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Y allí estaba Elías, echado debajo del árbol, sin ganas de seguir
adelante en su jornada.
Elías se sentía tan abrumado por todo que quería morir. Estaba allí
postrado, sin fuerzas, sin propósito, y había perdido el rumbo.
Y así como Elías tuvo que aprender, también nuestro Señor nos
enseña que, en muchas ocasiones, Él aparecerá y obrará como un
silbo apacible y delicado, tal como sucedió en la escena del Monte
Horeb.
Él dice ahí en Jeremías 32:27 “He aquí que yo soy Jehová, Dios
de toda carne; ¿habrá algo que sea difícil para mí?”. No lo hay.
Nada es imposible para nuestro Dios. No hay circunstancia que no
pueda cambiar, milagro que no pueda hacer, corazón endurecido
que no pueda ablandar, ni ánimo que no pueda levantar.
Sólo debes tener fe en Él, para mirarle solo a El mientras pasas por
este valle, por este desierto de tribulaciones. Debes buscarle a Él y
clamar en esos tiempos de desánimo por las circunstancias que te
agobian.
Así que sal de esa cueva donde te has metido y entra en la presencia
del Señor, búscale con todo tu corazón y halla en Él, el alimento que
necesitas para seguir tu jornada.
Oremos: Señor, aquí estamos ante ti, rogando que nos fortalezcas
en medio de las tribulaciones. Te buscamos en medio de la
dificultad, porque queremos verte, y conocer tus propósitos para
nuestra vida y para todo lo que vivimos. Fortalécenos, Padre, en
medio de la prueba y que podamos siempre confiar en ti, en tu poder
para obrar los milagros por los cuales oramos. En Cristo Jesús,
amén.