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En aquellos días Josué reunió todas las tribus de Israel en Siquén y llamó a los ancianos,
a los jefes, a los jueces, a los magistrados para que se presentasen ante Dios. Josué dijo
a todo el pueblo: -Si no les parece bien servir al Señor, escojan a quién servir: a los
dioses a quienes sirvieron sus antepasados al este del Éufrates o a los dioses de los
amorreos, en cuyo país habitan. Mi casa y yo serviremos al Señor. El pueblo respondió:
– ¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es
nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de Egipto, de la esclavitud; él
hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre los
pueblos por donde cruzamos. Nosotros serviremos al Señor, porque él es nuestro Dios.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Efesios (Ef. 5, 21-32)
consagrarla, purificándola con el baño del agua y la palabra, y para colocarla ante sí
gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así
deben también los maridos amar a sus mujeres, como cuerpos suyos que son. Amar a su
mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da
alimento y calor, como Cristo hace con la Iglesia, porque somos miembros de su
cuerpo. «Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y
serán los dos una sola carne.» Es éste un gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la
Iglesia.
En aquel tiempo, muchos discípulos de Jesús, al oírlo, dijeron: Este modo de hablar es
inaceptable, ¿quién puede hacerle caso? Adivinando Jesús que sus discípulos lo
criticaban les dijo: ¿Esto los hace vacilar?, ¿y si vieran al Hijo del Hombre subir adonde
estaba antes? El espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que les
he dicho son espíritu y son vida. Y con todo, algunos de ustedes no creen. Pues Jesús
sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar. Y dijo: Por eso les
he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede. Desde entonces
muchos discípulos suyos lo abandonaron. Entonces Jesús les dijo a los Doce: ¿También
ustedes quieren marcharse? Simón Pedro le contestó: Señor; ¿a quién vamos a acudir?
Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos, y sabemos, que tú eres el Santo
consagrado por Dios.
Homilía
Eduardo Casas
La primera lectura, tomada del libro de los Jueces, muestra al sucesor de Moisés
quien introdujo al pueblo de Israel a la tierra prometida: Josué. El territorio que Dios les
daba estaba ocupado por muchos pueblos, con sus respectivas etnias, culturas y
religiosidad particular. Cada comunidad tenía sus dioses, sus santuarios y sus rituales.
Para que las doce tribus del pueblo de Israel no se sintieran tentadas a la idolatría,
apostatando del Dios que los libró de Egipto, Josué los invita a elegir: “escojan a quién
servir” (24.15). Por su parte, él afirmó: “mi casa y yo serviremos al Señor” (24,15). Él
y toda su familia escoge vivir la fe del Dios verdadero. La respuesta del pueblo siguió
su ejemplo: “el Señor es nuestro Dios. Él nos sacó de la esclavitud. Hizo grandes
signos y nos protegió en el camino. Nosotros serviremos al Señor” (24.17).
Sabemos -por la misma Biblia- que, a pesar de esa elección, el pueblo fue
innumerables veces infiel a Dios. No obstante, mediante la opción inicial, la comunidad
de Israel, no sólo confesó a Dios, sino que forjó su propia unidad, ya que las diversas
tribus tenían cada una sus propios intereses sociales y políticos. La fe en un único Dios
de Israel les otorgó cohesión y unidad político-social en torno a su identidad religiosa a
la hora de ingresar a su nuevo territorio.
Tanto para el antiguo pueblo de Israel, como para nosotros hoy, volvernos a las
fuentes fundacionales de nuestra identidad y de nuestros valores comunes nos ayudará a
un proceso de mayor unidad.
Por su parte, el salmo canta la confianza de un justo, uno más de ese pueblo, que
da gracias por la protección continua de Dios que, en la historia, cuida y favorece de los
más sufridos.
Por otro lado, la misma Carta a los Efesios, también afirma, para los maridos,
que deben amar a sus mujeres, como a sus propios cuerpos, ya que amar a sus esposas,
es amarse a sí mismo. Nadie odia su propia carne.3
Esta afirmación -dirigida a los maridos- es en defensa de las mujeres, ya que las
libra de toda posible violencia machista. Que el esposo deba amar a su esposa y cuidarla
como si fuera su propio cuerpo, lamentablemente no siempre es tan obvio en todos los
casos.
1
cf. Ef 5,21-22
2
cf. Ef 5,23
3
cf. Ef 5,29
4
cf. Ef 5,32
4
Por su parte, en el Evangelio de Juan, vemos que a Jesús no lo fue bien con su
auditorio. Sus oyentes critican sus palabras. Murmuran de su prédica. Les parece duro
el lenguaje y su propuesta.
Así como en la primera lectura Josué preguntó al pueblo a qué Dios querían
seguir; de igual manera, Jesús pregunta a sus Apóstoles, al ver que se marchaban
aquellos que lo escuchaban: “¿también ustedes quieren irse?” (6,67).
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Tal como afirma la Carta a los Gálatas: en la identificación con el Señor. el cristiano no admite
diferencias de cultura; ni de situación social; ni de género. Hay igualdad de dignidad y de condiciones:
“todos ustedes son hijos de Dios por la fe. Por lo tanto, ya no hay judío, ni pagano; esclavo, ni hombre
libre, varón, ni mujer, porque todos ustedes no son más que uno en Cristo Jesús” (3,26-28). Ciertamente
el cristianismo no está en contra de las diferencias, sino de aquellas que generan exclusión.
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La pregunta que el Señor hizo a sus Apóstoles también la formula para cada uno
de nosotros. Esa pregunta -que cada uno tiene que responder sinceramente- supone que
muchas veces abandonamos a Jesús de variadas maneras. Somos infieles, no sólo
abandonando al Señor, sino también abandonando nuestra fe, de múltiples formas y,
además, incluso -en ocasiones- abandonamos nuestra comunidad porque la encontramos
imperfecta y nos sentimos decepcionados o heridos.
A veces nos parece duro, tanto el lenguaje de Jesús, como la propuesta del
Evangelio y el discurso de la Iglesia. Quisiéramos recortar algunas partes de la Palabra
de Dios y quedarnos con aquello que más nos gusta o nos conviene. Hacer un Dios, un
Jesús, una Iglesia, una comunidad, una familia, a nuestra comodidad y a nuestro gusto.
Jesús dijo “las palabras que les he dicho son espíritu y son vida. Y con todo,
algunos de ustedes no creen” (6,63). El Señor sabía que algunos no creían y que
tomaban sus palabras como meras exigencias de obligación para su seguimiento. Sin
embargo, Él afirmó que sus Palabras son “espíritu y vida”. Sólo accediendo al Espíritu
de Dios y a su vida, su mensaje puede ser aceptado y escuchado. De lo contrario, sus
Palabras nos suenan duras como prescripciones a cumplir. Si esto sucede, tenemos que
preguntarnos si las Palabras del Señor han dejado de ser, para nosotros, “espíritu y
vida” y se han vuelto letras vacías y yugo pesado.
De allí que Jesús afirma que, para asumir su Palabra, “la carne no sirve para
nada” (6,63). Las solas fuerzas humanas, sin la gracia, no pueden nada. 6 Se necesita
vivir del Espíritu para aceptar plenamente la Palabra.
La respuesta que dio el Apóstol Pedro, asumiendo la voz de los Doce, es toda
una confesión de fe: “¿a dónde iremos? ¡Tú tienes palabras de vida eterna!” (6,68).
Ojalá que éstas sean también nuestras palabras y nuestra decisión en el seguimiento
coherente y testimonial de Jesús. Amén.
6
cf. 1 Co 15,50
6
1. ¿Cuáles son las “idolatrías” de los falsos dioses que tiene mi corazón?
3. ¿Cuáles son las palabras que siento duras en el Evangelio y que experimento como
exigencia?
Oración
la riqueza de tu mensaje.
¿A dónde voy a ir, sino es a Ti?
¿A dónde voy a permanecer, sino en Ti?
Tú ahora me preguntas
y yo humildemente te respondo:
Amén.