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Jaid black Acosada

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Jaid black Acosada

JAID BLACK

ACOSADA
1º Libro de la serie VIKINGOS

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Jaid black Acosada

Saludos afectuosos a

Sheri Ross Carucci y a Arne Hansen:

por vuestras traducciones del noruego y por demostrar


que a los hombres también les gusta el romance erótico...
éste es para vosotros.

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Jaid black Acosada

Índice

Reseña Bibliográfica................................................................................5
Capítulo 1.................................................................................................6
Capítulo 2...............................................................................................11
Capítulo 3.............................................................................................177
Capítulo 4...............................................................................................22
Capítulo 5...............................................................................................28
Capítulo 6...............................................................................................35
Capítulo 7...............................................................................................37
Capítulo 8...............................................................................................46
Capítulo 9...............................................................................................51
Capítulo 10.............................................................................................63
Capítulo 11.............................................................................................67
Capítulo 12.............................................................................................75
Capítulo 13.............................................................................................82
Capítulo 14.............................................................................................85
Capítulo 15.............................................................................................91
Epílogo....................................................................................................99

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Jaid black Acosada

Reseña Bibliográfica

La Serie:
Hace miles de años, por edicto de los dioses, varios clanes Vikingos
huyeron al adusto e invernal Ártico y construyeron una civilización en lo
profundo de las entrañas de la tierra. Los profetas les advirtieron para que
cuidasen de sí mismos, que permanecieran bajo tierra, porque un día los
depravados intrusos —aquellos que moran sobre de la tierra— corrompería
las leyes de los dioses y se destruirían a sí mismos en el proceso. Y entonces,
de nuevo, los Vikingos gobernarían el mundo entero.
La tundra de la Alaska moderna es un terreno escabroso, en gran parte
inexplorado. Los tres reinos del Underground, Nueva Suecia, Nueva
Dinamarca y Nueva Noruega, siguen prosperando con sus costumbres y
cultura sin contaminar por el tiempo. Los Vikingos nunca van a la
superficie de la tierra, con una única gran excepción. Ellos se aventuran en
el mundo de los Intrusos para cazar... Mujeres.

El libro:
Mientras se encuentra estudiando a los indígenas de Alaska para su tesis
de antropología, Peggy Brannigan es acosada y secuestrada en el ártico por
un misterioso macho nórdico empeñado en mantenerla como una compañera
de apareamiento.

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Jaid black Acosada

Capítulo 1

Población más cercana: Barrow, Alaska

539 kilómetros al norte del Círculo Polar Ártico cerca de la costa de Chukchi (Siberia)

1 de diciembre, día de hoy

Con los dientes castañeteando, Peggy Brannigan se acurrucó bajo el calor de las
pieles de oso polar que le había proporcionado su guía esquimal Inupiat, Benjamin.
Llevando puesto un abrigo de lana grueso, tres pares de ropa interior térmica, dos
gorros, dos pares de guantes, y arrebujada bajo cuatro pieles de oso polar, todavía
estaba helada hasta los huesos mientras el trineo tirado por perros se desplazaba a
través del duro paisaje de la tundra.
—¡Más rápido! —instruyó Ben a los perros en su lengua natal—. ¡Moveos!
La frente de Peggy se frunció mientras le observaba. Ella había estado viviendo y
trabajando en Barrow durante poco más de seis semanas con el fin de estudiar las
costumbres de los indígenas esquimales para su tesis antropológica sobre la cultura
Inupiat para la Universidad Estatal de San Francisco. Durante la mayor parte del
tiempo había estado en el norte de la región ártica de Alaska, los anfitriones de Peggy
fueron la familia de Benjamin. Había llegado a conocer al adolescente bastante bien
en aquel tiempo y había encontrado que era un silencioso y estoico caballero poco
dado a externas demostraciones de emoción. Que él pareciera casi aterrado haciendo
que los perros moviesen el trineo más rápido le resultaba un tanto alarmante.

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Jaid black Acosada

—¿Qué pasa, B-Ben? —preguntó con sus dientes castañeteando por el acerbo
viento que la golpeaba directamente en la cara. Ella mantuvo una entonación neutra
para no parecer alarmada—. ¿Has divisado algunos lobos cazando o algo así?
¡Mierda! pensó mientras se mordía a trompicones su labio inferior. Sería irónico en
efecto si los perros fueran liquidados por lobos hambrientos a tiro de piedra del
pueblo. Lamentablemente, la única manera de entrar y salir de Barrow era con el
ocasional aeroplano contratado o por trineo tirado por perros, lo cual no les había
dado ninguna opción en vista de su tarea salvo afrontar los desapacibles elementos.
Y los depredadores hambrientos.
Para colmo de males, estaba la circunstancia de que nevaba copiosamente en la
tundra, lo que hacía que la visibilidad fuera escasa. Y puesto que el sol no se alzaba
cerca de Barrow desde noviembre hasta enero, el hecho de que fueran las dos de la
tarde no les servía de nada en absoluto. Para lo que ayudaba la luz del día en esa
época del año, lo mismo podría haber sido medianoche.
Peggy miró minuciosamente alrededor del paisaje nevado, tratando de averiguar
si había algún signo de actividad de la jauría cazando. Sus ojos se entrecerraron
dudosos cuando no alcanzó a ver ni siquiera a un lobo solitario. La tundra parecía
tan tranquila en ese preciso momento que no vio ningún animal salvaje en absoluto,
ni siquiera osos polares preñados anidando en sus guaridas de hibernación, las que
las expectantes hembras horadaban en montones de nieve para descansar en ellas. Se
envolvió las pieles fuertemente alrededor antes de hacerle la pregunta al adolescente
de nuevo.
—¿Qué es, Ben? ¿Qué está pasando?
Los almendrados ojos castaños de Ben estaban entrecerrados en dos rajas, su
expresión era seria. Peggy se estremeció cuando vio el látigo que estaba esgrimiendo
y azotando en los cuartos traseros del perro líder que dirigía el trineo. El perro soltó
un dolorido aullido.
—Tenemos que salir de aquí, Peggy —dijo él tan serenamente como pudo en
inglés, aunque ella podía oír el miedo de su voz—. Te están cazando —aseveró un
tanto tembloroso.

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Los ojos de Peggy se abrieron de par en par. Tragó saliva nerviosamente mientras
escudriñaba de nuevo a su alrededor la tundra nevada.
Ben no había dicho que los estaban cazando, pensó ansiosamente. Él había dicho
que la estaban cazando. Había una gran diferencia semántica entre lo uno y lo otro,
no tenía claro que pesar.
—¿Qué estás diciendo, Ben? —masculló con el corazón latiéndole aceleradamente.
El serio adolescente nunca decía nada que no quisiera decir. Esto estaba volviéndose
de lo más extraño. Y aterrador.
—¡Igliqtuq! —gritó Ben apretando los dientes atacando con el látigo al segundo
perro delantero—. ¡Moveos!
El corazón de Peggy comenzó a golpear como loco en su pecho. Sus manos
cerradas en puños nerviosos bajo las pieles de oso polar. Jamás había visto a Ben
comportarse de esta manera con anterioridad. Jamás.
—Ben, por favor —dijo calladamente, mientras un agudo sentimiento de pánico
comenzaba a formarse—. Dime que pasa.
Las líneas rígidas de su perfil le dijeron que no estaba predispuesto a contestarle.
No por mezquindad o falta de respeto, no Ben. Se dio cuenta de que era por algo
más. Quizá el adolescente trataba de protegerla de ese enemigo desconocido de la
manera en él sentía que podría hacerlo. Conociendo a Ben, probablemente lamentaba
el hecho de haberla alarmado ante cualquier presencia que estuviera cerca de su
posición y que hubiera deseado guardarse para si mismo su temor para no
preocuparla.
Era demasiado tarde para eso. Ella estaba más allá de la preocupación y se
acercaba al punto de pánico.
—Por favor —exhaló con su mirada completamente acuosa—. Por favor háblame,
Ben.
El adolescente respiró profundamente mientras continuaba atento a los perros,
haciendo cumplir su instrucción para que fueran más veloces con el brutal
movimiento ocasional del látigo. Ella no creyó que fuera a hablarle, a pesar de sus
súplicas, así que poco menos se sorprendió cuando él lo hizo.

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—Uyabak Nuurvifmiu —dijo Ben en voz baja en su lengua natal—. Moradores de


las rocas. —Él tragó con algo de dificultad, sus ojos oscuros exploraban intensamente
la tundra circundante mientras el trineo se desplazaba a través del viento gélido y la
rigurosa nevada—. Avisté uno hace unos minutos.
Peggy se quedó quieta. Moradores de las rocas. ¿Qué demonios significa eso?
La situación se estaba volviendo cada vez más extraña. Por no decir más
alarmante.
—¿De qué estás hablando? —murmuró Peggy. Apartó una rociada de copos de
nieve de sus ojos con el dorso de su muñeca—. Ben, no entiendo. ¿Qué es un
morador de piedra?
La interminable tundra estéril cambió dando paso al comienzo del pueblo de
Barrow. Aisladas cabañas cubiertas de hielo salpicaban el paisaje y pescadores de
hielo dispersos de vez en cuando. Benjamin se relajó visiblemente, un suspiro de
alivio revelador escapó de sus labios. La mirada fija de Peggy nunca abandonó el
perfil del adolescente.
—No te preocupes por esto —murmuró Benjamin—. No es nada que te concierna
por ahora.
Porque la amenaza había pasado. De momento.
Los ojos de Peggy se entornaron especulativos pero no dijo nada. Si Benjamin no
le iba a contar lo que estaba pasando entonces esperaba que lo hiciera su hermana.
Con un suspiro, sus ojos pasaron rápidamente del adolescente hacia el pueblo al
que se acercaban veloces. Una mujer indígena entrada en años y envuelta en pieles
de lobo inclinó su cabeza hacia Peggy cuando el trineo pasó y ella distraídamente le
devolvió una sonrisa.
Esperaba poder conseguir hablar con la hermana de Benjamin sobre los moradores
de las rocas, quienquiera o lo que sea que fueran. Consideró que quizá se tratara
simplemente de alguna extraña especie de depredador que los esquimales
reverenciaban y por lo tanto no hablaban de ella, o quizá no.

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En cualquier caso, tenía que saber lo que se alzaba en su contra antes de que
Benjamin y ella tuvieran necesariamente que viajar a uno de los pueblos cercanos la
próxima semana para adquirir más provisiones.
Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Peggy, provocando que los pelos de
su nuca se erizaran. Tragó saliva con dificultad cuando se le pasó por la cabeza que
algo —o alguien— la estaba mirando.
Y que esa mirada penetrante pertenecía a un ser inteligente.

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Capítulo 2

Esa sensación de ser observada se desvaneció en la hora siguiente a arribar al


poblado y no resurgió nuevamente ese día. Para el momento en que Peggy se
acurrucó entre las pieles de oso polar en la pequeña cabaña para dormir esa noche,
estaba segura de haberse imaginado todo el asunto. Probablemente se había vuelto
paranoica por el susto que Benjamin le había dado más temprano, un susto que el
adolescente no le había explicado del todo.
Probablemente había sido mejor así, decidió. Los moradores de las rocas eran sin
duda, alguna clase de mito, una leyenda Esquimal tan antigua como el mismo
pueblo. Sin embargo, Peggy era una científica hasta la médula de los huesos y debido
a eso, se aseguraría de llegar hasta el fondo de la historia. No sólo porque eso sería lo
que haría un científico, sino también porque era consciente de que ningún otro
antropólogo había descrito nunca un mito sobre los moradores de las rocas. Era
posible, pensó entusiasmada, que muy bien pudiera ser la primera en su campo en
haber oído alguna vez sobre ello.
Y eso si que quedaría impresionante en su ponencia de disertación doctoral.
Se mordió el labio. Definitivamente llegaría al fondo de esto. No sólo por su tesis
de doctorado, sino para saciar también su curiosidad. Peggy había nacido con un
caso de curiosidad de quince kilómetros de largo y un océano de ancho. Se conocía a
sí misma lo suficiente como para saber que simplemente no podía renunciar y dejarlo
estar. Además del hecho de que si realmente había algo para ser considerado allí
afuera, necesitaba saber qué era ese algo por motivos de seguridad. Ben y ella
viajaban mucho de aquí para allá, por la tundra desierta con mucha frecuencia, como
para dejar de saberlo.
Con un agotado suspiro, Peggy se dio la vuelta dentro de la cama de pieles, usó su
codo como almohada, y cerró los ojos. Primero lo primero, necesitaba dormir un

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poco. Mañana se acercaría a la hermana de Benjamin, Sara, y esperaría contra toda


esperanza que la niña de doce años estuviera parlanchina.
Y entonces ella escucharía sobre los moradores de las rocas de los que su hermano
le había hablado.

—¿Moradores de las rocas? —Sara desvió la mirada, volviendo a su trabajo fuera


de la cabaña familiar. Estaba nevando con fuerza, de modo que se ocupó de su tarea
rápida y eficientemente. Levantando un cuchillo y blandiéndolo hacia abajo, decapitó
al aún trémulo pez de un sólo tajazo. Su brillante cabello negro y largo hasta la
cintura resplandecía con reflejos proyectados por las antorchas cercanas—. No —dijo
con voz débil—. Nunca he oído hablar de ellos.
La mirada verde-mar de Peggy se entrecerró especulativamente. Acomodó
ausentemente un rizo rubio cobrizo detrás de su oreja mientras consideraba que
hacer a continuación. No quería disgustar a la dulce niña, pero simplemente no
podía quitarse de la cabeza los sucesos del día anterior.
La noche pasada Peggy había dado vueltas en la cama, incapaz de dormir. Cazada.
Benjamin había dicho que ella estaba siendo cazada. Un pensamiento que la había
acosado hasta el punto de inducir la primera pesadilla que su cerebro inconsciente
había abrigado en mucho tiempo.
De alguna manera, durante el curso de la agitada noche, se había dado cuenta de
que el enigma de los moradores de las rocas y su deseo de desentrañar qué o quiénes
eran iba mucho más allá del deseo de gloria, o del deseo de deslumbrar con su
descubrimiento a la doctora Kris Torrence, la asesora de su tesis doctoral. En lugar de
eso se cernía sobre el horizonte que el propósito y la necesidad de saber la respuesta
era para protegerse a sí misma.
—¿Sara? —murmuró Peggy—. Sé que no quieres hablar de eso. Y sé que estoy
rompiendo cada regla de la investigación antropológica al afectar tu vida en vez de
solamente observarla, pero yo… —Su voz se fue apagando en un suspiro al tiempo
que apartaba la mirada y subía sus brazos para acomodarlos bajo sus pesados senos
—. Estoy asustada —susurró.

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El cuerpo de Sara se quedó inmóvil, una acción que captó con su visión periférica.
Los latidos del corazón de Peggy se dispararon cuando se permitió a sí misma
esperar sólo por un momento que tal vez la niña de doce años se abriera a ella. No
había mentido sobre sus temores. No quería pasar ni siquiera una noche más
preocupada e insomne. Sólo deseaba verificar que los moradores de las rocas fueran
un mito y así poder respirar con calma y apartarlo de la mente por ahora. Podría
encontrar un modo de explorar el mito más tarde.
—Padre dice que si una muchacha habla sobre ellos, podrían escucharla, y se la
llevarían para que no pueda hablar de ellos nunca más. —Sara pronunció las
palabras en un susurro mientras dejaba el cuchillo sobre la tabla de picar y giraba
lentamente en sus botas de cuero cosidas a mano para enfrentarse a Peggy. Sus ojos
almendrados, notó Peggy, estaban llenos de ansiedad. Se subió la capucha de su
parka y se arropó con ella—. Él dijo que nunca hablásemos de ellos, pues el viento
tiene oídos.
La mirada de Peggy se encontró con la de la muchacha.
—¿Crees en eso? —murmuró con sus latidos acelerándose de nuevo. Su mente le
decía que se estaba dejando trastornar por un montón de historias de fantasmas
contadas en campamentos de verano, pero su cuerpo reaccionaba al nerviosismo de
la niña como si ella no hablara más que de los hechos—. ¿Crees que el viento tiene
oídos?
Sara suspiró y se encogió de hombros al tiempo, asemejándose por un momento
más a una marchita anciana de su gente que a una ingenua niña de doce años.
—No estoy segura. Pero es cierto que mi tiíta habló de ellos una vez, y luego
desapareció apenas dos días más tarde. —Se estremeció bajo la parka, dándose la
vuelta para rebanar y cortar en dados los trémulos peces—. Mi madre extraña
profundamente a su hermana del corazón —susurró—. Como yo.
Los ojos de Peggy se suavizaron compasivamente, aunque la muchacha no podía
verlo porque le daba la espalda.
—Lo siento, cariño. ¿Cómo se llamaba?
—Charlene. La llamábamos tía Chari.

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Peggy sonrió.
—Un precioso nombre.
—Ella era una dama muy hermosa —dijo Sara amargamente—. Probablemente
por eso se la llevaron. —El cuchillo bajó silbando, cercenando la cabeza del pez de su
cuerpo en una muerte precisa y limpia.
La sonrisa de Peggy se extinguió. Se subió la capucha de su parka, y luego metió
sus manos enguantadas en los bolsillos.
—¿Quién se la llevó? —Sabía lo que Sara iba a decir, pero por alguna perversa
razón quería oír a la niña decirlo. Si pudiera lograr que expresara las palabras en voz
alta, tal vez entonces le dijera un poco más…
Sara suspiró, dejando el cuchillo otra vez. Se dio media vuelta sobre sus talones
para enfrentar a Peggy, y luego rápidamente desvió a mirada.
—No estoy intentando llevarte la contraria.
—Lo sé —dijo Peggy en voz baja. Y de repente entendió que no importaba cuántas
veces interrogara a la chica, Sara nunca se sinceraría. No sobre esto.
—Está bien, cariño.
Los ojos almendrados de Sara volaron a encontrarse con los verdes de Peggy.
Mordisqueaba su labio inferior al tiempo que echaba un rápido vistazo alrededor, y
luego avanzó lenta y cautelosamente al lado de la antropóloga.
—Sólo te diré esto y nada más —susurró, consiguiendo la completa atención de
Peggy, que la miraba con los ojos muy abiertos—. Permanece alejada de la tundra o
serás tan fácil de capturar como lo es un pez para el oso polar.
Peggy asintió, pero no dijo nada. Su ritmo cardíaco se desbocó otra vez al luchar
consigo misma para permanecer callada. Rezó para que el viejo adagio se cumpliera
y ese silencio se convirtiera en oro, o al menos valiera lo suficiente para mantener
hablando a la muchacha. Psicológicamente hablando, a nadie le gustaban los
silencios incómodos, lo cual Peggy estaba suficientemente calificada para saber. Al
enfrentarse a un silencio incómodo la gente tenía propensión a parlotear, tratando de

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llenar el vacío. Sólo esperaba que Sara eligiera llenar éste vacío en particular con las
palabras que ella necesitaba escuchar.
Sara suspiró, volviendo a mirar a lo lejos.
—Ellos roban mujeres —murmuró—. Mujeres en edad de procrear.
Gracias, Psicología 101.
—Pero ¿quiénes son ellos? —musitó Peggy en una exhalación—. ¿De dónde
vienen...?
—¡Sara! —gritó Benjamin desde el otro lado de la cabaña, haciendo que Peggy
refunfuñara mentalmente. Amaba al chico hasta la locura, pero de toda la mala
suerte…
—Sara ¿dónde estás? ¡Padre está llamándote!
Sara dio un resuello, obviamente aliviada por no haber sido pillada hablando de
cosas sobre las que se la había advertido que no discutiera nunca. Saludó
cortésmente a la antropóloga con un movimiento de cabeza, luego giró sobre sus
talones, huyendo deprisa hacia el otro lado de la cabaña.
Peggy tomó una bocanada de aire gélido, seco y vigorizante, y exhaló lentamente.
A diferencia de Sara, se estaba sintiendo cualquier cosa menos aliviada. Había
obtenido algunas respuestas, es cierto, pero las respuestas que le habían dado
únicamente planteaban más interrogantes.
Y había algo más.
Por mucho que odiara admitirlo, y tanto como detestaba siquiera darle crédito a la
idea, por primera vez desde el incidente de ayer en la tundra, Peggy empezaba a
dudar de su hipótesis inicial de que los moradores de las rocas estuvieran basados en
un mito.
Se mordió el labio. ¿Y si los temores de Ben el día anterior, estuvieran basados en
hechos fríos y concretos? ¿Y si, pensó preocupada, realmente hubiera habido alguien
cazándola allá fuera?
Ellos roban mujeres. Mujeres en edad de procrear.

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Peggy tembló dentro de la parka, no queriendo de pronto estar sola fuera de la


cabaña. Sólo para estar segura, decidió en aquel momento, en adelante se cercioraría
de estar siempre acompañada por al menos otras dos personas, desde este momento
hasta que su tiempo en Alaska hubiera terminado.
Suspiró. La situación se iba haciendo más y más extraña.

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Capítulo 3

Una semana después

Había pasado más de una semana desde su última excursión, cuando Peggy y
Benjamin dejaron las inmediaciones de Barrow para ir en trineo tirado por perros
hasta un pueblo lejano. Tiempo más que suficiente para que los recuerdos del susto
que pasó en la tundra menguaran su importancia, hasta casi extinguirse.
A lo largo de la semana anterior, no había pasado nada raro: no hubo sensaciones
extrañas de estar siendo observada, ni preocupaciones por ser robada por lo que
serían hombres míticos. Nada de nada.
Peggy había comenzado a creer que la familia de Benjamin había inventado la
leyenda de los moradores de las rocas, como una forma de mantener vivos los
recuerdos de la Tía Chari. Si creían que había sido secuestrada, cuando de hecho,
probablemente había sido atacada por un lobo hambriento, entonces creerían que
estaba viva todavía y mantendrían la esperanzas de que un día encontrara una
manera de regresar al pueblo. Sólo una mujer querida y desaparecida, la cual sin
duda estaba muerta hacía tiempo. Realmente triste.
Para Peggy, esa hipótesis era la única que tenía sentido, pero encontraba un poco
raro que ningún otro antropólogo hubiese registrado nunca una leyenda Inupiaq
sobre los moradores de las rocas. Ni que ella escuchara a otra persona nativa hablar
de ellos, con la pequeña excepción de Benjamin y Sara.
Le sonrió a Benjamin mientras tomaba su mano extendida y le permitía ayudarla a
levantarse del frente del trineo.
—Brrr —sonrió burlonamente—. Parece otro viaje congelante.

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Los ojos de Benjamin se suavizaron.


—Debiste quedarte en la parte de atrás. Yo estoy a acostumbrado pero tú...
—Necesito acostumbrarme también —lo interrumpió sonriendo calurosa pero
firmemente—. Además, disfruto de nuestras conversaciones cuando montamos
juntos por la tundra. —Debían volver hoy a Chakuru con la misión de cambiar
preciosa grasa de ballena por parkas artesanales. Se acomodó en la cabina del
dispositivo tipo sofá, anidando en las pieles de osos polar que la madre de Benjamin
le había preparado—. Nunca me terminaste de contar esa historia sobre tu bisabuela
pastora de renos. —Sus ojos se entrecerraron un poco—. ¿Cómo se llamaba?
—Sinrock Mary. —Sonrió ampliamente, marcándosele un hoyuelo infantil en una
mejilla—. En su época causó más de un revuelo. En esos días, por supuesto las
mujeres no poseían propiedades. Pero la abuela no sólo la tenía sobre su manada,
sino que lo hacía mejor que cualquier hombre.
Al oír eso, Peggy rió entre dientes.
—Suena como mi tipo de mujer. —Le sonrió a Benjamin, haciéndolo ruborizar y
apartar la mirada. Hasta ese momento, no se dio cuenta de que el adolescente había
desarrollado hacia ella un pequeño enamoramiento, un hecho que extrañamente la
hacía sentir orgullosa. Reflexionó que después de todo, para un chico de dieciséis
años, sus veintinueve, debían parecerle bastante mayor—. Entonces háblame de
Sinrock Mary.
Benjamin le contó a lo largo de las cinco horas siguientes, todo acerca de su
bisabuela, así como otras innumerables historias familiares. Ella sabía que los
Inupiaq se deleitaban con una buena historia, de la misma manera en que un chef
disfrutaba una buena comida. Los nativos contaban con cuidado exquisito sus
historias, preservando de ese modo su tradición oral de ser mancillada por el paso
del tiempo y empañada por el contacto con forasteros.
En el transcurso de la sexta hora, llegaron al pequeño pueblo de cazadores de
Chakuru, ninguno de ellos estaba tan mal como podría haberse esperado. A estas
alturas, los perros estaban cansados y a Peggy la espalda le dolía por estar tanto
tiempo sentada, pero a parte de eso todo estaba en orden.
Peggy le sonrió a los niños nativos, quienes se apresuraban a recibir excitadamente

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al trineo, respirando profundamente el viento fresco, mientras alborotaba el pelo de


un niño delgado. Adoraba visitar este pueblo, ya que cuando miraba alrededor,
sentía como si hubiera retrocedido en el tiempo. Y de alguna manera lo había hecho.
Este pueblo era tan remoto que ni siquiera figuraba en el mapa oficial de Alaska.
Benjamin inclinó la cabeza cortésmente hacia la mujer más anciana que estaba
hablando con él y luego se giró hacia Peggy.
—Dice que su hijo y su nueva esposa están fuera visitando familiares en Nome,
por lo que se tomó la libertad de arreglarte su cabaña. —La mujer mayor le dijo algo
más en una lengua que Peggy no conocía mucho. Benjamin asintió y tradujo—.
Espera que encuentres grata la privacidad y agradable el calor del hogar.
Peggy sonrió, ignorando la voz insistente que le decía que se mantuviera cerca de
los otros y que olvidara su privacidad como hacía usualmente en estos viajes. Ignoró
la voz y asintió, sin querer ofender a la mujer mayor.
—Gracias —dijo inclinando modestamente su cabeza—. Su hospitalidad es muy
generosa.

Usando una delgada camiseta blanca que la madre de Benjamin había cosido para
ella, Peggy se puso de espaldas bajo las pieles de oso polar, su frente estaba surcada
por una arruga. Desde el sueño profundo en el que estaba sumida, en algún plano
surrealista reconocía que algo la estaba arrastrando lentamente del mundo de los
sueños al de los casi despiertos. Otra vez tenía esa sensación, esa sensación extraña
de estar siendo observada...
Su ojos se abrieron. Inmediatamente sus iris trataron de ajustarse a la oscuridad
como boca de lobo. Podía ver muy poco, en realidad casi nada, pero todavía podía
distinguir una forma imprecisa en el extremo más alejado de la cabaña. Mientras se
sentaba derecha, con su pulso acelerándose, jadeó. Oh Dios mío pensó con pánico,
Nunca debería haber dormido aquí sola.
Apartó las pieles y se arrodilló, su pecho subía y bajaba por el bombeo de
adrenalina a través de su cuerpo con su corazón palpitando en sus oídos. Entornó los

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ojos hacia la forma imprecisa que estaba en el lugar más alejado de la cabaña de un
dormitorio, tratando de discernir que era.
Oh Dios mío. ¡Oh Dios mío! ¿Qué es eso?
Sus manos formaron puños tensos, mientras se ponía de pie apresuradamente. Su
respiración era pesada y trabajosa, como si hubiese corrido una carrera de dos millas.
Preparándose para girar y salir disparada a donde fuera, jadeó cuando un haz pálido
de luz de luna tocó la cabaña y la forma imprecisa se convirtió en...
Una parka.
Una parka inofensiva y sin vida, posada en una silla de madera de la pequeña
mesa de cocina.
Soltó un sonido entre risa y llanto. Por un instante cerró los ojos y soltó la
respiración que había estado conteniendo. Alivio... nunca en su vida se había sentido
tan malditamente aliviada.
—Estoy perdiendo la cabeza —masculló, mientras pasaba los dedos por sus
cabellos y los volvía a acomodar—. Estoy a un paso de que los hombres de las
chaquetas blancas me escolten fuera de Alaska. —Sonrió ante su propia estupidez,
mientras respiraba hondo y sacudía la cabeza por la equivocación—. Cálmate
compañera. Sólo es una...
Mientras la comprensión se abría paso lentamente, su sonrisa se desvaneció. A
través de ella se abrió paso un estremecimiento de terror, mientras se le ocurría que
la parka que había usado estaba colgada cerca de la cocina/estufa rudimentaria para
que se secara. No estuvo, ni nunca había estado puesta en la silla de la cocina. Sus
ojos turquesa se abrieron como platos y tragó bruscamente.
¡Vete de aquí! ¡Ahora!
Se preparó para escapar de la cabaña, con su pulso corriendo como loco, cuando
un brazo pesadamente musculoso se enroscó alrededor de su vientre. Jadeó,
abriendo su boca para gritar. Una palma grande cayó sobre su boca antes de que
pudiera lograrlo, mientras silenciaba del todo el llanto de miedo que surgió de su
garganta detrás de la mano.
Oh Dios mío. Oh Dios mío. Oh Dios mío.

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Jaid black Acosada

Sintió en el cuello un pinchazo, un segundo antes de que su cuerpo se aflojara en


los brazos de lo que asumía, era un depredador humano. El mundo empezó a girar,
su cabeza se adormeció sobre sus hombros y sus ojos se cerraron. Se desmayó,
cayéndose hacia atrás.
Su último pensamiento coherente antes de que la oscuridad la dominara, fue que
los moradores de las piedras eran reales.
Y que nunca viviría para contarle a la doctora Kris Torrence sobre su
descubrimiento tan importante.

~ 21 ~
Jaid black Acosada

Capítulo 4

Sus cejas se fruncieron con ansiedad, los ojos de Peggy parpadearon lentamente
abriéndose e intentando ajustarse a la tenue luz de… dondequiera que estuviera
encerrada. De hecho su cerebro se había despertado hacia 5 largos minutos, pero aun
tenia que abrir los ojos. Tenía miedo de mirar, miedo de descubrir si había estado
soñando o si realmente había sido…
—Por favor —lloró suavemente una voz femenina desde detrás de ella—. Por
favor déjeme ir a casa. —La voz sonaba asustada, confusa. Un nudo se formó en la
garganta de Peggy—. No se lo diré a nadie —prometió la voz con tono desesperado
—. Lo juro yo…
Un sonido apagado, seguido inmediatamente por silencio, llenó el aposento poco
iluminado. Peggy cerró los ojos fuertemente, de algún modo dándose cuenta de que
la mujer había sido amordazada.
Oh Dios. Oh Dios. Oh Dios.
—¿Er dama våken? —preguntó una voz de hombre en un idioma que Peggy
nunca había oído antes. Aquietó la respiración, con miedo a que él supiera que estaba
despierta—. Porque me gustaría estar de vuelta en el pueblo antes de que anochezca.
—murmuró en un inglés con mucho acento.
—Iré a comprobarlo —contestó otro hombre diciendo sus palabras con el mismo
acento del Viejo Mundo—. La mujer seguía inconsciente la última vez que miré. Pero
ahora iré a comprobar la otra criadora nuevamente.
¿Criadora? Los ojos de Peggy se abrieron. Los latidos de su corazón se aceleraron.
¿Seré yo la criadora de la que hablan? Cerró rápidamente los ojos, intentando
histéricamente encontrar una manera de escapar a los hombres.

~ 22 ~
Jaid black Acosada

—Su respiración es tranquila —dijo el primer hombre. Su tono era aburrido. Como
si estuviera acostumbrado a lidiar todo el tiempo con capturadas mujeres
aterrorizadas—. Está despierta. Quiere que pensemos que esta dormida… —El sudor
hizo erupción en la frente de Peggy. Sabían que estaba despierta. Oh Dios, lo sabían
—, pero definitivamente está despierta.
El segundo hombre se rió:
—No fue fácil de capturar a esa. El mismo Lobo casi la agarró en la tundra la
semana pasada, pero el chico Barrow logró sacarla antes de que sus hombres
pudieran cercarla.
—¿Lobo? —murmuró el primer hombre—. ¿Él la cazó?
—Ja. Sí. Estaba muy enfadado cuando la perdió.
—¿La quería para sí mismo o para vender?
—No tengo la menor idea. No me corresponde cuestionar a un hijo del jarl. Lo
sabes.
Silencio.
—Bueno entonces —murmuró el primer hombre—. Será mejor que se la cuidemos.
Sólo para estar seguros.
Peggy tragó sobre el nudo en la garganta. Definitivamente eso no era lo que había
querido oír.
—De acuerdo —rugió el segundo hombre—. Si el Lobo la quiere, podremos
canjearla por una gran suma.
El primer hombre gruñó.
—Tenemos que llevarla a nuestra gente primero. Los hombres de nuestro pueblo
deben poder canjearla antes. Si ninguno está dispuesto a pagar el precio que le
pongamos, entonces la canjearemos con el hijo del jarl adversario.
—De acuerdo.
Peggy jadeó cuando las pieles de animales que habían estado echadas sobre ella
fueron apartadas sin ceremonias. Su piel se enfrió inmediatamente, ya que no llevaba

~ 23 ~
Jaid black Acosada

puesta nada más que la fina camiseta blanca que la madre de Benjamín había cosido
a mano para ella. Instintivamente se hizo un ovillo, tanto por miedo como para
proteger su cuerpo de los hombres desconocidos.
—Estate quieta chica —masculló uno de los hombres mientras se agachaba a su
lado.
Su respiración se hizo difícil. La sangre golpeaba en sus oídos.
El rostro bronceado, de barba muy poblada de un hombre en sus cuarenta y
muchos o cincuenta y pocos entró en su campo de visión. Viéndole desde abajo sobre
su espalda, todo lo que podía percibir eran unos claros ojos azules, un enmarañado
cabello negro, y una barba entrecana.
—¿Que quieren de mí? —dijo ella en voz baja.
Él sacudió la cabeza con un gruñido, haciéndola saber que no contestaría a
preguntas así que no necesitaba hacerlas. Después de eso la ignoró, haciendo que su
angustia se agudizara.
—Apresúrate y examínala Rolf —gritó a un hombre rubio más joven que estaba en
cuclillas a los pies de Peggy—. Asegúrate de que esté limpia y después vayámonos.
Con los ojos bien abiertos, el ritmo ya rápido del corazón de Peggy se desbocó
cuando Rolf puso una bronceada mano en cada uno de sus muslos y la forzó a abrir
las piernas. ¡Oh Dios… que alguien me ayude! gritó silenciosamente, encabritándose
instintivamente para liberar las piernas y poder darle un puntapié.
Dio un puntapié directamente a la barbilla de Rolf, provocándole un aullido, y
luego un juramento por lo bajo. Intentó alejarse, intentó levantarse y correr, pero el
hombre del cabello negro le agarró los hombros por detrás, bloqueándolos contra el
frío suelo de roca con un movimiento que fue tan brusco como doloroso.
—¡Suficiente! —gritó el hombre más viejo—. ¡Si vuelves a hacer eso, serás
enjaezada!
¿Enjaezada? ¡Oh Dios! ¿Quiénes son estas personas?
Pensando rápido, Peggy aquietó su cuerpo y se forzó a calmarse. La última cosa
que quería, se dijo a sí misma cercana a la histeria, era ser enjaezada. No estaba

~ 24 ~
Jaid black Acosada

exactamente segura de lo que eso conllevaba, pero no era necesario ser un Einstein
para calcular que seria más difícil escapar si los hombres le ponían algún tipo de
mecanismo de contención.
El hombre más viejo gruñó, apaciguado por la aparente docilidad de Peggy.
Asintió con la cabeza en dirección al hombre rubio, diciéndole sin palabras que
continuara.
 Peggy se mojó ansiosamente los labios.
—Esto no llevará demasiado —murmuró Rolf con su acento del Viejo Mundo, su
expresión dura haciéndola saber que el puntapié en la barbilla no había sido
olvidado—, si estás quieta.
Ella tembló cuando sus ásperas y callosas manos apartaron sus muslos una vez
más. Su respiración se hizo pesada y entrecortada mientras la fina camiseta que
usaba fue levantada por encima de su cabeza. La camiseta fue entonces colocada
sobre sus ojos como una venda, haciéndolo así para que ella no viera quien y qué le
estaban haciendo. Se mordió el labio de preocupación, avergonzada cuando el aire
frío le golpeó el pecho e hizo que sus pezones se tensaran.
—Ja —rió el hombre mayor. Sus manos dejaron los hombros y bajaron a sus
pechos. Los cogió a ambos en las palmas de las manos, amasándolos y pasando los
pulgares sobre los tensos pezones—. Jeg vil feire brystvortene hennes.
Los dos hombres intercambiaron risitas ahogadas, lo que preocupó a Peggy. Ya
era suficientemente malo tener que soportar que su cuerpo fuera examinado sin
permiso, pero el que estuvieran hablando de ella en otro idioma de manera que no
tuviera la menor idea de lo que estaba diciendo... eso era francamente aterrador.
El hombre mayor continuó jugando con sus pechos y pezones aun cuando los
dedos de Rolf empezaron a examinar su vello púbico. Sus dedos rebuscaron
cuidadosamente el recortado triangulo cobrizo de modo que ella asumió
correctamente que la estaban inspeccionando en busca de ladillas. Se pasó bastante
tiempo ahí, examinando minuciosamente su suave monte de Venus. Para cuando
terminó, la respiración de Peggy se había hecho irregular, por miedo y por la
reacción instintiva —e inesperada— de su cuerpo al tener los pezones tironeados.
—Esta limpia —espetó Rolf. Peggy exhaló aliviada, asumiendo que las caricias

~ 25 ~
Jaid black Acosada

habían terminado.
—¿Es virgen? —preguntó el hombre mayor.
—Déjame ver.
Los dientes de Peggy se hundieron en su labio inferior mientras la punta del dedo
índice de Rolf encontraba su agujero. Lo deslizó adentro lentamente, y luego se
retiró:
—Está demasiado seca —dijo ausentemente. Su pulgar se asentó sobre el clítoris y
aplicó una presión circular, lenta y perezosa—. Te lo diré en un minuto.
Los ojos de ella se cerraron fuertemente detrás de la venda. Sólo podía rezar para
que cuando Rolf descubriera que ella no era definitivamente virgen la dejaran
marchar...
Un nudo de preocupación y vergüenza se formó en la barriga de Peggy mientras
su cuerpo lentamente se excitaba por las firmes caricias. Una de las manos del captor
estaba amasando sus pechos y pellizcando sus pezones, mientras la otra estaba
jugando con su coño. Su pulgar estaba haciendo su magia negra en el clítoris,
frotándolo y jugando con él hasta que sus muslos empezaron a temblar suavemente.
La cabeza de Peggy se retorcía hacia delante y hacia atrás en el frío suelo de tierra.
Rechinó lo dientes, decidida a no correrse.
—Déjalo venir, chica —susurró el captor mayor con voz densa y excitada. Cerró
sus rodillas alrededor de la cabeza de ella y la sujetó de modo que no pudiera
retorcerse más—. Déjalo venir.
Incapaz de moverse, incapaz de protestar, Peggy no podía impedir el orgasmo tal
como no podía impedir que la noche se convirtiera en día. Sabía que era inevitable,
sabía también que ella podría terminar con esto de una vez.
Su respiración se hizo más difícil y sus pezones se tensaron hacia arriba,
golpeando al primer captor en las manos. La sangre se precipitó a la parte baja de su
cuerpo, hinchando su coño a la vista del segundo captor.
Con un gruñido, Rolf sustituyó la mano por la boca. Llevó el clítoris entre los
labios y lo atrapó, luego lo succionó vigorosamente hasta que ella jadeó.

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Jaid black Acosada

—Oh Dios —gruñó Peggy, gimiendo mientras su cuerpo se convulsionaba


instintivamente. El primer captor continuó amasando los pechos y pasó los pulgares
sobre los duros y doloridos pezones, mientras Rolf succionaba su clítoris, no parando
hasta que ella se corrió una segunda vez, más fuerte y violentamente que antes.
Cuando ella descendió de lo alto de su clímax, la mortificación la embargó. Lo que
le habían hecho era suficientemente embarazoso, pero correrse para hombres que la
habían forzado a ello era humillante.
Cerró los ojos detrás de la venda improvisada, sintiéndose más avergonzada de lo
que había pensado ser posible. De manera realista sabia que su cuerpo simplemente
había reaccionado instintivamente, que el orgasmo no significaba nada más que una
respuesta a un estímulo, sin embargo el sentimiento de vergüenza persistió.
Rolf introdujo su dedo índice en el agujero de su coño. Esta vez se deslizó
fácilmente, su humedad proporcionaba la lubricación necesaria para explorarla. Las
ventanas de la nariz le temblaron detrás de la venda. Apenas podía esperar a que el
gilipollas descubriera que ella no era virgen para que pudiera marcharse.
—No noto ningún himen —dijo Rolf—. No es virgen.
Los ojos de Peggy se abrieron detrás de la venda, centellando con justificada
indignación hacia los bastardos.
—Bueno —gruñó el captor mayor, sorprendiendo a Peggy—. Las vírgenes no se
venden bien en el bloque.
Ella tragó sobre el nudo en la garganta, la justificada indignación se convertía
rápidamente en un profundo miedo.
—Cierto —comentó Rolf ausentemente mientras sacaba el dedo índice de la raja—.
Los cuerpos de las vírgenes no saben como adorar una polla de la misma manera que
lo hacen los coños experimentados.
Peggy cerró los ojos detrás de la venda, dispuesta a respirar. Hasta ahí llegó mi
teoría de que me dejaran marchar, pensó mientras el captor mayor continuaba jugando
con sus entumecidos pezones.

~ 27 ~
Jaid black Acosada

Capítulo 5

El único consuelo de Peggy era que no había sido violada aún. No tenía ni idea de
lo que los dos hombres tenían en mente para ella, más allá del hecho de que
planeaban venderla en la tarima. La situación parecía empeorar por momentos.
Principalmente porque aún no había encontrado la manera de escapar de sus
captores.
Estirando las pieles de oso polar que le habían puesto firmemente alrededor de su
cuerpo, Peggy echó un vistazo hacia la otra cautiva de la partida y notó la aterradora
manera de mirar, con los ojos de par en par, sin pestañear de la mujer. Había estado
mirando de esa manera el viaje entero, pensó, sus hinchados ojos azules encima de la
mordaza de su boca que la impedía gritar. Peggy cerró los ojos brevemente,
temiendo que la mente de la mujer pudiera haberse roto.
Era la última cosa que quería para la otra cautiva. Si la mujer estaba fuera de sí,
haría más difícil para ellas dos comunicarse con el fin de escaparse juntas. Y Peggy
estaba determinada a que se escapasen juntas. Sólo Dios sabría si sería capaz de
dirigir a las autoridades para encontrar a esta otra mujer si lograba escaparse sin ella,
por lo que era vital que la otra cautiva fuese con ella.
Las dos mujeres y sus dos captores habían estado viajando a través de la tundra en
trineo durante lo que parecía tres días, aunque siendo realistas, habían sido
probablemente sólo tres horas. El clima pareció volverse más extremo, la nevada más
enérgica y fría.
Peggy tembló bajo las pieles en las que estaba envuelta. ¿Podré escaparme tan sólo
vistiendo pieles de oso polar y zapatos de segunda mano? Se preguntó previsoramente.
¿Acaso importa?

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Jaid black Acosada

Sabía que no importaba porque trataría de escapar independientemente de lo mal


que pudieran ponerse las circunstancias que rodeasen cualquier intento. No planeaba
estar cerca el tiempo suficiente como para averiguar lo que estos dos terroríficos
hombres tenían en mente para ella y la otra mujer. Sobre todo no tenía ningún deseo
de darle vueltas durante mucho tiempo tratando de averiguar que sería «la tarima».
Tenía sus conjeturas, y ninguna de ellas era agradable.
La mirada de Peggy se dirigió hacia los dos captores al frente del trineo.
Inmediatamente notó que estaban envueltos en una discusión bastante acalorada en
aquella extraña lengua en la que hablaban. Ahora era el momento…
Mordisqueándose el labio inferior, lanzó un rápido vistazo hacia la otra cautiva
sentada a su lado, pensando que ahora era un momento tan bueno como cualquier
otro para intentarlo y establecer comunicación con ella. Discretamente se estiró hacia
la otra mujer, luego colocó una mano suavemente sobre la suya…
Retiró la mano con los ojos abiertos como platos. La mano de la otra mujer estaba
tan fría como un trozo de hielo. La respiración de Peggy se detuvo mientras fijaba su
mirada en los, abiertos de par en par, ojos azules de la mujer que, recordó, no habían
parpadeado en horas…
Peggy gritó mientras golpeaba a la otra cautiva en el pecho. El cuerpo helado de la
mujer cayó, el sonido de una de sus congeladas vértebras rompiéndose tan
fácilmente como un hueso de pollo, dejó a Peggy helada hasta el tuétano.
—¡Oh, Dios mío! —gimió histéricamente, sintiéndose a punto de vomitar—. ¡Está
muerta! ¡Oh, Dios mío, está muerta!
Un mordaz revés cruzándole la cara calmó al instante a Peggy. Gimió, su mano
voló instintivamente hasta la mejilla que había sido golpeada tan brutalmente como
para romperle los dientes. Había tenido suerte, pensó mientras las lágrimas se
arremolinaban en sus ojos y el gusto metálico de la sangre llenaba su boca, ya que
sólo había obtenido un corte en el interior de su boca y sus dientes no se habían roto
por el impacto.
—¡Cierra el pico, mujer! —Espetó Rolf en su acento del Viejo Mundo—. ¡O serás
amordazada! —Echó un vistazo hacia la cautiva muerta con expresión irritada—.
Tírala del trineo si no puedes soportar verla, o puedes esperar hasta que nos

~ 29 ~
Jaid black Acosada

detengamos y la quitaré. Pero no —barbotó entre dientes—, lances un grito así otra
vez.
Los ojos de Peggy se abrieron como platos ante su insensible indiferencia por la
vida humana. ¡Una mujer había muerto... muerto! Y a él no le había importado más
de lo que, se imaginaba, le habría importado que muriese uno de los perros del
trineo. Realmente, pensó amargada, probablemente estaría más disgustado si le
hubiese pasado a uno de los perros en vez de a esta mujer sin nombre, sin rostro, que
no era para él más que la pérdida de una esclava.
Sus fosas nasales se dilataron cuando cerró los ojos disgustada con aquel
repugnante que como hombre dejaba mucho que desear. Nunca había odiado a nadie
o a algo más de lo que odiaba a este hombre en este momento. No dijo nada, sólo le
mostró su odio a través de su estrecha mirada.
Cuando él apartó la vista de la suya fija, giró su cabeza a la derecha y escupió un
poco de sangre que se había acumulado en su boca. Miró la sangre y la saliva,
mezcladas caer en la nieve, manchando el blanco prístino de un rojo carmesí.
Distraídamente se preguntó cuanta más de su sangre sería derramada antes de que
fuese libre otra vez.
—No intentes nada estúpido —murmuró Rolf sin mirar hacia ella—. La última
que intentó algo estúpido fue esa amiga que tienes ahí.
Los ojos de Peggy se abrieron. Recordó un incidente que había ocurrido antes de
que los cuatro hubiesen partido en el trineo. La otra mujer, histérica, había tratado de
huir. Había sido Rolf quien la había localizado, Rolf quien la había encontrado, Rolf
quien la había puesto sobre el trineo de modo que fuese dócilmente sentada allí antes
de que Peggy hubiese sido sacada…
Él sabía que la otra cautiva estaba muerta, pensó, su respiración se detuvo. ¡Oh
Dios, él era el que la había dejado así!
Su mano voló hasta cubrir su boca. Rolf, probablemente no queriendo dejar un
rastro, había cargado el cadáver de la mujer en el trineo para así poder deshacerse de
ella más tarde, cuando se adentrasen en la solitaria tundra.
Las náuseas se arremolinaron en el estómago de Peggy, amenazando con salir.
Cerró los ojos y respiró profundamente, obligándose a calmarse en el proceso. La

~ 30 ~
Jaid black Acosada

última cosa que quería hacer era vomitar. Sabía que eso sólo le acarrearía otra
bofetada, o algo peor.
¡Ayúdame, Dios mío! gritó mentalmente. ¡Por favor ayúdame!
—¿Qué…?
La cabeza de Peggy se alzó ante el sonido de la perpleja voz de Rolf. Los ojos de
ella se dirigieron a la parte posterior de su cabeza mientras trataba de averiguar qué
sucedía.
—¡Maldita sea! —bramó el otro captor—. ¡Malditos Valkraads!
—¿Cuántos? —preguntó Rolf tranquilamente, estirando sus manos hasta alcanzar
y recoger una ballesta.
—Uno, tal vez dos.
—Entonces podemos con ellos.
Su conversación volvió a la lengua extranjera después de esto, asegurándose de
que Peggy se mantuviese en la ignorancia. No tenía ni idea de lo que era un
Valkraad, y no es que pudiese ver a ninguna otra persona o animal en las cercanías
que le pudiese dar una pista de lo que ocurría.
Los dientes de Peggy se hundieron en su labio inferior, su corazón se aceleró. Se le
ocurrió que ahora, mientras los dos hombres estaban distraídos, podría ser su única
posibilidad de fuga…
Un ensordecedor grito de guerra la asustó, provocando que se quedase sin aliento.
Los bancos de nieve parecieron entonces cobrar vida cuando cuatro hombres
camuflados con pieles de oso polar parecieron surgir de la misma tundra. Sus ojos se
dilataron cuando vio a los armados hombres precipitarse a pie hacia el trineo,
disponiéndose a cortarles el paso por cualquier medio que fuese necesario.
Oh Dios, pensó Peggy, con los ojos abiertos como platos y respiración trabajosa.
¿Quiénes eran estos hombres? ¿Su salvación o los portadores de un destino aún
peor?
Un alto, marcadamente musculoso varón, tiró su piel de oso polar mientras
lanzaba su grito de guerra, revelando simultáneamente que no llevaba nada bajo ella,

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Jaid black Acosada

salvo unos estrechos pantalones de ante semejantes, en origen, a los de los nativos
americanos y un par de resistentes botas de cuero. Su pecho bronceado, musculoso,
estaba completamente desnudo, su pelo rubio como el sol, volaba contra el viento
mientras sus helados ojos azules se estrechaban sobre los captores de Peggy.
Peggy se congeló, su mente en completo shock. ¿Cómo podía el cuerpo del
hombre resistir semejantes temperaturas heladas? ¿Cómo podía…? ¡Olvídate de eso,
Peggy, simplemente corre! ¡Corre! ¡Corre! ¡Corre!
Sus músculos acartonados, su cuerpo en modo de «luchar o huir», Peggy saltó del
trineo en marcha y aterrizó de cara, simultáneamente sacando el aire de su vientre.
¡Lucha contra ello, Peggy! ¡Levántate y corre!
En circunstancias normales, dudaba que hubiese sido capaz de rebotar tan
rápidamente, pero claro, estas circunstancias no podían considerarse normales. Se
puso diligentemente de pie, luchando por coger aire justo antes de salir pitando,
huyendo bajo los cielos oscuros de la fría tundra.
No hizo caso de su rodilla destrozada, ignoró la mejilla que había sido golpeada
tan duramente que parecía arder, ignoró la helada nieve que había cubierto su cara
cuando se cayó. En cambio concentró toda su energía en correr escudriñando los
bancos de nieve en busca de una guarida o madriguera en la que pudiera esconderse.
Peggy oyó gritos tras de sí, oyó también el zumbido que hacían las flechas antes de
hacer contacto con la carne de los hombres, qué hombres, no tenía ni idea. Ignoró
todo eso mientras corría más y más rápido, jadeando en busca de aire, desesperada
por escapar.
Los ojos de Peggy se ensancharon cuando oyó pasos que se acercaban a ella. ¡Oh
no! pensó al borde de la histeria. ¡Oh Dios, por favor déjame escapar!
Pero el sonido se acercaba alarmantemente, el sonido de la compacta nieve
crujiendo bajo el peso de botas de cuero…
Se atrevió a una rápida mirada sobre el hombro. Lanzó un grito cuando vio que
era ese hombre el que la perseguía, el rubio de aspecto severo y ojos azules como un
lobo, cuerpo pesadamente musculoso, y el infernal grito de guerra.

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Jaid black Acosada

El hombre rubio de aspecto severo que era aún más alto y más ancho de lo que
había sido en la distancia.
Sus ojos se abrieron más y respiró trabajosamente, Peggy movió su cobriza cabeza
hacia atrás y corrió aún más rápido, desechando las pieles de oso polar mientras
hacía una loca carrera a través de la tundra, no queriendo que las pieles la
sobrecargasen. Llevaba puesta solamente la camiseta blanca y los zapatos de cuero
de segunda mano ahora, y aún así su cuerpo transpiraba como si estuviese acalorada
en vez de congelada.
¡Corre! gritó mentalmente. ¡Corre! ¡Corre! ¡Corre! ¡Corre!
Peggy lanzó un grito cuando su cuerpo grande chocó contra el suyo por detrás,
luego gritó cuando comenzó a caerse hacia delante, al suelo, sabiendo que cuando lo
hiciese, si él se caía encima de ella y probablemente le rompería alguna de sus
costillas. La mano de él salió disparada en el último segundo posible, su brazo
enroscándose simultáneamente alrededor de su vientre, impidiendo a ambos caerse.
—¡Por favor! —Peggy gritó desesperadamente, agitando sus brazos y piernas
cuando él la alejó del suelo—. ¡Por favor déjeme ir!
El hombre no dijo nada, simplemente mantuvo el cuerpo de ella apartado del suyo
con la espalda de Peggy delante de éste, mientras ella daba patadas y gritaba.
Enseguida tuvo un auditorio, ya que tres de sus hombres estaban en el proceso de
rodearla, todos ellos riendo entre dientes mientras veían sus brazos y piernas agitarse
como un aterrado pez.
—¡Déjeme marchar! —gritó, la cólera rápidamente reemplazaba al terror—.
¡Maldito seas, déjame ir!
Y él siguió sin decir nada. Continuó estando de pie allí, estoico y resuelto. La
mantuvo lejos de su cuerpo mientras daba patadas y gritaba hasta fatigarse, sólo
entonces la bajó al suelo poniéndola de pie.
Mentalmente agotada, físicamente exhausta, y con sus cobrizos rizos aplastados
contra la cabeza por el sudor, Peggy no ofreció al gigante ninguna resistencia cuando
la giró y suavemente envolvió pieles de animal alrededor de su cuerpo. Ella no tenía
fuerzas ni para hacer contacto visual, no disponía ni siquiera de los recursos para
alzar la mirada hacia él.

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Jaid black Acosada

Sus largos y callosos dedos se movieron a través de su pelo empapado,


apartándolo lejos de su frente antes de cubrirlo con un sombrero de piel que bajó lo
suficiente como para cubrir sus oídos. Una de sus manos bajó desde su cabeza y
sobre su cara, deteniéndose en la contusión que había obtenido en su mejilla al ser
abofeteada por Rolf, y descansó allí.
Confusa, Peggy miró hacia arriba. Sus cejas se arrugaron, no muy segura de que
hacer ante la emoción sin nombre que vio emanar de aquellos helados ojos azules en
una, por otra parte, estoica cara. ¿Lamentaba él que Rolf la hubiese golpeado? O,
pensó con los ojos espantados, ¿pensaba que eso era algo que sólo le estaba
permitido a él mismo hacer?
Tragó un poco bruscamente cuando su áspera mirada se encontró con la suya,
comprendiendo inmediatamente que este hombre sería un formidable enemigo.
Cuando su áspera, callosa mano suavemente comprobó su mejilla, no tuvo ninguna
duda acerca de lo que había pasado con sus antiguos captores.
Ahora —pensó cautelosamente, sus ojos se abrieron como platos mientras sus
dientes se hundían en su labio inferior—, tenía que preguntarse lo que pasaría con
ella a manos de este nuevo, y mucho más peligroso, captor.

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Jaid black Acosada

Capítulo 6

Geirwolf Valkraad cargó en el trineo a su cautiva, la adrenalina que había


surgido del ataque y luego por la captura de Peggy Brannigan, seguía corriendo a
través de sus venas. Todavía se sentía peligrosamente fuera de control, un estado
físico y mental muy inestable que lo había estado distrayendo desde que su hermano
Aevar había visto a la mujer en las manos de esos buitres residentes del clan
Hallfreor.
Geirwolf sabía que los Hallfreor aprobaban la venta de mujeres a hombres
desesperados por criadoras, como si las mujeres no tuvieran más importancia,
teniendo el mismo valor que la grasa de ballena. El clan Valkraad era el único
asentamiento de un total de cuatro, que practicaba las antiguas costumbres y no
aprobaba ese método para obtener esposas. La opinión general era que no había
honor en comprar una esposa; sólo lo había en hacer gala de la astucia y valentía
inherente en el robo de una.
Los extraños, pensó, podrían desaprobar sus costumbres. No era algo que le
preocupara mucho. Esa era la forma como había sido criado, como su padre, su
abuelo y muchas generaciones antes que él lo habían sido.
La costumbre de robar mujeres en edad de tener familia, era tan antigua como su
misma gente y una que Geirwolf no se imaginaba que fuese a terminar nunca.
Cuando sus ancestros navegaron en sus naves vikingas, hasta esta parte del globo
alrededor del año 950 después de Cristo, trajeron con ellos sus valores. Mientras que
en la antigua Noruega, esos valores se habían perdido hacía mucho, en Nueva
Noruega se mantenían iguales, sin contaminar por el paso del tiempo. Algo de lo que
su gente estaba orgullosa.
Geirwolf se sentó detrás de Peggy en el trineo, acurrucándola entre sus

~ 35 ~
Jaid black Acosada

musculosos muslos para mantenerla caliente. Podía sentirla temblar, sabiendo que le
tenía miedo. Puso gentilmente una mano en su hombro, haciéndole saber con sus
acciones que no tenía intención de dañarla. Entonces llamó a Aevar, diciéndole que
pusiera en movimiento a los perros.
Peggy Brannigan, pensó, y su polla se endureció contra la espalda de ella. La había
estado cazando durante semanas. A lo largo de estas, su cuerpo le había estado
doliendo por la necesidad que tenía de ella. Incluso ahora, tenerla sentada a sus pies,
le parecía demasiado bueno para ser verdad. Ella era suya para tomarla; pronto, su
voluptuoso cuerpo sería suyo para sumergirse en él a su antojo.
El trineo partió, dejando a Geirwolf libre para pensar en la mujer sentada ante él.
Sabía que en su cultura sería considerada una rara belleza. El pelo del color de los
atardeceres otoñales, los ojos como el océano y su cuerpo...
Su gente codiciaba en las mujeres, el físico lleno y con caderas como el de las
bailarinas de la danza del vientre, encontrando la apariencia carnosa tan erótica y
terrenal como sus ancestros lo hicieron. Tal vez esto hacía parecer a las mujeres más
fértiles y capaces de dar a luz bebés fuertes... cualquiera que fuese la razón, su figura
era perfecta para él.
Sus manos se deslizaron por los costados de ella, después se metieron debajo las
pieles de oso polar. Ella jadeó, sobresaltándose, cuando las manos de él ahuecaron
sus senos, sus pulgares deslizándose sobre los pezones hinchados. Eran tan firmes y
maduros... quería girarla y chupárselos, aquí y ahora.
—Hermano —lo llamó Aevear en su lengua, volviéndolo al presente—. Divisé
algunos animales salvajes hacia la derecha. Mejor los mantenemos vigilados.
—Lo estoy haciendo. —Geirwolf soltó los pechos de Peggy, lo que pareció
calmarla. No lo tomó como una ofensa, ya que se imaginaba que prefería que no la
tocara para nada.
Pero, pensó mientras le daba un último apretón suave a sus pechos llenos, era sólo
su preferencia por ahora.

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Jaid black Acosada

Capítulo 7

Peggy mordisqueaba su labio inferior mientras echaba un vistazo a la derecha,


tomando nota distraídamente del trineo tirado por perros que corría a la par de aquel
en el que iba sentada. Dos hombres viajaban en él, mientras Peggy, su captor, y un
cuarto hombre, que ella creía se llamaba Aevar, estaban viajando a través de la
tundra montados en otro.
Peggy notó que todos esos hombres tenían el mismo aspecto de «perdidos en el
tiempo» que sus primeros captores habían poseído. Eran hombres altos, verdaderos
gigantes en términos de su extrema estatura y fuerza física. Estimó con precisión que
todos estaban más o menos en el rango del metro noventa o más, pesando entre 115 y
140 kilos de sólida masa muscular.
Incluso era extraño el modo en que iban vestidos. Le recordaba a los vikingos de la
antigüedad con sus largas melenas, sus brazaletes de intrincado diseño, sus ropas de
piel de ante y sus botas de cuero.
Hasta los tatuajes que lucían parecían ser marcas rituales más que meros adornos.
El hombre que la había capturado, por ejemplo, aquel entre cuyas piernas estaba
sentada ahora mismo, estaba completamente tatuado tanto en su espalda como en su
brazo izquierdo. Antes de que se hubiera envuelto a sí mismo en una piel de animal,
notó que su espalda estaba completamente cubierta con intrincadas y misteriosas
marcas, el pigmento verde azulado zigzagueaba expertamente sobre su piel. Su
voluminoso brazo izquierdo llevaba el dibujo de un dragón, de largo cuerpo
serpenteante culebreando hacia arriba desde la muñeca con la cabeza haciendo su
aparición hacia el bíceps.
Era como si todos estos hombres hubieran sido catapultados desde la Noruega del

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Jaid black Acosada

año 850 y luego arrojados en la Alaska de hoy en día, sin haber caído nunca en la
cuenta de que mientras tanto el apogeo de su pueblo hacía mucho que había pasado.
Se preguntó cómo una cultura de hombres tan notablemente diferentes podría haber
pasado tanto tiempo sin ser descubierta por lo que ellos consideraban extranjeros.
Desde un punto de vista antropológico, Peggy estaba fascinada. Desde un punto de
vista personal, estaba muerta de miedo.
El cuerpo de Peggy se puso rígido cuando las manos grandes y callosas de su
captor la alcanzaron por debajo de las pieles de oso polar en las que estaba envuelta
y palparon sus pechos desde atrás. Él lo había hecho antes, una vez durante el viaje,
pero pensó que iba a dejarla tranquila cuando había concluido abruptamente el
contacto para conversar con Aevar en esa extraña lengua en la que hablaban.
Este secuestrador, pensó Peggy con recelo, no era ningún tonto. No estaba
dándole siquiera una oportunidad de pensar que podría escapar de él, por esa razón
en vez de ir sentado al frente del trineo con su camarada, había escogido sentarse
atrás con Peggy arrodillada delante de él, con la espalda de ella contra su vientre.
—Quiero que envíes un mensaje a su gente —dijo su captor, en un inglés con
mucho acento, a Aevar, que era el hombre que guiaba el trineo. Sus manos le
amasaban suavemente los senos—. Para que vayan a recoger a sus muertos. —Hizo
una pausa—. Y quiero que ellos sepan el por qué —dijo en una voz suave y aun así
dominante.
Asumió que estaba conversando en inglés sólo porque quería que entendiera lo
que decía, suponiendo también que hablaba sobre sus primeros secuestradores, los
que habían matado allá en la tundra. Tragó con dificultad, el recuerdo era un signo
de advertencia de lo que podría pasarle si trataba de escapar.
—Así se hará, Wolf —dijo el otro hombre—. Me ocuparé de eso tan pronto como
regresemos al pueblo.
Los ojos de Peggy se abrieron ligeramente. Wolf…
¿Era el hombre del que habían hablado los primeros captores? ¿Era el hombre que
había estado cazándola en la tundra desierta aquel día en el que Benjamín se había
asustado?
Mierda.

~ 38 ~
Jaid black Acosada

Contuvo la respiración cuando los pulgares de su nuevo captor se frotaron sobre


sus distendidos pezones. Aspiró con dificultad, con el miedo y la excitación luchando
en su cuerpo. Él pareció sentir sus turbulentas reacciones porque sus dedos índices se
pusieron en acción en ese momento, los pulgares e índices tironeando de sus duros
pezones con experta precisión, masajeándolos una y otra vez desde la base a la
punta.
Peggy parpadeó unas cuantas veces en rápida sucesión, decidida a sacudirse de
encima la excitación. Exhaló temblorosamente, vacilando con respecto a qué debería
hacer.
Pero, por supuesto, no había nada que pudiera hacer. No tenía opción en el
asunto, y su captor no parecía inclinado a dejar de acariciarla pronto.
Jugueteó con sus pechos durante el resto del viaje, una travesía que estaba
empezando a parecer interminable. Ella podía sentir la erección dura como el acero
empujando contra su trasero, podía oír la excitación en sus roncas palabras
murmuradas mientras él inclinaba la cabeza hacia su oído.
—Todo estará bien, Peggy Brannigan. —Se paralizó, sorprendida de que supiera
su nombre—. Juro que no recibirás ningún daño a manos de mi gente. —Tragó, y
luego asintió, agradecida por al menos esa revelación de lo que sería de ella.
No habló de nuevo con ella después de eso, pero sus manos continuaron
amasando sus senos y masajeando sus duros pezones. Después de varios minutos de
estas atenciones, encontraba más y más difícil combatir la excitación, y finalmente se
dio por vencida del todo.
Respirando profundamente, los pesados párpados de Peggy se cerraron mientras
apoyaba su cabeza rubio-cobriza hacia atrás, sobre las rodillas de él. Su captor
pareció sentirse complacido por eso, porque deslizó la boca hasta su cuello y posó
tentadores besos sobre su pulso, mientras sus manos continuaban jugando con sus
senos.
Peggy suspiró suavemente. Con sus zonas erógenas siendo manipuladas como lo
estaban siendo, comenzó a tener pequeños orgasmos que no podían detenerse. Para
el momento en que los trineos hicieron un alto esa noche y su captor retiró las manos
de sus pechos, le había dado cuatro pequeños orgasmos. Un hecho que ella podía

~ 39 ~
Jaid black Acosada

notar que lo complacía inmensamente.


Éste juego íntimo continuó durante los próximos tres días y noches. Cuando
acampaban por la noche, su captor, Geirwolf, o Wolf para sus camaradas, se acostaba
a su lado en la tienda provisoria, acariciando su cuerpo hasta el orgasmo, pero nunca
hacía un movimiento para penetrarla o forzarla para que lo tocase. Ella sabía que
estaba duro todo el tiempo, y aun así ni una sola vez perdió el control. La hizo
culminar más veces de las que podía contar, con sus manos constantemente
recorriendo y mimando su cuerpo desnudo.
Desde ambos puntos de vista, antropológico y personal, Peggy sabía que los
métodos del hombre le estaban llegando a afectar. Psicológicamente hablando, era
difícil, en el mejor de los casos, temer a un hombre que te brindaba un placer
interminable sin pedir nada a cambio para sí. En el peor de los casos, era imposible…
incluso si ese hombre te estaba reteniendo cautiva en contra de tu voluntad.
Durante los días en que iban viajando en los trineos tirados por perros, su captor
le acariciaba y sobaba sus senos todo el tiempo, provocándole mini-orgasmos.
Algunas veces hasta acariciaba su coño, aunque nunca le permitía tener orgasmos
completos de este modo.
Este método de condicionamiento servía para estimularla, volviendo su cuerpo
tan receptivo que para el momento en que llegaba la noche y estaban solos en la
tienda, juntos otra vez, era cada vez menos resistente a su toque. Entonces sí la
acariciaría en serio, sin parar hasta que ella se corría violentamente al menos dos
veces, con lo cual caía dormida en sus brazos, sintiéndose a salvo y
desconcertantemente segura.
Para la tercera noche, Peggy se encontró abriendo las piernas de buena gana para
Geirwolf, de modo que pudiera jugar con su coño. Los helados ojos azules se
deslizaron sobre su cuerpo desnudo, sobre su hinchado sexo, observando
intensamente como ella usaba los dedos para separarse los labios vaginales para él.
Era enervante, saber que estaba siendo condicionada tan fácilmente, si no más
fácilmente, que el Perro de Pavlov.
—Muy hermosa —murmuró, su caliente, dulce aliento estaba cerca de su coño.
Era una de las pocas cosas que le había dicho alguna vez, dado que casi nunca

~ 40 ~
Jaid black Acosada

hablaba—. ¿Te gustaría que te besara aquí abajo?


Peggy se humedeció los labios.
—Sí. —Nunca antes le había hecho eso. Hasta esa noche sólo había usado sus
manos. Sus senos se elevaron mientras exhalaba un tembloroso aliento, sus pezones
sobresalían hacia arriba—. Sí, por favor bésame allí abajo —susurró.
Su captor enterró la cara entre sus piernas, sin perder tiempo mientras su boca se
adhería alrededor de su clítoris y lo succionaba vigorosamente. Ella gimió,
arqueando las caderas, frotando el coño contra su rostro.
—Sí —susurró cuando su cabeza cayó hacia atrás y los ojos se le cerraron—. Eso se
siente tan bien.
Él chupó el clítoris más fuerte, con un gruñido grave en su garganta. Era la
primera vez que lo oía expresar una emoción fuera de control y encontró que eso sólo
avivaba su propio fuego. No debería desear esto, se rebeló su mente. Y aun así
arqueó la espalda al tiempo que un gemido jadeante se deslizaba de entre sus labios,
y sus piernas se envolvían simultáneamente alrededor del cuello de él, como para
atraer su rostro más y más cerca de su carne excitada.
Peggy jadeaba mientras se acercaba al orgasmo. Su respiración se volvió
entrecortada y sus caderas se elevaron. Iba a correrse con fuerza, lo sabía. Iba a…
—¡Wolf! —llamó una voz de hombre desde el otro lado de la tienda. Peggy dio un
suspiro, sintiendo una curiosa sensación de decepción cuando su captor besó su
clítoris y luego levantó el rostro de entre sus piernas.
—¿Ja? —Se enderezó sobre sus rodillas y abrió el faldón que servía de puerta de la
tienda para que el otro hombre asomara la cabeza a través de ella.
Peggy retrocedió, con los ojos muy abiertos, cuando la cabeza de Aevar se asomó
en la tienda. Aevar, un hombre apuesto de cabellos oscuros y aspecto adusto, había
sido bastante amable con ella en estos últimos días, pero estaba avergonzada al
pensar que sería otro hombre más viéndola desnuda. Ya lo habían hecho tres, sus
primeros captores y Geirwolf.
Trató de cerrar los muslos para que Aevar no pudiera ver su desnudez, pero su
captor no la dejó. La mano grande de Geirwolf descendió a su aún excitado coño,

~ 41 ~
Jaid black Acosada

jugueteando con él como si estuviera marcando su territorio. Se ruborizó cuando


Aevar bajó la mirada a su coño expuesto.
Ninguno de los dos hombres le prestó más atención mientras conversaban entre
ellos en su propia lengua. Geirwolf continuaba acariciando su coño de modo
posesivo, como marcándola, pero por lo demás tenía su atención enfocada en lo que
le estaban diciendo.
Se sintió tranquila de nuevo cuando se hizo evidente que su cuerpo no era el
punto focal de interés. Llegó al clímax con el rostro de Aevar todavía asomado
dentro de la tienda, incapaz de detener la reacción de su cuerpo. Geirwolf dejó de
jugar con su clítoris después de eso, en cambio, sus dedos la acariciaron
ausentemente a través del suave vello púbico como recompensándola por un trabajo
bien hecho.
Pocos minutos después, en vez de reanudar el retozo sexual una vez que Aevar se
marchó, como había pensado que haría, su captor se echó cansadamente sobre la
espalda, deslizando sus callosas manos entre el pelo rubio dorado con un suspiro que
viniendo de algún otro hombre hubiera sonado exhausto. Puesto que sus ojos
estaban cerrados, se permitió observarlo por primera vez desde que había sido
capturada.
Era un hombre apuesto, tenía que admitirlo. De aspecto muy severo, con una
expresión que nunca mostraba una sonrisa, rasgos esculpidos, glaciales ojos azules, y
no obstante apuesto. Su cuerpo era puro músculo, la musculatura más sólida y más
desarrollada que nunca hubiera visto en un hombre de cerca y en persona. Y era alto,
muy alto. Probablemente más cerca de los dos metros quince que del metro ochenta.
Estaba segura de que si se estiraba por completo, sus piernas asomarían a través del
faldón que servía de puerta a la tienda.
La mirada de Peggy descendió a su expuesta, y muy erecta, virilidad. Geirwolf
siempre dormía desnudo, así como la hacía dormir a ella, pero nunca hacía nada al
respecto. Se encontró preguntándose el porqué. Suponía que sólo quería que se fuera
acostumbrando a su desnudez, que se habituara también a lo grande que era su pene
erguido, antes de elevar la proverbial apuesta.
Apartó la vista. Su mirada se deslizó de regreso a su adusto y agotado rostro.

~ 42 ~
Jaid black Acosada

Parecía cansado y preocupado, y sin embargo sabía que nunca le diría la razón.
Se suponía que a ella no debería importarle la causa.
Peggy se mordió el labio, considerando brevemente el insano pensamiento de
bajar la boca hacia su rígida polla y sellar los labios a su alrededor. ¿Para
reconfortarlo? ¿Para darle placer? No tenía la menor idea.
Suspirando ante sus atribulados pensamientos e igualmente inquietantes
compulsiones, se dio la vuelta hacia un costado, dándole la espalda, y dejó salir un
aliento entrecortado. Era ridículo. Lo que había considerado hacerle era
descaradamente obsceno dadas las circunstancias.
Las fosas nasales de Peggy se dilataron con la cólera fluyendo a través de ella. Juró
que no sucumbiría nunca más ante ese hombre. Si tenía la intención de violarla,
entonces tendría que hacer justamente eso. Nunca más se abriría de piernas para él
por voluntad propia. Nunca más le permitiría acariciarla sin resistirse. Esta era su
vida, ¡maldita sea! No iba a rendirse, no iba a olvidar quién era, sólo porque
pareciera más conveniente en ese momento.
Mantente centrada, Peggy. Mantente centrada…
—Ahora tú me perteneces.
La respiración de Peggy se paralizó ante el sonido de esas palabras pronunciadas
suavemente, sin emoción alguna. Se mordió el labio, comprendiendo el hecho de que
nunca la dejaría ir fácilmente. Por la razón que fuera, reproducción, sexo, o cualquier
otra, éste hombre la quería. Y tenía intenciones de quedarse con ella.
Geirwolf se puso de costado, con el musculoso brazo tatuado con el dragón
tendido sobre su cuerpo. Ella tragó saliva con esfuerzo cuando sus dedos
encontraron los suaves rizos cobrizos entre sus muslos y comenzaron a explorar
ociosamente a través de ellos.
—Espero que lo aceptes pronto —murmuró con ese acento del Viejo Mundo.
Depositó un beso sobre su hombro—. Yo no te haría infeliz.
Peggy no dijo nada, aunque sentía ganas de llorar. Se preguntó cómo podría
escapar de él, cómo podía esperar eludir a un hombre que nunca se alejaba de su
lado.

~ 43 ~
Jaid black Acosada

Se produjo un largo silencio y luego:


—Si no deseas hacerme infeliz —susurró ella—, me dejarás ir.
Sus dedos se inmovilizaron en el vello de su coño.
—Te haré más feliz de lo que piensas que es posible, Peggy Brannigan. —Las
palabras hubieran sonado arrogantes viniendo de otro cualquiera, pero viniendo de
él sonaban como una mera declaración de los hechos. Sus dedos reanudaron la
perezosa exploración de sus rizos íntimos—. Te lo prometo.
Peggy se mordió el labio. Rememoró las costumbres de los antiguos vikingos,
particularmente acerca de sus métodos para conseguir esposas. El pánico le burbujeó
por dentro, constriñéndole la garganta.
Hace mucho tiempo, si un saqueador vikingo codiciaba una mujer, simplemente
huía con ella, manteniéndola como cautiva hasta que se enamoraba de él y ya no
deseaba dejarlo. Sólo entonces, cuando estaba seguro de su devoción, se le permitía
moverse por las inmediaciones sin supervisión con su libertad semi-restaurada.
Peggy respiró hondo y luego exhaló. Rogó a Dios que la costumbre se hubiera
perdido en la antigüedad para los moradores de las rocas.

¿Quiénes eran éstas personas que la había tomado cautiva? Se preguntó Peggy por
lo que parecía ser la millonésima vez desde que Geirwolf la ayudara a bajar del
trineo. Le habían dicho que el viaje ya había terminado, sin embargo no podía
distinguir dónde comenzaba el poblado en ningún lugar al alcance de la vista.
Dio una concienzuda mirada a su alrededor, notando que el clima se había vuelto
más riguroso y nevaba más fuerte que en el sitio del que había sido secuestrada. Se
preguntó qué sería de ella. ¿Habría sido traída aquí como hembra de cría, tal como
Sara había indicado, o para otra cosa totalmente diferente?
—¡Vamos! —espetó Geirwolf a sus hombres—. Quiero que nos pongamos fuera de
la vista tan rápido como sea posible.
Peggy elevó las cejas. No ofreció ninguna resistencia a su captor cuando la tomó

~ 44 ~
Jaid black Acosada

por el brazo y la guió hacia lo que parecía ser un yermo banco de nieve, pero no lo
era. Su frente se frunció mientras miraba al muy musculoso Aevar apretar los
dientes, con los músculos sobresaliendo, mientras forcejeaba en un banco de nieve
que no era un banco de nieve. En cambio era una puerta de piedra bien disimulada,
cubierta de hielo, que conducía a solo quién sabía dónde. La puerta finalmente cedió,
y Aevar dejó de rechinar los dientes.
Estaba intrigada a pesar de si misma. Peggy calculaba que para ese momento, se
habían internado profundamente en las planicies Árticas, quizás aún se hallaban en
Alaska, quizás no. Donde fuera que estuvieran, el clima era tan riguroso, estaba tan
distante y parecía inhabitable, de modo que nadie se molestaría nunca en
aventurarse hasta allí, y menos aún edificaría aldeas en una atmósfera tan
inclemente.
Tragó a través del nudo en su garganta. Aparentemente los moradores de las rocas
vivían en aldeas que se extendían debajo del terreno o eran horadadas en cuevas. No
podía imaginar a dónde más era posible que condujera la puerta de piedra.
Peggy respiró hondo, dándose cuenta en seguida de que nadie, nunca, pensaría en
buscarla aquí.
Se mordió el labio inferior. Ni siquiera sabrían que aquello existía aquí.

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Jaid black Acosada

Capítulo 8

Mirando embobada a su alrededor, Peggy no era capaz de cerrar su boca abierta


mientras atravesaban la puerta de piedra recubierta de hielo y entraban en otro
mundo, un mundo que parecía haber sido congelado en el tiempo, unos miles de
años atrás, sin haber sido tocado por las manos del progreso. O en todo caso, por lo
que los foráneos considerarían que era el progreso.
El estrecho pasaje por el que estaban caminado se ensanchó abruptamente,
revelándole una civilización totalmente desconocida con anterioridad. A lo largo de
toda la gigantesca caverna subterránea, iluminada por lámparas, habían sido
excavadas pequeñas cuevas en las paredes. Hacia la izquierda había una serie de
pequeños puestos de mercado, donde los ciudadanos aún intercambiaban por truque
sus mercancías, y a la derecha de allí, había otros seis puestos de comestibles, los
cuales estaban especializados en la venta de diferentes alimentos.
Todos esos fascinantes puestos de trueque estaban separados del corredor por el
que caminaba gracias a puertas, las cuales no eran más que barras negras de hierro
que eran levantadas y retiradas del medio durante las horas de comercio.
El ceño de Peggy se frunció cuando fue consciente de una rara sensación. Algo de
esa escena, pensó ansiosamente, la molestaba. Algo que no podía ubicar. Se daba
cuenta de que estaba cansada, por lo que le podría llevar un tiempo averiguarlo…
Tragó. Sus ojos se abrieron.
Oh. Dios. Mío.
Su mandíbula casi se desencaja cuando cayó en cuenta de que cada mujer en las
inmediaciones —¡cada mujer!— estaba o totalmente desnuda o a lo sumo en topless.

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Jaid black Acosada

¡De eso nada! pensó furiosamente. ¡De ninguna manera voy a andar por allí así!
—¿Es esta —siseó con sus fosas nasales expandiéndose—, algún tipo de broma
macabra?
Aevar soltó una risita, reconociendo inmediatamente la fuente del desosiego de
Peggy.
Ella se detuvo abruptamente y giró. Se tomó un momento para mirar silenciosa a
Aevar y entonces trasladó su mirada desconfiada a su captor.
—¡No estoy bromeando! —dijo con un siseo venenoso—. ¡Me niego a caminar por
ahí de esa manera!
Geirwolf la miró con el ceño fruncido.
—Es el modo de vestir aceptado por las mujeres entre nuestra gente.
—¿Qué ropa? ¡Están desnudas!
Los ojos de Peggy se abrieron de par en par horrorizados, mientras daba un
vistazo rápido alrededor, su mirada cargada de ansiedad sin perderse detalle ante la
visión de tantas mujeres desnudas. Se giró hacia Geirwolf con sus suplicantes ojos
color del mar.
—Me parece que voy a vomitar. No puedo hacerlo. De ninguna manera puedo
salir por ahí desnuda.
Los ojos de él se suavizaron un poco.
—Todo irá bien.
—¿Todo irá bien? —sus fosas nasales se ensancharon hasta proporciones
alarmantes—. ¡Todo no irá bien! —le espetó—. ¡Soy una científica, no una… una…
stripper!
A él se le endureció la mirada, diciéndole sin palabras que en lo que a él concernía,
el tema estaba fuera de discusión.
—Aprenderás a aceptarlo.
—¿Por qué me trajiste? —suspiró ella con voz desesperada.
Su respiración se volvió trabajosa a medida que un profundo pánico se asentaba

~ 47 ~
Jaid black Acosada

en su interior. Sus manos se convirtieron en puños.


—¿Por qué no me dejas ir?
—Peggy…
Pero no estaba interesada en nada de lo que su captor tuviera para decirle.
—¡Aléjate! —le gritó, pegando en la mano que trataba de apoyarse en su hombro
en un gesto reconfortante—. ¡Aléjate!
En una acción instintiva nacida del miedo y la auto preservación, Peggy se lanzó
rodeando a Geirwolf antes de que este la pudiera agarrar, hacia la puerta de piedra
que daba al exterior. Parecía que el corazón iba a salírsele del pecho, mientras sus
brazos y piernas se movían como locas, tratando de evadirlo.
—¡Ayúdenme! —gritó, no para los del interior que sabía que no le iban a prestar
ninguna asistencia, sino por si hubiera una mínima esperanza de que alguien en el
mundo exterior pudiera oírla. Era una mínima oportunidad, pero la única real que
tenía.
—¡Ayúdenme, por favor! ¡Fui raptada por un loco! —lloraba mientras corría hacia
la puerta—. ¡Qué alguien me ayude, por favor!
Corrió directamente hasta chocarse con un hombre que no conocía, el golpe la dejó
sin aliento mientras se caía hacia atrás, al suelo. Jadeó en busca de aire, mientras el
pánico la envolvía cuando Geirwolf y Aevar la arrancaron del suelo.
Los otros dos hombres que habían montado con ellos en la tundra también estaban
allí, hombres de los cuales no conocía su nombre… hombres cuyos nombres no
quería saber. Hablaron con Geirwolf en su lengua nativa, por lo que no tenía idea de
lo que le estaban diciendo.
Peggy gritó lo más fuerte que pudo, sus brazos y piernas sacudiéndose
frenéticamente mientras los hombres la agarraban y cargaban lejos.
—¡Qué alguien me ayude, por favor! —lloró mientras las lágrimas brotaban de sus
ojos.
—¡Oh Dios… por favor!
Se necesitaron cuatro de ellos para retenerla, una prueba de la adrenalina que

~ 48 ~
Jaid black Acosada

corría por sus venas. Nunca se había sentido tan aterrorizada ni tan fuera de control
como se sentía en este momento.
Por primera vez desde que esta situación irreal había comenzado, Peggy cayó en
la cuenta de que esos hombres nunca la dejarían ir con vida…
A menos que algún forastero viniera y la liberara.

Geirwolf se pasó una mano por la mandíbula sin afeitar, entonces se dejó caer
cansadamente sobre el banco de la taberna. Le dio las gracias a Hilda, la esposa del
tabernero, cuando le puso enfrente un jarro con té caliente y whisky. Le lanzó una
mirada silenciosa a su hermano Aevar, el cual todavía se estaba riendo del episodio
de patadas y gritos de Peggy.
—Fue divertido —dijo Aevar sorbiéndose la nariz con tono defensivo.
Geirwolf frunció el ceño.
—Tal vez para ti, pero no para mí. Me llamó loco. ¿La escuchaste hablarme de esa
manera?
Los hermanos continuaron su conversación en Noruego Antiguo, la versión
incorrupta del noruego, que tenía siglos de antigüedad y les era más familiar que el
Inglés. El Noruego Antiguo era una lengua diferente al moderno y seguramente hoy
nadie en la madre patria lo reconocería.
Por el contrario, el Inglés que hablaban era el moderno, enseñado por las novias
americanas capturadas. Por consiguiente, cuando los hombres del clan Valkraad
hablaban en inglés, tendían a hacerlo a través de un modo romántico y femenino de
ver el mundo. Algo de lo que su madre se reía a menudo.
Aevar bufó.
—Estaba fuera de sí. Te aceptará después de un tiempo. Wolf, sabes que es así.
Geirwolf no le respondió, solamente frunció el ceño hacia su té caliente con
whisky.

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Jaid black Acosada

—Espero que los adiestradores no sean muy duros con ella. No quiero que le
quiebren el espíritu, sólo que sea más dócil.
—Hermano, ellos saben lo que hacen. Muchos están casados con mujeres que han
tratado con novias cautivas por años.
—Es cierto.
Aevar sonrió.
—Apresúrate y embarázala, entonces podrá dejar los compartimentos de
apareamiento. Por lo menos no tendrás que preocuparte por su frágil… —tosió
detrás de su mano, sabiendo que era una forma ridícula de describir el arrebato que
le dio a Peggy—, espíritu. Si en algo se te parece, es en eso.
Geirwolf le brindó una semi sonrisa.
—Dejaré que se tranquilice.
Su expresión se volvió pensativa y seria.
—Pero —murmuró—, comenzaré tan pronto como se hayan pronunciado las
palabras nupciales.

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Jaid black Acosada

Capítulo 9

Peggy estaba segura que había muerto y había ido al infierno. Había
desaparecido su ropa, desaparecido sus zapatos, desaparecido su dignidad,
desaparecido su vida, punto. En su lugar estaba el Infierno con I mayúscula.
Al despertar de los efectos del somnífero, que le habían dado ayer por la noche
para ayudarla a calmarse, lo primero que Peggy notó fue que había sido bañada sin
su conocimiento o consentimiento y ahora estaba completamente desnuda. Incluso
su vello púbico había sido recortado en un pequeño triángulo, la cobriza flecha
apuntaba hacia su clítoris encapuchado. El resto de su monte de Venus era tan suave
como la piel de un bebé.
La segunda cosa que notó fue que sus pies estaban pintados con intrincados
diseños con un pigmento a base de henna. Ella no tenía ni idea de por qué se lo
habían hecho y albergaba una fuerte sospecha de que no le gustaría la respuesta.
Lo tercero que Peggy notó al despertar fue que había sido acorralada en una zona
con un montón de mujeres desnudas, unas cuantas de habla inglesa y llorando como
a ella le gustaría hacer, algunas mareadas y hablando en una extraña lengua que no
conseguía situar. Todas tenían diseños de henna grabados en los pies. Una vez más,
la antropóloga que había en ella gritaba que eso no era un buen augurio.
Sobre todo porque en algunas culturas, como la India, los pies pintados a menudo
precedían a ceremonias de matrimonio. Mierda.
—Buenos días, a todo el mundo.
La cabeza de Peggy se alzó rápidamente con el sonido de la voz femenina. Su
mirada se centró inmediatamente en la oradora, notando que estaba a finales de los
treinta o principios de los cuarenta. La mujer estaba desnuda como el resto de las

~ 51 ~
Jaid black Acosada

mujeres en el corral, su vello púbico reducido a un pequeño triángulo rubio. También


al igual que las demás mujeres, sus pies estaban pintados. La única diferencia
notable, en la medida en que Peggy podía ver, era que la oradora llevaba brazaletes
de oro en cada brazo, mientras que las otras cautivas no habían sido adornadas con
ellos.
—Mi nombre es Ivara —continuó la oradora en ese mismo acento que Geirwolf—,
y yo, junto con la ayuda de otras dos mujeres Valkraad os ayudaré... err... ¿Cómo se
dice?... Preparar para vuestras nuevas vidas.
Peggy frunció el ceño. Esto definitivamente no era una buena señal.
—Por favor, de pie. —La oradora sonrió cálidamente—. Me gustaría que todo el
mundo se presentase.
Peggy parpadeó. Había sido secuestrada, drogada, y aparte de eso humillada, sin
embargo, ¿se suponía que iba a levantarse y presentarse a sí misma como si nada
fuera mal? Sí. Seguro.
—Dije que os levantarais. —La sonrisa de Ivara se disolvió, sustituida por una
expresión más severa cuando ninguna de las mujeres de habla inglesa se puso en pie.
Peggy resopló, preguntándose que tipo de bienvenida había esperado posible esta
mujer por parte de ellas.
Ivara entrecerró los ojos a las mujeres de habla inglesa, Peggy incluida.
—Repito —dijo suavemente, señalando hacia un guardia sin romper el contacto
visual—, de pie.
El guardia, un hombre enorme, fuertemente musculoso de cerca de 2,10 metros de
altura, levantó su mano, revelando el látigo que sostenía. Dio un latigazo sobre el
terreno para causar efecto con un impactante sonido agudo.
Los ojos de Peggy se abrieron. Y se apresuró a ponerse en pie.
Mierda.
—Muy bien. —Ivara sonrió cálidamente de nuevo con su anterior irritación
aparentemente olvidada—. Ahora, vosotras vais a presentaros a mí y a vuestros otros
adiestradores. Cuando hayamos terminado, entonces os diré más acerca de lo que se

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Jaid black Acosada

espera de vosotras en Nueva Noruega.


Nueva Noruega, pensó Peggy mientras mordisqueaba su labio inferior. Así que
ella había tenido razón: esta sociedad era alguna rama del linaje de los antiguos
Vikingos. Si hubiera estudiado esta cultura como una antropóloga, habría estado
fascinada. Como una cautiva, sin embargo, todo lo que sentía era puro miedo.
Peggy escuchó a medias cómo las cautivas se presentaban una por una.
—Mi nombre es Peggy —murmuró con poco entusiasmo cuando fue su turno para
hablar. Después no dijo nada más. Al parecer, había dicho lo suficiente, ya que el
gigante que blandía el látigo no hizo ningún movimiento para golpearla.
Al poco tiempo Ivara estaba hablando de nuevo:
—Toda mujer en esta área ha sido reclamada como una novia Valkraad. —Su
sonrisa era orgullosa—. Por eso, debéis sentiros afortunadas…
—¡Afortunadas! —soltó una cautiva de habla inglesa, interrumpiendo a la
adiestradora. Una mujer de un precioso tono de piel color caramelo que parecía ser
una mezcla de linaje Afro-Europeo, sus ojos de color marrón claro eran tan frenéticos
como su discurso—. Bueno, ¡yo no! ¡Y me quiero ir a casa!
Ivara entrecerró los ojos ante la desafiante cautiva. El gigante que manejaba el
látigo dio un paso adelante, pero Ivara levantó la mano y sacudió la cabeza. Ella
murmuró algo en su lengua al gigante, quién al parecer gruñó su consentimiento.
—Michelle, ¿no?
Pero Michelle no contestó. Estaba demasiado ocupada llorando. Peggy extendió su
mano y tomó la de la joven mujer, notando que no podía tener más de diecinueve
años.
—Está bien —le susurró—. Sólo apóyate en mí y relájate. Pensaremos en algo.
Las cejas de Ivara se elevaron. Peggy podría decir que la adiestradora se estaba
preguntando lo que ella le habría dicho a Michelle para calmarla. Michelle estaba
ahora de pie cerca de Peggy, tranquila y medio serena, todavía sorbiéndose los
mocos.
—Bien —dijo Ivara a Peggy con algo de sospecha en su mirada—. Veo que

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Jaid black Acosada

aprendes rápido. —Ella compartió una mirada, que Peggy no entendió, con quien
manejaba el látigo detrás de ella, luego se volvió hacia la llorosa cautiva—. Michelle
—dijo suavemente—, entiendo que esto es difícil para ti. Al menos ahora mismo.
Pero las cosas mejorarán.
Michelle no dijo nada. Ella acurrucó su cuerpo desnudo más cerca de Peggy y
siguió sorbiéndose los mocos. Peggy puso su brazo alrededor de ella, ofreciendo
consuelo en silencio.
—Es mejor para ti —siguió Ivara—, aceptar tu destino y adaptarte a la nueva vida
que te espera aquí en Nueva Noruega. —Su mirada permaneció fijada en Michelle,
aunque Peggy se dio cuenta de que la adiestradora estaba hablando para todas las
mujeres cautivas.
Ivara se quedó en silencio por un momento, pero al final sonrió cálidamente a las
cautivas y siguió su discurso:
—Yo había pensado comenzar diciéndoos lo que vuestros futuros compañeros
esperarán en sus mujeres, sin embargo, ahora veo que el tema debe esperar. —Ella
suspiró, y por extraño que parezca, Peggy estaba bastante segura de que la acción era
genuina. Sea lo que fuese que Ivara estuvo a punto de decirles, parecía que no tenía
deseo de hacerlo. Peggy tragó saliva.
—Un destino feliz espera a cada mujer aquí en los compartimentos de
apareamiento —comenzó Ivara. Se detuvo cuando las cautivas de habla inglesa,
Peggy incluida, jadearon ante sus palabras.
—¿Compartimentos de apareamientos? —le murmuró Michelle a Peggy, su
mirada no parpadeó—. Oh, Dios mío.
Peggy tragó contra el nudo en su garganta. Ese fue exactamente su pensamiento.
—A menos que —dijo Ivara firmemente—, vosotras rechacéis aceptar vuestro
destino. —Susurró algo al gigante detrás de ella, luego se volvió hacia las cautivas—:
Quiero que todo el mundo forme una única línea recta. Comenzaremos la instrucción
de esta mañana visitando primero a las Comunes y luego el Calabozo de Vergüenza.
—Ella dio la vuelta y entonces ladeando la cabeza para mirar a las cautivas por
encima del hombro dijo suavemente—: Pienso que es mejor si vosotras veis lo que
pasa con las novias desafiantes.

~ 54 ~
Jaid black Acosada

Peggy y Michelle se miraron la una a la otra con recelo, a continuación se


separaron para formar una única fila recta. Peggy se colocó delante de la mujer más
joven, tratando inconscientemente de protegerla de las adiestradoras y el hombre que
sostenía el látigo, cuyo nombre ellas todavía no sabían.
Las otras cautivas se pusieron en línea detrás de ellas, todas parecían solemnes.
Incluso las mujeres nativas de Nueva Noruega parecían tensas con la mención de
esta excursión de estudios.
Peggy anduvo en línea detrás de Ivara y otra adiestradora, disponiéndose a
seguirlos a dondequiera que fuera que las cautivas debían ser conducidas. El gigante
con el látigo y la tercera adiestradora tomaron sus sitios al final de la línea,
manteniéndose alerta para asegurarse que nadie se atreviese a escapar. Los ojos del
gigante pasaron rápidamente sobre el cuerpo de Peggy mientras éste se dirigía al
final de la línea, un gesto que la hizo consciente de su desnudez. Ella se sonrojó, sus
manos instintivamente volaron hacia arriba y se ahuecaron sobre sus pechos para
cubrirlos.
Él gruñó y siguió andando. Ella expulsó un suspiro de alivio.
Cuando las mujeres desnudas fueron sacadas del gran cuarto de tierra subterráneo
en el que habían sido encerradas, Peggy notó que había varias puertas de piedra
esparcidas por todo alrededor, conduciendo a lo que eran presumiblemente cuartos
comunicados. Era curioso que todas las puertas condujeran allí, al principio asumió
que ellos permitían a los nativos alcanzar «los compartimentos de apareamiento»
desde diversos puntos del primitivo reino subterráneo. Pero asumió incorrectamente,
un hecho que de inmediato averiguó.
El latido del corazón de Peggy se aceleró cuando las cautivas pasaron por una
puerta abierta. Inmediatamente reconoció lo que eran los cuartos: cuartos de citas.
Un lugar para los hombres de Nueva Noruega, para estar con sus cautivas en
privado. Un lugar donde ellos podrían —ella tragó— reproducirse.
Las habitaciones individuales eran mucho más pequeñas que la gran cámara
interior con la que lindaban. Había espacio suficiente en cada una para encajar a dos
personas y una cama, pero nada más.
Sus pensamientos giraban en torno a la joven Sara. Deseó, más de lo que podía

~ 55 ~
Jaid black Acosada

expresar con palabras, haber prestado atención al consejo susurrado por la muchacha
Inupiat de doce años. Había sido tonta al desechar las leyendas de los moradores de
piedra como esa. Sus actuales circunstancias eran la prueba viviente del hecho de que
los relatos eran ciertos.

¿Y ahora qué, Peggy? ¿Cómo diablos vas a escapar alguna vez de este lugar?
La fuga parecía más desalentadora por momentos, reconoció silenciosamente.
Incluso si pudiera encontrar un modo de escabullirse de los compartimentos de
apareamiento, ella no tenía idea donde estaban localizadas en relación con la puerta
de piedra cubierta por hielo que conducía al exterior. Y aún si llegara al exterior,
¿entonces qué?
En el camino hacia aquí su grupo había conducido el trineo tirado por perros
durante días sin ver una sola alma. ¿Cómo era posible que ella lograra alguna vez
encontrar la civilización a pie?
Peggy tembló cuando las cautivas fueron sacadas de los compartimentos de
apareamiento y conducidas por un gélido pasillo de tierra que no se calentaba. Sus
pezones inmediatamente se hincharon, el gélido hielo los hacía ponerse tiesos. Sus
manos cayeron a los lados, sus pezones estaban demasiado sensibles para continuar
cubriendo los pechos con sus manos en una infructuosa misión por mantenerlos
tapados. No es que eso importara de todos modos. Cualquiera que pasara podría ver
el resto de su cuerpo desnudo.
—Aquí está nuestro primer destino —anunció Ivara en un inglés fuertemente
acentuado. Ella se detuvo ante una puerta hecha de madera y barras de hierro,
entonces se giró y se enfrentó al grupo con expresión severa. Lanzó un rizo rubio
sobre su hombro—. En esta habitación —dijo en un tono autoritario—, vosotras
seréis testigos de lo que pasa con las novias desafiantes. Esta gran caverna en la que
estamos a punto de entrar es llamada La Cámara de las Comunes, o más
simplemente, Las Comunes. —Agitó una mano hacia la puerta—. Las hembras de
dentro han sido condenadas como trabajadoras aquí. Ellas atienden las necesidades
de todos los machos ávidos de sus cuerpos, en vez de sólo a un único macho que
debía ser su marido —dijo ella intencionadamente

~ 56 ~
Jaid black Acosada

Peggy podía sentir que Michelle se tensaba detrás. Le ofreció una mano sin darse
la vuelta, dejando que la joven chica se agarrase a ella para encontrar consuelo. Sólo
Dios sabía, pensó Peggy mientras mordisqueaba su labio inferior, lo bien que la
vendría un poco de consuelo para sí misma.
Las cautivas fueron conducidas en una única fila a través de la puerta y desfilaron
delante de un grupo de fuertes, bulliciosos y gigantescos hombres. Los hombres
inmediatamente tomaron nota de las cautivas y comenzaron a silbarles y gritarles
cosas en su lengua natal.
Peggy se puso tensa, gritando cuando un hombre rubio y corpulento pasó su
encallecida palma sobre sus pechos expuestos, apretándolos cuando ella pasó. Ivara
le dijo algo a él en un tono de reprimenda, a lo que el gigante sólo sonrió
burlonamente.
Peggy soltó un suspiro de alivio en el mismo momento en que su corazón
recuperó su ritmo. Ella rápidamente se olvidó del hombre que la había manoseado,
concentrándose en cambio en mirar boquiabierta su entorno.
Los hombres estaban sentados todo alrededor de Las Comunes, una estancia que
parecía ser una gran taberna. Mujeres desnudas se apresuraban por todas partes,
sirviendo las mesas y satisfaciendo a los hombres de allí. La única diferencia que
Peggy podía ver acerca de esas mujeres en general era que en vez de tener un
pequeño triángulo de pelo entre sus piernas, todo su vello púbico había sido
rasurado. Además, sus pies no estaban pintados. A parte de eso, ellas se veían igual
que cualquiera de las demás allí. Desnudas, pensó tristemente.
Pero eso no era lo que hacía que mirara boquiabierta a la gente dentro de la
taberna. La parte perturbadora era que Ivara no había mentido. Los cuerpos de estas
pobres mujeres estaban siendo manoseados, acariciados y pellizcados mientras
jugaban con ellos, y ninguno de los hombres parecía estar pidiendo permiso. Los
hombres estaban arrastrando a las criadas que estaban sirviendo a sus erectos
regazos y haciendo lo que fuera que ellos querían hacerles. Chupar sus pezones,
empujar la cara de las mujeres hacia abajo para que les dieran una mamada, follarlas,
ellos hacían de todo.
La mano de Peggy inconscientemente voló hacia arriba hasta cubrir su boca. Ella

~ 57 ~
Jaid black Acosada

miró con mórbida fascinación como el cuerpo de una hermosa morena era extendido
en una mesa por cuatro hombres. Los hombres se estaban riendo y montando
escándalo mientras le succionaban los pezones y jugaban con su coño. Hablaban en
su lengua nativa por lo que no tenía ni idea de lo que estaban diciendo.
—Oh, Dios mío —gimió Michelle, entrelazando sus dedos con los de Peggy—.
Mira lo que están haciendo con ella.
Peggy sólo podía asentir con la cabeza, su fija mirada enganchada en la escena al
otro lado del cuarto. Miraba como la mujer era dada la vuelta y colocada a gatas. Con
un gruñido uno de los vikingos se hundió en su coño, sus dedos clavándose en la
carne de sus caderas mientras montaba su cuerpo con fuerza. La mujer jadeó, dando
a otro hombre la oportunidad de empujar su hinchada polla en su boca.
Los hombres montaron su cuerpo con fuerza, llenando su coño y boca
completamente con sus pollas. Ella podía oír el gemido de la mujer alrededor del
pene que jodía su cara, y no sabía que pensar. ¿Eran gemidos de placer? ¿O, pensó
con los ojos muy abiertos, gemidos de horror por lo que le estaban haciendo?
Cuando un tercer hombre se deslizó debajo de la criada y comenzó a chupar
frenéticamente sus pezones, Peggy apartó la vista. Echó un vistazo hacia Michelle,
sintiéndose enferma por el mal aspecto de la muchacha.
—¿Estás bien, cariño? —susurró.
—No. —Michelle cerró los ojos brevemente y tomó una profunda inspiración.
Cuando miró a Peggy otra vez, había lágrimas en sus ojos—. Soy virgen —confesó en
voz baja.
Peggy contuvo la respiración. Buen señor en los cielos, pensó, por favor no dejes a estos
hombres violar a una niña.
—¿Qué edad tienes, corazón?
—Dieciocho. Casi diecinueve —susurró ella.
Peggy asintió con la cabeza. Ella apretó la mano de Michelle.
—¿Qué quieres hacer?
—¡Escapar! —susurró la muchacha con fervor—. No puedo creer que esto esté

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Jaid black Acosada

ocurriendo. Siento que estoy viviendo una pesadilla.


Peggy no podía discrepar con esto. Pero, pensó cautelosamente, si intentaban
escaparse y las pillaban, nunca se perdonaría si la primera vez de Michelle con un
hombre fuera el resultado de una violación en grupo en las Comunes.
—¿Y si nos atrapan, cielo? Tú no quieres terminar aquí —dijo en voz baja. Ella
echó un vistazo alrededor, notando que Ivara las miraba como un halcón—. La
adiestradora no nos ha quitado los ojos de encima —murmuró.
—Lo sé —sollozó Michelle suavemente. Cerró los ojos con fuerza y tomó otro
aliento profundo. Cuando los abrió de nuevo, parecía un poco más controlada, pero
no por mucho. Peggy sólo podía imaginar como de asustada debía estar, ella era once
años mayor que la muchacha y sin embargo no podía recordar alguna vez que
hubiera estado más asustada que ésta.
—Pienso que deberíamos llevar a cabo los matrimonios —susurró Peggy—. Y
fugarnos cuando nadie nos esté vigilando tan estrechamente.
—¡Mirad esta belleza! —interrumpió en inglés fuertemente acentuado un vikingo
borracho cuando de un tirón puso a Peggy en su regazo. Ella miró con cara de
espanto hacia Ivara en busca de una forma de escapar del manoseo. Pero Ivara estaba
sumida en una conversación con el gigante que esgrimía el látigo.
Oh mierda, pensó histérica. De todas las veces que no está vigilándome como un
halcón…
El latido del corazón de Peggy se aceleró y su respiración se hizo pesada cuando el
musculoso hombre la puso en su rodilla y comenzó a amasar sus pechos. Sus ojos tan
azules como los de Geirwolf estaban entrecerrados por el deseo, sus palabras eran
espesas.
—Una chica tan bonita como lo eres tú —dijo él con voz ronca, sus pulgares
rozaron sus pezones, haciéndola jadear. Él hizo girar sus caderas un poco, dejándola
sentir su sólida erección bajo su trasero—. ¿Sientes el regalo que tengo esperando
para ti?
Si lo hubiera conocido en la calle, consideró ociosamente, habría encontrado al
hombre peligrosamente atractivo con sus penetrantes ojos azules y el pelo oscuro.

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Jaid black Acosada

Pero bajo las condiciones en las que se encontraba, desnuda en el regazo de un


hombre que había bebido demasiado, todo lo que ella sintió fue un agudo temor.
—Por favor, no —musitó ella, sus pechos subían y bajaban por su dificultosa
respiración—. ¡Yo... yo… yo estoy prometida a otro! —tartamudeó deprisa.
Sus manos se apaciguaron en sus pechos, aunque no los liberó. Ella se mordió el
labio cuando vio la mirada de él desviarse hacia abajo, hacia su coño. Se dio cuenta
por la mirada contrariada de su cara que tener vello púbico aparentemente
significaba que estabas protegida de todo esto, un hecho que hizo que soltara la
respiración que estaba conteniendo.
El hombre murmuró algo en su lengua vikinga, su irritación mientras la liberaba
era obvia. Peggy se apresuró a ponerse en pie, disponiéndose a salir de ahí, cuando él
tiró de ella acercándola, sus pezones sólo a unos centímetros de su boca en espera.
—Esta noche, no tengo suerte —masculló él. Los ojos azules del hombre, vidriosos
por la embriaguez y la lujuria, se fijaron en sus pezones mientras les daba golpecitos
una y otra vez con sus dedos índices. Jugó con ellos durante un minuto entero como
un gato con dos juguetes, haciendo que Peggy se mordiera el labio.
El cuerpo de Peggy reaccionó al estímulo, excitándose, un hecho que no le sentó
bien. Pero entre que estaba desnuda delante de un hombre vestido, y que estaba
mirando sin poder hacer nada mientras él acariciaba una zona erógena
extremadamente sensible, no había mucho que ella pudiera haber hecho para
evitarlo.
Finalmente, gracias a Dios, él se detuvo. Nunca se había sentido tan aliviada como
se sintió en el momento que él la apartó de sí, aparentemente había decidido que se
había divertido lo suficiente después de frotar un rato sus pezones.
Ella se giró hacia Michelle, quién parecía pálida como una sábana. No había nada
que ella pudiera decir para consolarla y ambas lo sabían.
Peggy respiró hondo. Era sucumbir al adiestramiento o terminar allí. Ella
definitivamente no terminaría aquí. Ni Michelle. Una situación como esta quebraría
la mente de la joven chica.
—Bien, ahora que habéis probado las Comunes —intervino Ivara—, es el

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Jaid black Acosada

momento para ver lo que pasa con las mujeres a quienes no se dan más posibilidades
después de recibir su castigo. —Sus cejas se elevaron—. La siguiente parada es el
Calabozo de Vergüenza.
Peggy y Michelle se miraron la una a la otra. Ambas implícitamente entendieron
lo que la otra estaba pensando, sin decirlo en voz alta.
Ellas encontraron las Comunes lo suficientemente deplorable. Para cuando
dejaron el Calabozo de la Vergüenza ambas sabían que Ivara había ganado y
sucumbirían a lo que el destino les pusiera por delante.

—Voy a desmayarme —dijo Peggy débilmente, refunfuñando para sí misma—.


Voy a jodidamente desmayarme.
Con los ojos muy abiertos y las náuseas arremolinándose en su vientre, Peggy se
quedó mirando surrealistamente a las mujeres enjauladas, las cárceles en las que
habían sido encerradas bajo llave oscilaban unos metros por encima del suelo. A las
mujeres dentro de las jaulas se les habían vendado los ojos y encadenado a gatas,
privándolas de movimiento y estímulos visuales.
Las mujeres enjauladas estaban todas desnudas, por supuesto, sus piernas
obscenamente atadas separadas de modo que la depilada y expectante carne entre
sus muslos fuera expuesta a cualquier hombre que entrara en el calabozo. Los
hombres vikingos caminaban por ahí y acariciaban la exposición de coños de
cualquier manera que escogieran. Si un hombre quedaba prendado de una, él pedía
al guardián la llave maestra de la jaula, abría la puerta de hierro, agarraba a la
prisionera femenina por la carne de sus caderas, y se hundía en su coño desde atrás.
Si la mujer se corría durante la sesión de sexo, entonces el macho lanzaría trozos de
comida en su jaula cuando él hubiera terminado de follarla, tratándola como un
animal en un zoo de mascotas.
La mano de Peggy voló hasta tapar su boca, el horror la atravesaba. Se apoyó
contra Michelle igualmente aterrorizada, sintiendo como si pudiera desmayarse. Esto
no está ocurriendo, pensó. Tendrá sus defectos, pero no puedo creer que Geirwolf aprobara a
una sociedad que hiciera esto a mujeres.

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Jaid black Acosada

Cuando Ivara declaró el final de la retorcida excursión de estudios, Peggy estaba


resuelta a contemplar el matrimonio con su captor por completo. No intentaría huir,
o ayudar a escapar a Michelle, hasta que ella estuviera lo bastante segura de que
podían hacerlo sin ser capturadas de nuevo.
Porque una cosa era cierta, de ninguna manera Michelle o ella terminarían
colgando del techo en jaulas suspendidas con sus cuerpos extendidos para que
cualquier hombre pudiera tomarlas.
Peggy cerró los ojos brevemente e inspiró, su cuerpo temblaba ligeramente por los
nervios y el frío miedo. De ninguna manera.

~ 62 ~
Jaid black Acosada

Capítulo 10

En la víspera en la que iba a intercambiar los votos con Peggy, Geirwolf se dirigió
hacia la cosa, el lugar de reunión de los dirigentes de Nueva Noruega, con otro de los
novios. La anticipación de la boda y luego el apareamiento con su futura esposa
hacían que su polla se endureciera y los músculos de su estómago se apretaran. La
ceremonia, esperaba, sería la parte fácil. Era el ritual de la cama que tendría lugar
después de la vinculante ceremonia lo que le preocupaba. Esperaba que a Peggy le
resultara agradable… o, al menos, lo tolerara.
Geirwolf no tenían ni idea de cuánta resistencia le daría la primera vez que tratara
de montarla, aunque a menudo había oído decir que Ivara era una consumada
adiestradora, capaz de romper la reticencia de una mujer en pocas horas. Se
consolaba en el conocimiento de que habían pasado ya tres días de adiestramiento, y
lo que era más importante, Peggy ya había estado de acuerdo en decir las palabras
rituales que les unirían para siempre.
No tenía ni idea de los métodos que Ivara había utilizado para adiestrar a las
novias cautivas, pero se encontró a sí mismo con la esperanza de que los rumores
fueran ciertos y Peggy se mostrara dispuesta no sólo a sus esponsales, sino también a
su lujuria. Después de todo, cuanto más pronto se quedara embarazada, más pronto
podría ser trasladada desde los compartimentos al interior de su propia caverna.
—¿Cuál de las hembras es la tuya, Wolf? —le preguntó su primo Ragnar,
interrumpiendo sus pensamientos.
Ragnar, sólo tenía veintitrés años y había dejado su soltería para contraer
matrimonio en el momento en que había posado sus ojos en la belleza exótica de
dieciocho años de edad, Michelle, con la que iba a contraer matrimonio esta víspera.

~ 63 ~
Jaid black Acosada

Le había llevado a Ragnar un mes entero de planificación, pero el joven guapo y


rubio vikingo que había sido así llamado por su mutuo abuelo de una ascendencia
compartida desde hacía más de mil años, había logrado enganchar a su novia en
cautividad al tercer intento. No estaba mal para un guerrero de veintitrés años.
—Peggy —respondió Geirwolf distraídamente y sus pensamientos se centraron en
la noche que tenía por delante.
Él y su primo giraron a la izquierda cuando el corredor de tierra se estrechó y
siguieron el camino tenuemente iluminado a la Sala de Ceremonias, el lugar de
encuentro oficioso de la cosa. La ceremonia vinculante entre Peggy y él, así como para
otras cuatro parejas, Ragnar y Michael incluidos, sería oficiada frente al padre de
Geirwolf, el Jarl.
—¡Ah! ¡Ella es toda una belleza! —sonrió Ragnar—. Pero también lo es mi
Michelle.
Él suspiró, sonaba igual que un muchacho ansioso de su primera verdadera
pasión.
Una casi sonrisa tiró de las comisuras de los labios de Geirwolf. Él sabía
exactamente cómo se sentía su primo.

Con los ojos abiertos de par en par, Peggy tragó saliva mientras observaba a
Geirwolf entrar a grandes zancadas en la amplia y fría caverna con un hombre más
joven a su lado. Su mirada inteligente barrió al gigante con el que iba a casarse esta
noche, notando a la vez cuan finamente iba vestido.
Vestía una larga túnica de seda negra con ceñidos calzones negros de hechura
ajustada debajo de ésta. Su bronceado, por no hablar de sus ampliamente musculosos
brazos sobresalía alrededor de los brazaletes de oro que llevaba en cada bíceps. El
tatuaje de dragón en su brazo izquierdo terminaba justo por encima del brazalete.
Ella echó una mirada hacia abajo, a sus manos y sintió el deseo parpadear en su
estómago. Pestañeó, quitándose de encima la sensación, dándose cuenta de que
habían condicionado su cuerpo a responder a ellos durante el largo y abrupto

~ 64 ~
Jaid black Acosada

trayecto a Nueva Noruega. Al parecer, pensó tristemente, la habían condicionado tan


bien que su cuerpo respondía a la mera visión de sus masculinas y callosas manos.
Bueno, inhaló, alzó la barbilla a la defensiva, no podían culparla por su reacción.
Geirwolf sonrió a Peggy, pillándola completamente con la guardia baja. No había
estado esperando esto. El hombre no era dado a sonreír. El pequeño gesto hacía que
de sus sombríos rasgos parecieran menos amenazantes, las líneas de su sonrisa
hacían que su bello rostro pareciera mucho más atractivo.
Oh maldición, pensó mientras se mordía su labio inferior, está llegando a mí. ¡Te
haces un poco la mártir, Peggy! Para eso. Para eso. Para.
Los ojos azul hielo de Geirwolf pasaron rozando sobre su cuerpo desnudo, y luego
se entrecerraron con deseo. Peggy juntó sus muslos con fuerza, la embarazosa
reacción de su cuerpo ante su escrutinio, hizo que olvidara momentáneamente lo
mucho que lo odiaba, lo mucho que detestaba al hombre que la había hecho su novia
cautiva. Apartó la mirada, se aclaró la garganta y parpadeó.
—Allí está —le susurró Michelle a su lado—. ¡Oh Peggy, estoy tan asustada!
La mirada de Peggy siguió la línea de visión de Michelle directamente a…
¿Geirwolf? El latido de su corazón se aceleró mientras la adrenalina la golpeaba. Oh
maldito fuera, pensó. ¿Somos ambas sus novias? Su nariz se ensanchó por la ira.
¡Bastardo! Decidió pasar por alto el hecho de que los celos estaban haciendo nudos en
su vientre.
Mientras Geirwolf se acercaba, se dio cuenta de que Michelle había estado
hablando del joven que estaba a su lado, uno muy nervioso —y tuvo que admitir que
bastante guapo— joven que estaba mirando a Michelle como un cachorro enfermo de
amor.
Peggy dejó salir un suspiro de alivio, luego vaciló, preguntándose por qué se
preocupaba por ello para empezar. ¿No desearía en realidad un matrimonio
polígamo, una novia que no quiere tener nada que ver con el mozo? Después de
todo, reconoció, eso significaba que habría menos posibilidades de ser molestada
todo el rato por el sexo.

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Jaid black Acosada

Sus ojos vagaron hacia arriba, a los abdominales que se ondulaban debajo de su
túnica. Sí, frunció el ceño, el sexo sería una verdadera molestia.
—Recuerda la jaula —dijo Peggy distraídamente a Michelle—. Esto no parece tan
malo si una piensa en esa horrible jaula. 
El cuerpo de Michelle se quedó quieto.
—Cierto —le susurró—. ¿Cómo podría olvidar eso?
Geirwolf se detuvo delante de Peggy, su mirada posesiva barrió sus pechos y
luego su decorado pubis cobrizo. Instintivamente ella hizo una inspiración,
provocando que sus pechos se levantaran de forma involuntaria.
—Hola Peggy —murmuró Geirwolf—. He estado esperando esta noche durante
semanas.
Lo que significaba que había estado acechándola mucho antes de que hubiera sido
secuestrada. Sus ojos se abrieron de par en par.
Un largo y calloso dedo se coló entre los de ella. Ella miró hacia abajo donde sus
manos se unían y tomó un profundo respiro.
—No tienes nada que temer de mí —dijo suavemente Geirwolf, pero con firmeza
—. Te atesoraré a ti y a tu cuerpo siempre. En poco tiempo, vendrás a mí por tu
propia voluntad y con impaciencia buscarás mis brazos.
Peggy expulsó el aire mientras él la dirigía hacia el centro de la caverna. Eso,
pensó resignadamente, era precisamente lo que temía.

~ 66 ~
Jaid black Acosada

Capítulo 11

La caverna estaba bien alumbrada y decorada grandiosamente para la ceremonia


que iba a tener lugar, estatuas de dragones dorados y enjoyados se asomaban fuera
de los muros de tierra y un gran tapiz con una nave vikinga colgaba sobre las dobles
puertas. Los nativos comenzaron a fluir en tropel, atestando el interior para ver a
cuatro de sus guerreros tomando a cuatro mujeres como esposas en una tradición tan
vieja como su gente.
Peggy habría estado fascinada por la pompa y el evento si esto no hubiera
afectado directamente a su vida. Y si ella, pensó en medio de su furia, no hubiera
sido obligada a arrodillarse, desnuda con deferencia a los pies de Geirwolf como si le
rindiera homenaje.
Desnuda y con las rodillas de lado, Peggy admitió vacilantemente, que aun así
estaba fascinada por todo esto. Se sintió como si hubiese atravesado un portal y
hubiera sido transportada a otro tiempo y lugar. Noruega en el siglo noveno en vez
del Círculo Polar Ártico en el veintiuno. Sabía que incluso este asunto de sentarse
sumisamente de rodillas ante el novio, era una tradición claramente medieval. Había
sido un gesto peculiar, común en ciertas regiones de Europa en las ceremonias de
matrimonio en aquel entonces, aunque la moderna romanización de viejos tiempos
pasados nunca dijo mucho acerca de esto.
Podía sentir la mirada fija de los hombres en la caverna, inspeccionando su cuerpo
desnudo. La comprensión de que estaba siendo tasada y evaluada, y no digamos
comida con los ojos, le ponía la piel de gallina y endurecía sus pezones.
Peggy exhaló con calma, luego miró hacia atrás a Geirwolf que escuchaba
atentamente todas las palabras rituales que estaban siendo dichas en aquella lengua
extranjera que ellos compartían. No movió un músculo durante toda la ceremonia,

~ 67 ~
Jaid black Acosada

solamente miró dócilmente a Geirwolf como si no hubiera nadie más en toda la


caverna excepto él… justo como había sido instruida de antemano para que hiciera
por Ivara.
Cuando fue empujada para decir sí, exhaló y contestó sí. Diez minutos más tarde
cuando el oficiante dijo algunas palabras que causaron exclamaciones entre los
nativos de la caverna, asumió correctamente que estaba realmente casada.
Peggy mordisqueó su labio inferior. ¡Por Dios! Estaba casada con el hombre que la
había secuestrado.

Geirwolf miró los ojos de Peggy abrirse alarmados cuando dos de los hombres de
su padre la cogieron de donde había estado arrodillada a sus pies y la ataron,
desnuda con los brazos y las piernas abiertas, en una de las tres adornadas camas
que habían sido traídas a la cosa. Puesto que Michelle era virgen, y su marido tendría
sábanas manchadas de sangre para mostrar a la muchedumbre congregada, fue
puesta a buen recaudo en las recámaras para ser desflorada por Ragnar en privado.
Como Peggy no era virgen, estaba obligada a soportar ser montada públicamente
para que ningún guerrero pudiera hacer una futura reclamación que declarara que su
matrimonio con Geirwolf realmente no había sido consumado. Si un guerrero
pudiera hacer tal reclamación, eso convertiría a Peggy en presa legal. Y Peggy, pensó
él tensamente, no era objeto de caza.
Se desvistió ante la adornada cama de consumación, su fija mirada nunca se
apartó de Peggy. Podía decir que ella estaba avergonzada al verse expuesta de esa
manera frente a tantos, así que se dio prisa para cubrirla adecuadamente.
No podía culparla. Hasta ese momento, no había pensado mucho cuan insensible
era por parte de los hombres reunirse alrededor y mirar a la nueva, y por lo visto,
aterrorizada novia ser montada. Su mirada azul de lobo se enfocó en su hermano
menor, Bjorn quien notó, estaba mirando demasiado atentamente el coño expuesto
de su esposa. Bjorn simplemente rió en silencio en respuesta, sus ojos deleitados por
la centellante cólera de Geirwolf.

~ 68 ~
Jaid black Acosada

La mandíbula de Geirwolf se cerró con fuerza. Había oído que Bjorn embriagado
había derribado a Peggy en su regazo cuando había sido llevada a Las Comunes por
Ivara y otras adiestradoras. Eso había sido bastante ofensivo, pero esto…
—Relájate, Wolf —bromeó Bjorn en su lengua materna—. Sólo estoy mirando a la
muchacha.
Geirwolf no dijo nada, aunque siguió mirando desafiante a su hermano. Sabía que
era ridículo comportarse tan celosamente, aunque eso no parecía ayudarle. Las
damas siempre habían encontrado agradable a Bjorn. Era hermoso con su pelo negro
y sus ojos azules de lobo y su personalidad no era tan severa como la de Geirwolf.
Bjorn no acarreaba la responsabilidad de saber que un día sería el líder de su gente,
por eso podía permitirse ser menos rígido en sus pensamientos y en su conducta.
Los hermanos se miraron el uno al otro hasta que inevitablemente, la risa de Bjorn
se quebró. Cabeceó con respeto hacia Geirwolf y una promesa tácita de respetar a
Peggy estaba en su mirada.
Geirwolf gruñó, apaciguado. Continuó desvistiéndose, lanzando sus galas a un
lado y dando un paso hacia su novia totalmente desnuda y excitada. La vio morderse
un poco el labio cuando agarró su gruesa polla por la base y se encaminó hacia la
cama de consumación. La mirada de ella se agrandó cuando se puso de pie ante ella
y se encontró preguntándose, no por primera vez, qué era lo que ella pensaba.
Geirwolf tomó un profundo y estabilizador aliento mientras avanzaba lentamente
en la cama y se colocaba entre las piernas extendidas de Peggy. Había estado
esperando para sumergirse dentro de su esposa lo que le habían parecido años.
Había pasado la mayor parte de cada día de estas pocas semanas pasadas
fantaseando acerca de lo mucho que le gustaría sentir su ardiente coño envuelto
alrededor de su erguida polla.
No quería estar encima de ella como un animal en celo, aunque profundamente
sospechaba que eso era precisamente lo que estaba a punto de hacer. Durante
semanas la había perseguido. Durante días había soportado el saber que estaba en
Nueva Noruega, aunque inaccesible para él…
Bajó la mirada hacia su virilidad apoyada en la nerviosa Peggy. Su miembro
estaba tan erguido que la hinchada cabeza rojiza estaba dolorida, sus pelotas tan

~ 69 ~
Jaid black Acosada

duras que sabía que esta primera vez no duraría mucho tiempo.
La mirada fija de Geirwolf chocó con la de Peggy. Ahora, pensó posesivamente,
apretando los músculos, ella era toda suya.

Los dientes de Peggy se hundieron en su labio inferior cuando miró a Geirwolf


colocarse entre sus piernas. Los aplausos y bromas llenaban la caverna mientras los
machos pedían a gritos mirar más de cerca al nuevo marido follar a la nueva novia.
Afortunadamente los aplausos y bromas estaban siendo dichos más bien en su
lengua materna que en inglés, así no tuvo que sufrir la vergüenza de saber qué se
estaba diciendo sobre ella.
De todos modos tenía sus ideas. Todas ellas mortificantes.
Peggy podía sentir intensamente como su cuerpo desnudo estaba siendo mirado
fijamente por los hombres de la concurrencia. Y perversamente, o quizás
inevitablemente, su cuerpo reaccionó a ese conocimiento. Sus pezones estaban tan
tiesos que era doloroso y su coño mojado. Como todo lo que podía hacer era estar
allí, extendida con las piernas abiertas y atada, no había otra reacción que pudiera
dar más que la que al parecer de manera innata su cuerpo despertaba.
El ser observada a través de los ojos entornados de tantos hombres hermosos la
estaba excitando más de lo que debería haber hecho. Ser codiciada por tantos
hombres apuestos mientras confiaba en las promesas de Ivara de que ningún hombre
salvo Geirwolf tendría permitido tocarla era más excitante de lo que quería que
fuera. Y luego estaba el mismo Geirwolf…
Había trabajado bien su cuerpo, pensó nerviosamente. En el momento en que
había comenzado a desvestirse, y fue visible la musculatura de acero de su cuerpo,
empezó a mojarse. Al tiempo que su largo y gruesa polla saltó libre de sus calzones y
señaló con impaciencia hacia arriba contra su ombligo, su respiración se había hecho
cada vez más trabajosa, como si jadeara.
Él agarró su pene por la base, el abultado órgano se veía aún más increíblemente
viril yuxtapuesto contra el marco de su pesado brazo musculoso con el tatuaje

~ 70 ~
Jaid black Acosada

amenazador de un dragón que serpenteaba encima de este. Los pechos de ella se


hincharon y sus pezones dolieron.
Geirwolf se colocó encima de ella y Peggy comprendió que, extraño o no, lo quería
dentro. Durante los tres días pasados había sido mentalmente adiestrada para este
momento por Ivara, y durante los tres días anteriores físicamente había sido
preparada por el mismo Geirwolf para responderle.
Colocó la gruesa cabeza de su pene en su mojada abertura, luego bajó la mirada
hacia ella, sus helados ojos azules entrecerrados por el deseo. La gran palma callosa
de su mano izquierda ahuecada en el pecho derecho de ella, amasándolo
cuidadosamente mientras colocaba su gran cuerpo entre sus muslos.
El hecho de que hubiera decidido excitarla utilizando su pecho derecho, el pecho
no visible a los espectadores abarrotados contra el lado izquierdo de la cama, la
calentó aún más para él. Sospechó correctamente que trataba de mantenerla excitada
para que el inminente acto sexual no fuera del todo doloroso y simultáneamente
protegía la intimidad del acto frente a ojos intrusos.
Parpadeó, encontrando tal acto en Geirwolf incongruentemente dulce en
comparación con la imagen dura e implacable que se había formado de él en su
mente. Y estaba exactamente tocándola mucho más íntimamente de lo que requería
el proceso real de follarla. Cualquier animal podría follar. Le hizo significativas
caricias y toques para hacer del acto algo más, algo infinitamente más profundo.
—Todo irá bien, Peggy —murmuró Geirwolf, su voz estaba ronca por la excitación
—. Tenemos que hacerlo, sólo una vez delante de los demás. Después de esto, hacer
el amor siempre será en privado.
Hacer el amor, él pensaba en lo que ellos hacían como hacer el amor. Ella
parpadeó dos veces más y echó un vistazo abajo a su pecho.
Peggy expulsó el aliento y alzó la mirada hacia él, a su marido.
—Lo sé —susurró ella. Sonrió un poco, haciendo que los ojos de él se agrandaran.
Al parecer no había esperado un gesto tan conciliador tan pronto. Y, sinceramente,
ella también estaba sorprendida de haberlo hecho. Sin embargo, su consideración a
este respecto merecía al menos esto—. Pero gracias por tranquilizarme.

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Jaid black Acosada

Geirwolf pareció desearla más después de esto. Su mirada estaba ardientemente


excitada, sus músculos apretados con tanta vehemencia que podía ver la
transpiración brotando de ellos. Cambió su peso a su codo derecho y, lejos de la vista
de los espectadores, quitó su mano izquierda de su pecho y la usó para ayudarse a
insertar la cabeza de su hinchada polla en su coño.
Peggy humedeció sus labios, el deseo anidaba en su vientre. Sus pechos estaban
espectacularmente hinchados, induciendo a Geirwolf a soltar su miembro una vez
que la cabeza estuvo bien dentro de ella y a jugar con su pezón otra vez mientras
nadie más pudiera ver.
Pero Peggy estaba más allá del punto de preocuparse por quién la miraba. Arqueó
sus caderas tanto como pudo y las alzó hacia él, invitándolo abiertamente a
sumergirse dentro.
Geirwolf gimió un poco, al parecer medio extasiado. Su mandíbula estaba tensa,
su vena yugular hinchada. Sin más preliminares apretó los dientes y, con un fuerte
gemido, empaló su polla en su carne, asentándose hasta la empuñadura.
Peggy jadeó, un gemido incontrolable se escapó de su garganta. Estaba
comenzando a aprender amablemente que era lo que a él le preocupaba. Geirwolf
bajó su rostro de manera que su cabello rubio como el sol cayera en cascada en el
lado izquierdo de la cara de ella, escudando las reacciones de ésta ante la
muchedumbre que clamaba como fanáticos.
—Gracias —susurró ella con voz claramente excitada.
Él gimió un poco como respuesta, al parecer gustándole el sonido de su voz
mezclada con las palabras de gratitud. No había esperado oírlas de ella durante
mucho tiempo. Pero, otra vez, su consideración en este aspecto merecía esas
palabras.
Entonces la tomó con dureza, empujando dentro y fuera de su coño como un
animal, montándola como si quisiera dejar su marca dentro. Peggy jadeó, su cabeza
cayó hacia atrás en la cama, parcialmente desprotegida frente a la mirada de los
demás. Cerró los ojos y disfrutó de la sensación de sentirse llena de la polla de
Geirwolf, estaba más allá del punto de preocuparse por lo que alguien viera o
pensara.

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Jaid black Acosada

—Fitta di er la s å deilig —dijo Geirwolf , densamente con los dientes apretados.


Bombeó duro, empujando, entrando y saliendo de su coño succionador más rápido y
más rápido—. Tu coño se siente tan bien…
Se corrió al instante, las palabras excitantes acopladas con la excitante follada la
desarmaron. Podía imaginar cómo les veían los demás, podía imaginar la manera en
que los acerados glúteos de él se veían cuando se apretaban y se contraían mientras
su polla se enraizaba en su interior. Logró suprimir el sonido apagado de un gemido
mordiendo sobre la fuerza nervuda del hombro de su marido y gimiendo en él.
Geirwolf gruñó, luego la folló más duro. El sonido del golpeteo de carne contra
carne llenó la caverna, compitiendo con el sonido de las bromas y los aplausos. Se
enterró dentro de ella una y otra vez, una y otra vez, haciéndola correrse hasta que su
coño estuvo mojado.
Después de que ella se corriera otra vez, Peggy pudo sentir que el cuerpo de
Geirwolf se ponía tenso encima suyo y supo que se preparaba para el orgasmo. Abrió
los ojos y alzó la mirada a su áspera cara, queriendo ver ese segundo de
vulnerabilidad en que sumergirían sus rasgos cuando se corriera.
—Voy a follar tu coño día y noche —exhaló él, su voz ronca—. Por siempre.
Geirwolf la folló si era posible más duro, con gula, empalando su carne una y otra
vez. Empujó contra ella sin piedad, deleitándose en el nirvana pre clímax que era de
algún modo siempre mejor que el clímax en sí mismo.
Se mantenía en el borde tanto como podía, montando despiadadamente su coño.
Su áspera palma amasó su pecho desnudo, marcándolo, mientras su polla marcaba
posesivamente su coño.
Podía oír el sonido embriagador de la unión de la carne, el sonido de su coño que
trataba de succionarlo en cada retirada. Golpeó contra su carne una vez, dos veces,
tres veces más. Y luego, incapaz de contenerse más, empujó en su coño tan
profundamente como pudo, cerró fuertemente los ojos, y se corrió con un ruidoso
gemido.
Peggy estudió su cara, hipnotizada por estos pocos segundos de vulnerabilidad
que sabía estarían allí cuando tuviera el orgasmo. Mientras su cuerpo se
convulsionaba encima de ella, con los dientes apretados y los músculos tensos, miró

~ 73 ~
Jaid black Acosada

su expresión agudamente, fascinada por el modo en que sus severos rasgos se


relajaron en aquel momento enlazado en el tiempo, y no le apareció más amenazador
que una mariposa.
—Tú eres toda mía ahora, Peggy —dijo Geirwolf entre jadeos cuando se derrumbó
sobre ella. Su respiración era trabajosa, su voz ronca y firme—. Siempre mía.
Ella se mordió el labio y apartó la vista, preguntándose nerviosamente cuánto
tiempo le llevaría después derribar completamente su reticencia.

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Jaid black Acosada

Capítulo 12

Envuelta en pieles de osos polares, Peggy respiró el frío aire del patio en la
superficie, disfrutando de la sensación del aire fresco y de los copos de nieve que
golpeaban directamente sobre su rostro. Sabía que se suponía que Geirwolf todavía
no podía traerla aquí, no al menos hasta que estuviera embrazada, no sería una más
de su gente en toda regla. Y aun así la había sacado a hurtadillas al patio de todos
modos, sin que Ivara lo supiera, otra señal más de su afecto.
—Esto es lo que llamamos una raíz de zaba —murmuró Geirwolf mientras
arrancaba una planta parecida a una vid de la tierra. La rompió por la mitad y le
mostró la savia que salía—. Es usada por nuestras mujeres para hacer dulces.
Pruébala. —Sonrió mientras le daba la raíz—. Es como el azúcar.
Peggy lentamente tendió la mano, entonces indecisa agarró la planta. Su mirada
del color del mar chocó con la de Geirwolf mientras los dedos de ambos se
acariciaban. Se mordió el labio y apartó la mirada, luego inquieta levantó la raíz
hasta sus labios y sorbió la salvia dulce de ella.
Los ojos de él rastrearon el movimiento de succión de sus labios. Se sonrojó,
preguntándose si él estaba imaginándose su polla en el lugar de la planta.
Había pasado poco más de una semana desde que se había casado y ya la estaba
encandilando de manera espectacular. La persistencia de él en cortejarla era
prácticamente extraordinaria, ya que ella había estado lejos de ser agradable desde el
principio. Peggy no quería que su marido se hiciera su amigo, tampoco quería
amarlo, así que después de su noche de bodas se había comportado con él y con sus
amables propuestas tan arisca como le fue posible.
Evidentemente, su magnífico plan no estaba funcionando.

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Jaid black Acosada

Geirwolf había recibido cada uno de sus actos de rebeldía, de simplemente


ignorarlo a gritar cuando trataba de tocarla, con paciencia y comprensión. Había
permanecido casi toda la semana pasada pegado a su lado, independientemente de
cómo se comportara ella, permitiéndola expresar su frustración y cólera sin enfadarse
por su parte.
Evidentemente, el magnífico plan de él estaba funcionando mejor que el suyo.
Peggy no era del tipo que formaba estrechos lazos emocionales fácilmente con
otras personas, y sobretodo no con los hombres. No confiaba mucho en los hombres
y nunca lo hizo salvo con la particular excepción de su padre, que el Señor guardara
su alma.
Esa había sido la experiencia de Peggy en las relaciones, que cuando las cosas se
ponían difíciles, los hombres se marchaban. Había esperado que Geirwolf no fuera
diferente, así que había estado más que un poco sorprendida cuando se dio cuenta de
que no importaba lo que hiciera, no importaba lo mal que se comportara, él nunca la
dejaría. No sabía si estar frustrada o completamente adulada por esta comprensión.
Su mente le decía lo primero y su corazón le decía lo segundo.
—¿Por qué estás haciendo esto? —susurro Peggy. Su cabeza se alzó mientras
bajaba la raíz de su boca—. ¿Por qué?
Los ojos de él se arrugaron incomprensiblemente en las esquinas.
—No estoy seguro de que te siga…
—¿Por qué me aguantas? —le interrumpió. Suspiró y apartó la mirada—. No
importa lo que haga aun así quieres conservarme. Así que vamos a poner las cartas
sobre la mesa, ¿de acuerdo? —hizo una respiración profunda y encontró su mirada.
Si no abandonaba a este hombre pronto, nunca querría abandonarlo, pensó aterrada
—. ¿Qué sería necesario para que me dejaras ir?
La contempló durante un largo momento, pero no dijo nada. Parpadeó, y miró en
la distancia, clavando los ojos distraídamente en lo alto, en la luna.
—No hay nada que puedas hacer, nada que puedas decir, ningún acto de desafío
que hagas, conseguirá que te libere —dijo él suavemente.

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Jaid black Acosada

—¿Pero por qué? —pregunto en tono suplicante—. Hazme entender. Hazme


entender porque no puedes dejarme ir y tomar a una mujer nativa como esposa, una
mujer que pueda manejar mejor que yo el ser apartada de todo y todos a los que
conoció alguna vez.
Geirwolf suspiró.
—Peggy…
—¿Sí?
La miró otra vez, sus rasgos severos estaban inusitadamente vulnerables.
—¿Me creerías si te dijera que siento lo que ha pasado?
—No lo sé —dijo ella con franqueza.
Se quedó sorprendida por cuanto le dolió escuchar a Geirwolf admitiendo que
sentía como si hubiera cometido un error cuando la capturó. Pero por otro lado
difícilmente podría culparlo. Ella había estado lejos de aceptarlo desde el principio.
Si bien difícilmente podría culparse a sí misma. Porque en primer lugar, no había
querido ser capturada. Sus emociones, al parecer, estaban volviéndose más y más
confusas e inciertas.
—Bueno lo siento —murmuró él—. Lo siento mucho.
Enderezó la espalda. Suprimió la pena que sentía al saber que él consideraba que
ella era un error, diciéndose a sí misma que era ridículo sentirse de esa manera.
—Ya veo —dijo un poco forzada.
—No. —Su mirada penetrante taladró la de ella—. No lo haces. —Él sujetó
firmemente su mano entre las suyas—. Mi inglés no es muy bueno. Lo que quiero
decir es que siento que no me diera cuenta de lo difícil que sería la transición para ti
—sonrió—. Mi gente ha estado capturando novias desde hace miles de años. Y
entonces pensé, con toda mi arrogancia, que mi manera era la mejor.
Él bufó, y luego liberó sus manos.
—Por eso lo siento, porque realmente tendría que haber considerado tus
sentimientos y probablemente me habría impuesto a la lujuria que sentía por ti en la
bahía y me habría obligado a tomar una novia de entre las mujeres de aquí. Pero no

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Jaid black Acosada

lo hice y la verdad no puede ser cambiada. No puedo lamentar que tú seas mía,
Peggy Valkraad, así que por favor no me lo pidas, pero siento que estés infeliz si es
así.
Peggy asintió, sus palabras la hacían sentir más contenta de lo quizás deberían.
—¿Y ahora?
Una de las cejas de Geirwolf se alzó.
—Ahora que estas aquí ¿cómo podría lamentar el hecho de que seas mía? Yo
nunca podría enviarte lejos, Peggy. Nunca.
Ella le dio una media sonrisa.
—¿A pesar de todos mis gritos?
Su sonrisa llegó despacio restaurando el brillo de sus ojos.
—Sí, a pesar de tus gritos —murmuró.
Se estudiaron el uno al otro sin hablar durante un prolongado momento.
Finalmente Peggy apartó la mirada, con un suspiro algo triste.
—Wolf…
—¿Sí?
—Me hace sentir mucho mejor saber que sientes que yo sea infeliz, pero es sólo
que no sé si podré ser alguna vez feliz aquí. Porque una parte de mí a la larga
siempre querrá ser libre —suspiró otra vez—. Y te guardaré rencor por no
devolverme esa libertad.
Geirwolf cerró los ojos y respiró hondo. Los abrió de nuevo y esperó a contactar
con su mirada antes de responder.
—No mentiré y diré que te liberaría si pudiera porque si me enfrento a esa opción
no estoy seguro de que pudiera ser tan desinteresado, pero Peggy, debes entender
que esta opción ya no es mía. En realidad nunca fue mía. Aunque admito que planee
robarte desde el principio.
Ella entornó sus ojos al oír esto.
—No entiendo…

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Jaid black Acosada

—Desde el momento en el que tú clavaste los ojos en los hombres del clan
Hallfreor te quitaron cualquier opción. —Los ojos de Geirwolf se entrecerraron con
seriedad—. El clan de Nueva Noruega ha prosperado, según ellos, por la simple
razón de que nadie sabe de nuestra existencia. Tanto si te hubiera deseado como mi
propia novia como si no, los guerreros que me acompañaban el día en que te robe de
los Hallfreor nunca te habrían dejado volver a tu lugar de origen por temor a que le
hablaras a los forasteros acerca de nuestra gente.
Peggy lo considero durante un buen rato, sus emociones y pensamientos estaban
confusos.
—Siento que seas infeliz, Peggy —murmuró Geirwolf—, pero no hay manera de
que mi gente te permita marcharte jamás.
Ella tomó un profundo aliento y lo expulsó. Por alguna razón, saber que Geirwolf
no tenía el poder para dejarla ir, que nunca había tenido ese poder, hizo más fácil el
dejar que la ira hacia él como persona desapareciera. No estaba completamente
preparada para dejar de sentir cólera por las gentes de Nueva Noruega en general,
pero no era con las personas de Nueva Noruega con quien estaba casada.
—¿Así que estás diciendo que tenemos que aguantarnos el uno al otro y sacar lo
mejor de ello?
Geirwolf frunció el ceño.
—Le diste a mis palabras la connotación más severa posible, pero sí, supongo que
eso es lo que digo.
Ella se rió entres dientes suavemente, el brillo regresó a sus propios ojos.
—No quise decirlo tal como me salió, pero gracias por entenderlo.
Geirwolf tomó sus manos otra vez con expresión seria.
—Por favor, Peggy —murmuro—, déjanos empezar otra vez. Dame a mí y a
nuestro matrimonio una oportunidad y te prometo que nunca te defraudaré.
Peggy se mordió el labio y centro la mirada en la de él.
—No lo lamentaras —dijo él suavemente mientras sus labios descendían para
besar su frente—. Te lo juro.

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Jaid black Acosada

Cerró los ojos esperando durante un momento, para tratar de ordenar sus
emociones. Cuando los abrió otra vez vio que Geirwolf la miraba expectante,
esperando su decisión.
Sus pensamientos estaban en tal caos que Peggy terminó por contestarle sin
palabras. Parecía que no podía expresar sus sentimientos en voz alta así que le dijo lo
que necesitaba oír con su cuerpo.
Sin darle más vueltas, Peggy siguió sus instintos y los dejo salir. Girando, levantó
las pieles hasta su cintura, y temblando de frío, se agarró de una pared cercana
exponiéndole su coño desnudo. La excitación golpeó a través de ella con el sonido de
la profunda inspiración de su marido.
—Peggy —dijo Geirwolf pesadamente. Se colocó detrás de ella y se aproximó
palmeando su culo, amasando los dos globos hasta que estos estuvieron bien
calientes. Podía sentir sus ojos devorando su coño, devorando su culo—. Me alegro
de que seas mía.
Cerró los ojos cuando él se bajó los calzones hasta las rodillas y sus pezones se
endurecieron. La sensación de la frialdad del aire golpeando su coño combinándose
con la posesividad que podía sentir en su mirada al perforar su expuesto coño, le
puso mojada y lista para acogerlo.
Pero Geirwolf no la montó. Contempló su coño durante mucho tiempo mientras
sus dedos callosos amasaban sus nalgas, como si memorizara el modo en que su coño
se veía. Y luego suspiró, un sonido sobre el que no estaba muy segura que opinar.
Geirwolf soltó sus nalgas, luego bajo la piel de oso volviéndola a cubrir.
—Quizás soy un tonto sentimental, pero no puedo tomarte así. No ahora. —
Acarició suavemente las nalgas—. No antes de que esté seguro de que realmente me
quieres.
Peggy cerró sus ojos brevemente, atontada por la frustración física y emocional
que sintió ante sus palabras. Sin embargo, no protestó cuando la tomó de la mano y
silenciosamente regresaron a los compartimentos de apareamiento. Supuso que
debería haberse sentido avergonzada por el casi rechazo, pero por extraño que
pareciera, lo respetaba más por ello.

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Capítulo 13

Dos tardes después, Peggy llegó de pasar el día viendo como adiestraban a otras
mujeres y abrió la puerta de su cámara privada. Se encontró a Geirwolf dormido en
la cama con su cuerpo grande atravesado a lo largo del lecho boca arriba. Por lo visto
él había llegado antes que ella esa noche y se había dormido esperando que ella
regresara.
Se mordió el labio. Parecía tan malditamente atractivo ahora mismo, tal vez aún
más sexy que cuando estaba despierto.
Sus ojos se movieron hacia su ingle. Él estaba erecto. Incluso estando dormido
todavía la deseaba.
Peggy cerró los ojos brevemente, sus emociones estaban en guerra dentro de su
mente y su corazón. Su lado «dura como una roca», ese lado que ella había
conseguido por la muerte de su padre y luego otra vez a través de la universidad y
del postgrado, quería mantener a Geirwolf a raya para siempre sólo para demostrar
que… bueno, ella no estaba segura exactamente lo que estaba tratando de demostrar.
¿Qué era fuerte, quizás? Suspiró. Geirwolf le había dicho ya al menos diez veces
cuánto admiraba su fuerza de espíritu. Así que ¿a quién más se lo estaba intentando
probar? Quizás, a sí misma admitió.
Pero el otro lado de Peggy, el lado cariñoso que quería amar y ser amado,
anhelaba tender la mano a este hombre, a su captor… a su esposo.
Él era siempre tan fuerte, pensó con admiración, su mirada se movió sobre las
esculpidas líneas de su cara. Tan fuerte y tan amable…
Desnuda con sus pies recién pintados, y su vello púbico recién depilado, Peggy
descendió su cuerpo en la cama y le bajó los calzones a Geirwolf hasta las rodillas. Su

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erección al instante saltó libre, el grueso pedazo de carne pulsaba mientras ella lo
tomaba en su palma.
—¿Peggy? —dijo Geirwolf suavemente, en tono confuso. Y parpadeó, tratando de
despertarse—. ¿Qué estás… —Inspiró profundamente cuando ella envolvió sus
labios alrededor de la cabeza de su polla, cualquier cosa que hubiera estado a punto
de decir quedó olvidada—. Peggy —murmuró, los dedos de una de sus callosas
manos se enterró a través de su cabello—. Se siente maravilloso, amor.
Su amor.
Peggy cerró los ojos, y se abandonó a sus sentimientos, a sus deseos. Tomó su
polla entera profundamente en la garganta hasta que le tocó las amígdalas.
—Ja —exhaló él, sus músculos se endurecieron mientras enroscaba los mechones
de su pelo cobrizo alrededor de su mano—. Sí.
Ella chupó febrilmente, su boca y labios subían y bajaban a través de la longitud
de su polla dura como el acero, succionando con golpeteos. El sonido de la saliva
encontrándose con la carne competía con el sonido de su esposo al tomar aliento.
—Ja —rechinó él, su voz sonaba medio delirante cuando posesivamente ciñó el
agarre en su pelo—. Sug kuken min —dijo con voz ronca, demasiado fuera de sí para
hablar en inglés. Chupa mi polla.
Peggy lo chupó como un animal hambriento, su boca trabajando furiosamente
arriba y abajo de la cabeza y el eje. Ella dio rienda suelta a sus dedos mientras lo
chupaba, masajeando el saco que descansaba apretadamente contra su ingle.
Sus gemidos se hicieron más fuertes cuando ella lo tomó más rápido, más
profundo, más duro, más rápido, más duro, más profundo…
—Peggy —gimió, sus músculos estaban tensos y sus ojos cerrados—. Mi Peggy…
Geirwolf se corrió con un fuerte gemido, apretando su mandíbula y rechinando
los dientes. Expulsó a chorros su semen ardiente en su boca mientras su cuerpo
entero se estremecía y convulsionaba, gimiendo mientras ella terminaba de bebérsela
toda.

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Peggy hizo un movimiento de succión con sus labios una última vez, agotando
cualquier gotita restante de la cabeza. La tragó y luego alzó su mirada hacia él con
expresión vulnerable.
¿Actuaría él con suficiencia por lo mucho que había cedido ella? ¿Se comportaría
con arrogancia, sabiendo, como él sabía, el poder que ejercía sobre ella?
—Gracias —murmuró él con voz humilde. Sus lobunos ojos azules parecían de
todo menos presuntuosos y arrogantes. Parecían agradecidos. Y en paz—. Fue un
regalo precioso el que me diste.
Peggy parpadeó, sus ojos se llenaron de lágrimas.
—Yo... yo estoy asustada —dijo ella en voz baja—. Estoy tan asustada.
Los ojos de Geirwolf se suavizaron.
—Lo sé, nena. —Él alargó sus manos y tiró de ella hacia abajo para que así
descansara encima de su pecho. La beso la cabeza mientras sus manos acariciaban
suavemente su espalda—. Lo sé.

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Capítulo 14

Una semana después

Los pensamientos de Geirwolf estaban confusos cuando caminó hacia los


compartimentos de apareamiento. No había tocado a Peggy de un modo sexual por
la noche desde hacía casi una semana, ya que quería que fuera a él cuando estuviera
lista. O al menos por ahora, se mentalizó, hasta que sus miedos hubieran sido
apaciguados.
Pero cada noche era peor. Cada noche se hacía más y más difícil resistir la
tentación de enterrar su rígida polla en su cálido, flexible coño o en su talentosa,
caliente boca... sobre todo ahora que sabía cómo ambos le hacían sentir. No tenía idea
de cómo o si conseguiría pasar una noche más a solas con ella. También sabía, sin
embargo, que no quería asustarla, por lo que tenía que encontrar un modo de pasar
la noche tanto si ella quería tener sexo con él como sino.
Geirwolf no quería ser un arrogante autócrata que tenía lo que quería cuando
quería, las consecuencias eran detestables. Su padre había sido de esa manera la
primera vez que su madre había sido robada, y si el chisme de su abuela podía ser
creído (que por lo general podía) le había costado a la esposa del Jarl un total de
cuatro años aceptar su lugar al lado de él. Cuatro años era una barbaridad de tiempo,
mucho más del que Geirwolf quería perder con la ambivalencia de sentimientos de
Peggy hacia él.
Por eso Geirwolf se había contenido, no queriendo cometer los mismos errores que
su padre había hecho con su madre. La anciana pareja era feliz ahora, sí pero esa
felicidad había tenido un precio de cuatro años que nunca podrían recuperar.

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Jaid black Acosada

La semana pasada con Peggy había sido maravillosa en todos los aspectos excepto
en el sexual. Se estaban convirtiendo en amigos, que era algo que él nunca había
experimentado antes con una mujer. Incluso se sintió cómodo compartiendo sus
sentimientos con ella, que era algo que nunca había experimentado antes con una
mujer o un hombre.
Geirwolf había sido educado para ser estoico y distante, pero en una semana
Peggy había logrado penetrar todos los muros que había pasado toda una vida
construyendo. Había sido educado para ser autocrático y dominante, sin embargo, la
mera visión de su esposa le hacía tener tiernos sentimientos con los que no se sentía
completamente cómodo.
La quería a ella más de lo que nunca había querido a alguien o algo en su vida.
Estaba listo para aparearse, y con treinta y cuatro años había pasado de lejos la
edad que la mayoría de los guerreros alcanzaban antes de tomar una novia. Todos
estos años se había contenido, cazando una y otra vez buscando una mujer que le
proporcionara el sentimiento adecuado. Peggy era esa mujer, estaba seguro de ello.
La había vigilado de lejos durante semanas, estudiando la forma en que
interactuaba con los demás, estudiando cada cosa que había que saber sobre ella.
Admiraba su agudo intelecto, admiraba su independencia, su espíritu aventurero,
admirando también la belleza de su exuberante y lujuriosa figura. Había sabido en el
momento en que puso los ojos en ella en el extranjero Barrow que era única. Las
semanas que había pasado estudiándola sólo lo habían confirmado.
La imagen de Peggy, desnuda y queriéndolo a él de propia voluntad, pasó por la
mente de Geirwolf de nuevo. Suspiró consciente de que esto se lo estaba creando él
mismo para caer en una fantasía sobre una intimidad que ella aún no estaba
preparada para sentir, pero no veía como podría ayudarse a sí mismo.
Ya estaba enamorado de ella. Comenzaba a preguntarse si ella se enamoraría
alguna vez de él.
Geirwolf caminó estoicamente hacia los compartimentos de apareamiento,
dándose cuenta que al final la respuesta a esa pregunta no importaba. Estaban
casados. Siempre lo estarían. Peggy siempre le pertenecería, aun si su amor nunca
fuera correspondido.

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Jaid black Acosada

Apretó la mandíbula cuando consideró el hecho de que era posible que su esposa
nunca lo quisiera. Rezó a los dioses que ese no fuera el caso, pero sabía que tenía que
prepararse para ese resultado.
Geirwolf se dispuso a abrir la puerta del compartimiento privado de Peggy,
esperando encontrarla ya dormida puesto que él venía más tarde de lo habitual. Su
mano se quedó quieta en el pestillo cuando el sonido de suaves gemidos procedentes
del otro lado de la puerta llegó a sus oídos. Aturdido, se quedó ahí de pie en estado
de shock durante un dramático momento antes de que una caliente y devoradora
posesividad lo recorriera.
Ella tiene un amante. Mi mujer me está engañando...
Furioso y dispuesto a matar a quien fuera que estuviera follando con ella,
Geirwolf empujó la pesada puerta abriéndola con toda su fuerza, haciendo que ésta
se estrellase contra la pared de tierra. Los latidos de su corazón golpeando como un
loco, la adrenalina corriendo por su sangre, él anduvo dentro del cuarto débilmente
iluminado, el sonido de la puerta estrellándose al cerrarse detrás de él llenando la
pequeña habitación.
—¡Qué —bramó—, está pasando en… !
Su cuerpo se apaciguó cuando sus ojos se ajustaron a la débil luz de la única
antorcha encendida en la habitación. Se tragó el nudo que rápidamente se le había
formado en la garganta cuando vio a Peggy masturbarse boca arriba, sus dedos
deslizándose sobre su erecto, resbaladizo clítoris mientras ella se mecía hacia delante
y hacia atrás en una lenta ondulación.
—Te quiero —susurró. Sus ojos estaban cerrados. Su voz sonaba cansada, un poco
desalentada—. Estoy harta de luchar contra esto —dijo con voz ronca.
La mente de Geirwolf se percató entonces que ningún otro hombre había follado a
su esposa, sin embargo su cuerpo aún bombeando lleno de primitiva adrenalina, no
se había puesto al corriente completamente. Su respiración era dificultosa, una
actitud posesiva lo inundaba. Ella estaba expuesta en la cama de apareamiento con
las piernas completamente separadas para que él la tomara.
Reaccionando instintivamente, llegó hasta ella de forma territorial, bajándose los
calzones hasta las rodillas cuando se quedó plantado ante los pies de la cama. La

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agarró de los muslos y los separó sin miramientos entrando en su húmeda carne sin
ceremonia e introduciéndose hasta la empuñadora con una violenta estocada.
—Fitta mi —siseó él, con los dientes apretados—. Mi coño.
Peggy jadeó cuando Geirwolf empujó dentro de ella, luego jadeó otra vez cuando
él cubrió con sus manos sus pechos y comenzó a montar su cuerpo con fuerza. Su
marido tenía un aspecto amenazador cada día, pero esta noche parecía total y
absolutamente peligroso, pensó. El tatuaje del dragón que serpenteaba subiendo por
su brazo izquierdo parecía moverse mientras sus músculos se flexionaban con sus
empujes.
—Más rápido —le instó ella. Le habían dado una semana para ordenar sus
sentimientos y ahora lo quería tan intensamente que incluso sus fosas nasales se
ensancharon—. Fóllame más duro.
Erguido ante ella a los pies de la cama con sus callosas manos separando
completamente sus piernas, Geirwolf le dio lo que ella quería, tan duro como lo
quería. Sus dedos se clavaron en la carne de sus muslos y su mandíbula se apretó con
vehemencia mientras enterraba su rígida polla dentro de su coño, de nuevo, una y
otra vez.
—Oh Dios —gimió Peggy con su cabeza caída hacia atrás y su espalda arqueada.
Ella podía oír el sonido de su húmeda carne al entrar en contacto, el sonido de su
coño succionándolo de vuelta con cada movimiento ascendente—. Oh Dios.
—Córrete para mí —dijo Geirwolf arrastrando la voz. Hizo girar sus caderas y se
incrustó en su coño más duramente. Sus dedos se clavaron afianzándose más en sus
muslos mientras incrementaba el ritmo, follándola con movimientos rápidos,
despiadados—. Ahora.
Peggy echó un vistazo abajo entre sus piernas, mirando como la polla de su
marido se incrustaba en su carne una y otra vez. La visión de su cuerpo
marcadamente musculoso manteniendo inmovilizado su, en comparación, cuerpo
más pequeño delante de él mientras sus caderas empujaban hacia delante y hacia
atrás, mientras él golpeaba con dureza dentro de ella, era la cosa más erótica en la
que había puesto alguna vez sus ojos. Se corrió con un fuerte gemido, su espalda se
arqueó y sus ojos se cerraron.

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—Oh Dios. —Su cabeza cayó hacia atrás en las almohadas, con sus pezones rígidos
hasta el dolor, su cuerpo convulsionándose—. Oh, Dios mío.
Geirwolf la folló aún más duro entonces, la vena de su yugular sobresaliendo.
—Mi coño —dijo con voz arrastrada una y otra vez como si eso fuera un mantra—.
Mío.
Fue primitivo con ella entonces, bombeando dentro y fuera en ella, con rápidos y
violentos empujes. La folló como si la estuviera marcando, al igual que un animal
que marca su territorio.
Geirwolf empaló su coño de nuevo, una y otra vez. La transpiración moteaba su
frente y sus músculos se apretaban tensamente mientras su cuerpo se preparaba para
el orgasmo. La mirada de placer en su cara, esa expresión que tan estrechamente se
parecía al dolor, mantenía a Peggy embelesada una vez más mientras él se enterraba
en ella hasta la empuñadura en una serie de rápidos y profundos golpes.
—Tú eres mía, Peggy —gruñó él, apretando los dientes—. Toda mía.
Terminó con un fuerte gemido, su cuerpo convulsionándose mientras
violentamente alcanzaba el clímax en su coño. Ella alzaba sus caderas hacia él todo el
tiempo, utilizando el movimiento para sorber todo el semen de su polla con su coño.
Y mantuvo el rápido y furioso movimiento ascendente durante unos treinta
segundos completos, sin descansar hasta que él se derrumbó encima de ella con un
gemido, agotado y satisfecho.
Pasó un buen rato hasta que cualquiera de ellos habló. Simplemente yacieron ahí,
agarrados el uno al otro como si el mundo se hubiera vuelto loco y fueran el uno
para el otro como un bote salvavidas hacia la cordura. Pero por otro lado, quizás lo
fueran.
—Te amo, Peggy —confesó Geirwolf. La dio un suave besó primero en uno de sus
tiesos pezones y luego en sus labios—. He esperado toda mi vida para encontrarte —
murmuró—. Y espero que un día, pronto, tú llegues a enamorarte de mí.
Peggy pasó sus dedos a través de su sedoso cabello rubio como el sol.
—Eso es suponiendo que no lo esté ya —le susurró. Suspiró—. Y nunca debes
asumir nada.

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Capítulo 15

Dos meses después

Habían sido dos largos meses. La vida en los compartimentos de apareamiento


era, después de todo, más bien aburrida y monótona. No había mucho que hacer una
vez que el adiestramiento estaba completado... aparte de mirar a otras aterrorizadas
mujeres ser adiestradas durante días, después esperar a que tu marido viniera a por
ti por la noche. Y oh, cómo había llegado a desear las noches...
Geirwolf era, a falta de una expresión mejor, el mejor polvo de la tierra. Era atento
y poseía una gran resistencia y también había, pensó con una pequeña sonrisa,
resultado tener fijación oral... un hecho sobre el que Peggy nunca se quejaría.
Pero era más que el sexo. También era la conversación. Hablaban mucho, ella y
Geirwolf. Sobre todo y nada. Sobre lo nimio y lo importante. Pero sobre todo
hablaban de cómo serían sus vidas cuando estuviera embarazada y dejara el
compartimento de apareamiento.
Anduvo hacia su cámara privada, sabiendo que Geirwolf vendría a por ella
pronto, recordando la conversación que habían tenido la última noche.
—No puedo negar que me estoy enamorada profundamente de ti, Wolf —dijo Peggy, la
mano acariciando distraídamente su pecho—. Pero tampoco puedo negar el hecho de que mi
trabajo con el Inupiat es importante para mí. O el hecho que si me llego a quedar embarazada,
querría que mi madre pudiera ver a su único nieto.

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—Peggy —suspiró—. Desearía que hubiera un modo de concederte tus deseos. Sin
embargo mi gente literalmente me mataría si intentara sacarte de Nueva Noruega,
aunque sólo fuera por una semana o dos.
—Pero Wolf…
Él sostuvo un dedo sobre su boca.
—El modo en que nuestra gente ha sobrevivido todos estos años es por seguir
siendo unos desconocidos para el mundo exterior. Nadie que venga aquí, nadie,
tiene permitido irse una vez a puesto sus ojos en Nueva Noruega a no ser que sea
para unirse a los dioses. —Suspiró—. No puedo decir que me arrepienta de que seas
mía, pero ¿qué puedo hacer?
Peggy cerró los ojos, se le hundió el corazón.
—Nada, supongo —susurró.
Geirwolf situó su mano en la polla erecta. Quería tener sexo de nuevo, cualquier
idiota podría entenderlo, a pesar de eso contrariamente sus pensamientos parecían
estar muy lejos. Las siguientes palabras lo confirmaron.
—Los sacerdotes que sirven como intermediarios de los dioses han declarado
durante mil años que tenemos que vivir bajo tierra —murmuró.
La cabeza de Peggy se alzó.
—¿Por qué? —preguntó, sinceramente interesada.
—Visiones que habían tenido. Visiones de una tierra futura donde las mujeres son
escasas.
Sus ojos se achicaron.
—Eso es fascinante —dijo sinceramente. Era siempre la antropóloga, siempre
interesada en mitos y leyendas—. Así que creen que manteniéndose bajo el suelo…
—…nuestra gente nunca sufrirá esta hambruna de hembras —terminó Geirwolf—.
Por ello continuamos engendrando el número de mujeres que los dioses planearon,
en vez de volvernos como los depravados que viven sobre el suelo.

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Jaid black Acosada

Peggy rumió sobre ello, intrigada por las profecías que habían alimentado la
invención de esta cultura hacía miles de años.
—Interesante —murmuró.
Y, una vez más, Peggy había abandonado el tema de su carrera y su madre. Pero
incluso cuando había cedido también se había dado cuenta que, inevitablemente, el
tema regresaría de nuevo. Como esta noche.
Peggy suspiró mientras se dejaba caer en la cama. Tenía un montón de
sentimientos nadando por su cerebro, todos ellos provenían del conocimiento de que
estaba embarazada.
Embarazada, pensó con su corazón palpitando. Estaba pero bien embarazada. Ivara
le había dado las excitantes noticias esta mañana después de haberse hecho algún
aparentemente primitivo, aunque altamente certero, test. A estas alturas incluso
Geirwolf debía saberlo, meditó. Entonces ¿cómo se sentía ella al respecto?
Peggy se pasó los dedos por el pelo, haciéndose esa pregunta un millón de veces
desde que le habían dado la noticia de que estaba a punto de dejar los
compartimentos de apareamiento al día siguiente e ir con Geirwolf a su hogar. Por
un lado estaba eufórica, no sólo porque iba a dejar el aburrido compartimento, sino
también porque estaba encantada con la idea de tener un bebé.
Y no sólo el bebé de cualquier hombre, Peggy… el bebé de Geirwolf.
Geirwolf. Ella le quería… estaba enamorada de él. Se había metido bajo su piel
justo como había sabido que haría y le había robado el corazón junto con su cuerpo.
Y, como Geirwolf había predicho una vez, ahora ella alzaba las manos hacia él por
las noches, queriendo que la abrazara, que la amara.
Peggy se mordió el labio inferior, sus pensamientos hechos un lío. Por un lado
estaba eufórica por estar embarazada, por otro lado estaba aterrorizada. Estando
embarazada, después de todo, hacía que su vida en Nueva Noruega pareciera más…
real. Más real y más permanente. Ahora era auténticamente de Nueva Noruega, una
pareja completa para el hombre que algún día gobernaría a la gente de aquí. No sabía
cómo sentirse sobre ello.

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Estar embarazada también significaba algo más, algo que hacía que se le llenaran
los ojos de lágrimas pensando sobre la realidad de esto…
Estar embarazada significaba pasar por el parto, y después a través de las alegrías
y penas de la maternidad, sin compartir las experiencias con su propia madre. Sabía
que a Geirwolf no le gustaba hablar sobre esas cosas porque se sentía como si tuviera
las manos atadas en lo que a su madre concernía, aun así Peggy sabía que una gran
tristeza viviría siempre dentro de ella sin su madre en su vida.
Al crecer, su familia había poseído poco dinero pero mucho amor. Su madre se
había buscado dos trabajos después de que su padre hubiera muerto sólo para
conservar comida en la mesa y una casa sobre sus cabezas. También se había partido
el culo trabajando para que Peggy fuera a la universidad. El hecho de que estuviera
tan cerca de convertirse en una Doctora en Filosofía era un motivo de orgullo que su
madre parloteaba con cualquiera que escuchara… incluso a aquellos que no
escuchaban.
Peggy sonrió, sobrecogiéndole la nostalgia siempre que recordaba a su madre.
¿Cómo podría estar totalmente en paz, pensó, cuando su madre nunca posaría sus
ojos en su único nieto?
—Hola pequeña mami.
Peggy alzó la mirada desde donde estaba sentada en la cama a un Geirwolf
sonriente. Sus ojos se iluminaron cuando le vio, como siempre lo hacían. Estaba
sosteniendo un regalo envuelto en un suave cobertor, el cual sólo podía asumir que
estaba destinado a ella. Suponía que el regalo eran probablemente los brazaletes de
oro que se les daba a las mujeres para llevar cuando dejaban los compartimentos de
apareamiento.
—Hola.
Los ojos de Geirwolf se achicaron. Su mirada pasó sobre su cuerpo desnudo y
entonces de vuelta a su cara.
—Estás… diferente hoy. —Su expresión era estoica como siempre, aun así la
incertidumbre merodeaba sus ojos azules de lobo—. No tan feliz como esperaba que
estuvieras —murmuró.

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—¡No… no! ¡Estoy muy feliz! —le aseguró rápidamente. Se encogió de hombros,
mirando a otro lado—. Sólo que no completamente feliz si sabes a lo que me refiero.
—¿Tu madre?
Asintió.
—Si.
Suspiró mientras se sentaba cerca de ella en la cama. Estuvo callado durante un
momento, pero después dijo:
—Quiero que estés completamente feliz con respecto a este bebé… nuestro bebé.
Hicimos juntos este bebé y él o ella se merece nuestra devoción.
—Oh, Wolf eso lo sé —Peggy meneó la cabeza—. ¿Cómo puedes pensar que yo…?
Él posó un dedo calloso sobre sus labios.
—No pienso eso. —Sonrió—. Pero quiero que seas feliz. —Suspiró como un
mártir, mascullando algo sobre las nefastas profundidades en las que un hombre se
hundiría por su mujer—. Tu madre… ¿es viuda?
—Pues sí. —La frente de Peggy se arrugó—. ¿Por qué?
—Sólo necesitaba estar seguro —murmuró.
Peggy jadeó.
—¿Vas a robarla?
—Sí —dijo sin disculparse—. Ya que esta es la única forma de que seas feliz.
No sabía si llorar o reír.
—¿Robarla? —susurró para sí, los sentimientos a toda velocidad.
El pensamiento de su madre viniendo a vivir aquí (¡y siendo forzada a andar por
ahí desnuda por el amor de Dios!) competían en su mente con el pensamiento de su
madre limpiando las casas de gente rica cada día, todo el día para llegar a fin de mes.
Y, peor aún, creyendo que su única hija estaba muerta…
—Hazlo —murmuró Peggy, deseando estar tomando la decisión correcta. Su
madre era una mujer hermosa. Los guerreros de aquí estarían poniéndose las

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zancadillas para conseguirla—. Sólo prométeme que no terminará en las Comunes o


en el Calabozo de la Vergüenza. —Se le ensancharon las fosas nasales—. Lo digo en
serio.
Geirwolf pestañeó.
—¿Por qué no le gustarían las Comunes? Y ¿Qué narices es un Calabozo de la
Vergüenza?
Peggy se enfadó.
—No te hagas el ignorante. Ivara nos llevó a ambos lugares y sé lo que son.
Geirwolf sonrió lentamente. Estaba empezando a ocurrírsele cómo era que Ivara
era capaz de romper la resistencia de las novias en cuestión de horas. Las mentía.
—Ilumíname.
Peggy le contó sobre su experiencia en las Comunes y sobre cómo los hombres ahí
tocaban a cualquier mujer que querían. Le contó sobre el demonio de ojos azules que
la había colocado sobre su regazo y le había dado un susto de muerte. (Geirwolf
tendría una larga charla con su hermano el demonio de ojos azules). Y entonces le
contó acerca de las mujeres que habían estado colgando en jaulas en el Calabozo de
la Vergüenza, abiertas de brazos y piernas para el uso de cualquier hombre que las
quisiera. Cuando había terminado de hablar, para su descontento, Geirwolf estaba
riendo tan fuerte que tenía lágrimas en los ojos.
—¿Cómo puedes reírte de eso? —chilló Peggy—. ¡Es deplorable! —Esta era la
primera vez que le había visto reír y tenía que admitir que lo hacía de un modo sexy.
Geirwolf sonrió de oreja a oreja mientras sentaba su cuerpo desnudo en su regazo.
—Todo eso eran mentiras que Ivara se inventó. De verdad, el Calabozo de la
Vergüenza ni siquiera existe. —Rió entre dientes de nuevo—. Cogería a algunas de
sus amigas viudas para estas pequeñas actuaciones con el fin de asustar a las novias
para que cedieran. —Alzó una ceja—. Bastante ingenioso si me lo preguntas.
Peggy arrugó la frente.
—No puedo creer que fuera engañada con eso.
—Me alegro que lo fueras —bromeó—. Me moría por criar contigo.

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Meneó la cabeza, pero no pudo evitar sonreír ampliamente ante eso.


—¿Y las Comunes?
La expresión de Geirwolf se volvió seria.
—Es un lugar real, pero nada no consensuado sucede allí. —Se encogió de
hombros—. Sólo las viudas no atadas a ningún guerrero tienen permiso para ir allí.
Es un lugar donde ellas pueden hacer cualquier cosa que quieran, sembrar su avena
silvestre por así decirlo, antes de asentarse con otro guerrero.
—¿Es por lo que su vello púbico está afeitado? ¿Eso significa que son viudas?
—Ja… sí.
Peggy rumió sobre ello por un momento. Suponía que todo tenía sentido. Las
hembras con las que había estado adiestrándose que habían sido nativas de Nueva
Noruega no habían sabido sobre que sucedía en tal lugar porque eran demasiado
jóvenes para saberlo, así que eso explicaba su miedo tan parecido al de las que no
eran nativas.
Puso los ojos en blanco y suspiró.
—Ivara es una inventora inteligente, la concedo eso.
Geirwolf rió entre dientes ante eso.
—Así parece. —Quitó a Peggy de su regazo y se levantó—. Ven. Podemos discutir
esto después de que te saquemos fuera de este maldito compartimento de
apareamiento. He estado esperándote para que seas trasladada a nuestro hogar por
lo que parece un año.
Peggy sonrió, su oscuro, acento meditabundo sonaba más sexy que nunca.
—Yo también. —No podía esperar a dejar el compartimento. Quería descubrir si
Michelle se había establecido bien, quería ver a su madre, y admitió, quería estar con
su marido a tiempo completo.
El cuerpo de Geirwolf se endureció. Sus ojos buscando los de ella.
—¿Estás realmente feliz con lo del bebé? —murmuró.

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—Oh, sí. —Sonrió ampliamente, entonces suavemente palmeó su tripita—. No


puedo esperar a tener tu bebé, Wolf. Deseo que sea una niña para que así pueda
hacer de tu vida un infierno.
Él sonrió ante eso.
—No me importaría —dijo suavemente—. La amaré. Como te amo a ti.
Peggy se pudo de puntillas y besó la punta de su nariz.
—Me alegro de que me ames. —Sonrió—. Porque yo también te amo.

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Epílogo

5 Años después…

Peggy Brannigan Valkraad había vivido una vida encantadora hasta ahora, una
vida que parecía volverse más y más encantadora cada día. Cinco años y dos niños
más tarde, Geirwolf y ella estaban más satisfechos de lo que hubieran soñado.
—¿Piensas que tendrás finalmente una niña? —preguntó Michelle con una sonrisa
mientras su mano acariciaba distraídamente su propio vientre redondo. Michelle
estaba embarazada de su cuarto hijo y Peggy de su tercero.
Peggy sonrió abiertamente mientras caminaban juntas hacia los puestos de
trueque.
—Espero que sí. Naturalmente, Wolf prometió a su hermano Bjorn que si éste era
un chico lo llamaríamos como él ya que llamamos a nuestros dos primeros hijos
como su padre y su hermano mayor.
—Aevar y Arne son pequeños bribones. No estoy segura de que necesites incluir
otro macho Valkrrad en sus filas —le tomó el pelo Michelle.
Peggy rió entre dientes.
—Bastante cierto. Mi madre y yo esperamos una chica esta vez.
—A todo esto, ¿Cómo esta tu mamá? —preguntó Michelle mientras caminaban
dentro de la cueva del tendero.
—¡Estupenda! —dijo Peggy felizmente. Recordó cuando su madre había llegado
por primera vez a Nueva Noruega hacía poco más de cuatro años, justo antes de

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haber dado a luz a Arne. Su madre había caído casi inmediatamente por el tío de
Geirwolf, aunque habían tenido que presionarla para que lo admitiera. Pero eso era
otra historia—. Está embarazada ¿sabes? —Peggy sonrió abiertamente—. ¡Voy a ser
una hermana de nuevo!
Michelle jadeó.
—¡Nadie me lo dijo! ¡Esto es genial!
—Sí. —Peggy se rió—. Aunque mamá todavía jura que ella es demasiado vieja
para estar pariendo bebés como una salvaje. Ya sabes, sin anestesia.
Las dos amigas rieron, luego se aventuraron más adentro de la cueva del tendero.
Peggy descubrió a Geirwolf casi inmediatamente, sus dos pequeños sentados sobre
sus amplios hombros, indicando los comestibles que querían.
Peggy rió cuando los azules ojos de lobo de su marido encontraron su mirada.
Habían pasado alrededor de cinco años y se sentía más atraída por él ahora que
entonces.
—¿Necesitas ayuda, tipo grande? —bromeó.
Geirwolf le guiñó un ojo.
—Mejor que lo creas. Estos dos pequeños guerreros quieren todo lo que ven.
Cerdos, ambos.
Ella rió entre dientes ante esto. Se giró hacia Michelle y la abrazó en despedida,
prometiendo visitar la caverna de ella y de Ragnar esa noche para jugar a las cartas
después de que los chicos se fueran a la cama.
Los ojos de Peggy volaron en el exterior desde la cueva del tendero hacia la puerta
de piedra cubierta por hielo que se encontraba a pocos metros de distancia,
ocultando Nueva Noruega del resto del mundo. Sonrió con nostalgia, recordando el
día no demasiado lejano cuando había sido traída a su hogar por ese mismísimo
portal.
—¿Vienes, mi amor? —pregunto Geirwolf desde atrás—. Quiero cambiar este pan.
¿Qué piensas?
Peggy se volvió sobre sus pies pintados, olvidando la puerta cubierta por hielo.

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—Pienso que te amo —murmuró ella. Riéndose ante su rubor—. Más y más cada
día.
—Yo también te amo —dijo Geirwolf suavemente, bajando los labios para rozarlos
contra los suyos—. Y te mostraré cuánto esta noche.
Peggy suspiró contenta con una sonrisa soñadora mientras él entrelazaba sus
dedos con los suyos. Geirwolf y Peggy Valkraad caminaron de la mano de vuelta al
interior de la cueva del tendero con sus dos hijos felizmente sentados sobre los
hombros de su padre.

Fin

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