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Conquistar al MacKintosh

 
Sonia López Souto
 
 
 
Lo malo de callar lo que sentimos es el
riesgo de perder lo que queremos.
 
Alan MacKintosh
 
Diez años antes
—Algún día estas tierras serán tuyas, hijo —Malcolm
MacKintosh hablaba con su primogénito desde lo alto de la
torre del castillo.
Era una mañana fría de invierno y la nieve lo cubría todo,
sin embargo, el hombre mantenía el tipo, a pesar de su
edad, en pie en las almenas, impasible a las inclemencias
del tiempo. Su hijo, de 25 años, procuraba imitarlo para que
no lo creyese indigno, pero no pudo evitar que los dientes le
castañeasen, arrepentido por no haber llevado la pellica que
su madre había dejado sobre la cama cuando lo avisó de
que el laird, su padre, lo esperaba en la torre. El frío se
había colado por sus piernas desnudas y por la camisa fina
y amenazaba con calarlo hasta los huesos.
—Mi padre y mi abuelo, antes de él, supieron mantener a
nuestra gente a salvo y conservar las tierras de nuestros
antepasados, a pesar de todos aquellos que pretendían
arrebatárnoslas. Muy pronto, todo eso será tu
responsabilidad —continuó hablando el hombre, sin
percatarse de que su hijo solo pensaba en regresar al
interior del castillo para seguir aquella conversación al calor
de la lumbre—. Deberás hacer lo mejor para el clan, pues
eso es lo que esperan de su jefe. 
—¿Cómo sabré qué es lo mejor, padre? —logró preguntar,
con voz medianamente firme. No quería decepcionarlo, pero
temía que así fuese, hiciese lo que hiciese. Su padre
siempre había sido un hombre bastante exigente y con sus
hijos, mucho más.
—Lo harás bien —asintió, orgulloso de que se interesase
en lo que le estaba diciendo—. Has estado viendo por veces
cómo lo hago yo, pero a partir de ahora permanecerás
siempre a mi lado para seguir aprendiendo; participarás en
las reuniones y audiencias con más asiduidad; y te ocuparás
de algún caso menor, que vea que puedes manejar sin
problema. En pocos años, serás capaz de ocuparte de la
mayor parte del trabajo del laird. Y cuando sienta que estás
realmente preparado, abdicaré en tu favor.
—Prometo no decepcionaros, padre.
—Sé que no lo harás —apoyó una mano en su hombro y
lo apretó con fuerza, hasta que el joven sintió que los dedos
se clavaban en su piel. Sin embargo, no protestó, seguro de
que era una prueba más de su padre. Cuando lo liberó, se
contuvo para no masajear la zona, a pesar de cuánto le
palpitaba—. Nuestra gente también sabrá verlo y te
aceptarán como su líder.
Duncan no supo qué decir a aquello. El liderazgo en el
clan solía pasar de padres a hijos, pero en ocasiones, si los
miembros del mismo creían que quien los gobernaría no era
suficientemente bueno para ello, podían impedirlo. No
quería decepcionar a su padre, pero tampoco estaba seguro
de que ser el próximo laird fuese una buena idea. Una vez
en el cargo, le gustaría hacer muchos cambios y dudaba
que su padre los aceptase sin más, pues muchos de ellos
acabarían con ciertas costumbres que el actual laird
promovía con entusiasmo. Duncan no quería ser recordado
como un laird tirano, sino como uno sabio y bueno para su
gente.
—Pero no te he traído aquí para hablarte de eso,
precisamente —la voz de su padre lo devolvió al presente y
Duncan lo observó con curiosidad, cuando este guardó
silencio, mientras oteaba el horizonte. 
La necesidad de Malcolm de perpetuar su estirpe a través
de sus hijos era lo único que le quitaba el sueño. Tenía ocho
hijos y aún así, le parecían insuficientes, porque tres de
ellos eran mujeres. Había visto a familias más numerosas
caer en desgracia, pues aquellas eran tierras peligrosas y
duras. Las continuas guerras con Inglaterra y con los clanes
vecinos mermaban a la población y no se paraban a
comprobar si eran los hijos del laird o no. Solo mataban
indiscriminadamente y Malcolm no estaba dispuesto a dejar
que su nombre se olvidase en el tiempo, solo porque sus
hijos no pudiesen darle muchos nietos y estos, bisnieto, y
así sucesivamente a lo largo de los años. Por eso mismo,
pretendía asegurarse una buena prole de MacKintosh,
casando a todos sus hijos varones en cuanto encontrase a
las candidatas adecuadas. Porque tampoco estaba
dispuesto a perder la oportunidad de aliarse con los grandes
clanes de Escocia. Lo uno no quitaba a lo otro.
—Vos diréis, padre —oyó decir a su hijo. Entonces
comprendió que había permanecido demasiado tiempo
sumergido en sus propios pensamientos y que el joven
todavía esperaba una explicación.
—Esta noche vendrán a cenar los MacDonald —habló de
nuevo—. Todavía estamos en negociaciones, pero debes
conocer a Flora, su hija mayor y ser especialmente amable
con ella.
—¿Por qué, padre? —su voz sonó estrangulada,
imaginando lo que se avecinaba.
—Porque será tu esposa —lo miró duramente, dándole a
entender que era importante que se comportase
adecuadamente con ella —. Ya tienes 25 años, Duncan, es
hora de que empieces a formar tu propia familia. Flora es la
mujer perfecta para ti. No solo nos proporcionará una
alianza con los MacDonald, sino que además, asegurará tu
lugar como mi sucesor en este clan. Al menos, en cuanto la
hayas preñado. Y es importante que sea cuanto antes, hijo. 
—¿Esta noche? —el joven no estaba preparado para
aquello.
—En un par de años —negó, dándole un respiro que
agradeció, aunque para el laird parecía la mayor de las
desgracias—. Flora ya tiene 20 años, pero su padre
pretende conservarla a su lado un poco más. Su sucesor
todavía es joven para casarse y a falta de una esposa para
que dirija la casa, quiere que sea Flora quien lo siga
haciendo. Trataré de hacerlo entrar en razón, pero tal vez
me lleve tiempo.
—Puedo esperar, padre —rogó para que su voz no
delatase el alivio que sentía.
—Pero yo no —rugió enfadado—. Necesito nietos,
Duncan. Cuantos más mejor. Es la única forma de que
nuestro nombre persista en la historia. Tú vas a ser el
primero de tus hermanos en contraer matrimonio y has de
dar ejemplo al resto. 
—Sí, padre —agachó la cabeza, inquieto. Sabía que algún
día iba a suceder, pero no había esperado que fuese tan
pronto. Tenía ya 25 años, pero había imaginado que todavía
podría disfrutar tres o cuatro años más de su soltería, antes
de pensar en algo tan definitivo como el matrimonio.
—Flora será una buena esposa para ti —su padre parecía
no ser consciente de su lucha interna—. Es trabajadora y
muy sensata. Discreta y fiel. Además, es muy bonita. No es
que eso importe demasiado, pero al menos te alegrará la
vista. 
—Estoy seguro de que será una buena esposa —no sabía
qué más decir. 
—Esta noche la conocerás —asintió el padre.
—Seré agradable con ella —recordó lo que le había
pedido al inicio de aquella conversación.
—En cuanto estés casado, empezaré la búsqueda de una
esposa para tus hermanos. Espero poder tener nietos en
poco tiempo —lo miró de nuevo, aunque Duncan lo esquivó,
para que no viese en sus ojos la angustia que aquello le
producía. Su familia se rompería en un par de años y no
había nada que pudiese hacer.
—¿También buscaréis esposos para mis hermanas?
—Por supuesto, pero no me preocupan tanto, pues esos
niños no llevarán mi nombre —desdeñó con un ademán la
idea—. Ganaré aliados con sus esponsales, eso por
descontado. Pero estoy más interesado en ocuparme
primero de Malcolm.
Duncan abrió los ojos con espanto al escuchar aquellas
palabras, pues Malcolm contaba solo con 12 años. Fue
entonces, cuando comprendió que su padre estaba
obsesionado con perpetuar su nombre, costase lo que
costase y que lo haría sin importarle lo que sus hijos
opinasen al respecto. La pena lo invadió, cuando
comprendió que su padre no se detendría ante nada ni
nadie para ser eterno a través de la historia.  
—Regresemos al interior, muchacho —dijo su padre,
sacándolo de sus pensamientos—. Hay mucho que organizar
todavía, antes de que lleguen los MacDonald.
—Sí, padre —Duncan deseó que no llegasen nunca.
Pero cuando se disponía a dejar la fría torre, se encontró
con su hermano Alan, que los había estado espiando y se
acercó a él, después de comprobar que su padre no estaba
cerca. Lo observó por un momento, sin decirse nada. Alan
tenía 20 años y aunque ya se veía como un hombre hecho y
derecho, por su corpulencia y su mirada seria, no dejaba de
ser demasiado joven para pensar en una esposa o en un
futuro con hijos y más responsabilidades.
—No me casaré nunca —le dijo este, con decisión—. No
me puede obligar a hacerlo.
—Me temo que sí que puede, Alan —respondió, deseando
poder decirle lo contrario—. Es nuestro padre y dispondrá de
nosotros como mejor le plazca.
—Pues conmigo no podrá —gritó, justo antes de salir
corriendo. 
Duncan no pudo alcanzarlo, a pesar de que lo intentó, y
desistió finalmente, seguro de que no volvería a verlo hasta
la hora de la cena, pues no era la primera vez que el
segundo hijo del laird desaparecía sin dejar rastro, cuando
algo le disgustaba. Nadie sabía a dónde iba, pero no se
preocupaban en exceso, porque siempre regresaba.
Alan se escabulló por las caballerizas, como tantas otras
veces había hecho y corrió hacia el extremo este de la isla,
donde había escondido, hacía tiempo, una pequeña barca
que usaba para desaparecer cuando necesitaba estar solo.
Siempre le había llamado la atención la isla artificial que sus
ancestros habían construido para castigar a aquellos que
habían transgredido las leyes, aislándolos allí del resto del
mundo y cuando tuvo edad suficiente y supo que su padre
ya no la usaría más, remó hasta ella y la reclamó como
suya. Aquel era su refugio secreto, donde podía ser él
mismo, sin que su padre lo mirase con censura. Pues Alan
estaba seguro de haber nacido solo para contrariarlo. A
pesar de su corta edad era un gran guerrero, y no lo decía
él, sino aquellos que lo habían visto practicar; sin embargo,
prefería el arco a la espada, algo que a su padre le
disgustaba. Habían tenido muchas disputas por ese motivo,
pues Alan se negaba a abandonar un arma que, según su
padre, no era adecuada para el hijo de un laird.
También le gustaba pasar tiempo en las cocinas, motivo
por el que se había llevado muchos castigos, pues aquel no
era lugar para ningún hombre; al menos según la opinión de
su padre. Pero disfrutaba aprendiendo a preparar las presas
que él mismo capturaba con su arco y solo la cocinera jefa
del castillo podía enseñarle, así que se rebelaba contra su
padre y permanecía en la cocina tanto como necesitaba,
hasta que el plato le salía perfecto. Las pocas veces en que
el laird le había dejado salir a patrullar las fronteras con sus
hombres, estos habían agradecido que Alan supiese cocinar
tan bien, pero Malcolm MacKintosh lo consideraba una
vergüenza para su legado y su familia.
Remar hasta la isla, casi cada día desde que la había
reclamado como propia, le había ayudado a desarrollar
buenos músculos, sobre todo al inicio del invierno, cuando
el hielo dificultaba el avance. Su padre lo había achacado a
los entrenamientos con sus hombres y él no había querido
contradecirlo para que no descubriese dónde pasaba la
mayor parte del tiempo, cuando no era reclamado en el
castillo. Al alcanzar la isla, ató la barca al embarcadero que
había construido en la orilla y corrió hasta la cabaña donde
escondía un arco y un sinfín de flechas. Allí, en su isla, Alan
era feliz y podía olvidar que su padre era un hombre
ambicioso y obsesionado con perpetuar su nombre a costa
de su propia familia.
—No será conmigo, padre —murmuró, mientras ponía las
dianas en su lugar—. No me casaré. No permitiré que
gobernéis mi vida. 
Sacó una flecha del carcaj y apuntó a la primera diana.
Aunque no lo pretendió, al liberarla, la imagen de su padre
se materializó en el muñeco de paja. Por un momento, el
pánico le sobrevino, al pensar que había deseado la muerte
de su propio padre y dejó caer el arco al suelo. Retrocedió
varios pasos, hasta caer en la tierra nevada, con las manos
cubriendo su rostro. Cuando se atrevió a alzar la vista de
nuevo, descubrió que todo había sido producto de su
imaginación, aunque eso no lo hizo sentir mejor. No quería
odiar a su padre, por más que este le diese motivos para
hacerlo y en ese momento, justo después del peor minuto
de su vida, se hizo una promesa: jamás permitiría que su
padre, con su obsesión por dejar huella en la historia, le
obligase a odiarlo ni a hacer lo que no quería. 
—Tiene que haber un término medio —se dijo—. Y lo
encontraré.
Horas más tarde, con el estómago rugiendo por el
hambre y la decisión tomada, regresó al castillo, dispuesto a
disfrutar de la cena que sus padres habían organizado para
los MacDonald. Todavía tenía tiempo, antes de que su padre
se fijase en él para un posible matrimonio, así que no se
preocuparía por ello hasta que llegase el momento. 
—Alan —Lachlan se acercó a él y lo golpeó con el
hombro. Tenía un año menos que él, pero parecía todavía
más joven, porque le faltaba la corpulencia de su hermano
mayor—, ¿te has enterado de lo de Duncan? 
—¿Que padre pretende casarlo? —bufó, sin prestarle
demasiada atención. Había pasado el día entero sin comer y
pretendía robar algo en la cocina, que le ayudase a esperar
a la hora de la cena.
—No —rio, lo que hizo que Alan lo mirase—. Que le han
presentado a su futura esposa y ahora parece un tonto
enamorado. 
—¿No se la iban a presentar esta noche? —alzó una ceja
incrédulo.
—Ni idea —se encogió de hombros, sin dejar de sonreír—.
Solo sé que acaban de llegar y él no hace otra cosa que
acompañarla a todas partes. Solo de verlos me dan arcadas.
Alan golpeó a su hermano en el estómago por lo que
había dicho y buscó a Duncan para verificar que Lachlan se
había equivocado porque, después de como se había
sentido su hermano mayor al saber la noticia, no podía
creer que ahora estuviese feliz por contraer matrimonio con
alguien a quien ni siquiera conocía. Y sin embargo, cuando
lo vio, hablando con la joven que, supuso, era Flora
MacDonald, supo que su hermano menor había dicho la
verdad. Duncan parecía realmente encantado de
complacerla.
—¿Ahora le darás la razón a nuestro padre? —le preguntó
en algún momento de la noche, cuando logró encontrarlo
solo. No pudo evitar que el resentimiento tiñese sus
palabras, pues lo sentía como una traición.
—No me agrada la idea de casarme tan pronto, Alan —
admitió—, pero si ha de ser, me alegro que haya elegido a
Flora. Es una muchacha muy hermosa y con un gran sentido
del humor. No creo que...
—Yo no caeré tan fácilmente —lo interrumpió, enfadado.
No sabía si con su padre o con su hermano, pero la ira bullía
por todo su cuerpo, incontrolable—. No le daré ese gusto a
nuestro padre.
—No tiene por qué ser malo, Alan.
—Tampoco tiene por qué ser bueno —negó—. En mi caso,
no será y punto.
—Alan —su hermano lo llamó, pero él ya estaba
caminando a toda prisa hacia la salida.
En su camino, se topó con la dura mirada de su padre
sobre él y supo, sin necesidad de que se lo dijese, que lo
había oído todo. Y aunque pensó en rectificarlo, en el último
momento, solo alzó la barbilla, orgulloso y lo ratificó.
—No me busquéis una esposa, padre, porque perderéis el
tiempo —dicho eso, se fue del salón con la cabeza en alto y
un temblor en las piernas por miedo a las represalias del
laird.
Cena de bienvenida
 
Diez años después
—Duncan tiene un don para las palabras —Alan se había
quedado junto a su hermano Malcolm y a su esposa Nora,
mientras el mayor la presentaba al clan—. Si no supiese que
Nora te ama tanto, creo que intentaría conquistarla,
hermanito.
—Pero si tú no quieres casarte —aun así, lo miró con el
entrecejo arrugado, lo que hizo que su hermano mayor
riese.
—Se puede conquistar a una mujer de muchas maneras
—le dijo— y la mayoría no te llevan al altar.
—Tarde o temprano, todas lo hacen —replicó Anne, que
también se había situado junto a Nora para darle su apoyo y
no pudo evitar oírlo—. Sino fijaos en mi hermano, tan
conquistador como ha sido siempre y al final tendrá que
desposarse con alguien que ni siquiera es de su agrado. Las
malas acciones se pagan.
—Creedme cuando os digo —se acercó a ella para
susurrarle— que mis acciones no son, precisamente, malas.
Puedo demostrároslo cuando queráis.
—Quizá en vuestros sueños —replicó Anne, mirando al
frente para darle a entender que no seguiría con aquella
conversación. Alan le dio el gusto, pero solo porque quería
escuchar a su hermano mayor alabando las virtudes de
Nora.
—Lo que los Cameron han estado haciendo —decía el
nuevo laird—, sus afrentas y sus disputas con nuestro clan,
no tienen nada que ver con Nora. Ella jamás ha empuñado
una espada en contra de los nuestros, ni lo hará. Tampoco
ha fomentado la enemistad, sino más bien todo lo contrario.
De hecho, Nora se enfrentó a su propia familia por los
MacKintosh, incluso mucho antes de ser la esposa de
Malcolm. Espero que sepáis darle la bienvenida al clan que
se merece, pues los hechos del pasado no tienen cabida en
nuestro futuro. Y menos contra alguien que ha sabido estar
a la altura de las circunstancias en todo momento y que ha
sido fiel a su nueva familia desde el primer día.
Alan perdió el hilo del discurso cuando su mirada se
desvió hacia Nora, que miraba a unos y otros con
preocupación. Quiso ir a su lado para decirle que todo
saldría bien, pues desde aquel día en que se enfrentó a
Angus y tuvo que ayudarla a deshacerse de él, sentía que
debía protegerla, pero Anne Campbell se le adelantó y la
rodeó con sus brazos, mientras susurraba algo que no pudo
oír. Ambas sonrieron y sintió que la rabia corría por sus
venas.
—¿Cuándo dices que se irá la Campbell? —le preguntó en
susurros a Malcolm—. No debería estar aquí, es una
ceremonia privada y familiar.
—Anne solo quiere apoyar a Nora —le respondió su
hermano en el mismo tono.
—Para eso está su familia —gruñó—. No necesita a nadie
de fuera. ¿O acaso cree que le haremos algún daño? Como
si ella pudiese evitarlo, en caso de ser así.
—No puedes negar que la historia pasada entre los
Cameron y los MacKintosh ayuda a pensar eso, Alan. Nora
es una mujer y nadie la lastimaría físicamente, pero en
ocasiones, las palabras pueden hacer mucho más daño que
un puño.
—Te tiene a ti para protegerla —insistió—. También a
Duncan y a Flora. Incluso a Janet, mientras no se vaya a
vivir con Patrick. Y a mí, maldita sea. No necesita que una
Campbell haga el trabajo.
—¿Por qué te molesta tanto su presencia? —la mirada
divertida de su hermano le disgustó— ¿Hay algo entre
vosotros que no sepa?
—El asunto no va por ahí, hermanito. Solo digo que es
una intrusa aquí.
—Es una de las mejores amigas de mi esposa y de mi
hermana pequeña —se encogió de hombros—. Con eso me
basta para darle la bienvenida. Por mí, podrá quedarse
tanto como Duncan se lo permita.
—Duncan —murmuró, mirando de nuevo a su hermano
mayor. Ya sabía cómo deshacerse de aquella mujer. Tendría
que hablar con él. Ni siquiera sabía qué le molestaba tanto
de ella, pues durante los juegos le había parecido, incluso
divertida; aunque no habían mantenido ningún contacto
aparte de aquella única vez en que bailaron juntos. Y ni
siquiera tenía un mal recuerdo de ello. Sin embargo, ahora
la miraba y sentía el calor inundar sus venas e impulsarlo a
llevársela a algún lugar privado donde explicarle por qué no
debía estar allí con los MacKintosh. Pero se conformaría con
que Duncan la echase sutilmente—. Mejor eso que nada.
—¿Decías algo? —Malcolm lo miraba ahora con
curiosidad, pero Alan simplemente negó y puso su atención
en Duncan de nuevo, que estaba dando la bienvenida a
Nora personalmente. Le daría unos minutos antes de
acercarse a hablar con él y en cuanto lo convenciese de
enviarla de regreso, al día siguiente a sus tierras, podría
disfrutar del resto de la velada.
—Pronto serás tú el que esté ahí, presenciando cómo
Duncan presenta al clan a la mujer de tu vida —Janet se
acercó a Alan y le sonrió con una inocencia que no tenía.
—Las únicas mujeres de mi vida sois mamá y vosotras —
replicó él—. Y las esposas de mis hermanos, si me caen
bien.
—Pues yo espero que haya una más, algún día —suspiró,
al pensar en su prometido—. Me gustaría saber que todos
mis hermanos son felices, antes de trasladarme a mi nuevo
hogar.
—Soy feliz, hermanita —la rodeó por los hombros—, así
que puedes irte tranquila por eso.
—¿Me estás echando?
—Si te llevas a tu amiga contigo —le sonrió—, puedes irte
ahora mismo.
—¿A Nora? —frunció el ceño—. Pensaba que te gustaba.
—A la Campbell —la corrigió—. Es como esa piedra en el
zapato que no siempre notas, pero está ahí para molestar
en el momento más inoportuno.
—No lo dices en serio —lo miró, incrédula.
—¿Acaso me ves reír? 
—Anne es un encanto —la defendió— y demasiado
educada para molestar a nadie a propósito. No sé por qué
dices eso.
—Creo que lo de molestar le sale solo, hermanita —gruñó
él.
—Alan —no le pasó desapercibida la advertencia en su
tono.
—Vamos a felicitar a Nora —la arrastró con él para que no
siguiese hablando—. Que vean que los hermanos del laird la
apoyamos también.
—Ni se te ocurra ir detrás de Anne —le replicó igualmente
—. Ella no es una de esas mujeres con las que puedes jugar
sin que haya consecuencias. Es la hija mayor del laird de los
Campbell, uno de los hombres más poderosos de Escocia y...
—Ya sé quién es, Janet —habló entre dientes—, no
necesito que me lo recuerdes. Pero puedes estar tranquila
porque lo único que quiero de ella es que se largue de Moy
cuanto antes.
—En Kilchurn no parecías tan... molesto con su presencia.
¿Qué ha cambiado?
—Nora —Alan ignoró a su hermana porque no quería
responder a aquella pregunta—, bienvenida a la familia.
—Gracias, Alan —lo abrazó, aun cuando él solo pretendía
besar su mano, como la mayoría de los hombres del clan
que se habían acercado a presentar sus respetos. No
obstante, le gustó aquella espontaneidad y estaba seguro
de que la beneficiaría, así que le devolvió el abrazo.
—Si alguien dice o hace algo que te ofenda —le susurró
antes de liberarla—, dímelo y me encargaré de que
recuerden quién eres ahora.
—Gracias —repitió esta vez, más emocionada. Nunca
había tenido a nadie, salvo a su abuela, que la defendiese y
ahora tenía una familia que, aunque debían odiarla por el
clan en el que había nacido, la estaban apoyando sin
condiciones. Era más de lo que había esperado tener nunca.
—Para eso está la familia —le dijo Alan, sonriendo.
—Nora —Janet la abrazó—, tenerte como amiga ha sido
estupendo, pero ahora ya puedo llamarte hermana y eso es
aún mejor. 
—Eso significa mucho para mí —las lágrimas acudieron a
sus ojos, al recordar a su propia hermana, muerta no hacía
tanto. Todavía le dolía no haber podido salvarla de las
ambiciones de su madre. Su único consuelo era que su
hermano pequeño no estaría más al alcance de aquella
mujer y podría crecer sin sus contaminadas ideas. Su abuela
había sabido organizarlo para que el pequeño se criase con
su familia, lejos de Tor.
—Yo no puedo llamaros hermanas —Anne se acercó a
ellas y las tres unieron sus manos—, pero sois mis amigas y
os apoyaré pase lo que pase. 
—Tanto exceso de afecto me pone enfermo —dijo Alan,
alejándose de ellas después de soltar un bufido.
—Tu hermano es totalmente insufrible —se quejó Anne.
Aun así, no pudo evitar seguirlo con la mirada hasta que lo
perdió de vista entre el gentío.
—Ya os lo advertí a las dos —les respondió Janet.
—Pues conmigo siempre ha sido amable —añadió Nora—.
Bueno, desde que demostré de parte de quién estaba mi
lealtad.
—Le habrás caído en gracia —dijo Janet—. Pero no
hablemos de él, tenemos que ponernos al día porque
todavía no hemos podido hacerlo. Quiero que me contéis
todo lo que pasó desde que os fuisteis, Nora. 
—No sé si este es el mejor momento —torció el gesto—.
Tengo los sentimientos a flor de piel y no quiero acabar
llorando ante todo el clan.
—Oh, perdona —la abrazó de nuevo—, me pudo la
emoción. Pero tienes razón, tu viaje no ha sido por placer,
precisamente. Lo siento.
—No pasa nada. Prometo que hablaremos mañana, con
calma.
—Bien —Janet sonrió—. Ahora, mejor sentémonos, porque
la cena va a empezar. Anne, como nuestra invitada, te
sentarás con nosotros en la mesa principal.
—No creo que...
—Eres mi amiga y te sentarás conmigo —la detuvo—. No
aceptaré menos. Además, estoy segura de que Duncan no
se opondrá.
—Él quizá no —murmuró Anne, buscando de nuevo a Alan
con la mirada. No lo soportaba y aun así, parecía necesitar
saber dónde estaba en todo momento. Podía engañarse a sí
misma diciendo que era para evitarlo, pero no era así. Pero
quizá lo que más la molestaba era que cuando lo tenía
delante, sacaba lo peor de ella y no podía contenerse para
no insultarlo de algún modo, ya fuese de forma sutil o
deliberada.
Alan optó por sentarse junto a varios de sus amigos en
una de las mesas auxiliares, al descubrir que Anne sería
invitada a la mesa principal. No se encontraba de buen
humor y no quería estropear la bienvenida de Nora, así que
era mejor evitar los problemas. Además, habían pasado
bastante tiempo fuera del clan y quería saber qué habían
estado haciendo sus compañeros en su ausencia. Hablar
con ellos lo entretendría y mejoraría su estado de ánimo.
—Tu padre ha sido especialmente duro con nosotros —
dijo Connor a modo de queja, aunque no parecía disgustado
—. Está claro que le preocupaba lo que fuese a pasar en los
juegos y lo pagó con nosotros.
—No hables así del laird —lo reprendió Wallace, tratando
de no mirar hacia la mesa principal, por si pudiese
escucharlo.
—Ya no es el laird —sonrió Connor— y aunque lo fuese,
no me castigará por decir la verdad.
—No puedes decir que un hombre estaba preocupado y
esperar que no se ofenda.
—Mi padre se ofendería si lo llamasen cobarde —
sentenció Alan, divertido.
Wallace era un hombre leal y un gran guerrero, pero
demasiado tímido y excesivamente correcto para llegar a
ser alguien entre los hombres del laird. No destacaría entre
el resto, sobre todo si se comparaba con Connor, mucho
más llamativo, no solo por su monumental estatura, sino
por su pelirroja cabellera. Por suerte para Wallace, Alan
conocía su verdadero potencial y cuando su hermano lo
nombrase jefe de sus tropas, que lo haría, le daría el
reconocimiento que merecía.
—También yo lo haría —dijo Connor—. Y cualquiera de
vosotros.
—Nadie es un cobarde aquí —dijo Alan—. Pero Connor
tiene razón al decir que mi padre estaba preocupado. Jurar
lealtad al rey de Escocia es una gran responsabilidad, quizá
una de las mayores a la que se ha tenido que enfrentar mi
hermano sin la supervisión de mi padre, pero es un hombre
íntegro y ha sabido estar a la altura de las circunstancias.
—Será un gran laird también —sentenció Connor, a lo que
Wallace se unió con un asentimiento de cabeza.
—Mejor que mi padre —susurró Alan, para que sus
amigos no lo oyesen.
—Cambiando de tema —Connor se acercó a ellos para
hablar con más privacidad— ¿Os habéis fijado en la rubia
que está junto a Janet? 
—¿La hija mayor de Archibald Campbell? —Alan sintió la
necesidad de explicarle quién era— ¿A la que
probablemente ya tenga comprometida con algún imbécil
que le proporcione una nueva alianza que haga crecer su
poder en Escocia?
—No pretendo llevármela a la cama, Alan —rio Connor—,
porque quiero conservar la cabeza, pero no negaré que me
atrae y que pretendo darme a conocer muy pronto. Un poco
de diversión sana no hará daño a nadie.
—Su hermano se divirtió sanamente durante los juegos —
mintió, pues había sido bastante más grave— con una joven
que acabó lanzándose al lago, donde se ahogó. 
—Joder —exclamó Connor.
—Pero esto no debe salir de aquí —les advirtió a ambos—
o nos buscaríamos problemas mucho peores que una paliza
de mi padre por incumplir las normas.
—Tranquilo —le aseguró Wallace—, sabes que puedes
contar con nuestra discreción.
—Claro —asintió Connor, que aun así, miró de nuevo
hacia Anne.
—Olvídala, Connor —Alan lo notó—. No merece la pena.
Y a pesar de sus advertencias, cuando comenzó el baile,
Connor fue de los primeros en acercarse a Anne para
solicitarle un baile, mientras Alan los observaba con un
brillo en los ojos que no presagiaba nada bueno para su
amigo.
—¿Ha pasado algo entre Connor y tú? —el nuevo laird
estaba junto a Alan.
—Nada. ¿Por qué lo dices? —preguntó él.
—Porque si pudieses lanzar puñales por los ojos, estaría
muerto.
—Se ha encaprichado de la Campbell —le explicó— y le
advertí que no debía jugar en ese terreno, pero me ha
ignorado.
—Bueno, no debería sorprenderte —sonrió su hermano—.
Connor no suele obedecerte, salvo que sea en el campo de
batalla.
—Es su mayor defecto.
—Solo están bailando, Alan —apoyó la mano en su
hombro para que lo mirase—. Necesito hablar contigo.
—Tú dirás.
—Aquí no —negó—, ni ahora. Ven por la mañana al
despacho de pa... a mi despacho.
—Todavía te cuesta, eh —se burló—. Pronto te
acostumbrarás, ya lo verás, mi laird.
—También tú tendrás que acostumbrarte —lo empujó,
cuando se inclinó ante él como parte de la burla—. No creas
que subiré solo a la cima de la responsabilidad.
—Si eso es lo que tenías que...
—Mañana —lo interrumpió—. Ahora disfrutemos de la
noche. Es el momento de Malcolm y Nora.
—Cierto —los buscó, pero no llegó a encontrarlos porque
sus ojos se quedaron a medio camino, sobre una rubia de
ojos azules que acababa de quedarse sola—. Discúlpame un
momento.
—Alan —lo llamó Duncan. Cuando lo miró, continuó
hablando—. No deberías jugar en ese terreno tampoco tú, si
pretendes seguir soltero.
—Solo vamos a bailar, Duncan —también él le robó sus
palabras. Y aunque se había propuesto pedirle a su hermano
que la enviase de regreso a su hogar, lo olvidó
deliberadamente. Bailar con ella le parecía una mejor idea.
Ya se lo diría al día siguiente, en su reunión de la mañana—.
Parece que os han dejado sola, Anne. 
—¿Quién lo dice? —lo enfrentó, desafiante—. Tal vez haya
sido yo quien lo buscó.
—Destacáis demasiado como para pretender hacerme
creer que queréis quedaros al margen, lady Campbell.
—Si os habéis acercado para insultarme con...
—He venido a cumplir con mi deber como hermano del
laird —la interrumpió, ofreciéndole una mano— e invitaros a
bailar, para que no os sintáis sola.
—Si tanto destaco, no estaré sola mucho tiempo —rehusó
aceptar su mano tanto como su correcta educación se lo
permitió, pues cuando un par de personas se fijaron en que
Alan continuaba esperando, aceptó por decoro.
—Respeto a los hombres de mi hermano —continuó
hablando él, una vez en la pista—, pero no son dignos de
vos.
—¿Qué queréis decir con eso?
—Que vos merecéis a alguien de... más categoría.
Supongo que os rodeáis de ellos a todas horas —no podía
frenar su lengua cuando estaba junto a ella y sentía la
necesidad de provocarla todo el tiempo.
—Sois el hombre más insoportable que he tenido el
disgusto de conocer, Alan. Y si creéis que...
—No os alteréis tanto —la detuvo de nuevo—. Que no
vean que no nos llevamos bien o empezarán a hablar de
nosotros.
—Sois como mi hermano —murmuró por lo bajo,
recomponiendo su rostro con una sonrisa fingida que no lo
parecía—. Os creéis con derecho a todo solo por ser
hombres y porque a vos no os criticarán si cometéis alguna
indiscreción, siempre que no se pueda demostrar. Pero os
recuerdo que vuestros actos siempre acaban dañando a
alguien. La última víctima de la prepotencia masculina fue
la hermana de Nora y puede que mi hermano haya sido
castigado por ello, perdiendo su oportunidad de ser laird
algún día, pero ella está muerta. Así que si queréis seguir
jugando a ser un insensible, me parece perfecto, mientras
os mantengáis lejos de mí.
—No veo que os marchéis —la provocó una vez más,
aunque le había dolido lo que había dicho.
—Hacerlo supondría llamar la atención sobre nosotros —
le dijo— y no os daré esa satisfacción. 
—¿Entonces? —la acercó solo un poco para ver cómo
reaccionaba.
—En cuanto termine la canción, os alejaréis de mí y no
volveréis a hablarme.
—Si no queréis que os hable —susurró cuando los últimos
acordes sonaban—, marchaos a vuestro hogar. Aquí no
pintáis nada.
Alan vio cómo Anne se inclinaba ante él, tal y como había
hecho con los hombres que le habían solicitado un baile y se
alejaba después, para reunirse con su hermana pequeña.
Janet lo estaba mirando con censura y supuso que el rostro
disgustado de Anne lo había delatado. Lejos de arrepentirse,
saludó a su hermana y después salió del salón. Buscaría la
compañía de Joan y olvidaría que había recibido un sermón
de una niña. Porque eso era Anne para él: solo una niña que
se creía mujer. 
 
 
 
 
 
 
Encuentros
 
La noche, después del baile, no salió como Alan había
esperado y lo estaba pagando con sus hombres durante el
entrenamiento, exigiéndoles el doble. Había acudido a
primera hora a la reunión con su hermano, solo para
constatar lo que ya había supuesto: que sería su segundo al
mando, el jefe de sus guerreros. Ahora, dependía de él que
fuesen los mejores y pretendía lograrlo, así tuviese que
tenerlos cada mañana entrenando duro.
—Creo que para ser el primer día, has hecho suficiente,
hermano —Duncan se había unido a ellos una hora antes y
estaba sudando tanto como el resto—. Deberías darles un
descanso.
—¿No será que quieres tú ese descanso? —le preguntó,
molesto por su intromisión.
—Por supuesto que lo quiero, Alan y ni siquiera he hecho
ni la cuarta parte de lo que les has exigido a ellos. Está bien
que los mantengas en forma, pero si ahora mismo nos
atacasen, dudo que pudiesen defendernos adecuadamente.
Están agotados —los señaló, mientras hablaba—. Míralos.
Alan observó a sus hombres y comprendió que su
hermano tenía razón. Se había dejado llevar por su pésimo
estado de humor y casi había acabado con ellos en su
primer día. Cuando les dio permiso para marcharse, muchos
soltaron suspiros de alivio y aquellos que tenían más
confianza con él, incluso se quejaron de lo exigente que
había sido.
—Si va a ser así todos los días —le dijo Connor—, creo
que cambiaré de ocupación.
—Jamás abandonarías la guardia del laird —rio Alan—. Te
gusta demasiado presumir de ello con las mujeres.
—Desde luego, me facilita el trabajo —asintió—, pero si
me agotas en el campo, no podré rendir después y mi
reputación quedaría totalmente dañada. No sé si me
compensaría.
—¿También tú te vas a quejar, Wallace? —ignoró a su
amigo a propósito, dirigiéndose al otro.
—Si no nos mata, nos hará más fuertes —se encogió de
hombros, aunque se le escapó un gesto de dolor que le
indicó a Alan que realmente se había ensañado con ellos.
—Mañana será más relajado —les prometió.
Después, corrió a su alcoba a buscar ropa limpia y se
dirigió a su lugar predilecto en el lago para darse un baño.
Nunca se había sentido cómodo usando las tinas que sus
hermanos mandaban preparar para ellos y aunque el agua
del lago siempre estaba fría, se había acabado
acostumbrando y ya casi ni lo notaba. De hecho, incluso la
encontraba revitalizante.
—Esto es vida —se dijo, después de sumergirse
completamente en el agua.
Solo cuando había dejado de entrenar, notaba que sus
músculos se resentían del trabajo extra al que los había
sometido. El frío ayudó a mitigar el malestar, pero se
prometió ser un poco más comedido a partir del día
siguiente. No quería darle la razón a Duncan, cansando
tanto a sus hombres, que no fuesen capaces de defender
Moy de un ataque por sorpresa, si algún día alguien se
atrevía a intentarlo.
—Oh, dios santo. ¿Qué diablos estáis haciendo vos aquí?
Alan sonrió al escuchar semejantes exclamaciones,
provenientes de ella. Aunque fuese una mujer decidida y
nada vergonzosa a la hora de decir lo que pensaba, siempre
la había tomado por una joven educada en extremo.
Escuchándola ahora, quizá se había equivocado y Anne
Campbell escondía algún secreto interesante bajo su
aspecto de hija perfecta.
—¿No es evidente? —respondió—. Me estoy dando un
baño. Pero, ¿qué hacéis vos aquí?
Anne permanecía de lado, con la mirada perdida en
cualquier parte menos en el agua, con miedo a ver más de
lo que quería. Aunque siempre la había visto correctamente
peinada, aquella mañana parecía haber decidido dejar su
cabello suelto y este, con cada movimiento de su cabeza,
lanzaba destellos dorados bajo el sol invernal. Por un
momento, Alan se imaginó cómo se sentiría su tacto y el
pensamiento lo perturbó tanto, que sacudió su propia
cabeza para borrarlo.
—¿No es evidente? —al ver que repetía sus mismas
palabras, una nueva sonrisa brotó de sus labios—. Estoy
dando un paseo.
—Bien por vos, mi señora —se veía tan azorada por el
encuentro, que sintió pena por ella. No obstante, no
pretendía facilitarle las cosas—. Seguid con ello, si gustáis.
A mí no me molestáis.
—Vos me molestáis a mí —por un momento, lo miró y un
intenso sonrojo cubrió sus mejillas al fijarse en su pecho
desnudo, que sobresalía por encima del agua. Giró la
cabeza inmediatamente, para evitar ver más de lo que
debía— ¿Acaso no tenéis una tina en vuestro cuarto con
agua más caliente que esa?
—Prefiero venir al lago —sonrió con picardía, aunque no
estuviese mirando—. Nunca se sabe cuándo una incauta
dama aparecerá para alegrarme el día.
—No soy ninguna incauta —protestó— y desde luego, no
estoy aquí para alegraros nada.
—Pero lo habéis hecho —sentenció—. Aunque no estaba
hablando de vos.
Anne hizo el amago de rebatir sus últimas palabras y
abrió varias veces la boca para decir algo, pero finalmente,
decidió que no merecía la pena intentarlo, porque Alan
siempre sabía cómo ponerla en evidencia. No se rebajaría a
discutir con él, por más tentador que fuese.
—Por mí, podéis seguir con vuestro baño —le dijo,
finalmente—. Caminaré por la otra orilla.
—Una pena —la provocó él—, me gusta la compañía.
—Si pensáis que yo haría lo... lo que... —lo enfrentó,
olvidando por un momento, dónde y cómo estaba, porque la
había ofendido con su propuesta, pero no era capaz de
terminar ninguna frase sin que la vergüenza tiñese sus
mejillas de nuevo— Sois... sois... un degenerado.
—Lady Campbell —le regaló una sonrisa de satisfacción
—, ¿en qué estáis pensando? 
—¿En qué estáis pesando vos para sugerirme tal cosa? —
lo acusó.
—Solo he dicho que hablar con vos siempre es un gusto.
¿Qué creíais vos que os había sugerido? —aquello era tan
divertido que hasta olvidó el peligro que entrañaba que
fuesen descubiertos en una situación tan comprometida.
—Eso no... —la ira bullía en su interior, enfadada con él
por haber ganado aquel juego de palabras—. No importa, no
debería estar aquí, os agrade o no mi compañía. Me voy.
Pero cuando le dio la espalda, dispuesta a desaparecer,
Alan se sintió tentado a retenerla allí un poco más. Y
aunque aquel era un juego peligroso para ambos, ni siquiera
se molestó en pensar en las consecuencias. Le divertía
tanto verla en una situación tan incómoda para ella, que no
podía dejarla ir sin más.
—¿Me haríais un favor antes de iros? 
—No veo qué favor pueda haceros en este momento —no
estaba dispuesta a permitir que se burlase de nuevo de ella
por suponer lo que no era—, si estáis...
—Más de los que imaginaríais nunca, creedme —la
interrumpió—, pero hay uno que os agradecería mucho. 
—Mejor haceos el favor vos solo —le dijo, comenzando a
caminar de nuevo.
—He dejado la ropa demasiado lejos de la orilla —la
retuvo una vez más— y ahora que el sol ya se ha ocultado,
me temo que hace demasiado frío para caminar hasta ella,
tan mojado como estoy. ¿Me la acercaríais?
—No voy a...
—No tenéis que mirar —la volvió a interrumpir—, si no
queréis.
—Por supuesto que no os miraré —en cuanto terminó de
hablar, comprendió que había accedido a su petición sin
pretenderlo. Y aunque podía retractarse, siempre había sido
mujer de palabra y no permitiría que un descarado
MacKintosh la hiciese cambiar.
—A mí no me molestará —añadió Alan, mientras
observaba los elegantes movimientos de Anne al caminar
hacia su ropa para llevársela hasta la orilla. Sonrió al verla
acercarse de espaldas, con el fardo tras ella. Estaba claro
que la situación la hacía sentir demasiado incómoda y la
admiró por no retractarse, a pesar de todo. Sin duda, era fiel
y cumplidora.
—Ni en vuestros sueños —replicó ella, moviendo la mano
hacia él para recordarle que todavía tenía su ropa en ella—.
Daos prisa. Si alguien nos descubriese... no quiero ni
pensarlo.
—¿Sabéis por qué me gusta este lugar? —preguntó,
mientras salía del lago. 
—Ilustradme —con el sonido del agua, Anne se tensó,
pero aun así no se movió. 
—Porque hasta que vos aparecisteis hoy —se había
acercado a ella y susurró en su oído—, nadie salvo yo venía
por aquí.
—Coged la ropa de una vez —lo increpó, nerviosa— y
dejad que me vaya. ¿No veis lo incorrecto que es todo esto?
—Pero resulta muy estimulante —rebatió, colocándose el
kilt para ocultar su masculinidad. Después, la obligó a
girarse hacia él y buscó sus ojos— ¿O lo negaréis?
—Es peligroso —negó ella. Su corazón latía desenfrenado
por la proximidad de un Alan prácticamente desnudo. No
era el primer hombre que veía sin camisa, pero ninguno
había hecho que su corazón se desbocase de ese modo y no
estaba segura de que le gustase que fuese él quien le
provocase semejante reacción.
—Podíais haberos ido en cualquier momento, Anne —le
recordó, navegando en el mar de sus ojos azules. La
primera vez que la vio, la había admirado como muchos
otros hacían, por su belleza etérea, pero ahora que la tenía
tan cerca y que había conocido su lengua mordaz, estaba
descubriendo a una mujer totalmente diferente a como se la
había imaginado. Y aunque disfrutaba provocándola, era
muy consciente de que un mal paso les podría acarrear
consecuencias indeseadas. Sin embargo, justo en ese
momento, no se veía capaz de alejarse de ella.
—Eso es lo que haré —le aseguró, sin moverse, a pesar
de todo.
—Haríais bien en iros ahora mismo —dijo, segundos antes
de que su mano se alzase hacia su rostro. Había sentido la
necesidad de tocarla y no podía resistirse, por más que el
sentido común le dijese que debía detener aquello
inmediatamente. Sin embargo, al ver que ella permanecía
en su lugar, haciendo uso de toda su fuerza de voluntad,
cerró el puño a escasos centímetros de su mejilla, recogió el
resto de su ropa del suelo, donde la había dejado para
cubrirse con el kilt y se alejó de allí con paso rápido, sin
añadir nada más.
—¿Qué ha sido esto? —se preguntó Anne, abrazándose a
sí misma en cuanto se quedó sola. Su respiración estaba tan
agitada como su corazón y temblaba por lo que había
estado a punto de pasar —. Ni se te ocurra, Anne. No con
ese cretino engreído.
Regresó al castillo cuando consiguió serenarse y fingió
que aquel encuentro no había sucedido. Sabía que él se
había aprovechado de la situación para incomodarla, porque
quería que regresase con su gente. Se lo había dicho la
noche anterior y al parecer, estaba dispuesto a conseguirlo,
por los medios que fuesen. Pero no había criado a sus
hermanos, después de la muerte de su madre, ni se había
hecho cargo de las tareas de esta, por ser una pusilánime.
Ella era Anne Campbell y no permitiría que nadie le dijese lo
que tenía que hacer. 
—Anne —Janet la llamó—, ¿dónde te habías metido? Te
he estado buscando por todas partes.
—Estaba admirando la isla —le sonrió, pretendiendo
ocultarle la verdad—. Este lugar es precioso. Pero dime,
¿qué querías?
—Nora necesita ropa nueva, acorde al clan al que
pertenece —le sonrió de vuelta-. Las costureras llegarán en
cualquier momento y te necesito para que elijas lo que
mejor le siente. A ti se te dan bien esas cosas.
—Vaya, ya veo que solo me buscas por interés —fingió
molestarse, aunque en realidad estaba encantada de
ayudar. Al menos así, su estancia parecía ser útil. Había
esperado que los MacKintosh repudiasen a Nora y se había
preparado para defenderla, pero todos parecían conformes
por tenerla allí y ella sentía que había desafiado a su
hermano para nada.
—Claro —Janet le dio la razón, mientras enlazaba sus
brazos— ¿Por qué otra cosa podría quererte?
—Tener amigas para esto —rio con ella.
En su camino hacia la alcoba de Nora, donde esta ya las
estaba esperando, se cruzaron con Alan, que hablaba con el
nuevo laird. Sus miradas se encontraron por un segundo y
el rostro de Anne se tiñó de rojo cuando le dedicó una media
sonrisa con la que pretendía recordarle su encuentro en el
lago. Debería haberse ido en cuanto lo descubrió allí.
—¿Estás bien? —Janet la miró con curiosidad—. De
repente, te noto tensa.
—Estoy perfectamente —mintió—. Solo que acabo de
comprender que esta será una tarea muy importante.
—Solo es ropa, Anne —rio Janet.
—Es más que eso —la contradijo—. Sabes que Nora
nunca se ha sentido hermosa porque su madre no dejaba de
recordarle lo que, para ella, eran sus defectos. Tenemos que
conseguir que nuestra amiga se vea y se sienta bien con su
nuevo vestuario. Merece ser feliz por fin, con Malcolm y
consigo misma.
—No lo había visto de ese modo —se quedó pensativa—,
pero es cierto. Nora merece algo más que unos cuantos
vestidos nuevos. Merece que resalten su belleza natural. 
—Y de paso, que su madre se muera de rabia cuando
llegue a sus oídos que su hija está mejor que nunca sin ella.
—Uhhhh, Anne —la miró, encantada—, no conocía esa
faceta tuya tan vengativa.
—Hay muchas cosas de mí que no conoces, querida
amiga —y no pudo evitar pensar en su encuentro con Alan
en el lago. Algo de lo que no hablaría con nadie. 
—Pues ya estás contándomelas —le exigió.
—Quizá otro día —evitó el tema—. Ahora tenemos que
ayudar a Nora a sentirse la mujer más hermosa de todo el
clan.
—Aunque eso me deje por detrás de ella —rio Janet—, me
parece bien.
Alan las escuchó reír y miró hacia ellas, como si así
pudiese saber de qué hablaban. Le hubiese gustado
acercarse a molestarlas, pero después de lo que había
pasado en el lago, debía mantener las distancias con Anne.
Por un momento, había estado tentado a besarla y no podía
permitir que semejantes pensamientos le nublasen el
sentido común. Aquella no era una mujer con la que se
pudiese jugar porque Archibald Campbell no consentiría que
la reputación de su hija se viese dañada en ningún sentido,
así que, hasta que controlase sus impulsos, se mantendría
lejos de ella y de todo lo que le concerniese.
—¿Me estás escuchando, Alan? —Duncan lo golpeó en el
hombro para que le prestase atención.
—Eres tan aburrido, que me distraigo —rio.
—Estoy pensando que debí elegir a Malcolm como mi
hombre de confianza —entrecerró los ojos, solo para darle
más énfasis a sus palabras.
—Venga, hombre, no seas tan susceptible —rio de nuevo,
antes de ponerse serio—. Te recuerdo que fue idea mía.
—Y por eso esperaba más seriedad.
—¿Alan y seriedad juntos? —sonrió— ¿Desde cuándo?
—Desde siempre —lo señaló—. Pero usas tu retorcido
sentido del humor para ocultarlo. En algún momento
tendrás que...
—No me des lecciones morales, hermano —lo frenó—. No
te servirá de nada.
—Lo sé —suspiró— ¿Nos centramos en lo importante
entonces?
—Claro —pero su mente regresó a cierta rubia de ojos
azules que había perturbado la tranquilidad de su vida, tan
perfectamente planificada—. No podemos dejarlo así.
Aunque Malcolm les había dicho que prefería olvidarlo,
Duncan y Alan no estaban dispuestos a hacerlo. Angus
MacLaren había cruzado la línea y no podían ignorarlo, por
más que su hermano dijese que ahora estaba lo
suficientemente lejos de ellos como para intentar algo más.
Pero antes de iniciar una guerra con su clan, Alan se había
presentado voluntario para hablar con el laird de los
MacLaren en nombre de Duncan. Y aunque a simple vista
pudiese no parecer el hombre adecuado para tal cometido,
su hermano sabía que lo era. En ocasiones podía ser
desesperante e incluso, parecer que nada era importante
para él, pero en el fondo, Alan MacKintosh siempre velaría
por el bien de su clan y haría lo imposible por él.
—Malcolm no debe enterarse de esto —recordó Duncan,
durante la cena— o intentará impedirlo.
—Me molestaría más que quisiese acompañarme —bufó
—. Pero no te preocupes, partiré al alba. Está todo
dispuesto.
—Llévate a algunos hombres contigo —le sugirió.
—Connor y Wallace —los nombró—. No necesito a nadie
más. Los he avisado hace un par de horas.
—Bien —asintió, conforme. Hubiese preferido que lo
acompañasen algunos más, pero entendía que una fuerza
mayor daría una imagen equivocada del motivo por el que
acudirían a las tierras de los MacLaren. El hermano de
Angus era un hombre sensato y razonable, pero si sentía
que su clan era amenazado de alguna forma, no dudaría en
ponerle remedio. En este caso, menos era más—. Me haré
cargo personalmente del entrenamiento de los hombres en
tu ausencia.
—Maldito seas, Duncan. Ya sabía yo que me enviabas
lejos para evitar que los machacase de nuevo —lo acusó,
con una sonrisa en los labios que desmentía su enfado.
—¿Qué quieres que te diga? —se encogió de hombros—.
Si no bajas el ritmo, acabarás con ellos antes de que el
enemigo se decida a atacar.
—Solo será una semana, hermano —lo amenazó— y
volveré con más ganas.
—Para entonces, estarán en forma.
—Qué poca fe tienes ahora en tus hombres —rio.  
—Mierda —Duncan comprendió lo mal que había sonado
aquello y se rascó la cabeza, arrepentido—. No era lo que
pretendía decir.
—Pero lo has hecho y no pienso olvidarlo.
—Eso temía —finalmente, rio con él.
—¿Qué os traéis vosotros dos entre manos? —preguntó
Malcolm, al escuchar sus risas.
—Hablábamos de la cara de tonto que pones cada vez
que miras a Nora —se burló Alan—. Ya sabemos que estás
enamorado, pero podías disimularlo un poco. Pretendo
comer sin sentir náuseas.
—Como no —bufó Anne por lo bajo, para que nadie la
escuchase, pero Alan, que por alguna inexplicable razón
había sabido en todo momento lo que ella hacía o decía, la
oyó también esa vez. Le molestó su insinuación y una fiera
determinación nació en él. Cuando comenzaron a retirarse a
sus aposentos después de la cena, la siguió ocultándose en
la sombras, hasta asegurarse de que nadie podría verlos y
después le impidió entrar en su cuarto, cuando esta intentó
abrir la puerta.
—¿Qué creéis que estáis haciendo, Alan? —lo increpó,
probando a tirar de la puerta una vez más—. Dejadme
entrar.
—Al alba me iré —le dijo, de repente, en un impulso— y
no volveré en un tiempo.
—¿Qué? —frunció el ceño— ¿Os vais? ¿Por qué? 
—¿Acaso os importa lo que me pase? —le preguntó,
acercándose más a ella.
—No es asunto mío —se tensó—, pero creí que... no
importa. Buen viaje, Alan. Espero que encontréis lo que
estáis buscando.
Trató de abrir la puerta una vez más, pero Alan se lo
impidió, sujetándole la mano con la suya. El contacto le
quemó la piel, pero ni siquiera hizo el amago de separarse
de él. Simplemente, observó sus manos unidas, como si
tratase de averiguar si era real.
—¿Me echaréis de menos, Anne? —susurró él, cerca de su
oído.
—Eso es lo que os gustaría a vos —finalmente, separó sus
manos, molesta por aquel extraño juego que se traía entre
manos—. No sé qué pretendéis, Alan, pero os recuerdo que
soy la hija de Archibald Campbell. 
—Soy muy consciente de ello —retrocedió un paso.
—En ocasiones, diría que se os olvida —cruzó los brazos
contra su pecho, como si quisiese protegerse de él.
—¿Acaso no puedo bromear con una amiga? —le
preguntó.
—¿Acaso somos amigos? —le respondió con otra
pregunta.
—¿Os disgusta la idea?
—¿Nos pasaremos toda la noche haciéndonos preguntas
ridículas que ninguno pretende responder? —dijo ella a su
vez, haciéndolo sonreír—. Lo digo en serio, Alan. ¿Qué estáis
buscando?
—No busco nada —frunció el ceño al comprender que
Anne tenía razón. Con sus acciones, parecía precisamente
eso—. Que tengáis dulces sueños, lady Campbell.
Se inclinó hacia ella en una reverencia y después se
encaminó hacia su propia alcoba. Desde que aquella mujer
había entrado en su vida, no hacía otra cosa que cometer
estupideces, tenía que alejarse antes de hacer algo de lo
que luego se arrepintiese. El viaje serviría para centrarse de
nuevo y olvidarse de ella. Era lo mejor.
—Alan —Anne lo llamó y se detuvo. La miró sin moverse
—. Tened cuidado.
No lo supo entonces, pero sus palabras lo acompañarían
durante todo el viaje.
El incidente
 
Había pensado que la marcha de Alan le traería
tranquilidad, ya que aquel hombre parecía estar en todas
partes para molestarla, pero después de dos días
conviviendo con su ausencia, no podía asegurar que se
sintiese mejor que cuando estaba él. Y tampoco podía
entender por qué le molestaba tanto que estuviese lejos, si
cuando lo tenía cerca no hacían otra cosa que discutir.
—Ni lo pienses —se reprendió a sí misma, cuando por su
mente pasó la idea de que disfrutaba con aquellos
enfrentamientos.
Anne siempre había sido una hija modélica, al hacerse
cargo del castillo de su padre y del cuidado de sus
hermanos, aun cuando apenas tenía dos o tres años más
que alguno de ellos. Siempre había sido sensata, cauta y
responsable. Muy moderada, salvo cuando se trataba de
espantar a aquellos pretendientes que solo veían en ella su
belleza exterior. Pero durante los juegos que el rey organizó,
descubrió que se había estado perdiendo muchas cosas,
propias de su edad. Había olvidado disfrutar de la vida,
antes de que nuevas obligaciones recayesen sobre sus
hombros y había descubierto que ser rebelde de vez en
cuando no era tan malo, si nadie salía herido. Alan se lo
había estado recordando cada día con sus continuas
provocaciones, desde que se unió a ellos para acompañarlos
a Moy.
—Solo hechas en falta el desafío que te supone —se dijo,
antes de entrar en el salón. Nora y Janet ya estaban allí y se
reunió con ellas, feliz de poder pasar un tiempo extra con
ellas—. Buenos y maravillosos días.
—¿Cómo puedes estar de tan buen humor ya por la
mañana? —se quejó Janet—. Si no fuese porque hoy vendrá
Patrick a verme, estaría enfadada con el mundo hasta bien
entrada la mañana.
—Si tuvieses un castillo y a varios hermanos a tu cargo a
diario, serías feliz de que te los quitases de encima por unos
días —le respondió.
—Visto así —le sonrió.
—¿Estás bien, Nora? —Anne miró a su amiga, que se veía
un tanto taciturna.
—Sí —asintió, con poco convencimiento.
—No lo parece —insistió, en un susurro.
—Estoy bien. No te preocupes —le respondió en el mismo
tono.
—Aquí llega Patrick —el rostro de Janet se iluminó al ver
acercarse a su prometido con una sonrisa enamorada en
sus labios.
—Buenos días, bellas damas.
Nora le sonrió con afecto y Anne comprendió, entonces,
que no había sido así con nadie más hasta el momento,
salvo con la familia directa de su esposo. Nora se contenía
cuando se trataba de algún otro miembro del clan.
—¿Podría robaros a mi prometida? —les preguntó Patrick.
—Si lo preguntáis tan educadamente, imposible negarnos
—asintió Nora.
Patrick había hablado ya en varias ocasiones con ella
desde que Janet los presentó durante los juegos y habían
congeniado desde el principio. Claro que muy pocos eran los
que no lo hiciesen, pues Patrick era un hombre encantador.
—¿Alguien se ha portado mal contigo? —preguntó Anne
en cuanto se quedaron solas.
—Todos son muy correctos en su trato conmigo —su
respuesta no le satisfizo.
—Eso no quiere decir que sean buenos, Nora. ¿Qué pasa?
—Nada —negó, reacia a airear sus dudas, incluso con su
amiga. No quería crear malestar dentro de su nueva familia
por algo tan nimio como lo que le pasaba.
—No me vengas con esas, Nora MacKintosh —la
reprendió, como solía hacer con sus hermanos—. A ti te
pasa algo y me lo vas a contar.
—Es solo que... —dudó—. Son tonterías, Anne. Realmente
no tiene importancia.
—Por supuesto que la tiene, si estás así de mustia.
Cuéntamelo y lo solucionaremos juntas.
—Está bien —claudicó finalmente. Mirando alrededor en
primer lugar, añadió—, pero no le digas nada a Malcolm, ni
a su familia.
—No prometo nada —negó. Si era grave, no podía
callárselo.
—Entonces...
—Entonces me lo contarás igual —la interrumpió—. No
creas que podrás guardártelo para ti.
—Todos son muy amables conmigo —le dijo, dejando
escapar el aire de sus pulmones—. No me han hecho sentir
mal ni nada de eso, pero...
—Pero... —la animó a seguir, al ver que callaba.
—Pero siento que todavía no me consideran una
MacKintosh —bajó la voz—. Creo que desconfían de mí.
Cuando entro en un cuarto, las conversaciones se paran por
unos segundos y juraría que cambian de tema al
reanudarlas, como si no quisiesen que me enterase de
ningún asunto del clan, por muy trivial que este pudiese ser.
Realizo muchas tareas con las demás mujeres, como se
espera que haga y hablan conmigo, como hacen con
cualquier otra mujer, pero no me siento realmente incluida,
porque los temas que tratan conmigo son demasiado
generales. Ya sabes, los típicos temas de cortesía que usas
con alguien a quien no conoces todavía. Siento que se están
conteniendo en torno a mí y no sé qué hacer para que eso
cambie.
—Vaya —se quedó sin palabras por un momento—.
Menos mal que no pasaba nada.
—Es que en realidad, no es nada, porque nadie me ha
hecho nada ni me ha dicho nada fuera de lugar. Es solo una
impresión mía y puede que hasta me equivoque…
—Es más, Nora. Puede que te hayan admitido en el clan
por ser la esposa de Malcolm, pero no te han aceptado
todavía como a una MacKintosh. Y eso es muy grave.
—¿Y qué puedo hacer? En el fondo, entiendo su
desconfianza.
—Que lo entiendas no quiere decir que tengas que
aceptarlo. Y menos, después de lo que has sufrido por culpa
de tu madre. No te mereces esto. Mereces tener una familia
de verdad, Nora.
—Ya la tengo —le aseguró—. Malcolm y su familia son
maravillosos. Me siento acogida y aceptada por ellos. No...
—No es suficiente —la interrumpió de nuevo—. Los
MacKintosh no pueden seguir ignorándote. Deben entender
que ahora eres una de ellos y deben tratarte como a tal. 
—Pero no puedo hacerles cambiar de parecer —se
lamentó—. Lo he intentado todo.
—Se me ocurre —dijo, después de pensarlo— que esto es
culpa del viejo laird.
—¿Qué? —parecía confusa por su razonamiento.
—Piénsalo —asintió—. No fue él quien te dio la
bienvenida, ni ha intercambiado ni una sola palabra contigo
hasta ahora, sin que Malcolm estuviese contigo. Esta gente
todavía le guarda lealtad, porque hace apenas unas
semanas que claudicó en favor de su primogénito y si ven
que no te trata con el respeto que mereces, ellos tampoco
lo harán.
—¿Y qué hago, le obligo? —bufó, disgustada.
—Sí —asintió Anne, regalándole una sonrisa pícara—. Eso
mismo.
—¿Cómo? —la miró como si se hubiese vuelto loca— ¿Tú
lo has visto? No puedo obligarlo a nada, Anne.
—Hay muchas formas de hacerlo, querida amiga —su
sonrisa se amplió—. Y yo te enseñaré.
—¿En serio? —se veía incrédula.
—Pero necesitamos planificarlo antes, para que no se
escabulla.
—¿De qué estás hablando?
—Esta noche, vas a entrar en el salón del brazo del viejo
laird —le aseguró—. Aunque necesitaremos la ayuda de
Janet.
—Preferiría que nadie más lo sepa. 
—Pues sin ella será más difícil —rio—. No creo que al laird
le guste que yo entre en su alcoba para saber cuándo
bajará.
—Anne Campbell, ¿estás loca?
—Ya he dicho que Janet tiene que ayudarnos —se
defendió.
—Aunque supiésemos eso, no veo cómo podría conseguir
que me ofrezca su brazo. No parece muy dispuesto a
conocerme.
—Encontraremos la forma —le aseguró su amiga—. Janet
nos podrá ayudar en eso también.
—¿Es necesario que lo sepa? —su mirada lastimera hizo
sonreír a Anne.
—Es una MacKintosh, pero también es tu amiga. Es más
probable que se enfrente a todos por ti a que te igno...
ohhh, ahora lo entiendo —movió la cabeza.
—¿Qué?
—Tienes miedo de que no quiera ayudarte.
—No es eso —negó—. Lo que me preocupa es que quiera
hacerlo.
—Explícame eso.
—Janet es capaz de pelearse con su gente por mí —se
mordió el labio—. Y con su padre.
—Y tienes miedo de que eso lo estropee más —concluyó.
—Exacto.
—Janet no haría nada que te perjudicase, Nora.
—Lo sé, pero tal vez piense que discutir con su padre me
ayude y no creo que sea así.
—No prometo no hablar con ella —le concedió finalmente
—, pero por ahora, la dejaremos a un lado.
—Gracias —le sonrió, segundos antes de hacer un gesto
de dolor que alarmó a Anne.
—¿Qué pasa?
—No es nada —le restó importancia—. Últimamente he
comido en exceso por los nervios y esta mañana me he
levantado con el estómago revuelto.
—Salgamos a dar un paseo —le sugirió, recordando de
repente, la última vez que había ido al lago y se había
encontrado con Alan. Sacudió la cabeza para borrarlo y
continuó hablando con Nora—. El aire fresco te sentará bien.
Has estado muy tensa desde que llegamos, necesitas
relajarte un poco.
—Lo haré cuando dejen de desconfiar de mí.
—Pronto —le prometió—. Vayamos a ver a tu esposo al
campo de entrenamiento… y a sus musculosos compañeros.
Ante la ausencia de Alan, Duncan se había visto obligado
a pedir a sus guerreros que se levantasen al alba para
entrenar, pues no podía atrasar sus otras obligaciones como
laird por ellos, por más que lo prefiriese. Nora y Anne
salieron del castillo con sus brazos enlazados y charlando,
dispuestas a observarlos durante un rato. Anne pretendía,
con eso, entretener a su amiga hasta que olvidase sus
preocupaciones. Entendía su situación y quería ayudarle a
poner fin a la desconfianza de los MacKintosh, pero hasta
que encontrase la forma de hacer que el viejo laird la
aceptase frente a todos, tendría que conformarse con
mantener a su amiga con la mente ocupada en cualquier
otra cosa. Y de paso, se ayudaría a sí misma para no pensar
tanto en Alan.
—¿Sabes cuándo regresará Alan? —fracasó
estrepitosamente en su intento, al minuto.
—¿Lo echas de menos? —Nora no pudo evitar el pique.
—Estoy muy relajada desde que se ha ido —mintió—.
Quiero saber cuánto tiempo me queda para disfrutar de
esta tranquilidad.
—A mí nadie me ha dicho a dónde ha ido —se encogió de
hombros — y Malcolm tampoco ha podido enterarse,
aunque le preguntó a su hermano, así que no sabría decirte
cuándo vuelve.
—Pues disfrutemos mientras podamos —fingió alegrarse.
—Cuidado —Nora la detuvo, cuando uno de los mozos de
cuadra pasaba junto a ellas con uno de los sementales del
laird.
—Disculpad, mis señoras -el joven inclinó la cabeza,
avergonzado, pues a punto había estado de chocar con
ellas. El caballo parecía alterado y le estaba costando
controlarlo. Tiró de él una vez más y continuó su camino
hacia las caballerizas.
—No sé cuál de los dos está más nervioso —le susurró
Anne a Nora viendo cómo se alejaban—, si el caballo o el
mozo.
—Tal vez los dos —sugirió Nora.
—Probablemente —rio Anne—. Pero no podemos hacer
nada para ayu...
No había terminado de hablar, cuando el caballo se alzó
en sus cuartos traseros, llevando al mozo con él y tirándolo
después al suelo. El semental inició una carrera, mientras el
joven trataba de frenarlo, pero al ver que lo arrastraba con
él fuera del castillo, dejó ir la cuerda. La fuerza del animal
era desmedida en aquel momento y podría acabar
destrozándolo durante su escapada. La gente se apartaba
de su camino, con miedo a ser arrollado. Anne y Nora lo
veían todo desde su posición, cerca de la puerta de la
muralla, mientras la primera tiraba del brazo de su amiga
para ponerla a salvo de aquella bestia descontrolada. Pero
Nora se liberó de ella y echó a correr hacia el caballo,
ignorando los gritos de la Campbell. En su mente había
cabida para un único pensamiento en aquel momento.
—Nora —el grito de Anne llamó la atención de los
guerreros, entre ellos a Malcolm, que dejó caer su espada al
ver a su esposa correr hacia el peligro.
Entonces, todos fueron conscientes de hacia dónde se
dirigía la joven. Una niña de poco más de dos años, jugaba a
remover la tierra con un palo, justo en la trayectoria del
animal. Nora llegó a ella en el momento en que se escuchó
un nuevo grito, esta vez el de una madre desesperada. La
tomó en brazos, pero el caballo llegó hasta ellas antes de
que pudiese apartarse y en un intento de protegerla, Nora
se giró de espaldas al animal y la abrazó con fuerza. El
caballo las empujó varios metros adelante y el golpe contra
el suelo la dejó sin aliento por un momento. Le dolía todo el
cuerpo y tardó unos segundos en poder moverse. Para
cuando lo logró, Malcolm ya estaba a su lado.
—Nora, mi amor —la ayudó a incorporarse con cuidado y
la miró—, ¿estás bien? Dios, creí que el caballo te mataría.
No vuelvas a hacer nada así nunca más. Si te pasase algo,
yo...
—La niña —fue lo único que dijo ella, liberándola de su
abrazo para comprobar si estaba bien porque ni siquiera la
oía llorar—. Hola, pequeña. ¿Estás bien? ¿Te duele algo?
La niña la miraba con ojos asustados, pero cuando
alguien trató de sacarla de su regazo, se abrazó con
desesperación a Nora y comenzó a llorar, protestando
porque las querían separar.
—Shhhh —la acunó, acariciando su espalda para
tranquilizarla—. Ya está, linda. Ya pasó todo. No llores más.
Estás a salvo.
La llegada de la madre puso fin a su llanto y por fin dejó ir
a Nora, pero continuó mirándola desde los brazos de la
mujer. Esta, con los ojos anegados en lágrimas, se acercó a
Nora y la abrazó a su vez.
—Gracias —le dijo, emocionada y aliviada—. Muchísimas
gracias. Le habéis salvado la vida a mi hija. Nunca podré
pagároslo. Yo...
—Cualquiera habría hecho lo mismo —Nora la cortó,
cohibida por sus muestras de agradecimiento—. No tenéis
que pagarme nada.
—Permitidnos agradecéroslo con una cena —uno de los
guerreros que había estado entrenando con Malcolm se
acercó a ellas y rodeó con un brazo los hombros de la madre
—. Nuestra casa es humilde, pero habrá comida suficiente.
Nada nos honraría más que aceptaseis. 
—Yo... —Nora estaba abrumada por los sentimientos y no
sabía qué decir.
—Estaremos encantados de ir, Calum —respondió
Malcolm por ella, imitando el gesto de su amigo con su
propia mujer, para recordarle que estaba a su lado.
—Será un placer —asintió Nora, más tranquila. Después,
un dolor en su costado la obligó a inclinarse sobre ese lado,
con su mano apretando el centro del mismo.
—¿Qué pasa? —Malcolm la sostuvo, preocupado— ¿Te
duele algo? ¿Es por el golpe? Deberías...
—Estoy bien —lo frenó—. Solo me duele un poco.
Malcolm no se lo creyó ni por un momento y la cargó en
brazos hacia el interior del castillo, después de asegurarle a
Calum que se verían por la noche. Subió las escaleras con
rapidez, a pesar de que cada paso arrancaba un quejido a
su esposa. La depositó con cuidado en la cama y se disponía
a desnudarla para ver qué sucedía con su costado, cuando
Anne entró sin pedir permiso.
—Janet ha ido a buscar a la curandera —le informó,
acercándose a la cama— ¿Cómo estás, Nora? No sé si
celebrar tu valentía o disgustarme por tu inconsciencia. ¿Te
das cuenta de que podías haber muerto aplastada por ese
caballo? Era enorme y estaba enloquecido. Podría haberos
destrozado a las dos. 
—Así no ayudas a tranquilizar a mi esposo, Anne —Nora
trató de sonreír, pero el dolor le hizo torcer el gesto.
—Me tranquilizaré cuando sepa que estás bien —dijo el
aludido, acariciando su rostro—. Ha sido increíble lo que has
hecho, Nora, pero creí que te perdía. Si eso... si llegase a
pasar. No puedo ni pensarlo.
—No podía dejar que la arrollase, Malcolm —se excusó.
—Lo sé, mi amor —se inclinó sobre ella para depositar un
beso en sus labios—. Eres la mujer más maravillosa y
desinteresada que he conocido y me siento orgulloso de ti.
Pero eso no hará que deje de preocuparme hasta saber que
estás bien.
—Ahora lo sabremos —dijo la curandera desde la puerta
—. Podéis salir todos.
—No me iré a ninguna parte —sentenció Malcolm, muy
dispuesto a quedarse.
—Te irás ahora mismo, Malcolm —lo desafió ella— o
tendré que hacer que te echen.
—Estaré en la puerta —le prometió a Nora, convencido de
que la mujer era capaz de ello.
—No te preocupes —intentó tranquilizarlo—. Todo irá
bien.
Malcolm se paseó frente a la puerta, nervioso, custodiado
por la silenciosa presencia de sus hermanos y de Anne. En
más de una ocasión estuvo tentado a entrar, pero en cada
una de ellas se detenía. Conocía a Delma lo suficiente como
para saber que lo obligaría a salir y pondría a alguien en la
puerta para que no pudiese intentarlo de nuevo. Aquella
mujer había sido siempre muy impetuosa y con los años,
solo había empeorado. Aunque, por su trabajo, no podía
culparla, pues tenía que tratar con todo tipo de pacientes y
familiares de estos; la mayoría de las veces los sanos eran
peores que los enfermos. 
Después de lo que se le antojaron los minutos más largos
de su vida, la curandera salió del cuarto. Nada pudo ver en
su rostro surcado de arrugas que le diese una pista de lo
que había pasado allí dentro y empezó a impacientarse
cuando la mujer no habló.
—Dilo de una vez, mujer —le pidió.
—Más respeto, muchacho —le dijo la anciana—. Estoy
muy mayor para tus prisas.
—Esa mujer —señaló hacia la puerta— es mi esposa y no
sé qué le pasa. Tengo derecho a...
—Tu esposa —lo interrumpió— está encinta. 
—¿Qué?
—Enhorabuena, Malcolm —repitió, con otras palabras—,
vas a ser padre.
 
 
 
 
 
 
El conflicto
 
Alan pensó que, por primera vez en su vida, se sentiría
bien al abandonar su hogar por unos días, pero se
equivocaba. Apenas habían pasado dos días y ya estaba
deseando volver. Y aunque jamás lo admitiría, cierta rubia
imposible tenía mucho que ver en ello esta vez.
—¿Qué crees que le hará el laird a Angus cuando se
entere de lo que ha intentado? —la pregunta de Wallace le
obligó a prestar atención al camino.
—Es su hermano —respondió—, dudo que lo castigue.
Supongo que  le advertirá que se olvide de Nora y busque
en otro lado.
—¿Solo así? —a Connor le disgustaba la idea de que el
hombre saliese impune solo por ser quien era. Aquel había
sido uno de los motivos de disputa más recurrentes entre
Alan y él cuando eran jóvenes. Sentía que la inmunidad que
le daba ser hijo del laird era injusta y siempre estaba
tratando de meterlo en líos para que su padre lo castigase
igualmente. Antes de conocerlo mejor y convertirse en
amigos, lo había odiado, incluso. 
—Angus es uno de sus mejores hombres —le explicó Alan
—, ¿sino por qué crees que lo envió en su lugar a los
juegos?
—¿Le juró lealtad al rey a través de su hermano? 
—No. En su viaje hacia Kilchurn, pernoctaron con los
MacLaren, por petición expresa del laird —les explicó—. Al
parecer, la esposa del hombre estaba a pocos días de dar a
luz y no quería alejarse de ella. Le juró lealtad aquella noche
y envió a Angus en su lugar para participar en los juegos. 
—Hubiese sido mejor que fuese él igualmente —
sentenció Connor —. Nos habría ahorrado este viaje.
—El viaje es lo de menos. Hubiese sido peor que los
Campbell no estuviesen con vosotros cuando os atacaron
los MacLaren —les dijo Wallace—. A saber qué habría
pasado de estar solos.
—Habríamos tenido que huir —dijo Alan—, si hubiésemos
tenido la oportunidad.
Era la primera vez que admitía en voz alta que la ayuda
de los Campbell les había venido bien. En su momento
había estado molesto, pero no era tan estúpido como para
no valorarla. Sin ellos habrían estado en apuros y
probablemente, la aventura no habría terminado como lo
hizo.
—Volviendo al tema que nos ocupa —insistió Connor—,
¿vas a dejar sin castigo a Angus?
—Si de mí dependiese, le partiría la cara, y unos cuantos
huesos, para que recordase mantenerse lejos de Nora cada
vez que se mirase en el espejo —le dijo Alan—, pero he
venido a informar al laird. Él es quien debe decidir. No
iniciaré una guerra con los MacLaren por un estúpido como
Angus.
—Te has vuelto demasiado diplomático, Alan —se quejó
Connor.
—Y tú sigues siendo el crío impulsivo de siempre —se
burló de él.
—Baja del caballo ahora mismo y te demostraré quién es
el crío —lo retó, dándole la razón en cuanto a su
impulsividad.
—Me parece que tendréis que dejar esa pelea para
después —les dijo Wallace, señalando frente a ellos.
Ambos hombres siguieron su mirada y descubrieron al
pequeño grupo que se dirigía hacia ellos con rapidez y
mostrando los colores de los MacLaren en sus ropas. Alan no
pudo distinguir a Angus entre ellos, por lo que supuso que
se trataba tan solo de una patrulla que los había encontrado
fortuitamente. No es que le molestase ser escoltado hasta
el castillo, pero le hubiese gustado tener al canalla delante
para meterle el miedo en el cuerpo antes de hablar con el
laird. Aunque no había querido darle la razón a Connor,
tampoco se conformaría con una simple reprimenda por lo
que había estado a punto de hacerle a Nora. Sin embargo,
no podría intervenir, pues el castigo estaba en manos del
laird de los MacLaren. Él solo había ido a informar del
asunto. Y quizá, recordarles sutilmente que si insistían en
buscar a Nora, encontrarían a todos los MacKintosh, espada
en mano.
—¿Quién va? —preguntó el cabecilla del grupo.
—Alan MacKintosh —anunció él—, segundo al mando del
laird de los MacKintosh.
—¿Qué hace un MacKintosh tan lejos de sus tierras? —la
pregunta parecía hecha por genuina curiosidad y Alan
sopesó la idea de que alguien más, aparte de los hombres
que habían intentado secuestrar a Nora, estuviesen al tanto
de aquel asunto.
—He venido a hablar con el laird de los MacLaren —no
quiso dar más detalles.
—¿En relación a qué? 
Nadie dejó de notar que las manos se movían
ligeramente hacia las espadas, pero los MacKintosh
permanecieron inmóviles para demostrar que aquella era
una visita de cortesía. No obstante, se pusieron en guardia,
por si la bienvenida no era pacífica como esperaban.
—Eso queda entre el laird y yo —insistió.
—Tendréis que entregar vuestras espadas —respondió el
hombre, después de pensar en ello.
—Lo haremos una vez en el castillo —le aseguró, dejando
claro que no se fiaban. Venían de buena fe, pero no eran
estúpidos.
—De acuerdo —aun así, los escoltaron, rodeándolos para
que no pudiesen hacer nada, de ser esa su intención.
—Adoro la hospitalidad de las Highlands —murmuró
Connor para que solo sus compañeros lo escuchasen.
—Seguimos vivos —recalcó Wallace.
—Tú no lo estarás por mucho tiempo —bromeó—, si te
empeñas en llevarme la contraria.
—No te tengo miedo —le respondió, con una sonrisa en
los labios—, si es lo que pretendías.
—Atentos —les advirtió Alan, al divisar el castillo a lo
lejos.
No tardaron en ser llevados ante el laird, después de
entregar sus armas, tal y como habían prometido. Al entrar
en la sala, Alan clavó su mirada en Angus, que por un
segundo, se mostró confuso y preocupado al mismo tiempo.
Al parecer, no pensaba que los MacKintosh se molestasen
en informar a su hermano de lo que había intentado hacer.
—Buenas tardes —Alan inclinó la cabeza a modo de
saludo ante el laird—. Mi nombre es...
—Sé quien sois —lo interrumpió el hombre—. Lo que me
intriga es saber por qué estáis aquí. 
—Eso es culpa de vuestro hermano Angus —le dijo sin
rodeos— y de su obsesión por la esposa de mi hermano
Malcolm.
—Eso no es cierto —se defendió el aludido—. Había hecho
un trato con Donald Cameron, que iba a ser anunciado al
rey el mismo día en que ese MacKintosh...
—Ojo con lo que vayáis a decir de ese MacKintosh —le
advirtió Alan, deseando tener su espada con él.
—Vuestro hermano se abalanzó sobre Nora sin
contemplaciones —lo acusó—, imaginando que nadie la
creería si contaba lo que le había hecho. Únicamente
pretendía deshonrarla, pero el juego se torció cuando fue
descubierto. Estaba dispuesto a desposarla igualmente, a
pesar de...
—Y ahora no solo insultáis a mi hermano, al que
consideráis un salvaje —sentenció Alan, furioso, sin
permitirle terminar—, sino también a su esposa. ¿Estáis
diciendo que Nora es tan poca cosa que nadie se fijaría en
ella? ¿Es eso? ¿Pretendéis que me crea que le estabais
haciendo un favor? 
—¿Acaso vos la habríais tenido en cuenta si vuestro
hermano no hubiese forzado la situación?
—Nora tiene un valor incalculable para los MacKintosh y
siempre se la tratará con el respeto que se merece —la
defendió—. Eso nada tiene que ver con cómo haya pasado
todo o con que el rey haya decidido por ellos sobre sus
esponsales. 
—No habéis respondido a mi pregunta —insistió,
creyendo haber encontrado un punto débil en él.
—Yo no la habría tenido en cuenta —admitió sin
vergüenza, pues era la verdad— porque era una Cameron.
Pero a mi hermano no le importó su nombre para...
—Para aprovecharse de ella —terminó Angus por él—. De
hecho, estoy seguro de que fue su nombre el que lo movió a
ir a por ella. 
—No sucedió así —bramó Alan, dispuesto a enzarzarse en
una pelea a puños, si era necesario. Después inspiró
profundamente y trató de tranquilizarse mientras expulsaba
el aire. Cuando continuó, ya estaba más calmado—. Puede
que ninguno quisiese ese matrimonio o puede que la
decisión del rey haya roto un trato del que nosotros no
teníamos idea, pero Nora es ahora una MacKintosh y lo
seguirá siendo por más que os disguste la idea. He venido a
advertiros que no se os perdonará una sola falta más hacia
ella. Dicho esto, mi presencia aquí ya no es necesaria.
—Un momento —habló el laird ahora. Había estado
escuchando su pelea verbal en silencio—. Entiendo que el
rey ha sido el culpable de que el trato entre mi hermano y
Donald Cameron se haya roto, pero la actuación de vuestro
hermano ha sido la causa de ello, por lo que merecemos
una compensación.
—Nora se queda en Moy —sentenció Alan, sin dar pie a
discusión sobre aquel asunto.
—No hablo de la muchacha.
—Si lo que buscáis son tierras, Nora no aportó ninguna
dote al matrimonio —les recordó, por si Angus había
decidido omitir ese pequeño detalle—. Tal vez deberíais
pedirle la compensación a los Cameron.
—Esta noche celebraremos un banquete —Henry, el laird,
desvió el tema eficazmente— y hablaremos de ello con más
calma. Tengo mucho en qué pensar ahora. Isabelle,
encárgate de que nuestros invitados sean atendidos
adecuadamente.
La hermana del laird, que se había mantenido al margen,
al fondo de la sala, se acercó con presteza. Mientras
Margaret, la esposa de su hermano se recuperaba de un
difícil parto, se había hecho cargo de sus deberes. Solo
contaba con 16 años, pero era una joven eficaz y no tardó
en ocuparse de todo. Los MacKintosh fueron llevados a las
cocinas para tomar algo rápido antes de la cena y aunque
se les ofreció la posibilidad de un baño caliente, ninguno de
ellos aceptó. Prefirieron escaparse al lago que había cerca
del castillo para limpiarse el polvo del camino en él. Justo
después de recuperar sus armas.
—¿Qué crees que pedirá el laird a cambio de Nora? —
preguntó Wallace mientras dejaba secar su ropa al sol.
—Sea lo que sea, no aceptaré hasta haberlo hablado con
Duncan —Alan se encogió de hombros—. No les debemos
compensación alguna, pero les haré creer que nos
plantearemos la cuestión. 
—¿Qué pasa si Duncan acepta? —preguntó de nuevo
Wallace.
—Yo me preocuparía más si no acepta —añadió Connor—.
Estos MacLaren son unos aprovechados y no van a dejarlo
estar.
—Me gustaría saber qué les había prometido Donald
Cameron —dijo Alan, sin hablar con ninguno de ellos en
concreto—. Desde luego, una alianza con los MacLaren no
entra en mis planes, si es lo que busca el laird.
—No son de fiar —asintió Connor.
—Pues no aceptarán tierras —Wallace también se
inclinaba hacia una alianza— ¿Para qué querrían las tierras
de los MacKintosh si están a dos días de viaje de las suyas?
—Querrán un pago por haber perdido a Nora —aventuró
Alan.
—Esos hijos de...
—Los árboles pueden oír -lo detuvo Alan cuando notó
cómo subía el tono.
—Que me oigan —gritó, sin embargo, no dijo nada más.
—¿Qué harás cuando te proponga ese trato? —preguntó
Wallace, después.
—Lo que haría cualquiera —sentenció—, le daré mi
palabra de que tendrá una respuesta de Duncan en cuanto
hable con él. No voy a decir nada sin consultarlo antes.
—No creo que acepte —dijo Wallace.
—Yo tampoco —asintió Connor.
—Tendré que dejarte aquí como garantía —rio Alan—,
pero procura no meterte en líos mientras esperas.
—Con eso se refiere a que no te metas bajo las faldas de
ninguna MacLaren —especificó Wallace, solo para seguir la
broma.
—Pero qué graciosos estáis hoy —se quejó él, tratando de
tirarlos al agua.
Media hora después regresaron al castillo, limpios y
mucho más relajados. Aunque se había unido a los juegos
de sus amigos en el lago, Alan había estado pensando en
qué trato le propondría Henry MacLaren. Nunca había sido
partidario de premiar el mal comportamiento, pero si debían
pagar por la paz, lo harían. Pero se aseguraría de que les
quedase claro que era un pago único y acorde a lo que ellos
consideraban que era la ofensa. Si debían pagar, sería con
sus condiciones.
—Bienvenidos —Henry los saludó cuando entraron en el
comedor, del modo en que debería haberlo hecho a su
llegada—. Os he reservado un lugar en mi mesa, Alan.
—Yo como donde coman mis hombres —sentenció.
—Tenemos mucho de qué hablar —le recordó.
—Y quiero a mis hombres a mi lado —repitió.
Henry movió la cabeza hacia una de las sirvientas, que se
movió con rapidez para añadir dos cubiertos más en la
mesa principal. Y aunque Alan había ganado aquella
pequeña disputa, el laird se encargó de que no fuese una
victoria total, pues los situó lejos de él. Estaba claro que
pretendía ejercer cierta presión sobre él, pero Alan no era
de los que de amilanasen ante las dificultades, por eso su
hermano había confiando en él para cumplir aquella misión.
Si el laird pensaba sacar tajada de la situación, se llevaría
una gran decepción.
—Buenas noches —la joven hermana del laird estaba a su
lado y lo saludó con timidez.
—Buenas noches, lady Isabelle —Alan supuso que su
presencia la intimidaba, pues así había sido antes también y
le sonrió con una amabilidad que no era propia de él. Su
enfado no era con ella, sino con sus hermanos.
Angus había sido sentado en el otro extremo de la mesa,
lejos de él y al mismo tiempo de sus hombres y aunque no
protestaría por no tenerlo cerca, sabía que el laird lo había
hecho con el fin de evitar conflictos entre ellos mientras
negociaban, lo que le prometía una cena llena de tensión.
No había nada que odiase más que ser interrumpido cuando
su plato todavía estaba lleno.
—Espero que todo esté a vuestro gusto. Alan —dijo el
laird poco después de que sirviesen la carne—. Mi esposa
todavía está convaleciente y mi hermana se encarga de sus
tareas. Es joven, pero competente.
—Tiene buena mano —no quería menospreciar el trabajo
de la joven hermana del laird, pero a él poco le importaban
aquellos temas. Con que hubiese comida en la mesa, se
sentía conforme, ya fuese en platos de plata o de madera.
—Sí —asintió—. Estoy muy orgulloso de ella. Algún día
será una buena esposa.
—No me cabe la menor duda —respondió por cortesía. La
joven, que estaba a su lado, permanecía permanentemente
sonrojada desde que había notado que la conversación
giraba en torno a ella y a sus habilidades en el gobierno del
castillo. Ni siquiera se atrevía a mirarlos, mucho menos a
participar.
—Sí —asintió de nuevo el laird, dirigiendo la conversación
hacia el tema que le interesaba—, si todo hubiese salido
como lo había planeado, estaríamos organizando una boda
en este momento.
—Lamento que no haya podido ser —mintió, pues no le
hubiese gustado ver a Nora convertirse en una MacLaren—,
pero en eso, tiene mucho que ver el rey. Tal vez deberíais
hablar con él para que os dé la compensación que buscáis.
Sé de buena tinta que está deseando unir a los clanes por
matrimonio. Estoy seguro de que os buscaría una candidata
incluso mejor que una Cameron.
—El caso es que...
—No sé si lo sabéis —lo interrumpió—, pero los Cameron
han caído en desgracia ante el rey después de que la
esposa de su laird intentase tenderle una trampa al joven
heredero de Archibald Campbell. Su hija pagó el precio de
sus maquinaciones con su vida.
—Es terrible —admitió Henry—. Por lo que mi hermano
me dijo, esa joven tenía un futuro prometedor. Pero aunque
suene insensible por mi parte, su destino no es de mi
incumbencia. En cambio, el trato roto por culpa de la vil
acción de vuestro...
—Mi hermano le salvó la vida a Nora —lo interrumpió de
nuevo, molesto por lo que estaba insinuando—. De no ser
por él, en este momento, los Cameron estarían llorando la
muerte de dos hijas y no de una.
—Mi clan exige una compensación —continuó hablando
Henry, sin prestar atención a sus palabras—. Un matrimonio
por otro.
—Me temo que no tengo hermanas casaderas —sonrió,
petulante—. Angus tendrá que buscar en otro lado.
—No hablaba de Angus —lo miró fijamente—, sino de
vos... y de mi hermana Isabelle.
—¿Qué? —se tensó al escucharlo— ¿Acaso os habéis
vuelto loco? Vuestra hermana tiene dieciséis años, no es
más que una niña.
—Está en la edad idónea para contraer matrimonio y vos
todavía no habéis...
—No pienso desposar a vuestra hermana —se levantó,
tirando la silla tras él—. Ya podéis ir pensando en otra cosa
porque no entro en las negociaciones.
—Me temo que no hay nada más que pueda compensar
lo que vuestro hermano ha hecho —sentenció el laird—.
Apresadlo. 
Aunque Alan trató de impedirlo, la superioridad numérica
pudo con él y sus dos compañeros. En pocos minutos, los
tres estaban a merced de los MacLaren y el laird se situó
frente a ellos, con una orgullosa sonrisa en los labios.
—Sé que necesitaréis la bendición de vuestro hermano
para que el matrimonio me aporte lo que busco con él, así
que vuestros hombres irán en busca de ella, mientras vos
permanecéis aquí, para asegurarnos de que cumpliréis con
vuestra parte.
—Ya os he dicho que no me casaré con vuestra hermana.
—Eso ya lo veremos —lo retó el laird—. Llevadlo a las
mazmorras.
Peligro en la noche
 
—No os saldréis con la vuestra, Henry —a pesar de la
seguridad en su voz, Alan no pudo hacer nada para impedir
que lo encerrasen en la celda. Sus compañeros habían sido
expulsados del castillo y les había pedido a gritos que
avisasen a Duncan, no para pedir su aprobación a aquella
ilógica boda, sino para rescatarlo. Henry MacLaren parecía
querer la guerra con los MacKintosh y ellos se la darían.
—El rey quiere alianzas entre los clanes para unificar la
nación —le dijo, observándolo a través de las barras que los
separaban— y es lo que le daré. Hubiese preferido unir mis
fuerzas a los Cameron a través de Angus, pero vos me
seréis de utilidad también. 
—Las alianzas que quiere el rey no funcionan así —lo
acusó—. Tal y como habéis dicho, se trata de unificar a la
nación acabando con las enemistades, no crear unas
nuevas.
—En cuanto os hayáis casado con mi hermana, no habrá
conflicto alguno —rio—. Y el rey estará feliz de saber que
una nueva alianza se ha forjado.
—No creáis que mi hermano lo permitirá —lo amenazó—.
Vendrá a liberarme.
—Lo dispondré todo para que la boda se celebre al alba
—aseguró —. Para cuando vuestro hermano llegue, el
matrimonio estará consumado y no se podrá deshacer.
—No voy a colaborar.
—Eso ya lo veremos —lo amenazó de nuevo, alejándose
para dar por finalizada la conversación.
Alan vapuleó la puerta de la celda, incluso a sabiendas de
que no conseguiría abrirla. Se sentía tan impotente en ese
momento, que dejó escapar un grito de frustración. Lo que
no había podido hacer su padre en todos aquellos años,
parecía estar a punto de conseguirlo el laird de un clan
menor que buscaba una alianza poderosa. Pero aunque a
las mujeres se las había podido obligar a pronunciar sus
votos, aunque fuese pagando al cura para que asegurase
que los había dicho, con él no sería tan sencillo. No habría
dinero suficiente en el mundo que comprase su rendición ni
consumaría un matrimonio que no había buscado ni quería.
Cuando terminó de desahogarse con las rejas, buscó un
lugar seco en el interior de la celda donde poder sentarse.
Aunque le habría gustado intentar salir de allí, sabía que no
podría hacerlo sin ayuda exterior, así que se limitaría a
esperar su oportunidad. Tal vez, cuando le trajesen la
comida, si acaso el laird se dignaba a hacerlo, podría
intentar convencer al guardia de que le dejase salir. O quizá
asustarlo, exagerando las consecuencias de aquella mala
decisión de su líder. Si conseguía que abriese la celda, el
resto sería sencillo. Escabullirse sin ser visto era su
especialidad.
Unas horas más tarde, alguien bajó con una bandeja y
una jarra con agua fresca. Había esperado que no le diesen
de comer, a modo de presión para que claudicase, pero al
parecer, no eran tan despiadados. O tal vez sí, porque fue
Angus quien cargaba con su comida. La sonrisa triunfante
que traía consigo decía más que cualquier palabra. Se creía
el vencedor de aquella disputa.
—No creáis que un poco de pan y carne me harán
cambiar de opinión —le dijo Alan, incluso antes de que se
acercase con la comida—. No se me compra por el
estómago.
—Contaba con ello —amplió su sonrisa—. Mi hermano
siempre ha sido demasiado bueno y ha insistido en traeros
algo de comer. Supongo que él espera que eso os ablande la
determinación.
—No me conoce en absoluto.
—Pero yo sí —añadió Angus.
—¿En serio? —rio, antes de señalarlo y añadir—. Tú no
sabes nada de mí.
—Sé que harás lo que sea necesario para proteger a tu
familia. 
—Desposar a tu hermana no los ayudará, precisamente.
—Lo hará, si quieres que vivan cuando vengan a por ti,
Alan —la amenaza implícita en sus palabras fue
contundente. Sabía que ese hombre sería capaz de
cualquier cosa para ganar, incluso si ello significaba hacer
una matanza.
—Si te atreves a tocar un solo cabello de alguno de mis
hermanos —lo amenazó a su vez—, date por muerto.
—No será necesario hacerlo —lo miró fríamente—, porque
ambos sabemos que te casarás con mi hermana al alba
para evitarlo.
—Sigo sin entender porqué te interesa unir a nuestras
familias —lo provocó—. Eso solo te recordará que mi
hermano se llevó a la mujer que querías para ti. La verás
enamorada y feliz con su esposo y los hijos que tengan,
mientras tú te consumes de celos por no ser él. ¿Así es
como pretendes vengarte?
—¿Vengarme? —rio—. Pretendo hacer mucho más que
eso, Alan. Pretendo estar presente en la vida de Nora por
tanto tiempo, que acabe afectando a su matrimonio.
Pretendo arruinar esa felicidad de la que hablas y ese amor
que puedan sentir el uno por el otro, sembrando la duda y el
resentimiento entre ellos. Y pretendo hacerlo ante vuestras
narices, porque tendré derecho a permanecer en el hogar
de mi hermana tanto tiempo como ella me lo permita. Me
veréis tantas veces, que casi creeréis que viva con vosotros.
—No lo consentiré —sujetó las rejas con fuerza, deseando
poder romperlas—. No desposaré a tu hermana.
—Lo harás —le recordó—, si quieres que tu familia viva.
Angus se alejó, impidiéndole responder como le habría
gustado. Las siguientes horas las pasó moviéndose en la
celda, deseando poder salir de ella para aclararle a Angus
con los puños, que no se saldría con la suya, pero sabiendo
que era imposible. Su única opción era evitar la boda
huyendo, pero no sabía cómo hacerlo.
—Déjanos solos —solo unos minutos más tarde, escuchó
una voz femenina en la entrada a los calabozos. Se acercó a
la puerta de su celda para intentar ver de quién se trataba.
—Tengo órdenes expresas de vuestro hermano de vigilar
en todo momento al prisionero, milady —el guardia no
parecía dispuesto a obedecer.
—Te dispenso de ellas mientras yo esté aquí.
—Mi señora, yo...
—Quiero hablar a solas con mi futuro esposo —lo
interrumpió.
—Solo puedo dejaros un momento, mi señora —le
concedió, ante su insistencia.
—Me bastará con eso.
Poco después, Alan la vio llegar, con la cabeza baja y una
actitud tímida. En nada se parecía a la mujer decidida que
había oído discutir con el guardia de la puerta. Aún así,
decidió mantenerse alerta. No podía obvia que quizá su
hermano la hubiese enviado para intentar convencerlo de
que aceptase aquel matrimonio, después de la disputa que
habían mantenido. Sin embargo, al mirarla, solo podía ver a
una niña asustada y acobardada, que únicamente obedecía
a su hermano mayor. Sintió lástima por ella, porque su
futuro no presagiaba nada bueno si su hermano, quien
debería protegerla, la entregaba a cualquiera por buscar
una alianza fuerte. Quizá su padre fuese un calculador
también, pero siempre se había asegurado de que sus hijas
fuesen bien tratadas en sus matrimonios. Henry MacLaren
solo quería el poder, azuzado por el deseo de venganza de
su hermano Angus.
—Decidle a vuestro hermano que no claudicaré —le
advirtió, antes de que intentase cualquier cosa—. Que
vengáis vos a suplicar, no cambiará mi decisión.
—No he venido a suplicar —habló en un susurro.
—Si no os acercáis más —la increpó—, al menos, alzad la
voz para que pueda escucharos.
—No he venido a suplicaros, mi señor —dijo, con más
convicción y alzando la cabeza por primera vez. Sus ojos,
brillantes por las lágrimas retenidas, lo miraron
precisamente suplicantes y Alan vaciló.
—Nadie lo diría —habló por fin.
—En realidad —dio un paso hacia la celda, pero
permaneciendo lo suficientemente lejos como para que él
no pudiese alcanzarla—, sí que he venido a suplicar, pero no
por lo que creéis.
—Eso no tiene mucho sentido.
—Lo tiene, para mí —repuso.
—Explicádmelo —la curiosidad fue mayor que la
desconfianza.
—Sé que mi matrimonio nunca será por amor —comenzó,
después de pensar en cómo abordar aquel tema con un
hombre que la asustaba tanto, incluso estando encerrado en
una celda—. No soy ninguna ilusa, mi señor. Siempre he
sabido que mi hermano me usaría para afianzar su posición
y conseguir una alianza que le ayudase a prosperar. Ese es
el destino de las mujeres de mi posición.
—Bueno —cruzó los brazos en su pecho—, eso es lo que
vuestro hermano pretende hacer ahora.
—Sí —asintió, casi diría que con pena—, pero...
—No estáis conforme con el novio que ha elegido —
aquello dolió en su orgullo. No le gustaba pensar que las
mujeres no veían en él a un buen candidato, a pesar de que
nunca hubiese querido casarse.
—No estoy conforme —confesó finalmente— con el modo
en que pretende conseguir la alianza.
—No deberíais estarlo —admitió Alan—. Este matrimonio
no le va a proporcionar lo que quiere, sino todo lo contrario.
Mi hermano jamás dará su aprobación a un enlace obligado
e iniciará una guerra con el vuestro para resarcirse.
—Eso era lo que me temía —dejó escapar el aire de sus
pulmones, pesadamente—. No quiero que entre en guerra
con vuestro clan, mi señor. Las guerras solo traen muerte y
destrucción. No quiero eso para mi gente.
Alan no pudo sino admirarla. A pesar de su juventud, le
estaba demostrando más madurez que su hermano, el que
se suponía que gobernaba el clan y velaba por el bienestar
de su gente. En aquel momento no lo estaba haciendo
demasiado bien.
—El asunto tiene fácil solución —dijo, al ver que ella no
hablaría más—. Decidle que no os desposaréis conmigo.
—A mí no me escuchará —negó—. Aunque no lo creáis,
porque se ve decidido y fiero, mi hermano es un hombre
débil de mente. Es muy fácil manipularlo, si sabéis cómo
hacerlo. Su esposa, Margaret, es quien sabe guiarlo por el
camino correcto con sus consejos, pero está tan débil
después del parto, que apenas se puede levantar de la
cama unos minutos. Mi hermano Angus se está
aprovechado de ello para gobernar el clan a través de Henry
y para hacer lo que le plazca. No es el laird quien quiere
esta alianza, sino Angus. No sé porqué, pero ha estado
envenenando la mente de Henry con mentiras desde que
regresó de los juegos del rey.
—Contadle a la esposa del laird lo que está pasando —no
sería él quien le dijese por qué tenía tanto afán en unir a sus
clanes—. Aún postrada en la cama, podría abrirle los ojos, si
es tan buena como decís.
—Angus se ha encargado ya de que Henry no quiera
entrar en la alcoba de su esposa por si empeorase con sus
visitas —negó de nuevo—. Ella no podrá arreglarlo todo
hasta que se mejore y para entonces será demasiado tarde.
—Ese maldito Angus —murmuró entre dientes—. Debí
darle una lección cuando tuve ocasión.
—Debéis huir —la súplica de Isabelle llegó por sorpresa y
Alan la miró, incrédulo, al ver lo que le estaba entregando—.
No podré bajar de nuevo o mi hermano sospechará de mis
intenciones, pero os he conseguido la llave de la celda y un
cuchillo. Os veré esta noche detrás de las caballerizas y
tendré vuestra espada y vuestro caballo listos para vos. Hay
un pasadizo secreto por el que podréis salir sin que os
detecten.
—¿Habéis planeado todo esto vos sola? —estaba
impresionado.
—Margaret me ayudó —se ruborizó, al notar la
admiración en su mirada.
—Se ha acabado el tiempo, mi señora —avisó el guardia
desde la entrada a los calabozos—. Debéis marcharos ya.
—Ya voy —respondió en alto. Después se acercó a la
celda para entregarle el fardo a Alan—. Suerte. No tardéis,
porque tendré que regresar pronto al castillo.
—Gracias —Alan retuvo sus manos, para que no evitase
su mirada—. No olvidaré esto.
—Solo decidle a vuestro hermano que no inicie una
guerra contra los MacLaren —le rogó—. Cuando Margaret se
encuentre mejor, sabrá qué hacer para que Angus pague
por lo que está haciendo ahora.
—Prometo daros tiempo —no se atrevió a comprometerse
a más, porque no pretendía dejar que Angus saliese impune
de todas sus fechorías. Si la esposa del laird no se
encargaba, lo haría él personalmente.
—Gracias —se libró de su agarre y corrió hacia la salida.
Alan la siguió con la mirada hasta que la perdió de vista,
después observó el paquete donde la joven había envuelto
un cuchillo grande y una llave. La tentación de usarlos en
ese instante era grande, pero sabía que no serviría de nada.
Tenía que esperar a la noche para poder salir sin ser visto.
—Estas serán las horas más largas de mi vida —se dijo,
sentándose de nuevo, después de esconder bajo su ropa
ambos objetos. No creía que fuesen a buscarlo antes de la
ceremonia, pero quería estar preparado si surgía algún
imprevisto. Después de lo que le había contado Isabelle,
podía esperar cualquier cosa de Angus—. Pagarás por todo
lo que has hecho, canalla.
Cerró los ojos, tratando de dormir unas horas porque
pretendía cabalgar durante la noche para alejarse de aquel
lugar tanto como pudiese antes del alba. En cuanto
descubriesen que había escapado, saldrían a buscarlo y
para entonces debía estar fuera de sus tierras. Por más
buen guerrero que se considerase, jamás podría enfrentarse
a más de dos hombres a la vez y dudaba que Angus lo
siguiese solo.
El cambio de guardia lo despertó y supo que era el
momento de escapar. Allí era difícil calcular el tiempo, pero
si los MacLaren tenían la misma rutina que ellos en los
cambios de guardia, ese era el soldado de la noche. Se
acercó con sigilo a la puerta y usó la llave para abrirla.
Después, acechó al hombre sin hacer ruido y se lanzó hacia
él en cuanto tuvo la oportunidad. Cubrió su boca con una
mano para evitar que gritase y lo asfixió con el otro brazo
hasta que la falta de oxígeno lo llevó a la inconsciencia. No
pretendía matar a nadie, si podía evitarlo. 
—Descansa —dijo, después de maniatarlo y amordazarlo,
aunque no pudiese oírlo. Lo encerró en la celda y colgó la
llave en uno de los ganchos de la entrada. No tenía ni idea
de cómo la había conseguido Isabelle sin que el guardia se
enterase, pero había sido una maniobra inteligente por su
parte.
Subió las escaleras, con el oído presto a cualquier ruido y
con la mano en el cuchillo, que se había colgado de la
cintura. En su camino hacia el lugar de encuentro, tuvo que
ocultarse entre las sombras en varias ocasiones cuando
escuchaba voces o pasos que se aproximaban a él, pero
nadie percibió su presencia. Y aunque estuvo tentado de
buscar a Angus para ajustar cuentas, saber que la hermana
pequeña de este se estaba arriesgando para liberarlo de
aquel compromiso, le obligó a cumplir con su parte del trato
de llegar a ella cuanto antes. 
—Lo habéis logrado —pudo sentir el alivio en su voz
cuando lo vio. 
—Gracias a vos —le concedió, solo para que se sintiese
más segura a su lado. A pesar de querer ayudarlo, a Alan le
quedó claro que Isabelle le tenía miedo—. Estoy en deuda
con vos. Si alguna vez necesitáis algo de mí, no dudéis en
acudir a Moy. Haré lo que esté en mi mano para ayudaros.
—Me conformaré con que evitéis la guerra entre nuestros
clanes —le repitió la petición que le había hecho en los
calabozos.
—Contad con ello —le prometió. No así lo hizo con dejar a
Angus en paz. Ese era otro asunto del que estaría
pendiente, por si tenía que regresar para recordarle que con
los MacKintosh no se juega. 
—Gracias —su sonrisa sincera iluminó la noche. 
—Tened cuidado —en un impulso, Alan acarició su mejilla.
Sin ella, la situación habría sido muy diferente. Para ambos.
—Tenedlo vos también —ocultó su rostro mientras
hablaba.
Después, lo acompañó hasta la salida secreta y esperó a
que la traspasase para cerrar tras él. Alan aguardó junto a la
puerta, deseando poder saber si la joven llegaba a salvo al
castillo, pero cuando su caballo comenzó a impacientarse,
se alejó a paso ligero con él de la cuerda. No montaría hasta
asegurarse de que nadie podría escucharlo.
—Sabía que las visitas de Issy a la alcoba de Margaret
hoy no presagiaban nada bueno —la voz de Angus a sus
espaldas detuvo sus pasos—. Debí imaginar que esa bruja
convencería a mi dulce hermana de liberarte, incluso
estando postrada en una cama.
—Supongo que te disgusta la idea de que se vaya a
recuperar pronto —le dijo Alan, girándose hacia él— y que
tus tretas no te funcionen más. 
—Esa mujer solo perjudica a los MacLaren —gruñó—.
Desde que mi hermano la desposó, hemos perdido muchas
oportunidades de crecer. Solo busca congraciarse con un
rey que ni siquiera tiene el control absoluto de su propio
país. ¿Cómo va a luchar contra los ingleses si decidiesen
invadirnos? ¿Crees que se unirían a él ahora todos los
clanes?
—Lo harán —aseguró—, por obligación, pues le han
jurado lealtad. Y en unos años, lo harán por respeto y
admiración. Jacobo será un gran rey y solo los necios como
tú no lo ven.
—Me temo que tú no lo verás —desenvainó su espada y
Alan lo imitó al momento—. Qué pena que hayas intentado
escapar y hayas fracasado. Y qué lástima que haya tenido
que matarte en mi intento por apresarte de nuevo.
—Qué pena que vayas a caer tú —añadió Alan—. No,
espera. Tu muerte no apenará a nadie.
Angus se lanzó contra él, espada en mano, presa de la ira
y Alan lo esquivó sin problemas. En su siguiente ataque ya
estaba más calmado y consiguió ponérselo difícil. Lucharon
unos minutos en lo que parecía que ninguno vencería, hasta
que Angus, que había caído, le lanzó un puñado de tierra a
Alan para cegarlo. En ese pequeño momento de debilidad,
consiguió clavarle un puñal en una pierna, haciéndolo caer a
su vez. Mientras Alan trataba de despejar su vista, Angus se
le acercó peligrosamente.
—Muere, bastardo —gritó, bajando la espada sobre su
pecho.
Alan giró sobre sí mismo, evitando el filo por muy poco y
sacó de su cintura el cuchillo que Isabelle le había
entregado y que había olvidado devolverle. Con un único
movimiento firme, rebanó el cuello de Angus, que cayó de
rodillas mientras intentaba detener en vano, la sangre con
sus manos.
—Muere tú —añadió con calma, empujándolo con la
mano para que cayese en el suelo, boca arriba—. Te veré en
el infierno.
Angus boqueó varias veces, pero no fue capaz de emitir
sonido alguno. Poco después, yacía sin vida junto a un Alan
que trataba de detener la hemorragia en su pierna.
—Esto no es bueno —se dijo—. Nada bueno.
La vuelta a casa
 
Alan se removió inquieto en sueños y gimió de dolor al
tratar de incorporarse y sentir unas manos sobre el pecho
que lo retenían. Con los ojos todavía cerrados, porque
abrirlos le suponía un gran esfuerzo, intentó zafarse de
ellas, sin éxito. Se sentía muy débil y le dolía todo el cuerpo.
—Te harás daño si no paras, idiota —aquella voz lo obligó
a abrir los ojos finalmente.
—¿Connor? —miró a su alrededor, todavía un poco
desorientado—. Wallace. ¿Qué hacéis aquí?
—¿Salvarte la vida quizá? —rio Connor, palmeando su
pecho, que le arrancó otro quejido involuntario.
—¿No pensarías que nos iríamos de aquí sin ti? —añadió
Wallace, mirándolo desde lo alto. Él dirigía la pequeña
carreta, mientras Connor iba sentado junto a Alan. Ni
siquiera quería saber de dónde la habían sacado. Al menos,
no por el momento.
—Nunca nos fuimos muy lejos —le aseguró Connor—.
Estábamos planeando la mejor forma de liberarte, cuando
apareciste ante nosotros como un espectro.
—Creíamos que ya era demasiado tarde —Wallace
todavía se veía preocupado—. Perdiste el conocimiento en
cuanto nos alcanzaste y no has vuelto a abrir los ojos hasta
ahora.
—Menudo golpe te diste —Connor parecía disfrutarlo,
ahora que se había despertado—. Te caíste a plomo del
caballo.
—Por eso me duele todo el cuerpo —ahora lo entendía
mejor.
—¿Cómo te encuentras? —se interesó Wallace.
—Como si un rebaño de reses me hubiese pasado por
encima.
—¿Y la pierna? —la miró mientras hablaba—. Hemos
conseguido que dejase de sangrar, pero me preocupa que
no recuperes la movilidad si no la liberamos pronto.
—Cortar la sangre siempre es un riesgo —asintió Connor,
también inseguro ahora—, pero era necesario. 
—Buscad agua y nos detendremos en la orilla. Desataré
los nudos y lavaré la herida con agua hervida —les pidió—.
Veremos cómo está para entonces.
—Deberías comer algo —Connor le ofreció un poco de
pan—, ahora que estás consciente. Necesitas reponer
fuerzas.
—Has perdido mucha sangre y todavía nos queda un
largo camino hasta casa —aseguró Wallace.
—Gracias, muchachos —les dijo, después de terminar el
pan—. No hay nadie más fiel que vosotros. Os debo la vida.
—¿Cómo has escapado? —ambos sentían curiosidad, pero
Wallace fue quien le dio voz.
—Lady Isabelle me ayudó —la sorpresa fue evidente en el
rostro de sus amigos—. Tampoco yo me lo esperaba, hasta
que lo hizo. Al parecer, el laird es un pelele que se deja
manejar por todos y el único que estaba detrás de este
despropósito era Angus, que se aprovechó de la posición de
su hermano para vengarse de los MacKintosh.
—Hay que hacer algo con ese canalla —bramó Connor,
enfadado.
—Está muerto —les anunció sin pena alguna—. Fue quien
me hizo esto, pero yo le rebané el pescuezo después.
—¿Y los MacLaren? —Wallace lo miró fijamente,
esperando una respuesta. La muerte del hermano del laird
no se quedaría en el olvido.
—Nadie tiene por qué saber lo que ha pasado —les dijo,
después de sopesar las opciones—. Enviaré un mensajero
desde el primer pueblo que encontremos, para hacerle
saber al laird que si se mantiene lo más lejos posible de mi
familia, perdonaré todas las faltas de Angus.
—¿Cómo piensas ocultarle a tu hermano lo que ha
pasado? —Connor no parecía muy conforme con el plan—.
En cuanto vea tu estado, buscará venganza.
—Duncan no es un hombre impulsivo. Buscará primero la
historia y decidirá después qué hacer con ella. Vosotros
mantendréis la boca cerrada —habló su jefe ahora, no su
amigo—. Esto es cosa mía y lo solucionaré a mi manera. No
iniciaré una guerra por un loco que ya ha recibido su
merecido.
—¿Qué le dirás de la pierna? —le preguntó Wallace.
—Que Angus y yo solucionamos este asunto a la vieja
usanza —se encogió de hombros—. Y que el laird de los
MacLaren estuvo de acuerdo y aceptó la muerte de su
hermano como castigo por sus fechorías.
—Duncan no es estúpido —Connor parecía querer la
revancha—, sabrá que le ocultas algo, Alan.
—Si vosotros apoyáis mi versión, tendrá que creerlo —los
observó alternativamente. Luego fijó su vista en Connor—.
Si me entero de que le vas con el cuento, te enviaré a
patrullar las fronteras con Inglaterra lo que te queda de
vida.
—¿Me estás amenazando?
—Estoy evitando una guerra —remarcó—. No desharé lo
que el rey logró en los juegos por un hombre del que ya me
he ocupado.
—Los MacLaren no se quedarán quietos ni enviándoles el
mensaje —insistió Connor—. Querrán...
—Los MacLaren no son rival para nosotros —lo
interrumpió Alan— y lo saben. Agradecerán que solo Angus
haya sido el perjudicado en todo este asunto. Esto está
zanjado, Connor. No hay más que hablar.
Connor saltó de la carreta y subió a su caballo para
alejarse de ellos, galopando a toda prisa. Alan lo siguió con
la mirada hasta que el agotamiento lo venció y tuvo que
cerrar los ojos. Todavía necesitaba mucho descanso para
recuperarse completamente. Había rozado la muerte y se
sentía agradecido de haber pasado de largo.
—Se le pasará —dijo Wallace, aunque sabía que no era
necesario—. Es muy orgulloso y preferiría la guerra antes
que perdonar una ofensa.
—La ofensa provenía de Angus —le recordó Alan, con los
ojos aún cerrados—. No derramaré sangre inocente por su
culpa.
—Yo te apoyo, Alan, no necesitas convencerme de nada
—le dijo Wallace—. Las cosas ya están suficientemente
complicadas en Escocia como para querer dividir más a los
clanes. El rey necesita a todos sus hombres.
—Siempre has sido el más sensato de los tres —sonrió,
sin abrir los ojos.
—No estoy diciendo que me guste, pero comprendo la
situación —recalcó.
—Tampoco a mí me gusta —admitió—, pero Isabelle me
salvó a riesgo de enfadar a sus hermanos, para evitar una
guerra. Se lo debo. 
—¿Crees que los MacLaren aceptarán mantenerse al
margen al saber que Angus ha muerto? ¿No querrán
vengarlo?
—Espero que no —también a él le preocupaba eso—. Las
mujeres de esa familia son más cautas y cuento con que le
ayuden al laird a ir por el buen camino.
—Si no lo consiguen y vienen a por tu cabeza —rio
Wallace—, sé de uno que no te permitirá olvidarlo en la
vida.
—Si los MacLaren vienen a por mi cabeza, Connor será el
menor de mis problemas —no obstante, también él rio.
—No deberías mentirle a Duncan —continuó hablando
Wallace, después de un momento en silencio—. Se merece
saber la verdad de lo que pasó.
—No es él quien me preocupa —suspiró—, sino mi padre.
Duncan entenderá mis motivos para no buscar pelea con los
MacLaren, pero el viejo no. Todavía tiene influencia en los
hombres y no quiero que provoque un levantamiento solo
porque crea que debe vengarnos por una ofensa que ya ha
sido subsanada con la muerte de Angus.
—Qué poco confías en tu hermano.
—No es falta de confianza, Wallace. Es que conozco a mi
padre y sé cómo funciona.
—Sigo diciendo que deberías contárselo —repitió, poco
después. 
Cuando por fin se reunieron con Connor, los estaba
esperando a orillas del lago Tummel. No solo había montado
el campamento, sino que había encontrado en el pueblo a
un joven dispuesto a cabalgar hasta tierras de los MacLaren
para llevar el mensaje de Alan. Aquella era su forma de
disculparse por su arrebato.
—No estoy de acuerdo, pero lo acepto —añadió, antes de
dejar a Alan a solas con el muchacho.
—No pido más —dijo Alan, en alto, para que lo escuchase
mientras se alejaba. Ya hablarían con calma más tarde—.
Bien, muchacho, ¿seguro que quieres hacerlo?
—El pelirrojo ha dicho que me pagaríais, mi señor —
respondió él, nervioso.
—Lo haré —asintió.
—Entonces quiero hacerlo —cuadró los hombros, más
confiado.
Alan le obligó a aprenderse cada una de las palabras para
que no olvidase ninguna ni errase al repetirlas. Era
importante que el mensaje fuese fiel para que todo saliese
bien. Una palabra fuera de lugar podría desembocar en una
guerra que no le convenía a nadie.
—¿Lo tienes?
—Sí, mi señor —asintió, antes de recitarlo nuevamente.
—Perfecto —se sentía agotado, pero satisfecho con el
resultado—. Ahora lo más importante: has de preguntar por
Lady Isabelle. 
—¿Una mujer? —su tono despectivo disgustó a Alan.
—Jamás menosprecies a una mujer, muchacho —lo
reprendió con dureza—. Ellas podrían dominar el mundo si
quisiesen. Ten más respeto.
—Sí, señor —se encogió, con miedo.
—Bien —asintió—. Pregunta por Lady Isabelle. Solo con
ella has de hablar.
—De acuerdo.
—Una vez a solas con ella, le dirás que también la esposa
del laird debe oír el mensaje. 
—Sí, señor —esta vez tuvo el tino de no replicar por sus
mandatos.
—Ellas sabrán qué hacer —cerró los ojos un segundo,
para poder continuar— ¿Lo has entendido o te lo repito?
—Preguntar por Lady Isabelle y decirle que la señora del
castillo debe escuchar también el mensaje —recitó—.
Únicamente debo hablar con ellas.
—Exacto —asintió—. Y algo más. No le digas a nadie que
el mensaje viene de mí. Solo a Lady Isabelle.
—¿A la otra mujer tampoco?
—A ella también —se corrigió—, pero a nadie más. Si te
preguntan, no respondas. Insiste en hablar con Lady Isabelle
y solo con ella.
—Así lo haré, señor —prometió.
—¿El pelirrojo conoce a tu familia? —cuando el muchacho
asintió, Alan continuó—. El dinero te estará esperando con
ellos cuando regreses. No quiero que te lo quedes y no
lleves el mensaje.
—No, mi señor —rogó—. No me lo deis ahora si no
confiáis en mí, pero no se lo entreguéis a mi familia, por
favor. Ellos lo usarán y yo no veré nada de él.
—Está bien. Lo enterraré bajo un árbol y dejaré una
marca que solo tú puedas encontrar —le prometió—. Y
partirás de inmediato. Permaneceré aquí el tiempo
suficiente como para saber si has hecho lo que te he pedido
o has esperado a que me vaya para recuperar el dinero,
muchacho. No trates de engañarme.
—No os engañaré, señor. Quiero ese dinero, pero también
tengo mi orgullo —hinchó el pecho, para dar veracidad a sus
palabras—. Haré el trabajo primero.
—De acuerdo.
Cuando el joven partió, Alan le pidió a Connor que
escondiese el dinero y marcase el árbol con la señal que el
muchacho esperaba encontrar a su regreso. Mientras su
amigo lo hacía, decidió que era hora de liberar la pierna de
las ataduras y ver si sangraba. Comenzaba a no sentirla al
tocarla y eso le preocupaba. Wallace ya estaba hirviendo el
agua, así que se acercó a la orilla. El agua fría cortaría la
sangre, si todavía no había cerrado bien la herida. 
—Veamos cómo vas —se dijo, retirando la venda
improvisada que sus amigos le habían puesto.
La pierna no tenía buen aspecto, su color era
preocupante, pero no detuvo sus dedos. Desató cada nudo,
ignorando el dolor que eso le producía, hasta que la liberó
completamente. Introdujo la pierna en el lago justo después
del último nudo y sintió un dolor tan intenso cuando le
regresó la circulación, que se le escapó un gruñido
profundo. El agua pronto se tiñó de rojo intenso, pero no fue
tan grave como había esperado. En cambio, el dolor era
infinitamente peor a medida que pasaba el tiempo, y le
costaba mantenerse consciente.
—Tendrás que limpiarla tú —le dijo a Wallace, con un hilo
de voz—. Creo que perderé el sentido en cuanto me toque la
pierna.
—Yo lo haré —le prometió—. Túmbate y cierra los ojos.
¿Necesitas morder algo?
—No —gruñó, pero aceptó el pedazo de cuero que le
ofreció.
Connor había decidido seguir al joven mensajero durante
varias millas, para asegurarse de que no daría la vuelta en
cuanto se sintiese seguro de que no lo verían, así que
Wallace estaba solo con Alan para limpiar la herida. Por un
momento, dudó entre empezar sin más o atar primero a su
amigo. Sabía que hasta el más valiente de los hombres
podía sucumbir ante el dolor y no quería que se lastimase al
intentar evitar que hiciese el trabajo.
—Ni lo pienses —bramó Alan, leyéndole la mente—. A mí
nadie me ata. Empieza de una maldita vez.
Aunque trató de soportarlo sin gritar, finalmente se le
escapó un aullido más propio de un animal y después,
agotado, cayó en un profundo sueño que lo liberó del dolor.
En cambio, sus amigos se preocuparon más, al comprobar
que no despertaba pasado el tiempo. Cuando a medio
camino, la fiebre comenzó a consumir a su amigo,
abandonaron la carreta y avanzaron al galope, aun a riesgo
de dañar más su pierna. Su intención era llegar cuanto
antes a Moy, para que la curandera le ayudase.
—Abrid el portón —anunció Connor a voz en grito. 
Caía ya el sol del segundo día cuando alcanzaron su
objetivo y Alan apenas había despertado un par de veces,
solo unos pocos segundos, en los que únicamente
desvariaba. Habían mantenido a raya la fiebre bañándolo en
las frías aguas de cuantos ríos y lagos encontraron por el
camino, pero eso no la había hecho desaparecer. La herida,
roja y palpitante, al menos no supuraba, aunque no tenía un
buen aspecto. Temían lo peor, cuando al fin divisaron las
almenas de la muralla.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Duncan, al descubrir a
Alan herido — ¿Quién es el responsable?
—Alan ha insistido que solo él os contaría lo sucedido, mi
señor —Wallace se adelantó a Connor, que parecía
dispuesto a confesar lo que había pasado. La advertencia
que le lanzó con la mirada, disgustó a su amigo, pero sirvió
para que guardase silencio. En la primera oportunidad que
tuvo de alejarse, lo hizo y nadie volvió a verlo hasta el día
siguiente, a la hora del entrenamiento.
Anne escuchó el alboroto desde la alcoba de Nora, donde
la ayudaba a empacar sus cosas. Después de la misiva que
el rey le había enviado aquella misma tarde, la joven quiso
acudir a su llamado sin demora, a pesar de que Delma le
desaconsejase viajar, por su estado. La reina había perdido
a su primogénita y ella estaría a su lado para llorarla, así
tuviese que hacer todo el viaje tumbada en el carro, para
procurar el bienestar de su hijo nonato. Malcolm se había
resistido al principio, pero Nora supo convencerlo, después
de asegurarle de que se detendrían tantas veces como lo
creyese necesario. Partirían al alba y Anne se ofreció a
ayudar a su amiga a prepararlo todo. También ella debía
abandonar Moy, ahora que el motivo de su estancia allí se
iba por la mañana.
—¿Qué sucederá? —le preguntó Nora, que poco podía
saber, pues se habían pasado la tarde juntas en aquella
alcoba.
—Tal vez el padre de Malcolm esté intentando
convencerlo de que no vayamos —sugirió—. Otra vez.
—Bueno —sonrió—, el hombre está obsesionado con
tener muchos nietos. Ahora que sabe que le darás uno,
querrá asegurarse de que no haces nada que lo perjudique.
—Él no gobierna mi vida —protestó Nora—. Mary me
necesita y no le voy a fallar. Ahora que voy a ser madre,
puedo entender el dolor que debe estar sintiendo. Solo de
pensar que a mi bebé le pueda pasar algo malo...
—No lo pienses —la abrazó—. No estás haciendo nada
malo, Nora. Tu bebé es fuerte y ya lo demostró cuando el
caballo te golpeó. Un viaje en carro no le hará daño.
—¿No crees que estoy siendo una irresponsable?
—No hagas caso a lo que digan los demás —frotó sus
brazos para consolarla—. Solo tú sabes cómo te encuentras
y si serás capaz de hacer algo o no. Si sientes que debes ir
con ella, hazlo. No dejes que los demás gobiernen tu vida.
No has escapado de una madre obsesiva para permitir que
otro peor te haga lo mismo. Es tu vida y tú decides. En
ocasiones tendrás que convencer a tu esposo de que te
apoye —sonrió—, pero creo que no te resultará complicado.
Está loco por ti.
—No sé si...
—Es Alan —Malcolm irrumpió en la alcoba sin llamar—.
Está herido.
El mundo se detuvo durante unos instantes, en los que
Anne no supo reaccionar. Podía ver cómo Malcolm abrazaba
a su esposa cuando esta corría hacia él llorando, pero ella ni
siquiera fue capaz de emitir un solo sonido. Apenas cinco
días antes se había lamentado de cuánto le incordiaba la
presencia de Alan y ahora temía que no volviese a verlo
más.
—¿Cómo...? —le falló la voz, aunque sus piernas parecían
caminar por iniciativa propia, siguiendo a la pareja.
—Tiene una herida en la pierna —le explicó Malcolm—
que se ha infectado. Esperemos que Delma pueda
salvársela porque tiene mala pinta.
—¿Podría perder la pierna? —el gemido de Nora hizo que
Malcolm la apretase más contra él.
—No lo hará —le prometió—. Lo siento, mi amor. No
debería darte estas noticias así de golpe. Lo que menos
necesitas ahora es alterarte. Todavía me...
—Soy más fuerte de lo que todos creéis —lo interrumpió
ella—. Y nuestro bebé también.
—Te creo —la detuvo frente a la puerta y la besó—. No te
asustes cuando lo veas. Es más feo que grave, ¿de acuerdo?
—Déjame pasar.
Anne la siguió en silencio. Sabía que no tenía derecho a
estar allí con la familia de Alan, pero necesitaba verlo para
asegurarse de que seguía vivo. Sin embargo, cuando sus
ojos se toparon con él, su corazón se encogió de temor.
Estaba tan pálido, que parecía un muerto. Solo notar su
débil respiración en su pecho evitó que Anne se desmayase
de la impresión.
Decisiones
 
—No estoy seguro de que debamos irnos ahora —
Malcolm estaba hablando con Duncan en privado. Ambos se
veían cansados, tras la larga noche en vela, preocupados
por su hermano—. Con Alan tan mal, no sé...
—Nora es amiga de la reina —lo detuvo su hermano— y
quiere ir con ella en un momento tan difícil. No puedes
impedírselo. No debes hacerlo. 
—Pero Alan...
—Alan estará en buenas manos —lo tranquilizó—. No te
preocupes por él. Lo cuidaremos bien, te lo prometo.
—Pero no sabemos quién ha sido y...
—Malcolm —lo miró con fijeza—, no diré que en parte me
mueven los intereses, pues vuestra presencia con al rey en
un momento así, nos beneficiará a todos como clan, pero
también pienso en la reina, como mujer. Y como madre.
Sabes cuánto ha sufrido Flora al perder al bebé que
esperábamos y eso que aún no había nacido; puedo
imaginarme su dolor y sé que necesitará el apoyo de su
gente y sus amistades. Flora nos tuvo a todos nosotros,
pero la reina no tiene a nadie tan allegado en Escocia
todavía. 
—Tienes razón —asintió, después de pensarlo—. Pero si lo
hago no será por el clan, sino por Nora y por la reina. Sé que
nuestra soberana la apoyó cuando la madre de Nora le
hacía la vida imposible en los juegos y sé que Nora querrá
corresponderle, estando a su lado cuando más la necesita.
No podría hacerle eso a Nora. Sé que no me lo perdonaría.
—No debe ir —el viejo laird entró en la sala sin llamar a la
puerta, interrumpiendo su reunión privada—. No se lo
permitiré.
—Vos no tenéis nada que decidir, padre —Malcolm lo
enfrentó—. Es cosa de mi esposa y mía.
—Nora lleva a mi nieto en su vientre —bramó.
—Ya veo —le dolió pensar que su padre solo pensaba en
su legado —. No os preocupa mi esposa, sino nuestro hijo.
—Y tú deberías hacer lo mismo. Es peligroso que viaje en
estado, incluso Delma lo desaconseja. Tuvo mucha suerte
de no perder al bebé cuando la golpeó el caballo. Ahora
debe quedarse en...
—Vos no decidís —Malcolm alzó la voz a su padre—. Es mi
esposa y si ella quiere consolar a su amiga, yo la
acompañaré. 
—Si pierde al bebé...
—Es más fuerte de lo que pensáis, padre —defendió a su
mujer—. Y más sensata también. 
—Padre —Duncan intervino—, ya no sois el laird, así que
no tenéis nada que hacer aquí. Habéis delegado en mí
porque confiáis en mi criterio, por eso os pido que os
mantengáis al margen en este asunto. Cuando necesite de
vuestro consejo, yo mismo acudiré a vos. 
—Ingratos —los miró con rabia—. Todo lo que he hecho ha
sido por vosotros y así me lo pagáis.
—Todo lo que habéis hecho ha sido por vos —le recordó
Malcolm—, por vuestro legado.
—Por el vuestro también —escupió sus palabras.
—A mí no me preocupa que mi nombre sea recordado
después de mi muerte, más allá de mis seres queridos,
padre. Solo pretendo ser feliz junto a mi esposa y disfrutar
de mi familia el tiempo que dure mi vida. No me interesa
perdurar después de mi muerte, salvo en la memoria de los
míos —le dijo Malcolm.
—Ya os hemos dado los nietos que queríais, padre —le
recordó Duncan— y por mi parte, de ser posible, añadiré
unos cuantos más, pero porque así lo quiero, no por vos.
Dejadlo de una vez y disfrutad de los que ya tenéis.
—Necios —salió de la sala hecho una furia—. No sabéis
valorar mis esfuerzos.
—Nunca llegó a aceptar realmente a Nora hasta que supo
de su embarazo —dijo Malcolm con pena, una vez se
quedaron a solas.
—No dejes que su enfermiza obsesión nuble tu felicidad,
Malcolm —le aconsejó su hermano mayor—. Sabes cómo es
y no cambiará nunca.
—Precisamente por eso —lo miró—. Sabes que nuestra
gente no confiaba en Nora por su culpa, porque él fingía que
no existía. No fue un rechazo directo, pero en el fondo era
eso. Hizo falta que un caballo casi matase a la mujer que
amo, para que nuestra gente comprendiese que su lealtad
está con su nueva familia. E hizo falta que estuviese encinta
para que nuestro padre la viese como una MacKintosh. No
es justo. Nora ha sufrido suficiente, no merece el desprecio
de nadie más.
—Lo sé —apoyó la mano en su hombro—, pero a partir de
ahora todo irá bien. Sé que lo del caballo ha sido un susto
muy grande para ti, pero Nora se ha ganado a nuestra
gente por su propia mano, sin que nuestro padre tuviese
que intervenir. Eso es muy bueno, Malcolm. Padre no podrá
influir en ellos nunca más.
—Supongo que tienes razón, como siempre —asintió, un
poco más tranquilo—. Iremos a ver al rey, no te fallaré.
—Hazlo por la reina y por tu esposa, Malcolm —le dijo—.
Aunque te haya hablado de ese modo, no pretendo que
hagas nada que no harías, solo por granjearte su amistad. Si
el rey nos toma en cuenta en el futuro y nos beneficia de
algún modo después de vuestro apoyo, bienvenido será,
pero no quiero que piense que habéis ido por interés. 
—¿Qué harás con Anne? —le preguntó, cuando ya se
marchaba, al recordar a la otra amiga de su esposa—.
Estaba aquí por Nora.
—Debo pensarlo todavía —le preocupaba el asunto—. Lo
correcto sería enviarla a su casa, pero os llevaréis con
vosotros a unos cuantos hombres para que os protejan por
el camino y no puedo prescindir de más por el momento. Y
menos, mientras no sepa quién le ha hecho eso a Alan. Si
debemos defendernos...
—Lo entiendo —no quería ser causa de más
preocupaciones para su hermano, así que le sugirió una
alternativa—. Tal vez deberías enviar un mensaje a su padre
para explicarle la situación. Estoy seguro de que enviarían a
su propia gente para escoltarla a casa.
—Es una buena idea —asintió, conforme—. Creo que lo
haré, pero hablaré con Anne en primer lugar para ponerla al
tanto.
—La haré venir —sonrió, feliz de haber podido ayudarle—.
Estoy seguro de que ahora mismo estará con mi esposa.
Pero se equivocaba, Anne no estaba con Nora, sino
paseando por el pasillo, frente a la puerta de la alcoba de
Alan, intentando reunir el valor suficiente para llamar. Sabía
que Janet estaba con él en ese momento y dudaba que
encontrase una ocasión mejor que esa para ver a Alan sin
que a nadie le resultase extraña su presencia allí. No era de
la familia, así que solo podía preguntar al resto por su
estado; no tenía derecho a visitarlo a su antojo ni a cuidar
de él, pero sí podía ir a verlo con la excusa de apoyar a su
amiga. 
—Anne —la llegada de Malcolm la pilló desprevenida y
dio un salto —. Perdona, no pretendía asustarte.
—No te preocupes —sonrió, para disimular la vergüenza
que sentía de que la hubiese encontrado allí, justo cuando
había levantado la mano para golpear la puerta—. Venía a...
preguntar por tu hermano. Me han dicho que Janet está con
él y pensé que... tal vez... bueno... que igual agradecía un
poco de compañía para...
—Entremos juntos —la animó, sin dejarle terminar; algo
que ella agradeció porque parecía que con cada palabra que
pronunciaba se delataba más—. Quiero despedirme de
Janet.
—Id con cuidado, Malcolm —le pidió, preocupada por su
amiga—. Y no permitas que se haga la dura. No debe
excederse para que su bebé esté bien.
—Lo sé —sonrió, al pensar en el hijo que Nora le daría en
pocos meses—. Cuidaré bien de ellos, te lo prometo.
—Sé que lo harás —le devolvió la sonrisa.
Anne enmudeció al ver a Alan postrado en la cama y su
sonrisa se desvaneció. Había recuperado algo de color, pero
seguía tan inmóvil que de no ser por su respiración
pausada, podría pensar que estaba muerto. Se acercó a
Janet, con la excusa de hablar con ella, pero en su
pensamiento solo cabía la idea de verlo más de cerca.
—¿Cómo está? —le preguntó a su amiga, sin dejar de
mirarlo.
—La fiebre persiste, pero parece más tranquilo —le dijo,
tomando la mano que Anne le ofrecía como consuelo.
—¿Y la pierna? —lo que más temían era que la perdiese,
pues un guerrero sin uno de sus miembros no sería útil para
su clan.
—Delma dice tal vez sea posible salvarla —Janet no se
escuchaba tan segura—, pero que si lo logra, tendrá un
largo camino por delante para recuperarse.
—Tu hermano es muy fuerte, Janet —la animó Anne, que
trataba de convencerse a sí misma también de lo que decía
—, podrá con esto. Antes de lo que crees, estará dándoles
otra paliza a sus hombres en el campo de entrenamiento.
Aunque ella no lo vería, pues sabía que pronto tendría
que irse. No sabía cuándo, pero era algo inminente porque
Nora se iría ya y su estancia allí no tendría justificación. Vio
cómo Malcolm se acercaba a Janet para despedirse y se
alejó un poco para darles privacidad. Permaneció con la
mirada fija en el pecho de Alan, como si así pudiese hacer
que siguiese respirando.
—Anne —la llamada de Malcolm la devolvió al presente,
pues se había perdido en la visión de un Alan sano, que solo
la sacaba de quicio por diversión—, debes bajar a ver a mi
otro hermano, te está esperando. 
—¿A mí? ¿Por qué? —se paralizó por un segundo,
preocupada.
—Ahora que Nora se va, quiere hablar contigo sobre tu
estancia aquí —lo dijo como si no tuviese demasiada
importancia, pero Anne sintió que su corazón se paralizaba
por unos segundos. No había contado con que fuese a
marcharse ese mismo día.
—Sí —asintió, finalmente—. Ahora voy.
Bajó despacio las escaleras, pues le temblaban las
piernas, pero antes de llamar a la puerta, inspiró
profundamente y recompuso su semblante, para que no
viese cuán poco le gustaba la idea de tener que irse. Golpeó
la puerta con decisión y la abrió cuando Duncan le dio paso.
—Anne —el hombre le sonrió, animándola a sentarse
frente a él—. Me alegra ver que Malcolm ha podido
encontraros.
—Sí, lo ha hecho —se sentó y apoyó las manos sobre la
falda de su vestido— ¿Queríais algo de mí?
—Iré directo al grano porque tengo asuntos que atender
—le dijo, sin rodeos—. Mi hermano se llevará a una
guarnición con él para proteger a su esposa por el camino y
me temo que ya no podré prescindir de más hombres para
escoltaros hasta vuestra casa...
—¿Estáis diciendo que debo permanecer aquí? —lo
interrumpió, ansiosa por escucharle decir que sí.
—Al menos, hasta que vuestro padre envíe a sus propios
hombres —le aclaró—. Enviaré a un mensajero en cuanto lo
haya dispuesto todo para la inmediata partida de mi
hermano. Espero que no os moleste tener que quedaros
aquí unos cuantos días más.
—No os preocupéis —trató de fingir una calma que no
sentía—. Yo estaré bien y vos tenéis más cosas de las que
ocuparos. Puedo hacerle compañía a Janet estos días, creo
que la necesitará.
—Estoy seguro de ello. Flora debe atender las labores del
castillo, así que no podrá pasar tanto tiempo con ella como
mi hermana necesitaría. Conociéndola, se desvivirá por
Alan, descuidando su propia salud —a medida que hablaba,
su ceño se iba frunciendo más—. Debería tener a alguien a
su lado que velase por ella y… Anne, ¿puedo pediros algo?
—Desde luego —asintió—. Si está en mi mano, con gusto
lo haré.
—¿Podríais quedaros un poco más para acompañar a mi
hermana pequeña mientras Alan no mejora? Para que se
cuide también ella. Sé que es demasiado atrevido por mi
parte pediros esto, pero mis deberes como nuevo laird me
superan por el momento y con Alan en cama y Malcolm
fuera...
—Descuidad, Duncan —se apresuró a decir, tal vez más
rápido de lo que debería—, yo me haré cargo de Janet. Y
ayudaré con Alan, si os parece bien. 
—No quisiera abusar de vuestra generosidad, Anne —
negó.
—No seáis tonto —tal vez se había excedido al llamarlo
así, pero le salió sin pensarlo—. Janet es mi amiga, al igual
que Nora. Y puede que no conozca a Alan tanto como a
vuestras hermanas, pero estoy segura de que merece
recuperarse y ayudaré a ello.
—Sois una santa, Anne Campbell.
—Nada de eso —lo desmintió—. Mi padre me ha
enseñado que la hospitalidad se paga con cordialidad. Vos
me habéis acogido cuando llegué sin invitación y ahora es
mi turno de devolveros el favor. Hubiese preferido que fuese
por otra causa, pero haré lo que esté en mi mano por
ayudar.
—Ahora entiendo por qué mi hermana os considera una
amiga —le sonrió, agradecido.
—Si no tenéis nada más que comentarme, regresaré con
Janet.
—Enviaré aviso a vuestro padre igualmente, con vuestro
permiso, para informarle de la situación.
—¿Podríais esperar a mañana? —le pidió—. Me gustaría
enviar una carta a mi padre, también.
—Desde luego —asintió—. Mañana pues. Gracias por
todo, Anne. 
—Gracias a vos por permitirme ser útil —se inclinó ante él
y salió de la sala con paso seguro. En cuanto cerró la puerta
tras ella, se apoyó en la pared y dejó escapar el aire de sus
pulmones. Luego susurró—. Perdonadme, padre, pero
todavía no puedo volver. No hasta saber que Alan estará
bien.
No entendía esa necesidad de verlo sano y con plenas
facultades porque había sido un incordio desde que se
habían encontrado en su camino a Moy. Sin embargo, no
concebía el mundo sin un altanero y provocativo Alan en él
y haría lo que estuviese en su mano para que se
recuperase. Y si de paso podía ayudar a Janet para que no
enfermase ella por cuidarlo a él, todavía mejor.
—Janet —se acercó a ella, después de entrar de nuevo en
la alcoba de Alan—, tengo una buena noticia.
—¿Ah, sí?
—Sí —sonrió—. Me quedo contigo un tiempo.
—¿En serio? —un rayo de esperanza iluminó su rostro, lo
que hizo que Anne se sintiese un poco menos hipócrita por
querer seguir en Moy. Realmente, su amiga la necesitaba.
—Sí —asintió, abrazándola después—. Te ayudaré a
cuidar de Alan y nos apoyaremos la una a la otra.
—Me apenaba estar sola —le confesó—. Flora tiene
mucho trabajo y no quería molestarla. Y con Nora fuera del
castillo...
—Yo me quedo contigo —la abrazó de nuevo. Su mirada
se desvió hacia la cama, solo para constatar que Alan
seguía durmiendo plácidamente—. Pero ahora deberíamos ir
a despedir a Nora, ¿no te parece?
—Sí —asintió, levantándose de mala gana—. Nora no
merece ese desplante.
—Volveremos en cuanto se haya marchado —le prometió,
incluso más ansiosa que Janet por cumplirlo.
—Gracias, Anne. Por quedarte.
—Eres mi amiga, Janet. No podía hacer otra cosa —le dijo,
azorada por los sentimientos que su gratitud despertaban
en ella. Sentía que era una mala amiga por hacerle creer
que había pensado en ella únicamente al quedarse, pero
sabía que en el fondo, Janet también había sido parte de sus
motivos para hacerlo. Su padre le había enseñado que la
lealtad, no solo al clan sino también a los amigos, debía ser
inquebrantable y en ese momento, estaba dispuesta a
cumplir con ello. 
Salieron al patio, donde una inquieta Nora las recibió con
una sonrisa nerviosa. Necesitaba partir cuanto antes, pero
también quería alargar la despedida, porque sabía que no
podría volver a ver a sus amigas en un largo tiempo. Mary la
necesitaba y no quería fallarle, pero lamentaba tener que
irse, justo ahora que comenzaba a disfrutar de su nueva
vida como una MacKintosh aceptada por los suyos.
—Pronto volverás —le dijo Janet, abrazándola—. Y seguro
que Alan estará aquí en pie ya, para recibirte.
—Seguro —sonrió—. Cuida bien de él, Janet, pero no te
olvides de ti misma.
—No lo hará —le prometió Anne, uniéndose a ellas—. Me
ocuparé de eso.
—¿Te quedas? —la miró, sorprendida.
—Me quedo —asintió.
Y solo en ese momento, comprendió la magnitud de la
decisión que había tomado.
Evitando la guerra
 
Alan sentía la boca reseca, pero ni pasar la lengua por los
labios lo aliviaba, por lo que finalmente, abrió los ojos para
buscar una solución más eficaz. Al hacerlo, tuvo que
enfrentarse a su nueva realidad, pues fue consciente del
dolor que le subía por la pierna hasta centro mismo de su
sistema nervioso. La pequeña protesta que surgió de lo más
hondo de su garganta, sonó ahogada, pues trató de
contenerla, sin embargo, quien lo estaba velando junto a la
cama, pareció escucharlo igualmente y se inclinó sobre él.
Alan parpadeó varias veces creyendo que sus ojos lo
engañaban.
—¿Os duele mucho? —preguntó Anne, preocupada—.
Puedo llamar a Delma para que os traiga algo que os...
—¿Qué hacéis vos aquí? —no pretendía sonar como lo
hizo, pero no pudo evitarlo. Incluso hablar le dolía y lo pagó
con Anne.
—Velar vuestro sueño —decidió no dar importancia al
reproche de su voz y se movió por el cuarto con soltura,
para llevarle un vaso con agua fresca—. Janet y yo nos
estamos turnando, puesto que Flora ya tiene suficiente con
atender el castillo y a su hijo.
—¿No había nadie más para hacerlo? —a pesar de todo,
cuando le entregó el agua, se lo agradeció con la mirada.
Un gemido, esta vez de gusto, se le escapó cuando sintió el
líquido bajar por su garganta.
—Siento si mi presencia os molesta, Alan, pero no hay
nadie más. A estas alturas, Nora y Malcolm estarán con el
rey y su esposa, imagino —le informó, molesta por su
insistencia en que no debía estar allí. Ante su cara de
sorpresa, continuó explicándole las novedades—. Poco antes
de que os trajesen herido, Nora recibió una carta del rey
informándola de que su primogénita ha muerto de forma
prematura y que su esposa está consumida por la pena y el
dolor. Está muy preocupado por ella y teme que pierda al
bebé que está gestando si no se cuida, así que Nora ha
decidido acudir a consolarla y ayudarle. 
—¿Y qué podría hacer por la reina? Si la mujer no quiere
comer, dudo que ella pueda obligarla.
—Se han hecho buenas amigas durante los juegos —la
defendió—. Estoy segura de que podrá animarla. Además,
como también ella espera un hijo, podrá...
—¿Qué habéis dicho? —la interrumpió, estupefacto.
—Es cierto —sonrió, emocionada—, vos no podíais
saberlo porque lo averiguó después de vuestra partida. Nora
está esperando a su primer hijo, ¿no es emocionante? 
—¿Y le han permitido viajar igualmente? —gimió al
moverse para buscar una postura más cómoda. Sus manos
fueron a su cabeza, para masajearse las sienes, como si así
pudiese mitigarlo—. Dudo que mi padre estuviese conforme
con esa decisión. Su obsesión por tener docenas de nietos
lo convierte en un hombre bastante intransigente durante
los embarazos de las esposas de sus hijos.
—Debéis descansar —lo increpó Anne, sin llegar a
responder a su pregunta. No sabía las circunstancias de la
partida de Nora, pero sabía que Duncan y su padre no se
habían hablado durante unos días después de que se
fuesen, así que pudo suponer que habían discutido por eso
—. Llamaré a Delma para que...
—No —la detuvo, sujetando su mano. La piel de Anne
reaccionó a su toque, ardiendo allí donde se rozaban.
Aunque quiso liberarse de su agarre, para que su corazón
no se lanzase en una carrera loca, permaneció inmóvil,
intentando mantener la calma, para que Alan no averiguase
cuánto le afectaba su cercanía. Sabía que lo usaría para
mortificarla más y como aún pretendía cuidar de él, prefería
que no supiese nada.
—Estáis sufriendo —insistió—. Delma os dará algo para
mitigar el dolor.
—El dolor me recuerda que debo esforzarme en
recuperarme —finalmente la soltó y Anne escondió la mano
bajo la manga de su vestido, como si así dejase de sentir la
calidez en el lugar donde Alan la había estado tocando. 
—El dolor os mantendrá en la cama más tiempo —lo
contradijo.
—De ninguna manera —para desmentir lo que ella había
dicho, se incorporó antes los estupefactos ojos de Anne. Una
vez repuesta de la sorpresa, trató de impedírselo, pero a
pesar de su palidez y el rostro demacrado por la fiebre
pasada en los días anteriores, Alan conservaba gran parte
de su fuerza y pudo sentarse— ¿Lo veis?
—Lo que veo es que sois muy terco —protestó,
alejándose un poco de él, enfadada porque se esforzase de
más solo para llevarle la contraria.
—Un highlander que se vanaglorie de serlo, no se queda
en cama lamentándose de sus heridas —aunque su rostro
se ponía blanco con cada movimiento, no hizo el amago de
parar—. Se levanta y sigue adelante.
—Conseguiréis que la herida sangre de nuevo —regresó
junto a él, dispuesta a impedírselo—. Entonces os pasaréis
otros cuatro días inconsciente.
—¿Cuatro días? —Alan titubeó al oírlo y Anne tuvo que
ofrecerle su hombro para que se apoyase en él— ¿Tanto
tiempo?
—Llegasteis casi sin vida —dijo, angustiada por recordar
aquel día—. Delma trabajó día y noche para evitar que
siguieseis perdiendo sangre y conservaseis la pierna. No
estáis en cama por capricho, sino por necesidad.
—Pero cuanto más tiempo pase aquí, más difícil será
recuperar la movilidad en la pierna -insistió a su vez—. Los
músculos pierden la fuerza si no se ejercitan. Me quedaré
tullido si sigo metido en la cama.
—Por Dios —bufó Anne—, sois el hombre más
insoportable que he conocido nunca.
Se alejó, furiosa, sin contar con que Alan no podría
sostenerse con una sola pierna y cuando se inclinó
peligrosamente hacia el lugar donde había estado ella,
corrió a socorrerlo. El impacto de sus cuerpos los inclinó
hacia el lado contrario, cayendo en la cama. Alan la rodeó
por la cintura automáticamente y Anne se mantuvo sobre
él, colocando ambas manos a cada lado de su cabeza. Sus
rostros estaban separados por pocos centímetros y una
pícara sonrisa nació en la tentadora boca de Alan.
—Si prometéis permanecer en la cama conmigo, tal vez
acepte quedarme más tiempo —le dijo, en un tono
demasiado íntimo para la cordura de Anne.
—Soltadme ahora mismo, Alan —lo increpó.
—¿O qué? —la desafió, sin perder la sonrisa.
—O gritaré —lo amenazó—. Y entonces Delma vendrá y
os dormirá por otros cuatro días más.
La risa ronca de Alan la meció sobre su cuerpo y Anne
sintió cómo su corazón bombeaba con más rapidez,
llevando el calor a su rostro. Su respiración errática
apretaba sus pechos contra el de Alan, que para su
desventura, no llevaba la camisa puesta.
—No me importaría permanecer, con vos encima de mí,
mucho más tiempo —susurró Alan después, tan cerca de
sus labios, que casi se rozaban—, pero me palpita la pierna.
Le hubiese gustado incomodarla más de lo que ya parecía
estar, explicándole qué otra cosa le palpitaba también, pero
el dolor en la pierna era real y necesitaba volver a la cama.
Por más que le apeteciese levantarse ya, su experimento
había fracasado y debía descansar otro par de días, antes
de intentarlo de nuevo.
—Llamad a Delma —le pidió, una vez en la cama—,
quiero hablar con ella.
—¿Vais a aceptar el calmante?
—Eso no es asunto vuestro —aunque pareciese un
reproche por el modo en que lo había dicho, la sonrisa que
le regaló, desmentía su rudeza. A pesar de todo, se sentía
de buen humor como para bromear con ella.
—Por si no lo sabéis —Anne cayó en su trampa de cabeza
—, os he estado cuidando, lo que me... oh, ya veo por dónde
vais. Iré a buscarla y le rogaré que os duerma durante una
semana entera. Estáis más guapo con los ojos y la boca
cerrados.
Anne salió de la alcoba perseguida por la risa de Alan y a
pesar de su enfado, no pudo evitar sonreír cuando él ya no
podía verla. Aunque fuese un incordio, se alegraba de verlo
despierto y con ganas de levantarse. Eso significaba que se
recuperaría.
—Os veo de buen humor esta mañana, Anne —Duncan se
cruzó en su camino hacia la casa de Delma.
—Y vos también lo estaréis cuando os dé la buena noticia
—sonrió. Aquellos días con los MacKintosh le habían servido
para conocer mejor a todos los miembros de la familia y
había establecido un vínculo con ellos que iba más allá de la
condescendencia propia de los nuevos inicios en una
relación. La convalecencia de Alan había obrado el milagro
—. Vuestro hermano se ha despertado al fin. Ahora iba a
buscar a Delma para que vaya con él.
—Esa sí que es una buena noticia —sonrió—. Iré yo
también a verlo. Tengo ganas de hablar con él.
Anne asintió, azorada por no haber pensado en
informarle antes a él. Después de todo, era el laird y
además su hermano; se merecía ser uno de los primeros en
saber que había despertado. Pero ahora ya estaba hecho y
no podía cambiarlo, así que siguió su camino, porque sabía
que Alan necesitaba de los cuidados de Delma, aunque se
empeñase en decir lo contrario.
Duncan corrió hasta la alcoba de su hermano para ver
con sus propios ojos que Alan estaba despierto. Después de
cuatro días de desvaríos provocados por la fiebre alta,
empezaba a creer que no lo lograría. Después de todos sus
infructuosos intentos por bajarle la temperatura, Delma
había insistido en que debían cortarle la pierna para evitar
que la infección llegase a la sangre, pero Duncan se había
negado. Conocía a su hermano y sabía que preferiría morir
antes que perder uno de sus miembros. Ahora se alegraba
de no haber cedido a la presión de la curandera pues Alan
seguiría completo en cuanto se recuperase del todo.
—Buenos ojos te vean, hermano —lo saludó cuando este
lo recibió con una sonrisa.
—Buenos ojos te vean a ti —replicó Alan—. Estoy seguro
de que tú me has estado viendo todos estos días.
—Con preocupación —admitió—. Temía que no
despertases nunca.
—Soy más fuerte que la fiebre —le dijo, mientras lo veía
sentarse en la silla donde había estado Anne antes que él.
—No lo parecía hace dos noches —lo miró fijamente
durante un instante, antes de preguntar— ¿Cómo te
encuentras?
—Como si me hubiesen pisoteado todo el cuerpo con
saña.
—Así se te ve -sonrió su hermano mayor.
—Gracias, hermano. Se agradece el cumplido —bufó
Alan.
—¿Te duele la pierna?
—Se me pasará —se encogió de hombros—. Pretendo
salir de aquí en un par de días. Ya sabes que no soy de los
que holgazanean.
—No lo eres —admitió—, pero es mejor pasar más tiempo
en cama, que levantarte antes y tener que volver después a
ella. Tómatelo con calma, hermano. No tenemos prisa para
que vuelvas a la rutina.
—Seguro que los hombres están felices de que no los
entrene yo —sonrió, al pensar en la primera mañana que se
puso al frente del ejército de su hermano.
—No diré lo contrario —rio—, pero estoy seguro de que
también notan tu falta. Cada día me preguntan por ti.
Wallace y Connor, los que más. Están realmente
preocupados.
—Pronto saldré de aquí para que vean que sobreviviré.
—¿Me vas a contar lo que pasó o seguiré elucubrando
hipótesis? —se puso serio al preguntar—. Tus amigos han
insistido en que tú me lo dirías y tengo a todos los hombres
alerta por si sufrimos un ataque.
—El laird de los MacLaren es demasiado estúpido para
buscar un enfrentamiento con nosotros —no quería dar
detalles, pero sabía que le debía una explicación a su
hermano—. Se dejó aconsejar por Angus y cometió algún
pequeño error que decidí perdonarle por el buen hacer de
su hermana menor. Y porque sé que no nos dará más
problemas a partir de ahora.
—No entiendo nada de lo que acabas de decir, pero
convénceme de que no habrá problemas y lo olvidaré todo
—confiaba en el buen juicio de su hermano y segundo al
mando.
—Angus está muerto —le dijo—. Él me hizo esto en la
pierna y yo le rebané su miserable pescuezo en represalia. 
—¿Y no crees que su hermano quiera vengar su muerte?
—parecía escéptico ahora.
—Verás —se incorporó nuevamente, pero solo para
sentarse en la cama. Duncan le ayudó, colocándole varios
almohadones detrás —, tuve una conversación bastante
fructífera con su hermana y me aseguró que el laird es un
pelele que se deja guiar por quien sea. Normalmente es la
esposa la que dirige el clan a través de él, algo digno de
admirar, la verdad, pero después del parto ha estado
ausente un tiempo y Angus se aprovechó de ello para...
dirigirlo hacia su venganza personal contra los MacKintosh.
Con su muerte, he solucionado esa parte del problema.
Estoy seguro de que tanto la hermana como la esposa del
laird se encargarán de que el resto sea olvidado. La joven
me ha asegurado que así será.
—¿Te fías de su palabra?
—Lo hago —extrañamente, era cierto. A pesar de su
juventud y de que no la conocía, confiaba en ella y en que
sabría ayudar a la esposa de su hermano para guiar al laird
por el buen camino.
—¿No hay nada más que quieras contarme? 
Por un momento, Alan creyó que sus amigos habían roto
su promesa de no hablar de lo que había pasado. Sin
embargo, algo en la mirada de Duncan le dijo que no era
así, que si insistía era porque había partes de la historia que
no le cuadraban y quería saberlo todo. Pero no se lo
contaría, pues el resto era cosa suya y no tenía por qué
saberlo nadie más. Sacarlo a la luz solo podría empeorar la
situación y lo que pretendía era apaciguar las aguas, no
removerlas.
—Ya te he dicho todo lo que tenías que saber, hermano.
El resto, si acaso hubiese más, no es importante.
—En ese caso —se levantó de la silla—, regresaré a mis
deberes como laird. ¿Quieres que avise ya a nuestro padre
de que estás despierto?
—Déjalo en la ignorancia un poco más, por favor —le
pidió—. No quiero que me estropee la mañana.
—No creo que pueda darte mucho tiempo —le advirtió—.
Delma no es discreta, precisamente.
—Cada minuto sin verlo será bienvenido —le sonrió.
Sabía que su padre no se conformaría con la explicación que
le había dado a Duncan y no quería pelear con él cuando la
cabeza amenazaba con estallarle de un momento a otro.
—No te preocupes, Alan —tal vez Duncan supo leerle la
mente—. Nuestro padre ahora no tiene poder en el clan.
Nadie hará nada si yo no lo ordeno. Los MacLaren estarán a
salvo de su ira.
—Me temo que su ira estará centrada en mí —suspiró.
—Siempre has sabido manejarlo —sonrió, sin sentir pena
por él—. No te dará problemas.
—Que poco me quieres, hermano.
—Más de lo que debería, en realidad —bromeó con él.
Luego se puso serio—. Si se pone insistente, házmelo saber
y le pararé los pies. Desde que permití que Nora viajase
estando encinta, se ha vuelto un poco insoportable.
—¿Insoportable ahora? —alzó una ceja—. Siempre lo ha
sido, eso no es novedad.
—Ahora es mucho peor. Cree que por mi culpa, Nora
perderá al bebé.
—Como si le hubiese importado Nora antes de saber que
estaba embarazada. Es un maldito hipócrita, que
únicamente piensa en sí mismo.
—Eso tampoco es novedad.
—Cierto —asintió—. Por desgracia.
—Debo irme ya —apoyó una mano en su hombro, pues
Alan había cerrado los ojos para descansar la vista—. Si
necesitas lo que sea, envíame a Janet o a Anne. Se han
estado turnando para que no estuvieses solo en ningún
momento. Son unas benditas.
Alan no quiso decir nada, aunque le ardía la lengua por
saber la razón por la que Anne seguía en Moy, cuando el
motivo de su estancia había sido acompañar a Nora. Pero en
realidad, prefería no saberlo, pues no le gustaba la idea de
que hubiese sido por él. No aceptaría la pena de nadie y
mucho menos la de ella.
 
Preguntas comprometidas
 
Alan se sentía atrapado entre aquellas cuatro paredes,
después de haber permanecido en su alcoba durante una
semana más, desde que se había despertado de la fiebre la
primera vez, pero Delma se había negado en rotundo a
dejarlo salir hasta que la herida cicatrizase mejor. Decía no
sin fundamento, eso tenía que admitirlo, que acabaría
reabriéndola en pocas horas porque no sabría controlarse
una vez fuera. Y la odiaba por no dejarle salir y por tener
razón, pero también le agradecía que se preocupase tanto
por él, aunque eso lo desesperase hasta la saciedad.
—Buenos días, Alan. Os traigo el desayuno —Anne entró,
después de golpear la puerta un par de veces y esperar
unos segundos, como hacía siempre por precaución, desde
el día en que entró y encontró a Alan en paños menores,
intentando levantarse solo. Cargaba con una bandeja llena
de manjares para él y una sonrisa en sus labios que iluminó
la alcoba.
—Si no salgo de aquí pronto —se quejó, aunque se le
hiciese agua la boca—, cuando quiera entrenar a mis
hombres, solo les podré enseñar a rodar.
—No exageréis, Alan —rio ella—. Todavía os conserváis en
forma. Esto es solo un pequeño contratiempo que pronto
pasará.
—Es fácil decirlo cuando vos podéis moveros libremente
por el castillo —frunció el ceño, frustrado— y fuera de él.
Aquella semana de reclusión obligatoria había llegado a
apreciar un poco más la compañía de Anne y había dejado
de provocarla hasta enfadarla; al menos gran parte del
tiempo, pues a veces no podía evitarlo porque aquella era
su única diversión. Solo ella y su hermana lo visitaban a
diario, encargándose de que tuviese todo lo que necesitaba,
salvo la libertad que tanto ansiaba. Se quedaban algún
tiempo con él, hablando y respondiendo a sus incesantes
preguntas sobre las novedades en el clan, que eran más
bien pocas. El resto de su familia y amigos se pasaban por
allí de vez en cuando para comprobar que estaba mejor,
pero nunca se quedaban demasiado. Gracias a esas charlas
con Anne, había descubierto que no era tan infantil como le
había parecido en un principio, ni tan irresponsable y
alocada como le demostró el día que se invitó sola a
acompañar a Nora. Podría decirse que ahora la admiraba un
poco más, después de saber que se había hecho cargo de
sus hermanos y del gobierno de su casa tras la muerte de
su madre, siendo todavía demasiado joven para tanta
responsabilidad. Le había demostrado que era una mujer
fuerte y valiente y que merecía su respeto y no sus burlas. 
—Entonces —se giró hacia él con una todavía más amplia
sonrisa en los labios—, estoy segura de que me amaréis
cuando os dé la buena noticia que os traigo.
—¿Qué noticia? —ignoró sus primeras palabras para
centrarse en lo que era más importante. Siempre estaba
ávido de noticias y si esa era buena para él, quizá fuese la
que más estaba esperando: que podía abandonar su alcoba
definitivamente.
—Delma me ha dado permiso —dijo con deliberada
lentitud— para acompañaros en un corto paseo por el...
—¿A qué estamos esperando? —ni siquiera le dejó
terminar, tan ansioso como estaba por salir de allí.
—Con calma —lo frenó—. Primero debéis comer. Y será un
paseo corto, Alan. Si Delma se entera de que os habéis
excedido, ha dicho que os encerrará en vuestra alcoba y
tirará la llave a los cerdos. 
—Jamás me haría algo así —aunque en el fondo, sabía
que tenía razón. Aquella mujer se tomaba muy en serio la
salud de todos los miembros del clan. Y más todavía la de
los hijos del laird. No se arriesgaría a perder su posición en
Moy por un descuido con ellos.
—De todas formas, no haremos nada para descubrirlo —
sentenció Anne—. Vos comeréis ahora para reunir fuerzas
para el paseo y yo iré abajo a desayunar también. Cuando
haya...
—Quedaos aquí —la interrumpió—. No podré comer todo
esto yo solo. 
—No creo que... —vaciló.
—Vamos, Anne —no le aceptaría un no por respuesta,
cuando su libertad, aunque fuese momentánea, estaba en
juego. Si comía con el resto, quizá tardase demasiado en
volver a por él y Delma no aceptaría que bajase solo,
aunque hubiese dado su permiso para el paseo—, me
haríais un favor. 
—No tardaré tanto en volver, si es lo que os preocupa,
Alan —supo entender su ansiedad—. Y si os portáis bien,
podría convencer a Delma de que os permita seguir
paseando conmigo cada día un poco más de tiempo.
—Me portaré bien —prometió—, pero desayunad
conmigo. 
—¿Es una especie de advertencia? —lo miró con ojos
achinados, como si pudiese ver más allá de su actitud
relajada.
—Ahora que lo decís —sonrió, pues le había dado la
solución para que se quedase a comer con él—. Podría serlo.
—Está bien —cedió—. Pero más os vale hacer todo lo que
os diga, Alan o me encargaré de que Delma guarde la llave
donde no la podáis encontrar jamás.
—No os sienta bien esa actitud rencorosa, Anne —sonrió,
divertido —. Sois demasiado buena para hacer algo así.
—He tenido que hacerme cargo de la educación de mis
cuatro hermanos —puso las manos en sus caderas,
desafiante— y alguno no ha sido fácil, eso puedo
asegurároslo, así que no me digáis lo que puedo y no puedo
hacer.
—Está bien, señora madre —rio—, os haré caso.
—Si os vais a burlar de mí —cruzó los brazos en el pecho
—, mejor me voy.
—No —se apresuró a decir al ver cómo se giraba hacia la
puerta—. Por favor, quedaos. No diré nada más. Lo prometo.
—Bien —asintió, antes de acercarse a la mesa donde
ahora comía Alan. 
Aquel era el único ejercicio que hacía por el momento y
estaba deseando caminar más que de la cama a la mesa y
viceversa, así que procuró mantener sus ganas a raya, para
demostrarle que se portaría bien. Con suerte, en un par de
días, Delma vería que estaba más recuperado de lo que ella
creía y le dejaría reanudar su vida al fin.
—¿Sabéis algo de mi hermano y de su esposa? —
preguntaba cada segundo día, por si llegaba alguna carta
que les aclarase cuándo regresarían. También les había
pedido expresamente que no les contasen lo que le había
pasado porque no quería preocuparlos ni que acortasen su
visita por su culpa. Su compañía a los reyes en un momento
tan delicado era, a pesar de todo, beneficiosa para su clan,
aparte de la amistad que pudiese haber entre los dos
matrimonios.
—Nada que no os haya contado ya —negó—. La reina ha
mejorado  desde que Nora está allí, pero todavía se niega a
dejarlos volver. Espero que no quiera que dé a luz allí con
ella, porque vuestro padre podría decidir viajar hasta el
castillo del rey para traerlos de regreso.
—Siempre le ha importado más su legado que su propia
familia —murmuró, hastiado por el comportamiento de su
padre. En las pocas ocasiones en que lo había ido a visitar,
habían acabado discutiendo porque solo sabía criticar a sus
hermanos por haber permitido que Nora se alejase de Moy
estando embarazada.
—¿Puedo haceros una pregunta personal, Alan?
—¿Cómo de personal? —al ver el gesto de disgusto de
Anne por su respuesta, sonrió—. Adelante.
—Ya no sé si quiero hacerlo —le había molestado su tono
de voz y temía que se burlase de ella si hablaba de nuevo.
Sobre todo con el tema que quería abordar.
—Prometo responderos con sinceridad —alzó una mano y
se llevó la otra al corazón— y evitaré los comentarios
jocosos.
—¿Hay alguna razón por la que no queráis esposa? —
parecía tan incómoda al hacer la pregunta, que Alan no
pudo evitar mofarse, a pesar de su promesa.
—¿Acaso queréis proponerme algo, Anne?
—Habíais dicho que no os burlaríais —se levantó,
enfadada con él, dispuesta a irse.
—Está bien —le sujetó una mano para que no se alejase y
la obligó a sentarse—. Lo siento, no volveré a hacerlo.
Perdonadme, Anne. Sentaos, por favor. Simplemente me ha
parecido curioso que preguntaseis eso, nada más.
—Os lo preguntaba —aclaró, sin poder mirarlo a los ojos—
porque he oído decir que rechazáis la idea del matrimonio
por culpa de vuestro padre y ahora que habéis hecho el
comentario sobre él, sentí curiosidad por saber cuánto de
verdad hay en los rumores.
—Mi padre está obsesionado, desde que tengo uso de
razón, con tener docenas de nietos que hagan que su
nombre perdure en el tiempo —le explicó—. Solo los hijos de
sus hijos, por supuesto, ya que las mujeres no cuentan para
él. Y eso es algo que me enfada mucho porque mis
hermanas y mis sobrinas jamás serán menos dignas por ser
mujeres y no llevar su apellido. 
—¿Por eso no queréis casaros? —preguntó, incrédula—
¿Por ellas?
—Solo me he propuesto no ser una marioneta más en
manos de mi padre —negó.
—Entiendo vuestras razones —asintió, seria, después de
pensarlo— y no me juzguéis por opinar sobre ello, ya sé que
no es algo que me concierna, pero tal vez lo estáis
enfocando mal. Si lo hacéis por privarlo de lo que quiere, os
estáis perdiendo algo que sería bueno para vos. Me explico:
vos sois el segundo al mando de vuestro hermano, lo que
seguramente sea perfecto para vos y os reporte mucha
satisfacción como guerrero. Pero eso no es todo en vuestra
vida. O no debería serlo porque cuando no estáis con
vuestros hombres, cuando las obligaciones, aunque
placenteras, no ocupen vuestro tiempo, en realidad, no
tendréis a nadie con quien compartir nada de lo que habéis
hecho o sentido a lo largo del día. No podréis compartir con
nadie ni vuestras alegrías, ni vuestras penas y tampoco
vuestros fracasos o triunfos... nada. Y si lo hacéis porque así
lo deseáis y porque os sentís completo, aunque no tengáis
una familia propia, me parecería bien que no buscaseis
esposa, pero si lo hacéis por molestar a vuestro padre y su
ansia de eternidad a través de su descendencia, creo que os
estáis equivocando.
—Es posible —admitió de mala gana—, pero renunciaré a
compartir lo que sea con una esposa, si hago que mi padre
se retuerza en la cama cada noche porque no tendrá lo que
quiere de mí.
—Pero así nunca tendréis la satisfacción de ver crecer a
vuestros hijos y sentiros orgulloso de ellos —insistió—. Yo
tampoco quiero un esposo por el...
—¿No queréis casaros? —la interrumpió.
—Iba a decir que no lo quiero por ahora —matizó—. Pero
algún día lo querré, por supuesto.
—Algún día puede que sea tarde para vos —le recordó,
sin ánimo de ofenderla, pues era la realidad de las mujeres
en el mundo—. Ya sabéis que los hombres solo buscan a una
mujer fértil que les dé herederos. Si esperáis demasiado,
podríais no encontrar ese esposo que queréis.
—Si pensáis que los hombres solo quieren tener una
esposa para que le dé hijos, entonces no sois tan diferente
de vuestro padre —señaló.
—Es una realidad —se excusó—, pero puedo vivir sin
esposa y sin hijos. De hecho, lo haré.
—¿Para no contentar a vuestro padre?
—Exacto.
—Así que —se golpeó la barbilla con los dedos— solo
rechazáis el matrimonio porque odiáis la idea de que
vuestro padre controle vuestra vida y vuestras decisiones.
Sin embargo, es algo que está haciendo ya.
—Eso no es cierto —frunció el ceño ante su
razonamiento.
—Pero lo es —insistió Anne—. Entendería que no
quisieseis casaros porque no os interesa la vida en pareja y
sería perfectamente válido, pero si lo hacéis para que
vuestro padre no os controle, ya lo está haciendo realmente
porque estáis renunciando a algo que queréis, por su culpa.
No obtendrá el resultado que quiere y estoy segura de que
eso os complace, pero tampoco vos tenéis la venganza
perfecta que buscáis con vuestra decisión. En este caso,
ambos salís perdiendo. 
—¿Y se puede saber por qué os interesa tanto el tema? —
no pudo evitar sonar tenso.
—Por nada —se encogió de hombros—. Ya os he dicho
que solo era curiosidad. La verdad es que no había conocido
a ningún hombre que no desease tener descendencia, salvo
aquellos que dedican su vida a Dios y no os veía como uno
de ellos.
Alan la observó en silencio, mientras terminaban de
desayunar, pero no pudo ver nada que le mostrase el
verdadero motivo por el que había preguntado. Y aunque no
creía que la razón fuese la curiosidad, decidió no insistir
porque el tema le incomodaba bastante. Sobre todo
después de lo que le había dicho, porque en realidad,
aunque le pesase, no se equivocaba tanto. Y odiaba pensar
que en su intento de evitar que su padre controlase su vida,
lo hubiese hecho igualmente, aunque no con el resultado
que buscaba.
—Iré a llevar la bandeja a la cocina —se ofreció Anne,
vacilante—. Y vos poneos algo más... decente para salir.
Volveré pronto... si acaso todavía queréis pasear con...
—Estaré listo para cuando volváis —la interrumpió. 
—De acuerdo —tomó la bandeja en sus manos y salió del
cuarto, más decidida.
En cuanto cerró la puerta, se apoyó en ella y se permitió
unos segundos para controlar su respiración. Había hecho la
pregunta impulsada por la curiosidad, pero había acabado
resultando una mala idea. Hubiese preferido seguir
creyendo que Alan no quería casarse por deseo propio, pues
ahora no dejaba de pensar en que le gustaría hacerle
cambiar de opinión. Y nada tenía que ver con una acción
altruista, para que el hombre pudiese encontrar la felicidad
en su matrimonio, sino que era más personal. Porque
cuanto más tiempo pasaba con él, a pesar de sus insufribles
bromas, más convencida estaba que era la clase de esposo
que le gustaría encontrar algún día para ella.
—Anne —se recriminó, enfadada consigo misma—,
estarías loca si creyeses que Alan sería un buen partido.
Para ti o para cualquier otra. Ni en sueños.
Bajó a la cocina, antes de que alguien la descubriese
hablando sola y la vergüenza fuese mayor que la de estar
todavía apoyada en la puerta de la alcoba de Alan
MacKintosh con una mirada soñadora.
—¿Mi hermano te ha estado importunando? —Janet se
acercó a ella al verla—. No me digas que no has podido
bajar a desayunar por su culpa.
—Me ha invitado a desayunar con él —dijo, con un ligero
sonrojo que no pudo ocultar.
—¿Te gusta? —la miró con curiosidad.
—Tu hermano sería un esposo pésimo —se defendió, sin
saber que había errado con su argumento.
—¿Has contemplado la posibilidad de que fuese un
candidato? 
—No —la arrastró con ella hacia una esquina donde nadie
pudiese escuchar—. Y baja la voz. Si alguien te oye decir
eso, tu hermano me enviará de regreso a casa.
—Mientras no vengan a por ti los Campbell estás a salvo
—dijo con petulancia.
—Tu hermano prescindirá de algunos hombres para
escoltarme si escuchase esta conversación.
—¿Cuál de mis hermanos? —se burló—. Diría que Alan
sería el más interesado.
—¿Y eso por qué? —de nuevo, había caído en su propia
trampa sin darse cuenta.
—Porque no quiere casarse con nadie y si sabe que te
interesa, querrá alejarte antes de caer en la tentación —rio
—. Sería capaz hasta de escoltarte él mismo, si hiciese falta.
—Bueno, no quiere casarse por no darle esa satisfacción
a vuestro padre —cuánto más decía, más lo estropeaba,
pero era incapaz de callarse.
—¿Habéis hablado de matrimonio? —Janet no salía de su
asombro y cuánto más oía, más se entusiasmaba.
—¿Quieres hablar más bajo, Janet? —la instó,
abochornada.
—Me encanta —sonrió.
—Pues a mí no, así que olvídalo, ¿de acuerdo?
—¿Sabes? —dijo, seria—. Aunque no lo parezca porque la
mayoría del tiempo es hosco con todo el mundo, Alan sería
un esposo y un padre estupendos.
Dicho aquello, se alejó de Anne, esperando que sus
palabras la animasen a explorar aquella posibilidad porque,
si su amiga no era capaz de hacer que su hermano
cambiase de opinión sobre el matrimonio, nadie lo haría.
Anne era la clase de mujer que tentaría a Alan, no por su
belleza exterior, sino por su carácter fuerte y decidido. 
 
La isla
 
—¿Qué se supone que es eso? —Alan observaba el
bastón con el rostro contraído en una mueca de disgusto.
Anne había vuelto más tarde de lo que le hubiese
gustado, hasta el punto de que había creído que se había
olvidado de su paseo. Sin embargo, estaba dispuesto a
perdonárselo porque podía salir fuera ya a llenar sus
pulmones de aire puro. Al menos, hasta que vio el bastón. 
—No podéis forzar la pierna —le explicó Anne—. Delma
dice que la única forma en que salgáis de esta alcoba es
apoyado en esto.
—No pienso hacer tal cosa —protestó enérgicamente.
Mantenerse en cama más tiempo del que había previsto era
suficientemente bochornoso, como para añadir un bastón a
aquella ecuación. De ninguna de las maneras, sus manos
tocarían semejante artefacto de anciano.
—En ese caso —Anne dejó el bastón sobre la cama, cerca
de él—, me iré a dar el paseo sola. Que tengáis una buena
mañana aquí, encerrado, Alan. Le diré a vuestra hermana
que os traiga algo de comer, llegado el momento, porque
estaré demasiado ocupada disfrutando del que será,
probablemente, uno de los pocos días que nos queden de
sol, antes de que el frío llegue.
Alan la vio acercarse a la puerta, con paso decidido y
frunció el ceño al pensar en lo que había dicho. Cierto era
que se acercaba el frió y los días de buen tiempo estaban
llegando a su fin, pero ni siquiera eso podría hacerle usar
bastón. Entonces, ella se giró, junto a la puerta y lo miró
fijamente durante unos segundos.
—Había convencido a Delma para que os permitiese
permanecer fuera más tiempo, si aceptabais estar sentado
durante algunas horas para no forzar demasiado la pierna.
Incluso accedió a que os quedaseis en el salón a la hora de
la comida, para compartirla con vuestra familia —elevó las
cejas con petulancia—, pero parece que no tenéis tantas
ganas de...
—Está bien —la interrumpió, molesto con ella por haber
logrado convencerlo tan fácilmente de usar el bastón con
sus artimañas—. Pero eso no quiere decir que me guste.
—Nunca he dicho que os tenga que gustar —sonrió,
satisfecha—. Solo digo que es lo que debéis hacer para
curaros antes. 
Alan la miró con los ojos entrecerrados, para demostrarle
cuán enfadado estaba y pasó por delante de ella,
apoyándose en el bastón; algo que, aunque jamás lo
admitiría, agradecía porque la pierna dolía horrores. Anne
sostuvo la puerta para él y sonrió de nuevo a sus espaldas,
para que no pudiese verla. Sabía que no le gustaría la idea
del bastón y por eso se había asegurado de que salir le
resultase tan apetecible que no pudiese negarse a usarlo.
Había tardado en volver más de lo previsto porque
convencer a Delma no había sido tarea fácil, pero viéndolo
caminar frente a ella, con el bastón en la mano, era
recompensa suficiente por el tiempo invertido en discutir
con la mujer.
—Recordad que debéis permanecer un tiempo sentado —
le dijo, una vez se situó a su lado, ya fuera del castillo—. Si
Delma...
—Delma no sabrá ni dónde estoy —no le dejó terminar la
frase.
—¿Sabéis que tenéis la mala costumbre de interrumpirme
cuando hablo? —preguntó, con disgusto—. Es muy
desesperante.
—Nos ahorro tiempo a ambos —se encogió de hombros.
—Pues a mí no me lo ahorréis más —sentenció—. Si
tengo algo que decir, me gustaría poder hacerlo, así que...
—Ya, ya —en esta ocasión lo hizo a propósito y Anne lo
supo por la sonrisa que le dedicó.  Una sonrisa que la dejó
inmóvil por un momento. Las palabras de su amiga
resonaron en su cabeza con insistencia y tardó tanto en
acallarlas, que tuvo que correr para alcanzar a Alan.
—Con calma, Alan —lo regañó—. Es la primera vez que
ejercitáis la pierna desde que os hirieron. No queráis
excederos.
—Conozco mis límites —trató de tranquilizarla—. No me
excederé.
—¿Puedo preguntaros quién os hizo eso? —caminaban
con calma hacia el lago y Anne sintió la necesidad de llenar
el silencio con cualquier conversación. La pregunta le había
estado rondando la cabeza y solo en ese momento se
atrevió a hacerla.
—Ya lo habéis hecho —evitó responder.
—¿Y me vais a responder o me quedaré con las dudas? —
no pudo contener su sonrisa.
—¿No hay rumores sobre eso también? —Anne se sonrojó
al ver que hacía alusión a la conversación que habían
mantenido en el desayuno.
—Creo que los rumores no siempre cuentan toda la
verdad —dijo, sintiendo que se repetía. 
—No he querido iniciar una guerra con los MacLaren por
culpa de un solo hombre —le confesó finalmente—. Angus
sobrepasó los límites y pagó por ello. Su clan no tiene la
culpa de lo que él hizo.
—Sois un hombre de honor, Alan —dijo, con admiración.
No había pretendido sonar sorprendida, pero fue así y Alan
la observó por un momento, mientras caminaban.
—¿Tan mala opinión tenéis de mí?
—En absoluto —negó enérgicamente.
—Pues no lo parece —bromeó con ella.
—Es solo que... —Anne no supo verlo y continuó
excusándose—. Bueno... supongo que he estado demasiado
molesta con vos por vuestra manía de incomodarme. Sé que
no empezamos con muy buen pie, pero... vos os habéis
resarcido con creces. No podéis negarlo.
—No lo negaré —sonrió-, pero dudo que os molestase
tanto como decís. No habéis dejado de buscarme desde que
estáis aquí.
—¿Qué? —se detuvo y lo miró sorprendida—. Eso no es
cierto. No os he buscado para nada.
—Me parece demasiada coincidencia que nos
encontrásemos en todas partes —continuaba bromeando
con ella, pero parecía tan ofuscada, que no era capaz de
verlo.
—Quizá erais vos quien me buscaba a mí —dijo en un
arrebato.
—Es posible.
—¿Qué? —aquellas dos palabras la dejaron sin habla.
—Siempre me resultó divertido veros incómoda —sonrió
todavía más y Anne lo fulminó con la mirada. ¿De verdad su
hermana creía que sería un buen esposo para alguien? Si
fuese su mujer, acabarían odiándose el uno al otro después
de un par de meses juntos.
—Por un momento, creí que podríamos ser amigos.
Menuda ilusa —dijo, ofuscada, comenzando a caminar de
nuevo, con un paso tan acelerado, que Alan tuvo
dificultades para alcanzarla.
—Disculpadme —le dijo una vez a su altura. Su
respiración se había acelerado un poco por el esfuerzo y
Anne se sintió mal por ser la causante. Se suponía que
debía cuidar de él, no llevarlo por el mal camino—. Prometo
ser bueno a partir de ahora.
—Ambos sabemos que eso es mentira —sin embargo, ya
no había reproche en su voz. Había aprendido que Alan era
un hombre con un gran sentido del humor, aunque no todos
compartiesen su misma idea de lo que era divertido y lo que
no. Para él, sería imposible no incomodarla de vez en
cuando. Y debía admitir que aunque se sintiese
abochornada en la mayoría de los casos, era menos terrible
de lo que le hacía creer a él.
—Intentaré ser menos malo con vos —cambió la promesa
y logró arrancarle una sonrisa a Anne.
—Supongo que tendré que conformarme con eso.
—Puedo compensaros —le dijo, minutos después.
—¿Cómo? —no estaba segura de querer saberlo porque
temía que le soltase otra de sus bravatas y la avergonzase
de nuevo.
—Os llevaré al mejor lugar que hay en esta isla —le
propuso—, pero debéis prometer que jamás le hablaréis a
nadie de él. Ha de ser un secreto entre nosotros.
—Si no queréis que nadie sepa de él —preguntó,
intrigada—, ¿por qué querríais enseñármelo a mí?
—Os lo he dicho, Anne —le habló como si la respuesta
fuese obvia —. Quiero compensaros por ser tan mal amigo
con vos.
—¿Acaso somos amigos? —se sentía escéptica en cuanto
a eso. 
—Podemos serlo —asintió—, si me dais una oportunidad.
—De acuerdo —aceptó, después de pensar en las
posibilidades. Le preocupaba que fuesen a un lugar que
nadie más conocía, pero quería darle un voto de confianza,
pues no parecía que estuviese intentando burlarse de ella
nuevamente. O dejarla abandonada allí para que tuviese
que regresar sola al castillo. Por si acaso, intentaría
memorizar el camino.
No tardaron en llegar al extremo más alejado de la isla y
aunque Anne insistió en que parasen para que Alan pudiese
descansar la pierna, se negó. Parecía ansioso por alcanzar
su objetivo, lo que la intrigaba todavía más. Había intentado
sonsacarle algún tipo de información sobre ese lugar, pero
era muy difícil de persuadir y no pudo averiguar nada, salvo
que hacía mucho tiempo que no iba y de ahí las prisas.
—Prometedme que no diréis nada —insistió, poniéndose
frente a ella para mirarla a los ojos.
—Estáis a tiempo de cambiar de opinión —insistió a su
vez—. Me daré por compensada si dejáis de burlaros de mí,
aunque sean un par de días.
—Debo admitir que hay un motivo secreto para llevaros
conmigo —parecía un poco avergonzado y Anne temió que
llegase la burla y no hubiese ningún lugar especial en la
isla.
—¿No será una nueva...?
—No —la interrumpió, pero al ver el gesto disgustado de
Anne, se disculpó—. Perdón, terminad de hablar. 
—Iba a decir que si es una nueva broma, dejaré que os
pudráis de aburrimiento en vuestra alcoba porque no
convenceré a Delma nunca más de que os permita salir —lo
amenazó, con una sonrisa en los labios que casi asustaba
más que lo que había dicho.
—No parecía que fueseis a decir eso —a Alan le resultó
divertido el cambio de estrategia—. Pero no es una broma.
Ese sitio existe de verdad.
—¿Entonces?
—De una manera un tanto egoísta —le explicó—, he
pensado que si os los mostraba, podría ir yo también. Es el
único lugar de la isla donde puedo pensar con claridad y
relajarme y echo de menos ir hasta allí. 
—Supongo que os está resultando bastante frustrante
tener que permanecer inactivo tanto tiempo —en el fondo,
comprendía sus motivos y no le molestó que la usase para
sus propios fines en aquella ocasión—. De acuerdo, prometo
no hablar con nadie de vuestro lugar especial. Sé cuán
necesario es tener un sitio así para uno mismo y poder
desconectar del mundo por unas horas.
—¿Vos también lo tenéis? —la miró con sorpresa.
—¿Vamos? —en aquella ocasión fue ella quien evitó
responder a su pregunta.
—De acuerdo —Alan supo respetar su silencio—. Vais a
tener que ayudarme.
Anne sintió la adrenalina en sus venas cuando Alan le
mostró el pequeño bote escondido bajo el follaje. Aquello
era, sin duda, lo más emocionante que había hecho desde
su llegada a Moy. Le resultaba muy placentero navegar,
pero su padre solía negarle el gusto por temor a que se
ahogase. Había aprendido a nadar de pequeña y aun así, su
padre decía que la ropa que vestía era un peso extra contra
el que no podría luchar si se caía al agua. Y aunque había
intentado disuadirlo, había accedido únicamente en
aquellas ocasiones en que él estaba cerca, vigilando.
—Espero que la barca sea estable —dijo, mientras la
arrastraba hacia el agua— porque con la pierna herida no
podréis nadar y yo me ahogaría antes de poder salvaros.
—¿No sabéis nadar?
—Por supuesto que sé —sonrió—, pero mi vestido pesa
tanto que me llevaría al fondo más rápido que si cargase
con piedras en las manos.
—Quitáoslo —sugirió Alan, de manera casual.
—¿Estáis loco? —lo miró con espanto.
—Sería la mejor solución.
—¿Para quién? —replicó, mordaz— ¿Para vos, que me
veríais en ropa interior o para el que nos viese y le fuese
con el cuento a vuestro hermano? ¿Dónde quedaría mi
virtud ahí? ¿O vuestro honor?
—¿Os preocupáis por mi honor? —Anne odió que solo se
hubiese fijado en eso.
—Me preocupa más mi virtud —resaltó.
—En primer lugar, vuestra virtud está a salvo conmigo y
quien nos viese, aun estando vos en ropa interior, lo sabría.
Puede que sea un mujeriego, Anne, pero sé elegir con quién
puedo y con quién no debo jugar —lo odió todavía más al
escuchar sus palabras—. Y en segundo lugar, nadie nos verá
allí donde vamos. Si no queréis hacerlo por vergüenza, lo
entenderé, pero no penséis que lo he sugerido para poneros
en un aprieto.
—Conservaré mi vestido, gracias —sentenció, dando un
empujón a la barca, que la salpicó al tocar el agua. El susto,
unido al frío del agua, la obligó a retroceder, con tan mala
suerte, que tropezó con su vestido y acabó tirada en el
suelo, con el culo magullado y el rostro totalmente rojo.
—Pero la dignidad la acabáis de perder —dijo Alan,
soltando una fuerte carcajada, que abochornó todavía más
a Anne, pero que terminó imitando, por lo ridículo de la
situación—. Vamos, dadme la mano. Os ayudaré a poneros
en pie.
—Lo haré sola —dijo—. No debéis forzar la pierna.
—Podré soportarlo —insistió, con una sonrisa en los labios
— ¿O es que teméis que descubra que pesáis más de lo que
aparentáis?
—Por supuesto que no —bufó, dándole la mano. Solo
cuando ya estaba en pie, comprendió que lo había dicho
para que cediese—. Sois odioso, Alan MacKintosh.
—Pero conmigo nunca os aburriréis, Anne Cambpell —le
ofreció la mano de nuevo—. Os ayudaré a subir a la barca.
—Sujetadla y subiré sola —dijo, todavía ofuscada por lo
que había dicho Alan, pues aunque le pesase admitirlo,
tenía razón. Incluso con todas las veces en que la sacaba de
quicio, con él, jamás se aburría. Lo había ido descubriendo
durante las largas tardes que habían compartido en su
alcoba, donde pudo conocer una nueva faceta de Alan que
la sorprendió y maravilló al mismo tiempo. Y aunque se
empeñase en negar que fuese un buen esposo, en el fondo
sabía que lo sería, si se diese la oportunidad y que su
extravagante sentido del humor le daría a su matrimonio
mucha más vida de la que cualquier otro hombre podría
soñar jamás en conseguir. 
—Cuidado, no os caigáis al agua —previno con un toque
de humor en su voz—. No podría rescataros.
—Si os caéis vos —refunfuñó—, tal vez ni siquiera intente
salvaros.
—Habéis roto mi pobre corazón —se llevó una mano al
pecho, lo que casi hizo que Anne cayese al agua.
—¿Pero tenéis de eso? —lo fulminó con la mirada después
de que lograse recuperar el equilibrio.
—¿Os cuento un secreto? —se inclinó hacia ella, una vez
sentada en la barca—. Lo tengo a buen recaudo para que no
lo encuentre nadie.
Sabía que era una broma, pero Anne no pudo evitar
imaginarse encontrándolo y aquel pensamiento la perturbó
hasta el punto de no volver a hablar o a mirar a Alan, hasta
que descubrió a lo lejos el lugar al que supuso que se
dirigían.
—¿Es allí? —preguntó—. No está tan oculto como pensé,
cuando insististeis en que os guardase el secreto.
—Nadie viene por aquí —le explicó, mientras seguía
remando—, así que, en lo que a mí respecta, está bastante
oculto.
—¿Y si alguien decidiese ir?
—No lo harán —negó—. Llevo viniendo desde niño y
jamás nadie lo ha pisado salvo yo. 
—Eso que vos sepáis.
—Creedme, si alguien hubiese estado en la isla, lo habría
sabido.
Una vez en la orilla, Alan la ayudó nuevamente a salir,
pero no pudo evitar que el fondo de su vestido se mojase. Él
aprovechó para recordarle que podía quitárselo, pero Anne
se negó. Que se sintiese cómoda en presencia de Alan la
mayor parte del tiempo, no quería decir que pudiese
quedarse en ropa interior frente a él, sin que su rostro se
colorease. O su corazón se desbocase.
—Bienvenida a mi pequeño paraíso en la tierra —así
presentó Alan la isla. Después la guió por ella hasta la
cabaña que había hecho y retocado en todos los años en
que había estado yendo a aquel lugar—. Disculpad su
aspecto, pero hacía mucho que no venía por aquí.
Anne recorrió el lugar con mirada curiosa y finalmente,
aunque se veía sucia y olía a humedad por falta de
ventilación, movió la cabeza a modo de aprobación. Si
hubiese tenido un lugar como aquel para desaparecer del
mundo, tal vez en alguna ocasión no habría querido
regresar de él.
—Imagino que no se parecerá a vuestro lugar de
recogimiento —Alan sintió la necesidad de romper el
silencio.
—Mi lugar especial era mi madre —le confesó, sin mirarlo,
pues así le resultaba más fácil—. A su lado siempre me
sentía bien. Me sentía fuerte. Mis problemas perdían
importancia cuando se los contaba y encontrábamos juntas
la solución. Cuando murió, le pedí a mi padre que me dejase
ocupar su cuarto, pero se negó. Es como un santuario para
él. Y para mí también. Cuando siento que no puedo seguir
adelante, entro en su alcoba y cierro los ojos, imaginando
que sigue allí y que me ayudará a superar mis miedos.
—Lo lamento —no se le ocurría qué más decir. Su madre
también había fallecido, pero nunca había tenido la relación
que parecía existir entre Anne y la suya. Había sufrido su
ausencia, pero sus responsabilidades le habían ayudado a
superarlo con rapidez. Anne, en cambio, parecía añorarla
todavía.
—Ahora supero mis miedos sola —Anne se sacudió la
tristeza del cuerpo y se giró hacia Alan con una sonrisa en
los labios— ¿Y qué hacéis cuando venís a vuestro paraíso
personal? ¿Os sentáis a ver el tiempo pasar o hacéis algo
más productivo? 
—Practico con el arco —a ntes de poder procesar lo que
le había dicho, ya estaba fuera. Pocos apreciaban el valor de
esa arma y pensando en que tal vez Anne fuese de esos, se
arrepintió de haber sido tan impulsivo. 
—Siempre quise aprender —la emoción brilló en sus ojos
—, pero mi padre no me permitirá jamás acercarme a un
arma. Dice que sus hombres me protegerán si lo necesito.
—Puedo enseñaros, si queréis —se ofreció—. Pero
tendríamos que venir a aquí porque mi padre odia la idea de
verme usar un arco. No lo cree lo suficientemente
masculino.
—No os ofendáis por lo que voy a decir, pero vuestro
padre es un hombre bastante extraño —frunció el ceño.
—Jamás me ofendería si insultáis a mi padre —sonrió.
—No lo he... —se detuvo antes de terminar y puso las
manos en jarras— ¿Dónde quedó vuestra promesa de ser
bueno?
—Dije menos malo, ¿recordáis?
—Cierto —dejó escapar el aire de sus pulmones y bajó las
manos—. Debí suponer que no abandonaríais las malas
costumbres.
—Reírse de uno mismo y de los demás, es una buena
costumbre. Muy saludable.
—Para el que se ríe, seguro que sí.
—Probad a reíros más, Anne —le sugirió, bajando el tono
de voz. Ella sintió un escalofrío—. Os aseguro que os
sorprenderá.
Anne sabía que lo haría, pero no estaba segura de querer
reírse con él. Bajar la guardia a su lado suponía dejar volar
demasiado su imaginación y por más que le apeteciese
hacerlo, dudaba de que Alan quisiese seguir viéndose con
ella a solas, si descubría lo que le pasaba por la mente. De
hecho, apostaría más por que la enviaría de regreso a su
hogar, antes de que pudiese explicarle que solo eran
pensamientos.
Un cambio
 
—Debéis levantar un poco más el codo —Alan la corregía
desde la distancia, apoyado en una roca para no forzar la
pierna—. Y la barbilla abajo.
—¿Así? —le temblaban las piernas por la emoción de
lanzar su primera flecha y el corazón le latía a gran
velocidad, pero eso último se debía a que no quería errar el
tiro frente a Alan. Si era burlón sin motivos, teniéndolos
sería infinitamente peor y había tenido suficiente del Alan
más insoportable en aquella mañana.
—Separad un poco más las piernas para afianzaros en el
suelo y que no os tiemble el pulso —dio las últimas
instrucciones—. Ahora respirad hondo, apuntad y cuando
estéis segura de que lo tenéis a punto, dejar ir el aire y
soltad la flecha después.
Anne hizo lo que le pedía y se concentró para no fallar.
Por un momento, sintió que no había nada más que ella y la
diana a la que apuntaba. Podía notar la tensión de la cuerda
en sus dedos y la suave elasticidad de la flecha. Unas
hebras de cabello bailaron ante sus ojos cuando el viento
cambió de dirección y aprovechó su fuerza para darle más
potencia al tiro. Liberó la flecha y esta salió volando,
directamente hacia la diana. Sin embargo, pasó a más de un
metro de distancia y se perdió en el agua. Alan no dijo nada,
pero cuando Anne lo intentó por segunda vez y la flecha
acabó junto a la otra, en el fondo del lago, escuchó su risa.
—Procurad no lanzar más flechas al agua, Anne —se
burló—. No me sobran, precisamente. Y ahora mismo no
puedo ir a buscarlas. Aunque, si os animáis a ir vos, no me
quejaré más.
—Ya os gustaría —bufó en bajo, con muy poca elegancia,
mientras sujetaba una nueva flecha para probar por tercera
vez.
—El codo debe estar más recto —le recordó, justo cuando
estaba disparando e hizo que la flecha se desviase más de
su objetivo.
—Me habéis desconcentrado a propósito —lo acusó.
—¿Igual que las dos primeras veces? —repuso él con
diversión.
—¿Es que no podéis tomaros nada en serio, Alan?
—Está bien —cedió—. No diré nada más.
Anne se concentró de nuevo en la diana, dispuesta a no
fallar. Y sin embargo, rezó en voz baja para que, al menos,
la flecha diese en el blanco, aunque fuese al borde. Si
enviaba una flecha más al agua, daría por finalizado el
experimento aquel día. No pensaba desistir, pero a veces
era bueno tomarse un tiempo de reflexión para ver las
cosas desde otra perspectiva.
—El codo ha de estar más recto —repitió Alan, solo que
esta vez, se había situado detrás de ella y la colocó en la
posición correcta mientras hablaba. Anne contuvo el aliento,
temiendo sucumbir al roce de sus dedos. Jamás había
sentido algo tan intenso por el roce de otro hombre; ni
siquiera con él le había pasado al bailar durante los juegos.
Aquel gesto se sentía demasiado íntimo y su cuerpo parecía
notarlo—. Las piernas separadas y los pies bien afianzados
en el suelo. Espalda recta, mirada al frente y mucha
concentración.
Mientras daba las órdenes, Alan se encargaba de que
cumpliese cada una y cuanto más se pegaba a ella, más
corría su corazón en su pecho. Aquella mujer era una delicia
para los sentidos y aunque tenía claro que debía respetarla,
no podía impedirle a su cuerpo reaccionar por su cercanía.
Tal vez no había sido buena idea intentar enseñarle de esa
forma a posicionarse, pero ahora no pensaba echarse atrás.
Eso sería reconocer que se sentía atraído por ella y haría de
aquel encuentro algo incómodo para Anne, que no querría
volver a pasear con él.
—Bien —dijo una vez perfeccionó su posición—, ahora no
os mováis y apuntad como os he enseñado. Disparad solo
cuando os sintáis preparada. No hay ninguna prisa.
Se alejó unos pasos de ella para que se concentrase o
quizá para no seguir sintiendo la calidez de su cuerpo y
esperó a que Anne lanzase la flecha. Necesitaba que esta
vez acertase, porque no estaba dispuesto a repetir la
hazaña. Por ese día, no se acercaría más a ella, salvo para
volver juntos al castillo en la barca.
Anne pudo concentrarse en cuanto Alan se alejó de ella y
fijó la vista en el centro de la diana. Quería hacerlo bien, al
menos por una vez, así que se tomó su tiempo antes de
soltar la flecha. Repitió en su mente cada instrucción que le
había dado Alan y cuando se sintió segura de poder acertar,
expulsó el aire de sus pulmones y lanzó la flecha. Contuvo
la respiración, como si así pudiese dirigirla hacia la diana y
cuando se clavó muy cerca del centro, dejó escapar el aire,
acompañado de un grito de euforia. Antes de que pudiese
pensar en lo que hacía, se giró hacia Alan y saltó hacia él,
acabando en sus brazos. Alan no estaba preparado para
aquella reacción y su pierna no le ayudó a estabilizarse, por
lo que acabó en el suelo, con Anne sobre él.
—Lo siento —dijo ella, azorada por lo que había hecho,
intentando levantarse— ¿No os habré hecho daño?
—Nada que no pueda solucionarse —respondió,
sujetándola por la cintura para que no se moviese más.
—Vuestra pierna. No he sido...
Alan la calló con un beso. No fue capaz de contenerse al
tenerla encima, después de cómo había reaccionado su
cuerpo mientras se pegaba a ella durante la instrucción.
Buscó sus labios, incluso sabiendo que no debería hacerlo.
Anne era intocable, según sus criterios de selección y aún
así, disfrutó enseñándole a mover los labios al ritmo de los
suyos. Parecía como si nadie le hubiese robado antes un
beso, como si aquellos tentadores labios jamás hubiesen
sido profanados. Y fue esa certeza, junto al gemido que
Anne dejó escapar, lo que le devolvió la cordura.
—No deberíais ser tan disimulada, Anne —le dijo para
molestarla y que el momento no se volviese más incómodo.
La prefería antes enfadada que intrigada por lo que había
pasado—. Si queríais un beso, habérmelo pedido.
—Que yo... —se levantó, hecha una furia—. Yo solo quería
aprender a usar un arco, Alan. Habéis sido vos quien me
besó. Y además... además... ni siquiera me ha gustado.
Deberías practicar mucho más, porque se os da de pena.
Alan se sintió ofendido por sus palabras, aun sabiendo
que eran producto del enfado y se acercó a ella
nuevamente, una vez en pie. Anne retrocedió, pero su
vestido dificultó sus movimientos y terminó nuevamente en
brazos de Alan, que la sujetó para evitar que se cayese. Sus
ojos conectaron con los del hombre y juraría que había
fuego en ellos, solo que no podía descifrar el motivo.
—Así que se me da de pena besar —la retó, mirando a
sus labios—. Tal vez deberíais darme lecciones vos, a
cambio de mis clases de arco.
—Ya os gustaría eso —se separó de él, con miedo a que
decidiese robarle otro beso y se mesó el vestido para huir
de su mirada—. Si no sois capaz de conteneros, deberíamos
regresar al castillo ahora. Y...
—¿Por qué no queréis esposo todavía?
—¿Qué? —la pregunta de Alan la dejó confusa y
abochornada por lo personal de la misma.
—¿Por qué no queréis esposo todavía, Anne? —repitió,
cruzándose de brazos, como si no fuese a moverse de allí
hasta que le diese una respuesta.
—Eso no es de vuestra incumbencia. 
—Algún motivo habrá —insistió— ¿Tal vez el hombre que
queríais os rechazó? ¿O eligió a otra?
—Nadie me... —apenas podía contener su enfado—. Para
vuestra información, no me gusta nadie. Y he sido yo quien
ha rechazado a mis pretendientes, no al revés.
—¿Por qué?
—¿Qué? 
—¿Por qué los habéis rechazado? —ahora parecía
genuinamente interesado— ¿Acaso no eran suficientemente
buenos para vos? ¿O quizá para vuestro padre?
—Mi padre aceptará al hombre que yo elija —lo defendió.
—Entonces no eran suficientemente buenos para vos —
sonrió con diversión—. Tal vez seáis demasiado exigente,
¿no creéis?
—No lo soy —fue su turno para cruzar los brazos—. No
tiene... no importa. No es algo que os interese.
—La verdad es que sí lo hace. Con vuestra belleza, estoy
seguro de que no os faltarán pretendientes y seguramente
la mayoría serán más que adecuados para vos, así que no
entiendo por qué los rechazáis.
—Ese es el problema —dijo, desesperada.
—¿Qué son adecuados para vos? —alzó una ceja,
confuso.
—Que solo ven mi belleza exterior —negó—. Toda mi vida
he sido admirada por mi belleza y desde que tengo edad
para casarme, no me han faltado los pretendientes, pero se
acercan a mí por la razón equivocada.
—¿Buscáis amor? —rio.
—Busco a alguien que vea más allá de mi belleza
exterior, Alan —se quejó—. No pretendo encontrar amor en
mi matrimonio, pues conozco mis responsabilidades como la
hija mayor de Archibald Campbell, pero quiero ser algo más
que una esposa de la que se pueda presumir delante de los
demás. Quiero que me vean a mí, no a mi cabello claro o a
mis ojos azules. No soy mejor que las demás, porque tenga
los rasgos que a los hombres les resultan atrayentes. No soy
un objeto, sino una persona con sentimientos y deseos
propios. 
Se le había acelerado la respiración mientras hablaba y
parpadeó varias veces para evitar que las lágrimas
escapasen a su control porque no quería llorar delante de
Alan. Ya se sentía bastante mortificada por todo lo que
había pasado, como para añadir eso. Se giró, para darle la
espalda y se alejó de él. Acabó sentada cerca del agua,
rodeando sus rodillas con los brazos. 
—Admito que me falta tacto para tratar con las mujeres a
las que no quiero llevarme al lecho —Alan se sentó a su lado
y estiró la pierna para liberarla de la presión a la que la
había sometido al estar de pie sobre ella tanto tiempo—. Tal
vez he sido demasiado brusco con vos y lo lamento.
—¿Alan MacKintosh disculpándose? —no se atrevió a
mirarlo—. Eso no es propio de vos.
—Creo que os he estado dando la peor versión de mí
mismo, si pensáis que no soy capaz de disculparme —
aunque lo decía en serio, había un ligero toque de diversión
en su voz. Pretendía liberar aquella tensión que se había
interpuesto entre ellos, pues aunque eso sería más difícil de
admitir en voz alta, disfrutaba de la compañía de Anne.
—No todo ha sido malo con vos.
—¿Os referís al beso? —bromeó.
—Si vais a seguir con...
—Lo siento —la interrumpió y cuando Anne le lanzó una
mirada molesta por hacerlo, añadió—. Y siento haberos
interrumpido de nuevo. Me comportaré.
—¿Sois consciente de que lleváis toda la mañana
diciendo eso y que no habéis cumplido ni una sola vez?
—Supongo que no se me da tan bien cumplir promesas
que hago con pocas ganas —sonrió al ver cómo abría los
ojos, sorprendida por su confesión.
—Lo sabía —lo acusó—. Sois insufrible, Alan.
—Pero disfrutáis de mi compañía porque es nuevo y
refrescante —añadió él.
—Ni siquiera sé porqué disfruto de vuestra compañía, si
vos solo sabéis burlaros de mí —admitió—. Debería dejar
que os pudrieseis de aburrimiento en vuestra alcoba.
—Pero sé que no lo haréis —se acercó a ella y chocó sus
hombros—, porque entonces, vos también os aburriríais. 
—Encontraría algo que hacer —se encogió de hombros,
pero se le escapó una sonrisa.
—Nada que supere esto —le dijo, señalando la isla. Se
sentía muy orgulloso de ella y no lo ocultaba, ahora que
podía hablar con alguien sobre su lugar especial.
—Supongo que debo daros la razón en eso. Este lugar es
increíble.
—Recordad no decir nada de él a nadie —le advirtió.
—Sé guardar un secreto, Alan.
—Bien —asintió. Después miró al horizonte y tras un
segundo en silencio, añadió—. Yo guardaré el vuestro, Anne.
—¿El mío? —lo miró con curiosidad.
—Que odiáis a los hombres que admiran vuestra belleza.
—No los odio —miró hacia el lago—. Solo que no quiero
uno así en mi vida. Al menos, no uno que solo admire mi
belleza.
—Para poder admirar otra cosa en vos —le dijo,
poniéndose en pie y ofreciéndole una mano—, primero debe
conoceros. Y me temo que siempre verán primero vuestra
belleza.
—Por eso los rechazaré a todos —le entregó la mano para
que le ayudase a levantarse—. Quien se moleste en
conocerme antes de pedir mi mano, será quien tenga
alguna posibilidad de lograrlo. Mientras tanto, seguiré
soltera.
—¿Y si nunca encontráis a quien cumpla esos requisitos?
—Supongo que dejaré que mi padre decida por mí —se
encogió de hombros.
—No deberíais conformaros —dijo, pensando en su propio
padre y en su obsesión por la perpetuidad de su nombre.
—Vos tampoco deberíais, Alan MacKintosh —le sonrió—.
Vuestra felicidad es más importante que los deseos de
vuestro padre. 
—Es hora de volver —dijo, no queriendo iniciar una nueva
disputa sobre aquel tema—. Ya hemos estado fuera más
tiempo del que Delma me ha permitido. No nos saltemos la
comida también o habrá consecuencias.
Anne lo siguió en silencio, pendiente de sus movimientos,
por si cojeaba más que antes de iniciar su aventura. Aunque
se había propuesto dar un pequeño paseo para que
ejercitase la pierna, pero sin forzarla, aquella isla le había
hecho olvidarse de todas sus responsabilidades hacia él y se
sentía culpable. Además de avergonzada de lo que había
pasado entre ellos. Aunque habían seguido hablando como
si no hubiese pasado nada, ella todavía sentía el sabor de
Alan en sus labios y recordar el beso hacía que sus mejillas
se calentasen. Había sido su primer beso y sabía que jamás
podría olvidarlo por eso, pero aunque no lo hubiese sido,
estaba segura de que recordaría aquel momento por el
resto de sus días. 
Tal vez por eso y por toda la conversación de después
sobre sus motivos para no casarse, cuando Alan le ayudó a
subir a la barca y sintió el calor de su mano sobre la propia,
decidió que sería audaz por una vez en su vida e iría en pos
de aquello que quería. Y por más que hubiese querido
negárselo una y otra vez desde que había llegado a Moy,
era a Alan MacKintosh a quien quería.
Inconvenientes o ventajas
 
—¿Se puede saber dónde diablos se han metido? —el
viejo laird entró en el despacho de su hijo dando voces y
portazos. Parecía fuera de sí y Duncan levantó la vista de los
papeles que tenía delante y lo miró con sorpresa, por su
brusca interrupción. Ni siquiera se había dignado a golpear
la puerta antes.
—¿De quién habláis, padre? —preguntó con calma.
—De tu hermano y de la joven Campbell. ¿De quién sino?
—seguía muy enfadado, aunque Duncan no podía saber por
qué—. No me importa lo que haga el resto de la gente.
—Delma le ha permitido a Alan pasear un rato por el lago
para ir fortaleciendo la pierna poco a poco —le explicó—. Y
Anne se ha ofrecido a acompañarlo para vigilar que no se
exceda. Ya sabéis cómo es y suele...
—No están en el lago —lo interrumpió—. Los he buscado
después de que Delma me dijese dónde encontrarlos, pero
no he podido dar con ellos.
Duncan frunció el ceño por un momento, hasta que se le
ocurrió algo. Conociendo a su hermano, sabía exactamente
dónde había convencido a Anne para ir. Aunque pretendía
tener unas cuantas palabras con él sobre lo inadecuado de
la situación, no estaba preocupado, porque sabía que su
hermano la respetaría, incluso estando a solas. Puede que
fuese un mujeriego, pero sabía a quién buscar para
divertirse y quién era intocable. 
—Ya volverán —dijo, sin más, para restarle importancia al
asunto frente a su padre. Aunque quiso volver su atención a
los papeles, Malcolm no parecía dispuesto a dejarlo estar.
—¿Acaso no te das cuenta de que ese es un gran
problema? Si los Campbell llegasen ahora mismo y
descubriesen que...
—Pero no lo harán —lo interrumpió. Había decidido no
informar a su padre de que la estancia de Anne se alargaría,
así que seguía pensando que los Campbell llegarían en
cualquier momento.
—¿Cómo puedes estar tan seguro? Hace tiempo que
enviaste el mensaje, ¿verdad? Bien podrían estar a las
puertas del castillo.
—Padre, aunque llegasen de improviso, sabéis que aquí la
joven está a salvo. Todos lo sabemos —remarcó—. Nadie se
atrevería a dañar su reputación en este clan; ni siquiera
Alan, aunque pasen la tarde a solas.
—Pero los Campbell no lo saben. Y si yo estuviese en su
lugar, no confiaría en la palabra de nadie que proviniese del
mismo clan que el infractor. Podrían estar protegiéndolo.
—¿Acaso estáis diciendo que los MacKintosh no somos de
fiar, padre? —le molestó su insinuación.
—Solo digo lo que pensaría, si mi hija estuviese en un
clan donde no se preocupan de ponerle una carabina, para
que vele por su bienestar cuando hay hombres cerca. 
—Bueno —cambió de estrategia—, si los Campbell
desconfiasen de que Anne ha perdido la virtud en manos de
Alan porque no la hemos protegido como es debido, vos
ganaríais con ello, ¿no os parece?
—¿Cómo podría ganar si la reputación de mi hijo se vería
por los suelos? He consentido sus aventuras con todas esas
mujeres que ya estaban casadas porque no dañaban a
nadie, salvo quizá a la inteligencia del esposo. Pero no
permitiré que comprometa a una joven de alta cuna,
destinada a un matrimonio que aporte a su clan más honor
y poder del que tiene. Y menos lo permitiré, cuando se trata
de la hija mayor de Archibald Campbell. Ese hombre ha
recuperado el favor del rey y podría crearnos muchos
problemas con su majestad, si cree que Alan ha mancillado
el...
—Ya basta, padre. Alan no mancillará nada y si los
Campbell lo creyesen, en todo caso, lo obligarían a desposar
a Anne para resarcirse por ello, así que vos ganaríais por
partida doble. No solo obtendríamos una alianza con lazos
de sangre con uno de los clanes más poderosos de las
Highlands, algo que deseáis desde hace tiempo y que
creíais que no conseguiríais ya, sino que tendríais más
nietos y de Alan, ni más ni menos. Además, el rey estaría
feliz con la solución, porque está muy interesado en unir a
los clanes mediante lazos matrimoniales. Tampoco es que
los MacKintosh seamos un clan menor, así que nadie
lamentaría que eso pasase.
No había pretendido hacerle ver las ventajas de que Alan
y Anne contrajesen matrimonio, pero había sido incapaz de
callarse. Se sentía ya suficientemente agobiado con
problemas más graves y necesitaba deshacerse de su padre
cuanto antes. Sin embargo, cuando vio ese brillo que
conocía tan bien, en sus ojos, lamentó no haberse
contenido.
—Ni se os ocurra hacer nada al respecto, padre —lo
amenazó—. No lo consentiré en mi clan.
—No ha sido mía la idea, hijo —sonrió, petulante.
—Si hacéis algo para que los Campbell se enteren de su
amistad y la vean como lo que no es —reformuló su
amenaza—, juro que os desterraré.
—¿Tú a mí? —lo miró con diversión—. Jamás osarías hacer
tal cosa a tu padre. Además, mi gente no permitiría que...
—Es mi gente ahora, padre —le dijo, serio—. Y os juro,
por la tumba de mi madre, que lo haré. Me encargaré
personalmente de que la historia os recuerde siempre como
el MacKintosh que perdió su nombre por ser un mezquino
con su propia familia.
Malcolm MacKintosh miró a su hijo con indignación y
sorpresa. Boqueó varias veces para decir algo tan hiriente
como lo que había salido de los labios de su hijo, pero
finalmente, decidió marcharse en silencio. El fuerte portazo
que dio, le pareció una buena demostración de su enfado,
pues mal que le pesase, sabía que su hijo tenía potestad
para desterrarlo si así lo quería.
En cuanto se quedó solo, Duncan soltó todo el aire de
golpe y se masajeó las sienes para intentar liberar la
tensión que sentía en su cabeza. Las conversaciones con su
padre solían terminar de ese modo siempre, desde que se
había ocupado del gobierno del clan. A pesar de haberle
cedido el liderazgo, parecía no estar dispuesto a dejar que
tomase las decisiones siguiendo su propio criterio, sino que
pretendía que continuase por el camino que él le había
pautado antes de abandonar el puesto. Pero Duncan no
estaba dispuesto a hacerlo, porque algunas de las
costumbres de su padre le parecían demasiado retrógradas
y perjudiciales para el progreso del clan y eso era un motivo
de constantes disputas entre ellos.
—Nadie dijo que esto sería fácil, Duncan —murmuró para
sí, antes de retomar lo que estaba haciendo.
Aquella misma mañana había llegado una carta de los
Campbell, en respuesta a la que había enviado después de
que su hermano pequeño y Nora se fuesen. Archibald le
explicaba en ella, que el rey estaba muy pendiente de los
movimientos de sus parientes, los Stewart de Albany,
porque temía una traición por su parte, ahora que había
regresado a Escocia para reclamar su corona. Al parecer,
había solicitado su ayuda para controlarlos y por eso,
tampoco él podría haber prescindido de ningún hombre para
ir a buscar a su hija, así que le daba las gracias por permitir
que la joven permaneciese más tiempo en Moy, a salvo de
las intrigas y enredos que había en su familia en ese
momento. Había enviado a sus otras dos hijas a Kilchurn
con su tío, tras el requerimiento del rey, pero Colin estaba
demasiado ocupado reabasteciendo el castillo después de
los juegos y no quería pedirle que enviase a nadie a
buscarla, pues retrasaría sus planes y podría complicarle el
invierno más adelante.
Duncan se había alegrado, de manera egoísta, de aquella
noticia, pues veía cómo cada día Anne se desvivía no solo
por Alan, sino también por Janet. Además, colaboraba en
todo lo que podía en el castillo y siempre tenía una sonrisa
en los labios para todo el mundo. Era voluntariosa y alegre,
además de espontánea y muy divertida. Nunca había
pensado que fuese una carga para ellos el tenerla en Moy,
como había sugerido Archibald; sin embargo, ahora que
había errado al hablarle a su padre sobre las ventajas de la
creciente amistad entre Alan y Anne, temía haberla llevado
al desastre. Si su padre se entrometía, nada bueno podría
salir de ahí.
—Tendré que hablar con Alan sobre eso —se dijo,
abandonando la lectura por un momento—. Y con Anne.
Debería estar prevenida sobre mi padre y sus
maquinaciones.
Tenía una carta para ella de su padre, así que ese era un
buen motivo para llamarla a su presencia y comentarle el
asunto. Si acaso su hermano se dignaba a traerla de vuelva
del lugar donde fuese que se escondía desde niño cuando
no quería ver a nadie; porque no tenía la menor duda de
que era allí a dónde se la había llevado. 
—Amor —Flora asomó la cabeza después de avisar su
llegada con un suave toque en la puerta—, se acerca la hora
de comer. 
—Gracias, mi vida —le sonrió y se levantó—. No sé qué
haría sin ti.
—Probablemente, pasar hambre —le devolvió la sonrisa y
rodeó su cintura cuando Duncan la abrazó.
—Tú me alimentas —la besó—. En cuerpo, mente y alma.
—Qué hermoso, esposo mío —rio con su romanticismo.
Duncan solía ser detallista con ella solo cuando estaban a
solas, porque decía que un laird no debía mostrar sus
debilidades en público. Y aunque en un principio no le había
gustado que la considerase de aquella forma, con el tiempo,
había comprendido a qué se refería en realidad. Un amor
tan profundo como el suyo, no era sino, un peligro para un
hombre como su esposo, que guiaba y protegía a su clan.
Bastaba dañarla a ella, para destruirlo a él y tal vez, a toda
su gente.
—Tú eres hermosa, mi bella esposa —la besó de nuevo,
esta vez recreándose en el sabor de sus labios. Cuando su
padre le había dicho que debía desposarse pronto, había
temido que llegase el momento, pero desde que conoció a
su futura esposa, supo que la amaría por el resto de sus
días. No habría otra mujer para él y temía que sus enemigos
descubriesen cuán profundamente la amaba. Si Flora
sufriese algún daño por su culpa, se consumiría
rápidamente, corroído por la culpa y la pena.  
—Vayamos al salón, Duncan —dijo, sin aliento— o sé
cómo acabará esto.
—¿Tan malo sería que acabase así? —a pesar de su
pregunta, ya caminaba hacia el salón. Sus obligaciones se
antepondrían a su placer siempre, le gustase o no.
—En absoluto —sonrió con picardía—, pero tus hombres
no deben esperar por ti. Además, Anne ha convencido a
Delma de que permita a Alan comer con nosotros por fin. 
—¿Volverán a tiempo? —no pretendía que Flora
respondiese, pero ella lo hizo igualmente.
—Sabes que sí. Aunque ahora esté en ese lugar
misterioso donde suele ir siempre.
—¿También los has estado buscando? —alzó una ceja.
—No ha hecho falta —negó—. En cuanto supe que Alan
podría salir de su alcoba, sabía que la convencería de ir a su
lugar especial. 
—Mi hermano se jacta de ser imprevisible —rio—, pero
me temo que ha fracasado estrepitosamente en eso.
—No sé cómo será en el campo de batalla o fuera de
nuestras tierras, pero aquí es muy fácil saber dónde puede
estar, si no lo encuentras en el castillo.
—Aun así, nadie ha logrado averiguar todavía a dónde va
—señaló Duncan.
—Aunque no quiera admitirlo en voz alta, Alan es una
persona de sentimientos muy profundos y necesita tener un
lugar donde ser él mismo, para que todo vaya bien con el
resto del mundo —dijo Flora, sorprendiendo a su esposo con
aquella apreciación—. Si no tuviese dónde desahogarse o
dónde encontrarse consigo mismo de vez en cuando, sería
un infierno vivir con él. Sobre todo si tu padre no deja de
perseguirlo para que se case.
—Eres una mujer muy inteligente, esposa mía —la detuvo
antes de entrar en el salón, para poder besarla de nuevo—.
Soy un hombre muy afortunado por tenerte a mi lado.
—En este momento, diría que soy la afortunada —rio ella
después del beso.
Cuando entraron en el salón, lo primero que vieron fue a
Alan, soportando una charla de su padre que no parecía ser
agradable. Anne estaba con Janet y ambas miraban en
dirección a los dos hombres, sin saber si debían rescatar a
Alan. Duncan lo decidió por ellas y se acercó, dispuesto a
detener a su padre.
—Eres un irresponsable, Alan —le decía con enfado—. Si
continúas con este comportamiento, tendrás que...
—Dejadlo ya, padre —Duncan lo interrumpió justo a
tiempo, pues el duro gesto en la cara de su hermano le
decía que estaba a punto de estallar—. Estoy seguro de que
Alan es más responsable de lo que creéis y que sabrá
mantener las distancias con Anne, como dicta el decoro. La
amistad entre hombres y mujeres no está prohibida, hasta
donde yo sé.
—Pero nunca a solas, donde nadie pueda verlos —replicó
su padre — ¿Darías tu brazo derecho por tu hermano y su
honradez?
—Por supuesto —dijo, sin vacilación, a lo que Alan abrió
los ojos con sorpresa. Sabía que su hermano confiaba en él,
pero nunca había creído que llegase a semejante extremo.
En ese momento, juró que no le fallaría nunca, en ningún
aspecto.
—Adelante —dijo Malcolm, antes de dejarlos solos—,
seguid con vuestros juegos. A mí me convienen, después de
todo.
—¿De qué diablos está hablando? —preguntó Alan a su
hermano.
—Me temo que le he hecho ver, sin pretenderlo, que si
hubiese algún descuido entre Anne y tú, el asunto acabaría
en boda —se disculpó con la mirada— y ahora querrá que
eso pase.
—No le daré esa satisfacción a nuestro padre —le
aseguró.
—Sé que no lo harás —asintió—. Aunque debo admitir
que no me molestaría si decidieses traer a Anne a nuestra
familia. Esa mujer es una maravilla.
—Sabes de sobras que no entra en mis planes casarme,
Duncan.
—En ese caso, ten cuidado cuando pases tiempo a solas
con Anne —le advirtió—. Nuestro padre puede ser muy
insistente cuando le interesa algo. No le des motivos para
conseguir lo que desea.
—Descuida, que no lo haré.
—Por otro lado —añadió Duncan, mirando hacia Anne,
que ahora hablaba con Janet y Flora—, es curioso que hayas
llevado a Anne a ese lugar especial, en la primera
oportunidad que has tenido,  cuando ni siquiera a tus
hermanos nos has querido decir dónde te escondes del
mundo.
—No hay nada curioso en eso. Si la he llevado, ha sido
porque sin ella, no podría llegar. Pero en cuanto me
recupere, nadie pisará ese lugar nunca más. No vayas a ver
tú más de lo que hay.
—De acuerdo —sonrió por su ceño fruncido—. Era una
observación, nada más.
—Puedes meterte tus observaciones por...
—Alan —Wallace y Connor se acercaron a ellos, librando a
Duncan de oír el resto de aquella advertencia. Sin embargo,
rio, seguro de saber lo que le habría dicho.
—Está de un humor de perros —les dijo, a modo de burla
—. Tened cuidado con lo que decís.
Se acercó a las mujeres, dispuesto a aprovechar para
pedirle a Anne que lo acompañase al despacho después de
la comida. Quería darle la carta de su padre y de paso,
hablarle de lo que el viejo laird podía estar tramando.
—¿En serio? —los ojos de la joven brillaron de ilusión al
saber que su padre le había escrito—. He estado esperando
esa carta desde que enviasteis la mía. Pensé que tardaría
más.
—Me temo que la que tardará más en volver a casa seréis
vos —le dijo—, pero hablaremos después. No dejemos que
la comida se enfríe.
—¿Hay algún problema con mi familia? —se preocupó
Anne.
—Ninguno, pero el rey ha requerido la atención de
vuestro padre —la tranquilizó— y me ha pedido que os
brinde mi hospitalidad unas semanas más.
—Oh —Duncan no supo identificar la razón de aquella
exclamación ni supo decir si estaba feliz o decepcionada,
pero tampoco pudo preguntarle, porque las bandejas
comenzaron a llegar y el ruido de los comensales, detuvo
cualquier conversación privada que pudiesen tener. Habría
que esperar a después de la comida para enterarse.
Si hubiese sabido lo que hablarían en unas pocas horas,
quizá no habría disfrutado tanto de aquella comida. O tal
vez, lo habría hecho mucho más.
 
 
Confesiones
 
Anne se sentó frente a Duncan, mientras él buscaba en
su mesa la carta de su padre. Había estado ansiosa por
recibir noticias de su familia, pero también temerosa de lo
que pudiesen decirle. Ahora que había decidido que quería
luchar por Alan, necesitaba quedarse en Moy un tiempo más
para llevar a cabo sus planes y aunque Duncan le había
dicho que así sería, hasta que lo leyese en la carta de su
padre, no podría relajarse.
—Disculpa el desorden, esta mañana ha sido bastante
estresante. ¡Ah, aquí está! —se la entregó—. En principio,
no tengo nada que hablar con él, pero si vos queréis
enviarle una respuesta después de leer la carta, le diré a mi
mensajero que se la haga llegar sin ningún problema.
—Sois muy amable, Duncan.
—Es lo mínimo, después de todo cuanto habéis hecho vos
por mi familia. Y seguís haciendo. 
—Eso va en pago por vuestra hospitalidad —negó, no
queriendo llevarse la gloria por algo que no debía.
Prácticamente le había obligado a aceptarla en su casa y
todo esto era consecuencia de aquel atrevimiento. 
—Supongo que eso nos deja en tablas —le sonrió.
—Supongo que sí —miró hacia la carta, con ganas ya de
abrirla—. Si no tenéis nada más que decirme, me retiraré
para leer esto. Si decido responder, os lo haré saber.
—Por supuesto —asintió. Pero cuando Anne ya se
disponía a salir, Duncan la detuvo—. En realidad... hay algo
más de lo que querría hablar con vos, Anne.
—De acuerdo —se sentó, insegura—. Vos diréis.
—Debo admitir que no es tan fácil decir esto —Anne se
preocupó al ver cómo titubeaba. Nunca había visto dudar en
nada a aquel hombre y que lo hiciese ahora no podía ser
buena señal.
—En ocasiones, lo más sensato es decirlo sin más.
—Me temo que no es una de esas ocasiones —se rascó la
nuca, buscando el modo de hablar con ella de un tema tan
delicado y después de suspirar, comenzó—. Durante el
tiempo que habéis estado cuidando de mi hermano estas
semanas, he podido ver que las diferencias que parecía
haber entre vosotros cuando llegasteis se han ido...
diluyendo.
—Si lo decís por la escapada de hoy —comenzó a
explicarse—, debéis saber que no ha pasado nada
indecoroso entre nosotros. 
—¡Oh, no, no! Vuestra escapada, como la habéis llamado,
no me preocupa —se apresuró a decir—. Sé que mi hermano
actuará con vos de manera honorable aun estando a solas y
os respetará. Aunque, si no lo hiciese, sabed que podéis
hablarlo conmigo con total confianza. Es mi hermano, pero
no toleraré que se...
—Estoy totalmente convencida de que no hará nada que
dañe mi reputación —lo interrumpió, tratando de olvidar el
beso que le había robado, que si bien, no era nada malo,
quien los viese, podría pensar lo peor de aquella situación—.
Pero si no es eso lo que os preocupa, entonces, no os
entiendo.
—Bueno, yo sé cómo es mi hermano y cómo actuará. Mi
pueblo también lo sabe —continuó—. Y mi padre, por
supuesto, pero... me temo que su obsesión por casar a sus
hijos varones para que le den nietos que continúen su
legado, podría causar problemas.
—¿Creéis que ha visto más de lo que hay en realidad? 
—Aunque no lo haya visto —le dijo—, es posible que
pretenda que vuestra familia sí lo haga. No sé si me explico.
—¿Vuestro padre sería capaz de tendernos una trampa
para que Alan se viese obligado a desposarme? —lo miró
con espanto— ¿A su propio hijo? ¿Incluso si eso daña la
reputación de ambos?
—Me temo que sí.
—No puedo creerlo.
—Su obsesión no le deja pensar con claridad. Y —agachó
la cabeza para no mirarla a los ojos— lo peor es que la idea
la sacó de mí.
—¿De vos? ¿Por qué?
—Porque he hablado de más —la disculpa en su mirada
fue clara para Anne—. Quería defenderos y he hecho justo
lo contrario. Le he hecho ver que vuestra amistad podría
acabar siendo bastante beneficiosa para ambos clanes, si se
lleva más lejos.
—Vaya.
—Lo lamento, Anne. No pretendía causaros ninguna
molestia con lo que dije y mucho menos, que mi padre viese
las ventajas de la unión de nuestros clanes. Os cuento esto
para que estéis alerta, porque mi padre es muy capaz de
tramar algo que os involucre con mi hermano. 
—Lo entiendo —lo disculpó—. No os atormentéis por eso.
Supongo que él mismo lo habría visto, tarde o temprano.
—Es posible, pero yo le he adelantado los
acontecimientos. Y me temo que las consecuencias serían
bastante desagradables —se lamentó—. Veréis, Alan es un
buen hombre, pero no quiere una esposa para no darle ese
gusto a nuestro padre. Lo ha estado desafiando durante
años con eso y si al final se viese obligado a desposaros...
—Lo sé —lo interrumpió, no queriendo escuchar aquella
historia una vez más, pues no le ayudaría en su empeño por
hacerlo cambiar de opinión—. Alan me lo ha explicado.
—¿Os ha hablado de eso? —la miró con extrañeza.
—Hemos tenido tiempo para hablar de muchas cosas,
Duncan —le sonrió—. Y cuando está tranquilo, vuestro
hermano puede ser un encanto.
—Mi hermano Alan, un encanto —ahora sí que estaba
asombrado—. Jamás lo diría.
—¿Tan mala opinión tenéis de él? —aunque no hablaba
de ella, se sintió ofendida por su insinuación. Creía que la
relación entre los hermanos era buena, pero ahora no sabía
qué pensar.
—En absoluto. Mi hermano es leal hasta la muerte, un
gran líder y un gran guerrero. Es muy protector de su familia
y el amigo más fiel —sonrió, orgulloso de él—. Podría
llamarlo agradable, si me presionáis, pero encanto... No,
definitivamente, no lo veo como un encanto.
—Pues lo es —le sonrió de regreso, ya más relajada—. A
su manera.
—Encanto o no —volvió a insistir en el tema— debéis
tener cuidado cuando estéis a solas con él, porque mi padre
podría andar cerca, buscando la forma de comprometeros.
—Gracias por la advertencia —frunció el ceño. Quería a
Alan, pero aquella no era la forma de conseguirlo. Sabía que
si no era por elección propia, su matrimonio acabaría en
desastre.
—No creáis que lo hago porque no me agradaría que
formaseis parte de mi familia —dijo él, malinterpretando su
expresión—. Seríais una gran incorporación. Y no lo os digo
porque vuestro padre sea Archibald Campbell, sino porque
he podido conoceros estas semanas y he visto que sois una
buena persona. Sería un honor que os convirtieseis en una
MacKintosh, pero no de la forma en que lo pretende mi
padre. Jamás, obligando a Alan a desposaros. Eso sería
terrible. 
—Cierto —asintió, comprendiendo—. Si lo obligasen a
desposarme, lo pagaría conmigo.
—Aunque no fuese su intención —terminó por ella,
defendiendo a su hermano—. No podrá evitarlo.
—Entiendo —aquella certeza le había hecho pensar en
sus propios planes secretos. Quizá acabaría fracasando,
aunque lo intentase y eso la desanimó un poco.
—Bien, os dejo marchar —la voz de Duncan la regresó al
presente—. Estaréis deseando leer la carta de vuestro
padre.
—Sí —asintió, levantándose. Pero cuando ya estaba en la
puerta, se giró hacia Duncan—. Habéis sido muy sincero
conmigo y ahora siento que debo corresponderos. ¿Puedo
hablaros en confianza?
—Por supuesto —la animó a sentarse de nuevo, ansioso
por saber lo que quería decirle.
—Mi padre siempre ha sido un hombre muy influyente —
comenzó, tal vez, dando un rodeo demasiado largo, pero
sentía que debía hacerlo para que Duncan entendiese sus
razones— y por eso, tanto mis hermanas como yo, crecimos
sabiendo que nuestros matrimonios ayudarían a que su
poder en Escocia creciese.
—La mayoría de matrimonios tienen esa finalidad —la
animó a continuar, al ver que guardaba silencio.
—A pesar de ser mujeres, mi padre siempre ha tenido en
cuenta nuestras preferencias y nuestra opinión. Debo decir
que hemos sido afortunadas —sonrió, recordando a su
padre—. Y en cuestión de matrimonio, también ha sido un
poco más permisivo de lo que cabría esperar en un hombre
de su posición.
—¿A qué os referís?
—A que tendrá en cuenta nuestra opinión a la hora de
elegirnos un esposo y que antes de hablarlo con el
interesado, lo hará con nosotras. Si nos disgusta la elección,
es muy posible que decida desestimarlo —no sabía cómo
explicarlo mejor—. Por ejemplo, mi hermana Marjory, es la
más pequeña de las tres y sin embargo, será la primera en
contraer matrimonio. 
—Eso he oído durante los juegos —asintió—. Se casará
con Evan Campbell, ¿verdad? Para fortalecer la unión entre
ambas ramas de la familia.
—Ese matrimonio debería haber sido el mío —añadió,
después de asentir—. Mi padre me habló en privado para
comentármelo, pues Sir Arthur me quería a mí. Siempre fui
su preferida y no tenía intención de aceptar a ninguna de
mis otras hermanas.
—Pero vos no queríais —aventuró— y vuestro padre os lo
concedió.
—Me habría desposado con él, si no hubiese alternativa
—admitió —, pero sabía que a Marjory le gustaba Evan, así
que se lo dije a mi padre y él se encargó de que sir Arthur
aceptase el cambio, a pesar de su negativa inicial. No sé
cómo o qué le prometió, pero al final se acordó ese
matrimonio.
—Entiendo —se rascó la barbilla— ¿Me lo estáis contando
por algo en particular? ¿Pensáis que si le decís a vuestro
padre que no queréis desposaros con Alan, aceptará aunque
crea que vuestra virtud ha sido dañada? No me
malinterpretéis, Anne, pero no creo que vuestro padre…
—No, por dios —exclamó—. Si cree que Alan ha... que
hemos... él me obligaría casarme aunque yo no quisiese.
El rostro de Anne se coloreó de un rojo intenso al pensar
en ello, pero decidió que debía continuar con la
conversación, a pesar de todo. Si quería conquistar a Alan,
su hermano tenía que saberlo. No solo por si podía ayudarle
con él, sino para que lo hiciese con su padre. No quería que
las ideas de aquel hombre estropeasen su relación con Alan.
—Entonces, debéis disculparme, Anne —frunció el ceño—,
pero no entiendo a qué viene esta conversación.
—Desde que cumplí los quince —empezó de nuevo con
su rodeo—, no me han faltado pretendientes deslumbrados
por mi belleza. Me juraban amor eterno aún sin conocerme,
solo porque les parecía hermosa. 
—Un tanto exagerada su reacción —intentó hacerla
sonreír.
—Yo lo odio —dijo, seria—. Odio que los hombres no vean
más allá de mi rostro y mi padre lo sabe. A pesar de que
muchas de las peticiones le habrían reportado las tierras y
el poder que estaba buscando, me permitió rechazarlas.
Hay quien cree que debería ser menos permisivo con
nosotras, pero busca nuestra felicidad porque nos ama. Sé
que jamás me obligaría, en circunstancias normales, a
desposarme con alguien que no quiera. Y aquí es a dónde
quería llegar con todo esto.
—Está bien —todavía no lo entendía—. Continuad.
—Estas semanas he podido conocer mejor a vuestro
hermano y me ha demostrado en muchas ocasiones que mi
belleza exterior no le impresiona lo más mínimo —aceleró
sus palabras para no arrepentirse de ser tan brutalmente
sincera con Duncan—. Y sin embargo sé que le gusto,
aunque no he podido averiguar en qué medida. 
—¿Estáis diciendo lo que creo que estáis diciendo?
—Estoy diciendo que es posible que vuestro padre
consiga lo que quiere —soltó sin más, notando cómo el calor
ardía todavía más en sus mejillas. Jamás se había sentido
así de abochornada en su vida. Ni tan viva tampoco—. Pero
será con mis condiciones y no con las suyas.
—Vaya —se recostó contra el respaldo de la silla y la
observó en silencio, como si acabase de verla por primera
vez—. Me habéis dejado sin palabras, Anne. No sé qué decir.
—No es necesario que digáis nada. Solo quería ser
sincera con vos al igual que vos lo habéis sido conmigo. Es
justo que sepáis lo que me propongo hacer, puesto que me
habéis advertido sobre las intenciones de vuestro padre.
—Anne, debo advertiros de algo más ahora. Alan no os lo
pondrá fácil —conocía a su hermano y sabía que podía ser
muy cruel si se sentía acorralado—. Está dispuesto a
renunciar al amor para no darle lo que quiere a mi padre y
podría actuar de manera... poco honorable, si descubre lo
que pretendéis.
—¿Poco honorable? ¿A qué os referís? —se preocupó.
—A que podría deciros cosas que no os gustase oír, solo
para que os duela y os alejéis de él.
—Bueno, eso lo sé. He visto su lado oscuro cuando nos
conocimos —le aseguró—, pero no soy una cobarde que se
asusta con unas cuantas palabras hirientes. Ahora que he
descubierto que tiene todo lo que busco en un esposo, no
estoy dispuesta a renunciar a él sin luchar, Duncan. Y si es
bruto conmigo, sabré que voy por buen camino. Supongo.
—Debo admitir que sois una mujer muy valiente, Anne. Yo
no sé si me atrevería. Pero, si necesitáis ayuda, no dudéis
en pedírmela. Por ver a mi hermano caer ante vos, haré lo
que sea —sonrió—. Aunque algo me dice que ya tenéis
medio camino recorrido.
—¿Por qué lo decís? —aunque le agradecía la ayuda,
sentía más curiosidad por lo que había dicho.
—¿Sabíais que nadie en su familia conoce ese lugar al
que os ha llevado hoy? —no respondió a su pregunta de
forma directa, pero Anne captó el mensaje. Sobre todo,
porque ninguno de los dos había dicho dónde habían pasado
la mañana. A pesar de ello, no quiso emocionarse y así se lo
hizo saber a Duncan.
—Solo me utilizó para poder ir. Quien hubiese conseguido
sacarlo de su alcoba habría tenido el privilegio de ir a... ese
lugar.
—Estoy seguro de que podría haber esperado un par de
días más para ir sin vos, de no querer que lo vieseis —
aquella afirmación la hizo dudar y por primera vez desde
que había decidido luchar por él, vio una luz de esperanza.
¿Sería posible que Alan quisiese compartir su lugar más
especial en el mundo con ella?
—¿Me haríais un favor? —si la respuesta era afirmativa,
era hora de poner el plan en marcha.
—Lo que sea, por ver caer a mi hermano —repitió sus
anteriores palabras. Si salía bien, disfrutaría burlándose de
Alan cada día.
—Ayudadme a pasar más tiempo con vuestro hermano
durante las comidas, sentándolo conmigo. Hoy no pudo ser,
pero quiero pasar tanto tiempo con él, que acabe viendo
que su vida sin mí no será igual de interesante.
—Un plan muy astuto y sutil —sonrió—. Me gusta cómo
pensáis.
—Solo espero que funcione —tenía dudas al respecto
porque Alan era demasiado terco para admitir que le
gustaba tenerla cerca, aunque fuese cierto. Sabía que
necesitaría mucho tiempo para convencerlo y temía que no
dispusiese de él.
—Estoy seguro de que podréis lograrlo, Anne —la animó
—. Tened cuidado con mi padre, pues podría complicaros la
tarea.
—Tal vez debiera hablar con él y...
—Ni se os ocurra —la detuvo, asustándola por su
contundencia—. Si mi padre sabe lo que tramáis, lo
estropeará. Os lo aseguro.
—Está bien —cedió—. Nada de confesiones con vuestro
padre. Os lo prometo. Y ahora, sí me iré a leer la carta de mi
padre.
—Buena suerte, Anne —le dijo, a modo de despedida.
Una vez se fue, añadió—. La necesitaréis.
Anne corrió a su cuarto para abrir la carta de su padre y
suspiró al ver su letra. Aunque disfrutaba de su estancia en
Moy con los MacKintosh, echaba de menos a su familia
también. Sabía que si alcanzaba su objetivo con Alan, no
podría verlos tan a menudo como le habría gustado y eso en
parte, la entristecía; pero sabía también que aquel día
habría de llegar en algún momento y que si debía
abandonar su hogar, Moy le parecía el lugar ideal para
establecerse. Si acaso conseguía enamorar a Alan, antes de
que tuviese que volver con su familia.
Toda la ayuda posible
 
—Buenos días, Alan.
Anne entró en la alcoba con una bandeja cargada de
suculentos manjares que hicieron las delicias del
convaleciente nada más verlos y olerlos. Pero en aquella
ocasión, la joven no se marchó después de dejar la comida
en la pequeña mesa de la esquina, como había pretendido
hacer la mañana anterior, sino que se sentó, esperando por
él para desayunar juntos. Alan supuso que su intención era
salir a pasear juntos después, pues Delma había dejado
claro que no podría ir solo todavía. Eso, después de una
interminable charla sobre cuán malo era para él pasar la
mañana desaparecido, forzando la pierna más de lo
conveniente. Aunque la idea de salir fuera otra vez le
agradaba también, más lo hacía incomodar a Anne.
—Sabed que no llevo nada encima —sonrió, al tiempo
que apartó las mantas para levantarse.
Faltó muy poco para que Anne tirase la mesa, con la
bandeja incluida, tratando de levantarse para darle la
espalda y no verlo desnudo. La silla, en cambio, no tuvo la
suerte de permanecer en pie y la risa de Alan invadió el
lugar, pues aunque había estado esperando una reacción
similar por su parte, le resultó mucho más divertida, incluso.
—No tiene ninguna gracia, Alan —protestó ella, mientras
caminaba hacia la puerta, dándole la espalda todavía—. Os
agradecería que de ahora en adelante, estuvieseis
presentable cuando llegue con el desayuno.
—Siento deciros que estoy en mi cuarto y hago lo que me
place —la risa todavía bailaba en su voz— ¿A dónde vais
ahora, Anne?
—A esperar fuera a que os pongáis algo de ropa —
respondió como si la pregunta le pareciese ridícula. Puede
que no le importarse saltarse algunas normas de conducta
para estar más tiempo con él, pero no comprometería su
reputación en una situación tan íntima. Si alguien entrase
mientras se estaba vistiendo ante sus narices, el escándalo
sería tal, que la boda estaría garantizada. Y no era así como
pretendía conquistar a Alan porque sabía lo que pasaría
después.
—No será necesario —se apresuró a decir Alan cuando
Anne ya tenía la mano en el pomo-. Soy muy rápido
vistiéndome. Podéis quedaros de espaldas mientras lo hago.
—Me parece que no —sentenció. Abrió la puerta y salió
fuera, para no darle tiempo a convencerla de quedarse.
Había tenido unas cuantas muestras de su desnudez ya,
durante su convalecencia, por suerte de cintura para arriba,
mientras lo empapaba de agua fría para bajarle la fiebre. Y
todavía no había podido olvidarse de aquel día en el lago,
cuando lo descubrió bañándose como si no le importase que
alguien pudiese verlo tal y como había venido al mundo. El
calor tiñó sus mejillas al pensar en lo cerca que había
estado de ella aquel día, sin ropa de por medio—. Oh, por
dios. Anne, deja de pensar en esas cosas o acabarás
quedando en evidencia delante de él.
Debería haberle puesto un límite de tiempo para entrar
después, sin el riesgo de encontrárselo a medias, pero
ahora ya era tarde para eso, así que se apoyó en la puerta,
mientras esperaba, tal vez, más de lo necesario. Sin
embargo, Alan tenía otros planes y abrió la puerta de golpe,
provocando que se inclinase hacia atrás peligrosamente, al
perder el punto de apoyo. Los buenos reflejos del highlander
evitaron que la joven diese con sus posaderas en el suelo.
—Podíais haberme avisado —se quejó, totalmente
abochornada, no por su torpeza, pues no había sido su
culpa, sino por estar en brazos del hombre que le
arrebataba el sentido común con una simple sonrisa. Pues
cuando la tocaba, la sensación se duplicaba y temía
cometer algún error fatal con él que estropease lo que
estaba creciendo entre ellos.
—¿Cómo? —rio él—. Para avisaros tenía que abrir la
puerta.
—Haberla golpeado primero —incluso a ella le sonó
ridículo, pero no se retractaría. Se libró del agarre de Alan y
entró en la alcoba, para alejarse de él y de su atrayente
cercanía.
—Anne —la burla en su tono le molestó—, se golpea la
puerta para entrar, no para salir. Además, ha sido culpa
vuestra, por estar apoyada en ella. Las paredes no se abren,
por si no lo sabíais.
—Desayunemos —prefería cambiar de tema porque de no
hacerlo, acabaría discutiendo con él y eso no formaba parte
del plan. Aunque en el fondo, creía que Alan disfrutaba de
sus disputas, casi más que de los momentos tranquilos
entre ellos—. Hace una mañana preciosa para pasear.
—Perfecta para practicar con el arco —añadió él después
de cerrar la puerta—, si es que todavía queréis aprender.
—¿No estaréis diciendo eso solo para poder volver a
vuestra isla? —preguntó, susceptible.
—Podría inventarme mil y una excusas para volver —se
sentó a su lado—. Pero no tengo necesidad de hacerlo.
Habéis dicho que os gustaría aprender y no me importa
enseñaros. Si os preocupa ir a la isla, podemos hacerlo en el
castillo. Buscaré un buen lugar para poner las dianas, pero
tened en cuenta que mi padre nos estará molestando todo
el tiempo con sus protestas. Si le parece absurdo que un
hombre use el arco, que lo haga una mujer, para él será un
despropósito. Es posible que acabéis queriendo usar las
flechas contra él.
—Ya —frunció el ceño—. Las armas de una mujer son su
encanto, su educación, su saber estar y su sentido común. 
Había escuchado aquellas palabras en boca de su
institutriz en tantas ocasiones, que podía recitarlas incluso
dormida. Pero las odiaba casi tanto como a la mujer que se
las repetía una y otra vez, mientras la obligaba a caminar
con un libro en la cabeza. Por suerte, cuando le demostró a
su padre que podía hacerse cargo de sus hermanos y del
castillo, la mujer desapareció de sus vidas para siempre. No
la echaría de menos.
—¿Se puede saber quién os ha dicho semejante
estupidez? —rio Alan, arrancándole una sonrisa—. No veo
cómo el encanto podría ser un arma efectiva. Puede que el
sentido común sí, pero ¿el encanto? Quien lo haya dicho no
tenía ni idea.
—Eso mismo pensaba yo. Y por eso se empeñaba en
repetírmelo a diario, cuando hacía algo que ella no
consideraba propio de una dama.
—¿Erais una rebelde? —la estudió con curiosidad, sin
saber si creer lo que le decía—. Me habría gustado verlo.
—Todos los niños son rebeldes en algún momento —se
encogió de hombros—. Aunque a algunos no se les pasa
nunca.
—¿Eso va por mí? —lejos de sentirse ofendido, le divertía
ver que Anne empezaba a tener suficiente confianza como
para bromear con él.
—Yo no he dicho tal cosa —pero su sonrisa la delató. 
—Me temo, lady Campbell —se acercó a ella para hablar
más bajo. Anne lo imitó sin poder resistirse—, que es muy
contagioso. No deberíais pasar tanto tiempo conmigo o
acabaréis siendo una rebelde de nuevo.
—O puede que vos formalicéis —sugirió, a sabiendas de
que era más probable que ella se dejase llevar por él, que lo
contrario.
—No lo verán vuestros ojos —rio, volviendo a su posición
inicial—. Seré un rebelde hasta la muerte.
—Se puede ser rebelde y tener aspiraciones formales.
—Yo aspiro a ser el mejor guerrero que haya tenido
nuestro clan. Y para eso —se golpeó con cuidado la pierna
para no lastimarse—, debo fortalecer mis músculos.
—Pues eso es lo que haréis en cuanto terminemos de
desayunar —le aseguró. 
—En ese caso —Alan metió un gran puñado de dulces en
su boca para acabar antes, pero se atragantó con ellos.
Tuvo que beber un buen sorbo de agua para poder tragar y
en el proceso se puso bastante rojo. Anne comenzó a reír,
incapaz de controlarse y por un momento, Alan quedó
embrujado por aquel sonido. Había oído muchas risas
femeninas en su vida provocadas por él, pero ninguna había
resultado tan gratificante como aquella. Y no es que fuese la
primera vez que Anne reía en su presencia, pero justo en
aquel instante y por alguna extraña razón, le resultaba más
atrayente que de costumbre. Permaneció inmóvil, casi sin
pestañear, mientras la observaba en silencio. 
—¿Por qué me miráis así? —un ligero sonrojo se apoderó
de Anne al descubrir su intenso escrutinio.
—¿Así cómo? —rompió el contacto visual y continuó
comiendo con más mesura.
—No sé, como si nunca me hubieseis visto reír —también
siguió comiendo, intentando aparentar normalidad.
—Os lo estáis imaginando, Anne —se burló, evitar que
descubriese la verdad—. Os miraba porque tenéis restos de
pastel en vuestra mejilla.
—¿Qué? —se limpió rápidamente, avergonzada, hasta
que vio la sonrisa pícara de Alan—. Os estabais burlando de
mí. Sois muy cruel, Alan. 
—Sabéis que eso no es cierto, Anne —sonrió más
ampliamente—. Soy un encanto.
Por un momento, al escuchar aquello, Anne temió que
Duncan le hubiese contado la conversación que habían
mantenido el día anterior, pero tan rápido como el
pensamiento vino, así se fue. Duncan no traicionaría su
confianza y menos, cuando sabía que su hermano la alejaría
de él si sabía lo que se proponía.
—Tan encantador como un perro rabioso —bufó
disimulando cuán nerviosa se había puesto.
—Os hacéis la dura —Alan continuó con sus bromas—.
Está bien, sé que conseguiré que admitáis que soy un
encanto, antes de que termine el día.
—Sabed que me gustan los retos —le advirtió— y que me
esfuerzo para ganar siempre.
Aunque no lo había pretendido, sintió que no le estaba
hablando del desafío que le había lanzado Alan, sino del que
ella misma se había impuesto sobre conquistar el corazón
de aquel hombre que parecía tan inalcanzable. Pero su
mayor temor era perder su corazón en el proceso y no llegar
a la meta, porque fuese cual fuese el resultado, Anne sabía
que ya nada sería igual para ella. Conocer a Alan había
supuesto un antes y un después en su vida.
—Siempre hay una primera vez para todo —sentenció él.
Y Anne esperaba que aquella fuese su primera vez para
enamorarse. Y la última.
No tardaron en llegar a la isla, después de dar un corto
paseo por la orilla del lago, tal y como Delma les había
exigido.  Que no diga que no le hemos hecho caso, le había
susurrado, guiñándole un ojo a Anne. Cuando no la estaba
importunando, Alan era sin duda, un encanto, pero aquel
día procuraría no decírselo. No le permitiría ganar el reto, ni
aunque tuviese razón, porque no le dejaría olvidarlo jamás.
—Es increíble que nunca nadie haya descubierto que
pasáis aquí la mayor parte del tiempo —dijo, observando
con ojos soñadores el paisaje— ¿Acaso la isla no es visible
desde el castillo?
—No con la suficiente claridad —respondió él,
colocándose a su lado—. Este lugar fue construido como
una cárcel para aquellos que cometían algún crimen
imperdonable. Los dejaban aquí, sin comida, durante
semanas, o incluso meses, dependiendo de la gravedad de
la falta cometida, como castigo. Muchos murieron en este
lugar.
—Eso es aterrador —por un segundo, ya no le pareció un
lugar tan ideal.
—Hace mucho de eso, Anne —sonrió, al verla tan
escandalizada. Sus brazos apenas se tocaban, pero ella
sentía la corriente entre ellos igualmente—. No encontraréis
fantasmas aquí, si es lo que os preocupa.
—No me asustan los fantasmas —se ofendió por su
sugerencia—. Ni siquiera había pensado en eso.
—Por supuesto —no la creyó.
—Pensaba en lo terrible que debió ser verse aquí, solos,
sin nada que comer, ni un medio para regresar al castillo...
—frunció el ceño al imaginárselo.
—Eran delincuentes, Anne. No les tengáis lástima —
tendió el arco hacia ella y sonrió— ¿Empezamos?
Nada más ver el arma, Anne se olvidó de todo lo demás.
Aquel segundo día pretendía dar en el blanco cada vez que
lanzase una flecha. Se había terminado saetear el agua, no
solo porque Alan se reiría de ella si pasaba de nuevo, sino
porque estaba decidida a ser la mejor arquera.
—¿Necesitáis que os recuerde cómo posicionaros? —Alan
había borrado todo rastro de diversión de su rostro y se
concentró en enseñarle. El guerrero había despertado.
—Creo que no —negó. Sin embargo, aunque lo hizo
bastante bien, Alan tuvo que corregir algunos pequeños
detalles, antes de que le permitiese usar el arco.
—Ahora concentraos —añadió, apoyado en la roca, como
la vez anterior—. Cuando estéis segura del objetivo, dejad
salir el aire y liberad la flecha.
—De acuerdo —Anne relajó la respiración y fijó la vista en
la diana. Se evadió de las distracciones, tal y como le había
enseñado y cuando estuvo segura de no fallar, dejó ir la
flecha. 
—No está nada mal —la alabó Alan, cuando la punta de la
flecha quedó a escasos centímetros del centro de la diana.
—Gracias —le sonrió, emocionada.
—¿Otra vez? —sugirió él.
—Otra vez.
Pasaron gran parte de la mañana practicando con el arco,
pero regresaron al castillo a tiempo de cambiarse de ropa y
reunirse con el resto en el salón, antes de que la comida
fuese servida. En esta ocasión, Duncan, fiel a su promesa y
con una sutilidad que sorprendió a Anne, consiguió que Alan
terminase sentado a su lado sin que este sospechase nada.
—Volvemos a vernos, Anne —le dijo, sirviéndole vino.
—Es suficiente para mí —detuvo su mano cuando el vaso
estuvo medio lleno.
—¿En serio? —Anne empezaba a conocerlo y sabía que se
burlaría de ella, pero no le importaba. Nunca había tolerado
demasiado bien alcohol y prefería no excederse—. Si os vais
a volver una rebelde, tendréis que hacer lo que os diga.
—¿Quién ha dicho que quiera serlo?
—En ese caso —se rascó la barbilla—, admitid que soy un
encanto y os dejaré tranquila.
—Pero en realidad, no lo sois —sonrió—. Vos, Alan
MacKintosh, pretendéis emborracharme y eso no os hace
encantador.
—Pero lo sería, si lo lograse.
—¿Cómo es eso?
—Las mujeres os volvéis dóciles cuando estáis un poco
achispadas y...
—¿Así pretendéis que admita que sois un encanto? —lo
acusó. Y aunque le parecía una mezquindad, no pudo evitar
reírse.
—En realidad —le confesó, regalándole una sonrisa
sincera—, mi intención es conseguirlo haciéndoos reír. Y
parece que funciona.
—Puede —no lo admitiría con facilidad o Alan perdería el
interés en estar con ella.
—Seguiré intentándolo —sentenció, empezando a comer.
Anne descubrió la mirada inquisidora de su amiga Janet
sobre ella y se prometió que hablarían en cuanto terminase
la comida. No pretendía que todos en el castillo supiesen lo
que pensaba hacer, pero sabía que Janet no la perdonaría si
no se lo contaba. Además, sabía que podría ayudarle a
encontrar la mejor forma de llegar hasta su hermano,
porque indudablemente, lo conocía mucho mejor que ella.
—Ya estás hablando, Anne Campbell —le exigió Janet en
cuanto se reunieron a solas. Se cruzó de brazos, esperando
una explicación a lo que le había parecido un tonteo entre
su amiga y el soltero eterno de su familia.
—Me gusta tu hermano —soltó de golpe para no
arrepentirse.
—¿No era egocéntrico e insufrible? —alzó una ceja,
mientras sus brazos continuaban cruzados. No le convencía
ese motivo.
—Digamos que lo estoy conociendo mejor y he podido
comprobar que eso solo es una fachada —se mordió el
labio, nerviosa.
—Ajá —Janet seguía tan seria, que Anne empezó a temer
que a su amiga no le gustase la idea de verla con su
hermano—. Y digamos que eso significa que...
—¿Que me gusta? —respondió con una pregunta,
indecisa.
—Vas a tener que ser un poco más precisa, querida
amiga.
—Está bien —se dio por vencida. De todas formas, no
entendía por qué le daba tantas vueltas, si pretendía pedirle
consejo—. Alan me gusta, de gustar. De gustar mucho.
Aunque no tengo ni idea de si lo que estoy haciendo
funcionará con él.
—¿Y qué se supone que estás haciendo exactamente? —
un amago de sonrisa asomó a sus labios.
—No me hagas decirlo, Janet —por alguna extraña razón,
decírselo a su amiga le estaba resultando mucho más difícil
que haberlo hecho con Duncan—. Ya sabes lo que pretendo.
Janet la miró por largos minutos sin decir nada y Anne
comenzó a arrugar la frente, temiéndose lo peor. Sin
embargo, su amiga comenzó a saltar y gritar, sujetando sus
manos, emocionada por lo que estaba pasando.
—No puedo creérmelo —decía—. Esto es tan
emocionante. Cuenta conmigo para lo que sea. Si
necesitas...
—Calma, Janet —Anne miró a todas partes, por si había
alguien a su alrededor que pudiese escuchar su
conversación—. Alan no se puede enterar de esto o me
cerrará la puerta en las narices.
—Cierto, cierto —inspiró profundamente, para relajarse—.
No va a ser fácil, pero podemos conseguirlo.
—¿Podemos? —la esperanza bailó en sus palabras—
¿Significa eso que te parece bien?
—¿Parecerme bien? —la miró como si hubiese dicho una
tontería— ¿Qué parte de cuenta conmigo no has entendido?
Mis mejores amigas casadas con dos de mis hermanos. Eso
es...
—No adelantes acontecimientos —la frenó, temiendo que
todo se torciese—. Antes, debo convencer a Alan de que me
proponga matrimonio.
—Eres una mujer inteligente y decidida —sonrió—. Estoy
segura de que lo lograrás. Prácticamente estás casada ya
con él.
Anne deseó tener la convicción de su amiga, porque
aunque le pareciese una mujer segura de sí misma, la
mayoría de las veces dudaba sobre su propio valor. A veces,
creía que nunca la verían más allá de su belleza exterior. Y
que le pasase eso con Alan, la aterraba más que cualquier
otra cosa.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
De vuelta a la normalidad
 
Alan se levantó al amanecer, impaciente. Apenas había
dormido ante la expectativa de salir del castillo, ya sin
restricciones de ningún tipo y por cuenta propia. Después
de dos semanas dando paseos con Anne y practicando con
el arco, algo que decidieron mantener en secreto por su
bien, Delma había decidido que ya podía volver a la
normalidad. Y eso que incluía entrenar con sus hombres.
Estaba deseándolo, aunque sabía que no debía forzar la
pierna los primeros días, hasta que la fortaleciese y por eso,
se proponía empezar a ejercitarla mientras dirigía a los
guerreros MacKintosh porque necesitaba hacer algo más
que caminar y ver cómo Anne mejoraba día a día con el
arco. No es que ese plan le disgustase, pero siempre había
sido un hombre activo y  aquella ociosidad lo estaba
matando poco a poco.
—Buenos ojos te vean —Connor fue el primero en
aparecer en el campo de entrenamiento. Traía el cabello
revuelto y cara de no haber dormido mucho—. Ya empezaba
a pensar que te gustaba más la cama que el campo de
batalla.
—Habría vuelto mucho antes, pero sabes cómo es Delma
—sonrió, feliz de estar allí por fin, aunque se abstuvo de
comentar nada sobre lo que creía que había estado
haciendo su amigo durante la noche. Su sonrisa satisfecha
lo gritaba a los cuatro vientos, no obstante.
—Se cree la madre de todos —rio con ganas, dándole la
razón.
Poco a poco, los hombres fueron llegando y dando la
bienvenida a Alan. Algunos con un pequeño apretón de
manos y otro con un fuerte abrazo, pero Alan estaba
igualmente emocionado por sus muestras de apoyo. Había
intentado comer con ellos en alguna ocasión en aquellas
dos semanas para hablar de su regreso, pero extrañamente,
Duncan lo había requerido siempre en la mesa principal.
Había disfrutado de la compañía, por supuesto, porque
había descubriendo que Anne tenía un lado pícaro que le
estaba gustando bastante, pero como segundo al mando del
laird, debía confraternizar con sus hombres más a menudo.
Eso fortalecería sus lazos y los haría más efectivos en la
batalla. Duncan lo sabía también y por eso no entendía que
se empeñase en tenerlo en la mesa principal, tan lejos de
ellos. Tal vez pensase que compartir tiempo juntos le haría
querer unirse al entrenamiento por las mañanas antes de lo
debido, sin que tuviese en cuenta todas las advertencias de
la curandera, pero Alan era consciente de que debía cuidar
de su pierna si quería recuperarse por completo, así que no
haría semejante estupidez, aunque estuviese deseando
volver a su vida de antes de la herida. A las pruebas se
remitía, ya que no había pisado el campo de entrenamiento
en las dos semanas que llevaba saliendo fuera, ni siquiera
para ver cómo trabajaban. La tentación sería grande, así
que la había evitado alejándose de allí.
—Bien —los miró a todos, uno por uno con ganas de
empezar—. He estado ausente durante bastante tiempo, así
que iniciaremos el entrenamiento como si fuese la primera
vez que...
—Ni se te ocurra —lo interrumpió Connor con un deje de
diversión en su voz—. Todavía recuerdo esa primera vez y
no pienso tener otra igual hoy.
—La primera vez siempre duele, Connor —se burló otro
guerrero, provocando la risa en todos los presentes, por el
doble sentido de sus palabras.
—Pero ya hemos pasado por eso, Angus —le recordó,
siguiéndole el juego—. Ahora debería ser siempre
placentero.
—Eso depende del que se encargue del asunto —rio otro
—. Algunos no lo consiguen, ni practicando todos los días.
—La suerte sería que pudiesen hacerlo todos los días, si
son tan malos —añadió un tercero.
—Yo os daré todo el placer que queráis, no os preocupéis
por eso —intervino Alan, para terminar aquella guerra de
insinuaciones obscenas—. Empecemos ya. Quiero ver
vuestro progreso en mi ausencia.
—Quizá descubras que nuestro laird es mejor jefe de
guardia que tú —rio Connor, sin preocuparse por
ridiculizarlo en público. La confianza era mucha y la
vergüenza escasa—. Y que nos da más placer.
—Quizá deba hacerte trabajar el doble, solo por hablar de
más —sugirió Alan, haciéndolo reír más alto. Y aunque no
hablaba en serio, por un momento, estuvo tentado a
cumplir su amenaza, solo para cerrar la boca a su amigo. 
—Has dicho placer, amigo mío —añadió Connor—. Placer.
—Para mí sería mucho más placentero, amigo mío. Pero
vamos a empezar ya. No quiero perder más tiempo
hablando —y aunque había pasado mucho tiempo sin
entrenar con ellos, todo fluyó con normalidad. Era duro,
pero no los llevaba al extremo, como había hecho su primer
día como segundo de su hermano. Había sabido controlar su
emoción, esta vez, por haber conseguido el puesto y solo
buscaba que diesen lo máximo, dentro de un límite
soportable.
—Parece que tenemos espectadores —le susurró Connor
a media mañana, mientras luchaba contra él en un
entrenamiento por parejas, para probar la resistencia de su
pierna—. Diría que tu regreso ha levantado bastante
expectación entre las mujeres.
Alan miró hacia donde su amigo le indicaba y descubrió a
varias jóvenes observándolos con interés y cuchicheando.
Las conocía a todas, por supuesto, pero se sorprendió a sí
mismo al sentir un atisbo de decepción porque Anne no
estaba entre ellas. Aquella mañana no la había visto todavía
y descubrió, en ese momento, que se había acostumbrado
tanto a su presencia, que la notaba en falta.
—No bajes la guardia —le advirtió a Connor, lanzando un
ataque rápido para demostrarle que lo había hecho, pero en
el fondo, se lo decía a sí mismo también, por estar
pensando en Anne. No podía permitir que pensamientos de
ese tipo pudiesen enturbiar su concentración. Ni siquiera
debería importarle si le interesaba o no, verlo entrenar. La
joven regresaría a su hogar en cuanto su padre pudiese
enviar a un grupo de guerreros para escoltarla y entonces,
su vida volvería a la verdadera normalidad. Dedicaría su
tiempo a entrenar a los guerreros MacKintosh y a disfrutar
de su isla en soledad, como siempre había hecho. Aun así,
su mente se desvió de su objetivo en varias ocasiones,
hasta que decidió dar por terminada la sesión—. Suficiente
por hoy, muchachos.
—Te has vuelto un blando —rio Connor, que a pesar de su
burla, agradecía terminar ya.
—Dame un par de semanas e intenta repetírmelo —lo
amenazó—. Veremos quién es el blando entonces.
Connor palmeó su espalda, antes de alejarse junto al
resto, en dirección al castillo. Alan, en cambio, fue al lago
para bañarse. Lo había tomado ya por costumbre y no se
sentía suficientemente limpio si no se metía en sus frías
aguas. No solo era por sacarse el sudor y el polvo de
encima, sino por darles un descanso a sus músculos
después de tanta actividad. Sin duda, era lo mejor para no
resentirse por los excesos. Cuando hubo terminado, se
dirigió al castillo, dispuesto a dar buena cuenta de su
comida. Estaba famélico, después de haber entrenado toda
la mañana, incluso si se había contenido cada vez que su
pierna empezaba a protestar por el trabajo extra.
Evitando a su hermano, para que no lo llamase a unirse a
él en la mesa principal, fue directo a la que compartían los
guerreros. Una vez entre ellos, alzó la vista para saludar a
su familia de lejos y hacerles notar donde estaba, pero solo
vio a su padre, que lo observaba con enfado. Las últimas
semanas había estado más huraño que de costumbre con
él, pues Anne y él solían evitarlo, para que no intentase
estropear su amistad. Duncan les había advertido sobre el
interés del viejo laird de unir a sus familias y solo cuando
Anne le aseguró que no maquinaría nada con él en su
contra, Alan pudo relajarse lo suficiente como para
continuar yendo juntos a la isla cada día. Puede que la
mirada del viejo laird en ese momento se debiese a que
estaba molesto porque no se había sentado en la mesa
principal junto a Anne. Quizá había pensado que había algo
más entre ellos, al verlos siempre juntos y solo ahora
comprendía que había errado.
—Ni en sueños, padre —dijo en bajo para que nadie más
lo oyese.
Poco después, entró su hermano, acompañado de su
esposa. Sus pasos los llevaron hasta la mesa principal,
parándose a saludar por el camino a muchos de los
comensales. Alan se extrañó al no ver a su hermana y
tampoco a Anne, pero sobre todo, porque su hermano dio
comienzo a la comida sin que hubiesen llegado.
—¿No tienes hambre? —Wallace lo devolvió a la mesa en
la que estaba.
—Podría comerme una vaca entera —dijo, sonriendo. Sin
embargo, su mirada regresó a la mesa principal, en busca
de explicaciones que no llegaron, porque Duncan se limitó a
inclinar la cabeza a modo de saludo, cuando lo descubrió.
—Parece que cierta dama rubia ha decidido no honrarnos
hoy con su presencia —Connor se inclinó hacia Alan para
susurrar—, ahora que has vuelto a la mesa de los guerreros.
¿O ha sido al revés y tú estás con nosotros porque ella no ha
venido?
—¿De qué estás hablando?
—De que últimamente se os veía mucho juntos. A Anne y
a ti —fue Wallace quien respondió—. La gente empezaba a
murmurar que la estabas cortejando, con el consentimiento
de ambos lairds.
—¿Qué? —supo, sin necesidad de preguntar, que esos
rumores los había iniciado su padre—. Anne es una joven
encantadora, pero no tengo ninguna intención de hacerla mi
esposa. Ni a ella ni a ninguna otra.
—No es lo que se oye por el castillo —insistió Connor—.
Aunque yo te he defendido, amigo. Sé que nunca aceptarías
desposarte con ella. Ambos somos espíritus libres.
—En tu caso es porque ninguna te aceptará de buen
grado, amigo —bromeó con él, tratando de no mostrar la
rabia que sentía por los rumores que había esparcido su
padre. Demasiado tranquilo había estado. Debería haberlo
imaginado.
—Muchas lo harían —rio su amigo—. Y estoy seguro de
que alguna aceptaría incluso compartirme, si fuese posible
desposarse con más de una mujer.
—Fanfarrón —murmuró Wallace, mientras fingía comer.
Alan lo miró y sonrió.
—Aunque admito que si la Campbell se interesase por mí
—Connor continuó hablando—, no dudaría en pedir su
mano. Esa mujer es endiabladamente hermosa.
—Para empezar —Alan se puso a la defensiva tras sus
palabras—, se llama Anne. Y para ti, lady Campbell.
Además, merece algo más de respeto por tu parte, Connor.
No es una mujer cualquiera. Es la hija de Archibald
Campbell. 
—Tranquilo, hombre —alzó las manos en señal de
rendición—. No pretendía ofenderla. Disculpa si lo ha
parecido. Sabes que jamás le faltaría al respeto.
—Pues ten más cuidado cuando hablas, Connor —lo miró,
ceñudo—. Un día podrías meterte en líos por no pensar las
cosas antes de decirlas.
Sus amigos se observaron entre ellos, sorprendidos por
aquella reacción tan extraña en él, pero no dijeron nada
más. Ni siquiera cuando el humor de Alan se ensombreció y
apenas participó en las conversaciones con los demás
hombres de la mesa después. 
—Tal vez los rumores no sean tan desacertados, Wallace
—le dijo Connor a su amigo, al ver cómo Alan se dirigía
hacia su hermano, nada más finalizar la comida.
—Aunque le gustase la joven Campbell —respondió el
otro—, es tan orgulloso, que no lo admitirá jamás. Por no
darle la razón a su padre, es capaz de dejarla ir.
—Supongo que alguien tendrá que hacerle ver lo que se
perdería.
—¿De qué estás hablando? —lo miró con los ojos
entrecerrados. Conocía a su amigo y no estaba planeando
nada bueno—. No te metas en líos, Connor.
—Yo no —rio—, porque Alan sabría que planeo algo. En
cambio tú, eres tan discreto y correcto, que no sospecharía
de ti. Así que…
Dejó la frase sin terminar a propósito para que Wallace
digiriese la idea en su cabeza. Y aunque lo había hecho, no
le gustó lo que su amigo insinuaba.
—No pienso fingir interés por ella —le advirtió—. Uno,
dudo que se lo creyese, pues jamás podría ser, en caso de
que me interesase de verdad; y dos, si se entera de que lo
hago para fastidiarlo, quien saldrá perdiendo seré yo. 
—Vamos, amigo mío —le pasó un brazo por los hombros
—. Se trata solo de darle un pequeño empujón en la
dirección correcta.
—Ni siquiera sabemos si le gusta o solo la defendió por
ser quien es —se defendió a sí mismo—. No me arriesgaré.
—En ese caso —miró de nuevo hacia Alan—, habrá que
averiguar primero si le gusta.
—Eres imposible —negó—. Y lo peor es que siempre
acabo cayendo y ayudándote, aunque sepa que es una idea
pésima.
—Los amigos se apoyan, Wallie. 
—No me llames así, Connor —lo amenazó—. Saldrías
perdiendo.
Connor sabía a qué se refería y decidió no tentar a la
suerte. Ya había logrado media promesa de ayudarle, así
que lo dejaría por el momento. Ahora solo necesitaba
averiguar los verdaderos sentimientos de su amigo hacia la
joven Campbell.
—¿Cómo que se ha ido? —Alan abrió los ojos, sorprendido
por la respuesta de Duncan—. Ni siquiera he visto a ningún
Campbell…
—No ha vuelto a su hogar —Duncan sonrió, dispuesto a
burlarse un poco de él, por su interés mal disimulado.
—Entonces no lo entiendo —insistió—. Si no han venido a
por ella y no falta ningún guerrero MacKintosh, ¿con quién
diablos se ha ido? ¿Y a dónde?
—¿Por qué te interesa tanto saberlo? —sonrió— ¿Acaso
no te gusta saber que ya no la verás más?
—No tiene nada que ver con eso —protestó—. Solo me
preocupa su seguridad. Y tú deberías hacer lo mismo. 
—Tranquilo, estará protegida —sonrió de nuevo—. Quizá
más que contigo.
—Conmigo siempre ha estado segura, Duncan. Y lo
sabes. No me vengas con estupideces, eso es cosa de
nuestro padre.
—Cierto —asintió.
—¿Con quién se ha ido? —preguntó de nuevo— ¿Y a
dónde?
—Patrick ha venido esta mañana a buscar a Janet —le
explicó al fin —. Tenía una sorpresa para ella en su nuevo
hogar y Janet le ha pedido a Anne que la acompañase para
mostrárselo. Ya sabes lo entusiasmada que está con la boda
e irse a vivir con él. 
—¿Y las has dejado irse sin más?
—Hasta ahora nunca te ha preocupado que Patrick se
llevase a Janet. ¿Qué ha cambiado? 
—Nada —frunció el ceño al comprender que tenía razón
—. No ha cambiado nada. Patrick sabrá mantenerlas a salvo.
Dicho eso, dio media vuelta y salió de allí con paso
apresurado. Todavía le dolía la pierna, pero había logrado
caminar sin cojear. Sin embargo, en cuanto alcanzó las
escaleras, tuvo que parar un momento para dejar que
descansase. Aquel día le había exigido demasiado ya.
—¿Crees que le ha molestado que Anne se fuese sin
despedirse? —Flora rodeó el brazo de su esposo mientras le
hablaba. Ambos miraban hacia la puerta.
—Es posible que le haya molestado más descubrir que le
molesta que no se despidiese, que el hecho en sí —sonaba
a trabalenguas, pero era una probabilidad bastante
acertada.
—Me gustaría verlo formar su propia familia —suspiró
Flora—, pero me asusta que ayudar a Anne acabe
perjudicándole. Si llegase a descubrir lo que estamos
haciendo...
Duncan la rodeó por la cintura y la apretó contra él.
También él estaba preocupado por si las cosas salían mal,
pero no podía negar que ansiaba ver a Alan con mujer e
hijos. Su hermano había renunciado a un futuro para el que
valía, aunque pensase que no, solo por su padre y no le
parecía justo. Costase lo que costase, no se rendiría hasta
ver a su hermano plenamente feliz.
Disputas y sorpresas
 
Después de cuatro días entrenando con sus hombres, la
pierna parecía estar mucho mejor. Apenas dolía durante los
ejercicios y al tercer día, ni siquiera se resentía del esfuerzo
extra. Por eso, había decidido escabullirse hasta su isla
aquella tarde y practicar un poco con el arco. Lo había
estado posponiendo, esperando a que Anne regresase para
ir juntos, pero según le había oído decir a su hermano en la
comida, todavía podían tardar en volver, por lo que no lo
retrasaría más.
—Hijo —su padre lo llamó, cuando salía del castillo rumbo
al lago. Aunque no le apetecía hablar con él, esperó a que le
alcanzase, regalándole su mejor cara de disgusto, para que
supiese que su presencia no era bienvenida.
—Tengo prisa, padre —le dijo, en cuanto estuvo a su
altura— ¿Qué sucede?
—Últimamente no hemos tenido tiempo para hablar y...
—Y las veces que lo hemos hecho —lo interrumpió—, ha
sido para intentar averiguar si tengo alguna intención de
incluir a Anne en mi futuro más inmediato y de forma
permanente.
—No puedes culparme por tener esperanzas —se
defendió—. Anne es una Campbell y tener a su gente de
nuestro lado sería muy ventajoso para nosotros como clan.
—Vuestros intereses no son los míos, padre, deberíais
saberlo —le dijo, hastiado—. Y no renunciaré a mi libertad
para conseguiros una alianza con los Campbell, ni con
ningún otro clan, dicho sea de paso. Los MacKintosh somos
fuertes y mejoraremos día a día, sin necesidad de que otros
nos estén sosteniendo por detrás.
—No seas pretencioso, Alan. Se avecina una guerra con
Inglaterra —le advirtió— y las alianzas entre clanes serán la
clave para lograr la victoria. El rey lo sabe y por eso se ha
empeñado en concertar tantos matrimonios. Por desgracia
para nosotros, tu hermano Malcolm malgastó su
oportunidad de una gran alianza, con una Cameron, por lo
que...
—¿Que la malgastó? —no le dejó terminar—. Mi hermano
ama a su esposa por encima de todas las cosas. Eso no es
malgastar nada, padre. ¿O la felicidad de vuestros hijos no
cuenta para vos?
—Por supuesto que cuenta. Y también estoy feliz con
Nora ahora.
—Ahora, decís —bufó— ¿Desde que habéis podido
conocerla mejor y habéis visto que es una maravillosa
persona o desde que os ha dicho que os dará un nuevo
nieto que llevará vuestro apellido? Y si es una niña, ¿qué?
¿Seguiréis pensando igual? ¿O Nora ya no os gustará tanto?
—Será un niño —le restó importancia a su comentario—.
Pero aun si resultase ser una niña, podrán seguir
intentándolo. Al menos ya ha demostrado que es fértil.
—Sois un... —ni siquiera sabía cómo llamarlo, pues su
actitud no tenía nombre, así que se limitó a mover las
manos en el aire con impotencia y después lo señaló—.
Algún día os arrepentiréis de lo que le estáis haciendo a
nuestra familia, padre.
—¿Lo que le estoy haciendo? Intento fortalecer a nuestra
familia, a nuestro clan —lo enfrentó—. Y nunca me lo habéis
puesto fácil. Ya estoy mayor y demasiado cansado para
continuar peleando con vosotros. Necesito que los demás
toméis el relevo y hagáis lo que se debe hacer. 
—¿Qué se supone que significa eso?
—Duncan no parece capaz de encintar a su esposa una
vez más. Por suerte su primogénito ha salido niño —
continuó hablando sin escuchar la pregunta de su hijo—.
Lachlan parece feliz de haber renunciado a nuestra familia,
el muy desconsiderado. Como si los Grant fuesen a darle
más de lo que tiene aquí. Jamás. Pero contigo aún tenemos
una oportunidad con Malcolm y contigo. Si decidieses
desposar a...
—Dejadlo ya, padre —lo interrumpió nuevamente. Si
había algo que soportaba menos que hablar de matrimonio
con su padre, era que despotricase contra sus hermanos—.
Nuestras vidas no os pertenecen, así que dejad de actuar
como si lo hiciesen. En cuanto a mí, no habrá boda. ¿Es que
no lo entendéis? 
—He consentido que llevases una vida de perdición
durante años, hijo, ¿acaso es mucho pedir que te sacrifiques
por tu gente? Ni siquiera puedes llamarlo sacrificio, por el
amor de Dios, pues la muchacha es muy hermosa.
—Hay cosas más importantes que la belleza exterior,
padre —le dijo, furioso—, pero no se trata de eso. Sea guapa
o fea, me guste su compañía o no, nunca pediría su mano
por vos. Sabéis que no quiero casarme, pero si llegase a
hacerlo algún día, no sería para cumplir con vuestros
delirios de grandeza y poder vos, sino por deseo propio. No
seré yo quien perpetúe vuestra locura.
—¿Desde cuándo buscar el bien de mi gente es una
locura?
—Desde que lo hacéis por vuestro propio bien, padre. No
queréis alianzas con otros clanes, sino nietos con un gran
linaje detrás, que perpetúen el vuestro. No pienso contribuir
a ello, si puedo evitarlo.
—Te arrepentirás si no lo haces. Ahora tienes una
oportunidad de oro, hijo, pero no estará aquí para siempre
—le gritó, cuando ya se alejaba—. No encontrarás a nadie
mejor.
—Dejadme en paz, padre —le devolvió el grito, molesto
por tanta insistencia. Sin embargo, había algo en lo que no
se equivocaba: Anne destacaba entre todas las mujeres que
había conocido. No solo por su evidente belleza, sino porque
poseía una madurez impropia de su juventud y aun así,
conservaba también un toque pícaro que sabía emplear en
los momentos oportunos. Sin duda, si estuviese buscando
esposa, Anne sería una de sus candidatas. Probablemente,
la que tuviese más posibilidades de todas ellas—. Pero no
buscas esposa, Alan. No dejes que tu padre te envenene la
mente con tonterías.
Sus últimas palabras no fueron más que un susurro que el
viento se llevó lejos, como pretendía que lo hiciesen
también aquellos pensamientos. Sabía que casarse sería
perder contra su padre y no estaba dispuesto a darle
semejante satisfacción. Se alejó con decisión, pisando más
fuerte de lo que debía, pero la pierna supo soportarlo. Por
eso, al llegar a la orilla donde escondía la barca, decidió
echar fuera su enfado, que todavía bullía por sus venas, a
base de ejercicio. Dejó la ropa en la barca y entró en el
agua, dispuesto a llegar a nado a la isla. Además de calmar
su ánimo, le serviría para probar la resistencia de la pierna
también, ahora que parecía estar más fortalecida. Y aunque
los primeros metros fueron bien, cuando la adrenalina
comenzó a descender, cada brazada parecía pesar más;
para cuando alcanzó la orilla al otro lado, estaba
arrepentido de haberse dejado llevar porque la vuelta a
nado sería una agonía. Cojeó hasta la cabaña y buscó algo
con qué cubrir su desnudez, entre las prendas de repuesto
que había ido dejando allí con el tiempo. El frío parecía
crecer a medida que pasaban los días y Alan intuyó que no
tardarían en llegar las primeras lluvias.  No estará aquí para
siempre, aquellas palabras de su padre invadieron su mente
de repente y frunció el ceño, ofuscado. 
—Maldito seas, padre —dijo, yendo a por el arco. Aquello
serviría para mantener fuera la idea que había intentado
meterle en la cabeza, pues para su desgracia, si era con
Anne, el matrimonio le parecía demasiado tentador. Y por
primera vez desde que Anne se había ido con su hermana,
agradeció que no estuviese allí, porque temía cometer
alguna equivocación con ella de la que se arrepintiese más
tarde. Si hubiese sabido que estaba cruzando el lago hacia
el castillo en ese mismo instante, tal vez se habría
preocupado de lo que pudiese suceder.
—Bienvenidas —Duncan salió a recibir a su hermana y a
Anne, con los brazos abiertos y una gran sonrisa en los
labios. Aunque nunca lo había dicho en voz alta, el día en
que Janet se casase y se mudase, sería uno de los más
duros para él. Así como lo había sido la marcha de sus otros
hermanos. Siempre habían estado muy unidos y se habían
ayudado los unos a los otros, en cuanto necesitaban. Sin
embargo, como primogénito del laird, se había sentido más
responsable del bienestar de los demás y se había
preocupado por ellos, sobre todo cuando las discusiones con
su padre subían de tono. En el caso de Lachlan, había
procurado dejar una vía abierta para su regreso a Moy,
aunque sabía que mientras su padre viviese, no lo haría.
Ahora, Janet se marcharía para vivir con Patrick más cerca
de Lachlan y su esposa y él los extrañaría a todos.
—Ya creía que no me la devolverías más —le dijo a
Patrick, al saludarlo—. Todavía me pertenecerá unos
cuantos meses.
—Demasiados para mi gusto —rio él.
—Y para el mío —sentenció Janet, que se abrazó a su
prometido y le sonrió.
—¿Qué te ha parecido el nuevo hogar de mi hermana,
Anne? —no se acostumbraba a decirlo en voz alta, aunque
prácticamente ya fuese un hecho. Al finalizar el invierno,
Janet sería una Grant, le gustase o no.
—Es precioso —Anne sonrió al recordarlo—. El paisaje
espectacular y la gente muy amigable. Si Patrick y ella me
lo permiten, creo que iré a visitarlos a menudo.
—Siempre serás bienvenida —Janet se abrazó ahora a
ella.
—Pues yo tengo noticias también —anunció Duncan—.
Hace unos minutos he recibido una carta de Malcolm
informando de que regresarán en tres o cuatro días, a más
tardar. La reina ya se encuentra mejor, ahora que su
embarazo es más evidente, por lo que les ha dado permiso
para volver, antes de que el mal tiempo se lo impida.
—Eso es estupendo —Anne se alegró—. Tal vez pueda ver
a Nora antes de regresar a mi hogar.
En cuanto terminó de decirlo, toda la alegría que la
noticia le había dado se oscureció por el hecho de que tal
vez, sus planes para conquistar a Alan no fuesen a
funcionar. Había intentado llamar su atención, pero él no
parecía fijarse en ella del modo en que le habría gustado y
su ánimo iba en descenso a medida que pasaban los días y
no conseguía avanzar. Sabía que su padre no tardaría en
enviar a alguien para llevarla a su hogar, pues con el mal
tiempo, los viajes serían más peligrosos, así que pronto
sería imposible verlo.
—No te rindas —le había dicho Janet durante aquellos
días en su nuevo hogar, cuando le comentó sobre sus dudas
—. El día menos pensado, se dará cuenta de que no puede
vivir sin ti.
Pero no estaba tan segura y su corazón enamorado
comenzaba a quebrarse, al comprender que el deseo de
Alan de no ceder ante su padre, era mayor que la necesidad
de casarse. Al final, como había temido cuando comprendió
que le gustaba Alan, acabaría herida por su propia mano y
con la ilusión por los suelos. Pero mientras permaneciese en
Moy, seguiría intentándolo.
—¿Dónde está mi otro hermano? —Janet se encargó de
preguntar por ella—. Ni se despide de mí, ni me da la
bienvenida. Creo que usa la pata mala para no cumplir con
sus obligaciones hacia su hermana pequeña.
—No se ha despedido de ti porque no has querido —le
dijo Duncan divertido—. Y no ha venido a saludarte, porque
ha desaparecido antes de que pudiese saber que veníais.
Que dicho sea de paso, pensé que tardaríais más.
—El tiempo está cambiando —respondió Patrick—. No
quería que nos atrapase alguna tormenta por el camino.
—Voy a echar de menos tus visitas, mi amor —Janet lo
abrazó de nuevo y Patrick aprovechó para besar su
coronilla.
—Pronto pasaremos todo el tiempo del mundo, juntos —le
dijo.
—Entremos —sugirió Duncan—. Debéis estar agotados.
—Yo prefiero estirar las piernas, si no os importa —dijo
Anne—. Me duele todo el cuerpo de cabalgar.
—Estaremos en el salón, por si decides unirte a nosotros
luego —le concedió Duncan.
Anne caminó hasta el lago y lo bordeó, disfrutando de las
vistas. Aunque el hogar de su amiga le había parecido
hermoso, la isla de Moy no tenía nada que envidiarle. Tocó
la superficie del agua con la mano y se estremeció al
comprobar que su temperatura había descendido unos
grados ya. El frío se acercaba inexorable y su marcha
también.
Sin pretenderlo, o tal vez guiada por su subconsciente,
que solía traicionarla a menudo, llegó hasta donde Alan
escondía su barca. Le extrañó encontrarla en su lugar, pues
había supuesto que la desaparición de Alan tenía que ver
con su refugio. Sin embargo, cuando ya estaba dispuesta a
regresar al castillo, vio el fardo de ropa en el interior.
—¿Y esto? —abrió los ojos y sus mejillas se colorearon, al
imaginar a un Alan desnudo, bañándose en el lago, como
aquel primer día que se lo encontró. Lo buscó, temerosa de
verlo en cueros, pero no dio con él. Solo después se le
ocurrió una idea descabellada—. Si se le ha ocurrido ir a
nado hasta su refugio, sé de alguien que no estará nada
contenta.
Dudó entre regresar al castillo o remar hasta la isla. Le
apetecía ir, pero temía lo que fuese a encontrarse. No
recordaba haber visto ropa en la cabaña, así que Alan bien
podía seguir desnudo. Después, pensó en esperarlo junto a
la barca, pero era igual de imprudente que ir, así que
reuniendo toda su valentía, subió a la barca y comenzó a
remar hacia la isla. 
—Si está desnudo —se decía por el camino—, solo tienes
que cerrar los ojos hasta que se vista. Es fácil, Anne, no
tiene por qué pasar nada. Cierras los ojos y le das la
espalda. Ya lo has hecho una vez, puedes hacerlo de nuevo.
Intentaba convencerse, pero con cada palada que la
acercaba a la isla, aumentaban sus nervios. Aun así, estaba
decidida a llegar hasta el final, porque sus ganas de verlo
después de cuatro días, eran mayores que el bochorno que
pudiese pasar. Sin embargo, una vez llegó a la orilla,
permaneció en la barca, reuniendo más valor. Cuando se
sintió preparada, sujetó la ropa de Alan entre los brazos y
salió de la barca. En un impulso, cerró los ojos y se deleitó
con su olor, impregnado en aquellas prendas. Alan tenía un
aroma inconfundible a bosque. No era fácil de explicar, pero
cuando estaba cerca de él, podía imaginarse entre los
árboles, disfrutando del aire puro y la naturaleza.
Caminó en silencio hasta la cabaña, buscándolo y lo
encontró junto a las dianas, practicando con el arco. Por un
momento, se mantuvo oculta, deleitándose con la visión
que ofrecía. Llevaba ropa, por suerte y no tuvo que
avergonzarse, sin embargo, había dejado la camisa a un
lado y pudo admirar cómo se tensaban sus músculos al
lanzar la flecha. Sabía que tenía que anunciarle su
presencia, pero la imagen que se proyectaba ante ella era
tan cautivadora, que solo pudo sujetar con más fuerza la
ropa, por si se le caía de la emoción.
—Debería molestarme porque hayáis usado la barca si mi
permiso para venir —le dijo Alan de repente, sin mirar hacia
ella en ningún momento—, pero como no me apetece
regresar a nado, tendré que agradecéroslo.
—Hola, Alan —respondió, saliendo de su escondite.
—¿Cómo así? —la miró, deteniendo sus pasos de
inmediado— ¿Os vais sin despediros y volvéis con un saludo
tan pobre? Esperaba mucho más de vos, Anne.
—Disculpadme si no cumplo con vuestras expectativas,
Alan —dijo, caminando hacia él de nuevo—, pero...
—Oh, no —la interrumpió, acercándose también a ella—.
De hecho, las cumplís demasiado bien.
—¿Qué? —alzó la vista para mirarlo a los ojos, pero se
topó con él de frente, a escasos centímetros de distancia.
—Os he echado de menos, Anne —confesó, justo antes
de besarla.
Decepcionante
 
Por un momento, cuando el corto pero intenso beso que
Alan le dio a Anne terminó, ambos parecieron igual de
desconcertados ante el inesperado gesto. Anne permaneció
inmóvil, intentando asimilar lo que había pasado, mientras
que Alan retrocedió unos cuantos pasos, sin dejar de
observarla en silencio, con estupor en su mirada. Su ceño se
fruncía más, a medida que comprendía lo que había hecho y
finalmente, le dio la espalda para recuperar el arco, que
había dejado olvidado en su camino hacia ella y así llevarlo
a la cabaña. Ya no le apetecía seguir practicando con él y
menos todavía quedarse a solas con Anne por más tiempo.
Su arrebato lo había complicado todo entre ellos.
Repuesta de la sorpresa inicial, Anne sintió el impulso de
saber qué acababa de pasar y comenzó a seguirlo. No
quería hacerse ilusiones, sobre todo porque Alan parecía
estar huyendo ahora, pero necesitaba saber qué había
significado para él y que pasaría a partir de ese momento.
En sus prisas por no quedarse atrás, tropezó y a punto
estuvo de caerse. Alan se detuvo, sopesando si debía acudir
en su ayuda o no, o eso quiso creer Anne, pero cuando vio
que se estabilizaba, continuó su camino sin decirle nada.
—¿Por... por qué... —vaciló, a pesar de necesitar una
respuesta, cuando le dio alcance— por qué me habéis
besado? 
—¿No es evidente? —su respuesta, dicha en un tono
cortante y sin mirarla, la confundió todavía más. No podía
entender su actitud distante y enfurruñada, si había sido él
quien inició aquel beso. Ella no se lo había pedido, aunque
lo hubiese disfrutado durante el poco tiempo que duró, sin
impedírselo.
—Creed que si fuese evidente, no os lo preguntaría —se
cruzó de brazos, molesta por su indiferencia y abochornada
por recordar cómo había reaccionado su cuerpo al contacto
con los labios de Alan. 
—Sois una mujer hermosa, Anne —dijo, finalmente,
mirándola con un brillo en los ojos que no supo identificar,
pero que no le gustó — y vuestra compañía me agrada
bastante. Solo pretendía daros la bienvenida y me pareció la
mejor manera. O debería decir que la más interesante. No le
deis más importancia de la que tiene, Anne. Solo ha sido un
beso entre amigos.
—¿Besáis de esta forma a todos vuestros amigos? —no
podía creer semejante mentira.
—Con alguna amiga he hecho más que besarnos —la
azuzó, con la sonrisa en los labios, para que le molestase
todavía más.
—Es como un juego para vos —lo acusó, dolida, al
comprenderlo—. Consideráis a las mujeres un simple
entretenimiento. ¿Acaso no os importa lo que sentimos o
pensamos? ¿Creéis que podéis ir por la vida usándonos en
vuestro beneficio cuando os apetece y luego desecharnos
sin más? ¿Sin consecuencias?
—Lo que yo haga con las mujeres o lo que me dejen
hacerles, no es de vuestra incumbencia, Anne —se acercó a
ella para hablar. Parecía estar a la defensiva—. Os he dado
ese beso porque me apetecía, pero si tanto os ha
desagradado, dejad de seguirme a todas partes y así os
evitaréis más disgustos de aquí en adelante.
Cada palabra dolía más que la siguiente y Anne supo,
entonces, que Alan jamás cambiaría de opinión en cuanto al
matrimonio. Había tenido la esperanza de que lo hiciese si
conocía a la mujer adecuada, pero se había equivocado. O
tal vez, el problema era ella. Tal vez no era esa persona.
Apretó la mandíbula con fuerza para controlar sus
emociones y alzó la barbilla, orgullosa, a pesar de que por
dentro se estuviese rompiendo en pedazos.
—Deberíais haberme dicho que os molestaba mi
presencia —habló con frialdad, para demostrarle que sus
palabras no le habían afectado, aunque lo hubiesen hecho
—. Me habría evitado perder el tiempo con vos.
—¿Perder el tiempo conmigo? —alzó una ceja— ¿Es que
pensabais que esto significaba algo más profundo? Anne,
sois una ingenua. Enseñaros a usar el arco solo ha sido una
distracción para mí, mientras mi pierna no se curaba. No es
que me moleste vuestra presencia, sois un gusto para la
vista y no me quejaré si estáis cerca, pero ahora tengo
cosas más importantes que... 
—No es necesario que añadáis nada más —lo interrumpió
—. Ya me ha quedado clara vuestra postura. No os
preocupéis, no volveré a molestaros. 
Dicho aquello, Anne se dio la vuelta y comenzó a
desandar el camino hacia la barca. Solo podía pensar en
regresar al castillo, antes de que Alan descubriese que le
había partido el corazón con su actitud indiferente y
déspota. Creía que había avanzado en la conquista de su
corazón y que aquellos días separados le darían una pista a
Alan sobre sus sentimientos hacia ella, pero al parecer, no
había salido como esperaba. Aquel hombre tenía tan metido
dentro de él que no se casaría para no darle la razón a su
padre, que no veía más allá de eso. O no se permitía
hacerlo.
—No llores por él, Anne —se reprendió, pisando fuerte,
como si así pudiese controlar sus emociones—. Sabías que
era difícil. Tú te lo has buscado por pensar que podrías
enamorarlo. Las personas no cambian.
Pero a pesar de todo, no pudo evitar que una solitaria
lágrima escapase a su control y la limpió con rabia,
deseando que aquel gesto se llevase también lo que sentía
por Alan. Porque se había enamorado. Tal vez hubiese
empezado aquella aventura con un poco más curiosidad
que de sentimientos reales para ver hasta dónde le llevaba
lo que Alan despertaba en ella, pero al final, el hombre se
había ganado su corazón poco a poco, casi sin que se diese
cuenta. Aquellos días en la futura casa de Janet le habían
abierto los ojos. Había caído en su propia trampa y ahora no
se creía capaz de vivir sin que Alan formase parte de su
vida. Sin embargo, él le había demostrado que cambiar a la
gente no era tan sencillo como entregarle su amor y esperar
que solo por eso le correspondiese. Tal y como le había
dicho, había sido una ilusa al pensar que lo que habían
compartido tenía algún significado especial para él.
—Estúpida —se dijo, empujando la barca hacia el agua,
antes de entrar en ella.
—¿Qué estáis haciendo? —Alan la increpó en la distancia,
cuando ya comenzaba a alejarse de la isla.
—Lo que vos queríais —le gritó—. Dejaros en paz.
—Esa barca es mía —la acusó.
—No os preocupéis, no pienso robárosla. La dejaré donde
estaba, en cuanto alcance la orilla —después de un par de
remadas más, añadió—. Por cierto, vuestra ropa se ha
quedado ahí, lo lamento.
No había pretendido vengarse de él por sus duras
palabras, sino que en su huida desesperada, se había
olvidado la ropa y ahora era consciente de ello. Viendo cuán
enfadado parecía Alan, no tenía intención de regresar, ni a
por la ropa ni a por él.
—Anne —gritó, más furioso todavía—. Volved ahora
mismo. ¿Cómo se supone que regresaré?
—Como habéis llegado —sentenció ella—. A nado.
—Volved —la exhortó, creyendo que claudicaría, pero al
ver que no lo haría, lanzó un grito frustrado y dio una fuerte
patada al suelo—. Maldita sea, Anne. No me dejéis aquí.
Por un momento, la joven creyó notar una súplica en su
petición y sopesó el volver, pero le preocupaba que al estar
tan enfadado con ella, decidiese dejarla allí, como
represalia, así que continuó remando, regalándole una
disculpa con la mirada.
—Anne —la llamó una última vez antes de comenzar a
desnudarse.
Anne cerró los ojos, absolutamente avergonzada al verlo
y remó a ciegas, rogando para no desviarse de la ruta. Su
corazón latía a un ritmo acelerado y su respiración se volvió
errática. ¿Es que se había vuelto loco? ¿Cómo pensaba
volver al castillo sin ropa? O peor todavía, pues si le daba
alcance y alguien los veía, no habría forma de evitar un
matrimonio forzado. Y aunque Anne ansiaba que fuese su
esposo, no quería conseguirlo así, aunque la culpa fuese
suya por nadar desnudo.
—¡Oh, dios mío, oh, dios mío, oh, dios mío! —repetía una
y otra vez, hasta que la barca golpeó contra algo. Le había
dado tanto ímpetu, que casi se cayó por la borda con la
brusca frenada. 
Torció la cabeza para mirar por encima del hombro y
descubrió, con alivio, que había llegado a la otra orilla. Se
había desplazado unos metros, al cerrar los ojos, pero logró
salir de la barca sin caerse al agua y la abandonó allí. Por
nada del mundo perdería tiempo en arrastrarla hasta su
escondite original, con un Alan desnudo a punto de
alcanzarla. En cuanto se aseguró de dejarla bien amarrada,
corrió en dirección al castillo sin mirar atrás.
—Anne —Janet la llamó desde el gran salón, pero fingió
que no la había oído, pues no quería estar allí cuando Alan
apareciese tal y como había venido al mundo. Subió las
escaleras y se encerró en su alcoba. Poco después escuchó
golpes en la puerta—. Anne, soy yo. Abre, por favor.
—Vete, Janet —la dispensó—. Quiero descansar.
—¿Qué pasa? —insistió—. Abre y hablaremos.
—Estoy bien. Vete.
—No pienso irme a ninguna parte.
¿Por qué los MacKintosh tenían que ser tan
desesperantes hasta cuando iban de buenas? Abrió la
puerta, tiró de su amiga hacia el interior y cerró de nuevo
con rapidez. Su rostro estaba rojo, no solo por la carrera y
su corazón todavía latía desacompasado. Janet la observó
con curiosidad y algo de preocupación y Anne se derrumbó.
Se abrazó a ella y comenzó a llorar.
—He sido tan estúpida, Janet —sollozó en sus brazos,
mientras su amiga le acariciaba la espalda en un gesto
conciliador—. Tanto...
—¿Qué ha pasado? —le preguntó, después, cuando vio
que estaba más tranquila. La alejó de ella para poder
mirarla a los ojos—. Has ido a ver a Alan, ¿verdad? ¿Ese
imbécil te ha hecho algo? Si te ha...
—Me besó —la interrumpió.
—¿Qué?
—Me dijo que me había echado de menos y me besó —le
explicó con rapidez—. Pero después de hacerlo se arrepintió
y dijo cosas horribles. Dijo que solo había sido un impulso
porque le parezco muy guapa y que no había significado
nada para él. 
—Maldito cabezota —la abrazó de nuevo—. No te
preocupes, Anne. Lo solucionaremos.
—No podremos —negó—. Está muy enfadado conmigo.
Después de eso, regresé al castillo, pero le... le compliqué la
vuelta a él.
—¿Cómo que le complicaste volver? ¿Lo has encerrado
acaso?
—Algo así —asintió porque a pesar de todo, no quería
desvelar el lugar exacto donde Alan iba cada vez que
necesitaba estar solo. Se había sentido especial cuando se
lo mostró, pero ahora sabía que solo lo había hecho para
poder acudir él, mientras su pierna no se curaba. Nuevas
lágrimas amenazaban con salir.
—Se lo merece, por patán —sentenció Janet— ¿Cómo
puede estar tan ciego? 
—No, Janet —la detuvo—. Yo he sido la ciega. Lo que pasó
fue culpa mía, por creer que sentía algo por mí. Me hice
ilusiones yo sola, porque él jamás me alentó a pensar que
hubiese algo más entre nosotros.
—Pero yo sé que le gustas.
—No lo suficiente, al parecer —se encogió de hombros.
—No te rindas todavía, Anne. Al menos mientras estés en
Moy. Encontraremos la forma de abrirle los ojos a mi
hermano.
—¿Y si ya los tiene abiertos? 
—¡Oh, Anne! —le acarició la mejilla, al comprender lo que
sucedía—. Tú lo amas.
Todavía no se sentía preparada para admitirlo en voz alta,
por lo que se encogió de hombros. Janet sonrió y le dio un
abrazo corto pero cargado de cariño.
—Solo una mujer realmente enamorada sería capaz de
dejar ir al hombre que ama —insistió.
—No puedo obligarle a estar conmigo.
—Deberías hacerlo.
—No quiero a un Alan rencoroso a mi lado. Si no es él
quien da el paso, entonces me quedaré soltera.
—¿Para siempre?
—Hasta que mi padre me obligue a desposarme con
alguien de su elección —sentenció apesadumbraba. Sabía
que su padre le daría tiempo para decidir por sí misma, pero
llegado el momento, no le permitiría permanecer soltera.
Salvo que consagrase su vida a Dios, algo a lo que no
estaba dispuesta.
—Ni se te ocurra rendirte todavía —la animó—. Tenemos
tiempo para hacer que mi hermano se arrepienta de haber
sido brusco contigo. Por ahora, vamos a arreglarte para que
deslumbres a todos con tu belleza esta noche. Sé que
prefieres que te admiren por tu mente, pero si mi hermano
ha dicho que solo eras belleza, le daremos rizos rubios y
ojos azules para que no pueda dejar de mirar para ti. Le
demostraremos que no te importa lo que te ha dicho
después del beso. 
—Si no hay más remedio —a pesar de su tono afligido, la
sonrisa desmentía que se sintiese así. Hacía tiempo que no
se preparaba con esmero y pensó que eso le ayudaría a
recuperar la confianza que había perdido aquella tarde en la
isla.
—Será divertido —aplaudió.
—Pero tú también te arreglas —la avisó. No quería ser la
única en bajar con uno de sus mejores vestidos, pues solo la
haría parecer más engreída y altanera.
—Por supuesto —asintió y de repente, su mirada se
iluminó por lo que se le había ocurrido—. Avisaré a Flora
para que también se prepare, seguro que le apetece. 
—Cada vez me gusta más la idea.
—Conozco a unos muchachos del pueblo que tocan
instrumentos. Si convencemos a Duncan de que me deje
invitarlos, podríamos organizar un baile. Le diré que es en
honor a mi prometido y no se negará. Además, puedo ser
muy persuasiva si quiero —siguió haciendo planes y su
entusiasmo era tan contagioso, que incluso Anna terminó
sonriendo, emocionada. Un baile era justo lo que necesitaba
para distraer su mente y no seguir pensando en Alan y en
su rechazo después del beso.
Por suerte para ella, no se toparon con Alan en ningún
momento mientras lo organizaban todo. Ni siquiera cuando
persiguieron a Duncan por todo el castillo hasta que accedió
a sus demandas. 
—Solo porque te he echado de menos, Janet —le dijo,
sonriendo al ver cómo su hermana pequeña saltaba y
aplaudía emocionada—. Y para que sepas lo que te perderás
una vez te vayas con Patrick.
—Patrick es más fácil de convencer, hermano —se burló,
antes de abrazarlo con efusividad—. Yo también te echaré
de menos, pero prometo venir de visita siempre que pueda.
Ya había anochecido, cuando los invitados comenzaron a
llegar. Janet y Anne los observaban desde lo alto de las
escaleras, pues la primera había decidido que debían entrar
cuando estuviesen todos sentados, para causar más
sensación. Anne no estaba tan convencida de querer llamar
tanto la atención y menos después de ver a Alan junto a sus
amigos, cerca de la puerta. Se veía muy relajado y
despreocupado, todo lo contrario a lo que sentía ella en ese
momento. Su corazón parecía dispuesto a echar a correr y
necesitó de toda su fuerza de voluntad para no meterse en
su alcoba y esconderse del mundo hasta que su padre
enviase a sus hombres a por ella.
—Llegó la hora de deslumbrar, amiga mía —Janet le
apretó ambas manos y sonrió—. Demuéstrale a mi hermano
lo que se perderá por estúpido.
—Estoy tan nerviosa, que tengo miedo de tropezar y caer
delante de todos.
—No te preocupes —Janet enlazó sus brazos y la obligó a
caminar con ella hacia la sala, que ya bullía de actividad—,
yo te sostengo. Además, si te caes, me caeré contigo y
empezaremos una nueva moda. Todas las mujeres querrán
hacer lo mismo al llegar a un baile.
La risa de Anne reverberó por la sala y muchos ojos se
posaron en ellas. Sin embargo, las jóvenes eran ajenas a lo
que su llegada estaba causando, tan entretenidas estaban
hablando entre ellas.
Al llegar a la mesa principal, Anne sintió un escalofrío y
miró a su alrededor, tratando de identificar el peligro. Al
final, se topó con unos ojos verdes que no presagiaban nada
bueno.
Celos
 
Janet se ocupó de mantener a Anne entretenida, para que
no pensase en las miradas que Alan le enviaba de vez en
cuando, desde el otro extremo de la sala. Compartieron con
Duncan y Flora algunas anécdotas divertidas de su corta
pero fructífera estancia con Patrick, lo que les arrancó
carcajadas a todos en más de una ocasión, para mayor
enfado de Alan.
—Te compadezco, Patrick —le dijo Duncan, todavía
sonriendo—. No ha debido ser fácil mantenerlas a raya.
Cuando Janet se empeña, puede llegar a ser demasiado
activa para su propia seguridad.
—Mi única preocupación era que se hiciesen daño —le
respondió. Después de pasar aquellos días en su futuro
hogar, Anne estaba convencida de que el hombre tenía una
paciencia infinita y unos nervios de acero—. No querría
devolvéroslas hechas un desastre.
—Si me hubiese hecho daño, amorcito —Janet apoyó la
cabeza en su brazo—, habrías podido quedarte conmigo
más tiempo.
—¿Esa era tu intención siendo tan temeraria? —ni
siquiera estaba enfadado por todas las locuras que Janet
había hecho con Anne.
—Pero tú siempre estabas ahí para recogerme —hizo un
puchero encantador, que se ganó una caricia de su
prometido. Aunque estaba permitido que se besasen,
Patrick solía ser muy discreto con eso. Tal vez porque la
había visto crecer y en sus primeros años se había
acostumbrado a pequeños gestos de cariño, pero sin
ninguna carga emocional más intensa, por su corta edad.
—Y siempre lo estaré, amor —le prometió.
—Te amo —le respondió Janet, emocionada. 
Anne no pudo evitar suspirar al verlos tan enamorados,
mientras su mirada se desviaba hacia el hombre que le
quitaba el sueño. Ella quería lo mismo, pero parecía que
Alan no estaba dispuesto a dárselo, lo que le partía el
corazón. Y la culpa era solo suya, por haberse hecho
ilusiones.
—Todo llegará —le dijo su amiga en un susurro, al ver
hacia dónde miraba—. Ten paciencia.
Pero Anne ya se había resignado a perder. Aquella noche,
Alan le estaba demostrando que la amistad que había
nacido entre ellos se había esfumado después de su
discusión por el beso. Cada vez que sus miradas se habían
cruzado, la del hombre bullía de ira. Todavía le guardaba
rencor por haberlo abandonado en la isla. Y también ella se
sentía mal, porque sabía que su pierna no estaba del todo
repuesta. Le había obligado a forzarla de más y temía que
recayese por su culpa.
—Tú conoces a tu hermano mejor que yo —le dijo a su
amiga—, pero dudo que esto se pueda arreglar ya.
—No lo sabremos si no lo intentamos —sugirió ella.
Anne miró una vez más en dirección a Alan, pero esta vez
no fue su mirada con la que se encontró, sino con otra más
tímida y discreta. Wallace, el rubio amigo de Alan, la estaba
observando e inclinó la cabeza a modo de saludo cuando vio
que ella lo había descubierto. Sin saber cómo reaccionar, le
devolvió el gesto. Ese pequeño intercambio hizo gruñir a
Alan, que obligó a Wallace a apartar la mirada, no sin antes
regalarle una sonrisa. Cuando, horas más tarde, dio
comienzo el baile y Wallace se acercó a ella con paso
decidido, Anne temió lo que pudiese pasar.
—¿Me concedéis este baile, lady Campbell?
—Será un placer —sus modales le impedían negarse, a
pesar de la fría mirada de Alan sobre ellos.
—Debo admitir —minutos después de iniciar la canción,
Wallace comenzó a hablar, un tanto incómodo— que no
estoy haciendo esto por gusto, lady Campbell.
—Podéis llamarme Anne —respondió ella— y no sé cómo
tomarme vuestras palabras, Wallace.
—No pretendía ofenderos, Anne —se apresuró a
disculparse, al comprender que había elegido mal el inicio
de la conversación—. Sois una mujer muy bella, pero tengo
otro tipo de gustos.
—De acuerdo —ahora estaba más perdida que al
principio—. No sé qué decir ante eso.
—No, no. No ese tipo de gustos —sus orejas ardían de
vergüenza—. No me refería a eso, por dios. Quería decir...
que me gustan otro tipo de mujeres. Bueno... no es que
vuestro tipo tenga nada de malo, pero no podría... yo no...
—¿Y de qué tipo exactamente soy yo? 
—Del tipo inalcanzable para mí —dijo, intentando no
tartamudear —. Quiero decir... vuestro padre nunca
permitiría que vos y yo... bueno... sabéis a lo que me refiero.
—¿Mi presencia os pone nervioso, Wallace? —no podía
haber otra explicación para sus desvaríos.
—No es vuestra presencia quien lo hace —negó—, sino lo
que debo hacer a continuación.
—¿Y qué es eso? —si hubiesen mantenido aquella
conversación en otro lugar, estando a solas, se habría
preocupado mucho por su seguridad.
—Connor está convencido de que Alan siente algo por
vos, pero que no lo admitirá nunca —dijo de corrido para no
volver a meter la pata—, así que quiere que le dé un
empujón en la dirección correcta.
—Comprendo —aunque no estaba tan segura de eso, si
sus amigos lo pensaban, tal vez todavía había esperanzas
para ellos—. Y cree que bailar conmigo es el empujón que
necesita Alan. ¿Es eso?
—Con frecuencia —le explicó, ya más tranquilo—, los
hombres nos damos cuenta de lo que queremos, solo
cuando creemos que podemos perderlo.
—Pues os agradezco la ayuda, Wallace —dijo con todo el
aplomo que pudo reunir—, pero me temo que Alan no me
quiere. Me lo dejó muy claro esta mañana, así que vuestros
esfuerzos serán en vano.
—¿Estáis segura? Porque ahora mismo me está mirando
como si quisiese arrancarme los brazos.
—¿Qué?
—No —Wallace la detuvo—, no miréis ahora o se dará
cuenta de que tramamos algo.
—Wallace, de verdad que os agradezco el gesto y sobre
todo, que hayáis sido sincero conmigo al contármelo, pero
no quiero que esto pueda interferir en vuestra amistad con
Alan. Si algo saliese mal y...
—Hemos pasado cosas peores —la interrumpió, sonriendo
—. Como mucho, acabaré con algún golpe en el cuerpo,
pero nada que el tiempo no cure.
—Por Dios —abrió los ojos escandalizada—. Alan no sería
capaz de eso. ¿O sí?
—Por cómo nos mira ahora mismo —repitió—, es posible
que sea capaz hasta de romperme algún hueso. 
—Debemos detener esto, no quiero que os haga daño.
—Poca fe tenéis en mí, mi señora —parecía dolido por sus
palabras —. Puedo defenderme de él. Además, si Connor se
entera de que os he contado el plan, será él quien me
golpee, así que tendréis que seguirme el juego para no
recibir dos palizas en el mismo día.
Sabía que estaba intentando hacerla reír, pero lo único
que logró fue sacarle una sonrisa automática. Ahora que
había escuchado el plan de sus amigos, se sentía más
nerviosa que nunca porque no quería que su relación se
viese envilecida por ayudarle a abrir los ojos. Sobre todo si
ya los tenía abiertos.
—¿Por qué me lo habéis dicho? —sentía curiosidad—.
Podíais haber fingido que os interesaba de verdad. Tal vez
fuese más creíble.
—Hay una joven que me gusta —le explicó, de nuevo
azorado— y no quiero que piense que estoy interesado en
vos. La he estado rondando durante varios meses y ha sido
muy desconfiada con mis sentimientos en todo momento. Si
se entera de esto, podría no querer saber nada más de mí.
—¿Qué diferencia habrá en que yo sepa el plan?
—Bueno, si conseguimos el objetivo, me gustaría pediros
un favor a cambio. Ella no está aquí esta noche, así que no
tiene por qué enterarse, pero si llegase a sus oídos...
—Queréis que hable con ella y le explique lo que está
pasando —terminó por él.
—A vos os creería porque os tiene en alta estima.
—¿A mí? —frunció el ceño.
—Es Eleanor.
Anne reconoció el nombre de inmediato, pues era la
joven que le solía ayudar con su ropa cuando lo necesitaba.
Podía entender por qué Wallace se había fijado en ella, pues
era una joven muy hermosa y alegre. Y muy voluntariosa
también. 
—Os prometo que hablaré con ella.
—Muchas gracias —su sonrisa resultó deslumbrante y
Anne pensó que Eleanor era afortunada por haberse ganado
el corazón de aquel hombre.
La canción terminó al mismo tiempo que su conversación,
pero Wallace decidió no alejarse de ella, siguiendo con el
plan de abrirle los ojos a su amigo. Conversaron durante
unos minutos más, antes de que otro MacKintosh le
solicitase un baile a Anne. Y después de eso, durante las
dos siguientes horas, estuvo muy entretenida aceptando la
invitación de más hombres, además de bailar con Wallace
en otras dos ocasiones. Para cuando terminó la velada, Alan
había desaparecido hacía tiempo.
—Supongo que no ha servido de nada —le dijo a Wallace
después de su último baile, justo cuando descubrieron que
ya no estaba.
—Yo creo que ha sido más bien todo lo contrario, Anne.
Tal vez ambos deberíamos tener cuidado cuando salgamos
del salón. Estoy seguro de que hablará con uno de los dos,
al menos.
Anne no dijo nada, pero en su fuero interno esperaba que
fuese con ella. Seguía pensando que poner celoso a Alan
con uno de sus mejores amigos no era una buena idea, así
que al menos, esperaba que su enfado se dirigiese solo a
ella. Tal vez por eso, decidió que se retiraría en primer lugar.
Si Alan estaba al acecho, que se desahogase con ella.
—No puedes irte —insistió Janet, cuando se despidió de
ella.
—¿Por qué no? El objetivo de este baile era divertirme y
que Alan lo viese, ¿no? Pues Alan ya no está, así que no
tiene sentido que me quede cuando ni siquiera me divierto
—le había prometido a Wallace que no le contaría a nadie
más que a Eleanor el plan y eso trataba de hacer.
—Oh, Anne. En estos momentos me avergüenzo del
hermano que tengo —la abrazó.
—No lo hagas. Él fue claro desde el principio, la culpa ha
sido mía por no escucharlo.
Se despidieron nuevamente y salió del salón con paso
cansado. No solo por el baile, sino por lo que su corazón
empezaba ya a asumir. Aquella había sido su última
oportunidad de recuperar lo que había tenido con Alan y
había fracasado estrepitosamente. Aunque había rogado en
más de una ocasión para que su padre se retrasase en ir a
buscarla, ahora lo hacía para que apareciese mañana
mismo y se la llevase de regreso a su hogar. Solamente
volver a ver a Nora y a Malcolm la hacía dudar sobre
marcharse de inmediato. Quería ver cuánto le había crecido
el vientre a su amiga y quería desearle toda la suerte del
mundo con su nueva vida, antes de abandonar Moy para
siempre. No pudo evitar que las lágrimas, largamente
retenidas, se escabullesen, ahora que nadie la veía, por sus
mejillas. 
—Vuestro padre jamás aceptará a Wallace como
candidato para su primogénita —la voz de Alan a sus
espaldas la sobresaltó.
—¿Y a vos qué os importa eso? —no quería darse la
vuelta porque odiaba la idea de que la viese llorando. Se
limpió discretamente las mejillas, pero nada podría hacer
por borrar la evidencia en sus ojos.
—Solo lo decía por si habíais puesto vuestras esperanzas
ahora en él.
—Lo que yo haga con los hombres o lo que les deje hacer
—usó sus propias palabras en su contra, enfadada— no es
asunto vuestro, Alan. Si tanto os ha desagradado verme
bailando con Wallace, dejad de seguirme con la mirada todo
el tiempo y os evitaréis...
—Ni se os ocurra terminar esa frase —la detuvo,
sujetándola por el brazo para darle la vuelta—. No sois
digna de... ¿estáis llorando?
—Qué os importa lo que haga —repitió, más enfadada
ahora que lo había descubierto—. Me habéis dejado claro
que no soy nada para vos, así que ahora sed fiel a vuestras
palabras y haced como que no existo.
Se giró hacia su alcoba y abrió la puerta con prisa para
que Alan no pudiese detenerla. Sin embargo, al ver que no
lo había hecho, su corazón se rompió un poco más. Al
parecer, solo ella había sentido que algo especial estaba
naciendo entre ellos.
Alan permaneció inmóvil, observando la puerta por la que
había desaparecido Anne, dudando entre llamar o
marcharse. Verla llorando le había afectado más de lo que
había esperado y en el fondo, temía que la razón de sus
lágrimas fuese él. Se había portado como un canalla con
ella después del beso y sabía que se merecía el desplante
que le había hecho, dejándolo en la isla, pero no había sido
capaz de detener su lengua. La conversación con su padre
le había hecho ver a Anne como algo más que una mujer
hermosa con la que pasar el tiempo y el beso había sido
consecuencia directa de aquello. Maldijo a su padre por
haberlos puesto en aquella tesitura y al final, abandonó el
castillo, con la intención de pasar la noche lo más lejos
posible de ella.
En su camino, se topó con Connor y Wallace, que
regresaban a los barracones y sin pensárselo demasiado, se
acercó a ellos. En un primer momento, su intención había
sido iniciar una pelea con su rubio amigo, pero al llegar a su
altura, solo se interpuso en su camino.
—Ella no es para ti —le advirtió—. Su padre jamás lo
permitiría.
—Al parecer, tampoco es para ti —fue Connor quien
respondió.
—Tú no te metas. Esto no va contigo.
—Ni contigo, en realidad —dijo Wallace con calma—. Lo
que pase entre Anne y yo solo nos corresponde decidirlo a
nosotros, Alan. No tienes nada que decir al respecto.
—Sé lo que intentáis y no funcionará —los señaló a
ambos después de estudiar sus rostros—. Y tú, Wallace, ni
se te ocurra jugar con sus sentimientos o lo pagarás caro.
—Aplícate el cuento —todavía recordaba lo disgustada
que estaba por culpa de su amigo y se sintió en la
obligación de defenderla—. No sé qué le has hecho, pero
esta noche estaba muy disgustada por tu culpa.
Alan pensó en las lágrimas que bañaban el rostro de
Anne tan solo unos minutos antes y frunció el ceño. Suponer
que era por su culpa y saberlo con certeza eran cuestiones
bien diferentes. Quiso replicarle a su amigo, pero en el
último momento decidió dejarlo estar y marcharse sin
añadir nada más.
—¿No nos habremos pasado con todo esto? —preguntó
Wallace a Connor, mientras veían cómo regresaba al
castillo.
—No tengo ni idea, Wallace. Puede que sí —dudó—.
Jamás lo había visto así. Tal vez me haya equivocado al
pensar que sentía algo más que amistad por ella.
Si alguien les hubiese dicho que se pasaría la noche
frente a la puerta de la alcoba de Anne, intentando decidir si
entrar o no, se habrían reído de él. Pero eso fue
precisamente lo que hizo hasta el amanecer: luchar consigo
mismo frente a aquella puerta, sin llegar a decidirse sobre lo
que quería y lo que debía hacer.
El regreso de Nora
 
—Anne, Anne —Janet entró en su alcoba como una
exhalación y se lanzó sobre su cama para despertarla—.
Arriba, dormilona. Nora no tardará en llegar.
—Pero que... espera... ¿Nora? —se incorporó tan rápido
que acabó golpeando la frente de su amiga en el proceso.
—Ay —protestó Janet, frotándose la zona maltratada.
—¿Has dicho que Nora ya viene?
—Estoy bien, gracias por preocuparte.
—Sí, perdona —movió la mano frente para restar
importancia a lo que había pasado— ¿Has dicho que Nora
ya viene?
—Han enviado a alguien para avisar de que llegarán a la
hora de la comida —saltó en la cama, entusiasmada,
moviéndola a ella en el proceso—. Tengo tantas ganas de
verlos, que ensillaría un caballo y cabalgaría a su encuentro
si Duncan no me encerrase después en mi alcoba por lo que
resta del día, por salir sin escolta.
—Yo te acompañaría —ver a Nora era una necesidad para
ella en ese momento. Su corazón se aligeró al pensar en su
amiga. Con Nora y Janet a su lado, todo iría mejor, estaba
segura—. Cuánto la he echado de menos.
—Solo porque yo también lo he hecho —la señaló—, no
me tomaré eso como una ofensa.
—Pero es que no es una ofensa, Janet —se tiró encima de
ella y le hizo cosquillas—. A ti no puedo echarte de menos
porque te he tenido a mi lado todo el tiempo. Ya lo haré
después.
—Basta, Anne —se reía al mismo tiempo que intentaba
sacársela de encima—. Harás que me orine encima.
—Ni en broma —rio, liberándola—. Es mi cama.
—Vamos, vístete —tiró de ella para sacarla de la cama—.
Seguro que si subimos a las almenas podremos verlos llegar
en la barca.
—Ya voy, ya voy. Cuánta prisa —a pesar de sus protestas,
también estaba emocionada por poder ver a su amiga de
nuevo.
Cuando subieron a las almenas para esperar a su amiga,
el frío las golpeó de lleno, haciéndolas conscientes de que el
verano se estaba terminando. Anne sabía que su tiempo en
Moy también era escaso ya y aunque por un lado le
apenaba no ver en mucho tiempo a sus amigas, por otro
estaba deseando marcharse. Ya no se sentía cómoda,
estando Alan cerca porque no sabía cómo actuar ante él
ahora. Agradeció no habérselo encontrado en su carrera
hacia la muralla, pues habría resultado muy embarazoso.
Hasta que analizase sus sentimientos en profundidad y
tomase una decisión, prefería no tener que enfrentarlo.
—Estoy casi tan nerviosa como cuando sabía que Patrick
venía a verme y subía aquí para esperarlo —le dijo Janet,
casi saltando en el sitio y con una enorme sonrisa en los
labios.
—Yo también quiero verla ya —le devolvió el gesto,
contagiada de su entusiasmo—. Ya se le debe notar el
embarazo.
—¡Oh, dios! —se llevó las manos a la boca—. Es verdad,
no lo había pensado. 
—Bueno —su voz sonó triste—, tú al menos podrás ver
cómo le va creciendo la tripa. Yo tendré que conformarme
con verla ahora.
—No quiero que te vayas —la abrazó, apoyando la cabeza
en su hombro—. Te voy a echar tanto de menos.
—Y yo a ti —admitió—, pero no podré quedarme mucho
más. Estoy segura de que mi padre vendrá a por mí antes
de que llegue lo peor del mal tiempo. Ya me ha permitido
quedarme más de lo que habría esperado nunca.
—Si cierto patán que las dos conocemos abriese los ojos
de una vez —suspiró Janet—, no tendrías que irte jamás.
—Él tomó su decisión mucho antes de conocerme —dijo
Anne—. Pensé que podría hacerle cambiar de opinión y por
un momento creí que lo había logrado, pero me equivoqué.
Su deseo de no complacer a su padre es mayor que lo que
pueda sentir por mí. Aunque ambos salgamos perdiendo,
seguirá creyendo que gana y contra eso no se puede hacer
nada.
Decirlo en voz alta le dio una perspectiva más realista de
aquella situación. Sabía que no se había engañado al pensar
que sentía algo por ella, pero había subestimado la fuerza
con que Alan se negaba a darle a su padre lo que quería.
Podía seguir insistiendo y tal vez lograse ganarse algún
beso más de Alan, pero al final, su decisión de no casarse
ganaría siempre. Y no quería arriesgarse a enamorarse más
de lo que ya lo estaba. El dolor de la decepción le partiría el
corazón en mil pedazos.
—Tal vez un buen golpe en la cabeza —sugirió Janet,
haciéndola reír—. Es que me da mucha pena que se vaya a
perder algo tan maravilloso como es el amor solo por su
tozudez. 
—No puedes obligar a una persona a amarte, Janet.
—Pero le puedes dar unos cuantos golpes hasta que
comprenda que ya lo hace.
—Tu hermano no me ama —se ruborizó—. Puede que
tenga algún sentimiento hacia mí, pero no es amor. No...
—Eso no lo sabes —la interrumpió—. Y el muy estúpido
tampoco, porque mantiene los ojos bien cerrados para no
aceptar lo que siente por ti.
—No es... —de repente, vio una barca a lo lejos y olvidó lo
que iba a decir—. Ya vienen, mira. Se han adelantado.
—Sí, sí, sí —Janet saltó de alegría junto a Anne, mientras
sujetaba uno de sus brazos—. Que ganas de verlos y
abrazarlos.
Y sin embargo, cuando llegaron a tierra firme, Janet solo
corrió hacia Nora para envolverla en sus brazos, seguida de
cerca por Anne, que se unió al abrazo, igual de emocionada.
Malcolm dejó que disfrutasen del reencuentro, antes de
interrumpirlas.
—Ya veo que a mí nadie me ha echado de menos —les
dijo—. Mi esposa me ha robado el amor de mi familia.
—Tonto —Janet corrió a sus brazos—, claro que te he
echado de menos. Pero Nora es mi amiga y está
embarazada.
—Ahora mi hijo también se queda todo el amor. Pobre de
mí —rio él, apretándola contra su pecho—. Yo también te he
echado de menos, pequeñaja.
—Qué ganas tenía de veros —dijo Nora, sonriendo a sus
amigas—. La reina ha sido buena compañía, pero os estaba
necesitando ya.
—Yo quería verte de nuevo antes de irme —Anne todavía
abrazaba a su amiga.
—No puedo creer que aún estés aquí —Nora le sonrió—.
Creí que a estas alturas tu padre ya habría enviado a
alguien a buscarte, aunque admito que me encanta que no
haya sido así.
—Hubo ciertas complicaciones y los Campbell hemos
abusado de la hospitalidad de los MacKintosh más tiempo
del previsto —se encogió de hombros.
—Siempre serás bienvenida, Anne —le aseguró Malcolm
—. Con imprevistos o sin ellos.
—Tan encantador como siempre, Malcolm —le sonrió,
agradecida.
—Dejadme sitio —el viejo laird se abrió paso entre los
presentes para acercarse a su hijo y su nuera, pero solo
prestó atención a la barriga de Nora, como si quisiese
asegurarse de que el bebé seguía creciendo—. Por fin estáis
en casa. No deberíais ni haber salido. Ha sido tan
imprudente por...
—Acabamos de llegar, padre —lo detuvo Malcolm—. No
quieras darnos la bienvenida con reproches que ya no
tienen sentido.
—Menos sentido tenía que...
—Padre —Duncan fue quien lo interrumpió esa segunda
vez—, si no vais a decir nada bueno, mejor marchaos. Este
es un momento de felicidad y nadie tiene que arruinarlo con
malas palabras.
Alan, que se encontraba junto a Duncan, movió una mano
para hacerle entender a su padre por dónde podía
marcharse y este, furioso, abandonó el lugar después de
echar un último vistazo a Nora. La joven ocultó su embarazo
con las manos, angustiada por la contundencia del hombre.
Al parecer, los meses fuera no habían servido para
apaciguar al cabeza de familia. No parecía haber cambiado
ni un ápice.
—No te preocupes por él, Nora —Duncan se acercó para
abrazarla —. Siempre ha sido demasiado protector con las
mujeres de la familia.
—Dirás con las que le darán varones que continúen con
su locura de ser imborrable en la historia —bufó Alan,
sacando el puesto a su hermano en los brazos de Nora—.
Habéis tardado demasiado. 
—¿Alguien nos echaba de menos? —se burló Malcolm.
—Solo a ella —contraatacó Alan, antes de darle un sonoro
abrazo a su hermano pequeño—. Me alegro de veros tan
bien, hermanito. 
—No puedo decir lo mismo de ti —lo observó con ojo
crítico—. Se podría decir que no has dormido mucho esta
noche.
—Se podría decir que no —por un momento, su rostro se
arrugó de preocupación, pero pronto cambió a una amplia
sonrisa que ocultaba la noche en vela que había pasado
frente a la alcoba de Anne—. Pero hablemos de vosotros.
¿Cómo os ha ido con el rey y su esposa? Ya creía que no os
dejarían volver.
—La compañía no estaba mal, pero las intrigas de palacio
no son para mí.
Anne se mantenía tan rígida ante la presencia de Alan,
que Janet se le acercó para rodearla con sus brazos y
ayudarla a relajarse. Nora, que no sabía nada de lo que
había sucedido, pudo notar el malestar de su amiga y
también se unió en aquel momento de consuelo.
—Tenemos mucho que contarte, Nora —le dijo Janet en
bajo, para que solo ella lo oyese— ¿Y si desaparecemos
discretamente? 
—Me parece bien —asintió—, siempre que pueda
tumbarme, pues el viaje ha sido agotador.
—A mi alcoba —les sugirió Janet. Si alguno de los
presentes notó su huida, no lo dijo en voz alta.
Nora se tumbó en la cama nada más llegar al cuarto y
suspiró de placer. El viaje de ida lo había disfrutado,
hablando con Malcolm y admirando el paisaje, pero al
regresar, su espalda se había resentido por el traqueteo del
carro y le dolía horrores. Nunca se arrepentiría de haber ido
a ver a la reina, pero en ese momento, hubiese preferido no
ir.
—No creo que quiera volver a viajar en un largo tiempo —
les dijo, con los ojos cerrados.
—¿Ni siquiera para visitarnos? —bromeó Janet—. Te
recuerdo que pronto estaré en mi propia casa y no
podremos vernos todos los días.
—No lo digas —las miró, cuando se sentaros a ambos
lados de ella —. No quiero más despedidas tampoco. 
—Pues creo que será inevitable —dijo Anne, con pena—.
Mi padre no tardará en venir a por mí.
—Acabo de llegar, ¿no podrías quedarte un poco más? —
se quejó Nora.
—Si lo hago, la nieve temprana podría cerrar el paso y
tendré que permanecer aquí todo el invierno —aunque le
apetecía hacerlo por sus amigas, no estaba segura de que
soportase ver a Alan todos los días, después de su evidente
rechazo.
—Y eso sería malo por...
Así, Nora le dio pie a relatar toda la historia. Su amiga la
escuchó con atención, sin decir nada, hasta que hubo
terminado y Janet le ayudó con algunas partes, aportando
su punto de vista sobre el asunto. Se calló algunas cosas,
pero le contó lo del beso que inició el desastre. Las lágrimas
afloraron de nuevo y sus amigas la consolaron. Se sintió
mejor después de hablarlo con ellas.
—Alan es un tonto si te deja escapar —le dijo Nora—,
pero no creo que nadie pueda abrirle los ojos. Tendrá que
hacerlo él solo.
—¿Pero cuándo? ¿Y cómo? —preguntó Janet, exasperada
por la terquedad de su hermano.
—No lo sé, Janet, pero por lo poco que lo conozco, si lo
fuerzas, se cerrará más. A tu hermano no le gusta que le
digan lo que debe hacer.
—Pues sí que lo conoces —gruñó la joven—. En eso,
aunque no le guste que se lo digan, se parece a nuestro
padre. Cuando se les mete algo en la cabeza, no hay
manera de hacerles cambiar de opinión.
—Por eso estoy deseando que mi padre venga a por mí —
confesó Anne, con tristeza—. Me dará pena no veros más,
pero irme es lo mejor que puedo hacer ahora.
—Tal vez mi hermano abra los ojos cuando no estés —
sugirió Janet —. Ahora estás a su alcance siempre que
quiera, pero si te vas, sabrá que realmente te echará de
menos.
—No voy a hacerme más ilusiones, Janet. Ya he sufrido
suficientes decepciones con él. Si descubriese que no le
gusta mi ausencia y decidiese hacer algo al respecto, sería
muy feliz, pero no quiero pensar que lo hará y pasar el
tiempo suspirando por un hombre que tal vez ni se acuerde
de mí en cuanto me vaya.
—No sé qué puede sentir Alan por ti, Anne —dijo Nora—,
pero no creo que se olvide tan pronto. Siempre dejas huella
en quien te conoce.
—¡Oh, Nora! —se abrazó a ella—. Cuánto he echado de
menos tu dulzura.
—Yo también quiero un abrazo —Janet se unió a ella,
hasta que Nora protestó.
—¿No habremos hecho daño al bebé? —se preocupó
Anne.
—El bebé está perfecto —sonrió Nora—. Y ahora que
estoy en casa, también yo me encuentro mejor. La reina era
muy amigable y me gustaba pasar tiempo con ella, pero las
personas que tenía alrededor me exasperaban. Era
imposible ser uno mismo, salvo cuando Mary y yo
estábamos solas.
—Tiene que ser terrible guardar siempre las apariencias
ante todo el mundo para evitar que te critiquen —Janet
frunció el ceño.
—Y lo peor es que la criticaban igual —negó Nora con
pena—. Es la reina, pero es inglesa y para algunos, eso pesa
más que todo lo bueno que pueda hacer por los escoceses a
partir de ahora. Solo espero que cuando nazca su bebé,
sean más benevolentes con ella si es niño. Aunque suena
terrible que solo te valoren por tu descendencia. No la
envidio.
—Pues yo te envidio a ti —dijo Janet con un ligero rubor
en las mejillas—. Quisiera tener un bebé con Patrick, pero
debo esperar a la boda y se me antoja tan lejana.
—Ya queda menos —la animó Nora.
—Sigue siendo mucho tiempo.
—Impaciente —rio Anne—. Míralo de este modo: podrás
ayudar a Nora durante el embarazo y así estarás más
preparada cuando te pase a ti.
—Siempre tan práctica —sonrió Janet.
Continuaron hablando y poniéndose al día hasta que se
tuvieron que separar para prepararse para la comida. Anne
acompañó a Nora hasta su cuarto y después caminó sola
hacia el suyo, sin saber que al girar en la última esquina, se
toparía de frente con Alan. Chocó contra él y este tuvo que
sujetarla para que no se cayese al suelo.
—¿Estáis bien? —preguntó él, después de estabilizarla.
—Perfectamente —intentó sobrepasarlo, pero la detuvo
sujetando su brazo—. Tengo prisa, Alan. ¿Qué queréis?
—¿Por qué llorabais anoche?
—Si pensáis que fue por vos, os equivocáis —mintió—. No
sois el centro del mundo, Alan.
—¿Entonces por qué? —insistió.
—No es asunto vuestro —se liberó.
—Lo es, si creo que lo he provocado —le dijo cuando ya
se alejaba.
—Os he liberado de mi presencia, Alan —dijo con hastío
—. Podéis volver a vuestra vida antes de conocerme, así que
deberíais ser feliz ahora. Olvidaos de mí.
—¿Y si no quiero? 
—Ese es vuestro problema —endureció su gesto para que
tomase en serio sus palabras, aun cuando ninguna era
cierta—. Yo ya me cansé de este juego. Ahora soy yo la que
no quiere saber nada de vos, así que hacedme el favor de
no buscarme más. Esto se acabó, Alan.
—Yo decido cuándo se acaba —dijo, acorralándola contra
la pared.
—Basta, Alan —dijo con firmeza—. Ya lo habéis decidido
en el lago al rechazarme después del beso. Ahora ya no
podéis retractaros. ¿O habéis cambiado de opinión?
—Jamás —no necesitó que especificase de qué hablaba,
pues la entendió perfectamente.
—Pues ya está todo dicho —lo empujó y
sorprendentemente Alan se lo permitió. No diría que no se
sentía decepcionada una vez más por que Alan la dejase ir,
pero en su fuero interno sabía que era lo mejor. Si seguía
decidido a no casarse y no había futuro para ellos. Cuanto
antes lo asumiese, antes podría olvidar que estaba
enamorada de Alan MacKintosh.
De vuelta al hogar
 
Alan pasó la mayor parte del día siguiente en su isla,
tratando de borrar de su mente el deseo que sentía de
buscar a Anne y de besarla hasta que su ceño fruncido se
borrase. Porque desde su última conversación, aquel gesto
era lo único que recibía de ella cada vez que cruzaban
miradas. 
Sus amigos se habían disculpado por haber intentado
celarlo con Anne y eso solo lo había irritado más porque si
habían creído ver más de lo que era, significaba que todo el
mundo lo había hecho también, incluso Anne. Sabía que
aquellas lágrimas habían sido por su culpa y no le gustaba
lo que sentía al respecto. Siempre había sido respetuoso con
las mujeres por las que había sentido algo, pero jamás se
había involucrado con ellas hasta el punto de preocuparse
por su bienestar y su felicidad, más allá de la cama. Anne
había cambiado eso, incluso sin haber compartido el lecho.
De hecho, había cambiado muchas cosas en su vida y ahora
no sabía cómo volver atrás.
—Maldita sea —su concentración falló una vez más y la
flecha salió disparada hacia el fondo del lago. Ya había
perdido seis flechas de esa forma, así que desistió de seguir
intentándolo.
Recogió sus cosas y regresó al castillo. La tarde estaba
llegando a su fin cuando traspasó la puerta principal.
Pretendía cambiarse de ropa antes de bajar a cenar, pero el
alboroto en el salón principal llamó su atención y se dirigió
hacia allí. Al llegar, vio a un grupo de hombres en torno a
otro más mayor, luciendo los colores de los Campbell y supo
de inmediato que habían venido a buscar a Anne. La
urgencia por hablar con ella se apoderó de él, pero cuando
se disponía a buscarla, casi se tropieza con ella.
—Padre —gritó la joven, justo a su lado, ignorándolo. La
sonrisa que vio en sus labios y el brillo en sus ojos le
dolieron más que el hecho de no haberle dirigido ni una sola
mirada.
—Mi niña —Archibald abrió los brazos y estrechó a su hija
en ellos cuando esta se coló en medio—. No veía la hora de
que volvieses a casa. Lamento haber tardado tanto en venir
a por ti.
—También yo estaba deseando veros a todos —anunció
Anne. 
Fue entonces, cuando Alan abandonó el lugar para no
escuchar lo ansiosa que estaba por irse de allí. Ni siquiera
subió a su alcoba como tenía previsto, sino que se dirigió
directamente al pueblo, dispuesto a emborracharse y
olvidar que al día siguiente Anne Cambpell ya no viviría más
en Moy.
—No creía que te estuviésemos tratando tan mal, Anne —
Duncan no dudó en bromear con ella por su comentario.
Había visto a su hermano alejarse, pero no podía abandonar
a sus invitados para hablar con él, así que se prometió
hacerlo más tarde. Aquella era su única oportunidad de
evitar que la mujer de su vida se alejase para siempre y
necesitaba hacérselo entender.
—Todo lo contrario, Duncan —le sonrió—. Pero debo
admitir que echo de menos a mi familia. 
—Una vez más —Archibald tendió la mano hacia el laird
de los MacKintosh—, gracias por acoger a mi hija. 
—Ha sido un placer —negó—. Tenéis una hija excepcional,
la vamos a echar mucho de menos.
—Yo también a vosotros —sentenció ella.
—Sabes que siempre serás bienvenida —le recordó,
olvidando el protocolo con ella, como venía haciendo desde
un tiempo atrás. Aunque su padre estuviese delante, le
resultaba imposible no hablarle de esa forma, pues para él,
formaba parte de su familia ya—. No necesitas invitación
formal para venir. Puedes hacerlo cuando quieras.
—Te tomaré la palabra, Duncan.
—Por favor —Flora intervino, entrando en el salón con su
hijo en brazos—, sentíos como en casa, lord Campbell. Ya he
dispuesto de un cuarto para vos en el castillo y vuestros
hombres podrán descansar en los barracones. Esta noche
cenaremos todos juntos para despedir a Anne como se
merece. Aunque la echaremos de menos por aquí.
—Muy amable, lady MacKintosh —Archibald se inclinó
ante ella—. Con gusto cenaremos con vos, pero iremos al
lago a quitarnos el polvo del camino.
—Podría prepararos...
—No será necesario, mi señora —la interrumpió— ¿Para
qué tanto trabajo si estamos rodeados de agua?
—Pero en esta época del año está demasiado fría —
insistió Flora.
—Nada que unos hombres tan curtidos como nosotros no
puedan soportar.
—Cuando vuelvas del baño —dijo Anne, emocionada—,
tienes que contármelo todo, padre. Necesito saber de mis
hermanos.
—No te preocupes, pequeña —le dijo su padre—, en un
par de días podrán contártelo ellos mismos.
Y aunque Anne estaba feliz de poder ver de nuevo a su
familia, sintió que su corazón se quebraba un poco más por
la inminente partida. Había ignorado a Alan al entrar, pero
había sido muy consciente de su presencia y también de su
partida. Le hubiese gustado hablarle una última vez, a pesar
de haberle dicho que no quería saber nada más de él, pero
sabía que estando allí su padre, no debía ser indiscreta.
Tendría que conformarse con una despedida formal durante
la cena y eso dolía tanto como saber que no volverían a
verse en mucho tiempo.
—No quiero que te vayas —sollozó Janet con exageración
mientras se ayudaban mutuamente a prepararse para la
cena.
Nora las acompañaba, aunque ya estaba lista. Había
empezado mucho antes porque le costaba bastante
acomodar su ropa a la nueva forma que estaba adquiriendo
su cuerpo. La reina había mandado hacer un guardarropa
nuevo para ella nada más llegar a palacio, pero su vientre
crecía cada día un poco más y pronto tendría que encargar
vestidos más holgados. Le apenaba tener que gastar dinero
en algo tan efímero, pero podría conservarlos para futuros
embarazos, pues Malcolm y ella querían más hijos.
—Nos veremos para tu boda, Janet —le dijo, aunque
también a ella le entristecía alejarse de sus amigas. Apenas
había podido pasar tiempo con Nora desde su llegada y ya
tenían que despedirse.
—Para eso falta mucho todavía —se quejó.
—Tú y tu impaciencia —rio Nora.
—Y lo dice la que se casó con mi hermano pocas semanas
después de conocerlo.
—Lo mío no estaba previsto —le recordó—. Tú tienes una
relación estable y profunda con Patrick y yo todavía estoy
conociendo a mi esposo, aunque debo decir que cada día
me sorprende más y siempre para bien.
—Malcolm es un tesoro —lo elogió su hermana—. Has
sabido elegir bien, Nora. Te has llevado al mejor de mis
hermanos.  
—Algo bueno me tenía que pasar alguna vez —bromeó,
pero sus amigas sabían cuán ciertas eran esas palabras. 
—Me gustaría tanto estar aquí para ayudarte durante el
parto —Anne posó sus manos en el vientre de su amiga—,
pero me temo que no podré hacerlo. La nieve me impedirá
el paso.
—Deberíamos convencer a tu padre de que te deje
quedarte aquí hasta la primavera —Nora apoyó las manos
sobre las suyas—. Me haría tan feliz teneros a las dos
conmigo.
—Eso sería más fácil que convencer a mi hermano de que
deje de hacer el tonto y le confiese amor eterno a Anne —el
comentario de Janet arruinó el momento, pero no fue
consciente hasta que ya no había vuelta atrás—. Lo siento,
no debería haberlo dicho.
—No pasa nada —Anne le sonrió—. Tienes razón, así
que...
—Pero he sido una insensible.
—Tienes permiso para torturarlo, si quieres —Anne
intentó restar importancia al asunto, pues no quería que su
última noche con ellas fuese mala. Ya tendrían tiempo de
llorar al día siguiente, durante la despedida real.
—Después te lo contaré todo en una carta, en cuanto los
caminos sean transitables de nuevo —aplaudió Janet,
haciéndolas reír—. Lo que voy a disfrutar.
Bajaron al salón cuando los invitados ya estaban allí y
Anne se reunió con su padre. Lo abrazó de nuevo, feliz de
estar con él de nuevo. Aunque no habían pasado más que
unos pocos meses sin verse, sentía que había sido toda una
eternidad. Hasta creía que su padre había envejecido y así
se lo hizo saber.
—Las preocupaciones, pequeña —le dijo él, sonriendo—.
Me sacan más canas que tus hermanos.
—Pues eso es mucho decir, padre —rio.
—Duncan ya está con su prometida y Catherine ha sabido
ocupar tu lugar bastante bien, he de decirlo, así que no me
han dado mucho trabajo. Colin y Marjory son los más
tranquilos.
—¿Cómo le va a Duncan?
—No parecía muy feliz cuando lo dejé allí, pero lo han
atado en corto, así que seguramente me odie —no parecía
preocuparle—. Debería estar agradecido porque, si se
hubiese quedado en casa, lo habría pasado mucho peor. Le
he hecho un favor enviándolo con nuestros primos lejanos.
—Supongo que él no opina lo mismo —su hermano
siempre había hecho lo que había querido, así que aquello
debía disgustarle.
—Lo hará. Con el tiempo, verá que fue lo mejor, pero por
ahora, le tocará sufrir un poco por todas las faltas que ha
cometido.
Anne pensó en la hermana de Nora. Puede que su final
trágico fuese causa directa de las maquinaciones de su
madre, que no supo manejar la situación con la debida
discreción, pero Duncan había ayudado a ello, al tomar en
primer lugar la virtud de la joven sin tener intenciones de
desposarse con ella después. Su padre se había encargado
de que pagase por su parte, pero la joven Cameron no
tendría su segunda oportunidad ya y eso era terriblemente
triste.
—Cuéntame, hija, ¿se han portado bien contigo aquí? —
aunque la pregunta sonaba informal, Anne sabía que detrás
de ella había un padre preocupado.
—De maravilla, padre —le sonrió para dar mayor
veracidad a sus palabras—. Me he sentido muy arropada por
los MacKintosh. Casi como en casa.
—Me alegro —asintió, conforme, después de mirarla
fijamente a los ojos, buscando la verdad en ellos—. Tenía
dudas sobre dejarte aquí, pero los MacKintosh han sabido
estar a la altura. Y no voy a olvidarlo.
—Me alegro —repitió, sonriendo, porque decir aquello era
como decir que los Campbell y los MacKintosh tenían una
alianza ya. Su padre jamás olvidaba a quien le hacía un
favor y si en algún momento podía retribuirle, ni se lo
pensaba. 
—Te gustan los MacKintosh —no era una pregunta, pero
Anne la sintió como tal.
—He hecho buenos amigos aquí —nunca admitiría ante él
que se había enamorado porque su padre no entendería lo
complicado de la situación y forzaría a los MacKintosh a una
alianza mucho más tangible con su boda. Prefería perder a
Alan para siempre, antes que conseguirlo de forma
obligada.
Anne y su padre se sentaron con el laird en la mesa
principal. Archibald se enfrascó en una conversación de a
dos con Duncan y Anne trató de seguir a sus amigas en la
que ellas mantenían, pero su mirada se escapaba a cada
momento hacia la mesa en la que cenaban los compañeros
de armas de Alan. Wallace sonrió tímidamente al descubrirla
y ella le devolvió el gesto, aunque no pudo evitar que su
frente se arrugase al comprender que Alan no se
presentaría en el salón aquella noche. Cuando Wallace se
encogió de hombros, sintió unas ganas inexplicables de
llorar. Después de todo lo que habían compartido y a pesar
de haber sido un estúpido con ella los últimos días, no poder
despedirse de él le resultaba muy duro.
—Todo estará bien, Anne —Nora apretó su mano—.
Tómate algo de tiempo para sanar las heridas. Tal vez esta
separación sea lo que Alan necesita para entender que
también le gustas. 
—¿Y si no le gusto? ¿Y si resulta que me lo inventé todo
porque a mí sí que me gusta él?
—Entonces es mejor que la separación sea ya. Cuanto
antes te alejes de él, antes lo olvidarás.
—¡Oh, Nora! —sollozó, ocultándose en su hombro—. No
creo que pueda olvidarlo ya.
—Todo estará bien —repitió su amiga, incapaz de
encontrar más palabras de consuelo para ella.
Anne se retiró pronto, pues su padre quería salir al alba,
pero se paseó por su alcoba, incapaz de dormirse. Estaba
nerviosa por el viaje, por alejarse de sus amigas y sobre
todo, por no poder ver a Alan una última vez. Sabía que él
no se presentaría a tiempo de despedirla, pues si no había
cenado con su gente era porque no quería verla a ella.
—Basta ya, Anne —se reprendió—. Deja de pensar en él.
Pero cuando se disponía a acostarse, unos golpes en la
puerta la sobresaltaron. Se acercó cubriendo su cuerpo con
una manta y abrió con cuidado de no hacer ruido. Una mano
masculina sujetó la puerta y terminó de abrirla, empujando
a Anne hacia atrás. Alan entró a trompicones en la alcoba y
cerró tras él mientras sus ojos no se apartaban de ella. Se
veía claramente embriagado y Anne se asustó, pues un
hombre borracho era imprevisible.
—¿Qué hacéis aquí? —lo increpó con dureza—. Estáis
borracho.
—He venido a despedirme —arrastraba las palabras—.
Seguro que lo estabais deseando.
—No he pensado en vos en todo el día —mintió—.
Deberíais iros, Alan. Si alguien os viese...
—No me importa —se acercó a ella.
—Debería, porque os obligarían a hacer lo que más odiáis
en este mundo —le recordó.
—Lo que más odio en este mundo —repitió a modo de
pregunta—. No tenéis ni idea, Anne.
—Tampoco quiero saberlo en vuestro estado —se refugió
al otro lado de la cama, pero Alan la rodeó para llegar hasta
ella—. Si me queréis decir algo importante, que sea sobrio.
—Sobrio no os hablaría —constató.
—Pues ebrio no me interesa —replicó. Alan la acorraló
contra la pared sin previo aviso—. Ni se os ocurra, Alan. Voy
a...
No pudo continuar porque la besó, con la desesperación
del que ha estado mucho tiempo conteniéndose y ha
fracasado. Barrió cualquier protesta que Anne pudiese tener
y casi logra que se olvide hasta de respirar. Se aferró a él,
incapaz de negarse, pero sofocó un grito de miedo cuando
una de sus manos se apoderó de su pecho. 
—Alan —trató de liberarse al ver cuán decidido estaba a
avanzar más allá del decoro—. No, por favor. No. Así no.
Tan rápido como la había acorralado, tan rápido la liberó.
Alan la miró como si no supiese que hacía allí y se hubiese
encontrado de repente en su alcoba sin saber cómo había
llegado. Al ver sus labios hinchados por el beso y su ropa
descolocada, comprendió lo que había estado a punto de
hacer y retrocedió.
—Lo siento, Anne —arrugó su frente—. No debí... no sabía
lo que... esto no debería haber pasado.
—Alan —lo llamó, al comprender que se marchaba—.
Esperad.
—No —la detuvo—. Olvídate de mí, Anne. No te
convengo. Ni a ti ni a nadie. Olvídame y sé feliz.
Alan cerró la puerta detrás de él y Anne cayó sobre sus
rodillas, con lágrimas en los ojos. Había sonado demasiado
definitivo y su corazón terminó de romperse.
La gran decisión
 
Alan despertó con un dolor de cabeza tan grande, que no
pudo evitar soltar un gemido cuando intentó abrir los ojos y
la luz le golpeó de lleno. Nunca en su vida había bebido
tanto como la noche anterior y sabía que lo pagaría caro ese
día, pero había tenido que hacerlo para olvidar que Anne se
marcharía al alba. Y aun así, no solo no lo había logrado,
sino que había acudido a su alcoba en plena noche,
borracho y dispuesto a decirle verdades que de otro modo
no podría, pero al verla simplemente se había lanzado sobre
ella como un depredador sediento de su sabor y dispuesto a
obtener lo que su cuerpo reclamaba cada vez que la tenía
cerca. 
—Te has lucido, Alan —se dijo, entre quejidos, al recordar
algunos fragmentos de lo sucedido. Por suerte, el ruego de
Anne había logrado detenerlo a tiempo. Aun así, no la
culparía si lo odiaba por ello, pues se había comportado
como un auténtico bárbaro.
—Arriba, perezoso —su hermana entró en su alcoba sin
llamar y le sacó las mantas de encima para que se
levantase. Por suerte, se había metido en la cama con la
ropa puesta.
—¿Qué habrías hecho si estuviese desnudo? —le dijo,
tratando de recuperar las mantas.
—No me iba a asustar.
—¿Por qué? —todos sus males se esfumaron de golpe al
pensar en la razón por la que su hermana pequeña no se
escandalizaría al ver a un hombre desnudo.
—Eres mi hermano y te he visto cientos de veces
desnudo, Alan.
—Pero eso fue cuando todavía no era un hombre —se
tumbó de nuevo, aliviado de que no hubiese ninguna otra
razón. De serlo, habría tenido unas cuantas palabras con
Patrick. Podían tacharlo de hipócrita por ello, si querían,
pero no dejaría que su hermana pequeña llegase al
matrimonio mancillada, por muy prometidos que llevasen
toda su vida.
—Será un poco más grande y con algo más de pelo,
supongo —dijo Janet, sin darle importancia—, pero seguirías
siendo tú.
—¿Quién diablos eres —se escandalizó con sus palabras—
y qué has hecho con mi dulce e inocente hermana
pequeña?
—Ya no soy tan pequeña, Alan -replicó, alzando la voz,
para que le doliese más la cabeza—. Eres tú el que se
comporta como un niño últimamente.
—Dios, no grites —se apretó la cabeza—. Me va a estallar.
—No haberte emborrachado anoche. Te has perdido la
despedida de Anne en la cena y también la de esta mañana.
—¿Qué? 
—Se han ido hace horas. Quería despertarte, pero Anne
me pidió que no lo hiciese —bufó—. Al menos ella tiene más
consideración por ti que tú por ella, patán.
Alan no replicó, porque temía que la razón por la que
Anne no lo quisiese allí no fuese la consideración
precisamente, sino lo que había pasado en su alcoba de
madrugada. Cubrió su cabeza con el almohadón, dispuesto
a permanecer en la cama hasta que se le pasase la resaca,
pero su hermana se lo quitó.
—He dicho que te levantes —insistió—. Te has saltado el
desayuno y no pienso permitir que pases la tarde sin comer
también.
—Que buena hermana eres —dijo con ironía, pues sabía
que ese no era el motivo que la movía a sacarlo de la cama.
—Aunque bien merecido lo tendrías, por tonto.
—¿Pero qué te pasa conmigo, Janet? No has dejado de
insultarme desde que has entrado.
—Solo señalo lo obvio.
—¿Lo obvio de qué?
—No sé, Alan —lo miró fijamente— ¿De qué crees tú que
te hablo? Imbécil.
Dicho aquello, salió de su alcoba, dejándolo con un
malestar en el cuerpo que nada tenía que ver con haberse
excedido con la bebida. Se dejó caer en la cama de nuevo y
cubrió sus ojos con el brazo hasta que recordó lo que le
había dicho su hermana. Anne se había ido ya. Se incorporó
de golpe y todo le dio vueltas.
—Maldita sea —se levantó después de unos segundos
quieto y se puso ropa limpia apresuradamente. No sabía de
dónde le venía aquella urgencia, pero sentía que debía bajar
al salón en seguida para comprobar por sí mismo que Anne
ya no estaba.
—Buenos ojos te vean —su hermano Malcolm lo saludó,
cuando ya salía de su alcoba—. Pareciera que no te agrada
que mi esposa y yo hayamos vuelto. Apenas te hemos visto
desde que llegamos.
—Hermanito —lo sujetó por el cuello y lo despeinó, como
tantas otras veces le había hecho—, por supuesto que me
gusta teneros de regreso. Nunca pienses lo contrario.
—¿Entonces a qué vienen tus ausencias? 
—Ya sabes que no me gustan mucho las reuniones
familiares. Os he tiempo para poneros melancólicos, sin
molestaros con mis comentarios sarcásticos.
—Qué amable por tu parte, Alan —sonrió—, pero creo que
la razón de que no hayas estado por aquí es otra. No
puedes engañarme.
—¿Y qué otra razón podría haber?
—Puede que sea por cierta Campbell que ha trastocado
tus planes tan concienzudamente organizados —sugirió.
—¿Quién te ha dicho semejante estupidez? —se tensó al
escuchar las palabras de su hermano.
—Alan, tú y yo siempre hemos sido muy unidos. Creo que
soy el que mejor te conoce de todos nosotros y por eso
nunca he dicho lo que debes o no hacer. Sé que disfrutas de
tu soltería, pero sé también que Anne ha despertado algo
en ti que...
—¿Qué puedes saber tú, Malcolm? —lo interrumpió—. Si
ni siquiera has estado aquí estos meses.
—Que me respondas así, ya dice mucho de estos meses
—sonrió—. Pero hablaba de antes de irme ya. Creo que
empezó a llamar tu atención el día que menospreció nuestra
capacidad de defender a Nora.
—Aquel día la odié —sentenció.
—Yo creo que aquel día la viste realmente por primera
vez y que te gustó. Por eso te molestaba tanto su presencia
en Moy.
—Creo que estar enamorado te hace ver cosas donde no
las hay, hermanito. No quieras hacer de casamentero
conmigo.
—Creo que estar enamorado me hace ver las cosas como
son en realidad —replicó—. Y creo también, que serías un
estúpido si la dejases escapar. 
—No tienes ni idea.
—Sé lo suficiente como para ver que no estás bien, Alan.
Y que ella se veía decepcionada cuando descubrió que no
habías ido a despedirla. 
—Más bien estaría aliviada —frunció el ceño al recordar lo
que había pasado en su alcoba horas antes de marcharse.
—Nada de eso, hermano, era decepción. Esperaba verte
allí —le apoyó una mano en el brazo—. Y diría que también
esperaba que hicieses algo para que no se fuese. 
—Lo dudo.
—¿De verdad vas a dejarla escapar por culpa de nuestro
padre? —preguntó— ¿No te ha hecho renunciar ya a
suficientes cosas? No le dejes que gane, Alan. Lucha por lo
que tú quieres, no contra lo que quiere él.
—Menuda tontería —se alejó de Malcolm, dispuesto a
olvidar esa conversación, pero al entrar en el salón y notar
la ausencia de Anne, su corazón comenzó a hacer cosas
extrañas dentro de su pecho. 
Permaneció en silencio durante toda la comida, a pesar
de que sus compañeros no paraban de alborotar, como
cualquier otro día. Él, en cambio, no podía disfrutar del
momento y cuando su mirada se cruzó con la de su
hermana, furibunda, y con la de Malcolm, insistente, decidió
que era el momento para salir de allí y pasar el día en su
isla. No quería ver ni hablar con nadie más aquel día. Sin
embargo, Nora captó su atención y la súplica en sus ojos fue
demasiado para él. Algo en su interior se rompió y ya no
pudo detener el torrente de sentimientos que pugnaban por
salir.
—Maldita sea —gruñó de nuevo, decidido a salir de allí,
pero a un destino muy diferente.
Ni siquiera la mirada triunfante de su padre, que parecía
adivinar lo que se proponía, lo detuvo. Ya no le importaba si
lo complacía o no con sus actos, porque no era su padre
quien ganaría, sino él mismo. Le había costado perder a
Anne para entenderlo, pero estaba dispuesto a enmendar su
error, si es que ella todavía lo aceptaba.
—Ve a por ella —gritó Connor, sin vergüenza alguna,
haciendo que muchos mirasen hacia Alan—. Y no aceptes
un no por respuesta.
Ni siquiera se molestó en responderle, porque ahora que
había tomado la decisión, solo pensaba en dar alcance a los
Campbell cuanto antes para decirle a Anne que le diese una
oportunidad de ganarse su corazón. Era muy probable que
no la mereciese, después de cómo se había comportado con
ella aquellos últimos días, pero no aceptaría una negativa,
así tuviese que pasar todo el invierno en los alrededores del
castillo de los Campbell para verla cada día y recordarle
todas las ventajas de aceptarlo en su vida.
No tardó en ensillar su caballo y salir al galope,
ensayando lo que le diría, pero cuanto más camino andaba,
más cambiaban sus planes sobre cómo abordar la situación
con Anne. Sabía que si la enfrentaba de cara, con su padre
escuchando, sería demasiado violento para ella y se negaría
a darle la oportunidad, tal vez por decoro. O tal vez su padre
lo enviase a casa con una paliza por haber pasado tanto
tiempo a solas con su hija. Y aunque hacer que el hombre
los obligase a casarse se le pasó por la mente en un par de
ocasiones, lo desechó de inmediato porque no era así como
quería hacerlo. Quería que Anne decidiese eso sin presión
externa; que escuchase lo que quería decirle y después
aceptase su propuesta por voluntad propia. Por eso,
pretendía buscar la forma de hablar a solas con ella, sin
testigos que influyesen en su decisión.
—Aunque no te servirá de nada decirme que no, Anne —
murmuró al viento, eufórico. Después de tomar la decisión
de luchar por ella, se sentía libre como nunca lo había
estado en su vida. Ya no le importaba que su padre
consiguiese más nietos para su causa, ni que sus
convicciones hubiesen quedado hechas trizas, pues lo único
que importaba ahora eran Anne y su futuro juntos.
La tarde ya caía sobre ellos, cuando los divisó por
primera vez. Se acercó con sigilo, para buscar a Anne y no
tardó en divisarla, justo en el centro del campamento que
los Campbell estaban levantando para pasar la noche. Por
un momento, solo pudo oír el latido de su corazón. Se había
acelerado nada más verla y supo que se había comportado
como un estúpido, al negarse a ver lo que su corazón había
sabido desde siempre. Anne era la mujer que quería a su
lado, la única que verdaderamente había llegado a tocar su
alma y, por orgullo, había estado a punto de dejarla
escapar.
Aguardó, a escondidas varias horas, observándolos
mientras caía la noche. En ningún momento se había
quedado sola y la tienda que habían montado para ella
ocupaba el centro del lugar, así que acercarse sin que lo
viesen sería complicado. Sin embargo, no ido hasta allí para
rendirse sin intentarlo y por eso, estudió la rutina de los
soldados que vigilaban el campamento durante las
siguientes horas hasta encontrar una ruta segura y el
momento perfecto para recorrerla. Sabía que lo que se
proponía era muy arriesgado, pero más lo era perderla para
siempre. Se sentía tan estúpido por no haberlo visto antes.
Había estado cegado por la necesidad de no complacer a su
padre y había estado a punto de perder su única
oportunidad de ser realmente feliz. Porque no podía negarlo,
solo con Anne había logrado ser él mismo en todo
momento, sin secretos a medias ni apariencias. Solo ella
conocía su lugar especial y aunque se había convencido de
que la había llevado para poder ir él, ahora comprendía que
había sido una necesidad. Había querido que conociese esa
parte más personal de su vida y que la compartiese con él.
—No puede ser de otro modo —se dijo, al pensar en lo
que debía hacer a continuación.
Se movió por las sombras, sigiloso, hasta llegar a la
tienda donde Anne descansaba y entró con cuidado para no
despertarla antes de poder cubrir su boca para que no
gritase. Necesitaba que no los descubrieses porque su
intención era llevarse a Anne a su isla y confesarle allí cuán
enamorado estaba de ella. Supo que debía suceder allí, tal y
como debería haber sido el día que la besó. El día en que lo
abrumó la intensidad de lo que había sentido al hacerlo y se
obligó a alejarla de él, por miedo a que se volviese alguien
imprescindible en su vida. Cosa que era, pero no lo había
visto hasta que Anne abandonó definitivamente Moy.
—Hola, preciosa —le susurró, cubriendo su boca con la
mano. Los ojos de Anne se abrieron, en primer lugar con
pánico y después con sorpresa, al descubrir que era él—
¿Me echabas de menos? Voy a liberarte, pero debes
procurar no gritar o nos descubrirá tu padre y tendrás que
casarte conmigo, quieras o no.
—¿Qué hacéis aquí, Alan? —susurró a su vez— ¿Os habéis
vuelto loco?
—Es posible —sonrió—, pero sé que te encantan mis
locuras.
—No podéis estar aquí —insistió—. No es correcto.
—Cierto —le tendió la mano—. Por eso nos iremos ahora
mismo.
—¿Qué? No voy a ir a ninguna parte con vos.
—Claro que vendrás, Anne —se acercó a ella—, porque lo
que tengo que decirte es algo que debes oír y este no es el
lugar adecuado para hacerlo.
—Sea lo que sea, tuvisteis vuestra oportunidad en Moy,
Alan —se mantuvo firme, aun cuando su corazón había
comenzado a latir con rapidez. No quería ilusionarse, pero
resultaba imposible no hacerlo, pues si había ido a por ella a
riesgo de que su padre lo descubriese en su tienda, tenía
que significar algo. Y se odió por ser tan blanda y por
dejarse llevar por sus sentimientos, aunque sabía que podía
resultar nuevamente herida.
—Ven conmigo —le propuso—, escucha lo que tengo que
decirte y si después quieres volver con tu padre, te traeré
de regreso y asumiré las consecuencias por haberte
secuestrado.
—Estáis totalmente loco —dijo, aceptando su mano—. Y
yo mucho más por aceptar vuestras locuras.
—Si supieses cuán feliz me hace eso, las aceptarías sin
tener que insistirte —le guiñó un ojo y el corazón de Anne
saltó de felicidad en su pecho.
—Traidor —susurró, para que Alan no la escuchase. Había
querido hacerse la fuerte y no sucumbir tan pronto a sus
deseos, pero le resultaba imposible negarle algo porque su
corazón siempre iría en pos de él.
Salir a hurtadillas del campamento y cabalgar en brazos
de Alan en plena noche le pareció tan excitante como
peligroso y a pesar de ello, no se había sentido tan libre y
eufórica jamás en su vida. Aunque no quería hacerse
ilusiones, al ver dónde la llevaba Alan, no pudo evitarlo.
Después de todo, su isla se había convertido en un refugio
para ambos. A pesar de que la luna había iluminado el
camino, Alan la llevó hasta la cabaña, donde prendió velas
para poder verse con más claridad.
—¿Y bien? —trató de mostrarse indiferente con él, pero le
estaba resultando prácticamente imposible, pues su
corazón no parecía dispuesto a controlar su loco latido—
¿Qué es eso tan importante que no pudisteis decirme antes
de que me fuese?
Alan permaneció inmóvil, deleitándose con su visión.
Ahora que la tenía delante de nuevo, no entendía cómo
había podido creer que no era la mujer de su vida, que sería
más feliz sin ella. Miles de palabras, que le dijesen cuán
importante era para él, cuánto la amaba, pugnaban por salir
de sus labios y sin embargo, solo dos logró pronunciar.
Para siempre
 
—Sois muy cruel, Alan —sus ojos se llenaron de lágrimas
al pensar que aquello era una burla—. Me habéis traído
hasta aquí para...
—Me he enamorado de ti —la interrumpió con urgencia—.
He sido un estúpido al no verlo y sé que no merezco una
oportunidad, después de cómo te he tratado, pero tenía que
decírtelo, Anne. Te has metido tan hondo en mi piel, que no
podré sacarte jamás de ahí. Pero es que no quiero hacerlo.
No quiero renunciar a ti, no puedo hacerlo. Sin ti, mi vida
será tan oscura y aburrida como antes de conocerte. Por
favor, Anne, no me abandones.
—¿Y qué pasa con eso de que jamás os casaréis, que no
queréis darle esa satisfacción a vuestro padre? —no podía
creérselo.
—Prométeme que solo tendremos niñas —dio un paso
hacia ella, sin atreverse a tocarla todavía—  y seguiremos
ganando tú y yo.
—No... yo no… no puedo prometerte eso, Alan —su loca
propuesta le arrancó una pequeña risa y sin darse cuenta, lo
tuteó también.
—Yo me encargaré de ello, entonces —sonrió, eliminando
la poca distancia que los separaba. En cuanto la tuvo en sus
brazos, se sintió completo.
—Todavía no te he perdonado por lo estúpido que has
sido los últimos días conmigo —le recordó. Sin embargo,
rodeó su cintura con sus brazos.
—Tendrás toda una vida a mi lado para echármelo en
cara, cariño —susurró contra su boca, antes de besarla. Se
sentía exultante al saber que Anne ya no se alejaría jamás
de su lado.
—¿Cuándo será eso? —preguntó entre besos.
—Al alba hablaré con el párroco para que nos case —le
prometió, bajando por su cuello y apretándola más contra
él.
—¿No es un poco pronto? —se separó de él—. Quiero
decir… me gustaría que mi familia pudiese asistir a la
ceremonia. Todos.
—Ya organizaremos después una celebración como tú
quieras —se acercó a ella de nuevo—, pero de ninguna
manera permitiré que te alejes de mí, ahora que he
aceptado que te necesito en mi vida. Enfádate si quieres
porque vaya a ser un bruto y un patán contigo otra vez,
pero nos casaremos al alba. Anne, ¿no ves que me has
vuelto dependiente de ti? ¿No ves que pasar un solo día
lejos de ti me llevará a la tumba? Te necesito a mi lado,
como mi amiga, mi confidente, mi compañera, mi arquera...
—Anne sonrió ante aquella declaración—. Como mi esposa. 
—Mi padre no estará muy contento —aunque le había
conmovido su declaración, no quería ser tan obvia.
Cualquier cosa con él, le parecería maravilloso, pero en el
fondo, le dolía no poder tener a su familia a su lado en un
momento tan importante para ella.
—No me importa si tu padre se enfada conmigo —negó—,
mientras puedas quedarte aquí conmigo.
—¿Y si yo quisiera vivir con mi familia?
—Entonces renunciaré a mi puesto y me iré contigo —le
dijo sin vacilar.
—¿Harías eso por mí? —Anne sabía cuán importante era
para él ser el segundo de su hermano.
—¿Todavía lo dudas? Haría cualquier cosa por ti, Anne. Te
amo.
Aquellas dos palabras aletearon en su pecho y las
lágrimas de felicidad se deslizaron ahora por sus mejillas.
Había soñado con escucharle pronunciarlas tantas veces,
que casi no se creía que fuese cierto. Necesitaría escucharlo
más veces, antes de dejar de pensar que fuese solo un
sueño.
—¿He dicho algo malo? —su preocupación la conmovió
todavía más—. No pretendía hacerte llorar, Anne. Yo lo...
—Soy feliz —lo interrumpió.
—¿Y por eso lloras? —frunció el ceño, antes de sonreír—.
Mujeres, ¿quién os entiende?
—Tonto —rio ahora—. Lloro de felicidad porque nunca creí
que me diría que me amas. 
—Me ha costado verlo —admitió, abrazándola
nuevamente—, pero a partir de ahora, te prometo que no
dudarás de ello nunca más. Te lo repetiré cada día, tantas
veces, que te cansarás de oírlo.
—Jamás me cansaré de oírlo —negó.
—A mí me gustaría oírlo al menos una vez —le acarició la
mejilla con tanto amor, que Anne no tuvo dudas de que la
amaba.
—Te amo, Alan MacKintosh. Con todo mi corazón.
—Te cuidaré y protegeré con mi propia vida —pronunció
aquellas palabras con solemnidad y Anne sintió que era
mucho más que una simple declaración de amor—. Te
respetaré y te amaré hasta mi último aliento, Anne
Campbell. Aquí y ahora, juro que mi amor es y será solo
tuyo para siempre.
Anne no pudo sino rendirse ante su promesa y el beso
que la siguió. Y aunque siempre había pensado que su
noche de bodas iría después de su matrimonio, cuando Alan
profundizó el beso y lo acompañó de caricias avariciosas, se
dejó llevar, deseando lo mismo.
—No debería ser aquí —susurró él mientras desataba los
lazos de su vestido, sin dejar de besarla, a pesar de su
protesta.
—No podría ser en otro lugar —gimió ella cuando Alan se
apoderó de uno de su pezones con la boca.
—Prometo compensártelo —dijo, terminando de
desnudarla, para admirar su cuerpo—. Dios, eres hermosa.
—Pues tienes mucho que compensar —dijo, cohibida por
su ávida mirada.
—Empezaré ahora mismo —le prometió, desnudándose a
su vez.
Aunque el decoro le gritaba que apartase la mirada, Anne
fue incapaz de hacerlo. Alan tenía un cuerpo perfecto,
cincelado a golpe de espada. Admiró su pecho firme y sus
brazos y piernas musculadas. Y aunque se asustó, por un
momento, al ver cuán excitado estaba, cuando la abrazó y
la besó de nuevo, se olvidó de todo, salvo de lo que le hacía
sentir con sus caricias.
—Te amo tanto —Alan no dejaba de repetirlo, mientras
adoraba su cuerpo con las manos y la boca. Había tardado
en darse cuenta y sentía que necesitaba recuperar el
tiempo perdido.
Sentía crecer en él la urgencia de hacerla suya, pero se
tomó su tiempo para explorarla a conciencia, deleitándose
con sus curvas exuberantes y de su piel inmaculada. Cada
gemido que Anne le regalaba era como un triunfo para su
ego, pero también una declaración de amor encubierta que
hacía latir su corazón con rapidez. 
—Alan, por favor —Anne no sabía lo que le estaba
pidiendo, pero rogaba igualmente. Sentía que había mucho
más y consumida en el fuego del deseo, necesitaba
encontrar la manera de liberar la tensión que crecía en su
interior con cada beso y cada caricia.
—Pronto —le prometió, deslizando la mano entre sus
piernas para prepararla. Sabía que el dolor sería inevitable,
pero pretendía mitigarlo tanto como pudiese. Se le hacía
insoportable la idea de que Anne sufriese más por su culpa,
aunque solo fuese una sola vez.
—Oh, dios —gritó, aferrándose a su espalda, cuando un
orgasmo la sobrevino. Nunca antes había sentido nada tan
intenso y creyó que se deshacía por dentro, para luego
recomponerse de nuevo. Pero antes de que los temblores de
placer se apagasen, Alan se introdujo en ella y empujó con
cuidado. Anne sintió la presión y se preocupó—. No creo que
puedas...
—Shhh —susurró, besando su cuello, allí donde había
descubierto que era más sensible—, relájate. Solo será un
momento.
—Alan, no —antes de poder terminar su protesta, Alan
había roto ya la barrera que los separaba a ambos del
placer conjunto.
—Ya está, amor —comenzó a besar su rostro con cariño
mientras le susurraba palabras de consuelo—. Ya no habrá
más dolor, te lo prometo. Ahora todo estará bien.
—Ya no duele tanto —le confesó, un tanto avergonzada
de lo que estaban haciendo, ahora que la pasión se había
mitigado.
—Bien —Alan le sonrió—. Ahora todo será placer, te lo
prometo.
Antes de que pudiese replicar, Alan la besó y comenzó de
nuevo con las caricias, hasta que el cuerpo de Anne volvía a
arder de deseo. Fue entonces cuando se movió dentro de
ella y los ojos de su joven amante se abrieron ante la
sorpresa. Alan se sintió exultante de ser quien le estaba
mostrando el mundo del placer y se prometió que cada vez
sería igual de especial para ambos. Y continuó moviéndose
sobre ella, llevándola a un nuevo orgasmo, en el que la
acompañó. 
—Ya somos uno, cariño —le susurró—. Para siempre.
Anne cayó en un profundo sueño después de compartir
con Alan su primera vez, pero él no podía dormir. La observó
durante unos minutos, feliz de tenerla entre sus brazos.
Pero aunque le había dicho que no le importaba lo que su
padre opinase de él, no era del todo cierto y ahora, se
estaba planteando la idea de encontrarse con él antes de
que Anne despertase, para contarle que pretendía
desposarla al alba. Le aterraba perderla, pero sabía que no
tenía derecho a arrebatársela a su padre sin más. 
Anne despertó horas más tarde y se encontró sola en la
cabaña. Por un momento, se asustó. ¿Y si Alan solo había
dicho aquello para llevársela a la cama y devolverla a su
padre, deshonrada y con el corazón roto? No quería creerlo,
pues había sentido que era demasiado real, pero se vistió
de prisa y salió fuera con el corazón en un puño, solo para
descubrir a su padre, esperándola frente a la cabaña.
¿Cuándo había llegado? ¿Cómo sabía dónde estaba?
—Padre —lo miró, todavía sorprendida de que estuviese
en la isla de Alan—, ¿qué haces aquí?
—Eso debería preguntarte yo —alzó una ceja—, pero Alan
me lo ha explicado todo ya.
—¿A sí?
—Sí —asintió y se acercó a ella para hablar en
confidencia— ¿Estás segura de que lo amas y que quieres
ser su esposa? Si no es así, te sacaré de aquí y no importará
lo que haya pasado. No dejaré que...
—Lo amo, padre —lo interrumpió—. Más de lo que jamás
podría amar a nadie.
—Bien —se dio por satisfecho, después de observarla
atentamente un momento. Después se dirigió a Alan, que
había permanecido detrás de ellos, expectante ante su
conversación—. Mi hija ya ha hablado. Alan MacKintosh,
tienes mi permiso para desposarla, siempre y cuando me
des esa ceremonia oficial en primavera. No creas que
olvidaré tan fácilmente que has jugado sucio.
Anne se sonrojó al comprender que su padre sabía que
habían compartido el lecho antes del matrimonio. Si no, ¿de
qué otra manera aceptaría que se casasen tan rápido? Sin
embargo, la sonrisa satisfecha de Alan fue aliciente
suficiente para imitarlo, incluso cuando descubrió que un
pequeño cardenal comenzaba a crecer alrededor de su ojo
derecho y que en su labio había una herida enrojecida que
no tenía la noche anterior. 
—¿Ha sido mi padre? —le preguntó de camino a la capilla.
—Es un precio pequeño a pagar, para el premio que
conseguiré —le sonrió, para restarle importancia.
—Debiste esperar, Alan —le dijo—. Lo habríamos
enfrentado juntos después de la ceremonia.
—No podía hacerte eso, cariño —le gustaba que la
llamase de esa forma—. Mereces que al menos tu padre sea
testigo de nuestro intercambio de votos... ya que mi familia
estará también allí.
—¿Qué?
Alan señaló la capilla con la cabeza y al entrar, descubrió
que los MacKintosh los estaban esperando. Janet y Nora
acudieron a su encuentro, con lágrimas en los ojos por la
emoción. Se fundieron en un abrazo de tres y se la llevaron
después hasta la pequeña habitación adosada donde, en
ocasiones, el párroco pernoctaba. Allí, sobre el catre,
descansaba el vestido de novia de Nora. 
—No es posible que haya hecho todo esto en tan poco
tiempo —negaba, una y otra vez, mientras le ayudaban a
vestirse—. No es posible.
—Mi hermano es un amor cuando quiere -Janet, que ya no
estaba enfadada con Alan, solo tenía buenas palabras para
él—. Cuando nos dijo lo que pensaba hacer, pensé que me
volvería loca de la emoción. Le ha llevado demasiado
tiempo darse cuenta de que te ama, pero creo que lo está
compensando.
—Cierto —su sonrisa no podía ser más grande ahora.
—Aunque debo decir que te envidio un poco —se sonrojó
—. Al final seré la última en casarme, siendo la primera en
prometerme.
—Escápate con Patrick y casaos en secreto —le sugirió
Nora.
—Él jamás aceptaría —se quejó—. Es demasiado recto
para eso.
—Ya te queda menos para la boda —la consoló Anne.
—Te sobra un poco de tela en alguna parte —miraron
hacia ella con aire crítico—, pero servirá.
—Es más de lo que esperaba tener —las abrazó,
consciente de que aunque habría renunciado a ellas en su
boda rápida, le gustaba que Alan las hubiese llevado a la
capilla—. Cuánto me alegro de que estéis aquí.
—No se lo habría perdonado a mi hermano si me hubiese
excluido —sentenció Janet, a lo que Nora asintió-. Y pienso
recordarle este día cada vez que lo vea. El soltero eterno ha
caído por fin.
Salieron del cuarto todavía riendo, pero en cuanto Anne
posó los ojos en Alan, el resto del mundo dejó de existir. Se
había puesto su ropa de gala y estaba tan impresionante,
que sintió cómo su cuerpo respondía ante él. Alan supo
verlo y le prometió con una sonrisa, más pasión cuando se
quedasen a solas.
—Cuando te comportas como un imbécil, puedes llegar a
ser insoportable —le dijo al colocarse junto a él.
—Vaya, que bonito, cariño —arrugó la frente.
—Pero cuando te propones enamorarme —continuó,
ignorando su comentario—, eres implacable, Alan. No puedo
creer que hayas organizado todo esto en tan poco tiempo.
—Lo que sea por ti —escucharon un carraspeo a su lado,
cuando Alan la besó y observaron al párroco, que les
lanzaba una mirada reprobatoria.
—Todavía no hemos llegado a eso, Alan MacKintosh.
—Lo lamento, padre —inclinó la cabeza.
Solo después de que la ceremonia finalizase y los
felicitasen por el enlace, Anne se dio cuenta de que Malcolm
MacKintosh, el viejo laird, no estaba entre los invitados.
Aunque le sorprendió en un principio, sabía que Alan no lo
querría allí. Y en el fondo, tampoco ella querría que les
arruinase el momento. Le hubiese gustado tener a sus
hermanos a su lado, pero la promesa de una nueva
celebración con ambos clanes en primavera era suficiente
para que su felicidad no se empañase.
—No puedo creer que vaya a dejarte aquí para siempre —
dijo su padre, abrazándola—. Ha sido tan inesperado, que
siento que he perdido a mi hija.
—No me has perdido, padre —le prometió—. Iré a
visitaros tantas veces, que pensarás que todavía sigo allí
con vosotros.
—Puede que lo hagas al principio —la miró con amor
infinito y una sonrisa en los labios—, pero tu nueva vida
está aquí. Y está bien, aunque todavía no me haga a la idea.
Tenía que suceder algún día, solo que no pensé que llegase
tan pronto. Pero tu felicidad es más importante y tu sonrisa
me demuestra que he tomado la decisión correcta. Te
echaré de menos, pero sé que quedas en buenas manos.
—Yo me encargaré de que me cuide bien —sonrió más.
—No me cabe la menor duda —rio su padre—. Aunque
algo me dice que no tendrás que insistir demasiado.
Siguió la mirada de su padre y descubrió a Alan
observándolos, esperando el momento de poder acercarse.
Había un brillo en sus ojos que no le había visto nunca y le
decía cuánto la amaba. Todavía tardaría un tiempo en
acostumbrarse a ello, pues sentía que estaba viviendo un
sueño y que se despertaría en la soledad de su alcoba,
añorando al hombre que amaba.
—¿En qué piensa esa cabecita tuya, cariño? —le preguntó
Alan, abrazándola de camino al castillo.
—En que esto parece un sueño —le confesó—. Hace unas
horas, me preparaba para abandonar Moy para siempre,
dejando atrás al hombre al que amaba y ahora, estoy
casada con él.
—Te entiendo —asintió—, pero es muy real.
—Sí —le acarició la mejilla, solo para comprobar que el
tacto se sentía tan real como Alan le decía que era.
—Mi amor por ti también es real, Anne —la detuvo, para
besarla largamente. Solo cuando la tuvo suspirando por él,
la liberó, con una sonrisa satisfecha en los labios—. Y para
siempre.
—Para siempre —le devolvió la sonrisa—. Eso suena muy
bien.
—Lo hace, ¿verdad? Nunca pensé que lo diría, pero así es.
Contigo solo quiero un para siempre, Anne.
—Lo tendrás —le prometió, ganándose otro beso que le
arrebató el aliento.
Epílogo
 
Seis meses después
Janet estaba radiante con su vestido de novia, pero su
mirada, al ver a su futuro esposo esperándola frente al altar,
deslumbró a todos los invitados. Después de toda una vida
prometidos, había llegado la hora de que Patrick y ella por
fin formasen la familia que tanto deseaban y no había
novios más felices que ellos en ese momento.
—Tú estabas mucho más bella en nuestra boda, cariño —
le susurró Alan a Anne, rodeándola con un brazo para
acercarla más a su cuerpo—. En cualquiera de las dos
bodas.
Porque al final, se habían casado por segunda vez,
incluso antes que Janet, para desesperación de la joven.
Aunque eso no había mitigado la felicidad que sentía al ver
a su hermano con su mejor amiga.
—No seas malo, Alan —lo golpeó en el pecho a modo de
represalia —. Tu hermana está preciosa.
—Pero tú lo eres más —sentenció, con una sonrisa en los
labios.
Aunque Alan había sido siempre contrario al matrimonio,
desde que había asumido lo que sentía por Anne, se había
comportado como el esposo perfecto. En ocasiones, Anne le
había confesado que temía que se esforzase demasiado y
acabase estropeándolo todo, pero Alan le había asegurado
que eso no pasaría porque cuidarla y mimarla ya formaba
parte de sí mismo.
—Atiende a la ceremonia —lo regañó— o te la perderás. Y
se lo diré a tu hermana para que te lo recrimine todos los
días.
—Seguro que Patrick preferiría saltársela e ir al beso
directamente —le susurró, ignorando su comentario—. Se ve
muy ansioso.
—Igual que lo estabas tú en nuestra primera boda —lo
miró por un momento— ¿O debo recordártelo?
—Si insistes —se inclinó para besarla, pero Anne lo
detuvo.
—Estamos en la casa del Señor. Compórtate.
—Si Patrick puede besar a mi hermana, yo también podré
besar a mi esposa —se quejó.
—Silencio, quiero escuchar sus votos.
—Sí, señora —permaneció en silencio, pero sus ojos no se
alejaron de su esposa. Después de seis meses de
matrimonio, todavía se sentía afortunado de que, incluso
con lo terrible que había sido con ella, Anne lo hubiese
elegido igualmente.
Al finalizar la ceremonia, la arrastró fuera de la iglesia y la
besó como había estado deseando hacer desde que se lo
prohibió. La risa de Nora detrás de ellos lo detuvo.
—Anne —le entregó a su hija, con la sonrisa todavía en su
cara—, cuida de Eireen mientras voy a felicitar a Janet. No
quiero que se asuste con la multitud.
Al nacer la pequeña, Malcolm había insistido en que se
llamase Janet, como la hermana de Nora, pero esta había
dicho que no quería cargar a su hija con un pasado tan
triste y había decidido buscar un nombre que no guardase
relación con su familia. Sin embargo, en el último momento,
Malcolm había añadido detrás, el nombre de Isabel, en
honor la abuela de su esposa, pues sabía cuán importante
era para ella.
—Pero qué preciosa eres, pequeña —Anne la abrazó, con
cuidado de no lastimarla—. Eres una niña muy buena, ¿a
qué sí? Claro que sí. Un encanto y un amor.
—Te sienta bien, cariño —le dijo Alan de repente,
observándolas—. Deberíamos ir a por una para nosotros.
—¿Y si fuese un niño? —el viejo laird les molestaba a
menudo con su insistencia para que empezasen a tener
descendencia, pero habían aprendido a ignorarlo. Sin
embargo, Anne solía bromear con su esposo sobre el género
de su futuro bebé.
—Será niña —sentenció él—. Tan bella y valiente como su
madre. 
—Mientras no sea tan testaruda como su padre, me
conformaré, pero me temo tendremos que esperar unos
cuantos meses para saberlo —se mordió el labio, esperando
que captase el mensaje, mientras hacía carantoñas a
Eireen, que no dejaba de bostezar.
—¿Has dicho lo que creo que has dicho? —Alan captó su
atención con su pregunta y se le escapó una sonrisa
emocionada mientras asentía— ¿Estás embarazada?
—Alguna consecuencia debían tener las noches
apasionadas que me das desde que nos casamos —intentó
no reír al ver el rostro sorprendido de su esposo, pero le
resultaba complicado. Estaba tan gracioso, que le habría
encantado poder darle la noticia de nuevo, solo para verlo
con la boca abierta una vez más.
—¿Vamos a ser padres?
—Sí, en unos meses —asintió.
—Vamos a ser padres —Alan comenzó a bracear,
deseando alzar a su esposa en brazos, pero temiendo dañar
a la pequeña, que se había quedado dormida al fin—. Vamos
a ser padres.
Finalmente, tomó su rostro entre sus manos y la besó
hasta que le arrancó un gemido satisfecho. Después, sin
liberarla todavía, la observó, con una sonrisa enorme en su
rostro.
—Jamás creí que me alegraría tanto de ser padre, Anne —
le dijo, abrazándola con cuidado de proteger a la pequeña
Eireen entre ellos—, pero tú has cambiado eso. Has
cambiado mi vida, cariño, y no podría ser más feliz por ello.
Te amo. Te amo tanto, que no puedo expresarlo con
palabras.
—Me lo demuestras cada día, Alan —posó una mano en
su mejilla—. Yo también te amo. Y sé que sea niño o niña, lo
amaremos por encima de todas las cosas. No importa nada
más.
—Será niña —sentenció, besándola, sin saber que al final,
tendría razón.
Sonia López Souto nació en Galicia en Enero de
1979. Madre de una niña, ama leer y ama escribir. No
concibe lo uno sin lo otro.
Su pasión por la lectura nació a sus 12 años, cuando su
madre le regaló su primer libro para leer por placer y no por
obligación. Esa pasión fue la impulsora de que comenzase a
escribir a la edad de 15 años.
Casi todas sus obras están ambientadas en Escocia, un
lugar que la enamoró por sus increíbles paisajes y su
historia cargada de luchas, donde el orgullo y la dignidad de
los escoceses prevalecen sobre cualquier otra cosa.
Roba tiempo al sueño, para crear historias que hagan soñar
a sus lectores. Romántica obstinada, deja fiel reflejo de ello
en cada una de sus obras.
 
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