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LA HISTORIA DE GARY

Debían de ser alrededor de las 9:30 de la noche cuando llegué a casa. Todo
parecía oscuro y preparado para la noche. Al detener mi auto, el corazón me
latía como nunca antes. Por un momento me pregunté si estaría sufriendo un
infarto. Respiré hondo, salí del auto y me dirigí a la puerta de atrás. Entré y
caminé por el porche trasero. La casa estaba en silencio. Los tres niños
estaban acostados, y la única luz que se veía era la de nuestro dormitorio al
final del pasillo.
Nuestro dormitorio. Me preguntaba si lo seguiría siendo después de la
bomba que yo estaba a punto de lanzar. Me detuve y me pregunté:
¿Realmente debo seguir adelante con esto? Esto podría ser el final de mi vida
tal como es ahora: mi familia, mi iglesia, mi empresa, mis amigos. Ningún
área de mi vida quedará sin afectar por el evento que está a punto de ocurrir.
¿Realmente debo contárselo o seguir viviendo la mentira?
No, no podía seguir mintiéndole. Había pasado las dos últimas horas en la
oficina del pastor confesando mi pecado. Confesé la doble vida que había
estado viviendo durante los últimos años. No podía creer su primera respuesta.
“¿Es en serio?”, me preguntó. “Nunca sé cuándo estás en broma y cuando no.
¿Es en serio?”. Yo estaba sentado en su oficina con lágrimas en mi rostro, y él
me preguntaba si era en serio.
Él tampoco quería que eso fuese cierto.
Yo simplemente asentí, y él empezó a asimilarlo. Hablamos y oramos, y él
seguía mirándome. Yo sabía lo que estaba pasando por su mente. Estaba
diciendo grandes palabras de sabiduría espiritual y ofreciéndome ánimo, pero
tras sus palabras, el asombro y la incredulidad eran obvios. Hizo mención a
líderes espirituales que habían caído. Dijo: “Esto está ocurriendo por todo
nuestro alrededor”.
En ese momento, yo sólo podía pensar: Eso no hace que esto sea menos
malo. Sabía que él estaba intentando animarme y consolarme en mi momento
más oscuro, pero la oscuridad que me envolvía era más profunda. Él y yo
sabíamos que las cosas no estaban bien y que no se iban a arreglar tan
fácilmente.
Me preguntó si Mona lo sabía. Le dije que no con la cabeza. Me miró
directamente a los ojos y me preguntó:
—¿Tienes la intención de decírselo?
Yo asentí.
—¿Cuándo?
—Ahora mismo—dije—. Tengo que ir ahora mismo.
Me había costado muchísimo ir a ver al pastor y confesarle mi oscuro y
horrible comportamiento. Tenía que terminar del todo mi confesión, y tenía
que hacerlo en ese momento. De camino a casa pensaba en otros hombres que
conocía que habían cometido adulterio y que no le habían dicho nada a sus
esposas. Parecía que les había ido bien, pero un versículo de la Biblia seguía
resonando en mis oídos: “Y pueden estar seguros de que no escaparán de su
pecado” (Números 32:23).
Y eso había pasado. Por la tarde, el ingeniero del estudio de grabación de
mi empresa de producción me había confrontado con este “problema”, que él
pensaba que yo tenía. Llegó citando Mateo 18:15-17, diciendo que si yo no lo
aclaraba, iría a mi pastor a hablarle de la aventura amorosa que pensaba que
yo estaba teniendo.
Una aventura amorosa. Qué palabra tan superficial. Parece tan aceptable y
aplaudida. Llamémoslo por lo que realmente es: adulterio. Corazón
ennegrecido, sin ninguna preocupación, totalmente egocéntrico, la total
representación del egoísmo. El adulterio. Yo era un adúltero. Finalmente, tras
años de luchar con Él, Dios me había llevado a un punto de quebrantamiento.
Sencillamente no podía seguir así, tenía que decírselo a Mona. La única forma
en que tendría la más mínima esperanza de salvar mi matrimonio era siendo
totalmente honesto. Dios me estaba reprendiendo, ¡y yo tenía que poner fin a
esa situación ya!
Entré en la habitación. La lámpara de su mesa estaba encendida. Ahí estaba
ella, recostada en su almohada doblada contra la pared, leyendo. Me miró y
me dijo:
—¿Cómo te ha ido la reunión?
En ese momento nuestros ojos entraron en contacto.
—¿Cariño? ¿Qué sucede?
Yo no había ensayado nada, no sabía qué decir. Me senté en la cama a su
lado y la miré a los ojos.
—Me estás asustando— dijo.
Yo comencé a llorar.
—Ahora me estás asustando de verdad.
—Te he traicionado— susurré.
Sus ojos se pusieron vidriosos. Parecía que me atravesaba con su mirada. —
¿Qué?
—Te he sido infiel— repetí.
Ella se quedó sin fuerzas. Pensé, por un segundo, que se iba a morir. Su
mirada pasó de ser distante a ser directa y fría.
—¿Quién?— me preguntó.
Le dije el nombre.
—Lo sabía— dijo.
Pero yo sabía que no lo había sabido. Intenté abrazarla, y ella empezó a
abrazarme, pero luego me apartó. Se encerró en un caparazón.
—¿Cuánto tiempo?— me preguntó.
Yo susurré:
—Hace mucho tiempo.
—¿Cuánto tiempo?
—Un par de años.
—¿Años? ¿Desde que comenzaste a trabajar con ella?
—Casi.
Sus labios empezaron a temblar.
A medida que su mundo se derrumbaba a su alrededor, mi corazón volvió a
acelerarse. Esta vez podía sentirlo en mis sienes. ¿Cómo podría decirle más?
¿Cómo puedo, Señor? No puedo contarle todo. Pero Dios era insistente:
¡díselo!
No puedo Señor ¡No puedo!
¡Díselo ahora! Me seguía diciendo Dios.
Tenía que contárselo todo. Dios puso en mi corazón que si nuestro
matrimonio tenía una oportunidad de salvarse, tenía que ser con un borrón y
cuenta nueva. No más mentiras. No más secretos. Tenía que contarle todo.
—Hay más.
—¿Más? ¿Qué significa más?
—Pasé una sola noche con otra mujer.
Sinceramente pensé que se iba a morir en ese momento. Sus ojos casi se
pusieron en blanco, y luego las cosas fueron espeluznantes.
Supe en ese momento que nuestras vidas habían cambiado para siempre, y
no sabía qué esperar después de mi horrible revelación. Después de sentarnos,
lo que me pareció ser una eternidad, su mirada en blanco de repente se enfocó,
y comenzó el aluvión de preguntas.
—¿La amas?
—No, te amo a ti.
—¿Quieres el divorcio?
—No, quiero seguir contigo. ¿Quieres tú el divorcio?
—Yo no sé lo que quiero. ¿Por qué has hecho esto?
No sabía cómo responder a esa pregunta. No sabía cómo había llegado a
donde estaba. Le expliqué que yo no lo había buscado. Le dije que fue una
amistad que se descontroló, y que me había sentido atrapado. Nunca había
dejado de amar a Mona.
La mirada en blanco volvió. Seguí intentando explicarle, pero ella no quería
(o no podía) seguir oyendo más. Tras un rato comenzó a preguntarme por la
segunda mujer.
—Fue algo de una noche. Honestamente, se me lanzó. Se propuso en su
mente tenerme, se lo propuso y estaba decidida a hacerlo.
¿Qué estaba yo diciendo? Era toda la verdad, pero, ¿qué estaba yo
intentando hacer aquí? ¿Justificar mi adulterio? ¡Mi segundo caso de
adulterio!
Cerré mi boca y comencé a llorar de nuevo. No sabía qué hacer. Ella ya no
quería seguir hablando de ello. No quería nada de mí, y yo me moría por
dentro. Necesitaba saber lo que ella pensaba, pero ella estaba conmocionada.
¿Estaría pensando dejarme? ¿Iba a pedirme que me fuera? ¿Qué pasaría por su
mente?
Parecía que no había nada más que decir. Le ofrecí dormir en el sofá, pero
denegó mi oferta. Me explicó que si íbamos a intentar arreglar esto, no le veía
sentido a que yo durmiera en el sofá.
Si. Una palabra tan pequeña que sostiene todo el futuro de una persona.
Todo estaba tranquilo y en silencio, pero yo sabía que la explosión aún
estaba por llegar. Ella se quedó mirando fijamente al techo. Yo estaba ahí
tumbado, sabiendo que su mente era un remolino. Estaba seguro de que sus
pensamientos estaban rebotando de una situación horrible a otra, y lo único
que yo podía hacer era estar tumbado a su lado y mirar cómo se
resquebrajaban todos sus cimientos hasta derrumbarse. De vez en cuando oía
un sollozo escaparse de su garganta.
Dios mío, ¿qué he hecho? En cuestión de segundos, había desgarrado el
corazón de la mujer a la que amaba, la amada de mi juventud. ¿Me perdonaría
algún día? ¿Sería capaz de perdonarme? Yo no tenía ni idea de cuánto dolor le
estaría causando esto. Si consiguiéramos salir de aquello, una cosa era cierta:
nunca volveríamos a ser los mismos.
Por favor Dios, perdóname.
Mona, si puedes encontrarlo en tu corazón, por favor intenta perdonarme.

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