Ella: Si por lo menos no me hubiera llamado enseguida, si hubiera dejado
pasar unos días entonces yo lo hubiera llamado porque estaría pensando por qué no me llama, pero no. Ya sé, pido demasiado, pido una dosis de histeria que pocos hombres tienen. Pero dejarme mensajes como “estoy tan feliz que estés en mi vida” ¿te das cuenta? Me vio un día, pasamos algunas horas juntos y ya hablaba de que le encantaría llevarme todas las mañanas el desayuno a la cama. Y vos me conocés, lo único que yo quería era volver rapidísimo a casa y dormir feliz abrazada a mi almohada inteligente que no transpira ni ronca y si me la saco de encima no se ofende. Además es increíble porque cuando nos conocimos y estábamos con otra gente yo hablaba de lo bien que me sentía sola, que no me imaginaba para nada en pareja. Habrá pensado: Luisito va a ser la excepción. Luisito la seduce y la cura. ¡La transforma! ¡El nuevo reto de Luisito! Y, claro, en estos tiempos a los hombres se les presentan pocos desafíos. Ya no hay tierras ni mares vírgenes por explorar, ponés Google Earth y listo. La cuestión es que me llamó al día siguiente varias veces. Desconecté el celular y cuando lo conectaba tenía 10 llamadas perdidas. Otro día vino a casa, tocó el timbre, lo vi por el visor del portero ¡estaba sitiada! No podía salir ni atender el celu. A nosotras nos tocó el tiempo bisagra. Los hombres de más 50 siguen desubicados entre el modelo de mamá abnegada y servicial y lo que somos ahora las mujeres. ¿Que qué somos? Y… lo que queda entre lo que esperan de nosotras y lo que nosotras esperamos de la vida. Algo así. Sigo, en la primera y única salida él insistía en abrirme la puerta del auto, daba la vuelta rápido y la abría como si yo no tuviera fuerza en los dedos ni en la muñeca. Una vez como gracia pase, ¡pero cada vez! Y en la cena cuando hacía un mínimo intento de acercarme a una botella él me ganaba de mano y me servía. No me dejaba hacer nada. Te vuelven una discapacitada motriz. Y si hay algo que no necesito en mi vida es que me abran las puertas y me sirvan el vino que tomo. Que me las abran solo si estoy muy en pedo. Era muy incómodo. Imaginate, agasajos, piropos, a la hora ya me había invitado a recorrer los 7 lagos así que no quedaba otra que hacerme la seducida aunque no quisiera, me la pasaba sonriendo. ¡Una tensión! ¡Me dolían las mandíbulas! ¿Piensan qué es eso lo que queremos? Que nos conquisten antes de averiguar un poco en qué plan estamos. Es poco estimulante ver a alguien tan excitado sin una haber hecho nada. Empezás a pensar que exagera o que es un boludo. Así que le dije que me llevara a casa. Y ahí comenzó la persecución. Se obsesionó. Sí, ya sé, es lo peor que le puede pasar a un obsesivo. No saber qué sucede. ¿Qué hice mal? ¿Dónde me equivoqué? Se le arma un enigma policial. Y la obsesión no es por mí que apenas me conoce, es porque necesita develar el enigma. ¿Cuál? ¿Por qué esta mujer no quiere? O mejor, ¡¿por qué mierda esta mujer no me quiere a mí?!