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Para otros usos de este término, véase Juan Manuel de Rosas (Subte de Buenos Aires).
Juan Manuel de Rosas
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Juan Manuel de Rosas, nacido como Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas y
López de Osornio (Buenos Aires, 30 de marzo de 1793 - Southampton, 14 de marzo de
1877), fue un militar y político argentino que en el año 1829 ―tras derrotar al general
Juan Lavalle― fue gobernador de la provincia de Buenos Aires llegando a ser, entre
1835 y 1852, el principal caudillo de la Confederación Argentina. Su influencia sobre la
historia argentina fue tal que el período marcado por su dominio de la política nacional
es llamado a menudo época de Rosas. Era sobrino bisnieto del conde Domingo Ortiz de
Rozas, gobernador colonial de Buenos Aires y de Chile.
Índice
1 Origen familiar y primeros años
2 Los inicios en la política
o 2.1 La revolución de diciembre
3 Primer gobierno
o 3.1 La guerra civil en el interior
o 3.2 Convención de Santa Fe
o 3.3 El gobierno de la provincia
4 Interregno
o 4.1 Campaña al Desierto
o 4.2 La Revolución de los Restauradores
5 Segundo gobierno
o 5.1 La Ley de Aduanas
o 5.2 La política exterior
o 5.3 El bloqueo francés
o 5.4 El periodismo controlado
o 5.5 La generación del '37
o 5.6 Palermo de San Benito
o 5.7 La guerra civil del '40
5.7.1 La revolución de los Libres del Sur
5.7.2 La Coalición del Norte
5.7.3 Campañas de Lavalle
5.7.4 Terrorismo
5.7.5 Final de la guerra civil
o 5.8 La década final
o 5.9 Política religiosa
o 5.10 El sitio de Montevideo y una nueva rebelión correntina
o 5.11 Las Tablas de sangre
o 5.12 El bloqueo anglo-francés
o 5.13 La caída
6 Después de Caseros
o 6.1 Exilio
o 6.2 Juicio contra Rosas
o 6.3 Muerte
7 Después de Rosas
8 Rosas en la actualidad
9 Iconografía
10 Ancestros
11 Véase también
12 Notas
13 Referencias
14 Bibliografía utilizada
15 Bibliografía
16 Enlaces externos
Casa donde nació Rosas, actual calle Sarmiento entre las calles San Martín y Florida.
Era hijo del militar León Ortiz de Rozas (Buenos Aires, 1760-1839) ―cuyo padre era
Domingo Ortiz de Rosas y Rodillo (Sevilla, 9 de agosto de 1721 - Buenos Aires, 1785)
y el abuelo paterno, Bartolomé Ortiz de Rozas y García de Villasuso (n. Rozas del valle
de Soba, España, 4 de septiembre de 1689) y, por lo tanto, León era un sobrino nieto del
conde Domingo Ortiz de Rozas, gobernador de Buenos Aires de 1742 a 1745 y capitán
general de Chile desde 1746 hasta 1755― por lo cual pertenecía al linaje de los Ortiz de
Rozas que tienen su origen en el pueblo de Rosas del valle de Soba, en La Montaña de
Castilla la Vieja ―actual Cantabria― perteneciente a la Corona de España.2
Ingresó a los ocho años de edad en el colegio privado que dirigía Francisco Javier
Argerich (1765-1824), si bien desde joven demostró vocación por las actividades
rurales; interrumpió sus estudios para participar, contando con trece años de edad, en la
Reconquista de Buenos Aires en 1806 y posteriormente se enroló en la compañía de
niños del Regimiento de Migueletes, combatiendo en la Defensa de Buenos Aires en
1807, ambos hechos durante las invasiones inglesas, donde fue distinguido por su
valor.34
Más tarde, se retiró al campo de su madre, una gran estancia de la pampa bonaerense.
Al producirse los sucesos que culminaron con la Revolución de Mayo de 1810, Rosas
contaba con 17 años y se mantuvo al margen de los mismos, de la evolución política
posterior, y de la guerra de independencia de la Argentina.
En 1813, pese a la oposición materna ―que Rosas venció al hacer creer a su madre que
la joven estaba embarazada― se casó con Encarnación Ezcurra, con quien tuvo tres
hijos: Juan Bautista, nacido el 30 de julio de 1814, María, nacida el 26 de marzo de
1816 y fallecida al día siguiente, y Manuela, conocida como Manuelita y nacida el 24 de
mayo de 1817, quien luego sería su compañera inseparable.
Poco después, debido a un entredicho que tuvo con su madre, devolvió a sus padres los
campos que administraba para formar sus propios emprendimientos ganaderos y
comerciales. Además se cambió el apellido «Ortiz de Rozas» por «Rosas», cortando
simbólicamente la dependencia de su familia.
Fue administrador de los campos de sus primos Nicolás y Tomás Manuel de Anchorena;
este último ocuparía cargos importantes dentro de su gobierno, ya que Rosas siempre le
tuvo un especial respeto y admiración. En sociedad con Luis Dorrego ―hermano del
coronel Manuel Dorrego― y con Juan Nepomuceno Terrero fundó un saladero; era el
negocio del momento: la carne salada y los cueros eran casi la única exportación de la
joven nación. Acumuló una gran fortuna como ganadero y exportador de carne vacuna,
distante de los acontecimientos emergentes que condujeron al Virreinato del Río de la
Plata a la emancipación del dominio español en 1816.
Por esos años conoció al doctor Manuel Vicente Maza, quien se convirtió en su
patrocinador legal, en especial en una causa que sus propios padres habían entablado
contra él. Más tarde fue un excelente consejero político.
Al año siguiente compró la estancia Los Cerrillos, en San Miguel del Monte. Allí
organizó una compañía de caballería (aumentada al poco tiempo a regimiento), los
Colorados del Monte, para combatir a los indígenas y a los cuatreros de la zona
pampeana. Fue nombrado su comandante, y alcanzó el grado de teniente coronel.
Las Instrucciones nunca fueron publicadas ni difundidas fuera de sus estancias por
Rosas. Se puede acceder al archivo en Wikimedia Commons (haciendo clic en la
imagen) o a la copia disponible en Wikisource.
Por esos años escribió sus famosas Instrucciones a los mayordomos de estancias, en la
que detallaba con precisión las responsabilidades de cada uno de los administradores,
capataces y peones. En ese librito demostraba su capacidad para administrar
simultáneamente varias explotaciones con métodos muy efectivos, en un anticipo de su
futura capacidad para administrar el estado provincial.
También fue parte de las negociaciones que concluyeron con el Tratado de Benegas,
que puso fin al conflicto entre las provincias de Santa Fe y Buenos Aires. Fue el
responsable del cumplimiento de una de las cláusulas secretas del mismo: entregar al
gobernador Estanislao López 30 000 cabezas de ganado como reparación de los daños
causados por las tropas bonaerenses en su territorio. La cláusula era secreta, para no
«manchar el honor» de Buenos Aires. Así se iniciaba la alianza permanente que tendría
esta provincia con la de Buenos Aires hasta 1852.
Los primeros años después de la disolución de los poderes nacionales fueron un período
de paz y prosperidad en Buenos Aires, conocido como la «feliz experiencia»,
principalmente debido a que Buenos Aires usufructuó en su exclusivo provecho las
rentas de la Aduana, una fuente inagotable de riqueza que la provincia decidió no
compartir con sus hermanas ni con ejércitos exteriores.
Entre 1821 y 1824 compró varios campos más, especialmente la estancia que había sido
del virrey Joaquín del Pino y Rozas (conocida como Estancia del Pino, en el partido de
La Matanza), a la que llamó San Martín en honor del general José de San Martín.
Los desórdenes producidos por la Anarquía del Año XX habían dejado desguarnecida la
frontera sur, por lo que habían recrudecido los malones. Martín Rodríguez dirigió
entonces tres campañas al desierto, usando una extraña mezcla de diálogos de paz y
guerra con los indígenas. En 1823 fundó Fuerte Independencia, la actual ciudad de
Tandil. En casi todas estas campañas lo acompañó Rosas, que también participó de una
expedición en que el agrimensor Felipe Senillosa delineó y estableció planos catastrales
de los pueblos del sur de la provincia. El jefe nominal de esa campaña era el coronel
Juan Lavalle.
En 1827, en el contexto previo al inicio de la guerra civil que estallaría en 1828, Rosas
era un dirigente militar, representante de los propietarios rurales, socialmente
conservadores e identificados con las tradiciones coloniales de la región. Estaba
alineado con la corriente federalista, proteccionista, adversa a la influencia foránea y a
las iniciativas de corte librecambistas preconizadas por el Partido Unitario.
La revolución de diciembre
Juan Manuel de Rosas levantó la campaña contra los sublevados y reunió un pequeño
ejército de milicianos y partidas federales, mientras Dorrego se retiraba al interior de la
provincia para buscar su protección. Lavalle se dirigió con sus tropas a la campaña para
enfrentar a las fuerzas federales de Rosas y Dorrego, a quienes atacó sorpresivamente en
la batalla de Navarro, derrotándolos.
Señor don Juan Manuel: que usted me quiera dar lecciones de política, es tan avanzado
como si yo me propusiera enseñar a usted cómo se gobierna una estancia.
Manuel Dorrego
Vencido y hecho prisionero Dorrego, Lavalle, influido por el deseo de venganza de los
ideólogos unitarios, ordenó su fusilamiento y se hizo cargo de toda la responsabilidad.
En su última carta, escrita a Estanislao López, Dorrego pedía que su muerte no fuera
causa de derramamiento de sangre. Pese a este pedido, su fusilamiento dio paso a una
larga guerra civil, la primera en que estuvieron simultáneamente implicadas casi todas
las provincias argentinas.
A principios de enero de 1829, el general José María Paz, aliado de Lavalle, iniciaba la
invasión de la provincia de Córdoba, donde derrocaría al gobernador Juan Bautista
Bustos. De ese modo se generalizó la guerra civil en todo el país.
Lavalle envió ejércitos en todas direcciones, pero varios pequeños caudillos aliados de
Rosas organizaron la resistencia. Los jefes unitarios recurrieron a toda clase de crímenes
para aplastarla, un hecho poco difundido por la historiografía de las guerras civiles
argentinas.7
El gobernador Lavalle envió al coronel Federico Rauch hacia el sur, y una de sus
columnas, al mando del coronel Isidoro Suárez, derrotó y capturó al mayor Manuel
Mesa, que fue enviado a Buenos Aires y ejecutado. Al frente del grueso de su ejército,
Lavalle avanzó hasta ocupar Rosario. Pero, poco después, López dejó sin caballos a
Lavalle, que se vio obligado a retroceder. López y Rosas persiguieron a Lavalle hasta
cerca de Buenos Aires, derrotándolo en la batalla de Puente de Márquez, librada el 26
de abril de 1829.
Mientras López regresaba a Santa Fe, Rosas sitió la ciudad de Buenos Aires. Allí crecía
la oposición a Lavalle (a pesar de que los aliados de Dorrego habían sido expulsados),
sobre todo por el crimen sobre el gobernador. Lavalle aumentó la persecución sobre los
críticos, lo que le llevaría mucho apoyo a Rosas, en la ciudad que siempre fue la capital
del unitarismo.
Lavalle presentó el tratado con un mensaje que incluía una inesperada opinión sobre su
enemigo:
Mi honor y mi corazón me imponen remover por mi parte todos los inconvenientes para
una perfecta reconciliación...Y sobre todo ha llegado el caso de que veamos, tratemos y
conozcamos de cerca de Juan Manuel de Rosas como a un verdadero patriota y amante
del orden.
Juan Lavalle
El mismo día en que juró su cargo, declaró al diplomático uruguayo Santiago Vázquez:
Creen que soy federal; no señor, no soy de partido alguno sino de la Patria... En fin,
todo lo que yo quiero es evitar males y restablecer las instituciones, pero siento que me
hayan traído a este puesto.
Lo primero que hizo Rosas fue realizar un extraordinario funeral al general Dorrego,
trayendo sus restos a la capital, con lo cual logró la adhesión de los seguidores del
fallecido líder federal, sumando el apoyo del pueblo humilde de la capital al que ya
tenía de la población rural.10
...el general Rosas es unitario por principio, pero que la experiencia le ha hecho conocer
que es imposible adoptar en el día tal sistema porque las provincias lo contradicen, y las
masas en general lo detestan, pues al fin sólo es mudar de nombre.11
El general José María Paz había ocupado Córdoba y había derrotado a Facundo
Quiroga. Rosas envió una comisión a mediar entre Paz y Quiroga, pero este fue
derrotado y se refugió en Buenos Aires. Rosas le hizo dar un recibimiento triunfal
―como si hubiese sido el vencedor― aunque el caudillo consideraba que la guerra
había terminado para él.
Paz aprovechó la victoria para invadir las provincias de los aliados de Quiroga,
colocando en ellos gobiernos unitarios. Los bandos quedaban definidos: las cuatro
provincias del litoral, federales; las nueve del interior, unitarias y unidas desde agosto
de 1830 en una Liga Unitaria, cuyo «supremo jefe militar» era Paz.
A los pocos meses, en enero de 1831, Rosas y Estanislao López impulsaron el Pacto
Federal entre Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos. Este ―que sería uno de los «pactos
preexistentes» mencionados en el Preámbulo de la Constitución de la Nación
Argentina― tenía como objetivo poner un freno a la expansión del unitarismo
encarnado en el general Paz. Corrientes se adheriría más tarde al Pacto, porque el
diputado correntino Pedro Ferré intentó convencer a Rosas de nacionalizar los ingresos
de la aduana de Buenos Aires e imponer protecciones aduaneras a la industria local. En
este punto, Rosas sería tan inflexible como sus antecesores unitarios: la fuente principal
de la riqueza y del poder de Buenos Aires provenía de la aduana.
El caudillo santiagueño Juan Felipe Ibarra, refugiado en Santa Fe, logró que López
iniciara acciones contra Córdoba. Serían acciones guerrilleras, porque en ese tipo de
acciones tenía ventaja sobre las disciplinadas tropas de Paz. A principios de 1831, el
ejército porteño inició también las operaciones, al mando de Juan Ramón Balcarce; pero
el ejército porteño nunca llegó a unirse al santafesino.
Por su lado, Quiroga decidió volver a la lucha. Pidió fuerzas a Rosas, pero este solo le
ofreció los presos de las cárceles. Quiroga instaló un campo de entrenamiento y, cuando
se consideró listo, avanzó sobre el sur de Córdoba. En el camino, Pacheco le entregó los
pasados de Fraile Muerto: con ellos conquistó Cuyo y La Rioja en poco más de un mes.
Convención de Santa Fe
En los meses siguientes, las provincias restantes se fueron adhiriendo al Pacto Federal:
Mendoza, Córdoba, Santiago del Estero y La Rioja en 1831. Al año siguiente,
Tucumán, San Juan, San Luis, Salta y Catamarca.
En cuanto terminó la guerra, los representantes de varias provincias anunciaron que, con
la pacificación interior, había llegado la ocasión esperada para la organización
constitucional del país. Pero Rosas argumentaba que primero se tenían que organizar las
provincias y luego el país, ya que la constitución debía ser el resultado escrito de una
organización que debía darse primero. Aprovechó una acusación del diputado
correntino Manuel Leiva para acusarlo de tener ideas anárquicas y retirar su
representante de la convención de Santa Fe. En agosto de 1832, la convención quedaba
disuelta, y la oportunidad de organizar constitucionalmente el país se pospuso por otros
veinte años.
Por un tiempo, el país quedó dividido en tres áreas de influencia: Cuyo y el noroeste, de
Quiroga; Córdoba y el litoral, de López; y Buenos Aires, de Rosas. Por unos años, este
triunvirato virtual gobernaría el país, aunque las relaciones entre ellos nunca fueron muy
buenas.12
Monumento ecuestre de Juan Manuel de Rosas. Plaza Intendente Seeber, Parque Tres de
Febrero, Buenos Aires. En uno de sus lados se recuerda su campaña al desierto.
... siendo federal por íntimo convencimiento, me subordinaría a ser unitario si el voto de
los pueblos fuese por la unidad.11
El gobierno de la provincia
Interregno
Artículo principal: Época de Rosas: entre dos mandatos
Campaña al Desierto
En cuanto Rosas dejó el gobierno a fines de 1832, a principios del siguiente año
coordinó la campaña con los de Mendoza, de San Luis y de Córdoba para hacer una
batida general, que además acompañaría a la otra que había comenzado a principios del
mismo año el general Manuel Bulnes en Chile y en el extremo noroeste de la Patagonia
oriental, específicamente en los alrededores de las lagunas de Epulafquen. La
comandancia general le fue ofrecida a Facundo Quiroga, pero este no participó en ella.
Rosas concentró y adiestró la tropa en su estancia de Los Cerrillos, cerca del fortín y
pueblo de San Miguel del Monte.
El 6 de febrero de 1833 fue aprobada la ley que autorizaba al Poder Ejecutivo a negociar
un crédito de un millón y medio de pesos m/c, para costear los gastos de la expedición,
aunque al poco tiempo, el ministro de Guerra comunicó que no podría hacerse cargo de
dicho objetivo, y por lo cual Rosas y Juan Nepomuceno Terrero terminaron
suministrando ganado vacuno y caballar para el abastecimiento, sumado a que sus
primos Anchorena, el doctor Miguel Mariano de Villegas,13 Victorio García de Zúñiga y
el entonces coronel Tomás Guido donaran dinero en efectivo para que pudieran
iniciarla,1415 por lo cual, pudieron partir de allí en marzo del citado año.
La columna oeste, al mando de José Félix Aldao, recorrió un territorio que había sido
«limpiado» de aborígenes recientemente, por lo que se limitó a llegar al río Colorado.
La del centro venció al cacique ranquel Yanquetruz y regresó rápidamente. La que hizo
la mayor parte de la campaña fue la del este, al mando del propio Rosas. Este se
estableció a orillas del río Colorado ―cerca de la actual localidad de Pedro Luro― y
envió cinco columnas hacia el sur y hacia el oeste, que consiguieron derrotar a los
caciques más importantes. A continuación firmó tratados de paz con otros, secundarios
hasta entonces, que se convirtieron en útiles aliados. Al año siguiente se sumó el más
importante de ellos, Calfucurá.
Durante los primeros años de su segundo gobierno, la política de Rosas para con los
indígenas alternó tratados de paz y donaciones con campañas de exterminio. Solo
después de la crisis que comenzó en 1839 la cambió por una política de paz permanente.
Los indios formaban un grupo de unas 110 personas (hombres, mujeres y niños); casi
todos fueron hechos prisioneros o muertos, pues los soldados no dan cuartel a ningún
hombre. Los indios sienten actualmente un terror tan grande, que ya no se resisten en
masa; cada cual se apresura a huir por separado, abandonando a mujeres e hijos. [...] Sin
disputa, esas escenas son horribles, ¡pero cuánto más horrible todavía es el hecho cierto
de que los soldados dan muerte a sangre fría a todas las indias que parecen tener más de
veinte años! Y cuando yo ―en nombre de la humanidad― protesté, se me replicó:
«¿Qué otra cosa podemos hacer? ¡Tienen tantos hijos esas salvajes!».16
Iconografía de 1833.
El precio a pagar por la paz fue sostener a las tribus amigas con entregas anuales de
ganado, caballos, harina, tejidos y aguardiente. A partir de este momento, las tribus
cazadoras dependieron de las entregas de alimentos, y fueron considerados por los
bonaerenses como costosos parásitos del erario público, olvidando que ―desde el punto
de vista de Rosas― los pagos eran un precio a pagar por el uso de territorios que ellos
consideraban suyos. Esta actitud pacificadora, y el cumplimiento de los pactos
celebrados, le ganaron a Rosas el respeto de algunos de los jefes de los indios amigos.
Cuando este asumió por segunda vez la gobernación de la provincia, el cacique Catriel
en Tapalqué declaró:
Nuestro hermano Juan Manuel indio rubio y gigante que vino al desierto pasando a nado
el Samborombón y el Salado y que jineteaba y boleaba como los indios y se loncoteaba
con los indios y que nos regaló vacas, yeguas, caña y prendas de plata, mientras él fue
Cacique General nunca los indios malones invadimos, por la amistad que teníamos por
Juan Manuel. Y cuando los cristianos lo echaron y lo desterraron, invadimos todos
juntos
citado por Julio A. Costa en Roca y Tejedor18
Más tarde, el propio Rosas dirigió la redacción de una Gramática de la lengua pampa.
Mientras Juan Manuel de Rosas estaba en su campamento del río Colorado, los
desacuerdos internos del partido federal iban en aumento. Una de las fracciones era
ideológicamente liberal y deseaba la organización constitucional; en sus filas militaban
el gobernador Balcarce y sus ministros Enrique Martínez y Félix Olazábal. Sus
adversarios, leales a Rosas, los llamaban lomos negros debido a que el reverso de la
lista en la cual se postulaban era de color negro. En el partido de Rosas figuraban
estancieros, militares y comerciantes minoristas.
Cuando se anunció el juicio a los periódicos, uno de ellos era llamado «El Restaurador
de las Leyes». Encarnación hizo empapelar la ciudad con la noticia de que iba a ser
enjuiciado el Restaurador, lo que la gente interpretó como un juicio al jefe del partido
federal. Se produjo una gran manifestación, y sus participantes se reunieron en las
afueras de la ciudad; el general Agustín de Pinedo, quien había sido enviado a reprimir
la manifestación, sublevó a sus hombres y asumió el liderazgo de la manifestación
convirtiéndola en un sitio a la ciudad. Unos días más tarde Balcarce renuncia.
Cabe destacar, como lo hace el historiador José María Rosa, que ésta es una revolución
muy peculiar para la época:
no fue una “revolución” en el sentido que hoy damos a la palabra, sino una retirada del
pueblo a Barracas, una huelga general –la primera de nuestra historia– sin combates ni
luchas callejeras. Resultan inútiles los “vigilantes” de Balcarce, que defeccionan
plegándose a los restauradores; inútiles sus regimientos, que desobedecen a sus jefes.19
Tras la caída de Balcarce, la Sala nombra al general Juan José Viamonte, heredando la
fragilidad política de su antecesor.
Unos meses después llegaba Rosas a Buenos Aires, y Viamonte se vio obligado a
renunciar. En su lugar fue elegido Rosas, pero no aceptó porque no se le concedían las
facultades extraordinarias. No se sentía capaz de gobernar bajo las limitaciones de un
estado de derecho. Fue elegido gobernador su amigo Manuel Vicente Maza, presidente
de la legislatura.
Segundo gobierno
Artículo principal: Segundo gobierno de Rosas
Delegación de la Suma del Poder Público sobre el gobernador bonaerense Juan Manuel
de Rosas.
Al estallar un conflicto que se había suscitado entre Salta y Tucumán, Rosas logró que
el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Manuel Vicente Maza, enviara como
mediador al general Facundo Quiroga, que residía en Buenos Aires. En el trayecto, este
fue emboscado y asesinado en Barranca Yaco, provincia de Córdoba, el 16 de febrero
de 1835 por Santos Pérez, un sicario vinculado a los hermanos Reynafé, que
gobernaban Córdoba.
No disolvió la legislatura ni los tribunales; por el momento, la suma del poder aparecía
como la sanción legal del carácter excepcional que tenía su mandato. La naturaleza
dictatorial de esa institución política afloraría más tarde, cuando Rosas hiciera uso de
todo ese poder.
Por otro lado este asesinato provocó un desbalance en las figuras dominantes de la
política argentina: al morir Quiroga, solo quedarían como posibles líderes federales
Rosas y López. Este, en tanto que protector de los Reynafé, quedó muy debilitado; y
moriría a mediados de 1838. A medida que pasaba el tiempo, la persuasión de su
diplomacia y la habilidad de su dirigencia le granjearía a Rosas el respeto y
acompañamiento de otros caudillos del interior, como Juan Felipe Ibarra, de Santiago
del Estero, y José Félix Aldao, de Mendoza.
Debido a que el país no contaba por entonces con una constitución propia ―su caída
sería, en 1853, condición necesaria para su sanción― los poderes de los que gozó Rosas
en su segundo mandato han sido superiores a los de un presidente de facto, ya que
dentro de estos incluyó el de administrar justicia, aunque no se debe restarle importancia
a la legislación en la que se movía Rosas en su época, particularmente las leyes de
Indias y el Pacto federal, ya que se suele creer que Rosas actuaba en la política
argentina sin freno alguno, pero sus cartas y sus documentos personales dejan observar
la gran fidelidad que le tenía este a la legislación dada por el imperio Español y que se
mantuvo vigente hasta 1853. Gran parte de la historiografía argentina sigue
considerando a Rosas un dictador o un tirano, mientras que la corriente revisionista le
niega tal carácter, considerándolo un defensor de la soberanía nacional.
El discurso que pronunció Rosas en el Fuerte, sede del gobierno provincial, al momento
de la asunción de su segundo mandato como gobernador caracterizaría su posición
frente a sus opositores:
Rosas asumió su nuevo gobierno con la suma del poder público que utilizó para hostigar
a sus disidentes fueran estos federales o unitarios.
No se tiene aún noticia de ciudadano alguno que no fuese a votar. Debo decirlo en
obsequio de la verdad histórica, nunca hubo un gobierno más popular, y deseado, ni más
bien sostenido por la opinión. Los unitarios que en nada habían tomado parte, lo
recibían al menos con indiferencia, los federales lomos negros, con desdén, pero sin
oposición; los ciudadanos pacíficos lo esperaban como una bendición y un término a las
crueles oscilaciones de dos largos años; la campaña, en fin, como el símbolo de su
poder y la humillación de los cajetillas de la CIUDAD. [...]
En este sentido, un retrato vívido de esa época ha sido el legado por la pluma de Esteban
Echeverría en El matadero, cuento precursor del realismo rioplatense que transcurre en
la provincia de Buenos Aires durante la década de 1830. Desde la óptica opositora,
Echeverría describió las contiendas entre unitarios y federales, y las figuras del caudillo
Rosas y sus seguidores, atribuyendo a estos últimos cualidades brutales y sanguinarias.
En cuanto asumió, Rosas ordenó la captura de Santos Pérez y los Reynafé, y tras un
juicio que tardó años, fueron condenados a muerte y ejecutados. El juicio le dio a Rosas
una autoridad nacional en un ámbito inesperado: su provincia tenía un tribunal penal de
autoridad nacional. Esa autoridad no era legal pero era real, y aportó cierta unidad a la
administración nacional.
Eliminó de todos los cargos públicos a sus opositores: expulsó a todos los empleados
públicos que no fueran federales «netos», y borró del escalafón militar a los oficiales
sospechosos de ser opositores, incluyendo a los exiliados. A continuación hizo
obligatorio el lema de «Federación o muerte», que sería gradualmente reemplazado por
«¡Mueran los salvajes unitarios!», para encabezar todos los documentos públicos; e
impuso a los empleados públicos y militares el uso del cintillo punzó, que pronto sería
usado por todos.
Entre los funcionarios separados de su cargo por orden del gobernador estuvo el doctor
Miguel Mariano de Villegas, que fuera decano del Superior Tribunal de Justicia, por no
merecer la confianza del gobierno.22
Por oposición, más tarde los unitarios llevarían divisas celestes, lo que tendría un
resultado inesperado: la bandera argentina era, hasta ese momento, de color azul y
blanco. Los ejércitos de Rosas la empezaron a usar con un color azul oscuro, casi
violeta; para diferenciarse, los unitarios la utilizaron de color celeste y blanco.23
Para conseguir sus objetivos políticos Rosas contó también con el apoyo de la Sociedad
Popular Restauradora, con la cual en esa época se vinculaba especialmente su esposa
Encarnación, integrada por el grupo más leal de sus partidarios. Y a través del cuerpo
parapolicial de la Mazorca, que volvió a actuar en la persecución de sus adversarios.
Una vez que logró consolidar su poder, impuso los criterios federales y formó alianzas
con los líderes de las demás provincias argentinas, logrando el control del comercio y de
los asuntos exteriores de la Confederación.
La Ley de Aduanas
El efecto inesperado, pero que Rosas había considerado correctamente, era que
disminuyeron las importaciones, pero el crecimiento del mercado interno compensó esa
caída. De hecho, los impuestos por importación aumentaron significativamente. Más
tarde, bajo el efecto de los bloqueos, se redujeron estas tasas de importación (sin llegar a
ser tan bajos como lo fueron antes y después del gobierno de Rosas).
La política exterior
En el norte, las ambiciones del dictador boliviano Andrés de Santa Cruz, que dominaba
la recién fundada Confederación Perú-Boliviana y quiso invadir Jujuy y Salta con el
apoyo de algunos emigrados unitarios, llevaron a una guerra entre esos países y
Argentina. La guerra estuvo a cargo de Alejandro Heredia, gobernador de Tucumán.
Este era el último de los caudillos federales que hizo alguna sombra a Rosas, pero el
Restaurador logró disciplinarlo por medio de la financiación de esta guerra. A fines de
1838, con el asesinato de Heredia a manos de uno de sus oficiales, se paralizaron las
operaciones y desapareció su último competidor federal. Los adversarios internos que
aparecerían desde el año siguiente ya no serían competidores por el control del
federalismo, sino decididamente enemigos del sistema rosista.
Las relaciones con Brasil fueron muy malas, pero nunca se llegó a la guerra, por lo
menos hasta la crisis que desembocaría en la Batalla de Caseros. Nunca hubo problemas
con Chile, aunque en ese país se refugiaban muchos opositores, que llegaron a lanzar
algunas expediciones desde allí contra las provincias argentinas. El Paraguay proclamó
su independencia y la anunció oficialmente a Rosas, que respondió que no estaba en
condiciones de reconocer ni desconocer esa declaración. En la práctica, su pretensión
era reincorporar la antigua provincia del Paraguay a la Confederación, por lo cual
mantuvo el bloqueo de los ríos interiores, a fin de forzar al Paraguay a negociar. El
Paraguay respondió aliándose con los enemigos de Rosas, pero nunca hubo
enfrentamiento alguno entre ambos ejércitos ni escuadras.
El bloqueo francés
Los peores problemas empezaron con Francia: la política exterior francesa había
permanecido en un perfil bajo por dos décadas, hasta que el rey Luis Felipe intentó
recuperar para Francia su papel de gran potencia, obligando a varios países débiles a
hacerle concesiones comerciales y, cuando era posible, reducirlos a protectorados o
colonias. Ese fue el caso de Argelia, por solo citar un ejemplo. Desde 1830, Francia
buscaba aumentar su influencia en América Latina y, especialmente, lograr la expansión
de su comercio exterior. Consciente del poder inglés, en 1838 el rey Luis Felipe exponía
ante el parlamento que «solo con el apoyo de una poderosa marina podrían abrirse
nuevos mercados a los productos franceses».
Arana rechazó las exigencias, y meses más tarde, en marzo de 1838 la armada francesa
bloqueó «el puerto de Buenos Aires y todo el litoral del río perteneciente a la República
Argentina». Y lo extendió a las demás provincias litorales, para debilitar la alianza de
Rosas con ellas, ofreciendo levantar el bloqueo contra cada provincia que rompiera con
él.
Sobre el reclamo particular de Francia, esto es, la exención del servicio de armas para
sus súbditos, el gobierno de Buenos Aires retrasó la respuesta por más de dos años.
Rosas no se oponía a reconocer a los residentes franceses en el Río de la Plata el
derecho a un trato similar al que se daba a los ingleses, pero solo estuvo dispuesto a
reconocerlo cuando Francia envió un ministro plenipotenciario, con plenos poderes para
la firma de un tratado. Eso significaba un trato de igual a igual, y un reconocimiento de
la Confederación Argentina como un estado soberano.
El periodismo controlado
Con la llegada de Rosas al poder se dio por finalizada cualquier posibilidad de libertad
de expresión en el periodismo de Buenos Aires.[cita requerida]
En el breve plazo de dos años, entre 1833 y 1835, desaparecieron la mayoría de los
periódicos. En 1833 había 43 periódicos en total. En 1835 quedaban solamente tres.
Entre los periódicos más importantes clausurados por el restaurador estaban El
Defensor de los Derechos Humanos, El Constitucional, El Iris, El Amigo del País, El
Imparcial y El Censor Argentino.24
Los rosistas se encargaron de abrir nuevas publicaciones. Algunos de los periódicos más
importantes de esa época fueron El Torito de los muchachos, El Torito del Once, Nuevo
Tribuno, El Diario de la Tarde, El Restaurador de las Leyes, El Lucero y El Monitor,
todos ellos fuertemente rosistas, dedicados a exaltar la figura del Restaurador de las
Leyes, y criticar a los unitarios.
Este grupo logró cierta influencia a partir de dos instituciones: el Salón Literario,
clausurado por orden de Rosas, y La Joven Argentina, sociedad secreta fundada por
Echeverría en 1838.
Mientras tanto, Juan Manuel de Rosas había avanzado en la compra de una gran
cantidad de terrenos y propiedades en la zona conocida como «bañado de Palermo», en
Buenos Aires. Aunque las fuentes arrojan diversas fechas, sería entre 1836 y 1838 que
el Gobernador habría comenzado con su proyecto personal para construir su nueva
residencia y quinta en esta región alejada del centro porteño.2526
Durante los siguientes diez años, Rosas emprendió el ambicioso y costoso proyecto, que
incluía no solo una imponente casona, la más grande de Buenos Aires en aquel
momento, sino un estanque artificial con un canal, varias dependencias y el arbolado y
parquizado de un área importante. Hacia 1848, se habría instalado definitivamente en la
estancia que él mismo bautizó Palermo de San Benito y también conocida como San
Benito de Palermo, nombre sobre el cual existen aún hoy diversas hipótesis que no
pudieron ser confirmadas.25
Cullen huyó a Santiago del Estero y se refugió en casa del gobernador Ibarra, desde
donde logró organizar una invasión a la provincia de Córdoba por parte de los
opositores al gobernador Manuel López. Estos fueron derrotados, e Ibarra envió a
Cullen preso a Buenos Aires. Al llegar al límite de la provincia de Buenos Aires, fue
fusilado por el coronel Pedro Ramos en junio de 1839.
En mayo, con apoyo y dinero porteño, Echagüe invadió Uruguay, con apoyo de un gran
número de militares «blancos», dirigidos por Juan Antonio Lavalleja, Servando Gómez
y Eugenio Garzón. Llegó hasta muy cerca de Montevideo, pero fue derrotado en la
batalla de Cagancha.
El gobierno francés no consiguió mucho con su bloqueo, por lo que decidió financiar
campañas militares contra Rosas, tanto pagando un fuerte subsidio al gobierno de
Rivera, como a los unitarios organizados en la Comisión Argentina, dirigida por
Valentín Alsina. Estos buscaron un jefe militar prestigioso para dirigir la revolución, y
la elección cayó en Lavalle, a quien Alberdi convenció de ponerse al frente de las
tropas.
Lo primero que hizo Ferré fue lanzar contra Santa Fe al fundador de la autonomía
provincial, Mariano Vera, pero este fue rápidamente derrotado y muerto.
Pero todo salió mal: no pudieron contar con la ayuda de Lavalle, quien se dirigió a Entre
Ríos para invadirla, privando a los revolucionarios de sus tropas. Asimismo el grupo de
Maza fue delatado: el examigo de Rosas fue asesinado en su despacho oficial y su hijo
—el propio jefe militar— fusilado por orden de Rosas en la cárcel. Los Libres del Sur,
descubiertos, se lanzaron a la insurrección pero apenas dos semanas más tarde fueron
derrotados por Prudencio Rosas, hermano del gobernador, en la batalla de Chascomús.
Los cabecillas murieron en la batalla, otros fueron ejecutados o encarcelados y algunos
debieron exiliarse.
Desde la muerte de Heredia, los unitarios del norte se habían ido organizando y
empezaron a controlar los gobiernos de Tucumán, Salta, Jujuy y Catamarca.
Rosas recordó que tenían en su poder el armamento enviado por él para la guerra contra
Bolivia, y decidió mandar un emisario para quitárselo antes de que se pronunciaran
contra él. La elección fue uno de los más serios y evidentes errores en toda la carrera del
Restaurador: el general Gregorio Aráoz de Lamadrid, líder unitario tucumano de la
década anterior, que al llegar a Tucumán cambió de bando y se unió a los rebeldes.
Estos se pronunciaron contra Rosas y formaron la Coalición del Norte, dirigida por el
ministro tucumano Marco Avellaneda. Intentaron extender la alianza seduciendo a los
gobernadores Tomás Brizuela, de La Rioja, e Ibarra, de Santiago del Estero. Ambos
eran federales, pero al primero lo convencieron dándole el mando militar supremo;
Ibarra se negó.
A fines de 1840, Lamadrid invadió Córdoba, donde un grupo de liberales derrocó a
Manuel López. Incluso intentaron revoluciones en San Luis y Mendoza, pero ambas
fracasaron.
Campañas de Lavalle
Lavalle invadió Entre Ríos y enfrentó a Echagüe en dos batallas indecisas. Se refugió en
la costa sur de la provincia y se embarcó en la flota francesa, desembarcando en el norte
de la provincia de Buenos Aires. Esquivó al general Pacheco y se dirigió hacia Buenos
Aires, estableciéndose en Merlo, y allí esperó que la ciudad se pronunciara a su favor.
Rosas organizó su cuartel general en los Santos Lugares ―actualmente San Andrés,
Partido de General San Martín―, el mismo cuartel que más tarde se haría famoso por
los prisioneros recluidos allí y por el fusilamiento de Camila O’Gorman. Le cerró el
paso hacia la capital, mientras Pacheco lo rodeaba por el norte. Mientras tanto, el
ejército de Lavalle se desarmaba por las deserciones, y la ciudad apoyó
incondicionalmente a Rosas.
Entonces Lavalle retrocedió. Todos los unitarios lo criticaron mucho por esa decisión,
pero realmente no podía hacer otra cosa.
La retirada de Lavalle hizo que los franceses firmaran la paz con Rosas y levantaran el
bloqueo. Lavalle, sin apoyo naval, ocupó Santa Fe, pero su ejército seguía
disminuyendo. Por su parte, Rosas lanzó en su persecución a Pacheco, y poco después
puso a Oribe al mando del ejército federal.
Terrorismo
El mes de octubre de 1840 es conocido como «mes del terror» u «octubre rojo» por la
historiografía liberal argentina. Rosas es sindicado como el instigador de una gran
matanza de partidarios unitarios a través de su organización parapolicial, La Mazorca.
Lo cierto es que en ese mes fueron asesinadas veinte personas, de las que sólo siete eran
unitarias. Los homicidios se cometieron de noche, en la calle y por linchamiento
popular o por la represión de tales.27
Los símbolos de los unitarios, e incluso los objetos de colores identificados con los
unitarios ―celeste y verde―, fueron destruidos. Las casas, la ropa, los uniformes: todo
lo que pudiera colorearse fue pintado de color rojo.
Sin embargo Rosas no solo no ordenó los asesinatos sino que los combatió, como lo
demuestra una notificación a los jefes de las fuerzas de seguridad del 19 de abril de
1842 —mes en el que hubo un fuerte rebrote de los linchamientos populares— que
afirma que el gobernador «ha mirado con el más serio y profundo desagrado los
escandalosos asesinatos que se han cometido en estos últimos días, los que, aunque han
sido sobre salvajes unitarios, nadie, absolutamente nadie está autorizado para semejante
bárbara licencia». En la misma ordena patrullar la ciudad «disponiendo lo necesario
para evitar iguales asesinatos».30
la fama de terroristas será mayor en los federales porque su base popular hizo que
algunas de sus víctimas formaran parte de la clase acomodada. En cambio los unitarios
mataban gauchos. No repercutirá igualmente en la capital y en sus periódicos la
ejecución de un Maza o una O'Gorman que el asesinato de centenares de humildes
soldados después del combate de "La Tablada" por orden del unitario Paz.31
Lavalle se retiró hacia la provincia de Córdoba, pero al entrar en ella fue derrotado en la
batalla de Quebracho Herrado, lo que lo obligó a retirarse a Tucumán. Allí se reunió y
se separó nuevamente de Lamadrid, que marchó a invadir Cuyo. El jefe de su
vanguardia, Mariano Acha (el que había entregado a Dorrego en manos de Lavalle),
venció a José Félix Aldao en la batalla de Angaco, pero fue rápidamente derrotado en
La Chacarilla y ejecutado al poco tiempo. Unas semanas más tarde, Lamadrid se hacía
nombrar gobernador de Mendoza, munido de las «facultades extraordinarias» tan
criticadas,n 2 solo para ser pronto derrotado en Rodeo del Medio. Los sobrevivientes
emigraron a Chile.
En Santa Fe, Juan Pablo López se pasó al bando contrario después de la derrota de la
Coalición del Norte, de modo que Oribe regresó y lo derrotó fácilmente en abril de
1842. Se refugió junto a Rivera, en el este de Entre Ríos, donde Oribe los derrotó en
Arroyo Grande, en diciembre de 1842.
Muchos de los prisioneros de estas batallas fueron ejecutados por orden de Oribe o de
Rosas. Al menos, por el momento, la guerra civil había terminado en la Argentina.
La década final
La Ley de Aduanas de 1836 tuvo una aplicación variable, y se derogó y volvió a aplicar
según las necesidades y los bloqueos. La combinación de ambos procesos llevó a un
gran crecimiento económico en las provincias interiores, siendo el caso de Entre Ríos
muy claro, pero no exclusivo.
Si bien hubo una fuerte inmigración europea, sus características fueron completamente
distintas de la masiva inmigración posterior a su caída. Llegaron inmigrantes de Irlanda,
Galicia, el País Vasco e incluso de Inglaterra. Pero no se afincaron en colonias agrícolas
sino que debieron integrarse en una sociedad controlada por los criollos. Muchos
irlandeses y vascos se dedicaron a la cría de ganado ovino, y en pocos años lograron
convertirse en propietarios. La ganadería exclusivamente vacuna fue reemplazada por
otra, dominada por las ovejas, y en la cual el principal renglón de las exportaciones fue,
cada vez más, la lana. Eso llevó a aumentar la dependencia económica respecto de
Inglaterra, principal compradora de lana del mundo.
Incluso fue obra de Rosas la llegada al poder de Justo José de Urquiza en Entre Ríos,
pero era un caso distinto: este era el general más capaz del bando federal, solo
comparable a Pacheco. Después de Arroyo Grande, los triunfos más importantes los
había obtenido él, con tropas entrerrianas y algunos refuerzos porteños. En segundo
lugar, era un hombre muy rico, y aprovechó su situación de poder para enriquecerse aún
más. Por último, por su posición militar, Rosas se vio obligado a hacer la vista gorda
cuando el entrerriano permitía el contrabando desde y hacia Montevideo.
Política religiosa
Si bien Rosas era católico y tradicionalista en su forma de pensar, durante sus gobiernos
las relaciones con la Iglesia católica fueron bastante complicadas debido,
principalmente, a que siempre reclamó la continuidad del Patronato de Indias sobre la
Iglesia en la Argentina.
El gobernador permitió el retorno de los jesuitas en 1836 y les devolvió algunos de sus
bienes, pero rápidamente tuvo conflictos con la orden ya que como estos eran fieles
seguidores del papado en relación al patronato se negaron a apoyar públicamente a su
gobierno, situación que derivó finalmente en un enfrentamiento abierto con Rosas. Por
este motivo, hacia 1840 los jesuitas terminaron exiliándose en Montevideo.
Rosas extendió sus políticas a la religión. En todas las iglesias, los sacerdotes debieron
apoyar públicamente al rosismo. Celebraron misas en agradecimiento a sus éxitos y en
desagravio a sus fracasos. Y así como la sociedad civil quedó sometida al pensamiento
y a las prácticas uniformes del régimen rosista, similar situación se dio en el seno
mismo del clero. La intromisión fue tal que hasta a los santos de los púlpitos se les
colocó la divisa punzó ―la famosa cintilla roja que caracterizó al rosismo― y el retrato
de Rosas se implantó en los altares, compartiendo el lugar que la Iglesia le dedica a los
santos.
Rosas toleró al obispo Mariano Medrano, electo durante el gobierno del general Juan
José Viamonte, pero no hubiera aceptado ningún otro que no contara con su aprobación
ya que se consideró continuador de las políticas regalistas del patronato eclesiástico que
habían tenido los reyes de España.
Uno de los hechos más conocidos de su gobierno fue la aventura de amor de Camila
O’Gorman (23) y el cura Ladislao Gutiérrez (24), que se escaparon juntos para formar
una familia. Rosas fue azuzado por la prensa unitaria desde Montevideo y Chile.
El gobernador Rosas fue azuzado por los propios federales, e incluso por el padre de la
joven, Adolfo O’Gorman, e inesperadamente ordenó fusilarlos, lo que se cumplió en el
campamento de Santos Lugares.
Algunos autores afirman que ninguna ley del derecho argentino o del derecho heredado
de España autorizaba la pena de muerte por los actos cometidos, y que Gutiérrez debía
ser entregado a la justicia eclesiástica, donde como autor del rapto sin violencia era
pasible de la pena de confiscación de bienes conforme al Fuero Juzgo ley 1.º, libro 3.º,
título 3.º y por tratarse de un clérigo liviano debía ser castigado con degradación y
destierro perpetuo. En cuanto a Camila, debía solamente ser enviada a su propia casa.36
Otros autores, en cambio, afirman que las leyes vigentes sancionaban el sacrilegio del
robo y escándalo relacionados con el caso con la pena de muerte, de acuerdo a las
Partidas 1 4-71, I 18-6 y VII 2-3, aplicables al caso.37
Después de la victoria de Arroyo Grande, Oribe todavía tenía una cuenta que saldar:
atacó a Rivera en el Uruguay, y se instaló frente a Montevideo, a la que le puso sitio con
el apoyo de varios regimientos argentinos. Apoyado por Francia, Inglaterra y
posteriormente Brasil, y defendido por refugiados argentinos y mercenarios europeos,
Rivera logró que la ciudad resistiera hasta 1851. La flota porteña del almirante
Guillermo Brown estableció el bloqueo del puerto, lo que hubiera significado la
inmediata caída de la ciudad, pero la escuadra anglo-francesa al mando del Comodoro
Purvis logró alejar a las embarcaciones de Buenos Aires y mantener así una vía abierta
para abastecer a la población.
Durante todo ese tiempo, las mejores tropas de Buenos Aires quedaron inmovilizadas en
el Uruguay. En la historia uruguaya, este período es conocido como la Guerra Grande.
Corrientes se volvió a alzar contra Rosas en 1843, bajo el mando de los hermanos
Joaquín y Juan Madariaga, pero no lograron exportar su rebelión a las demás
provincias.38
Tras más de cuatro años de resistencia, el nuevo gobernador entrerriano Justo José de
Urquiza los venció en dos batallas, en Laguna Limpia y en Rincón de Vences. A fines
de 1847, la Argentina quedó uniformemente alineada detrás de Rosas.
Émile de Girardin reprodujo en La Presse una nota del londinense The Atlas del 1 de
marzo de 1845 donde afirma que la casa Lafone & Co., concesionaria de la Aduana de
Montevideo, encargó al poeta José Rivera Indarte un texto difamatorio contra Rosas.
Producto de esa transacción sería Tablas de sangre.
El bloqueo anglo-francés
El gobierno de Rosas había prohibido la navegación por los ríos interiores a fin de
reforzar la Aduana de Buenos Aires, único punto por el que se comerciaba con el
exterior. Durante largo tiempo, Inglaterra había reclamado la libre navegación por los
ríos Paraná y Uruguay para poder vender sus productos. En cierta medida, esto hubiera
provocado la destrucción de la pequeña producción local.
La flota combinada avanzó por el río Paraná, intentando entrar en contacto con el
gobierno rebelde de Corrientes y con Paraguay, cuyo nuevo presidente, Carlos Antonio
López, pretendía abrir en algo el régimen cerrado heredado del doctor Francia. Lograron
vencer la fuerte defensa que hicieron las tropas de Rosas, dirigidas por su cuñado Lucio
Norberto Mansilla en la batalla de la Vuelta de Obligado, pero meses más tarde fueron
derrotados en la batalla de Quebracho. Esas batallas hicieron demasiado costoso el
triunfo anterior, por lo que no se volvió a intentar semejante aventura.
Sobre todo, tiene para mí el general Rosas que ha sabido defender con toda energía y en
toda ocasión el pabellón nacional. Por esto, después del combate de Obligado, tentado
estuve de mandarle la espada con que contribuí a defender la independencia americana,
por aquel acto de entereza, en el cual, con cuatro cañones, hizo conocer a la escuadra
anglofrancesa, que pocos o muchos, sin contar los elementos, los argentinos saben
siempre defender su independencia.
José de San Martín43
Gran Bretaña levantó el bloqueo en 1847, aunque recién en 1849, con el tratado Arana-
Southern, se concluyó definitivamente este conflicto. Francia tardó un año más, hasta la
firma del tratado Arana-Le Prédour. Estos tratados reconocían la navegación del río
Paraná como «una navegación interna de la Confederación Argentina y sujeta solamente
a sus leyes y reglamentos, lo mismo que la del río Uruguay en común con el Estado
Oriental».
La caída
Varios personajes del partido federal acusaron a Rosas de lanzarse a esta nueva aventura
solo para eternizar la situación de guerra que este usaba como excusa para no convocar
una convención constituyente.
Urquiza no sentía ningún anhelo de libertad diferente del de Rosas, aunque su estilo era
distinto en varios aspectos. Pero a fines del año 1850, Rosas le ordenó que cortara el
contrabando desde y hacia Montevideo, que había beneficiado enormemente a Entre
Ríos en los años anteriores.n 4 Afectado económicamente, ya que el paso obligado por la
Aduana de Buenos Aires para comerciar con el exterior era un problema económico de
magnitud para su provincia, Urquiza se preparó a enfrentar a Rosas.
Urquiza tampoco se lanzó directamente sobre su enemigo, sino que primero atacó a
Oribe en Uruguay. Lo obligó a capitular con él y entregar el gobierno a una alianza de
los disidentes de su partido con los colorados de Montevideo. A continuación se
apoderó del armamento argentino que formaba parte de las fuerzas de Oribe y de sus
soldados, que fueron incorporados al Ejército Grande de Urquiza.
Solo entonces, Urquiza se trasladó a Santa Fe, derrocó allí a Echagüe y atacó a Rosas.
Tras la defección de Pacheco, Rosas asumió el comando de su ejército,n 6 al frente del
cual fue derrotado en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852. Tras la derrota,
Rosas abandonó el campo de batalla ―acompañado únicamente por un ayudante― y
firmó su renuncia en el "Hueco de los sauces" (actual Plaza Garay de la ciudad de
Buenos Aires):
Creo haber llenado mi deber con mis conciudadanos y compañeros. Si más no hemos
hecho en el sostén de nuestra independencia, nuestra identidad, y de nuestro honor, es
porque más no hemos podido.
Juan Manuel de Rosas
Después de Caseros
Exilio
Juan Manuel de Rosas se refugió en la legación británica, la tarde del día siguiente.
Protegido por el Encargado de Negocios del Reino Unido Robert Gore, partió hacia
Inglaterra en el buque de guerra británico Conflict. Al llegar a dicho país, se instaló en
las afueras de Southampton,n 7 Allí vivió en una granja que alquiló,45 donde intentó
reproducir algunas de las características de una estancia de la pampa. Fue otra de las
tantas contradicciones de su vida, al buscar refugio en un país con el que estuvo
repetidamente en conflicto.
En su exilio recibió muy pocas visitas, pero escribió un buen número de cartas a quienes
habían sido sus amigos. En general, trataban de su situación económica, de testimonios
sobre su propia vida y en algunos casos tocaba temas de política actual: por ejemplo,
escribió a Mitre que lo que le convenía a Buenos Aires era separarse del resto del país y
establecerse como una nación independiente.n 8 Nunca aprendió a hablar inglés ni
ningún otro idioma.n 9
Aún en vida del exgobernador, José Manuel Estrada opinó que Rosas:
Tiranizó por tiranizar, tiranizó por deleite, por vocación, a impulsos de no sé qué
fatalidad orgánica, sin dar al país la paz que prometió, antes más bien llevando de un
cabo a otro de la República, la depravación y el hierro y destruyendo todas las
condiciones morales y jurídicas sobre las cuales descansa el orden de las sociedades
humanas.
José Manuel Estrada47
Por tantos y tan horrendos crímenes comprobados contra el hombre, contra la patria,
contra la Naturaleza, contra Dios(...)En cumplimiento de las leyes, en nombre de las
generaciones que pasan y piden justicia y en nombre de las generaciones que vienen y
esperan ejemplo(...) Condeno, como debo, a Juan Manuel de Rosas a la pena ordinaria
de muerte con calidad aleve; a la restitución de los haberes robados a los particulares y
al fisco y a ser ejecutado día y hora que se señale, en San Benito de Palermo, último
foco de sus crímenes(...) 51
Sixto Villegas
Muerte
Memorial en Southampton en el Old Cemetery ("cementerio antiguo").
Cuando la noticia de su muerte llegó a Buenos Aires, el gobierno prohibió hacer ningún
funeral ni misa en favor de su alma, y organizó un inusual responso por las víctimas de
su tiranía.
La casona de Rosas, San Benito de Palermo, quedó abandonada con su exilio, y fue una
ruina durante la siguiente década. Luego fue utilizada por el Gobierno Nacional con
varios fines: Colegio Militar, Escuela Naval, etcétera,52 mientras el presidente Domingo
Faustino Sarmiento impulsó la transformación de los terrenos de estancia en un espacio
público, el Parque 3 de Febrero, llamado en honor a la batalla de Caseros. El edificio
siguió en pie hasta el 3 de febrero de 1899, cuando el Intendente Adolfo Bullrich
ejecutó su implosión, con muy poca oposición social.
Después de Rosas
Después de la caída de Juan Manuel de Rosas, Urquiza declaró que no habría «ni
vencedores ni vencidos»,53y se apresuró a reunir el Congreso Constituyente de Santa Fe,
que sancionó la Constitución Argentina de 1853 el 1 de mayo de ese año. Al año
siguiente asumió como presidente de la Argentina, pero la provincia de Buenos Aires,
dominada por los unitarios ―mas muchos antiguos colaboradores de Rosas― se negó a
participar en esa Constitución y se separó del país. En 1859 el país fue unificado
legalmente junto con la provincia de Buenos Aires, aunque la reunificación real se
produjo ―por la fuerza― a partir de 1861.
Las largas guerras civiles que siguieron a la caída de Rosas, por lo menos hasta 1880
―en las cuales participaron miembros del partido federal hasta 1873― justificaron en
el mismo Rosas su permanente y esperada acción pacificadora y modernizadora de la
constitución que había combatido.
Aunque opuesto a Rosas como hombre de partido, he dicho que escribo esto con colores
argentinos. A mis ojos, Rosas no es un simple tirano. Si en su mano hay una vara
sangrienta de hierro, también veo en su cabeza la escarapela de Belgrano. No me ciega
tanto el amor de partido, para no conocer lo que es Rosas.
Juan Bautista Alberdi55
El Estado de Buenos Aires sometió a Rosas a un proceso criminal; aún antes de que este
fuera resuelto, el 9 de agosto de 1856 el Senado de Buenos Aires sancionó un proyecto
de ley, en el cual se calificaba a Rosas:
Reo de lesa patria, por la tiranía sangrienta que ejerció sobre el pueblo y por haber
hecho traición a la independencia de su patria.
Senado de Buenos Aires56
Ya en el siglo XX, el investigador Tulio Halperín Donghi, citado por Pacho O’Donnell,
sostuvo que Rosas:
Era un autócrata por naturaleza y hasta el fin de sus días se mostró convencido de que a
los países había que gobernarlos con mano fuerte para evitar lo que él consideraba su
natural tendencia a la anarquía. Hay quien afirma que Rosas conocía la obra del francés
Bossuet, defensor del absolutismo monárquico, cuyas ideas textuales reproduciría en sus
escritos: «El rey puede compararse con un padre y recíprocamente un padre puede ser
comparado con el rey,...Amar, gobernar, recompensar y castigar es lo que deben hacer
un rey y un padre».
Tulio Halperín Donghi (historiador argentino)57
Al mismo tiempo, numerosos académicos contemporáneos continúan sosteniendo la
posición altamente negativa y tiránica de Rosas. Tal el caso de Alberto Benegas Lynch
(hijo), quien en su artículo «Juan Manuel de Rosas: perfil de un tirano», hace un
acabado resumen citando la opinión de muy diversos autores partidarios de esta
postura.58
Rosas en la actualidad
Los restos de Juan Manuel de Rosas permanecieron en el exilio durante más de un siglo.
Su cuerpo fue repatriado el 1 de octubre de 1989, durante la presidencia de Carlos Saúl
Menem, en cumplimiento de una ley promulgada en 1974 por la presidenta María Estela
Martínez de Perón. Reposan actualmente en el panteón familiar del Cementerio de la
Recoleta en la Ciudad de Buenos Aires.
Una estación de la línea B del subte de la capital lleva su nombre, aunque no existe
ninguna calle en esa ciudad que lo conmemore. No obstante, en otras localidades de la
Argentina se lo recuerda con nombres dados a la toponimia urbana: en La Matanza, la
Ruta Nacional 3 se denomina Avenida Brigadier General Juan Manuel de Rosas; en
Jose León Suárez (Partido de General San Martín) el trayecto de la ruta 4 lleva su
nombre; la avenida costanera de la ciudad de San Carlos de Bariloche también se llama
Rosas; y lo mismo sucede con una calle céntrica de la ciudad de Rosario .
En el año 1991, el Correo Oficial argentino emitió una estampilla con un valor de 4000
australes alusiva a la «Repatriación de los restos del brigadier general don Juan Manuel
de Rosas», con su efigie.
Desde 1992 los billetes de 20 pesos llevaron su figura. En octubre de 2017, el Gobierno
de Mauricio Macri decretó remplazarlos por la efigie de un guanaco.60
Iconografía
En muchos retratos de Rosas aparece portando una gran condecoración que pende del
cuello; se trata de una medalla de oro en forma de Sol, con círculo de brillantes e
inscripto en el anverso que reza: «La espedicion á los desiertos del Sur del año 33
engrandeció la Provincia y aseguró sus propiedades», y en el reverso la columna erigida
por decreto de 9 de febrero de 1834.6364