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ALUMNA:
Diana Laura López Zapata
PERIODO:
Marzo-Septiembre 2021
CICLO Y GRUPO:
4 “B”
ASIGNATURA:
Cuidados Paliativos
DOCENTE:
Prof. María Julia De La Cruz Lopez
Hay personas que se sienten aliviadas cuando su familiar muere porque llevan
mucho tiempo cuidándole, luchando contra una enfermedad. Y ese pensamiento,
les hace sentirse culpables. Sin embargo, esa sensación es natural.
Tras la muerte de nuestro ser querido, la persona atraviesa por periodos de
agitación. Después, comienza la tristeza, el retiro y el silencio. En cualquier
momento, surgen manifestaciones de dolor. Situaciones desencadenadas por
personas, lugares, objetos que reavivan los recuerdos. Incapaces de controlar sus
sentimientos, muchas personas se sienten tentadas por mantenerse alejadas de
su entorno, que no entiende su dolor ni lo comparte.
La pérdida de una persona importante en tu vida puede producir una serie de
temores. Puede provocar hasta ataques de pánico. Su muerte recuerda tu propia
muerte y el miedo a afrentarse a la vida sin ella.
El dolor no solo es un proceso emocional, también conlleva problemas físicos:
fatiga, náuseas, el sistema inmunitario se deteriora, aumento o pérdida de peso,
dolores, molestias e insomnio.
A medida que pasa el tiempo, el dolor disminuye. Es posible pensar en otras
cosas e, incluso, mirar hacia el futuro. Sin embargo, esa sensación de haber
perdido una parte de uno mismo nunca desaparecerá del todo. Y por último
aceptar la muerte de nuestro familiar, dejarlo ir para sanar y continuar con nuestra
vida. La sanación no significa que olvidemos a nuestro ser querido, ni tampoco
significa que no nos vuelva a visitar el duelo por la pérdida. La persona que
amamos y perdimos siempre estará impresa en nuestra alma, y algún día
llegaremos a un punto en el que podamos recordarla más con amor que con
tristeza. Hasta entonces, esa persona permanece escondida en nuestros
corazones.