No recuerdo el libro que estaba leyendo, pero sí recuerdo que nunca lo
terminé. Lo tiré, ya que siempre me recordaría aquella noche. Escuché abrirse la puerta de atrás y pensé: Gary llega a casa un poco antes de lo habitual; debe de haber tenido una reunión corta. Le oí caminar por el pasillo. Abrió la puerta del dormitorio y se quedó ahí de pie, mirándome. Le dije algo como: “¿Cómo te ha ido la reunión?”. Me quedé mirando mientras mi marido desde hacía más de diecinueve años comenzaba a desmoronarse. Su cuerpo se encogía como si estuviera bajo un gran peso. Sus ojos se llenaron de lágrimas y dijo: “Tenemos que hablar”. Yo sabía que algo iba terriblemente mal, y recuerdo que pensé que alguien se habría muerto. Me pregunto si será nuestro pastor. Debe de haber pasado algo horrible en la reunión de la iglesia. La compasión desbordó mi corazón, y extendí mis brazos, invitándole. —Cariño, ¿qué ocurre? Él vino a la cama, se sentó a mi lado, y me dejó abrazarle mientras los sollozos sacudían su cuerpo. Nunca le había visto así. Entre lágrimas escuché: —Te he traicionado. Sentí que mi cuerpo se agarrotaba. Había ocurrido una tragedia, y no había sido a otra persona, sino a mí. Mi mente se resistía a procesar sus palabras. —¿Qué? —He estado teniendo una aventura amorosa. Estas palabras penetraron, y sentí que brotaban mis propias lágrimas. Escuché la palabra salir de mi boca antes de ni tan siquiera pensar en ella: —¿Quién? ¿Por qué no me sorprendió cuando dijo su nombre? Recuerdo, incluso, en ese momento que sabía que sólo había una posibilidad real. También recuerdo que otros nombres pasaban por mi cabeza, casi esperando que en su lugar dijera alguno de esos. Yo nunca lo había sospechado. Confiaba en ambos implícitamente. Él era mi marido, a quien amaba y quien pensaba que me amaba. Ella era su compañera de trabajo, miembro de nuestra iglesia, y la mujer a quien yo había considerado mi mejor amiga cristiana durante los últimos tres o cuatro años. —¿Cuánto tiempo?— pregunté. —Algún tiempo— masculló él. Comencé a sentir la primera oleada de ira. —¿Cuánto tiempo? —Un par de años quizá. No sólo una vez o dos. ¡No unas pocas semanas o incluso unos pocos meses! ¿Acaso era yo una completa idiota? ¿Cómo ha podido algo como esto durar tanto tiempo y yo sin enterarme? ¡Debieron de pensar que era estúpida! ¿Cuántas veces se habrían reído de mi ingenuidad? Le aparté de mí, siendo incapaz de tocarle, incapaz de hacer otra cosa que respirar. Después oí estas palabras: —Hay más. ¿Más? ¿Más que la destrucción de mi vida, mi familia, mi iglesia, mi hogar? ¿Más? —También pasé una noche con otra mujer. Después la nombró, una madre soltera de veinte años y no cristiana con la que habíamos tenido tratos de negocios. —Se presentó una noche sin que la hubiera invitado cuando tú no estabas. ¿Aquí? ¿En mi casa? Nada era sagrado. Cada aspecto de mi vida estaba implicado. Mi casa. La iglesia donde siempre me sentaba con mi mejor amiga. La empresa de producción de Gary donde yo trabajaba a media jornada. Incluso el hospital donde trabajaba como enfermera estaba lleno de gente que de alguna manera pertenecía a esos aspectos de mi vida. Sentí nauseas. Repulsión. Eso era algo horrible que los hombres hacían, ¡pero no Gary! No el hombre que del que yo siempre bromeaba diciendo que tendría que pillarle en la cama desnudo para creer que me sería infiel. El hombre que no sabía mentir por nada. Gary no era el hombre que yo había pensado que era, pero ya no estaba segura de quién era yo tampoco. Por cierto, ¿quiénes éramos como pareja? ¿Éramos una pareja? Le miré y me quedé helada. Ese era el hombre con el que llevaba casada casi veinte años. Había sido mi amante, mi mejor amigo y mi confidente. Mi familia le amaba porque era maravilloso. Todas mis amigas pensaban que él era maravilloso, pues lavaba los platos, la ropa y cambiaba pañales. Yo había perdido la cuenta de cuántas veces me habían dicho lo afortunada que era. Mi cuerpo estaba dormido, acartonado, desbordado. El peso con el que Gary había entrado en la habitación ahora lo estábamos compartiendo. —¿La amas? —No. —¿Quieres el divorcio? —No. —¿Lo sabe su marido? —Creo que ella está esperando a ver si realmente te lo decía yo primero. —-Tienes que dejarla. —Lo sé. Los detalles de nuestra conversación se enturbian retrospectivamente. Me dijo que había ido a la iglesia a confesarle todo a nuestro pastor. El pastor había llamado a otro pastor, habían orado y luego enviaron a Gary a casa a contármelo. Me dijo que el ingeniero del estudio de grabación le había confrontado ese día. Había sospechado lo que ocurría y había ido a su pastor, quien le aconsejó que confrontara a Gary. ¡Qué fortaleza habría sido necesaria para un hombre tan joven como él! Gary dijo que Dios le había estado preparando para esta revelación desde hacía mucho tiempo. Los Cumplidores de Promesas, las reuniones, los sermones, su conciencia. Se había sentido atrapado en la relación con su compañera de trabajo durante bastante tiempo. Si rompía, conocía las rami- ficaciones y la posibilidad de perder a su familia, su empresa y su iglesia. Habían roto muchas veces en el pasado, pero de alguna manera volvían a estar juntos. No se acordaba de cuándo empezó, pero la última vez que estuvieron juntos había sido tres días antes. Recuerdo intentar localizarle ese día. Se habían ido de la ciudad para visitar a un cliente, y me preguntaba por qué regresaban tan tarde. Mientras intentaba precisar el periodo de la aventura, me quedó claro que habían sido cerca de tres años. Comenzó poco después de que ella empezara a trabajar con nosotros. Su matrimonio había estado atravesando problemas durante mucho tiempo. Ella y yo habíamos hablado de ello a menudo. Me sentí como una tonta. Gary y yo incluso habíamos hablado de su vulnerabilidad y de lo atractiva que era antes de que ellos comenzaran a trabajar juntos. Yo sabía que ella envidiaba nuestra relación, pero no me había dado cuenta de que a quien deseaba era al mismo Gary. Ella, según resultó, sabía mejor que yo cómo era mi propio matrimonio. Esa noche mi vida adoptó un nuevo calendario: antes de la aventura, durante la aventura y después de la aventura. Todo lo ocurrido durante ese tiempo ahora estaba estropeado y distorsionado: nuestro viaje familiar a Disneylandia, Gary y yo en Hawai. Recordaba pedacitos de conversaciones tanto con Gary como con mi amiga, y de repente, veía y oía cosas completamente diferentes. Esa noche me preguntó si yo trabajaría para él la jornada completa en nuestra empresa de producción y reconstruiríamos nuestras vidas y la empresa. Yo estaba furiosa. ¡Cómo se atreve! Le dije que no iba a destruir más de mí de lo que ya había destrozado. Yo era enfermera, una buena enfermera, y no podía perder eso también. Me preguntó si quería el divorcio, y dije que no. ¿En qué beneficiaría eso a nuestros hijos? ¿Adónde iría yo? ¿Qué haría? Hablamos sobre consejería. ¿Con qué fin? Yo estaba tan desbordada que, incluso, la consejería carecía de sentido para mí. Quería que aquello nunca hubiera ocurrido, y un consejero no podría darme eso. Gary me habló de la noche en que la jovencita había llegado y le había seducido. Dijo que fue muy intencional por parte de ella, y yo dije que eso no le disculpaba. Él lo sabía. La historia de esa noche sonaba como una película despreciable. Pronto pareció que ya no quedaba nada de qué hablar. O quizá sencillamente éramos incapaces de hablar más. Gary me aseguró que me amaba y que deseaba que nada de eso hubiera ocurrido. Me pidió perdón y me dijo que haría cualquier cosa que le pidiera. Yo sabía que el adulterio tenía bases bíblicas para el divorcio, pero no sabía si eso seguía en vigor cuando el ofensor se arrepiente y pide perdón. Mi mente, alma y cuerpo estaban agotados por los eventos de la noche. Sabía que quería seguir a Dios en esto, sin importar a dónde me guiara. Sabía que necesitaba una buena amiga, y de nuevo sentí el dolor de la pérdida. ¿A quién llamaría ahora que mis dos mejores amigos me habían traicionado? Cuando nos fuimos a la cama, Gary me preguntó si quería que durmiera en otro lado. Le dije que no. Pensé que había estado en mi cama durante los últimos tres años, así que, ¿cuál sería la diferencia ahora? Y así me puse en el borde de mi cama y escuché a mi marido caer en un profundo y reparador sueño. El sueño me evadió a mí. Pasé la mayoría de lo que quedaba de noche llorando en el cuarto familiar. El peso de Gary se había empezado a ir. El mío había comenzado a presionarme muy fuertemente.