Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
La Estructura de La Personalidad Lersch
La Estructura de La Personalidad Lersch
DE LA PERSONALIDAD
P H IL IP P LERSCH
Profesor O. de Psicología 7 Filosofía.
Director del Instituto Psicológico
de la Universidad de Munich
RAM ÓN SARRÓ
Profesor de Psiquiatría 7 Psicología Médica
en к Facultad de Medicina de Barcelona
19 6 6
EDITORIAL SCIENTIA
Peligro, 39. Barcelona
ediайита лишила de и овал
i.* a 3.*, bajo el titulo «Der Ani bau der Characters» aflos 1938, i>i:, 1948
4,* a 8.% balo el titulo «Aufbau der Person» años 1951, 195a, 1954, iÿ6i
Las tres primeros ediciones aparecieron en la editorial Johann Ambrosios Barth, Leipzig.
La cuarta hasta la octava ediciones, ec la editorial Johann ürabrosius Barth, Munich
P R Ó L O G O S ..................................................................................... ...... I
ESTUDIOS PRELIMINARES
EL PUESTO DE LA OBRA DE PH. LERSCH EN LA PSICOLOGÍA
CONTEMPORjÍ N E A .......................................................................................... XVIT
PSICOLOGÍA MÉDICA P E R S O N A L IS T A ....................................................... XXIX
CUESTIONES T E R M IN O L Ó G IC A S................................................................... XXXIX
Introducción
GENERALIDADES Y PRINCIPIOS
LA ESFERA DE LA PSICOLOGÍA............................................................. 2
A. Las características de lo v iv ie n te ............................................. 2
Crecimiento y evolución, 2. Totalidad, estructura, e integra
ción, 4. Tendencia y capacidad de autoconservación, 5 . Comu
nicación, 6. Adaptación, 7. Autoactividad y comportamiento, 8.
La Temporalidad de la vida, 9. Reproducción y herencia, 11.
B. El Circuito Funcional de la V iv e n c ia ....................................... 12
C. Vida y V iv e n c ia ............................................................................... 16
D. La peculiaridad de lo animico a laluz de los signos vitales. 17
La vida anímica como desarrollo, 17. Totalidad, estructura e
integración de la vida anímica, 19, El papel de la conservación
y regulación del individuo en la vida anímica, 24. La vida
anímica como proceso comunicativo, 25. La adaptación como
proceso anímico, 26. La vida anímica como actividad propia y
conducta, 27. La Temporalidad de la vivencia, 28. Transmi
sión y herencia en la esfera anímica, 31. La temática supra-
biológica de la vivencia humana, 31.
LOS PROBLEMAS DE LA P S IC O L O G ÍA ............................................. 33
A, Psicología G e n e r a l......................................................................... 33
Sistematización y clasificación, 33. Fenomenología, 37. Etio
logía, 38.
B. Psicología E v o l u t i v a ................................................................... 38
С Caracterología . , ' .................................................................... 39
El concepto del carácter, 40. las disposiciones como cualida
des, 41. Integración y estructura de las disposiciones, 44.
D. Psicología S o c i a l ............................................................ . 49
E. El punto de vista «antropológicos.............................................. 50-
F. La tarea de una Psicología de laP ersonalidad......................... 54
Parte- General
LA TECTÓNICA Ù E LA PERSONA
V. LA TECTÓNICA DE LA PERSONA
La integración dé los estratos, 431. La relación del fondo endo
crinico y de la estructura Superior de la personalidad, 482,
A. CIENCIA DE LA EXPRESIÓN
С. PSICOANALISIS
H. METODO FENOMENOLÒGICO
I. CONCIENCIA HISTÓRICA
J. r a íz germ Xnica
H acia la unidad de la p s ic o l o g ía
R amón S arro
Au fba u d er p e r so n
T b il h a b h
A n t e u e b se r l e b n is s e
D ie G e f ü h l sr eg u n g e n
D as G bm ü t
A n g em u t et w er d bn . Z u m ü t e s e in , A n m u tun g .
M it g e f ü h l .
A LAS CARACTERÍSTICAS de l o v iv ie n t e
MUNDO MUNDO
C. VIDA Y VIVENCIA
A. PSICOLOGÍA GENERAL
B. PSICOLOGÍA EVOLUTIVA
C. CARACTEROLOGÍA
?
minai qué valencia posee en cada carácter un poder intelectual. Entonces se
pondrá de relieve que quizá uno de ellos utiliza la inteligencia abstracta,
le complace explicarse el mundo, encuentra el sentido de su vida en la asimi
lación de puros conocimientos teoréticos. Por d contrario, en otros hombres
sii Inteligencia tiene uñ valor estructural completamente distinto: son im
pulsados por fuertes deseos de vanidad y de poderío, y precisamente al
servicio de estas tendencias se muestra la inteligencia como instrumento ade
cuado y eficaz. Mientras en el primer caso—-en el de los hombres teoré
ticos— la inteligencia en cierto modo se basta a sí misma y por tanto tiene
un papel central en el total del carácter, en el segundo caso aparece en ил
lugar muy diferente de la personalidad, cori una valoración estructural radi
calmente distinta. Por consiguiente, es de gtan importancia señalar que
tras los mismos rasgos caracterológicos caben de un hombre a otro las
más desiguales conexiones de estructura, esto es, qué pueden tener todos
ellos diferente sentido. Así, pues, en el fondo, se ha dicho todavía poco
al llamar ambicióse a los hombres. Si se llega, caracterclógicamente, a situar
la ambición en el total de la persona, entonces se comprueba que uno de ellos
es centralmente ambicioso, es decir, la ambición es el principio estructural
dé su carácter ; otro, por el contrario, está guiado en primera línea por inte
reses científicos y además es ambicioso. l a cualidad de la ambición es aquí,
por tanto, más periférica; allí, al contrario, ocupa un lugar central en la
totalidad del carácter.
El fin qué persigue el esclarecimiento estructural es la reducción estruc
tural, es decir, la subordinación de todas las cualidades ostensibles a un
principio básico organizador, ya no supeditable a sil vez, qué determina
todos los rasgos anímicos de un hombre. Pues si la vída anímica está estruc
turada, existe hasta cierto punto como una jerarquía de las características
distintas. Deberían diferenciarse características relativamente centrales
y relativamente periféricas, en el sentido de que dos características— a y
b — son periféricas respecto de c, si su existencia sé puede deducir según
leyes de «lógica psicológica» ( R i e f f e r t ) por la presencia de c. Por este ca
mino deberíamos llegar finalmente a unas .características ya nò supeditables y
que yo designo como cualidades primarias. Con esta denominación no se
ha de comprender lo mismo que con el concépto de «radical» que emplea la
caracterología heredobiológìca, Lo «primario» a que se refiere el concépto
de rasgo primario, no es genético como en el radical heredobíoíógico, sino
estructural. Lo primario heredo-biológico, sin embargo, no es, en modo al
guno, estructural.
D. PSICOLOGÍA SOCIAL
PERSONA
T
Ser singular en el mundo
(aspecto antropológico)
7 engloba al mismo tiempo
F ig . 2
A. AUTOOBSERVACIÓN
C. m é to d o c i e n t í f i c o n a tu r a l y c ie n t íf ic o e s p ir itu a l
LA T E C T Ó N IC A DE LA P E R S O N A
En el curso de nuestra exposición de la estructura de la persona he
mos diferenciado tres capas: la del fondo vital, la del fondo endotímico
y la de la estructura superior de la persona. Debemos ahora estudiar la
relación entre estas diversas capas.
Ya indicamos entonces (pág. 77) que la peculiaridad del principio
de la estructuración estriba en que las diversas capas diferenciables descan
san una sobre otra, hallándose la superior siempre apoyadá sobre la in
mediata inferior. Aun cuando es evidente la analogía con la estratificación
geológica, en rigor esta comparación es en absoluto insuficiente y, en cierto
sentido, incluso desorientado».
Pensamiento
SUPRAESTRUCTURA
y voluntad
PERSONAL
consciente
Apetitos y tendencias i
Vivencias afectivas ! F ondo en d o t ím ic o
Temples estacionarios )
— F ondo v it a l
F ig . 3
B. LA UNIDAD CUERPO-ALMA
Aun cuando puede demostrarse ur;a relación entre el fondo vital, como
conjunto de todos los procesos y estados orgánicos corporales, por una
parte, y los procesos y estados anímicos por otra, sería totalmente erróneo et
pretender considerar lo anímico como producto del fondo vital corporal,
atribuyéndolo así a causas fisiológicas. De este modo lo anímico resultaría
un epifenómeno y un proceso de segundo grado y sería colocado bajo la
‘dependencia absoluta de lo corporal. La experiencia enseña que en ningún
modo existe tal dependencia unilateral, sino que, recíprocamente— si pen
samos según las categorías de causa y efecto—, existe también una acción
de lo anímico sobre lo corporal «porque el curso de las funciones orgánicas
puede ser esencialmente modificado por los influjos anímicos, especialmente
los afectivos»3B.
«Ya la experiencia diaria nos enseña que el dolor, el temor y la rabia
— también el enfado— «actúan sobre el estómago y disminuyen el ape
tito» í0 Se ha demostrado también que la presentación de alimentos y de
agua a animales hambrientos y sedientos estimula el peristaltismo intesti
nal91. En las emociones desencadenadas anímicamente se alteran el tamaño
del corazón, las secreciones salivar y gástrica y la actividad del estómago.
W it t k o w e r ha demostrado el efecto estimulante sobre la secreción biliar
de la mayor parte de los movimientos afectivos, entre los cuales, sin em
bargo, ocupa un lugar especial la cólera, pues mientras dura se halla rotai
o casi totalmente suspendido el flujo de la bilis. «En un grupo de intere
santes investigaciones ha demostrado C annon que en el temor, en la rabia
y en el dolor tiene lugar un elevado aporte al torrente circulatorio de la
adrenalina producida por las suprarrenales y que esta hormona disminuye
los movimientos y secreciones del tramo gastrointestinal» 92. También la
cifra de leucociros de la sangre se altera en las emociones. «Bajo el in
flujo de algunos movimientos afectivos aumenta el contenido en yodo de la
sangre, en la que se alcanzan valores que sólo son conocidos en la enferme
dad de B a se d o w . Al declinar la emoción desciende progresivamente la
cifra de yodo de un modo variable según los individuos hasta llegar a la
normal» ” . Aun cuando todo esto se halla todavía en la esfera de lo normal,
los'casos excepcionales de alteraciones y perturbaciones orgánicas histéricas
(parálisis, seudoembarazo, histeria) muestran con qué intensidad la rela
ción psicosomàtica va también de lo anímico a lo corporal.
A esta esfera corresponden también, finalmente, las experiencias de la
Medicina psicosomàtica que hoy constituye una orientación especial de la
Medicina. Como un ejemplo entre muchos, citamos las relaciones que se
han comprobado entre la úlcera de estómago y algunos factores emociona
les. F. A le x a n d er basándose en sus investigaciones y experiencias clínicas ha
presentado como muy probable que la úlcera gástrica sea una expresión
simbólica de un conflicto anímico. Y en la práctica se trataría del con
flicto entre el deseo de permanecer en la situación infantil de ser querido
y cuidado, y la exigencia de producir rendimientos, de lograr la autonomía
y la independencia que el Yo, consciente, se plantea a sí mismo. Muchos
ulcerosos de estómago muestran en su conducta una actitud exageradamente
agresiva, ambiciosa e independiente que no es otra cosa que una com
pensación o sobrecompensación de sus necesidades inconscientes de depen
dencia y apoyo. «En lo profundo de su personalidad eí enfermo de úlcera
gástrica lleva una exigencia inconsciente hacia la existencia protegida del
niño pequeño, Pero oculta cuidadosamente esta actitud de dependencia aún
a sí mismo y la reprime de modo que no puede encontrar una salida a la
conducta exterior. La exigencia reprimida de ser querido es el estímulo
psíquico inconsciente que se halla relacionado directamente con el proceso
fisiológico cuyo resultado final es la ú l c e r a E l hecho de que la situa
ción conflictiva citada actúe como perturbación de la función gástrica se
explica porque la ingestión de alimentos en un estado infantil precoz, en la
fase llamada por F r eu d oral, es percibida como experiencia amorosa y la
espera de este amor produce un estado de hipermotilidád e hipersecreci<Jn
permanente del estómago que luego, en el transcurso del tiempo, llevan al
síntoma citado. No podemos discutir aquí si esta interpretación es exacta.
Lo que es seguro es que las experiencias de la Medicina psicosomàtica, de
las que la úlcera gástrica es sólo un ejemplo, han-mostrado que los pro
cesos orgánicos corporales dependen dél aconteces psíquico tanto como, al
contrario, los psíquicos dependen de ellos.
En rÍ£Or, esta relación no ■debe interpretarse como de causa y efecto,
pues ésta sólo puede establecerse Cuando una .totalidad cerrada y autó
noma se pone en relación con otra. Pero la corporeidad orgánica y la vida
anímica no son dos entidades cerradas y enfrentadas, sino que se hallan
abiertas una para la otra y constituyen un todo. Esto podría apoyarse sobre
lo que dijimos de que lo anímico es un planò de actualización, uná dimen
sión de la vida, es lo vivo transfigurado en el estado vigil de la vivencia. El que
nos sintamos impulsados a colocar lo corporal y lo anímico en una relación
de causa y efecto pasando por alto su- efectiva .unidad depende de la fas
cinación de una idea cuyas raíces se hallan muy lejos en la moderna psico
logía. Desde que DESCARTES (pág. 80) dividió la realidad en lasdos sustan
cias de la res cogitons y de la res extensa—las' cuales no son más que si mundo
de lo anímico-inmaterial y de lo físico-material—‘nos hemos acostumbrado, en
el pensamiento occidental, a separar rígidamente lo corporal de lo anímico
y a imaginarlos como dos esferas de la realidad con existencias independien
tes, autarquicas y opuestas; pues el concepto de sustancia designa a un
ser que, para existir, no necesita de ningún otro.
Desde que se llevó a cabo este corte metafisico entre soma y psique y
se ha convertido en hábito de pensamiento, ríos acostumbramos a incluir en
la categoría de causalidad la relación entre lo orgánico-cotporal y lo anímico-
inmaterial y a considerarlos como causa y efecto. Sin embargo, el problema
de cómo se influyen recíprocamente lo corporal material y lo anímico in
material resulta en el fondo un problema sólo aparente, puesto que lo
vivo corporal y lo anímico-inmaterial no son dos esferas independientes y
separadas, sino que representan jrna totalidad integrada con poks coe
x isten t. Cuando se alteran la respiración, la actividad cardíaca, las se
creciones internas, el peristaltismo intestinal, etc., percibimos un movimien
to emocional. Cuando en el cerebro se desarrollan ciertos procesos orgánico-
funcionales experimentamos la actividad del pensamiento. Siempre se trata
de un acontecer que comprende la unidad global cuerpo-alma.
Nada se opone, naturalmente, a que el impulso para este acontecer pro
ceda unas veces de lo corporal y otras de to anímico. Ejemplo del primer caso
es lo que ocurre con el opio y otras drogas con lai que llegamos a un
estado en el que el sentimiento vital se halla aumentado y ligado a visiones
agradables, pero por otro lado también sabemos que una noticia desagra
dable, que es percibida en primer lugar anímicamente puede quitarnos el
apetito. En un caso parece obrar lo corporal sobre lo anímico, en el otro éste
sobre aquél. Pero en ambos reacciona en realidad la totalidad cuerpo-alma.
La diferencia consiste únicamente en que en el primer ejemplo figura lo
corporal como puerta de entrada que sirve para relacionar la totalidad
cuerpo-alma con el mundo exterior, mientras que en el otro la puerta de
entrada es lo anímico. Pero precisamente lo que distingue a lo viviente, y
por eso se llama totalidad integrada, es que la alteración de uno de sus
miembros no se limita a éste, sino que abarca al total.
Finalmente hemos de señalar expresamente que de ningún modo nos
inclinamos hacia el materialismo cuando aceptamos que lo anímico y lo
corporal se hallan recíprocamente ligados en una relación substancial y
que la vivencia tiene las condiciones de su posibilidad en el fondo vital. Sería
craso materialismo el aceptar que lo verdaderamente real es el acontecer
corporal fisiológico y la vida psíquica únicamente su reflejo. Pero esta
concepción queda excluida por la teoría de las c&pas; pues ésta sostiene que
lo anímico descánsa sobre lo organico-corporal sin quedar por ello des
pojado de su autonomía y de su significado propio. Así, por ejemplo, la
vivencia de una sinfonía tiene la condición de su posibidad, por una parte
en los procesos físicos propios de los instrumentos y su transmisión vibrato
ria a través del aire, por otta parte en las excitaciones que llegan al sistema
nervioso central a través del órgano del oído, y sin embargo lo que vivimos
es algo completamente distinto de esos procesos físicos, algo completamente
autónomo. Podríamos decir que del mismo modo que la sinfonía musical
busca y obtiene en los instrumentos materiales las bases para su realización,
así también lo anímico encuentra la posibilidad de su logro en los órganos
corporales del fondo vital y en sus procesos.
Por otra parte, el reconocimiento de una relación entre lo orgánico-
corporal y lo anímico puede llevar al materialismo tanto menos cuanto
más claramente veamos que todo lo que la fisiología puede mostrar” en
los procesos y estados del sistema nervioso central y vegetativo, en las
modificaciones electrobiológicas del cerebro, en los procesos de la respi
ración, de la circulación, de la digestión, así como de todo el quimismo cor
poral como correlato corporal-material, jerárquicamente ordenado, de los
procesos y estados anímicos, son sólo aspectos externos que nosotros colo
camos en lugar de la vida cuando hablamos de fondo vital, pero lo que él
fondo vital es «intrínsecamente» y lo que en él ocurre se halla más allá
de rodo conocimiento racional. Los procesos fisiológicos accesibles a la
investigación son solamente manifestaciones del fondo vital, y el orga
nismo corporal es sólo su representación sensible. El fondo vital es algo
más que lo que llegamos a percibir y conocer por la investigación fisioló
gica. Se halla en otra dimensión distinta de aquella en la que se nos mues
tran los procesos fisiológicos. Por esto el concepto de fondo vital es un
concepto-límite que no constituye, sin embargo, una mixtificación román
tica, Designa algo cuya esencia se halla más allá de la experiencia y nunca
puede ser objeto de ésta, pero cuya existencia debe aceptarse sobre la base
de aquélla. Quien no esté confome con esta prudente formulación puede
desarrollar, en una nueva dimensión, lo que sabemos de los procesos
vitales, atribuyendo a la vida una valencia espiritual o psicoide. Pero todo
esto son recursos que sólo se justifican cuando ayudan a comprender que
la vida no se agota en la materialidad corporal de lo que, en la experiencia
fisiológica, se halla ante nuestra vista y que podemos comprobar y medir.
Si tuviéramos un órgano para tasar esa valencia quizá la partícula de opio
que nos proporciona una euforia liberadora aparecería ante nuestros ojos
no como un objeto exterior, sino como algo anímico o espiritual, y su
efecto anímico, que sentimos cuando la hemos incorporado al quimismo
de nuestra vida, no sería percibido por nosotros como puramente externo,
sino que sería interiormente comprensible del mismo modo que com
prendemos nuestra reacción ante una visión que provoca miedo.
Las consideraciones acerca del fondo vital, sobre el cual descansa
nuestra vida psíquica, no nos llevan, pues, a una materialización de lo aní
mico en la que éste sea degradado hasta llegar a ser un mero epifenómeno
de lo corporal despojándole de su significado propio, sino más bien a una
espiritualización de lo orgánico-material ; pero expresándonos prudente
mente hemos de decir que lo corporal-fisiológico es una manifestación del
fondo vital y que la esencia íntima de éste nunca puede llegar a ser ob
jetiva y permanece en la oscuridad del с inconsciente».
Lo que hasta ahora hemos llamado, de una manera hasta cierto punto
provisional, vivencia pulsional, necesita una explicación fenomenològica
más minuciosa. Se trata de contestar a la pregunta de si en los fenómenos
de nuestra experiencia interior que designamos como «vivencias pulsiona-
les» podemos distinguir algunas facetas o rasgos individualizables.
Sobre esta cuestión debemos afirmar en primer lugar que cada ten
dencia, cada impulso, es experimentado según una forma subjetiva espe
cial. En la tendencia sentimos un estado de defecto, de necesidad, que que
remos superar; así ocurre en el hambre, en la sed y también en la nece
sidad de estimación y en el deseo de poder y por lo mismo en las tenden
cias superiores como en las llamadas necesidades sentimentales o en las
necesidades metafísicas en las que S ch o pen h a u er ve los fundamentos de
toda concepción del mundo. El concepto de necesidad circunscribe del modo
más general e inespecífico la tonalidad fundamental que matiza todas las
vivencias pulsionales. Así se comprende que llamemos «Psicología de la nece
sidad» a aquella concepción psicológica global, que coloca en el centro de su
consideración a las fuerzas impulsoras que se hallan tras los modos manifies
tos de conducta, es decir a las vivencias impulsivas. «Una necesidad me im
pulsa a conducirme de esta o de aquella manera, a comer, a beber, a dormir,
a ic al teatro o a un museo, a reunirme con unos amigos. Todo el mundo
sabe por la experiencia cotidiana cómo una necesidad actúa sobre la conciencia
y nos estimula a la acción» es. Las necesidades son el reflejo vivencial de la
ley vital de la comunicación, o sea de las relaciones del ser racional con el
mundo exterior que se refieren a la conservación, desarrollo y configuración
del individuo. Con el concepto de «necesidad» se circunscribe una parte esen
cial de las vivencias pulsionales.
La cualidad fundamental de las necesidades que sentimos consiste en
que se actualizan con una inquietud que es sentida inmediatamente; el
¡tatú quo se experimenta como un déficit, y la tonalidad afectiva básica nos
impulsa a superado. Todas las vivencias pulsionales se hallan matizadas por
un todavía-no en cuya superación estriba el carácter dinámico propio de
estas vivencias. Así, en la vivencia pulsional la vivencia actual es como un arco
tendido entre el presente y el futuro; estas vivencias se hallan dirigidas desde
el presente hacia el futuro, son una anticipación, una premonición del
porvenir que, naturalmente, no suele ser dada en forma de una actualización
representativa, sino que se percibe de no modo oscuro, difuso, informe, sub
jetivo y confuso, con la misma indeterminación con la que aquello por lo
que se pregunta no es conocido o visto en la pregunta y sin embargo en
cierto modo se presiente y se busca. Toda vivencia tendencia! tiene, de
este modo, además del estado fundamenta] de la necesidad una dirección
que desde el centro vital y su presente va hacia el futuro. Esta es una se
gunda faceta esencial de las vivencias pulsionales.
Pero la tendencia no es solamente una huida del presente, un mero
querer-salir del estado de necesidad, de vacío, sino también, siempre, es
el apuntar a una meta. La marcha hacia el porvenir es siempre, al mismo
tiempo, un hallarse-en-camino hacia un fin. Si toda vivencia pulsional es un
buscar e interrogar, la meta es aquello por lo que se pregunta y se busca ;
la meta es el objeto de la vivencia pulsional. Y puesto que esta meta está
representada por un objeto o un estado, el lograr éste es también la satis
facción de una necesidad, y representa un valor. Los instintos y las ten
dencias van siempre desde este punto de vista dirigidas hacia un valor.
Así, pues, hemos señalado desde el punto de vista fenomenològico tres
íasgos constitutivos esenciales en toda vivencia tendencial: el estado fun
damental de necesidad, luego la proyección sobre el futuro, la anticipación
de un interrogai y un buscar y, finalmente, el ser impelido por aquello a
lo que se tiende, es decir, la dirección temática hacia un fin que debe ser
realizado.
La cuestión de las tendencias humanas ha sido objeto en la psicología
científica de un trato de disfavor. En primer lugar, en un sentido radical,
porque hasta comienzos de siglo apenas han sido tomadas en consideración
las fuerzas impelentes teleológicas de la vida psíquifca. Así ha podido ocurrir
que MACDouGALL se haya visto precisado a establecer explícitamente el
programa de una psicología finalista. «Tal psicología, dice, se distingue de
otras escuelas en que éstas descuidan, pasan por alto, e incluso niegan, la
más importante cualidad de todas nuestras actividades, es decir, su fina
lidad. Pero en cuanto todos los psicólogos reconozcan esta particularidad...,
la psicología finalista perderá su peculiaridad y se convertirá en la psico
logía por antonomasia sin más» 9*. La concepción instíntivo-dinámica de la
vida psíquica fue ya introducida por el Psicoanálisis y la Psicología indi
vidual cuando F reu d y A d l e r — cada uno a su modo— pusieron de mani
fiesto la importancia de ciertos instintos e impulsos. Sobre todo se ha esfor
zado en la investigación de los «factores realmente dinámicos» de la psique
humana. K , L ew IN, que ve la causa del acontecer psíquico en «ciertas ener
gías que, por lo regular, dependen de la presión de la voluntad o de la nece
sidad» 97. Ya hemos dicho que W un dt señaló el carácter dinámico del acon
tecer anímico.
Pero el voluntarismo psicológico de W undt queda, en el fondo, sola*
mente como un programa si no se tiene en cuenta la cuestión de la especi
ficación de la voluntad respecto a lo que se quiere y a lo que se aspira.
En ninguna parte Se ha intentado hacer una clasificación de la temática
de la* tendencias, pero precisamente aquí Se halla el verdadero problema
si Se acepta el carácter dinámico de la vida anímica. Pues por experiencia
conocemos una extraordinaria variedad de tendencias anímicas. Si es indu
dable que todo ser dotado de vida anímica posee tendencias, no lo es menos
que éstas presentan grandes diferencias. La tendencia que sentimos en el
hambre y en la sed es.de otra naturaleza que l i necesidad de cariño. ¿Cómo,
pues — hemos de preguntarnos — , puede ponerse orden en la diversidad de
las tendencias?
EL PROBLEMA DE LA CLASIFICACIÓN .
a. El impulso a la actividad
b. La tendencia al goce
Las formas en que aparece esta dirección centrípeta del impulso vital
están determinadas por las diferentes cualidades del estado de ánimo en
las que es percibida la vida.
La forma más primitiva es la tendencia ai goce siguiendo el valor
vital del placer. Aquí encuentra su explicación adecuada el concepto de
placer mal utilizado en vaga generalización para caracterizar a cualquier
temática pulsional.
Hasta qué extremo domina ya al infante la temática del goce, del placer,
se ve por su expresión de bienestar cuando se halla abrigado en el calor
de su lecho, cuando ha tomado el biberón y está saciado, o por su expresión
de contento ante el sonido de una caja de música o por especiales cobres
y efectos de luz que se le ofrecen. Que ya en la primera infancia existe
una dirección tendencial hacia el goce, está demostrado, además, por el
hecho de que protesta con gritos o lloriqueos contra los estados corporales
desagradables que perturban el proceso interior del goce y del bienestar,
por ejemplo, cuando está mojado o le molestan raidos o luces importunas.
La temática pulsional del goce experimenta espontáneamente, en el
curso del desarrollo, diversas diferenciaciones aun cuando junto a la temá
tica de la vitalidad hayan aparecido ya la del yo individual y la de la transi
tividad, En las primeras semanas de la vida el ser humano percibe como goce
exclusivamente los estados corporales y con el progresivo desarrollo se van
refinando los placeres a que aspira, junto al goce del paladar al comer y al
beber aparece el de las funciones psíquicas superiores. Así, para algunos
adultos es el chiste— para otros el ingenio —-un goce intelectual, cuyo
valor reside en el funcionamiento del pensamiento. Y cuando hablamos
del goce estético vemos que lo que justifica emplear la misma expresión en
todos estos casos es el hecho de que a todos les es común encontrar su sa
tisfacción en la consáenciación de la pura posibilidad de función. Hemos de
decir, además, que el goce es únicamente un componente de la vivencia es
tética, ya que en ningún modo la constituye exclusivamente *. En donde la
aspiración al goce se refiere temáticamente sólo a experimentar estados pla
centeros puramente corporales hablamos de concupiscencia
Podemos afirmar, sin exponemos a que se nos tache de hedonistas y
eudemonistas, que la tendencia al goce es una disposición natural. El goce
tiene indudablemente— como la actividad de juego puramente funcional
— un papel importante dentro de la economía psíquica, en la alternancia rít
mica con el trabajo y el esfuerzo. Si se tiene en cuenta la importancia de
su función no parece natural la actitud ascética.
Desde el punto de vista caracterológico, la tendencia al goce adquiere
un significado especial en la actitud del hedonista, para el cual el goce es
el más elevado y exclusivo fin de la vida y en el que la aspiración al goce
se transforma y degenera en pasión absorbente, en «manía». Si recordamos
el cuadro psíquico global del hedonista del que O. W ilde ha dado un
paradigma en la figura,de Dorian Gray, notaremos en primer lugar que en
él fallan todas las tendencias transitivas, ya que su temática se concentra
en la conscienciación de sus estados cambiantes subjetivados. No conoce
vínculos con cosas y personas, ni responsabilidad ni obligaciones frente
a ellos. En las relaciones con las cosas esta actitud se manifiesta como
ausencia de lo que pudiéramos llamar conciencia del rendimiento y de la
tarea. Rechaza el trabajo, la producción y los deberes y exigencias que el
mundo le plantea. Por eso al hedonista le falta capacidad de trabajo^ auste
ridad y dureza para consigo mismo; es opuesto al esfuerzo; la actividad y la
ocupación en algo le son extraños, es, partidario de la comodidad por natu
raleza. Su arbitrariedad y caprichosidad, la falta de compasión y la insen
sibilidad en sus relaciones con los semejantes se explican suficientemente
por la circunstancia de que le falta la conciencia de una vinculación y un
deber, como se pone claramente de manifiesto en la figura de Dorian Gray.
• Solamente рот éste componente subjetivo .de emoción, es por lo que en la
«Estéticas de Клнт encuentra una explicación su teoría de là acción funcional
conjunta de Us tuerzas anímicas. Pero, sin embargo, no se tiene en cuenta el
hecho de qué en la vivencia estética experimentamos un enriquecimiento ob
jetivo, una dilatación del horizonte de nuestro mundo. Precisamente en esto
se pone de relieve que„la vivencia estética es algo más que un mero goce, que
una mera emoción subjetiva.
Su imagen caracterológica muestra también claramente las relaciones del
hedonista con el mundo del pensamiento: en éste no busca ni valora el
contenido de verdad, sino la elegancia del ingenio y del humor ; goza de la:
fundón de juego del pensamiento. Finalmente, un rasgo importante del hedo-
nista consiste en que continuamente le amenaza el peligro del aburrimiento,
del vacío 1interior, lo cual hace que la cuestión de crear nuevos excitantes
constituya un problema fundamental de su vida. Así la imaginación sensual
de un N er ó n se halla siempre ocupada creando nuevas posibilidades aun
por medios que traspasan todos los límites impuestos por lá consideración
hacia los demás. El problema central del hedonista, de crear y renovar los
excitantes, se explica porque los estados desencadenados por éstos se agotan
siempre rápidamente. Cuanto meneónos,.dejemos llevar por la tendencia al
goce, tanto menos conoceremos la maldición del aburrimiento; el hombre
dedicado áí trabajo se aleja del aburrimiento en la medida que se diferencia
del hedonista. Éste es obligado por su impulso predominante a desarrollar
una cierta técnica para la obtención de excitantes, lo cual explica su pecu
liar inconstancia; esta técnica es descrita por K ierkeg aa rd como «cultivo
alternante» de la siguiente forma : su particular secreto no consiste
únicamente en variar en lo posible el suelo, sino sobre rodo en variar per
manentemente uno mismo» 1!l!. Éste es el consejo que K ibrkbg aa ed da a
los hedonistas para renovar las posibilidades de lograr estímulos en las
cosas y mantenerse siempre en el movimiento del goce. La máxima del hedo
nista es precisamente opuesta a la advertencia de K aht que se refiere, no
a la desvalorización ascética del goce, sino que se inspira en el reconoci
miento de su significado para la armoniosa economía de la vida psíquica;
■^Niégate la satisfacción (de la diversión, de la lujuria, del amor, etc.), pero
no en el sentido estoico de querer prescindir por completo de ellos, sino eti
el finamente epicúreo de tener en próyecto'ua goce todavía mayor. Este
ahorro de tus sentimientos vitales a la larga te hará más rico aún cuando al
fin de tu existencia hayas tenido que renunciar en gran parte a su satis
facción inmediata»1(,e. El que sigue estas reglas de vida dadas por KANT
no es un hombre plenamente absorbido por la tendencia al placer, no debe
calificarse como hedonista, sino como epicúreo.
c. La libido
F ia 4
b. £1 egoísmo
c. El deseo de poder
f. El afán vindicativo
g. El deseo de autoestimación
Que la vida anímica sea determinada por las tendencias que en ella ac
túan depende, no sólo de la clase de estas tendencias, de su relación intrapsí-
quica 7 del destino que experimentan merced a las condiciones previamente
dadas, sino también de su fuerza individual. Cuanto ma7or es la fuerza de
una tendencia, tanto más propende a apoderarse de la dirección de la vida
anímica; cuanto menor es, tanto menos importancia tiene para la dirección
7 configuración de la vida. Esto puede decirse tanto respecto al corte trans
versal dd présente anímico como al corte longitudiual dd curso vitaL Natu
ralmente, la intensidad de las tendencias no se expresa siempre en el mismo
grado en cada una de estas direcciones. Por ello se recomienda hablar, por
un lado, de la intensidad q fuerza, 7 por otro lado, de la persistencia de las
tendencias. Debemos comprender como intensidad el efecto dinámico de las
tendencias que alcanza al corte transversal del presente anímico, 7 como per
sistencia d poder de las tendencias en tanto se manifiestan en el corte lon
gitudinal dd curso de la vida, .
La devada intensidad de las tendencias se manifiesta en que todos los
contenidos de la vivencia—•induídos las percepciones, representaciones 7
pensamientos—- son determinados 7 dominados por la finalidad de aquéllas-
En la esfera de la percepción esto se manifiesta en la forma de la selección
psíquica, en la que la imagen desiderativa anula la. imagen de la percepción
(U bxk ü ll ). Sólo se percibe — bajo la coacción de la tendencia o del ins
tinto —i aquello que corresponde a la finalidad apetecida y todo lo demás
no se registra, .o apenas. Así, por ejemplo, el sujeto con afán de estimación
puede sucumbir ante la imagen desiderativa de su efecto personal de modo
que falsee la realidad en ese sentido. Cuanto más intensamente aparece una
tendencia, tanto más es la vivencia «indiferente frente a todos los demás
estímulos, sobre todo frente a todo lo que pudiera desviarla de su meta.
Cuando mi perro, que corrientemente obedece a mi llamada, emprende la
persecución de un conejo se vuelve ciego y sordo respecto a mí. Por lo
menos mis llamadas y gestos no tienen un resultado perceptible para dete
nerlo o desviarlo de su intensa y concentrada actividad...., El adeta que
aspira a vencer en una carrera de velocidad es, durante esos pocos segundos,
tan ciego y sordo frente a todo lo secundario que sobre él pueda actuar como
el perro de caza» 14í. «Así, en general, puede comprobarse que una tenden
cia domina a todo el organismo— con exclusión de todas las demás formas
de actividad —•tanto más fuertemente cuanto con cuanta mayor intensidad
aparece® l13.
La experiencia nos enseña que los individuos son diferentes entre sí no
sólo por el grado de intensidad con que en ellos aparecen determinadas ten
dencias, sino que existen también casos en los que se puede hablar en ge
neral, es decir, sin referirnos a determinadas clases de tendencias, de sujetos
con instintos fuertes y de individuos con instintos débiles. En los últimos
queda reducida a un mínimo la intensidad de la dinámica anímica general.
Falta fuerza impulsiva y creadora a las tendencias que actúan en estos su
jetos y por elio a su orientación en la vida, a su accÍón*sobre el mundo y a
su configuración vitaL En la esfera psicopatológica esta pobreza instintiva
aparece incrementada hasta la pérdida , de los impulsos, hasta la abulia. Se
trata de sujetos con completa indiferencia e incapacidad vivencial (apatía)
a los que nada proporciona un goce, nada despierta su interés, son'indife
rentes incluso frente a las cuestiones de la conservación y desarrollo del
individuo y de la estimación y no perciben valores materiales ni ideales y
por consiguiente no sienten ninguna clase de impulsos. Sin finalidad, sin
dirección que Ies proporcione un plan de vida, siguen rígidamente una tra
yectoria vital descolorida y sin contornos en una actitud de completa indi
ferencia y ausencia de impulsos.
Distinta de la intensidad con que las tendencias determinan toda la vida
anímica en el corte transversal del presente es, como dijimos, su persisten
cia que aparece en el curso de la orientación y configuración de la vida
como una cierta uniformidad y consecuencia de i a conducta. Aun cuando,
por lo común, las tendencias intensas superan en duración a las débiles, no
siempre basta esto para garantizar su-persistencia. Así, existen, como sabe
mos, sujetos en los que tendencias instintivas fuertes se suceden cambiando
tápidamente, lo cual imprime al gobierno de la vida ciertas oscilaciones o'
incluso pérdidas de dirección. Esto es válido hasta cierto pùnto para los
jóvenes, cuyas tendencias por una parte obran a menudo con una especial
fuerza, pero están sujetas a cambios relativamente rápidos. Esto es compren
sible porque el joven combate a través de sus crisis en busca de su mundo
de valores adecuado y, por tanto, de su autenticidad, e intenta descubrir la
profundidad de sus valores fundamentales para vivir en armonía con ellos.
Es precisamente un síntoma de madurez el que en un individuo las ten
dencias hayan alcanzado, merced al hallazgo de la definitiva profundidad
de sus fundamentos valorativos, aquella persistencia que — unida a una
dirección organizadora y consciente de la voluntad, de la que después ha
blaremos— da a la configuración y orientación de la vida una dirección
uniforme y un curso consecuente que se traducen por una cierta firmeza
de к personalidad dentro de su movilidad.
Aunque, según la experiencia, hemos de distinguir la fuerza de las ten
dencias en las dos direcciones de к intensidad y de la persistencia, también
existen, naturalmente, casos en los que aparece una especial fuerza de las
tendencias, tanto por su elevada intensidad como por su gran persistencia.
Esto ocurre en los casos en que hablamos de ansia, pasión y fanatismo. Por
ello aplicamos estos conceptos sólo a determinadas clases de tendencias.
Así hablamos de ànsia de gocé de venganza, de dominio, etc, mientras que
reservamos el concepto de pasión preferentemente para caracterizar ciertas
tendencias especialmente intensas de la transitividad. Hablamos dé un im
pulso apasionado a la creación, una disposición apasionada para la ayuda
social. El lenguaje designa como fanatismo a las tendencias normativas
especialmente intensas ; así hablamos de fanáticos de la verdad y de faná
ticos del deber. En la figura de Michael Kolhaas ha representado K L EIST
el paradigma de la tendencia a la justicia llevada hasta el fanatismo.
VIVBNCIAS P U L SIONALBS Y EMOCIONES
Emociona
FIG. 3
Así como la temática del impulso vital tiene sus correspondientes emo
ciones, en las que percibimos valores vitales positivos o negativos, con sus
satisfacciones, fracasos o trastornos, así también hay emociones cuyo conte
nido vivencial esencial se refiere a la temática del yo individual. Entre ellos
deben señalarse en primer-lugar aquellos en los que resulta afectado lo
referente a la conservación d d individuo,
En el amor, pues, el ser y el modo de ser del otro son dados con el valor
de una Idea, mientras que en la sim-patía, en el placer o el dolor, solamente
la suerte o desgracia ajena penetran directamente en nuestra intimidad. Tam
bién la cualidad endotímica es distinta en la sim-patía y en el amor. En Ja
primera es un alegrarse o un sufrir con el estado del otro, en el amor es
la vivencia de ser elevados a una altura en la que, al mismo tiempo, se siente
el cumplimiento del sentido de la propia existencia.. Así lo ha expresado
G o e t h e en la Elegía de Marienbad :
Los sentimientos normativos. — Ya dijimos que las Ideas no sólo son bus
cadas en su aparición individual concreta, como ocurre en la tendencia al
amor, sino también en su validez general abstracta. Esto puede decirse igual
mente de las tendencias de la transitividad que hemos designado como éticas.
También a ellas les corresponden determinados sentimientos, los normati
vos. A este grupo pertenecen en primer lugar el sentimiento del deber y
el sentimiento de la justicia. En los sentimientos normativos tiene lugar
una percepción de llamadas que solamente un incorregible psicologismo
puede relacionar con motivos derivados del temor. Lo que nos conmueve en
los sentimientos normativos son las Ideas de deber y de justicia que llegan
directamente a nuestra intimidad y originan allí lo que llamamos ligámenes
normativos. Precisamente el concepto de ligameri pone de manifiesto el
enraizstmiento real de las emociones normativas en el fondo endotímico.
Pues el conocimiento de las exigencias del deber, de la obligatoriedad y
de la justicia no procede de la lógica de un cálculo ni de la reflexión sobre
la conveniencia de una acción o una omisión respecto a las consecuencias
o al éxito, o sea, no de la esfera de la inteligencia, sino de la posibilidad
directa de ser afectado por valores de sentido. Los sentimientos normativos
representan un preocuparse, un interesarse, y esté es un proceso del fondo
endotímico. Por ello, la falta de comprensión de las exigencias del deber y
de la justicia no es una imperfección de lo que después conoceremos como
superestructura personal, sino un defecto del fondo endotímico.
Además de los sentimientos del deber y de la justicia deben incluirse
también en la esfera normativa la contrariedad, la indignación y la cólera,
lo cual puede parecer extraño a primera vista. Pero en la práctica estas
emociones sólo pueden comprenderse si las referimos a la .temática de las
tendencias morales, pues una conducta o una omisión nos contraría, indigna
o encoleriza respecto a una acción, siempre en nombre de lo que debiera
ser u ocurrir. La cualidad objetiva de aquello que provoca estos sentimientos
es siempre una acción o una conducta en la que no se ha tenido en cuenta
lo que debería ser u ocurrir. La cualidad endotímica consiste en la provo
cación de la actitud de protesta y de reproche. Son diferentes en sus configu
raciones mocionales propias la contrariedad, la indignación y la cólera. En
la primera, la protesta se limita a las palabras ; es, por así decir, sólo teórica.
En la indignación se desarrolla ya como un sublevarse, un dirigirse «contra
algos. Pero solamente en la cólera se encuentra el gesto de ataque e inter
vención contra la instancia que ultrajó la ley de lo que debería ser u ocurrir.
Así, la Biblia habla de la cólera de Dios. Lo que en la cólera se expresa es
la vivencia de una exigencia formulada, o por lo menos formidable, que
se dirige a un determinado responsable. Tras la idea religiosa de la cólera
de Dios se halla la idea de su omnipotencia, que exige la obediencia de los
hombres, y que se dirige directamente contra el que ha vulnerado sus man
datos.
Ahora se percibe también la diferencia entre la cólera y la ira. Siempre
nos encolerizamos en nombre de lo que debiera ocurrir según las normas
de validez general. En la cólera siempre existe una relación de sentido, pero
sólo somos presa de la ira en virtud de las conveniencias de nuestro yo
individual. Coincide también con esto el que en la cólera se conserva el
horizonte noètico de la conciencia, mientras que en la ira está completar
mente confuso. La cólera se halla desprovista de aquel impulso sordo que
está contenido en el movimiento emocional de la ira. El hombre justo puede
muy bien montar en cólera porque uno le haga un mal injustamente, pero
nunca será presa de la ira. La diferencia fundamental entre ira y cólera, que
a menudo no es tenida en cuenta en el lenguaje vulgar, aparece de un modo
especialmente drástico cuando pensamos que es posible hablar de la «cólera
de Dios», pero que es una blasfemia hablar de su ira *.
Naturalmente que a veces podemos encolerizarnos— y lo mismo puede
decirse de la contrariedad y de la indignación— y, desde un punto de vista
objetivo, no tener ningún motivo, ninguna justificación para ello. Pero
siempre ocurre que el que se encoleriza o se indigna, cree tener derecho
D. Cordialidad y conciencia
F. Combinaciones de sentimientos
DIFERENCIAS INDIVIDUALES
B. La capacidad vivencial
C. El umbral de la (¡vivencia»
Hasta aquí hemos mostrado que las tendencias y las emociones son
vivencias del fondo endotímico. Se ha evidenciado la correlación integra
tiva en que mutuamente se encuentran. Como ya queda dicho, las tenden
cias son revestidas por las emociones y éstas, a su vez, quedan influidas por
aquéllas.
Las dos clases de vivencias endotímicas se hallan ligadas mutuamente
por la comunidad de la temática triple de la existencia vital, del ser indi
vidual y de la transitividad. En las emociones se percibe la realización o el
trastorno de la temática correspondiente, dada en el encuentro de ella con el
mundo, y de lo cual están matizadas las tendencias. De esto resulta la di
visión de las emociones en: emociones de la existencia vital, del Yo in
dividual y de la transitividad Y los sentimientos del Destino reflejan el fu-
futuro como am po de realización o de fracaso de las tendencias en su
significación para la vivencia actuaL
Las tendencias y las emociones son procesos anímicos, sucesos, actos,
que oscilan entre dos supuestos polos : el horizonte de un mundo objetivo, y
el centro inobjetivable del ser viviente animado; dichos polos se ponen de
manifiesto en la comunicación con el mundo, de tal manera que alma y
mundo aparecen como una unidad polar.
En efecto, la experiencia enseña que el fondo endotímico no sólo nos
es dado en procesos dirigidos hacia el mundo, sino también como un ser
-en-sí-mismo, que recibe luz y tono desde dentro y que lo vivenciamos como
un estado relativamente estable, es decir, como un modo de humor o de
ánimo o de talante o temple. A tales estados estacionarios o permanentes
nos referimos cuando hablamos de humor alegre, melancólico, piadoso, so
lemne, serio, satisfecho, indiferente o excitado.
La estrecha relación que tienen dichos temples persistentes con las emo
ciones demuestra su pertenencia a los dominios del fondo endotímico, lo
que justifica que unos y otras los englobemos bajo el concepto genérico
de «sentimientos». La fenomenología de las emociones, en la que lo que
experimentamos como mundo se convierte inmediatamente en nuestra in
timidad como cualidad valorativa, ha mostrado que se acompañan siempre
de modalidades actuales de humor o temple, a los que hemos designado como
colorido o matiz del fondo endotímico, 7 en las cuales nos es dada nuestra
existencia en su intimidad.
Además de estas tonalidades actuantes 7 fugaces del fondo endotímico
que son vivencias en las emociones, variando de una a otra, existen tam
bién diversos modos de «humor o temple», que son experiendados como
trasfondo persistente del acontecer anímico. Mientras que las emociones
son modalidades del sentirse afectado por el mundo, los temples persis
tentes serían modalidades de nuestro ánimo interno que se proyectan sobre el
mundo, es decir, estados en CU70 reflejo se nos muestra lo que encontramos
en el mundo y desde el cual, a su vez, queda determinada nuestra conducta
con respecto a él. La diferencia se hace bastante clara cuando comparamos
la pena que nos produce una mala noticia con la tristeza. La tristeza es un
temple permanente que matiza el fondo endotímico 7 en 017a luz quedan
sumergidos todos los contenidos mundanos con que tropezamos. Por el
contrariti, la pena por la muerte de alguien es una emoción, un acto aní
mico en el cual nuestra interioridad está ocupada por aquello de que nos
dolemos como valor sentimental de sentido, acto que tan sólo puede ser
realizado con relación a un objeto.
Los estados de ánimo persistentes pueden aparecer como eco 7 como re
flejo de emociones actuales. De este modo se nos convierte en buen humor
un episodio alegre; en ánimo satisfecho, la consecución de una derta
necesidad; y en ánimo piadoso una vivenria religiosa, todos los cuales
persisten en forma de estados persistentes del ánimo aunque hayan des
aparecido las circunstancias y los factores emocionales que los provocaron.
Pero estos temples prolongados del fondo endotímico en modo alguno
aparecen siempre como eco y reflejo de movimientos afectivos actuales.
Pueden también ser dados al hombre como un don de la naturaleza, cons
tituyendo entonces una condición previa para ciertas emociones. Así, el
hombre con buen humor vital básico tiene aumentadas su capacidad y su
disposición para alegrarse, capacidad y aptitud que le faltan al que tiene
la disposición permanente del mal humor y del tedio. Los temples persis
tentes del ánimo son, por lo tanto, vivencias que si bien se encuentran en
estrecha relación con las emociones, gozan sin embargo de una relativa
autonomía. Esta es la razón por la cual hemos establecido anteriormente la
diferendación entre estados afectivos y movimientos afectivos.
Esta posición de los temples persistentes del ánimo en la estructuración
general de la vida anímica la hemos señalado ya al tratar del círculo fun-
tíonal anímico. Allí se 1dijo que toda la dinámica de la vivencia (no sola
mente las tendencias y las emociones, sino también la percepdón del inundo,
así como la conducta volitiva) asienta sobre algo que co es propiamente
proceso y que son precisamente los temples persistentes. Las relaciones de
éstos con la. dinámica del acontecer anímico quedan perfectamente defini
das por los conceptos de inclusión (Einbettung) y ex-dusión o resalte (Ab-
heL-img), introducidos por W . S t e r n 203. Los estados del ánimo son d
trasfondo endotímico sobre el que resaltan las realizaciones de las tenden
cias, de la percepdón, de las emociones y de la conducta activa. Pero al
mismo tiempo todas estas realizadones están incluidas én dicho trasfondo.
Son modos bajo los cuales experimentamos como una totalidad lá vivencia
fracdonada en contenidos y eü realizaciones parciales.
Considerados desde d punto de vista estructural, los temples represen
tan el territorio más profundo, todavía accesible-a la experiencia, dd
fondo endotímico. Este territorio se antepone también induso a los pro
cesos endotímicos de las tendencias y de las emociones. Todo esto podría
sugerir la conveniencia de iniciar el estudio de la estructura de la vivencia
con la exposición de los temples endotímicos. Pero si no lo hemos hecho
así se debe a que— como luego se verá — sus características (precisamente
en lo que se refiere a su significación para la totalidad de la persona), tan
sólo pueden ser definidas mediante el empleo de conceptos pertenecientes a
los capítulos de las tendencias y de las emociones. En su virtud, ha habido
necesidad de adarar primeramente estas cuestiones, antes de poder em
prender el análisis de los rasgos propios de las tonalidades endotímicas.
Volviendo ahora al tema de dichos temples persistentes, desde cuyo
fundamento es proyectada sobré el mundo la existencia en d círculo fun
cional de la vivencia, para mostrarla en su variedad y para establecer en ella
un orden* es la unidad del fondo endotímico la que nos muestra el camino.
Ya hemos indicado que las tendeadas y las emodones se articulan dentro
de esta unidad según la temática antropológica tripartita constituida por la
vitalidad, el ego-individual y d ser-más-de-sí-mismo o transitividad.
De acuerdo justamente con esta temática, dividiremos las disposiciones
endotímicas en sentimientos vitales, sentimientos dd ego y sentimientos mun
danos. Por sentimiento vital entendemos d estado general básico por medio
dd cual la existencia es dada a la conciencia como ser viviente de un modo
'estable. Sentimiento del ego sería d estado de ániino persistente en d que
la existencia es vivida como mismidad individual, separado dd mundo de
los semejantes' y dd mundo de los objetos. Por último, d sentimiento mun
dano se refiere, no al mundo considerado como oponente en la situación
del ego individual, sino por eí'significativo contenido de valor que él mismo
lleva consigo. El sentimiento mundano es un temple de la existenda que
precede y constituye la referencia al mundo como conjunto dotado de
un sentido. Así, pues, debe entenderse por «sentimiento mundano» d estado
de ánimo de la cordialidad.
Para la diferenciación entre b s temples persistentes del sentimiento
vital, los del sentimiento del ego y los del sentimiento mundano, indicare
mos también que dichos sentimientos no deben ser representados de un
modo concreto y determinado, según el modelo de una delimitación espacial,
sino como una mera acentuación. Cuando hablamos de sentimiento vital,
es como si nos refiriésemos a un cierto tono básico o fundamental Pero
como en cada tono básico coexisten simultáneamente, además, otros tonos,
resulta que, como luego se mostrará, en cada uno de los sentimientos vitales
que pueden darse, vibra también un trasunto peculiar del sentimiento del
ego y del sentimiento mundano. Una cosa parecida ocurre con estos otros.
EL SENTIMIENTO VITAL
riendo significar con ello que la melancolía lleva consigo una peculiar po
breza de la vida representativa y una relajación del curso del pensamiento.
Si nos preguntamos ahora acerca del sentido antropológico de la me
lancolía, es decir, lo que significa como temple de la vitalidad, veremos
que precisamente tal pregunta descubre esenciales relaciones de la vi
vencia humana. Lo que se experimenta en Ja melancolía es la necesidad
insatisfecha de un contenido valioso del mundo, en el que la existencia en
cuentre su apoyo y su propia plenitud. En la tristeza está sumida la vida
humana en un mundo vacío de sentido, pero al mismo tiempo está' tran
sida, a modo de persistente melodía, por la pregunta no formulada acerca
de su sentido. Que tal pregunta caiga en el vacío y quede sin respuesta,
impregna la existencia de un tono sui generis que moldea la vivencia de la
melancolía.
Por Io tanto, la existencia sumida en la melancolía se halla colocada
en un mundo vado de sentido; como, por otra parte, la jovialidad está
henchida por la vivencia de la plenitud del mundo, resulta que humor triste
y humor jovial no son sino otros tantos modos del sentimiento mundano,
es decir, temples persistentes de la zona de la «cordialidad». Peto su acento
peculiar, su característica vivencial, reside, sin embargo, en d matiz del
sentimiento vital. Primordialmente son estados de ánimo persistentes de la
vitalidad.
Lo mismo que el humor jovial, también actúa la melancolía como
tono vital determinante de la actitud que toma la tonalidad del hombre
frente a la vida y al mundo. El optimismo de la expectación vital, que es
propio del hombre alegre, queda, por así decirlo, paralizado. Esto explica
que la necesidad de obrar, la disposición para la acción espontánea, quede
reducida a un mínimum. Al que tiene el ánimo triste se le hace penoso
tomar cualquier resolución. Así como d bienhumorado está propicio y dis
puesto a aceptar como valores a los hombres y a las cosas y a enriquecerse
con ellas, al mdancólico le caracteriza, por d contrario, un gran desinterés,
una lasitud y un empobrecimiento de su vivencia valorativa que se Traducen
en una mala disposición para aproximarse hacia los hombres y hacia las
cosas de su círculo vital, sea con el intelecto, sea voluntariamente o con
los afectos. El mundo apenas si es capaz de imantar sus objetivos. Así lo
expresa G r il l p a r z e r en sus memorias: «Mi corazón se ha hecho indife
rente, no me interesa ningún hombre, ningún goce, ningún pensamiento,
ningún libro». El triste es, ante todo, incapaz de cualquier dase de goce
vital, de los que Mórike describe en su «chaleco de verano». Sucesos, cosas
y hombres se han retirado para los tristes hacia una cierra lejanía, desde la
que dejan de interesar. Por supuesto, que esto no debe ser tomado en el
sentido de que el hombre con temple básico vital melancólico sea ya inac
cesible a la participación humana y a la bondad. Si bien es cierto que por
su propio impulso se siente poco inclinado hacia su ambiente, es, sin em
bargo, posible que vuelva a colaborar con él tan pronto como se lo pro
ponga. Asi se lo dice Rosalinda, entristecida por el destino de su padre; a
la alegre Celia en el drama de S h a k e s p e a r e «Como gustéis» : «Bien ; jne
olvidaré de mi propio estado para regocijarme en el tuyo». Lo mismo que
en el ánimo alegre hay, por una parte, un conocimiento acerca de la tris
teza y, por otra, una comprensión para hacerse eco de ella, del mismo modo
vibran también en la tristeza una comprensión y una tolerancia frente al
buen humor. El triste puede todavía ser capaz de una sonrisa,
Del auténtico cuadro de к tristeza, que acabamos de diseñar, y que en
la experiencia puede comprobarse de un modo evidente en distintas cir
cunstancias, sobre todo patológicas, debe ser separada una forma inautèn
tica sentimentale. La tristeza auténtica encierra un verdadero sufrimien
to existencial que gravita con todo su peso y empuja hacia la profun
didad de la nada; en cambio, en el estado de ánimo «sentimental», el tono
oscuro del sentimiento vital es experimentado y saboreado como un valor
de la subjetividad. Se dá en estos casos el propio abandono gustoso a las
vivencias del dolor anímico, al humor triste y melancólico. El hombre con
temple sentimental triste está en el fondo prendado del pathos de su sen
timiento vital se siente bien dentro de él y propiamente coquetea con el
mismo como una postura, como una actitud.
Lo que hemos estudiado hasta ahora bajo el concepto del temple bá
sico vital, tiene un carácter en cierto modo épico en cuanto matiza con
vibraciones regulares laí cambiantes percepciones, representaciones, accio
nes, tomas de posición, enfoques valorativos y juicios de valor. Pero hay
también estados del sentimiento vital que se caracterizan por una excitación
aumentada y un dramatismo en virtud de los cuales el conjunto de la exis
tencia en el mundo adquiere un sello peculiar; son éstos la angustia y el
éxtasis. Son los polos extremos, dramáticos, del sentimiento vital.
EL SENTIMIENTO DEL YO
Clases del sentimiento del propio poder. — Puede ocurrir, por lo tanto,
que frente a las concretas y posibles resistencias y peligros que se ciernen
sobre nosotros en el espacio y en el tiempo, opongamos el sentimiento de
una fuerza que unas veces es un poder, otras una superioridad y otras, al
-menos, el de estar a la altura de las circunstancias. Pero puede suceder tam
bién que no nos sintamos capaces de afrontar los embates de la lucha por la
vida y que estemos siempre dispuestos a retroceder ante ellos y a rehuirlos.
Con 'respecto a estos tipos de experiencias, cabe hablar de un sentimiento
vigoroso (esténico) y de otro sentimiento débil (asténico) del propio poder.
El simple hecho de poseer un sentimiento vigoroso o débil del propio
poder implica ya, en todos los casos, una cierta constelación de rasgos pe
culiares que condicionan un determinado contomo caracterológico. El hom
bre que posee un sentimiento débil (asténico) del propio poder se inclina
más bien, por lo que hace referencia a su sentimiento vital, hacia el polo de
la insatisfacción, ya sea en forma de' tristeza, de amargura o de temple
angustioso, que recibe entonces el nombre de angustia vital. Sus reacciones
ante contrariedades y peligros se orientan en la dirección del temor, de
sobresalto y de la excitabilidad nerviosa. Se encuentra en constante peligro
de caer súbitamente^ en estados de shock y de perplejidad ante circunstancias
imprevistas de la vida, perdiendo con ello el dominio del pensamiento, así
como la orientación, là agilidad y la iniciativa certera de la acción. Su falta
de confianza en sí mismo le hace rehusar la aceptación de responsabilidades
y riesgos. Como el mundo, y el destino se le aparecen en forma amenazadora,
Lejos de tener esperanza en el porvenir, mira a éste con inquietud y miedo.
Entre sus específicas preocupaciones, figura lo que hemos llamado el
temor al destino. Su vida volitiva se caracteriza por una esencial timidez,
vacilación e inhibición que puede llegar en ocasiones a una completa in
capacidad para tomar decisiones. Tiene poco ánimo para imponerse em
presas, pues le falta la conciencia de la fuerza con la cual se expone en forma
convincente una demanda. Propende más bien a dejarse dictar los objetivos
por instancia ajena. Apenas manifiesta una escasa propensión natural de
autoridad, sino que, al contrario, tiende en ocasiones a someterse a la ajena
y, por la necesidad de sentirse respaldado, puede caer en un incondicional
y exagerado sometimiento. Poco animado a contradecir y a oponer resistencia,
se muestra, en general, dócil y transigente, pero a menudo también hipó
crita y farisaico. Su conducta ante las dificultades que le salen al paso se
decide indefectiblemente por el camino de la retirada, al contrario de lo
que ocurre con el hombre de sentimiento esténico del propio poder, que
despierta a la plena conciencia de su voluntad precisamente a través de las
resistencias con que tropieza. En su forma de presentarse ante los demás,
es decir, en la manera de comportarse en el medio social, manifiesta medro-
sidad, falta de seguridad en sí mismo, inhibición, perplejidad, apocamiento
y timidez, aunque a veces trate de ocultar ’я debilidad de su sentimiento
de propio poder tras una compensadora fachada de suficiencia y de aires
imponentes. En el fondo de todas las citadas características y modos de
comportamiento actúa en ocasiones una huida o al menos un distancia-
miento de la realidad, que conduce a enceírarse en ua mundo de ensueño
y fantasía o, víctima de sus dudas, en la cavilosidad.
Una imagen de conjunto completamente opuesta nos la ofrece el hombre
con un sentimiento vigoroso (esténico) del propio poder. Sus rasgos esen
ciales son, más o menos, la antítesis de las características del asténico. Tam
bién en el esténico podemos deducir, partiendo del grado de su sentimiento
del propio poder, una serie típica de modos de conducta y reacción. En
la práctica pueden distinguirse dos formas; una, predominantemnete reac
tiva, y otra marcadamente aerivi La forma reactiva dei sentimiento esténico
del propio poder la encontramos, por ejemplo, en la personalidad del hom
bre tranquilo y alegre, cuyo sentimiento de capacidad para la lucha por la
vida se revela en el hecho de que las exigencias y amenazas que se le pre
sentan las recibe tranquilo y seguro de sí mismo, mientras que, por otra
parte, se distingue por una escasa actividad espontánea, adoptando una ac
titud general cuya nota característica es ei equilibrio. En la forma activa del
sentimiento esténico del propio poder aparecen rasgos tales como espíritu
emprendedor, iniciativa propia, decisión, cualidades que siempre van apa
rejadas con una cierta audacia. Tal tipo de sujetos se presentan con un
innato afán de poderío, con la natural pretensión de hacerse dueños de la
situación, y sin dejarse intimidar por nada. Así, por ejemplo, nos habla PLU
TARCO del cautiverio de CÉSAR al caer en manos de los piratas: «Cuando
aquella gente exigió por él un rescate de veinte talentos, se echó a reír sar
cásticamente al considerar que no tenían la menor idea de quién era su pri
sionero; entonces envió a su escolta a las ciudades vecinas para procu
rarse el dinero, y quedó solo entre aquellos forajidos, sin más compañía que
un amigo y dos esclavos. A pesar de ello, tratábales tan despectivamente
que les ordenaba que guardasen silencio y que se mantuviesen tranquilos
cuando tenía ganas de dormir. En los treinta y ocho días que permaneció
cautivo fueron más bien sus pajes que sus guardianes, y en plena despreocu
pación practicaba con ellos juegos y deportes. Si componía versos o redac
taba algún discurso, se los leía, y si ño le demostraban la debida admira
ción, les llamaba en su cara ignorantes y bárbaros, y a menudo les decía
que por más qiie pudieran reírse les haría colgar algún días 217. Debe
hacerse notar, además, que la forma activa del ■sentimiento, esténico del
propio poder no presupone en modo' alguno aquella actitud con respecto
al prójimo que el lenguaje designa con los nombres de dureza de corazón,
frialdad y desconsideración. Tampoco la agresividad tiene por qué figurar
necesariamente en el ámbito del sentimiento esténico del propio poder,
я»
ya que existe una forma de agresividad que hay que interpretarla, preci
samente, como una vertiente extema compensadora del sentimiento debili
tado del propio poder.
Por lo que hace referencia al estado de ánimo que acompaña al senti
miento vigoroso del propio poder, es poco lo que puede señalarse de un
modo categórico. Solamente en sentido negativo podemos decir que son
refractarios a los temples de la melancolía y de la amargura. Por lo que res
pecta a su posición hacia el presente, el hombre de sentimiento esténico
del propio poder es mucho más capaz que el asténico de alegrarse despreocu
padamente, de gozar y divertirse. En su actitud hacia el futuro se observan
los rasgos del optimismo y de la confianza. El esténico reclama con una
cierta naturalidad el favor del destino para su propia persona. Recuérdese
la frase de C é s a r : «Estás conduciendo al César.y a su buena fortuna».
En esta asociación se hacen patentes de consuno la temeridad y el arrojo.
La confianza en los favores del destino puede a veces exhibir el carác
ter de ingemia despreocupación y temeridad que son propias del natural
sentimiento de potencia en la juventud. La confianza en sí mismo descansa
aquí sobre el hecho de que en esta edad todavía no son en modo alguno
enjuiciados adecuadamente los posibles peligros (sentimiento del propio
poder ingenuo y falto de crítica). Esta confianza incondicional en las empre
sas puede basarse también en el sentimiento del propio poder de aquellos
hombres que se sienten a sí mismos como destino para el mundo, que se
saben poseídos por una fuerza demoníaca, como podemos observar en los
grandes conquistadores y jefes de Estado (sentimiento demoníaco del pro
pio poder).
El hombre con sentimiento esténico del propio poder adquiere, por
la confianza que tiene en su fuerza, un porte en el que se revelan seguridad
en sí mismo, decisión y serenidad; factores que, como es sabido, actúan
en la sociedad y comunidad humanas de un modo extraordinariamente su
gestivo y constituyen el verdadero punto de cristalización de un auténtico
caudillaje. En efecto, «solamente si tenéis confianza en vos mismo, confia
rán en vos las almas ajenas» *. La apariencia del hombre dotado de un
vigoroso sentimiento del propio poder está exenta de nerviosismo y de in
quietud; si topa con dificultades, responde a lo sumo con potente pro
testa. Precisamente las resistencias con que tropieza a su paso son las que
le incitan a dèspertar y a concentrar su voluntad. Circunstancialmente, pue
den darse también en petsonas con este sentimiento ciertos comportamien
tos que calificamos de despotismo y afán de independencia, los cuales pueden
llegar hasta la rebeldía; es un conjunto de fenómenos diametralmente
opuestos a la necesidad de sumisión que siente el hombre con sentimiento
* Palabras de Meflstófeles en el iFousto» de G o eth e. 1.* parte. (N. d el T.)
débil del propio poder- Un último rasgo característico de las personas con
sentimiento esténico en su forma esencialmente activa, consiste en un na
tural sentido de Jos hechos y de la realidad, en oposición a los asténicos,
que propenden a esquivarla. El esténicq es expansivo, participa de un modo
natural en el mundo, se conquista a su ambiente, yendo a las cosas con
ímpetu directo y espontáneo, manejándolas con desenvoltura y suficiencia.
Medíante la contraposición de ios sentimientos débil y fuerte del
propio poder, hemos señalado los polos opuestos, muy importantes desde
el punto de vista caracterológico, entre los que se encuentran numerosas
formas intermedias que no vamos a describir aquí.
Podríamos preguntarnos todavía en qué se fundamenta el sentimiento
del propio poder de un hombre. No lo sabemos con seguridad; sólo po
demos indicar algunos factores que son importantes en la determinación
de estos sentimientos en sus. variantes esténica y asténica. El grado de
dicho sentimiento parece depender, ante todo, del turgor vital, del biotó-
n o 218, es decir, de la fuerza vital general de que cada hombre está
dotado. l a vida es ante todo actividad espontánea y por ello pueden ser
considerados como medida de ía fuerza vital, el vigor y la tenacidad con
que los movimientos corporales, anímicos y espirituales de un hombre im
pulsan a éste hacia adelante. Así, por ejemplo, el vigoroso sentimiento del
propio poder del sanguíneo parece basarse en un marcado turgor vital,
mientras que el sentimiento debilitado del melancólico arraiga en un turgor
vital muy disminuido.
Si la fuerza vital pertenece a- los fundamentos extraconscientes psico-
somáticos de la energía del sentimiento del propio poder, hay, 'por otra
parte, una serie de motivos conscientes que también la determinan. Como
tales, entran en consideración riquezas, sabiduría, inteligencia, fuerza y
belleza corporales, habilidad y experiencia, dominio de los modales, etc.
Por esro un sentimiento débil del propio poder tiene a menudo su moti
vación en la conciencia de cualquier defecto, sea en el orden somático, sea
en el espiritual. Hay que hacer notar, además, que la fuerza corporal no
supone necesariamente, ni mucho menos, un sentimiento esténico del pro
pio poder. «Hay gigantes atléticos que son asténicos desde el punto de
vista caracterológico»2ie.
Finalmente, puede darse también el caso de que ciertas experiencias
de la vida hayan influido sobre el sentimiento del propio poder de un hom
bre. Nos referimos, sobre todo, a vivencias de la primera infancia. A lo
largo de toda la vida, los éxitos obtenidos actúan en primer plano y en
calidad de testimonios de una capacidad y de una superioridad, como punto
de cristalización del sentimiento esténico del propio poder, Y lo mismo po
dría decirse de los fracasos como determinantes del sentimiento asténico.
ta hiperestesia del sentimiento del propio poder, — Si el sentimiento
del propio poder ha sido descrito como una tonalidad afectiva persistente
con la que el hombre aborda a los seres y a las cosas, no quiere ello decir
que dicho sentimiento sea absolutamente invariable. Antes al contrario, pre
senta una sensibilidad distinta de un individuo a otro, con la que responde
en uno u otro sentido ante las experiencias de la vida, y en cuyo grado in
fluyen, no sólo la conciencia de la propia fuerza y la confianza en ella a
través de los éxitos o los fracasos, sino también los buenos consejos y las
actitudes de ayuda por parte dé otros hombres. Según esto, hay sujetos en
los cuales los éxitos más insignificantes y la más pequeña aprobación por
parte del ambiente producen un poderoso estímulo para su sentimiento del
propio poder, pero en los que también, por otra parte, el más leve fracaso
o la más nimia crítica son capaces de quebrantar un sentimiento de 'sufi
ciencia. Naturalmente, esto es válido en mucho mayor medida para los
hombres cuyo sentimiento del propio poder es constitucionalmente débil,
que para aquellos de sentimiento vigoroso, en los que siempre es caracte
rística una cierta firmeza de la confianza en sf mismos.
disentimiento del honor, — No es sino una síntesis de las dos formas arriba
descritas. El lugar que corresponde al honor entre los valores pertenece
tanto al sentimiento del propio valor como a la concienciare estimación.
La distinción que hemos establecido atendiendo al centro de grave
dad del sentimiento del propio valor, corresponde a la separación, antes
señalada, entre tendencia de estimación y de autovaloración. La distinción
que ahora hacemos tiene su importancia caracterológica, por cuanto existen,
de una paite, individuos en los cuales el centro de gravedad de su senti
miento del propio valor es predominantemente interno, y hombres que tie
nen intensamente desplazado hacia fuera dicho centro de gravedad.
, En ocasiones, el sentimiento del "valor de sí mismo que posee un in
dividuo se encuentra claramente disociado en sentimiento del propio valor
y conciencia de notoriedad. Entonces, puede acontecer que, a la vista del
mundo de los valores que le son descubiertos, llegue a forjarse en él, una
conciencia elevada de su propio valor y que, a pesar dd correspondiente
orgullo, no puede superar la contrariedad de pasar inadvertido o incluso
de verse burlado y despreciado por su ambiente. También puede ocurrir
lo contrario, es decir, que tras una elevada conciencia de estimación se
clave en el alma la espina de un menguado sentimiento del propio valor.
C. Contento y descontento
EL SENTIMIENTO CÓSMICO
• « •
Según ya indicamos, dos son los puntos de vista que deben guiamos en
la exposición de la vida anímica: Primero, el del enlace horizontal entre
alma y mundo constituyendo una totalidad integrada y cuyo modelo básico
nos lo da el circuito funcional de la vivencia. Y segundo, el de otra forma
de integración, la vertical, entre los diversos procesos y estados anímicos
diferenciales.
El punto de vista de la estructura vertical obtiene una preferencia na
tural por el hecho de que la vivencia en tanto objeto de la Psicología se
apoya a su vez sobre la base de la vida inconsciente^ desconocida. Si habfa-
mos de ponet de manifiesto la vida anímica en la totalidad de sus cone
xiones, nuestra exposición había de comenzar con la explicación del fondo
vital, poniendo así al principio el punto de vista de la estructura vertical.
Sobre el fondo vítai como conjunto de los procesos y estados orgánicos
que se desarrollan en nuestro cuerpo, crece luego la multiplicidad de las
vivencias dentro de las cuales hemos separado una capa especialmente pro
funda con el nombre de fondo endotímico. Ahí encontraron su explicación
dos miembros del círculo funcional anímico: las tendencias y las emocio
nes que, a su vez — como en general todo el círculo de las vivencias — se
hallan incluidas en los estados de ánimo persistentes.
Las tendencias y las emociones no pertenecen sólo — vistas vertical
mente —- a una capa profunda de la vivencia sino que— como vimos — se
hallan relacionadas horizontalmente con el mundo. Con esto, en’’nuestra
exposición, aparece ante nuestra vista el mundo como horizonte de la vi
vencia y también como lugar de la percepción y de la conducta activa (fi
gura página 81). Por eso llevamos hasta el fin la consideración hori
zontal de la vida anímica y describimos los restantes miembros del círculo
funcional anímico, o sea los procesos de la percepción del mundo y de
la conducta activa.
A partir de esta consideración orientada según el modelo horizontal
del círculo funcional anímico seremos naturalmente llevados a la consi-
deración vertical en el aspecto estructural. Pues veremos —- según la ley de
la conexión integrativa-— que las vivencias tendenciales y las emociones
se hallan entretejidas, como miembros del círculo funcional anímico hori
zontal, en b s procesos de la percepción y de la conducta activa pero que,
por otra parte, en ios hombres — a diferencia de en los animales — la per
cepción y la conducta activa no se hallan determinadas exclusivamente por
las vivencias impulsivas y estimulantes sino que influyen también en ellas
los procesos del pensamiento y de la voluntad consciente, ordenando y diri
giendo. Con esto, frente a la capa profunda del fondo endotímico, aparece
una capa superior de la vida anímica a la que llamamos supraestmctura per
sonal, de modo que la consideración de la percepción y de la conducta ac
tiva como miembros del círculo funcional anímico nos lleva de nuevo al
punto de vista de la estructura vertical ran el que empezamos nuestra
exposición.
A. Conceptos básicos
.El sentido cinestètico. —.No obstante, las sensaciones táctiles, por sí solas,
no son suficientes para que se lleve a cabo esta función de orientación en
el mundo. Para que el mundo pueda ser descubierto por la manipulación
de objetos es necesario que sean percibidos por lá conciencia los movimien
tos de nuestros miembros y el esfuerzo variable con que los ejecutamos.
D e esto se encarga un nuevo grupo de sensaciones, las cinestésicas o sensa
ciones de movimiento. Se designa con este nombre la conciencia del estado
de los músculos y tendones durante la realización de los movimientos. Así
ha venido a agregarse un nuevo sentido al del tacto, el anestésico. «Sus
órganos se hallan repartidos en gran número y en diversas formas por todo
el cuerpo, y sus sensaciones, aun cuando unidas a las del tacto, son bien di
ferenciables, estando constituidas por vivencias de esfuerzos y resistencias
y de la posición y movimiento de nuestro miembro»3Í9.
Cabe preguntar si es admisible atribuir estas sensaciones de movi
miento a un órgano sensorial propio, puesto que sólo se entiende como tal
un receptor corporal que nos proporcione acceso al mundo circundante.
A primera vista, las sensaciones de movimiento no son otra cosa que las
que nuestra propia corporeidad transmite a la conciencia durante nuestros
anos, que, al propio tiempo, regulan. No obstante, está justificado hablar
de un sentido cinestésico porque en colaboración con el tacto 7 ulterio.
mente con la vista, desempeñan una función en el proceso de abrirnos al
mundo. Es gracias a las sensaciones anestésicas que e l.sensorium y. el то-
torium se hallan estrechamente unidos.
El sentido del olfato y el del gusto. — Las sensaciones citadas hasta ahora
no se hallan localizadas en un lugar determinado del cuerpo, sino distribui
das por todo él, y ocupan, por ello, el puesto inicial en la escala evolutiva.
Si ahora pasamos al estudio de los sentidos circunscritos a una región cor
poral y seguimos la jerarquía, evolutiva, antes que a la vista y el oído de
bemos prestar atención al gusto y al olfato. El lactante ya reacciona en forma
relativamente diferenciada ante impresiones gustativas 7 olfativas antes de
hacerlo a las más finas del oído y la vista. En los oligofrénicos se observa
el fenómeno análogo de que ante objetos de los cuales el normal adquiere
conocimiento con sólo mirarlos, ellos necesitan olfatearlos 7 a veces la
merlos para identificarlos. Este comportamiento prueba que estos sentidos
son más primitivos en la escala evolutiva y entran en acción antes que la
vista y el oído como órganos de percepción y de orientación en el mundo.
El sentido del gasto, cuyos órganos nerviosos, las papilas gustativas,
se hallan distribuidos en la punta, los bordes y la base de la lengua y
también en el velo del paladar, transmiten las sensaciones básicas de lo
dulce y lo amargo, de lo ácido 7 de lo salado. Es evidente que estas sensa
ciones van vinculadas a una función de vital importancia, la de ingestión
de alimentos, y se hallan, por tanto, al servicio del instinto de conserva
ción. Vemos que los animales no comen o beben más que lo que apetece
Z'su paladar 7 que en ellos la sensación gustativa agradable revela que un ali
mento es adecuado o necesario para h vida. Lo que ocurre en el hombre es
muy distinto. La correspondencia biológica entre la conveniencia para la
vida y la sensación del gusto es en él laxa, puesto que es evidente que el
hombre come 7 en'cuentra sabrosas muchas substancias que son nocivas para
su salud. Nos enfrentamos nuevamente con el hecho que hemos citado rei
teradamente de que en el hombre los estados y procesos anímicos, si bien
regulados biológicamente en amplia medida, 7a no se hallan firme y ex
clusivamente inscritos dentro del marco biológico del instinto de conserva
ción. Mientras que en el animal — de acuerdo con su superior dotación ins
tintiva—r se hallan encaminados a la consecución de un resultado biológico
óptimo, en el hombre, en cambio, se han desprendido parcialmente de los
objetivos biológicos y se han emancipado, si bien sólo hasta cierto límite.
Esto, precisamente, se comprueba en las vivencias del gusto, que aun cuando
no dejan de ser señales de conveniencia vital, pueden convertirse en ins
trumentos de goce, o adquisición de placeres como en el arte culinario.
l o mismo cabe decir de las sensaciones olfatorias, cuyo órgano está
constituido por una pequeña porción de la mucosa nasal, situada en el
techo de la cavidad del mismo nombre, donde se hallan alojadas las células
olfatorias. Originariamente, estas sensaciones «tampoco tienen una fi
nalidad en sí mismas, sino que su sentido biológico es el de aproximación
motora a un objeto apetecible para la nutrición o la cópula, desencadenán
dose el ulterior comportamiento instintivo automático» ís0. Recuérdese, por
ejemplo, la importancia del olfato en los animales en la época del celo.
En el hombre, la importancia de las sensaciones olfativas se ha ampliado más
allá de su función puramente biológica, en la esfera del goce estético. «Miles
de barcos transportan a través de los mares del mundo, desde los países más
lejanos, los frutos, especias y ñores más escogidos. Proporcionan la materia
prima para la fabricación de perfumes, en los cuales, aromas de todas las
substancias imaginables se mezclan según recetas secretas para elaborar olo
res nuevos jamás conocidos» 23\
Las cualidades básicas de las sensaciones olfatorias son extraordinaria
mente variadas, a diferencia de las del gusto, que pueden reducirse a las
cuatro citadas. Aun cuando aparentemente las cualidades gustatorias de nues
tras comidas y bebidas sean mucho más numerosas de lo que correspondería
a estas cuatro cualidades, esto es debido a que no todo lo que atribuimos al
gusto pertenece realmente a él. Con las sensaciones gustatorias- propiamente
dichas se integran en una impresión unitaria múltiples sensaciones de con
tacto, temperatura y, sobre todo, de olfato. Una parte importante de lo
que atribuimos al gusto depende, en realidad, del olfato. Las finas dife
rencias entre las diversas variedades de carnes y de vinos son más olidas
que gustadas. Todo el que se encuentre obligado a tomar aceite de bacalao,
puede ver cómo desaparece su gusto si la naiiz se cierra completamente.
B ta n te
Xegrff
Fig. 6
a través dei anaranjado, del amarillo al verde, del verde al azul y del azul,
a través del violeta, de nuevo al rojo. En los ángulos de los cuatro colores
fundamentales encontramos siempre un cambio de dirección. Si partiendo
del rojo avanzamos hacia el amarillo a través del anaranjado, podemos ex
presar este trayecto mediante una línea recta, pues todos los colores de esta
serie tienen analogía con el rojo y el amarillo, aumentando la proporción
de uno en la medida en que decrece la del otro; pero si avanzamos más
allá del amarillo, surge un cambio de dirección porque desaparece la seme
janza anterior con el'rojo y en su lugar surge una semejanza progresiva con
el verde; desde el verde al azul aparece un nuevo cambio de dirección, la
semejanza con el amarillo ha desaparecido y sólo existe con el verde, que
gradualmente cede su lugar al azul. Un proceso análogo se repite desde
él azul al rojo a través del violeta; ha desaparecido el parecido con el verde
y sólo existe con el azul, que va cediendo el paso al rojo, con lo cual voi-
vemos al punto de partida. De este modo se logra la disposición de los co
lores sobre un cuadrilátero.
Cortando el punto central de este cuadrilátero, se halli la línea vertical
de los colores neutrales que oscilan entre el negro y el blanco. De este
modo se obtiene una pirámide doble, pero su base no forma un ángulo recto
con el eje vertical, sino que se halla algo inclinada debido a que el amarillo,
a consecuencia de su mayor grado de claridad, está más próximo al bianco
que al azuL En esa doble pirámide pueden incluirse todos los colores posi
bles. El cromatismo de los colores puede adquirir muchos matices ; así existe
un rojo pálido y otro intenso ; cuanto más pálido es un color, tanto más se
aproxima a la línea de los colores neutrales. De este modo los colores
quedan sujetos a una ordenación que da un máximum de sistematización.
Ésta ha sido obtenida por vía puramente fenomenològica; por lo mismo
es más sorprendente que la contraposición entre blanco-negro, azul-ama
rillo y rojo-verde, que lleva a una ordenación fenomenològica, corresponda
a las relaciones mutuas entre los colores que también se confirman me
diante procedimientos experimentales.
Si se contempla durante algunos minutos un cuadrado rojo sobre un
fondo gris, al retirarlo y fijar la mirada sobre el mismo punto del fondo
gris, al cabo de breve tiempo aparece la superficie del cuadrado rojo con un
colorido verde. Él fenómeno se realiza a la inversa si se empieza por con
templar un cuadrado vade. Este fenómeno se denomina la imagen consecu
tiva negativa. En forma análoga provocan imágenes negativas el blanco y el
negro, el amarillp y el azul y todos los matices intermediarios. Los colores
que forman pareja en la imagen consecutiva y que se substituyen recípro
camente, se denominan colores de contraste.
Este fenómeno de contraste puede darse no sólo en forma sucesiva,
sino simaltáneá. Del mismo modo que después de presentar un color
se sucede el de contraste en una relación temporal, si el estímulo cromático
objetivo recae sobre la zona contigua de la retina, surge también, un fe
nómeno de contraste. Así, si sobre un fondo verde se dispone un anillo
de cartón, gris y se extiende por encima un papel de seda transparente, el
anillo aparece coloreado de rojo. Análogamente, un anillo gris sobre fondo
blanco es obscurecido y, a la inversa, aparece más claro sobre fondo obscuro.
El contraste simultáneo, contra lo que podría parecer a primera vista,
no es perjudicial para nuestra visión, sino que la refuerza en grado con*
siderable. Posee especial importancia para fijar el contorno de los objetos.
Si no existiese, todas nuestras percepciones visuales se difuminarían. «A
consecuencia del diverso grado de refracción de los medios que atraviesan
los rayos luminosos al penetrar en el globo ocular, la imagen que se forma
en la retina es una copia muy desdibujada de los objetos externos, con lo
cual resultaría una imagen visual de contornos muy imprecisos. Gracias al
contraste simultáneo, desaparecen más o menos borradas las ligeras desfi
guraciones que se producirían en la imagen verdadera» 239.
Los colores no se limitan a proporcionar contornos a las formas faci
litando así la distinción de los objetos entre sí. Poseen también una acción
emocional sobresaliente que analizó G o e t h e en su teoría de los colores. Así,
el rojo tiene una acción excitante ; el azul, en cambio, sedante. Las valencias
afectivas de los grados de claridad nos sirvieron en la descripción de los
sentimientos, verbigracia, la luminosidad de la alegría y las sombras del
pesar. Aunque dijimos que la vista proporciona al hombre, la percepción
de la objetividad del mundo y es, por tanto, el sentido más objetivo y aun
que los colores colaboran a veces para contornear los objetos, en otras oca
siones, en cambio, provocan estados endotímicos; de modo que las sen
saciones cromáticas actúan tanto sobre la vertiente de la objetividad como
sobre la de la subjetividad.
De acuerdo con estQj se diferencian tipológicamente individuos sensi
bles al color y a la forma. Los primeros viven influidos por sus sentimientos
y estados de ánimo; los segundos se caracterizan por situarse ante el mundo
con la distancia de la objetividad.
Las sensaciones cromáticas son, en suma, un fundamento indispensable
para las posibilidades de la visión, el supuesto material para la reproduc
ción del mundo exterior en nuestra conciencia.
Esta reproducción se realiza en nuestra retina como en un aparato fo
tográfico. Los rayos luminosos que en su diversidad constituyen la ima
gen de lo percibido, pasan a través de la lente del cristalino y se proyectan
sobre el fondo del ojo en la retina siguiendo las leyes de la óptica. En
cuanto al enfoque que en el aparato fotográfico se consigue variando la
distancia que separa la lente de la placa, se realiza en el ojo humano variando
la curvatura del cristalino por la acción de los músculos ciliares.
La analogía entre el aparato fotográfico y la función del ojo se com
prueba también en un singular detalle. Sabemos que la imagen de la placa
se halla invertida. Lo mismo ocurre en la retina. Cuando nos hallamos frente
a alguien, sus pies se hallan en la parte superior de nuestra retina y su
cabeza en la parte inferior. No obstante, juzgamos acertadamente su posición.
Le vemos vertical sobre sus pies aun cuando en nuestra retina se apoye sobre
su cabeza. La única explicación es que la localización en el espacio según
la dirección de lo superior y lo inferior no depende de la posición efectiva
de la imagen retiniana, sino que se basa en nuestra experiencia sobre la
acción de la gravedad, o sea a base de sensaciones de movimiento y posición.
Si dividimos el sector retiniano más sensible en dos mitades, superior e
inferior, la experiencia nos ha enseñado que lo que se halla abajo, verbi-
gracia, la parte del mango de un bastón, se halla en dirección opuesta à,la
de la gravedad, y a la inversa. Por consiguiente, para nuestra orientación
en el espacio los puntos de la mitad superior de la retina poseen d valor
espacial de lo inferior, y los de la inferior a la inversa.
Las experiencias del americano STRATTON demuestran qué estos .valores
espaciales de la retina no se hallan preestablecidos de una manera defini
tiva, sino que dependen de la experiencia, precisamente de la de lá gra
vedad y pueden ser variados en consonancia con ella. S t ra tto n usó durante
varios días un sistema de prismas gracias a los cuales la imagen retiniana
giraba 180°. El resultado fue que ai principio todo le pareció al revés. Pero
al cabo de algunos días volvió a ver las cosas normalmente. Esto dependía
evidentemente de que había variado la interpretación de las posiciones de
los puntos retinianos. AI aplicarse los lentes subsistían los valores espa
ciales de la retina fijados por lá experiencia. La parte superior de la retina
correspondía a la paite inferior de los objetris y al contrariò. Gamo con las
gafas la posición de los objetos había variado 180°, los veía todos invertidos.
Pero en los siguientes días de llevar continuamente las gafas, incluso de
noche, su retina aprendió en cierto mòdo el cambio que se había producido,
o sea que la parte superior era la opuesta a la acción de la gravedad. Y à
pesar de las gafas, volvió a ver los objetos en su posición normal. AI reti
rarlas, tuvo que realizar una nueva rehabituacióa
La comparación con el aparato fotográfico es útil para poner de ma
nifiesto otro aspecto importante de la visión. Vemos con dos ojos, cada uno
de los cuales es comparable a uh aparato fotográfico y obtiene su propia
imagen retiniana de los objetos. No obstánte, en la conciencia sólo se
forma una imagen de estos objetos. La acción de ambos ojos es comparable
a la de un solo objeto dividido en dos partes. Pueden considerarse las dos
superficies retinianas como si la mitad derecha de la retina derecha se
superpusiera a la porción derecha de la izquierda. Los puntos retinianos así
dispuestos, al ser excitados simultáneamente, tienen una acción conjunta y
transmiten a nuestra conciencia solamente una imagen. Lá explicación debe
buscarse en là colaboración entre el sentido dd tacto y el de la vista: si
fijamos la vista en la punta de un. alfiler, comprobamos al tocarlo con los
dedos que no es doble. La duplicidad de las imágenes retinianas no llega, por
tanto, a nuestra conciencia. Estos puntos de ambas retinas que de tal modo
se corresponden se llaman idénticos o correspondientes. Son idénticos tanto
los puntos centrales de la retina como los que.se hallan à su derecha y á
su izquierda o en un plano superior e inferior a igual distancia. Los res
tantes puntos retinianos que no sé corresponden de este modo se deno
minan dispares, disparidad que puede darse tanto en un planò horizontal
como en un plano vertical. Pero para obtener una visión única con ambos
ojos dirigimos involuntariamente los dos ejes oculares de modo que la ima
gen del objeto recaiga sobre puntos retinianos idénticos, correspondientes.
Ésta posición de los ojos se denomina convergencia, y es grande con los
objetos próximos y va disminuyendo .a medida que se alejan.
Ahora bien, si se fija un punto poniendo los ojos en la posición de con
vergencia en la cual la imagen de aquel incide en idénticos puntos cen
trales de ambas máculas, la imagen de un punto más alejado va a parar a
puntos retinianos dispares y debería, por tanto, percibirse doble. Por con
siguiente, una determinada posición de convergencia permite que sólo
cierto número de puntos estimule zonas retinianas idénticas, proporcionando
una imagen única. El lugar geométrico de estos puntos se denomina horóp-
tero, y superficie nuclear (H ering) aquella en que aparecen todos los
objetos que en la convergencia de la mirada en un focó determinado se
reproducen en puntos retinianos idénticos. Todos los puntos que caen fuera
de esta superficie nuclear determinada por el grado de convergencia pro
ducen imágenes dispares y deberían provocar una visión doble. Péro ba-
bitualmente esto no ocurre, mejor dicho, no llega a nuestra conciencia. Sólo
si dirigimos especialmente la atención'conseguimos imágenes dobles. Si
situamos un lápiz a 20 cm. de distancia de los ojos y otto más atrás a igual
distancia, pero sólo fijamos la vista en el primero, el más alejado producirá
una imagen doble evidente. Sí nos fijamos en el más lejano, se producirá el
fenómeno inverso. El hecho de que habitualmente no aparezcan en la con
ciencia las imágenes dobles es debido a que la impresión óptica que recibe
la fovea central en la que la agudeza visual es máxima en ambos ojos, co
rresponde siempre a los objetos que mayor interés nos despiertan, mientras
que las imágenes que se forman en puntos retinianos dispares pertenecen a
objetos que en un momento dado no nos interesan y por ello no nos ente
ramos en absoluto de su aparición doble.
l a percepción del relieve o tercera dimensión había pretendido expli
carse por la excitación de puntos retinianos dispares. Sin duda la percep
ción de la profundidad espacial está en relación con la visión binocular. En
la visión monocular la localización de las impresiones visuales en profun
didad es incomparablemente más difícil que en la visión binocular. Se
suponía que en los casos en que las zonas retinianas excitadas por puntos
determinados de los objetos se hallan entre sí en una relación de disparidad
horizontal de pequeña magnitud, ésta nos da la noción de la distancia á
que se halla el objeto en profundidad. Por ser la retina una superficie, sólo
puede percibir en forma inmediata la anchura y la altura, mientras que la
profundidad del espacio sólo puede captarla en forma indirecta. Cómo hemos
dicho, se ha admitido que la disparidad horizontal podría ser el factor que nos
proporcionaría este conocimiento. Se argumentaba en esta forma: si pone-
mos ante nosotros una caja de cerillas y nos fijamos en su cara interior,
sólo una serie muy precisa de puntos se forma en la superficie nuclear, es
decir, en puntos retiñíanos idénticos. Todos los puntos situados fuera de
esta superficie se forman en puntos retiñíanos dispares. Pero no son per
cibidos dobles; según aquella concepción, la magnitud de su disparidad
horizontal es la que nos proporciona el dato inconscienté de que se hallan
situados tras del borde fijado y de que lo visto se extiende en profundidad.
No obstante, nuevas investigaciones han mostrado que la visión de
relieve no depende propiamente de la disparidad horizontal de puntos ais
lados de la retina, sino que obedece a diferencias en la reproducción gestál-
tica, es decir, sólo aparece cuando la configuración de los estímulos difiere
en ambos ojos por un «matiz gestáltxco» de determinada magnitud140. En
todo caso es la función binocular la que agrega a la visión de la dimensión
horizontal y vertical la de la profundidad hasta el límite del horizonte. En
virtud de ella adquiere el sentido de la vista la plenitud de su significación
vital; sólo por ella consigue el hombre la visión de conjunto y abarcar el
campo de su actividad.
Aparte de la disparidad «gestálticas binocular, el ojo dispone de otros
datos para la extensión en profundidad, en especial las sensaciones cinesté-
sicas durante la acomodación y la convergencia, que son mayores ante los
objetos próximos que ante los lejanos, A estos criterios se agregan la re
partición de luz y sombras y las superposiciones y variaciones de magnitud
de la perspectiva.
D. El principio de la forma
F ig . 7
F ig . 8
tados justamente como de igual longitud. Pero si ambos lados .pasan a ser las
diagonales de dos paralelógtamos de distinto tamaño, entonces se modifica el
juicio perceptivo. respecto a ambos lados, juzgándose uno mayor que otro.
No ha variado en nada el caudal de estímulos, las sensaciones provocadas
en la retina siguen siendo las mismas, pero la impresión de conjunto de
la percepción ha pasado a ser otra. Los dos lados iguales son vistos como
partes de diferentes totales, es decir, como diagonales de paralelogramos
de muy distinto tamaño. De la diversidad de los conjuntos se infiere errónea
mente la de las partes.
Las ilusiones óptico-geométricas no dejan lugar a dudas sobre el hecho
de que partes completamente idénticas desde el punto de vista de los
estímulos o de las sensaciones de que se componen, poseen un valor de
impresión totalmente distinto según los conjuntos significativos en que se
hallen incluidos. Y generalizando respecto a las relaciones de las sensaciones
y las percepciones se puede decir: Los elementos sensoriales son interpre
tados dentro del total del proceso de la percepción según la totalidad de
significado, según la fortna dentro de la cual aparecen. Lo que desde el
punto de vísta de la sensación, es idéntico, al variar las condiciones formales
aparece en la vivencia como distinto (figs. 9, 10 y 11 ) y a la inversa, si
lo que permanece idéntico es la figura, las diferencias en las sensaciones
pasan a segundo término (véase figs. 9, 10 y 11). Esto depende de la posi-
O
bilidad de transposición de las figuras. Dos cuadriláteros o dos círculos
pueden tener distinta longitud en sus lados o radios respectivos, con lo cual
variarán las sensaciones aisladas y la suma de los puntos retinianos excitados,
no obstante lo cual el carácter formal permanecerá el mismo.
F ig . 11
Ley del umbral absoluto. — Incluso los estímulos que estamos en condi
ciones de recibir no provocan siempre una sensación. Tienen que alcanzar
cierta intensidad para ser experimentados por la conciencia. Un rayo lumi
noso puede ser tan débil que no altere sensiblemente la oscuridad, un sonido
tan débil que no penetre en el oído, y un contacto tan suave que no lo
percibamos. «En el agua de bebida de sabor más puro, el químico puede
descubrir siempre gran número de sales o ácidos, pero no se perciben en
tanto su proporción es muy pequeña»25S.
Este fenómeno lo designa la psicología fisiológica como umbral absoluto.
Es aquella magnitud que debe alcanzar un estímulo para provocar una
sensación perceptible. La psicología de los sentidos ha efectuado una serie
de mediciones de estos estímulos. Así, ha comprobado que menos de 16 vi
braciones sonoras por segundo todavía no son percibidas, y que más de
20.000 dejan de serlo.
La razón de esta limitación cuantitativa del sensorio parece ser la misma
que explica por qué un órgano de los sentidos sólo es receptivo a deter
minados tipos de estímulos. Seguramente tanto el umbral absoluto inferior
que corresponde a la mínima sensación perceptible, como el umbral
superior que corresponde a la sensación de máxima intensidad, depende de la
importancia vital de los estímulos. El lagarto no se conmueve si se dispara
¡unto a él un pistoletazo, mientras que el más leve crujido da lugar a que
vuelva la cabeza y emprenda la huida. Mediante experimentos de laboratorio
se ha comprobado que las mariposas nocturnas sólo reaccionan frente a
ruidos de elevada frecuencia que se provocan por frotación de un cristal. Se
muestran sordas para los restantes sonidos. Estas tonalidades de tan elevada
frecuencia resultan ser equivalentes a los ruidos que emite el murciélago,
cuyo botín de caza predilecto son las mariposas nocturnas. Sus órganos
acústicos se hallan especializados para captar los estímulos que son de impor
tancia vital para ellas.
Estas observaciones demuestran hasta qué punto es inadecuado imaginar
que la acción del mundo exterior sobre el sujeto es puramente causaL Lo
mismo se confirma en el hecho de que la sensibilidad para los estímulos
expresada en el concepto de umbral absoluto, no es una magnitud fija como
la de las leyes físicas, verbigracia, que el agua al llegar a 0 grados cambia
de estado, sino que es dependiente de las actitudes internas del sujeto. Como
dice B u y t e n d ijk , es condicionada por una «actividad psíquica que en el
hombre se denomina atención y que tiene su equivalente en la capacidad de
percepción vital de los animales, en la llamada atención instintiva».
La observación del comportamiento, tanto animal como humano, nos
proporciona copiosos ejemplos. Al adiestrar a perros, se observa que el umbral
olfatorio absoluto baja tanto más — y por tanto asciende la sensibilidad —
cuanto más intensa y persistentemente se le obliga a fijarse en un objeto,
es decir, cuanto mayor significación adquiere para él. «Como todo lo per
ceptivo, la olfacción no es simplemente la recepción de un estímulo que pasa
a ser activo en cuanto ha traspasado un valor de umbral. El olfato del perro
no es el de un autómata»25i. N i nunca son los órganos de los sentidos de
los seres vivientes aparatos de registro automático.
Tampoco la sensibilidad al dolor procede de un insulto mecánico o quí
mico, y objetivamente medida es una magnitud constante y absoluta, sino que
se halla sometida a oscilaciones que dependen de factores centrales de la
situación anímica. Existen casos en los cuales estos estímulos dolorosos per
manecen subliminales, mientras que en otros se percibirán intensamente.
Durante la lucha o en un estado de tensión activa, un dolor es mucho menos
fácil de provocar, y los médicos saben desde antiguo que la desviación de
la atención atenúa la sensibilidad al dolor. También es conocido que los
paroxismos emocionales como el tenor, la cólera o la excitación sexual
atenúan extraordinariamente la sensibilidad al dolor. En los animales supe
riores es frecuente que durante la cópula se produzcan heridas que eviden
temente pasan inadvertidas.
Hechos análogos ocurren con la sensibilidad auditiva. Cuando una madre
duerme en la misma habitación con su hijito, desarrolla una sensibilidad
especial para los ruidos que produce. Basta para despertarla un pequeño
quejido, mientras que estímulos acústicos intensos no la perturban lo más
mínimo. También en este caso la sensibilidad de los sentidos depende del
carácter de señal del estímulo.
Todos estos hechos demuestran que la recepción de estímulos no se
verifica como un registro puramente automático, sino que depende de fac
tores centrales activos integrados en el conjunto de la vida psíquica. Es
importante insistir sobre este punto porque en muchos tratados clásicos las
relaciones entre el estímulo y la sensación son expuestas como si el umbral
absoluto constituyera una magnitud mecánica, análoga a aquellas con que
opera la física.
Esta afirmación de que la sensibilidad para los estímulos depende del
grado de significación que tengan para nosotros las sensaciones que produ
cen, es confirmada también por el hecho de la adaptación de nuestros
órganos de los sentidos a estímulos dados. Uno de los casos más ilustrativos
es el de la adaptación de la retina. Si se contempla un paisaje a través de
un cristal amarillo, en un principo todos los objetos aparecen con este color.
Pero gradualmente desaparece esta coloración y los objetos van siendo vistos
según sus colores objetivos. Es posible intentar explicar estos procesos fisio
lógicamente según'la teoría de H e r in g , Según ésta, en la retina se hallarían
tres sustancias químicas, negra-blanca, verde-encarnada y azul-amarilla. Estas
sustancias pueden darse en equilibrio o bien en proceso de desintegración
(desasimilación) o de reconstrucción (asimilación). Cuando ciertas vibra
ciones electromagnéticas descomponen la sustancia rojo-verde, el proceso
subjetivo se traduce por una sensación de rojo. Otras vibraciones actúan
resinte tizando y provocan la sensación de verde. Si la sustancia es abando
nada a sí misma, y reina, por tanto, equilibrio, subjetivamente no se experi
menta ni rojo ni verde; lo mismo ocurre con el amarillo y el azul; la
sensación de amarillo corresponde a la desintegración y la de azul a la
reconstrucción de la sustancia amarillo-verde. En la sustancia blanca-negra,
los hechos son algo distintos.
Las experiencias realizadas con el cristal amarillo serían explicables,
según la teoría de H e r in g , admitiendo que la retina ha quedado agotada
para el amarillo; es decir, que el proceso de desasimilación de la sustancia
amarillo-azul que sirve de base fisiológica para las sensaciones de amarillo,
ha alcanzado su agotamiento. Pero este proceso fisiológico tiene también
una significación biológica. Cuando en el ensayo con el cristal amarillo todo
aparece visto con el mismo color, la sensación cromática amarilla pierde su
significación biológica y nuestra percepción que nos sirve para orientarnos
en el medio circundante, puede renunciar a dicha sensación.
Lo mismo ocurre con la sensibilidad en otros territorios sensoriales.
Puede ocurrir que al entrar en una habitación percibamos un olor desagra
dable que desaparece al prolongar nuestra permanencia allí. Desde el punto
de vista biológico, esto significa que el olor ha empezado cumpliendo una
función informativa para la conciencia, pero puesto que ésta no ha sido
utilizada -^habríamos podido abrir la ventana o bien ausentarnos — el
carácter de aviso desaparece, la sensibilidad para el olor se embota y el
estímulo olfatorio pasa a ser subliminaL
Se desprende de estas observaciones el grado en que nuestro sensorio y sus-
sensaciones, en tanto funcionan como alfabeto de nuestra concienciación del
mundo, tienen la misión de proporcionarnos la percepción del mundo circun
dante sirviendo de base a nuestra orientación.
La ley del umbral diferencial. —- Para que esto ocurra, no basta con que
sean percibidas las diferencias cualitativas entte las sensaciones— verbi
gracia entre azul y verde, entre caliente y frío, entre lo visto y lo oído, entre
lo gustado y lo tocado, etc. — , sino que también deben serlo las diferencias
de intensidad dentro de un territorio sensorial independiente, o sean las
diferencias entre lo frío o lo cálido, entre lo más o menos dulce, lo más o
menos sonoro, lo más claro o más oscuro, etcétera.
También estas diferencias son percibidas por la conciencia. Pero la
experiencia demuestra que no toda diferencia objetiva y mensurable de dos
estímulos provoca una diferencia en la sensación. Así, por ejemplo, si pone
mos en una mano un peso de cien gramos y en la otta uno de ciento diez,
esta diferencia no es percibida. Sólo cuando se llega a ciento treinta y tres
gramos aparece úna sensación de mayor peso. La magnitud en la cual deben
diferir dos estímulos para provocar una diferencia mínima perceptible en las
sensaciones se denomina «umbral diferencial», y la sensibilidad para la
diferencia, «sensibilidad diferencial». Cuanto menor es el umbral diferencial
tanto mayor la sensibilidad diferencial.
La experiencia muestra, además, que la relación entre un estímulo básico
que provoca una determinada sensación y la magnitud con que debe variar,
aumentando o disminuyendo, el estímulo comparativo para que se produzca
una sensibilidad diferencial, permanece constante dentro de ciertos límites.
Así, en comparaciones simultáneas, si un peso básico de cien gramos exige
una diferencia de 33 gramos para que surja una sensación perceptible de
mayor peso, si el estímulo básico es de 200 gramos, el aumento tendrá que
ser de 66. La proporción de estímulo básico y de estímulo diferencial es, en
el primer caso, de 33 a 100, y en el segundo, de 66 a 200. En ambos casos,
por tanto, de 1 a 3, o sea constante. Si la comparación no se realiza me
diante la aplicación simultánea de pesas en ambas manos sino en forma
sucesiva aplicando diversos pesos a una misma mano, el umbral diferencial
disminuye hasta 1/14 y 1/30, o sea que la sensibilidad diferencial es mayor
en la comparación sucesiva.
Esta regularidad ' en la relación de dos estímulos que aplicados al mismo
sentido se perciben como-distintos se designa según el nombre del fisiólogo
W e b e r , que en la primera mitad del siglo pasado la descubrió en la esfera
de las sensaciones de peso, como «Ley de W e b e r ». Se ha comprobado que
es válida para todos los territorios sensoriales, con la excepción de los
estímulos extremadamente pequeños o grandes. Esto significa que la dife
rencia de estímulos susceptible de ser percibida para un mismo territorio
sensorial es siempre la misma fracción del estímulo inicial. El cociente de
esta relación entre el estímulo diferencial y el básico para provocar una
sensación diferencial sólo varía de un territorio sensorial a otro. Así, en las
sensaciones luminosas es de 1 a 100 ; si una sala está iluminada con 100!
bujías, bastará una para que se perciba una diferencia de luminosidad; pero
si el número de bujías es de 200, sólo se percibirá la diferencia si el aumento
establecido es de dos.
En el individuo adulto, el umbral diferencial para la sensibilidad a la:
presión en la mano, es de 1/3 (en la comparación simultánea) y de 1/14 a
1/30 (en la comparación sucesiva). Para la sensación luminosa, en cambio,
es de 1 a 100. La sensibilidad diferencial de la vista es, por consiguiente,
incomparablemente mayor que la de la sensibilidad a la presión, y es lógico
poner en relación este distinto comportamiento de los sentidos con la distinta
significación que tienen para la vida humana. Indudablemente el hombre se
orienta más mediante la vista que mediante el' tacto, es más que ningún
otro ser un ser óptico. Este hecho ha sido tenido en cuenta por la Naturaleza
dotando al sentido de la vísta'de una mayor sensibilidad diferencial.
También es susceptible de una interpretación biológica el hecho formu
lado en la ley de W e b e r de que dentro de un mismo campo sensorial las
diferencias entre los estímulos son tanto más fáciles de percibir cuanto
menor es el estímulo básico que sirve de término de comparación. Así, expe
rimentamos la eficacia de la ley de W e b e r en la oscuridad de la noche.
Sólo gracias a ella percibimos las estrellas aun cuando la luz que emiten es
la misma de día y de noche. Por los estímulos luminosos intensos que emite
el sol quedan los de ellas subliminales y no destacan del resto de impresiones
luminosas. Hecho análogo ocurre con los estímulos acústicos. En el silencio
de la noche percibimos ruidos que pasan inadvertidos entre los ruidos del
día; así el tic-tac del reloj, ruidos alejados de las calles, el silbido del viento,
el susurro de las hojas de las plantas, el crujido de los muebles de la habita
ción. También estos estímulos poseen la misina intensidad objetiva cuando
afectan nuestro oído, sea de día o de noche. Pero que los percibamos clara
mente por la noche, mientras que durante el día no llegan a nuestra con
ciencia, significa que la percepción de un estímulo depende siempre de su
relación con los restantes estímulos de la misma especie. Aquí parece existir
una relación con el conjunto de la vida, puesto que el mundo como tal es
estructurado por las diferencias que las dimensiones del tiempo y del espa
cio proporcionan a cada individuo. Lo que debemos percibir para orientar
nos en el mundo no son sólo las cosas tales cuales son en su tamaño y cuali
dades absolutas, sino, sobre todo, las diferencias por las que cada cosa es.
deliitntada en relación con las demás. La ley de W e b e r expresa un proceso
de adaptación de nuestro sensorio a las condiciones cambiantes del mundo
circundante. Gracias a ella, el perfil del mundo para nüestra orientación
permanece constante dentro de ciertos límites. En la oscuridad es necesario,
para la orientación, que seamos sensibles a pequeñas diferencias de los
estímulos luminosos.. Un proceso de adaptación de nuestros órganos de los
sentidos de este tipo es el que se produce por la noche cuando saliendo de
una habitación iluminada pasamos a una calle oscurecida, como ocurre en
las guerras modernas. En un principio tenemos la sensación de estar envuel
tos en una oscuridad impenetrable y no nos atrevemos a avanzar un paso.
La sensibilidad diferencial condicionada por la habitación intensamente
iluminada es demasiado pequeña para posibilitarla orientación. No obstante,
después de algún tiempo esto varía. Gradualmente se aclara la oscuridad, per
cibimos diferencias de luminosidad ante las que éramos insensibles mo
mentos antes, gracias a ellas el mundo circundante adquiere perfiles que
sirven para nuestra orientación. La ley del umbral diferencial o de la
sensibilidad diferencial expresa, pues, desde un nuevo ángulo, -la relación
entre nuestra percepción sensible y los factores de significación.
F. El principio de la constancia
Las asociaciones.— Las condiciones hasta ahora señaladas para la. apa
rición de los recuerdos constituyen factores de los que depende si lo adquiri
do es evocable y durante cuánto tiempo. Pero si consideramos la relación
vivencial actual en la que se evocan conscientemente los recuerdos perci
bimos una nueva ley. Vemos a una persona y pensamos inmediatamente en
su nombre, vemos una rosa y pensamos en su aroma, a la pregunta de cuántos
son 2 ж 2 decimos sin reflexionar que 4, cuando vemos un relámpago espe
ramos el trueno, es decir, anticipamos el trueno imaginativamente; cuando
olemos a ácido fénico tenemos la idea de hospital y sala de operaciones.
Cuando el que estuvo en Venecia ve en su país unespejo veneciano nota
despertarse en él un haz de recuerdos, por ejemplo dela plaza deSan Marcos,
del palacio del Dux o del Canale grande.
Todo esto permite ver que determinados contenidos de nuestra vida
actual, es decir, aquellos que una o varias veces nos fueron dados simultá
neamente o uno a continuación de otro, crean entre ellos una ligazón tan
estrecha que la evocación de uno trae a la conciencia a los otros, por
lo menos parcialmente. Esta ligazón de contenidos vivenciales se conoce
con el nombre de asociación.
Llevamos a cabo una restricción injustificada cuando en la Psicología
definimos corrientemente la asociación como una ligazón de representa
ciones como si sólo afectase a la memoria reproductiva. También la memoria
experiencial se halla sometida a la ley de la asociación. Así, una conducta
puede hallarse ligada a una percepción, de t d modo, que a percepciones
determinadas siga una cierta conducta sin que entre ellas haya de intercalarse
una representación. Todo el doinesticamiento de animales se basá sobre
la creación de estas asociaciones. También pueden asociarse percepciones
y vivencias afectivas. Para quien ha sido Atacado por un perro se asocia la
visión de este animal con la vivencia del miedo, sin que el temor sen
tido. en aquel momento anterior haya de ser forzosamente actuali2ado en.
forma de representación.
El que en la Psicología, corrientemente, sea definida la asociación como
un enlace de representaciones, puede explicarse porque las asociaciones
desempeñan un importante y evidente papel en nuestra vida intelectual,
A su acción debemos el que — hallándose permanentemente entrelazados él
presente y el pasado—■nuestra percepción del mundo rebase ampliamente
el círculo de lo que nos es dado sensorialmente aquí y ahora. Merced al
establecimiento de asociaciones se amplía cuantitativa y progresivamente
nuestro horizonte del mundo.
La ley de las asociaciones, entendidas estás como enlace de representa
ciones, o mejor dicho de contenidos de la conciencia de objetos, fue Ja
primera ley descubierta en la Psicología en el curso de su historia muchas
veces centenaria. Aristóteles la dividió en cuatro leyes parciales: las de
Ja dependencia espacial y temporal, de las que ya hemos hablado; la de
la semejanza y la del contraste. Con las leyes de la asociación de Aristó
teles quiere decirse lo siguiente: Los contenidos de nuestra percepción se
conectan entre sí asociativamente y se evocan recíprocamente cuando son
colindantes espacial o temporalmente, es decir, cuando se hallan en contacto,
o bien cuándo son semejantes u opuestos entre sí. La psicología moderna ha
elevado la asociación a ley fundamental de la vida anímica, sobre todo por
los esfuerzos de la filosofía inglesa del siglo XVili, que afirmaba que la es
tructura y el decurso de la vida anímica se explicarían exclusivamente por
la acción dé la asociación de sensaciones aisladas con la adición de los sen
timientos fundamentales de placer y desplacer.
Ya dijimos que la -integración asociativa de sensaciones aisladas en tota
lidades mayores dotadas de significado no podía- explicarse por el hecho
de su contigüidad espacial y de su continuidad temporal, sino que debía
aceptarse Ja acción de un factor psíquico especial, o sea el principio dé lá
Gestalt que tiene sus raíces en la protofantasía inmanente a los instintos y
las tendencias y que destaca ciertas unidades dotadas de significado de las
sensaciones espacial y temporalmente vecinas.
SÍ esto es así, sobte d encadenamiento asociativo de los contenidos ais
lados de la percepción decide, no sólo el hecho del contacto y vecindad
temporales y espaciales, o sea, no un faстог externo, como pretende la hi
pótesis de la psicología de Ja asociación, sino un factor interno, o sea la re
unión de contenidos aislados de la percepción sensorial en totalidades dota
das de significado. Naturalmente que lo que es integrado en estas totalidades
y queda acoplado asociativamente debe hallarse en vecindad espacial o tem
poral, Pero no todo lo que se halla en esta relación de vecindad es conec
tado asociativamente. Más bien ha de existir previamente la percepción de
una dependencia significativa para que en la práctica los contenidos ais
lados vecinos espacial y temporalmente se asocien. Consideremos el siguiente
ejemplo: frente a Ja mesa de trabajo puede verse una reproducción en color
del cuadro de B rueghel «Otoño». S.u propietario siente gran placer en la
contemplación de este cuadro ; lo ve todos los días con igual complacencia
y con el tiempo lo ha incorporado totalmente al caudal de su memoria. Si en
un libro encuentra la reproducción de algún fragmento del cuadro — por
ejemplo del buey claro en el centro, en primer tármino —, podemos admitir
con seguridad que surgirá en su recuerdo el cuadro completo, el paisaje co
loreado, con sus montes-y valles, con el río al fondo y las personas y ani
males. Según la teoría asociativa, bastaría para explicar el rendimiento de
la memoria reproductiva la mera vecindad espacial que mantienen con la
imagen del buey las restantes partes del cuadro. Si esta teoría fuese cierta,
nuestro hombre, que cotidianamente tiene ante sus ojos la región limítrofe
de la pared con su decoración o sus manchas, debería también recordarla.
Esto no ocurre en absoluto porque no foima parte de la unidad significativa,
sino que es sób «fondo» sobre el que destaca éste.
Que esto ocurre-así realmente, ha sido demostrado por las pruebas con
las que la psicología experimental ha intentado descubrir las leyes de la
memoria. Fue elegido el método de las sílabas sin sentido, que debían ser
aprendidas y después reproducidas tras repetidas presentaciones. Con el ma
terial de sílabas sin sentido se quiso evitar el que los experimentos fueran
influidos por asociaciones anteriormente establecidas, como ocurriría si el
material que se ha de retener tuviera un significado, por ejemplo, consis
tiera en palabras con un sentido. Si realizamos la prueba de las sílabas sin
sentido bajo una minuciosa autoobservación resulta — como sobre todo in
dicó W. KÔHLER — que siempre tendemos a integrar las sílabas sin sentido
en formas, organizándolas rítmicamente Evidentemente, esta tendencia es
la condición previa pata la creación de asociaciones., «Durante el.aprendizaje
y sobre todo durante la primera repetición de la serie se realiza un proceso
de organización. Las sílabas sin sentido deben adoptar un determinado ca
rácter que lés 'corresponde como miembros con peculiar posición en el total
del grupo» 2ir. eEl aprendizaje voluntario consiste siempre, y también aquí,
en una configuración intencionada del material» sse. En el aprendizaje de
sílabas sin sentido ocurie, en principio, lo mismo que en el aprendizaje
de pares de palabras con sentido. «Se hace leer varias veces atentamente
— con el encargo de aprender la dependencia— los siguientes pares de pa
labras : mar-azúcar, zapato-plato, muchacha-canguro, pincel-bencina, iglesia-
bicicleta, ferrocarril-elefante. El aprendizaje resultará más fácil que si se
trata del mismo número de sílabas sin sentido» 21B. Según la psicología de la
asociación, esta mayor facilidad depende de que aquí vienen en nuestra
ayuda viejas asociaciones que con el nuevo aprendizaje reciben un refuerzo.
Pero, ¿ocurre realmente así? «Esto no me parece posible; porque las pala
bras citadas han aparecido mil veces con otras ligazones mucho más ínti
mas, las cuales —■precisamente siguiendo el criterio de la psicología asocia-
cionista — dificultarían en grado máximo las nuevas asociaciones.» El hecho
de que los pares de palabras con sentido se aprendan más fácilmente que
las sílabas sin sentido tiene otro motivo muy diferente. «Si leo estas
palabras y quiero aprenderlas por pares puedo imaginarme imágenes com
pletas (a veces muy raras), por ejemplo, en los pares de palabras citadas,
un gran trozo de azúcar que se disuelve en un mar, un zapato que se halla
sobre un plato, una muchacha que da de comer a un canguro, etc. Si esto
ocurre durante la lectura se originan totalidades muy llamativas y gráficas,
aunque extrañas, y el aprendizaje de tales pares es evidentemente tan fácil
porque en estos casos el proceso de organización específico de estas totali
dades es mucho más sencillo que en las sílabas sin sentido completamente
indiferentes»*60. Pero también en las sílabas sin sentido sólo tiene lugar
una asociación cuando existe previamente una determinada actitud e inten
tamos reunirías en unidades y organizarías como totalidades. También aquí
precede una búsqueda merced a la cual reunimos en totalidades significa
tivas los contenidos vivenciales parciales, siendo la culminación del proceso
la percepción de la forma. Lo que en el acontecer mnémtco aparece aso
ciado se ha hallado antes coñdensado en una forma, en una totalidad con
un significado especial. En todo caso, la vecindad témporo-espacial de los
diversos contenidos vivenciales no basta para fundar asociaciones, sino que
debe existir previamente una relación de significado para que los conte-
nidos parciales vecinos en el tiempo o en el espacio se asocien verdadera
mente. Con otras palabras y formulado de un modo general : El principio
de la forma o Gestalt antecede al principio de la asociación.
Esos hechos no nos obligan a dejar de lado la ley de la asociación, como
a veces ocurre en la psicologia actual. Cuando la experiencia muestra que
la evocación de partes aisladas de conjuntos significativos antes percibidos
trae a la'memoria las restantes partes, nada nos impide el designar a este
proceso como asociación. Únicamente debemos tener presente que esta co
nexión tiene como condiçiôn la previa aprehensión de los miembros aso
ciados dentro de una totalidad provista de significado. Como tales totali
dades fignran en nuestra vida no sólo cosas percibidas aisladamente, sino
también situaciones enteras que están constituidas por diversas cosas o su-
cesos. Como asociación comprendemos, pües, la ligazón en que se hallan los
contenidos aislados de nuestra percepción por haber sido percibidos una
o más veces como miembros de un amplio total significativo.
Sólo por lá acción del principio de la forma se comprende que el efecto
asociativo de las representaciones no sea tan rígido como para hacer que los
contenidos conectados .con ellas anteriormente aparezcan del mismo mçido
como fueron dados. Una igualdad tan absoluta no sería deseable, y preci
samente de que esto no ocurra así depende la extraordinaria importancia
del proceso, de la reproducción asociativa para la vida psíquica. Aun cuando
los contenidos vivenciales actuales no sean idénticos a otros anteriores, sino
solamente semejantes, provocan asociaciones, aAl aprender a leer adquieren
los nipos sonidos y combinaciones de sonidos ligados a determinados signos
gráficos. Los ñiños reproducen después estos sonidos con máxima seguridad
cuando se les presentan exactamente los mismos tipos de letra, pero los re
producen también, casi siempre, cuando los signos son más grandes o más
pequeños, cuando están impresos cocí otros tipos de letra e incluso cuando
aparecen ligeramente deformados» **1.. Lo que es reproducido por la asocia
ción son evidentemente las cualidades de la forma o gestáliicas,
c. Trastornos de la memoria
C. La fantasía representativa
LA APREHENSIÓN INTELECTUAL
a. La formación de conceptos
b. Juicios y deducciones
Así como los conceptos son «pensamientos» de unidades del ser y del
acontecer, así también los juicios son la aprehensión intelectual de las rela
ciones entre estas unidades, son totalidades conñguradas, «gestálticas», de
conceptos en las que establecemos una relación entre lo expresado en ellos.
Juicio y deducción. —■Así como los juicios son actos noéticos mediante
los que fijamos relaciones, así las deducciones y consecuencias son aprehen
siones, mediante un nuevo juicio, de relaciones entre diversos estados fija
dos por juicios. «Se llama deducir, derivar de uno o varios juicios dados
otro diferente y lógicamente consecuente» 28S. O sea que la deducción no es
un modo autónomo de pensamiento, sino solamente una clase de juicio in
directo, mediato.
Si aceptamos que en el concepto se contiene una afirmación que es,
como dijimos, la abreviatura de un juicio, resulta que el juicio es — Como ha
visto Bühler — la» forma primitiva y fundamental de la aprehensión inte
lectual. Y si el significado y el rendimiento del juicio en la vida humana
se apoyan en una afirmación, lo mismo puede decirse del pensamiento
deductivo. También con la relación de juicios afirmativos que da lugar a
un nuevo juicio, el contacto con el mundo y la orientación en él aparecen
en uri estadio diferente del de la percepción sensorial y de la evocación
representativa. La sucesión de los contenidos de lo percibido sensorialmente
y de lo evocado por medio de representaciones, así como su yuxtaposición
en el espacio se convierten en una red de dependencias en cuya conciencia-
ción el mundo nos aparece como una ordenación de conjuntos y como un
campo de operaciones para nuestra actividad planificadora.
C. El curso d d pensamiento
*9
Existen numerosos testimonios empíricos de que esto es así, de que la
nominación es, en su intención primitiva, un acto de voluntad dominativa
y posesiva. Ei mejor ejemplo es el poder mágico de la palabra en los pueblos
primitivos ; la mención de un nombre puede producir el conjuro de su
portador, la palabra permite disponer de lo designado: «Salomón sabía los
nombres de los espíritus y de este modo se hallaban sometidos a su poder»
(W . JAMES). A esto corresponde también la aversión a decir el nombre del
Maligno; pues quien pronuncia el nombre llama a su portador. Todo en
cantamiento depende en lo esencial de este mágico poder de la palabra.
Donde se realiza un encantamiento, la palabra desempeña el papel principal.
Sólo por la magia de las palabras puede comprenderse el sentido profundo
del cuento de Rumpelstilzchen. El misterio del poder de éste depende del
desconocimiento de su nombre. Pero en cuanto sabe su nombre descubierto
se siente despojado de su poder y se rasga por la mitad. Así, también, más
allá de los cuentos y encantamientos, en los hombres civilizados y cultos
actúa todavía la primitiva magia y poder de la palabra. También ellos pien
san haber dominado un fenómeno y poder disponer de él en cuanto le dan
un nombre. En la práctica así ocurre dentro de ciertos límites. El mapa
con sus denominaciones convierte a una región en «base de operaciones»,
en campo disponible. Con los nombres disponemos, aunque en un sentido
externo, del mundo y nos orientamos en él.
Así, la palabra, después de haber sido descubierto su poder fijador en
la denominación, se convierte, como la mano que maneja, en instrumento
para el trato con el mundo. Y así como de la nominación, con ayuda de las
representaciones, se desarrolla el concepto, gracias al saber intencional de
éste y del juicio alcanza su máximo rendimiento la función intelectual del
pensamiento. El mundo interpretado en la función intelectual del pensa
miento es realmente el mundo hecho disponible y comprobable desde el
punto de vista de la manejabilidad de los objetos. En este sentido habla
también P etermann de un «enlace de estructuras intelectuales con la or
ganización del intercambio con el mundo en la voluntad y la acción» 292. En
su función intelectual — aunque sólo en ella — el pensamiento, como ma
nifiesta Gehlen, es «un sistema de interpretaciones y designaciones diri
gido hacia el exterior, un órgano de planeamiento y de visión panorámica,
un órgano conductor de la acción.... un sistema de des-carga» que se halla
dirigido hacía la «disolución de los contenidos sensibles inmediatos, hacia
el «despojamiento de la sensorialidad» 103,
O sea que el mundo es visto, por la función Intelectual del pensamiento,
como un conjunto de cosas delimitadas y de contenidos fijos que se hallan
incluidos en una red de referencias y de relaciones sujetás a leyes y es con
siderado con la intención de hacerlo y mantenerlo manejable.
Así como dijimos que el pensamiento constituye un proceso anímico
que alienta en el conjunto de la conexión vital y vivencial y es dirigido por
un preguntar y un buscar, 'así también en el fondo de la función intelectual
del pensamiento debe hallarse una pregunta determinada. Es la siguiente:
¿en qué medida se logra tener la realidad a nuestra disposición, hasta qué
punto podemos calcularla, ayudados por los signos intelectuales y las fór
mulas de relaciones comprobadas? El pensamiento es utilizado en su fun
ción intelectual como herramienta para la orientación práctica-finalista. Es
una especie de adaptación del ser humano al mundo y la adaptación del
mundo exterior a ciertas necesidades del Yo individual. Se halla — con más
exactitud — al servicio de las vivencias tendenciales de la conservación y
desarrollo del Yo y del incremento del poder de disponibilidad. Con
ayuda de la función intelectual del pensamiento aislamos -de los fluctuantes
fenómenos de la realidad percibida aquellos contenidos parciales que pue
den considerarse como objetos manejables y cuya diversidad puede pen
sarse dentro dé un conjunto sujeto a determinadas leyes. Que esto es po
sible y conduce al éxito depende de que nuestro pensamiento corresponde
a estructuras de ciertas capas de la realidad y está adaptado a ellas.
A. G ehlen, recientemente, mediante un análisis agudo y profundo,
«señaló en el pensamiento esta función intelectual que le es propia291, pero
de un modo unilateral, viendo el pensamiento sólo en su función intelec
tual è interpretándolo únicamente como instrumento, como medio de adap
tación y como compensación de la imperfección natural del hombre. Pero
en rigor con la función intelectual no se agotan las posibilidades y el sig
nificado del pensamiento en el conjunto de la vida humana.
Junto a su función intelectual tiene el pensamiento otta, la ideal-es
piritual, cuya esencia se percibe claramente en el lenguaje de los poetas. El
pensamiento vestido con las palabras saca a la luz en la poesía la realidad
como es experimentada en la intimidad del ánimo, de un modo que, me
diante esta formulación verbal, lo que én la vivencia parece oscuro y ago
biante se ilumine, aparezca como mostrable y se sirte en el horizonte de la
objetividad. La poesía sólo se comprende a partir de la intimidad de la
cordialidad. Pero esta misma. intimidad queda incomprendida y sumida
éñ la oscuridad de su propia irracionalidad si no encuentra, una ilumina
ción merced al pensamiento. H eg e l en su Estética lo ha expresado así : «La
realidad más próxima de lo íntimo es todavía la _misma intimidad, de
modo que la salida fuera de sí mismo sólo tiene el sentido de liberación
de la concentración inmediata del corazón, desprovista tanto de palabra
como de representación para la expresión verbal articulada. De este modo
lo que antes sólo era objeto de sensación se forma y expresa en ideas y
representaciones conscientes de sí mismas» 2S'\ En la función espiritual del
pensamiento, Ja vivencia de la intimidad del centro cordial del alma es li
berada de la mudez expresiva y de la oscura mstintividad de la vivencia sub
jetiva inmediata — esto no sólo vale para las creaciones de los poetas — y
es llevada a una evidencia que.designamos con el nombre de revelación del
sentido. «Sentido» significa aquí más que la inclusión «de las relaciones
aisladas..;.-, en una Gestalt acabada de pensamiento»29c, una relación dé lo
pensado y lo conocido con la intimidad de .la cordialidad.
Con esto nos hemos aproximado a lá cuestión de en qué modo la fun
ción espiritual del pensamiento se halla integrada en el conjunto de la
vida y de las vivencias del hombre. Si el pensamiento está siempre dirigido
por la temática y la dinámica de un buscar y preguntar que se halla eo su
fondo y si son la temática y la dinámica de la conservación, de la segu
ridad y del desatrolló del Yo y del poder de disponer las que ponen en
marcha el pensamiento en su función intelectual, evidentemente, la que in
fluye en la función espiritual del pensamiento es к temática de la transitivi-
dad dirigida a los valores de sentido. Lo qué en ella se investiga y busca
son los contenidos de sentido iluminados por el poder del pensamiento. El
sentido se percibe donde quiera qué entramos en contacto con algo intra-
mundano y se nos muestra y nos llama como un «valor demostrativo del
ser» ( B u y t e n d ij k ), como algo qué tiene la legitimación, el peso y la im
portancia de su ser, de no pertenecer a un conjunto referencial dé maneja
bilidad o utilidad, sino como algo que es y que tiene un valor por sí mismo,
en cuyo horizonte está colocada nuestra propia existencia. Esta experiencia
tiene lugar e î los sentimientos transitivos, en la intimidad de la «cordiali
dad» y así la función espiritual del pensamiento consiste en objetivar fes
vivencias subjetivas de sentido que acompañan al contacto cOn el mundo,
otorgándoles la visibilidad de una Idea. La Idea es la iluminación objetiva
conceptual de aquello que es vivenciado cómo valor de sentido en la inti
midad del «corazón»; vgr. la intimidad de la vivencia religiosa encuentra
su aclaración objetiva-intelectual en la idea de Dios o de lo Santo.
También la función ideal-espiritual del pensamiento crea, mediante una
objetivación, un horizonte de la realidad abarcable, ordenado e interdepen-
diente; pero no un horizonte de objetos y de sus relaciones, que medimos
y a los que manejamos, sino un horizonte de contenidos de sentido qüe se
pueden determinar y poner en relación por . medio de conceptos. En todos
los intentos metafísicos para establecer una «cosmovisión» se halla impli
cado el pensamiento en su función espiritual También el pensamiento pu
ramente teórico al servicio del afán de saber puede hallarse matizado por la
■pregunta por el sentido. El saber es entonces buscado e investigado como
conocimiento de un Logos legislador y ordenador del cual recibe su sentido
nuestra propia existencia (pág, 163).
El hecho de que paia la función espiritual del pensamiento sea decisivo
el factor del sentido hace aparecer claramente la diferencia con la función
intelectual, En ésta los pensamientos son relaciones, o puntos nodales de
relaciones, que tienen importancia para la temática de nuestra propia con
servación y de la tarea de dominación del mundo. Aquí, comprender signi
fica, de acuerdo con su sentido etimológico, abarcar con la mano un feno
meno, incluirlo en un esquema de relaciones como campo de disponibili
dades. En cambio, én la función espiritual el pensamiento es eidos, Idea,
protoimagen espiritual de la realidad, con sentido propio y poder ema
nante. La Idea llama al hombre fuera de sí mientras que en el concepto
y en el juicio, en tanto son utilizados solamente como instrumentos de la
función intelectual del pensamiento, el hombre se dirige al. mundo y. toma
posesión de él. Ambas funciones del pensamiento prestan al hombre orien
tación y sostén en el mundo. La función intelectual se los da en tanto el
hombre se dedica, por la temática de su Yo individual, a afirmarse en el
mundo y a disponer de él. La fundón ideal-espiritual, en cambio, le presta
orientación y apoyo en el mundo porque es un ser que puede trascender y
se siente impulsado a participar en valores de sentido del ser y del acon
tecer. Para ello la Idea ejerce una fuerza liberadora y rectora sobre el
sujeto cognoscente, que aparece así como viviente y vivificador de un
modo que no encuentra analogía en la esfera de la función intelectual del
pensamiento. Mediante ésta un objeto es fijado solamente para dominarlo
y poder disponer de él. Pero la Idea es un pensamiento que desarrolla una
acción dinámica al dirigir una llamada elevadora al sujeto cognoscente.
Como la función intelectual del pensamiento, también la ideal-espiritual
puede ser referida al lenguaje. Ya dijimos que éste no es sólo dar nombre
a las cosas y una interpretación verbal del mundo, que solamente sirve para
su fijación y disponibilidad desde nuestro punto de vista, sino que además
posee otra función que consiste en proporcionar expresión al mundo. El hom
bre no es tan sólo el ser que se dirige al mundo, lo fija y lo objetiva como
Campo de su existencia, sino que es el ser que hace además que el mundo
se exprese. Hace que la realidad se manifieste a sí misma haciéndola mos
trarse, no en la perspectiva de las necesidades humanas del Yo individual,
sino como lo que es, o debe ser, como Idea de la Creación.
Este doble significado del lenguaje se refleja en la doble función del
pensamiento. Si el pensamiento en su función intelectual es un medio para
organizar el mundo y la existencia en él y si el conocimiento así obtenido
es lo que M. SCHELER llama «saber de dominación», en la función idéal-
espiritual se llega a la expresión del mundo como ordenación de contenidos
de sentido, de Ideas, de esencias del ser y del acontecer, cuya percepción pasa
siempre a través de la intimidad de la <tcordialidad».
La distinción establecida éntre la función intelectual y la espiritual del
pensamiento no debe comprenderse, en modo alguno, como si quisiéramos
caracterizar dos tipos de pensamieúto en el sentido de diferentes facultades
o instancias psíquicas. Se trata solamente de dos direcciones esencialmente
diferentes, en que puede aplicarse el pensamiento, según la cuestión que se
le plantee. En un caso sé refiere al mundo como campo de acción disponible
y manejable, en otro como horizonte de sentido de la existencia. Así ocurre
que la función intelectual dél pensamiento que se halla al servicio de la con
servación, seguridad y desarrollo del Yo, puede adoptar las formas de la
picardía, de la astucia y de lá hipocresía, mientras que para la función espi
ritual del pensamiento ral empleo subalterno es imposible.
La doble función del pensamiento apenas ha sido .tenido en cuenta hasta
ahora én la Psicología científica. Casi siempre el pensamiento fuè sólo visto
y descrito en su función intelectual. W . STERN es el único que en su «Psico
logía, general» da'su pleno valor a la función espiritual del pensamiento.
Habla de «pensamientos de sentido» para diferenciarlos de los «pensamientos
de objetos» y de los «pensamientos de relaciones» y dice: «Al verdadero
significado del «sentido» sólo nos aproximamos cuando iüclúímos la dimen
sión de la profundidad. Así como la'persona tiene «profundidad», también
el mundo para la persona. Las vivencias qué resultan del contacto directo de
la persona con el mundo tienen un carácter superficial, però Señalan en di
rección a otras que se hallan tras ellas: y la tendencia a llegar a esas otras
se llama buscar el «sentido» dé la persona y dél mundo. Frente al «sentido»
profundo que así se busca no sólo es superficial là «sòmorialìdad», sino
también la representación y el pensamiento cuando se dirigen á objetos y a
relaciones aisladas. Este significado del «pensamiento dé sentido» vale tanto
para la profundidad de la persona como para la del mundo. Qüerémos fun
damentar el sentido de la propia existencia, del propiò Destino, pero tam
bién el sentido del mundo, de la Naturaleza, de la Historia, de Iás Nacio
nes» 29í. Y STERN pone también en relación el pensamiento dé sentido con
las tendencias que hemos llamado de la transitividad. El pensamiento de
sentido prócede de la «tendencia espontánea del hombre a la initocepdín,
es decir, de la tendencia a encarnar los contenidos de Valor objetivos del'
mundo para aumentar así continuamente el propio valor» S93. De este modo
el pensamiento es «mucho más que un mero instrumentó» 29S.
La acción como respuesta ante una .situación. Por otra paite, la acción
no es, como el reflejo, una respuesta del organismo psicosomàtico ante un
estímulo, sino ante una situación. K. Lewin ha desarrollado una «teoría del
campo» de la acción, cuya originalidad estriba en considerar que la acción
tiene lugar siempre dentro de un campo psíquico global que, a su vez, está
determinado por un sector interno (necesidades y tendencias), y otro ex
terno constituido por los objetos percibidos y dotados de un «carácter inci
tante» en función de aquél. El sujeto actuante se halla inserto en su am
biente, frente al cual se comporta de acuerdo con sus necesidades. Por con
siguiente, lás acciones aisladas se hallan determinadas por el conjunto de la
situación ; nunca reaccionamos a estímulos aislados, sino frente a situaciones.
L as cla ses de la a c c ió n
a. El acto instintivo
b. La acción experiencial
c. La conducta inteligente
d. El comportamiento inteligente
SUPRÁESTRUCTURA PERSONAL
Pensamiento- .NUCLEO DEL YO— .VOLUNTAD,
л " '1
SI'MÍSPVO,----------------1\ O %
APREHENSION^ O S ’ÍJNTEGf?ACIÓN PERSONAij HORI20NTAL> ^ g f ACCIONES
Л ' ли V O L IT IV A S
ч AU TOtAÁTICA5
REPRÉ5ENTAC1ÓN» f
fü iz г'(ч, ^ C rii » IN M E D IA T A S
1 b Ü T t r t U T i t * o e tA .il TRA M »*TivipA t> O Z A LA
PERCEPCION ] "ÍTtMÁTIOk
o ’“ ■'7'—' /t'i Vo individual, ¿ q ESTIMULACIÓN
y TBM A TccA . t>e u . L V1TAHOAD
HORIZONTE H O R IZ O N T E
DEL. M U N D O ™ T E M P L .E SZ 1 . D E L. M U N D O
J Z Z l É S T A C I O M A B l O S ’l .
..^T E N D E N C IA S COMO ____ REALIZACIÓN D E LA S
* e,USQOEX>A
Fo n d o e n d o t ím ic o
T E N D E N C IA S
EMOCIONES / fo n d o v ita l Vi/-* C O N F I G U R A C I Ó N
COMO VIVENCIAS I V IV IE N T E ANIM ADO \ fAOCIONAI- DELOS
A FE CTIVAS / I SENTIMIENTOS
Fig. 13
El h Abito noetico
U
Hemos obtenido dos puntos de vista para orientarnos en el camino de
la vida anímica: el horizontal del círculo ftíncional anímico, que corres
ponde al intercambio comunicativo entre el alma y d mundo, y la ordena
ción vertical de los procesos y . estados anímicos que intenta justificar que
lá vida anímica en sí misma, como un suceso del ser anímico, representa una
totalidad estructurada. Al decir que la vida anímica se halla estructurada
nos referimos a que esos procesos, contenidos y estados diferentes, poseen
úna función de miembros dentro de una totalidad que es más que la suma
de sus partes. Si se piensa también en esta organización como estructura
vertical nos encontramos ante una concepción especial de la vida anímica,
la de la estructura en capas que se ha desarrollado en los últimos años,
con mayor intensidad qué en otros países, en la Psicología alemana y que se
apoya en una amplia experiencia.
N o c io n e s pr e v ia s
D e s p l a z a m ie n t o s c a b a c t er o l ó g ic o s d e l acen to v iv e n c ia l
C a u sa s y e f e c t o s d b la d is o c ia c ió n
Los s u e ñ o s com o c o m p e n s a c ió n
Los sueños como totalización— Siendo los sueños prolongación, son tam
bién, al mismo tiempo, momentos en el devenir de la creación de una tota
lidad. Con esto llegamos a una segunda fórmula para el significado del
sueño en la persona. Mediante los sueños penetra en la vida psíquica algo
que 'pertenece al total, al todo del psiquismo. Así se comprendé que en los
sueños haga valer sus derechos a ser vivido todo lo reprimido, o sea, aquello
con ío que no quiere identificarse la estructura superior de la persona, pero
que, sin embargo, pertenece al total de ella. Y se comprende también que
aparezcan en los sueños no sólo las vivencias del presente biográfico, sino
también las del pasado, de una manera que permite ver que la vida onírica
llega mucho más lejos en Ja profundidad de Ja memoria, y vive mucho más
a expensas de ella, que la vida consciente diurna. En los sueños aparecen
múltiples vivencias que han escapado al recuerdo consciente vigil, Y no
olvidemos que en los sueños no sólo está presente y vivo d pasado biográfico
-Persona!, sino también el de la Humanidad. N ietzsche dice: «En el sueño
repetimos los pensamientos de la primitiva humanidad» su. Esta idea reapa
rece metamorfoseada en la teoría de los arquetipos de C. G. JUNG. La vida
psíquica vigil no nos ofrece ninguna oportunidad para extendemos por el
pasado, del mismo modo que nos impide vivir todo lo que apetecería ser
vivido. Está determinada por la situación exterior del presente, interesada
en la lucha con el aquí y el ahora, ocupada con las exigencias del momento ;
por eso sólo raramente nos permite ser anímicamente completos. Sólo me
diante los sueños es aportado a la vivencia' algo que pertenece por completo
al total del alma.
* Lo mismo puede decirse de los hombres qu e'desde el. punto de vista de una
tipología psicológica racial son reunidos bajo el concepto de shombres manifes
tativos», La intencionalidad y conciencia que el hombre representativo pone en
las formas de su exteriorización, deben comprenderse como cultura estético-
formal del manifestarse que casi nunca pretende en su intención ser expresión
de una Intimidad.
Raíces de la inautenticidad, — Después de haber intentado explicar la
fenomenología de la inautenticidad en la que se ha puesto de relieve como
signo esencial la relación de la expresión con la intimidad, debemos refe
rirnos a las especíales condiciones intrapsíquicas que pueden dar origen a
la inautenticidad.
Eiteriorizaci'ón
(Formi de vivir hacia fuera)
Fig. 14
Como ya queda dicho, hay vida anímica allí donde lá vida alcanza la
lucidez de la vivencia. Hemos descrito ya el circuito funcional de la vivencia
que descansa sobre cuatro miembros dispuestos en una perfecta y mutua
Una vez que hemos diferenciado ios cuatro niveles posibles de la vi
vencia, estamos ya en condiciones de tratar de los múltiples significados
del vocablo «inconsciente», partiendo para ello de Ja cuestión de qué es lo
que, en cada caso particular, negamos al emplear dicha palabra.
Boring XXXV
Braun, E. 79, 93
АсЬ, N. 67, 391, 398, 436, 476
Adler, А. XXIX, 24, 100, 103, 158, Brentano, F. 391
Breuer, R. 572, 573
176, 179, 180, 299,300, 511, 541,
575. 576, 584 Breughel 369.
Al berça, Luis xlv Bruner, J. S. 345
Buda 107
Alexander, F. 89
Allport, G. XL, x l i , 126 Bühler, Ch. 377
Andrómaco XXXI Bühler, К. XVI i l , XXV, XXI, 36, 71,
Aragó, Rvdo., J. M. 445 11U 391, 392, 393, 396, 429,
Areteo de Capadocia x x x i i 4 3 0 ,4 3 1
Aristóteles XXlv, xv, XLI, 54, 68, Buytendijk, F. J. J. 341, 348, 402,
149, 324, 368, 389 418, 422, 550 .
Arnim, 'B. v. 293 Byroh, Lord, G. 119
B C ...........
Cabaleiro xlv
Bach, J. S. 40
Bachelard x x x i i i Calvino XL
Bachofen, J. J. 284 Cannon 89
Bahnsen, J. 304 Carlyle 474
Bain 426 Carrel, A. 86, 236
Balzac 235 Carus, C. G. 52, 541, 559, 560,
Baudelaire 86 561, 569 ■
Becher, E. 194 Cervantes, M .. de 307
Bechterew, W. 422 César 287, 288
Bech, W. 49 Claparède, E. 345, 374
Bentham, J. 102 Clauss, L F. 150
Bergson, H. 107 Coleridge 474
Bernard, C. XXX Comte, A. 60
Bertalanffy, L. v. 422 Condillac XXV
Bierbaum, O. J . 307 Cuviér, G. 342
Bierens de ■Haan, J. A. 422
Binswanger XXXV d
Blafee, IL R. 345
Bleuler, E. 150, 257, 435, 522 Dante 68, 307
Boecio X X V II, XLI Darwin, Ch. 174, 175, 239
Bollncw, Fr. XX I11 Demóstenes 299
Descartes, R. 25, 90, 561, 584 Goethe, J. W. von X X in , 3, 107,
Dewey, J. 32 111, 165, 180, .214, 229, 231,
Dilthey, W. XXV, XL, XLI, XLII, 20, 232, 255, 268, 288, 293, 329,
21, 46, 64, 68, 70, 71, 188, 382 381, 465, 484, 51S, 541, 555
Dollard, J. 178, 179 Goldstein, K. XL, 423
Dosrojewski, P, М. XXIV, 107, 133, Gracián XXiv
138, 156, 260, 498, 500 Griliparzer, F. 273, 274
Driesch, H. 543 Gross, K. 71, 376
Grossart, Fr. 79
E Gruehn, W. 67
Guardini, R, 146
Ebbinghaus, H, x v ii, 338, 365
Eckehart, Maestro 107, 199, 388, 408, H
435, 518, 536
Eckermann 381 Hamsun, K. 136
Ehrenfels, Yon 333 Hartmann, E. v. 152, 283, 304
Epicuro 102 Hartmann, N. x x , 78, 238, 428
Erdmann, В, 23, 385 Harvey XXX
Esquirol XXXV Hattingberg, H. v. 229.
Ewald, G. 87 . Hebbel, Fr. 232, 495
Hegel, G. W , F. 152, 283, 401
F Heidegger, M. x x i i , 280, 281,
528 y sigs.
Fabre, H. 321 Hellpach, Ж 87
Féchner, G. 69, 346, 552 Helmholtz, H. , von 323
Felipe II XXXII Herbatt, J. Fr. 66, 69, 190, 502
Fichte, J. G. 27, 344, 521 Herder, J. G. 27, 68, 122, 268, 387,
Freud, S. XIX, XX, XX III, XXIV, 388, 518, 559
XXVIII, XXIX, XXX, XXXIV, Hering, E. 71, 331, 349, 566, 568
XXXVIII, 77, 78, 90, 100, 103, Hesse, H. 171, 233
114, 115, 116, 175, 176 y sigs., Heyer, R. 559, 560, 561
, 490 y sigs., 541 y sigs., 571, 572, Hipócrates X X v m , x x x , x x x i n ,
574, 578, 581, 584 XXXIV, XXXVII, x x x v iii
Frisch, K. v. 321, 347 Hobbes, Th. 103, 164
Frost, W. 521, 538 Hoeffding 360
Hoffmann, E. Th. A, 506
G Hoffmann, H. F. 79, 495
Holderlin, Fr. 270
Galeno XXX Hombargcr, A. 526
Gallant 422 Hornero 68
Galsworthy, J. 118 Huarte de San Juan XXïv
Galvani, L. 65 Huch, IL 541
Gehlen, A. 31, 104, 106, 399, 400, Hull 426, 427
401, 410, 418 Hume, О. XXVI, 27
Germain XLV Husserl, E. X X III, 37
Gide, A. 123 Huxley, Th. A. 422
Giese, F. 500
Giné y Partagás XXX I
ÍTirseoshon, K. 67
Glaukon 102
J L
Jaensch, E. R. 79, 3 5 7 , 5 31, 532, La Rochefoucauld, F. de XXIV, 102
5 33, 5 3 4 Lafora XLV
James, W. X L i ,’ l 3 6 , 145, 269, Lain Entralgo XXXIV, XLV
399, 400 Lavater, J. К,- 111
Janet, -Ÿ. 373 Le Bon, G. 486
Jaspers, K. 73, 120, 137, 356, 383, Leibniz, G. W. 27, 68, 344, 381,
386, 514, 523, 531, 533 535, 541, 554
Jean Paul 161, 491 Leibrandt, W. XXXiv
Jores, A. XXXVIII Lenau 273
Jost 367 Lersch, Ph. i, xvn, xix, XX/ xxm-
Jung, C G. XXIX, XXXIM, 24, 150, XXVI I, XXXVIII-XLIV, 101
527, 539, 541, 575 y sigs., 584 Lesage XXXII
Lessing, G., R 505
Letamendi, J. de XXX, xxxvm
K Lewb, K. 20, 100, 140, 340/415,
KaJlifclej 102
419, 439, 550
Lichtenbetg, G. C 45, 296, 5Ó6
Kant, I. XL, 54, 66, 69, 10?, 113,
Lindworsky, J. 437, 476
114, 168, 172, 173, 221, 222,
■Lise, V. 374
230, 241, 245, 246, 343, 384,
Ljessfe<yv7, N. 235
385, 444, 459, 487, 528, 544
Lodce, J. XXVI, xxvii
Katz, D. 340, 345
López Ibor, J. J. XLV
Kelier, G. 129, 515 Lotie, H. 187, 405, 561
Kerschensteiner, G. 163 Uavtro SX'v
Kierkegaard, S. 114, 119, 281, 536 Llopis XLV
Klages, L. x v m , x iX , XX, X L iïl,
42, 45, 79, 98, 104, 137, 163,
180, Í 86, 196, 199, 260, 284, M
405, 406, 433, 436, 437, 468, Maquiavelo, N. 103
474, 483, 496, 531, 532, 538, МагЬе, K 391
539, 559, 560, 561, 562, 564, Martín Santos XLV
565, 566, 582 Maudsley, H. 552
Kleist, H. V. 93, 183, 537 McDougall, W. XIX, 100, 1Ô3, J.04,
Klopstock 68 188, 422, 586
Klôtzel 552 Mesmer XXXV, XXXVI
Koffka, E. 20, 316 Messer^ A- 391
'Kohler, W . X X III, 20, 316, 337, Metzger, W. XXII
370, 428 y sigs., 434 Meyrink, G. 60
Kraus, F. XXXVII, 93, 558 Molière XXXII
Krehl XXXVII Mommsen, ТЪ. 162, 494
Kretschmer, E. XXXVIII, 150, 488, Morikè, E. 270j 271, 274
489, 508, 531 Mïiiler, J. 347
Krics, J. V. 19» Murphy, G. 345
Kroh, O. 397, 423, 501
Krueger, F. XXII, XL, 20, 46, 47, N
192, 194, 1^6, 570,; 586
KÜJpe, О. XXV, 391 Nerón. 114
Kunz, H. 452 Nietzsche, F. xxiv, xxxix, 26,
27, 52, 59, 70, 119, ВО, 133, Rodiacker, E. XX, 12, 79, 88, 93,
139, 177, 225, 226, 228, 270, 557, 558
283, 284, 296, 305, 306, 363, Roux, W. 8
436, 437, 443, 466, 484, 506, Ruderi, J. 104, 105
512, 527, 532, 538, 539, 555,
561, 584
NohJ, H. 79, 118 S
NovaJi's 491, 506 Sabuco XXXVII
San Agustín XXIV, 172, 173,
О 227, 362
San Francisco de Asís 306
Ortega у Gasset XX, x l iII, 150
San Juan 388
Otto, R. 190
Sander, F. 335, 336
Santo Tomás XXIV, XXV, XLI
P Sanó, R. I, XXXII
Palàgyi, M. 416, 417, 559, 561, 562, Sartre, J. P. 306
Scheler, М. XX, XXIH , 196,
564, 565, 566
223, 341
Pareto, V. 103
Pascal, В. XXIV, 495 Schilder, P. 416
Pasteur, L. XXX Schiller, Fr. 130
Schjelderup-Ebbe 131
Patrlcfw, I. P. 414, 415, 422
Petermann, B. 400 Schlegel, Fr. 117
Petrarca. XXXI Schneider, K. 137, 556
Pfimder, A. 23, 104, 514, 515 Schnieder, E. 533
Pinci XXXV Schopenhauer, A. XXIV, 14, 27,
Planck, M. 175 99, ЮЗ, 107, 123, 124, 132,
Platón X L ii, 79, 93, 165, 166, 172, 218, 225, 226, 227, 240,
172, 232, 236, 241, 242, 344, 241, 282, 304, 435, 457, 458,
385, 489 502, 584
Plinío el Viejo 166 Schubert, G. H. 491, 506
Plotino 282 Scupin, E u. G. 377, 430
Plutarco 287, 506 Séneca XL
Poincaré, H. 406 Servet, M. XL
Portmann, A. XIX Sganiini, C. 113
Postman, L 345 Shakespeare, W . 68, 269, 275,
466, 467
Sófocles 68
R
Spinoza, B. de 535
Ramsey, G. V. 345 Spranger, E. XXV, XL, 68, 500
Rand, Aya 294 Stendhal 230, 232, 234, 460
Rey, R. XLV Stem, W. 193, 248, 256, 266,
Richter, L. 64 338, 374, 382, 404, 432, 440,
Rieffert, J. B. 48 448, 449
Rof Catballo xlv Stifter, A 263
Roffenstein, G. 553 Siorfer, A. J. x l i i l
Rojas XLV Storm, Th. 205
Romains, J. x x x n Stratton, G. M. 330
Rorschach 382 Strindberg, A, 257
Rosenzweig 179 Stumpf, C. 322
T Vives, L. XXIV
Volfcelt, H. 318, 494
Tertuliano XL Volta 66
Thiele, R. 79, 93
Thorndike, E. L. 426 W
Tieck, L. 491, 506
Tolmàn 427 Wagner, R. 40
Watson, J. В. XXV
Weber, E H. 346
U Weber, Max 134, 407
Uexbüli, J. v. 3, 13, 182, 188, 321, Weizsacker, V. v. XXXvn, x x v i i i ,
339, 340 415, 422
Ulrid 552 Wellek, A. x x n
Urbantschitsch, V. v. 357, 553 Wenrf, A. 386
Wertheimer, M. 20, 316
Wilde, 0 . 113
V Windelband, W. 51, 542
Wittkmver, E. 89
Valenciano XLv
Wundt, W . XVIi, XX II, XXIV, XXV,
Vallejo, A. XLv 20, 27, 67, 101, 195, 196, 364,
Verbeke, G. XXXII 435, 531, 567
Vcsalìo XXXIX
Vetter, A. XX, 587
Z
Vierkandt, A. 223
Virchow, R. XXX Ziehen 435
ÍNDICE DE M A T E R I A S