Está en la página 1de 8

¡SAL DE ESA CUEVA!

Saludos a todas ustedes amadas hermanas que vienen por una


porción de la Palabra de Dios cada semana.

Hoy quiero compartirles un pasaje de la Biblia que se encuentra en


el primer libro de Reyes, capítulo 19. Es la historia del profeta Elías.
Este profeta es muy conocido por los grandes sucesos espirituales
que tuvo que enfrentar.

Solo unos cuantos días antes de este momento que leemos en el


capítulo diecinueve, él había vencido a los profetas de Baal y había
predicho una lluvia en forma milagrosa.

Sin embargo, después de ser amenazado de muerte por Jezabel, se


encontró atravesando un período de depresión y desesperanza.

¿Ya te has sentido así? ¿Has despertado por la mañana sintiendo


que ya no tienes fuerzas para enfrentar el día? Quizás te miras en el
espejo y no es la imagen que te gustaría ver.
En tu mente resuenan palabras dolorosas que has oído como: “ya
no te amo más”, “tu enfermedad no tiene cura”, “no sabes hacer nada
bien”, “eres lo peor” o “a nadie le importas”. Podría seguir
enumerando muchas otras situaciones más de fracaso semejantes a
estas, y es posible que te identifiques con alguna de ellas, pero lo
cierto es que todas ya hemos enfrentado tiempos como los que
enfrentó este profeta.

Elías no tenía fuerzas físicas ni espirituales, se sentía tan


desalentado que deseó la muerte. El texto aun relata que increpó a
Dios rogándole que le quitara la vida porque ya no soportaba más la
situación que estaba viviendo.

Y allí estaba Elías, echado debajo del árbol, sin ganas de seguir
adelante en su jornada.

¡Cuántas veces no hemos enfrentado episodios así! Después de


haber tenido experiencias profundas con nuestro Señor, haber
ganado grandes batallas espirituales, de repente, una situación que
sentimos que va más allá de nuestras fuerzas, nos deja sentadas
bajo el árbol del desánimo y decepción.

Son épocas de nuestra vida, donde al igual que Elías nos


encontramos en medio de un desierto, sin esperanza, viendo todo
oscuro y entristecidas por lo que sucede.

Elías se sentó bajo ese enebro y no tuvo fuerzas para seguir su


camino. Allí se quedó dormido. Dormía para descansar del estrés o
quizás para evadirse un poco de todo lo que le abrumaba. Tú y yo
también hemos enfrentado y tenemos que pasar por muchos
momentos así. Hay días en que simplemente no tenemos fuerzas
para seguir. Todo se ve oscuro, todo se ve negativo, nuestro ánimo
nos abandonó y no queremos continuar.

Son nuestras emociones, esas de las que hemos hablado tantas


veces. Nuestras emociones se cambian de polo y todo se vuelve
negativo. Ellas no solo nos agobian sino que nos enceguecen y nos
impiden tener la visión espiritual de los problemas que enfrentamos.

Elías se sentía tan abrumado por todo que quería morir. Estaba allí
postrado, sin fuerzas, sin propósito, y había perdido el rumbo.

Es aquí donde entra en escena el ángel del Señor, que le aparece y le


dice: “Levántate y come”. No sólo le da la orden de alimentarse
para que tuviera fuerzas para continuar su jornada, sino que
además le provee el alimento para ello.

Elías obedece, sin embargo, aun vuelve a dormir. Aun no tenía el


ánimo para seguir su jornada. Entonces el ángel le vuelve a decir,
“levántate y come, porque largo camino te resta”. Este no es el
fin de tu jornada, aun hay mucho por recorrer. No te detengas,
porque aun no has llegado al lugar que Dios preparó para ti.

En medio de tiempos oscuros, de tristeza, desánimo y dolor, nuestro


Señor siempre nos da una palabra de aliento, una promesa para
proseguir. Él provee alimento para nuestro espíritu decaído, Él nos
llena de su Palabra y nos ordena seguir adelante en nuestra
jornada, tal como lo hizo con Elías.

Recuerdo hace muchos años atrás, mientras pasaba por el período


más oscuro de mi vida, en medio de mi separación, había pasado
una noche entera llorando, diciéndole a Dios que me sentía
abandonada, que no entendía por qué estaba pasando por todo ese
dolor y angustia y que por favor me ayudara. A la mañana
siguiente, sonó el teléfono y una mujer preguntó por mí y me dijo
que en la madrugada había recibido una llamada y que la voz en el
teléfono le había dicho que se levantara y orara por mí. Luego, ella
comenzó a decirme que el Señor me enviaba un mensaje: Hija mía,
yo no te he abandonado, yo estoy contigo, yo te fortaleceré en todo lo
que has de pasar… y muchas palabras más como estas. Las
lágrimas me inundaban, él había respondido todo lo que en la
madrugada le había cuestionado, y aunque mis problemas estaban
recién comenzando, él me dio una palabra de aliento para seguir mi
jornada, tomada de su mano. Y así proseguí, pues aun vendrían
muchos años de proceso espiritual, pero sabía que Él estaba
conmigo.

Y bueno, así también, después de ser fortalecido por este alimento y


palabra, Elías continúa su jornada, por otros cuarenta días
caminando en dirección al monte de Dios. Él iba en busca de la
presencia del Señor, porque tenía claro que solo allí hallaría la
respuesta y la fortaleza que buscaba para su situación tan
abrumadora.

Al llegar a Horeb, el monte de Dios, una vez más Elías retrocede en


sus emociones negativas y quizás por temor, o quizás por el mismo
desánimo, se mete en una cueva.

¡Cuántas veces no nos hemos metido en una cueva para intentar


huir de todo y de todos! La cueva representa nuestras huidas, las
cosas que hacemos para evadirnos e intentar escapar de esta
realidad que nos agobia.
En la cueva nos quedamos lamentándonos por los problemas, por
aquellas personas que nos han herido, por lo que no tenemos, por lo
que consideramos injusticia, por todo lo que nos aqueja. Pero estar
allí dentro nos impide ver a Dios. Nos impide ver el obrar de nuestro
Señor y entender sus propósitos. Estar allí nos vuelve a exponer a
una situación de vulnerabilidad ante el enemigo, porque
comenzamos a buscar formas que no agradan a Dios para mitigar el
dolor y para lidiar con aquello que nos perturba o entristece.

Es por ese motivo que Dios le pregunta a Elías en el versículo 9 del


capítulo 19 de 1° Reyes: “¿Qué haces aquí, Elías?” Y hoy, a ti
también te pregunta querida hermana que estás en la cueva: ¿Qué
haces ahí? ¿Acaso yo te mandé que te metieras en la cueva? ¿No te
he dicho que me busques en tiempo de aflicción para que veas mi
gloria?

Y en el verso 11 Dios aun añade: “Sal fuera y ponte delante de


Jehová”. ¡Sal de esa cueva hermana! ¡No te quedes allí dentro
lamentándote por lo que está ocurriendo! Tu lugar es en la presencia
del Señor, allí hallarás fortaleza, reposo y la respuesta que estás
buscando…

La promesa del Señor para aquellos que le buscan en tiempos de


tribulación y angustia es la que está allí en Salmos 50:15 que dice:
“invócame en el día de la angustia; yo te libraré, y tú me
honrarás”.

¡Invoca al Señor amada hermana! Los tiempos oscuros son tiempos


de clamor, son tiempos de buscar la presencia del Señor para hallar
en Él lo que necesitamos.

Elías obedeció. Salió de la cueva, pero claro, no sin antes exponerle


al Señor su dolor y angustia porque como siervo de Dios veía que ya
ninguno del pueblo quería obedecer al Señor. Y lo que era aun peor,
el pueblo había matado a los profetas para no escuchar Palabra de
Dios, y él, que era el que restaba, estaba amenazado de muerte.
Pero una vez más el Señor le manda salir de la cueva donde se había
escondido.
Y aquí, hermanas amadas, sucede un episodio interesante. Dios le
ordena a Elías ponerse en la presencia de Dios para que pudiera
escuchar de Él, lo que tenía para decir. Y al salir, Elías ve tres
grandes manifestaciones del poder de Dios como son: el viento, el
terremoto y el fuego, pensando quizás Elías que Dios estaría allí, en
esas manifestaciones portentosas de poder. Pero Dios no estaba allí.

¡Cuántas veces en medio de las crisis y problemas, queremos y


rogamos que Dios se manifieste con poder para derrotar a nuestros
enemigos o para hacernos justicia! Clamamos rogando que Dios
obre para que aquellos que nos han causado dolor y pesar reciban
su merecido. Sí, queremos que Dios obre y haga como nosotros
esperamos. Pero Dios no estaba allí.

Y así como Elías tuvo que aprender, también nuestro Señor nos
enseña que, en muchas ocasiones, Él aparecerá y obrará como un
silbo apacible y delicado, tal como sucedió en la escena del Monte
Horeb.

No será como esperamos, ni será cuando esperamos. No será con


terremoto, ni será con viento recio, y menos con fuego destructor… y
no significa que no pueda hacerlo… puede, y lo hace… lo ha hecho,
pero, esta vez, él se manifiesta con ese silbo apacible y delicado.

Una gran lección que aprendemos en tiempos así es que nuestro


Señor muchas veces obrará de forma silenciosa, tal como lo fue ese
silbido apacible y delicado. Tal como se menciona en Zacarías 4:6
que dice: “No con la fuerza, ni con el poder, sino sólo con mi
Espíritu, dice Jehová de los ejércitos”.

Sí, nuestro Señor también obrará milagros y hará grandes portentos


sólo con su Espíritu, de forma apacible y delicada, de forma quizás
imperceptible a nuestros ojos, pero obrará, y no será menos
impactante o milagroso que si lo hubiera hecho con vientos,
terremotos o con fuego.
Sólo debemos confiar. Debemos poner nuestra fe en el hacedor del
milagro más que en el milagro en sí. Quizás te has desanimado
porque has quitado los ojos del Señor y los has puesto en aquello
por lo que estás orando o pidiendo.

¡No te desanimes amada hermana! Nuestro Dios sigue siendo un


Dios Todopoderoso. Él no ha dejado de ser, no ha perdido su poder
ni su dominio sobre todo y todos. Él es capaz de hacer ese milagro y
aun algunos mucho mayores. Él te pregunta allí en Isaías 43:13:
“Lo que hago yo ¿quién lo estorbará?” ¿Acaso alguien o algo
podrá impedir el obrar de Dios?

Él dice ahí en Jeremías 32:27 “He aquí que yo soy Jehová, Dios
de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí?”. No lo hay.
Nada es imposible para nuestro Dios. No hay circunstancia que no
pueda cambiar, milagro que no pueda hacer, corazón endurecido
que no pueda ablandar, ni ánimo que no pueda levantar.

Sólo debes tener fe en Él, para mirarle solo a El mientras pasas por
este valle, por este desierto de tribulaciones. Debes buscarle a Él y
clamar en esos tiempos de desánimo por las circunstancias que te
agobian.

Jesús enseñó sobre esto, cuando refirió la parábola de la viuda


insistente, pero al final del texto dijo allí en Lucas 18:7-8 (NBV)
“¿No creen ustedes que Dios hará justicia a los que él ha
escogido y que claman a él día y noche? ¿Se tardará él en
responderles? Yo les aseguro que él les hará justicia sin tardar.
Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe en la
tierra?”

Y yo te hago la misma pregunta a ti hoy: cuando Cristo venga,


¿hallará fe en tu corazón? ¿Serás tú una de las pocas que
permanezca creyendo y confiando en Él a pesar de las tribulaciones
y problemas? Él hará justicia, él no se tardará en responder… ¿pero
permanecerás creyendo a pesar de que el tiempo pase y no veas
nada?
Ten fe, amada hermana, esa fe que cree en Él, aunque no vea nada.
Esa fe que se sustenta solo por Su Palabra y por sus promesas y no
por lo que ve solamente. Aunque nada veas, cree que Él está
haciendo caminos donde piensas que no los hay, que Él está
actuando como silbido apacible y delicado. Cree que Él está forjando
destinos, cumpliendo propósitos y cambiando corazones. Aunque
no entiendas… confía. “No temas, cree solamente”. (Lucas 8:50)

Afirma tu corazón en Él… sé fiel a Él… permanece en su presencia.


No caigas en el juego del enemigo que te amenaza y te quiere apartar
de la presencia de Dios y hacerte entrar a la cueva de la depresión y
del desaliento.

Deja que el Señor sea tu porción, tal como dice allí en


Lamentaciones 3:24 a 26 que dice: “Mi porción es Jehová, dijo
mi alma; por tanto, en él esperaré. Bueno es Jehová a los que en
él esperan, al alma que le busca. Bueno es esperar en silencio la
salvación de Jehová”. Cuando te sientas desfallecer y ya no tengas
fuerzas para seguir, toma tu porción del Señor y espera en Él. Toma
tu alimento de Él que será tu aliento para continuar esa difícil
jornada. Aliméntate de Cristo, busca su Palabra, busca su guía y
luego espera en Él, confiando.

Y en lugar de huir a la cueva, deja que Él sea tu escondedero, como


dice allí en Salmos 119:114, “Mi escondedero y mi escudo eres
tú, en tu palabra he esperado”. Escóndete en Él, busca en Él el
refugio que necesitas en tiempos de angustia, de presión y de
tristeza. Deja que Él te salve y que te muestre el camino que debes
andar.

Así que sal de esa cueva donde te has metido y entra en la presencia
del Señor, búscale con todo tu corazón y halla en Él, el alimento que
necesitas para seguir tu jornada.

¡Levántate, hermana mía, porque largo camino te resta!


Porque de la misma manera como lo hizo con Elías, el Señor te
mostrará el camino que debes andar y el propósito que tiene para ti
en adelante.

¡Ánimo querida, el Señor está contigo!

Oremos: Señor, aquí estamos ante ti, rogando que nos fortalezcas
en medio de las tribulaciones. Te buscamos en medio de la
dificultad, porque queremos verte, y conocer tus propósitos para
nuestra vida y para todo lo que vivimos. Fortalécenos, Padre, en
medio de la prueba y que podamos siempre confiar en ti, en tu poder
para obrar los milagros por los cuales oramos. En Cristo Jesús,
amén.

También podría gustarte