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Uno de los aspectos de la inteligencia humana que no deja de ser asombroso es nuestra
capacidad de lenguaje. En un tiempo relativamente corto el niño aprende a expresar sus
deseos, contar sus aventuras y hacer preguntas acerca de su mundo en términos
aceptables a su familia y a su comunidad. Su competencia comunicativa se desarrolla a
través de sus relaciones sociales y afectivas con las personas que integran su mundo.
Los hablantes que lo rodean lo ayudan en sus esfuerzos por aprender a hablar y comu-
nicarse con ellos: interactúan con él como si fuera un participante experimentado y responden a
sus balbuceos, a sus medias palabras, y a sus verbos irregulares regularizados con un auténtico
interés en su plática, y con cierto gusto por su lenguaje naciente. Algunas mamás conversan
directamente con sus bebés, y luego toman su lugar en la plática contestando "¿Cómo estás?
Muy bien. Qué bueno"; otras lo ubican en el centro de las actividades familiares, sentándolo
en su regazo o en el suelo junto a sus pies, sin intentar conversar con él hasta que el niño
empiece a participar por su propia iniciativa. Aunque la forma de apoyar la adquisición de
lenguaje del niño pequeño varía de cultura a cultura, la ayuda al niño y su inclusión en situa-
ciones comunicativas es universal.
Sabemos que el lenguaje oral se desarrolla a través de la participación con otras per-
sonas y tomamos a la interacción social como un factor indispensable para el aprendizaje
aunque lo hagamos de manera implícita. A través de su participación en juegos, canciones,
comidas, fiestas y arrullos, el niño aprende a ver al mundo como lo ven los que lo rodean y a
nombrarlo como ellos lo nombran. El aprender a hablar es más que la construcción del siste-
ma lingüístico, es también aprender a participar en la vida comunicativa de una comunidad:
es saber qué decir, cómo y cuándo decirlo y a quién. Por eso cuando vamos a una reunión le
decimos a los niños chiquitos "y dile a la tía 'buenas tardes’", o le decimos al niño que acusa
a otro de malos tratos, "dile que ya no te pegue". Al inculcar ciertas costumbres a los niños,
1
Este artículo fue publicado originalmente en la revista Hojas, dirigida a maestros, núm. 7. México. D.F., abril, 1992.
les ayudamos a forjar su identidad como miembros de un grupo social y les damos entrada a
la comunidad discursiva, una comunidad que comparte formas de significar, de expresarse,
de nombrar al mundo, su lugar en él y entre los demás.
La idea de que un niño pudiera aprender a hablar aislado de otros hablantes, lejos
de su mamá y papá, de sus hermanos, primos y amigos, solo, sin oír historias y cuentos, sin
tener quien le cante rondas y canciones nos parecería hasta impensable. Nuestras
imágenes del lenguaje en uso, de la gente hablando, necesariamente invocan a más de
una persona, porque las escenas que nos vienen a la mente son las de nuestras vidas
cotidianas -de nuestras casas, de nuestros trabajos, de nuestras fiestas- donde el
lenguaje es el vehículo de la comunicación humana ocurriendo siempre entre la gente. Y su
aprendizaje ocurre ahí también, entre los demás.
Sin embargo, cuando se trata de el leer y escribir pensamos generalmente en una persona
sola, leyendo y escribiendo; imaginamos al lector solitario o al estudiante sentado solo en una
mesa de trabajo, rodeado de cuadernos, lápices, apuntes y libros en las altas horas de la noche
preparando el examen final. Y de esta manera de pensar en la lectura y en la escritura, llegamos a
la conclusión de que es un acto solitario y que aprender a hacerlo también lo es. Como resultado
de esta noción, la mayor parte de lo que sabemos acerca del aprendizaje de la lengua escrita se
basa en una tradición académica que estudia individuos.
Sólo en los últimos años se empieza a estudiar el uso de la lengua escrita en grupos
sociales y en situaciones comunicativas. (Heat, 1983; Scríbner y Colé, 1981; Street, 1984). El hecho
es que para que pudiéramos llegar a esa noche previa al examen final, llenar una solicitud o redactar
un artículo como éste, pasamos muchas horas rodeadas de otras personas con quienes
aprendimos acerca del leer y del escribir. Para lograrlo, tuvimos que participar con ellas en
eventos o actividades donde se hacía uso de la escritura. De la misma manera, el niño rodeado de
materiales impresos en su medio que le provocan interés y le despiertan curiosidad intelectual,
requiere de la interacción con otros seres humanos para aprender a leer y escribir.
El leer y el escribir son prácticas sociales y como tales las aprendemos de los demás a través de
la interacción. Aprender a leer y a escribir es aprender a participar en estas actividades, es
apropiarse de cómo y cuándo se usan la lectura y la escritura, para qué y para quién. En una
sociedad como la nuestra, el uso de la escritura es amplio: incluye eventos tan diversos como
seguir instrucciones escritas, leer mapas, mandar y recibir cartas y oficios, escribir cheques,
interpretar notificaciones bancarias, seguir recetas de cocina, leer textos extensos y muchas
otras actividades.
En este sentido, el proceso de alfabetización abarca mucho más que el llegar a dominar las
letras y sonidos, las formas gramaticales y el sin fin de convenciones para el uso de mayúsculas,
puntos y comas; implica la entrada a una comunidad discursiva donde el conocimiento
detallado de la escritura y sus costumbres de uso son indispensables. Pero lo social de la escritura
se detecta más allá de la variedad de sus formas porque lo escrito, al igual que lo oral, se usa
en el contexto de la comunicación humana. Se escribe una carta en espera de una respuesta,
se publica un artículo para entrar a un debate o para aportar conocimientos sobre un tema, y la
lectura que se hace de la carta o del artículo incluye formular una posible contestación.
Si bien es cierto que todo ser humano (salvo aquellos casos extremos de patologías o
aislamiento) se convierte en un hablante de su lengua materna, no podemos afirmar lo mis-
mo para la lengua escrita. Mientras el aprender a hablar lo consideramos un proceso de apren-
dizaje "natural", el aprender a leer y escribir, a redactar y a comprender textos, lo concebimos
como materia de la didáctica, de los programas escolares, y de técnicas de enseñanza.
Sin embargo, hay que recordar que todo ser humano aprende a usar los recursos
comunicativos de su comunidad, y la lengua escrita constituye uno de ellos.
Dada la desigualdad del acceso a los distintos usos de la lengua escrita, la fuerza so-
cial que tiene la escuela como institución que se encarga de difundir la lengua escrita, cobra
una importancia singular. Los maestros han recibido la difícil tarea de crear una pedagogía y
prácticas educativas que dan acceso a todos los alumnos a un amplio repertorio de usos de
lenguaje, que les sirve no sólo para copiar, seguir o comprender, sino un repertorio de lenguaje
oral y escrito que les permite inventar, dirigir y explicar. Significa la creación de un currículo
innovador que presenta al lenguaje como un medio eficaz para actuar en el mundo. Esto lo
pueden aprender los niños y jóvenes a través de las experiencias en la escuela. El desafío
es, pues, pensar en cómo crearlo.
¿Cuáles son las oportunidades para hablar en clase?, ¿Cuándo se habla en la clase?,
¿Quién habla?, ¿Con quién?, ¿Se relaciona el habla con la lectura y la escritura?, ¿De
qué manera?
¿Cuáles son las oportunidades para leer en esta clase?, ¿Hay libro de texto?, ¿Cómo se
utiliza en clase?, ¿Quién lo lee?, ¿Qué hacen los demás?, ¿Se hacen preguntas?,
¿Quién las hace, quién las contesta?, ¿Se leen otros materiales impresos?, ¿Cuáles
son?, ¿Cómo se usan?, ¿Cómo se organiza el trabajo con estos materiales?
¿Cuáles son las oportunidades para escribir en esta clase?, ¿Qué se escribe?, ¿Cómo se
usa la escritura en la clase?, ¿Quién elige lo que se escribe?, ¿Se escribe un texto una
sola vez o se trabaja con borradores?, ¿Cuál es la finalidad de escribir? ¿Quién lo lee?,
¿Cuándo se califica, cuáles son los criterios?, ¿Se habla acerca de la escritura?, ¿Quién
habla?, ¿Sobre qué se habla?
Amanera de conclusión, dejamos una serie de preguntas para reflexionar sobre nuestra
práctica. Los tres grandes rubros fueron: ¿Cuáles y cómo son las oportunidades para hablar en
la clase?, ¿Cuáles y cómo son las oportunidades para leer en la clase? y, ¿Cuáles y cómo son
las oportunidades para escribir en la clase?
También se expuso que aprendemos a usar los recursos comunicativos que nos rodean, y
éstos incluyen a la lengua escrita. El lenguaje -oral y escrito- se aprende a través de la experiencia
comunicativa, el cual permite entender cómo se habla y con quién, cuándo se escribe y de qué
manera. Esto implica, en pocas palabras, tener acceso a las prácticas sociales, es decir, el poder
interactuar con personas que usan el lenguaje de una u otra manera. En esta parte del artículo,
voy a retratar de cerca el papel de la interacción en el aprendizaje de la lectura y la escritura, y
después proponer algunos lineamientos generales para el diseño de situaciones educativas.
Consideremos algunos ejemplos:
Al llenar una solicitud de empleo, para una prestación, para ingresar a alguna institución
o para abrir una cuenta, es común encontrar un renglón donde nos hacemos la pregunta: "¿Aquí
qué tengo que poner?" A veces preguntamos a la persona indicada para que nos dé mayor
información, o le preguntamos a otra persona que tiene experiencia con ese tipo de documentos.
• Los niños en la escuela, haciendo ejercicios, escribiendo un texto libre, copiando del
pizarrón o tomando dictado reciben instrucciones orales de la maestra y a veces
consultan a sus compañeros sobre cómo se hace.
• Usar los libros de texto de manera interactiva, que los estudiantes tengan la oportunidad
de leerlos y discutirlos colectivamente. Por ejemplo, los alumnos pueden leer juntos,
hacer preguntas sobre el contenido e intercambiarlas con los otros grupos para
contestarlas. En matemáticas, se pueden mostrar dos formas distintas para resolver el
mismo problema y explicar por escrito el razonamiento de cada uno.
La planeación de una clase no implica usar todo lo anterior a la vez, sino tener presente la
idea fundamental de que el lenguaje escrito es antes que nada parte de nuestros recursos
comunicativos y que su aprendizaje requiere de repetidas oportunidades para usarlo, y para ver
y entender cómo lo usan otros. Mientras los alumnos trabajan, el maestro tiene la oportunidad de
pasar con ellos y escuchar sus discusiones y el despliegue de sus ideas en el proceso de ponerlas
en uso. Esto prevee al maestro de oportunidades tanto para incidir en el trabajo de los estudiantes
cuando éste todavía no se termina como para escuchar sus nociones y tenerlas presentes para
discusiones posteriores.
Bibliografía
Bakhtin, M. (1981). The Dialogic Imagination. Austin, University of Texas Press.
Ferreiro, E., y A. TEBEROSKY (1979). Los sistemas de escritura en el desarrollo del niño.
México, Siglo XXI.
Health, S.B (1983). Ways with Words. M.A., Cambridge University Press.
Scribner, S Y M. COLÉ (1981). The Psychology of Literacy, MA, Harvard University Press.
Street, B (1984). Literacy in Theory and in Practice. Cambridge, Cambridge University Press.