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Hispanic Research Journal, Vol. 7, No.

3, September 2006, 237–250

La masculinidad en La amortajada de María


Luisa Bombal
Yolanda Melgar
University College, Dublin

En este artículo se investiga el concepto de masculinidad de la novela La amortajada de María


Luisa Bombal (1910–1980), con el fin de argumentar que el cuestionamiento de la estructura
patriarcal no sólo procede de la visión que en su obra se refleja de la existencia femenina, como ha
teorizado tradicionalmente la crítica, sino también de la masculina. Para ello se analizan los
personajes masculinos de la novela, que determinan la vida frustrada de la protagonista y
aparecen al mismo tiempo retratados como seres infelices, e incapaces de reconocer o enfrentarse
efectivamente a los elementos que causan su desdicha. Este retrato nos servirá para argumentar
que el tipo de relaciones que se establece en el entramado patriarcal es nocivo, no sólo para la
mujer, sino también para el hombre. Utilizando los instrumentos descriptivos que se nos
proporcionan dentro del marco teórico del feminismo y los estudios de masculinidad, se investiga
la identidad masculina reflejada por Bombal con el fin de contribuir a una visión diferente de sus
obras, subrayando la importancia de la representación de la problemática masculina y evitando
dicotomías simplistas entre los hombres, que tradicionalmente han sido considerados como
opresores, y sus víctimas, las mujeres.

1. Introducción
A pesar de que María Luisa Bombal manifestó en vida un absoluto desinterés por los
movimientos feministas de su época, adoptando ‘una posición conservadora con respecto
a la política y a la caracterología de hombre y mujer’, se ha podido afirmar que en sus
textos se desarrolla ‘una visión transgresiva de dichos órdenes’ (Guerra 1996: 11). La
crítica de la obra de María Luisa Bombal se ha centrado tradicionalmente en el análisis de
esta visión con respecto a la identidad femenina, ya que la mujer es invariablemente la
protagonista de su mundo literario. Esta identidad ha sido investigada en numerosos
estudios que han subrayado el ‘feminismo implícito’ de la literatura bombaliana en su
‘denuncia de las contradicciones y conflictos de la existencia femenina’ en el seno de la
alta burguesía chilena, el estrato enfocado por Bombal en su obra (Guerra-Cunningham
1980: 83).
El concepto de masculinidad que subyace en la obra de Bombal, en cambio, no ha sido
analizado con detenimiento por la crítica, si bien está en la raíz de esos conflictos
representados en la obra bombaliana. Los hombres son en ella, como sujetos de poder, el

Address correspondence to Yolanda Melgar Pernías, IRCHSS Government of Ireland Scholar,


University College Dublin, Department of Spanish and Lusophone Studies, School of Languages,
Literatures and Film, John Henry Newman Building, Belfield, Dublin 4, Ireland.

© Queen Mary, University of London, 2006 DOI: 10.1179/174582006X119691


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absoluto alrededor del cual gira la vida de la mujer y, por tanto, las figuras de trasfondo
en la problemática que se retrata.
En este contexto, el presente artículo pretende investigar el concepto de masculinidad
en la novela La amortajada (1938). La motivación de este estudio, no obstante, no viene
dada únicamente por un interés por abundar en la problemática femenina representada,
sino principalmente por analizar la problemática masculina en sí misma. Desde nuestro
punto de vista, este análisis es necesario, ya que los textos de Bombal efectúan un
cuestionamiento que no sólo procede de su ‘visión transgresiva’ de la existencia
femenina sino también de la masculina.
En esta visión que impregna los textos de María Luisa Bombal, la existencia de mujeres
y hombres está, con escasas excepciones, inevitablemente predestinada a la infelicidad, a
la frustración, a la derrota. Ese aroma trágico que destilan estos personajes se relaciona
casi invariablemente con la falta de empatía, comunicación y afinidad en sus relaciones
con el otro sexo, lo cual desemboca en relaciones amorosas o matrimonios desgraciados.
Ello infunde en el mundo bombaliano un persistente halo de pesimismo, reforzado en la
obra que ahora analizamos por otros elementos como la omnipresencia de la muerte (en
la figura de la amortajada) o la fuerza trágica que tiene el destino en la vida de los
personajes.1
A través de este retrato en que tanto hombres como mujeres se muestran incapaces de
comunicarse y de escapar de un sino desventurado, los textos de la escritora chilena
abren una brecha en la mitología de los sexos imperante en el sistema social patriarcal
que se toma como punto de referencia: los desgraciados hombres y mujeres bombalianos
evidencian la actitud crítica de la autora y la condena que ésta efectúa de las erradas
concepciones del patriarcado.
El patriarcado, entendido como el sistema social por el que el hombre disfruta de los
privilegios económicos y del poder sobre la mujer, que, como resultado, se ve confinada
al hogar (Beynon 2002: 165), es, en efecto, la estructura histórico-social en la que Bombal
inscribe su mundo literario. Este mundo ficticio patriarcal que Bombal recrea en su obra
refleja el mundo real en que vivió la escritora, el de Chile de principios y mediados del
siglo xx.
En el contexto latinoamericano, según Maxine Molyneux, aunque las mujeres lucharon
por la igualdad de derechos, sobre todo desde comienzos de esta centuria, siguió
existiendo una hegemonía y control del hombre sobre la mujer, reflejados en la ley y en
la vida pública (2000: 45).
En el caso particular de Chile, como observa Karin Alejandra Rosemblatt, confluyeron
los discursos de estado y de género, ya que los gobiernos populistas que se sucedieron en
el poder en los años treinta y cuarenta intentaron reforzar la identidad nacional
uniéndola a un determinado discurso de masculinidad. Naturalmente, esta confluencia
no contribuyó a consolidar otra masculinidad que la patriarcal.2

1 Como veremos a lo largo de nuestro análisis, el motivo del destino implacable del que el ser humano
no puede zafarse aparecerá en relación con todos los personajes (se advertirá, por ejemplo, en la
frecuencia de la palabra destino y derivadas, o sinónimas como estrella). En conjunto, todos estos
elementos conforman un característico pesimismo metafísico que es un rasgo recurrente en el universo
literario de María Luisa Bombal (recordemos en este sentido que la escritora admiraba profundamente la
obra del noruego Knut Hamsun, cuya producción se caracteriza por su tono pesimista).
2 Como explica la misma teórica, ‘as political leaders [...] promoted a masculine identity that defined
men as workers and family heads, they justified increased material benefits and political enfranchise-
ment for men [...]. Working-class men consequently achieved the status of privileged citizens. Women
[...] as non-workers and dependent family members [...] were clearly considered secondary citizens’
(Rosemblatt 2000: 263).
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Esta concepción tradicional de los géneros femenino y masculino es la que aparece
reflejada y castigada por Bombal en La amortajada.3
En cuanto a la concepción de masculinidad, la entendemos como un conjunto
heterogéneo de ideas construidas en torno a supuestos de poder social, que son vividas
y reforzadas, o quizá negadas y cuestionadas, de maneras múltiples y diversas dentro de
un sistema social organizado principalmente en torno a nociones jerárquicas de género
(Segal 1990: 287–88). Naturalmente, en esta construcción social que es la masculinidad no
sólo intervienen cuestiones de género. Como señala la misma crítica Lynne Segal, no se
trata sólo de una multiplicidad de estilos masculinos, ‘for these are always cut across by,
and enmeshed within, other, differing relations of power — class, age, skill, ethnicity,
sexual orientation, and so on’ (1990: xi).4
Particularmente, la obra de Bombal examina el modelo de ‘masculinidad hegemónica’
del entramado patriarcal, nombre que el sociólogo R. W. Connell le da a aquella que
ocupa la posición hegemónica en un conjunto determinado de relaciones de género
(1995: 76). Dentro de esta masculinidad, J. MacInnes señala vicios masculinos típicos
como ‘abuse, destructive aggression, coldness, emotional inarticulacy, detachment, isola-
tion, an inability to be flexible, to communicate, to empathise, to be soft, supportive or
life-affirming’ (1998: 47). A estos rasgos podemos añadir un sistema de valores centrado,
en palabras de Luis Bonino, en ‘un predominio del deseo de dominio, un deseo sexual
legitimado y vivido como autónomo [...] y un vínculo con las mujeres en las que se las
considera sobre todo como objeto (de mirada, deseo o utilización)’ (2000: 50).
En nuestra novela, ese modelo ortodoxo gana a costa del sufrimiento de casi todos los
personajes, masculinos y femeninos, que, como resultado, llevan una existencia plagada
de conflicto, tormento e insatisfacción, lo cual es retratado y criticado por Bombal como
parte de la ética de la sociedad patriarcal.
Precisamente, éste es, en nuestra opinión, uno de los aspectos más interesantes de la
novela que vamos a examinar, ya que la postura adoptada por la escritora cuestiona y
deconstruye binarismos simplistas entre víctimas y opresores: si bien la mujer sufre las
consecuencias de la metanarrativa patriarcal de un modo mucho más directo, el hombre
se presenta no sólo como responsable de una ideología que él perpetúa, sino también
como víctima de un orden que, como individuo, no ha creado ni controla, sino que
ha heredado. Como señala Stephen W. Whitehead, ese orden le da al poder masculino
una autonomía ilusoria, cuyo resultado es ‘a masculine subject, a discursively bounded
and enabled individual locked within a political category not directly of its making’
(2002: 110).5 Este rechazo de las dicotomías tradicionales permite analizar las sutiles
complejidades de la relación entre mujeres y hombres.
A continuación nos centraremos en mostrar esa ‘visión transgresiva’ (Guerra 1996: 11)
que de los hombres se recoge en La amortajada.

3 A pesar de la diferencia conceptual existente entre los términos sexo y género, nos parece adecuado en
este artículo utilizar ambos términos como sinónimos por motivos de variación estilística.
4 En la obra que analizamos sólo se tienen en cuenta consideraciones de género, pero ello no reduce,
sin embargo, la validez crítica de los textos bombalianos: Bombal refleja en sus textos su visión
primordialmente como mujer y por ello se centra lícitamente en el análisis del factor que más determinó
su propia experiencia.
5 Stephen W. Whitehead aplica las teorías de Michel Foucault a su análisis de la masculinidad en su
teorización de ese ‘sujeto masculino’. Ello no quiere decir, sin embargo, que a ese sujeto le sea imposible
escapar de tal categoría: aunque rodeado de poderosos discursos de significado, el hombre no es ‘an
entirely empty vessel for submersion in restricted discourses’ (Whitehead 2002: 214–15).
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2. La amortajada: cuatro hombres, un paradigma
La segunda novela de María Luisa Bombal, La amortajada (1938), publicada cuatro años
después de su primera novela, La última niebla, gira alrededor de las reflexiones
retrospectivas que, desde la muerte, la amortajada Ana María hace en torno a su vida.
Estas reflexiones tratan en su mayoría de la relación de la protagonista con los hombres
que tuvieron un papel significativo en su vida: su padre, su primer amor Ricardo, su
marido Antonio y su confidente Fernando. A pesar de ser polifacéticas y variadas,
todas las relaciones de las que Ana María da cuenta al lector tienen un rasgo común:
son relaciones problemáticas, acechadas por la sombra de la incomunicación, la
incomprensión, el desamor o el desprecio. De ese modo, a lo largo de las páginas de
La amortajada, se insiste en la alienación infranqueable en la relación entre el hombre y la
mujer: siempre parece existir una problemática que nos prohíbe de una forma casi
imperativa creer en la posibilidad de relación armónica entre los sexos.
En la cosmovisión de la novela, el origen de esa imposibilidad se halla en las
características y los roles tradicionalmente asumidos por la mujer y el hombre, propios
de la estructura patriarcal de Latinoamérica de principios y mediados del siglo xx. Con
ello, Bombal ofrece una crítica de la limitada ideología subyacente a esa estructura, que
construye paradigmas de feminidad y masculinidad represivos para ambos sexos.
El paradigma de feminidad que se retrata y se denuncia en La amortajada a través de la
protagonista Ana María procede, en efecto, del discurso patriarcal: la vida de la mujer se
reduce al limitado espacio del hogar, queda totalmente al margen del compromiso social
y fundamenta su realización, no en acciones propias, sino en las relaciones con el otro
masculino.6
Analicemos ahora ese paradigma de masculinidad a través del estudio de la identidad
de los personajes masculinos principales de La amortajada.

2.1 El padre de la amortajada


En el breve pasaje en que aparece este personaje, la memoria de la hija nos remonta a la
ocasión en que su padre, ya viudo, le preguntó por qué quería a su madre:
Cándidamente ella había contestado:
— Porque llevaba siempre un velito atado alrededor del sombrero y tenía tan rico olor.
Los ojos de su padre se habían llenado de lágrimas; y, como ella se le arrimara
instintivamente, él la había rechazado [...].
— Eres una tonta — le había dicho; luego había dejado el cuarto dando un portazo.
(Bombal 1996: 118)
En este fragmento vemos que la respuesta proporcionada por Ana María, calificada de
‘cándida’ al reflejar una visión de la madre basada en la experiencia de la propia niña y
no en la experiencia paterna (es decir, la patriarcal), desencadena las lágrimas del padre,
que, ante las muestras de empatía por parte de la hija, siente la necesidad (masculina)
de huir ‘dando un portazo’, cerrando toda vía o posibilidad de comunicación con el
otro. Este rechazo y huida paternos tiene dos raíces. Por una parte, el padre percibe sus
lágrimas como un signo de debilidad y, por tanto, como un ‘peligro’, ya que a través de
ellas se puede desmoronar su imagen de hombre fuerte e inviolable frente a la hija.
Por otra parte, la respuesta ‘cándida’ de la hija representa una ruptura de la convención

6 Recordemos que, como nos dijo Simone de Beauvoir en 1949, en el patriarcado la realización de la
existencia femenina depende del logro del amor y del matrimonio, razón por la cual el hombre se
convierte para la mujer en su único destino.
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social por la que las relaciones humanas se acomodan a unos modelos fijos
predeterminados que corresponden al discurso patriarcal; de ahí que el padre llame
‘tonta’ a su hija.
La Ana María niña, sin embargo, muestra una aguda percepción, ya que, nos revela la
amortajada, ‘desde ese momento, toda la vida ella sospechó que su padre también había
querido a su mujer por la misma razón, por la cual ella, la tonta, la había querido ...’
(Bombal 1996: 118).7 En este fragmento vemos que se sugiere una conexión entre la visión
masculina y femenina: Bombal insinúa que en el fondo el padre es una víctima, ya que se
halla limitado por esa misma maraña de rígidas convenciones sociales patriarcales. Este
personaje, sin embargo, no parece consciente de esa limitación y, con su rechazo, no hace
sino confirmar el rígido esquema social que le rodea.
La actitud del padre, no obstante, está cargada de un sentimiento de tristeza y vacío, el
mismo sentimiento que, intensificado, muestra el mismo personaje, ya anciano, encarado
ante la muerte encarnada en la persona de su hija amortajada. En el velatorio, el padre
manifiesta una ‘agobiada tranquilidad’ (Bombal 1996: 118) y poco más adelante leemos:
Más tarde, luego de haber cerrado todas sus puertas, se extenderá sobre el lecho, volverá
la cara contra la pared y recién entonces se echará a sufrir. Y sufrirá oculto, rebelde a la
menor confidencia, a cualquier ademán de simpatía, como si su pena no estuviere al
alcance de nadie.
Y durante días, meses, tal vez años, seguirá cumpliendo mudo y resignado la parte de
dolor que le asignó el destino. (Bombal 1996: 119)8
En este pasaje la narradora nos proporciona un excelente retrato gráfico de la
identidad masculina en la sociedad en que se enmarca la novela: es una masculinidad
que cierra ‘todas sus puertas’ y vuelve ‘la cara contra la pared’ en un gesto que denota la
imposibilidad de interacción y, por tanto, de comunicación del hombre con el otro. En su
silencio y soledad, al ser masculino no le queda más que sufrir, ‘oculto, rebelde a la
menor confidencia, a cualquier ademán de simpatía’. La identidad masculina patriarcal,
sugiere la narradora, es como una cárcel, una tortura que el hombre está condenado a
sufrir ‘mudo’ y a solas, y que, en consecuencia, lo convierte en víctima. En este sentido,
las características que configuran la masculinidad en la sociedad patriarcal parecen
conformar un orden determinista del que el hombre no parece ser capaz de liberarse: éste
únicamente se resigna ‘cumpliendo [...] la parte de dolor que le asignó el destino’ como
hombre.9

2.2 Ricardo
El siguiente personaje del que nos ocuparemos será Ricardo, el amante de juventud
de Ana María, aquél al que ella, quizás sin saberlo, siempre amó, siempre esperó. El
‘reencuentro’ entre ambos, sin embargo, sólo se produce cuando Ana María ya ha
muerto, lo cual desencadena en ésta una serie de recuerdos acerca de la relación entre
ambos.

7 Según el análisis de Simone de Beauvoir (2001), la capacidad de observar críticamente es más fuerte en
la niña y en la adolescente que en la mujer adulta, ya que esta última ha absorbido los valores
falocéntricos imperantes del orden patriarcal.
8 De aquí en adelante sólo se cita la página de la edición empleada.
9 A través de este personaje, como vemos, se reflexiona sobre la identidad masculina en sí misma y en
relación con el otro (que en este caso viene representado por la niña), y no en relación con la mujer, como
es típico de la obra bombaliana. Asimismo, vemos cómo ese característico pesimismo bombaliano
aparece reflejado en la imagen de ese espacio cerrado donde el hombre arbitra en soledad con el dolor
que le ha sido destinado.
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Ana María y Ricardo se conocían desde niños. La imagen del Ricardo niño
corresponde al de chico travieso e intrépido que reinaba ‘por el terror’, ‘espantoso
verdugo’ (p. 100), ‘cruel tirano’ (p. 102), que, sin embargo, confiesa Ana María, ejercía
sobre ella y sus hermanas ‘una especie de fascinación. Creo que te admirábamos’ (p. 100).
Aquí vemos que ya desde la infancia está sembrada la semilla del papel diferenciado de
los sexos en el patriarcado: el niño presenta el rol de dominador con respecto a la niña,
y ésta le profesa admiración a aquél, roles que se afianzan en la adolescencia y la
madurez y que sientan las bases de una futura relación desigual entre ambos géneros.
Más adelante, aparecen claramente asociadas las características de dominio y fuerza
con la idea de hombre, en el relato de aquella ocasión en que el Ricardo niño, dormido,
se le presenta a la protagonista, no ya como el hombre dominador y fuerte con el que ella
lo identifica, sino simplemente como un niño, desprovisto, por tanto, de aquellas
características que ella asocia con la masculinidad: ‘¡Nuestro cruel tirano yacía indefenso
a mi lado! Aniñado, desarmado por el sueño, ¿me pareciste de golpe infinitamente frágil?
(p. 102, énfasis nuestro). Como niño, pues, Ricardo es ahora ‘indefenso’ y ‘frágil’.
El siguiente episodio que nos cuenta Ana María vuelve a reforzar los rasgos de
masculinidad que manifiesta Ricardo. Después de que el padre de éste lo abofetea ‘una,
dos, tres veces’ (p. 103), a causa de una travesura suya, Ricardo hace gala de un orgullo
que no le permite llorar ni articular palabra alguna: la única salida que encuentra su
rabia es ‘un alarido desgarrador, atroz’ (p. 103), que se prolonga hasta llegar al bosque,
donde permanece escondido un día entero. Aquí vemos cómo Ricardo ya ha adquirido la
inarticulación propia del ser masculino en su definición tradicional, que no le permite
expresar sus sentimientos a través del lenguaje.10
El Ricardo niño da paso en el siguiente pasaje al Ricardo hombre. Éste no vive ya en la
hacienda familiar, sino que estudia en la ciudad. Una tarde, de forma inesperada, el
indómito Ricardo irrumpe con su alazán en la hacienda de la protagonista, asiéndola por
el talle y arrebatándola del suelo: la aparición del amante narrada por la protagonista
tiene todas las características de heroicidad de la novela romántica, que ha sido ya
aprehendida por la heroína Ana María y que ‘not only eroticises men’s sexual power,
but economic power in general, while glamourising women’s social and sexual
subordination to men’ (Segal 1990: 231).
Como corresponde al mito del héroe romántico, la imagen de Ricardo sigue
estrechísimamente vinculada con el estereotipo de masculinidad tradicional. Así, su
imagen está asociada con los rasgos de fuerza (‘yo sentí [...] la presión de un brazo
fuerte’ (p. 105), ‘hombre fuerte’ (p. 107)), circunspección emocional y distanciamiento (‘tu
rostro era el de siempre; taciturno, permanecía ajeno a tu enérgico abrazo’ (p. 106)),
protección con respecto al ser femenino (‘yo no habría tenido miedo mientras me
sostuviera ese abrazo’ (p. 106)), vigor y potencial sexual (signo de virilidad en el
hombre).11 Ricardo, además, está en todo momento en control de la situación: aparece en

10 Esta idea de inarticulación la expresa muy bien la escritora, ya que, a diferencia de los otros personajes
masculinos de La amortajada, Ricardo no habla en la novela más que una vez, en este episodio
precisamente, a través de una concisa orden que Ricardo le da a Ana María, ‘agua’ (p. 104).
11 Ello contrasta con la respuesta de la protagonista (‘tú me hallabas fría porque nunca lograste que
compartiera tu frenesí’ [p. 107]), la cual no comparte ese mismo deseo sexual que Ricardo o se lamenta
de que él no logre despertárselo. Estos dos modos diferenciados corresponden a la ‘conventional
definition of male sexuality as being assertive and explosive, as well as the definition of female sexuality
as being passive and receptive’ (Brittan 1989: 49).
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la hacienda cuando le place, decide quién ha de ser su amante, actúa según su libre
albedrío. Como corresponde a la mujer en el patriarcado, Ana María se doblega a los
designios del absoluto masculino.
A pesar de que entre ambos existe una relación desigual que refuerza el papel
dominante del hombre y la subordinación de la mujer, Ana María cree sentir una dicha
total: en ese orden patriarcal Ana María ‘sólo puede asumir el deseo dominante,
modelador: el de los hombres, o sea, desear la pasividad, la subordinación, la
dependencia’ (Gutiérrez Mouat 1987: 115). Precisamente, R. W. Connell (1987), desde una
perspectiva sociológica, identifica el deseo (junto a la división sexual del trabajo y al
poder) como una de las tres estructuras subyacentes a las relaciones entre los géneros y,
por tanto, determinante en el mantenimiento del poder y autoridad del hombre y de la
posición subordinada de la mujer.12
En este contexto, por tanto, parecería posible que, al menos desde el punto de vista
de Ana María, pudiera existir una complementación armónica entre lo femenino y lo
masculino. No obstante, las raíces imaginarias que articulan el discurso de Ana María en
su relato de la historia de amor con su amante nos revelan que ésta tiene un componente
muy grande de idealidad, y de ello son prueba los elementos típicos de la ‘novela rosa’
que dan cuerpo a la descripción de Ana María: el rapto ‘viril’ a caballo de Ana María, el
paraje romántico en que la protagonista se entrega a su amante, o la propia descripción
de éste, que es construida por Ana María a partir de los patrones de masculinidad
procedentes del código cultural patriarcal que ésta ha absorbido.13 Esta necesidad de
imaginación viene dada por el hecho de que, tal y como la describe la protagonista, sus
relaciones con Ricardo están en gran parte fundamentadas en el silencio y la falta de
interacción real entre ambos. Desde este punto de vista, a través del alejamiento del
plano de lo real en el retrato del romance entre Ana María y Ricardo, Bombal cuestiona
la posibilidad de relación armónica en el plano de la realidad: parece ser que una
relación armónica (aun cuando desigual) entre ambos sexos no es posible en el mundo
real (patriarcal), sino únicamente en la imaginación de la protagonista.
Este cuestionamiento se ve reforzado además por el brusco final de los amores entre
Ana María y Ricardo: después de estar juntos durante tres vacaciones, Ricardo pone fin,
sin más, a una historia de amor en apariencia armónica. Ana María no recibe explicación
ninguna: jamás conocerá la causa de ‘el brusco, el cobarde abandono de su amante’
(p. 116), que acaba con el cuento de hadas en que la protagonista había proyectado su
romance. Durante un tiempo, sin embargo, podrá ella todavía sentir la unión con el
amante a través de la vida que crece en sus entrañas, hasta que, en circunstancias poco
claras, sufre un aborto, lo cual refuerza la esterilidad de ese orden imaginario y da lugar
a la anulación definitiva de la vida en su relación con Ricardo.
Ana María, en su intento de comprender el porqué del fin de sus amores, lanza dos
hipótesis: ‘Aquel brusco, aquel cobarde abandono, ¿respondió a una orden perentoria
de tus padres o a alguna rebeldía de tu impetuoso carácter?’ (p. 107). Desde el punto
de vista de Ana María, pues, Ricardo es víctima, bien del orden establecido en que los

12 Esas tres estructuras señaladas por R. W. Connell (1987), consonantes con ideologías de feminidad y
masculinidad normativas, se ven reflejadas, como veremos, en el orden patriarcal en que se enmarca
La amortajada.
13 Como apunta Gutiérrez Mouat (1987: 111), la descripción del amante no corresponde a la de un ser
real, sino a la de ‘un fantasma construido a base de estereotipos culturales que [...] satisface [...] la
necesidad del amor romántico’.
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padres deciden sobre la suerte de sus hijos, bien del código cultural dominante, en que,
como señala Gutiérrez Mouat, la actitud de Ricardo es calificada de ‘viril’ (1987: 114).
La misma perspectiva, aplicada ya a los dos sexos, nos es revelada por la narradora
más adelante, cuando nos cuenta que a pesar de que ‘en el corazón y en los sentidos de
aquel hombre ella había hincado sus raíces [...]; [y de] que jamás, aunque a menudo lo
pensara, fue realmente olvidada’, la verdad era que, ‘sea por inconsciencia o por miedo,
cada uno siguió un camino diferente’ (p. 116). Aquí vemos cómo Ricardo y Ana María se
dibujan como víctimas del silencio y del abismo insalvable existente entre los géneros en
el patriarcado, lo cual infunde un sentido de vacío en sus vidas. De esos espacios de
insondable mutismo de los que ambos son víctimas se derivan esa ‘inconsciencia’ o
‘miedo’ por los que, como consecuencia, ‘toda la vida se esquivaron’ (p. 116), la misma
‘inconsciencia’ y el mismo ‘miedo’ de aquel que no conoce al otro y no se atreve a
atravesar la frontera que divide a dos entidades, la femenina y la masculina, que,
indudablemente, son bien distintas.

2.3 Antonio
El próximo personaje masculino del que nos ocuparemos es el marido de Ana María,
Antonio. ‘Lo han dejado solo, dueño y señor de aquella muerte’ (p. 141), nos cuenta la
narradora, ‘y allí está inmóvil, concentrando fuerzas para poder afrontarla con dignidad’
(p. 141). Como vemos, ya la primera aparición de Antonio está marcada por el esfuerzo
de éste de no perder su ‘dignidad’ masculina y no derretirse en lágrimas que pudieran
mostrar su debilidad y su pesar. Porque, como observa Gutiérrez Mouat (1987: 108), el
Antonio que viene al velatorio es un ser ‘transfigurado por el remordimiento, viene a
confesarse’. Veamos por qué, siguiendo a la amortajada por sus recuerdos.
Ana María acepta a Antonio como marido como única salida posible por acatar los
deseos de su padre y por despecho hacia Ricardo. Sin embargo, no lo ama, y en el seno
de su unión con él no puede sino sentirse como asfixiada. Antonio, compungido, no
comprende a su esposa: ha hecho todo lo posible por conquistarla, se ha desprendido
para ello de los rasgos de masculinidad normativa al mostrar una actitud tolerante y
humilde, cariñosa y dulce.14 No obstante, su esposa parece seguir sintiéndose infeliz.
Desesperado, le exhorta a que le hable: ‘di: ¿qué quieres?’ (p. 148). Ella ‘se había aferrado
al brazo de su marido deseando hablar, explicar’ (p. 148), pero, incapaz de disolver ese
abismo que le separa del hombre, ‘fue aquí donde su pánico, rebelde, saltó por sobre
todo argumento: — “Quiero irme”’ (p. 148).
Como producto de este pánico, Ana María vuelve a casa de su padre por un tiempo.
Una vez allí, no obstante, echa de menos a Antonio: en la distancia parece que Ana María
se da cuenta de que ha empezado a amar a su marido, por lo que decide regresar con
él. Tal vez podríamos asistir ahora, por tanto, a una relación armoniosa entre ambos.
Antonio, no obstante, ‘tardó en acudir al persistente llamado de la familia; reclamaba
tiempo para su herida’ (p. 150). Cuando finalmente acude, el Antonio que ella encuentra
ya no es el mismo: su voz es ahora ‘desconocida’ (p. 150), es ‘un hombre indiferente’
(p. 151), su gesto corresponde al de ‘una mano perdonadora que la apartaba [...]. Y así
fue luego y siempre, siempre’ (p. 151). Así, el alejamiento espiritual entre ambos esposos
se mantendrá el resto de sus vidas. Y es a partir de ahora que le descubrimos otro rostro
a Antonio.

14 Estos rasgos, recordemos, configuran, según los parámetros tradicionales, una actitud ‘poco
masculina’.
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Éste es ahora un hombre distante, incapaz de mostrar el mismo amor hacia su esposa,
ya que su orgullo había sido herido por el abandono de ésta.15 Como señala Arthur
Brittan (1989: 47), en la ideología masculina hegemónica, ‘a man is only a man in so far
as he is capable of using his penis as an instrument of power. It is a weapon by means of
which he can subdue a woman’. Ello significa que Antonio ha fracasado como hombre
con Ana María al mostrarse incapaz de afirmar el poder del falo como significante del
dominio masculino, lo cual determinará en adelante su comportamiento con su esposa.
En esta segunda etapa, el retrato de Antonio responde al del hombre que ha adquirido
muchos de los rasgos de la masculinidad patriarcal convencionales: frialdad,
inarticulación emocional, distanciamiento, falta de empatía con la pareja. Ana María ya
no será capaz en vida de superar la tristeza que la actitud de su marido le produce: como
es de esperar en una mujer inmersa en el orden patriarcal, su vida gira alrededor de su
relación con el hombre, por lo que el fracaso de ésta la condenará a la infelicidad para
siempre. Dentro de sus limitadas posibilidades, nuestra protagonista intentará buscar
otras formas de realización dentro de la casa (‘había aprendido a refugiarse en una familia
[...], a combatir la angustia rodeándose de hijos, de quehaceres’ (p. 151, énfasis nuestro)),
las cuales reflejan la división sexual del trabajo propia del patriarcado,16 que es otra de
las estructuras principales que R. W. Connell identifica como subyacentes a las relaciones
entre hombre y mujer. Estas otras formas o ‘salidas’, sin embargo, aparecen retratadas
por Bombal como insatisfactorias, ya que no la salvarán. Con los años, nos relata la voz
de la narradora — que ahora ya no es la de la amortajada —, se intensifica la amargura
de la protagonista: ‘Pasaron años. Años en que se retrajo y se fue volviendo día a día más
limitada y mezquina’ (p. 153). Y esa misma voz reflexiona:
¿Por qué, por qué la naturaleza de la mujer ha de ser tal que tenga que ser siempre un
hombre el eje de su vida?
Los hombres, ellos, logran poner su pasión en otras cosas. Pero el destino de las mujeres
es remover una pena de amor en una casa ordenada, ante una tapicería inconclusa.
(p. 153)17
Aquí la narradora muestra su compasión hacia Ana María al mismo tiempo que
expresa una actitud crítica explícita con respecto a la situación en que ésta se halla,
producto de esa misma división de los roles propia de la estructura económica patriarcal
señalada por R. W. Connell, por la que se asume que la mujer, por ‘naturaleza’, pertenece
a la esfera del sentimiento y ocupa la esfera privada, y, en cambio, el hombre pone ‘su
pasión en otras cosas’, que, por oposición, se relacionan con la razón y la esfera pública.18
En esta segunda fase de su matrimonio, además, Antonio engaña a su esposa con
otras mujeres: ahora, el marido agraviado busca en otras mujeres la afirmación de su
masculinidad adoptando el papel de Don Juan y ajustándose con ello a la conducta

15 Ana María, sin embargo, se muestra ahora enamorada. Esta asimetría sentimental, que es un esquema
que se repite en otros momentos en la relación entre Antonio y su esposa (véanse, por ejemplo, las
páginas 153–54), confirma aquella imposible armonía y permanente abismo en la relación entre hombre
y mujer, motivo obsesivo en la narrativa bombaliana.
16 Ya que, naturalmente, Antonio se dedica a otros ‘quehaceres’ fuera de la casa.
17 De nuevo aquí aparece con fuerza el motivo del destino trágico, referido en este caso a las mujeres
como resultado de la educación que reciben, una educación que les ofrece oportunidades muy limitadas
y que promueve su pasividad y dependencia.
18 De hecho, Ana María descubre en uno de los pasajes cómo ‘ella no era, no había sido sino una de las
múltiples pasiones de Antonio’ (p. 152).
246 HISPANIC RESEARCH JOURNAL, 7.3, SEPTEMBER 2006
sexual que, como observa Elizabeth Dore (2000: 23), el sistema moral regulador de la
sociedad latinoamericana asigna al hombre.
Ana María sabe de la infidelidad de su marido, pero decide ignorarla, hasta aquella
ocasión en que, incapaz de tolerar la situación por más tiempo, se muestra dispuesta a
iniciar los pasos de separación. El abogado, no obstante, como parte de esa misma
estructura falocéntrica, le persuade para que no lo haga: ‘No, esto no debe hacerse, Ana
María, piense que Antonio es el padre de sus hijos; piense que hay medidas que una
señora no puede tomar sin rebajarse. Tal vez sus propios hijos la criticarían más adelante’
(p. 155).
Estas jerarquías institucionales falocéntricas de hegemonía y control, que codifican
la autoridad masculina y la posición subordinada de la mujer, conforman la tercera
estructura que R. W. Connell identifica en su estudio (1987), la del poder, y componen
una red de alianzas entre los hombres que se asienta en la asunción de dependencia
femenina.19 Esta alianza masculina la muestra claramente Bombal en este episodio:
después de haber persuadido el abogado a Ana María, entra al cuarto el propio Antonio,
que ha acudido a la llamada de su cómplice.
De ese modo, dentro de ese entramado institucional que le otorga al hombre la
hegemonía absoluta con respecto a la mujer, Antonio lo tiene todo a su favor: como
hombre, está ‘acostumbrado siempre a ganar las batallas’ (p. 155). Ante las primero
inteligentes pero luego absurdas acusaciones de la esposa, Antonio se muestra impasible
e inarticulado, y se limita a decirle a ésta: ‘¡Sin embargo me quieres! — había exclamado
al fin con voz apenada —. ¡Y cuánto me quieres! Dime ¿Por qué, por qué?’ (p. 156). De
nuevo aquí nos encontramos, pues, con ese imposible vínculo entre los sexos propios de
la obra bombaliana. Sin duda, Ana María es, como resultado, un ser desdichado. No
obstante, el retrato de Antonio no corresponde tampoco al de una persona feliz, sino a la
de un ser que siente un gran vacío e insatisfacción en su vida. Según dice él mismo, la
vida ‘era tan triste a pesar de todo’ (p. 154).
En este mismo pasaje, en un momento de honestidad, Ana María es capaz de percibir
el fondo de Antonio, y es cuando confiesa no sentir resentimiento por su traición,
¡No, aunque su vida entera nunca condescendiera a volver a verlo, no, en el fondo nunca
guardó rencor al pobre hombre que, conociéndola desde niña, la había traicionado en sus
planes tan bondadosa y torpemente como lo hubiera hecho su propio padre! (p. 155)
Para ella, pues, Antonio no es más que un ‘pobre hombre’, una víctima de un orden
que lo arrastraba, como hubiera arrastrado a su padre, a traicionar a la mujer ‘bondadosa
y torpemente’ para mantener su calidad de hombre.
Esa misma actitud de perdón es la que muestra la amortajada ante el Antonio que
viene a verla al velatorio, cuando al fin descubre ella la fragilidad de su marido:
‘Repentinamente la hiere un detalle insólito. Muy pegada a la oreja advierte una arruga,
[...] una verdadera arruga, la primera’ (p. 158). Seguidamente exclama la protagonista
para sí: ‘Dios mío, ¿aquello es posible? ¿Antonio no es inviolable? No. Antonio no es
inviolable’ (p. 158). Y entonces, ‘cuando él levanta la cabeza, ella advierte asombrada que
llora [...]. Llora, llora al fin!’ (p. 158): ahora ‘el dolor y quizás también el remordimiento
han conseguido hender una brecha en ese empedernido corazón’ (p. 158). Ana María se
da cuenta así de que Antonio es vulnerable, y es capaz entonces de desmitificar la idea
del dominio inquebrantable del ser masculino. Igualmente, la muerte le revela a la

19 A esta red la llama R. W. Connell ‘complicity’ (1995: 79).


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amortajada que Antonio es ‘un pobre ser, como ella destinado a la vejez y a la tristeza’
(p. 159): finalmente acepta la protagonista que ni su marido ni ella son héroes o heroínas
novelescos, que la vejez y la tristeza es también el destino de Antonio.
La comprensión le lleva a Ana María a conferir el perdón al hombre Antonio, no sin
antes imponerle la penitencia de lo que le espera a éste en lo que le queda de vida:
‘Jamás, no gozar jamás enteramente de nada. En cada goce, [...] cierto vacío, cierta
extraña sensación de soledad’ (p. 159).20
Al final vemos, pues, que Antonio es retratado no como opresor de Ana María sino
como víctima, como personaje que al final de su vida revela una gran insatisfacción y
tristeza, como ‘un pobre ser’ cuyos rasgos masculinos lo han mantenido en una cárcel
solitaria y silenciosa que le ha impedido una comunión con la mujer. Quizás con el
perdón de la mujer se sugiera una posible reconciliación entre ambos que dé lugar a un
futuro diferente en las relaciones entre mujer y hombre. La tragedia es, sin embargo, que
la muerte imposibilita ese futuro.

2.4 Fernando
El último personaje que nos ocupará será Fernando, confidente de Ana María, con quien
la protagonista mantiene una relación oscura que parece escapar al control de ambos y
que evidencia las tensiones del orden patriarcal.
Es significativo que en el retrato de esta relación las reflexiones de Fernando adquieran
voz propia en la novela: por primera y única vez queda la subjetividad masculina
articulada en la narración a través del monólogo interior. Así, a diferencia de Ricardo y
Antonio, cuya identidad se nos proporciona principalmente a través de la subjetividad
de la protagonista, la identidad de Fernando se construye también según su propia
percepción de la historia, y no sólo según la perspectiva de Ana María. Ello constituirá
un arma muy efectiva, ya que al romper el silencio del hombre, se establecerá un
‘diálogo’ entre las perspectivas opuestas de Fernando y de Ana María, con lo que Bombal
podrá mostrar aquel abismo entre los sexos de un modo mucho más directo. Con ello se
nos proporcionará una visión más completa y menos parcial de los conflictos que se
establecen en el seno del entramado de relaciones entre los sexos que se establece en el
patriarcado. Introduzcámonos ahora en los entresijos de esta relación.
Fernando está profundamente enamorado de Ana María, pero ésta no le corresponde.
Es más, Ana María siente un profundo desprecio hacia su pretendiente, que viste de
indiferencia en su trato con él. A pesar de ello, se establece entre ambos una relación de
‘amistad’. Por parte de Fernando, con ello busca éste consumar tal vez algún día ese
amor que le profesa a Ana María. Por parte de Ana María, la razón de su relación con
Fernando es que, desde su punto de vista, éste ‘se impuso [...] en su vida hasta volvérsele
en un mal necesario [...] haciéndose su confidente’ (p. 126). Así, exclama la protagonista:
‘Oh, Fernando, me habías envuelto en tus redes’ (p. 138). Como vemos, Ana María
construye aquí explícitamente un principio de masculinidad que convierte a la mujer en
dependiente del hombre e incapaz de resistir sus maniobras, dependencia que ella
convierte en otra justificación de su infelicidad.
Por la vía de las confidencias, Ana María va a llegar incluso a odiar a Fernando: ‘Pero
no supo que podía odiarlo hasta esa noche en que él se confió a su vez’ (p. 127). En esas

20 La soledad, la vejez y la tristeza, pues, dotarán de fuerza trágica el destino tan típicamente
bombaliano de Antonio.
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confidencias de Fernando a Ana María, éste expresa, de una forma que podría calificarse
de ‘femenina’ según la visión estereotípica, un pesar similar al de ella al referirse al amor:
‘El amor se me ha escurrido, se me escurrirá siempre, como se escurre el agua de entre
dos manos cerradas. ¡Oh, Ana María, ninguno de los dos hemos nacido bajo estrella que
lo preserve ...!’ (p. 127). Por medio de estas confidencias, en que Fernando se muestra
como un hombre vulnerable, humilde y articulado, rompe éste con el papel que
tradicionalmente tiene el género masculino en el patriarcado y también con el papel de
simple receptor al que había quedado relegado en su relación con Ana María. Lejos de
producir el efecto deseado por Fernando, esto es, el establecimiento de una cercanía
espiritual con Ana María, su confesión es considerada por nuestra protagonista como
‘una bofetada en pleno rostro. ¿Con qué derecho la consideraba su igual?’ (p. 127). Con
ello rechaza Ana María aquella ruptura de Fernando de las reglas implícitas en la
relación entre los géneros en la sociedad patriarcal.
Más tarde confirma Fernando que antes de haberla conocido a ella, él era lo que
correspondería al estereotipo de ‘todo un hombre’: ‘Hasta que te encontré, cuando se me
hería en mi orgullo dejaba automáticamente de amar, y no perdonaba jamás. Por ti, sólo
por ti, Ana María, he conocido el amor que se humilla, resiste la ofensa y perdona la
ofensa’ (p. 129).21
Fernando, sin embargo, tampoco se va a subyugar totalmente. Él mismo confiesa en
sus reflexiones que no supo ‘ser débil y humilde hasta lo último’ (p. 128), ya que nunca
accedió a mostrar palabras de consuelo ante la angustia que Ana María expresaba con
respecto a su matrimonio (pp. 128–29), porque, admite, ‘prefería perder terreno en tu
afecto antes de parecerte cándido’ (p. 128). Así, Fernando muestra aquí su incapacidad
para superar totalmente la rígida estructura social que lo encasilla en una definición
estereotipada de hombre, que excluye la candidez como parte de la identidad masculina.
A su modo de ver, fue una torpeza suya el no ‘ser débil y humilde hasta lo último’, lo
cual le hubiera ganado el corazón de su amada: ‘Más que mi mala suerte fue, Ana María,
mi torpeza la que impidió que me quisieras’ (p. 128). No obstante, Ana María ‘lo
despreciaba porque no era feliz, porque no tenía suerte’ (p. 126), conocimiento que ésta
poseía precisamente porque Fernando era ahora un hombre ‘débil y humilde’, que
expresaba sus sentimientos y su infelicidad, y, con ello, mostraba su vulnerabilidad y
lo que, en consecuencia, era para ella su falta de masculinidad. Así, a través de la
reproducción de los puntos de vista de Ana María y Fernando se nos revela la dinámica
de las relaciones entre los que no perciben críticamente este entramado social y se apunta
de nuevo a la escisión y la falta de comunicación entre los sexos que le son propias.
Tras la muerte de Ana María descubrimos las consecuencias que ha traído este abismo
entre Ana María y Fernando: la relación entre ambos era de tal índole que Fernando se
siente aliviado por su muerte, ya que le permite salir de la cárcel en que la esperanza de
un contacto afectivo con Ana María lo había encerrado y, con ello, le permite de nuevo
ser un ‘hombre completo’, es decir, alejarse de la esfera sentimental y sumirse en la
cotidianeidad, en una serie de costumbres establecidas y vacías, que es un rasgo que

21 Señalemos, sin embargo, que la subyugación de Fernando no viene dada por su intento de cambiar los
esquemas de comportamiento típicos del orden patriarcal, sino que está únicamente encaminada a
poseer a la mujer. Asimismo, la tiranía de Ana María no procede de una actitud feminista, ya que el
poder que tiene con respecto a Fernando no constituye una reacción a los discursos de masculinidad
dominantes: la actitud de la protagonista sigue teniendo al hombre como centro de su existencia, ya que
deriva de su intento de hacer sentir mal a Fernando por la amargura que ella siente en su matrimonio.
MELGAR: LA AMORTAJADA DE MARÍA LUISA BOMBAL 249
Bombal atribuye a la masculinidad en su novelística.22 Así, veamos lo que piensa
Fernando:
Ana María, ¡es posible! ¡Me descansa tu muerte! Tu muerte ha extirpado de raíz esa
inquietud que día y noche me azuzaba a mí, un hombre de cincuenta años, tras tu sonrisa,
tu llamado de mujer ociosa.
En las noches frías de invierno mis pobres caballos no arrastrarán entre tu fundo y el
mío aquel sulky con un enfermo adentro, tiritando de frío y mal humor. Ya no necesitaré
combatir la angustia en que me sumía una frase, un reproche tuyos, una mezquina actitud
mía. [...]
De hoy en adelante no me ocuparán más tus problemas sino los trabajos del fundo, mis
intereses políticos. Sin miedo a tus sarcasmos o a mis pensamientos reposaré extendido
varias horas al día, como lo requiere mi salud. Me interesará la lectura de un libro, la
conversación con un amigo; estrenaré con gusto una pipa, un tabaco nuevo. [...]
Tal vez deseé tu muerte, Ana María. (pp. 139–40)

Así, la muerte de Ana María inaugura el regreso de Fernando a la ‘protección’ que


representa la definición normativa de hombre que ella le había ‘forzado’ a abandonar, es
decir, le permite volver a adoptar los atributos de masculinidad ideal del entramado
social en que vive, con lo que se siente renacer, se convierte de nuevo en hombre. En el
fondo, sin embargo, esta nueva identidad masculina a la que Fernando está destinado
aparece retratada como vacía.

3. Conclusión
A lo largo del análisis de La amortajada hemos podido sentir junto con sus personajes el
vacío y la infelicidad que la autora retrata como inherente a las relaciones entre los sexos
en el seno de la estructura social en que éstas se enmarcan. La atmósfera de pesimismo
y angustia que, en consecuencia, se respira en la obra bombaliana procede casi sin
excepción del abismo que existe entre el hombre y la mujer, que imposibilita la
comunicación entre ambos y marca el sendero trágico de sus destinos. Ese abismo se
asienta, como hemos visto, en la concepción de feminidad y masculinidad propia del
entramado patriarcal en que se desenvuelven las relaciones entre nuestros personajes.
Dicha concepción está en la génesis de la problemática femenina y masculina
representada y conforma la actitud crítica de María Luisa Bombal.
Precisamente, uno de los elementos más innovadores de la obra de Bombal es que no
sólo retrata la problemática femenina, sino también la masculina, poniendo de manifiesto
las limitaciones que producen las creencias matrices de masculinidad hegemónica
propias del patriarcado, que imponen conformidad con unos dualismos jerarquizados de
género, impiden una verdadera intimidad del hombre y la mujer, estigmatizan las
emociones en los hombres y distorsionan la percepción que éstos tienen de sí mismos.

22 Así, en otro cuento bombaliano, ‘El árbol’ (1939), la protagonista Brígida reflexiona: ‘Tal vez la vida
consistía para los hombres en una serie de costumbres consentidas y continuas. Si alguna llegaba a
quebrarse, probablemente se producía el desbarajuste, el fracaso. Y los hombres empezaban entonces a
errar por las calles de la ciudad, a sentarse en los bancos de las plazas, cada día peor vestidos y con
la barba más crecida.’ Y en el cuento ‘Las islas nuevas’ (1939) Yolanda observa: ‘¡Qué absurdos los
hombres! Siempre en movimiento, siempre dispuestos a interesarse por todo. Cuando se acuestan
dejan dicho que los despierten al rayar el alba. Si se acercan a la chimenea permanecen de pie, listos
para huir al otro extremo del cuarto, listos para huir siempre hacia cosas fútiles’ (pp. 210–11 y 180
respectivamente).
250 HISPANIC RESEARCH JOURNAL, 7.3, SEPTEMBER 2006
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This article examines the concept of masculinity portrayed in the novel La amortajada by María
Luisa Bombal (1910–1980) with a view to arguing that the questioning of patriarchy in this work
comes not only from the vision of feminine existence reflected in it, as has traditionally been
contended by critics, but also from the vision of the masculine role. In order to make the case, the
article analyses the male characters of the novel, which determine the frustration of the female
protagonist and, at the same time, are portrayed as unhappy and unable to recognize or confront
in an effective manner the elements that cause their misery. This portrayal will be used to argue
that the kinds of relationship established in the patriarchal world are damaging for men as well
as women. Using the descriptive tools of feminism and studies of masculinity, male identity is
examined in this work by Bombal with the aim of contributing to a new vision of her works,
underlining the importance of her representation of the masculine conflict and moving away from
simplistic dichotomies between men, who have traditionally been considered to be oppressors, and
women, their victims.

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