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MANUAL DE ESTUDIOS LÉSBICOS Y GAY

INTRODUCCIÓN

DIANE RICHARDSON Y STEVEN SEIDMAN

(Traducción: Br. Cynthia Fernández)

El estudio académico de la homosexualidad y la sexualidad en general, ha “tomado


vuelo” en muchas naciones occidentales. Hoy, los estudiantes de muchas naciones
alrededor del mundo tienen la oportunidad de tomar cursos sobre sexualidad, sobre
estudios lésbicos y gays, o sobre la teoría queer.

Los estudios lésbicos y gays han producido un cuerpo de investigación y teorización,


que al presente es demasiado extenso y exhaustivamente especializado. En este tomo
nos proponemos proveer a los lectores de una mirada panorámica del campo. No
pretendemos cubrir todas las áreas posibles de investigación y de teoría. Nuestro
enfoque se orienta francamente hacia la sociología, aunque también los estudios
feministas y culturales, y las perspectivas queer, están fuertemente evidenciadas.

En cada capitulo, los autores se han esforzado en dar una clara visión general del estado
de investigación de un campo en particular, así como de los debates y las posiciones
claves, orientando también hacia posibles futuras líneas de investigación y teorización.

HISTORIA Y TEORÍA
Antes de que fuera desarrollada una sociología de la homosexualidad, había teorías
medico-científicas. Aparecieron inicialmente hace más de un siglo y han logrado una
considerable influencia social. Proponen varias maneras de entender la homosexualidad,
por ejemplo, como una identidad heredada o aprendida, o como una forma de
desviación sexual o de género. Casi todas estas teorías definen al homosexual como una
persona o como un tipo de personalidad, separada del resto. Hacia la mitad del siglo
XX, en muchas naciones anglo-americanas y europeas, estaba bien establecida la idea
de que el homosexual era un tipo de persona anormal o desviada, y peligrosa.

Pero han existido disidentes. Por ejemplo en Inglaterra, Edward Carpenter, que imaginó
a los homosexuales como un tipo de humano, moral y espiritualmente distintivo y
superior. Algo más tarde, el sexólogo Alfred Kinsey impresionó a sus lectores cuando
declaró poder demostrar, basándose en miles de entrevistas, que la homosexualidad es
común entre los americanos. Argumentó que la homosexualidad es más que una
característica fija, sino más bien un deseo humano en general. Sin embargo, en los
Estados Unidos así como en otros lugares, el punto de vista psiquiátrico acerca del
homosexual como un tipo anormal de persona, ha ganado considerable influencia social
durante el periodo de la segunda post guerra.

Los años cincuenta fueron tiempos de mucha discriminación, violencia y acoso hacia la
población homosexual. En respuesta al crecimiento de la visibilización gay, el estado y
otras instituciones buscaron criminalizar y reprimir a la homosexualidad. Los
homosexuales respondieron organizándose para reclamar tolerancia y derechos. Por
ejemplo en los Estados Unidos, “Las hijas de Bilitis” y la “Mattachine Society”
establecieron precedentes en las más importantes ciudades a lo largo de toda la nación.
Lo mismo en Gran Bretaña, emergieron organizaciones como la “Homosexual law
reform society”, fundada en 1958 y algunos años después aquellas organizaciones de
lesbianas con base en Londres, como “Kenric and Minorities Research Group”, que
tenían metas similares a las de las “Las hijas de Billitis”. Sus miembros estaban
básicamente divididos entre dos estrategias políticas. Por un lado, se intentaba
descriminalizar la homosexualidad argumentando que era un desorden psiquiátrico y
que los homosexuales necesitaban tratamiento y no castigo. Por el otro lado, se
intentaba dar un revés al modelo médico, proclamando que los homosexuales son
personas iguales a las heterosexuales. Al mismo tiempo que comienzan a aparecer los
principios de un enfoque sociológico; el homosexual era visto como una minoría social
victimizada.

Un gran cambio en las ideas occidentales de la homosexualidad se dio durante los años
sesenta y setenta. Los movimientos de liberación de mujeres y gays propusieron una
visión de la homosexualidad, como una identidad política y social. Por ejemplo, algunas
lesbianas argumentaban que el hecho de ser lesbiana es en sí mismo un acto político que
reta tanto a la norma heterosexual como a la dominación masculina. Ser lesbiana es
haber elegido un modo de vida alejado de los hombres, donde la mujer se convierte en
el centro de la vida personal y social de cada una.

Los científicos sociales también comenzaron a desarrollar un enfoque social de la


sexualidad. Algunos sociólogos se acercaron a la homosexualidad no como algo normal
o anormal, sino teniendo en consideración el modo en que los homosexuales han creado
sus propias identidades y subculturas dentro de una sociedad hostil. Tanto en los
Estados Unidos como en Inglaterra, la “Teoría del etiquetado” de Howard Becker
(1963), Edwin Schur (1965), y Ken Plummer (1975), y el enfoque de “Guión sexual” de
John Gagnon y William Simon (1973), hacían énfasis en que mientras los individuos
pueden nacer homosexuales o bien desarrollar durante la infancia sentimientos
homosexuales, ellos tienen que aprender a pensar en esos sentimientos como una
identidad y aprender a manejar esa identidad dentro de una sociedad que no es amigable
para con la misma.

A mitad de los años setenta, los escritos sociológicos, a través de las ideas de gays y
feministas contribuyeron a desarrollar una perspectiva sociológica. El significado y el
rol social en sí de la homosexualidad estaría determinado por la forma en que las
personas respondían a la misma. Esta perspectiva social cobró relevancia política al
sugerir que la homosexualidad no era el problema en si, sino que lo era la respuesta
social a la misma como modo de intolerancia y prejuicio.

Hubo sin embargo limites para este desarrollo acerca del entendimiento social de la
homosexualidad. En su mayoría, los sociólogos y los movimientos liberacionistas gay y
de mujeres no cuestionan el porqué la sociedad define a las personas en términos
sexuales y porqué la sexualidad se ha convertido en una identidad. Se asume que
siempre han existido los homosexuales y los heterosexuales, y que sólo varía la
respuesta social en las diferentes sociedades.

Los años ochenta fueron un periodo importante en la agenda gay. En los Estados
Unidos, en Inglaterra, en Dinamarca, Holanda, Francia, Australia y en otros lugares, los
movimientos sociales crearon comunidades de gays y lesbianas. En casi todas las
grandes ciudades se crearon instituciones, organizaciones, clubs, grupos de apoyo; y se
comenzó a ganar peso político. A pesar de contar con una gran oposición, el movimiento
gay fue dando grandes pasos en favor de los derechos y ganando respeto. Este período
de avances políticos y sociales fue testigo del surgimiento de la perspectiva social
construccionista en estudios gay y lésbicos.

A pesar de que los construccionistas aprendieron de los enfoques sociales anteriores,


provenientes de la sociología, de los movimientos feministas y otros; una nueva ola de
pensadores e investigadores fueron aún más allá con este enfoque social de la
homosexualidad. Los construccionistas argumentaban que el sexo era
fundamentalmente social, las categorías modernas de la sexualidad son en general la
homosexualidad y la heterosexualidad, pero también el sistema moderno completo de
tipos sexuales, y las nociones de normalidad y anormalidad en cuánto a la sexualidad,
son hechos sociales e históricos.

En particular las perspectivas construccionistas retaron la noción de que los


homosexuales siempre han existido. Esta idea ya era popular dentro del movimiento
gay. Si los homosexuales siempre hubieran existido, habrían sido considerados como
algo natural y hubieran sido aceptados. En contraste con esto, los construccionistas
decían que si bien los sentimientos o los deseos homosexuales pueden haber existido
desde siempre, los “homosexuales”, vistos como una identidad distintiva, habían
aparecido únicamente en algunas sociedades. El pensador social francés, Michel
Foucault (1980), realizó una poderosa declaración acerca de esta perspectiva.

“Como lo definían los antiguos códigos civiles y canónicos, la sodomía era una
categoría dentro de aquellos actos que estaban prohibidos, el que los perpetrara no era
mas que el sujeto jurídico de esto. El homosexual del siglo diecinueve se convirtió en
un personaje, un pasado, una historia clínica, una forma de vida... Esta composición no
se ve afectada por la sexualidad. Estaba presente en él, en la raíz de todos sus actos...
porque siempre fue un secreto que lo mantenía alejado.”
Eruditos tales como Jeffrey Weeks (1977), Jonathan Katz (1976), Carroll Smith-
Rosenberg (1985) y Randolph Trumbach (1977), propusieron tesis similares acerca de la
construcción del “homosexual”.

Armados con su nuevo enfoque de la sexualidad, los construccionistas buscaron


explicar el origen, el significado social y las formas cambiantes del homosexual
moderno (e.g., D’Emilio, 1983; Faderman, 1981). Los eruditos debatieron acerca de
cuando fue que apareció inicialmente la noción de “homosexual”, cuáles fueron los
factores sociales que contribuyeron a este desarrollo; los diferentes surgimientos
históricos de la categoría ”lesbiana”; que tipos de subculturas o redes habrían sustentado
la identidad homosexual, y como las sociedades han respondido a estos desarrollos.

Los años noventa fueron testigos de enormes cambios en el status social y político de
hombres gay y de lesbianas en muchas naciones occidentales. Tuvo lugar una
integración social sin precedentes que incluyó el derecho al matrimonio en Dinamarca,
Noruega, Suecia y mas recientemente en Holanda. Pero estos cambios no constituían
una constante en la línea del progreso. También hubo un importante contragolpe anti-
gay. En Estados Unidos, las leyes que otorgaban derechos a los homosexuales fueron
reemplazadas por políticas anti-gay basadas en los derechos cristianos, generando una
propagación de la violencia anti-gay. Estos contragolpes, junto con la crisis del HIV,
hacían necesaria una renovación del activismo radical. Sumado a esto, los movimientos
gay y feministas comenzaron a sufrir profundos conflictos en sus internas, tanto a nivel
productivo como de toma de decisiones. En particular, las mujeres, las personas de
color, los bisexuales y las personas transgénero criticaban al movimiento por promover
una agenda muy orientada hacia el hombre blanco, de clase media, poco preocupado por
los derechos y la aceptación social.

En este entorno social donde los gays estaban envueltos en batallas dentro y fuera de los
movimientos gays y feministas, aparece una nueva corriente intelectual y política: la
teoría queer. La teoría queer desafió una idea clave del pensamiento gay y la política: la
noción de que todos los homosexuales comparten un núcleo común de experiencia,
intereses y estilo de vida. Por el contrario, los teóricos queer argumentaban que existen
múltiples maneras de ser gay. Específicamente, la identidad sexual no puede ser
separada de otras identidades tales como la raza, la clase social, la nacionalidad, el
género o la edad. Cualquier definición especifica del homosexual es restrictiva. Por
ejemplo, decir que los homosexuales son iguales a los heterosexuales, o que son
promiscuos, o que juegan con el género (Gender Playful), o que son cursis, aplica para
algunos individuos pero no para otros. Es más, cuando una idea en particular acerca del
ser gay se convierte en la idea dominante o en el ideal, la misma esta devaluando o
excluyendo a aquellos que se desvían de esa idea. Por ejemplo, si leemos gran parte de
las publicaciones occidentales podríamos pensar que la mayoría de los hombres gay
aspiran a un ideal de belleza que incluye el ser musculoso, sin pelo corporal, delgado, de
cabello corto, hábil y calificado, y blanco. Ese ideal devalúa y marginaliza a los
hombres gay que no exhiben esas características.
Acercarse a la idea de identidades múltiples y regulatorias puede significar para los
críticos, el socavamiento de la teoría y las políticas gay, pero para los pensadores queer
y los activistas homosexuales, esto representa nuevas y productivas posibilidades. Lo
queer no desea abandonar la identidad, sino buscar el reconocimiento y la valoración de
los significados múltiples que están ligados al ser gay o lesbiana. Esto fomenta una
cultura y un movimiento en el que muchas voces e intereses sean escuchados, dando
forma a la política y la vida gay. Si bien puede generar un desorden en las políticas gay,
atraerá a mas personas dentro del movimiento, haciendo posible diferentes estrategias
políticas.

Las perspectivas queer también tienen como objetivo cambiar el foco de análisis y la
política, dejando de pensar a los gays como un grupo separado o una minoría. En
cambio, lo queer se centra en un sistema que construye el yo como sexual, asignando
una identidad sexual master como heterosexual o como homosexual a todos los
ciudadanos, regulando la sexualidad de todos en términos de normalidad sexual. El
objetivo de los queers es entonces, ampliar la teoría sexual hacia un estudio crítico y
general de las sexualidades; y expandir la política más allá de las políticas de identidad
hacia un enfoque en las normas y los reglamentos que controlan la sexualidad de todos.
Las políticas queer tratan no tanto de legitimar las identidades sexuales minoritarias,
sino más bien la ampliación de la esfera de la vida sexual y de pareja, liberada del
estado y del control institucional.

IDENTIDAD Y COMUNIDAD
Durante gran parte de este siglo, la homosexualidad fue vista como una condición
natural de base biológica. La gente suele decir que nació heterosexual o homosexual. Se
asumió que los homosexuales han existido a lo largo de la historia, y que a ellos, las
sociedades han respondido de diferentes maneras, algunas medianamente tolerantes,
otras agresivamente hostiles.

Esta perspectiva fue cuestionada por primera vez por la socióloga inglés, Mary
McIntosh (1968). Ella apuntaló a la homosexualidad como un rol social. Se preguntó,
¿Porque algunas sociedades desarrollaron la idea de que la homosexualidad es una
identidad? McIntosh sugirió que algunas sociedades establecen un rol homosexual con
el fin de crear lazos entre lo que es aceptable y lo que no. Definiendo al homosexual
como lo no natural o estigmatizando su identidad, la heterosexualidad es la norma y el
ideal. De los buenos y respetables ciudadanos se espera que sean heterosexuales.

McIntosh sostuvo que mientras muchas sociedades son intolerantes ante la


homosexualidad, sólo algunas sociedades crean una identidad homosexual. No obstante,
ella no investigó dónde, cuándo y cómo se crearon esas identidades homosexuales. Fue
un colega, entre otros, Jeffrey Weeks (1977), quién propuso que fue en la Europa de
finales del siglo XIX que la idea de una identidad homosexual distinta se desarrolló por
primera vez. Weeks enfatizó el rol de las ideas medicas y científicas en la creación del
tipo de persona homosexual. La visión medica del homosexual como un tipo
psicológico anormal ganó gran popularidad a través de los escándalos públicos o de los
juicios, como el de Oscar Wilde en Inglaterra.

Mientras que los dos sociólogos británicos ofrecieron amplios enfoques sociales e
históricos, de la identidad homosexual, otros sociólogos investigaron las dinámicas
microsociales y la formación de identidad. En particular, el “enfoque del etiquetado”
entiende a la identidad sexual como un proceso de aprendizaje construido en la
interacción social. Por ejemplo, Plummer (1975) argumentó que las personas no nacen
homosexuales sino que se vuelven homosexuales. Tienen que aprender a definir su
deseo como signo de una identidad homosexual y a menudo cuentan con el apoyo de
otros homosexuales para aceptar esa identidad y salir del closet. Algunas personas se
vuelven parte de subculturas y movimientos sociales que les brindan un sentido positivo
de identidad y un sentido social de pertenencia, así como una base social para
movilizarse por derechos y respeto.

La sociología de la identidad sexual se ha desarrollado en dos direcciones desde los


años ochenta hasta el presente. Por un lado, ha habido un énfasis en los múltiples tipos
de identidades homosexuales. Los sociólogos y otros señalan que las personas no son
solo heterosexuales o homosexuales, sino que esas identidades sexuales están
moldeadas por factores como el genero, la clase, la raza, y la nacionalidad. Las personas
nunca experimentan el ser gay de una forma general, sino en formas especificas y
variadas, por ejemplo, como una mujer lesbiana blanca, de clase media, o como un
hombre coreano discapacitado. Por lo tanto, las feministas han argumentado que la
experiencia gay se vive diferente siendo un hombre que siendo una mujer, porque
mientras que los hombres son socialmente dominantes, las mujeres en la mayoría de las
sociedades están socialmente subordinadas. Acorde a esto, el ser lesbiana no sólo
significa desear a las mujeres sino también (usualmente) vivir independientemente de
los hombres. Ser lesbiana entonces, desafía al orden social masculino dominante, de una
manera diferente a la del hombre gay. Esta perspectiva sugiere una sociología de las
identidades homosexuales que ve la vida gay como parte de las dinámicas sociales de
clase, raza, genero, nacionalidad y así sucesivamente.

Por otro lado, los enfoques queer enfatizan el carácter fluido y perfomativo de las
identidades. Las identidades no se aprenden y luego se fijan. Mas bien, las identidades
se producen a través de comportamientos que proyectan esa identidad en particular. El
punto clave aquí es que las acciones producen una noción de identidad sexual, mas que
un entendimiento del comportamiento como expresión de una identidad psicológica
central. Por ejemplo, las lesbianas pueden dar señales de ser gay por las cosas que dicen,
por el modo en que miran a las mujeres, vistiendo ciertas ropas o usando cierto tipo de
palabras que son socialmente reconocidas como indicadoras de identidad lésbica.
Aunque muchos de nosotros podríamos pensar que estas prácticas expresan una
identidad central, los queers argumentan que ellos proyectan una identidad que es
tomada como núcleo psicológico.
Las identidades homosexuales son producto del ambiente social. Las personas no nacen
homosexuales, ni tampoco van tomando conciencia naturalmente de que esto es lo que
son. En su lugar, deben aprender a pensarse a si mismos como un homosexual. Lo que
hagan y como lo hagan depende del ambiente social.

Al principio, la noción de identidad homosexual fue creada por las ideas medico-
científicas. Como vimos, el homosexual era definido como un tipo de humano inferior y
anormal. Gradualmente, estas ideas fueron aceptadas por otras instituciones sociales
como el sistema criminal de justicia y el gobierno. Los homosexuales sin embargo,
simplemente no aceptaron esa identidad estigmatizante. Resistieron y retaron al modelo
medico, por ejemplo, reafirmando su identidad como normal, natural o buena. Los
homosexuales han intentado cambiar su estatus legal y social para alguna vez cambiar la
sociedad en si.

Los sociólogos insisten en que para que las personas puedan desafiar las identidades
estigmatizadas, necesitan apoyo social. Aunque las personas gay y lesbianas han sido a
menudo aisladas, igualmente han formado redes sociales y comunidades.

En la primera parte del siglo XX, las lesbianas y gays dependían sobre todo de las redes
informales de amistad. Sin embargo, e incluso luego de los movimientos de los años
setenta, había bares, baños, casas de fiestas, clubs, bailes y áreas de “ligue”, donde las
personas se relacionaban y desarrollaban sentimientos por la comunidad. En muchos
casos, estos lugares mezclaban personas heterosexuales y personas gay. Por ejemplo,
Chauncey (1994) documentó en los tempranos años noventa, el mundo gay en la ciudad
de Nueva York, donde los heterosexuales y homosexuales, en términos de “hombre
normal” y de “hadas” se mezclaban regularmente, en restaurantes, bares clandestinos y
bares en general. En Harlem, las fiestas rentadas generaban ocasiones para que la gente
gay se conociera y festejara. Estas redes sociales hicieron posible para las personas,
mostrar identidades positivas, encontrar compañeros y apoyo social.

En el periodo post guerra, estas formaciones sociales informales se tornaron


sólidamente institucionalizadas. A lo largo de los años cincuenta y sesenta, en muchas
naciones europeas y anglo americanas, había organizaciones sociales e instituciones
tales como bares y clubs que eran frecuentados por la gente gay. Por ejemplo, los
historiadores han documentado el desarrollo de una cultura de clase trabajadora de
lesbianas que se hizo pública en muchas ciudades americanas y que estaban organizadas
en torno a roles de “butcher” (más masculino) o de “femme” (más femenino). Por
supuesto que fue precisamente por este carácter publico de gays y lesbianas que se han
convertido en blancos fáciles para el maltrato y el arresto en ocasiones.

El gran avance de la evolución de las comunidades gay, acompañó el despegue de los


movimientos gay y lésbicos en los años setenta y ochenta. Un movimiento nacional por
los derechos gay y por la liberación, estimuló un periodo de remarcada construcción de
comunidad. En pequeñas y grandes ciudades a lo largo de naciones como Los Estados
Unidos, Inglaterra, Australia, Holanda, Dinamarca y Francia; los centros comunitarios
gay y de lesbianas, los bares, los clubes sociales y las organizaciones políticas, se
volvieron un lugar común. La institucionalización de las subculturas gay, transformó el
“ser gay” en una profunda identidad social, indicando que no solo es un deseo
individual, sino que es el ser parte de un mundo social complejo y denso, de
instituciones, organizaciones y acontecimientos políticos y sociales.

Las instituciones gay fueron formadas inicialmente como refugios seguros ante un
mundo hostil. Proveían de un sentido positivo de la identidad y de comunidad. Se
podían encontrar exclusivamente en los grandes centros urbanos. La participación en
subculturas gay, a menudo significaba un fuerte sentimiento de aislamiento de la
corriente social principal.

El rol de la comunidad gay ha cambiado en algunas cosas. Las personas gay han ganado
en derechos y logrado una considerable integración social, debiéndose destacar dos
desarrollos. Primero, más y más personas eligen hoy en día participar en esas
subculturas gay ya menos por razones de escape a la desaprobación social, y más
porque afirman la identidad propia y porque proporcionan una forma de vida deseable.
Las áreas urbanas grandes como Londres, Ámsterdam, Nueva York, San Francisco,
Sídney o Copenhague son espacios sociales altamente tolerantes y sexualmente
integrados, que permiten a las personas organizar su vida personal y social de una
manera enriquecedora, en torno al “ser gay”.

Segundo, ya no es posible pensar a la comunidad gay urbana como el corazón y alma


del modelo gay de vida comunitaria. Las redes e instituciones gay pueden ser
encontradas en cada ciudad, pequeña o grande, y en muchos suburbios. Es más, hay
multiplicidad de tipos de comunidades, desde las orientadas hacia lo político; hasta los
clubes sociales organizados en torno a un interés especifico como la religión, al arte, las
preferencias sexuales o la edad, creando densas redes sociales sustentadas en la amistad
y en los eventos sociales.

INSTITUCIONES
En las sociedades occidentales contemporáneas, la sexualidad es entendida como un
asunto personal y privado, vinculado al cuerpo, a lo individual y los conceptos de lo
natural. Ciertamente, a menudo el sexo es tratado como si tuviera cierta cualidad
misteriosa que abarca los deseos, sentimientos y motivos que no podemos explicar
fácilmente, un área de nuestras vidas que de algún modo mantenemos apartada de la
esfera pública y del funcionamiento de la sociedad. Por supuesto que existen muchos
enfoques teóricos acerca de la sexualidad, desde el continuo esencialismo-
construccionismo (Fuss, 1990). Un punto de vista en común que se desarrolló a fines
del siglo diecinueve y con profunda influencia durante el siglo veinte, es que el sexo es
determinado por la biología y no por la sociedad.

Las teorías que buscan establecer explicaciones para nuestras prácticas sexuales,
relaciones y identidades, desde lo biológico o natural, generalmente hacen referencia al
esencialismo, y asumen que la sexualidad es fundamentalmente pre-social. El sexo es
entendido en términos de un poderoso instinto o estimulo que se asume es más poderoso
en hombres que en mujeres, y que es producto de nuestra constitución biológica como
seres humanos. En este modelo la sexualidad aparece como separada de la sociedad y de
lo social.

Al aceptar esta división entre sexo/sociedad, muchos teóricos han asumido que el sexo
no solo es pre-social sino que también es antisocial. El sexo es definido como una
energía natural o una fuerza situada afuera y en oposición a la sociedad, y que necesita
ser mantenido bajo control para mantener el control social. La teoría represiva asume
que la sociedad moderna depende de un alto nivel de represión sexual. Aquí las
instituciones sociales se encuentran asociadas a la represión y el control sobre la vida
sexual de las personas y mas importante aún hacen depender su propia existencia de la
represión sexual.

De hecho, la liberación de la energía sexual de tales restricciones, podría según su


hipótesis, destruir la civilización moderna y las instituciones sociales que la fundaron.
Por esta razón, algunos escritores creían que la sexualidad tenia el poder de transformar
la sociedad. Los escritores liberacionistas como Marcuse (1970) y Reich (1962), por
ejemplo, basándose en el marxismo y en el trabajo del psicoanálisis freudiano,
argumentaban la necesidad de una mayor libertad sexual y de expresión como pre-
requisito para la reforma social radical.

Estas suposiciones tradicionales acerca de la sexualidad, que tienen sus raíces en la


sociología, la antropología, el psicoanálisis y anteriores investigaciones médicas acerca
del sexo, nos ayudan a empezar a entender como pensar la sexualidad en relación a las
instituciones sociales. ¿Cómo y en que modo nuestras vidas sexuales son “controladas”
y “reguladas”? ¿Cuáles son las instituciones que claves en la formación de sexualidades
en la sociedad contemporánea?

Se han realizado una gran cantidad de estudios gay y lésbicos acerca de la regulación
social de la sexualidad y como ésta varía cuando cambia el rol del estado, el significado
de la religión y la ley, la educación, la salud y las políticas de bienestar, etc. Por otro
lado, la idea de que la sociedad controla la sexualidad a través de la represión ha sido
reemplazada por el punto de vista Foucaultiano de que la sexualidad está regulada no
por la represión, sino producida socialmente a través de su definición y categorización.
Uno de los temas claves que emergen de tal trabajo, es la naturaleza cambiante del
control estatal e institucional. Como Foucault (1980), Weeks (1990) y otros han
documentado, desde el siglo XIX ha habido una serie de cambios importantes en el
impacto que diversas instituciones sociales tienen sobre la vida sexual de las personas.
La importancia cada vez menor de la religión como voz autorizada para hablar sobre la
sexualidad, así como la medicina y los enfoques científicos sobre la sexualidad que se
convirtieron en el discurso dominante, junto con la creciente secularización de la
sociedad, ha reflejado un alejamiento de la regulación moral de la sexualidad
organizada a través de la religión para el control social, siendo ejercida cada vez más a
través de la medicina, la educación, y la política social.
Adicionalmente a los análisis que se centran en el rol de las instituciones sociales en la
producción y regulación de las sexualidades, algunos estudios gay y lésbicos se han
hecho la misma pregunta pero al revés. ¿Cómo lo que asumimos acerca de la
sexualidad, informa y constituye a las instituciones sociales, así como nuestras nociones
acerca del “mundo social”?. Esto representa un desarrollo significante. Aunque los
estudios gay y lésbicos continúen desarrollando las nociones existentes acerca de la
sexualidad y el genero, así como documentando la vida y las luchas políticas de gays y
lesbianas; existe un creciente interés por las implicaciones más amplias de este tipo de
intervenciones. Por ejemplo, el simple cambio de preguntarse como el Estado trata a los
gays y lesbianas, a preguntarse como los conceptos acerca del Estado están basados en
suposiciones acerca de la sexualidad. El principal proyecto según autores como Warner
(1993), es el llevar mas hacia lo queer a las teorías existentes, en vez de producir teorías
acerca de lo queer, En este punto, Eve Sedgwick propone:

“Muchos de los principales modos de pensamiento y de conocimiento de la cultura


occidental en el siglo XX, están estructurados como un todo, por una crónica endémica
de la actual crisis de la definición de lo homo/heterosexual... el entendimiento de
cualquier aspecto de la cultura moderna occidental, está no solo incompleto sino
dañado en su sustancia central, en la medida en que no incorpora un análisis critico de
la definición moderna de lo homo/heterosexual”. (1990.1)

Esta nueva oleada de estudios gay se superpone con el anterior trabajo feminista de la
construcción de la heterosexualidad como lo naturalizado y lo normativo (Richardson,
1996, 2000ª). En sus trabajos innovadores, escritoras como Adrianne Rich (1980) y
Monique Wittig (1979) analizan la heterosexualidad como una institución social,
diferenciada de la identidad y la práctica. El matrimonio, con su comprensión especifica
de los distintos roles para hombres y mujeres, es el modelo institucionalizado de lo
“aceptable” en sexualidad, necesario para la cohesión social y la estabilidad, así como
para la inclusión social de las personas como individuos con plenos derechos de
ciudadanía.

Aunque los paralelismos y las interconexiones entre la teoría feminista y la teoría queer
no siempre son lo suficientemente reconocidos, en ambos casos, la sexualidad
específicamente definida como la relación binaria entre heterosexualidad y
homosexualidad, se conceptualiza como codificada por un amplio rango de prácticas e
instituciones sociales. El énfasis está puesto en la relación entre la sexualidad y la teoría
social, en repensar lo social y preguntarse que pasa con los marcos conceptuales si se
desafían los supuestos heteronormativos. ¿Como podrían estos estudios lésbicos y gay,
feministas y queers, trasmitirnos conocimiento acerca de por ejemplo, la salud,
educación, la religión organizada, la ley, el análisis del mercado laboral o la economía
política?

Los estudios lésbicos y gay han contribuido al entendimiento de la regulación social y


de los significados subjetivos de la sexualidad producidos a través de instituciones
sociales y de prácticas culturales tales como, por ejemplo, la ley y la religión, los
medios y la educación. Mas recientemente se han aventurado incluso a áreas que
normalmente no están conectadas con la sexualidad, en un intento de repensar “lo
social”. Parte del problema de realizar ese tipo de trabajo, es la tendencia a asumir que
conocemos lo que significan conceptos tales como “social” y “sexual”. Como hemos
señalado, tradicionalmente estos conceptos han sido teorizados en esferas separadas
pero relacionadas. Esto no es sorprendente. Después de todo, las leyes, la política social,
la economía, todas están constituidas como pertenecientes a la arena pública, mientras
que la sexualidad ha sido asociada tradicionalmente con lo privado. Y a pesar de las
criticas de los escritores feministas en particular, lo público y lo privado sigue siendo
pensado como dicotomía. Es esta articulación de nuevos modos de pensar la sexualidad,
y la interrelación con las prácticas y las instituciones sociales, una de las mas
interesantes áreas para el futuro desarrollo de estudios gay y lésbicos.

POLÍTICA
En la ultima mitad de siglo las lesbianas y los hombres gay han formado grupos y
organizaciones que implícita o explícitamente han sido una base para la acción y el
compromiso político. Después de la segunda guerra mundial, en Europa y en los
Estados Unidos, se formaron una serie de organizaciones homófilas en centros urbanos
tales como Los Ángeles, San Francisco y Londres. En general estas organizaciones eran
conservadoras en sus demandas y moderadas en sus perspectivas, abarcando estrategias
de un grupo minoritario buscando la tolerancia de una mayoría heterosexual. A finales
de los años sesenta, sin embargo, todo esto iba a cambiar. La aceptación liberal de la
sociedad en general y las reformas sociales y legales, buscadas en su mayoría por
activistas lesbianas y gays una década atrás, fueron reemplazadas por una militante y
mas radical voz lésbica y gay, que era altamente mas critica con la sociedad en general y
con el modo en que gays y lesbianas son tratados en particular. Y el lenguaje que
hablaban era el de la liberación, la revolución, la organización política y la
movilización.

En los noventa, una nueva perspectiva queer de la sexualidad y de las políticas sexuales
emergió, haciéndose eco de muchas de las preocupaciones de los liberacionistas gay, de
lesbianas y feministas anteriores a ésta.

Las políticas queer pretenden ser transgresoras de las normas sociales de la


heteronormatividad. No se trata de la búsqueda de la inclusión social pero tampoco
significa querer mantenerse en los márgenes. Lo que los queers buscan es impugnar las
maneras en que el código binario hetero/homo sirve para definir a la heterosexualidad
como en el centro, y donde la homosexualidad esta posicionada como el “otro”
marginalizado que reclama su lugar. De este modo, la noción de “diferencia” sexual es
interrumpida ya que dónde no hay un centro nadie puede ser definido como diferente.

Curiosamente, junto con el desarrollo de lo Queer se ha producido un giro reformista de


la políticas y de las agendas, y un surgimiento de lo que algunos denominan
“conservadurismo gay”, tanto en los Estados Unidos como en el Reino Unido. Libros
como “A Place at the table” de Bruce Bawer (1993), y “Virtually normal” de Andrew
Sullivan (1996), por ejemplo, articulan una agenda gay (predominantemente masculina)
que tiene como objetivos la des-radicalización de las perspectivas políticas acerca de la
homosexualidad, argumentando a favor de la asimilación de la centralidad que ocupan
de manera perdurable el matrimonio y los “valores familiares” en la sociedad en
general. Se demanda la aceptación de la diversidad sexual, en lugar de un
cuestionamiento más fundamental de las condiciones sociales que producen divisiones
sexuales y de género.

El concepto de ciudadanía, junto con cuestiones acerca de la exclusión y la pertenencia


social, también resurgieron durante los años noventa como una de las áreas clave de
debate del discurso político y de las ciencias sociales. Este foco en la ciudadanía se ha
reflejado en el lenguaje político y en los objetivos de los movimientos sociales
relacionados con la sexualidad. Esto ha sido mas obvio en Estados Unidos, donde los
enfoques de “igualdad de derechos” habían dominado las políticas de lesbianas y gays,
convirtiéndose cada vez más en la “historia principal” en el Reino Unido y en el resto de
Europa.

En los años noventa las nociones de igualdad se amplían para abarcar no sólo a los
derechos de los individuos (identidad y derechos relacionados con la conducta), sino
también los derechos y reclamos de las unidades familiares y en cuánto a las relaciones
íntimas, como el reconocimiento de la vida conyugal, el matrimonio, los derechos
parentales incluyendo el acceso a la adopción, y el fomento de los derechos de custodia.
Pero a pesar de este cambio es importante reconocer que las demandas por los derechos
individuales no han desaparecido; y que campañas como por ejemplo, la de la edad
desigual de consentimiento, los derechos laborales, los gays en el ejército, y los delitos
de odio, continúan reflejando una preocupación por las cuestiones de conducta y de
identidad (Richardson, 2000b).

Estos movimientos orientados hacia una política de la ciudadanía, ambos en términos de


demandas de derechos civiles y de consumidores, representa un cambio significativo en
el sentido y el foco de las políticas sexuales. Esto refleja una agenda política alejada de
las políticas queer de los noventa así como de los movimientos gay y de mujeres que
florecieron a fines de los años sesenta y durante los años setenta, con sus demandas de
cambio social radical. El objetivo político de estos movimientos no era ser asimilados ni
tampoco buscaban reformar el orden social/sexual existente, sino que buscaban
desafiarlo y transformarlo.

Jhon D’Emilio (2000), reflexionando acerca de estos cambios en los movimientos de


lesbianas y gays, de los últimos cincuenta años, caracteriza este cambio como un
desplazamiento desde una perspectiva definida por la frase “aquí estamos”, hacia un
activismo de la familia, la escuela y el trabajo, que presenta una demanda diferente:
“nosotros lo queremos”. Desde esta perspectiva, la igualdad implica “igualar
compensando” dentro de un modelo multicultural de la diferencia sexual.

De acuerdo a D’Emilio, este proceso: “Una mejor previsión del futuro no es aquella a
la que se llega haciendo énfasis en el salir del closet y en la construcción de una
comunidad. El acceso a la igualdad dentro de las estructuras clave de la vida
americana requerirá como prioridad el ganar aliados... En cuánto a la construcción de
comunidad, puede funcionar en contra del éxito en otras áreas. La construcción de
comunidad fácilmente se convierte en insular y separatista. Puede incluso sin
intención, fomentar aislamiento y marginación en contra del imperativo de
participación política, en particular aquel que requiere del apoyo de una comunidad
exterior a la de uno”. (2000:50)

La epidemia del Sida ha sido importante en este cambio en las políticas gay, poniendo
en relieve la falta de reconocimiento legal de las relaciones no heterosexuales, con
consecuencias en cuánto al acceso a pensiones, la vivienda, la herencia y otros derechos,
así como también la necesidad de asistencia en salud y asistencia social con servicios
que acepten y sean apropiados para las relaciones gay y lésbicas. Otras preocupaciones
especificas han también realimentado este replanteamiento de las luchas gay y de
lesbianas, como por ejemplo, “Sección 28” con el que Weeks (1991) discute, moviliza y
politiza a muchas comunidades heterosexuales, especialmente en su intento de excluir a
gays y lesbianas de lo que se cree que constituye “una familia”.

Por el otro lado es entendible porque “la familia” y “los derechos conyugales” son
importantes para las lesbianas y los hombres gay en su búsqueda de la ciudadanía, en
tanto que hay muchas consecuencias materiales como el acceso a la vivienda, la
atención en salud, los derechos parentales, los impuestos, los derechos de herencia, etc.
De todos modos, esto genera una pregunta aún mayor, en términos de mayores
implicaciones de tales tendencias, en particular de la teoría lesbo/feminista y las
políticas que han desarrollado fuertes criticas acerca de la heterosexualidad, el
matrimonio y la familia. (Aunque en este caso, las feministas han utilizado el lenguaje
de la ciudadanía; empleando un lenguaje de derechos en demandas por
autodeterminación sexual y reproductiva, por ejemplo). En efecto, estamos asistiendo a
un proceso de normalización, de gentrificación de los “otros” sexuales. ¿Que mejor
manera de normalizar a las lesbianas y a los hombres gay que a través del matrimonio y
de la vida en familia? El movimiento se produce hacia la creación de sexualidades gay y
lésbicas respetables, en vez de crear un ser gay inmoral o no respetable.
En este nuevo trato, en el cual las demandas están centradas en el reconocimiento
publico de las relaciones gay y lésbicas, y de las identidades, tal vez podemos
preguntarnos si no son este el tipo de obligaciones concomitantes con el reconocimiento
de tales derechos por los Estados o Supra-Estados. ¿Cual es el “acuerdo” en el que se
basan los estados liberales modernos? Martha Nussbaum, escribiendo acerca del sexo y
de la justicia social nos proporciona un poco de luz:

“La negación de derechos de matrimonio a parejas del mismo sexo tiene consecuencias
sociales indeseables... si los gay no pueden casarse legalmente, sus esfuerzos por llevar
adelante relaciones estables y comprometidas se disipan, tornando como positiva
aquella vida ligada a la promiscuidad y al no compromiso. Así, una forma de
discriminación que tiene sus raíces en un estereotipo puede hacer que este estereotipo
se convierta en algo real. Pero este estado de las cosas es irracional: La sociedad tiene
fuertes motivos para fomentar la formación de unidades domésticas estables, tanto de
parejas heterosexuales como de parejas homosexuales”. (1992: 202)

Podría decirse que existe una convergencia entre lo que pasa con las políticas gay y las
practicas estatales, en relación a los intentos de mantener y estabilizar la sexualidad
como un principio organizador de la vida social. Aun quedan resabios de una tensión en
las sociedades occidentales liberales, las cuáles se están volviendo cada vez más
plurales y diversas, realizando un gran énfasis en el individualismo, en la aceptación de
la diferencia y de los derechos individuales, y al mismo tiempo, en defensa de la
heterosexualidad como el modelo institucionalizado de relaciones sexuales. Esta tensión
ha existido claramente tanto en la administración de Clinton en Estados Unidos, como
en el gobierno de Blair en el Reino Unido. En este ultimo caso por ejemplo, hemos
atestiguado este acto de equilibrio jugado por el gobierno como una nueva inclinación
para impulsar la igualdad en la edad de consentimiento y que al mismo tiempo se ha
arrepentido de su promesa de retirar la infame “sección 28” de los libros de estatuto.

Como parte de este proceso para obtener acceso a las nuevas formas de estatus de
ciudadanía, también debemos reconocer que estamos constituyendo ciertos tipos de
ciudadano sexual, definido como el “buen” y el “mal” ciudadano. ¿Quién es el buen
ciudadano sexual? Las “buenas relaciones” están definidas en términos de énfasis de la
monogamia, el compromiso y la convivencia en pareja. Los derechos continúan
asociados a tal relación. ¿Cuáles son entonces las implicaciones para quienes son
críticos con las normas de género heterosexuales que sustentan ciudadanía?

Estos debates sobre los reclamos por mas ciudadanía, representan las luchas sobre el
significado de la sexualidad. Esto no es un simple caso acerca de si somos capaces de
alcanzar un acuerdo sobre reivindicaciones de derechos particulares o no, aunque esos
debates puedan ser polémicos, los modelos de ciudadanía que opera y los argumentos
teóricos propuestos para ellos, son compatibles con el tipo de marcos que han sido
utilizados por gays, feministas, lesbianas y queers en el desarrollo de políticas de género
y de sexualidad. Para ilustrar más aún este punto, debemos considerar los cambios
recientes que se enfocan en los derechos basados en la vida conyugal, reclamados por
movimientos gay y lésbicos, así como por los grupos de campañas, ambos en Estados
Unidos y Europa. Una serie de escritoras feministas, como por ejemplo, Christine
Delphy (1996), han argumentado que este tipo de modelo de ciudadanía refuerza tanto
al atractivo como la necesidad de la vida sexual en pareja, privilegiándola sobre otras
formas de relacionamiento, como base de muchos tipos de derechos. Más aún,
representa la integración de las lesbianas y los hombres gay a un sistema de derechos de
parejas, fundado originalmente en las normas de heterosexualidad y de género.

El proceso de organización en torno a identidades como lesbianas y gays también a


provocado un gran debate acerca de la identidad como base de acción política.
Destacando la importancia del “salir del closet” por ejemplo, los movimientos de
liberación gay y lésbica en los años setenta, corrían el riesgo de aceptar en apariencia
una comprensión de la sexualidad como un aspecto esencial de uno mismo, así como la
idea de una identidad común y compartida. En los años ochenta, debates similares
causaron estragos dentro del feminismo, acerca de la posibilidad de algún tipo de uso
colectivo del termino “mujer”, con fines políticos. La pregunta en este caso es si la
categoría mujer puede usarse como un concepto unificador y unificado.

Aunque tanto las políticas feministas como las de gays y lesbianas han criticado al
esencialismo, algunas intervenciones gay en la política usan ideas esencialistas
estratégicamente, con lesbianas y gays conceptualizados como una minoría legitimada,
con estatus étnico e identidad propia (Epstein, 1992). Esta estrategia se ha desplegado
en los Estados Unidos donde han sido muy controversiales los paralelismos realizados
entre los objetivos y las estrategias políticas basados en la raza, siendo usados también
en el Reino Unido en una variedad de campañas. Algunos críticos argumentan que el
uso táctico del esencialismo solo determina el detrimento de los objetivos generales para
el logro de la igualdad social de gays y lesbianas (Rahman, 2000: 122).

Lo que se requiere en cambio es la afirmación del despliegue de las identidades políticas


como significantes necesarios de los sujetos políticos, un lugar desde el cual articular las
preocupaciones sociales y materiales, en lugar de una expresión del yo sexual
esencialista, que defina a las lesbianas y gays como un grupo “étnico”. Recientemente,
la discusión acerca de si las identidades gays y lesbianas se re-esencializan a través de
las luchas políticas ha cobrado ímpetu en los conocimientos postmodernos acerca de la
identidad, donde el énfasis esta puesto en la fluidez y en la performatividad (Butler,
1990, 1997).

Los derechos no existen en la naturaleza, son producto de las relaciones sociales y de las
circunstancias históricas cambiantes. En el clima social presente, somos testigos de cada
vez más derechos basados en argumentos que conciernen a las prácticas sexuales, las
identidades y las relaciones. Así como luchamos por mantenernos al día con un
concepto de derechos sexuales que evoluciona rápidamente, también debemos
responder extendiendo y desarrollando marcos para comprender el discurso de los
derechos sexuales.

También necesitamos reconocer las amplias implicaciones sociales de tales cambios.


Aunque se trata de un concepto con varios significados (Lister, 1997), la ciudadanía se
asocia a menudo con la membresía al estado nación. Claramente, las estrategias
políticas usadas en las demandas de derechos, hechos por los movimientos gay y de
lesbianas, están moldeados por los contextos locales nacionales. Sin embargo, con los
cambios políticos y sociales que han conducido a la globalización, viene la afirmación
de que hemos experimentado un proceso de globalización de la identidad gay y de las
políticas que han llevado a la exportación de las definiciones occidentales de identidad
y de practica sexual, así como las agendas de derechos homosexuales, alrededor del
mundo. Las implicaciones de esta ciudadanía sexual globalizada, que algunos críticos
definen como una forma cultural y sexual de imperialismo, es un tema central para los
estudios gay y lésbicos del futuro. Como autores tales como por ejemplo, Dennis
Altman (1996 y en este volumen) y Carl Stychin (1998), han notado que debemos
considerar hasta que punto las políticas lésbicas y gay, desarrolladas en Estados Unidos,
pueden ser desplegadas con éxito en otros lugares.

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