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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS  UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO

Roberto MARFANY.
Episodios de la Revolución de Mayo.
Buenos Aires, Theoría, 1966, pp. 28-29 y 42-43.

El Bando del 24 de mayo de 1810


(...) Analicemos ese relato por partes.

“En la madrugada del 24 todo el pueblo estaba de pie en los cuarteles y haciendo
ronda por las calles”.

Comienza la movilización multitudinaria del pueblo que esa frase supone, puede
ser todo lo atrayente que se quiera, pero no por eso deja de ser una creación
literaria extraña a la realidad. Ese día y a esas horas la ciudad común vivía su
ritmo cotidiano, sin alteraciones visibles. Durante las horas ordinarias de labor las
oficinas públicas atendieron el despacho, detalle que se advierte en actuaciones
de expedientes administrativos y judiciales reunidos en el Archivo General de la
Nación. Los comerciantes prosiguieron en sus tareas habituales de venta al
público, incluso en los locales de la Recova situada en la mismísima Plaza de
Mayo, y los tres mercados de abasto de carne vacuna situados en la Recoleta,
Miserere y el Sur (Constitución), continuaron recibiendo y faenando reses, como
consta en los registros de ventas diarias llevados por el Cabildo y que puede
consultar quien quiera en el legajo titulado “Propios” que existe en el mismo
Archivo.

Y es de suponer que así como en esas actividades no hubo paralización,


continuaron en las suyas los artesanos (sastres, herreros, carpinteros, zapateros,
jaboneros, talabarteros, etc.) y los lecheros y aguateros hicieron el reparto
diario.

Pero si el mismo 25 de Mayo en que el Cabildo reclamó la concentración del


pueblo en la Plaza para que decidiera la elección de la Junta Patria fue escaso el
aporte popular y los allí presentes tuvieron que justificar la enormísima ausencia
diciendo:

“Que las gentes por ser hora inoportuna se habían retirado a sus casas”.

Mal pudo ese pueblo desplegar el día de la víspera una actividad inusitada, como
quiere López, para abandonar muy luego el puesto de lucha en los momentos más
críticos. Ese día 24 de mayo el pueblo no aparece en el escenario político hasta
las primeras horas de la tarde. Su presencia se advierte en la congregación de
espectadores en la Plaza con motivo del juramento que a las tres de la tarde
presta la Junta formada por Cisneros, Castelli, Saavedra, Sola, e Inchaurregui, en
la sala de acuerdos del Cabildo. Después de la ceremonia los electos se retiran
“por entre un numerosísimo concurso a la Real Fortaleza”, anota el acta
capitular. El paso de la comitiva fue recibida “en medio de vivas”, apunta un
testigo patriota. Los verdaderos disturbios comienzan el 24 al anochecer, pero en
un limitado sector. El portugués Posidonio da Costa, residente por ese tiempo en
Buenos Aires, informó al gobierno de Río de Janeiro con toda imparcialidad:

“Ya en aquella tarde [24 de mayo] en que el Cabildo hizo reconocer aquella
Junta, fue tal el alboroto que hubo en el cuartel de Patricios de que Saavedra
era Comandante, que ni sus rogativas ni promesas fueron bastantes para
vencerlos o para que se acomodasen, siéndole preciso mandar tocar la música a
fin de que no se juntase pueblo a oír y admirar las locuras del Capitán Chiclana y
Vieytes que con otros ahí también se hallaban”.

Interprétese bien, al decir “que no se juntase pueblo” quiere significar que no se


juntase gente, o de otra manera, que no se formara corrillo, a presenciar y
“admirar las locuras del Capitán Chiclana y Vieytes”. No fue el cuartel de
Patricios la caja de resonancia de inquietudes populares, como creen nuestros
autores de historia; la realidad fue al revés. Escribe Manuel Moreno, hermano del
Dr. Mariano Moreno, lo que ocurrió el 24 de mayo:

“Con la noche creció la agitación; los ciudadanos concurrían al cuartel de


Patricios que era el punto de reunión y la tribuna de aquel tiempo, y se habían
constituido en conferencia permanente junto con los oficiales del cuerpo y otros
militares hasta horas avanzadas, discurriendo con ardorosa irritación sobre los
medios de encaminar las cosas a un desenlace inmediato. Muchos votos y muchos
brazos vigorosos estaban porque no se guardase ya más miramiento y que las
armas reparasen el engaño que se acababa de sufrir”.

Gervasio Antonio de Posadas, Director del Estado en 1814, apunta en sus


Memorias:

“Habiendo renunciado esta Junta por causas largas de contar señaladamente por
una especie de conmoción y gritería en el cuartel de Patricios, se eligió otra
compuesta de siete vocales y dos secretarios, sin entrar el depuesto virrey”.

La renuncia de la Primera Junta


El día 24 de mayo transcurre tranquilo, pero cuando llega la anoche sobreviene la
reacción. La Junta, reunida para tratar los negocios de gobierno se hace eco de
esa alteración del orden. No recoge rumores de la calle ni advierte expresiones
públicas de resistencia. Recibe información privada de dos de sus vocales, Castelli
y Saavedra, de que tal oposición existe. Y lo transmite en oficio dirigido al
Cabildo a las nueve y media de la noche del 24 de mayo, en estos términos:

“En el primer acto que ejerce esta Junta Gubernativa, ha sido informada por dos
de sus vocales de la agitación en que se halla alguna parte del pueblo, por razón
de no haberse excluido a el Excmo. Señor Vocal Presidente del mando de las
armas”.
En ese párrafo explica por qué medios se entera de la agitación y en qué
proporción se ha extendido en el pueblo. Declaración que firman los cinco
miembros que componen la Junta Cisneros, Sola, Castelli, Saavedra, e
Inchaurregui avalando así la verdad de su contenido. Todos los testimonios que
han podido ser hallados descubren el origen de la oposición motivo de la renuncia
de esa primera Junta contenida en el oficio a que hacemos referencia y
confirman plenamente la causa en que la funda, es decir “la agitación en que se
halla alguna parte del pueblo”. Veamos esos testimonios. Un actor anónimo de
tendencia patriota escribe el 25 de mayo de 1810 el relato de los sucesos
revolucionarios, y con respecto a la elección de esa primera Junta dice:

“Esta resolución no agradó a los del proyecto porque el Virrey siempre quedaba
de tal”.

Un español anónimo residente en Buenos Aires escribe en el bullir de los


acontecimientos:

“Pero esa misma noche [24 de mayo] gritaban como locos tres o cuatro de los que
vieron perdido su intento. Clamaban contra el engaño del Cabildo, contra la
permanencia del Virrey, y pedían que se le residenciase por la sangre que había
derramado en la Paz [contra los revolucionarios paceños de 1809]; esa misma
noche andaban varios escapados por la Plaza cargados de pistolas y cometiendo
varios insultos en las casas de los capitulares”.

Tomás Guido descubre con mayores detalles cómo se produjo la “agitación” que
motivó la renuncia de la Junta. Dice así:

“El pueblo pareció satisfecho de esta elección y los españoles se felicitaban de


haber salvado del peligro de un trastorno fundamental viendo triunfante la
autoridad del virrey. Muy diferente sensación produjo tan inesperado desenlace
en el club reunido a las ocho de la noche en casa del Sr. Peña. Allí se analizó el
carácter de los elegidos; se descubrió el origen de la candidatura Cisneros; se
reconoció por unanimidad que dos de los miembros de carácter ascético y tímido
[Sola e Inchaurregui], se plegarían sin violencia a la política del presidente y
hasta llegó a dudarse de la firmeza del coronel Saavedra bajo la presión y el
influjo de un jefe superior. Contábase solamente con la persona del Dr. Castelli;
pero ninguno de sus amigos descubiertos como conspiradores se reputó seguro
continuando en el mando el general Cisneros (...) Era pues necesario deshacer lo
hecho, convocar nuevamente al pueblo y obtener del Cabildo se prestase a
reconsiderar ante otra reunión popular la sanción de la víspera. Pasóse parte de
la noche en deliberar y ponerse de acuerdo con los jefes de Patricios y otros
cuerpos de la guarnición y con los jefes que llevaron la voz el 22 en la Plaza de la
Victoria [hoy de Mayo] y en las galerías del Cabildo. A todos estos trabajos
andaba noblemente asociado el Dr. Manuel Moreno, uno de los pocos patriotas
que restan de aquellos tiempos de perdurable recuerdo. Los honrados ciudadanos
French, Cardoso y otros de menos nota, bien que muy dignos de alabanza; los
comandantes militares, el honrado benemérito D. Feliciano de Chiclana, Romero,
y Díaz Vélez, contribuyeron eficazmente por su ardor patriótico, por su firmeza y
perseverancia, al mejor éxito de la jornada. Cada frito de ellos reunió a los
suyos, entre los oficiales subalternos de la guarnición hallaron la cooperación
más enérgica, circunstancia que no se debe olvidar, pues es un timbre honroso
para la gallarda juventud, entonces dada al ejercicio de las armas. Asegurado el
club de la aquiescencia y del apoyo prometidos, llamóse al Dr. Castelli para
inducirlo a informar al virrey de la agitación pública y del peligro del tumulto si
no se consultaba otra vez en cabildo abierto al pueblo, descontento con las
elecciones del 24. Castelli explanó las dificultades de este encargo y procuró
aquietar los ánimos, esperando en la influencia saludable de su persona sobre los
complotados. Pero su raciocinio desmayó ante la resolución del club de obtener a
todo trance un cambio, y acabó prometiendo que se entendería con el presidente
Cisneros (...) El foco de la reacción fue el cuartel de Patricios, según lo aseveran
los testimonios fehacientes y concordantes que se transcriben a continuación”
(...).

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