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El descuido de la siesta

De Araceli Arreche y Patricia Suárez

Una estancia en la Patagonia y tres mujeres olvidadas por el tiempo. La tarde se teje
entre la soledad y el polvo. En la galería, un cuarto horadado por grandes
ventanales, María Hueso, la india, con su cuerpo menudo y sus caderas anchas, se
pasea asegurando trapos contra las rendijas de la vidriería.

María Hueso: (Hacia el viento) Duerme todavía la señora. (Pausa) Se revuelve en


sueños, no es bueno. (Pausa) Se le dijo, las ausencias se cobran. No escucha.
(Rezando) “Mahún protégenos de Kuref, no permitas que se haga con nuestras almas
en el descuido de la siesta.” (Pausa)

Doña Encarna: (Desde el interior) ¡María! ¡María Hueso!

María Hueso: Despertó. (Ignorando el reclamo. Mientras toca sus pechos, en tono de
confidencia) Las nuestras damos de mamar siempre. (Pausa)Tenemos. (Pausa) Hasta
una chiva me puse una vez a la teta de cómo me dolía tanta leche. (Pausa) Una ovejita
pampa. Vivió mucho, daba linda lana. (Pausa) Todos se vienen sanos con mi teta.
(Satisfecha) Las nuestras ponemos en la teta hasta los guerreros, así se gana la guerra:
buen caballo y buena teta.

Doña Encarna: (Desde el interior) ¡María! ¡María Hueso! (En tono insultante) ¡India
esquiva!

María Hueso: (A la gringa que permanece afuera) Le previne, no es bueno pensar en


huir. Ahora no tiene otra casa, se hubiera quedado allá en su lugar pero no, usted
como la Doña, terca como nuestras mulas. (Pausa. Oyendo) El está enojado, usted le
hace las crías débiles. Usted le enfermó al heredero y despertó el furor...

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Doña Encarna entra con su bordado que huele a olvido y va hacia la mecedora junto al
ventanal.

María Hueso: No debe coser.

Doña Encarna (Sin levantar la vista de la tela): ¿Qué?

María Hueso: Cuando el sol está así no se debe coser.

Doña Encarna (La mira): ¿Por qué?

María Hueso: Los espíritus se revuelven...

Doña Encarna (Vuelve al bordado): ¿Y? (Pausa) La ausencia te pone de malas, ahora
también de la siesta tus espíritus son dueños…

María Hueso: Están ahí ¡Mírelos! ¿Los ve? Están dando vueltas.

Doña Encarna: A la única que veo es a la gringa loca.

María Hueso: Detrás. Ella no tiene espíritu.

Doña Encarna: Lo que no tiene es lengua. (Pausa) Ese sol en medio del morro la va a
poner mala. (Busca en el silloncito un mantón) Cubríle la cabeza.

María Hueso: Ahora no.

Doña Encarna (Con sorna): Ah, cierto, el castigo de los tuyos.

María Hueso: Usted vino del Norte, aún no comprende. (Untando sus pezones con un
líquido viscoso, de espalda a las ventanas) Lejos de donde viene el viento. (Pausa) El
viento los seca. (Sin dejar de refregarse.) A ésa la secó también. La secó en el primer

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encuentro. (Pausa) Las mujeres muy blancas no pueden verlo a tiempo. (Pausa.
Detiene la tarea. Tapa el frasco y lo guarda en los bolsillos que cuelgan de su cadera) Y
después ya es tarde para el lamento.

Doña Encarna: (Recordando con cierta melancolía) Cuando en mi pueblo preguntaban


qué era el sur; nosotros decíamos “Sevilla”. Nadie se imaginaba más sur que Sevilla.
(Mira a lo lejos): ¿Qué hace?

María Hueso: Ordeño.

Doña Encarna: ¿Qué hace ella?

María Hueso: Da vueltas alrededor del palo como se le mandó...

Doña Encarna: Es un madroño. (Pausa. Con la satisfacción del recuerdo) Un árbol de


madroños.

María Hueso: (Certera) Acá es un palo. (Pausa) Acá eso que usted dice no crece.

Doña Encarna: (Volviendo al presente) Lo aprendí. Aquí todo se seca y se olvida.


(Mirando a la gringa que permanece fuera) Como se olvidarán de ella.

María Hueso: Es el viento.

Doña Encarna: Lo que no hace el viento lo hace el tiempo.

En un silencio cuidado, María se dirige hacia adentro.

Doña Encarna (alerta): ¿Adónde vas?

María Hueso (sorprendida): A ver si están despiertas ya...

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Doña Encarna: ¿Qué hora es?

María Hueso: La del llanto.

Doña Encarna: ¿La hora de la siesta?

María Hueso: No.(Pausa) Esa no es su hora.

Doña Encarna: Ahí estás otra vez, hablando por la soberbia de tu leche.

María Hueso: (Soberbia) No hay oro ni viento que pueda contra este líquido blanco y
espeso que les da forma. (A la ventana) Ella no lo quiso entender.

Doña Encarna: (Irónica) Olvidás el poder que perdiste. El poder que da tener un buen
vientre.

María Hueso: Yo no olvido nada, los suyos sí. (Vuelve a sus trapos) Los suyos sí, el
viento y el sol los confunde. (Intencionada) ¿Dónde fue don Alonso?

Doña Encarna: ¿Te importa? (Larga pausa) A negociar tierras con los indios. Pasando el
cañaveral...

María Hueso: (Sobresaltada): ¿El cañaveral?

Doña Encarna: Sí.

María Hueso: ¿Y qué pasará con la cañada?

Doña Encarna: Don Alonso dijo que quería hacerla frontera entre indios y cristianos.
(Breve pausa, ladina.) Yo le dije que debía dársela al heredero en camino.

María Hueso (Atenta al vientre): Hembra.

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Doña Encarna (Febril): ¡No me mires!

María Hueso: Hembra y está de pie.

Doña Encarna: ¡No me mires! ¡Bruja!

María Hueso (Aparta la vista; exageradamente calma): Ni el buen augurio puede


contra la sequía. (Silencio) ¿Cuándo volverá el patrón?

Doña Encarna (Severa): ¿Qué importa? (Pausa) A la caída del sol.

María Hueso: ¿Lo cree?

Doña Encarna: Estoy segura.

María Hueso: ¿Sí?

Doña Encarna (Fuera de sí): ¿Qué sabés? (Pausa.) Decíme qué sabés. ¡Ladina, traidora!
¿Qué sabés?

María Hueso: Nada nuevo. (Pausa. Mirando a través de los vidrios sucios) Ya no hay
olor a pájaros en el aire, se está haciendo la tormenta.

Doña Encarna: Una emboscada. Los tuyos le armaron una emboscada.

María Hueso (Esquiva): No, doña Encarna. (Amparándose en la Naturaleza) Está brioso
como macho en celo, se le acerca el agua; eso lo enfurece.

Doña Encarna: Como no sea cierto... Te voy a descuartizar, María Hueso. Te voy a
hervir los pedazos en el caldero ese que ponés al fogón los días de fiesta. Ya verás... te
voy a hacer comer por los perros, todos tus pedazos... se van a relamer los animales,

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hasta tu alma se van a engullir. Mirálos. (Ordena.) ¡Mirálos, allá! Pasando el
abrevadero... ¿Ves el hambre que tienen?

María Hueso: Veo caballos inquietos, eso no es bueno.

Doña Encarna: (Continuando) tienen mucha hambre. (Azuzándola) Imagináte cómo se


van a calmar cuando te tengan dentro de su panza.

María Hueso: (Con un hilo de voz): Están echados panza arriba porque anuncian el
agua...

Doña Encarna: ¡No anuncian nada! ¡Los perros no anuncian nada! Están soñando que
ya te comieron, ¡india de los infiernos!

Silencio profundo.

María Hueso: (Arremete) Llora la niña. Creo que es la pequeña.

Doña Encarna: (Inquieta) ¡Luisina! ( Pausa) Dejála. ¡No le des leche!

No se oye nada.

María Hueso: Llora.

Doña Encarna: No. (Pausa) No importa; ¿no decís vos que ésta no es su hora? Dejála
un tiempo a que se llene de aire en el pecho...

María Hueso: Ahora usted es la que no entiende; (Pausa) no le toque el afuera como a
la extranjera.

Doña Encarna: Bruja, yo soy extranjera también...

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Sigue el silencio.

María Hueso: Ya no llora más...

Doña Encarna: (Desde una tranquilidad endeble) Volvió a dormirse... era un señuelo de
angurria...

Cada una vuelve a su quehacer.

María Hueso: (Irónica) No es bueno perturbar al sueño de la cría, le trae dolores de


vientre.

Del lado del viento un grito breve y el sonido de un cuerpo que se desploma.

María Hueso: Cayó al fin.

Doña Encarna: Pobre cautiva.

María Hueso (Rotunda): Cautiva no, eligió al cacique, mi hermano. Cautiva no,
premiada.

Doña Encarna (Llama a la gringa): ¡Mujer, mujer!

María Hueso: No responderá. Está seca, como usted, pero bajo el sol.

Doña Encarna: Es muda, no sorda. ¡Señora, señora!

María Hueso: No la oye, tiene el espíritu confundido.

Doña Encarna: No se levanta.

María Hueso: Es el palo, no daba sombra.

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Doña Encarna (Impaciente): ¡El madroño!

María Hueso: Roba la sombra el palo suyo ese...

Doña Encarna (amenazante): Te vuelvo a oír llamarlo palo y... Llevále agua.

María Hueso: No, el espíritu la acompaña. (Pausa) Está toda adolorida y ahora
descansa, si le llevo el agua...

Doña Encarna (Impaciente): ...el agua...

María Hueso: Lo hace de maña. Lo sé. Es la hembra de mi hermano. Yo la he visto


hacerse la muerta de cara al sol y después nada...

Doña Encarna: ¡Mañosa!

María Hueso: Camina una legua o dos hasta donde empieza el desierto y se echa como
un animal desgraciado... Se le olvida todo: el cacique y los críos... Vuelve seca y a los
hijos se los alimenta una de las nuestras porque ella no quiere, ella no... ¡Y eso que uno
de los dos será cacique; mi hermano lo eligió!

Doña Encarna (Irónica): Si vive, será cacique.

María Hueso: ¡Vivirá! Lo hará, la naturaleza es sabia. (Mirando afuera) La sangre tiene
memoria.

Pausa muy tensa.

Doña Encarna: ¡Fuera! (Señala.) Llevále el agua pura de esa jofaina.

María Hueso (Torva): Acá no hay nada puro...

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Doña Encarna: ¡Salvaje!

María Hueso sale.

Doña Encarna (Grita por las rendijas): Mojá su rostro. ¿Respira? Así. Así. Seguí
haciéndolo. (Pausa; las observa sordamente.) ¿Quién es más india de esas dos...?

Aúllan los perros, el viento pega en las ventanas.

Doña Encarna: (Alejándose del viento) Todo junto, todo junto... Se ponen de acuerdo
para fastidiar... Desierto, tierra bárbara del olvido ¡Ah, si yo fuera sorda! ¡Qué paz
tendría!

Doña Encarna aprovecha la ausencia de la india y se dirige al interior. Se la escucha


cantar una canción de cuna.
El cuarto de grandes ventanales ha quedado vacío, sólo los ecos del viento y de los
perros aseguran la inmediatez del presente.

Doña Encarna (Vuelve sigilosa sobre la mecedora): Cuando echen las vías al menos
miraremos el correr del tren...

Larga pausa.

Doña Encarna: Pero habrá olor feo; de hollín. (A la india que está afuera) ¿Los pañales,
dónde los tendiste?

María Hueso: (Entrando) Del romero.

Doña Encarna: A ése le sabés el nombre.

María Hueso: Ese fue un palo que puso empeño para venirse árbol.

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Doña Encarna: Los ingleses plantan rosas adonde van.

María Hueso: Ellos están locos.

Doña Encarna: No todos.

María Hueso: Sí. Esta se escapó de su inglés y se vino con los míos. Nunca dijo por qué.
No decía en esa época mucho, tampoco. Hubo una guerra entre el inglés y los
nuestros. ¡Pero los nuestros ganaron, como siempre! Fue después que ella quiso hacer
traición y...

Doña Encarna: ¿Lo mataron al inglés?

María Hueso: No lo he visto merodear.

Doña Encarna: ¿Dónde fue eso?

María Hueso: Más al sur...

Doña Encarna: (Queriendo atrapar algún recuerdo) En mi pueblo, cuando decían el


norte era Londres...

María Hueso: Hizo mal en que la vieran.

Doña Encarna: ¿Qué?

María Hueso: Tendría que haber cerrado los postigos.

Doña Encarna: ¿Qué hace?

María Hueso: Le advierto.

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Doña Encarna: ¿Qué hace ella?

María Hueso: Duerme.

Doña Encarna: ¿Estás segura?

María Hueso: Ronca.

Doña Encarna: (Inquieta) ¿Las niñas?

María Hueso: La Luisina duerme con la cara así (la imita); la Brígida está jugando con el
pato de madera que le talló el Calfú. Teresita la mira a la gringa como para adivinarla y
pelea en silencio con Remedios. (Mecánicamente) Mercedes le tiró una piedra por la
cabeza a la gringa. La gringa lloró, un poco. (Pausa) Pedía papel para escribir brujerías,
(pausa) dije que no.

Doña Encarna: Ves perros dar señales, al agua corriendo al viento, y ella es la bruja…

María Hueso: Alma dice ser y sin embargo no tiene espíritu.

Doña Encarna: Tu hermano le arrancó la lengua.

María Hueso: El viento la secó primero (Pausa breve.)

Doña Encarna: Lo que no hace el viento lo hacen ustedes.

María Hueso: (Decidida) ¿Y mi vientre? (Rotunda) Ni el viento ni los míos.

Doña Encarna: No recuerdo.

Tensión.

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María Hueso: La Mercedes es distinta a las demás: es seria. Usted no debería dejar que
las niñas la vean. Las mezclas no son buenas, mire si les da a sus niñas por hacerse
indias después.

Doña Encarna: (Tratando de evadir el pensamiento) Imposible, es muda.

María Hueso: Don Alonso no lo hubiera permitido...

Doña Encarna: Don Alonso, don Alonso...

María Hueso: Don Alonso…

Doña Encarna: (Celosa) Ya ví que le andás paseando las caderas otra vez.

María Hueso: Nunca.

Doña Encarna: ¿Querés que te haga bastardos?

María Hueso: Tarde. Es tarde. (Pausa)

Doña Encarna: Tarde no, imposible. (Pausa) Ya lo dije, te tiro a los buitres.

María Hueso: Aquí no hay buitres.

Doña Encarna: ¿Cómo que no? Esos que vuelan en redondo...

María Hueso: Caranchos. (Del interior no se oye nada) Llora la pequeña, señal de su
leche.

Doña Encarna: (tratando de distraerla) Caranchos. ¿Te acordás cuando vino don
Miranda y trajo el halcón aquel que tenía adiestrado...?

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María Hueso: No.

Doña Encarna: ¿Cómo que no?

María Hueso: (Tocándose los pechos) Estaría con mis hijas.

Doña Encarna: (Sigue de cerca de la india) Mis hijas.

María Hueso: Lo mismo.

Doña Encarna (Distrayendo la tensión.): Hicimos un paseo por el cipresal... Los que
después devoró el incendio. Mientras estábamos allí don Miranda echó a volar el
halcón en busca de alguna presa... Lo flecharon los indios. Cayó en las tolderías y
cuando los hombres lo fueron a buscar nos dijeron que no lo entregarían porque era
un ave mala, agorera...

María Hueso: Lo sería. Los míos no mienten. (Dirigiéndose en sentido al cuarto de las
niñas)

Doña Encarna: (Cerrándole el paso) Ya no es el tema. Don Miranda se pasó la noche


llorando. Lloraba tanto que contagió a las crías y ellas lloraban con él. Decía que tenía
que darle santa sepultura al halcón, ponerle una cruz... Don Alonso dijo que don
Miranda estaba loco; todos los que nacen cerca del Guadalquivir están un poco...

María Hueso: ¿No escucha el llanto?

Doña Encarna: (Enérgica) No.

Pausa tensa.

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Doña Encarna retoma el bordado; María Hueso acomoda unos trapos sobre las
baldosas, se recuesta boca arriba y se toca los senos.

Doña Encarna: (Molesta) Otra vez echada. Ve a ver si está despierta.

María Hueso: No. La lluvia está cerca, se huele a la distancia (Ríe con la satisfacción de
la victoria). Su furor, ¿lo huele? Su furor es la marca de la derrota que se avecina.

Doña Encarna: India sucia. Lo único que huelo son los rastros de tu leche agria por los
rincones.

María Hueso: Al menos la leche no me huye.

Doña Encarna: ¿Y qué?

María Hueso: Nada más me tiene para que le amamante las crías.

Doña Encarna: No lo busqué. (Con amargura) Yo no quería este desierto hostil como
lugar para los míos.

María Hueso: Se hubiese quedado al norte.

Silencio de Doña Encarna.

María Hueso: (Enojada) No me mire así. (Se levanta, se dirige hacia el ventanal) Soy yo
la que se queda por pena. Sí, yo le tengo pena. Sin mí, la cría se le muere de hambre.
¿No cree? Vaya por el desierto a ver si encuentra otra india... Una leche tan fuerte, que
hace crecer guerreros no debe darse al cristiano. No me mira bien mi hermano por
esto...

Doña Encarna: Tu hermano te puso a servir casas a los 8 años...

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María Hueso: Mi hermano me lo perdona, dice, porque son todas hembras las suyas y
las hembras no batallan...

Doña Encarna: Tu hermano te regaló a los españoles.

María Hueso: Mentira. Mentira. Don Alonso me robó para que le sirviera a la señora.
Pero no era usted. Era la otra, la que parecía una virgen de la iglesia de linda que era y
enseguida se le murió de peste. Después la trajo a usted.

Doña Encarna: ¿A la otra el viento la secó también?

María Hueso: Yo me quedé por pena de verla sola y perdida a usted, con preñez tras
preñez y la preñez doble y ese cementerio allá al fondo todo de hijos suyos, como de
hombres chiquititos...

Doña Encarna: ¿Estaba seca o no?

María Hueso: Yo soy la que le mantiene viva la cría...

Doña Encarna: ¡Fuera!

María Hueso: ¿Quiere que vea si duerme la gringa?

Doña Encarna: ¡Andáte!.

María Hueso: ¿Adónde?

Doña Encarna: Da lo mismo, en el desierto da lo mismo.

María comienza a irse hacia el otro lado.

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María Hueso: La otra era fértil, pero la peste no le dio ocasión.

Doña Encarna aprovecha la ausencia de María y vigila a sus niñas.


Las sombras se pegan a los ventanales.

María Hueso: (Regresando) No viene, quizás haya decidido quedarse con ellos.

Doña Encarna: ¿Con los indios? No lo creo. (Pausa) Allá lejos me parece ver levantarse
el polvo…

María Hueso: No. (Pausa) Con los suyos, los que se ha llevado hace tiempo.

Doña Encarna: No. (Pausa) Sigue el polvo.

María Hueso: La engañan los ojos.

Doña Encarna: No, no. Si está todo tiñéndose de colorado intenso…

María Hueso: Es el sol que se descuelga. Pudo por fin quitarse la soga del cuello y
ahora se aleja. Se marcha a su casa, hecha toda con toldos de guanaco negro…

Doña Encarna: No mandó ni un mensajero.

María Hueso: No.

Doña Encarna va hacia el interior mientras María se queda prendada del viento en la
ventana, tocándose los pechos.

Doña Encarna: (Entrando) ¿Y la gringa?.

María Hueso: Está debajo del palo.

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Doña Encarna: ¿Del madroño?

María Hueso: ¡Si usted lo dice!

Doña Encarna: Pero se muere. (Abatida) Hace falta un poco de compasión.

María Hueso: No la tuvo con el heredero.

Doña Encarna: Aún le quedan dos niñas que criar.

María Hueso: Hembras alimentadas por nuestras tetas.

Doña Encarna: (Impotente) Pero nacidas de su vientre, ¡joder!

María Hueso: Lo mató su leche agria. (Pausa) Mató al macho. La sangre tiene memoria.

Doña Encarna: (Con un dejo de furia) Bárbaros, asesinos! (Implorando) ¡Sos india
María, pero también mujer, carajo!

María Hueso: ¿Y usted?

Doña Encarna: ¿Yo qué?

María Hueso: ¿Acaso dejó su Norte y pensó en mí?

Doña Encarna: Se trata de la gringa, se muere.

María Hueso: ¿Y mis críos para cuándo?

Silencio.

María Hueso: La oí. (Con despecho) Me quitaron el vientre no el oído.

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Doña Encarna: ¡Dejá tus rencores de lado y entrá a esa mujer por Dios!

María Hueso: La oí cantando esa tonada que duerme a las crías.

Doña Encarna: Canción de cuna, María, canción de cuna.

María Hueso: A los míos el silencio del cañaveral y a las suyas...

Doña Encarna: No empieces, María. Fue hace tanto tiempo.

María Hueso: El viento me los trae en cada abrazo. Me los recuerda…

Doña Encarna: Fantasmas. (Pausa) A veces la memoria es mala consejera. No


empieces, María…

María Hueso: ¿Y Don Alonso? Por qué no le dijo a Don Alonso, “no empieces” cuando
se me venía encima, yo era una cría también…

Doña Encarna: (Nerviosa) No podía, los hombres no escuchan. (Paseándose de un lado


a otro) Debe ser el lugar, aquí… a ella… (Por la gringa) se la castiga porque se le muere
un hijo, qué más castigo que no tenerlo María, respondéme.

María Hueso: (Con un rencor viejo) A ella no se lo arrebataron, ella lo dejó morir. Se
apiada de ella, pero de mis machitos no se apiada…

Doña Encarna: Ella sólo quiso darle su propia leche

María Hueso: Agria, muerta desde la naciente.

Doña Encarna: ¡No tienen derecho! No tenemos leche pero somos las madres.

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María Hueso: La que los parió

Doña Encarna: La que los protegió de este viento y de este desierto durante nueve
meses. (Pausa) Y hasta de ustedes.

María Hueso ¿Y a nosotros quién? Nosotros también necesitamos protegernos de


ustedes y de sus cementerios.

Doña Encarna: ¡Acaso no tienen sus espíritus! (Pausa) Probá, María, quizás te escuche
tu dios porque el mío nos olvidó aquí hace tiempo.

María Hueso: De las armas no. Ni él nos salva cuando se trata de nuestros críos

Doña Encarna: (Pensativa) Aquí no. (Con un hilo de fuerza) Ya basta. (Irónica) “Las
mezclas no son buenas”, ¿no son tus palabras?

María Hueso: Nunca son buenas, traen consigo pegado el desentendimiento.

Doña Encarna: (Desde la ventana) No puedo ver morir a esa mujer….

María Hueso: Mientras usted mira, yo daré de mamar a sus crías

Doña Encarna: (Enfrentándola) Ya es hora que dejen tu teta…

María Hueso: ¿Quién lo dice?

Doña Encarna: Lo digo yo, su madre, mal que te pese.

María Hueso: ¿Y Don Alonso?

Doña Encarna: ¿Y Don Alonso qué?

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María Hueso: (Intencionada) ¿Cuándo vuelve del cañaveral?

Doña Encarna: No lo sé. (Pausa) Estoy acá con vos y con la gringa ésa.

María Hueso: ¿Y los traerá?

Doña Encarna: (Rotunda) Sabés que en nuestro cementerio no debe haber bastardos…

María Hueso: Entonces que no regrese. O los trae al jardín o que se quede junto a
ellos, juntito a ellos en la cañada.

Doña Encarna: ¡India del diablo! El volverá, tiene a sus mujeres para cuidar.

Silencio profundo. Se oye el llanto de un bebé.

María Hueso: Luisita llora.

Doña Encarna: Pasó la hora de la siesta.

María Hueso: Pero ellos no saben más que de la sed de su leche.

Doña Encarna (Con dolor) De la tuya.

María Hueso: (Desde la satisfacción que da la venganza) De la mía...

La india sale en busca de la niña, doña Encarna se deja caer en la mecedora. Toma el
bordado lo apoya en su pecho y tararea la canción de cuna mientras se mece en la
soledad del cuarto. Contiene el llanto.

Se oye un golpe seco.

Doña Encarna: La gringa…. (Sigue tarareando la canción de cuna.)

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Apagón.

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