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Teoria de La Psicoterapia Analitica Breve Lucio Pinkus PDF
Teoria de La Psicoterapia Analitica Breve Lucio Pinkus PDF
ANALITICA BREVE
por
Lucio Pinkus
INDICE
Segunda Parte.................................................................................... 67
2.1.0. La lógica del proceso psicoterapéutico en la
psicoterapia analítica breve..................................................... 69
2.1.1. El conflicto........................................................................ 72
2.1.2. Al margen del conflicto de conciencia....................... 77
2.1.3. Una nota sobre la “comprensión emocional”........... 81
2.1.4. Contrato y transferencia: dos problemas
abiertos ............................................................................ 83
2.2.0. El proceso diagnóstico.............................................................. 90
2.2.1. Indicaciones y contraindicaciones de la
psicoterapia analítica breve..................................................... 96
2.3.0. Los parámetros diagnósticos y pronósticos ...................... 102
2.3.1. Las motivaciones............................................................ 103
2.3.2. Motivaciones del psicoterapeuta................................105
2.3.3. Las motivaciones del paciente.................................... 110
2.4.0. Síntomas.................................................................................... 116
2.4.1. La inhibición...................................................................122
2.4.2. El síntoma psicosomático............................................. 123
2.4.3. La angustia.................................................................... 127
2.4.4. El dolor............................................................................. 130
2.5.0. Las defensas.............................................................................. 134
2.6.0. La “fuerza” del yo..................................................................... 138
2.7.0. Nota sobre el pronóstico..........................................................140
2.8.0. Dos “casos”................................................................................ 143
16
mente actitudes “buenas” y tratamientos “severos” en sus
confrontaciones con el paciente. Además, otorgó un relieve
muy grande a la reviviscencia de los conflictos infantiles en
el análisis como una catarsis, sin preocuparse de que aflora
sen fragmentos de experiencia del inconsciente, pero valo
rizando notablemente la anamnesis personal, a la cual ayu
daba eventualmente induciendo imágenes y fantasías so
bre las cuales trabajaba.
La experiencia de Ferenczi, que fue Compartida tam
bién por O. Rank, tuvo término en 1925 durante un congre
so de psicoanálisis en el cual aquél, fuertemente influido
por las críticas de Freud, revisó y “autocriticó” sus posicio
nes. En 1938 un médico genial y profundamente interesa
do, tanto en el trabajo clínico como en los fenómenos cultu
rales de su época, F. Alexander, afrontó el problema de la
psicoterapia. Extremadamente abierto a todas las solicitacio
nes V convencido de que toda forma de terapia tiene que ser
flexible y dinámica (características éstas que se han mante
nido en su escuela de Los Angeles hasta la fecha), afrontó la
experiencia psicoterapéutica y la reflexión teórica sobre
estas experiencias, actuando de una manera muy autóno
ma. Entendía la psicoterapia como una experiencia emo
cional correctiva de precedentes experiencias del paciente,
la cual era cuidadosamente estudiada y organizada por el
analista sobre la base de una minuciosa exploración anam-
nésica y de una constante observación del paciente. Para
estos fines, junto con su principal colaborador, T. French,
insistió en favor de una notable flexibilidad en la fijación de
la frecuencia de las sesiones, la duración del tratamiento,
las interrupciones posibles y oportunas y una atención pun
tual a los problemas actuales del paciente. Con este fin,
precisó la importancia de individualizar el conflicto que se
presenta como central, tanto en el nivel focal como en el
nivel nuclear. Por “conflicto focal”, la escuela de Alexan
der entendió aquel conflicto que se manifiesta sobre todo
en nivel superficial, preconsciente y, por lo tanto, más modi-
ficable por un yo reeducado y sometido precisamente a una
terapia de reaprendizaje de respuestas y comportamientos
17
emocionales, en tanto que por conflicto nuclear entendía
aquel conflicto de base que se sitúa más propiamente en el
inconsciente, cuyo conocimiento sirve al analista para com
prender el caso, pero que no siempre es posible ni útil
elaborar. Alexander fue quizás el primer psicoterapeuta
que advirtió la importancia de la estructura personal del
analista y, por consiguiente, de los límites que debe auto-
imponerse en la aceptación de los casos.
Alexander continuó con su práctica hasta el año de su
muerte, 1964, dejando una escuela que sigue activa hasta la
fecha y que, siguiendo los intereses del Maestro, se aplica
con empeño específico en la medicina psicosomática.
Aunque la real extensión y profundidad de su influjo
sobre la formación de los conceptos y técnicas psicotera-
péuticas no sea todavía clara, hay que tener, sin embargo
presente que en aquellos años, en Zurich, C.G. Jung había
comenzado a producir conspicuas contribuciones científi1
cas que derivaban de sus experiencias. Entre ellas, sus
escritos sobre la transferencia, sobre la dinámica incons
ciente de interdependencia y de interacción entre paciente
y terapeuta, y sobre la profunda incidencia del nivel y de la
profundidad de madurez del propio terapeuta sobre el re
sultado de la terapia. Una lectura atenta de estos trabajos y
una confrontación con las discusiones y las publicaciones
científicas, tanto contemporáneas como posteriores, dan
una idea de hasta qué punto Jung había probablemente
trasmitido y catalizado el proceso de evolución de la teoría
y de la técnica psicoterapéutica (Benedetti, G., 1973).
En 1955 se formó en la clínica Tavinstok, de Londres,
un grupo para el estudio de la psicoterapia breve, dirigido
sobre todo por M. Balint y por D. Malan. Este grupo trabajó
hasta 1961, y presentó luego públicamente, acompañados
de la pertinente documentación, los resultados obtenidos.
''Un primer factor de diferenciación de esta orientación tera
péutica consiste en la adecuada selección de los pacientes,
empleando incluso técnicas psicodiagnósticas, para esta
blecer sobre todo el tipo de motivaciones que los impulsa
ba a buscar una prestación psicoterapéutica y la estructura
20
rencia teórica y con una capacidad de ser reproducida; y
esto sólo se puede obtener formulando, aunque más no sea
con el i definicio-
nes.
“ Por lo demás, también la posibilidad real de verifica
ción de la eficacia de una psicoterapia o de comparar entre
sí los resultados de modalidades psicoterapéuticas diversas
sevuelve imposible sin un mínimo de definiciones concep
tuales y de esquemas técnico-operativos.
Por estos motivos, aun teniendo conciencia de la provi-
sionalidad y de la precariedad que lleva consigo, me parece
oportuno intentar una definición de la psicoterapia analíti-
*
ca.
Teniendo en cuenta las exigencias de fundamentación
teórica expresadas precedentemente y al mismo tiempo las
de la práctica clínica, propondré definir la psicoterapia
analítica “breve” como:
Una técnica de exploración de la personalidad, funda
da en la teoría psicoanalitica, y que tiene por fin la modifi
cación del sistema de personalidad para transformarlo de
“cerrado” en “abierto” (Von Bertalanffy L., 1970) y el
restablecimiento de un equilibrio emocional homeostático
(Menninger K., 1954; Ammon G., 1977) dentro de un perío
do determinado. *
21
1.2.0
Fundamentos teóricos
de la definición propuesta
22
la concordancia operativa entre los objetivos prefijados
en el nivel teórico; la estrategia de acción metodológica, y
las situaciones concretas de intervención inmediata. Así, el
conjunto de los instrumentos que pueden usarse y coordi
narse mediante aquel conjunto de operaciones que llama
mos psicoterapia analítica, aunque por una parte pueden
ser referidas a exigencias metodológicas más amplias (en
cuadre, transferencia, resistencia, concepto de cura etc.),
por la otra aplican estas dimensiones a la situación dual
concreta, con miras a alcanzar los objetivos indicados en la
definición de psicoterapia analítica, sirviéndose alternati
vamente de instrumentos distintos: diálogo, asociaciones
libres, silencio, sueños, etc.
Esta técnica se especifica como técnica de exploración
de la personalidad, ya que, en el ámbito de la teoría psicoa-
nalítica, la concepción del comportamiento como un conti-
nuum experiencial e histórico exige no sólo el conocimien
to del hic et nunc de la personalidad y de sus problemas,
sino también seguir la evolución de la personalidad en su
conjunto, o de un rasgo específico, remontándose todo lo
posible a los orígenes, de manera que el resultado final sea
no una desaparición de los problemas por atenuación de
tensiones o reaseguramiento terapéutico, sino su solución,
la que, en la medida de lo posible, ha de ser radical. Y esto
supone actuar sobre las causas. Con este fin, la técnica
opera una indagación continua de la experiencia, tanto
actual como pasada del paciente. Dicha indagación, tratan
do de hacerlo consciente de las causas reales de sus proble
mas, le permite una mayor autonomía personal.
Esta dimensión de indagación se define y se determina
luego en cuanto a su finalidad al ser usada para fines tera
péuticos. De por sí, una técnica de indagación de la perso
nalidad podría tener fines de investigación o de diagnósti
co, y aun ser aplicada a las ciencias de la educación o a la
formación del personal, etcétera. Aquí, en cambio, tiene
como finalidad explícita una tarea terapéutica.
Para identificar mejor la psicoterapia analítica como
técnica, conviene caracterizarla desde ahora, indicando lo
23
que la distingue de otras formas de técnicas psicoterapéuti-
cas, también de matriz psicoanalítica, sobre todo para evitar
que con el nombre único de psicoanálisis se abarque toda
forma de_ terapia, lo que desnaturaliza profundamente el
valor de la clínica psicoanalítica.
Los elementos más ^videntes de diferenciación po
drían, a mi juicio ser los siguientes:
24
criterio exclusivo. A mí me parece que las indicaciones de
la psicoterapia analítica —como también de otras formas
terapéuticas, especialmente del análisis— no tienen que
ver ni con la frecuencia de la sesión ni con la duración total
de la terapia, sino que debe determinarse sobre la base de
criterios específicos, de los cuales hablaremos en otro lu
gar. Sin embargo, sigue siendo cierto que, quizás por los
motivos mismos que llevan a elegirla, la mayor parte de las
intervenciones llevadas a cabo con psicoterapia analítica
resultan más breves que las que se hacen mediante análisis.
25
e) Grado de actividad del terapeuta. Un último ele
mento de diferenciación de la psicoterapia analítica respec
to de las otras técnicas psicoanalíticas reside en la mayor
flexibilidad del rol terapéutico, que puede asumir aspectos
de notable actividad y aun a veces cierta directividad, adap
tándose a las exigencias que se van presentando en el curso
del proceso psicoterapéutico (Hoch P., 1965; Cremerius J.,
1969a).
26
que puede prestar la antropología cultural a la formación de
un modelo interdisciplinario de la personalidad, considera
do en función de la psicoterapia. Altan describe cómo, para
llegar a un modelo de referencia apto para la colaboración
interdisciplinaria, tenemos que tener presentes algunos mo
delos conceptuales operativos que se articulan fundamen
talmente en tres sistemas:
1. La cultura: entendida como el conjunto de las infor
maciones que un determinado grupo codifica y que permi
te a los miembros de aquel grupo enfrentar y resolver los
problemas inherentes a la vida social, de acuerdo con la
modalidad que el grupo mismo ha previsto;
2. La personalidad de base: entendida como el sistema
que se constituye en el individuo humano partiendo de una
base biológica hereditaria no articulada y que se modela
progresivamente en las relaciones con el ambiente, del
cual llegan al individuo informaciones que son recibidas,
memorizadas, interpretadas y utilizadas;
3. La sociedad: considerada como el conjunto de las
relaciones funcionales en las cuales el individuo encuentra
una colocación específica propia en relación con la tarea
que asume. Sin embargo, hay que tener presente que este
sistema se articula en entidades supraindividuales o estruc
turas y, en cierto modo, es fuente de producción de la
cultura.
27
de personalidad debería estar construido de manera que
pueda ser relacionado inmediatamente con el sistema de la
cultura y con el sistema de la sociedad; es decir, deberá
tener presente operativamente las distintas conexiones, las
influencias recíprocas y la modalidad de metabolización y
de reacción a ellas, tanto por parte del individuo cuanto del
grupo.
En su conjunto, los estudios sobre la personalidad, más
allá de las explicaciones que proporcionan para fundamen
tar su discurso sobre el modelo que cada uno de ellos elige,
brindan, a mi parecer, una importante indicación, a saber,
que el proceso de formación mismo de la personalidad
humana es un proceso que se desarrolla mediante adquisi
ción de informaciones con las cuales, dada una base instin
tiva mínima (aquí hay una referencia al patrimonio genéti
co de cada individuo, como también a la potencialidad o a
las limitaciones que de ahí derivan y, por consiguiente, en
un sentido más abarcador, esta premisa se extiende al esta
do biofísico de la personalidad (c/r. Serra A., 1972), se
desarrollarán luego a través de dos componentes funda
mentales:
—un componente cognitivo, es decir, referido al conjun
to de las operaciones y de los procesos mediante los cuales el
individuo adquiere las informaciones ofrecidas por la cultu
ra y se sitúa en el sistema social.
28
precisamente, el psicoanalítico, y consiguientemente es el
que elegí.
Al respecto querría hacer dos precisiones:
29
A mi entender, la elección que responde mejor a las
exigencias de la psicoterapia analítica es el abordaje estruc
tural, sobre todo en el nivel del yo.
Sería útil explicar las motivaciones de mi propuesta de
revisar un poco la historia de la investigación psicoanalítica
al respecto. Concentrado en el estudio de las pulsiones y de
las motivaciones inconscientes, que lo habían llevado a
formular la primera teoría tópica de la personalidad, Freud
parece no haber advertido plenamente la importancia de la
realidad externa, a no ser como un factor que interfería con
las pulsiones, y por consiguiente era causa de conflicto.
Dentro de esta concepción parecía que los factores perma
nentes de la dinámica psíquica fueran los procesos incons
cientes y, de manera particular, la represión, mientras que
los distintos aspectos de la realidad eran más bien muta
bles y de incidencia extremadamente variable sobre la di
námica psíquica.
En una segunda etapa, trabajando sobre el sueño, y
gracias a una más exacta observación de las modalidades de
funcionamiento del pensar, Freud observó una serie de
fenómenos, entre ellos el de la censura, que lo indujeron a
reconsiderar el problema de la relación entre realidad ex
terna y vida psíquica individual (Ammon G., 1947b). En
particular, Freud hipotetizó ahora como factores perma
nentes que actuaban sobre la vida psíquica no sólo los
determinantes inconscientes ligados con la vida instintiva,
es decir, las cargas libidinales, sino también las contracar
gas que, teniendo también ellas una actividad permanente,
impedían el resurgimiento de los contenidos reprimidos.
Esta observación invalidó la concepción tópica precedente
de la psiquis, exigiendo una nueva formulación que tomara
en cuenta el hecho de que existían otros determinantes,
inconscientes y conscientes, que actuaban sobre la vida
psíquica de manera permanente y que podían ser reagrupa
dos según determinados criterios, pasando a formar estruc
turas. De esta manera tuvo inicio la concepción estructural
de la personalidad. Sin embargo, esta evolución del pensa
miento freudiano y la potencialidad que ella contenía no
30
fueron durante mucho tiempo recibidas por los psicoanalis
tas.
Efectivamente, entre ellos fue un convencimiento co
mún que el yo nacía del ello, y en un cierto sentido era la
parte que se formaba en el contacto entre el ello y la reali
dad externa.
La consecuencia fue que se viera al yo como una es
tructura carente de energías propias, absolutamente de
pendiente del ello.
La observación y la experiencia clínica brindaban, sin
embargo, datos progresivamente contrastantes con esta
concepción-información. A partir de Kris se produjo, por
una parte, una lectura más atenta y menos ligada a la “tradi
ción” de los escritos de Freud, y por otra parte la valoriza
ción de los datos surgidos durante la observación y la inves
tigación. De hecho resultaba evidente que algunos apara
tos, como la memoria, la percepción, la motricidad, no sólo
por ser característicos de la especie tenían que ser conside
rados innatos, y por consiguiente anteriores a cualquier
conflicto imaginable, sino que eran precisamente estos
aparatos los que mediante sus funciones, pasaban a consti
tuir el núcleo del cual se habría desarrollado el yo (Rapa-
port D., 1951). Hartmann, valorando estas funciones y su rol
en el desarrollo del yo, descubrió su autonomía. Distinguió
un primer nivel, que tenía que ver precisamente con el
funcionamiento de los aparatos anteriormente enumera
dos, al cual llamó autonomía primaria; y un segundo nivel,
resultante de la capacidad del yo para modificar algunas
funciones con vistas a la adaptación al ambiente, que llamó
autonomía secundaria. Lo dicho hasta aquí constituye las
bases del concepto del yo, pero fue sobre todo Erickson
quien estudió de qué manera este núcleo fundamental se
desarrolla y madura en contacto con la realidad extema.
Este autor, retomando el examen del desarrollo de las zonas
libidin^les descriptas por Freud, trató de comprender el
modo como cada una de las zonas funcionaba sucesivamen
te. La importancia de este dato, para la comprensión tanto
del desarrollo del yo como de la dificultad de este desarro-
31
lio y de las posibles manifestaciones patológicas, fue enor
me. Así, por ejemplo, la zona oral no es importante por estar
concentrada sobre la boca sino más bien porque expresa un
modo universal de funcionamiento, típico de determinada
franja de edad, que es el modo incorporativo. Esto quiere
decir que en esta fase comienza una modalidad de relación
con lo real fundada en un modo incorporativo, que se mani
fiesta luego a través de todos los órganos sensoriales: incor
poración de imágenes mediante los ojos, de sonidos me
diante las orejas, de sensaciones táctiles mediante el tacto,
etcétera. Pero el funcionamiento de esta fase tiende a supe
rar la modalidad de incorporación en cuanto momento pasi
vo-receptivo, para tender hacia una modalidad aprehensi
va, más activa, y por ello el niño comienza viendo, pero
luego mira, escucha sonidos, tiende a diferenciarlos y a
buscar la fuente que los origina, etcétera (cfr. Ancona L.,
1964).
Todas estas dinámicas (que han sido descriptas por
Erickson en todas las fases del desarrollo) no pueden pen
sarse abstractamente como situaciones que giran en el va
cío: acontecen en un ambiente familiar y socio-cultural bien
definido. Esto quiere decir que entre el niño y el ambiente
se establece una relación de reciprocidad, de intercambio,
es decir, de interacción, mediante la cual, cada vez que el
ambiente comprende la acción del niño y le responde ade
cuadamente (es decir, con una respuesta adecuada a la
modalidad expresiva típica de la fase), el niño hace la im
portante experiencia emotiva de haber sido entendido, es
decir, aprende a comunicar y a tener confianza en las pro
pias modalidades de comunicación. No sólo esto, sino que
también el tipo de respuesta, en el seno de cualquier fase,
tiende a estabilizarse: de ahí que, si las respuestas han sido
adecuadas, se realicen las premisas graduales del desarro
llo de un yo autónomo y fuerte. En caso contrario, cuando el
niño verifica que a su acción corresponde una respuesta
que no es adecuada, empieza a buscar modalidades expre
sivas no naturales, distorsionadas. Lo que con el tiempo se
tomará estable y, por consiguiente, se autonomizará, serán
32
modalidades distorsionadas de comunicación, que abren el
camino hacia una deformación progresiva del sujeto, el
cual, en el intento de hacerse comprender, no expresará ya
las propias exigencias con las modalidades típicas de la fase
que atraviesa, sino que buscará modalidades diversas, que
responden a aquello que experimenta como “comprensi
bles” para el ambiente. De esta manera nace, por ejemplo,
el lenguaje de los síntomas, etcétera.
Por consiguiente, podemos ver de qué manera el yo,
dentro del ámbito de la corriente psicoanalítica que he
expuesto, se muestra como resultante de aparatos innatos
hereditarios (= base biológica) de impulsos energéticos
libidinales (= psiquismo emocional y motivacional) y de
reacciones con las dimensiones ambientales (sociocultural
y física). Responde, pues, de manera adecuada a las exigen
cias, que describí anteriormente, de una conceptualización
interdisciplinaria de la personalidad.
33
3
estructuran el yo, y una parte de estos últimos tendería a
constituir, como consecuencia de sucesivos procesos inter
personales, el superyó (Rapaport D., 1957).
Al detenerme tan largamente en el problema de la
personalidad no tuve solamente la finalidad de demostrar
el porqué de la elección de una peculiar orientación psi-
coanalítica en Junción de un discurso interdisciplinano,
sino que tuve de manera bien precisa en cuenta las relacio
nes con la técnica psicoterapéutica que deseo esbozar, con
el propósito de dejar plenamente aclaradas la importancia
clínica que tiene la elección de uno o de otro modelo de
personalidad; sus consecuencias en el plano operativo y la
falta de racionalidad de cualquier procedimiento terapéuti
co que carezca de un modelo de referencia.
En consecuencia, por contraste con otros modelos ana
líticos, algunas dimensiones del proceso terapéutico se
plantean de la siguiente manera:
34
función de una adaptación a la realidad, y que entre estas
funciones (Freud A., 1961) está también la de defenderse,
en el análisis de las defensas nos preguntaremos antes que
nada qué significado y qué funcionalidad tienen respecto
del yo, tendiendo más bien a modificar y a hacer que las
defensas sean adecuadas a la realidad. Operativamente,
esto ya no quiere decir “derribar las defensas”, sino indivi
dualizar los modos inapropiados y repetitivos que espa
cíente emplea para afrontar la realidad, con el objetivo de
ayudarlo a sustituirlos gradualmente por otros que sean de
veras adecuados y funcionales, tanto a su personalidad co
mo a la realidad externa.
d) Así, en lo referente a la relación psicoterapéutica
sostengo que la tarea del terapeuta es lograr responder con
una reciprocidad adecuada a aquellas instancias a las cua
les no se les dio en su momento una respuesta adecuada,
para, de esta manera, corregir gradualmente las distorsio
nes del lenguaje emotivo, sintomático, etcétera, reestructu
rando la confianza de base, la autoestima y las otras dimen
siones necesarias para lograr una buena identidad. En este
caso, frente a una resistencia, el terapeuta no subrayará, por
ejemplo, la tentativa de seducción del paciente en sus inte
racciones, mostrándole como resultado de un nudo infantil
de naturaleza edípica no resuelto, sino que se preguntará
más bien “cómo es posible” que el yo del paciente tenga
tanto miedo de ser invadido por algo que el terapeuta activa
—y en cierta manera representa— hasta el punto de poner
en acto un comportamiento defensivo de esta clase.
De esta manera, el objetivo de la psicoterapia resulta
modificado respecto del de los análisis (por ejemplo los
Kleinianos o de otras formas terapéuticas) para configurarse
más bien como un proceso de trabajo sobre el yo, afrontan
do, por consiguiente, en primer término, este nivel como
también el de los contenidos inconscientes y pasando en
cierto modo a través del yo y sus manifestaciones, para
comprender la dinámica del ello.
Antes de concluir este párrafo quisiera subrayar que
35
cuanto ha sido dicho hasta aquí, si bien explica la elección
de un abordaje particular y de una perspectiva específica,
no tiene ninguna intención de enfrentar de modo absoluto
o de menospreciar las otras formas de psicoterapia analíti
ca. Creo que la época de la pertenencia a una escuela,
definida por la adhesión a un método que se considera
universal ha sido hace mucho tiempo superada.
La tarea clínica más urgente sigue siendo la de identifi
car en cada situación la respuesta terapéutica que sea, de
una manera realista, la más adecuada.
36
dinamismo están determinadas por las condiciones inicia
les y por la tendencia a una entropía siempre mayor, es
decir, a un continuo nivelamiento de las diferenciaciones y
no a estados de máximo desorden;
—sistemas abiertos, típicos de los organismos vivientes,
en los cuales se da un intercambio continuo con el ambien
te. Se caracterizan por la “equifmalidad”, es decir, por la
capacidad para alcanzar estados no determinados en el
tiempo, estados que son independientes de las condiciones
iniciales y están determinados sólo por parámetros propios
del sistema mismo; y también por una menor entropía, es
decir, por la tendencia a una progresiva diferenciación de
los componentes del sistema y a un estado de orden teórica
mente óptimo.
Encontramos los fenómenos de la vida sólo en entida
des individuales, que llamamos organismos, es decir siste
mas caracterizados por un orden dinámico de partes y de
procesos en recíproca interacción. En cuanto a los fenóme
nos psíquicos, ellos se encuentran, en sentido propio, sólo
en entidades dotadas de una individualidad propia, que en
el caso del hombre o de la mujer llamamos personalidad.
Ahora bien, aunque en un sentido no del todo estricto,
he llamado “sistema cerrado" a cierto modo de ser de la
personalidad porque su característica es la de “asemejarse”
precisamente a esta clase de sistemas.
Tal tipo de personalidad está notablemente condiciona
da en su dinámica evolutiva por las condiciones iniciales
con las cuales comenzó las primeras fases del desarrollo, o
también, aunque en menor medida, por determinantes que
en un cierto momento se han introducido subrepticiamen
te, condicionando a partir de aquel momento en adelante la
dinámica evolutiva de la personalidad. Así, por ejemplo,
pensamos, en el primer caso, hasta qué punto puede incidir
la experiencia de la desaparición de la madre en los prime
ros meses de vida; o, en el segundo caso, en el profundo
cambio y sucesivo condicionamiento que puede introducir
en la vida del individuo la manifestación de una epilepsia
37
tardía. Situaciones de este tipo determinan un “cierre” del
sistema de la personalidad, impulsándolo hacia una pérdi
da gradual de la capacidad de diferenciación y a la máxima
confusión. Los estudios de Spitz sobre la psicopatología de
los primeros meses de vida o los de Arieti sobre la esquizo
frenia pueden ser ejemplos que ilustran con claridad en
qué sentido atribuyo el término “cerrado” a la personali
dad. Se trata, en suma, de una especie de acercamiento del
sistema psíquico humano a modelos que caracterizan prin
cipalmente al mundo físico, donde los grados de libertad y
de espontaneidad tienden a disminuir.
Se comprende, por lo tanto, por qué la psicoterapia se
propone actuar sobre aquellos factores que determinaron la
tendencia del sistema hacia el cierre.
Debemos ahora introducir el concepto de “homeosta-
sis”, que, en el contexto de la teoría general de los sistemas,
es el tipo de retroalimentación (feed-back) propio de los
organismos vivientes y que consiste en el conjunto de los
procesos regulatorios que mantienen constantes ciertas
variables y que dirigen el organismo hacia una finalidad
determinada (Von Bertalanfíy, 1970).
Es importante comprender esta acepción particular del
concepto de homeostasis, la cual se aparta de los modelos
precedentes, a los cuales se han referido muchas teorías
psicológicas y en parte notable también la psicoanalítica
(Rapaport D., 1960).
El tipo de constancia de las variables propio de un
sistema abierto está constituido por un equilibrio transito
rio, es decir, en el cual se da un continuo fluir y cambiarse
de los componentes. Este tipo de homeostasis, por consi
guiente, es aquel al cual me refiero hablar del objetivo
terminal de la psicoterapia analítica, y también al aludir a
aquel tipo particular de equilibrio, definido precisamente
como transitorio, que sería el resultado de las homeostasis y
que representa el estado de fluidez plástica de los límites
del yo descriptos, por ejemplo, por Ammon (Ammon G.,
1974a).
Dentro de esta perspectiva, la terapia analítica del yo,
38
en cuanto a estímulo para evidenciar y ampliar las propias
posibilidades y los confines del propio yo; en cuanto es
fuerzo cognoscitivo, comprensivo e interpretativo de los
conflictos presentes y de las modalidades del abordaje que
emplea el yo respecto de la realidad; en cuanto orientación
de todas las fuerzas motivacionales hacia un fin específico,
parece responder a las características de una caracteriza
ción general de la personalidad, y consiguientemente de su
dinámica y terapia en términos de teoría general de los
sistemas.
39
dad, con la consiguiente angustia y aun graves síntomas
psicosomáticos, la persona está en condiciones, dentro de
ciertos límites, de continuar, digamos, caminando, perci
biendo sonidos, colores, sensaciones táctiles, recordando,
etcétera.
—autonomía de las presiones ambientales, que se debe
a las pulsiones instintivas. Por más que esto, según lo obser
vó Rapaport, pueda parecer un absurdo, sin embargo es
posible verificarlo a partir de una serie de experiencias “en
negativo”. Si consideramos algunas formas graves de pato
logía mental, como por ejemplo los estados catatónicos o las
distintas formas de esquizofrenia (c/r. Arieti S., 1977), la
opinión de los investigadores que trabajan con matriz psi-
coanalítica es que ellas se deben a un bloqueo de las pulsio
nes (prescindiendo aquí de la causa de estos bloqueos).
Ahora bien la observación clínica y la experiencia nos ha
cen ver cómo a estos bloqueos pulsionales (y por consi
guiente a una anulación de las energías instintivas) sigue
un estado de total dependencia respecto del ambiente.
Paralelamente, en las experiencias en los campos de con
centración nazi, tanto Bruno Bettelheim como Víctor Frankl
han señalado que en condiciones de frustración instintiva
extrema y continua (basta pensar en el hambre, el sueño, la
sexualidad, etcétera), en la mayor parte de los casos se ha
producido una pérdida total de autonomía y una especie de
sometimiento al ambiente, y hasta un “refugio”, precisa
mente en las pulsiones instintivas mediante la identifica
ción con los agresores (por ejemplo, el fenómeno de los
Kapó).
40
máximo como un mínimo (es decir, una fijación en niveles
estáticos extremos) de la autonomía respecto del ambiente
y respecto del ello lleva inevitablemente a un sistema ce
rrado, desde el momento que cada vez que una de estas di
mensiones se radicaliza de manera estable conduce a una
degeneración del yo en su totalidad.
Así, por ejemplo, en ciertas formas de neurosis obsesi
va se da una defensa que, por una parte, utiliza al máximo
mecanismos de defensa como la racionalización y el aisla
miento, los cuales, por su parte, llevan al máximo de auto
nomía del inconsciente. Mas, por otra parte, esta misma
situación trae consigo tal incapacidad de decisión, que es
tos sujetos o se paralizan porque son excesivamente depen
dientes de las variaciones ambientales, o se rigidizan hasta
tal punto en sus convicciones, que luego presentan una
identificación con aquel aspecto de la realidad que les
parece más tranquilizador, hasta perder toda capacidad de
dialéctica, con el ambiente. En ambos casos se verifica la
situación de que cierta condición (= neurosis obsesiva)
determina la dinámica y el fin del sistema.
He repetido varias veces, al hablar de autonomía, la
restricción de “relativa”. Del ejemplo que acabamos de dar
resulta ya evidente cómo para una autonomía funcional es
necesario tener una autonomía no absoluta sino relativa del
yo, tanto respecto del ello como respecto del ambiente.
Además, en cuanto atañe al concepto de autonomía como
espacio o funciones libres de conflicto, la naturaleza diná
mica tanto de la psiquis como de la experiencia, hace que
resulte claro que no se trata tampoco aquí de una autonomía
absoluta. De hecho, en el curso del desarrollo, el yo deberá
siempre afrontar problemas y comprometerse en distintos
conflictos, para encontrar luego una resolución: en afrontar
estas vicisitudes están empeñadas todas las funciones del
yo. Pero la respuesta a los conflictos o a los problemas será
adecuada justamente en la medida en que las funciones
constitutivas de la autonomía primaria ayuden al yo a desa
rrollar el papel de regulador o neutralizador de las pulsio
nes conflictivas o el de un examen objetivo de la realidad,
41
en tanto que las funciones de la autonomía secundaria
podrán descatectizar la energía psíquica de determinados
estados conflictuales o de formas de defensa y transformar
los en alguna otra dirección que responda más adecuada
mente a la situación real en la cual se encuentra el yo.
43
cal, se producen reacciones en las cuales tanto médico
como paciente logran “inventar” nuevos modelos que
emergen de la nueva situación. En este caso, la funcionali
dad del sistema se renueva constantemente. Pero puede
darse el caso de que ni médicos ni pacientes estén en condi
ciones de abandonar los modelos aprendidos e introyecta-
dos por ellos, y reaccionan, entonces, sufriendo la acción de
la realidad como frustrante y se defienden de ella en el
plano inconsciente mediante reacciones neuróticas.
44
médico y neurológico, en tanto que la intervención psicoló
gica se plantea generalmente como rehabilitación, e
incluso apoyo, para vivir y superar una determinada situa
ción, pero a sabiendas de que no puede’ resolver radical
mente el problema. Es el caso de las rehabilitaciones de las
personas disminuidas o del apoyo psicoterapéutico en dis
tintas situaciones, por ejemplo quirúrgicas, o de situacio
nes particulares, por ejemplo, pacientes en diálisis.
b) Pérdidas de funcionalidad debidas a carencia, ina
decuación o desequilibrios de tipo sociocultural: se trata
de situaciones prolongadas y graves, aunque demasiado
frecuentes, en las cuales una eventual intervención psico-
terapéutica es extremadamente marginal y aun ni siquiera
indicada. Se trata de dimensiones que implican las estruc
turas y las instituciones sociales y que suponen cambios de
naturaleza claramente política. Considero que en estas si
tuaciones la tarea del psicoterapeuta es la de hacerse cargo,
como miembro de la sociedad en la cual vive, de la respon
sabilidad de las situaciones mediante una acción claramen
te política de denuncia, análisis y lucha.
Se trata empero —y considero importante precisarlo—.
de un tipo de acción en la cual el terapeuta actúa como
cualquier otro trabajador, es decir, utilizando las propias
experiencias, pero sin que por ello deba asumir roles espe
cíficos de liderazgo o de agitación, como si su tipo de
profesionalidad lo convirtiese en un experto en todo lo
humano y de algo más todavía.
La claridad de las propias tareas y de los propios lími
tes sirve, sin duda, para mantener relaciones no ambiguas e
intervenciones más incisivas.
45
1.3.0
Psicopatología y psicoterapia
I
psicopatología, de manera parcial, cincuenta años ya antes
de Freud, con J.J. Bachofen y con J. Carus, y de manera
coherente y definitiva a partir de Freud, definió la naturale
za del mensaje relacional como también la etiopatogénesis
inmediata en las dinámicas interpersonales de la mayor
parte de las perturbaciones y consiguientemente de las
manifestaciones patológicas de la psiquis. Considerar la
perturbación como “subsistente en sí misma” y contrapo
nerle una construcción ideológica de conducta desviada,
quiere decir hacer una doble operación: la primera, ahistó-
rica, que tiene profundas raíces en antropologías filosóficas
obsoletas que hablaban del “hombre en sí”, como si fuera
posible hipotetizar una dimensión humana separada del
contexto en el cual nace, se desarrolla y vive; la segunda
reside en la negación de la realidad de la psiquis. Aquí, nos
vienen a la memoria viejos temas de la filosofía nominalísti-
ca de la época medieval.
En cuanto a la equivalencia entre acto terapéutico y
control social, me parece que esta toma de posición es más
bien vaga. También ella se funda en el concepto de conduc
ta desviada y de ecuación socialidad = socialización, proce
so que ya hemos encontrado definido en términos ideológi
cos y no ya como proceso pluridimensional, y que incluye
por consiguiente también la dimensión ideológica pero no
es reducible a ella, de la adaptación humana al ambiente.
Aquí es importante que la psicoterapia (y me refiero a la de
matriz psicoanalítiea) ha puesto muchas veces su objetivo
en la adaptación del individuo a la realidad social, enten
diendo esa adaptación como proceso no de subordinación
pasiva, sino de asimilación activa, que consiente al enfer
mo, a partir de su realidad concreta, encontrar por Una
parte, la orientación y la autonomía que le permiten vivir
las experiencias humanas fundamentales. Y esto precisa
mente por medio de la realización de una maduración y de
una percatación (piénsese en la importancia de poder desa
rrollar un trabajo para los fines de una toma de conciencia
de las contradicciones sociales objetivas), y por otra parte
liberarse de aquellas normas de adaptación social que no
55
corresponden ya a su auténtico crecimiento psíquico en el
contexto del nuevo examen de la realidad (incluida, por
consiguiente, la dimensión socio-política) que la autonomía
adquirida respecto de los síntomas, perturbaciones, etcéte
ra, debería procurarle (Benedetti G., 1973; Spinella M.,
1973; Risso M., 1973). Aclarada, por consiguiente, la no
evidente ni necesaria coincidencia entre acto terapéutico y
control social, reservándome el tratar más adelante el pro
blema específico del rol psicoterapéutico en relación con
las ideologías, querría subrayar aquí que la posibilidad del
uso de técnicas psicoanalíticas y hasta de los psicofármacos
con una función distinta del control social ha sido expresa
da por autores “no sospechosos”, como Cooper en su expe
riencia de Kingsey Hall y Laing (Cooper D., 1969; Laing
R.D. 1970). Para estos autores, que por lo demás retoman un
tema reconocido por la psicoterapia, el problema reside en
la modalidad de uso de las técnicas, como también redescu
brimiento del valor de la terapia. Citaré, por su claridad, el
pensamiento de Cooper: “No pretendo decir [...] que a los
pacientes agitados no se le deban suministrar jamás tran
quilizantes, sino simplemente que debería existir un com
portamiento claro, de manera que tanto el médico como el
paciente sepan qué es lo que se está haciendo” [...] “Tratar
es esencialmente una perversión mecanicista de ideales
médicos, que es completamente opuesta a la auténtica tra
dición del curar (...). Curar, en cambio, es algo que tiene
como fin ayudar a una persona a recuperar su plena capaci
dad después de haber sufrido una terrible caída.”
Que, además, la llamada desviación contenga en sí
misma un significado y todavía más un alcance revolucio
nario de cambio del sistema, como si la reinserción del
“loco” indujera una acción desestabilizadora del sistema
mismo, es algo tan fuera de la experiencia histórica y aun
personal que resulta difícil comprender de dónde puede
proceder esta hipótesis (Jerwis G. 1976; Della Mea L.
1978).
Una última referencia al movimiento llamado de la
“antipsiquiatría”. Ante todo es muy difícil poder decir
56
luien o qué cosa forman parte de este movimiento: de
manera propia y explícita parece que este nombre puede
asignársele a D. Cooper y quizás a R.D. Laing, pero a este
'timo sólo por comparación objetiva de los conceptos ex
presados por él, no por la posición asumida personalmente.
Dar una evaluación crítica de esta dirección de pensamien
to es difícil, sobre todo por la dificultad de remitirse a sus
fuentes culturales y precisar los objetivos reales que se
propone. En lo referente a la psicopatología es, a mi enten
der, imposible deducir alguna, bajo la forma o de teoría o de
praxis clínica, de esta corriente de pensamiento. De hecho,
la antipsiquiatría se restringió al campo exclusivo de la
esquizofrenia, a la que identifica lisa y llanamente con la
locura por antonomasia, intentando mostrar qué es lo que
sucede luego que una persona es reconocidá como loca y
consiguientemente rotulada mediante el diagnóstico. El
origen y la causa de la enfermedad mental no son objeto de
la investigación antipsiquiátrica, como tampoco lo son los
instrumentos terapéuticos. Aparte de la crítica, por lo de
más muy frecuentemente exacta, de la manera en que son
utilizados estos instrumentos y de la recuperación parcial
de la exigencia de algunas técnicas terapéuticas, los autores
de este movimiento no aportan ninguna contribución. Por
lo demás, llevaron a cabo un estudio del fenómeno microso-
cial, por ejemplo la familia, tratando de describir relaciones
transaccionales y experiencia. La exposición continua y crí
tica que los autores antipsiquiatras hacen del proceso de
interacción entendido como comunicación, que puede pro
ducir a su vez la identificación de una persona como enfermo
mental, está indudablemente llena de estímulos y ha
contribuido al surgimiento de una conciencia crítica frente
a lo que ha sido contrabandeado como psicopatología y que
ha servido de base para finalidades impropias. Sin embargo,
en el plano estrictamente psicopatológico, dada la carencia
más bien notable de relaciones entre la explicación socio-
genética en el nivel de lo microsocial y la interacción con lo
macrosocial o con la sociedad en su conjunto, y teniendo en
cuenta la totalidad de la cual he hablado al comienzo de
57
este apartado, me parece que, para los fines de una utiliza
ción clínica, esta manera de concebir la patología de la
psiquis y su devenir presenta tal carga de oscuridad, que
no puede servir como base para definir los objetivos de una
intervención psicoterapéutica (Jervis G., 1976).
61
1.4.0
El factor “tiempo”
65
tentación de aumentar el número de estos casos “particula
res” puede ser fuerte.
La única regla que, según considero, puede ayudar a
no practicar la famosa “terapia silvestre” es el esfuerzo de
motivar siempre nuestras elecciones, o bien analizando los
datos clínicos que a nuestro juicio impulsan a tomar ciertas
decisiones, o bien confrontándolos con las premisas teóri
cas y metodológicas del psicoanálisis del yo, de suerte de
poderlas verificar y consiguientemente adquirir una lógica
de la intervención.
66
Segunda Parte
2.1.0
La lógica del proceso
psicoterapéutico en la
psicoterapia analítica breve
69
psicoterapia una situación similar a la que generó la disfun
cionalidad, es posible reconstruir una situación afectiva y
fantasmáticamente muy vecina a la originaria, de modo tal
que, mediante la relación con el psicoterapeuta se llegue a
crear un ambiente de reciprocidad correspondiente a las
necesidades de la fase específica donde surgió el déficit o la
situación traumática, de tal modo que constituya una expe
riencia emocional correctiva o, a veces sustitutiva, de la
psicopatogénica. En la técnica de psicoterapia analítica
breve este proceso se conduce en el nivel del yo, es decir,
estimulando para este fin, en el paciente, una regresión
limitada “al servicio del yo” y utilizando mucho más la
capacidad que tiene el yo para modificar los procesos de
defensa organizándolos sobre cualquier actividad del yo y
consiguientemente apartándolos de actividades que no son
funcionales para su homeostasis. De esta manera se crea el
potencial de tensión psíquica que permite recuperar ener
gía neutralizable y consiguientemente canalizable con el
fin de integrar las experiencias pasadas y actuales en el
funcionamiento de un yo “adulto” o, mejor dicho, adecua
do a la situación concreta y presente. Esta integración se
produce por medio de una toma de conciencia emocional
de las propias experiencias. Para consentir este pasaje de
experiencias es fundamental la memoria, considerada co
mo un “registro” de experiencias, tanto remotas como re
cientes y actuales; ella, mediante su propio proceso de
registración y de fijación selectiva de imágenes y vivencias,
vuelve a proponer al yo, sea espontáneamente o bajo la
acción del estímulo generado por la situación psicoterapéu-
tica con modalidad y nivel distintos. Sin embargo, esta
característica de la memoria de ser una especie de “banco
de datos” es justamente lo que permite todo proceso de
reconstrucción y asegura en gran parte la continuidad con
sigo mismo (o, si,queremos, la constancia de la identidad,
tanto somática como psicológica y social) que constituye
una condición indispensable para toda acción psicotera-
péutica. Dadas las características peculiares de los sistemas
homeostáticos, hacemos, además, la hipótesis de que, ac-
70
tuando sobre nn problema/conflicto identificado y delimi
tado con precisión o corrigiendo emocionalmente, median
te la relación psicoterapéutica, el déficit de determinada
fase elegida sobre la base del estudio clínico de la anamne
sis y del material diagnóstico, como también de las motiva
ciones del paciente, es posible, sin llegar a los determinan
tes últimos de la conducta (a saber, aquellos elementos
pulsionales ligados con el ello), actuar sobre estructuras
codeterminantes, menos dotadas de una alta velocidad de
cambio, y por consiguiente más constantes en la unidad de
tiempo, como son precisamente las funciones del yo. Presu
mimos que, precisamente por efecto de la dinámica ho-
meostática y de los procesos de retroalimentación respecti
vos, se comienza de esta manera un proceso dinámico adap-
tativo que implica a todo el sistema de la personalidad. En
el interior de esta lógica, se supone que el factor predeter
minación y brevedad de la duración de la psicoterapia (es
decir, el alcance clínico del adjetivo “breve”) que tiene una
función de catalizador de estas dinámicas. En favor de esta
orientación se cuenta con datos procedentes del psicoaná
lisis (por ejemplo, los célebres trabajos de Malan y Bellak);
con los proporcionados por la actividad de la psicoterapia
ambiental (véanse los trabajos de G. Ammon o de M. Pines),
y con interesanteis observaciones que derivan de las inves
tigaciones del grupo de Palo Alto.
Estas experiencias han puesto de manifiesto que, si se
aclara adecuadamente con el paciente el hecho de que esta
clase de intervención no es un psicoanálisis reducido o
concentrado, y si se discuten adecuadamente las posibili
dades terapéuticas y los límites propios de esta técnica, el
factor “brevedad del tiempo” puede catalizar tanto la foca-
lización del problema como las respuestas dinámicas del
paciente, responsabilizándolo de su colaboración activa en
la psicoterapia, que es vista por él no como algo que recibe
(expectativa ésta que se encuentra con mucha frecuencia
en los pacientes que tienen como modelo único de compa
ración para el concepto de psicoterapia lo que vivieron con
el pediatra o con el médico de la familia, etcétera), sino
71
como algo que se construye y se realiza junto con él, hasta el
punto de que si falta su participación activa, la terapia “no
funciona”.
Además de lo dicho, el haber determinado un tiempo
(y esto tanto en lo referente a la duración de cada una de las
entrevistas como a la duración de la psicoterapia en su
totalidad) representa de una manera plástica, y por lo tanto
inmediatamente perceptible para el paciente, la dimensión
de la realidad, sobre todo cuando el estado de ánimo con el
cual el paciente inicia la psicoterapia está constelado por
fantasías de omnipotencia o por fantasías de abandono del
tipo “no hay nada que hacer”, “es demasiado tarde”, et
cétera.
2.1.1. El conflicto
73
superar las dificultades o para tolerar los obstáculos de la
relación con la realidad cotidiana.
En particular, este tipo de situaciones induce fácil
mente al sujeto a caer en crisis notables, cuando se presenta
un elemento nuevo, aunque sea de alcance ilimitado, como
la aparición de un trastorno somático leve o un cambio de
escritorio o de oficina en el lugar de trabajo.
Con mucha mayor frecuencia, sin embargo, los posi
bles usuarios de una psicoterapia tienen conflictos situados
en un nivel más profundo, es decir, por debajo del nivel de
la conciencia o, si queremos, en el inconsciente. También
aquí nos encontramos con la presencia de un conflicto entre
dos motivos, sólo que ambos, o al menos uno de ellos, por
ser inconscientes no forman parte del análisis de realidad
del paciente.
La mayor parte de los pacientes no están en condicio
nes de identificar los términos del conflicto y ni siquiera de
describir el campo posible. Presentan un estado de males
tar psíquico, que puede ir acompañado o no de sintomato-
logías psíquicas o psicosomáticas, que el paciente casi nun
ca vincula con su malestar de base, y mucho menos con una
posible área problemática conflictual.
Examinemos tres posibles marcos de referencia, que
se sitúan en tres niveles (Bertini, M., 1968). Partiendo del
primer nivel se puede tener un cuadro inicial de referencia,
en el cual el paciente no informa de ninguna perturbación
específica, por lo menos en el plano objetivo. Por lo general,
habla de una disminución de sus capacidades y de su vo
luntad de “hacer cosas”, de sensaciones de pasividad fren
te a los acontecimientos, de estados psicofísicos asténicos y
que se presentan sobre todo en momentos particulares de la
jornada, por ejemplo, de mañana, u otros síntomas seme
jantes.
Este cuadro, con todos sus posibles matices, puede
entrar en lo que se denomina la psicopatología de la vida
cotidiana, y aun subrayar momentos particulares críticos de
transición, como los que pueden tocarle vivir a cada uno de
nosotros.
74
Tenemos un segundo cuadro en el cual aparecen sig
nos más específicos; generalmente hay que manejarse con
distintos grados de coacción en la conducta. El individuo
parece imponerse extrañas obligaciones, tales como no po
der salir de casa si no ha efectuado previamente cierto
número de controles o si no ha ordenado minuciosamente
su habitación, etcétera. Se trata entonces de la aparición de
tendencias autoplásticas, es decir, de comportamientos
que, aunque permanecen dentro del ámbito del yo, no son
ni aceptados ni integrados, sino que siguen estando presen
tes, y por consiguiente son expresados mediante conductas
dirigidas contra el propio yo y reducen más o menos su
autonomía.
Cuando estas tendencias coartan demasiado la autono
mía del yo, el sujeto recurre a alguna forma de ayuda que,
generalmente, al menos como primer paso, es de tipo médi
co. El tercer cuadro se caracteriza por la exteriorización de
los problemas. El individuo, sintiéndose como forzado por
fuerzas psíquicas, manifiesta su problematicidad, y por
consiguiente su conflicto, con comportamientos externos,
que tienen un sentido de mensaje al exterior, pero cuyos
contenidos son más o menos agresivos y antisociales. Se
trata entonces de las tendencias definidas como “aloplásti-
cas”. Encontramos así personalidades que consideran in
discutible que los demás tengan que aceptarlas “porque
ellas son así” o que pretenden de las otras personas tipos de
comportamiento o de prestaciones que ellas no les brindan,
pero siempre dan algún motivo para su capacidad de no
adecuarse ellas mismas a los objetivos o a los niveles de
espiración que proponen.
Estos tres cuadros indican de distintas maneras la pre
sencia de un conflicto profundo. En el primer nivel, al que
hemos aludido, el conflicto, si bien reduce la autonomía del
yo, deja en general suficiente “espacio de supervivencia” y
de adaptación a la realidad.
Pero si intervienen otros factores, por ejemplo, la in
tensidad, la duración, condiciones de agravamiento por
cambios o traumas imprevistos, etcétera, se produce la de-
75
generación en formas más estrictamente psicopatológicas.
En presencia de las condiciones mencionadas, las tensio
nes que se producen se toman gradualmente tan constructi
vas, que el yo pierde su autonomía. Esta pérdida puede
preservar una parte de la autonomía, y hemos visto en el
caso del primer cuadro la degeneración en las así llamadas
“formas neurasténicas”, comúnmente conocidas también
como “agotamientos nerviosos” (pero ningún laboratorio
de neuroanatomía conserva entre sus muestras “nervios
agotados”). Se trata de un cuadro de pérdida de funcionali
dad, caracterizado por una escasa capacidad de adaptación
a situaciones nuevas, especialmente si son difíciles. Tene
mos entonces la impresión de que se ha producido un
empobrecimiento general de la energía y una elevación de
la reactividad a cualquier estímulo emotivo.
En el segundo cuadro, la degeneración se dirige hacia
las distintas formas de neurosis, preferentemente hacia las
caracterizadas por síntomas psicosomáticos.
El tercer cuadro, en cambio, parece tener tendencia a
degenerar en neurosis de carácter.
Pero cuando el conflicto no se limita a una parte de la
autonomía del yo, sino que está generalizado —es decir,
incide de manera pareja y con la misma intensidad sobre
todo el yo, hasta el punto de dañar muchas o todas las
funciones (y en general es muy significativa) al respecto la
falta de integridad de las funciones cognoscitivas—, nos
encontramos con un viraje hacia las formas de psicosis.
Contamos aquí con algunos elementos muy simplifica
dos, pero a mi juicio bastante claros, para permitimos el
examen de los distintos tipos de conflictos que podemos
encontrar, sobre todo en el trabajo psicodiagnóstico, con
vistas a formular adecuadamente hipótesis de intervención
psicoterapéutica y también para disponer de un cuadro,
aunque sea reducido y provisional, para formular una rela
ción pronóstica entre el conflicto que se nos presenta y sus
posibles riesgos degenerativos.
76
2.1.2. Al margen del conflicto de conciencia
Toda la teoría psicoanalítica atribuye una notable im
portancia al concepto de conciencia, hasta el punto de con
vertirla en el eje de sus diversas técnicas. Efectivamente,
aunque el trabajo psicoanalítico está fundado sobre las pul
siones y sus conflictos, derivados de la interacción con la
realidad, sin embargo, el proceso de maduración del indivi
duo humano y el de su tratamiento y curación pasan por la
capacidad de la conciencia para asimilar y mediar los con
tenidos inconscientes. Es muy frecuente que en nosotros,
aunque sea implícitamente, se forme una especie de equi
valencia entre los términos de consciente y racional.
El problema es mucho más complejo. De hecho, en el
uso psicoterapéutico relacionamos el concepto de ser cons
ciente con el de poder comprender emotivamente, y no
sólo con un hecho de pura racionalidad. Sea lo que fuere,
para intentar indagar un poco mejor el significado clínico
de este término, es útil hablar un momento de él. La expe
riencia nos indica como conciencia uno de los estados y de
las experiencias más inmediatas que caracterizan nuestro
conocimiento de la realidad. El pasaje del sueño a la vigilia,
como también el adormecerse, proporcionan a cada cual
una primera conciencia vital de lo que significa ser psíqui
camente consciente. Esta conciencia se vuelve tan impor
tante, que la mayoría de las personas, aun cuando carezcan
de todo conocimiento psicológico o médico, cuando tienen
la impresión de que alguna otra persona ha dejado de estar
consciente, sobre todo si ignoran la causa, comienzan a
preocuparse, considerando, acertadamente, el desvaneci
miento y la pérdida de conciencia como una modificación
peligrosa del modo de ser de la otra persona. Por lo demás,
esto corresponde también a la “lógica” clínica; efectiva
mente, cuando se duda de si un paciente está todavía vivo,
una de las primeras preocupaciones es verificar si está más
o menos consciente, aunque sea en un nivel mínimo. En
este nivel mínimo está incluida una capacidad, si bien muy
primitiva, de controlar las'estimulaciones, es decir, de saber
77
si se adaptan o no al ambiente y a la situación. Así, el retomo
del reflejo corneal no brinda de por sí ninguna indicación
sobre la presencia o ausencia de un mínimo de conciencia.
Ni siquiera un proceso más complejo, como el pedido de
bebida por parte de un paciente, nos brinda alguna indica
ción Si, recibida la bebida, el paciente sigue pidiendo de
beber, aun cuando no pueda ni tomar ni utilizar el líquido
que se le ha ofrecido, estamos autorizados para hacer algu
na afirmación sobre su estado de conciencia; y por el con
trario, si bebe el líquido y no pide más, salvo de una manera
evidentemente racional y proporcionada a su situación,
contamos entonces con un elemento que nos informa sobre
la presencia de un nivel mínimo de conciencia.
Así podemos ver que lo que constituye fundamental
mente la conciencia es la capacidad de utilización, y por
consiguiente de control y de adaptación de los distintos
estímulos. Sin embargo, los elementos que conocemos para
definir, sobre la base de la observación clínica, la presencia
o ausencia de los niveles de conciencia son muy escasos, y
están además constituidos por signos en su mayor parte de
naturaleza fisiognómica. Experimentos y observaciones de
distinta índole nos permiten tomar en cuenta más informa
ciones acerca de qué es la conciencia, pero como se trata de
una cualidad de la experiencia que no tiene punto al cual
referirla fuera de nosotros mismos (pensemos en lo difícil
que es, por ejemplo, describir y sobre todo definir la expe
riencia del conocimiento de sí), y dado que la cantidad de
las informaciones que poseemos sobre la realidad y que
están en cierta manera caracterizadas por la cualidad de ser
conscientes en su relación con nosotros es muy limitada, ha
sido necesario recurrir, para describir un conjunto de datos
desconocidos, a un prefijo negativo. Son simplemente no-
conscientes, es decir, inconscientes.
Se sigue de esto que debemos pensar en consciente e
inconsciente como dos cualidades extremas de la gama de
experiencias que abarcan todas las posibles modalidades y
gradaciones de conocimiento/experiencia de la personali
dad. Se sigue también que en la práctica todo conocimien-
78
to/experiencia está coloreada en cantidad e intensidad di
versas por ambas características.
Debido a ello definiremos psicológicamente como
consciente una experiencia que posee determinada canti
dad e intensidad en la unidad de tiempo. Pasando ahora al
uso de los términos “conciencia” e “inconsciente” como
designadores de zonas de la personalidad, tenemos que
puntualizar que se trata de conceptos topológicos y no
topográficos. En otros términos, la experiencia nos ha mos
trado que existe cierto número de informaciones que en su
estar en relación con nosotros como conocimiento/expe-
riencia tienen cierta continuidad en la cualidad de ser,
desde nuestro punto de vista, conscientes, es decir, somos
conscientes de su existencia, naturaleza, características,
finalidad, etcétera.
El conjunto dinámico y continuamente fluido de estas
informaciones, que habitualmente y con relativa constan
cia forman parte de nuestra conciencia, es precisamente lo
que delimita esa región y esfera de la personalidad que
llamamos conciencia y que es una función del yo.
Tratándose de una extensión dinámica, la esfera de la
conciencia puede ampliarse adquiriendo nuevas informa
ciones que se caracterizan precisamente por el hecho de ser
conscientes, o también perdiéndolos: aparece aquí nueva
mente la importancia de la función homeostática de la me
moria para el sistema de la personalidad, y aun más para la
funcionalidad del subsistema del yo. Además, todo lo que
no entra en esta esfera pasa a constituir aquello que impro
piamente llamamos la esfera del inconsciente, esfera sobre
la cual disponemos hasta el momento de un número redu
cido de informaciones, más centradas en la modalidad de
funcionamiento y en la tentativa de comprender las leyes
que regulan su dinámica, que sobre un mayor conocimien
to de lo (jue podría significar esta realidad, no conocida
de otra manera que no sea como negación, es decir, como
inconsciente. Aparte de los esfuerzos y las investigaciones
emprendidas en este sentido por la psicología dinámica
analítica y que están en marcha desde hace muchos años,
79
contamos más recientemente con las interesantes tentati
vas de I. Matte-Blanco, autor que trata de aplicar el modelo
lógico y matemático para la comprensión de sus leyes y
eventualmente de su naturaleza.
De esta manera se aclara el uso terapéutico del término
“conciencia”, entendida como la cualidad y aun la región
donde los contenidos de conciencia/experiencia deben lle
gar para poder ser utilizados por el yo.
La importancia que tiene para la vitalidad misma del
individuo humano la amplitud de aquellas realidades en-
dopsíquicas o externas de las cuales tienen conciencia,
justifica la importancia atribuida a esta cualidad y a su
extensión en el ámbito de la psicoterapia analítica.
Quiero destacar aquí hasta qué punto las alteraciones
del estado de conciencia, cuantitativas o cualitativas (ya
que estas dos dimensiones son difíciles de separar) consti
tuyen indicios importantes de distintas patologías. Preci
samente por la propiedad de homeostasis de los sistemas
vivientes, quiero subrayar la importancia de una anamnesis
adecuada, aun desde el punto de vista médico (por lo me
nos como exigencia que debe plantearse y aclarar a un
consultor médico) en los casos en los que se presenten
problemas de amplitud y funcionalidad de la conciencia.
Dejando de lado las alteraciones más estrictamente neuro-
lógicas, por ejemplo, el importantísimo significado que tie
nen las pérdidas fugaces de conciencia, las así llamadas
“ausencias” o la presencia de fenómenos endocraneanos
pertinentes, como los procesos expansivos, estados de irri
tación cerebral, etcétera, que —en el momento actual— son
más raramente objeto de una terapia psíquica, debemos
considerar la posibilidad de que todo hecho somático, aun
que sea un simple enfriamiento, puede influir sobre el
fenómeno de la conciencia. Quiero referirme en particular
a los estados de alteración y de restricción de la conciencia
que se presentan de manera concomitante o consecuente a
problemas de intoxicación, acompañados con mucha fre
cuencia por un cortejo de reacciones particulares. Aquí,
sobre todo con pacientes de tipo psicosomático o que em-
80
i
jlean hace mucho tiempo fármacos, especialmente psico-
trópicos, y también con personas que hacen o han hecho
uso prolongado de sustancias alucinógenas, drogas, etcéte
ra, antes de evaluar el fenómeno de la conciencia desde el
punto de vista psicológico será útil despejar el campo
eliminando los otros factores. Esto, aparte de ser metodoló
gicamente correcto, nos permite también tomar en conside
ración sólo las variables de naturaleza psicológica y evaluar
más objetivamente lo que observamos; evita graves errores
y daños al paciente; nos da una visión más completa, y por
ende psicoterapéuticamente más dúctil de la situación de
personalidad y, en cierta manera, puede ser una forma im
portante de prevención de perturbaciones psíquicas más
graves.
81
6
términos, si por debajo de las realidades fenoménicas no
existen procesos que están vinculados con ellas y que en
cierta manera modifican su significación. La amplitud del
problema, reformulado así, especialmente después de
Freud, replantea el discurso mismo del conocimiento hu
mano y de su realidad.
De todas maneras, se ha llegado a distinguir operativa
mente una toma de conciencia que da como resultado una
comprensión intelectual de los fenómenos y una toma de
conciencia que incluye también la dimensión emocional
que he llamado aquí “comprensión emocional”.
Esta última es la que interesa a la psicoterapia, en la
medida en que supone una integración —y por consiguien
te una maduración— de la experiencia, que podría atribuir
se al trabajo de conexión, y por lo tanto de reestructuración
y de atribución de nuevos significados, que se produce al
conectarse los procesos subyacentes a los distintos fenóme
nos y al tomar conciencia de todo ello, precisamente bajo la
forma de comprensión emocional.
Sin embargo, sigue siendo todavía muy difícil explicar
de qué manera se desarrolla esta dinámica. Rapaport
(1942), para intentar una hipótesis explicativa, habla de una
dinámica autónoma del pensamiento (entendido como fun
ción del yo), que haría que el pensamiento se vuelva sobre
sí mismo reiteradas veces, hasta reestructurar los conteni
dos de conciencia y “engancharlos” en los procesos incons
cientes, produciendo de esta manera una nueva forma de
comprensión de la realidad. Lo que, según Rapaport, activa
este proceso de reflexión sobre sí mismo por parte del
pensamiento son los estímulos relaciónales y ambientales.
Al expresarse así, lo que este autor quiere decir es que las
formas, y por consiguiente la toma de conciencia, obvia
mente también dentro de la psicoterapia, no son algo abso
luto y ahistórico, sino que están estrechamente conectadas con
las situaciones relaciónales y ambientales. La cuestión del
“insight” o de la “comprensión emocional” sigue todavía
abierta, y a pesar de que todos los días vemos reproducirse
este proceso, no tenemos elementos suficientes para una
82
teoría explicativa adecuada. De todos modos es importante
tener presente en la propia praxis psicoterapéutica que la
simple toma de conciencia intelectual no es suficiente para
producir modificaciones en la personalidad con sentido
psicoterapéutico y que, por consiguiente, tanto la estimula
ción como la valorización de la claridad intelectual del pa
ciente acerca de un tema es una operación parcial y hasta
riesgosa. Se tratará más bien de proporcionar estímulos
adecuados para que el pensamiento pueda, según la hipóte
sis de Rapaport, volverse sobre sí mismo, hasta poder cum
plir aquellas operaciones de reestructuración y de integra
ción que. por ser resultado de una manera absolutamente
particular y personal de elaborar la realidad, harían más
completo, modificador y madurador el proceso mismo de la
toma de conciencia.
87
de fundar una metodología de la psicoterapia analítica bre
ve que esté en consonancia con una visión estrictamente
psicoanalítica (1969).
Hay que tener presente que los pacientes tratados por
los autores anteriormente mencionados, sobre todo por Ma
tan, eran frecuentemente personas con graves disfunciones
del sistema de personalidad, que él mismo caracteriza co
mo cuadros border-line o, en algunos casos, como produc
tores de reacciones psicóticas explícitas. Lo mismo vale
también para M. Balint, quien trató en gran medida pacien
tes con síntomas psicosomáticos, a veces también muy in
tensos, y considerados por los médicos como “cronici-
zados”.
Existe, por último, una tercera modalidad de utiliza
ción de la transferencia, propuesta por A. Herberg y col.
(1975), sobre la base de experiencias con pacientes que
presentaban formas graves de perturbación. Se trataba de
personalidades con vasta gama de manifestaciones sinto
máticas, la mayoría de las veces unida a notable disfuncio-
nalidad o también a lesiones de la integridad de las funcio
nes del yo, especialmente de la prueba de realidad y de la
capacidad de vivir una identidad, y con proceso de defensa
que respondían mal a las exigencias de la situación. La
estrategia interpretativa de estos autores, que es la que más
se acerca a la seguida por mí mismo y mis colaboradores en
nuestra experiencia, es la de refuerzo/reestructuración de
las funciones del yo, evitando la interpretación de la trans
ferencia mientras ésta es positiva, y tratando, en la medida
de lo posible, de resolver los eventuales aspectos negativos
de la transferencia, más con el intento de hacer consciente
al paciente de sus propios conflictos y de sus propias con
tradicciones que se expresaban mediante esta dificultad de
relación con el psicoterapeuta, en lugar de recurrir a la
interpretación de la transferencia. Considero que es muy
difícil llevar a cabo un análisis suficientemente profundo y
completo de la transferencia en términos de una psicotera
pia analítica breve, ya que hay gran riesgo de desnaturalizar
las dimensiones y no poder controlar más las implicaciones
88
emocionales.
De acuerdo con todo lo propuesto por los autores de
esta tercera modalidad, siento también que es muy útil
hacer amplio uso de las explicaciones, es decir, de propor
cionar al paciente la mayor cantidad de material posible
para que logre comprender y hacer síntesis personales de
sus experiencias.
De todas maneras, si bien permanece incuestionada la
necesidad de una transferencia para que se produzca un
proceso psicoterapéutico, como también está fuera de dis
cusión la exigencia de que el psicoterapeuta sea consciente
de la dinámica transferencial, su utilización deberá deci
dirse de acuerdo con las características específicas del pa
ciente y de la situación en la cual se trabaja. Ambos proble
mas discutidos en este párrafo, sin embargo, necesitan nue
vas investigaciones y experiencias para situarlos con más
fundamento, tanto en el plano clínico como en el teórico.
89
2.2.0
El proceso diagnóstico
93
cer qué es lo que hace que el sistema de personalidad de
este individuo resulte cerrado: qué es lo que, reforzando la
autonomía del yo, serviría como fuerza energética para
impulsar hacia una apertura del sistema, etcétera) y cuáles
son en concreto las mejores condiciones para ayudarlo a
restablecer, y a veces hasta construir, el equilibrio emocio
nal homeostático de su personalidad. Para este fin, te
niendo en cuenta sobre todo las investigaciones efectuadas
por la Fundación Menninger (c/r. Kennberg O. et al.;
1972), propongo el examen de cuatro parámetros que debe
rían ayudar a construir un modelo tal para comprender
mejor la personalidad. Son ellos:
1. Las motivaciones;
2. La sintomatología y la angustia;
3. La “fuerza” del yo;
4. La dinámica de los procesos de defensa.
Pero antes de examinar cada uno de estos parámetros
en particular, quisiera hacer notar que, para obtener un
cuadro clínicamente correcto, debemos tener presentes las
distintas posibilidades de salida del proceso diagnóstico,
haciéndonos cargo también de las dimensiones de persona
lidad anteriormente mencionadas. De aquí que debamos
contar con un cuadro que, en rasgos generales, es como el
que figura en la página siguiente.
Este cuadro no es “absoluto”, sino relativo al estado
actual de las posiciones psicoterapéuticas. No tomé en
cuenta la gama de posibles terapias no analíticas porque
sostengo que un psicólogo de formación analítica —o que
por alguna razón haya elegido como modelo de referencia
el psicoanalítico— sólo contando con una vasta experiencia
y un atento conocimiento de las otras técnicas, podría
arriesgarse a recomendarlas. La mayoría de las veces es más
correcto aconsejarse con los colegas de otras tendencias o,
mejor todavía, someter los casos dudosos a una discusión
grupal del equipo terapéutico, cualquiera sea éste, o tam-
94
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bién confrontar los datos con un colega que practique el
tipo de terapia no analítica que nos parezca indicar para
el paciente, y escuchar su parecer.
El mismo esquema no excluye el posible y, a veces
necesario, pasaje de una forma de indicación primaria a
otra, como también distintas modalidades de terapia según
el sistema de personalidad del paciente, su situación con
creta y su evolución. De todas maneras, considero útil ad
vertir que los peligros más frecuentes en la formulación de
las indicaciones para una psicoterapia, o para una forma
más apta de psicoterapia son:
1. La identificación con el instrumento que el psicote-
rapeuta posea y la tendencia a considerarlo una panacea
universal. Esta actitud es, a mi entender, lo que está en la
base de muchos resultados engañosos de las psicoterapias;
2. Circunscribir las formas de intervención posibles a
las que se dispone de hecho o que son las preferidas en el
ámbito de la institución donde trabajamos;
3. Una tendencia al idealismo de lo óptimo, sin sufi
ciente atención a la situación concreta (economía, distancia
de la sede de la eventual psicoterapia, presencia o no de
estructuras sociosanitarias, etcétera) del paciente;
4. Escasa conocimiento de las técnicas psicodiagnós-
ticas y, consiguientemente, insuficiente recurso a los profe
sionales que pueden brindamos datos importantes para la
comprensión y pronóstico del caso.
96
nar en un espectro psicoterapéutico la que más se adapte al
paciente del cual —en concreto— nos ocupamos. A pesar
de que hay en curso numerosas tentativas en este sentido,
no estamos aún en condiciones de disponer de un cuadro
de conjunto suficientemente atendible.
Dentro del campo mismo de las técnicas psicoterapéu-
ticas de matriz psicoanalítica la situación se encuentra aún
en evolución. Hasta hace no muchos años, la pauta óptima
de referencia era el análisis, y por consiguiente, la mayor
parte de los estudios sobre indicación o contraindicación
de una terapia psicoanalítica se refieren a esta técnica tera
péutica. Más recientemente se han efectuado investigacio
nes y experiencias sobre el análisis y la psicoterapia de
grupo.
En lo referente a la psicoterapia analítica breve, las
indicaciones son escasas y, en muchos casos, vagas. La
afirmación recurrente es que la psicoterapia analítica breve
es indicada cuando existen fundadas contraindicaciones
para el análisis. Así, Cremerius, por ejemplo (1969), afirma
la indicación para aquellos casos en que el modo y la inten
sidad de las manifestaciones sintomáticas, el yo del pacien
te y sus resistencias, especialmente las intelectualizadas,
son tales que no permiten prever que el paciente sabrá
tolerar la frustración del análisis o no es posible trabajar sus
conflictos intrapsíquicos o cuando la situación histórico-
actual del paciente no aconseja un análisis propiamente
dicho.
De todas maneras, es posible dar algunas indicaciones
más precisas, al menos como hipótesis provisional de traba
jo. Recordaré ante todo que el diagnóstico psicoanalítico no
hace referencia a cuadros nosográficos, sino que se trata de
estudiar y comprender el significado de las dinámicas de la
personalidad. En función de nuestro objetivo se trata de ver
si un conjunto de conductas de tipo molar (es decir, aque
llas a las que subyace un proceso psicológico reconocible y
a las cuales es posible asignar un significado), que por
motivos prácticos coagulamos alrededor de cuatro varia
bles (motivaciones; síntomas y angustias; organización y
97
7
estructura de las defensas; fortaleza del yo), es tal, por su
génesis, naturaleza y significado dinámico, que permite
una previsión de cambio. Como en las cuatro variables
propuestas he identificado, como hipótesis de trabajo, los
elementos fundamentales en la homeostasis emocional del
subsistema “psiquis” —referido sobre todo al yo—, se trata
de ver si estos elementos, en relación con el sistema total de
personalidad y en sus interacciones específicas con lo or
gánico y lo social, tienen una modalidad y una flexibilidad
tal, que atestigüe la presencia de espacios todavía autóno
mos y, por lo tanto, la existencia de funciones correlativas
del yo relativamente íntegras, de manera que se las pueda
convocar a un cambio dentro de determinado lapso.
99
— Los casos en los cuales comportamientos y reaccio
nes atribuidos a motivaciones neuróticas son utilizados
positiva y hasta creativamente por parte del sujeto, como en
el caso de elecciones profesionales ya realizadas o de per
sonas con capacidad de expresión artística;
— Insuficiencia mental o alguna clase de rigidez en los
procesos de insight;
— Presencia de estructuras defensivas demasiado rígi
das o cuya modificabilidad y la dirección energética de un
posible cambio es imposible prever.
A estas contraindicaciones añadiría las siguientes:
— Pacientes con drogadicción prolongada;
— Pacientes cuya condición socio-ambiental no es fa
vorable y que podría llegar a utilizar la psicoterapia en
contra del paciente;
100
En líneas generales está contraindicado plantear una
psicoterapia analítica breve siempre que el proceso diag
nóstico no proporcione datos suficientes para un pronóstico
favorable de acuerdo con las variables que he propuesto y
que habré de desarrollar posteriormente.
Hay autores que consideran también incluido entre las
indicaciones de una u otra forma de psicoterapia analítica el
sexo del psicoterapeuta y, a veces, la edad. En la mayor
parte de los casos no parece que el problema se haya plan
teado como realmente determinante, salvo en el caso de
niños o adolescentes (Schneider P., 1977). Considero, de
todas maneras, que este problema debe plantearse sólo si de la
anamnesis y de la naturaleza específica del conflicto o de la
situación psicodinámica resulta tener una importancia real
y profunda. La generalidad de las veces lo determinante
son la cualidad y la corriente emocional de la relación, y, si
son positivas, no parecen exigir ulteriores especificaciones
sobre la personalidad del psicoterapeuta.
101
2.3.0
Los parámetros diagnósticos y
pronósticos
102
ner cuatro variables en función tanto del diagnóstico como
del pronóstico. Aun cuando queden sin considerar algunos
aspectos, por ejemplo, la consideración y el tratamiento de
los procesos cognoscitivos, que por el momento no he creído
que fuera realista efectuar, estas variables fueron elegidas
pensando en su posibilidad de ser definidas operativamen
te y en el estado de elaboración de las teorías que subyacen
a cada una de ellas. El hábito y una reflexión continuada
sobre todo lo que sucede en el trabajo clínico será, por otra
parte, el único modo de seleccionar, ampliar y saber utilizar
en todo su alcance las variables mismas, con vistas a una
metodología clínica correcta.
105
factores: grado de autonomía del propio yo; nivel de sus
motivaciones; capacidad de soportar las frustraciones; au
toestima; expectativas sociales, etcétera. Sin embargo, el
conjunto de las reacciones posibles depende de dos facto
res comunes (Carli R., 1966):
1. La estructura de su personalidad y, por consiguiente,
la historia personal de la cual aquélla deriva;
2. El valor que confiere, en lo que atañe a la imagen
que tiene o que quiere tener de sí mismo en la sociedad, al
propio trabajo profesional y en relación con el paciente.
El primer factor está hasta tal punto ligado con las
problemáticas de análisis personal y de adiestramiento di
dáctico, que no me es posible encararlo aquí.
El segundo factor, ligado al comportamiento y a las
motivaciones sociales, en las cuales se inscriben aquellos
tipos profesionales, puede en cambio ser examinado re
tomando los pasos del estudio ya citado de Mac Clelland.
Este autor diferencia tres necesidades fundamentales que
se encuentran en la base del comportamiento social: ne
cesidad de éxito, necesidad de vinculación afectiva, nece
sidad de poder. Veamos en qué consisten y qué conse
cuencias tienen en el plano psicoterapéutico.
Necesidad de éxito es la necesidad de afirmación, de
contrastación gratificante con los parámetros que la per
sona se ha puesto ante sí misma como criterios de éxito.
Partiendo de tales motivaciones, el individuo tiende siem
pre a refinar cada vez más la calidad de las propias pres
taciones, hasta el punto que los criterios y pautas que sus
informaciones o, en el caso límite, sus fantasías inconscien
tes, definen como el psicoterapeuta óptimo o la conducta
terapéutica óptima, se convierten en una profesión, en una
urgencia que, llevada al límite, resulta persecutoria.
Semejante motivación, en el caso de ser la dominante,
tendrá como consecuencia que la relación real no será ya
entre psicoterapeuta y paciente sino entre psicoterapeuta y
modelo técnico de referencia. Por consiguiente, el terapeu-
106
ta probablemente de manera predominantemente incons
ciente tenderá a evitar una relación profunda con el pacien
te, concentrando más bien la atención de ambos sóbrela
“tarea” psicoterapéutica, sobre sus aspectos formales y so
bre su validez, medida sobre la base de los resultados
obtenidos. Esta actitud favorecerá los procesos defensivos
del paciente, precisamente en lo concerniente a la propia
coparticipación emotiva, y por consiguiente a la relación.
En particular, podremos observar con mayor frecuencia los
procesos de:
a) Evasión del encuadre por parte del paciente, me
diante diversos comportamientos, por ejemplo, acting out y
acting in, que tienen por fin recibir el mensaje inconscien
te del psicoterapeuta y, por consiguiente, evitar una rela
ción comprometida con él;
b) Seducción o agresión, que son ambas expresión de
un mismo intento de estructurar una relación real, definida
y profunda con el psicoterapeuta. En especial, estas dos
últimas formas de defensa pueden inducir fácilmente al
terapeuta a interpretar como rechazo de la terapia lo que, en
cambio, es rechazo de la modalidad terapéutica y de la
ausencia de una relación verdadera y profunda, armándose
de esta manera una cadena en la cual la psicoterapia se
convierte fácilmente ella misma en patógena. De todas
maneras, cuando este tipo de motivación es el predomi
nante, se pierde el principal factor terapéutico: la relación
y, consiguientemente, cualquiera sea el rumbo que tome la
terapia (aun cuando los síntomas, por ejemplo, desaparez
can), no hay modo de verificar lo que realmente ha suce
dido.
Necesidad de vinculación afectiva, es decir, la nece
sidad de establecer, mantener o reproducir una relación
afectiva con otra persona. Dicho con otras palabras, el pa
ciente, cuando esta motivación se toma dominante, se con
vierte en una fuente de posibles gratificaciones o de frus
traciones afectivas. Existe entonces el riesgo de que la
actuación del psicoterapeuta esté inconscientemente
107
orientada a la instrumentalización de todos los elementos
de la relación en función de obtener un comportamiento de
aceptación afectiva por parte del paciente. Esta actitud
lleva a la valorización, cuando no a la promoción indirecta,
de rasgos de cordialidad, de afectividad y de ambigüedad
sexual, de bloqueo de la agresividad, todos los cuales ins
tauran una relación de dependencia, de falla de crecimien
to, y consiguientemente de autonomía, de prolongación
inútil de la duración de la relación. El paciente será fácil
mente llevado a reproducir modos típicos de defensa, trans
formándolos en “filtros” de la relación misma. Se mani
fiestan. entonces procesos defensivos de los siguientes
tipos:
a) Seductor, que por lo común es típico de los pa
cientes con problemáticas más graves, especialmente las liga
das con problemas infantiles profundos en la relación con
los progenitores y, por consiguiente, dotados de mayor
carga de angustia. Se tendrá así una superación aparente de
la situación patológica, que no indaga las causas y subor
dina de manera estable a la relación psicoterapéutica la
funcionalidad del sistema de personalidad del individuo y
por ende su autonomía y salud psíquica.
b) Agresivo, característico de una personalidad que
probablemente cuenta aún con espacios de autonomía, y
que por consiguiente se niega a aceptar el papel de
“fuente” de gratificación o de frustraciones afectivas, y en
cierta manera reivindica una manera distinta de relación.
Aparte del daño que implica el desviar la problemática
hacia este aspecto, dejando de lado en cierta manera, o
escondiendo y hasta reprimiendo la globalidad de los con
flictos que han llevado a pedir ayuda terapéutica, el com
portamiento agresivo del paciente tendrá el efecto pro
bable de reforzar la motivación dominante del psicotera-
peuta y, consiguientemente, contribuirá a tomar ambiguo y
a invalidar el proceso terapéutico mismo.
c) Evasión: quizás la defensa más frustante por parte
108
del sujeto, en la medida que tiende a anular la relación
emocional. En este caso es muy fácil que en la psicoterapia
se produzcan reacciones de angustia y hasta de desorgani
zación de las conductas, incapacidad de decisión y de in
terpretación. Se puede afirmar que en este caso, la relación
terapéutica en cuanto tal, está concluida aun antes de haber
comenzado.
109
hace dominante, convierte en vana o patogénica la relación,
es algo evidente y obvio.
Además de los factores estrechamente ligados con la
historia personal, la capacidad de aceptar la connotación
afectiva que el paciente imprime a la relación —cualquiera
sea su direccionalidad—; el saber evitar prejuicios y expec
tativas estereotípicas o que de alguna manera no guarden
relación con el paciente, individualmente considerado; la
conciencia de los límites que toda relación fundada sobre
roles profesionales implica y el saber utilizarlos y respe
tarlos, son las condiciones y al mismo tiempo las garantías,
al menos por parte del psicoterapeuta, para una motivación
social adecuada y correcta.
110
vaciones extrínsecas y motivaciones intrínsecas, tanto en
lo referente a la psicoterapia como en lo referente al psi-
coterapeuta.
Una motivación se considera extrínseca cuando el
paciente es impulsado hacia la terapia por presiones am
bientales, sean éstas de oportunidad social o directamente
coactivas, como consecuencia de ello vive la situación tera
péutica y la relación con el psicoterapeuta como una carga y
sin ninguna aceptación personal.
Este tipo de motivación se presenta con frecuencia en
el ámbito de la vida familiar y en el ámbito laboral. Es
frecuente que los familiares no logren comprender o sopor
tar el estilo de conducta de uno de los miembros de la
familia o que estén preocupados por los aspectos de su vida
que no comprenden o que juzgan de alguna manera nocivo.
Esto los incita, directamente o, como sucede la mayoría de
las veces, por intermedio del médico de la familia, a encarar
en conjunto la solución de los problemas, recorriendo por
lo general la cadena médico de familia-neurólogo-clínica
psiquiátrica, para culminar en una psicoterapia. Este pro
ceder, en el caso de niños y adolescentes, plantea proble
mas suplementarios de índole gravísima que no desarrolla
ré aquí, pero que tendré permanentemente en cuenta
porque requieren un procedimiento absolutamente parti
cular para su evaluación y elaboración. La amenaza de
perder el afecto de los propios familiares; la coacción afec
tiva de hacerse responsable de la ruina familiar o cosas
semejantes pueden representar para el paciente una fuerza
coactiva de enorme gravitación. Pero sobre él gravita con
igual frecuencia y con una violencia particular el ambiente
laboral, cuando, con la justificación de mejorar su capa
cidad, de prepararlo para tareas de mayor categoría y aun
con la pura y eficaz amenaza de pérdida de trabajo, se lo
constriñe a plantearse una demanda de psicoterapia, que a
veces tiene que cumplirse en un lugar “convenido” y con
personas de alguna manera preelegidas por el ente o por la
persona que actúan como empleadores.
Independientemente de lo dicho, la misma motivación
111
se presenta cada vez que el paciente no tiene presentes con
toda evidencia, sin posibilidad de ambigüedad, los motivos
reales y los objetivos que se la proponen, porque se le
aconseja o se lo dirige hacia una psicoterapia o un psicote-
rapeuta determinado. Siempre que nos encontramos con
una motivación de esta índole es inútil, cuando no dañoso,
iniciar una forma cualquiera de psicoterapia. Esta motiva
ción, efectivamente implica tal carga de desconfianza, hos
tilidad y rechazo de la situación psicoterapéutica y de la
persona del psicoterapeuta que resulta imposible controlar
e interpretar la cómplejidad dinámica que finalmente se
suscita. La situación en su conjunto es vivida como algo
amenazador y agresivo, y todo esfuerzo del paciente estará
dirigido a defenderse de esta amenaza. Se producen, por
consiguiente, los mecanismos de defensa de los cuales
hemos hablado a propósito de las reacciones frente a una
motivación no correcta y adecuada por parte del terapeuta,
a saber, seducción-evasión o agresión, que hacen inútil y/o
nociva la situación misma. Quisiera subrayar que hasta con
los pacientes que presentan reacciones psicóticas, por muy
graves que sean, es irrenunciable, si se quiere emprender
una relación psicoterapéutica, asegurar toda la libertad y
autonomía de las cuales sea capaz el paciente. Esto en la
práctica se traduce en verificar (y en el plano intuitivo se lo
logra de inmediato) que el paciente de alguna manera de
see, o por lo menos acepte, nuestra ayuda y no la ligue con
ningún sentimiento de “sumisión” o de “chantaje”, sea por
parte de las personas o de las instituciones De manera muy
especial sostengo que el psicoterapeuta no debe prestarse a
“juegos” tales como fingir un encuentro casual o enmas
carar la propia profesionalidad u otros semejantes, pues si
bien en todos los casos desnaturalizan la relación psicote
rapéutica, en el caso de las personas con reacciones psicó
ticas, especialmente si son graves, amplifican de manera
impredecible su sensibilidad y sus contenidos fantasmáti-
cos, inconscientes, dando lugar a graves e impredecibles con
secuencias. El paciente, frente a este cercenamiento que lo
amenaza, y por lo tanto refuerza las fantasías destructivas que
112
ya está viviendo por carecer de un control autónomo de sus fun
ciones psíquicas, además de sustraerse, es decir, de evadir
se de la situación, puede recurrir a mecanismos que dege
neran en procesos de agravamiento de la disfuncionalidad
(piénsese, por ejemplo, en ciertas formas de regresión cata-
tónica) o al suicidio. En los casos más graves, donde las
presiones familiares, de la institución socio-sanitaria o de
algún otro aspecto del ambiente se hacen más fuertes y se
convierten en una solicitación indirecta y hasta inconscien
te dirigida al narcisismo del psicoterapeuta o a su competi-
tividad, y hasta llegan eventualmente a crear una especie
de chantaje moral, es indispensable tener presente de ma
nera especial la opinión de Freud —todavía hoy entera
mente válida— de que pueden existir casos en los cuales
haya un núcleo originario enfermo sobre el cual, en el
estado actual de los conocimientos, no estamos en condi
ciones de actuar por vía psicoterapéutica. Por otra parte,
nunca hay que olvidar que la psicoterapia analítica (como
todas la psicoterapias que tienen un mínimo de fundamen-
tación científica) son procesos operacionales construidos so
bre una base lógica del tipo: “si... entonces”; es decir, si veri
fican determinadas situaciones previstas en la teoría de la
técnica psicoterapéutica que usamos, sólo entonces son
hipotetizables ciertas consecuencias. De otra manera, po
nemos en obra un proceso no controlable ni verificable, en
el cual la eventual positividad de los resultados es tan sólo
casual y no ofrece garantías de continuidad ni es una fuente
de conocimientos ulteriores, de alguna manera útiles para
hacer profundizaciones en el plano clínico.
Por motivación intrínseca, en cambio, sé entiende la
búsqueda espontánea por parte del paciente de una ayuda
psicoterapéutica, con el fin de lograr un mayor conocimien
to de la propia personalidad y una comprensión de las
propias dificultades y de los propios conflictos y de su
solución.
Que la demanda psicoterapéutica se haga bajo presión
de la angustia, de los síntomas o de la dificultad de adapta
ción y de interacción social y laboral, es algo que carece de
113
importancia. Lo importante es que el paciente, proporcio
nalmente a su grado de autonomía y a las posibilidades
reales que tiene en lo referente a la gravedad de su disfun
ción de personalidad y a la posibilidad operativa de recurrir
a un psicoterapeuta, acepte tener necesidad de ello y quie
ra recibir una ayuda psicoterapéutica. Con mucha frecuen
cia no se encuentra en condición de buscar una forma
específica de psicoterapia o puede ser inducido a elegir un
psicoterapeuta determinado por motivos externos, tales co
mo la fama del profesional, el haberlo visto en televisión o
haber leído sus publicaciones, etcétera. Precisamente por
esto, según dije precedentemente, es importante una eva
luación psicodiagnóstica profunda y atenta, que ayude al
paciente a orientarse hacia el tipo de técnica o hacia la
persona que puede concretamente dar mejor respuesta a
sus exigencias. Es útil tener presente que la experiencia
clínica universalmente compartida ha demostrado que
cierta dosis de malestar, provocado tanto por los síntomas
como por la dificultad en las relaciones, es un estímulo
necesario para que en el paciente surjan a la vez la exigen
cia de una ayuda psicoterapéutica y la fuerza para soportar
lo y para colaborar en él de manera constructiva. Un compo
nente esencial del proceso psicoterapéutico es que éste sea
un proceso de interdependencia entre sus dos únicos prota
gonistas, dentro del cual se cumplen las condiciones para
un proceso de identificación. Tal proceso es imaginable
sólo a condición de que el conocimiento recíproco no sea
influenciado o distorsionado —en la medida de lo posi
ble— por presiones o experiencias socioculturales, cuyo
único efecto sería desencadenar continuos mecanismos de
fensivos, disminuyendo la autonomía recíproca y la posibi
lidad de funcionalidad de los sistemas de personalidad.
Por otra parte, una primera experiencia de relación
psicoterapéutica tal que —independientemente de la gra
vedad de la enfermedad o de las perturbaciones existentes
y aun teniendo en cuenta en la evaluación la autonomía y la
capacidad de decisión y de expresión del individuo— esté
realmente libre de presiones externas al paciente mismo,
114
constituye ya de por sí una experiencia de identidad, de
delimitación de los límites del yo respecto de las amenazas
externas (incluidas las endopsíquicas) y una primera prue
ba de realidad, ejercitada sobre la posibilidad de relaciones
que no solamente no son peligrosas, sino que se colocan
como auténticas aliadas del lado del paciente. El valor
terapéutico de una experiencia así es notabilísimo, como
también lo es su posibilidad de influir positivamente sobre
todo el desarrollo de la eventual psicoterapia.
115
2.4.0
Síntomas
117
más satisfactorias como suministradoras de respuestas o las
toma de manera directa del ambiente, aun sintiéndolas
como extrañas, como no propias. Este esfuerzo lleva a con
secuencias en el desarrollo del campo de experiencia del
niño y de alguna manera deforman sus límites, haciéndolos
demasiado rígidos o demasiado flexibles, pero en cualquier
caso menos aptos para la diferenciación clara que poco a
poco debe cumplir entre sí mismo y los otros objetos. Mu
chas veces, afortunadamente, esta capacidad del ambiente
para sintonizar bajo la forma de la reciprocidad en las con
frontaciones del niño es suplida y compensada posterior
mente por experiencias positivas en otras relaciones y si
tuaciones, de manera que este primer “imprinting” que lo
induce a comunicarse de manera “extraña”, y por consi
guiente neurótica, es superado, o en el peor de los casos
subsiste sólo como predisposición latente a reaccionar de
determinado modo frente a determinadas situaciones.
Cuando esto no se verifica, el yo del paciente, colocado
ahora frente a las presiones sociales y a determinadas difi
cultades de comunicación, sobre todo si reproducen las ya
experimentadas en la infancia, tiende a regresar, utilizando
nuevamente las modalidades de comunicación, los tipos de
adaptación, y por consiguiente de defensa, que había usado
otrora, con la misma ausencia de percatación. En este caso
nos encontramos con las condiciones inmediatas para el
surgimiento del sistema neurótico: una regresión que no es
funcional para el desarrollo del yo —y que por lo tanto
resulta patológica— y reproduce de manera estereotípica
modalidades ya experimentadas. Puede acontecer, sin em
bargo, que la madre y el grupo primario no solamente sean
incapaces o estén imposibilitados de proporcionar aquel
tipo de “aportes narcisísticos externos”, de los que hemos
hablado, sino que reaccionan con rechazo y aun con hostili
dad a las comunicaciones del niño y a las distintas manifes
taciones de sus necesidades. Este comportamiento amena
za profundamente la coherencia misma del sistema de per
sonalidad del niño, es decir, su identidad, que le resulta
como superada por un tipo particular de angustia existen-
118
cial o “perturbación de base” (Balint M., 1968). De esta
manera, áreas enteras del campo de experiencia del niño
resultan comprometidas: en sentido figurado, los límites
del yo, que debían servir para intermediar plásticamente la
relación entre lo endopsíquico y lo social a través de las
funciones autónomas del yo, quedan destrozados. Se pro
duce de esa manera un déficit estructural del yo, que da
lugar a aquella forma particular que Ammon (autor del cual
me he referido ampliamente en esta parte) llama “Loch-im-
Ich ’, es decir, un vacío o, literalmente, un agujero en el yo.
Este vacío da lugar a la experiencia que los psicopatólogos
de matriz fenomenológica llaman, con aguda observación,
“ent-ichten” (des-yoización), es decir, la invasión del yo por
parte de las pulsiones. Observemos entonces un comporta
miento que expresa la incapacidad estructural del yo para
controlar la realidad, sobre todo la pulsional, y por consi
guiente una continua producción de síntomas que tienen
como finalidad colmar este vacío, es decir, producir expe
riencias sustitutivas de las fallidas. En la mayor parte de los
casos esta dinámica no estalla súbitamente (como por ejem
plo en el autismo infantil), sino que subsiste en una posi
ción de latencia hasta que las circunstancias externas, sobre
todo relaciónales, permitan la continuación de un ambien
te que haga la función de “vaina emocional”, de situación
protegida (Ammon G., 1973). Es ciertamente típico de pa
cientes que presentan reacciones psicóticas —como surge
de sus anamnesis— el buscar continuamente la manera de
recrear de manera inconsciente situaciones emotivas seme
jantes a aquellas que originaron su patología, es decir, un
vínculo “simbiótico” con la madre, y consiguientemente
con el grupo primario, destinado a no ser cortado nunca de
manera evolutiva. En cierto sentido, según observó aguda
mente Ammon, la realidad parece ser un escenario sobre el
cual estos pacientes repiten sin cesar y, obviamente sin
advertirlo, su conflicto inconsciente.
Observemos que lo que caracteriza el nivel psicótico
del síntoma y lo que invade al yo no es sentido por éste
como algo ajeno, sino que se convierte en parte integrante y
119
casi sustitutiva del yo, como si el lenguaje sintomático fuera
la única posibilidad que la persona tiene de vivir ciertas
experiencias, sobre todo el “sentimiento del yo”, es decir,
la identidad.
He intentado delinear el origen y las condiciones in
mediatas en las cuales surge, se forma, y se manifiesta el
síntoma, tanto en el nivel neurótico como en el nivel psicó-
tico.
Quisiera ahora hacer algunas observaciones que ten
gan el carácter de síntesis. Ante todo, aunque sea suma
mente difícil reconocer el nivel neto, no Sólo del síntoma
aislado sino del conjunto de los síntomas que el paciente
vive y expresa, sin embargo, es necesario intentar un diag-
nóstico diferencial, en la medida en que es una condición
necesaria para proponer una indicación psicoterapéutica
correcta.
Es posible brindar algunos elementos, además de los
ya presentados, que ayudan a formular una síntesis:
120
ma si el paciente lo siente como extraño a sí mismo o ya no
hace distinción entre sí mismo y el síntoma, y además qué
función tiene el síntoma como debilitamiento o bloqueo
del desarrollo del yo; como fuente de pérdida de energía;
como modalidad de restricción y coartación e incluso anu
lación de los espacios de autonomía del yo.
—Es necesario recordar que todo síntoma presenta tam
bién para el paciente algunas ventajas, como pueden ser la
disminución de la angustia o la descarga sobre objetos
sustitutivos, etcétera.
—Finalmente, aunque por su finalidad este párrafo haya
subrayado la dimensión psicogenética de una coordinación
intersistémica, el no tomar en consideración el sistema
orgánico o el sistema societario en el momento del diagnós
tico y, más todavía, al hipotetizar el pronóstico y durante el
curso de la terapia, falsea y compromete el esfuerzo tera
péutico.
En este último, posteriormente, si el nivel de los sínto
mas expresa clara o predominantemente una dinámica neu
rótica, la técnica será ampliar el espacio de autonomía del
yo por medio de la comprensión emocional que debe acom
pañar a los contenidos inconscientes, una vez que éstos han
sido descubiertos y han pasado a ser accesibles a la con
ciencia. En cambio, en el caso de que prevalezcan síntomas
que expresan una dinámica psicótica, será necesario identi
ficar, y por consiguiente reproponer en términos de reci
procidad destinada a funcionar como experiencia emocio
nal correctiva, los vacíos del yo y las correspondientes fases
de la reciprocidad en el cual se constituyeron, tratando así
de reforzar ante todo los límites del yo, es decir, ayudando
al paciente a diferenciarse de sus propios síntomas, y sólo
en un segundo momento se lo ayudará a reconocer el signi
ficado latente y por consiguiente el conflicto que expresa.
Por otra parte, en el ámbito de las psicosis la psicoterapia
analítica breve puede tener el significado de una interven
ción de urgencia en situación de crisis, o bien el de una
acción concentrada e intensa sobre un problema-conflicto
121
que los datos examinados indican como central y, presumi
blemente, originador del surgimiento de la sintomatología
psicótica, de cuya resolución esperamos una adaptación
más general de la personalidad. Considero, sin embargo,
que un completamiento y una estabilización de los resulta
dos, cuando ello es posible, se logra con terapias analíticas
de grupo, aunque éstas no podrían iniciarse sin una previa
psicoterapia analítica breve. A veces resulta suficiente la
sola intervención mediante la psicoterapia analítica breve.
Lo que quisiera subrayar enérgicamente es la necesidad de
estar en guardia para que, frente a la complejidad de una
sintomatología psicótica y también a la riqueza de los con
tenidos que ésta puede presentar, no se caiga en la tenta
ción de hacer un “análisis concentrado”.
2.4.1. La inhibición
2.4.3. La angustia
La angustia es una de las experiencias humanas más
comunes, y consiste en un estado, generalmente transito
rio, de alarma y de malestar por una situación contingente
desagradable o por un deseo compulsivo. Por ello, aun
cuando se la considera comúnmente como un síntoma, es,
sin embargo, un síntoma sumamente particular. De hecho,
si pensamos en la teoría de los sistemas, podemos ver en la
angustia una tensión que caracteriza normalmente las inte
graciones y las adaptaciones entre los diversos sistemas y
subsistemas que constituyen en concreto el sistema de
personalidad. En esta manera de considerar el fenómeno,
la angustia tendría un significado ligado con la disfunción
sólo cuando sobrepasa en intensidad cierto umbral prome
dio de tensión intersistémica.
En términos más generales y funcionales para el diag
nóstico y la comprensión clínica de este fenómeno pode
mos considerar la angustia como una señal particular que se
pone en funcionamiento en condiciones de peligro o cuan
do aparece una situación no conocida (y que, bajo este
punto de vista, es potencialmente al menos, peligrosa), para
activar los sistemas de alarma y de defensa de la personali
dad. Ante todo es importante, por lo tanto, conocer la reali
dad de la situación que desencadena la angustia, es decir, si
se trata de una situación verdaderamente presente y peli
grosa o es sólo una distorsión perceptiva, acaso alucinatoria
o debida a fantasías inconscientes. Fenichel (1945) propone
una útil estratificación de las relaciones de angustia:
1. Frente a una situación traumática se da una angustia
por así decir automática y no específica
2. Frénte a situaciones de peligro, la angustia actúa
como una señal al servicio del yo, en la medida en que, por
127
eieciu y como consecuencia de esta señal, el yo está en
situación de anticipar mentalmente ciertas situaciones y por
lo tanto de poner enjuego adaptaciones defensivas adecuadas
3. Frente a situaciones graves, se genera una forma
específica de angustia, a la que Fenichel llama pánico, la
cual ya no es controlable por el yo, que entonces queda
superado. En estos casos, la angustia degenera en manifes
taciones psicopatológicas. La angustia, por naturaleza, es
un fenómeno principalmente subjetivo, vivido, que se pue
de observar y conocer sólo por sus manifestaciones exter
nas. Interpretamos la angustia como síntoma cuando obser
vamos reacciones psicológicas debidas a situaciones de
peligro, en las cuales el yo no está en condiciones de con
trolar el umbral promedio de las reacciones, sino que es
superado y tiende a estructurar la reacción-señal de angus
tia mediante uq estado continuado.
Es claro, por consiguiente, que la reacción de angustia
es en sí misma un fenómeno absolutameñte normal y fun
cional para el sistema de personalidad. Los elementos ob
servables que hemos mencionado son por lo general de
naturaleza psicosomática, y se expresan coma aumento de
la tensión muscular, temblores, respiración acelerada y afa
nosa, taquicardias, vasoconstricción periférica, etcétera.
Un ejemplo clásico es la dificultad del lenguaje y los bal
buceos que ciertas personas presentan cuando están ansio
sas. Estos síntomas ofrecen varios aspectos que facilitan
su diferenciación y por consiguiente su comprensión. Ante
todo, no interesa conocer la verdadera entidad de las situa
ciones de peligro; es decir, si se trata de un peligro real o un
peligro imaginario, y además si la reacción es más o menos
conmensurada a él. Muchas veces, sin embargo, es difícil
precisar este dato. Podemos más fácilmente observar, y en
cierta manera evaluar, otras dimensiones por ejemplo:
a) La intensidad de las reacciones o del estado angus
tioso, que puede clasificarse en leve, moderada, grave, etc.
b) La cualidad de las reacciones, ya que puede expre
sarse como angustia libremente flotante, ligada a un “obje-
128
to particular” o somatizada, etcétera; la conciencia que el
yo tiene del fenómeno mismo, es decir, si la reacción de
angustia es vivida como pertinente o es negada, etcétera.
De particular interés para la comprensión clínica y
para la terapia consiguiente puede ser la angustia motivada
principalmente por temores o amenazas que el sujeto ad
vierte como provenientes de la sociedad y que le son co
municadas por mediación del superyó. Especialmente en
ciertas fases de edad, por ejemplo la pre-pubertad, la im
portancia de este tipo de angustia, que llamaremos angustia
“social”, es notable. En estos casos, más que la capacidad de
control por parte del yo o los motivos de su mal funciona
miento, habrá „que indagar las redes relaciónales del pa
ciente, como también los ámbitos de socialización que ac
tualmente le son propios. Así, sobre todo en cuanto indica
dor de posibles desarrollos psicopatológicos en una direc
ción psicótica, es importante observar si la señal de alarma
es una señal falsa, es decir, que entra en operación no
existiendo estímulos cognoscibles, sino como consecuencia
de hechos muy singulares; por ejemplo, después de haber
sentido voces o sonidos que no pueden remitirse a la expe
riencia objetiva o “común” o tras la irrupción en la mente
de determinados pensamientos, etcétera.
Para terminar, la angustia es una característica de la
condición humana, presumiblemente la exteriorización de
la percatación, aun inconsciente, de nuestro ser limitado.
Empero, en determinadas circunstancias, si se la discrimi
na de manera exacta, puede ser también un síntoma, que
por lo demás, tanto por su etiopatogénesis como por los
posibles abordajes terapéuticos, es multifactorial (Lader J.,
1972), y que como tal constituye un elemento de la variable
“síntoma” dentro de ñuestro modelo diagnóstico-pronós
tico.
129
9
2.4.4. El dolor
Quisiera tratar someramente también este síntoma, ya
que por su naturaleza y por su significado puede tomar
problemática, y aun confundir, la evaluación de la situación
psicodinámica, tanto del paciente como de la relación.
En términos muy generales, el dolor, igual que la an
gustia es señal de alarma frente a un daño cualquiera del
subsistema somático. Se caracteriza por el hecho de ser
comunicado por el sistema nervioso a través de una red de
receptores altamente específicos y especializados, con im
plicaciones bioquímicas que actualmente son objeto de
interés y de investigación (Melzack R., 1976). Así, los ejem
plos clínicos de las lesiones que se presentan en pacientes
congénitamente incapaces de percibir el dolor demuestran
la importancia del buen funcionamiento de esta forma de
percepción y de su correspondiente comunicación. Sin em
bargo, aunque sabemos que existe un umbral de sensación
psicofísica (es decir, una intensidad mínima capaz de susci
tar la asensación dolorosa) que es común a todos los seres
humanos, sin embargo la complejidad de este fenómeno es
tal, que este dato no tiene mayor utilidad en el campo
clínico. Sabemos que la elaboración del estímulo doloroso,
lo mismo que el grado de tolerancia respecto de él depende
de las experiencias previas, sobre todo del modo como el
grupo primario reactuaba emotivamente en la relación con
el dolor. Estas experiencias, a través de las huellas mnémi-
cas, se convierten en una especie de trasfondo emocional
que influirá siempre en la valuación y en la elaboración que
el individuo hará de los estímulos dolorosos. Otro factor
determinante de la tolerancia del dolor es la posibilidad y la
capacidad que tiene el paciente de comprender las causas y
de prevenir las consecuencias. Así, dolores que se refieren
a determinadas zonas, por ejemplo, a la región cardíaca, son
vividos con mucho mayor angustia que los que se refieren
al talón, y esto sin que exista ningún nexo objetivo con la
gravedad del fenómeno. En este sentido, tienen gran impor
tancia tanto el contexto socio-cultural, donde nació y vivió el
130
paciente, sus primeros años de vida (piénsese en el signifi
cado y en el modo relativo de vivir los dolores de los ritos de
iniciación en determinadas culturas, o también en la fun
ción de vivir el dolor aun físicamente con ocasión de ritos
fúnebres), y el lenguaje particular, especialmente los adje
tivos, mediante los cuales el paciente relata esta experien
cia. Desde el punto de vista psicológico nos interesa con
centramos en dos dimensiones:
133
2.5.0
Las defensas
137
2.6.0
La “fuerza” del yo
139
2.7.0
Nota sobre el pronóstico
141
cia tenga el paciente de su propia situación, cuanto más
motivado esté para resolverla y cuanto mejor mantenga una
distinción entre él mismo y los problemas y/o síntomas que
presenta.
142
2.8.0
Dos “casos”
143
psicológico. Hasta que, finalmente, el último ginecólogo
consultado, al cual la familia no había mencionado las ten
tativas hechas con el neurólogo, aconseja recurrir a un psi
cólogo.
Después de una primera hora de información retros
pectiva, se invita a los padres a precisar mejor el problema
mediante una charla entre adultos, y de esta manera la
joven queda a solas con el psicólogo, mientras sus padres
esperan afuera. La operación es más bien laboriosa, porque
también la joven parece desinteresada y pasiva.
El psicólogo trata de constituir una alianza de trabajo,
aclarando que sólo si la joven está mínimamente interesa
da, tiene sentido pasar adelante. Si ella no lo considera
oportuno, no debe preocuparse, porque el psicólogo habla
rá con el ginecólogo y con los padres, de manera que la si
tuación no sea utilizada para culpabilizarla. Entonces la jo
ven se desbloquea ligeramente, hablando un poco de la
historia clínica y comenzando a la vez a corregir la versión
proporcionada por los padres. De hecho, las famosas per
turbaciones misteriosas y posteriores al encuentro con el
neurólogo han sido un enorme aumento de peso, con toda
una serie de análisis y dietas, que culminan luego en un
estado impreciso de debilidad psicofísica y la pérdida de
un año de colegio. Se fija directamente con la joven una
nueva entrevista y se le comunica este hecho a los padres.
En un segundo encuentro, mediante un coloquio más
profundo y la administración de algunas técnicas psico-
diagnósticas, queda en claro que es posible delimitar un
problema central dinámicamente importante para la joven,
quien logra controlar suficientemente la angustia, pero que
tiene como estrategia defensiva la de utilizar un continuo
desplazamiento de los síntomas psicosomáticos, bajo los
cuales se entrevén amplias zonas de falta de experiencia de
reciprocidad.
Se intenta hacer una síntesis en estos términos:
— El conflicto central de la joven es una manera errada
de buscar la propia identidad; ella no trata de “ser” de
alguna manera, sino de “no ser” como la madre. La obsesi-
144
va insistencia maternal desde su primerísima infancia (con
firmado luego también por la madre) en la salud física y en
el elemento somático, explica en parte el porqué de la
sintomatología psicosomática.
— Sin embargo existe una hipótesis razonable de ca
rencia profunda de tipo preedípico, confirmada por la diná
mica familiar, en la cual la agresividad es altamente des
tructiva porque no está explicitada sino que actúa casi sim
bólicamente. Por una parte, la muchacha se hace curar
pasivamente; por la otra “actúan” los distintos síntomas.
Sin embargo, la persistencia de sus síntomas dentro de
ciertos límites, y la claridad que tiene la joven sobre el
hecho de que la amenorrea no es “su” problema, sino el de
la madre, hace pensar en cierta autonomía del yo, bastante
amplia.
i
concomitantemente con una crisis sentimental.
En.el curso de la psicoterapia se intentó, por lo tanto,
centrar la atención en el modo como el paciente vivía las
figuras femeninas y en por qué, llegado a un punto, tenía
que defenderse de ellas interrumpiendo a cualquier costa
la relación, hasta el extremo de no experimentar una real
excitación sexual durante el coito, sino sólo en las fases de
los juegos sexuales. Debido a ello, tenía siempre miedo de
que sus parejas lo advirtieran y lo juzgaran poco viril. Por
medio de un sueño fue posible hacer emerger un recuerdo
antiguo: las primeras sensaciones y experiencias sexuales
conscientes que el paciente había tenido (jo quizás... sufri
do?) alrededor de los diez-once años fueron con una mu
chacha que venía a limpiar la casa, y estas experiencias
habían sido de tipo manipulatorio, sin coito siguiente. Es
probable que el miedo real, que luego provocaba el blo
queo, se debiera a los sentimientos de culpa ligados con
esta experiencia sexual, al peligro de que la situación
sexual forzara la reaparición del recuerdo reprimido y las
posibles proyecciones sobre su pareja.
En algunas sesiones fue posible elaborar y esclarecer
la importancia de estas dinámicas, hasta que el paciente
logró comprender y reconstituir su sentimiento de continui
dad. Se habló también de las implicaciones más amplias
que revelaba el problema. Pero se llegó a la conclusión de
que, antes de decidir si emprendía o no un análisis, el
paciente sería examinado después de tres meses.
Cuando se presentó en la fecha establecida, telató ha
ber superado el problema y, aun teniendo conciencia de las
otras dinámicas no afrontadas, manifestó que por el mo
mento no pensaba iniciar un trabajo analítico.
Vista su tranquilidad y también su nivel de compren
sión, se decidió conjuntamente cerrar aquí el caso, conside
rándolo positivamente resuelto.
148
T ercera Parte
3.1.0
La interpretación
156
rapeuta pueda plantear las interpretaciones en el momento
justo y según la modalidad técnica más correcta, éstas no
producen a veces ningún efecto sobre el paciente, o al
menos no producen el efecto previsto. En particular esto se
verifica cuando, después de haber recogido gran número
de observaciones y de haber percibido nexos recurrentes
que permiten identificar modalidades repetitivas y cons
tantes de reacción por parte del paciente, surgidas a lo largo
de su existencia y que han producido experiencias seme
jantes, el psicoterapeuta considera que ha llegado el mo
mento de hacérselo notar al paciente. Asistimos con fre
cuencia a una reacción entre la sorpresa y el desaliento,
como si el paciente “acusase el golpe”, aun cuando el
psicoterapeuta lineal y coherente, hasta el punto de que
debería saltar a la vista por obra de los hechos mismos; sin
embargo, la reacción emocional del paciente indica lo con
trario. Sucede entonces que el paciente indica lo contrario.
Sucede entonces que el paciente, aun sin oponerse de
ninguna manera a la interpretación recibida (como si “no
entrara a evaluar el acierto de la interpretación misma”)
comienza a buscar otro modo para explicar los comporta
mientos o los datos que el psicoterapeuta ha vinculado con
la interpretación propuesta. Tiende entonces a presentar
formas, a veces muy complejas, de justificación; propone
hipótesis diversas, piensa que no ha sido suficientemente
claro y parte a la búsqueda de nuevos recuerdos o de nue
vos materiales que deberán servir para aclarar mejor o ha
cer comprender exactamente al psicoterapeuta el verda
dero núcleo del problema.
En estos momentos se ve con claridad que existe en el
paciente algo que le impide aceptar y hacer suya la inter
pretación que se le propone.
El tipo de reacción que impide la aceptación de la
interpretación y el insight respecto de su contenido se
llama resistencia. Este término, muy frecuente en el len
guaje psicoanalítico, lo he evitado hasta ahora porque com
porta un grave riesgo. En la mayoría de los textos de psicoa
nálisis que circulan se tiende a explicar la resistencia como
la reacción del paciente frente a una interpretación que en
157
la realidad o en un nivel profundo no quiere comprender o
aceptar. Aunque esto es indudablemente verdadero desde
el punto de vista psicoanalítico, sin embargo es fácil olvidar
que estamos hablando de un fenómeno inconsciente, y que
por lo tanto la expresión “no quiere entender” o “no quie
ren en realidad aceptar” y otras semejantes están tomadas
en el significado simbólico e interpretativo que tienen en el
psicoanálisis. Se corre el riesgo, si no prestamos suficiente
atención a las propias reacciones contratransferenciales, de
“moralizar” en sentido superyoico la resistencia, atribu
yéndole la responsabilidad al paciente y reforzando la difi
cultad de relación, tanto con la propia psiquis inconsciente
como con el psicoterapeuta.
Si bien es cierto —según se dijo en otra parte de este
trabajo— que muchas veces fenómenos de tipo psicopato-
lógico pueden representar o permitir satisfacciones “se
cundarias”, sin embargo todo este dinamismo está obvia
mente lejos de la conciencia y de la percepción del pacien
te. Por lo tanto, subrayar la dificultad en aceptar el significa
do de los propios comportamientos inconscientes, atribu
yéndolos de manera culpabilizante al yo del paciente, que
es la zona psíquica a la cual se dirige principalmente la
interpretación, sobre todo en la psicoterapia analítica bre
ve, significa reforzar los síntomas y los mecanismos patoló
gicos de defensa.
Referiré aquí algunos indicios de resistencia que, se
gún la experiencia psicoanalítica, son los más frecuentes.
Un primer criterio indicado por Karl Menninger es el de
observar el orden con el cual el paciente presenta su propio
material. Si, por ejemplo, el paciente, partiendo de la reali
dad, de las propias experiencias completas y preferible
mente actuales, establece conexión con la experiencia psi-
eoterapéutica, logrando traer material de su experiencia
pasada y luego consigue retomar al examen de la realidad
concreta, se puede pensar que la marcha del proceso psico-
terapéutico es buena y está exenta de elementos de resis
tencia. En cambio, cuando el paciente está demasiado liga
do al análisis o a las experiencias pasadas y no logra ni partir
158
de la situación concreta ni remitirse a ella, sino que parece
como aprisionado entre la historia personal y el análisis, se
puede pensar que existen resistencias, y por consiguiente
iniciar un tipo distinto de intervención psicoterapéutica, es
decir, la elaboración, de la cual hablaremos en breve. Otro
ejemplo clásico de resistencia es el del paciente que repite
muchas veces en la psicoterapia la presentación de un
mismo material (por lo común un recuerdo de infancia,
pero a veces también un hecho más inmediato en el tiempo)
pero sin hacer ningún intento de comprensión y sin ningún
enriquecimiento real de los datos, ni informativos ni emo
cionales.
Podemos, por último, encontrar pacientes que inte
rrumpen el propio discurso siempre en un mismo punto,
giran en tomo de él, presentan siempre nuevas tentativas
de retomar en el pasado y... en el futuro elementos que
puedan hacer intuir algún conflicto, situación o recuerdo,
pero no logran nunca afrontarlo directamente. Un caso de
los más famosos y clásicos de esta clase de fenómenos es
precisamente la represión.
De todas maneras, frente a las resistencias es necesario
que el psicoterapeuta aplique una manera particular de
intervenir, a la que se denomina elaboración, es decir, un
trabajo paciente y ponderado sobre el material. Como he
mos dicho al hablar del insight, muchos psicoanalistas con
temporáneos, entre los cuales hay que mencionar en pri
mer lugar a D. Rapaport, sostienen la hipótesis de que el
pensamiento puede de alguna manera volverse sobre sí
mismo y llegar así a la adquisición de nuevos espacios de
conciencia. Elaborar las resistencias e interpretarlas quiere
decir presentar y volver a presentar de manera diversa,
vinculándolo con experiencias diversas, empleando a ve
ces un lenguaje distinto, el material presentado por el pa
ciente, para que a éste le resulte posible comprender emo
cionalmente en primer término que hay algo en él que se
opone (es decir, resiste) a la interpretación y al insight, y
luego buscar junto con el psicoterapeuta qué es eso que se
le opone. Muchas veces se tratará de un miedo, de una
159
i
inseguridad, o de otros estados de ánimo, expresados casi
siempre mediante la angustia, que indican la manera en que
el paciente se ha habituado con el correr del tiempo a
reaccionar de un modo determinado, aun sabiendo por
experiencia que éste no es adecuado. Y, a pesar de venir a la
psicoterapia como consecuencia de esta claridad de visión
teórica del problema, siente la posibilidad del cambio (cu
yo carácter no logra, empero, ni siquiera imaginar) como
una amenaza, y por lo tanto como un peligro para su pseu-
doidentidad. La elaboración y la interpretación aunadas
deben servir para proporcionar al paciente elementos de
seguridad eficaces, para que pueda sentir en el interior de
la relación psicoterapéutica la energía suficiente para
arriesgarse al cambio que la interpretación solicita.
Creo oportuno recordar que la elaboración es uno de
los momentos más delicados, y más necesarios a la vez, de
todo el proceso psicoterapéutico, y traer a colación de ma
nera especial el dicho de Freud de que el paciente debe
disponer de tiempo para sumergirse en la resistencia, que
el psicoterapeuta deberá demostrar la capacidad de escu
char, de atención fluctuante y de ausencia de elementos
narcisísticos que permitirán a este tipo específico de técni
ca psicoterapéutica ser uno de los factores más favorables
para la maduración y la formación dentro de la totalidad de
la experiencia analítica.
160
3.2.0
Los materiales analíticos
3.2.1. El hablar
Este aspecto de la técnica psicoterapéutica se da con
mucha facilidad por descontado o se lo ignora. Leyendo los
trabajos de técnica psicoterapéutica de matriz psicoanalíti-
161
ii
ca surge la importancia de que el psicoterapeuta sepa escu
char y facilitar la comunicación por parte del paciente. A
propósito de este último, es precisamente cuando se subra
ya el valor del hablar o dejar de hacerlo. El máximo interés
teórico por el hablar del psicoterapeuta se concentra en las
palabras para transmitir interpretaciones. Así es cómo sur
gió el estereotipo del psicoterapeuta que unas veces es una
esfinge muda; otras, un oráculo, parco dispensador de pre
ciosos monosílabos, como si una especie de personalidad
alejada diera garantías de la abstinencia, es decir, de la
famosa regla derivada de Freud.
En la actualidad este tipo de imagen tendría que ser
superado y la orientación sobre el problema del hablar por
parte del psicoterapeuta se ha ampliado notablemente
(Schafer R., 1974). Sea de esto lo que fuere, sostengo que en
psicoterapia analítica breve se exige también al psicotera
peuta que sepa hablar. Como cualquier instrumento, éste
es conocido, dosificado y no... abusado, pero el hablar con
el paciente tiene aquí, a mi juicio, objetivos precisos: pro
porcionar al paciente información que lo ayude a compren
derse a sí mismo y las dinámicas relaciónales y situaciona-
les, para facilitar la recuperación y la ampliación de la
autonomía.
Otra función es la de facilitar un clima de reciprocidad
y de empatia, que se lo logra también mediante la manera
de presentarse y manifestarse “personalmente” el psicote
rapeuta.
En lo referente al primer objetivo del hablar, tiene que
ver con una función que podríamos llamar “pedagógica”
del psicoterapeuta.
En la psicoterapia analítica breve se da una condición
de particular dificultad, debida a la falta de preparación que
la mayoría de los pacientes tiene para la psicoterapia, unida
a la brevedad del tiempo disponible para ella.
Este tipo de dificultad creemos que puede superarse
sobre todo mediante una alianza terapéutica basada sobre
motivaciones adecuadas. Ahora bien, esta alianza exige que
el paciente sienta alguna base de seguridad, que puede
162
llegarle si siente que el psicoterapeuta no lo juzga, y tam
bién si comprende “qué se está haciendo” en el curso del
trabajo psicoterapéutico.
Para este fin sirve expresar en voz alta lo que se piensa
de cualquier hecho presentado por el paciente, en la posi
ción real de no juzgamiento por parte del psicoterapeuta,
brindando al mismo tiempo informaciones metodológicas.
De esta manera el paciente tiene la posibilidad de seguir en
concreto la lógica psicoterapéutica y puede asimilarla como
para poderla usar luego como instrumento de comprensión
de la propia realidad psíquica, aun fuera de la psicoterapia.
Esto constituiría una ventaja no desdeñable de la experien
cia psicoterapéutica.
No intento decir con esto que la psicoterapia debe
convertirse en una “lección” como sucedería, por ejemplo,
si frente a una reacción el psicoterapeuta dijese: “Esto le
sucede porque habiendo vivido usted esa experiencia de
manera negativa...”. Aunque cierta dosis de explicación,
según vimos anteriormente, es propedéutica y funcional
para la interpretación, me refiero aquí a los comentarios,
que, de hecho, mental y tácitamente hace cualquier psico
terapeuta. Así, por ejemplo, frente a un paciente que se
lamenta de no poder alejarse de su casa sin ser acompañado
por alguien y no ve una conexión entre esta dificultad y el
recuerdo de que siendo niño lo mandaron una vez a jugar
solo fuera de la casa, en contra de lo acostumbrado, porque
su abuela se estaba muriendo, se nos puede ocurrir espon
táneamente el siguiente pensamiento: “¡También, des
pués de semejante experiencia!”. Ahora bien, comunicar
en voz alta este pensamiento, puede mostrar al paciente
que participamos enteramente en sus problemas y al mis
mo tiempo “enseñarle” con nuestra manera de proceder la
importancia que tiene que también él considere con aten
ción sus experiencias; pero por otra parte el tipo de cone
xión que hemos logrado y que le comunicamos puede cons
tituir una verdadera y adecuada iniciación en una manera
diversa de mirar y de poner en relación recíproca las expe
riencias. Darse cuenta de qué manera piensa y reaceio-
163
na el psicoterapeuta y ver que no tiene necesidad de ocul
tarlo es algo que contribuye mucho a que se instaure la
seguridad que es la premisa de una alianza terapéutica
válida.
El otro aspecto se refiere a la manera de hablar como
modo de expresarse en un nivel verdaderamente personal.
Un hábito derivado de la formación cultural y con frecuen
cia también de la formación analítica, hace que sea muy
común en la práctica el uso de locuciones impersonales,
tendientes a excluir al psicoterapeuta como sujeto activa e
integralmente presente. De hecho, es muy distinto decir:
“Usted no se ha expresado claramente” o “Tal vez usted
quiso decir” y “Discúlpeme, pero no he comprendido.
¿ Quiere ayudarme a comprender mejor?”. El saber incluir
se en el momento oportuno; presentarse como sujeto perso
nal y no sólo profesional; hablar directamente, son todos
elementos que pueden facilitar una relación auténtica, es
decir, una experiencia que con demasiada frecuencia ha
faltado o no ha sido constructiva en lá vida de los pacientes.
Es obvio que tal procedimiento tiene sus riesgos; por
ejemplo, favorecer el uso de la intelectualización como
defensa o de llevar a un “debate” entre psicoterapeuta y
paciente, que se dedican entonces a discutir sobre pala
bras, en vez de hacerlo sobre los contenidos. De todas
maneras, es un riesgo que vale la pena correr y que, final
mente, puede ser empleado como una ocasión particular
para observar la manera como el yo se defiende. El único
tema que los autores desaconsejan tratar “hablando” en el
sentido anteriormente mencionado, es la transferencia
(Schafer R., 1974), y esto precisamente para evitar inducir
una “neurosis de transferencia” o cualquier modificación
de la terapia breve, motivada no por el análisis del conflicto
central y del yo, sino por la transferencia.
3.2.2. El callar
En una cultura como la nuestra, fundada de manera
164
predominante, y diría que casi prevaricante sobre el valor
de la palabra, es decir, del hablar, el silencio, acto de no
hablar, está en cierta manera fuera de lo común. Por otra
parte, dado que también en la formación para la psicotera
pia la mayor parte del material didáctico empleado está igual
mente fundado sobre la palabra, el silencio ha constituido
un problema, tanto más profundo y real cuanto más escasas
en realidad son las investigaciones y los estudios sobre el
tema (Cremerius J., 1971; Pinkus L., 1976).
Trataremos, por consiguiente, de ver los significados y
los usos del callar en el ámbito de la psicoterapia analítica
breve, tanto desde el punto de vista del psicoterapeuta
como desde el punto de vista del paciente.
171
3.3.0
El sueño
173
advirtiéndole, sin embargo, que examinaremos los sueños
que están especialmente ligados con el conflicto o con el
área problemática que hemos elegido para circunscribir
nuestro trabajo psicoterapéutico.
La primera vez que el paciente trae un sueño, le pido
que exponga el texto, es decir, que me relate el sueño tal
como lo recuerda, como si se tratara precisamente del texto
de un mensaje. Algunas veces, los pacientes temen no
recordar los sueños, y los escriben, o preguntan si pueden
escribirlos. En tal caso lo dejo a criterio de ellos, pues no he
advertido inconvenientes. Una vez que el paciente ha refe
rido cuanto recuerda, lo invito a comunicarme el contexto
del mensaje, es decir, le pido que me indique con qué
experiencia concreta o con qué recuerdo (puede ser tam
bién cultural, histórico, emocional) se podrían conectar o la
ambientación del sueño (lugar, momento, situación emo
cional del conjunto) o sus elementos componentes (perso
najes, flores, colores, etcétera). Este tipo de elaboración,
que procede mediante recuerdos, analogías y asociaciones,
trato de desarrollarlo hasta que el significado del sueño
resulte evidente. En ese momento intento proporcionar al
paciente —haciéndolo participar lo más posible— una sín
tesis explicativa y comprensiva del “mensaje” onírico.
Para esta utilización y tratamiento del sueño, cuya clara
finalidad es obtener las ventajas de las que hablé anterior
mente, evitando a la vez rozar temáticas no previstas en la
estrategia psicoterapéutica breve (por ejemplo, las que po
drían inducir una neurosis de transferencia) hay que tomar
en cuenta las siguientes indicaciones:
a) La atención del psicoterapeuta se centra en el conte
nido manifiesto del sueño. Esto, sin embargo, no implica
que el examen sea superficial, ya que se ha demostrado la
no equivalencia del contenido latente y el contenido pro
fundo (Jones R., 1970).
b) Es imposible sostener que cualquier sueño sea la
realización de un deseo, aun cuando ciertamente es —y así
lo planteo y lo uso— un modo privilegiado de conocer los
174
niveles de homeostasis entre el yo y el inconsciente y los
modos más inmediatos e instintivos con que la persona
vive sus problemas. Por último, lo considero un útilísimo
feed-back del funcionamiento del proceso terapéutico, en
especial cuando no me resulta claro y suficientemente claro.
c) Para alcanzar .estos objetivos considero oportuno
evitar el empleo de material onírico referido a la transferen
cia, e intento más bien, según la práctica recomendada por
R. Jones (1970), utilizar las informaciones refiriéndolas de
manera general a las situaciones de la vida del paciente en
las que los elementos significativos del sueño tienen carac
terísticas similares, o en las que el paciente desempeña el
mismo papel.
177
12
3.4.0
Psicofármacos y psicoterapia
180
3.5.0
La terminación de la
relación terapéutica
181
do de procesos de defensa contra la angustia de separa
ción), mediante la negación de los síntomas, para demostrar
que ya se encuentra bien y que no hay razón para proseguir
la psicoterapia, o mediante una continua producción de
nuevos materiales, para hacer imposible el análisis, y por
Consiguiente el respeto del programa terapéutico.
En principio, en el ámbito de la psicoterapia analítica
breve es oportuno atenerse al programa convenido, tratan
do de explicar y hacer comprender al paciente sus intentos
de defensa.
Por lo común, creo que la última sesión debe dedicarse
a verificar las hipótesis establecidas en común durante la
fase diagnóstica, asignando particular importancia a poner
al paciente en condiciones de comprender el trayecto reco
rrido, las modificaciones obtenidas, los rasgos más estables
y consolidados de su personalidad. En cierto sentido, el
paciente tiene que llegar a valorizar al máximo su experien
cia como un potencial que tendrá manera de utilizar él
mismo en el futuro. Para este fin, es muy importante llegar a
conectar la experiencia psicoterapéutica que está en trance
de terminar, con los sucesivos programas, tanto en el caso
en que éstos prevean una continuación bajo la forma de
psicoanálisis o que sean concluyentes, de manera que el
paciente tiene que descubrir y valorizar por sí mismo su
significado pleno.
Considero muy práctico y fundado el consejo de F.
Alexander (1959) de hacer presente al paciente que las
semanas siguientes a la terminación de la psicoterapia tie
nen que ser vistas como una convalecencia. Se trata,
por consiguiente, de una fase delicada, en la cual hay que
estar preparado para distintas eventualidades, entre ellas,
una particular reactividad a los estímulos ansiógenos y a la
posibilidad de una recaída, es decir, de una reaparición de
los síntomas. El que se lo informe de esta posibilidad es
algo que el paciente la mayoría de las veces percibe como
un acto de confianza por parte del psicoterapeuta y que al
mismo tiempo permite una anticipación de procesos defen
sivos funcionales al servicio del yo. Simbólicamente, el
182
paciente tiene que vivir una experiencia de restitución de
algo que es suyo, y al mismo tiempo comprender que lo que
permitió esta restitución fue un proceso de reciprocidad.
Cuando surgen dificultades graves, éstas se deben casi
siempre al hecho de que se ha instaurado una dinámica
transferencial distinta, por su intensidad y/o modalidad, de
la que es congruente con este tipo de psicoterapia. En estos
casos es muy difícil dar indicaciones que sean válidas de
una manera general. Será necesario decidir caso por caso,
pero la advertencia de recordar que la primera solución que
se presenta en la mente del terapeuta, es decir, la de prolon
gar la terapia para trabajar sobre la transferencia e intentar
resolverla, no es necesariamente la mejor, sino que puede
ser muy riesgosa, sobre todo si el psicoterapeuta, por no
esperar esta reacción, no había tenido conciencia adecuada
de la situación. En definitiva, sobre todo en psicoterapia
breve, si la fase diagnóstica se ha llevado correctamente, y
si en el curso de la psicoterapia nos atenemos a los criterios
descritos al formular la estrategia de intervención, sobre
todo en lo concerniente a las motivaciones, será probable
que la relación llegue a su fase final como resultado de una
maduración del paciente, y ésta será la mejor confirmación^
de la constructividad del trabajo efectuado.
183
Conclusión
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