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JUEGOS OLÍMPICOS
Los Juegos Olímpicos de la época clásica se disputaron en Olimpia desde el 776 a.C.
hasta que el emperador Teodosio los abolió en 394. De hecho, se llamaba Olimpiada al
período de cuatro años que transcurría entre cada edición de los Juegos. Y aunque no
eran los únicos juegos de Grecia -también se celebraban los Píticos en Delfos, los
Ístmicos en el istmo de Corinto y los Nemeos en Nemea-, eran los más antiguos y,
sobre todo, los que más prestigio aportaban al ganador y a la polis que representaba.
Una vez promulgados los Juegos, se firmaba la paz olímpica y los hombres griegos y
libres, en representación de diversas ciudades estado, competían en diferentes
pruebas por la gloria. En palabras del poeta Píndaro:
Algunas fuentes hablan de una mujer que consiguió vencer en los Juegos,
concretamente en las pruebas ecuestres, pero sin estar presente. Y la explicación es
que el ganador no era el jinete que, lógicamente, era un hombre, sino el propietario
del caballo. Daba igual quién lo montase, así que digamos que el jinete era un
complemento del caballo. Cinisca de Esparta, hija del rey Arquídamo II, era la
propietaria de los caballos que en las carreras de carros obtuvieron la victoria en las
Olimpiadas de 396 y 392 a.C.
Aún así, algunas mujeres decidieron no resignarse y, dado que no podían participar en
los Juegos de los hombres, crearon los suyos propios. En honor de la diosa Hera,
también cada cuatro años y sólo unos días antes de los masculinos, se celebraron
también en Olimpia los Juegos Hereos. Al frente de la organización de estos Juegos
había un grupo seleccionado de 16 mujeres. Las participantes competían divididas en
tres grupos según las edades, y lo hacían en una única prueba que consistía en una
carrera a pie con un recorrido algo inferior al de los hombres. Las mujeres no
competían desnudas, llevaban una túnica corta, por encima de la rodilla, y tenía
descubierto el hombro derecho hasta el pecho. Además, debían llevar el pelo suelto. Al
igual que los hombres, las vencedoras en los Juegos Hereos, normalmente espartanas,
eran coronadas con olivo. Sabiendo que las mujeres de Esparta ejercitaban sus
cuerpos desde muy jóvenes, es normal que fueran las que acaparasen todos los
honores.
Cuando la literatura y la pintura eran disciplinas
olímpicas.
A lo largo de los años las disciplinas que han formado parte de los Juegos Olímpicos
han ido variando, una veces incorporándose nuevas y en otras desapareciendo, como
el tirón el pichón, la pelota vasca, el ascenso en globo, el lacrosse, trepar la cuerda
o… el arte (competiciones de arquitectura, escultura, literatura, pintura y
música).
En los Juegos Olímpicos de Estocolmo 1912 el estadounidense Walter
Winans consiguió una medalla de oro con 60 años; para él no era nada nuevo
conseguir un metal olímpico, ya tenía una de plata de estos mismo juegos y otras dos
(oro y plata) de Londres 1908, todas ellas en la disciplina de tiro; pero aquella tenía un
sabor especial… era el oro olímpico en la competición de escultura que consiguió
por la obra «An American Trotter«
Aunque en la idea primigenia que tenía Pierre de Coubertin para los Juegos
Olímpicos también estaban incluidas las competiciones de arte, no sería hasta los
Juegos de Estocolmo 1912 cuando tendrían cabida bajo las disciplinas de arquitectura,
escultura, literatura, pintura y música. El único requisito para poder competir era que
las obras tuvieran su inspiración en el deporte. Hasta 33 artistas (principalmente
europeos) presentaron sus obras y se otorgó una medalla de oro en cada una de las
cinco categorías. Además de Winans, también consiguieron su medalla de oro el
italiano Giovanni Pellegrini en pintura, los suizos Alphonse Laverrière y Eugène-
Edouard Monod en arquitectura, el italiano Ricardo Barthelemy en música y en
literatura George Hohrod y Martin Eschbach -seudónimo con el que presentó «Ode
au Sport» (Oda al Deporte) el propio barón de Coubertin-.
Aunque entre 1912 y 1948 los artistas de estas cinco disciplinas tomaron parte en los
Juegos, la realidad es que estas competiciones eran un tanto caóticas: se necesitaban
«espacios» diferentes a los puramente deportivos, en varias ocasiones las medallas (ya
ampliadas a las típicas de oro, plata y bronce) quedaron desiertas por lo «relativo» del
arte y la opinión de un jurado e incluso algunas competiciones se dividían en unos
Juegos y agrupaban en otros (en Ámsterdam 1928 la literatura tenían tres
subcategorías: líricas, dramáticas y épicas, en Los Ángeles 1932 se reagruparon y en
Berlín 1936 se volvieron a dividir).
Pinturas presentadas en los Juegos de Amsterdam 1928
Pero lo que realmente hizo desaparecer el arte de los Juegos Olímpicos fue el
amateurismo. Mejor dicho, habría que decir la defensa a ultranza del deporte
amateur y la oposición al profesionalismo y a la comercialización de los Juegos
Olímpicos del estadounidense Avery Brundage, nombrado presidente del COI en
1952. Entendía que la mayoría de los participantes en las competiciones de arte eran
profesionales en sus disciplinas y que se utilizaban los Juegos como un escaparate
para que sus trabajos se conociesen internacionalmente y poder vender sus
«productos». Avery Brundage ganó la partida y las competiciones de arte
desaparecieron de los Juegos. De hecho, en los medalleros históricos del COI dichas
medallas no están contabilizadas.
Comenzó su alocución… hasta que alguien se dio cuenta de que aquella no era la
antorcha oficial. Barry Larkin se había escabullido entre la gente. Tras unos instantes
de «¡Tierra, trágame!» y de no saber qué hacer, tuvieron la suerte de que en aquel
momento llegó el portador oficial, Harry Dillon, que hizo la entrega y pudo continuar
la ceremonia.
Cuando la amistad está por encima de la
competición.
Los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 tuvieron dos grandes protagonistas: Hitler y el
atleta estadounidense Jesse Owens, ganador de las pruebas de 100m, 200m, 4x100m
y salto de longitud. Pero en este artículo no voy a hablar de ninguno de ellos, los
protagonistas de esta historia son dos atletas que no ocuparon los titulares de los
medios pero que demostraron que la amistad está por encima de las marcas y los
resultados… los saltadores de pértiga nipones Shuhei Nishida y Sueo Oe.
En la prueba de pértiga el estadounidense Earle Meadows consiguió superar 4,35
metros y los japoneses Shuhei Nishida y Sueo Oe consiguieron un mejor salto con 4,25
metros. A las nueve de la noche y después de varias horas saltando sin poder superar
los 4,25 metros ninguno de los dos, la organización decidió zanjar el tema y propuso a
la delegación japonesa que fuesen ellos los que determinasen el reparto de la medalla
de plata y bronce. A efectos del medallero, Earle Meadows se llevó el oro, Nishida la
plata -por haber conseguido el mejor salto en su primer intento- y Oe el bronce. Como
aquella decisión no satisfizo a los pertiguistas japoneses, decidieron arreglarlo a su
modo cuando regresaron a Japón. Llevaron ambas medallas a un joyero local y le
encargaron que las cortase por la mitad y luego las volviese a unir para que cada una
de ellas tuviese una mitad de plata y la otra de bronce. A aquellas medallas se les
llamó «las medallas de la amistad».
Medalla de la Amistad
Lo que para otro habría supuesto el fin de sus aspiraciones deportivas, para George
fue sólo otro obstáculo más de los muchos que había tenido que superar. Tras
colocarle una prótesis de madera, trabajó muy duro potenciando su tren superior para
compensar la carencias de la extremidad perdida y se puso como objetivo poder
participar en los Juegos Olímpicos que se iban a celebrar en su ciudad, San Luis. La
elección de San Luis como sede olímpica también tiene su propia historia, porque
inicialmente la sede elegida había sido Chicago. Por aquellas fechas, en San Luis se
estaba celebrando una Feria Internacional con motivo del centenario de la compra de
Luisiana a Francia. Ante el peligro de que los Juegos pudiesen eclipsar la Feria, James
E. Sullivan, uno de los organizadores, amenazó al propio Barón Pierre de
Coubertin con boicotear los Juegos y crear competiciones deportivas paralelas en la
Feria. Por no querer que el movimiento deportivo se viese envuelto en aquella disputa,
el Barón cedió y concedió a San Luis la celebración de los Juegos Olímpicos de 1904.
Y llegó el momento, con 33 años George iba a competir en las diferentes modalidades
de gimnasia, tanto individuales como por equipos, divididas en dos jornadas. En la
primera jornada, celebrada el 1 de julio, George no estuvo muy bien y sus resultados
en las diferentes pruebas fueron discretos. Todo cambió en la segunda jornada,
celebrada el 29 de octubre –¡cuatro meses después!-, cuando nuestro protagonista
consiguió 6 medallas: oro en las disciplinas de barras paralelas, salto de potro y subir
la cuerda a pulso; plata en caballo con arcos y combinada; y bronce en barra
horizontal. Además, contribuyó a que el club Concordia finalizase en cuarto puesto en
la competición por equipos (que no países). Finalizados los Juegos, George Eyser siguió
compitiendo con su club, ganando un concurso internacional en Alemania en 1908 y
otro nacional en Ohio en 1909… y desapareció. Desde aquel momento no existe
ningún registro ni referencia de su vida… ni de su muerte.
Las tres Olimpiadas de Barcelona.
Supongo que muchos pensaréis que el título de este artículo es erróneo o producto
del llamado síndrome postvacacional pero no, el titular es correcto…. las Olimpiadas
de Barcelona de 1936, 1952 y 1992. Dos de ellas deportivas (1936 y 1992) y la otra
religiosa (1952). Dejaremos a un lado la celebrada en 1992 porque todo el mundo la
conoce y nos centraremos en las otras dos:
A Pío XII se le acusó de no hacer algo más contra la barbarie nazi sufrida por los judíos
y, además, de ser tan anticomunista como los fascistas, lo que está claro es que su
anticomunismo se vio acentuado cuando terminó la guerra y hubo posibilidades de
que ganasen en las elecciones parlamentarias de Italia. Pío XII declaró que cualquier
italiano católico que apoyara a los candidatos comunistas en las elecciones generales
italianas del 1948 sería excomulgado e instó a que se apoyase al Partido Demócrata
Cristiano de Alcide de Gasperi que, a la postre, resultaría ganador. Además, al año
siguiente autorizó a la Congregación para la Doctrina de la Fe a excomulgar a cualquier
católico que militara o apoyara al Partido Comunista. Su acercamiento a la otra
potencia, EEUU, era evidente y para ello se sirvió de Francis J. Spellman, arzobispo de
Nueva York y amigo personal del Papa. Así estaban las cosas…