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Una estancia en la Patagonia y tres mujeres olvidadas por el tiempo. La tarde se teje
entre la soledad y el polvo. En la galería, un cuarto horadado por grandes
ventanales, María Hueso, la india, con su cuerpo menudo y sus caderas anchas, se
pasea asegurando trapos contra las rendijas de la vidriería.
María Hueso: Despertó. (Ignorando el reclamo. Mientras toca sus pechos, en tono de
confidencia) Las nuestras damos de mamar siempre. (Pausa)Tenemos. (Pausa) Hasta
una chiva me puse una vez a la teta de cómo me dolía tanta leche. (Pausa) Una ovejita
pampa. Vivió mucho, daba linda lana. (Pausa) Todos se vienen sanos con mi teta.
(Satisfecha) Las nuestras ponemos en la teta hasta los guerreros, así se gana la guerra:
buen caballo y buena teta.
Doña Encarna: (Desde el interior) ¡María! ¡María Hueso! (En tono insultante) ¡India
esquiva!
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Doña Encarna entra con su bordado que huele a olvido y va hacia la mecedora junto al
ventanal.
Doña Encarna (Vuelve al bordado): ¿Y? (Pausa) La ausencia te pone de malas, ahora
también de la siesta tus espíritus son dueños…
María Hueso: Están ahí ¡Mírelos! ¿Los ve? Están dando vueltas.
Doña Encarna: Lo que no tiene es lengua. (Pausa) Ese sol en medio del morro la va a
poner mala. (Busca en el silloncito un mantón) Cubríle la cabeza.
María Hueso: Usted vino del Norte, aún no comprende. (Untando sus pezones con un
líquido viscoso, de espalda a las ventanas) Lejos de donde viene el viento. (Pausa) El
viento los seca. (Sin dejar de refregarse.) A ésa la secó también. La secó en el primer
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encuentro. (Pausa) Las mujeres muy blancas no pueden verlo a tiempo. (Pausa.
Detiene la tarea. Tapa el frasco y lo guarda en los bolsillos que cuelgan de su cadera) Y
después ya es tarde para el lamento.
María Hueso: (Certera) Acá es un palo. (Pausa) Acá eso que usted dice no crece.
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Doña Encarna: ¿Qué hora es?
Doña Encarna: Ahí estás otra vez, hablando por la soberbia de tu leche.
María Hueso: (Soberbia) No hay oro ni viento que pueda contra este líquido blanco y
espeso que les da forma. (A la ventana) Ella no lo quiso entender.
Doña Encarna: (Irónica) Olvidás el poder que perdiste. El poder que da tener un buen
vientre.
María Hueso: Yo no olvido nada, los suyos sí. (Vuelve a sus trapos) Los suyos sí, el
viento y el sol los confunde. (Intencionada) ¿Dónde fue don Alonso?
Doña Encarna: ¿Te importa? (Larga pausa) A negociar tierras con los indios. Pasando el
cañaveral...
Doña Encarna: Don Alonso dijo que quería hacerla frontera entre indios y cristianos.
(Breve pausa, ladina.) Yo le dije que debía dársela al heredero en camino.
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Doña Encarna (Febril): ¡No me mires!
Doña Encarna (Fuera de sí): ¿Qué sabés? (Pausa.) Decíme qué sabés. ¡Ladina, traidora!
¿Qué sabés?
María Hueso: Nada nuevo. (Pausa. Mirando a través de los vidrios sucios) Ya no hay
olor a pájaros en el aire, se está haciendo la tormenta.
María Hueso (Esquiva): No, doña Encarna. (Amparándose en la Naturaleza) Está brioso
como macho en celo, se le acerca el agua; eso lo enfurece.
Doña Encarna: Como no sea cierto... Te voy a descuartizar, María Hueso. Te voy a
hervir los pedazos en el caldero ese que ponés al fogón los días de fiesta. Ya verás... te
voy a hacer comer por los perros, todos tus pedazos... se van a relamer los animales,
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hasta tu alma se van a engullir. Mirálos. (Ordena.) ¡Mirálos, allá! Pasando el
abrevadero... ¿Ves el hambre que tienen?
María Hueso: (Con un hilo de voz): Están echados panza arriba porque anuncian el
agua...
Doña Encarna: ¡No anuncian nada! ¡Los perros no anuncian nada! Están soñando que
ya te comieron, ¡india de los infiernos!
Silencio profundo.
No se oye nada.
Doña Encarna: No. (Pausa) No importa; ¿no decís vos que ésta no es su hora? Dejála
un tiempo a que se llene de aire en el pecho...
María Hueso: Ahora usted es la que no entiende; (Pausa) no le toque el afuera como a
la extranjera.
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Sigue el silencio.
Doña Encarna: (Desde una tranquilidad endeble) Volvió a dormirse... era un señuelo de
angurria...
Del lado del viento un grito breve y el sonido de un cuerpo que se desploma.
María Hueso (Rotunda): Cautiva no, eligió al cacique, mi hermano. Cautiva no,
premiada.
María Hueso: No responderá. Está seca, como usted, pero bajo el sol.
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Doña Encarna (Impaciente): ¡El madroño!
Doña Encarna (amenazante): Te vuelvo a oír llamarlo palo y... Llevále agua.
María Hueso: No, el espíritu la acompaña. (Pausa) Está toda adolorida y ahora
descansa, si le llevo el agua...
María Hueso: Camina una legua o dos hasta donde empieza el desierto y se echa como
un animal desgraciado... Se le olvida todo: el cacique y los críos... Vuelve seca y a los
hijos se los alimenta una de las nuestras porque ella no quiere, ella no... ¡Y eso que uno
de los dos será cacique; mi hermano lo eligió!
María Hueso: ¡Vivirá! Lo hará, la naturaleza es sabia. (Mirando afuera) La sangre tiene
memoria.
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Doña Encarna: ¡Salvaje!
Doña Encarna (Grita por las rendijas): Mojá su rostro. ¿Respira? Así. Así. Seguí
haciéndolo. (Pausa; las observa sordamente.) ¿Quién es más india de esas dos...?
Doña Encarna: (Alejándose del viento) Todo junto, todo junto... Se ponen de acuerdo
para fastidiar... Desierto, tierra bárbara del olvido ¡Ah, si yo fuera sorda! ¡Qué paz
tendría!
Doña Encarna (Vuelve sigilosa sobre la mecedora): Cuando echen las vías al menos
miraremos el correr del tren...
Larga pausa.
Doña Encarna: Pero habrá olor feo; de hollín. (A la india que está afuera) ¿Los pañales,
dónde los tendiste?
María Hueso: Ese fue un palo que puso empeño para venirse árbol.
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Doña Encarna: Los ingleses plantan rosas adonde van.
María Hueso: Sí. Esta se escapó de su inglés y se vino con los míos. Nunca dijo por qué.
No decía en esa época mucho, tampoco. Hubo una guerra entre el inglés y los
nuestros. ¡Pero los nuestros ganaron, como siempre! Fue después que ella quiso hacer
traición y...
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Doña Encarna: ¿Qué hace ella?
María Hueso: La Luisina duerme con la cara así (la imita); la Brígida está jugando con el
pato de madera que le talló el Calfú. Teresita la mira a la gringa como para adivinarla y
pelea en silencio con Remedios. (Mecánicamente) Mercedes le tiró una piedra por la
cabeza a la gringa. La gringa lloró, un poco. (Pausa) Pedía papel para escribir brujerías,
(pausa) dije que no.
Doña Encarna: Ves perros dar señales, al agua corriendo al viento, y ella es la bruja…
Tensión.
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María Hueso: La Mercedes es distinta a las demás: es seria. Usted no debería dejar que
las niñas la vean. Las mezclas no son buenas, mire si les da a sus niñas por hacerse
indias después.
Doña Encarna: (Celosa) Ya ví que le andás paseando las caderas otra vez.
Doña Encarna: Tarde no, imposible. (Pausa) Ya lo dije, te tiro a los buitres.
María Hueso: Caranchos. (Del interior no se oye nada) Llora la pequeña, señal de su
leche.
Doña Encarna: (tratando de distraerla) Caranchos. ¿Te acordás cuando vino don
Miranda y trajo el halcón aquel que tenía adiestrado...?
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María Hueso: No.
Doña Encarna (Distrayendo la tensión.): Hicimos un paseo por el cipresal... Los que
después devoró el incendio. Mientras estábamos allí don Miranda echó a volar el
halcón en busca de alguna presa... Lo flecharon los indios. Cayó en las tolderías y
cuando los hombres lo fueron a buscar nos dijeron que no lo entregarían porque era
un ave mala, agorera...
María Hueso: Lo sería. Los míos no mienten. (Dirigiéndose en sentido al cuarto de las
niñas)
Pausa tensa.
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Doña Encarna retoma el bordado; María Hueso acomoda unos trapos sobre las
baldosas, se recuesta boca arriba y se toca los senos.
María Hueso: No. La lluvia está cerca, se huele a la distancia (Ríe con la satisfacción de
la victoria). Su furor, ¿lo huele? Su furor es la marca de la derrota que se avecina.
Doña Encarna: India sucia. Lo único que huelo son los rastros de tu leche agria por los
rincones.
María Hueso: Nada más me tiene para que le amamante las crías.
Doña Encarna: No lo busqué. (Con amargura) Yo no quería este desierto hostil como
lugar para los míos.
María Hueso: (Enojada) No me mire así. (Se levanta, se dirige hacia el ventanal) Soy yo
la que se queda por pena. Sí, yo le tengo pena. Sin mí, la cría se le muere de hambre.
¿No cree? Vaya por el desierto a ver si encuentra otra india... Una leche tan fuerte, que
hace crecer guerreros no debe darse al cristiano. No me mira bien mi hermano por
esto...
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María Hueso: Mi hermano me lo perdona, dice, porque son todas hembras las suyas y
las hembras no batallan...
María Hueso: Mentira. Mentira. Don Alonso me robó para que le sirviera a la señora.
Pero no era usted. Era la otra, la que parecía una virgen de la iglesia de linda que era y
enseguida se le murió de peste. Después la trajo a usted.
María Hueso: Yo me quedé por pena de verla sola y perdida a usted, con preñez tras
preñez y la preñez doble y ese cementerio allá al fondo todo de hijos suyos, como de
hombres chiquititos...
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María Hueso: La otra era fértil, pero la peste no le dio ocasión.
María Hueso: (Regresando) No viene, quizás haya decidido quedarse con ellos.
Doña Encarna: ¿Con los indios? No lo creo. (Pausa) Allá lejos me parece ver levantarse
el polvo…
María Hueso: No. (Pausa) Con los suyos, los que se ha llevado hace tiempo.
María Hueso: Es el sol que se descuelga. Pudo por fin quitarse la soga del cuello y
ahora se aleja. Se marcha a su casa, hecha toda con toldos de guanaco negro…
Doña Encarna va hacia el interior mientras María se queda prendada del viento en la
ventana, tocándose los pechos.
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Doña Encarna: ¿Del madroño?
María Hueso: Lo mató su leche agria. (Pausa) Mató al macho. La sangre tiene memoria.
Doña Encarna: (Con un dejo de furia) Bárbaros, asesinos! (Implorando) ¡Sos india
María, pero también mujer, carajo!
Silencio.
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Doña Encarna: ¡Dejá tus rencores de lado y entrá a esa mujer por Dios!
María Hueso: ¿Y Don Alonso? Por qué no le dijo a Don Alonso, “no empieces” cuando
se me venía encima, yo era una cría también…
María Hueso: (Con un rencor viejo) A ella no se lo arrebataron, ella lo dejó morir. Se
apiada de ella, pero de mis machitos no se apiada…
Doña Encarna: ¡No tienen derecho! No tenemos leche pero somos las madres.
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María Hueso: La que los parió
Doña Encarna: La que los protegió de este viento y de este desierto durante nueve
meses. (Pausa) Y hasta de ustedes.
Doña Encarna: ¡Acaso no tienen sus espíritus! (Pausa) Probá, María, quizás te escuche
tu dios porque el mío nos olvidó aquí hace tiempo.
María Hueso: De las armas no. Ni él nos salva cuando se trata de nuestros críos
Doña Encarna: (Pensativa) Aquí no. (Con un hilo de fuerza) Ya basta. (Irónica) “Las
mezclas no son buenas”, ¿no son tus palabras?
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María Hueso: (Intencionada) ¿Cuándo vuelve del cañaveral?
Doña Encarna: No lo sé. (Pausa) Estoy acá con vos y con la gringa ésa.
Doña Encarna: (Rotunda) Sabés que en nuestro cementerio no debe haber bastardos…
María Hueso: Entonces que no regrese. O los trae al jardín o que se quede junto a
ellos, juntito a ellos en la cañada.
Doña Encarna: ¡India del diablo! El volverá, tiene a sus mujeres para cuidar.
La india sale en busca de la niña, doña Encarna se deja caer en la mecedora. Toma el
bordado lo apoya en su pecho y tararea la canción de cuna mientras se mece en la
soledad del cuarto. Contiene el llanto.
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Apagón.
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