,267, 281
261, 266, 280, 282, 286, 298 oscilación; véase neurosis obsesiva
compensación, equilibrio, igualamien­ otro, el; véase sombra
to de los, 170, 172, 251,261
disociación, separación, división de los, padre, 59,80,89,111,141,146,150,155s.,
43, 120,211,259 173, 176, 204s., 258, 266, 295s., 297
el símbolo como mediador entre los, autoridad paterna, 130, 147, 156, 296
261 inlroyccción de la, 111, 118, 146,
el síntoma como contradicción inamo­ 203, 294
vible, 15, 43 celos frente al, véase celos
elevación, superación, unión de los, 85, como apoyo moral, 156
115,213, 236, 244, 260, 262 como configuración del destino, 89,
formación de compromiso entre los, 141
55 complejo del, 295
gradiente entre los, 85, 213 ideal del, 59
neurosis como contradicción, 201, 209 imagen del, 160, 258s., 263
ordenación simétrica de los, 267 la religión como relación con el, 59
polarización de los, 170, 172 muerte del, 130
tercero (tertium) a partir de los, 213, primitivo, muerte, mito del, 111, 130s.,
260, 262 134, 294
transmutación recíproca de los opues­ padres, 89, 146, 150, 156, 160, 172, 177,
tos (enantiodromía), 170 179, 206, 259
oral, 148, 203 como objetos sexuales, 156
orden, ordenación (véanse también arque­ como portadores de imágenes, 156
tipo, cuaternio, inconsciente, psicoi- complejo parental, de los, 177, 296
de), 112, 189, 196n., 204, 241, 265ss., imago de los (imagen de los), 156,160,
271, 277, 279, 284s., 288 258, 262
acausal, aprioristico, carente de causa, niño, dependencia de los, 146, 155,
283s., 288 173, 179, 206
arquetípica como cuaternio (o tétra- resistencia frente a los, 90
da), 204, 265 separación de los, 150
compensación como proceso de or­ palabra, 113
den, 241 como signo, 255
concéntrica, radial, 189, 196n, 265 objeto sexual, proceso sexual y, 251s.,
principio de orden trascendental, 265 254s., 257
simétrico, 267 representación verbal de la, 108,113
organización, 64, 111 paradoja ( véase también símbolo), 172,181,
338 ÍNDICE ANALÍTICO

260s., 287, 288n. ciente, recuerdo, sombra


paraíso, 157, 293 personalidad, carácter, ll-13s., 26, 33, 38,
paranoia, parafrenia, 56, 145, 160ss., 216, 49ss„ 62, 64s„ 71s., 117, 119, 178, 208,
247, 297 218, 239, 244, 257, 259, 263, 286, 295
como pérdida de la realidad, 145 centro de la, 49, 73s., 237, 264
narcisismo y paranoia, 145 centro, centralidad, centramiento de
pareja amorosa ( véase también sizigía), 259, la, 38, 64, 73s., 263
266 consciente, 240, 243, 244
pareja divina (sizigía), 258, 266 decadencia, destrucción, devastación
partículas y ondulaciones, 288 de la, 27, 215, 217s.
pasado, 22, 92, 133, 149ss., 188ss., 192, del yo, véase yo
193, 208, 210, 220, 263 desarrollo de la, 66, 115, 172, 241, 251
dejar que el pasado se repita, permitir desintegración, fragmentación de la,
la repetición del, 189 43,61, 117, 123,213,215, 264
detención en el pasado, situación de disociación, división de la, 49, 64, 66,
prisionero del, 24 71, 121, 208ss., 211, 215s., 217ss.
pensar, pensamiento, relación pensada, doble, 39, 71s., 121
modelo de pensamiento, 17,53,66,95, elevación, renovación de la, 45, 71, 80,
106, 124, 129, 152, 244, 253, 255, 275, 177, 182
288, 291, 298 enferma, 209
arcaico, asociativo, mitológico, fantásti­ estructura de la, 29, 115
co, subjedvo, 51, 83, 149 futura, 72
en simbolismos, 53 inferior, superior, 64s., 66s., 71
íísico, 162 integral ¡dad, totalidad, conjunción de
onírico, 222, 227, 254 la, 43s., 60, 71s., 74, 115s., 119, 178,
orientado, ordenado, lógico, 107 212s., 214, 237ss., 264
primitivo, originario, protopensamicn- la afectividad como base de la, 71
to, 30, 85 la neurosis como enfermedad de la, 49,
retirada del, evasión del, 61 60, 202, 208s., 212
sentimiento y, 30, 95 mayor, futura, 12, 49, 72, 115, 215
transmisión del, 296 parcial, 37ss., 43,46,55, 64ss., 71s., 121
percepción; sistema, proceso de percep­ proceso de cambio de la, 51, 74, 101,
ción, mundo de la percepción, 69, 119, 178, 261
112ss., 120, 122, 247, 291 reprimida, 65, 173
inconsciente, 25, 122 sombra, 65s.
la conciencia como, 112s. unidad de la, 12, 43, 74, 217, 264
pérdida del amor, del cariño, 203 personalista, 40, 84, 110, 111, 177, 268
miedo a la, angustia frente a la, 112,205 personificación (véanse también yo, com­
perfeccionamiento, 111, 294 plejo, sueños), 38s., 117, 119, 245, 257
perseveración, 22, 55 perturbación, trastorno; factores pertur­
persona; la psicosis como enfermedad de badores; véame afán, afectivo, asocia­
la, 49 ción, atención, empeño, esfuerzos,
carácter cuádruple, tétrada de la, 267 sueño, tratamiento; de la materia, fun­
colectiva, 245, 257 cional, trastorno, perturbación del de­
personal; véanse amplificación, incons­ sarrollo; desarrollo del yo, 91, 178
ín d ic e a n a l ít ic o
339
espiritual es), 160
tual, 22, 128, 142, 150, 193, 210
funcional del arquetipo (véase también futuro y, 91, 92
psicosis), 219
pasado y, 149
perturbaciones, falsificaciones, lagunas
primitivo, lo; primitivo(a), 64, 86, 120
del recuerdo, 16,24, 27,59, 79,85,193 243, 285
de la imaginación, 51, 79, 85, 87, 149 espíritu, 51, 86
perversión (véase también perversa, poli­ primitivos, los, 37, 38
morfa), 143, 151
principio (véanse también principio de
placen obtención del, búsqueda del, 80
143, 151, 166, 294 constancia, de equivalencia, de la reali­
dad, del placer), 92, 96, 107, 111, 134,
placer y displacer (principio), 123,247 137, 140, 142, 165s., 167s., 169, 175
como reguladores de la psique, 92, 207,214
137, 166, 231
de estabilidad, 166, 180, 293
plan (léase también compensación), 232, del placer y principio de la realidad,
241 107, 137, 207,214
plusrendimiento, plusvalía, 12, 42, 67ss la psique como principio autorregula­
79, 121 dor, 74, 171, 236
poder, organización, dispositivo, pulsión metafísico, 281
de poder, 45, 159, 181s., 231, 235 trascendental del orden, 265, 281
polarización (véase también opuestos), 25, probabilidad; ley de, 288n., 291s.
170, 172 problema personal, 89, 227
polimorfismo (véanse también disposición, procedimiento, véase método
disposición pulsional), 73, 143, 151 proceso, 261
polisemia; véase simbolismo creativo, 36, 41, 280
polivalencia, 152 el devenir consciente como, 120
‘por qué” o “para qué”, 193 255
posesión, 11, 23, 27, 34, 35, 37, 38, 201, de desarrollo y de orden, 241
220, 296 del sutrato biológico, 99
potencia protectora infantil, 296 formador de símbolos, 261
potencial; véase gradiente inconsciente, 230, 236, 241
precognición, saber anticipatorio, 277, integrador, de integración, 39, 101,
279 172, 259
preconciencialización y conciencializa- primario, 56, 59, 64, 73, 107
ción, 113, 120 secundario, 56, 59, 64n., 73, 107
preconsciente, lo; preconsciente, 42, 57, profético, 92, 116, 238
97, 106ss., 111, 113, 118, 123 progresión, 21 ls., 213
como centro, 57 progreso, espiritual, intelectual, 45,91
yo y, 111, 113, 118 prospcctivo-constructivo (véanse también
prefigurado, preformado, 97, 275, 279 fantasía, imagen primitiva, sueños), 65,
prehistoria, 112, 132 89s., 90s., 93,194s., 225s., 238,240,243,
prendimiento, conmoción trascendental, 263
12,270, 276 enfoque, véase enfoque
prepubertad, 152 método, véase método
presencia, presente, 276 protección, 176, 258
presente, conflicto actual, situación ac- proyección, concepto de proyección, me-
340 ÍNDICE ANALÍTICO

canismo de proyección (véase también médica, 9, 16,81, 105, 221,275


síntoma), 15, 37, 56, 57, 156, 246ss., personalística, 40,
248, 258ss., 293 sensibilidad, 243
conversión en consciente de la, 259 tipológica, 9, 63
disolución de las, 246, 248 y biología, 57s., 138, 140, 179, 279, 281
inconsciente, impersonal, 248 psiconeurosis; véase neurosis
los sueños como proyección, 247 psicopatología, psicopatológico, 17, 24-
y córtex, corteza cerebral, 247 26, 29, 61, 63, 99, 110, 117, 121, 140,
psicastenia, 161, 216 235
psicoanálisis, psicoanalítico, 14s., 17, 21, psicosexual, 138, 160
25,40,49,92,105,109,113,137ss., 143, psicosis, psicótico, 21, 39, 43, 51, 81, 138,
145, 179, 185s., 190s., 224, 254, 263n., 216s.
295ss. afectividad en la, 218
experimento asociativo y, 25 autodcstrucción del complejo de la vi­
método, véase método vencia en la, 39, 219
psicoide (véase también arquetipo), 121, bajada de la energía en la, 285
281, 282s., 285, 293 como devastación, hundimiento de la
como lo inaprehensible, lo animoide, personalidad, 27, 60, 215, 217s.
124, 284 como disociación asistcmática, 218
como lo incapaz de tener acceso a la como enfermedad de la persona, 49
conciencia, como lo no psíquico, como fragmentación de la personali­
124 dad, 43, 117, 123, 215
como ordenaciones acausales, 288 como pérdida de realidad, 216
como realidad trascendental, 288, 290 fracaso de la función del yo en la, 216
factor de indeterminación en lo, 291 irrupción de símbolos arcaicos en la,
inconsciente, 105, 124, 288s., 290, 293 217
psicología; psicológico (véase también ni­ narcisista, 148
ño), 17, 109, 151, 162, 165, 172, 232, neurosis y, 208s., 218
234s., 238, 267, 271, 288s., 293, 298 perturbación funcional del arquetipo
animal, 279 central en la, 219
científico natural, 54 regresión en la, 216
colectiva, 134 separación psicólica de los objetos, 216
conceptos fundamentales de la, 281 síntoma, véase síntoma
de la conciencia, 37, 114, 116, 287 psicosomático, 32
de las masas, 133s. psicoterapia, psicoterapeuta, psicotera-
de las pulsiones, véase pulsión péutico, 9, 16, 24, 27, 30, 40,44,49,82,
del complejo, 215, 289, 292 90,93,95,120,132s., 167,173,182,185,
del inconsciente, 9, 116, 246, 293 186, 235, 243, 246, 257, 266, 268, 271
del yo, véase yo psique, psiquismo; psíquico, lo; psíquico
descriptiva, 75 (véasetambién función), 11,13,17,21s.,
empírica, 165 25, 32, 34, 36, 40s., 43, 49, 55, 62, 66^
experimental, 32, 75 70, 86, 89, 93, 94s., 98, 101, 105, 109s.,
física, relaciones con la, 288-290, 292 116, 118, 120s., 125s., 138, 145, 162s.,
fisiológica, 75 171, 173, 192, 195, 197, 201, 228, 231,
individual, 133, 235 233s., 235, 236, 238, 242, 245,248,259,
ÍNDICE ANALÍTICO 341

265, 268, 275, 281-283, 286, 290s., 293 197, 226, 231
aspectos reales de la, 282 leyes de la, 32, 49, 189
de materia y psicología, 292s. reguladores, principios reguladores en
autonomía (vida propia) de la, 35 49 la, 92, 166, 231
61,70, 125, 160, 228 trastornos, perturbaciones de la, 287
base biológica de la, 178 unidad, factor unitario de la, 122
cambios, transformaciones de la, 162 psiquiatría, 13, 21
carácter trascendental de materia y, psychopompos, 238
292s. pubertad, fantasía de la, 79, 152, 238
como algo suprapersonal, 41, 96 pueblo, 87
como base del yo, 119 pulsión; disposición, acontecer, fuerza,
como estrato profundo, ubicuo, 125 moción, pulsional; carácter pulsional,
como lo mayor, 70, 101, 105, 125 29, 30, 92, 109, 110, 114, 120, 137,
como lo no, 100, 124, 292 139s., 153,160,168,170,173, 178, 181,
como principio autorregulador, 74, 231,263, 280, 285, 294,297
171,236 agresiva, 109, 11Os., 138, 140. 180, 201,
como totalidad consciente-inconscien- 205s„ 207, 295
te, 287 all-or-7ione-reaction, 285
como un algo trascendental, transpsí­ arcaica, 32
quico, atemporal, 40, 283ss., 291s arquetipo, relación con la, 140, 152,
como un todo, integridad, totalidad, 154, 281
29, 30, 35, 46, 49, 72, 108, 166, 170, automatismo de la, 285
228, 237, 242, 263, 265, 267, 288 autopercepción de la, 140
condicionamiento pulsional de la, 138 cognoscente, impulso al conocimien­
dinámica de la, 72, 74, 105, 159 to, 153
disociabilidad (divisibilidad), disocia­ como concepto límite entre soma y psi­
ción de la, 29, 38, 43, 49 que, 179
doble significado de lo, 84, 95 como puente con la materia, 282
el arquetipo como órgano de la psique compulsión, 160
prerracional, 99 condicionamiento, 138, 294
espontaneidad de la, 100, 192, 259 de autoconservación; véase autoconser-
estructura de la, 30, 32, 98ss., 101, 121, vación
169, 229, 239, 278, 284 de muette, 109,138,140,166,180,293,295
estructura cuádruple de la, 173, 204 como el mal, 140, 232
forma básica, psicoide, inaprchensible crecimiento y voluntad de muerte,
de la, 121, 125, 281,282, 291 43
inconsciente, 18,24,25s„ 32,36,40,69, Eros y, 138
86 s., 93, 105s., 120s., 124, 133, 173, de poder (de dominio), véase poder
189s., 191s., 231s., 233, 235, 241, de saber, de conocimiento, 90, 152s.
256, 276 como causa de las perturbaciones
líneas de desarrollo de la, 12 , 192, del desarrollo, 153
193 desarrollo defectuoso de la, 201 s.,
procesos nucleares de la, 84 206
indeterminabilidad de la, 163 deseo, 27, 44, 56s., 111,137,160
intencionalidad de la, 91, 93,138,192, del sí mismo, véase sí mismo
342 ÍNDICE ANALÍTICO

del yo, véase yo razón, 112, 116, 271


disposición ¡misional perversa poli­ reacción, formas de, 38, 130, 191, 259
morfa, 151 verbal (en el experimento asociativo),
dominio sobre las, 112, 206, 208, 295 22 s., 191
elevación de lo, 160 real, 29Gs.
ello y, 110 realidad, 13, 35, 89,95, 137, 176,226,246,
en-sí de la, 239, 282 260, 270
espíritu y, 154, 175, 181, 261, 280s adaptación a la, 80, 87, 91, Ills., 118,
como principio formal de la, 154 167n., 207, 210, 214, 216, 226, 270,
estímulo, 166, 179s. 293, 295s.
fijación pulsional, de la, 240 como problema no resuelto, 89
fin o meta, 29 corrección de la, 80
imagen arquetípica, unión con la, 140, empírica, 164, 264, 293
280 equivalente real, de la, 161, 216
imagen y dinámica, 279s., 281 desvalorización de la, 62
impulso a la formación de analogías, educación de la, 181, 295
168 factor de indeterminación de la, 290s.
la neurosis como problema, 202 , 206 fonction du réel, 62, 81, 161
los dos tipos de, 109 función de, 161
mitológica, 84 huida de la, 210
naturaleza trascendental de la, 282 interior, espiritual, 31, 95, 176, 226,
para conseguir estimación, 231 230, 246, 270
parcial, 143, 145, 147, 151, 202 materia y espíritu como aspectos de la,
representante de la, 109, 179 292s.
represión de las, la cultura como, 58ss. miedo a la; angustia ante la, 266
reprimida, 57s., 67s., 107,188,207,232, pérdida de, 89, 145, 1Gis., 216
245 principio de la, 92, 108, Ills., 137
sacrificio, negación, de la; renuncia a déplacer, 107, 137, 207,214
la, 59, 111, 130, 148, 181, 205, 294s. trascendental, no psíquica (véase tam­
sexual, véase sexual bién entendimiento), 270, 288, 290,
tensión, 63, 166, 172 291 s., 293-295
teoría de las, psicología de las, Ills., realización, 101 , 261, 263
137s., 179, 297 autorrealización, véase autorrcaliza-
transformación de la pulsión en sínto­ ción
ma, 207 reciprocidad; véase complcmentariedad
vuelta hacia el interior de la, 205 recuerdo; material nmémico, reminiscen­
punto nuclear y punto de cristalización, cias (véase también nexo causal), 16, 40,
106, 189, 196 67, 116, 122, 132, 134, 144, 149, 165,
punto virtual, 116, 119 177, 186, 187, 189, 194, 196, 212, 239
puntos focales y mídales; véase complejo de la infancia, véase infancia
Purusha, 265 encubridores, 50, 55
fabulacioncs del, 79, 144, 210
querer poseer, voluntad de posesión, 155 históricos, 40, 69, 134
querer y no querer; volición, 43, 63, 160, infantiles, 84, 148, 177
170, 173 nuevo despertar, reavivamiento del, 16,
índice anaiJtico 343

57, 144
22,27,54,105,144,166,187,189s., 192,
onírico; sueño recordado, 229 194, 197s., 207, 221, 239, 283, 288n.
personales, 40, 84, 122, 194 relativización (véanse también conciencia,
reprimido, rechazado, 16, 187, 193 consciente-inconsciente; el incons­
significado simbólico del, 149 ciente; psique), 285ss.
traumático, 148, 192 religión; historia de las religiones; religio­
reflejo; véase fantasía, imaginación, mán­ sidad; religioso {véanse también expe­
dala riencia, función, ¡dea, representación,
reflexión, discernimiento, 112 , 118, 234 símbolo, vivencia), 27,30s., 59,84s., 95,
regresión ( retorno) ; regresivo {véansetam­ 130, 157, 160, 171s., 177, 181, 237s.,
bién neurosis, psicosis, sueños), 45 , 57 s., 258s., 265s., 268s., 270s., 295s., 298
91s., 120, 138, 147ss., 149, 157, 16l[ como neurosis obsesiva de carácter uni­
177s., 203, 207, 208, 210-213, 216, 221, versal, 59, 160
240, 255, 293s. como relación con el padre, 59
a la infancia, recuerdo infantil, vivencia experiencia de la, véase experiencia
infantil, 28, 89, 149, 177s. polisemia de las manifestaciones, 270
a las etapas (anteriores), 91, 148, 212, renacimiento, 120, 175s., 263
293s. espiritual, 120 , 160
a lo arcaico, arcaísmos, 86 s., 141, 177, repetición; tendencia a la, dejar que se
207, 268 repita (véase también pasado), 42, 96,
a lo infantil, imagen del incesto, 91, 97s., 138, 188s., 237, 251, 255
157, 177, 207 de acontecimientos previos, anterio­
a puntos de fijación, 42, 80, 123, 146, res, 130s.
147s., 203 identidad prehistórica ( equiparación),
como búsqueda de sí mismo, 157 251,255
como renovación, embrión de nuevas representación; idea, mundo represen­
posibilidades de vida, 91, 177, 263, tado; representarse (véase también afec­
296 to), 23, 29, 38, 49s., 54, 55s., 60, 66 , 85,
de la fantasía, véase fantasía 98, 106s., 108, 123, 126, 141, 157, 168,
de la libido, véase libido 171-173, 179, 187, 245, 257, 259, 277,
en los sueños, onírica, 148s. 288, 295
y nacimiento del símbolo, 213 arcaica, 215, 218
mecanismo de la, 58n., 208, 210, 221 arquetípica, 118, 126, 247, 257, 277,
onírica, 148s. 282s.
reguladores, regulador ( véanse también ar­ como posibilidad prefigurada, 98
quetipo, placer-displacer, psique), 92, disociación de afecto y, 15, 29, 39, 55,
138,166, 174, 231, 237, 276s., 280 60, 106, 123
inconscientes, 276s. forma básica de la, 277
relación, forma de, simbólica, 297 inconsciente, 54, 107-109,169, 258
de los símbolos, 50, 52, 59, 221, 223, límite, 116
229, 230, 239, 251, 255ss., 256, 263 no apta para la conciencia, sin acceso
cuádruple, 267 posible a la conciencia, 33, 55, 57,
relaciones; conjunto de, contexto (véanse 106
también concatenación, encadenamien­ objetiva, 108
to, enchaînement, nexo causal), 15, 17, posibilidades hereditarias de la, 178
344 ÍNDICE ANALÍTICO

primaria, primitiva, originaria, 96, 264, yo, desarrollo del yo, relación con la,
265, 270 57, 202s., 206, 208
religiosa, 31, 59, 160, 171s., 258, 271, ideal del yo como fuente de la, 57
295 superación, domino de la, teniendo
reprimida, 60, 106, 108 en cuenta el yo (yo), 208
sexualización de la, 14ls. reprimido, lo; v é a m e complejo, deseo in­
tono emocional y, 23, 29s., 61, 66, 173 cestuoso, deseo reprimido, función se­
transformación, traslación, metamor­ xual, inconsciente personal, infancia,
fosis de la, 171, 222 pulsión; recuerdo, huella mnémica; re­
verbal, de la palabra, v é a se palabra cuerdo de la infancia, representación,
represión, proceso de { v é a s e ta m b ié n sexua­ sombra, síntoma, trauma, vivencia de la
lidad), 15, 17, 33, 36, 49, 50, 54, 56, personalidad, 52, 56s., 61, 64, 67, 123,
57-62ss., 67, 69s., 122, 131, 139, 144, 133, 206s., 237
147, 155, 158, 161, 167, 181, 188, 202, como inaccesible a la conciencia, no
208, 263n. apto para la conciencia, 55, 57, 61
angustia y, 205, 207 como lo deformado, 255
como huida al inconsciente, 36 como lo previamente sabido, previa­
como liberación moral, 70 mente consciente, 61s., 122, 124
como rechazo al inconsciente, 15, 49, como parte inferior, 64s.
55s. como portador de un sentido oculto,
de las pulsiones, 58 214
el olvido como motivo de la, 62 devenir consciente de lo, 108, 185,
el superyó como origen de la, 57s., 110, 188s.
205 disfraz de lo, 52
empuje de atrás de la, 124 el síntoma como lo, 207
empuje de la, 144, 146, 153 incompatibilidad del yo con lo, 60, 69,
experimento asociativo y, v é a se experi­ 139
mento asociativo inconsciente, 106, 122ss.
fundamentación de la, 56, 57 la neurosis como retorno de lo, 17,133,
histórica, 133 206
la desvalorización como motivo de la, la sombra como lo, 65, 66
625 lo históricamente reprimido, 133
la resistencia como apoyo de la, 187 lo inconsciente como correlativo con
mecanismo de disociación y, 15, 39, 69, lo, 57s., 69, 108, 109s.
122 lo inconsciente personal, 57, 105,
mecanismo de la, 50s., 54, 58, 71, 205, 122ss., 124
208,210, 221 primitivo, originario, 69, 105, 124s.,
nada más que, 45, 58ss., 70 294
neurosis de, 17, 57s., 59, 147, 155, 202s repetición (retorno); compulsión a la
la neurosis como intento fallido de, repetición de lo, 17, 138, 263, 206s.
17, 66, 202 reversión tic lo, 108
reversión, eliminación de la, 33, 108, reproducción, intento de, reproductibili-
188,214,248, 293 dad, 23n.,27, 117
sustitución, simbolización y, 60 resistencia ( v é a n s e ta m b ié n neurosis, repre­
teoría de la, 59, 122 sión), 16, 66, 90, 158, 187ss., 229
ÍNDICE ANA lin e o 545

a la asociación, 16, 187


véase sueños
a la transferencia, 188 simbólico, 158, 168, 193, 227,240,243,
como fuerza defensiva, 16, 187 256
la contracatexis como, 188, 206 sincronicidad, 283s.
moral, 29, 111
sentimiento, vinculación emocional, acti­
superación de la, 188, 214 tud emocional, 11, 22, 27, 30, 43, 90,
trabajo a fondo de las, 189, 207, 293 92, 124, 155, 242
restos y señales de identidad prehistórica como valor, 22
(\>éase también símbolo), 256, 263 de culpa, 147, 204,295
retícula cristalina, 278 de omnipotencia, 138, 145
retorno (de lo reprimido), 17, 133, 203, infantil, 150
206s., 296 y pensamiento, 30, 95
ser, identidad de lo psíquico y lo físico, 292
saber, conocer, 113, 243, 271, 298 sexual, lo sexual, 16,107,138s., 140s., 151,
como percepción, 114 152, 222, 255, 257s.
como precognición, 277, 279 actividad, 143
sabiduría, 172, 227 desarrollo, 144s.
sabio, el viejo sabio, 260 comienzo en dos etapas del, 143
salud, 137, 139 función, 58, 90, 92, 108, 151s., 153,
scintilla, 278 181ss.
semilla luminosa en medio del caos, 278 comienzo en dos etapas de la, 143,
sensualidad, 222 151,179, 202s., 206
el espíritu como el polo opuesto de la, como causa de la neurosis, 137
294 represión de la, 181
sentido; plenitud de; dación de; conjunto transformaciones de la, 139
de relaciones de; pleno de (véanse tam­ universalidad de la, 152
bién arquetipo, complejo, fantasía, ima­ mito, 139
gen primitiva, imaginación, síntoma, objeto, 156, 161
sueños), 17,24,45s., 50,52s., 81s., 87s., organización (de la libido), 145s.,
89s., 91s., 94, 105, 122, 125, 140, 142, 148s., 159, 202s.
154,168,189,193,198, 206,207s., 212, etapas, estadios, fases de la, 145s.,
214, 218, 221s., 226s., 228ss., 229, 234, 148s., 203s.
236, 237s., 239s., 242ss., 245, 254, 260, sustancias sexuales, qúimica de las,
262, 271, 275, 277s., 281, 283s., 286, 216, 294
291s., 298 palabra y, 25 ls., 255s., 257
asimilación del, 244 proceso, 256
como coincidencia significativa, 283, expresión verbal y, 251
288, 289, 292 pulsión (véase también libido), 109,
como conocimiento de las causas, 91, 137s., 139, 148, 159, 181, 205, 206,
239 231
como relación con el todo, 239 como causa de la neurosis, 205
en la alienación, 82 desarrollos deficientes de la, 201 s.,
integral, inmanente, trascendente, 239 206
moral, 65, 111,294 teoría, hipótesis, 10, 28, 57, 66 , 70, 83,
onírico en los sueños (de los sueños), 90,108s., 137ss., 140s., 148,180,205
346
ÍNDICE ANALÍTICO

trauma; véase trauma de la infancia rum, 265


sexualidad; satisfacción sexual; excita­ como imagen de la divinidad, 268, 271
ción, deseo sexual ( véase también fami­ como postulado, 264
lia), 17, 73, 83, 109, 125, 137, 139s., como símbolo unificador, 264
140s., 147, 151ss., 154s., 160s., 170, como trascendencia empírica, 264
179ss„ 182, 202 como unidad, integridad, totalidad,
bisexualidad, véase biscxualidad 264, 269
como causa de la neurosis, 17,137,145, discordia consigo mismo, 209,210,215
201 el yo como antagonista del, 119
como esencia espiritual, 181 experiencia del, 268-271
como hecho fundamental de la vida, factor de indeterminación en el, 264
139, 182 función religiosa del, 268
como misterio, 181, 182 imagen arquelípica del, 10, 39, 271
como sustancia transformadora, 182 imagen del; aprehensión intuitiva, in­
infantil, de la primera infancia, 90,111, tuición del (véanse también instinto,
142ss., 145, 148, 151s., 153s., 155, pulsión), 140, 175, 279
202 incognoscibilidad del, 264, 271,
alojamiento de las funciones menta­ la divinidad como símbolo del, 269
les superiores en embrión, 90, pulsión del, 231
153 realización del, 101, 246, 263
como base del desarrollo del carác­ valor de conocimiento subjetivo del,
ter, 202 269
disposición perversa polimorfa de significado (véase también sueños), 84, 95 ,
la, 152, 153 137, 138, 141, 194, 198, 227s., 234,
infantilismo sexual, 17, 137, 1G0 238s., 292
la fijación como punto sensible de la, de los símbolos, 84, 168, 227, 255s.
144, 203 establecido, fijo, consagrado, 230,
lenguaje, identidad de la, y, 263 251s., 254s.,
perturbaciones del desarrollo, desarro­ polisemia, 196s., 254
llos deficientes de la, 138,144, 153, significado, núcleo de significado, de sig­
201 , 206 nificación, punto central del significa­
química de la, 180, 216, 294 do, centro del significado, 87, 94 , 191,
represión de la, 144, 155 196s., 228, 239, 242, 276s., 278s., 297
significado simbólico de la, 181 girar en torno al, 196s.
universalismo, absolu tización de la, los sueños como, 228, 239
138-140 tono emocional y centro del, 228
sí mismo, uno mismo, mismidad, 49 , 73 , signo, signos (véanse también palabra, sím­
74, 119, 178, 181, 261, 263s., 265, 269^ bolo, síntoma, sueños), 164 223 227
270 240, 251, 255ss.
arquetipo del, 182, 269, .271, 297 interpretación de los, 240
búsqueda de, 62, 157, 176 simbolismo, 17s., 254, 255, 257, 263n.
como bipolaridad del arquetipo, 265
como equema de interpretación gene­
como centro incognoscible, 264 ral (esquema corporal), 255
como centro virtual, 263
como lenguaje fundamental de la hu­
como complexio, coincidentia opposito- manidad, 255
ÍNDICE ANALÍTICO 347

polisemia del, 254 divino, de la divinidad, 172, 268


onírico, 18 doble naturaleza del, 260
polisemia del, 254 e individuación, 261
símbolo; valor de, simbólico (véanse tam­ el cuatro, la tétrada como, 265s.
bién fantasía, función, incesto, imagina­ enfoque, véase enfoque
ción, onírico, principio de equivalen­ formación de, 50, 95, 263n.
cia, sexualidad, sí mismo), 51, 52s., 82, la condensación como base formal
84s.,96,141s., 149,158,160,164,167s., de la, 229
169, 175, 178, 182, 192, 194, 195, 218, tensión contradictoria y, 95
225, 227, 232, 245, 251, 255ss, 268ss., y analogías, 85, 262
275s., 277s. función trascendente y, 261
acto, y acto sintomático, 52, 256 interpretación del; esquema interpre­
arquetípico, 239, 243, 260, 266 tativo, 189, 251, 254
como algo auténtico, genuino, 256, lenguaje, y relación con el, 230, 253
262 los sueños como símbolo onírico, 167,
como algo conocido, 251, 256 194, 218, 228, 234, 240, 242, 254,
como algo relativamente desconocido, 255
53, 256, 262s. mnémico, 130
como compromiso, 262 como síntoma, 53, 223, 256
como experiencia numinosa, 271 nacimiento del, y regresión, 213
como función creadora, 261 onírico, 167, 194, 218, 234, 240, 242,
como mediador; camino de media­ 254, 255
ción, 260, 261 arquetípico, 240
como paradoja, 260 como deformación cuyos efectos
como paso de una actitud a otra, 262 prosiguen, 255
como producto sustitutivo, 256 pensar en simbolismos, 53
como puente, 262 recuerdo de la infancia, significación
como resto, residuo y señal, 251, 255s., simbólica del, 153s.
263n. relación, simbolización, simbolizar, 50,
como satisfacción de un deseo, 263 52, 59s., 221, 223, 229, 239, 253ss.,
como signo, 256 256s.
como símbolo mnémico, 52s., 55, 130, como identidad entre lenguaje, pa­
223, 256 labra y sexualidad, 251, 255s.,
como tercero ( tertium), 115, 213, 260, 257, 263
262 mecanismo de la, 221, 223, 229
como totalidad, integridad, 264 permanente, 239, 251, 255, 263
como transformación, traslación, cam­ religioso, 130, 181, 265
bio, 158, 168, 170s., 175, 241, 257, sentido, véase sentido
26 ls. sexual, 139
como transformador energético, 251 significado del, significado simbólico,
como unión de los opuestos, 261s. 85,168, 227, 255
comprensión, conocimiento de los, 18, síntoma y, 52s., 253, 256s.
53, 158, 168,178,197, 230,251,254 unificador, sintetizador, 260s., 262,265
de atracción, 169 verdad simbólica, 176, 262
del incesto; véase imagen del incesto viveza del, vivo, 257, 260, 262
348 ÍNDICE ANALÍTICO

simetría; simétrico ( véa n se tam bién contrario, como núcleo dolado de valor y sen­
cuaternio, mandala, ordenación), 265s. tido, 91
como principio del orden trascenden­ nexo causal de ocurrencia, sueño y,
tal, 265 véa se nexo causal
sincronicidad; sincrónico; sincronístico, paranoico, 297
275, 283, 285, 288, 289, 292 psicótico, 24, 80
coincidencias ( significativas), 283,285, sentido del, 193, 206,212,214
289, 292 significado último del, 53, 256
complementaria de la conciencia y la símbolo y, 52s., 253, 256
consciencia, 289s. trauma y, 15, 52
como fenómeno pleno de sentido, 283 valor sintomático, 52, 239, 253, 256
como mero estar allí y ser así, 283 sistema; sistema parcial, 12, 165, 166
como relación basada en la analogía y sistema cerrado, 165
en el sentido, 283, 288 nervioso, simpático, 99
sintético; vé a se método sistematización, sistemático ( vé a n se tam ­
síntoma, 15,26s., 33,42, 54s., 95,101,120, bién complejo, neurosis), 38, 218
143, 144, 165, 167, 186, 187, 189, 192, situación de (la) conciencia, 95, 235ss.,
193, 207, 239, 256 242ss.
como algo reprimido, 207 incompatibilidad con la, 46
como contraposición inconsciente, 15, compensación de la, 235ss., 243
43 sizigía (véase ta m b ién individuación), 259,
como conversión, transposición o pro­ 266s.
yección, 16 como dualidad de masculino y femeni­
como formación de compromiso, 16, no, 266
17. 52, 55, 109, 188, 207, 262, 263 como pareja divina (pareja amorosa),
como formación sustitutiva equivalen­ 258, 266
te, 15, 17, 109, 165, 168, 207, 238s. sociedad, social, 139, 144, 181
como imagen refleja simbólica, 24 sol, 160
como intento de solución, 212, 214 somático, lo, 110, 179
como secuela de recuerdos inconscien­ sombra, personalidad, 64ss.
tes, 16 arcaica, 65
como símbolo mnémico, 53, 55, 223 como lo otro, 65
formación de, 15, 16, 133, 161, 222 como lo reprimido, 65, 66
la disociación como causa de la, 106 como personalidad parcial inferior,
motivo de la, 222 64s., 65s.
histérico, 253 como problema moral, 66
los sueños como, véa se sueños complejo de, 66
manifestación activa de un, 50,52,191, incompatibilidad de yo y, 66
256 luz y, 267
y manifestación activa de un símbo­ personal, 65
lo, 52, 256 significado prospectivo de la, 65
neurótico, 24, 42, 49, 53,56, 66, 80, 89, yo, relación con la, 65
91,109,141,149,168,173,188,207, sometimiento, supresión, 63, 115, 178,
223, 239 223, 253
como intento fallido, 91 sonambulismo, sonámbulo, 12, 23, 29,37,
ÍNDICE ANMÍTICO 349

60, 67,71,81, 121, 186 243, 251


soñante, 225,230, 233, 237,239,242,244 aspectos prospcctivo-finalistas de los,
246, 254 225s„ 238, 240s., 242, 243
soñar, 226, 234 carácter alucinatorio de los, 2 2 2
como manifestación de la conciencia carácter constclador de los, 227 237,
en el inconsciente, 226 242, 243
fu n ció n p re serv ad o ra de la vida carácter determinista de los, 22 ls., 228,
del, 222 239
y (estado de) sueño, 2 2 2 , 235 causa de los, 23
soplo fecundador, 176, 294 como acontecimiento natural, 230,283
Spiritus rector, véanse arquetipo, conciencia, como anticipación, 82, 91, 192, 226,
espíritu, espontaneidad (idiosincrasia, 238
peculiaridad), espontáneo, fondo aními­ como autorrepresentación, como ima­
co, inconsciente, psique, sueños), 35,61, gen de sí, 232
68 , 88 ,95, 100s., 163,166,192,214, 220, como camino real hacia el inconscien­
229, 230, 236, 239, 256, 259, 261, 263 te, 33, 221
subjetivismo, subjetivo (pensar, valor), 21 , como compromiso, 222
51, 83s., 95, 163, 245, 269s., 271, 276, como cumplimiento deformado de de­
290, 295 seos, 17, 79, 222ss., 231ss.
enfoque, véase enfoque como deseos reprimidos, 224,226,231
sublimación, 29, 34, 58n., 178, 202, 296 como fachada, 230
subliminal, 122 s. como formación sustitutiva, 223, 224
sueño, estado de (véanse también sueños, como fuente de información, 13, 201,
fenómeno onírico), 106, 117s., 121, 220 , 225, 227
218, 222, 233ss., 241 como intento de solución, 225
como abaissement du niveau mental, 233 como manifestación del inconsciente,
perturbación del, 234 87, 122, 233, 240
preservación, conservación del, 92, como proyección, 247
222, 234 como reflejo, como imagen refleja de
y sueños, 222, 233s. sí mismo, 232
sueños; fenómeno onírico; elemento, con­ como signo, 223, 227, 240
tenido onírico, 12,13,17,21,23,26,33, como símbolo; lenguaje simbólico de
38,79,82,84,87, 9 1 s., 95,107,109,118, los, 228, 230, 242, 255s.
122, 140, 179, 187, 189, 192, 195, 220- como síntoma, 207ss., 223, 239, 253
248, 251, 254, 255, 261, 268, 271, 276, como trozo de la condición humana
293 primitiva, 87
actividad reguladora de los, 91, 237 compensación en los, 225, 233-237,
afectos, núcleo afectivo en los, 225, 241,243
231, 233s., 242 contenido latente y manifiesto de los,
amplificación de los, 195s., 220, 224, 196, 223, 229, 254
230, 240 cumplimiento de los, 150
análisis de los, 161, 226, 238 de la infancia, 223
asimilación al sentido de un sueño, 244 deseo onírico, véase deseo
aspecto causal-reductor de los, 240 el (estado de) sueño, relación con los,
aspecto hermenéutico de los, 240ss., 222, 233s.
350 ÍNDICE ANALÍTICO

el censor, la censura en los, 2 2 2 ss., 228 restos, residuos diurnos en los, 226,254
el fenómeno onírico como preserva- sentido (sentido de un sueño), estruc­
dor del sueño, 92, 222, 234 tura de sentido de los, 193, 214,
el fenómeno onírico como psychopom- 221s., 226ss., 229,234,238ss., 242ss.,
pos, 238 244, 254
espontaneidad de los, 229, 230, 236 tendencia moral en los, 232
fases; cuatro fases de los, 228 tendencia profética en los, 93,116,238
formación de analogías en los, 233 trabajo del, 223ss., 229
función de los, 225, 234s., 236, 238 unidad del, 17, 221, 228, 239s.
interpretación de los, 187, 192, 2 2 0 , sufrimiento psíquico, 41
221, 230, 231, 239, 242, 244, 254 sugestión hipnótica, 16, 106, 185
en el estadio subjetivo y objetivo, ajena, 187
245 sujeción ajuicio {véanse también conscien­
interpretación de los signos, 240 te psique), 64, 107, 166
esquema interpretativo, 253, 255 sujeto, 15, 49, 101,111, 119,187,189,191,
la conciencia en los, 226,235,237,242, 196, 223, 239, 246, 270, 290
243 disolución del, 244
la asociación libre en los, 189, 192, 254 el yo como sujeto de actos conscientes
la personificación en los, 38, 117, 245 personales, 117
lenguaje alegórico; escritura en imáge­ interrogación del, 187, 189, 191, 197
nes de los, 229 refuerzo, reforzamiento del, 246
lo arcaico en los, 95, 107, 122 superior; véase función
lo deformado, lo oculto, lo disfrazado superstición, 296
en los, 222s., 228, 230, 254, 255 superyó, 57s., llOss., 118s., 181
lo infantil en los, 107, 223, 243 como adquisición consciente, 118s.
método criptográfico (de interpetar como afán de perfeccionamiento, 111 ,
los), 254 294
modelo normal de formaciones psico- como agresión, destrucción, 295
patológicas, 17 como angustia de la conciencia moral,
neurosis y, 17, 91, 201, 221-223 véase angustia
núcleo de significado (significante) en como autoridad espiritual, 118
los, 227, 234, 238, 239, 242 como causa del sentimiento de culpa,
orientación hacia un fin de los, 226, Ills ., 295
239 como compulsión repetitiva, 124
regresión onírica, véase regresión como conciencia colectiva, 118, 182s.
recuerdo onírico; véase recuerdo como función moral, como resistencia
pensamiento onírico, véase pensamien­ moral, Ills ,
to como imagen divina, 118
yo onírico, véase yo como imperativo categórico, 1 1 1 , 294
serie de sueños, onírica, 241, 280 como inmoral, 295
símbolo onírico, véase símbolo como instancia defensiva, 58s., 110
simbolismo de los, onírico, véase simbo­ 205, 294
lismo como instancia represora, 58
investigación de los, 224 como introyccción del padre, 111 1 1r
teoría de los; psicología de los, 195,224 204, 294s.
ÍNDICE ANALÍTICO 351

como moral, como moralidad 118s


295 ’ ’ pulsional, véase pulsión
tesoro difícil de alcanzar, 120
como origen de la represión, 57 s lio
205 ’ ’ tiempo, formas de aprehensión del espa­
cio y el, 288
como participación inconsciente en el tinieblas, 260, 267
yo, 58, 110, 111, 117, 124
ello y, 11Os., 112 tipo, típico (véanse también pauta de con­
ducta, de comportamiento), 30,96,99,
estados de angustia (de miedo) y 124
295 7’ ’ 262, 275, 279s.
instintivo, 280
yo y, 58, 110s., 112s., 117s., 124,216
sueño de tipo infantil, 223
suprapersonal, lo, 41, 45, 96, 177 215
tipología, psicología tipológica, 9 , 63, 141
295ss.
tono emocional; teñido de emoción, de
sustancia; véanse, materia, espíritu, 162s.
emotividad (véanse también complejo
de la transformación, 182
del significado, núcleo del significa­
sustitución, satisfacción sustitutiva, forma­ do), 116, 122, 139, 155, 173, 228, 232
ción sustitutiva ( véase también síntoma), representación, vinculación con el, 23,
15, 17, 29, 50, 59, 80, 83, 87, 109, 149^ 29,61,66, 173
160, 165, 167, 207, 210, 224, 239, 256, torre, 169
263n., 297, 298 totalidad, integridad; vivencia de la estruc­
el símbolo como, 256 tura de la, juicio de la; total, integral,
los sueños como, 223, 224 global; el todo {véansetambién hombre,
sustitución, 50ss., 59 persona, psique, sentido, ser humano),
mecanismo de, 50 29, 30, 35, 43, 46, 49, 60, 66 , 71ss., 74,
75, 110, 115, 116, 118, 140, 166, 170,
Talmud, 230 181, 190, 209, 212, 214, 228, 237, 239,
Tao, 269 259, 261, 263, 264, 266, 269, 271, 281,
teleología, 12, 50, 82, 93s., 138, 195, 231 286, 291
telepatía, 296 base cuádruple de la, 267
temperamentos, 262 enfoque, véase enfoque
cuatro, 265 masculino-femenina, 259
tensión, 15, 42, 45, 55, 62, 95, 106, 142, mecanismo y, 74
154,163,167,170ss., 210,242,259,281 perturbaciones de la, 209
afectiva, 33, 42s., 242 potencial, 264
de contradicción, 42, 45, 66 , 95, 142, psíquica {véanse también psique, sí mis­
154, 170, 171,210 mo), 116, 182, 264s.
como base de la energía, 170, 171 símbolo, relación con la, 263, 264
como carácter energético del proce­ toxina, 216, 219
so vital, 170 trance, 12
el síntoma como, 15, 43 transferencia, relación de transferencia,
y formación simbólica, 95 situación transferencial, 95, 167, 215,
de intensidad, véase intensidad 246, 258s., 266, 267
de actitud; tipología actitudinal, de las autorrcalización, 215
actitudes, 63, 211, 262 superación de la, 215
energética, 170, 228, 233s. neurosis de, 216
producida por la necesidad, 109, 137 resistencia a la, 188
352 ÍNDICE ANALÍTICO

transformación, cambio, metamorfosis, el conflicto como causa del, 42


proceso transformador o de transfor­ incompatibilidad del yo con el, 15s., 33,
mación (véansetambién libido, persona­ 55, 106
lidad), 51, 65, 74, 101, 119, 159, 160, nexo causal entre ocurrencia, síntoma
164, 169, 178, 261,270 y, véase nexo causal
de energía, 169 reprimido, 187, 210, 223
de la actitud, 214 sexual de la infancia, véase infancia
simbólica, 158, 168, 171,175,241,257,
262 ultravioleta, 281
de catexis, véase catexis umbral de (la) conciencia, 106, 123
transformación, translación, conducción unidad, principio unitario, tendencia a la,
(véansetambién energía, función sexual, unitario (véanse también estructura, fe­
libido, moción pulsional, psique, re­ nómeno onírico, inconsciente, indivi­
presentación, símbolo), 56, 139, 144, duo, personalidad, psique, psiquismo,
158ss., 162, 164ss., 167ss., 169s., 171, sí mismo, sueños), 12, 17, 29, 30, 38s.,
175s., 207, 241,257, 261s. 43, 46, 72s., 74, 92, 121, 138, 162, 182,
conducción a un algo espiritual, 261 195, 217, 221, 227, 239, 242, 262, 264,
mecanismo de la, 159, 167s. 269, 286
transposición (véansetambién afecto, sínto­ de cuenta, 163
ma), 15, 56 significado, 195s., 228
trascendental, lo; trascendental (véanse tendencia a la disociación y tendencia
también arquetipo, psique, inconscien­ a la, 72, 92
te, pulsión), 100, 270ss., 280, 288, 290, y pluralidad, multiplicidad, diversidad,
291s., 297 72
principio de orden trascendental, véase unión, elevación, superación ((véansetam­
principio bién opuestos, contradicción), 85, 115,
realidad, véase realidad 213, 236, 244, 260ss.
trascendente, lo; (véase también sí mismo), símbolo unificador, sintetizador, véase
264s., 269s., 271, 283s., 298 símbolo
función, 115, 261s., 264 unus mundus, 292
trascender, 105, 110, 117, 240, 283, 290
trastornos, daños del desarrollo (véanse valoración, 6 6 , 239, 242, 244
también desarrollo del yo, sexualidad), valor, valores, cargado de valor, 53, 91s.,
138, 143s., 150, 193, 202, 205 141, 167, 215, 232, 234, 244, 256, 268
impedimento, imposibilidad de la con­ caos de, 244
cepción como causa de los, 153 consciente, 167
traum a, traum a psíquico; traum ático de verdad, 16, 144, 149, 269s., 292
(véanse también afecto, recuerdo, sínto­ relatividad del, 270
ma), 15,25ss., 28ss., 29, 32,33s., 42,53, el sentimiento como , 28
54s., 57, 106, 122, 132, 144, 148, 165, energético, 32, 165s.
187-189, 192, 201, 223, 237 impulsores de la vida, que favorecen la
como afecto inicial, 26, 28 vida; perjudiciales para la vida, 234
como causa de la neurosis, 25s., 28, 55, intensidad de (véase también energía),
201 32, 163, 168
defensa y, 35, 55, 56s., 106 moral, 65, 111
ÍNDICE ANALÍTICO 353

sintomático, 256 234, 237


subjetivo, 292 vivencia inicial, 192
vital, 242 voluntad, libre albedrío, 171
veladura, 50, 144 volverse hacia el interior; véase pulsión
verdad, interior, simbólica (véase también voz, 37
símbolo), 176,215,226,230,26ls., 269,
276, 291 Yin-Yang, 266
vertebrados, 286 yo, 33,35,38, 44,54,56,59,62,63, 73s., 87,
vía, camino real al inconsciente (véanse 101, 109s., 112, 115, 117, 123, 138, 144,
también complejo, sueños), 33, 221 145,146,173,201,204,206,208,210,240,
víctima, sacrificio, 158, 295 243, 265,268,271,275,286,295
rida; ley vital; proceso vital; vivo (véanse asimilación del, 87, 117, 182, 187, 231
también ánima, símbolo), 43, 91, 99, catcxis libidinosa del, 138, 145
110, 116, 120, 139, 143, 170, 180, 193, como antagonista del sí mismo, 119
194, 212, 236, 238s., 254, 257, 260s., como centro del campo de la concien­
262ss., 268, 278, 281, 288, 294, 297 cia, 117
como proceso energético, 195 como condición de la experiencia, 101 ,
demonización de la, 297s. 111
enemistad con la, hostilidad hacia la, como constante personificación del in­
daño a la, 234, 294 consciente, 119
energía, 159ss., 162, 193 como discernimiento de opuestos, 261
historial de, biografía, biográfico, 16, como función de la reflexión, razón,
49, 84, 101, 122s., 149s., 187, 189, 112 , 118
240, 263 como instancia defensiva, 15, 57, 115,
intencionalidad de la, 90, 195 202, 205
la sexualidad como hecho fundamen­ como principio de la realidad, adapta­
tal de la, 139, 181 ción a la realidad, prueba de la re­
mitad de la, 172s. alidad, 111, 118, 208, 295
nueva forma, renovación de la, 91, como regulador de libertad y decisión,
120s., 173, 263, 268 119
plan, forma, principio, 91, 172, 235 como señal de angustia, morada de la
la fantasía como nuevo, 91 angustia, 112 , 116, 206
poderes, fuerzas, 140 como sujeto de actos conscientes, 117
preservación, conservación de la, 234, complejo del, 36, 39, 116, 286
259, 262 conciencia como condición previa del,
proceso, 72, 170, 173 117
carácter energético del, 170 consciente; conciencia del yo, 23, 69,
fases del, 43 287
pulsión, 109, 161, 180, 293 reducción de la, 233
valor, finalidad de la, 242, 261 consistencia, continuidad del, 119
virtual (véansetambién punto, centro), 116, del prcconsciente, 57
119, 264s. desdoblamiento del, 36, 40n., 61, 65,
visión, 12, 195, 214, 227, 232, 237, 239, 106
261, 268 desarrollo del, perturbaciones del,
vital, lo; energía vital, lis., 15, 159, 181, 202 , 206
354 ÍNDICK ANALÍTICO

e llo y, 4 2 , 7 3 , 1 1 0 , 1 1 1 ,2 1 6 p e r s o n a lid a d d e l, p e r s o n a lid a d -y o , 7 1 ,


fija c ió n d e l, 1 6 1 , 2 0 6 101, 115,202,217
fu n c ió n d e l, 1 1 2 p r e c o n s c ie n te , 1 1 1 , 1 1 3 , 1 1 8
fr a c a s o d e la , 2 1 6 p s ic o lo g ía d e l, 9 , 5 7 , 5 9 , 1 0 9 , 11 1 , 1 7 9 ,
id e a l, id e a l d e l y o , 5 7 201, 205
in c o m p a tib ilid a d d e a fe c to , c o m p le jo , p u ls ió n d e l, 1 0 9 , 1 3 8
tr a u m a , d e lo r e p r im id o , c o n e l, 1 5 , r e p r e s ió n y, 5 7 , 2 0 8
33, 46, 55, 60, 69, 106, 139, 201 r e p r e s ió n ; e l y o c o m o in s ta n c ia r e ­
in c o n s c ie n t e y, 1 1 5 , 1 1 7 , 1 1 9 , 2 6 1 p resora, 57, 202
lib id o d e l, 1 0 9 , 1 3 8 s e m e j a n t e a l , W um ec o m p l e j o , e s t r u c t u r a
m o d o s d e r e a c c ió n d e l, 1 3 0 s o b r e v a lo r a c ió n d e l, 1 1 6
n ú c le o d e l, 1 2 3 s o m b r a y, 6 5
o n ír ic o , 1 1 7 s u p e r y ó y, 5 8 , 1 1 0 , 1 1 2 , 1 1 7 , 2 1 6
o s c u r id a d d e la p s iq u e c o m o b a s e d e l,
119 zona erógen a, 137, 179
ÍN D IC E

Prólogo a la segunda edición alemana ...................................................................................7

Prólogo .................................................................................................................................. 9

introducción.............................................................................................................................11
1. Los com ienzos........................................................................................11
2. Las aportaciones deFreud hasta finales de s ig lo ..................................14

Primera Parte
DEL TRAUMA AL COMPLEJO CON TINTE EMOCIONAL

I . El experimento asociativo y el complejo con tinte emocional ................................21

II . Complejo y trauma .................................................................................................26


1. Complejos crónicos y a g u d o s ...................................................................... 26
2. El complejo como unidad interior ............................................................ 29
3. El núcleo como centro del complejo ......................................................... 31
4. Complejos conscientes e inconscientes ......................................................33I.

III. La autonomía del complejo inconsciente ................................................................35


1. Com plejo del yo y complejo a u tó n o m o ......................................................35
2. El complejo inconsciente como personalidad p a r c i a l.............................. 37
3. Complejos personales e impersonales ......................................................40

IV. Los conflictos psíquicos y el com plejo...................................................................... 42

V. Sobre el sentido del com plejo.................................................................................... 4 5

Segunda Parte
DE LOS “MECANISMOS” PSÍQUICOS A LA PERSONALIDAD
EN SU CONJUNTO

VI. De los mecanismos psíquicos en gen eral................................................................... 49

VII. Sustitución y simbolización....................................................................................... 50

VIII. Represión y disociación .................... ' .................................................................... 54


355
356 ÍNDICE

1. La teoría de la represión en la psicología de Freud ...............................54


2. La represión vista por la psicología j u n g u i a n a ......................................... 59
a) Desarrollo de la conciencia y represión, 63; b) Plusrendimientos inconscien­
tes y represión, 67

IX. Unidad y totalidad de la personalidad .................................................................. 71

Tercera Parte
DE LOS CONTENIDOS PSÍQUICOS PERSONALES A LOS COLECTIVOS

X. La psicología de la fantasia ...................................................................................79


1. La fantasía como deformación y como satisfacción de deseos (Freud) 79
2. La fantasía como forma creativa ( J u n g ) .......................................................80

X I. Las fantasías arcaicas.............................................................................................8 6

XII. El afán finalista de la psique ............................................................................... 89

X III. La imagen o rig in a ria ............................................................................................... 94

XIV. El arquetipo como elemento estructural y como principio fo r m a d o r ........................98


1. La imagen arquetípica como centro c r e a d o r ............................................ 99
2 . Im agen arquetípica y conciencia ............................................................... 100

Cuarta Parte
DEL INCONSCIENTE PULSIONAL AL INCONSCIENTE COLECTIVO

XV. La idea de conciencia y de inconsciente en Freud .................................................106

XVI. Conciencia e inconsciente en la psicología deJung ..............................................115


1. Sobre el conjunto de conciencia e in c o n sc ie n te ....................................... 115
2. Yo y conciencia ............................................................................................. 116
3. El in c o n sc ie n te .................................................................................................120
a) El inconsciente personal, 121; b) El inconsciente colectivo, 125
4. Herencia arcaica e inconsciente c o le c tiv o ..................................................128
a) Herencia arcaica e instinto, 131; b) Fantasía y escenas originarias, 132;
c) Herencia filogenética y represión histórica, 133

Quinta Parte
DE LA LIBIDO A LA ENERGÍA PSÍQUICA

X V II. De la teoría sexual de F r e u d ................................................................................ 3 7


ÍNDICE 357
XVIII. La sexualidad infantil y la organización de la libido .......................................143
a sexualidad infantil: la disposición perversa polimorfa y el doble
comienzo de la sexualidad en Freud ..................................................... 143
2. La organización de la libido y el complejo deEdipo en Freud . . . .145
3. La sexualidad infantil desde el punto de vista de Jung ..................... 148
a) Disposición polivalente y perverso-polimorfa, 151; b) El periodo de latcncia
como comienzo de la sexualidad, 154; c) El complejo de Edipo como imagen
arquetípica, 155 r

XIX. La libido en Jung como energía vital unitaria ...............................................159


1. El concepto de energía psíquica............................................................. 162
2. Conversiones equivalentes de la l i b i d o .................................................164
a) Principio de equivalencia y conversión energética, 165; b) Formación sim­
bólica y principio de equivalencia, 168
3. Tensión de contradicción y compensación energética ........................170
4. Combinación de imagen arquetípica e in s tin to .................................... 173
5. Imagen del incesto y re n a c im ie n to .......................................................175
6. La hipótesis biológica en F r e u d .............................................................178
7. Observación final ................................................................................... 180

Sexta Parte
DEL MÉTODO CAUSAL AL HERMENÉUTICO

XX. La asociación libre y el método causal de F re u d .............................................. 185

XXL La asociación enlazada y el punto de vista finalista enJ u n g ..............................191


1. El método prospectivo-constructivo ....................................................192
2. El método de la am plificación................................................................ 195

Séptima Parte
NEUROSIS Y SUEÑOS

XXII. La neurosis: ¿problema del instinto o problema de la personalidad? .................201


1. La neurosis a la luz de la teoría de la pulsión (Freud) ....................... 201
2. La neurosis como problema de la personalidad (Jung) .................... 208
a) La neurosis como discordia consigo mismo, 208; b) Neurosis y curación, 214;
c) La disociación en la neurosis y en la psicosis, 215

XXIII. Del sueño como síntoma (Freud) al sueño como expresión simbólica (Jung) . . .220
1. Los sueños en Freud ............................................................................. 221
2. Los sueños en la psicología de Jung ....................................................224
a) El sueño como manifestación del inconsciente, 226; b) ¿Desfiguración o
configuración simbólica?, 228; c) Cumplimiento de un deseo o autorretrato,
231
3. De la preservación del sueño a la función compensatoria .................233
a) Sueños y sueño, 233; b) Sobre la función compensatoria de los sueños, 235
358 ÍNDICE

4. Sentido de los sueños e interpretación ................................................... 238


a) Interpretáción de los sueños y situación de la conciencia, 242; b) Asimilación
del sentido del sueño, 244; c) Interpretación en el nivel del sujeto y del objeto,
245
5. Perspectiva histórica del concepto de proyección ...............................246

Octava Parte
DEL SIGNO AL SÍMBOLO

XXIV. Simbolización y símbolo en Freud ..................................................................... 253

XXV. El símbolo en Ju n g como algo relativamente desconocido ...................256


1. El símbolo del incesto . . . ........................................................................257
2. El símbolo como m ediador ....................................................................... 260
3. El símbolo del sí m i s m o ..............................................................................263
a) El sí mismo como símbolo unificador, 265; b) La función religiosa del sí
mismo, 268; c) Arquetipo de! sí mismo y vivencia, 270

Apéndice
LAS CONCEPCIONES DE JUNO DE LOS AÑOS 1939-1961

1. El arquetipo en s í .................................................................................................. 275


1. El arquetipo como regulador del acontecer ......................................... 276
2. Arquetipo e instinto ( p u ls ió n ) .................................................................... 279

II La psique desde el punto de vista de losfactores trascendentales .........................283


1. El arquetipo en sí como forma de la organización apriorística . . . . 283
2. Relativización de las ideas de conciencia e inconsciente ..................... 284
a) La indeterminabilidad del inconsciente, 284; b) Lo aproximativo de la
conciencia, 285; c) La psique como totalidad consciente-inconsciente, 287;
d) Lo inconsciente-psicoide como organización acausal en fisiología y en física,
288
3. Freud y la realidad tra s c e n d e n ta l..............................................................293

III. Consideración f i n a l ............................................................................................. 298

B ib lio g ra fía .......................................................................................................................... 299

índice analítico .................................................................................................................... 3 1 3


Eite libro se terminó de imprimir y encuadernar
en el mes de febrero de 1993 en Impresora y
Encuadernadora Progreso, S. A. de C. V. ( iffsa ) .
Calz. de San Lorenzo. 244; 09830 México. D F
Se tiraron 2000 ejemplares
T/i Hane Frey-Rohn
De F reud a Jung

Cuando Carl Gustav Ju n g llegó en 1900 a la clínica de


Burghôlzli para ejercer como médico, su interés principal
radicaba en el estudio de la personalidad humana psíquica­
mente enferma, pero se encontró con que la psicología de
su tiempo no poseía un marco teórico adecuado para expli­
car los complejos problemas de la mente humana, y se limi­
taba a describir y clasificar los síntomas de los pacientes.
Entonces, el descubrimiento de los trabajos de Sigmund
3 Freud representó para Jung la apertura de una vía de investi-
¡ gación que permitía comprender la estructura misma de la
« psique, y enfrentar mediante su análisis en cada paciente los
■= problemas que tenían lugar en el seno del inconsciente.
r. Si bien el transcurrir del tiempo apagó ese deslumbra-
miento inicial, y las ideas de ambos pioneros terminaron por
2 diferir, los trabajos de Jung tienen cada día más adeptos
£ i, psicoanalistas, y su interpretación de elementos
1 t, ¡mas, complejos, personalidad, fantasía, incons-
üvo, la libido, la neurosis y el simbolismo, han
■una gran validez,
que Liliane Frey-Rohn —discípula de Jung— se
, hozar las teorías fundamentales de ambos para
•jj logriu. mediante esta comparación sistemática, un conoci-
5 miento más claro de la obra dejung.

r\n i Q7

9 Í O 'I O O O OZ3C. I o

Fondo de Cultura Económica

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