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Nadie contará nuestra historia.

La locura en
México a principios del siglo XX
Carlos Arturo Noyola Juárez

Alberto Carvajal señala la suerte que tuvieron los cuerpos durante la consolidación del Estado
porfirista. Por un lado, la Escuela Nacional de Medicina y los planes de estudio, y el
abandono de los locos en las instituciones manicomiales; por el otro, surgirá un gran
contingente cuerpos deshistorizados, objetivados por los diagnósticos médicos y
rearticulados a partir de una nueva historia, pero en forma de historial clínico.
Carvajal menciona que de 405 expedientes del Manicomio de la Castañeda pertenecientes a
las mujeres que fueron trasladados del hospital del Divino Salvador, ninguno de ellos contaba
con una historia de lo que les había acontecido fuera del hospital, aquellas circunstancias que
seguramente habían allanado el camino a la locura y al encierro manicomial. Lo que queda
como subrogado de una historia personal en el Divino Salvador y que permanece como
herencia en el Manicomio General, serán las respuestas que pudieron contestar las mujeres
dementes por medio de un cuestionario que cumplía más o menos con el estándar de la época.
Queda entonces como historia de aquellos sujetos que portaban en su cuerpo la locura un
nombre propio, una fecha de ingreso, la calidad en la que habían ingresado (pensionista o
indigente); nombre del médico que admitió, etc. Añadido a lo anterior, un espacio para
interrogar al paciente sobre los antecedentes familiares de enfermedades nerviosas, locura,
epilepsia, histeria o alcoholismo:
Cuerpos. Llegaron cuerpos de mujeres al nuevo y flamante edificio de lo que después se
llamó La Castañeda. Cuerpos […] enfermos, de los cuales se escribía lo siguiente: “Esta
enferma no tiene datos históricos porque es proveniente de la Canoa”. Esta afirmación es
radical y concierne a la mayoría de los expedientes leídos, por provenir de la Canoa, carecían
de datos históricos. A esto se agrega una continuidad en La Castañeda, tampoco aquí se
escribió lo que no fue escrito antes.
Así, la historia de las mujeres dementes que habían llegado a la Castañeda desde el hospital
de la Canoa se va construyendo con las observaciones que realizan los alienistas y que se van
integrando a su expediente clínico. Sus delirios, sus costumbres y carácter se vuelven los
datos evidentes para el médico con los cuales puede llenar el vacío de una biografía. En el
expediente tampoco hay un lugar para la palabra de los locos, una palabra que pudiera
constituir una narrativa sobre su vida o la historia de su propia locura, para los médicos esas
palabras eran solo incoherencias.
Algo que se debe destacar del análisis que hace Carvajal es la dificultad que pudieron
experimentar los médicos alienistas al tratar con estas mujeres dementes. El médico registra
lo que ve, pone en juego la mirada y reconstruye una historia, pero distinta. La historia es
entonces una historia clínica que sustituye a la falta de una ficción narrativa que le diera al
cuerpo un horizonte que le permitiera reconocer la historia de su propia locura:
Habiendo llegado a este punto, podemos decir que el manicomio de La Castañeda se
convirtió, para estas 409 mujeres, en lo que su herencia (el hospital La Canoa) les deparaba:
un lugar de asilo, porque entre otros factores, estos cuerpos que llegaron a habitarlo, si no
tenían historia, no tenían a donde ni a que salir. Sus lazos con lo social estaban colapsados a
excepción de los que encontraron en el mismo manicomio. Así, el Manicomio General se
convirtió en el asilo de una comunidad […] abandonada, corriendo él mismo la suerte del
abandono.
El psicoanálisis introducirá una novedad respecto al tratamiento moral de Pinel y a las
escenificaciones al estilo de Martin Charcot. La apuesta de Freud es devolver la palabra a la
histérica, palabra que aflora a través de la asociación libre. La histeria que es abordada a
través del psicoanálisis aporta restos de dichos, fragmentos de un decir que se van
acumulando y van siendo puntuados por el psicoanalista. La palabra va contorneando el
objeto de un deseo no reconocido, pero al cual tendría que ser eventualmente asumido por el
sujeto. En la historia personal se juega una narrativa que va articulando la propia experiencia
del individuo en la medida que van apareciendo nuevas dimensiones del deseo.
Este esquema analítico parece prevalecer en el análisis que hace Carvajal, pero que le impide
sacar las consecuencias de lo que él mismo va observando. La historia del sujeto es
primeramente contada por otros. La memoria colectiva organiza los recuerdos y permite al
sujeto construir una narrativa sobre sí mismo. La acción reflexiva del verbo solo es posible
cuando el individuo ha sido integrado a su vez en una narrativa familiar y social. Si el médico
construye una historia clínica que viene a sustituir la falta de una historia elaborada a partir
de la propia actividad de hombre y mujeres y que dan forma a lo social, es porque no hay
nadie más que cuente su historia.
Los cuerpos sin historia son cuerpos abandonados, sin relación con lo social. Como lo señala
Carvajal, esos lazos se han roto, es decir, son cuerpo que quedaron fuera de las ficciones
propias de una sociedad, ficciones que introducen a las nuevas generaciones en el orden
simbólico. La pregunta es ¿Cómo llegan estas mujeres al manicomio? ¿De qué trama o
narrativa quedaron desligadas? La respuesta está menos en el manicomio y la práctica médica
que en la forma en que la ideología del progreso, la introducción de nuevas técnicas para
tratar al cuerpo, los nuevos espacios laborales, los horarios escolares, las nuevas formas de
ajustarse al espacio y al tiempo, impactan en la economía del cuerpo, desarticulando las
antiguas formas económicas y culturales que representaban el centro de gravedad alrededor
del cual giraba y adquiría sentido la vida, la cotidianidad de hombres y mujeres en los pueblos
y las haciendas que se iban trasformando por las nuevas políticas económicas.
Si hay un cuerpo objetivado o cuerpos sin historia, no es porque se introduzca una novedad
clínica como el llenado de un expediente a partir de las entrevistas o los cuestionarios. La
aporía de cada propuesta médica —como la necesidad de mantener ciertos elementos del
tratamiento moral —como la observación que le permite a Parra deducir la existencia de una
lesión anatómica, aunque esta no sea evidente, señala lo indispensable de la historia, así sea
como síntoma de la falta de una ficción narrativa propia de una comunidad. Los cuerpos sin
historia, son sujetos reducidos a sus delirios privados, producidos por una excitación de las
celdillas, como lo señalaba Parra, son el síntoma de un proceso de modernización. Es decir,
algo inherente al propio proceso de industrialización pero que no puede ser asimilado en
ninguna narrativa social.
Si algo nos enseña los cuerpos sin historia es la urgencia de historizar aquellos cuerpos
desprendidos de formas comunitarias de construir la subjetividad. La etapa porfirista será
pródiga entonces en la elaboración de diversas historias: historia patria, historia clínica y casi
al final del siglo XIX y principios del XX, una historia-mítica que ahondará en el carácter
del mexicano a través de sus costumbres, atavismos, su pasado indígena y colonial.
Cristina Sacristán observa en las redes familiares una institución que asume funciones que el
Estado descuida o que no está particularmente interesado en asumir. En el cuestionamiento
que articula algunas reflexiones de la historiadora — ¿quién mete a los locos en el
manicomio? — se puede ver una modificación en las relaciones de parentesco y la garantía
de pertenencia a un grupo social:
“…de los 796 hombres y mujeres que se censaron en 1910 [en el traslado de los enfermos
dementes de los hospitales del Divino Salvador y San Hipólito a la Castañeda] 65% habían
sido remitidos por el gobierno del Distrito Federal, 19% a petición de la familia tratándose
de mujeres y 13 % en el caso de los hombres, es decir, la mayor parte de los ingresos estaba
motivada por una “orden superior”. Si consideramos otras variables, la de la categoría bajo
la cual ingresaron enfermos (pensionistas, indigentes o reos) y comparamos el porcentaje de
los remitidos por orden del gobernador con el de indigentes (81% en mujeres y 74% en
hombres), es posible conjeturar que en numerosas ocasiones se trataba de los mismos. Si a
ello le añadimos el dato de la procedencia geográfica tenemos que los nacidos fuera de la
ciudad de México representa 69% en hombres y 50 % en mujeres (se carece de datos en 3%
y 9% respectivamente), aunque su lugar de residencia era la capital de la república en 78%
de mujeres; en su mayoría se trataba de individuos cuyos vínculos de partencia han quedado
fuera de su actual asentamiento donde habrán de construir otros nuevos. Con estos indicios
y a falta de un análisis cualitativo de cada expediente clínico, cabría presumir que los internos
por orden de las autoridades fueron individuos carentes de una red social y de vínculos de
parentesco sólidos, es decir, quienes habían perdido el control de las familias, haciendo
precisa entonces sí, la intervención del Estado.”
Las instituciones asistenciales coloniales no tenían por misión curar la locura, estos hospitales
ni siquiera estarían dirigidos por un médico sino hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando
Miguel de Alvarado toma la dirección del hospital del Divino Salvador.
Como lo observa Sacristán, a pesar de que hay una idea que se acepta más o menos por
consenso en diversos estudios sobre la formación y consolidación del Estado moderno, la
cual señala que el crecimiento y consolidación del aparato estatal implicó un paulatino
debilitamiento de las corporaciones y las formas de organización social del Antiguo
Régimen, no parece que ese esquema sea un principio universal, válido para todos los países
envueltos en la misma corriente modernizadora.
Aun cuando se puede asumir que a mayor presencia del Estado menor capacidad de operación
mostraron las antiguas instituciones como la familia, la Iglesia o la comunidad, es difícil
argumentar que este proceso se dio de manera uniforme en todos los países que atravesaban
por esta etapa de consolidación del Estado e integración de una dinámica económica
capitalista.
En el caso de la locura se observa que el Estado está menos interesado de lo que podría
parecer en el control y restricción de los individuos considerados como locos. A través de la
revisión de los marcos jurídicos y reglamentos de internación de los locos en los hospitales
de San Hipólito y del Divino Salvador, se observa la ambigüedad y la falta de criterios
uniformes.
En México, en 1895, el Dr. José M. Bandrá, durante un concurso científico, pugnaba por la
elaboración de una ley que reglamentara la admisión y salida de los locos de los
establecimientos públicos. Sacristán Solís ve en estos vacíos jurídicos espacios que
fortalecían el papel de la familia en la sociedad porfirista, pues esta era la institución que se
encargaba de los dementes cuando no estaban internados. Más aún, el Estado no catalogó a
los dementes como sujetos peligrosos, ni intentó ir más allá de la asistencia que daba a través
de las instituciones. En el reglamento del Hospital General, nos dice Sacristán, se le daba a
familia una gran potestad sobre los internos al alcanzar con una solicitud de ésta para que un
interno abandonara las instalaciones estuvieran o no curados.
Podemos ver en la familia todavía una institución que mantiene una sociabilidad que opera a
través de redes, disputándose espacios de poder con el Estado, aprovechando los intersticios
jurídicos que éste deja para mantener su influencia. Como lo señala François-Xavier Guerra,
las formaciones familiares durante el siglo XIX mantuvieron una dimensión corporativa y
sus lealtades comunales, y serán durante todo el siglo un actor político de primer orden. El
reconocimiento de Juárez Y Díaz de cómo funciona esta sociabilidad corporativa será una de
las claves de su permanencia en el poder:
“Omnipresente, el parentesco es la relación primera, seguida del grupo original –sea cual sea
su estructura- […] estas relaciones basadas en el parentesco de sangre son ciertamente las
más sólidas y, por naturaleza, hereditarios. Tiene en la mayoría de los casos la fuerza de lazos
afectivos intensos, y se refuerzan por la comunidad de intereses, pues los miembros de la
familia son a menudo solidarios tanto en el éxito como en el fracaso.”
Guerra sugiere que el éxito que tuvieron algunos grupos familiares durante el siglo XIX
debería buscarse menos en la herencia de los bienes que en la comprensión de la familia
como una institución inmortal, que actúa en una escala de varias generaciones, donde los
lugares y posiciones dentro del sistema familiar, que repercuten dentro de la posición social,
van siendo ocupados a través de mecanismos de sucesión.
Las generaciones nuevas sustituyen a las viejas y con ello heredan no solo los bienes sino el
prestigio que acompaña a la función simbólica. Aunque lo mismo ocurre en forma negativa,
si un miembro prominente de la familia cae en desgracia, arrastra tras de sí a todo el clan
familiar. Los favores y los rencores se heredan en una familia que opera bajo estas formas de
sociabilidad. La base de apoyo a las asonadas y revueltas que encontraban en los planes un
horizonte que legitimaba las aspiraciones al poder que manifestaban los caudillos, encontraba
en las redes familiares un actor fundamental para hacer efectiva y exitosa su empresa.
Al colocar el investigador toda la atención en las formas políticas adoptadas por el régimen
de Díaz y asumir al último tercio del siglo XIX como una estructura piramidal que construye
imaginarios a través de unos actores políticos cómplices del régimen y una ciencia
subordinada a sus intereses, hace que se pierda de vista el papel que juegan tanto la prensa
como la ciencia y las propias redes familiares comunitarias en tanto actores políticos que
también luchan y negocian con el Estado por espacios de poder.
Como cualquier negociación, esta puede ser más o menos amable o más o menos hostil, pero
siempre tratando de aprovechar los vacíos o lagunas que deja el otro actor. Así podríamos
precisar. Las mujeres sin historia, y por extensión, los cuerpos de hombres que son
abandonados en estos manicomios, serán el testimonio de individuos que han quedado fuera
de las antiguas redes familiares y comunitarias y que de alguna manera no logran instalarse
en una nueva sociabilidad. Los nuevos símbolos de la nación no funcionan para todos ni
garantizan nuevas solidaridades familiares y comunitarias.
En los desplazamientos podemos ver como se han alterado las solidaridades locales al
introducir nuevas relaciones económicas en las haciendas, por ejemplo, con el trabajo
asalariado y el impulso que se le dio a la producción agrícola destinada a un mercado nacional
o internacional, pero que ya salía de la lógica del autoconsumo. También asistimos a la
apertura de fábricas que al incorporar a la población a nuevos esquemas de producción
introducen nuevas referencias de tiempo y espacio. Los nuevos empresarios podían construir
colonias enteras para ubicar a su plantilla trabajadora y que pudieran vivir cerca de las
fábricas.
En un estudio sobre la industrialización en los estados de Tlaxcala y Puebla, Coralia Gutiérrez
Álvarez muestra cómo las nuevas condiciones económicas del país desencadenaron una
dinámica modernizadora en las incipientes fábricas que había en la región alrededor de los
años de 1870. La inversión de los industriales iba encaminada a la adquisición de mejor
maquinaria para cubrir las exigencias del mercado. La industrialización de la región tuvo
consecuencias sobre todo en las condiciones de trabajo de los obreros. En una situación
paralela a la mutación de la Hacienda, las transformaciones económicas y una mayor
industrialización modifican la relación establecida entre el patrón y los trabajadores.
La apertura del mercado y la inversión realizada en maquinaria tenía como consecuencia la
búsqueda por parte de los propietarios de mayores ganancias con menores gastos para
recuperar la inversión realizada. El papel de padre protector y benefactor que era parte de la
relación entre patrón y empleado cambia dramáticamente hacia una relación de explotador-
explotado. Otra alteración que sufre el obrero está relacionada con una alteración de la
sociabilidad al momento de residir en las colonias que se iban construyendo espacialmente
para los empleados de las fábricas:
El ambiente, pero sobre todo la jornada de trabajo y los escasos salarios, repercutieron
directamente sobre la vida de los obreros y sus familias. Si bien el vivir dentro del complejo
fabril les proporcionó, por un lado, ciertos servicios asociados a la vida urbana, por otro lado
significó, para la mayoría de ellos, aceptar el control no solo de las horas y actividades de
trabajo, sino del resto de sus actividades diarias. Ocupar una casa obligaba a cumplir el
reglamento (no se permitían reuniones familiares, fiestas ni visitas), bajo la vigilancia del
administrador que muchas veces era también el juez local, con la posibilidad de acudir a las
fuerzas rurales en caso necesario.
Estos esquemas buscaban una mayor producción al reducir el tiempo de traslado de sus
trabajadores, pero los obligaba a dejar su pueblo y los confinaba a nuevos espacios
artificialmente construidos. Al introducir nuevas formas económicas en estructuras que
podemos llamar tradicionales o al desarticular las instituciones educativas sin construir otras
alternativas de educación que pudieran sustituir a las anteriores. Algunos obreros prefirieron
vivir fuera de los núcleos urbanos creados por las fábricas y trasladarse todos los días desde
sus pueblos hasta los establecimientos laborales. Aun así, podemos suponer que ya su sentido
del tiempo y la distancia correspondían a una naciente sociedad capitalista.
Posteriormente, ya montados en la dinámica de la Revolución mexicana, nos esperarían
nuevos mitos, otras formas de elaborar instituciones que pudieran llevar a cabo la función de
rearticular el campo social. Como el pasado es fuente de legitimidad, su negación obligaba a
inventar otro pasado mítico que diera algunas coordenadas sobre el presente.

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