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Derecho Administrativo II
DERECHO ADMINISTRATIVO II
Gobierno y de los Consejos de Gobierno de las CCAA, por muy políticos que sean, por muy amplia
que sea la discrecionalidad gubernamental, el control jurisdiccional siempre será posible "sobre los
derechos fundamentales, los elementos reglados del acto y la determinación de las indemnizaciones
procedentes”.
De una parte sigue existiendo el acto político puro (que no afecta a derechos fundamentales ni debe
adecuarse a elementos reglados ni da origen a responsabilidad patrimonial del Estado), pero al
tiempo se reconoce la existencia del acto cuasi-político (aquel que, conforme a la legislación, está
limitado por cualesquiera de estas circunstancias que sí son enjuiciables por la Jurisdicción
Contenciosa-Administrativa).
Actos que no causan estado son aquellos que no expresan de manera definitiva la voluntad de la
organización administrativa en que se producen, porque contra los mismos puede y debe
interponerse un recurso ante el superior jerárquico del órgano que los dictó, antes de acudir a la vía
judicial. No agotan la vía administrativa. Pues bien, según la Ley 39/2015 del Procedimiento
Administrativo Común de las Administraciones Públicas (LPACAP) ponen fin a la vía
administrativa y por consiguiente, causan estado, pudiendo ser judicialmente impugnados:
1º Las resoluciones de los recursos de alzada;
2º Las resoluciones dictadas por órganos colegiados o comisiones específicas no sometidas a
instrucciones jerárquicas, dictadas en sustitución del recurso de alzada en procedimientos de
impugnación, reclamación, conciliación, mediación o arbitraje.
3º Las resoluciones de los órganos administrativos que carezcan de superior jerárquico,
salvo que una ley establezca lo contrario.
4º Las demás resoluciones de órganos administrativos cuando una disposición legal o
reglamentaria así lo establezca;
5º Los acuerdos, pactos, convenios o contratos que tengan la consideración de finalizadores
del procedimiento.
En la Administración local causan estado:
1º Los actos del Pleno, Alcaldes o Presidentes y las Comisiones de Gobierno, salvo en los
casos excepcionales en que una ley sectorial requiere la aprobación ulterior de la Administración del
Estado o de la CCAA, o cuando actúen por delegación de un ente superior .
2º Los actos de autoridades y órganos inferiores, cuando resuelvan por delegación del
Alcalde, del Presidente o de otro órgano cuyas resoluciones pongan fin a la vía administrativa.
El medio normal de conseguir la recurribilidad de un acto que no causa estado es agotar la vía
administrativa, interponiendo contra el mismo el correspondiente recurso de alzada. Según la
LPACAP, basta con interponer un solo recurso de alzada para agotar la vía administrativa y para que
el acto cause estado.
Actos firmes o consentidos son actos que, al margen de que hayan o no causado estado, se
consideran manifestaciones indiscutibles de la voluntad de un órgano administrativo porque su
recurribilidad resulta vetada por el transcurso de los plazos establecidos para su impugnación sin
que la persona legitimada por ello haya interpuesto el correspondiente recurso administrativo o
jurisdiccional. A ellos se refiere la Ley de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, al decir que
no se admitirá el recurso contencioso administrativo contra los actos que sean reproducción de otros
anteriores que sean definitivos y firmes y los confirmatorios de acuerdos consentidos por no haber
sido recurridos en tiempo y forma. En el ajuste del concepto del acto firme el TS exige que el acto
sea declaratorio de derechos, y que el interesado haya prestado su consentimiento.
El concepto y función del acto consentido no impide la acción de nulidad que, en cualquier tiempo,
puede ejercitarse contra los actos nulos de pleno derecho, es decir, el interesado puede reabrir el
debate judicial mediante una petición de revisión de oficio, cuya denegación por la administración
autora del acto podrá, en su caso, impugnar ante la Jurisdicción Contencioso-Administrativa.
Actos reproductorios y confirmatorios son aquellos que reiteran, por reproducción o confirmación,
otros anteriores firmes y consentidos. Si se prohíbe su impugnación es para evitar que, a través de
una nueva petición y su denegación por la Administración, se reabra un debate judicial sobre lo que
ya ha sido definitivamente resuelto en vía administrativa o judicial.
El acto confirmatorio no debe recoger ninguna novedad respecto del anterior, del que constituye una
mera reproducción o simplemente su formal confirmación, debiendo rechazarse la excepción de
inadmisibilidad cuando respecto al anterior es diverso:
• El órgano, o los recurrentes.
• Los objetos sobre que versa con la introducción de un elemento nuevo.
• Se da disparidad de pretensiones.
• Son diversas la “causa petendi” o los fundamentos legales aducidos.
• Se produce un cambio en el ordenamiento jurídico aplicable
• O en la situación fáctica en la que se basa.
El TS admite el recurso contra:
• Reglamentos y actos de aplicación singularizada y reiterada de éstos.
• Actos de interpretación de otros anteriores que supongan una adaptación a las circunstancias
nuevas.
• Actos nulos de pleno derecho siempre impugnables, no obstante el transcurso del tiempo.
• Actos que reiteran o confirman otros que o no han sido notificados o lo fueron de forma
defectuosa.
Transcurrido ese plazo sin resolver de forma expresa se origina el acto presunto, de forma que la
solicitud puede entenderse estimada o desestimada por silencio administrativo. La regla general en
los procedimientos iniciados a instancia del interesado es el silencio positivo. Por excepción se
entiende negativo y la pretensión desestimada, en los siguientes casos:
• Cuando una norma con rango de ley o norma de Derecho comunitario europeo establezca lo
contrario.
• En los procedimientos de ejercicio de derecho de petición a que se refiere el art. 29 CE,
aquellos cuya estimación tuviera como consecuencia que se transfieran al solicitante o a
terceros facultades relativas al dominio público o al servicio público, así como los
procedimientos de impugnación de actos y disposiciones, en los que el silencio tendrá efecto
desestimatorio. No obstante, cuando el recurso se haya interpuesto contra la desestimación por
silencio administrativo de una solicitud por el transcurso del plazo, se entenderá estimado el
mismo si, llegado el plazo de resolución, el órgano administrativo competente no dictase
resolución expresa sobre el mismo.
En nuestro Derecho, la estimación por silencio administrativo, tiene a todos los efectos la
consideración de un acto administrativo finalizador del procedimiento. Por el contrario, la
desestimación por silencio administrativo tiene los solos efectos de permitir a los interesados la
interposición del recurso administrativo o contencioso-administrativo.
Los actos administrativos producidos por silencio administrativo se podrán hacer valer tanto ante la
Administración como ante cualquier persona física o jurídica, pública o privada. Los mismos
producen efectos desde el vencimiento del plazo máximo en el que debe dictarse y notificarse la
resolución expresa sin que la misma se haya producido, y su existencia puede ser acreditada por
cualquier medio de prueba admitido en Derecho, incluido el certificado acreditativo del silencio
producido que pudiera solicitarse del órgano competente para resolver. Solicitado el certificado, éste
deberá emitirse en el plazo máximo de 15 días.
Obviamente, en los procedimientos iniciados de oficio, normalmente limitativos de derechos o
sancionadores, el escenario es distinto y no se prestan a la técnica del acto presunto positivo, aunque
sí a la caducidad. En estos casos, el vencimiento del plazo máximo establecido sin que se haya
dictado y notificado resolución expresa no exime a la Administración del cumplimiento de la
obligación legal de resolver.
Si se trata de procedimientos de los que pudiera derivarse el reconocimiento o, en su caso, la
constitución de derechos y otras situaciones jurídicas individualizadas, los interesados que hubieren
comparecido podrán entender desestimadas sus pretensiones por silencio administrativo.
En los procedimientos en que la Administración ejercite potestades sancionadoras o, en general, de
intervención, susceptibles de producir efectos desfavorables o de gravamen, se producirá la
caducidad.
El RD-Ley 2/2011 establece que en los procedimientos iniciados a solicitud del interesado que se
citan en la citada Ley sin que se haya notificado resolución expresa, legitima a los interesados para
entender estimada su solicitud por silencio administrativo, en los términos recogidos en la Ley
30/1992.
Hay que advertir de la importancia que para los actos administrativos tienen los elementos formales,
con la exigencia de seguir un procedimiento, de la escritura y la necesidad de la notificación, para
que el acto adquiera eficacia. Por el contrario, en los actos privados rige el principio de libertad de
forma.
Las competencias son establecidas por la norma de forma impersonal, de manera que todos los
funcionarios que ostentan la titularidad de órganos similares ostentan las mismas competencias. La
competencia puede ser modificada en todo momento sin que sus titulares ni los particulares puedan
esgrimir un derecho al mantenimiento de la misma. El orden de las competencias es insusceptible
de acuerdos o convenios entre los titulares de los órganos. Según la LRJAP-PAC “la competencia
es irrenunciable y se ejercerá precisamente por los órganos que la tengan atribuida, salvo los casos
de delegación o avocación cuando se efectúen en los términos previstos en ésta u otras leyes”.
La falta de competencia determina el consiguiente vicio de incompetencia que nuestro Derecho
contempla como susceptible de originar dos tipos de invalidez según su mayor o menor gravedad:
• Nulidad de pleno derecho o
• Simple anulabilidad.
La más grave es la incompetencia absoluta o manifiesta, que sería la falta de competencia “ratione
materiae” (si el Ministro de Hacienda expide un título de licenciado universitario). También se
considera incompetencia absoluta la falta de competencia territorial. Ambos supuestos serían
constitutivos de la nulidad de pleno derecho. En cambio, la falta de competencia jerárquica sería, en
principio, sólo incompetencia no manifiesta o relativa en cuanto es susceptible de convalidación.
forma escrita como garantía mínima es la regla general cuando se trata de resoluciones, es decir, de
actos administrativos.
El contenido de la declaración en que los actos consisten, deberá siempre recoger algunos datos que
permitan la identificación del acto mismo, como la autoridad que lo dicta, mandato o resolución y la
fecha, así como la motivación en los casos que es preceptiva.
Por último y de manera fundamental, el acto debe contener la decisión, que deberá ser motivada en
los casos que proceda, y expresará, además, los recursos que contra la misma procedan, órgano
administrativo o judicial ante el que hubieran de presentarse y plazo para interponerlos, sin
perjuicio de que los interesados puedan ejercitar cualquier otro que estimen oportuno.
B) La motivación.
Como requisito de forma, en determinados casos se exige expresar los motivos que lo justifican.
Serán motivados, con sucinta referencia de hechos y fundamentos de derecho:
1. Los actos que limiten derechos subjetivos o intereses legítimos.
2. Los actos que resuelvan procedimientos de revisión de oficio de disposiciones o actos
administrativos, recursos administrativos y procedimientos de arbitraje y los que declaren su
inadmisión.
3. Los actos que se separen del criterio seguido en actuaciones precedentes o del dictamen de
órganos consultivos.
4. Los acuerdos de suspensión de actos, cualquiera que sea el motivo de ésta, así como la
adopción de medidas provisionales previstas en la Ley.
5. Los acuerdos de aplicación de la tramitación de urgencia, de ampliación de plazos y de
realización de actuaciones complementarias.
6. Los actos que rechacen pruebas propuestas por los interesados.
7. Los actos que acuerden la terminación del procedimiento por la imposibilidad material de
continuarlo por causas sobrevenidas, así como los que acuerden el desistimiento por la
Administración en procedimientos iniciados de oficio.
8. Las propuestas de resolución en los procedimientos de carácter sancionador, así como los
actos que resuelvan procedimientos de carácter sancionador o de responsabilidad
patrimonial.
9. Los actos que se dicten en el ejercicio de potestades discrecionales, así como los que deban
serlo en virtud de disposición legal o reglamentaria expresa.
La motivación consiste en una sucinta referencia de hechos y fundamentos de derecho. Su brevedad
no supone que pueda ser cumplida con cualquier formulismo. Ha de ser suficiente para dar razón
plena del proceso lógico y jurídico del acto en cuestión, sin que valgan las falsas motivaciones.
El Tribunal Supremo, valorando la incidencia de la falta de motivación sobre la validez del acto
administrativo, ha señalado que la motivación es tanto para los actos que limitan derechos como
para los que los extinguen (siendo inválido si se limita a la invocación del precepto legal sin
especificar los hechos determinantes de la decisión).
Se entiende que se da la motivación mediante la aceptación e incorporación al texto de la resolución
de informes o dictámenes previos.
así lo exija el contenido del acto o esté supeditada a su notificación, publicación o aprobación
superior”. Además, la notificación es una condición “sine qua non” para proceder a la ejecución de
un acto administrativo, según dispone la Ley “el órgano administrativo que ordene un acto de
ejecución material de resoluciones estará obligado a notificar al particular interesado la
resolución que autorice la actuación administrativa”.
La notificación es una comunicación singular a persona o personas determinadas, mientras que la
publicación se dirige a un colectivo de personas o singulares pero en paradero desconocido.
La notificación es la técnica más solemne y formalizada de la comunicación porque incluye la
actuación mediante la cual ciertos funcionarios atestiguan haber entregado a una persona la copia
escrita de un acto.
En la actualidad, la irrupción de las nuevas tecnologías ha variado la práctica de las notificaciones.
Como establece la Ley 39/2015, las notificaciones se practicarán preferentemente por medios
electrónicos y, en todo caso, cuando el interesado resulte obligado a recibirlas por esta vía.
No obstante, las Administraciones podrán practicar las notificaciones por medios no electrónicos:
• Cuando la notificación se realice con ocasión de la comparecencia espontánea del interesado o
su representante en las oficinas de asistencia en materia de registro y solicite la comunicación
o notificación personal en ese momento.
• Cuando para asegurar la eficacia de la actuación administrativa resulte necesario practicar la
notificación por entrega directa de un empleado público de la Administración notificante.
Con independencia del medio, serán válidas siempre que permitan tener constancia del envío y
recepción o acceso por el interesado o su representante, así como de sus fechas y horas, y del
contenido íntegro de la notificación, y que identifiquen fidedignamente al remitente y al
destinatario.
En ningún caso se efectuarán por medios electrónicos:
• Aquellas en las que el acto a notificar vaya acompañado de elementos que no sean
susceptibles de conversión en formato electrónico.
• Las que contengan medios de pago a favor de los obligados, tales como cheques.
• Cuando en los procedimientos iniciados a solicitud del interesado, este hubiera solicitado que
la práctica de la notificación se hiciera por medio distinto siempre que no exista obligación de
relacionarse electrónicamente con la Administración.
La LPACAP impone el deber de notificar a los interesados “las resoluciones o actos administrativos
que afecten a sus derechos o intereses” para regular después hasta cuatro formas de notificación: la
notificación personal, notificación por edictos, la publicación y la publicación-notificación.
Toda notificación deberá́ ser curśada dentro del plazo de diez días a partir de la fecha en que el acto
haya sido dictado, y deberá contener el texto íntegro de la resolución, con indicación de si pone fin
o no a la vía administrativa, la expresión de los recursos que procedan, en su caso, en vía
administrativa y judicial, el órgano ante el que hubieran de presentarse y el plazo para interponerlos,
sin perjuicio de que los interesados puedan ejercitar, en su caso, cualquier otro que estimen
procedente.
Las notificaciones que, conteniendo el texto íntegro del acto, omitiesen alguno de los demás
requisitos previstos en el apartado anterior, (defectos convalidables) surtirán efecto a partir de la
fecha en que el interesado realice actuaciones que supongan el conocimiento del contenido y
alcance de la resolución o acto objeto de la notificación, o interponga cualquier recurso que
proceda.
Sin perjuicio de lo establecido en el apartado anterior, y a los solos efectos de entender cumplida la
obligación de notificar dentro del plazo máximo de duración de los procedimientos, será suficiente
la notificación que contenga, cuando menos, el texto íntegro de la resolución, así como el intento de
1. LA PRESUNCIÓN DE VALIDEZ
El acto administrativo se perfecciona cuando en su producción concurren todos los elementos
esenciales, lo que lleva consigo que se la atribuya presunción de validez. Ésta dispensa a la
Administración autora del acto de seguir ningún tipo de proceso declarativo si alguien, en cualquier
instancia, pusiera en duda o pretendiera su invalidez, presumiéndose válidos mientras su nulidad no
haya sido declarada administrativa o judicialmente.
Según la Ley 39/2015 "los actos de la Administración serán válidos y producirán efecto desde la
fecha en que se dicten, salvo que en ellos se disponga otra cosa”. El Tribunal Supremo denomina
esta cualidad “presunción de validez”, “presunción de legalidad”, “presunción de legitimidad” (la
actividad de la Administración se ajusta por principio a Derecho) y reserva el término
“ejecutividad” para identificarlo con el de ejecutoriedad.
La presunción de validez cubre los actos definitivos pero no toda la actividad probatoria previa a
éstos y que se refleja en el expediente administrativo. Dentro de los actos internos del expediente,
actos no definitivos, la presunción de validez tiende a extenderse a los acuerdos o propuestas de
organismos técnicos como los Tribunales de concursos y oposiciones. No así a los informes
técnicos de órganos administrativos.
La presunción de validez o ejecutividad de los actos jurídicos privados se establece así en el
Derecho positivo con referencia a los actos de los simples particulares, produciendo los efectos
jurídicos pretendidos por sus autores, entre ellos y ante los registros públicos, como en la regulación
de las organizaciones, ya sean comunidades de propietarios, sociedades o asociaciones (presumir
válido y ejecutivo el acuerdo de la organización imponiendo sobre el disidente la carga de recurrir
en plazos perentorios). La Ley de Propiedad Horizontal también reconoce carácter de ejecutoria al
acuerdo de la Junta de propietarios contra los morosos en el pago de las cuotas.
Pero lo que diferencia los actos administrativos en relación con los privados en el Derecho español
es que el acto administrativo está adornado de la ejecutoriedad, acción de oficio o privilegio de
decisión ejecutoria, esto es, “la potestad de la Administración para llevar a efecto el mandato que
el acto incorpora violentando la posesión y la libertad del administrado sin necesidad de la
intervención judicial alguna”.
Este privilegio se regula en la Ley 39/2015 que dice “las Administraciones Públicas, a través de sus
órganos competentes en cada caso, podrán proceder, previo apercibimiento, a la ejecución forzosa
de los actos administrativos, salvo en los supuestos en que se suspenda la ejecución de acuerdo con
la Ley, o cuando la CE o la ley exijan la intervención de los Tribunales”.
La ejecutoriedad de los actos administrativos (en cuya virtud la Administración Pública puede por sí
misma “ejecutar” materialmente los efectos que de sus actos se derivan en contra de la voluntad de
los administrados), se manifiesta de manera diversa según la naturaleza y contenido de éstos. En
unos casos, la ejecución forzosa como tal no es necesaria porque el acto se cumple sin resistencias
de sus destinatarios; en otros porque la naturaleza del acto no comporta ninguna actuación material
de ejecución por la Administración, ya que el acto no hace más que definir una situación jurídica de
la que no derivan necesariamente derechos o deberes inmediatos (reconocimiento de la ciudadanía o
la inscripción en padrón municipal).
Tampoco puede hablarse de ejecución forzosa del acto administrativo en contra de la propia
Administración, es decir, cuando el acto reconoce derechos a los particulares e impone correlativos
deberes a la Administración Pública. Si ésta no cumple voluntariamente, el administrado no tiene
más alternativa que forzar su cumplimiento por la vía judicial. La ejecutoriedad de los actos
administrativos no juega nunca a favor del particular frente a la Administración Pública. Otro
supuesto en que no es necesario recurrir al privilegio de la ejecutoriedad, para explicar el efecto
compulsivo del acto administrativo, se da cuando las medidas de ejecución de éste se pueden
subsumir en el ejercicio natural de la autodefensa posesoria (así ocurre cuando la Administración
ordena la expulsión de un particular de una dependencia del dominio público o del seno de un
servicio público). En estos casos, la Administración Pública emplea un poder fáctico derivado de la
situación de dominación posesoria sobre sus bienes y organizaciones.
Fuera de los casos anteriores, el supuesto necesario para la ejecución forzosa lo constituyen los
casos en que el acto administrativo impone deberes positivos o negativos al administrado que
impliquen, en cuanto éste se niega al cumplimiento voluntario, una agresión sobre aquél mediante la
alteración de su “ius posesionis” sobre sus bienes, o una violencia sobre su libertad personal. De
este modo, la Administración se libera de la necesidad de acudir al Juez, como tendría que hacer un
particular para hacer efectivas frente a otro sus legítimas pretensiones.
El principio de ejecutoriedad se establece con carácter general para los actos administrativos en la
Ley de Procedimiento Administrativo Común de las Administraciones Públicas.
La LBRL reconoce a las Entidades locales, además de la presunción de legitimidad y ejecutividad
de sus actos, las “potestades de ejecución forzosa y sancionadora”. También la legislación tributaria
defiende la ejecutoriedad, atribuyendo a los actos de la Hacienda el valor de las sentencias
judiciales.
La regulación general de la ejecutoriedad de los actos administrativos se regula en la Ley 39/2015,
la cual exige para su legitimidad las siguientes condiciones:
• La existencia de un acto administrativo.
• Que el acto sea ya plenamente eficaz, porque su eficacia no esté pendiente de condición,
plazo, autorización o aprobación de autoridad superior ni haya sido suspendida administrativa
o judicialmente su ejecutoriedad.
• Que la ejecución vaya precedida del oportuno requerimiento o apercibimiento a fin de el
obligado no sea sorprendido por aquélla y se le de la oportunidad de cumplir voluntariamente
el mandato de la Administración.
La LPACAP es igualmente generosa en el reconocimiento de medios de ejecución, enumerando los
siguientes: apremio sobre el patrimonio, ejecución subsidiaria, multa coercitiva y compulsión sobre
las personas. La enumeración resulta incompleta porque de una parte, no recoge la simple
ocupación de bienes, y de otra, reiterativa por cuanto multa coercitiva puede considerarse como una
forma de compulsión económica sobre las personas. Vamos a analizarlas:
• La ocupación es la forma de ejecución de los actos que imponen a los particulares la entrega
de un bien determinado del que aquellos están en la posesión; si el particular no lo entrega a la
Administración, ésta toma posesión de él por medio de sus funcionarios.
• La ejecución de bienes o el apremio sobre el patrimonio mobiliario o inmobiliario se utiliza
para garantizar el cumplimiento de las obligaciones de dar que se concretan en una suma de
dinero.
• La ejecución subsidiaria se utiliza para llevar a efecto los actos que imponen al ciudadano una
actividad material y fungible (aquellos que por no ser personalísimos pueden ser realizados
por sujeto distinto del obligado). La Administración Pública realizará el acto por sí o a través
de las personas que determine, a costa del obligado.
• La ejecución por coerción sobre el obligado por el acto administrativo es utilizada cuando se
trata de prestaciones que, por ser personalísimas e infungibles, no sirven los medios
anteriores. Esta forma de ejecución puede ser directa o indirecta. Directa es aquella en que se
actúa físicamente sobre la persona del obligado. La indirecta simplemente le coacciona con la
amenaza de la imposición de una sanción administrativa o penal. La LRJAP-PAC sólo alude a
la coerción directa, distinguiendo la económica, es decir, la que incide sobre el patrimonio a
través de las llamadas multas coercitivas, de la física, que es la compulsión sobre las personas.
dicho control, se extendía tanto a la regularidad formal como a la legalidad de fondo. No parece, sin
embargo, que esta amplia concepción sea admitida por el TC, para el “que nada autoriza a pensar
que el Juez a quien se pide permiso y competente para darlo debe funcionar con un automatismo
formal. No se somete a su juicio, ciertamente, una valoración de la acción de la Administración,
pero sí la necesidad justificada de la penetración en el domicilio de una persona”. En la actualidad,
son los Juzgados de lo Contenciosos-Administrativo los que conocen “de las autorizaciones para la
entrada en los domicilios y restantes lugares públicos cuyo acceso requiera el consentimiento de su
titular, siempre que ello proceda para la ejecución forzosa de los actos de la Administración
pública”, pero este precepto ya no exige que la autorización sea motivada.
7. CUESTIONAMIENTO CONSTITUCIONAL
Ese rasgo peculiar de la ejecución de los actos administrativos en nuestro Derecho por el cual se
atribuye a los actos administrativos el mismo valor de las sentencias judiciales no es sólo un exceso
semántico de la legislación tributaria. Efectivamente lo tienen mayor que las sentencias civiles y
penales de primera instancia, cuya ejecución puede paralizarse automáticamente mediante los
recursos de apelación y casación, mientras que los recursos administrativos y contencioso-
administrativos no suspenden en principio la ejecución del acto. Así pues, tienen más valor
ejecutorio que esas sentencias y menos que las sentencias firmes; están a mitad de camino. Pero esta
cualidad de los actos administrativos contradice en principio la definición constitucional de la
función judicial (“juzgar y hacer ejecutar lo juzgado”) y su reserva en exclusiva a los jueces y
Tribunales.
Pese a ello, negar a estas alturas las potestades ejecutorias de la Administración, puede resultar una
utopía, porque la ejecución de los actos administrativos por la propia administración constituye una
realidad incuestionable al margen de lo que la CE pueda decir. Y también porque la Norma
suprema, en evidente contradicción con los principios de reparto de las funciones judiciales y
administrativas, reconoce a la Administración una facultad todavía más poderosa que la ejecución
directa de sus actos, más rigurosamente judicial, como es la potestad sancionadora de la
Administración en los términos que más adelante se estudiarán.
Invocando el principio de que quien puede lo más, puede lo menos, el TC podría haberse ahorrado
la necesidad de fundamentar en la STC 22/1984 el privilegio de decisión ejecutoria de la
Administración en el principio de eficacia que consagra la CE. La eficacia es simplemente una
directiva o directriz para la buena organización y funcionamiento de la Administración, pero nunca
nadie ha pensado que sobre tan endeble fundamento pudiera construirse la atribución de una
potestad claramente judicial a la Administración como hace el TC, quien, después de reconocer que
la CE atribuye el monopolio de la potestad jurisdiccional a los Jueces y Tribunales, añade a
continuación que también corresponde esa facultad a la Administración.
• En vía de recurso administrativo, la regla general, según la Ley 39/2015 LPACAP, es que la
interposición de cualquier recurso, excepto en los casos en que una disposición establezca lo
contrario, no suspenderá la ejecución del acto impugnado.
No obstante se admite la suspensión del acto impugnado si se dan los siguientes requisitos:
1. Que el órgano competente proceda a una “ponderación suficientemente razonada entre el
perjuicio que causaría al interés público o de terceros y el perjuicio que se causa al
recurrente como consecuencia de la eficacia inmediata del acto recurrido”. No basta
efectuar la ponderación, sino que el resultado de la misma suponga que el perjuicio para el
recurrente es mayor que el que se ocasiona al interés público o a terceros.
2. Que, además de esa ponderación favorable al recurrente, concurra cualquiera de las
siguientes circunstancias:
- Que la ejecución pudiera causar perjuicios de imposible o difícil reparación. Se trata
del “periculum in re” o riesgo de malograr la pretensión ejercitada si se sigue adelante
en la ejecución dando lugar a una situación irreversible.
- Que la impugnación se fundamente en una causa de nulidad de pleno derecho prevista
en la Ley.
La apreciación de esta circunstancia supone que el órgano competente para decidir la suspensión
examina, siquiera sea sumariamente, las pretensiones del recurrente en orden a valorar las
posibilidades efectivas de que su impugnación prospere en cuanto al fondo por nulidad de pleno
derecho, por cuanto no tendría lógica alguna suspender la ejecución del acto si el recurso no
presenta posibilidad razonable alguna de éxito.
3. El acuerdo de suspensión puede estar condicionado en su eficacia por la exigencia de
medidas cautelares que debe prestar el recurrente beneficiario del mismo, siempre que sean
necesarias para asegurar la protección del interés público o de terceros o la eficacia del acto
o la resolución impugnada, cuando la suspensión puedan derivarse perjuicios de cualquier
naturaleza.
La suspensión se entenderá otorgada si transcurriesen 30 días desde que el recurrente presentó la
solicitud de suspensión y la Administración no dictare resolución expresa (suspensión automática).
La suspensión deja de producir efecto cuando se resuelve el recurso. No obstante si contra la
desestimación del recurso se interpusiera recurso contencioso-administrativo y en éste se solicitase
la suspensión, la suspensión decretada en vía administrativa se mantiene hasta que tenga lugar un
pronunciamiento judicial sobre la misma.
Si la suspensión no se alcanza en vía de recurso, se podrá solicitar de nuevo en el proceso
contencioso-administrativo.
También se dan supuestos de suspensión automática, aparte de la consignada en vía de recurso
administrativo. El caso más común es el de la suspensión de ejecución de liquidaciones tributarias
dentro del procedimiento económico-administrativo, que debe acordarse siempre y cuando el
recurrente afiance el pago del importe de la deuda tributaria. Esta suspensión debe prolongarse
durante la tramitación del proceso contencioso-administrativo posterior si se prestan las mismas
garantías.
En materia de sanciones administrativas, la jurisprudencia estimó, después de la CE, que su
naturaleza cuasi-penal era incompatible con la ejecución antes de la resolución definitiva de los
recursos interpuestos. Sin embargo, esa línea jurisprudencial ha ido debilitándose para quedar en
una suspensión temporal limitada al tiempo que tarda en subsanarse no todo el proceso sino el
incidente de suspensión planteado por el recurrente. No obstante, la suspensión automática por la
interposición de recurso se ha impuesto en algunas regulaciones disciplinares como en las sanciones
a los jueces y magistrados y en materia de sanciones penitenciarias.
La técnica de la suspensión automática está presente en las impugnaciones de los actos de las
administraciones territoriales superiores sobre las inferiores. Así la suspensión automática viene
determinada por la propia CE cuando el Estado impugna ante el TC las disposiciones y resoluciones
de las CCAA. Asimismo la Ley de Bases de Régimen Local de 1985 prevé la suspensión
automática de los actos de la Entidad Local que atenten gravemente al interés general de España.
la compulsión directa sobre la persona del obligado” o cuando “la Administración no la estimara
conveniente”, hasta aquellos otros para “cuya ejecución pueda el obligado encargar a otra
persona”. La multa coercitiva es aplicable en la fase de ejecución de un acto administrativo. No es
lícita su utilización en actuaciones inspectoras para doblegar la voluntad del inspeccionado y
obligarle a declarar en su contra o facilitar documentos o pruebas que le comprometan, como ocurre
en materia fiscal.
E) La compulsión sobre las personas. La LPACAP permite el empleo de la compulsión directa
sobre las personas, para la ejecución de actos administrativos que impongan una obligación
personalísima de hacer o soportar. La compulsión directa sobre las personas comprende medidas de
coerción muy variadas, desde el simple impedimento de progresar en un determinado camino o la
entrada en un lugar, hasta el desplazamiento físico de una persona, pasando por su inmovilización
para privarla momentáneamente de su libertad o para someterla a determinadas medidas sobre su
cuerpo (operaciones, vacunaciones obligatorias) e incluso la agresión física con armas de fuego,
cuando se trata de medidas extremas de policía.
La extrema gravedad de esta técnica obliga a postular que su aplicación sólo es lícita cuando los
demás medios de ejecución no se corresponden con la naturaleza de la situación creada, aparte de
que la “...la ley expresamente lo autorice y dentro siempre del respeto debido a la dignidad de la
persona y a los derechos reconocidos en la Constitución”. Se establece el criterio del mínimo
indispensable de la medida compulsoria, el de su proporcionalidad a las circunstancias, y se admite
la impugnación de todas las disposiciones y actos de la Administración relacionados con estas
medidas.
La compulsión sobre las personas ha de actuarse previo un acto formal y personal de intimidación
para el debido cumplimiento del acto u orden de cuya ejecución se trata. Cuando la compulsión
actúa sobre un colectivo de personas, la orden previa se convierte en una acción de conminación
que a veces se expresa de forma simbólica (disolución de manifestaciones).
2. Las de mejor derecho, fundadas en el derecho del tercerista a ser reintegrado de su crédito
con preferencia al perseguido en el expediente de apremio. La suspensión se condiciona al
depósito por el tercerista del débito y costas del procedimiento.
La tercería se impone en escrito dirigido al órgano de la Agencia Estatal de la Administración
Tributaria que conozca del procedimiento de apremio, debiendo resolverse en 3 meses, entendién-
dose desestimada por silencio si no es resuelta en dicho plazo a los efectos de promover demanda
ante el Juez civil.
2. LA INEXISTENCIA
Además de las categorías de la nulidad de pleno derecho, anulabilidad e irregularidad no invali-
dante, se plantea la conveniencia de completar el cuadro de la invalidez con la figura del acto
inexistente.
Aun cuando sea posible la diferenciación teórica, en la realidad la distinción con la nulidad resulta
prácticamente imposible porque en la mecánica judicial de aplicación del Derecho el acto
inexistente posee un régimen idéntico al del acto nulo. La razón de la persistencia de esta categoría
en la moderna doctrina se encuentra exclusivamente en consideraciones prácticas: constituir un
instrumento que permite suplir las deficiencias de la construcción técnica de la nulidad, bien para
introducir nuevos supuestos allí donde las nulidades aparecen tasadas, como ocurre en la LPACAP
de 2015, bien para facilitar su ejercicio procesal cuando no se reconocen los poderes de oficio para
declararla o cuando la acción de nulidad se considera prescriptible.
En la jurisprudencia española, aunque algunas sentencias afirman la inaceptabilidad del acto
inexistente y “su carencia de efectos sin necesidad de declaración administrativa o judicial” otras,
parecen asimilar el acto inexistente al radicalmente nulo, pero sin que en ningún caso lleguen a
establecer un régimen jurídico diferenciado, es decir, un tercer grado de invalidez superior al de la
nulidad de pleno derecho.
material o técnicamente imposible); y por falta del substrato jurídico (como puede ser el caso de la
revocación de una acto administrativo ya anulado).
D) Actos que sean constitutivos de infracción penal o se dicten como consecuencia de ésta
Se refiere a los delitos que puedan cometer la autoridad o el funcionario con motivo de la
emanación de un acto administrativo, pues la Administración Pública como persona jurídica no
puede ser sujeto activo de incriminación penal de una conducta y también de las faltas. En todo caso
debe tratarse de una conducta tipificada en el CP o en las leyes penales especiales, no bastando que
el hecho pueda constituir, únicamente, una infracción administrativa o disciplinaria.
La muy difícil cuestión que plantea este supuesto es si la clasificación delictual del acto cuya
nulidad se pretende declarar debe hacerse por los Tribunales penales en todo caso o si cabe que la
realice la Administración al resolver los recursos administrativos, o bien los Tribunales
Contencioso-Administrativos como presupuesto de sus sentencias anulatorias del acto.
A juicio de Ramón Parada, debe admitirse la competencia de la Administración y los Tribunales
Contencioso-Administrativos para una calificación prejudicial objetiva del presunto delito como
acción típica y antijurídica a los solos efectos de anulación del acto, pero sin por ello prejuzgar
condena, obviamente, ni suponer imputación a persona alguna, ni condicionar la actuación de los
Tribunales penales sobre los elementos subjetivos del delito, a los que en definitiva corresponderá
completar en su caso esa calificación objetiva con los elementos subjetivos de la imputabilidad y
culpabilidad para la imposición de las penas. Sólo si se admite esa competencia prejudicial en el
orden contencioso-administrativo, podrán realmente anularse aquellos actos que, siendo
constitutivos de delito, no se pueda llegar a una sentencia de condena, bien por falta de los
elementos subjetivos del delito, culpabilidad o imputabilidad, bien porque se ha extinguido la
acción penal, como en los casos de muerte del reo o prescripción del delito o de la pena.
E) Actos dictados con falta total y absoluta de procedimiento. El alcance invalidatorio de los
vicios de forma
Frente al principio de esencialidad de las formas, la LPACAP reduce al mínimo los efectos
invalidatorios de los vicios de procedimiento, de manera que o bien este defecto es muy grave, en
cuyo caso estamos en presencia de la nulidad absoluta o de pleno derecho, o no lo es tanto y
entonces no invalida el acto, constituyendo simplemente una irregularidad no invalidante. Con esta
interpretación, los dos supuestos de anulabilidad (cuando carezca de los requisitos formales
indispensables para alcanzar su fin o dé lugar a la indefensión de los interesados) lo serían
realmente de nulidad de pleno derecho.
El defecto de forma se puede referir al procedimiento de producción del acto, siendo nulo de pleno
derecho si “falta absolutamente el procedimiento legalmente establecido” (en la falta total y
absoluta de procedimiento deben encuadrarse los casos de cambio de procedimiento legalmente
establecido por otro distinto).
En los actos de gravamen sancionadores y arbitrales, la simple “falta de vista y audiencia del
interesado” provoca asimismo la nulidad.
La jurisprudencia ha calificado este trámite como “elemento esencialísimo y hasta sagrado porque
un eterno principio de justicia exige que nadie pueda ser condenado sin ser oído”. El derecho de
audiencia y defensa se garantiza la CE “cuando proceda”.
La LOPJ impone también la nulidad de pleno derecho de los actos judiciales cuando se dicten con
infracción de los derechos de audiencia, asistencia y defensa, siempre que efectivamente se haya
producido indefensión.
La nulidad de pleno derecho debe comprender los más graves defectos en la forma de manifestación
del acto administrativo que, como los actos judiciales, requieren unas determinadas formas y
requisitos, algunas esenciales como la constancia escrita y la firma del titular de la competencia que
dicta la resolución o del inferior que recibe la orden. Sin esa constancia escrita y la firma del autor
del acto, éste no vale nada.
A este vicio se refiere la LPACAP cuando alude a “...los actos administrativos que carezcan de los
requisitos formales indispensables para alcanzar su fin...”. Sin embargo, cuando este mismo vicio
de forma se produce en el proceso, el acto se califica de nulo de pleno derecho.
F) Actos dictados con infracción de las reglas esenciales para la formación de la voluntad de
los órganos colegiados
La inclusión de este supuesto dentro de la nulidad se justifica por la gran importancia que en la
organización administrativa tienen los órganos colegiados. Todos ellos se rigen por sus reglas
específicas y a falta de ellas por la normativa básica de los arts. 22-28 LRJAP-PAC, reglas de las
que hay que partir para determinar cuales son las que pueden ser consideradas esenciales y cuya
falta determina la nulidad.
Para la jurisprudencia son esenciales la convocatoria, siendo nulo el acuerdo tomado sobre una
cuestión no incluida en el orden del día. También la composición del órgano, especialmente en los
casos en que es heterogénea como los Jurados de Expropiación cuyos miembros ostentan la
representación de diversos sectores de intereses; el quórum de asistencia y votación que determina
la voluntad del órgano, etc.
G) Actos expresos o presuntos contrarios al ordenamiento jurídico por los que se adquieren
facultades o derechos sin los requisitos esenciales
El origen de esta causa de nulidad está en una jurisprudencia muy consolidada que negaba validez a
los actos presuntos por silencio administrativo positivo cuando daban origen al reconocimiento de
derechos sin que se dieran los presupuestos legales para adquirirlos.
La ley extiende esa invalidez, con la sanción máxima de la nulidad de pleno derecho, a los actos
expresos contrarios al ordenamiento cuando de ello se deduce que se adquieran facultades o
derechos sin los requisitos esenciales para su adquisición. No basta, pues, que el acto sea contrario
al ordenamiento, sino que además se ha de dar la ausencia de determinadas circunstancias
subjetivas en el beneficiado por el acto.
H) Cualesquier otro que se establezca expresamente en una disposición con rango de Ley
Según LPACAP con esa referencia específica a los supuestos en que se califiquen por ley otros
supuestos de nulidad de pleno derecho, supone que esta categoría puede ser ampliada a las leyes
estatales, Y también a leyes autonómicas, con lo que será el criterio variable de cada legislador el
que marque la frontera de ahora en adelante entre la nulidad de pleno derecho y la anulabilidad.
I) La nulidad radical de las disposiciones administrativas
El grado de invalidez aplicable a los reglamentos es, por regla general, la nulidad de pleno derecho,
pues a las causas o supuestos que determinan la nulidad de pleno derecho de los actos administra-
tivos se suman los supuestos en que la disposición administrativa infrinja la CE, las leyes u otras
disposiciones de rango superior, las que regulen materias reservadas a la ley y las que establezcan la
retroactividad de disposiciones sancionadoras no favorables o restrictivas de los derechos
individuales. Este especial rigor para reglamentos se explica porque aquella invalidez puede dar
lugar en la aplicación del reglamento inválido a una infinita serie de actos administrativos, que
serían asimismo inválidos.
3. La impugnación y la revisión de los actos nulos de pleno derecho puede hacerse en cualquier
tiempo frente a la de los actos anulables declarativos de derechos, que deben ser recurridos en
los plazos establecidos para cada tipo de recurso o revisados en plazo de cuatro años.
4. Mayor facilidad para suspensión de la ejecutividad de los actos nulos de pleno derecho cuando
son impugnados y al margen de que ocasiones o no perjuicios de imposible o difícil reparación.
Hay que contemplar la diferencia del régimen jurídico de la nulidad de pleno derecho y la
anulabilidad como algo relativo. En este sentido, la LPACAP configura la acción de nulidad para
los actos nulos de pleno derecho como un derecho que no depende de la discrecionalidad o libre
apreciación de la Administración.
Asimismo dicha Ley presupone que la acción de nulidad contra los actos nulos de pleno derecho
debe tramitarse en todo caso y en cualquier tiempo: “las Administraciones en cualquier momento,
por iniciativa propia o a solicitud de interesado, y previo dictamen favorable del Consejo de Estado
u órgano consultivo equivalente de la Comunidad Autónoma, si lo hubiere, declararán de oficio la
nulidad de los actos administrativos que hayan puesto fin a la vía administrativa o que no hayan
sido recurridos en plazo, en los supuestos de nulidad de pleno derecho".
El procedimiento de anulación debe terminar con resolución expresa. Además del efecto anulatorio
del acto o disposición nulos de pleno derecho, la Ley obliga a que la resolución que así lo declare se
pronuncie expresamente acerca de la indemnización que proceda reconocer a los interesados. Si
transcurren 3 meses sin resolver se producirá la caducidad del procedimiento en los procedimientos
iniciados de oficio y la desestimación por silencio negativo de la pretensión formulada de los
iniciados a instancia del interesado.
En cuanto a los efectos de la declaración de nulidad de pleno derecho de una disposición general, la
Ley determina que no implicará la ilegalidad sobrevenida de los actos firmes dictados en aplicación
de aquélla, los cuáles deberán reputarse válidos y conservarán su fuerza de obligar mientras no sean
anulados de forma expresa.
C) El proceso contencioso-administrativo de lesividad, única vía para la declaración de
nulidad de los actos anulables declarativos de derechos.
Cuando se trata de actos simplemente anulables declarativos de derechos, la Administración no
dispone de un poder directo de anulación, por el contrario, previa su declaración de lesividad para el
interés público, debe recurrir a la Jurisdicción Contencioso-Administrativa a través del llamado
“proceso de lesividad”.
Según establece la Ley 39/2015, “Las Administraciones Públicas podrán declarar lesivos para el
interés público los actos favorables para los interesados que sean anulables a fin de proceder a su
ulterior impugnación ante el orden jurisdiccional contencioso-administrativo”.
Antes de recurrir a la Jurisdicción Contencioso-Administrativa, la Administración debe cumplir con
el requisito de la declaración de lesividad, declaración que no podrá adoptarse una vez transcurridos
cuatro años desde que se dictó el acto administrativo y exigirá la previa audiencia de cuantos
aparezcan como interesados en el mismo.
El proceso de lesividad se prepara con la llamada “declaración de lesividad” que se realizará
mediante Orden Ministerial del departamento autor del acto, o bien mediante acuerdo del Consejo
de Ministros. Si el acto proviene de una Comunidad Autónoma, esta declaración se adoptará por el
órgano competente en la materia. Y si se trata de la Administración Local, por el Pleno de la
Corporación o, en su defecto, por el órgano colegiado superior de la entidad.
En todo caso, la declaración de lesividad es un acto judicialmente irrecurrible por el interesado,
porque su finalidad es, justamente, la de constituir a través de su impugnación por la
Administración el objeto mismo del proceso.
El procedimiento administrativo en el que se tramita la acción de lesividad caducará en el plazo de
seis meses desde la iniciación del procedimiento
Esa es la doctrina que recoge la Ley 39/2015 al establecer que “las Administraciones podrán
revocar en cualquier momento sus actos de gravamen, siempre que tal revocación no constituya
dispensa o exención no permitida por las leyes, o sea contraria al principio de igualdad, al interés
público o al Ordenamiento Jurídico”.
Los problemas más graves de la revocación se presentan cuando la Administración pretende la
revocación de los actos declarativos de derechos (como ocurre con las autorizaciones, concesiones,
nombramientos,...). En estos casos, aceptándose con carácter general la legitimidad de la
revocación, se cuestiona las causas y motivos y su precio, es decir, el derecho a indemnización del
titular del derecho revocado.
La LPACAP señala que no podrá ejercerse la facultad de revocación “cuando por prescripción de
acciones, el tiempo transcurrido u otras circunstancias, su ejercicio resultare contrario a la
equidad, al derecho de los particulares o a las leyes”.
Sin embargo, la revocación es posible incluso cuando es contraria a los derechos de los particulares
que el propio acto reconoce, siempre que esté previsto en el propio acto o en la norma como ocurre
en los casos de rescate o caducidad de concesiones, o por surgimiento de circunstancias imprevistas,
una de las cuales puede ser el cambio de legislación.
El titular del derecho revocado tendrá o no derecho a indemnización en función de las causas que
determinan la revocación y de la naturaleza del derecho afectado.
En cuanto al plazo, la LPACAP sin precisar un plazo específico, prohíbe que “las facultades de
revisión sean ejercidas cuando por prescripción de acciones, por el tiempo transcurrido u otras
circunstancias, su ejercicio resultare contrario a la equidad, a la buena fe o al derecho de los
particulares o a las leyes”.
1. Tener interés personal en el asunto de que se trate o en otro en cuya resolución pudiera
influir la de aquél; ser administrador de sociedad o entidad interesada, o tener cuestión
litigiosa pendiente con algún interesado.
2. Tener parentesco de consanguinidad dentro del cuarto grado o de afinidad dentro del
segundo con cualquiera de los interesados, con los administradores de entidades o
sociedades interesadas y también con los asesores, representantes legales o mandatarios que
intervengan en el procedimiento, así como compartir despacho profesional o estar asociado
con éstos para el asesoramiento, la representación o el mandato.
3. Tener amistad íntima o enemistad manifiesta con alguna de las personas mencionadas en el
apartado anterior.
4. Haber tenido intervención como perito o como testigo en el procedimiento de que se trate.
5. Tener relación de servicio con persona natural o jurídica interesada directamente en el
asunto, o haberle prestado en los dos últimos años servicios profesionales de cualquier tipo
y en cualquier circunstancia o lugar.
La no abstención del titular del órgano en los casos en que proceda dará lugar a responsabilidad,
pero “no implicará, necesariamente, la invalidez de los actos en que hayan intervenido”.
Por las mismas causas, los interesados en el procedimiento podrán promover la recusación del
titular del órgano en cualquier momento del procedimiento haciéndolo por escrito, en el que se
expresará las causas en que se funda.
El acuerdo de iniciación del expediente es, claramente, un acto de trámite y, por ello, en principio,
no susceptible de recurso independiente del acto final resolutorio.
La Ley admite que como cautela, antes de la iniciación de un procedimiento, que el órgano
competente instruya unas diligencias previas, que se describen como “un periodo de información
previa con el fin de conocer las circunstancias del caso concreto y la conveniencia o no de iniciar
expediente”.
El procedimiento que se inicia a instancia del interesado, a través de un escrito, solicitud o instancia
en el que deben constar:
a) Nombre, apellidos y domicilio del interesado, y, en su caso, la persona que le represente,
así como la identificación del medio preferente o del lugar que se señale a efectos de
notificaciones.
b) Identificación del medio electrónico, o en su defecto, lugar físico en que desea que se
practique la notificación. Adicionalmente, los interesados podrán aportar su dirección de
correo electrónico y/o dispositivo electrónico con el fin de que las AAPP les avisen del
envío o puesta a disposición de la notificación.
c) Hechos, razones y petición en que se concrete, con toda claridad, la solicitud.
d) Lugar y fecha.
e) Firma del solicitante o acreditación de la autenticidad de su voluntad.
f) Órgano, centro o unidad administrativa a la que se dirige.
La solicitud puede ser colectiva cuando es formulada en un solo escrito por varias personas con
pretensiones que tengan un contenido idéntico o sustancialmente similar. También se admite que las
Administraciones establezcan modelos o sistemas normalizados.
Del escrito de solicitud y de los demás escritos que presenten los interesados podrán exigir copias
selladas y la devolución de los documentos originales.
En cuanto al lugar de presentación de las solicitudes, lo normal es presentar las instancias ante el
órgano que ha de resolverla. Al tiempo, la Ley facilita la recepción de las instancias en los registros
de cualesquiera AAPP. En caso de Administraciones locales, se debe haber suscrito el corres-
pondiente convenio. También se pueden presentar ante las oficinas de correos, representaciones
diplomáticas o consulares españolas. También por correo electrónico cuando se creen los registros
telemáticos para la recepción o salida de solicitudes, escritos y comunicaciones que se transmitan
por medios telemáticos. Los registros telemáticos permitirán la presentación de solicitudes, escritos
o comunicaciones todos los días del año durante las 24 horas. La recepción en un día inhábil para el
órgano o entidad se entenderá efectuada en el primer día hábil siguiente.
Recibida la instancia, el órgano competente puede, si el escrito de iniciación no reuniera los datos
necesarios, requerir a quien lo hubiese firmado para que en 10 días subsane la falta o acompañe los
documentos preceptivos, con apercibimiento de que si así no lo hiciere, se archivará el expediente.
Además, el órgano competente adoptará las medidas provisionales que estime oportunas para
asegurar la eficacia de la resolución que pudiera recaer, siempre y cuando existieren suficientes
elementos de juicio para ello y dichas medidas no causen perjuicios irreparables a los interesados, o
impliquen violación de derechos amparados por las leyes.
9. TRAMITACIÓN E INSTRUCCIÓN
La Ley 39/2015 admite que antes de la iniciación de oficio de un procedimiento, el órgano
competente instruya unas actuaciones previas que se describen como "un período de información
previa con el fin de conocer las circunstancias del caso concreto y la conveniencia o no de iniciar
el expediente".
La LPAPAC regula asimismo la posibilidad de que se adopten medidas provisionales. En primer
lugar, por el órgano competente las que resulten necesarias y proporcionadas antes de la iniciación
del procedimiento. También puede adoptarlas el instructor del procedimiento, antes o después del
inicio de este, de oficio o a instancia de parte, y de forma motivada. En ambos casos, las medidas
provisionales que pueden adoptarse están previstas en la LEC y son las siguientes:
• Suspensión temporal de actividades.
• Prestación de fianzas.
• Retirada o intervención de bienes productivos o suspensión temporal de servicios por
razones de sanidad, higiene o seguridad, el cierre temporal del establecimiento por estas u
otras causas previstas en la normativa reguladora aplicable.
• Embargo preventivo de bienes, rentas y cosas fungibles computables en metálico por
aplicación de precios ciertos.
• El depósito, retención o inmovilización de cosa mueble.
• La intervención y depósito de ingresos obtenidos mediante una actividad que se considere
ilícita y cuya prohibición o cesación se pretenda.
• Consignación o constitución de depósito de las cantidades que se reclamen.
• La retención de ingresos a cuenta que deban abonar las AAPP.
• Aquellas otras medidas que, para la protección de los derechos de los interesados, prevean
expresamente las leyes, o se estimen necesarias para asegurar la efectividad de la resolución.
Los actos de instrucción necesarios para la determinación, conocimiento y comprobación de los
hechos en virtud de los cuales deba pronunciarse la resolución, se realizarán de oficio y a través de
medios electrónicos, por el órgano que tramite el procedimiento, sin perjuicio del derecho de los
interesados a proponer aquellas actuaciones que requieran su intervención o constituyan trámites
legal o reglamentariamente establecidos.
La constatación de hechos y datos, que es la función primordial de esta fase del procedimiento, se
lleva a cabo mediante las alegaciones de los interesados, el trámite de información pública, los
informes, las pruebas y el trámite de audiencia.
A) Alegaciones escritas y aportación de documentos, vista oral y trámite de información
pública. Las alegaciones son afirmaciones de conocimientos de hechos y razonamientos jurídicos,
en su caso, que formulan los interesados “en cualquier momento del procedimiento, y siempre con
anterioridad al trámite de audiencia”.
Asimismo, podrán aportar documentos y otros elementos de juicio, a tener en cuenta por el órgano
competente al redactar la correspondiente propuesta de resolución.
El trámite de vista oral, para el caso de alegaciones conjuntas, no impide al órgano instructor del
expediente, configurarlo; y a este efecto reunir a los interesados en un solo acto, a la manera
judicial, contrastar sus puntos de vista sobre los hechos, las pruebas practicadas y los fundamentos
jurídicos que han de servir de soporte a la resolución.
B) Información pública. Mediante este trámite se llama públicamente a opinar sobre cuestiones de
hecho, de ciencia o de derecho a cualquier persona, sea o no interesada en el procedimiento La
información pública se abre cuando la naturaleza del procedimiento así lo requiere. Además, no es
infrecuente que las regulaciones administrativas sectoriales impongan este trámite con carácter
imperativo.
El trámite de información pública se anunciará en el BOE, de la CCAA, en el de la provincia
respectiva, o en ambas. La comparecencia en el trámite de información pública no otorga por sí
misma la condición de interesado, no obstante quienes presenten alegaciones u observaciones en
este trámite tienen derecho a obtener de la Administración una respuesta razonable.
C) Informes. Son actuaciones administrativas a cargo, normalmente, de órganos especializados que
sirven para ilustrar al órgano decisor. Se trata, sustancialmente, de manifestaciones de juicio,
jurídicas o técnicas, pero nunca de voluntad, y por ello, no se consideran actos administrativos
impugnables; únicamente podrán ser valorados como uno más de los presupuestos de la resolución
final del procedimiento.
En principio, el titular de la competencia decide libremente sin tener que atenerse a los términos del
dictamen, salvo que la Ley lo califique de vinculante. Pero el informe tiene, sin embargo, una
configuración diversa cuando es vinculante, pues entonces la voluntad del órgano decisor resulta
hipotecada por la del emisor del informe, produciéndose un supuesto de competencia compartida,
pero sin que el informe adquiera en este caso, la virtualidad propia de los actos administrativos, es
decir, la presunción de la validez y la recurribilidad.
Aparte de la distinción entre los informes vinculantes y no vinculantes, la Ley los clasifica en
preceptivos y no preceptivos, estableciendo, además, la presunción de que salvo disposición
expresa, los informes serán facultativos y no vinculantes. La validez del acto podrá depender de que
el informe preceptivo sea, según la distinción legal, determinante o no para la resolución del
procedimiento.
Los informes serán evacuados en el plazo que tengan señalados o en el de 10 días, pero de no
emitirse en el plazo señalado, se podrán proseguir las actuaciones, cualesquiera que sea el carácter
del informe solicitado, excepto cuando sean preceptivos y determinantes para la resolución del
procedimiento.
D) Prueba. Es aquella actividad que se desarrolla durante el procedimiento para acreditar la
realidad de los hechos, y, en su caso, la vigencia y existencia de las normas aplicables, cuando lo
uno y lo otro constituyen presupuestos ineludibles de la resolución que ha de dictarse.
Objeto de prueba son los hechos controvertidos (sobre los que no hay acuerdo entre los interesados
[particular o Administración]) no siendo necesario probar la existencia y vigencia de las normas
jurídicas aplicables, pues se presume que el funcionario o juez las conocen.
En cuanto a la carga de la prueba, no hay reglas específicas. La Ley 39/2015 prescribe, únicamente,
la obligatoriedad de la apertura de un período probatorio, pero no resuelve a quien corresponde la
carga de la probanza.
En los Procedimientos sancionadores, la regla de la presunción de inocencia hace que la carga de la
prueba pese exclusivamente sobre quien acusa. Por analogía en todos los procedimientos de
privación o limitación de derechos.
En Procedimientos arbitrales o triangulares, la carga de la prueba debe repartirse en términos
análogos al proceso civil, de forma que, el actor debe probar los hechos constitutivos del derecho
que reclama, mientras el demandado debe probar los hechos impeditivos o extintivos.
En cuanto a los medios de prueba, la Ley no establece limitación alguna, pudiéndose acreditar por
cualquier medio de prueba admitido en derecho.
El instructor del procedimiento deberá acordar por sí mismo la práctica de las pruebas que crea
oportunas, así como las que propongan los interesados, que sólo podrá rechazar cuando sean
manifiestamente improcedentes o innecesarias, mediante resolución motivada.
Un medio de prueba muy generalizado lo constituyen las inspecciones a cargo de funcionarios. Al
respecto, la LPA impone con rigor el principio de legalidad. A los efectos de la práctica de prueba u
otras diligencias, los ciudadanos sólo están obligados a comparecer ante las oficinas públicas
cuando así esté previsto en una norma con rango de ley.
En Derecho Administrativo tampoco hay una respuesta genuina a la cuestión de la valoración de la
prueba, por lo que resultan aplicables los criterios generales que se han impuesto en nuestro
derecho, que es el criterio de libertad de apreciación, más propio de los procesos penales. Este
criterio se conoce como el de “apreciación conjunta de la prueba”.
E) El trámite de vista y audiencia. Una vez instruidos los Procedimientos, e inmediatamente antes
de redactar la propuesta de resolución, el instructor habrá de poner el expediente de manifiesto a los
interesados para que éstos puedan alegar y presentar los documentos y justificaciones que estimen
pertinentes.
Es éste un trámite obligado del procedimiento administrativo, tradicionalmente configurado como
“esencialísimo y hasta sagrado” por reiterada jurisprudencia, ya que su omisión es considerada
como causa de nulidad en cuanto produce la indefensión para los interesados. Sólo se puede
prescindir del trámite de audiencia “cuando no figuren en el procedimiento ni sean tenidos en
cuenta en la resolución otros hechos ni otras alegaciones y pruebas que las aducidas por el
interesado”.
La finalidad de este trámite, es facilitar al interesado el conocimiento de la totalidad del expediente
para que pueda realizar una defensa eficaz y completa de sus intereses. Por ello, la vista o puesta de
manifiesto de lo actuado tiene lugar al término del periodo de instrucción, inmediatamente antes de
que se redacte la propuesta de resolución.
El plazo para examinar el expediente y formular alegaciones no puede ser inferior a 10 días ni
superior a 15, pudiendo darse por realizado el trámite si antes del vencimiento los interesados
manifiesten su decisión de no efectuar alegaciones ni aportar nuevos documentos o justificaciones.
F) Los términos y los plazos. En la instrucción del procedimiento administrativo, como en los
procesos judiciales, resulta fundamental la regulación de los plazos dentro de los cuales han de
llevarse a efecto las actuaciones. La regla general es que “los términos y plazos obligan tanto a las
autoridades y personal al servicio de las Administraciones públicas competentes para la
tramitación de los asuntos, como a los interesados en los mismos”.
No obstante, los interesados podrán solicitar, y serles otorgado, una ampliación de los plazos que no
exceda de la mitad de los mismos, si las circunstancias lo aconsejan y no hay perjuicio de tercero.
Asimismo, la Administración puede acordar excepcionalmente la ampliación del plazo establecido
para la resolución del procedimiento mediante motivación clara de las circunstancias concurrentes.
Los plazos vienen expresados en las leyes por días, meses y años, lo que exige unas reglas para su
cómputo: días hábiles e inhábiles, día inicial y final. Si el plazo se expresa en días:
• Se entiende referido a días hábiles, salvo que en la notificaciones exprese que son días
naturales. Inhábiles son los domingos y días festivos declarados.
• El cómputo se inicia a partir del siguiente a aquél en que tenga lugar la notificación o
publicación del acto o desde el siguiente a aquél en que se entienda producida la estimación
o desestimación por silencio administrativo.
• Si el último día del plazo es inhábil se entiende prorrogado al primer día hábil siguiente.
Si el plazo se expresa en meses o años, se computan a partir del día siguiente a la notificación o
publicación, y si termina en día inhábil debe prorrogarse al siguiente hábil.
De otra parte, el cómputo debe hacerse de fecha a fecha, con independencia del número de días que
tenga cada mes o año. Pero si el mes del vencimiento no hubiera día equivalente a aquel en que
comenzó el cómputo, se entenderá que el plazo expira el último día del mes.
La renuncia va más allá e implica la declaración de abandono del derecho, pretensión o interés en
el procedimiento que se había ejercitado, por razón de la cual el procedimiento mismo deja de tener
sentido.
El régimen del desistimiento y la renuncia tienen los siguientes elementos comunes:
• Todo interesado podrá desistir de su solicitud, o cuando no está prohibido por el OJ, renunciar
a sus derechos.
• Si el escrito de iniciación se hubiera formulado por varios interesados, el desistimiento o la
renuncia sólo afectará a aquellos que la hubieran formulado.
• Podrán hacerse por cualquier medio que permita su constancia.
• La Administración aceptará de pleno el desistimiento o la renuncia, y declarará concluso el
procedimiento, salvo que habiéndose personado en el mismo terceros interesados, instasen
éstos su continuación en el plazo de 10 días desde que fueron notificados del desistimiento.
También continuará el procedimiento si la cuestión suscitada por al incoación entrañase
interés general, o fuera conveniente suscitarla para su definición y esclarecimiento, en cuyo
caso la Administración podrá limitar los efectos de desistimiento al interesado, siguiéndose el
procedimiento.
La caducidad es una causa de terminación del procedimiento por falta de actividad en éste. La
regulación básica de la caducidad tiene cierta connotación sancionadora, pues está referida a los
procedimientos instados a solicitud del interesado y que se paralizan por causa de éste (art. 95). En
este caso la Administración le advertirá que transcurridos tres meses, se producirá la caducidad del
mismo, con archivo de las actuaciones. No obstante, el procedimiento puede seguir, al igual que
acontece en el desistimiento o la renuncia, si hubiere terceros interesados o la cuestión objeto del
procedimiento afectase al interés general o fuera conveniente sustanciarla para su definición y
esclarecimiento.
La especial gravedad que la caducidad lleva a considerar que no toda pasividad u omisión del
interesado lleva a la caducidad, sino solamente aquellas especialmente calificadas, que determinen
la paralización del procedimiento por imposibilidad material de continuarlo. Cualquier otra omisión
sólo justifica la pérdida del trámite, salvo que dicho trámite sea indispensable para dictar resolución.
Otro supuesto de caducidad que la Ley regula, es el de los procedimientos iniciados de oficio en que
la administración ejerce potestades sancionadoras o, en general de intervención, susceptibles de
producir efectos desfavorables o de gravamen. La caducidad del procedimiento se produce entonces
cuando no se dicte resolución expresa en el plazo previsto.
En cuanto a los efectos de la caducidad, no implica siempre la pérdida o extinción del derecho que
en dicho procedimiento se estaba ejercitando o pretendiendo, pues “la caducidad no producirá por
sí sola la prescripción de las acciones del particular o de la Administración, pero los
procedimientos caducados no interrumpirán el plazo de prescripción”.
En cualquier caso, la caducidad no produce efecto alguno en el supuesto de que la cuestión
suscitada afecte al interés general o cuando fuere conveniente sustanciarla para su definición y
esclarecimiento.
La resolución expresa es el acto administrativo, propiamente dicho, que implica una manifestación
de voluntad que “decidirá todas las cuestiones planteadas por los interesados y aquellas otras
derivadas del mismo”. Cuando se trate de cuestiones conexas que no hubieran sido planteadas por
los interesados, el órgano competente podrá pronunciarse sobre las mismas. Se trata de un deber
inexcusable puesto que en ningún caso, la Administración podrá abstenerse de resolver so pretexto
de silencio, oscuridad o insuficiencia de los preceptos legales aplicables al caso.
Se prohíbe la “reformatio in peius”, es decir, que con motivo de una petición se pueda agravar la
situación inicial del interesado, sin perjuicio de que la Administración pueda incoar de oficio un
nuevo procedimiento, si procede.
Las resoluciones contendrán la decisión que será motivadas en los casos a que se refiere la Ley, y
expresarán los recursos que contra la misma procedan, el órgano administrativo o judicial ante el
que hubieran de presentarse y el plazo para interponerlos, sin perjuicio de que los interesados
puedan ejercitar cualquier otro que estimen pertinente.
La Ley asimila la resolución expresa a la no resolución en los plazos establecidos y le atribuye
determinado sentido, positivo o negativo.
La terminación convencional consiste en terminación del procedimiento por acuerdos, pactos,
convenios o contratos, con personas tanto de Derecho Público como privado.
El Derecho administrativo moderno tiende en lo posible a sustituir el acto unilateral por el negocio
jurídico bilateral. Sin embargo, los convenios, acuerdos o pactos no tendrán más alcance, efectos
régimen jurídico que el que “en cada caso prevea la disposición que lo regule”. Es decir, que se
trata de una norma en blanco, por lo que no basta para la celebración de un convenio acogerse a lo
que dice la LPAPAC sino que es preciso además una regulación sustantiva que previamente haya
aceptado esta forma de acabar el procedimiento.
contrarias de los particulares, actuando como verdadero árbitro mediador. También tiene
naturaleza cuasi-judicial, porque la Administración actúa en alguna forma como juez civil y el
acto administrativo cumple funciones similares a la sentencia.
Estas formas de actividad administrativa operan en todos los campos de intervención de la
Administración, aunque pueden estar presentes en distinta medida (Ej. en el orden público actúan
fundamentalmente las formas de limitación y de sanción pero no tanto las de fomento). También es
posible alcanzar un mismo fin público con diversas formas de intervención, que se pueden
combinar y sustituir unas por otras, en lo que se ha llamado principio de intercambiabilidad de las
técnicas de intervención administrativa. La Administración, por ejemplo, para conseguir un grado
digno de asistencia sanitaria puede fomentar con subvenciones los hospitales privados o crear sus
propios servicios públicos hospitalarios.
6. LA AUTORIZACIÓN
A) El concepto de autorización
Partiendo de la existencia de un derecho o libertad en el solicitante de la autorización, se la
considera como un acto de control reglado que determina si se cumplen las exigencias legales o
reglamentarias previstas en la norma (en la licencia de construcción, la adecuación del proyecto a
los planes de urbanismo). Por ello, en la mayor parte de los casos la cuestión de su otorgamiento o
denegación se resuelve en un problema de valoración fáctica, que se traduce en la instancia judicial
en un control de los hechos determinantes del ejercicio de la potestad autorizatoria. Pero estando los
hechos claros en uno u otro sentido, parece que no debe reconocerse ningún margen de
discrecionalidad en el otorgamiento o denegación de la autorización.
B) Diferencia con la concesión
La diferencia de la autorización con la concesión, su género próximo, radica en que no existe un
derecho preexistente del particular, sino que éste nace justamente del acto concesional. Así cuando
la pretendida autorización recae sobre actividades que la legislación limita a unos pocos sujetos.
En todos aquellos casos en que se da una limitación de la actividad, el número reducido parece
transmutar la idea del derecho o posibilidad abierta a todos los ciudadanos a ejercer un derecho, o a
ser admitido el ejercicio de una actividad o profesión, en la contraria de que se trata de un privilegio
que la Administración crea apara un administrado: en suma de una concesión.
El concepto de autorización debe limitarse a los supuestos en que no hay limitación en el número de
los beneficiarios del derecho o actividad ejercitada, ni discrecionalidad en el otorgamiento (licencia
de caza, de conducir...), remitiendo al concepto de concesión los demás supuestos en que la
legislación permite claramente la discrecionalidad en el otorgamiento o limita el número de
beneficiarios del ejercicio del derecho o actividad en función de condiciones legalmente definidas.
C) Otorgamiento, condicionamiento, transmisión y extinción de las autorizaciones
Desde la concepción de la autorización como un acto reglado, no es posible aceptar que las
autorizaciones se puedan modular discrecionalmente a través de determinaciones accesorias
(condición, término y modo), incidiendo de esta forma sobre los efectos del ejercicio del derecho o
actividad autorizada, lo que sí es factible, en principio, en las concesiones.
No obstante, todas las autorizaciones se otorgan con la cláusula “sin perjuicio de tercero”. Una
cláusula que limita el efecto de la autorización al ámbito de las relaciones entre la Administración y
el sujeto autorizado, sin que suponga alteración alguna en las relaciones jurídico-privadas que
subyacen en el otorgamiento de la autorización.
Cuestión asimismo relevante en el régimen de las autorizaciones es su transmisibilidad. Su
admisión o no viene dada, en primer lugar, en función del grado de personalización de la actividad
autorizada. Así en las autorizaciones otorgadas “intuitu personae" no es posible su transmisión
(licencia de conducción o de armas). En cambio, si la licencia se otorga en razón a una actividad
sobre determinados objetos, cuando éstos se transmiten sE trasmite con ellos la autorización
(licencias de construcción).
En cuanto a su extinción, quedan sin efecto por la ejecución de la actividad autorizada, por el
transcurso del plazo por el que fueron otorgadas, si se trata de licencias referentes a actividades
personales, y por su revocación o anulación.
D) La desconfianza europea sobre la autorización y la opción prioritaria en favor de la
comunicación previa o declaración responsable
La ofensiva contra la autorización comenzó con la Directiva 2006/123/CE, transpuesta al Derecho
español por la Ley 17/2009, posteriormente modificada por la Ley 20/2013 de Garantía de la unidad
de mercado.
Según la Ley 17/2009 los prestadores de servicios podrán establecerse libremente en territorio
español para ejercer su actividad y cualquier prestador establecido en España podrá ejercer en todo
el territorio nacional. La normativa no podrá imponer a los prestadores un régimen de autorización,
salvo casos excepcionales. Además la necesidad de autorización debe justificarse en razones de
orden público, seguridad pública, salud pública, protección del medio ambiente, o cuando la escasez
de recursos naturales o la existencia de inequívocos impedimentos técnicos limiten el número de
operadores económicos del mercado.
En definitiva, en ningún caso, el acceso a una actividad de servicios o su ejercicio se sujetarán a
autorización cuando sea suficiente una comunicación o declaración responsable del prestador
mediante la que se manifieste, en su caso, el cumplimiento de los requisitos exigidos y se facilite la
información necesaria a la autoridad competente para el control de la actividad.
En el ámbito local, la Ley 2/2011 de Economía Sostenible, establece la inexigibilidad de licencia u
otros medios de control preventivos para el ejercicio de actividades, salvo que resultase necesario
para la protección de la salud o seguridad públicas..., o cuando suponga un uso privativo y
ocupación del dominio público pero, en todo caso, condicionando su exigibilidad un juicio de
necesidad y proporcionalidad.
La Ley 12/2012 de medidas urgentes de liberalización del comercio y de determinados servicios va
más allá, eliminando la pertinencia de la autorización o licencia municipal previa, motivados en la
protección del medio ambiente, de la seguridad o de la salud públicas, ligados a establecimientos
comerciales y otros que se detallan en el anexo. De esta manera, se podrá iniciar la ejecución de
4. LA SUBVENCIÓN
A) Concepto amplio y estricto de subvención
La subvención, según la doctrina más autorizada debe distinguirse de otras ayudas económicas en
función de las siguientes notas:
• La subvención es ante todo una atribución patrimonial a fondo perdido.
• De una Administración Pública como sujeto activo otorgante a favor de un particular.
• Afectación inicial de la atribución patrimonial al desarrollo de una actividad del beneficiario.
Sin embargo, la legislación española, como ahora la comunitaria, parte de un concepto más amplio
de subvención que comprende toda clase de ayuda económica.
La Ley General Presupuestaria recoge tanto el concepto estricto de subvención “disposición
gratuita de fondos públicos realizada por el Estado o sus Organismos autónomos a favor de
personas o Entidades, públicas o privadas, para fomentar una actividad de utilidad o interés social
o para promover la consecución de un fin público” como el amplio “cualquier tipo de ayuda que se
otorgue con cargo al Presupuesto del Estado o de sus Organismos autónomos y las subvenciones o
ayudas financiadas, en todo o en parte, con fondos de la Comunidad Económica Europea”.
La concepción amplia de la subvención entendida como cualquier tipo de ayuda pública económica,
directa o indirecta, perspectiva dominante en el Derecho comunitario, es la que rige para el control
de la acción incentivadora desde la defensa de la libre competencia; la concepción estricta de la
subvención, como disposición directa de capital público a favor de un tercero, es la base de partida
para la aplicación del régimen de otorgamiento y control de las disposiciones directas de capital
aplicable a todas las AAPP.
A los efectos de esta ley, se entiende por subvención toda disposición dineraria realizada por una
administración pública a favor de personas públicas o privadas, que cumpla con lo siguiente:
1. Que la entrega se realice sin contraprestación directa de los beneficiarios.
2. Que la entrega esté sujeta al cumplimiento de un determinado objetivo, la ejecución de un
proyecto, la realización de una actividad, la adopción de un comportamiento singular, ya
realizados o por desarrollar, o la concurrencia de una situación, debiendo el beneficiario
cumplir las obligaciones materiales y formales que se hubieran establecido.
3. Que el proyecto, la acción, conducta o situación financiada tenga por objeto el fomento de
una actividad de utilidad pública o interés social o de promoción de una finalidad pública.
No están en el ámbito de esta ley las aportaciones dinerarias entre AAPP.
B) Naturaleza jurídica de la subvención
En cuanto a su naturaleza jurídica, la relación jurídica que se crea con el otorgamiento de la
subvención se califica como jurídico-administrativa y la litigiosidad que engendra es competencia
de la Jurisdicción Contenciosa-Administrativa.
Cierto que en la regulación de las ayudas públicas económicas se pueden encontrar elementos y
perfiles contractuales, sobre todo cuando se hacen en el seno de un convenio, pero no es menos
cierto que la mecánica operativa y su régimen jurídico es más cercano al del acto unilateral.
C) Los principios del régimen de las subvenciones publicas
La Ley General de Subvenciones obliga a las AAPP a concretar en un plan estratégico los objetivos
y efectos que se pretenden, entre otros aspectos. El otorgamiento de subvenciones se ajustará a los
principios de publicidad, transparencia, concurrencia, objetividad, igualdad y no discriminación.
Consecuentemente, el otorgamiento se condiciona a la aprobación y publicidad de las bases, a la
existencia de crédito, a la tramitación del procedimiento de concesión, a la fiscalización previa de
los actos administrativos de contenido económico, y a la aprobación del gasto por el órgano
competente.
Otro principio capital debiera ser el de riesgo compartido, que impide considerar la subvención
como pura donación que libere al beneficiario de todo riesgo o aportación de capital propio a la
actividad subvencionada. Sin embargo la Ley es equívoca a este respecto.
Por último, la ayuda o subvención debe respetar la libre competencia entre los operadores
económicos del sector sin crear situaciones de desigualdad entre unos y otros.
D) El beneficiario de la subvención
Tendrá la consideración de beneficiario de subvenciones la persona que haya de realizar la actividad
que fundamentó su otorgamiento o que se encuentre en la situación que legitima su concesión.
Cuando así se prevea en las bases reguladoras podrán acceder a la condición de beneficiario las
agrupaciones de personas físicas o jurídicas, públicas o privadas, las comunidades de bienes o
cualquier otro tipo de unidad económica.
Son obligaciones del beneficiario:
1. Cumplir el objetivo, ejecutar el proyecto, realizar la actividad o adoptar el comportamiento
que fundamenta la concesión de las subvenciones.
2. Justificar ante el órgano concedente o la entidad colaboradora, en su caso, el cumplimiento
de los requisitos y condiciones, así como la realización de la actividad y el cumplimiento de
la finalidad que determinen la concesión o disfrute de la subvención.
8. CONTROL Y SANCIONES
La Ley General de Subvenciones hace de la Intervención General del Estado la pieza clave para el
control de las subvenciones estatales, salvo las de las entidades Gestoras de la Seguridad Social, que
controla su propia Intervención.
La IGE también podrá, a solicitud de las corporaciones locales, controlar a los beneficiarios de
subvenciones concedidas por estos entes, sujetándose al procedimiento de control, reintegro y el
régimen de infracciones y sanciones previsto en la ley. Asimismo la IGE suscribirá con los órganos
de la Comisión Europea los acuerdos administrativos de cooperación previstos en la normativa
comunitaria en materia de control financiero de ayudas y subvenciones financiadas total o
parcialmente con cargo a fondos comunitarios.
La Ley prevé asimismo la colaboración de empresas privadas de auditoría para la realización de
controles financieros de las subvenciones en los términos previstos en la Ley General
Presupuestaria pero con reserva a la IGE de la realización de aquellas actuaciones que supongan el
ejercicio de potestades administrativas.
La IGE debe seguir un procedimiento de control financiero sobre beneficiarios y entidades
colaboradoras cuando en el desarrollo de la actividad subvencionada se deduzcan indicios de la
incorrecta obtención, destino o justificación de la subvención percibida. Las actuaciones finalizarán
con la emisión de los informes sobre la procedencia de reintegrar la subvención.
Las infracciones pueden ser constitutivas de delito en los siguientes casos:
1. Obtener una subvención, desgravación o ayuda de las AAPP de más de 80.000€ falseando
las condiciones requeridas para su concesión u ocultando las que la hubiesen impedido;
2. Desarrollar una actividad subvencionada con fondos de las AAPP superiores a 80.000€
incumpliendo las condiciones establecidas o alterando sustancialmente los fines para los que
la subvención fue concedida.
3. Obtener indebidamente fondos de la UE en cuantía superior a 50.000€, falseando las
condiciones requeridas para su concesión u ocultando las que la hubieran impedido.
Constituyen infracciones administrativas las acciones y omisiones tipificadas en la Ley, incluso
como simple negligencia y son responsables los beneficiarios y entidades colaboradoras, personas o
entidades relacionadas con el objeto de la subvención o justificación, obligadas a prestar
colaboración y facilitar cuanta documentación sea requerida.
Son infracciones leves los incumplimientos de las obligaciones recogidas en la Ley y en las bases
reguladoras cuando no constituyan infracciones graves (no comunicar la obtención de subven-
ciones, ayudas; incumplimiento de los fines; falta de justificaron del empleo dado a ls fondos
recibidos…). Constituyen infracciones muy graves la obtención de la subvención faltando u
ocultando las condiciones requeridas para su concesión; usar las cantidades recibidas para otros
fines; resistencia, obstrucción a las actuaciones de control…
Las sanciones pecuniarias podrán consistir en multa fija (75-6.000€) o proporcional sobre la
cantidad indebidamente recibida. Las infracciones graves o muy graves podrán consistir en la
pérdida durante un plazo de hasta cinco años de la posibilidad de subvenciones.
El tope máximo de las sanciones leves no excederá del importe de la subvención inicial concedida,
de las graves y muy graves, no superior al triple del importe.
• Es preciso que la ayuda económica se nutra de fondos públicos y no privados; que afecten a
los intercambios comerciales; que sean de tal entidad que amenacen con falsear o puedan
falsear la competencia.
No obstante y a pesar de la amplitud de las excepciones que quiebran la prohibición general, las
mismas no constituyen un numerus clausus, pues el Consejo puede, por unanimidad, y a petición de
un Estado miembro, acordar la procedencia de una ayuda incursa en la prohibición general siempre
que circunstancias excepcionales justifiquen tal decisión.
En cuanto al control de la normativa sobre ayudas y subvenciones, la Comunidad, a través de la
Comisión y del Consejo, desarrolla una triple actividad tendente al examen, a la prevención y, en su
caso, a la represión.
La apertura de un procedimiento de control conlleva la suspensión automática de las ayudas
proyectadas, y si el Estado no se conforma con la decisión de suprimir o modificar una ayuda, la
Comisión o cualquier otro Estado interesado podrán apelar directamente al Tribunal de Justicia.
nuestros días por las contrarias ideas de privatización, libre competencia y globalización económica
que socaban los fundamentos del Estado del Bienestar. Una señal más de la crisis del D. público.
C) El equivalente norteamericano del Servicio público. El régimen de las public utilities
En los EEUU, carentes de una eficiente Administración central, pero con una sociedad enérgica y
un capitalismo pujante, la satisfacción de las necesidades de interés general fue abordada desde
empresas privadas a las que se impusieron por ley obligaciones públicas y un régimen riguroso en
defensa de la libre competencia. Obviamente no bastaba con dictar leyes intervencionistas que
impusieran a los operadores de las public utilities obligaciones de interés público, consistentes en
prestar el servicio a todos los solicitantes, sin trato discriminatorio y mediante unos precios
razonables, sino que era preciso crear organizaciones públicas garantizadoras de su aplicación.
Con esta finalidad se crearon comisiones reguladoras ad hoc para cada sector, las agencias
independientes, investidas de poderes reglamentarios, sancionadores y arbitrales. Sobre estos
operadores privados controlados por agencias o administraciones independientes, se está
construyendo entre nosotros los servicios públicos económicos.
D) Los servicios compartidos entre la gestión pública y la privada
Para completar el panorama de cómo se satisfacen fines públicos es necesario referirse a dos
aspectos significativos: la convergencia de organizaciones públicas y empresas privadas en
determinadas materias (sanidad, educación y seguridad) y el surgimiento de un tercer sector de
organizaciones que pretende satisfacerlas desde la filantropía, es decir, sin ánimo de lucro.
Con anterioridad al siglo XIX, la Iglesia católica había asumido en solitario o juntamente con la
Corona la satisfacción de necesidades sociales de interés general. Así ocurrió en materia de
educación y beneficencia, sin perjuicio de otras funciones, hoy claramente públicas, como el
registro civil, antes registros parroquiales. La aparición del constitucionalismo y la separación
Iglesia-Estado desplazó a la Iglesia de aquellos cometidos y, en su lugar, se organizaron servicios
públicos, atendidos desde los presupuestos estatales, nutridos ya con los fondos provenientes de la
desamortización de los bienes eclesiásticos y manos muertas.
Hoy, el sector público de gestión directa y empresas privadas concurren en la satisfacción de las
necesidades educativas y sanitarias; modelo mixto adoptado también en la seguridad pública, donde
empresas privadas de seguridad conviven con las Fuerzas y Cuerpos de la Seguridad del Estado.
E) Servicios públicos y tercer sector
El estado social de nuestros días, más allá del aseguramiento para todos de estos infortunios frente a
la enfermedad y la pobreza de solemnidad, se ha empeñado en combatir a través de lo que se ha
venido en denominar acción social otras miserias de la condición humana (asistencia domiciliaria,
drogodependencia, etc.). Al servicio de esta acción social, que ya contaba con la presencia de entes
especializados (ONCE, Cruz Roja, etc.), las CCAA han asumido sus competencias en la materia,
dictando leyes ad hoc y creando institutos de acción social o bienestar social.
En apelación a la sociedad civil supone una corrección de ciento ochenta grados de la política con
que la beneficencia se inició en el Estado liberal: un Estado sin recursos pero decidido a asumir
directamente la gestión de los servicios sociales. Ahora vivimos un Estado débil pero con fuertes
recursos que desparrama el dinero sobre multitud de organizaciones privadas no lucrativas. Además
de la preterición del sector lucrativo a favor del no lucrativo, el tercer sector disfruta del privilegio
de trabajar con una financiación pública estable y, eventualmente, la cesión de bienes públicos de
equipo para su afectación al servicio concertado; por el contrario la ONG ha de someterse a las
potestades administrativas de planificación, coordinación e inspección.
neutral, poniendo una vela en el altar del liberalismo económico al reconocer “la libertad de
empresa en el marco de una economía de mercado” y otra vela en el del socialismo e
intervencionismo público al prescribir que, “toda riqueza del país en sus distintas formas y sea cual
fuere la titularidad está subordinada al interés general” y, sobre todo, al reconocer “la iniciativa
pública en la actividad económica”.
La Constitución no es obstáculo formal para que el Estado o las CCAA creen por ley nuevos
servicios públicos, declarando determinada actividad esencial con exclusión de la actividad privada.
La realidad, sin embargo, la ideología liberal dominante y el Derecho de la UE hacen cada vez más
impensable esa alternativa. Para los entes locales la LBRL después de reservar a las Entidades
locales determinados servicios que declaran esenciales (abastecimiento, depuración de aguas, etc.)
prescribe que “El Estado y las CCAA en el ámbito de sus respectivas competencias, podrán
establecer, mediante ley, idéntica reserva para otras actividades y servicios” .
La iniciativa pública no está limitada a los servicios esenciales o de interés general, sino que puede
proyectarse, aunque en las mismas condiciones que la iniciativa privada, sobre cualquier sector de
la actividad económica, sin sujetarse a la regla de subsidiaridad, antes vigente. Según esta regla
mientras una actividad económica pudiera ser asumida por el sector privado tal actividad estaba
vetada al público. Regla no vigente en la actualidad, por lo que tanto el Estado como las CCAA
pueden crear empresas públicas.
Para los entes locales el único requisito que ahora se exige a la actividad económica pública
competitiva con la privada es que sea de utilidad pública. Según el Tribunal Supremo, mientras los
particulares pueden crear sus empresas con plena libertad de criterios, sin más condición que la que
sus fines sean lícitos, todas las actuaciones de los órganos de la Administración Pública deben
responder al interés público que en cada caso, y necesariamente, siempre ha de concurrir, tanto si se
trata de actos de autoridad como de actuaciones empresariales, pues en cuanto a estas últimas, la CE
también exige una equitativa asignación de los recursos públicos y que su programación y ejecución
responda a criterios de eficiencia y de economía, lo cual no es compatible con actuaciones
empresariales públicas carentes de justificación. Por otra parte, la coexistencia de empresas públicas
con fines empresariales y de empresas privadas en el marco de una economía de mercado, y la
pertenencia de España a la CEE, exige que se garantice y salvaguarde la libre competencia, y para
ello han de regir las mismas reglas para ambos sectores de producción, público y privado.
Aprobadas las tarifas, deberán ser objeto de revisión, de oficio o a petición de las empresas, siempre
que se produjere un desequilibrio en la economía de la empresa mixta o de la concesión, por
circunstancias independientes a la buena gestión de una u otra.
C) Relación de prestación y garantía judicial
La variedad de formas de gestión y, por consiguiente, la correlativa mayor o menor presencia del
Derecho público y privado lleva consigo un régimen diverso para su garantía judicial. Así, cuando
se trate de un régimen de prestación directa por un ente administrativo la jurisdicción contencioso-
administrativa es la competente para la efectividad de la relación de prestación, en caso de que el
usuario no fuere admitido al disfrute del servicio, o fuese rechazado una vez admitido, o tratado de
forma indebida, o se le ocasionaron daños por el funcionamiento del servicio. Si la prestadora del
servicio es una administración en forma societaria la competencia sería la jurisdicción civil, que
igualmente conocerá de las cuestiones relativas a los conflictos entre los usuarios y los gestores del
servicio en régimen contractual. No obstante, en estos dos casos últimos siempre asistirá al usuario
el derecho de denuncia ante la Administración de la que dependa la entidad prestadora del servicio y
la impugnación posterior de sus resoluciones o inactividad ante la Justicia Administrativa.
La variedad de regímenes de gestión no está en los orígenes de los servicios públicos, tal como se
configuraron en el siglo XIX. Entonces, la gestión directa por la Administración entrañaba la
aplicación de un régimen integral de Derecho Administrativo sobre todos los elementos (entidad
gestora, personal que la sirve, relaciones logísticas con terceros, contratos, etc.).
El crecimiento del ámbito material de los servicios desbordó la estricta correlación de gestión
directa-aplicación del Derecho administrativo. Primero, porque la nacionalización de empresas
privadas concesionarias supuso que el Estado asumiese su gestión con arreglo al régimen jurídico-
privado en que venían gestionándose. Así ocurrió con el transporte ferroviario (el caso de creación
de RENFE) lo que obligó al Estado a asumir servicios antes gestionados por concesionarios y por
ello sujetos a Derecho Privado. Aparecen entonces los servicios públicos gestionados por
sociedades de capital íntegramente público que no son otra cosa que Administraciones Públicas
disfrazadas de empresas privadas.
A ellas hay que añadir la fundación privada creada por entes públicos según prevé la Ley 30/1994
de Fundaciones, fórmula que se está aplicando como sustantivo de los antiguos establecimientos
públicos y que permite eludir la aplicación del Derecho Administrativo en campos tan significativos
como los hospitales e incluso la universidad.
Como forma de gestión directa se prevé la "sociedad mercantil, cuyo capital social pertenezca
íntegramente a la Entidad local".
Las formas de gestión indirecta o contractual, todas ellas suponen la intervención de un particular o
de una empresa mixta ligadas a la Administración titular del servicio por una relación contractual.
Por ello, las modalidades de la gestión indirecta se regulan en la Ley de Contratos de las AAPP.
monopolio fiscal a las cuales solo se les aplicarán las normas de la competencia en la medida en
que la aplicación de dichas normas no impida, de hecho o de derecho, el cumplimiento de la misión
específica a ellos encomendada".
Cuando el servicio de interés económico general tenga carácter comercial su compatibilidad con la
libre competencia queda asegurada con la expresa aceptación de las derogaciones parciales de ésta
que guarden la debida proporción con aquél interés. En los demás casos -servicios de interés general
que no tienen carácter comercial- "las condiciones del art. 90 del Tratado no se aplican", porque
"no pueden tratarse de la misma forma que los servicios de interés económico general".
Las autoridades comunitarias han desarrollado un régimen jurídico de la actividad económica,
régimen limitado a los servicios de naturaleza económica excluyéndose servicios vinculados al
ejercicio de prerrogativas públicas (policía, seguridad) o social (educación pública). Estos servicios
de interés económico encuentran en la imposición de obligaciones de servicio público, como en
EEUU, su rasgo más característico, imposición que se produce igualmente sobre cualesquiera
actores del respectivo mercado sean de titularidad pública o privada.
Otro rasgo es la admisión de excepciones al régimen de competencia en materia de ayudas públicas
esto es, la ayuda será compatible con el Tratado si resulta necesaria y conveniente para satisfacer el
interés general, al tiempo que se restringe la competencia en lo estrictamente necesario.
En definitiva, el nuevo régimen europeo acaba con la presunción de que la mera prestación de un
servicio público por una Administración garantiza la satisfacciones del interés general y se
incrementa así la protección jurídica a los ciudadanos.
A) La transición del servicio público monopólico al mercado regulado
Fue una evolución complicada pues, en algunos sectores (telecomunicaciones y televisión) la
apertura de la competencia se realizó mediante el otorgamiento de nuevas concesiones de forma que
nuevos operadores se sumasen al tradicional monopolista (del monopolio al oligopolio).
Los procesos de liberalización también han transformado la naturaleza jurídica de los títulos
habitantes pasando primero de las concesiones tradicionales a un régimen de autorizaciones
previas. Después se regían por autorizaciones que incluían excesivos restos del régimen
concesional, como la necesidad de otorgar las autorizaciones a través de procesos selectivos de libre
concurrencia. Por ello, se eliminó la exigencia de título habilitante (concesión o autorización),
exigiéndose solo una mera comunicación previa a la autoridad competente.
Por otro lado, es habitual la necesidad de otros títulos habitantes para la prestación del servicio que
hace uso del dominio público radioeléctrico, telecomunicaciones y audiovisual, en la misma línea
está la prestación de servicios de transporte ferroviario.
B) La imposición de obligaciones de servicio público a los operadores. Las compensaciones
económicas
A veces la dinámica de la competencia es suficiente para garantizar la satisfacciones del interés
general y la intervención publica no solo sea innecesaria, sino que resulte contraproducente. En caso
contrario, es posible la intervención publica si así lo disponen las directivas comunitarias, incluso es
obligatoria.
El siguiente paso es identificar al operador, público o privado, que debe garantizar su cumplimento
a través de denominado acto de atribución de la misión de interés general. La forma más habitual
es mediante licitación entre los operadores interesados, con una compensación como
contraprestación. Otra es la designación directa del operador por parte del Ministerio para cuando el
concurso quede desierto. Se hará mediante Orden ministerial, previo informe de la CNMC
estableciendo el servicio, el ámbito territorial y las condiciones de prestación.
Elemento clave de la regulación de los servicios de interés económico general es la compensación a
los operadores por las obligaciones de servicio público, de forma que dicha imposición no llegue a
constituir lo que la doctrina norteamericana denomina “regulatory takings”, expropiación
regulatoria. Por otro lado, dicha compensación no puede ser excesiva de modo que encubra una
ayuda pública no proporcionada y atentatoria al régimen de libre competencia. La figura de carga
injustificada o injusta, “unfair burden” se contempla en materia de servicios postales. Un “unfair
burden” es una “situación de desequilibrio en la capacidad de competir de un operador derivada de
la carga que se le impone”. La Ley 32/2003 de Telecomunicaciones modificó la traducción del
término por el de “carga injustificada” y se mantiene en la Ley 9/2014. Por otro lado, la Ley
43/2010 la incorpora como “carga injusta”, la traducción más literal y ajustada del término.
Los instrumentos de financiación posibles son: fondos públicos, contribuciones de los otros
operadores activos en el mercado, contribuciones de los usuarios. No tiene que ser monetariamente,
sino que la compensación puede darse medite el otorgamiento de derechos exclusivos o especiales o
privilegios. Por ejemplo, Correos tiene derecho de ocupación del dominio público pata instalar
buzones, exención del IVA, etc.
Por último, se crea la Comisión Nacional del Sistema Eléctrico con amplias facultades en materia
de solicitud de información y de resolución de conflictos, y se arbitra su colaboración con las
instancias administrativas encargadas de la defensa de la competencia.
La nueva Ley 24/2013 del Sector Eléctrico trata de ser una respuesta a la acumulación de
desequilibrios anuales entre ingresos y costes del sistema eléctrico y que ha provocado la aparición
de un grave déficit estructural. La causa de este desequilibrio es el crecimiento excesivo de partidas
de costes por decisiones de política energética, sin que se garantizara su correlativo ingreso por
parte del sistema. La nueva ley de 2015 permite una reforma global del sector, basada en un nuevo
régimen de ingresos y gastos del sistema eléctrico, para devolverle una sostenibilidad financiera
perdida.
La nueva ley prevé la posibilidad, con carácter excepcional, del establecimiento de nuevos
regímenes retributivos específicos para fomentar la producción a partir de fuentes de energía
renovables, cogeneración de alta eficiencia y residuos o cuando su introducción suponga una
reducción del coste energético y de la dependencia energética exterior.
El desarrollo del autoconsumo como fuente alternativa de generación de electricidad pretende
hacerse compatible con el sistema eléctrico. Hasta 2018 se mantenía el “impuesto al sol” que
imponía el pago de una cuota por cada KWh que se generara; sin embargo a día de hoy se estudia
eliminar este impuesto.
C) Hidrocarburos
La liberación de los hidrocarburos supone en principio que estas actividades “no requieren de la
presencia y responsabilidad del Estado para su desarrollo”. A pesar de ello, los hidrocarburos
siguen siendo dominio público del Estado, cuya exploración y explotación está sujeta a autoriza-
ciones y concesiones administrativas, como las minas y las mismas concesiones hidroeléctricas.
D) Servicio Postal
En el servicio postal se desmantela de forma parcial el monopolio del Estado. El Servicio de
Correos que se prestaba de forma directa pasa a ser S.A. estatal en que los empleados siguen
ostentando la condición de funcionarios (algo insólito). Al “operador”, se encomienda el servicio
público, entendiendo por tal el conjunto de servicios postales de calidad determinada en la Ley y
sus reglamentos de desarrollo, prestados de forma permanente en todo el territorio nacional y a
precio asequible para todos los usuarios. Además se le reserva con carácter exclusivo, determinados
servicios: de giro, envíos interurbanos y transfronterizos, etc. Para garantizar la prestación del
servicio postal y la referida reserva se otorgan al operador los derechos que recuerdan al monopolio
anterior: condición de beneficiario de la expropiación forzosa; exención de cuantos tributos graven
su actividad vinculada a los servicios reservados, etc.
E) Telecomunicaciones
La Ley general de Telecomunicaciones de 1998, en cumplimiento de la directiva 97/13/CE, del
Parlamento Europeo y del Consejo, relativa a un marco común en materia de autorizaciones
generales y licencias individuales en el ámbito de los servicios de telecomunicaciones, las define
como “servicios de interés general que se prestan en régimen de competencia” cuyo ejercicio
requiere dos tipos de autorizaciones: autorización general para la prestación de los servicios y para
el establecimiento o explotación de las redes de telecomunicaciones que no precisen de una licencia
individual, de acuerdo con lo establecido en el capítulo siguiente.
Se requerirá licencia individual para el establecimiento o explotación de redes públicas de
telecomunicaciones, para la prestación del servicio telefónico disponible al público, para la
prestación del servicios o el establecimiento o explotación de redes de telecomunicaciones que
impliquen el uso del dominio público radioeléctrico.
A diferencia de las autorizaciones generales, las individuales podrán denegarse cuando el número de
licencias sea limitado y quien solicite una no haya resultado adjudicatario del título en la
correspondiente licitación.
La Ley distingue como obligaciones de servicio público el servicio universal de telecomuni-
caciones, los otras obligaciones de servicio público impuestas por razones de interés general. Por
servicio universal de telecomunicaciones, se entiende el conjunto definido de servicios de
telecomunicaciones con una calidad determinada, accesible a todos los usuarios con independencia
de su localización geográfica y aun precio asequible de forma que todos los ciudadanos puedan
recibir conexión a la red telefónica pública fija y acceder a la prestación del servicio telefónico fijo
disponible para el público.
El Gobierno podrá, por necesidades de la defensa nacional y de la seguridad pública, imponer,
mediante Real Decreto, otras obligaciones de servicio público distintas de las de servicio universal
y de los servicios obligatorios a los titulares de licencias individuales o de autorizaciones generales.
Constituye una novedad el reconocimiento expreso de los siguientes derechos de los usuarios
finales: resolución automática de contratos tras el fin del proceso de cambio de operación con
conservación del numero; derecho a compensación en caso de retrasos o abusos; derecho a la
desconexión de servicios y acceso a servios de distinta consideración solo previa petición expresa
del usuario, etc.
La nueva ley establece medidas encaminadas a consolidar un derecho de todos los operadores a la
ocupación de la propiedad y al uso compartido de infraestructuras. Además regala la relación entre
el Ministerio y las administraciones públicas territoriales para el despliegue de las redes públicas de
comunicaciones electrónicas.
F) Los medios audiovisuales
Desde la Ley 10/1988 se otorgaron nueva concesiones para la apertura del mercado audiovisual,
siendo seis concesionarios los que tenía un canal de televisión. El RD 944/2005 ordenó la transición
a la televisión digital que permitía multiplicar el número de canales a 24 y que se hizo sin concurso.
Pero con la Ley 7/2010 la televisión pasó a ser un servicio de interés general, pasando a exigirse las
concesiones como licencias previas y autorizatorias y teniendo que asignarse por concurso.
Las licencias audiovisuales serán concedidas por un plazo de 15 años, renovándose automática-
mente por el mismo plazo. Estarán sujetos al pago de una tasa determinada por el Gobierno o las
CCAA, según el supuesto canal. Solo podrá ser denegada la autorización cuando el solicitante no
acredite el cumplimiento de todas las condiciones legalmente establecidas.
Debe destacarse que la Ley 7/2010 había previsto una administración independiente, el Consejo
Estatal de Medios Audiovisuales, que no llegó a constituirse, asumiendo sus funciones la Comisión
Nacional de los Mercados y la Competencia.
remisión al juez del partido. Además, a los alcaldes se atribuyen poderes sancionadores en su
condición de autoridades gubernativas, representantes y delegados del Gobierno en el Municipio.
En cualquier caso, nuestra doctrina administrativa del siglo XIX, a diferencia de la francesa y
debido quizás al desorden judicial imperante, es consciente de que es necesario reconocer un poder
represivo a la Administración, aunque en términos muy moderados.
Por su parte, el Consejo de Estado, con ocasión de resolver los conflictos entre la Administración y
los Tribunales, justificó también ese poder sancionador administrativo en la necesidad de la
actuación eficaz de la Administración. Se rechaza la posibilidad de recursos ante los jueces contra
los actos sancionadores de la Administración.
La tesis contraria a la existencia de sanciones administrativas y que, por consiguiente, afirma el
monopolio judicial sobre la función represiva, luce claramente en el Proyecto de Constitución
Federal de la República Federal Española.
En todo caso la tónica de la legislación sectorial administrativa decimonónica es atribuir al poder
judicial la aplicación de toda infracción prevista en ella otorgando a la Administración un mínimo
poder sancionador, y remitiendo a los jueces las sanciones que excedían de determinado límite o los
sucesos merecedores de mayor pena. La Administración, se encarga la averiguación de las
conductas ilícitas, no asume las competencias para reprimirlas, remitiéndose este cometido a los
Tribunales ordinarios.
B) Politización y crecimiento de la potestad sancionadora en la Dictadura de Primo de Rivera
y en la II República
En la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1930) los poderes sancionadores de la Administración se
disparan. Consecuente con los principios que inspiraban el régimen político, el poder punitivo de la
Administración se afirma, en términos absolutos, sin limitaciones.
Por su parte, el CP de 1828 estableció que las ordenanzas y reglamentos no podrían establecer penas
privativas de libertad, directas ni subsidiarias, superiores a las del Libro III del CP, pero sin que este
límite afectase a las penas pecuniarias. Por lo demás, la legislación de la Dictadura ofrece la
particularidad de que en ella se consagra y generaliza la atribución de potestades sancionadoras a
órganos superiores de la Administración central.
Ahora bien, quien pensase que con la caída de la Dictadura y el advenimiento de la II República
cambiaría el signo de la legislación administrativa sancionadora habría de desengañarse. La II
República fue inconsecuente en este punto con los principios democráticos y liberales que la
inspiraban y no menos dura en el diseño de la represión administrativa que lo fue la Dictadura.
Precisamente una de las primeras leyes aprobadas en el Parlamento, incluso antes de la propia
Constitución de 1931 es la Ley de Defensa de la República, una Ley que apuntó directamente
contra los desafectos al nuevo régimen político.
La ley definía, como actos de agresión a la República, un variopinto rosario de actitudes
genéricamente descritas, huyendo de toda concreción y tipicidad, entre las que, a título ejemplar,
destacan las siguientes: difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o el orden público;
toda acción o expresión que redunde en menosprecio de las instituciones del Estado; apología del
régimen monárquico; uso de emblemas, insignias o distintivos alusivos a la monarquía; falta de celo
y negligencia de los funcionarios públicos en el desempeño de sus oficios; etc.
Las sanciones previstas en la Ley consistían en el confinamiento o extrañamiento de personal, la
imposición de multas y la clausura e intervención de la contabilidad de centros y asociaciones.
Todas estas medidas podían decretarse sin sujeción a procedimiento por el Ministro de la
Gobernación o el Consejo de Ministros, no admitiéndose más recurso que el de reposición ante
estas mismas autoridades. En todo caso, estas sanciones gubernativas se declaraban compatibles e
independientes de las establecidas en leyes penales.
Pero incluso esta limitada actividad probatoria de los funcionarios, ha sido totalmente eliminada por
el Real Decreto sobre regulación de la Policía Judicial que limita el ejercicio de las funciones que le
son propias a los miembros de las unidades orgánicas de Policía Judicial previstas en la LOFFCCS
integradas por miembros del Cuerpo Nacional de Policía y de la Guardia Civil. En ningún caso,
pues, los funcionarios no policiales, no obstante ejercer actividades inspectoras, constituyen, u
ostentan, el régimen de la policía judicial.
Los funcionarios tampoco son, ni han sido, en España miembros del Ministerio Público, al que sólo
pertenecen los funcionarios integrados en los Cuerpos que lo componen.
B) Ambigüedad en torno a la naturaleza y carácter del Ministerio Fiscal
A la falta de integración de los funcionarios de la Administración que ejercen funciones inspectoras
en el Ministerio Fiscal se suma la circunstancia de que los miembros del Ministerio Fiscal, dadas la
forma de su reclutamiento, sus condiciones de carrera y su enfática vinculación al principio de
legalidad, resultan ser un cuerpo de funcionarios judiciales en los que descansa, a través del juego
del principio acusatorio, una parte esencial del proceso penal.
Resta su deber de obediencia al Gobierno a través del Ministro de Justicia y del Fiscal del General
del Estado, deber que resulta muy difícil de conciliar obviamente con la enfática vinculación a la
legalidad. En todo caso, los fiscales no obedecen órdenes de otras administraciones públicas como
las CCAA y los EELL, que si quieren de alguna forma actuar en los procesos penales deben hacerlo
en las mismas condiciones que los demás particulares.
Funcionarios o jueces, la realidad sociológica muestra que los fiscales tienden más a ser los
defensores en el proceso de la sociedad, del interés general, que de los intereses concretos de las
administraciones públicas.
En el proceso penal, el Ministerio Fiscal ha sido desplazado en cuanto defensor y representante del
Estado. El Estado es para el Ministerio Fiscal un afectado más y, por consiguiente, de la misma
condición que cualquier otra persona física o jurídica perjudicada por las consecuencias de las
acciones delictivas, pero no es un cliente particular y preferente; el Ministerio Fiscal tampoco es el
representante del Estado como sujeto de Derecho, como persona jurídica, como Administración
Pública en suma, sino un simple mecanismo abstracto al servicio del principio acusatorio que
encarna, defiende y representa intereses supraadministrativos.
Poco importa, pues, que la Administración del Estado pueda constituirse en parte en el proceso
penal a través del Letrado del Estado, o las demás administraciones públicas a través de letrados
propios, pues la actuación de aquél y la de éstos está pensada para situaciones excepcionales, para
supuestos en que hay que defender un interés patrimonial concreto, pero no para actuar en forma
constante y continua en el ejercicio de acciones penales que pudieran derivarse de las infracciones a
la legislación administrativa.
C) La rigidez de la regla nula poema sine indicio
La creciente multiplicación de las infracciones a la legislación administrativa exige confiar en el
juez hasta el punto de aceptar la posibilidad de condenas sin proceso, bien porque se produce un
consentimiento del sancionado, bien porque toda la garantía se desplaza al otorgamiento a aquél de
un recurso que no sólo suspende los efectos del acto sancionador, sino que, además, invalida y anula
la resolución sancionadora contra la que se dirige, forzando al órgano a un nuevo juicio.
Ambas técnicas, desarrolladas en el Derecho comparado, son completamente desconocidas en
nuestra legislación procesal penal, en la que no hay cabida para mecanismos de conciliación ni para
resoluciones judiciales inaudita parte, originándose siempre y en todo caso la celebración del
correspondiente juicio.
El único supuesto en el que la legislación penal española reconoce relevancia en el proceso a la
voluntad del imputado de saldar su responsabilidad, se encuentra en la condena por conformidad del
reo a pena correccional regulada en la LECr. La condena por conformidad constituye un
procedimiento especial establecido por la ley para los supuestos en que el objeto de la pretensión
deducida es una pena no superior a la de prisión menor, en virtud del cual, cuando el imputado, con
asistencia del defensor, se muestra conforme con la calificación más grave de las partes acusadoras,
el Tribunal, a menos que estime dicha calificación como improcedente por corresponderle otra de
mayor gravedad, procede a dictar sentencia sin necesidad de que se celebre el juicio oral. No
estamos por tanto ante una técnica que permita la condena sin proceso, sino que con ella sólo se
abrevian los trámites, eliminándose la fase del juicio oral.
En definitiva, la diferencia entre el principio de “reserva absoluta de ley” que opera en materia
penal, y de, “cobertura legal” aplicable a las sanciones administrativas, es que en la primera, la ley
legitimadora ha de cubrir por entero tanto la previsión de la pena como la descripción de la
conducta ilícita (tipicidad) sin posibilidad de completar esa descripción por medio de un
Reglamento de aplicación o desarrollo; mientras que el principio de “cobertura legal” de las
sanciones administrativas, sólo exige cubrir con ley formal una descripción genérica de las
conductas sancionables y las clases y cuantía de las sanciones, con la posibilidad de remitir a la
potestad reglamentaria la descripción pormenorizada de las conductas ilícitas, es decir, la tipicidad.
La Ley 40/2015 de Régimen Jurídico del Sector Púbico recoge establecer la reserva de ley en
materia de infracciones y sanciones administrativas y además para las sanciones; permite la
regulación complementaria por reglamentos. También recoge las reglas complementarias de
principios sobre irretroactividad y prohíbe la analogía.
administrativa. Se admiten las amnistías fiscales en la Ley General Tributaria que prevé la
concesión, mediante ley, “de perdones, rebajas, condonaciones o moratorias", por razones
prácticas ante la imposibilidad de la hacienda para luchar contra el fraude fiscal.
• Prescripción: Las infracciones y sanciones administrativas se extinguen, en fin, por el
transcurso del tiempo, regulada por la Ley 40/2015. Según esta ley, a falta de previsión
expresa legal, las infracciones muy graves prescriben a los tres años, las graves a los dos años
y las leves a los seis meses; las sanciones impuestas por faltas muy graves prescriben a los
tres años, las graves a los dos años y las leves al año.
El plazo de prescripción empezará a contarse desde el día en que la infracción se hubiere
cometido, interrumpiéndose ésta cuando se inicia el expediente sancionador con conocimiento
del interesado. Se admite la reanudación de la prescripción cuando el expediente estuviere
paralizado más de un mes por causa no imputable al interesado. En este caso, el tiempo ya
ganado se suma al que se gane tras la reanudación.
En términos similares se regula la prescripción de las sanciones, si bien el tiempo se cuenta a
partir del momento en que se adquiere firmeza la resolución por la que se impone la sanción.
La prescripción de la sanción se interrumpe por la iniciación, con conocimiento del
interesado, del procedimiento de ejecución y se reanuda si este se paraliza más de un mes, por
causa no imputable al infractor.
La iniciación de los procedimientos sancionadores ordinarios es siempre de oficio por acuerdo del
órgano competente y partirá de la debida separación entre la fase instructora y la sancionadora.
Fundamental es en este trámite el acuerdo de iniciación que se comunicará al instructor del
procedimiento, con traslado de cuantas actuaciones existan al respecto, y se notificará a los
interesados, entendiendo, en todo caso, por tal al inculpado. La incoación también se comunicará al
denunciante.
El acuerdo de iniciación deberá contener al menos:
1. Identificación de la persona o personas presuntamente responsables.
2. Los hechos que motivan la incoación del procedimiento, su posible calificación y las
sanciones que pudieran corresponder, sin perjuicio de lo que resulte de la instrucción.
3. Identificación del instructor y, en su caso, Secretario del procedimiento, con expresa
indicación del régimen de recusación de los mismos.
4. Órgano competente para la resolución del procedimiento y norma que le atribuya tal
competencia, indicando la posibilidad de que el presunto responsable pueda reconocer
voluntariamente su responsabilidad, con los efectos de posible rebaja de la pena.
5. Medidas de carácter provisional que se hayan acordado por el órgano competente para
iniciar el procedimiento sancionador, sin perjuicio de las que se puedan adoptar durante el
mismo.
6. Indicación del derecho a formular alegaciones y a la audiencia en el procedimiento y de los
plazos para su ejercicio, así como indicación de que, en caso de no efectuar alegaciones en
el plazo previsto sobre el contenido del acuerdo de iniciación, éste podrá ser considerado
propuesta de resolución cuando contenga un pronunciamiento preciso acerca de la
responsabilidad imputada.
Los hechos relevantes para la decisión de un procedimiento podrán acreditarse por cualquier
medio de prueba admisible en Derecho, cuya valoración se realizará de acuerdo con los criterios
establecidos en la LEC. En los procedimientos de carácter sancionador, los hechos declarados
probados por resoluciones judiciales penales firmes vincularán a las Administraciones Públicas
respecto de los procedimientos sancionadores que substancien.
Pondrán fin al procedimiento la resolución, el desistimiento, la renuncia al derecho en que se
funde la solicitud, cuando tal renuncia no esté prohibida por el ordenamiento jurídico, y la
declaración de caducidad, así como la imposibilidad material de continuarlo por causas
sobrevenidas. La resolución que se dicte deberá ser motivada en todo caso.
La Ley permite la omisión misma del procedimiento cuando el infractor reconoce su
responsabilidad. En este caso y, sin diligencia de instrucción alguna, se podrá resolver el
procedimiento con la imposición de la sanción que proceda.
El pago voluntario por el presunto responsable, en cualquier momento anterior a la resolución,
implicará la terminación del procedimiento, salvo en caso de reposición de la situación alterada y
determinación de la cuantía de la indemnización por los daños y perjuicios causados por la
infracción. En ambos casos, se aplicará una reducción de al menos 20%, pero implica la renuncia o
desistimiento de cualquier acción o recurso.
Fuera de estos supuestos, el instructor deberá realizar todas las diligencias necesarias para el
esclarecimiento de los hechos investigados, lo que le llevará a una de estas dos soluciones;
a) Finalización del procedimiento con archivo de las actuaciones, sin que sea necesaria la
formulación de la propuesta de resolución, cuando se ponga de manifiesto: inexistencia de los
hechos, hechos no acreditados, hechos probados pero no infractores, no identificación de los
responsables o prescripción de la infracción.
reserva constitucional que podría quedar enervada, o sustancialmente reducida, si se cae en una
práctica generalizada de delegar en instancias no administrativas, a través de laudos de terceros, la
resolución de las controversias que suscita la actividad administrativa.
Otro argumento contrario es que tales atajos para reducir la litigiosidad puedan afectar a terceros
implicados en el acto o actividad administrativa en litigio potencial o real, burlando las garantías
que les asisten dentro del proceso contencioso-administrativo. Por ello, a pesar del fervor con que
muchos defienden hoy que la Administración se comporte antes y durante el proceso como un
particular y que someta al arbitraje sus conflictos, lo que en parte va siendo legalmente reconocido,
siguen en pie las dificultades jurídicas y políticas para la litigiosidad que engendra al actividad
administrativa pueda solventarse al margen de la solemnidad y garantía de los procesos.
En los supuestos en los que el arbitraje administrativo posee carácter voluntario, si los sujetos
privados pueden someter la decisión de sus conflictos a cualquier persona a través de los
mecanismos de la Ley de Arbitraje, no se advierte la razón por la que dicha tarea no puede ser
también asumida institucionalmente por la Administración. Pero las cosas no son distintas en los
supuestos de arbitraje obligatorio cuando se actúa a través de una potestad administrativa
vinculante, siempre y cuando la decisión arbitral pueda ser posteriormente impugnada ante un
órgano jurisdiccional civil, pero tampoco existe inconveniente de principio para que lo sea del
contencioso-administrativo, que es hoy una jurisdicción tan ordinaria como la civil.
El TC echó tinta de inconstitucionalidad sobre la actividad arbitral de la Administración, declarando
que la Administración por si misma no puede arbitrar en conflictos colectivos ordenando el cese de
una huelga, pero estimó conforme a la Constitución que esa decisión la asuman árbitros imparciales.
Al margen de la disputa doctrinal, y de lo acertado o desacertado de la doctrina constitucional, lo
cierto y verdad es que la potestad arbitral de la Administración, de naturaleza similar a la jurisdciion
civil, lo mismo que la potestad sancionadora de la administración es sustancialmente idéntica a la
potestad penal de los jueces y tribunales, está reconocido, y eso es lo que importa, por una
legislación administrativa que en ningún caso ha sido discutida su constitucionalidad.
administrativo ni, por consiguiente, ese acto se enjuiciará en su caso por la Jurisdicción
Contencioso-Administrativa, sino por la civil en los términos que se prevén en la Ley de Arbitraje.
A la vista de las diversas soluciones que las Leyes ofrecen, se puede distinguir dos modelos:
• Uno de arbitraje institucional, en que es un órgano administrativo Ad hoc ejercita funciones
de árbitro.
• Otro en el que la Administración gestiona o administra el arbitraje a través de la creación de
órganos mixtos, representativos de la Administración y de los sectores interesados que
ejercerán las funciones de árbitro.
El primer caso estaría representado por la Comisión del Mercado, etc. Y el segundo modelo por las
diferentes Juntas arbitrales que se constituyen con representantes de la Administración y de los
sectores interesados en el transporte, Consumo, etc.
En todo caso, la Administración hace aquí el papel de árbitro privado con sujeción a las reglas de la
Ley de Arbitraje, pero con ciertas particularidades, como son la gratuidad y la innecesariedad de la
protocolización notarial del laudo, que se documentará por los órganos arbitrales previstos en las
normas correspondientes.
Lo más singular del acto arbitral de la Administración en estos casos (sea dictado por ella misma o
por las Juntas arbitrales o árbitros designados en la forma prevista por la Ley) es que está
desprovisto de dos características esenciales de los actos administrativos: la ejecutoriedad por la
propia Administración y la recurribilidad ante la jurisdicción Contencioso-Administrativa.
La ejecución del laudo, según la Ley de Arbitraje está a cargo del Juez de Primera Instancia del
lugar en donde se haya dictado.
En cuanto a su recurribilidad el laudo que dicta la Administración, al igual que los que dictan los
demás árbitros privados, es susceptible únicamente de recurso ordinario de anulación ante el Juez
de Primera Instancia del lugar en donde se haya dictado el laudo.
El laudo solo podrá ser anulado cuando quien solicita la anulación alegue y pruebe: a) que el
convenio arbitral no existe o no es válido; b) que la designación del arbitro no ha sido debidamente
notificada; c) que los árbitros han decidido cuestiones fuer de su alcance; d)que la designación de
los árbitros no se ha ajustado al cuerdo o sin acuerdo, a la ley; e) sobre cuestione no susceptibles de
arbitraje; f) que el laudo es contrario al orden público.
Contra la sentencia que se dicte no cabrá recurso alguno. Contra los laudos firmes sólo cabe el
recurso de revisión, conforme a lo establecido en la LEC para las sentencias judiciales firmes.
Antes de la resolución del recurso, tendrá lugar la audiencia de los interesados “...Cuando hayan
de tenerse en cuenta nuevos hechos o documentos no recogidos en el expediente originario...”.
La resolución del recurso estimará en todo o en parte o desestimará las pretensiones formuladas en
el mismo o declarará su inadmisión, decidiendo de cuantas cuestiones, tanto de forma como de
fondo, plantee el procedimiento, hayan o no sido alegadas por los interesados.
3. EL RECURSO DE ALZADA
El sistema de recursos administrativos arranca con el recurso de alzada, recurso jerárquico, en
cuanto permite al órgano superior corregir la actuación del inferior y al tiempo precisar que el acto
eventualmente recurrible ante la Jurisdicción Contencioso-Administrativa lo es realmente de la
cúspide que encarna la voluntad de la Administración, por haber agotado la vía administrativa.
El recurso de alzada puede considerarse como el recurso común en la Administración del Estado y
de las CCAA en las que se da una estructura jerárquica de dos o más niveles. Sin embargo no tiene
apenas sentido aplicado contra los actos de los Entes Locales, pues al producirse la mayoría de las
resoluciones como decisiones del Presidente o Alcaldía de las Corporaciones Locales o del Pleno,
no encuentra muchas posibilidades de aplicación, sobre todo en los pequeños municipios.
La interposición del recurso de alzada se hará por el interesado ante el órgano que dictó el acto
que se impugna o ante el competente para resolverlo. Si el recurso se hubiera interpuesto ante el
órgano que dictó el acto impugnado, éste deberá remitirlo ante el competente en el plazo de 10 días,
con su informe y una copia completa y ordenada del expediente.
El plazo para la interposición del recurso será de un mes, si el acto fuera expreso. Si no lo fuera, el
plazo será de 3 meses.
La resolución corresponde al órgano superior del que dictó el acto recurrido. A estos efectos, los
Tribunales y órganos de selección del personal al servicio de las Administraciones Públicas se
considerarán dependientes del órgano al que estén adscritos, o en su defecto, del que haya
nombrado al presidente de los mismos.
El plazo máximo para la notificación de la resolución es de tres meses. Transcurrido este plazo sin
que recaiga resolución expresa, se podrá entender desestimado el recurso, salvo que éste se haya
interpuesto contra la desestimación por silencio administrativo de una solicitud por el transcurso del
plazo, en cuyo caso se entenderá estimado el mismo si, llegado el plazo de resolución, el órgano
administrativo competente no dictase resolución expresa sobre el mismo.
Contra la resolución de un recurso de alzada, no cabrá ningún otro recurso administrativo, salvo el
recurso extraordinario de revisión en los casos establecidos en la Ley.
A su vez, el plazo máximo para dictar y notificar la resolución del recurso será de un mes, si bien
contra la resolución de un recurso de reposición no podrá interponerse de nuevo dicho recurso.
5. EL RECURSO DE REVISIÓN
El recurso de revisión es un recurso extraordinario que se interpone contra los actos que agoten la
vía administrativa o contra los que no se haya interpuesto recurso administrativo en plazo, es decir,
contra actos firmes y consentidos, y se resuelven por el mismo órgano administrativo que los dictó.
Los motivos por los que puede interponerse el recurso de revisión son los tradicionales de los
recursos extraordinarios, y son:
1. Cuando al dictar el acto se hubiera incurrido en error de hecho, que resulte de los propios
documentos incorporados al expediente. No se exige que el error sea manifiesto, con lo que por
esta vía cualquier revisión sobre los supuestos fácticos del acto recurrido es ya posible. Este
motivo acerca notablemente el recurso de revisión al común, sea de alzada o reposición, pues
siempre que exista una discrepancia sobre los hechos se dará la vía de la revisión.
2. En segundo lugar, la revisión puede fundarse en la aparición, después de dictado el acto, de
nuevos documentos de valor esencial y que evidencien el error en su resolución.
3. El tercer motivo se da cuando en la resolución hayan influido esencialmente documentos o
testimonios declarados falsos por sentencia judicial firme, anterior o posterior a aquella
resolución.
4. La cuarta causa de revisión es que “la resolución se hubiese dictado como consecuencia de
prevaricación, cohecho, violencia, maquinación fraudulenta u otra conducta punible y se haya
declarado así en virtud de sentencia judicial firme”.
En definitiva, el recurso de revisión en cierto modo ha devenido en un recurso común, no
jerárquico, que permite el control a posteriori de las cuestiones de hecho sobre las que se asienta la
resolución recurrida.
En cuanto a los plazos, el recurso extraordinario de revisión se interpondrá, cuando se trate de la
causa a) dentro del plazo de cuatro años siguientes a la fecha de la notificación de la resolución
impugnada. En los demás casos, el plazo será de tres meses a contar desde el conocimiento de los
documentos o desde que la sentencia judicial quedó firme.
La resolución de los recursos de revisión podrá ser resuelta por el órgano superior y también, si no
se había agotado la vía administrativa, por el titular de la competencia que hubiera dictado el acto
cuya revisión se pretende.
El órgano al que corresponde conocer del recurso extraordinario de revisión debe pronunciarse no
sólo sobre la procedencia del recurso, sino también, en su caso, sobre el fondo de la cuestión
resuelta por el acto recurrido.
Transcurrido el plazo de tres meses desde la interposición del recurso extraordinario de revisión sin
haberse dictado y notificado la resolución, se entenderá desestimado, quedando expedita la vía
jurisdiccional contencioso-administrativa.
Entre los primeros, el procedimiento de revisión de actos nulos de pleno derecho podrá iniciarse
de oficio, por acuerdo del órgano que dictó el acto o de su superior jerárquico, o a instancia del
interesado.
La declaración de lesividad de actos anulables se iniciará de oficio mediante acuerdo que será
notificado al interesado.
El procedimiento de revocación de los actos de aplicación de los tributos y de imposición de
sanciones se iniciará, también, exclusivamente de oficio, sin perjuicio de que los interesados
puedan promover su iniciación por la Administración competente mediante un escrito que dirigirán
al órgano que dictó el acto.
El procedimiento de rectificación de errores, cuando se inicie de oficio, se dará traslado de la
propuesta de rectificación en el plazo de 15 días al interesado, salvo cuando la rectificación se
realice en beneficio de éste, en cuyo caso se podrá notificar directamente la resolución del
procedimiento.
El procedimiento para la devolución de ingresos indebidos podrá iniciarse de oficio o a instancia
del interesado.
Como mecanismos de impugnación, por iniciativa de los interesados, las citadas normas ofrecen
dos alternativas: el recurso de reposición y la reclamación económica administrativa ante el tribunal
económico administrativo correspondiente.
El recurso de reposición de carácter potestativo que deberá interponerse, en su caso, con carácter
previo a la reclamación económico-administrativa, ha de hacerse en el plazo de un mes y deberá
incluir las alegaciones que el interesado formule, tanto sobre cuestiones de hecho como de Derecho,
acompañando los documentos que sirvan de base a la pretensión que se ejercite.
Las llamadas reclamaciones económico-administrativas son recursos administrativos en materia
tributaria, que se rigen por un cuerpo normativo específico.
La especialidad de la vía económico-administrativa surge con la Ley Camacho de 31 de diciembre
de 1881 y se ha configurado desde sus orígenes conforme al principio de separación entre la
actividad de gestión y actividad de resolución de recursos.
Conforme a este principio de separación funcional, el conocimiento de las reclamaciones
económico-administrativas se encomienda a unos órganos colegiados integrados por funcionarios
de la propia Hacienda y estructurados en dos niveles, el Tribunal Central y los Tribunales
Regionales.
La vía económico-administrativa constituye el equivalente para la materia tributaria a los recursos
administrativos y es necesario agotarla para poder acudir a la vía contenciosos-administrativa.
Por vía económico-administrativa se sustancian materias que se relacionan en la Ley General
Tributaria, tales como:
• La aplicación de los tributos y la imposición de sanciones tributarias que realicen la
Administración General del estado y las entidades de Derecho Público del Estado vinculadas
o dependientes de la misma.
• La aplicación de los tributos cedidos por el Estado a las CCAA o de los recargos
establecidos por éstas sobre tributos del Estado y la imposición de sanciones que se deriven
de unos y otros.
• Cualesquiera otras respecto de las que por precepto legal expreso así se declare.
Notable excepción a la vía económico-administrativa la constituyen los actos sobre la aplicación y
la efectividad de los tributos de la Administración local que no son reclamables en las vía
económico-administrativa, ya que contra los mismos sólo cabe recurso de reposición ante el órgano
que los dictó y contra su denegación expresa o tácita, el recurso contencioso- administrativo.
1. LA JURISDICCIÓN CONTENCIOSA-ADMINISTRATIVA
La Jurisdicción contencioso-administrativa o justicia administrativa es aquella, como ordena la
Constitución, que tiene por objeto controlar la potestad reglamentaria y la legalidad de la actividad
administrativa, así como el sometimiento de ésta a los fines que la justifiquen. Así lo reitera la
actual Ley reguladora de la Jurisdicción Contencioso-Administrativa de 1998, conforme a la cual
los juzgados y tribunales de esta jurisdicción “conocerán de las pretensiones que se deduzcan en
relación con la actuación de las Administraciones Públicas sujetas al Derecho Administrativo, con
las disposiciones generales de rango inferior a la Ley y con los Decretos legislativos cuando
excedan los límites de la delegación”.
Señala Parada en términos de sociología jurídica hay dos rasgos sobresalientes en la Justicia
administrativa:
• Es una justicia de gran tensión política, porque tiene la dura misión de controlar los actos del
Poder, lo que en la justicia civil o penal ocurre sólo de forma episódica. Este factor explica
que mientras la justicia civil o penal han permanecido inalteradas en sus estructuras y
procedimientos desde su diseño decimonónico constitucional, la justicia administrativa ha
sufrido verdaderas revoluciones y la doctrina siempre está a la búsqueda de nuevas fórmulas
y paradigmas.
• Es una justicia que no enjuicia a los verdaderos responsables de la actividad administrativa,
los políticos o funcionarios, sino a los actos administrativos, y que no condena nunca a
aquellos sino al conjunto de la ciudadanía, es decir, al Estado.
Otra notable diferencia de la Justicia administrativa con la civil o penal está en la imputación del
reproche jurídico de la condena y en sus consecuencias pecuniarias: mientras en la justicia civil y
penal es condenado y paga las consecuencias del fallo adverso el propio autor del acto o conducta
inválida o ilícita objeto del proceso, en el proceso contencioso-administrativo, el autor del acto
administrativo que se enjuicia, y, en su caso, se anula, resulta indemne, sale “ileso” del trance, en el
que nunca comparece personalmente, y en su lugar se condena a la Administración, es decir, al
conjunto de los ciudadanos.
¿Será acaso la inmunidad que el político y el funcionario disfrutan en la Justicia administrativa el
precio satisfecho para que el poder ejecutivo se haya dejado juzgar hasta el fondo de su actividad
por el poder judicial? Sin duda alguna, como también poca duda ofrece que parte de ese precio ha
consistido en los privilegios varios que la Administración mantiene en el proceso y que provocan
una desigualdad procedimental que se manifiesta fundamentalmente en el carácter revisor del
proceso administrativo.
• De los recursos que se deduzcan en relación con las disposiciones generales y los actos de los
Ministros y de los Secretarios de Estado en general y en materia de personal cuando se refieran
al nacimiento o extinción de la relación de servicio de funcionarios de carrera. Asimismo
conocerá de los recursos contra los actos de cualesquiera órganos centrales del Ministerio de
Defensa referidos a ascensos, orden y antigüedad en el escalafonamiento y destinos.
• De los recursos contra los actos de los Ministros y Secretarios de Estado cuando rectifiquen en
vía de recurso o en procedimiento de fiscalización o de tutela los dictados por órganos o entes
distintos con competencia en todo el territorio nacional.
• De los recursos en relación con los convenios entre Administraciones públicas no atribuidos a
los Tribunales Superiores de Justicia.
• De los actos de naturaleza económico-administrativa dictados por el Ministro de Economía y
Hacienda y por el Tribunal Económico-Administrativo Central, con excepción de las
resoluciones dictadas por el Tribunal Económico-Administrativo Central en materia de tributos
cedidos.
• De los recursos contra los actos dictados por la Comisión de Vigilancia de Actividades de
Financiación del Terrorismo, y de la autorización de prórroga de los plazos de las medidas de
dicha Comisión, conforme a los previsto en la Ley de Prevención y Bloqueo de la Financiación
del Terrorismo.
• Las resoluciones dictadas por el Tribunal Administrativo Central de Recursos Contractuales,
con excepción de las resoluciones dictadas por el órgano competente para la resolución de
recursos en materia de contratación en relación con los contratos incluidos en el ámbito
competencial de las Comunidades Autónomas o de las Corporaciones locales.
• De los recursos contra los actos del Banco de España, de la Comisión Nacional del Mercado de
Valores y del Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria.
• De los recursos interpuestos por la Comisión Nacional de los Mercados y de la Competencia en
defensa de la unidad de mercado.
Conocerá, en segunda instancia, de las apelaciones contra autos y sentencias dictados por los
Juzgados Centrales de lo Contencioso-Administrativo y de los correspondientes recursos de queja;
de los recursos de revisión contra sentencias firmes dictadas por los Juzgados Centrales de lo
Contencioso-administrativo y también conocerá de las cuestiones de competencia que se puedan
plantear entre los Juzgados Centrales de lo Contencioso-Administrativo.
Los Juzgados Centrales de lo Contencioso-Administrativo conocerán de los recursos que se
deduzcan frente a los actos administrativos que tengan por objeto:
• En primera o única instancia en las materias de personal cuando se trate de actos dictados por
Ministros y Secretarios de Estado, salvo que confirmen en vía de recurso, fiscalización o tutela,
actos dictados por órganos inferiores, o se refieran al nacimiento o extinción de la relación de
servicio de funcionarios de carrera, o a las materias sobre personal militar atribuidas a la AN.
• En única o primera instancia contra los actos sancionatorios de los órganos centrales de la
Administración General del Estado que consistan en multas superiores a 60.000 € y en ceses de
actividades o privación del ejercicio de derechos que excedan de 6 meses.
• En primera o única instancia de los recursos contencioso-administrativos que se interpongan
contra las disposiciones generales y contra los actos emanados de los organismos públicos con
personalidad jurídica propia y entidades pertenecientes al sector público estatal con
competencia en todo el territorio nacional.
• En primera o única instancia, de los recursos contra las resoluciones dictadas por los Ministros
y Secretarios de Estado en materia de responsabilidad patrimonial cuando lo reclamado no
exceda de 30.050 euros.
• En primera instancia, de las resoluciones que acuerden la inadmisión de las peticiones de asilo
político.
• En única o primera instancia, de las resoluciones que, en vía de fiscalización, sean dictadas por
el Comité Español de Disciplina Deportiva en materia de disciplina deportiva.
También le corresponden dos importantes materias: la tramitación del procedimiento previsto en el
art. 12 bis de la LO 6/2002 de disolución de partidos políticos; y autorizar mediante auto, la cesión
de los datos que permitan la identificación del art. 8 de la Ley 34/2002 de Servicios de la Sociedad
de la Información y Comercio Electrónico.
Las Salas de lo Contencioso-Administrativo de los Tribunales Superiores de Justicia conocerán
en única instancia de los recursos que se deduzcan en relación con:
• Los actos de las Entidades locales y de las Administraciones de las CCAA, cuyo
conocimiento no esté atribuido a los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo.
• Las disposiciones generales emanadas de las CCAA y de las Entidades locales.
• Los actos y disposiciones de los órganos de gobierno de las asambleas legislativas de las
CCAA, y de las instituciones autonómicas análogas al Tribunal de Cuentas y al Defensor del
Pueblo, en materia de personal, administración y gestión patrimonial.
• Los actos y resoluciones dictados por los Tribunales Económico-Administrativos Regionales
y Locales que pongan fin a la vía económico-administrativa.
• Las resoluciones dictadas por el Tribunal Económico-Administrativo Central en materia de
tributos cedidos.
• Los actos y disposiciones de las Juntas Electorales Provinciales y de CCAA, así como los
recursos contencioso-electorales contra acuerdos de las Juntas Electorales sobre proclamación
de electos y elección y proclamación de Presidentes de Corporaciones locales, en los términos
de la legislación electoral.
• Los convenios entre Administraciones públicas cuyas competencias se ejerzan en el ámbito
territorial de la correspondiente Comunidad Autónoma.
• La prohibición o la propuesta de modificación de reuniones previstas en la Ley Reguladora
del Derecho de Reunión.
• Los actos y resoluciones dictados por órganos de la Administración General del Estado cuya
competencia se extienda a todo el territorio nacional y cuyo nivel orgánico sea inferior al de
Ministro o Secretario de Estado en materias de personal, propiedades especiales y
expropiación forzosa.
• Los actos y resoluciones de los órganos de las CCAA competentes para la aplicación de la
Ley de Defensa de la Competencia.
• Las resoluciones dictadas por el órgano competente para la resolución de recursos en materia
de contratación previsto en la Ley de Contratos del Sector Público, en relación con los
contratos incluidos en el ámbito competencial de las CCAA o de las Corporaciones locales.
• Las resoluciones dictadas por los Tribunales Administrativos Territoriales de Recursos
Contractuales.
• Cualesquiera otras actuaciones administrativas no atribuidas expresamente a la competencia
de otros órganos de este orden jurisdiccional.
Conocerán, en segunda instancia, de las apelaciones promovidas contra sentencias y autos dictados
por los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo, y de los correspondientes recursos de queja, así
como el conocimiento de los recursos de revisión contra las sentencias firmes de los Juzgados de lo
Contencioso-Administrativo. Conocerán de las cuestiones de competencia entre los Juzgados de lo
Contencioso-Administrativo con sede en la CCAA. Conocerán del recurso de casación para la
unificación de doctrina y del recurso de casación en interés de la ley.
A tener en cuenta que las referencias que se hacen a la Administración del Estado, CCAA y EELL
comprenden a las Entidades y Corporaciones dependientes o vinculadas a cada una de ellas.
C) La competencia territorial
La existencia de órganos judiciales con la misma competencia objetiva pero que actúan en ámbitos
territoriales distintos (Salas TSJ o Juzgados provinciales) o sobre el mismo territorio (varios
Juzgados en la misma provincia o los varios Juzgados centrales) obliga a precisar a cuál de ellos se
asigna la competencia.
Con carácter general la competencia se atribuye al órgano jurisdiccional en cuya circunscripción
tenga su sede el órgano que hubiere dictado la disposición o el acto originario impugnado,
incluyéndose en la competencia tanto la relativa a conocer y fallar el asunto principal, como a
resolver todas sus incidencias y para hacer ejecutar las sentencias que dictaren. Esta regla admite
dos excepciones:
- Cuando el recurso tenga por objeto actos de las Administraciones públicas en materia de
personal, propiedades especiales y sanciones será competente, a elección del demandante, el
Juzgado o Tribunal en cuya circunscripción tenga aquél su domicilio o se halle la sede del
órgano autor del acto originario impugnado.
- Cuando se impugnen planes de ordenación urbana y actuaciones urbanísticas, expropiatorias
y, en general, las que comporten intervención administrativa en la propiedad privada, la
competencia corresponderá al órgano jurisdiccional en cuya circunscripción radiquen los
inmuebles afectado.
En cuanto a la distribución de asuntos entre las diversas Salas de un mismo Tribunal, o entre las
diversas Secciones de una misma Sala, será acordada por la Sala de gobierno del respectivo
Tribunal, teniendo en cuenta la naturaleza y homogeneidad de la materia a que se refieren los
recursos.
En principio será parte demandante la Administración que toma la iniciativa de formular frente a la
otra el requerimiento para que derogue la disposición, anule o revoque el acto. Pero si la parte
demandada, al margen de contestar o no al requerimiento, dicta a su vez otro nuevo acto sobre la
misma materia se plantea un problema cuya solución más razonable parece la vía que la Ley ofrece
de que el primer requirente acumule en su demanda cuantas pretensiones tengan una conexión
directa entre sí.
B) Capacidad para ser parte, capacidad procesal, representación y defensa
Como en el proceso civil también el contencioso-administrativo se distingue entre capacidad para
ser parte y capacidad procesal. Por regla general la capacidad para ser parte la ostentan las personas
físicas y jurídicas que tienen capacidad con arreglo al Derecho civil y además los grupos de
afectados, uniones sin personalidad o patrimonios independientes o autónomos, entidades todas
ellas aptas para ser titulares de derechos y obligaciones al margen de su integración en las
estructuras formales de las personas jurídicas, las cuales también tendrán capacidad procesal ante el
orden jurisdiccional contencioso-administrativo cuando la Ley así lo declare expresamente.
En el orden jurisdiccional contencioso-administrativo tienen capacidad procesal, esto es, aptitud
para participar en el juicio, además de que la ostenten con arreglo a la Ley de Enjuiciamiento Civil,
los menores de edad para la defensa de aquellos de sus derechos e intereses legítimos cuya
actuación les esté permitida por el OJ sin necesidad de asistencia de la persona que ejerza la patria
potestad, tutela o curatela (por ejemplo, mayores de 16 años para las cuestiones relacionadas con la
conducción de los ciclomotores que les permite el ordenamiento jurídico).
La representación de las partes deberá conferirse a un procurador con poder al efecto y la defensa
encomendarse a un abogado. Pero cuando actúen ante los Juzgados provinciales o centrales, las
partes pueden otorgar la representación al mismo abogado que lleva la defensa, en cuyo caso será a
éste a quien se notifiquen las actuaciones.
La disposición final 2 de la Ley 10/2012 ha derogado la regla que permitía que los funcionarios
públicos pudieran comparecer por si mismos en defensa de sus interesas estatutarios que no
supusieran separación de empleados públicos inamovibles.
C) La legitimación
La parte en un proceso ha de ostentar, además de capacidad procesal, la legitimación adecuada, que
consiste en una especial conexión con la pretensión que ha de sustanciarse en el proceso, es decir,
que le afecte, que le vaya algo en ello.
De acuerdo con la Ley Jurisdiccional, “están legitimadas las personas físicas o jurídicas que
ostenten un derecho o un interés legítimo”. Como señala el profesor Parada, aunque la ley no lo
explicite es preciso el concepto de lesión, es decir, que ese derecho o interés hayan sido agredidos
por la disposición, acto, inactividad o vía de hecho de la Administración.
La evolución garantista de lo contencioso-administrativo está ligada a una evolución ampliadora de
la legitimación y del paso de un proceso protector únicamente de derechos subjetivos. Un concepto
cada ves más amplio que linda casi con la acción popular a que se refiere la Ley Jurisdiccional de
1998; o la sustitución procesal.
La legitimación por lesión de un derecho es precisa cuando el recurrente pretende, además de la
anulación del acto o disposición impugnado, el reconocimiento de una situación jurídica
individualizada y/o además, el resarcimiento de daños y perjuicios.
La misma legitimación requiere el recurso contra la inactividad de la Administración, que ha
introducido la Ley Jurisdiccional de 1998, porque en este caso lo que se reclama es el derecho a una
prestación concreta cuya titularidad deberá acreditarse.
¿Y que se entiende por interés? El TS describe el interés para recurrir como aquél que, de prosperar
el recurso, produciría algún beneficio o evitaría un perjuicio de cualquier tipo al accionante. Por su
parte el TC ha afirmado que la fórmula de interés legítimo a que se refiere el artículo 24.1 CE es
Tanto en el caso de impugnación de actos como de reglamentos, las pretensiones ejercitables son:
• Recurso de anulación, en que la pretensión se ciñe a la anulación de un acto o disposición o,
como dice la Ley, a la declaración de no ser conforme a derecho o,
• Recurso de plena jurisdicción, en el que el recurrente además de la anulación exige, el
reconocimiento de una situación jurídica individualizada y la adopción de las medidas
adecuadas para el pleno restablecimiento de la misma, entre ellas la indemnización de daños y
perjuicios.
Sobre la anterior materia impugnable opera la inadmisibilidad del recurso de los llamados actos
consentidos, es decir, “los actos que sean reproducción de otros anteriores definitivos y firmes y los
confirmatorios de actos consentidos por no haber sido recurridos en tiempo y forma”.
B) El recurso contra la inactividad de la Administración
La Ley Jurisdiccional de 1998 ha introducido el recurso contra la inactividad de la Administración,
con la que se abre la posibilidad de que el juez condene a la Administración a dictar un acto o
realizar una determinada actividad, una acción muy distinta de la acción de anulación por la que se
persigue la simple declaración de invalidez.
Este recurso contra la inactividad de la Administración se admite en dos supuestos:
- Cuando la Administración, en virtud de una disposición general que no precise de actos de
aplicación o en virtud de un acto, contrato o convenio administrativo, esté obligada a realizar
una prestación concreta a favor de una o varias personas determinadas.
- Cuando la Administración no ejecute sus actos firmes.
En ambos casos, “el demandante podrá pretender del órgano jurisdiccional que condene a la
Administración al cumplimiento de sus obligaciones en los concretos términos que estén
establecidas”.
A juicio del profesor Parada, la ampliación de las garantías frente a la Administración que aporta
esta regulación no es tan amplia como parece porque, por un lado, esta vía está sujeta a minuciosas
cautelas, como la limitación de esta acción a “prestaciones concretas y actos que tengan un plazo
legal para su adopción” o la prohibición a los órganos judiciales de “sustituir a la Administración
en aspectos de su actividad no prefigurados por el Derecho, incluida la discrecionalidad”.
De esta forma, como ya vimos, el cierre de la vía judicial se produce en cualquier momento en que
un acto administrativo no ha sido recurrido en vía administrativa, dejando transcurrir el plazo
previsto, o por no haberlo sido en la vía judicial si dicho acto pone fin a la vía administrativa.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que en la anterior regulación el particular no estaba inerme
ante la inactividad administrativa, pues podía hacer una solicitud a la Administración y esperar a
que por el transcurso del plazo se entendiera desestimada su petición para después recurrir contra
ella en vía judicial pidiendo la anulación de la desestimación presunta y la condena de la
Administración a satisfacer la pretensión solicitada.
En la nueva regulación, la situación no es muy diferente, pues quienes tienen derecho a la
prestación concreta “pueden reclamar de la Administración el cumplimiento de dicha obligación y
si en el plazo de tres meses desde la fecha de la reclamación, la Administración no hubiera dado
cumplimiento a lo solicitado o no hubiera llegado a un acuerdo con los interesados, éstos pueden
deducir recurso contencioso-administrativo contra la inactividad de la Administración”.
C) El recurso contra la vía de hecho
La Ley de 1998 ha introducido también como materia administrativa recurrible la vía de hecho. Con
esta modalidad de recurso contencioso-administrativo se pueden combatir aquellas “actuaciones
materiales de la Administración que carecen de la necesaria cobertura jurídica y lesionan derechos
o intereses legítimos de cualquier clase”.
Se trata por tanto de actuaciones de carácter material, en las que no hay resolución formal
administrativa ni apoyatura jurídica alguna.
Administración ante los Consejos Provinciales y el Consejo de Estado sin necesidad de acto ni
recurso administrativo previo, sin sujeción a plazo de interposición y sin limitación de alegaciones
ni medios de prueba, ni planteamiento del efecto suspensivo del recurso sobre el acto recurrido.
No era, pues, dicho proceso una revisión de una resolución formalizada y notificada, un recurso
contra un acto administrativo que hace el oficio de una sentencia de primera instancia como ahora
lo entendemos, aunque las demandas se formulasen también con ocasión de una actuación o acto
administrativo. Tampoco se trataba de la revisión de lo gubernativamente decidido, pues lo
gubernativo era precisamente entonces la materia que por sí misma la Administración activa
resolvía sin recurso ulterior ante la Administración contenciosa.
Pero la Jurisprudencia administrativa entendió que con el prestigio de la Justicia Administrativa y el
poder de la Administración enjuiciada cuadraba mejor una concepción del proceso como revisor de
lo previamente decidido por la Administración.
Así, el Consejo de Estado se ascendía a tribunal de apelación y judicializaba la actividad
administrativa. Por ello desde las primeras sentencias del Consejo de Estado se exigió para admitir
la demanda la existencia de un previo acto administrativo en torno al cual precisar los términos de
la litis a lo antes decidido abriéndose al tiempo la posibilidad de eliminar un buen número de
recursos, los no presentados dentro de los brevísimos plazos que se fueron estableciendo para
recurrir, girando ya las cuestiones y probanzas en torno y dentro de los límites de lo previamente
decidido y acreditado en la fase administrativa.
El carácter revisor del proceso contencioso-administrativo, es decir, su funcionalidad como recurso
de apelación contra un acto o resolución previamente dictado por la Administración, incluso ya
ejecutoriado, se reconocerá primero en la Jurisprudencia del Consejo de Estado y se consagrará
plenamente en la Ley de Santamaría de Paredes de 1888.
La regulación de la Ley de 1888, a semejanza de los procesos civiles de apelación, estableció que el
recurso contencioso-administrativo se interpusiera contra una resolución administrativa de carácter
reglado que ha causado estado, que es ejecutoria salvo suspensión acordada por el Tribunal. De otro
lado, el recurso debe interponerse dentro de un breve plazo (tres meses a contar desde la notifica-
ción), bajo sanción de que el acto adquiera firmeza porque no se admite contra «los acuerdos
consentidos por no haber sido apelados en tiempo y forma»; y lo mismo que en los procesos civiles
de apelación se distingue entre la interposición y el escrito de alegaciones, escrito razonado que se
formaliza a la vista del expediente administrativo, expediente que cumple la misma función que en
el proceso de apelación corresponde a los autos de la primera instancia.
La Ley Jurisdiccional de 1956 estructuró el proceso contencioso-administrativo sobre los mismos
elementos característicos del recurso de apelación civil (interposición contra una resolución
ejecutoria que deviene firme si no se recurre en un breve plazo de interposición, dos meses; y
separación, como trámites y momentos procesales diversos, de los de interposición del recurso y
formalización de la demanda o alegaciones).
La Jurisdicción Contencioso-Administrativa, se dice, «es revisora en cuanto requiere la existencia
previa de un acto administrativo, pero sin que ello signifique que sea impertinente la prueba, ni que
sea inadmisible aducir en vía contenciosa todo fundamento que no haya sido previamente expuesto
ante la Administración. El proceso ante la Jurisdicción Contencioso-Administrativa no es una
casación, sino, propiamente, una primera instancia jurisdiccional».
Es claro que lo negado no es que la primera instancia del proceso contencioso-administrativo sea
revisora del acto, ni siquiera que no sea asimilable a la segunda instancia o apelación en el orden
civil, sino que la primera instancia del proceso contencioso-administrativo no se parece en nada a la
tercera instancia civil, es decir, al recurso de casación.
Pero que la primera instancia del proceso contencioso-administrativo se asemeje a la segunda
instancia o apelación del proceso civil no significa que no existan profundas diferencias con éste,
diferencias que juegan en favor de la Administración. La más notable es, sin duda, que la
interposición del recurso no suspende la ejecutoriedad del acto administrativo, frente a la regla
general de que las apelaciones contra las sentencias civiles de primera instancia suspenden la
eficacia de las sentencias; por otra parte el juez civil que ha juzgado la primera instancia y dictado
la sentencia no es, obviamente, parte en el proceso de apelación como, sin embargo sí lo es la
Administración autora del acto en el proceso contencioso-administrativo.
B) Doctrina jurisprudencial coherente con el carácter revisor
La jurisprudencia no ha dudado en afirmar el carácter revisor de actos del proceso contencioso-
administrativo, una visión ajustada a la Ley de 1956 y anteriores, lo que, obviamente, llevó a graves
restricciones en la admisión de los recursos y por ende de la garantía judicial efectiva del art. 24 CE.
La primera restricción es la derivada de la exigencia del acto previo. La Jurisprudencia declara
inadmisible cualquier pretensión que no traiga causa de resoluciones o acuerdos de la
Administración. Tampoco permite el enjuiciamiento de actos administrativos distintos de los citados
como impugnados en el escrito de interposición del recurso e introducidos en el trámite de
formulación de demanda sin guardar los requisitos propios de la acumulación. Y tampoco se acepta
que el recurrente pretenda una pronunciación jurisprudencial sobre un acto posterior al escrito de
interposición salvo que se den los requisitos de la ampliación.
La prueba, sin embargo, se admite con mayor amplitud que en la apelación civil. Las limitaciones
vigentes proceden precisamente de la Ley de 1956 que permitió al órgano jurisdiccional
circunscribirla a los hechos de “indudable trascendencia”.
En el carácter revisor se apoya la regla de la preferencia a la hora de dictar sentencia del análisis de
los vicios graves de procedimiento, considerados como vicios de orden público, sobre las causas de
inadmisibilidad del proceso y sobre las cuestiones de fondo.
Manifestaciones del mismo carácter revisor son también la inadmisibilidad de los recursos
prematuros contra actos aún no dictados, el rechazo de cuestiones nuevas no planteadas en vía
administrativa, la inmutabilidad de las cuantías económicas solicitadas, la imposibilidad de
pretensiones extrañas al contenido del acto, inadmisión de agravios comparativos, la prohibición de
sustituir a la Administración en su actuación, y, en fin, la prohibición del ejercicio de acciones de
carácter reconvencional.
Con todo, la principal consecuencia del carácter revisor o de apelación que se otorga al proceso
contencioso-administrativo de primera instancia es la equiparación que establece entre sentencia
civil de primera instancia y acto administrativo.
C) Ley Jurisdiccional 1998: mantenimiento del carácter revisor para la impugnación de actos
La Ley de 1998 “trata de superar la tradicional y restringida concepción del recurso contencioso-
administrativo como una revisión judicial de actos administrativos previos” pero advierte que “del
recurso contra actos, el mejor modelado en el periodo precedente, poco hay que renovar” y por
consiguiente mantiene el principal efecto del carácter revisor que es “la inadmisibilidad del recurso
contra actos confirmatorios de otros firmes y consentidos”.
D) El abandono del carácter revisor en los recursos contra la inactividad de la Administración
y las vías de hecho
La Ley jurisdiccional de 1998 configura dos tipos de proceso cuyo objetivo no es una sacralizada
decisión previa con vocación de cosa juzgada sino más sencillamente una conducta omisiva o
agresiva de la Administración. Se crea así un recurso contra la inactividad de la Administración
“que se dirige a obtener de la Administración, mediante la correspondiente sentencia de condena,
una prestación material debida o la adopción de un acto expreso en procedimientos iniciados de
oficio, allí donde no juega el mecanismo del silencio administrativo”.
Pero la admisión de esta variedad del proceso queda sujeta a diversas cautelas:
podrá solicitar ésta ante el propio órgano jurisdiccional por el trámite de los incidentes, dentro
del año siguiente a la fecha del alzamiento.
Los interesados podrán solicitar la medida cautelar en cualquier estado del proceso, pero si se
impugnare una disposición general, y se solicitare la suspensión de la vigencia de los preceptos
impugnados, la petición deberá efectuarse en el escrito de interposición o en el de demanda.
El incidente cautelar se tramitará en pieza separada, con audiencia de la parte contraria, en un plazo
que no excederá de 10 días, y será resuelto por auto dentro de los 5 días siguientes. Contra el auto
que acuerde medidas no se dará recurso alguno.
Las medidas cautelares estarán vigentes hasta que recaiga sentencia firme que ponga fin al
procedimiento en el que fueren acordados o hasta que el procedimiento finalice por cualquiera de
las causas previstas en la Ley.
4. El documento que acredite el cumplimiento de los requisitos exigidos para entablar acciones
las personas jurídicas con arreglo a las normas o estatutos que les sean de aplicación.
No siempre es necesario iniciar el proceso mediante el escrito de interposición. Este trámite no es
necesario en el recurso dirigido contra una disposición general, acto, inactividad o vía de hecho en
que no existan terceros interesados que podrá iniciarse también mediante demanda en que se
concretará la disposición, acto o conducta impugnados y se razonará su disconformidad a Derecho,
acompañando los documentos antes dichos.
El plazo para interponer el recurso contencioso-administrativo es de 2 meses contados desde el día
siguiente al de la publicación de la disposición impugnada o al de la notificación o publicación del
acto que ponga fin a la vía administrativa, si fuera expreso. Si el acto no fuera expreso, el plazo es
de 6 meses y se contará:
• para el solicitante y otros posibles interesados, a partir del día siguiente a aquel en que, de
acuerdo con su norma específica, se produzca el acto presunto;
• si media recurso de reposición, desde el día siguiente a aquel en que se notifique la
resolución expresa del recurso potestativo de reposición o aquel en que éste deba entenderse
presuntamente desestimado;
• en el caso de proceso de lesividad, a contar desde el día siguiente a la fecha de la
declaración de lesividad.
El plazo para interponer el recurso contra la vía de hecho es de 10 días a contar desde el día
siguiente a la terminación del plazo de otros 10 establecido para que la Administración conteste al
requerimiento. Si no hubiere requerimiento, el plazo será de 20 días desde el día en que se inició la
actuación administrativa en vía de hecho.
B) Publicidad, emplazamiento de demandados y reclamación del expediente administrativo
Examinada de oficio por el órgano jurisdiccional la validez de la comparecencia a través del escrito
de interposición y de los documentos presentados, acordará, si lo solicita el recurrente, que se
anuncie la interposición del recurso en el periódico oficial que proceda. El Juzgado o la Sala podrá
también de oficio acordar la publicación, si lo estima conveniente. Los anuncios tienen por objeto
llamar a terceros interesados para que comparezcan si a su derecho interesa.
Al propio tiempo el órgano jurisdiccional requerirá de la Administración la remisión del expe-
diente administrativo, ordenándole emplace a quienes aparezcan como interesados en él, para que
puedan personarse en el plazo de 9 días.
Formalmente la reclamación del expediente administrativo produce el efecto de emplazamiento de
la Administración y su envío equivale a su personación en el proceso.
C) Los trámites de admisión, demanda, alegaciones previas y contestación a la demanda. La
reconvención.
Tras los trámites de interposición, reclamación del expediente, emplazamiento, y personación, la
Ley establece un trámite de admisión para que el órgano jurisdiccional pueda rechazar el recurso
cuando constare de modo inequívoco y manifiesto la falta de jurisdicción o la incompetencia del
Juzgado o Tribunal, la falta de legitimación del recurrente, haberse interpuesto el recurso contra
actividad no susceptible de impugnación, o haber caducado el plazo de interposición.
Además de las mencionadas, la Ley de 1998 ha añadido algunas causas nuevas de inadmisibilidad:
• Cuando se hubieran desestimado en el fondo otros recursos sustancialmente iguales por
sentencia firme.
• Cuando se impugne una actividad material constitutiva de vía de hecho, si fuera evidente que
la actuación administrativa se ha producido dentro de la competencia y en conformidad con
las reglas del procedimiento legalmente establecido.
• Cuando se impugne la no realización por la Administración de sus obligaciones si fuera
evidente la ausencia de obligación concreta de la Administración respecto de los recurrentes.
que apoyen sus pretensiones en el plazo de 10 días, sin que puedan plantearse cuestiones que no
hayan sido suscitadas en los escritos de demanda y contestación.
Celebrada la vista o presentadas las conclusiones, el juez o Tribunal declarará que el pleito ha
quedado concluso para sentencia, salvo que haga uso de la facultad de acordar determinadas
pruebas para mejor proveer, en cuyo caso dicha declaración se hará inmediatamente después de que
finalice la práctica de la diligencia o diligencias de prueba acordadas.
5. EL PROCEDIMIENTO ABREVIADO
Los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo y, en su caso, los Juzgados Centrales de lo
Contencioso-Administrativo de este Orden Jurisdiccional conocen, por el procedimiento abreviado,
de los asuntos de su competencia que se susciten sobre cuestiones de personal al servicio de las
Administraciones Públicas, sobre extranjería y sobre inadmisión de peticiones de asilo político,
asuntos de disciplina deportiva en materia de dopaje, así como todas aquellas cuya cuantía no
supere los 30.000 euros.
El procedimiento se iniciará por demanda, prescindiendo del escrito y trámite de interposición, a la
que se acompañará los documentos establecidos para acompañar el escrito de interposición, que el
6. EL SISTEMA DE RECURSOS
Todas las resoluciones judiciales son impugnables a través de un sistema de recursos que tienen en
cuenta, para asignar el tipo que corresponde a cada impugnación, la diversa importancia del acto
judicial impugnado (providencia, auto y sentencia) y la naturaleza y cuantía del objeto del proceso.
Los recursos admitidos hoy en el proceso contencioso-administrativo son el recurso de súplica, el
de apelación, el de casación y el de revisión.
• El recurso de súplica se admite en el proceso contencioso-administrativo contra las
providencias y los autos no susceptibles de apelación o casación y se interpone y resuelve por
el mismo juez autor de la resolución impugnada.
• El recurso de apelación lo resuelve el órgano judicial superior y se caracteriza por dar lugar a
una segunda instancia o reproducción simplificada del juicio anterior en el que se ha
producido la resolución judicial impugnada, auto o sentencia.
• El recurso de casación que igualmente se interpone ante un Tribunal Superior, pero con la
finalidad de controlar la correcta interpretación del derecho por el órgano judicial de instancia.
Ello determina que sólo se admite por motivos muy concretos a los que deben ceñirse los
argumentos de las partes y la eventual casación o anulación de las resoluciones judiciales
recurridas.
• Por último, el recurso de revisión se configura como un recurso extraordinario contra
sentencias firmes y, fundamentalmente, para corregir la apreciación de hechos, que la
aparición de documentos hasta entonces desconocidos o posteriores condenas penales han
evidenciado como inciertos o falsos.
A) Evolución.
Contra las sentencias de primera instancia se han ensayado en la Justicia administrativa tres
fórmulas impugnativas: recurso de nulidad, recurso de apelación y recurso de casación. Asimismo
contra las sentencias firmes no susceptibles de recurso ordinario se ha arbitrado el recurso
extraordinario de revisión.
La Ley de 1956 estableció contra los autos y sentencias de las Salas de lo Contencioso-
Administrativo, el recurso de apelación ente la Sala 3a del TS, contra cuyas resoluciones, en
apelación o primera instancia, no cabía recurso alguno, salvo el extraordinario de revisión. Este
cuadro resultó alterado por las previsiones de la LOPJ de 1985 que configuró al TS como juez de
casación en todos los órdenes jurisdiccionales y que pretendió hacer de los Tribunales Superiores de
Justicia la culminación de la organización judicial en las respectivas CCAA.
La Ley Jurisdiccional vigente de 1998 introduce sobre ese cuadro pocas novedades. Sin embargo,
introduce algunos cambios, motivados por la creación de los Juzgados de lo Contencioso-
Administrativo, que conducen a reimplantar los recursos de apelación contra sus resoluciones, que
no tienen sin embargo carácter universal.
B) El recurso de súplica
El recurso de súplica, caracterizado por la rapidez de planteamiento y de resolución, se interpone
ante el propio órgano jurisdiccional autor de la resolución, quien igualmente lo resuelve. Es
admisible contra las providencias y los autos no susceptibles de apelación o casación, salvo contra
los expresamente exceptuados, los autos que resuelvan los recursos de súplica, los de aclaración y
las solicitudes de revisión de diligencias de ordenación.
El recurso se interpone en el plazo de 5 días, a contar desde el siguiente al de la notificación de la
resolución impugnada, sin efecto suspensivo salvo que, de oficio o a instancia de parte, el órgano
jurisdiccional acuerde lo contrario.
Del escrito de recurso se dará traslado a las demás partes por término común de 3 días, a fin de que
puedan impugnarlo si lo estiman conveniente. Transcurrido dicho plazo, el mismo órgano
jurisdiccional resolverá por auto dentro del tercer día.
C) El recurso de apelación
La apelación por su función revisora de la sentencia dictada en primera instancia es una reiteración,
aunque simplificada, del debate objeto del proceso, un debate en que la apelación debe articularse
no frente a la pretensión de la parte que dio lugar al inicial proceso, sino frente a la sentencia que
remata la primera instancia, y no sobre un nuevo material documental, sino ante los “autos” o
conjunto de documentos en que se formalizó el primer juicio. Con esta doble concreción sobre los
“autos” y sentencias se evita que el proceso se convierta en un eterno retorno y una fiel
reproducción de los planteamientos, alegaciones y pruebas de la primera instancia.
La jurisprudencia ha dispuesto que la apelación no puede ser otra cosa que una “depuración de los
resultados de la primera instancia”. Son susceptibles de apelación tanto los autos como las
sentencias.
El recurso de apelación contra los autos sólo se admite contra los de los Juzgados centrales de lo
Contencioso Administrativo y de la Audiencia Nacional en un solo efecto, es decir, sin que la
sustanciación del recurso impida su ejecución.
Son apelables, en ambos efectos (devolutivo y suspensivo), los autos de los Juzgados de lo
contencioso-administrativo y los de los Juzgados centrales de lo Contencioso-Administrativo ante
las Salas de lo Contencioso Administrativo de los TSJ y de la Audiencia Nacional, respectivamente,
en los incidentes seguidos para extender a terceros una sentencia estimatoria, en materia tributaria y
de personal.
En cuanto a las sentencias de los mismos órganos jurisdiccionales serán todas ellas susceptibles de
recurso de apelación, salvo que se refieran a asuntos cuya cuantía no exceda de 18.000€ y los
relativos a materia electoral. En todo caso siempre serán apelables las sentencias dictadas en el
procedimiento para la protección de los derechos fundamentales, las que resuelvan litigios entre
Administraciones públicas y sobre impugnaciones indirectas de disposiciones generales.
El recurso de apelación contra sentencias es admisible en ambos efectos, es decir, además de
trasladar la competencia del Tribunal Superior, tiene efecto suspensivo sobre la ejecución de la
sentencia, lo que no obsta a que el juez pueda adoptar las medidas cautelares que sean pertinentes
para asegurar la ejecución de la sentencia. Se admite también la ejecución provisional de la
sentencia recurrida, salvo cuando la misma sea susceptible de producir situaciones irreversibles o
perjuicios de imposible reparación.
La tramitación del recurso de apelación sigue tres fases: interposición, admisión y resolución.
La interposición tiene lugar ante el Juzgado que hubiere dictado la resolución apelada, dentro de los
15 días siguientes al de su notificación, mediante escrito razonado que contiene ya las alegaciones
en que se fundamente el recurso. En los mismos escritos de interposición del recurso y de
oposición, las partes podrán pedir el recibimiento a prueba, la celebración de vista, que se presenten
conclusiones o que sea declarado concluso, sin más trámites, para sentencia.
La resolución del recurso corresponde al tribunal superior, las Salas de lo contencioso-
administrativo de los TSJ y de la Audiencia Nacional, a las que se remitirán los escritos de las
partes y los autos de primera instancia. Ante ellas podrán practicarse únicamente las pruebas que
hubieran sido denegadas o no hubieran sido debidamente practicadas en primera instancia
imputables a la parte que las solicita.
7. EL RECURSO DE CASACIÓN
El recurso de casación nació con la Revolución Francesa como una técnica para reprimir las
tentativas de los jueces de invadir competencias legislativas; pero después las funciones se han
modificado o ampliado, atendiendo a un triple frente:
1. Mantener en los límites de la competencia al juez inferior,
2. Vigilar la observancia por éste de las formas procesales, y,
3. Regular y uniformar la aplicación del Derecho a través del respeto a lo establecido por la
jurisprudencia de los Tribunales superiores.
El juez de casación no revisa la determinación y fijación de los hechos realizada por el juez inferior,
pues es un recurso síntesis de la anulación y la apelación por motivos de derecho. El mismo juez de
casación dicta una nueva sentencia en términos similares a lo que hace el juez de apelación, salvo
en los casos en que aprecie falta de jurisdicción o vicios de procedimiento.
La Ley 29/1998 configuró tres tipos de recursos de casación: el ordinario, el de casación para
unificación de la doctrina y el de casación en interés de la ley.
Pues bien, la Ley Orgánica 7/2015 deroga los recursos de casación para la unificación de doctrina y
los recursos de casación en interés de ley, quedando únicamente el recurso de casación ordinario.
A) Resoluciones recurribles en casación.
Las sentencias dictadas en única instancia por los Juzgados de lo Contencioso-Administrativo y las
dictadas en única instancia o en apelación por la Sala de lo Contencioso-Administrativo de la
Audiencia Nacional y por las Salas de lo Contencioso-administrativo de los Tribunales Superiores
de Justicia serán susceptibles de recurso de casación ante la Sala de lo Contencioso-administrativo
del Tribunal Supremo.
En el caso de las sentencias dictadas en única instancia por los Juzgados de lo Contencioso-
administrativo, únicamente serán susceptibles de recurso las sentencias que contengan doctrina que
se reputa gravemente dañosa para los intereses generales y sean susceptibles de extensión de
efectos.
Las sentencias que, siendo susceptibles de casación, hayan sido dictadas por las Salas de lo
Contencioso-administrativo de los Tribunales Superiores de Justicia sólo serán recurribles ante la
Sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo si el recurso pretende fundarse en
infracción de normas de Derecho estatal o de la Unión Europea que sea relevante y determinante del
fallo impugnado, siempre que hubieran sido invocadas oportunamente en el proceso o consideradas
por la Sala sentenciadora. Cuando el recurso se fundare en infracción de normas emanadas de la
Comunidad Autónoma será competente una Sección de la Sala de lo Contencioso- Administrativo
que tenga su sede en el Tribunal Superior de Justicia compuesta por el Presidente de dicha Sala, que
la presidirá, por el Presidente o Presidentes de las demás Salas de lo Contencioso-administrativo y,
en su caso, de las Secciones de las mismas, en número no superior a dos, y por los Magistrados de
la referida Sala o Salas que fueran necesarios para completar un total de cinco miembros.
También son susceptibles de recurso de casación los siguientes autos dictados por la Sala de lo
Contencioso-Administrativo de la Audiencia Nacional y por las Salas de lo Contencioso-
Administrativo de los TSJ, con la misma excepción e igual límite dispuestos anteriormente:
• Los que declaren la inadmisión del recurso contencioso-administrativo o hagan imposible su
continuación.
• Los que pongan término a la pieza separada de suspensión o de otras medidas cautelares.
• Los recaídos en ejecución de sentencia, siempre que resuelvan cuestiones no decididas, directa
o indirectamente, en aquélla o que contradigan los términos del fallo que se ejecuta.
• Los dictados sobre ejecución provisional de sentencias.
• Los dictados en materia tributaria, de personal al servicio de la Administración publica y de
unidad de mercado, que extienda a otros supuestos análogos los efectos de una sentencia firme.
Por ultimo, son susceptibles de casación las resoluciones del Tribunal de Cuentas en materia de
responsabilidad contable en los casos establecidos en su Ley de Funcionamiento.
B) Objeto del recurso. El interés casacional
El recurso de casación ante la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo se
limitará a las cuestiones de derecho y, dentro de ese contexto estrictamente jurídico, las pretensiones
del recurso de casación deberán tener por objeto la anulación total o parcial de la sentencia o auto
impugnado y, en su caso, la devolución de los autos al Tribunal de instancia o resolución del litigio
por la Sala de lo Contencioso-Administrativo del Tribunal Supremo dentro de los términos en que
apareciese planteado el debate.
El Tribunal de casación podrá apreciar que existe interés casacional objetivo, motivándolo expresa-
mente en el auto de admisión, cuando, entre otras circunstancias, la resolución que se impugna:
1. Fije, ante cuestiones sustancialmente iguales, una interpretación de las normas de Derecho
estatal o de la Unión Europea en las que se fundamenta el fallo contradictoria con la que
otros órganos jurisdiccionales hayan establecido.
2. Siente una doctrina sobre dichas normas que pueda ser gravemente dañosa para los intereses
generales.
3. Afecte a un gran número de situaciones, bien en sí misma o por trascender del caso objeto
del proceso.
4. Resuelva un debate que haya versado sobre la validez constitucional de una norma con
rango de ley, sin que la improcedencia de plantear la pertinente cuestión de inconstitu-
cionalidad aparezca suficientemente esclarecida.
5. Interprete y aplique aparentemente con error y como fundamento de su decisión una
doctrina constitucional.
6. Interprete y aplique el Derecho de la UE en contradicción aparente con la jurisprudencia del
Tribunal de Justicia o en supuestos en que aun pueda ser exigible la intervención de éste a
título prejudicial.
7. Resuelva un proceso en que se impugnó, directa o indirectamente, una disposición de
carácter general.
8. Resuelva un proceso en que lo impugnado fue un convenio celebrado entre
Administraciones públicas.
9. Haya sido dictada en el procedimiento especial de protección de derechos fundamentales.
Se presumirá que existe interés casacional objetivo:
• Cuando en la resolución impugnada se hayan aplicado normas en las que se sustente la razón
de decidir sobre las que no exista jurisprudencia.
interpretación, sin perjuicio de que la sentencia haya de extenderse a otras si así lo exigiere el
debate finalmente trabado en el recurso. Contra las providencias y los autos de admisión o
inadmisión no cabrá recurso alguno.
La inadmisión a trámite del recurso de casación comportará la imposición de las costas a la parte
recurrente, pudiendo tal imposición ser limitada a una parte de ellas o hasta una cifra máxima.
La preparación del recurso de casación no impedirá la ejecución provisional de la sentencia
recurrida.
Las partes favorecidas por la sentencia podrán instar su ejecución provisional. Cuando de ésta
pudieran derivarse perjuicios de cualquier naturaleza, podrán acordarse las medidas que sean
adecuadas para evitar o paliar dichos perjuicios. Igualmente podrá exigirse la presentación de
caución o garantía para responder de aquéllos.
El Tribunal de instancia denegará la ejecución provisional cuando pueda crear situaciones
irreversibles o causar perjuicios de difícil reparación.
E) Escrito de interposición y resolución del recurso
Admitido el recurso, el Letrado de la Administración de Justicia de la Sección de Admisión de la
Sala de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo dictará diligencia de ordenación en la
que dispondrá remitir las actuaciones a la Sección de dicha Sala competente para su tramitación y
decisión y en la que hará saber a la parte recurrente que dispone de un plazo de 30 días, a contar
desde la notificación de aquélla.
El escrito de interposición deberá, en apartados separados que se encabezarán con un epígrafe
expresivo de aquello de lo que tratan:
- Exponer razonadamente por qué han sido infringidas las normas o la jurisprudencia que como
tales se identificaron en el escrito de preparación, sin poder extenderse a otra u otras no
consideradas entonces, debiendo analizar, y no sólo citar, las sentencias del Tribunal Supremo
que a juicio de la parte son expresivas de aquella jurisprudencia, para justificar su
aplicabilidad al caso; y
- Precisar el sentido de las pretensiones que la parte deduce y de los pronunciamientos que
solicita.
Si el escrito de interposición no cumpliera lo exigido en el apartado anterior, la Sección de la Sala
de lo Contencioso-administrativo del Tribunal Supremo competente para la resolución del recurso
acordará oír a la parte recurrente sobre el incumplimiento detectado y, sin más trámites, dictará
sentencia inadmitiéndolo si entendiera tras la audiencia que el incumplimiento fue cierto. En ella,
impondrá a dicha parte las costas causadas.
En otro caso, acordará dar traslado del escrito de interposición a la parte o partes recurridas y
personadas para que puedan oponerse al recurso en el plazo común de 30 días. Durante este plazo
estarán de manifiesto las actuaciones procesales y el expediente administrativo en la Oficina
judicial. En el escrito de oposición no podrá pretenderse la inadmisión del recurso.
La sentencia fijará la interpretación de aquellas normas estatales o la que tenga por establecida o
clara de las de la UE sobre las que, en el auto de admisión a trámite, se consideró necesario el
pronunciamiento del Tribunal Supremo. Y, con arreglo a ella y a las restantes normas que fueran
aplicables, resolverá las cuestiones y pretensiones deducidas en el proceso, anulando la sentencia o
auto recurrido, en todo o en parte, o confirmándolos. Podrá asimismo, cuando justifique su
necesidad, ordenar la retroacción de actuaciones a un momento determinado del procedimiento de
instancia para que siga el curso ordenado por la ley hasta su culminación.
El Tribunal Supremo podrá integrar en los hechos admitidos como probados por la Sala de instancia
aquellos que, habiendo sido omitidos por ésta, estén suficientemente justificados según las
actuaciones y cuya toma en consideración resulte necesaria para apreciar la infracción alegada de
las normas del ordenamiento jurídico o de la jurisprudencia, incluso la desviación de poder.
9. EJECUCIÓN DE SENTENCIAS
A) El principio de la ejecución administrativa bajo dirección y control judicial
La regla tradicional en la ejecución de las sentencias contencioso-administrativas ha sido que la
materialidad de ésta correspondía a la Administración que hubiere dictado el acto o la disposición
objeto del recurso. Los poderes del Tribunal para hacer que se cumplieran sus fallos podían llegar
hasta la deducción del tanto de culpa a los Tribunales penales.
A la vista de esta regulación, no puede decirse que el papel de la Administración pasase de ser un
simple servidor e instrumento de la propia ejecución judicial. Por ello, el sistema no infringía la CE,
que atribuye, en exclusiva, a los jueces y Tribunales la potestad de juzgar y hacer ejecutar lo
juzgado.
Así resultaba excesivo el rigor de los que opinaban que la regulación del sistema de ejecución de
sentencias de la Ley de 1956 no se adecuaba a la CE. La Ley de 1998 resuelve el problema de la
ejecución de la sentencia encomendándola al órgano administrativo que hubiera realizado la
actividad objeto del recurso mediante una orden del juez.
Una orden que deberá dictarse en el plazo de 10 días, a fin de que, en otros 10 días, se lleve a puro y
debido efecto y se practique lo que exija el cumplimiento de las declaraciones contenidas en el
fallo.
Transcurridos 2 meses a partir de la comunicación de la sentencia o el plazo fijado en esta, para el
cumplimiento del fallo, cualquiera de las partes podrá instar su ejecución forzosa.
B) Suspensión, inejecución, expropiación e imposibilidad de la ejecución.
En cuanto a la suspensión, la Ley de 1998 prescribe que no podrá suspenderse el cumplimiento ni
declararse la inejecución total o parcial del fallo, pero con la puerta abierta para algunas
excepciones.
Sí es diversa la regulación de la imposibilidad de ejecución. La Ley de 1956 afrontó la regulación
de los supuestos de imposibilidad de ejecución negando su misma realidad. La Ley de 1998
prescribe que el órgano obligado al cumplimiento de la sentencia lo manifestará a la autoridad
judicial a través del representante procesal de la Administración en el plazo de 2 meses a fin de que,
con audiencia de las partes y de quienes considere interesados, el juez o Tribunal aprecie la
concurrencia o no de dichas causas y adopte las medidas necesarias que aseguren la mayor
efectividad de la ejecutoria, fijando en su caso la indemnización que proceda por la parte en que no
pueda ser objeto de cumplimiento pleno.
C) Incidentes de ejecución y poderes del juez
La instrumentación de la ejecución permite su procedimentalización y de paso, pleito sobre pleito,
dando pie a que se eternicen los conflictos que se susciten en el trámite de ejecución.
La Ley admite que la Administración pública, las demás partes procesales y las personas afectadas
por el fallo, mientras no conste en autos la total ejecución de la sentencia, puedan promover
incidentes para decidir cuantas cuestiones se planteen en la ejecución. Del escrito planteando la
cuestión incidental se dará traslado a las partes para que, en el plazo común que no excederá de 20
días, aleguen lo que estimen procedente, resolviendo el juez por auto, en el plazo de 10 días.
Habrá que terminar con todos los incidentes y esperar a que transcurran todos los plazos, antes de
que el juez pueda dictar, previa audiencia de las partes, las medidas necesarias para lograr la
efectividad de lo mandado.
D) Modalidades de la ejecución
La Ley de 1998 además de la regulación general, despieza los diversos y más frecuentes supuestos
de ejecución de sentencias en atención a sus contenidos.
Cuando la Administración fuere condenada al pago de cantidad líquida, el órgano encargado de su
cumplimiento acordará el pago con cargo al crédito correspondiente de su presupuesto que tendrá
siempre la consideración de ampliable. Si la Administración condenada al pago estimare que el
aplicación y a resolver por el juez competente para el recurso directo. No es, sin embargo, un
proceso garantista de los derechos e intereses de las partes intervinientes. Esta novedad, arroja sobre
el juez de instancia la carga de fundamentar ante el superior la invalidez del reglamento ya aplicado,
con el riesgo de ser desautorizado por haber estimado indebidamente un recurso indirecto, lo que lo
expone a eventuales acciones de responsabilidad.
El planteamiento de la cuestión de ilegalidad por el juez se hará dentro de los 5 días siguientes a
aquel en que conste en las actuaciones la firmeza de la sentencia y habrá de ceñirse exclusivamente
a aquel o aquellos preceptos reglamentarios cuya declaración de ilegalidad haya servido de base
para la estimación de la demanda, emplazando a las partes para que en el plazo de 15 días, puedan
comparecer y formular alegaciones ante el Tribunal competente para fallar la cuestión.
La sentencia estimará o desestimará parcial o totalmente la cuestión, salvo que faltare algún
requisito procesal insubsanable, caso en que la declara inadmisible. La sentencia que resuelva la
cuestión de ilegalidad no afectará a la situación jurídica concreta derivada de la sentencia dictada
por el Juez o Tribunal que planteó aquélla.
C) Procedimiento en los casos de suspensión administrativa previa de acuerdos de las
Corporaciones o Entidades públicas.
Suprimidos los controles administrativos directos de las Administraciones territoriales superiores
sobre las inferiores, sólo quedan las técnicas impugnativas por razones de legalidad ante el sistema
judicial. Cuando estas impugnaciones van precedidas del reconocimiento legal de un efecto
suspensivo sobre la actividad cuestionada, dicha suspensión deber ir seguida de la impugnación o
traslado de aquéllos ante la Jurisdicción contencioso-administrativa. A ese efecto, en el plazo de 10
días siguientes a la fecha en que se hubiera dictado el acto de suspensión o en el que la Ley
establezca, deberá interponerse el recurso mediante escrito fundado, o darse traslado directo del
acuerdo suspendido al órgano jurisdiccional, según proceda, acompañado en todo caso copia del
citado acto de suspensión.
Interpuesto el recurso o trasladado el acuerdo suspendido, el órgano jurisdiccional requerirá a la
Corporación para que en el plazo de 10 días remita el expediente administrativo. Recibido el
expediente administrativo, el órgano jurisdiccional lo pondrá de manifiesto junto con las
actuaciones, convocándolos para la celebración de la vista, que se dará como mínimo a los 10 días
de la puesta de manifiesto del expediente, vista que podrá sustituirse motivadamente por
alegaciones escritas.
Celebrada la vista o deducidas las alegaciones, se dictará sentencia por la que se anule o confirme el
acto o acuerdo objeto del recurso, disponiendo lo que proceda en cuanto a la suspensión.
D) Procedimiento para la declaración judicial de extinción de partidos políticos
El procedimiento para la declaración judicial de extinción de un partido político, en el que siempre
el Ministerio Fiscal será parte del proceso, se regirá por lo dispuesto en el procedimiento abreviado,
con las siguientes especialidades:
• En la demanda, deberá especificarse en cuál o cuáles de los motivos recogidos en la Ley
Orgánica 6/2002, de 27 de junio, de Partidos Políticos, se fundamenta la petición de declaración
judicial de extinción.
• El plazo de dos meses para la presentación de la demanda se contará a partir del día siguiente al
vencimiento del plazo de 6 meses a seguidas del apercibimiento practicado por el registro de
Partidos Políticos para que el partido en cuestión proceda a justificar que ha realizado la
adaptación de sus estatutos a la Ley, que ha renovado sus órganos de gobierno y representación,
que ha presentado las cuentas anuales de todos los ejercicios o, en su caso, todo lo anterior.
• Cuando la sentencia declare la extinción del partido, será notificada al registro para que éste
proceda a la cancelación de la inscripción.