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El autor nos dibuja con un lenguaje sencillo e irónico una ciudad inhóspita, degradada y oscura que

influye en sus habitantes de forma violenta. Es en los arrabales madrileños por donde discurre la vida
de Manuel, el protagonista de la novela, personaje que se encuentra desamparado en todo momento.
Tal es así, que el propio autor señala en varias ocasiones que la desorientación del protagonista le
impide poner remedio a la situación en la que se encuentra. Podemos decir que estamos ante un
personaje itinerante sumido en la indecisión que en su errar -porque otra cosa no es- permite al autor
dar entrada a una diversa tipología de personajes secundarios y ambientes para radiografiar la baja
sociedad madrileña de principios de siglo. El resultado es un deprimente cuadro social en donde no
parece haber esperanza para el protagonista y su caída es inevitable. No es fácil, en todo caso,
soslayar el fracaso para estos personajes que dibujan el triste y angustioso panorama social de la
obra, pues han de sacrificar todo lo que tienen para intentar salir adelante. Hay que destacar que Pío
Baroja quiso ser, ante todo, objetivo y persigue que la objetividad predomine en toda la novela, pero,
como vuelve a decir el nieto del autor, La busca no es un seco reportaje o documento pues Manuel, el
protagonista, opta finalmente por apartarse del mundo del hampa para ‘buscar la amistad de los
hombres ordenados’ que han dado la espalda a la marginalidad, a la delincuencia y a la prostitución.

Como señala Ángel Basanta, La busca es la novela del abandono, del dolor y la miseria de los
suburbios madrileños y supone un precedente de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos. A pesar de
las críticas que la obra ha recibido a lo largo del tiempo, considero que La busca es, junto con El árbol
de la ciencia, una de las mejores novelas de Pío Baroja. Es una de esas novelas imprescindibles que
ayudarán, indudablemente, a formarnos como personas.

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9. Interpretación 
La busca es una novela profunda e incitadora a la reflexión. Resulta paradójico que una trama no
muy complicada, con un relato aparentemente esperable, muy apegado a la vida cotidiana de la
época, guarde en su interior una carga de pensamiento tan honda e incisiva. Baroja, como todo
buen novelista, no escribe primero ni principalmente para divertir o entretener, sino para crear
mundos de ficción que induzcan al lector cuestiones importantes de orden existencial y moral. 
La novela que comentamos plantea una reflexión sombría sobre el estado de la sociedad española
de finales del siglo XIX. Toca los aspectos materiales, la injusticia social, el hambre de mucha
gente, la falta de educación, la violencia moral y física ejercida por unos y otros, especialmente por
los matones, en general de baja extracción social. El destino del niño Manuel depende casi
enteramente de sus solas fuerzas y de su libre albedrío, que bien se puede inclinar por el mal y la
amoralidad con tal de satisfacer sus instintos más primarios de placer y diversión. Es un chico
noble, con buena madera, pero en un ambiente muy podrido y hostil al recto desarrollo de las
personas. Los esfuerzos de su madre, de su tío Ignacio y de Custodio por sustraerlo a la vida de
randa se ven muy comprometidos por la pobreza y la fuerza de un ambiente estólido y brutal. 
La novela queda abierta en su final. Manuel puede elegir el camino que desee, pero queda claro
que, al menos, comprende lo que tiene ante sí y el serio y persistente esfuerzo que se espera de él
si quiere vivir una vida consistente moral y materialmente considerada. Baroja nos pinta un cuadro
madrileño duro y violento, como exigiendo una respuesta, aunque él mismo parece desistir de ver
una solución. 
 

Característico de esta obra es el realismo con el que describe los ambientes y las situaciones.
Probablemente Baroja hizo esto con la intención de poner de manifiesto clara y verídicamente el
mal de la sociedad madrileña del hampa. Este realismo lo marca de dos formas: una impresionista
y otra expresionista. Por esto a veces hace una degradación del léxico mediante la ironía,
utilizándola a la inversa, o sea llamando dama a una prostituta y palacio a una barraca, etc. Otras
veces rompe la lógica de las frases. Se sirve de contradicciones ideológicas, degradaciones de
conceptos e ironiza en cierto modo la degeneración nacional.

Abundan las anáforas y utiliza muchos adjetivos con matices de sordidez. Aparece mucho el
estiló indirecto. Hay párrafos en los que relata en primera persona. Mediante el asíndeton da más
agilidad, vivacidad y rapidez a la narración.

También se observa la utilización de figuras nominales de verbos. Usa poco la técnica


impresionista, pero,en cambio utiliza con frecuencia la expresionista. A los personajes no los pinta
individualmente, sino que los pinta en grupos a fin diferenciar claramente los rasgos. Pinta un
grupo informe, donde las caras aparecen hinchadas y sin rasgos definidos. Pinta montones
informes

El autor hace gala de un gran realismo. En la novela se hace palpable, se materializa la miseria, la
suciedad y la pobreza en la que se hallan inmersos tanto el protagonista como los personajes que le
rodean. Este ambiente sórdido se mantiene a lo largo de toda la novela y en determinados
momentos se agudiza, como en la escena de la cueva, en la que se refugian los malhechores y
vagabundos, o en la escena del trapero. Además de los adjetivos, Baroja recurre al uso de
sustantivos para describir la situación de miseria. Así: lodo, polvo. sombra, suburbios, etc. No
obstante abundan mucho más los adjetivos.Toda la novela despide un olor macilento a pobreza y
miseria, una miseria que llega a hacerse palpable, en la que llega a sentirse sumergido el lector. El
ambiente también se podría definir como sombrío. Observamos como los personajes, inmersos en
la pobreza, no tienen posibilidad alguna de salir de ella.

arece claro que Baroja, aún sin un plan prefijado, tenía el proyecto de esbozar un amplio fresco
de la sociedad madrileña, aunque luego se centró en el inframundo de los mendigos y
delincuentes, en las gentes humildes y en el despertar de las reivindicaciones obreras. Muchos
años después al evocar sus primeros pasos como escritor, dice Baroja: “El convivir durante
algunos años con obreros, panaderos (…) el tener que acudir a veces a la taberna para llamar a un
trabajador (…), me impulsó a curiosear en los barrios bajos de Madrid, a pasear por las afueras y
a escribir sobre la gente que está al margen de la sociedad”2. Y añadía Baroja que este tipo de
literatura se encuentra en la novela picaresca, en Dickens, en la novela folletinesca francesa de
los “bas fonds” (“Los misterios de París” de E. Sue).
Y que la trilogía debía tener muchos personajes es algo que Baroja debió tener claro antes de
comenzar, como se desprende de estas palabras del prólogo aparecido en el “El Globo”:”Los tipos
que no tenga los inventaré. Los procedimientos son fáciles; por ejemplo reúno el mal humor de
uno con la avaricia del otro y la cazurrería del de más allá y hago un tipo(…). Veo un señor
glotón, gordo y bastante bruto, pues de ese señor hago tres señores, uno glotón, otro gordo, y
otro bastante bruto”3. Además Baroja mostró siempre una gran afición a la pintura de tipos
singulares y éstos con sus vidas sombrías constituyen el fondo donde transcurren los años de
adolescencia y juventud de Manuel Alcázar, desde su llegada a Madrid, hacia 1888, hasta 1902,
cuando es dueño de una imprenta y acaba de casarse con la Salvadora.

En cuanto al estilo, Baroja halla en “La busca” un estilo propio y original, después de algunas
tentativas en sus novelas anteriores y lo mantendrá en lo esencial en su producción posterior.
Pero no se trata de un hallazgo casual, sino del resultado de un esfuerzo consciente. En un
artículo de 1903 decía:”Para mí lo primero (…) es que el escritor escriba con espontaneidad, con
personalidad (…)El escritor debe echar mano de todo, de neologismos, giros extranjeros. Este
será el escritor moderno, y si sabe emplear los recursos bien tendrá estilo, será escritor y artista”
(OC. VIII,847).
El estilo de “La busca” se basa en las frases y párrafos cortos y en las construcciones coordinadas,
que en la época se consideraban novedosos y hasta poco elegantes. Predomina un estilo sobrio y
conciso con algunas concesiones a la ironía como sucede con el pasaje de los tres relojes con que
se inicia la novela (I, 1,13). También muestra un estilo irónico en un párrafo en el que parodia el
estilo folletinesco, lleno de retórica, pero renuncia a él: “ y sigo con mi cuento en un lenguaje
más chabacano” (II, 1,45)

Las descripciones son abundantes. Sin romper el ritmo de la narración introducen enumeraciones


de detalles de los personajes, ambientes o paisajes. Baroja describe el aspecto físico y el
carácter de los personajes. Concede mucha importancia a la expresión del rostro. La degradación
física y moral de los marginados puede leerse en sus rostros:”¡Qué pocas caras humanas hay entre
los hombres! En estos miserables no se lee más que la suspicacia (…), la mala intención” (II,3,66).
En “La busca” hay numerosos retratos donde los personajes se animalizan. “La cara del Bizco
producía el interés de un bicharraco extraño (…), la frente estrecha, la nariz roma (…) le daban
el aspecto de un mandril grande y rubio” (II,1,54). A veces la descripción de los personajes
adquiere tintes tremendistas, así describe a las viejas que iban a la doctrina:”viejezuelas
esqueléticas, de boca hundida y nariz de ave rapaz; mendigas vergonzantes con barba verrugosa”
(II,3,65).
Baroja contempla los ambientes y los habitantes de los suburbios con mirada desolada, pero
nunca lo hace desde una perspectiva de exaltación de los marginados como rebeldes opuestos a
las normas de la sociedad.

Los personajes, salvo Roberto Hasting y el señor Custodio carecen de preocupaciones sociales y
de ideología política. Creen que la vida es una lucha despiadada en la que fracasa la mayoría y
sólo unos pocos triunfan. A ninguno de ellos se les ocurre que las cosas pueden cambiar. Baroja
presenta al lector un fresco vivo de la sociedad, lleno de dificultades, como corresponde a una
sociedad en crisis. Está terminando el siglo XIX y sus modos de vida ya no se adaptan a una nueva
realidad económica y social que se apoya en una industria incipiente, pero que no absorbe a ese
proletariado de la afueras. Todavía el proletariado urbano no ha adquirido plena conciencia de
clase, pero ya han surgido los primeros movimientos anarquistas y socialistas.

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