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Juan Manuel de Rosas

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Para otros usos de este término, véase Juan Manuel de Rosas (Subte de Buenos Aires).
Juan Manuel de Rosas

Juan Manuel de Rosas hacia 1850.

13.er gobernador de Buenos Aires


(encargado de las Relaciones Exteriores de la
Confederación Argentina con Facultades Extraordinarias)

8 de diciembre de 1829-17 de diciembre de 1832


Predecesor Juan José Viamonte
Sucesor Juan Ramón Balcarce

17.º gobernador de Buenos Aires


(Encargado de las Relaciones Exteriores de la
Confederación Argentina con Facultades Extraordinarias a
cargo de la suma del poder público)

7 de marzo de 1835-3 de febrero de 1852


Predecesor Manuel Vicente Maza
Sucesor Vicente López y Planes
Información personal
Nombre de Juan Manuel José Domingo Ortiz de
nacimiento Rozas y López de Osornio
Apodo El Restaurador de las Leyes
30 de marzo de 1793
Nacimiento Buenos Aires, Virreinato del Río de
la Plata, Imperio español
14 de marzo de 1877 (83 años)
Fallecimiento Southampton, Reino Unido de Gran
Bretaña e Irlanda
Sepultura Cementerio de la Recoleta
Nacionalidad Argentina
Religión Catolicismo
Familia
León Ortiz de Rozas y Agustina
Padres
López de Osornio
Cónyuge María de la Encarnación Ezcurra
 Pedro Pablo Rosas y
Belgrano (adoptivo)
 Juan Bautista de Rosas
 María de Rosas
 Manuela Robustiana Ortiz
de Rozas
 Ángela Rosas (no reconocida)
Hijos
 Emilio Rosas (no reconocido)
 Joaquín Rosas (no reconocido)
 Nicanora Rosas (no
reconocida)
 Justina Rosas (no reconocida)
 Adrián Rosas (no reconocido)1

Familiares  Domingo Ortiz de Rozas


(tío bisabuelo)
 Gervasio Ortiz de Rozas
(hermano)
 Prudencio Ortiz de Rozas
(hermano)
 Mercedes Ortiz de Rozas
(hermana)
 Agustina Ortiz de Rozas
(hermana)
 Lucio Norberto Mansilla
(cuñado)
 Lucio Victorio Mansilla
(sobrino)
 Eduarda Mansilla (sobrina)
Información profesional
Ocupación Estanciero, militar y político
Rango militar Brigadier General
 Guerras civiles argentinas
 Campaña de Rosas al
Conflictos Desierto
 Guerra del Paraná

Partido político Partido Federal

Firma

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Juan Manuel de Rosas, nacido como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y
López de Osornio (Buenos Aires, 30 de marzo de 1793 - Southampton, 14 de marzo de
1877), fue un militar y político argentino que en el año 1829 ―tras derrotar al general
Juan Lavalle― fue gobernador de la provincia de Buenos Aires llegando a ser, entre
1835 y 1852, el principal caudillo de la Confederación Argentina. Su influencia sobre la
historia argentina fue tal que el período marcado por su dominio de la política nacional
es llamado a menudo época de Rosas. Era sobrino bisnieto del conde Domingo Ortiz de
Rozas, gobernador colonial de Buenos Aires y de Chile.

Índice
 1 Origen familiar y primeros años
 2 Los inicios en la política
o 2.1 La revolución de diciembre
 3 Primer gobierno
o 3.1 La guerra civil en el interior
o 3.2 Convención de Santa Fe
o 3.3 El gobierno de la provincia
 4 Interregno
o 4.1 Campaña al Desierto
o 4.2 La Revolución de los Restauradores
 5 Segundo gobierno
o 5.1 La Ley de Aduanas
o 5.2 La política exterior
o 5.3 El bloqueo francés
o 5.4 El periodismo controlado
o 5.5 La generación del '37
o 5.6 Palermo de San Benito
o 5.7 La guerra civil del '40
 5.7.1 La revolución de los Libres del Sur
 5.7.2 La Coalición del Norte
 5.7.3 Campañas de Lavalle
 5.7.4 Terrorismo
 5.7.5 Final de la guerra civil
o 5.8 La década final
o 5.9 Política religiosa
o 5.10 El sitio de Montevideo y una nueva rebelión correntina
o 5.11 Las Tablas de sangre
o 5.12 El bloqueo anglo-francés
o 5.13 La caída
 6 Después de Caseros
o 6.1 Exilio
o 6.2 Juicio contra Rosas
o 6.3 Muerte
 7 Después de Rosas
 8 Rosas en la actualidad
 9 Iconografía
 10 Ancestros
 11 Véase también
 12 Notas
 13 Referencias
 14 Bibliografía utilizada
 15 Bibliografía
 16 Enlaces externos

Origen familiar y primeros años


Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rosas y López de Osornio nació el 30 de marzo de
1793 en Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata. Su nacimiento se
produjo en el solar propiedad de su madre, Agustina López de Osornio, que había
habitado su abuelo materno Clemente López de Osornio, situado en la calle que en ese
entonces se denominaba Santa Lucía, actual calle Sarmiento entre las calles Florida y
San Martín, en la ciudad de Buenos Aires.

Casa donde nació Rosas, actual calle Sarmiento entre las calles San Martín y Florida.

Retrato de Juan Manuel de Rosas, cuando este era un niño.

Era hijo del militar León Ortiz de Rozas (Buenos Aires, 1760-1839) ―cuyo padre era
Domingo Ortiz de Rosas y Rodillo (Sevilla, 9 de agosto de 1721 - Buenos Aires, 1785)
y el abuelo paterno, Bartolomé Ortiz de Rozas y García de Villasuso (n. Rozas del valle
de Soba, España, 4 de septiembre de 1689) y, por lo tanto, León era un sobrino nieto del
conde Domingo Ortiz de Rozas, gobernador de Buenos Aires de 1742 a 1745 y capitán
general de Chile desde 1746 hasta 1755― por lo cual pertenecía al linaje de los Ortiz de
Rozas que tienen su origen en el pueblo de Rosas del valle de Soba, en La Montaña de
Castilla la Vieja ―actual Cantabria― perteneciente a la Corona de España.2

Ingresó a los ocho años de edad en el colegio privado que dirigía Francisco Javier
Argerich (1765-1824), si bien desde joven demostró vocación por las actividades
rurales; interrumpió sus estudios para participar, contando con trece años de edad, en la
Reconquista de Buenos Aires en 1806 y posteriormente se enroló en la compañía de
niños del Regimiento de Migueletes, combatiendo en la Defensa de Buenos Aires en
1807, ambos hechos durante las invasiones inglesas, donde fue distinguido por su
valor.34

Más tarde, se retiró al campo de su madre, una gran estancia de la pampa bonaerense.
Al producirse los sucesos que culminaron con la Revolución de Mayo de 1810, Rosas
contaba con 17 años y se mantuvo al margen de los mismos, de la evolución política
posterior, y de la guerra de independencia de la Argentina.

En 1813, pese a la oposición materna ―que Rosas venció al hacer creer a su madre que
la joven estaba embarazada― se casó con Encarnación Ezcurra, con quien tuvo tres
hijos: Juan Bautista, nacido el 30 de julio de 1814, María, nacida el 26 de marzo de
1816 y fallecida al día siguiente, y Manuela, conocida como Manuelita y nacida el 24 de
mayo de 1817, quien luego sería su compañera inseparable.

Poco después, debido a un entredicho que tuvo con su madre, devolvió a sus padres los
campos que administraba para formar sus propios emprendimientos ganaderos y
comerciales. Además se cambió el apellido «Ortiz de Rozas» por «Rosas», cortando
simbólicamente la dependencia de su familia.

Fue administrador de los campos de sus primos Nicolás y Tomás Manuel de Anchorena;
este último ocuparía cargos importantes dentro de su gobierno, ya que Rosas siempre le
tuvo un especial respeto y admiración. En sociedad con Luis Dorrego ―hermano del
coronel Manuel Dorrego― y con Juan Nepomuceno Terrero fundó un saladero; era el
negocio del momento: la carne salada y los cueros eran casi la única exportación de la
joven nación. Acumuló una gran fortuna como ganadero y exportador de carne vacuna,
distante de los acontecimientos emergentes que condujeron al Virreinato del Río de la
Plata a la emancipación del dominio español en 1816.

Por esos años conoció al doctor Manuel Vicente Maza, quien se convirtió en su
patrocinador legal, en especial en una causa que sus propios padres habían entablado
contra él. Más tarde fue un excelente consejero político.

En 1818, por presión de los abastecedores de carne de la capital, el director supremo


rioplatense Juan Martín de Pueyrredón tomó una serie de medidas en contra de los
saladeros. Rápidamente, Rosas cambió de rubro: se dedicó a la producción agropecuaria
en sociedad con Dorrego y los Anchorena, que también le encargaron la dirección de su
estancia Camarones, al sur del río Salado.

Al año siguiente compró la estancia Los Cerrillos, en San Miguel del Monte. Allí
organizó una compañía de caballería (aumentada al poco tiempo a regimiento), los
Colorados del Monte, para combatir a los indígenas y a los cuatreros de la zona
pampeana. Fue nombrado su comandante, y alcanzó el grado de teniente coronel.
Las Instrucciones nunca fueron publicadas ni difundidas fuera de sus estancias por
Rosas. Se puede acceder al archivo en Wikimedia Commons (haciendo clic en la
imagen) o a la copia disponible en Wikisource.

Por esos años escribió sus famosas Instrucciones a los mayordomos de estancias, en la
que detallaba con precisión las responsabilidades de cada uno de los administradores,
capataces y peones. En ese librito demostraba su capacidad para administrar
simultáneamente varias explotaciones con métodos muy efectivos, en un anticipo de su
futura capacidad para administrar el estado provincial.

Los inicios en la política


Hasta 1820 Juan Manuel de Rosas se dedicó a sus actividades privadas. Desde ese año
hasta su caída producida en la batalla de Caseros, en 1852, consagró su vida a la
actividad política, liderando ―ya en el gobierno o fuera de él― la provincia de Buenos
Aires, que contaba no solo con uno de los territorios productivos más ricos de la
naciente Argentina, sino con la ciudad más importante ―Buenos Aires― y el puerto
que concentraba el comercio exterior de las restantes provincias, así como los derechos
de importación de la aduana (controlados hasta 1865 por la provincia de Buenos Aires).
En relación a estos recursos se desarrollaron gran parte de los conflictos institucionales
y las guerras civiles argentinas del siglo XIX.

En 1820 concluyó la etapa del Directorio con la renuncia de José Rondeau a


consecuencia de la Batalla de Cepeda que dio paso a la Anarquía del Año XX. Fue en
esa época que Rosas comenzó a involucrarse en la política, al contribuir a rechazar la
invasión del caudillo Estanislao López al frente de sus Colorados del Monte. Participó
en la victoria de Dorrego en el combate de Pavón pero junto a su amigo Martín
Rodríguez se negó a continuar la invasión hacia Santa Fe, donde Dorrego fue derrotado
completamente en la batalla de Gamonal.
Con apoyo de Rosas y otros estancieros fue elegido gobernador de la Provincia de
Buenos Aires su colega el general Martín Rodríguez. El 1 de octubre estalló una
revolución, dirigida por el coronel Manuel Pagola, que ocupó el centro de la ciudad.
Rosas se puso a disposición de Rodríguez, y el día 5 inició el ataque, derrotando
completamente a los rebeldes. Los cronistas de esos días recordaron la disciplina que
reinaba entre los gauchos de Rosas,5 que fue ascendido al grado de coronel. Con Martín
Rodríguez, el grupo de los estancieros empezó a tener un papel público.

También fue parte de las negociaciones que concluyeron con el Tratado de Benegas,
que puso fin al conflicto entre las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. Fue el
responsable del cumplimiento de una de las cláusulas secretas del mismo: entregar al
gobernador Estanislao López 30 000 cabezas de ganado como reparación de los daños
causados por las tropas bonaerenses en su territorio. La cláusula era secreta, para no
«manchar el honor» de Buenos Aires. Así se iniciaba la alianza permanente que tendría
esta provincia con la de Buenos Aires hasta 1852.

Los primeros años después de la disolución de los poderes nacionales fueron un período
de paz y prosperidad en Buenos Aires, conocido como la «feliz experiencia»,
principalmente debido a que Buenos Aires usufructuó en su exclusivo provecho las
rentas de la Aduana, una fuente inagotable de riqueza que la provincia decidió no
compartir con sus hermanas ni con ejércitos exteriores.

Entre 1821 y 1824 compró varios campos más, especialmente la estancia que había sido
del virrey Joaquín del Pino y Rozas (conocida como Estancia del Pino, en el partido de
La Matanza), a la que llamó San Martín en honor del general José de San Martín.

También aprovechó la ley de enfiteusis promovida por el ministro Bernardino


Rivadavia para aumentar sus campos. En lugar de ayudar a los pequeños hacendados,
esta ley terminó dejando en propiedad de unos pocos grandes terratenientes cerca de la
mitad de la superficie de la provincia.

Los desórdenes producidos por la Anarquía del Año XX habían dejado desguarnecida la
frontera sur, por lo que habían recrudecido los malones. Martín Rodríguez dirigió
entonces tres campañas al desierto, usando una extraña mezcla de diálogos de paz y
guerra con los indígenas. En 1823 fundó Fuerte Independencia, la actual ciudad de
Tandil. En casi todas estas campañas lo acompañó Rosas, que también participó de una
expedición en que el agrimensor Felipe Senillosa delineó y estableció planos catastrales
de los pueblos del sur de la provincia. El jefe nominal de esa campaña era el coronel
Juan Lavalle.

Durante la guerra del Brasil, el presidente Rivadavia lo nombró comandante de los


ejércitos de campaña a fin de mantener pacificada la frontera con la población indígena
de la región pampeana, cargo que volvió a ejercer después, durante el gobierno
provincial del coronel Dorrego.

Rosas aprobó con entusiasmo la Convención de Paz de 1828, que reconocía la


independencia del Uruguay. Escribió a Tomás Guido, uno de sus firmantes: "¡Qué
frutos tan opimos ha dado a la República (...) la legación de sus hijos (Guido y
Balcarce) al Janeiro! (...)la paz más honorífica que podíamos prometernos.(...) la guerra
ha terminado de modo que nos colma de una noble elación...Es mi obligación tributar a
usted la mayor gratitud".6

En 1827, en el contexto previo al inicio de la guerra civil que estallaría en 1828, Rosas
era un dirigente militar, representante de los propietarios rurales, socialmente
conservadores e identificados con las tradiciones coloniales de la región. Estaba
alineado con la corriente federalista, proteccionista, adversa a la influencia foránea y a
las iniciativas de corte librecambistas preconizadas por el Partido Unitario.

La revolución de diciembre

Terminada la Guerra del Brasil, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Manuel


Dorrego, ―por una intensa presión diplomática y financiera― firmó un tratado de paz
que reconoció la independencia de Uruguay, y la libre navegación del Río de la Plata y
de sus afluentes solo por parte de la Argentina y del Imperio del Brasil pero por el
término acotado de quince años; lo que fue visto por los miembros del ejército en
operaciones como una traición. En respuesta, la madrugada del 1 de diciembre de 1828,
el general unitario Juan Lavalle tomó el Fuerte de Buenos Aires y reunió a miembros
del partido unitario en la iglesia de San Francisco ―nominamente como representación
del pueblo―, siendo elegido gobernador. Siguiendo la misma lógica, disolvió la Junta
de Representantes de Buenos Aires.

Juan Manuel de Rosas levantó la campaña contra los sublevados y reunió un pequeño
ejército de milicianos y partidas federales, mientras Dorrego se retiraba al interior de la
provincia para buscar su protección. Lavalle se dirigió con sus tropas a la campaña para
enfrentar a las fuerzas federales de Rosas y Dorrego, a quienes atacó sorpresivamente en
la batalla de Navarro, derrotándolos.

Debido a la disparidad existente entre las aguerridas y experimentadas fuerzas


sublevadas bajo el mando de Lavalle, con respecto a las milicias que defendían al
gobernador Dorrego, Rosas le aconsejó a este retirarse a Santa Fe, para unir fuerzas con
las de Estanislao López, pero el gobernador se negó. Mientras Rosas se retiró a Santa Fe
con aquel propósito, Dorrego decidió refugiarse en Salto, en el regimiento del coronel
Ángel Pacheco. Pero, traicionado por dos oficiales de este ―Bernardino Escribano y
Mariano Acha―, fue enviado prisionero a Lavalle.
Afiche de la época de Rosas.

Como Rosas criticara su falta de previsión ante la revolución unitaria, Dorrego


respondió:

Señor don Juan Manuel: que usted me quiera dar lecciones de política, es tan avanzado
como si yo me propusiera enseñar a usted cómo se gobierna una estancia.
Manuel Dorrego

Vencido y hecho prisionero Dorrego, Lavalle, influido por el deseo de venganza de los
ideólogos unitarios, ordenó su fusilamiento y se hizo cargo de toda la responsabilidad.

En su última carta, escrita a Estanislao López, Dorrego pedía que su muerte no fuera
causa de derramamiento de sangre. Pese a este pedido, su fusilamiento dio paso a una
larga guerra civil, la primera en que estuvieron simultáneamente implicadas casi todas
las provincias argentinas.

A principios de enero de 1829, el general José María Paz, aliado de Lavalle, iniciaba la
invasión de la provincia de Córdoba, donde derrocaría al gobernador Juan Bautista
Bustos. De ese modo se generalizó la guerra civil en todo el país.

Lavalle envió ejércitos en todas direcciones, pero varios pequeños caudillos aliados de
Rosas organizaron la resistencia. Los jefes unitarios recurrieron a toda clase de crímenes
para aplastarla, un hecho poco difundido por la historiografía de las guerras civiles
argentinas.7

El gobernador Lavalle envió al coronel Federico Rauch hacia el sur, y una de sus
columnas, al mando del coronel Isidoro Suárez, derrotó y capturó al mayor Manuel
Mesa, que fue enviado a Buenos Aires y ejecutado. Al frente del grueso de su ejército,
Lavalle avanzó hasta ocupar Rosario. Pero, poco después, López dejó sin caballos a
Lavalle, que se vio obligado a retroceder. López y Rosas persiguieron a Lavalle hasta
cerca de Buenos Aires, derrotándolo en la batalla de Puente de Márquez, librada el 26
de abril de 1829.

Mientras López regresaba a Santa Fe, Rosas sitió la ciudad de Buenos Aires. Allí crecía
la oposición a Lavalle (a pesar de que los aliados de Dorrego habían sido expulsados),
sobre todo por el crimen sobre el gobernador. Lavalle aumentó la persecución sobre los
críticos, lo que le llevaría mucho apoyo a Rosas, en la ciudad que siempre fue la capital
del unitarismo.

Lavalle, desesperado, se lanzó a hacer algo insólito: se dirigió, completamente solo, al


cuartel general de Rosas, la Estancia del Pino. Como este no se encontraba, se acostó a
esperarlo en el catre de campaña de Rosas. Al día siguiente, 24 de junio, Lavalle y
Rosas se trasladaron a la estancia La Caledonia ―propiedad de un tal Miller―, donde
firmaron el Pacto de Cañuelas,8 que estipulaba que se llamaría a elecciones, en las que
solo se presentaría una lista de unidad de federales y unitarios, y que el candidato a
gobernador sería Félix de Álzaga.9

Juan Manuel de Rosas.

Lavalle presentó el tratado con un mensaje que incluía una inesperada opinión sobre su
enemigo:

Mi honor y mi corazón me imponen remover por mi parte todos los inconvenientes para
una perfecta reconciliación...Y sobre todo ha llegado el caso de que veamos, tratemos y
conozcamos de cerca de Juan Manuel de Rosas como a un verdadero patriota y amante
del orden.
Juan Lavalle

Pero los unitarios presentaron la candidatura de Carlos María de Alvear, y al precio de


treinta muertos ganaron las elecciones. Las relaciones quedaron rotas nuevamente,
obligando a Lavalle a un nuevo tratado, el pacto de Barracas, del 24 de agosto. Pero,
ahora más que antes, la fuerza estaba del lado de Rosas. A través de este pacto se
nombró gobernador a Juan José Viamonte. Este llamó a la legislatura derrocada por
Lavalle, allanándole a Rosas el camino al poder.
Primer gobierno
Artículo principal: Primer gobierno de Rosas

La legislatura de Buenos Aires proclamó a Juan Manuel de Rosas como Gobernador de


Buenos Aires el 8 de diciembre de 1829, honrándolo además con el título de
Restaurador de las Leyes e Instituciones de la Provincia de Buenos Aires, y en el mismo
acto le otorgó «todas las facultades ordinarias y extraordinarias que creyera necesarias,
hasta la reunión de una nueva legislatura». No era algo excepcional: las facultades
extraordinarias ya les habían sido conferidas a Manuel de Sarratea y a Martín Rodríguez
en 1820, y a los gobernadores de muchas otras provincias en los últimos años; también
Juan José Viamonte las había tenido.

El mismo día en que juró su cargo, declaró al diplomático uruguayo Santiago Vázquez:

Creen que soy federal; no señor, no soy de partido alguno sino de la Patria... En fin,
todo lo que yo quiero es evitar males y restablecer las instituciones, pero siento que me
hayan traído a este puesto.

Lo primero que hizo Rosas fue realizar un extraordinario funeral al general Dorrego,
trayendo sus restos a la capital, con lo cual logró la adhesión de los seguidores del
fallecido líder federal, sumando el apoyo del pueblo humilde de la capital al que ya
tenía de la población rural.10

Respecto a la forma de organización constitucional del estado y al federalismo, Rosas


fue un pragmático. En cartas enviadas en 1829 al general Tomás Guido, al general
Eustoquio Díaz Vélez y a Braulio Costa, el financista de Quiroga les escribía para
informarles que

...el general Rosas es unitario por principio, pero que la experiencia le ha hecho conocer
que es imposible adoptar en el día tal sistema porque las provincias lo contradicen, y las
masas en general lo detestan, pues al fin sólo es mudar de nombre.11

La guerra civil en el interior

El general José María Paz había ocupado Córdoba y había derrotado a Facundo
Quiroga. Rosas envió una comisión a mediar entre Paz y Quiroga, pero este fue
derrotado y se refugió en Buenos Aires. Rosas le hizo dar un recibimiento triunfal
―como si hubiese sido el vencedor― aunque el caudillo consideraba que la guerra
había terminado para él.

Paz aprovechó la victoria para invadir las provincias de los aliados de Quiroga,
colocando en ellos gobiernos unitarios. Los bandos quedaban definidos: las cuatro
provincias del litoral, federales; las nueve del interior, unitarias y unidas desde agosto
de 1830 en una Liga Unitaria, cuyo «supremo jefe militar» era Paz.

A los pocos meses, en enero de 1831, Rosas y Estanislao López impulsaron el Pacto
Federal entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos. Este ―que sería uno de los «pactos
preexistentes» mencionados en el Preámbulo de la Constitución de la Nación
Argentina― tenía como objetivo poner un freno a la expansión del unitarismo
encarnado en el general Paz. Corrientes se adheriría más tarde al Pacto, porque el
diputado correntino Pedro Ferré intentó convencer a Rosas de nacionalizar los ingresos
de la aduana de Buenos Aires e imponer protecciones aduaneras a la industria local. En
este punto, Rosas sería tan inflexible como sus antecesores unitarios: la fuente principal
de la riqueza y del poder de Buenos Aires provenía de la aduana.

El caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra, refugiado en Santa Fe, logró que López
iniciara acciones contra Córdoba. Serían acciones guerrilleras, porque en ese tipo de
acciones tenía ventaja sobre las disciplinadas tropas de Paz. A principios de 1831, el
ejército porteño inició también las operaciones, al mando de Juan Ramón Balcarce; pero
el ejército porteño nunca llegó a unirse al santafesino.

Cuando el coronel Ángel Pacheco derrotó a Juan Esteban Pedernera en la batalla de


Fraile Muerto, Paz decidió hacerse cargo personalmente del frente oriental.

Por su lado, Quiroga decidió volver a la lucha. Pidió fuerzas a Rosas, pero este solo le
ofreció los presos de las cárceles. Quiroga instaló un campo de entrenamiento y, cuando
se consideró listo, avanzó sobre el sur de Córdoba. En el camino, Pacheco le entregó los
pasados de Fraile Muerto: con ellos conquistó Cuyo y La Rioja en poco más de un mes.

La inesperada captura de Paz por un tiro de boleadoras de un soldado de López, el 10 de


mayo de 1831, provocó un repentino cambio: Gregorio Aráoz de Lamadrid se hizo
cargo del ejército unitario, con el que se retiró hacia el norte y fue vencido por Quiroga
en la batalla de La Ciudadela, el 4 de noviembre, junto a la ciudad de Tucumán, con lo
cual la Liga del Interior fue disuelta.

Convención de Santa Fe

En los meses siguientes, las provincias restantes se fueron adhiriendo al Pacto Federal:
Mendoza, Córdoba, Santiago del Estero y La Rioja en 1831. Al año siguiente,
Tucumán, San Juan, San Luis, Salta y Catamarca.

En cuanto terminó la guerra, los representantes de varias provincias anunciaron que, con
la pacificación interior, había llegado la ocasión esperada para la organización
constitucional del país. Pero Rosas argumentaba que primero se tenían que organizar las
provincias y luego el país, ya que la constitución debía ser el resultado escrito de una
organización que debía darse primero. Aprovechó una acusación del diputado
correntino Manuel Leiva para acusarlo de tener ideas anárquicas y retirar su
representante de la convención de Santa Fe. En agosto de 1832, la convención quedaba
disuelta, y la oportunidad de organizar constitucionalmente el país se pospuso por otros
veinte años.

Por un tiempo, el país quedó dividido en tres áreas de influencia: Cuyo y el noroeste, de
Quiroga; Córdoba y el litoral, de López; y Buenos Aires, de Rosas. Por unos años, este
triunvirato virtual gobernaría el país, aunque las relaciones entre ellos nunca fueron muy
buenas.12
Monumento ecuestre de Juan Manuel de Rosas. Plaza Intendente Seeber, Parque Tres de
Febrero, Buenos Aires. En uno de sus lados se recuerda su campaña al desierto.

En 1832, en carta a Quiroga, Rosas le dijo

... siendo federal por íntimo convencimiento, me subordinaría a ser unitario si el voto de
los pueblos fuese por la unidad.11

El gobierno de la provincia

El primer gobierno de Rosas en la Provincia de Buenos Aires fue un gobierno «de


orden»; no fue una tiranía despótica, aunque más tarde los historiadores harían
extensivas a su primer gobierno algunas características del segundo. En este primer
momento se apoyó en algunos de los dirigentes del Partido del Orden de la década
anterior, lo cual ha permitido que fuera acusado de ser el continuador del Partido
Unitario, aunque con el tiempo se distanciaría de ellos.

Entre los hechos negativos se le atribuyó responsabilidad en la invasión británica de las


islas Malvinas, aunque este hecho ocurrió el 3 de enero de 1833, durante el gobierno de
Balcarce, que había sucedido a Rosas, el cual estaba emprendiendo su campaña al
desierto. Estas islas, que habían sido objeto de disputa entre España e Inglaterra, se
encontraban en posesión de España al momento de declararse la independencia
argentina, e Inglaterra implícitamente reconoció la continuidad jurídica de los derechos
argentinos sobre las posesiones españolas al celebrar el tratado de Amistad, Comercio y
Navegación, firmado en Buenos Aires el 2 de febrero de 1825, a pocos años de la
Independencia argentina y ratificado por el gobierno británico en el mes de mayo de ese
mismo año. Además, las islas Malvinas habían sido pobladas por el Gobierno de
Buenos Aires y se había designado un gobernador.

Esta primera administración de Rosas fue, también, un gobierno progresista: se


fundaron pueblos, se reformaron el Código de Comercio y el de Disciplina Militar, se
reglamentó la autoridad de los jueces de paz de los pueblos del interior y se firmaron
tratados de paz con los caciques, con lo que se obtuvo una cierta tranquilidad en la
frontera.

No obstante, la supremacía lograda no estuvo asociada a un apoyo incondicional de toda


la población. Rosas debió enfrentar, por el contrario, una dura resistencia durante el
curso de su gobierno.

Interregno
Artículo principal: Época de Rosas: entre dos mandatos

A fines de 1832, la Legislatura de Buenos Aires reeligió a Rosas. Se dijo durante


muchos años que rechazó su reelección porque no se le concedían las facultades
extraordinarias, lo que no es exacto: no se sentía capaz de gobernar ―ni quería
hacerlo― sin la unanimidad de la opinión pública en su favor. Esperaría que lo llamaran
desesperadamente, mientras buscaba la forma de hacerse imprescindible.

En su lugar fue elegido Juan Ramón Balcarce, importante militar de la época de la


Guerra de la Independencia Argentina y jefe de un grupo federal no rosista, a quien
Rosas entregó el gobierno el 18 de diciembre de 1832.

Campaña al Desierto

Artículo principal: Campaña de Rosas al Desierto

La llanura pampeana bonaerense había estado sometida al dominio blanco apenas en


una franja estrecha junto al río Paraná y el río de la Plata, por lo menos hasta la década
de 1810. Desde entonces, la «frontera con el indio» se había adelantado hasta una línea
que pasaba aproximadamente por las actuales ciudades de Balcarce, Tandil y Las
Flores.

En cuanto Rosas dejó el gobierno a fines de 1832, a principios del siguiente año
coordinó la campaña con los de Mendoza, de San Luis y de Córdoba para hacer una
batida general, que además acompañaría a la otra que había comenzado a principios del
mismo año el general Manuel Bulnes en Chile y en el extremo noroeste de la Patagonia
oriental, específicamente en los alrededores de las lagunas de Epulafquen. La
comandancia general le fue ofrecida a Facundo Quiroga, pero este no participó en ella.
Rosas concentró y adiestró la tropa en su estancia de Los Cerrillos, cerca del fortín y
pueblo de San Miguel del Monte.

El 6 de febrero de 1833 fue aprobada la ley que autorizaba al Poder Ejecutivo a negociar
un crédito de un millón y medio de pesos m/c, para costear los gastos de la expedición,
aunque al poco tiempo, el ministro de Guerra comunicó que no podría hacerse cargo de
dicho objetivo, y por lo cual Rosas y Juan Nepomuceno Terrero terminaron
suministrando ganado vacuno y caballar para el abastecimiento, sumado a que sus
primos Anchorena, el doctor Miguel Mariano de Villegas,13 Victorio García de Zúñiga y
el entonces coronel Tomás Guido donaran dinero en efectivo para que pudieran
iniciarla,1415 por lo cual, pudieron partir de allí en marzo del citado año.
La columna oeste, al mando de José Félix Aldao, recorrió un territorio que había sido
«limpiado» de aborígenes recientemente, por lo que se limitó a llegar al río Colorado.
La del centro venció al cacique ranquel Yanquetruz y regresó rápidamente. La que hizo
la mayor parte de la campaña fue la del este, al mando del propio Rosas. Este se
estableció a orillas del río Colorado ―cerca de la actual localidad de Pedro Luro― y
envió cinco columnas hacia el sur y hacia el oeste, que consiguieron derrotar a los
caciques más importantes. A continuación firmó tratados de paz con otros, secundarios
hasta entonces, que se convirtieron en útiles aliados. Al año siguiente se sumó el más
importante de ellos, Calfucurá.

Durante los primeros años de su segundo gobierno, la política de Rosas para con los
indígenas alternó tratados de paz y donaciones con campañas de exterminio. Solo
después de la crisis que comenzó en 1839 la cambió por una política de paz permanente.

La campaña también incorporó científicos que reunieron información sobre la zona


recorrida, pero las regiones desérticas quedaron en manos de los indígenas. Recibió
además la visita del científico Charles Darwin, quien en su diario de viaje describió
parte de la campaña:

Los indios formaban un grupo de unas 110 personas (hombres, mujeres y niños); casi
todos fueron hechos prisioneros o muertos, pues los soldados no dan cuartel a ningún
hombre. Los indios sienten actualmente un terror tan grande, que ya no se resisten en
masa; cada cual se apresura a huir por separado, abandonando a mujeres e hijos. [...] Sin
disputa, esas escenas son horribles, ¡pero cuánto más horrible todavía es el hecho cierto
de que los soldados dan muerte a sangre fría a todas las indias que parecen tener más de
veinte años! Y cuando yo ―en nombre de la humanidad― protesté, se me replicó:
«¿Qué otra cosa podemos hacer? ¡Tienen tantos hijos esas salvajes!».16

Iconografía de 1833.

Se aseguró la tranquilidad para los campos y pueblos ya formados, y se logró un


relativo avance en el sudoeste de la provincia, pero los adelantos de la frontera fueron
mucho menos espectaculares que los logrados en la Conquista del Desierto emprendida
muy posteriormente por el general Julio Argentino Roca en 1879.
Lo más importante que logró Rosas fue poner de su lado al ejército, a los estancieros y
la opinión pública. Y el agradecimiento de las provincias de Mendoza, San Luis,
Córdoba y Santa Fe, que se vieron libres de saqueos importantes por muchos años. Sin
embargo, el único grupo de aborígenes que no fue totalmente dominado, los ranqueles,
siguió siendo visto como un problema para los habitantes de estas provincias.

El precio a pagar por la paz fue sostener a las tribus amigas con entregas anuales de
ganado, caballos, harina, tejidos y aguardiente. A partir de este momento, las tribus
cazadoras dependieron de las entregas de alimentos, y fueron considerados por los
bonaerenses como costosos parásitos del erario público, olvidando que ―desde el punto
de vista de Rosas― los pagos eran un precio a pagar por el uso de territorios que ellos
consideraban suyos. Esta actitud pacificadora, y el cumplimiento de los pactos
celebrados, le ganaron a Rosas el respeto de algunos de los jefes de los indios amigos.
Cuando este asumió por segunda vez la gobernación de la provincia, el cacique Catriel
en Tapalqué declaró:

Juan Manuel es mi amigo. Nunca me ha engañado. Yo y todos mis indios moriremos


por él. Si no hubiera sido por Juan Manuel no viviríamos como vivimos en fraternidad
con los cristianos y entre ellos. Mientras viva Juan Manuel todos seremos felices y
pasaremos una vida tranquila al lado de nuestras esposas e hijos. Todos los que están
aquí pueden atestiguar que lo que Juan Manuel nos ha dicho y aconsejado ha salido
bien.17

Años después de la caída de Rosas, el mismo Catriel señalaba:

Nuestro hermano Juan Manuel indio rubio y gigante que vino al desierto pasando a nado
el Samborombón y el Salado y que jineteaba y boleaba como los indios y se loncoteaba
con los indios y que nos regaló vacas, yeguas, caña y prendas de plata, mientras él fue
Cacique General nunca los indios malones invadimos, por la amistad que teníamos por
Juan Manuel. Y cuando los cristianos lo echaron y lo desterraron, invadimos todos
juntos
citado por Julio A. Costa en Roca y Tejedor18

Más tarde, el propio Rosas dirigió la redacción de una Gramática de la lengua pampa.

En esta campaña se destacaron algunos oficiales que formaron la siguiente generación


de militares porteños: Pedro Ramos, Ángel Pacheco, Domingo Sosa, Hilario Lagos,
Mariano Maza, Jerónimo Costa, Pedro Castelli y Vicente González (el Carancho del
Monte).

Un elemento característico de la campaña fueron los llamados santos, que eran


pequeños mensajes que servían de comunicación entre Buenos Aires y la expedición por
intermedio de un sistema de 21 postas establecidas durante la campaña.

La Revolución de los Restauradores

Artículo principal: Revolución de los Restauradores

Mientras Juan Manuel de Rosas estaba en su campamento del río Colorado, los
desacuerdos internos del partido federal iban en aumento. Una de las fracciones era
ideológicamente liberal y deseaba la organización constitucional; en sus filas militaban
el gobernador Balcarce y sus ministros Enrique Martínez y Félix Olazábal. Sus
adversarios, leales a Rosas, los llamaban lomos negros debido a que el reverso de la
lista en la cual se postulaban era de color negro. En el partido de Rosas figuraban
estancieros, militares y comerciantes minoristas.

El enfrentamiento se condujo principalmente en la prensa, dividida en dos bandos, que


se atacaban escandalosamente; el gobierno decidió procesar a varios periódicos tanto
opositores como oficialistas. Entonces se puso en acción Encarnación Ezcurra, esposa y
consejera de Rosas, que reunía diariamente a sus aliados en su casa, y organizaba las
manifestaciones.

Cuando se anunció el juicio a los periódicos, uno de ellos era llamado «El Restaurador
de las Leyes». Encarnación hizo empapelar la ciudad con la noticia de que iba a ser
enjuiciado el Restaurador, lo que la gente interpretó como un juicio al jefe del partido
federal. Se produjo una gran manifestación, y sus participantes se reunieron en las
afueras de la ciudad; el general Agustín de Pinedo, quien había sido enviado a reprimir
la manifestación, sublevó a sus hombres y asumió el liderazgo de la manifestación
convirtiéndola en un sitio a la ciudad. Unos días más tarde Balcarce renuncia.

Cabe destacar, como lo hace el historiador José María Rosa, que ésta es una revolución
muy peculiar para la época:

no fue una “revolución” en el sentido que hoy damos a la palabra, sino una retirada del
pueblo a Barracas, una huelga general –la primera de nuestra historia– sin combates ni
luchas callejeras. Resultan inútiles los “vigilantes” de Balcarce, que defeccionan
plegándose a los restauradores; inútiles sus regimientos, que desobedecen a sus jefes.19

Bandera militar argentina usada por los regimientos federales.

Tras la caída de Balcarce, la Sala nombra al general Juan José Viamonte, heredando la
fragilidad política de su antecesor.

Unos meses después llegaba Rosas a Buenos Aires, y Viamonte se vio obligado a
renunciar. En su lugar fue elegido Rosas, pero no aceptó porque no se le concedían las
facultades extraordinarias. No se sentía capaz de gobernar bajo las limitaciones de un
estado de derecho. Fue elegido gobernador su amigo Manuel Vicente Maza, presidente
de la legislatura.

Segundo gobierno
Artículo principal: Segundo gobierno de Rosas
Delegación de la Suma del Poder Público sobre el gobernador bonaerense Juan Manuel
de Rosas.

Al estallar un conflicto que se había suscitado entre Salta y Tucumán, Rosas logró que
el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Manuel Vicente Maza, enviara como
mediador al general Facundo Quiroga, que residía en Buenos Aires. En el trayecto, este
fue emboscado y asesinado en Barranca Yaco, provincia de Córdoba, el 16 de febrero
de 1835 por Santos Pérez, un sicario vinculado a los hermanos Reynafé, que
gobernaban Córdoba.

La muerte de Quiroga provocó un clima de inestabilidad y violencia, por lo que Maza


presentó su renuncia el 7 de marzo de ese año. La Legislatura de Buenos Aires llamó a
Rosas para que se hiciera cargo del gobierno provincial. Rosas condicionó su aceptación
a que se le otorgase la «suma del poder público», por la cual la representación y
ejercicio de los tres poderes del estado recaerían en el gobernador, sin necesidad de
rendir cuenta de su ejercicio. La legislatura aceptó esta imposición, dictando ese mismo
día la correspondiente ley.

La suma del poder público se le otorgó con el compromiso de:

1. Conservar, defender y proteger la religión católica.


2. Sostener la causa nacional de la Federación.
3. El ejercicio de la suma del poder público duraría «todo el tiempo que el
Gobernador considere necesario».

No disolvió la legislatura ni los tribunales; por el momento, la suma del poder aparecía
como la sanción legal del carácter excepcional que tenía su mandato. La naturaleza
dictatorial de esa institución política afloraría más tarde, cuando Rosas hiciera uso de
todo ese poder.

Por otro lado este asesinato provocó un desbalance en las figuras dominantes de la
política argentina: al morir Quiroga, solo quedarían como posibles líderes federales
Rosas y López. Este, en tanto que protector de los Reynafé, quedó muy debilitado; y
moriría a mediados de 1838. A medida que pasaba el tiempo, la persuasión de su
diplomacia y la habilidad de su dirigencia le granjearía a Rosas el respeto y
acompañamiento de otros caudillos del interior, como Juan Felipe Ibarra, de Santiago
del Estero, y José Félix Aldao, de Mendoza.

Debido a que el país no contaba por entonces con una constitución propia ―su caída
sería, en 1853, condición necesaria para su sanción― los poderes de los que gozó Rosas
en su segundo mandato han sido superiores a los de un presidente de facto, ya que
dentro de estos incluyó el de administrar justicia, aunque no se debe restarle importancia
a la legislación en la que se movía Rosas en su época, particularmente las leyes de
Indias y el Pacto federal, ya que se suele creer que Rosas actuaba en la política
argentina sin freno alguno, pero sus cartas y sus documentos personales dejan observar
la gran fidelidad que le tenía este a la legislación dada por el imperio Español y que se
mantuvo vigente hasta 1853. Gran parte de la historiografía argentina sigue
considerando a Rosas un dictador o un tirano, mientras que la corriente revisionista le
niega tal carácter, considerándolo un defensor de la soberanía nacional.

Antes de asumir como gobernador, el Restaurador exigió que se realizara un plebiscito


que confirmara el apoyo popular a su elección. El plebiscito se realizó entre los días 26
y 28 de marzo de 1835 y su resultado fue 9.713 votos a favor y 7 en contra. Por esos
tiempos la provincia de Buenos Aires contaba con 60.000 habitantes, de los cuales no
accedían al sufragio las mujeres ni los niños.

La Sala de Representantes nombró gobernador a Rosas el día 13 de abril de 1835 por el


quinquenio que comprendía de 1835 a 1840.

El discurso que pronunció Rosas en el Fuerte, sede del gobierno provincial, al momento
de la asunción de su segundo mandato como gobernador caracterizaría su posición
frente a sus opositores:

La divina providencia me ha puesto en esta terrible situación. Combatamos con denuedo


a aquellos que han puesto en confusión nuestra tierra; persigamos de muerte al impío, al
ladrón, al sacrílego, y sobre todo al pérfido traidor que tenga la osadía de burlarse de
nuestra buena fe.¡Que de esa raza de monstruos no quede uno entre nosotros y que su
persecución sea tan tenaz y vigorosa que sirva de terror y de espanto a los demás que
puedan venir en adelante! Nos arredre ninguna clase de peligro, ni el temor de errar en
los medios que adoptemos para perseguirlos.20

Rosas asumió su nuevo gobierno con la suma del poder público que utilizó para hostigar
a sus disidentes fueran estos federales o unitarios.

No se tiene aún noticia de ciudadano alguno que no fuese a votar. Debo decirlo en
obsequio de la verdad histórica, nunca hubo un gobierno más popular, y deseado, ni más
bien sostenido por la opinión. Los unitarios que en nada habían tomado parte, lo
recibían al menos con indiferencia, los federales lomos negros, con desdén, pero sin
oposición; los ciudadanos pacíficos lo esperaban como una bendición y un término a las
crueles oscilaciones de dos largos años; la campaña, en fin, como el símbolo de su
poder y la humillación de los cajetillas de la CIUDAD. [...]

Concibese como ha podido suceder que en una provincia de cuatrocientos mil


habitantes, según lo asegura la Gaceta, solo hubiese tres votos contrarios al gobierno?
Seria acaso que los disidentes no votaron? Nada de eso! No se tiene aún noticia de
ciudadano alguno que no fuese a votar; los enfermos se levantaron de la cama a ir a dar
su asentimiento, temerosos de que sus nombres fueran inscritos en algún negro registro;
porque así se había insinuado. [...]

El terror estaba ya en la atmósfera, y aunque el trueno no había estallado aún, todos


veían la nube negra y torva que venía cubriendo el cielo.
Domingo Faustino Sarmiento21

En este sentido, un retrato vívido de esa época ha sido el legado por la pluma de Esteban
Echeverría en El matadero, cuento precursor del realismo rioplatense que transcurre en
la provincia de Buenos Aires durante la década de 1830. Desde la óptica opositora,
Echeverría describió las contiendas entre unitarios y federales, y las figuras del caudillo
Rosas y sus seguidores, atribuyendo a estos últimos cualidades brutales y sanguinarias.

En cuanto asumió, Rosas ordenó la captura de Santos Pérez y los Reynafé, y tras un
juicio que tardó años, fueron condenados a muerte y ejecutados. El juicio le dio a Rosas
una autoridad nacional en un ámbito inesperado: su provincia tenía un tribunal penal de
autoridad nacional. Esa autoridad no era legal pero era real, y aportó cierta unidad a la
administración nacional.

Eliminó de todos los cargos públicos a sus opositores: expulsó a todos los empleados
públicos que no fueran federales «netos», y borró del escalafón militar a los oficiales
sospechosos de ser opositores, incluyendo a los exiliados. A continuación hizo
obligatorio el lema de «Federación o muerte», que sería gradualmente reemplazado por
«¡Mueran los salvajes unitarios!», para encabezar todos los documentos públicos; e
impuso a los empleados públicos y militares el uso del cintillo punzó, que pronto sería
usado por todos.

Entre los funcionarios separados de su cargo por orden del gobernador estuvo el doctor
Miguel Mariano de Villegas, que fuera decano del Superior Tribunal de Justicia, por no
merecer la confianza del gobierno.22

Por oposición, más tarde los unitarios llevarían divisas celestes, lo que tendría un
resultado inesperado: la bandera argentina era, hasta ese momento, de color azul y
blanco. Los ejércitos de Rosas la empezaron a usar con un color azul oscuro, casi
violeta; para diferenciarse, los unitarios la utilizaron de color celeste y blanco.23

Para conseguir sus objetivos políticos Rosas contó también con el apoyo de la Sociedad
Popular Restauradora, con la cual en esa época se vinculaba especialmente su esposa
Encarnación, integrada por el grupo más leal de sus partidarios. Y a través del cuerpo
parapolicial de la Mazorca, que volvió a actuar en la persecución de sus adversarios.
Una vez que logró consolidar su poder, impuso los criterios federales y formó alianzas
con los líderes de las demás provincias argentinas, logrando el control del comercio y de
los asuntos exteriores de la Confederación.

La Ley de Aduanas

Artículo principal: Ley de Aduana de 1835

El gobernador de Corrientes, Pedro Ferré, realizó un enérgico planteo reclamando


medidas proteccionistas para los productos de origen local, cuya producción se
deterioraba debido a la política de libre comercio de Buenos Aires.

El 18 de diciembre de 1835, Rosas sancionó la Ley de Aduanas en respuesta a ese


planteo, que determinaba la prohibición de importar algunos productos y el
establecimiento de aranceles para otros casos. En cambio mantenía bajos los impuestos
de importación a las máquinas y los minerales que no se producían en el país. Con esta
medida buscaba ganarse la buena voluntad de las provincias, sin ceder lo esencial, que
eran las entradas de la Aduana. Estas medidas impulsaron notablemente el mercado
interno y la producción del interior del país. Merced a la privilegiada posición que
ocupa Buenos Aires, esta se consolidó como la principal ciudad comercial del país,
dado que era mucho más rentable comerciar con Buenos Aires que con otras ciudades
río o tierra adentro.

Se nacía de un impuesto básico de importación del 17% y se iba aumentando para


proteger a los productos más vulnerables. Las importaciones vitales, como el acero, el
latón, el carbón y las herramientas agrícolas pagaban un impuesto del 5%. El azúcar, las
bebidas y productos alimenticios el 24%. El calzado, ropas, muebles, vinos, coñac,
licores, tabaco, aceite y algunos artículos de cuero el 35%. La cerveza, la harina y las
papas el 50%.

El efecto inesperado, pero que Rosas había considerado correctamente, era que
disminuyeron las importaciones, pero el crecimiento del mercado interno compensó esa
caída. De hecho, los impuestos por importación aumentaron significativamente. Más
tarde, bajo el efecto de los bloqueos, se redujeron estas tasas de importación (sin llegar a
ser tan bajos como lo fueron antes y después del gobierno de Rosas).

Simultáneamente, pretendió obligar a Paraguay a incorporarse a la Confederación


Argentina ahogándola económicamente, para lo cual impuso una fuerte contribución al
tabaco y los cigarros. Como temía que entraran de contrabando por Corrientes, esos
impuestos alcanzaron también a los productos correntinos. La medida contra el
Paraguay fracasó, pero tendría graves consecuencias respecto de Corrientes.

Su política económica fue decididamente conservadora: controló los gastos al máximo,


y mantuvo un equilibrio fiscal precario sin emisiones de moneda ni endeudamiento.
Tampoco pagó la deuda externa contraída en tiempos de Rivadavia, salvo en pequeñas
sumas durante los pocos años en que el Río de la Plata no estuvo bloqueado. El papel
moneda porteño mantuvo muy estable su valor y circuló por todo el país, reemplazando
a la moneda metálica boliviana, con lo cual contribuyó a la unificación monetaria del
país. El Banco Nacional fundado por Rivadavia estaba controlado por comerciantes
ingleses y había provocado una grave crisis monetaria con continuas emisiones de papel
moneda, continuamente depreciado. En 1836, Rosas lo declaró desaparecido, y en su
lugar fundó el Banco de la Provincia de Buenos Aires.n 1

Su administración era sumamente prolija, anotando y revisando puntillosamente los


gastos e ingresos públicos, y publicándolos casi mensualmente. Incluso, cuando más
tarde castigó a sus enemigos con embargos de sus bienes ―no realizó confiscaciones, a
diferencia de lo que hizo Lavalle antes que él, o Valentín Alsina y Pastor Obligado
después―, hizo que se les entregaran a los parientes de los así castigados recibos
detallados de todo lo embargado.

La política exterior

En el norte, las ambiciones del dictador boliviano Andrés de Santa Cruz, que dominaba
la recién fundada Confederación Perú-Boliviana y quiso invadir Jujuy y Salta con el
apoyo de algunos emigrados unitarios, llevaron a una guerra entre esos países y
Argentina. La guerra estuvo a cargo de Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán.
Este era el último de los caudillos federales que hizo alguna sombra a Rosas, pero el
Restaurador logró disciplinarlo por medio de la financiación de esta guerra. A fines de
1838, con el asesinato de Heredia a manos de uno de sus oficiales, se paralizaron las
operaciones y desapareció su último competidor federal. Los adversarios internos que
aparecerían desde el año siguiente ya no serían competidores por el control del
federalismo, sino decididamente enemigos del sistema rosista.

Las relaciones con Brasil fueron muy malas, pero nunca se llegó a la guerra, por lo
menos hasta la crisis que desembocaría en la Batalla de Caseros. Nunca hubo problemas
con Chile, aunque en ese país se refugiaban muchos opositores, que llegaron a lanzar
algunas expediciones desde allí contra las provincias argentinas. El Paraguay proclamó
su independencia y la anunció oficialmente a Rosas, que respondió que no estaba en
condiciones de reconocer ni desconocer esa declaración. En la práctica, su pretensión
era reincorporar la antigua provincia del Paraguay a la Confederación, por lo cual
mantuvo el bloqueo de los ríos interiores, a fin de forzar al Paraguay a negociar. El
Paraguay respondió aliándose con los enemigos de Rosas, pero nunca hubo
enfrentamiento alguno entre ambos ejércitos ni escuadras.

En Uruguay, el nuevo presidente Manuel Oribe se libró de la tutoría de su antecesor


Fructuoso Rivera; pero este, con apoyo de unitarios de Montevideo (entre ellos Lavalle)
y de los imperiales brasileños establecidos en Río Grande del Sur, formó el partido
«colorado» ―al que Oribe le opuso el partido «blanco»― y se lanzó a la revolución
iniciándose la llamada Guerra Grande. A mediados de 1838 comenzó el sitio de parte de
los colorados al gobierno, resguardado tras los muros de Montevideo. Los colorados
tuvieron desde el primer momento el apoyo de la flota francesa y el protectorado
brasileño. Ante esto, Oribe renunció en octubre de 1838, dejando en claro que lo había
obligado una flota extranjera, y se retiró a Buenos Aires.

El bloqueo francés

Artículo principal: Bloqueo francés al Río de la Plata

Los peores problemas empezaron con Francia: la política exterior francesa había
permanecido en un perfil bajo por dos décadas, hasta que el rey Luis Felipe intentó
recuperar para Francia su papel de gran potencia, obligando a varios países débiles a
hacerle concesiones comerciales y, cuando era posible, reducirlos a protectorados o
colonias. Ese fue el caso de Argelia, por solo citar un ejemplo. Desde 1830, Francia
buscaba aumentar su influencia en América Latina y, especialmente, lograr la expansión
de su comercio exterior. Consciente del poder inglés, en 1838 el rey Luis Felipe exponía
ante el parlamento que «solo con el apoyo de una poderosa marina podrían abrirse
nuevos mercados a los productos franceses».

En noviembre de 1837, el vicecónsul francés se presentó al ministro de relaciones


exteriores, Felipe Arana, exigiéndole la liberación de dos presos de nacionalidad
francesa, el grabador César Hipólito Bacle, acusado de espionaje a favor de Santa Cruz,
y el contrabandista Lavié. También reclamaba un acuerdo similar al que tenía la
Confederación Argentina con Inglaterra y la excepción del servicio militar para sus
ciudadanos (que en ese momento eran dos).

Arana rechazó las exigencias, y meses más tarde, en marzo de 1838 la armada francesa
bloqueó «el puerto de Buenos Aires y todo el litoral del río perteneciente a la República
Argentina». Y lo extendió a las demás provincias litorales, para debilitar la alianza de
Rosas con ellas, ofreciendo levantar el bloqueo contra cada provincia que rompiera con
él.

También en octubre de 1838, la escuadra francesa atacó la isla Martín García,


derrotando con sus cañones y su numerosa infantería a las fuerzas del coronel Jerónimo
Costa y del mayor Juan Bautista Thorne. Debido al desempeño honroso y valiente
demostrado por los argentinos, fueron conducidos a Buenos Aires y dejados en libertad,
con una nota del comandante francés Hipólito Daguenet, haciendo saber tal
circunstancia a Rosas, en los siguientes términos:

...Encargado por el Señor Almirante Le Blanc, comandante en jefe de la estación del


Brasil, y de los mares del Sud, de apoderarme de la isla de Martín García con las fuerzas
puestas a mi disposición para tal objeto, desempeñé el 14 de este la misión que me había
sido confiada. Ella me ha presentado la oportunidad de apreciar los talentos militares del
bravo coronel Costa, gobernador de esa isla y de su animosa lealtad hacia su país. Esta
opinión tan francamente manifestada es también la de los capitanes de corbetas
francesas la Expéditive y la Bordelaise, testigos de la increíble actividad del señor
coronel Costa, como de las acertadas disposiciones tomadas por este oficial superior,
para la defensa de la importante posición que estaba encargado de conservar. Lleno de
estimación por él he creído que no podría darle una prueba mejor de los sentimientos
que me ha inspirado, que manifestando a V. E. su bizarra conducta durante el ataque
dirigido contra él, el 11 del corriente, por fuerzas muy superiores a las de su mando...

El bloqueo afectó mucho la economía de la provincia, al cerrar las posibilidades de


exportar. Eso dejó muy descontentos a los ganaderos y a los comerciantes, muchos de
los cuales se pasaron silenciosamente a la oposición.

Sobre el reclamo particular de Francia, esto es, la exención del servicio de armas para
sus súbditos, el gobierno de Buenos Aires retrasó la respuesta por más de dos años.
Rosas no se oponía a reconocer a los residentes franceses en el Río de la Plata el
derecho a un trato similar al que se daba a los ingleses, pero solo estuvo dispuesto a
reconocerlo cuando Francia envió un ministro plenipotenciario, con plenos poderes para
la firma de un tratado. Eso significaba un trato de igual a igual, y un reconocimiento de
la Confederación Argentina como un estado soberano.

El periodismo controlado

Con la llegada de Rosas al poder se dio por finalizada cualquier posibilidad de libertad
de expresión en el periodismo de Buenos Aires.[cita  requerida]

A partir de 1829 ya no se publicaron periódicos de orientación ideológica unitaria o que


simpatizaran con los unitarios. Hubo emigraciones en masa de periodistas y hombres de
letras a Montevideo. Toda la prensa de Buenos Aires fue oficialista y apoyó las políticas
de Rosas sin ningún cuestionamiento.

En el breve plazo de dos años, entre 1833 y 1835, desaparecieron la mayoría de los
periódicos. En 1833 había 43 periódicos en total. En 1835 quedaban solamente tres.
Entre los periódicos más importantes clausurados por el restaurador estaban El
Defensor de los Derechos Humanos, El Constitucional, El Iris, El Amigo del País, El
Imparcial y El Censor Argentino.24

Los rosistas se encargaron de abrir nuevas publicaciones. Algunos de los periódicos más
importantes de esa época fueron El Torito de los muchachos, El Torito del Once, Nuevo
Tribuno, El Diario de la Tarde, El Restaurador de las Leyes, El Lucero y El Monitor,
todos ellos fuertemente rosistas, dedicados a exaltar la figura del Restaurador de las
Leyes, y criticar a los unitarios.

La generación del '37

En 1837 surgió un grupo de jóvenes intelectuales que comenzó a reunirse en la librería


de Marcos Sastre. Entre ellos se contaban Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi,
Juan María Gutiérrez, José Mármol y Vicente Fidel López. Su pensamiento se
identificaba con la clase política que había protagonizado el proceso independentista
hasta la organización unitaria de 1824 y adhería a las ideas del romanticismo europeo y
la democracia liberal.

Este grupo logró cierta influencia a partir de dos instituciones: el Salón Literario,
clausurado por orden de Rosas, y La Joven Argentina, sociedad secreta fundada por
Echeverría en 1838.

Estos jóvenes, constituyentes de la segunda generación criolla, intentaron ser una


alternativa a federales y unitarios. Ellos propiciaron una organización nacional mixta, la
modificación de las costumbres sociales y la necesidad de contar con una literatura
nacional. Tanto sus ideas como sus acciones tuvieron una gran influencia en la
organización nacional y el proceso constitucional posterior a la caída de Rosas. Algunos
historiadores revisionistas los acusan de considerar todo lo europeo superior a lo
americano o español, de querer trasplantar Europa a América sin considerar a los
americanos, y de aliarse a los enemigos extranjeros de su gobierno, traicionándolo.

Todos ellos se pronunciaron en contra de las políticas de Rosas y respecto de su política


contra las potencias extranjeras, especialmente de Francia. Todos ellos fueron
perseguidos por la Mazorca, brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora. Todos
ellos terminaron por exiliarse. La gran mayoría pasó a Montevideo. Otros, como
Domingo Faustino Sarmiento, emigraron a Santiago de Chile. En el exilio se
confundieron con los opositores refugiados, los más antiguos de los cuales eran los
unitarios, a los que se habían sumado los lomos negros de la época de Balcarce;
formarían un grupo más o menos homogéneo, globalmente llamados «unitarios» por los
partidarios de Rosas.

Palermo de San Benito

Residencia de Rosas en San Benito de Palermo, actual Parque 3 de Febrero. Terminada


hacia 1848, fue abandonada con su exilio y demolida en 1899.

Mientras tanto, Juan Manuel de Rosas había avanzado en la compra de una gran
cantidad de terrenos y propiedades en la zona conocida como «bañado de Palermo», en
Buenos Aires. Aunque las fuentes arrojan diversas fechas, sería entre 1836 y 1838 que
el Gobernador habría comenzado con su proyecto personal para construir su nueva
residencia y quinta en esta región alejada del centro porteño.2526

Durante los siguientes diez años, Rosas emprendió el ambicioso y costoso proyecto, que
incluía no solo una imponente casona, la más grande de Buenos Aires en aquel
momento, sino un estanque artificial con un canal, varias dependencias y el arbolado y
parquizado de un área importante. Hacia 1848, se habría instalado definitivamente en la
estancia que él mismo bautizó Palermo de San Benito y también conocida como San
Benito de Palermo, nombre sobre el cual existen aún hoy diversas hipótesis que no
pudieron ser confirmadas.25

La guerra civil del '40


Campamento de Rosas en Palermo, por Fiorini, 1835

En junio de 1838 llegó a Buenos Aires el ministro de gobierno santafesino Domingo


Cullen, con la misión de obtener un acercamiento entre Rosas y la flota francesa. Pero al
parecer se extralimitó en sus órdenes, y negoció con el jefe de la flota el levantamiento
de la misma para su provincia, a cambio de ayudar a Francia contra Rosas y suprimir la
delegación que su provincia había hecho de las relaciones exteriores en la de Buenos
Aires. Pero a mitad de la negociación murió el gobernador Estanislao López, por lo que
Cullen huyó a Santa Fe. Allí se hizo elegir gobernador, pero Rosas y el entrerriano
Pascual Echagüe lo desconocieron como tal, con la excusa de que era español. Fue
depuesto y reemplazado por Juan Pablo López, hermano de su antecesor.

Cullen huyó a Santiago del Estero y se refugió en casa del gobernador Ibarra, desde
donde logró organizar una invasión a la provincia de Córdoba por parte de los
opositores al gobernador Manuel López. Estos fueron derrotados, e Ibarra envió a
Cullen preso a Buenos Aires. Al llegar al límite de la provincia de Buenos Aires, fue
fusilado por el coronel Pedro Ramos en junio de 1839.

Cullen había enviado a su ministro Manuel Leiva a negociar con el gobernador


correntino Genaro Berón de Astrada una alianza contra Rosas, que el correntino aceptó.
Pero ante la caída de Cullen, buscó apoyo en el uruguayo Rivera, con quien firmó un
tratado de alianza, que este nunca cumplió. Berón de Astrada declaró así la guerra
contra Buenos Aires y Entre Ríos. El gobernador Echagüe invadió Corrientes y destrozó
al ejército enemigo en la batalla de Pago Largo, donde Berón pagó la derrota con su
vida.

En mayo, con apoyo y dinero porteño, Echagüe invadió Uruguay, con apoyo de un gran
número de militares «blancos», dirigidos por Juan Antonio Lavalleja, Servando Gómez
y Eugenio Garzón. Llegó hasta muy cerca de Montevideo, pero fue derrotado en la
batalla de Cagancha.

El gobierno francés no consiguió mucho con su bloqueo, por lo que decidió financiar
campañas militares contra Rosas, tanto pagando un fuerte subsidio al gobierno de
Rivera, como a los unitarios organizados en la Comisión Argentina, dirigida por
Valentín Alsina. Estos buscaron un jefe militar prestigioso para dirigir la revolución, y
la elección cayó en Lavalle, a quien Alberdi convenció de ponerse al frente de las
tropas.

Al producirse el ataque de Echagüe a Uruguay, Lavalle decidió aprovechar para invadir


Entre Ríos. Como no consiguió apoyo alguno en esa provincia para su cruzada contra
Rosas, se dirigió a Corrientes, donde el gobernador Ferré lo puso al mando de su
ejército.

Lo primero que hizo Ferré fue lanzar contra Santa Fe al fundador de la autonomía
provincial, Mariano Vera, pero este fue rápidamente derrotado y muerto.

La revolución de los Libres del Sur

Artículo principal: Libres del Sur

En la propia ciudad de Buenos Aires se gestó un movimiento en contra del gobernador


Rosas, para impedir que fuera reelecto como gobernador de la provincia. El mando
militar fue asumido por el coronel Ramón Maza, hijo del presidente de la legislatura
provincial, Manuel Vicente Maza. Simultáneamente, en el sur de la provincia de Buenos
Aires, a 200 kilómetros de la ciudad, se organizó otro grupo opositor, llamado los
Libres del Sur, encabezado por los ganaderos alarmados por la caída de las
exportaciones y por la posible pérdida de sus derechos que habían obtenido sobre sus
tierras por el vencimiento de la ley de enfiteusis, ya que a muchos de ellos, Rosas ―por
considerarlos opositores― les había negado la venta de sus campos a pesar de que había
sido sancionada una ley provincial que había dispuesto su enajenación. Planificaron una
revolución en contra del gobernador que se extendió rápidamente por todo el sur
provincial. Contaban con el apoyo de Lavalle, que debía desembarcar en la bahía de
Samborombón.

Pero todo salió mal: no pudieron contar con la ayuda de Lavalle, quien se dirigió a Entre
Ríos para invadirla, privando a los revolucionarios de sus tropas. Asimismo el grupo de
Maza fue delatado: el examigo de Rosas fue asesinado en su despacho oficial y su hijo
—el propio jefe militar— fusilado por orden de Rosas en la cárcel. Los Libres del Sur,
descubiertos, se lanzaron a la insurrección pero apenas dos semanas más tarde fueron
derrotados por Prudencio Rosas, hermano del gobernador, en la batalla de Chascomús.
Los cabecillas murieron en la batalla, otros fueron ejecutados o encarcelados y algunos
debieron exiliarse.

La Coalición del Norte

Artículo principal: Coalición del Norte

Desde la muerte de Heredia, los unitarios del norte se habían ido organizando y
empezaron a controlar los gobiernos de Tucumán, Salta, Jujuy y Catamarca.

Rosas recordó que tenían en su poder el armamento enviado por él para la guerra contra
Bolivia, y decidió mandar un emisario para quitárselo antes de que se pronunciaran
contra él. La elección fue uno de los más serios y evidentes errores en toda la carrera del
Restaurador: el general Gregorio Aráoz de Lamadrid, líder unitario tucumano de la
década anterior, que al llegar a Tucumán cambió de bando y se unió a los rebeldes.
Estos se pronunciaron contra Rosas y formaron la Coalición del Norte, dirigida por el
ministro tucumano Marco Avellaneda. Intentaron extender la alianza seduciendo a los
gobernadores Tomás Brizuela, de La Rioja, e Ibarra, de Santiago del Estero. Ambos
eran federales, pero al primero lo convencieron dándole el mando militar supremo;
Ibarra se negó.
A fines de 1840, Lamadrid invadió Córdoba, donde un grupo de liberales derrocó a
Manuel López. Incluso intentaron revoluciones en San Luis y Mendoza, pero ambas
fracasaron.

Campañas de Lavalle

Lavalle invadió Entre Ríos y enfrentó a Echagüe en dos batallas indecisas. Se refugió en
la costa sur de la provincia y se embarcó en la flota francesa, desembarcando en el norte
de la provincia de Buenos Aires. Esquivó al general Pacheco y se dirigió hacia Buenos
Aires, estableciéndose en Merlo, y allí esperó que la ciudad se pronunciara a su favor.

Rosas organizó su cuartel general en los Santos Lugares ―actualmente San Andrés,
Partido de General San Martín―, el mismo cuartel que más tarde se haría famoso por
los prisioneros recluidos allí y por el fusilamiento de Camila O’Gorman. Le cerró el
paso hacia la capital, mientras Pacheco lo rodeaba por el norte. Mientras tanto, el
ejército de Lavalle se desarmaba por las deserciones, y la ciudad apoyó
incondicionalmente a Rosas.

Entonces Lavalle retrocedió. Todos los unitarios lo criticaron mucho por esa decisión,
pero realmente no podía hacer otra cosa.

La retirada de Lavalle hizo que los franceses firmaran la paz con Rosas y levantaran el
bloqueo. Lavalle, sin apoyo naval, ocupó Santa Fe, pero su ejército seguía
disminuyendo. Por su parte, Rosas lanzó en su persecución a Pacheco, y poco después
puso a Oribe al mando del ejército federal.

Terrorismo

El mes de octubre de 1840 es conocido como «mes del terror» u «octubre rojo» por la
historiografía liberal argentina. Rosas es sindicado como el instigador de una gran
matanza de partidarios unitarios a través de su organización parapolicial, La Mazorca.

Lo cierto es que en ese mes fueron asesinadas veinte personas, de las que sólo siete eran
unitarias. Los homicidios se cometieron de noche, en la calle y por linchamiento
popular o por la represión de tales.27

Los símbolos de los unitarios, e incluso los objetos de colores identificados con los
unitarios ―celeste y verde―, fueron destruidos. Las casas, la ropa, los uniformes: todo
lo que pudiera colorearse fue pintado de color rojo.

El 31 de octubre se firmó la paz con Francia y fue posible devolver la policía a la


ciudad. Inmediatamente Rosas anunció que a cualquiera que se lo descubriera violando
una casa, robando o asesinando se lo pasaría por las armas. La violencia se detuvo el
mismo día.27

Algunos historiadores extienden la imagen de esas semanas de violencia a todo su


gobierno, mientras que otros sostienen que no fue así. De hecho, Rosas usó más el terror
como idea para presionar las conciencias que para eliminar personas.28
Para Néstor Montezanti «no puede decirse que Rosas haya sido un gobernante terrorista
ni que haya usado habitualmente el terror como modo de mantenerse o consolidarse en
el gobierno. Sí es cierto que, excepcionalmente, en dos oportunidades en diecisiete años
se valió de él en épocas de grave conmoción, cuando el peligro se cernía cierto sobre su
gobierno y la causa nacional que él encarnaba. Aun en estas circunstancias el uso fue
moderado, ya que la mayoría de los crímenes obedeció a exaltaciones fanáticas y no a
instrucciones del Dictador, quien se limitó a abrir las válvulas de compresión del
apasionamiento social.»29

Sin embargo Rosas no solo no ordenó los asesinatos sino que los combatió, como lo
demuestra una notificación a los jefes de las fuerzas de seguridad del 19 de abril de
1842 —mes en el que hubo un fuerte rebrote de los linchamientos populares— que
afirma que el gobernador «ha mirado con el más serio y profundo desagrado los
escandalosos asesinatos que se han cometido en estos últimos días, los que, aunque han
sido sobre salvajes unitarios, nadie, absolutamente nadie está autorizado para semejante
bárbara licencia». En la misma ordena patrullar la ciudad «disponiendo lo necesario
para evitar iguales asesinatos».30

Para O'Donnell influye enormemente la perspectiva clasista de los enemigos de Rosas a


la hora de determinar quiénes son los que ejercen el terror:

la fama de terroristas será mayor en los federales porque su base popular hizo que
algunas de sus víctimas formaran parte de la clase acomodada. En cambio los unitarios
mataban gauchos. No repercutirá igualmente en la capital y en sus periódicos la
ejecución de un Maza o una O'Gorman que el asesinato de centenares de humildes
soldados después del combate de "La Tablada" por orden del unitario Paz.31

Final de la guerra civil

Lavalle se retiró hacia la provincia de Córdoba, pero al entrar en ella fue derrotado en la
batalla de Quebracho Herrado, lo que lo obligó a retirarse a Tucumán. Allí se reunió y
se separó nuevamente de Lamadrid, que marchó a invadir Cuyo. El jefe de su
vanguardia, Mariano Acha (el que había entregado a Dorrego en manos de Lavalle),
venció a José Félix Aldao en la batalla de Angaco, pero fue rápidamente derrotado en
La Chacarilla y ejecutado al poco tiempo. Unas semanas más tarde, Lamadrid se hacía
nombrar gobernador de Mendoza, munido de las «facultades extraordinarias» tan
criticadas,n 2 solo para ser pronto derrotado en Rodeo del Medio. Los sobrevivientes
emigraron a Chile.

Lavalle esperó a Oribe en Tucumán, y allí fue derrotado en la batalla de Famaillá, en


septiembre de 1841. Su aliado Marco Avellaneda fue ejecutado, y el mismo Lavalle
murió en un tiroteo casual en San Salvador de Jujuy. Sus restos fueron llevados a
Potosí, donde también se refugiaron los últimos unitarios del norte.

Los antirrosistas, sin embargo, tuvieron un éxito inesperado en Corrientes, donde el


general Paz destrozó el ejército de Echagüe en Caaguazú. Desde allí invadió Entre Ríos
(simultáneamente con Rivera) y se hizo nombrar gobernador. Un conflicto con Ferré le
obligó a huir, dejando sus fuerzas en manos de Rivera.
Por esa época hizo algunas campañas navales el futuro héroe nacional italiano Giuseppe
Garibaldi, que en los ríos argentinos y uruguayos asoló las poblaciones y caseríos; y
aunque el almirante Guillermo Brown resaltó la valentía del italiano,32 consideró la
actuación de sus subordinados pirática.33

En Santa Fe, Juan Pablo López se pasó al bando contrario después de la derrota de la
Coalición del Norte, de modo que Oribe regresó y lo derrotó fácilmente en abril de
1842. Se refugió junto a Rivera, en el este de Entre Ríos, donde Oribe los derrotó en
Arroyo Grande, en diciembre de 1842.

Muchos de los prisioneros de estas batallas fueron ejecutados por orden de Oribe o de
Rosas. Al menos, por el momento, la guerra civil había terminado en la Argentina.

La década final

Juan Manuel de Rosas, retrato de 1842.

La historiografía liberal decimonónica argentina, que tuvo a Bartolomé Mitre y a


Vicente Fidel López como sus máximos exponentes y difusores, suele atribuir grandes
cambios y transformaciones a los años que siguieron a la caída de Rosas, cuyo gobierno
habría sido un largo período de estancamiento, imagen derivada más bien de posturas
ideológicas que de un examen atento de los hechos[cita  requerida].

La Ley de Aduanas de 1836 tuvo una aplicación variable, y se derogó y volvió a aplicar
según las necesidades y los bloqueos. La combinación de ambos procesos llevó a un
gran crecimiento económico en las provincias interiores, siendo el caso de Entre Ríos
muy claro, pero no exclusivo.

Si bien hubo una fuerte inmigración europea, sus características fueron completamente
distintas de la masiva inmigración posterior a su caída. Llegaron inmigrantes de Irlanda,
Galicia, el País Vasco e incluso de Inglaterra. Pero no se afincaron en colonias agrícolas
sino que debieron integrarse en una sociedad controlada por los criollos. Muchos
irlandeses y vascos se dedicaron a la cría de ganado ovino, y en pocos años lograron
convertirse en propietarios. La ganadería exclusivamente vacuna fue reemplazada por
otra, dominada por las ovejas, y en la cual el principal renglón de las exportaciones fue,
cada vez más, la lana. Eso llevó a aumentar la dependencia económica respecto de
Inglaterra, principal compradora de lana del mundo.

La sociedad argentina quedó libre de toda disidencia. Quienes no se unieron al partido


gobernante debieron emigrar o, en muchos casos, fueron asesinados. En el interior del
país, la adhesión automática a Rosas fue impuesta por los ejércitos porteños o por los
caudillos locales. Muchos de estos habían surgido como emanaciones de la voluntad de
Rosas, como Nazario Benavídez en San Juan, Mariano Iturbe en Jujuy o Pablo Lucero
en San Luis.

Incluso fue obra de Rosas la llegada al poder de Justo José de Urquiza en Entre Ríos,
pero era un caso distinto: este era el general más capaz del bando federal, solo
comparable a Pacheco. Después de Arroyo Grande, los triunfos más importantes los
había obtenido él, con tropas entrerrianas y algunos refuerzos porteños. En segundo
lugar, era un hombre muy rico, y aprovechó su situación de poder para enriquecerse aún
más. Por último, por su posición militar, Rosas se vio obligado a hacer la vista gorda
cuando el entrerriano permitía el contrabando desde y hacia Montevideo.

Política religiosa

Véase también: Iglesia católica en Argentina


Véase también: Historia de la Iglesia católica en Argentina

Si bien Rosas era católico y tradicionalista en su forma de pensar, durante sus gobiernos
las relaciones con la Iglesia católica fueron bastante complicadas debido,
principalmente, a que siempre reclamó la continuidad del Patronato de Indias sobre la
Iglesia en la Argentina.

El gobernador permitió el retorno de los jesuitas en 1836 y les devolvió algunos de sus
bienes, pero rápidamente tuvo conflictos con la orden ya que como estos eran fieles
seguidores del papado en relación al patronato se negaron a apoyar públicamente a su
gobierno, situación que derivó finalmente en un enfrentamiento abierto con Rosas. Por
este motivo, hacia 1840 los jesuitas terminaron exiliándose en Montevideo.

Rosas extendió sus políticas a la religión. En todas las iglesias, los sacerdotes debieron
apoyar públicamente al rosismo. Celebraron misas en agradecimiento a sus éxitos y en
desagravio a sus fracasos. Y así como la sociedad civil quedó sometida al pensamiento
y a las prácticas uniformes del régimen rosista, similar situación se dio en el seno
mismo del clero. La intromisión fue tal que hasta a los santos de los púlpitos se les
colocó la divisa punzó ―la famosa cintilla roja que caracterizó al rosismo― y el retrato
de Rosas se implantó en los altares, compartiendo el lugar que la Iglesia le dedica a los
santos.

Rosas toleró al obispo Mariano Medrano, electo durante el gobierno del general Juan
José Viamonte, pero no hubiera aceptado ningún otro que no contara con su aprobación
ya que se consideró continuador de las políticas regalistas del patronato eclesiástico que
habían tenido los reyes de España.
Uno de los hechos más conocidos de su gobierno fue la aventura de amor de Camila
O’Gorman (23) y el cura Ladislao Gutiérrez (24), que se escaparon juntos para formar
una familia. Rosas fue azuzado por la prensa unitaria desde Montevideo y Chile.

Camila O’Gorman (1825-1848).

El 3 de marzo de 1848, Domingo Faustino Sarmiento escribió:

Ha llegado al extremo la horrible corrupción de costumbres bajo la tiranía espantosa del


Calígula del Plata que los impíos y sacrílegos sacerdotes de Buenos Aires huyen con las
niñas de la mejor sociedad, sin que el sátrapa infame adopte medida alguna contra esas
monstruosas [sic] inmoralidades.
Domingo Faustino Sarmiento34

El gobernador Rosas fue azuzado por los propios federales, e incluso por el padre de la
joven, Adolfo O’Gorman, e inesperadamente ordenó fusilarlos, lo que se cumplió en el
campamento de Santos Lugares.

El 26 de agosto de 1849, Domingo Faustino Sarmiento publicó en La Crónica de


Montevideo la nota titulada «Camila O’Gorman», donde criticaba el salvajismo puesto
de manifiesto en el fusilamiento de la joven.35

Algunos autores afirman que ninguna ley del derecho argentino o del derecho heredado
de España autorizaba la pena de muerte por los actos cometidos, y que Gutiérrez debía
ser entregado a la justicia eclesiástica, donde como autor del rapto sin violencia era
pasible de la pena de confiscación de bienes conforme al Fuero Juzgo ley 1.º, libro 3.º,
título 3.º y por tratarse de un clérigo liviano debía ser castigado con degradación y
destierro perpetuo. En cuanto a Camila, debía solamente ser enviada a su propia casa.36
Otros autores, en cambio, afirman que las leyes vigentes sancionaban el sacrilegio del
robo y escándalo relacionados con el caso con la pena de muerte, de acuerdo a las
Partidas 1 4-71, I 18-6 y VII 2-3, aplicables al caso.37

Martín Ruiz Moreno, en La Organización Nacional, afirmó: «Fue un asesinato vulgar.


Sin proceso, juicio, defensa, ni audiencia».36 En una carta del 6 de marzo de 1870
dirigida a Federico Terrero, Rosas afirmó:
Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y Camila O’Gorman, ni
persona alguna me habló ni escribió en su favor. Por el contrario, todas las personas
primeras del clérigo me hablaron o escribieron sobre ese atrevido crimen, y la urgente
necesidad de un ejemplar castigo para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos.
Yo creía lo mismo. Y siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución.36

El sitio de Montevideo y una nueva rebelión correntina

Después de la victoria de Arroyo Grande, Oribe todavía tenía una cuenta que saldar:
atacó a Rivera en el Uruguay, y se instaló frente a Montevideo, a la que le puso sitio con
el apoyo de varios regimientos argentinos. Apoyado por Francia, Inglaterra y
posteriormente Brasil, y defendido por refugiados argentinos y mercenarios europeos,
Rivera logró que la ciudad resistiera hasta 1851. La flota porteña del almirante
Guillermo Brown estableció el bloqueo del puerto, lo que hubiera significado la
inmediata caída de la ciudad, pero la escuadra anglo-francesa al mando del Comodoro
Purvis logró alejar a las embarcaciones de Buenos Aires y mantener así una vía abierta
para abastecer a la población.

Rivera fue expulsado de la ciudad, pero Oribe nunca logró capturarla.

Durante todo ese tiempo, las mejores tropas de Buenos Aires quedaron inmovilizadas en
el Uruguay. En la historia uruguaya, este período es conocido como la Guerra Grande.

Corrientes se volvió a alzar contra Rosas en 1843, bajo el mando de los hermanos
Joaquín y Juan Madariaga, pero no lograron exportar su rebelión a las demás
provincias.38

Tras más de cuatro años de resistencia, el nuevo gobernador entrerriano Justo José de
Urquiza los venció en dos batallas, en Laguna Limpia y en Rincón de Vences. A fines
de 1847, la Argentina quedó uniformemente alineada detrás de Rosas.

Las Tablas de sangre

Émile de Girardin reprodujo en La Presse una nota del londinense The Atlas del 1 de
marzo de 1845 donde afirma que la casa Lafone & Co., concesionaria de la Aduana de
Montevideo, encargó al poeta José Rivera Indarte un texto difamatorio contra Rosas.
Producto de esa transacción sería Tablas de sangre.

El contrato establecía, según La Presse, el pago de un penique por cadáver endilgado a


Rosas. En Tablas de sangre Rivera Indarte atribuyó a Rosas cuatrocientas ochenta
muertes,39 una cifra, en rigor, falsa. Se incluyen las muertes de Facundo Quiroga y su
comitiva, Alejandro Heredia y José Benito Villafañe; asesinados los primeros por orden
de los hermanos Reynafé, el segundo por encargo de Marco Avellaneda, y el último por
Bernardo Navarro, todos éstos unitarios y enemigos de Rosas. También aparecen en la
lista fallecidos por causas naturales, muchos desconocidos bajo las iniciales N.N., otros
presumiblemente inventados y hasta personas que años más tarde seguirían vivos. Si las
imputaciones contra Rivera Indarte son ciertas habrían significado un ingreso de dos
libras esterlinas para el poeta. Lo acusó también de ser el responsable de la muerte de 22
560 personas durante todas las batallas y combates habidos en Argentina desde 1829 en
adelante. Las estimaciones actuales de bajas producidas en todos los bandos
beligerantes de esa época no alcanza a la mitad de esa cifra. 4041

Como corolario de esa nómina de asesinatos, le agregó un opúsculo: Es acción santa


matar a Rosas, con lo que terminó desvirtuando la supuesta condena del crimen como
herramienta política: «Nuestra opinión de que es acción santa matar a Rosas no es
antisocial sino conforme con la doctrina de los legisladores y moralistas de todos los
tiempos y edades. Muy dichosos nos reputaríamos si este escrito moviese el corazón de
algún fuerte que hundiendo un puñal libertador en el pecho de Rosas, restituyese al Río
de la Plata su perdida ventura y librase a la América y a la humanidad en general del
grande escándalo que le deshonra».42

Pero también acusaba a Rosas de muchas otras inmoralidades: de defraudación fiscal,


malversación de fondos, haber «acusado calumniosamente a su respetable madre de
adulterio [...] ha ido hasta el lecho donde yacía moribundo su padre a insultarlo», de
haber abandonado a su esposa en sus últimos días, tener amantes de las familias más
respetables. Llegó a escribir que «es culpable de torpe y escandaloso incesto con su hija
Manuelita a quien ha corrompido». De Manuelita dice que «la virgen cándida es hoy
marimacho sanguinario, que lleva en la frente la mancha asquerosa de la perdición» y
que «ha presentado en un plato a sus convidados, como manjar delicioso, las orejas
saladas de un prisionero».42

El encargado de llevar el informe a Londres fue Florencio Varela.4041

Publicadas en folletín por el Times de Londres y por Le Constitutionnel de París, sirvió


para justificar la intervención anglofrancesa en el Plata. Robert Peel, que aprobó el
gasto de la Casa Lafone, lloró al leerlas en la tribuna de los Comunes pidiendo se
aprobase la intervención, y Thiers se estremecía por «el salvajismo de esos
descendientes de españoles» acoplando Francia a la intervención británica.19

El bloqueo anglo-francés

Artículo principal: Bloqueo anglo-francés del Río de la Plata

El gobierno de Rosas había prohibido la navegación por los ríos interiores a fin de
reforzar la Aduana de Buenos Aires, único punto por el que se comerciaba con el
exterior. Durante largo tiempo, Inglaterra había reclamado la libre navegación por los
ríos Paraná y Uruguay para poder vender sus productos. En cierta medida, esto hubiera
provocado la destrucción de la pequeña producción local.

Debido a esta disputa, el 18 de septiembre de 1845 las flotas inglesas y francesas


bloquearon el puerto de Buenos Aires e impidieron que la flota porteña apoyara a Oribe
en Montevideo. De hecho, la escuadra del almirante Guillermo Brown fue capturada por
la flota británica. Uno de los objetivos políticos fundamentales del bloqueo era impedir
que el joven Estado Oriental cayera en poder de Rosas y quedara plenamente bajo
soberanía argentina.

La flota combinada avanzó por el río Paraná, intentando entrar en contacto con el
gobierno rebelde de Corrientes y con Paraguay, cuyo nuevo presidente, Carlos Antonio
López, pretendía abrir en algo el régimen cerrado heredado del doctor Francia. Lograron
vencer la fuerte defensa que hicieron las tropas de Rosas, dirigidas por su cuñado Lucio
Norberto Mansilla en la batalla de la Vuelta de Obligado, pero meses más tarde fueron
derrotados en la batalla de Quebracho. Esas batallas hicieron demasiado costoso el
triunfo anterior, por lo que no se volvió a intentar semejante aventura.

Al saber las noticias sobre la defensa de la soberanía argentina en el Plata, el general


José de San Martín, que vivía en Francia, escribió:

Sobre todo, tiene para mí el general Rosas que ha sabido defender con toda energía y en
toda ocasión el pabellón nacional. Por esto, después del combate de Obligado, tentado
estuve de mandarle la espada con que contribuí a defender la independencia americana,
por aquel acto de entereza, en el cual, con cuatro cañones, hizo conocer a la escuadra
anglofrancesa, que pocos o muchos, sin contar los elementos, los argentinos saben
siempre defender su independencia.
José de San Martín43

Ya en su testamento redactado el 23 de enero de 1844 ―un poco más de un año y


medio antes de Obligado― ya había legado su sable corvo, la espada más preciada que
tenía, la que había usado en Chacabuco y Maipú, al gobernador Rosas, quien la recibiría
después del fallecimiento del libertador.

El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la independencia de la América del


Sud, le será entregado al General de la República Argentina don Juan Manuel de Rosas
como una prueba de la satisfacción que, como argentino, he tenido al ver la firmeza con
que ha sostenido el honor de la República contra las injustas pretensiones de los
extranjeros que trataban de humillarla.
José de San Martín44n 3

Gran Bretaña levantó el bloqueo en 1847, aunque recién en 1849, con el tratado Arana-
Southern, se concluyó definitivamente este conflicto. Francia tardó un año más, hasta la
firma del tratado Arana-Le Prédour. Estos tratados reconocían la navegación del río
Paraná como «una navegación interna de la Confederación Argentina y sujeta solamente
a sus leyes y reglamentos, lo mismo que la del río Uruguay en común con el Estado
Oriental».

La caída

Artículo principal: Batalla de Caseros


La Batalla de Caseros produjo la caída de Rosas.

Después de la retirada de Francia y Gran Bretaña, Montevideo solo dependía del


Imperio del Brasil para sostenerse. Este, que era garante de la independencia de
Uruguay, había abusado de esa condición en provecho propio. Juan Manuel de Rosas
consideró inevitable una guerra con Brasil, y pretendió aprovecharla para reconquistar
las Misiones Orientales. Declaró la guerra al Imperio y nombró comandante de su
ejército a Justo José de Urquiza.

Varios personajes del partido federal acusaron a Rosas de lanzarse a esta nueva aventura
solo para eternizar la situación de guerra que este usaba como excusa para no convocar
una convención constituyente.

Los más inteligentes de sus opositores se convencieron de que no se podía vencer a


Rosas solo con los unitarios. El general Paz, por ejemplo, creía que alguno de sus
caudillos subalternos era quien lo iba a derribar; y pensó en Urquiza.

Urquiza no sentía ningún anhelo de libertad diferente del de Rosas, aunque su estilo era
distinto en varios aspectos. Pero a fines del año 1850, Rosas le ordenó que cortara el
contrabando desde y hacia Montevideo, que había beneficiado enormemente a Entre
Ríos en los años anteriores.n 4 Afectado económicamente, ya que el paso obligado por la
Aduana de Buenos Aires para comerciar con el exterior era un problema económico de
magnitud para su provincia, Urquiza se preparó a enfrentar a Rosas.

Pero no pretendió derrotar a un enemigo tan poderoso a la manera de los unitarios,


lanzándose a la aventura; tras varios meses de negociaciones, acordó una alianza secreta
con Corrientes y con el Brasil. El gobierno imperial se comprometió a financiar sus
campañas y transportar sus tropas en sus buques, además de entregar enormes sumas de
dinero al propio Urquiza para su uso personal, quizás destinado a fines políticos.

El 1 de mayo de 1851, lanzó su Pronunciamiento, por el que reasumió la conducción de


las relaciones exteriores de su provincia, aceptando inesperadamente la renuncia que
todos los años Rosas hacía de las mismas.n 5

Urquiza tampoco se lanzó directamente sobre su enemigo, sino que primero atacó a
Oribe en Uruguay. Lo obligó a capitular con él y entregar el gobierno a una alianza de
los disidentes de su partido con los colorados de Montevideo. A continuación se
apoderó del armamento argentino que formaba parte de las fuerzas de Oribe y de sus
soldados, que fueron incorporados al Ejército Grande de Urquiza.

Solo entonces, Urquiza se trasladó a Santa Fe, derrocó allí a Echagüe y atacó a Rosas.
Tras la defección de Pacheco, Rosas asumió el comando de su ejército,n 6 al frente del
cual fue derrotado en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852. Tras la derrota,
Rosas abandonó el campo de batalla ―acompañado únicamente por un ayudante― y
firmó su renuncia en el "Hueco de los sauces" (actual Plaza Garay de la ciudad de
Buenos Aires):

Creo haber llenado mi deber con mis conciudadanos y compañeros. Si más no hemos
hecho en el sostén de nuestra independencia, nuestra identidad, y de nuestro honor, es
porque más no hemos podido.
Juan Manuel de Rosas

Después de Caseros
Exilio

Juan Manuel de Rosas se refugió en la legación británica, la tarde del día siguiente.
Protegido por el Encargado de Negocios del Reino Unido Robert Gore, partió hacia
Inglaterra en el buque de guerra británico Conflict. Al llegar a dicho país, se instaló en
las afueras de Southampton,n 7 Allí vivió en una granja que alquiló,45 donde intentó
reproducir algunas de las características de una estancia de la pampa. Fue otra de las
tantas contradicciones de su vida, al buscar refugio en un país con el que estuvo
repetidamente en conflicto.

En su exilio recibió muy pocas visitas, pero escribió un buen número de cartas a quienes
habían sido sus amigos. En general, trataban de su situación económica, de testimonios
sobre su propia vida y en algunos casos tocaba temas de política actual: por ejemplo,
escribió a Mitre que lo que le convenía a Buenos Aires era separarse del resto del país y
establecerse como una nación independiente.n 8 Nunca aprendió a hablar inglés ni
ningún otro idioma.n 9

El 28 de agosto de 1862 firmó su testamento en Southampton. En su cláusula segunda


nombró albacea —ejecutor testamentario— al "Honorable Lord Vizconde Palmerston",
por "las tan finas como amistosas consideraciones con que me ha favorecido". "En el
caso de su muerte (de Palmerston) nombro a la persona que desempeñe el Ministerio de
Relaciones Exteriores del Gobierno de Su Majestad Británica".46

Aún en vida del exgobernador, José Manuel Estrada opinó que Rosas:

Tiranizó por tiranizar, tiranizó por deleite, por vocación, a impulsos de no sé qué
fatalidad orgánica, sin dar al país la paz que prometió, antes más bien llevando de un
cabo a otro de la República, la depravación y el hierro y destruyendo todas las
condiciones morales y jurídicas sobre las cuales descansa el orden de las sociedades
humanas.
José Manuel Estrada47

Juicio contra Rosas

El 9 de agosto de 1856 el Senado de Buenos Aires sancionó un proyecto de ley en el


cual se calificó a Rosas de «reo de lesa patria» y se declaró la competencia de la justicia
de los tribunales en el juzgamiento de los delitos ordinarios endilgados a Rosas.48

En 1857 la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires declara «traidor a la Patria» a


Juan Manuel de Rosas al sancionar la «Ley sobre enjuiciamiento de Juan Manuel
Rosas».49

La intencionalidad difamatoria se evidencia en los argumentos de los diputados


involucrados:
¿Qué dirá la Historia cuando se vea que la Inglaterra ha devuelto a ese tirano los
cañones tomados en acción de guerra y saludado su pabellón sangriento y manchado
con una salva de 21 cañonazos? La Francia que hizo causa común con los enemigos de
Rosas, que inició la cruzada en la figura del General Lavalle, a su tiempo le abandonó y
trató con Rosas, y también debió saludar su pabellón con 21 cañonazos. (...) ¿Qué se
dirá en la Historia, y esto es triste decirlo, cuando se sepa que el valiente Almirante
Brown, el héroe de la Marina de Guerra de la Independencia, fue el Almirante que
defendió la tiranía de Rosas?¿Que el general San Martín, vencedor de los Andes, el
padre de las glorias argentinas, le hizo el homenaje más grandioso que puede hacerse a
un militar entregándole su espada?¿Se verá a este hombre, Rosas, dentro de 20 o 50
años, tal como lo vemos nosotros a 5 años de su caída, si no nos adelantamos a votar
una ley que lo castigue definitivamente con el dicterio de traidor? No señor, no
podemos dejar el juicio de Rosas a la Historia, porque si no decimos desde ahora que
era un traidor, y enseñamos en la escuela a odiarlo, Rosas no será considerado por la
Historia como un tirano, quizá lo sería como el más grande y glorioso de los argentinos.
Diputado Nicolás Albarellos, 185750

La sentencia del juez Sixto Villegas, confirmada por la Cámara de Apelaciones y el


Superior Tribunal, fue la siguiente:

Por tantos y tan horrendos crímenes comprobados contra el hombre, contra la patria,
contra la Naturaleza, contra Dios(...)En cumplimiento de las leyes, en nombre de las
generaciones que pasan y piden justicia y en nombre de las generaciones que vienen y
esperan ejemplo(...) Condeno, como debo, a Juan Manuel de Rosas a la pena ordinaria
de muerte con calidad aleve; a la restitución de los haberes robados a los particulares y
al fisco y a ser ejecutado día y hora que se señale, en San Benito de Palermo, último
foco de sus crímenes(...) 51
Sixto Villegas

Muerte
Memorial en Southampton en el Old Cemetery ("cementerio antiguo").

Rosas falleció en el exilio el 14 de marzo de 1877, acompañado por su hija Manuelita,


en su finca de Southampton, Inglaterra.

Cuando la noticia de su muerte llegó a Buenos Aires, el gobierno prohibió hacer ningún
funeral ni misa en favor de su alma, y organizó un inusual responso por las víctimas de
su tiranía.

La casona de Rosas, San Benito de Palermo, quedó abandonada con su exilio, y fue una
ruina durante la siguiente década. Luego fue utilizada por el Gobierno Nacional con
varios fines: Colegio Militar, Escuela Naval, etcétera,52 mientras el presidente Domingo
Faustino Sarmiento impulsó la transformación de los terrenos de estancia en un espacio
público, el Parque 3 de Febrero, llamado en honor a la batalla de Caseros. El edificio
siguió en pie hasta el 3 de febrero de 1899, cuando el Intendente Adolfo Bullrich
ejecutó su implosión, con muy poca oposición social.

Después de Rosas
Después de la caída de Juan Manuel de Rosas, Urquiza declaró que no habría «ni
vencedores ni vencidos»,53y se apresuró a reunir el Congreso Constituyente de Santa Fe,
que sancionó la Constitución Argentina de 1853 el 1 de mayo de ese año. Al año
siguiente asumió como presidente de la Argentina, pero la provincia de Buenos Aires,
dominada por los unitarios ―mas muchos antiguos colaboradores de Rosas― se negó a
participar en esa Constitución y se separó del país. En 1859 el país fue unificado
legalmente junto con la provincia de Buenos Aires, aunque la reunificación real se
produjo ―por la fuerza― a partir de 1861.

Tampoco hubo un cambio significativo en las costumbres políticas ya que los


gobernantes que lo sucedieron, que se habían opuesto a su régimen quejándose de las
persecuciones sufridas, hostigaron con extrema crueldad a sus opositores, a quienes
negaron los derechos más elementales, ejecutando a muchos de ellos con la excusa de
que no eran partidarios en armas, sino simples bandidos.

Las largas guerras civiles que siguieron a la caída de Rosas, por lo menos hasta 1880
―en las cuales participaron miembros del partido federal hasta 1873― justificaron en
el mismo Rosas su permanente y esperada acción pacificadora y modernizadora de la
constitución que había combatido.

Los críticos más emblemáticos de Rosas y su gobierno fueron políticos de ideología


liberal como Mitre y Sarmiento. Estos habían debido emigrar en ese período hacia otros
países, como Uruguay y Chile. Tras la batalla de Caseros, todos ellos regresaron
juntamente con los cientos de exiliados a causa del rosismo. Alberdi en cambio, aunque
también debió exiliarse, alternó una fuerte oposición inicial con una actitud de
justificación basada en la idea de la necesidad de una autoridad nacional fuerte; visitó a
Rosas en Southampton en 1857 y mantuvo un breve intercambio epistolar con él.54
También expresó Alberdi:

Aunque opuesto a Rosas como hombre de partido, he dicho que escribo esto con colores
argentinos. A mis ojos, Rosas no es un simple tirano. Si en su mano hay una vara
sangrienta de hierro, también veo en su cabeza la escarapela de Belgrano. No me ciega
tanto el amor de partido, para no conocer lo que es Rosas.
Juan Bautista Alberdi55

El pensamiento de Alberdi y su obra Bases y puntos de partida para la organización


política de la República Argentina, conjuntamente con el modelo estadounidense, y las
constituciones argentinas anteriores fueron la génesis de la nueva Constitución
Nacional.

El Estado de Buenos Aires sometió a Rosas a un proceso criminal; aún antes de que este
fuera resuelto, el 9 de agosto de 1856 el Senado de Buenos Aires sancionó un proyecto
de ley, en el cual se calificaba a Rosas:

Reo de lesa patria, por la tiranía sangrienta que ejerció sobre el pueblo y por haber
hecho traición a la independencia de su patria.
Senado de Buenos Aires56

Ya en el siglo XX, el investigador Tulio Halperín Donghi, citado por Pacho O’Donnell,
sostuvo que Rosas:

Era un autócrata por naturaleza y hasta el fin de sus días se mostró convencido de que a
los países había que gobernarlos con mano fuerte para evitar lo que él consideraba su
natural tendencia a la anarquía. Hay quien afirma que Rosas conocía la obra del francés
Bossuet, defensor del absolutismo monárquico, cuyas ideas textuales reproduciría en sus
escritos: «El rey puede compararse con un padre y recíprocamente un padre puede ser
comparado con el rey,...Amar, gobernar, recompensar y castigar es lo que deben hacer
un rey y un padre».
Tulio Halperín Donghi (historiador argentino)57
Al mismo tiempo, numerosos académicos contemporáneos continúan sosteniendo la
posición altamente negativa y tiránica de Rosas. Tal el caso de Alberto Benegas Lynch
(hijo), quien en su artículo «Juan Manuel de Rosas: perfil de un tirano», hace un
acabado resumen citando la opinión de muy diversos autores partidarios de esta
postura.58

Rosas en la actualidad

Tumba de Rosas en el Cementerio de la Recoleta.

Los restos de Juan Manuel de Rosas permanecieron en el exilio durante más de un siglo.
Su cuerpo fue repatriado el 1 de octubre de 1989, durante la presidencia de Carlos Saúl
Menem, en cumplimiento de una ley promulgada en 1974 por la presidenta María Estela
Martínez de Perón. Reposan actualmente en el panteón familiar del Cementerio de la
Recoleta en la Ciudad de Buenos Aires.

En 1999 se construyó el primer monumento en su honor, ubicado en la Plaza Intendente


Seeber, en la esquina de la Avenida del Libertador y Avenida General Sarmiento, en el
Parque 3 de Febrero, en el barrio porteño de Palermo.59

Una estación de la línea B del subte de la capital lleva su nombre, aunque no existe
ninguna calle en esa ciudad que lo conmemore. No obstante, en otras localidades de la
Argentina se lo recuerda con nombres dados a la toponimia urbana: en La Matanza, la
Ruta Nacional 3 se denomina Avenida Brigadier General Juan Manuel de Rosas; en
Jose León Suárez (Partido de General San Martín) el trayecto de la ruta 4 lleva su
nombre; la avenida costanera de la ciudad de San Carlos de Bariloche también se llama
Rosas; y lo mismo sucede con una calle céntrica de la ciudad de Rosario .

En el año 1991, el Correo Oficial argentino emitió una estampilla con un valor de 4000
australes alusiva a la «Repatriación de los restos del brigadier general don Juan Manuel
de Rosas», con su efigie.

Desde 1992 los billetes de 20 pesos llevaron su figura. En octubre de 2017, el Gobierno
de Mauricio Macri decretó remplazarlos por la efigie de un guanaco.60

En la ciudad de San Miguel del Monte, provincia de Buenos Aires, se conserva el


rancho de Rosas, construido en 1817. Pertenecía a la estancia Los Cerrillos, cercana a la
ciudad, y fue trasladado a su emplazamiento actual en 1987. Allí funciona el museo
Guardia de Monte.61

En la localidad de Virrey del Pino ―calle Máximo Herrera 5700―, en el partido de La


Matanza, Provincia de Buenos Aires, se conserva el casco de la antigua estancia San
Martín (Estancia El Pino), adquirida el 20 de abril de 1822 por la sociedad Rosas,
Terrero y Cía., formada por Rosas, Juan Nepomuceno Terrero y Luis Dorrego. Al
disolverse esa sociedad en 1837, pasó a ser de propiedad exclusiva de Rosas. Allí
funciona actualmente el Museo Histórico Municipal de La Matanza Brigadier General
Don Juan Manuel de Rosas.62

En la localidad de San Andrés -calle 72 y Diego Pombo, N° 3324-, en el Partido de


General San Martín, Provincia de Buenos Aires, se conserva el edificio construido en
1840 durante el conflicto que la Argentina mantuvo con Francia en los años 1838-1840,
donde funcionó la comandancia del campamento de los Santos Lugares de Rosas.

Iconografía

Pintura de Rosas de Gabriel Roucena.

En muchos retratos de Rosas aparece portando una gran condecoración que pende del
cuello; se trata de una medalla de oro en forma de Sol, con círculo de brillantes e
inscripto en el anverso que reza: «La espedicion á los desiertos del Sur del año 33
engrandeció la Provincia y aseguró sus propiedades», y en el reverso la columna erigida
por decreto de 9 de febrero de 1834.6364

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