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ntroducción

Valor, valores, valoraciones, virtudes, valías, todos estos términos


forman parte substancial de nuestro actual vocabulario pedagógico.
Los cientos de libros, artículos de revistas y periódicos, las casi once
millones de páginas de la internet relativas al tema, escritas en todos
los idiomas, lo corroboran.

Y es que el tema de los valores, hoy, constituye literalmente un


problema. Recordemos que el término griego problema (pro-ba/lomai)
significa lo que se nos presenta enfrente, lo que nos es lanzado
inesperadamente y que pide una respuesta. El problema de los
valores, su necesidad, utilidad, fundamento, origen y ejercicio, nos es
lanzado a nosotros, sí, a nosotros, los educadores, los del cotidiano
quehacer escolar, y debemos dar una respuesta.

Esta ponencia intenta, por una parte, motivar la acción educativa y


hacerla girar, en mi opinión, a lo que ha sido y es la cuestión
fundamental de la pedagogía: el crecimiento personal fundado en los
valores; frase que puede ser tautológica, pues si no se educa en
valores ¿hay verdadera educación? Por otra parte, pretende rescatar
de los clásicos de la educación algunas sugerencias didácticas,
algunos modelos prácticos para la transmisión y conservación de los
valores en nuestros estudiantes.

¿Por qué los clásicos? A esta pregunta inicial debo contestar en


primera persona: porque estoy convencido, al igual que muchos de
ustedes, que la antigüedad es fuente de verdades perennes, que la
historia es una verdadera maestra y que una postura prudente en
educación no se deja llevar por las modas pedagógicas, sino que
rescata lo que de valioso tienen y lo integra a sus experiencias y
conocimientos pasados, para así amalgamar una auténtica didáctica
personal.

Según el conocido mito de la caverna, expuesto por Platón (1), existen


hombres que, dejando la oscuridad de las sombras, voltean a la luz,
asumen el reto de quitarse las cadenas que atan a las mezquindades
de este mundo, y se liberan. Esta es nuestra tarea, liberarnos primero,
para después, ser, verdaderamente, liberadores de nuestros alumnos,
futuro de una nueva humanidad liberada.

Sin embargo, estos ideales pedagógicos tan nobles deber estar


orientados por una doctrina consistente y correcta, de lo contrario hay
el riesgo de caer en un romanticismo en valores, donde todos nos
aventamos pero sin saber a dónde.

Empero, tal doctrina de los valores no puede ser tan complicada que
corra el riesgo de no ser entendida por nadie, salvo grandes doctos en
la materia; pero tampoco el tema de los valores puede reducirse a
meras recetas, que trivializan y relativizan todo contenido axiológico.
La educación en valores, su investigación, docencia y práctica debe
ser asequible a todos, y en esto los maestros y maestras tenemos una
labor insustituible.

1. La dignidad humana

Educar en valores, entraña, necesariamente, educar en la dignidad


humana. En este primer punto debo ser fiel a tantos maestros y
maestras que he tenido y me han mostrado que la persona humana es
digna en sí misma, digna de respeto y cariño, digna de comprensión y
exigencia.

La dignidad humana es el valor fundamental y fundamentante del resto


de los valores. Si el hombre en sí mismo no fuera digno, ¿qué razón
tendría llamar valiosas a sus acciones y productos?

Los antiguos romanos comprendieron esto y llamaron a ese substrato


común a todos los hombres, que los iguala en dignidad, la humanitas.
Valga recordar de nuevo su etimología: humus, tierra, polvo; no en
balde las palabras “humano” y “humilde” tienen el mismo origen.
Dignidad humana, por tanto, hace referencia a ese ser único en el
universo, capaz de conocer, valorar y amar la realidad en la que vive.
Con Quevedo podemos decir: “serán ceniza, mas trendrá
sentido; polvo serán, mas polvoenamorado”(2).

Maestra, maestro: el ser humano goza de una dignidad irrenunciable,


nada ni nadie puede atentar contra el valor intrínseco de la persona
humana. Y esto no lo digo en abstracto, sino en concreto: tú, yo,
nuestros alumnos, somos seres humanos en el más hondo significado.
Somos dignos, hacemos cosas dignas, merecemos que se reconozca
nuestra dignidad.

Esto que a primera vista parece tan abstracto en filosofía “dignidad


humana”, en pedagogía goza de una concreción fabulosa; sólo se
ejerce una verdadera influencia benéfica en el educando, cuando
previamente el educador es consciente de lo que ha sido confiado en
sus manos: un ser humano íntegro, que siente, sufre, piensa, ama,
llora, canta y aprende...

Llegamos pues, a un punto crucial, donde se exige una postura


definida y definitoria de toda nuestra labor educativa: o educamos
desde y para la dignidad humana o, simplemente, no educamos; pues
así como sin valores no hay educación, así también sin dignidad
humana no hay valores.

Magni passus, sed extra viam! Rezaba un adagio latino: Grandes


zancadas, pero alejadas del camino, alejadas de la meta. Este será el
futuro de la educación en valores si no se reconoce la dignidad
humana como fundamento de los valores.
A continuación expondré dos valores y algunas sugerencias didácticas
para potenciarlos en nuestros alumnos. A juicio mío, estos valores
deben ser el hilo conductor de la actual pedagogía: criterio y justicia.

2. El criterio

El criterio es la capacidad del ser humano para juzgar su entorno, para


discernir lo conveniente de lo inconveniente, lo benéfico de lo nocivo.
“Criterio” proviene del vocablo griego krite/rion, que en un principio
designaba a la criba o cedazo que utilizan los albañiles para colar la
arena de las piedras a la hora de preparar la mezcla. Posteriormente
se analogó a la capacidad humana para cribar o separar lo justo de lo
injusto, lo bueno de lo malo, lo verdadero de lo falso.

Tal vez de los valores que más añoramos y queremos que existan es
el “criterio”; para nuestros jóvenes todo es bueno, todo es lícito, todo
tiene justificación. Parece que carecen de parámetros personales para
elegir, y elegir bien. Es triste constatar que el joven cedió su capacidad
crítica o de discernimiento a los medios de comunicación, a la
ocurrencia del último artista o a los espectaculares que encuentra en
la calle.

Vivimos en un ambiente en que lo factible, y no lo valioso, se hace. La


medicina, la tecnología o la economía son áreas del quehacer humano
que no se rigen por valores o por un minimum normativo ético, sino
por la viabilidad de sus proyectos, y esto es tremendo. Impera la
necesidad de volver al criterio como fuente del actuar humano bueno,
apegado a la conciencia y a los valores; es fundamental enseñar a
pensar bien, a formar una “cabeza bien hecha” y no “bien llena”, como
escribe Edgar Morin(3), para después actuar correctamente.

¿Cómo auxiliar a formar el criterio de nuestros alumnos? La historia


nos regala el testimonio de grandes maestros que han ayudado a
formar el criterio de sus alumnos. Tal vez estos recursos didácticos no
embonen cabalmente con nuestra noción de recurso didáctico,
demasiado tecnológico, pero lo cierto es que la interioridad humana se
forma sólo con herramientas de su misma índole. A continuación
expongo algunos ejemplos y frases que nos ayudarán a comprender
mejor la educación del criterio:

a) Quilón, maestro de los espartanos, solía recomendar a sus


alumnos: “Conócete a ti mismo”, frase que después se esculpió a la
entrada del oráculo de Delfos. Formar el criterio es, en primer lugar,
invitar al alumno a conocerse, a ir dentro, a leer dentro: intus legere,
-de donde proviene la palabra “inteligencia”-. El autoconocimiento es
fundamental para la acción, es el punto de partida de la educación en
valores, pues si es cierto que el maestro es un agente externo que
invita al alumno a ser mejor, no menos cierto es que éste debe
conocerse a sí mismo, saber sus alcances y limitaciones. Es tarea del
docente en valores invitar cordialmente a que sus formandos se
conozcan cada vez más, propiciando espacios, dentro y fuera del aula,
de reflexión y conciencia.

b) Pitágoras, aquel famoso matemático, solía dividir sus cursos en


dos: Acusmáticos(4), quienes en un lapso de cinco años sólo
escuchaban al maestro, y Matemáticos (5), quienes ya participaban
activamente con preguntas y aportaciones. Aunque la teoría de los
lapsos de tiempo es ya muy superada, lo perenne es la actitud de
escucha, previa a toda participación. Es necesario desarrollar el oído,
antes que la vana opinión. Entendemos ahora por qué la música era
tan importante para Pitágoras, pues invita a callar, afina la escucha y
dispone a la reflexión personal. Un consejo pedagógico: enseñe a sus
alumnos a escuchar atentamente y por un buen lapso de tiempo,
invítelos a que intenten contestarse sus preguntas, y sólo después,
ayúdelos. No les dé respuestas rápidas, fórmeles el criterio.

c) El mismo autor exigía a sus alumnos realizar un examen de


conciencia antes de dormir y al despertarse. Esto les ayudaba a
reflexionar sobre sus acciones pasadas y las futuras. Preguntas como
“¿Dónde fui? ¿Dónde estuve? ¿Qué cosa practiqué, que no debiera?
¿Qué haré hoy por mi familia y por la patria?, (6) ayudaban a formar un
criterio sólido, conciente de la realidad en que se vive y actúa. Esta
herramienta didáctica del examen de conciencia, pronto fue acogida
por otros educadores, filósofos y hasta religiosos, variando el
contenido de las preguntas y los tiempos a ser realizado. No obstante,
el hallazgo pitagórico es fenomenal: no permitir que el alumno viva en
la inmediatez de la vida, sólo en el aquí y ahora. El examen de
conciencia ayudaba y ayuda a aprender de los errores pasados, a
prever las consecuencias de los actos y a mejorar día a día.

d) Otro gran maestro fue Sócrates quien con su método mayéutico


estimulaba a sus alumnos para que extrajeran la verdad desde su
interior, con sus fuerzas. El primer paso de la mayéutica era saberse
ignorante, reconocer que “sólo sé que no sé nada”. A partir de esta
humildad, la persona estaba dispuesta a buscar la verdad con la
propia capacidad hasta el cansancio, pidiendo el auxilio de su
maestro, quien hacía las veces de “partero” -mai=a- siendo el alumno
el paridor. El maestro socrático no es el que pretende un
enciclopedismo en sus alumnos, ni mucho menos hacerlos diestros en
los sofismas, sino que despierta a sus discípulos de su inconciencia,
superficialidades, vanidades, prejuicios y mentiras y los invita a buscar
la verdad. El secreto socrático: preguntar bien. Esta es una de las
tareas eternas de los profesores, a veces olvidada o reducida a
evaluaciones objetivas; urge cuestionar a los alumnos, llevarlos a un
profundo examen de sus motivaciones, convicciones y acciones. Las
personas profundas están en vías de extinción, y esto no puede
suceder más a nuestros ojos.

e) La parábola y, en general el cuento, fue un vehículo de


interiorización muy utilizado, éste favorece la asimilación de
conceptos, valores y actitudes. Es común entre los infantes observar
cómo un buen cuento les enseña más que mil discursos. El maestro
debe ser talentoso en el manejo de analogías, que acerquen los
contenidos e invite a los niños y jóvenes a sacar conclusiones a partir
de ellos mismos, con lo cual se desarrolla su capacidad crítica
aplicada, sobre todo, a su cotidiano vivir. Actualmente está en boga la
herramienta de los dilemas morales, una forma más de la parábola, en
que el alumno opina y critica la postura ética de los actores, con el fin
de crear un criterio propio, justificado y capaz de aplicación.

f) Parménides de Elea, en su poema ontológico escribía: “los


mortales... bicéfalos, yerran perdidos”(7). Este es un hecho innegable:
hoy muchas personas no tienen una cabeza, sino varias, no están
unificadas en sus pensamientos, sentimientos, y acciones. El maestro
del siglo xxi se enfrenta a un reto gigante: unificar el criterio de sus
alumnos, los cuales están influenciados por múltiples factores,
pareciendo que ya no son ellos los que deciden, sino el mundo entero
por ellos. En esto hay una esperanza: por naturaleza la persona no
tiende a la maldad o al error, sino al bien y a la verdad; aunque a
veces esto lo haga de mal modo o incorrectamente. Los maestros
tenemos la exigencia de no escindir a los educandos, sino de
unificarlos en un criterio rector de su actuar ético, en su familia,
escuela y comunidad. Podemos enseñarles a ver todo bajo un prisma:
el de la conveniencia. Y no hablamos de una conveniencia utilitarista o
individualista, sino que considere a la persona integralmente. Por
ejemplo, ¿estudiar ahora, me conviene? ¿Copiar, realmente me
conviene? ¿El esfuerzo, me conviene?

g) Heráclito de Éfeso solía repetir a sus pocos discípulos, “por gusto


preferirían los burros paja a oro”(8). Este es un hecho rotundo: el gusto
mueve a muchas personas a valorar su realidad. Dolorosamente el
gusto ha sustituido al criterio, como la criba que permite discernir lo
más valioso de lo menos valioso. Alguno podría argumentar: ¿pero si
al burro no sólo le gusta, sino que le conviene más la paja que el oro?
A lo que se puede contestar: si el burro tuviera más criterio, elegiría el
oro, pues con él compraría cien veces más paja. Es tarea de los
padres de familia y educadores formar un criterio que les facilite a los
jóvenes comprender, valorar y escoger el “oro” en cada momento de
su existencia. Es cierto que en ocasiones el oro son los libros frente al
televisor, la reflexión frente al juego de video, la paciencia frente a la
agresividad, la amistad frente a la soledad; pero más cierto aún es que
tampoco nosotros actuamos convencidos de que nuestra labor es el
oro frente a otros oficios, o que vale más la pena ser educado que no
serlo.

Del criterio, en conclusión, depende la clarificación de los valores, la


correcta escala de los mismos. Sin criterio las jerarquías axiológicas
personales corren el riesgo de contravenir el bienestar familiar y social.
Con criterio, por el contrario, es posible el diálogo, el entendimiento
incluso intercultural, la democracia y la tolerancia.
Digamos que existen tres posturas respecto a los valores relativas al
criterio: a) algo vale porque yo lo elijo –postura relativista-; b) algo vale
porque la sociedad lo elige –postura sociologista-; c) algo vale, y por
eso, yo y la sociedad lo elegimos –criterio maduro- (9)

Formar el criterio en las nuevas generaciones exige una educación


personalizada, que atienda a la especificidad de cada alumno.
Conlleva una confianza en la razón como capaz de distinguir lo
verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo, lo bello de lo abominable.
El criterio es la piedra de toque de toda la axiología, pues si el fin de la
educación en valores es que la persona los reconozca, acepte, asuma
y practique libremente,(10) entonces es preciso formar antes la
capacidad crítica y electiva de los individuos.

3. La justicia

Hemos dicho que el criterio es el valor que perfecciona al ser humano


en función de su autoconocimiento para la adquisición de una correcta
jerarquía de valores. Por tanto, es el valor propio de la interioridad
humana, el que forma internamente y predispone a los individuos a la
recta valoración de la realidad en que viven. (11) Resta por considerar el
valor que une a la persona con el medio en que se desarrolla, y éste
es la justicia.

La justicia vincula efectivamente al individuo con el entorno, ya que se


crea una mutua implicación de beneficio: cada persona comprende
que sus actos tienen una repercusión social, y que las decisiones
sociales entrañan necesariamente una influencia personal.

Formar en la justicia es mucho más que formar en la legalidad. Hay


que notar, en principio de cuentas que la legalidad consiste en el
cumplimiento externo de las normas, mientras que la justicia hace
alusión a la convicción con que el sujeto obedece tales reglas, una
convicción que tiene una doble fuente: por una parte, la conciencia de
la dignidad humana, propia y ajena, y por otra, el criterio bien formado
capaz de decidir en pro de la comunidad.

Desde los antiguos romanos el concepto de justicia se definió como la


cualidad de dar a cada quien lo que le corresponde (12). Para entender
mejor esto,

quisiera poner un ejemplo usado en clase: si en una mesa estamos


sentados el papá, la mamá y tres hijos, hay dos posibilidades de partir
el pastel, una es cortarlo en cinco partes iguales, otra es partirlo según
el apetito o capacidad de cada individuo. La primera opción se llamaría
“equidad”, la segunda “justicia”, pues esta última no supone una
igualdad numérica, sino un “dar lo que corresponde” según las
necesidades personales o las circunstancias.
Gran parte de los valores se fundamentan en la justicia, o bien, son
una manifestación específica de ella. Por ejemplo, el respeto es “dar lo
que corresponde” a las personas, en tanto el trato, la consideración o
las deferencias; la puntualidad también es “dar lo que le corresponde”
a la institución en que se labora y a las personas que guardan una
relación con nosotros. Es tan importante esta característica, que los
latinos llamaron a la justicia la virtus generalis, o valor general, pues
parece que es el telón de fondo de cualquier otro valor, y ninguno de
ellos se entiende sin la justicia.(13)

Luego entonces, potenciar la justicia en nuestros alumnos es


potenciar, de modo general, todos los valores que dicen relación de
alteridad. De ahí la importancia de fincar, a la base de todo valor social
y democrático, la justicia.

Algunas muestras de cómo se ha inculcado este valor, al igual que lo


expuse en el criterio, son:

a) Solón, uno de los siete sabios, repetía: “Aconseja a los ciudadanos


no lo más agradable, sino lo mejor.” (14)

Recuerdo, a modo de anécdota, a un niño a quien le comentaba que


su pereza en el estudio no era más que injusticia, pues no daba lo
correspondiente ni a sus padres, ni a la patria, y ni siquiera a sí mismo;
a lo cual él me respondió: -profe: comprendo lo que me dice, pero es
que es más divertido y cuesta menos trabajo la injusticia.- Parece ser
una constante actual el regir nuestro actuar, no por la búsqueda de lo
mejor, sino por motivados por el gusto y agrado. Quizá en esos casos
valga la pena hacer conciencia a los alumnos de la injusticia y sus
repercusiones, sobre todo, las consecuencias negativas en ellos
mismos y en su futuro, al igual que en el ámbito familiar.

b) Tales de Mileto escribía: “no trabajes por se bello de rostro; sé más


bien bello de obras.” Cómo es necesario repetir esta frase o escribirla
debajo de los espectaculares que anuncian cosméticos o ropa. Existe
una percepción incompleta de la belleza, restringida a lo externo. Está
en nosotros recuperar la noción de belleza interna, que se logra con
obras justas. El aula debe ser un sitio que favorezca, impulse y premie
la justicia, invitando a hacer muchas obras y buenas, en favor de los
compañeros y compañeras. Hasta la autoestima de los alumnos se
eleva cuando son reconocidos por algo más que su aspecto externo,
cuando son estimados por su justicia. Un medio magnífico para
conocer y potenciar la belleza interna es la amistad, medio utilizado
por los grandes pedagogos. El clima de amistad es fundamental para
la acción educativa. La amistad no es la causa, pero sí es el
catalizador de muchos valores, principalmente la justicia.

c) El maestro Sócrates exigía una virtud fundamental a todos sus


alumnos: la enkrateia; esto significa “ser dueño de sí mismo”. Pero,
¿qué tiene que ver esta virtud con la justicia? Pues que el autodominio
es reflejo de la justicia consigo mismo; posterior al examen de lo que
conviene o corresponde, la persona opta por conseguirlo, aunque las
condiciones de ánimo, carácter o de influencia exterior, no favorezcan
el acto. Sabemos lo difícil que es ser señor de uno mismo, mandar en
nuestras emociones y gustos, sin embargo, la satisfacción personal,
en cualquier etapa de la vida, cuando se consigue la enkrateia, es
plenificante y potenciadora de más acciones valiosas.

d) Un mito realmente claro acerca de la justicia es el que expone


Platón en el segundo libro de la República. Según tal mito existió un
anillo que el pastor Giges encontró en el campo, al darse cuenta de
que cuando se lo ponía lograba la invisibilidad, lo utilizó para realizar
fechorías y maldades. Las preguntas que siguen a la narración son
muy interesantes: ¿llamamos justos a los que no realizan actos
deshonestos?, pero, ¿si ellos tuvieran la oportunidad de cometer una
injusticia sin ser vistos, lo harían? Digamos que el justo es sólo aquel
ser humano, que poniéndose el anillo de Giges, obraría de modo
óptimo, sin ver, oír, estar o tomar lo que no debe. Los docentes
tenemos que inculcar a tal grado la búsqueda de la justicia en nuestros
alumnos, de modo tal que, cuando tengan puesto el anillo (por
ejemplo, salgamos del salón, estén solos en casa, etc.) obren con
justamente. ¿Cómo lograrlo? Considero que un primer paso es hacer
ver al alumno que el primer perjudicado, en cualquier tipo de injusticia,
es él, sea o no visto por alguien. Además que el vigía más severo, no
es la sociedad, sino la propia conciencia, el criterio formado con
anterioridad.(15) No obstante, hay momentos en la vida en que nos
vemos obligados a dar el anillo de invisibilidad, ya sea a nuestros
alumnos, hijos o amigos. En esos momentos no podemos vivir en una
angustia tal de sospechar que la persona usará mal su libertad y
cometerá injusticias; no, como educadores una de nuestras
disposiciones para fomentar la justicia debe ser la confianza, la
esperanza en que las personas podemos ser buenas, aunque no
exista coacción alguna. Si el alumno siente que desconfiamos de él o
ella, enseguida, con nuestra actitud, motivamos la injusticia.
Tengamos la seguridad que el aprendizaje significativo en valores
viene, no de los contenidos teóricos sobre la utilización del anillo, sino
de la corroboración existencial de los peligros y problemas que causa
el mal. Educar en valores es educar es, en gran medida, educar en el
fracaso.

e) Demócrito, padre de la doctrina atomisma, inculcaba que “Bello y


bueno es oponerse al injusto, mas en caso de no oponerse, bello y
bueno es no cooperar con el injusto.” (16) Reparar en esta idea es
bastante saludable para el educador en valores, pues no podemos
crear “justicieros” en nuestro salón de clases, personas que tomen la
justicia por propia mano y pretendan acabar, cueste lo que cueste, con
la serie de anomalías sociales. Considero muy sensato el dicho de
Demócrito, y es que, ya gran justicia es no cooperar con la injusticia, y
en esto hay un ancho y espacioso campo de acción para los
educadores.
f) “Verum est factum”, decía Juan Bautista Vico, se conoce la verdad
hasta que se es capaz de ponerla en práctica. Este es, por último, el
reto de la educación en la justicia, acostumbrar a los alumnos y
alumnas a que en materia de responsabilidades la verdad se
manifiesta con obras, que los hechos externos manifiestan la calidad
moral de las personas, y que ante los hechos, no cabe justificación
alguna, sino una enmienda de nuestras intenciones y una disposición
constante a obrar siempre en beneficio propio y de los demás.

4. Conclusión

El mundo actual necesita una reorientación de su actuar educativo; no


podemos seguir igual, con planteamientos desvinculados de la
realidad, que atienden a lo superficial del ser humano; debemos virar,
tanto educadores como educandos, al mundo de los valores. Urgen
personas coherentes con sus convicciones y valoraciones, sólo así se
podrán superar el individualismo y la despreocupación por el bienestar
social.

Es cierto que los ambientes en que nos movemos, en que


desarrollamos nuestro quehacer educativo, a veces nos desalientan,
pero ellos constituyen el mejor reto y la mayor esperanza de nuestra
labor. Lo que para la sociedad puede parecer inocuo –la pérdida de
valores- para el educador debe ser inicuo e intolerable.

No comparto la visión de Fukuyama al llamar al siglo xxi “el final de la


historia”, donde ya no hay nada qué esperar. Al contrario, creo que
hay una esperanza grande: revalorizar la dignidad humana, por medio
de la formación del criterio y el ejercicio de la justicia.

El punto de partida para la educación en valores son los valores


mismos que el educador se esfuerza por adquirir y practica, esto sin
duda; ahora sólo quiero recordar lo que alguna vez escribiera Isaacs:
“La fortaleza es la gran virtud: la virtud de los enamorados; la virtud de
los convencidos; la virtud de aquellos que por un ideal que vale la
pena son capaces de arrastrar los mayores riesgos.” (17) Considero que
los tiempos no están para vivir de glorias pasadas, ni dormirnos en
nuestros laureles, sino para trabajar duro, hasta el cansancio, con una
fortaleza inquebrantable y enamorada.

Termino deseando lo que hace siglos recordara Demócrates a sus


conciudadanos y que ahora motivo a que lo adquiramos para
comenzar a educar en valores: “Que de la Cordura se engendran
estas tres cosas: aconsejar bellamente, hablar impecablemente y
obrar justamente”(18)

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