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I

Veo por décima vez el alcohol en spray. Va el aerosol a las manos una y otra vez. Cae
en las manos la lluvia etílica, se sienten frías y después la esperanza, todos los bichitos
ya deben estar muertos. Puto virus. Estamos cansados. Alcohol en el super, en la
oficina, en el ómnibus, en la tienda de sabanas, en las librerías. Ahora si que estamos
ahogados en alcohol. No por gusto, como antes, cuando nos ahogabamos en fiestas, va
la birra y viene. Antes era el vino, sobretodo en los tiempos del abuelo. Cuando Colón
era otra cosa. Con ese aire de pueblo mistico, pobre, abandonado, pero mistico.
Cuando el Don conocía todas las calles y se perdia en sonrisas con los carniceros.
Cuanto todos te saludaban y decían buenos días. No como ahora cuando la vecina me
ve entrar al edificio parece que corre para poder tirarme la puerta en la cara, casi
como una disparo en la frente. Mis amigos uruguayos dicen que ese irrespeto
montevideano, siempre fue así, sobretodo con los extraños. Que somos todos siempre
les agrego. Quien iba a sospechar en el 2002 que el mundo se acabaría y que casi 20
años después tendríamos las manos secas de tanto formol esperanzador. Casi todos
estaban convencidos que se acababa ese mismo año. Por eso todos se fueron, para
llenar los estantes de uruguayos por el mundo.

Asi se fue el Sebas a Caracas, en aquella aerolínea barata boliviana y pudo estudiar
Administracion en la Universidad Central de Venezuela, y graduarse con toga y birrete
y armar un negocio que tenía cientos de venezolanos en negro y que le permitio en
pocos años estar sentado junto a mi, decidiendo la decoración de su penthouse dúplex
recientemente adquirido al este de la urbe venezolana. Afuera, estacionado como un
juguete nunca soñado, tiene un Honda Civic del año. Ese carro no habla, dice, porque
sólo ronronea, espeta con su acento uruguayo venezolanizado, ya vencido por tantos
años de coños, maricos y panas. Mientras escucho a los comensales, me pierdo en el
recuerdo de Bello Monte y Los Chaguaramos, mientras pienso que el Sebas jamas
podría haber logrado tanto en el Barrio Sur. En ese entonces era un chico callado, ni
siquiera sabía como usar los cubiertos, se limpiaba la boca con un trapo sucio que
servia a la vez de repasador y de servilleta. Que casa tan fría la de Sebas, todita de
madera, ecológica, raquítica, una casa flaca y ahuecada, último esfuerzo de la tía por
justificar la carrera de arquitecta que nunca completo. Porque era lejos llegar hasta la
Facultad, nadie podría caminar tanto.

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