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Delegaciones y devoluciones

Verónica Rocha

En los debates de fines del siglo XX, desde la comunicación política se solía poner
especial énfasis en algunas funciones ampliadas que se les asignaba a los medios de
información como actores en el espacio público. El objetivo consistía en llevar la discusión
más allá de las tradicionales funciones sociales de los medios ligadas a la información y el
entretenimiento, ya que entonces su incidencia política era más bien solo una sospecha.
Así se hablaba, entre otras, de las funciones que cumplían mediante la selección,
jerarquización y representación de la realidad a través de la información periodística que
entregaban a la sociedad.

Estas discusiones permitieron entender claramente la existencia de una “delegación” a los


actores mediáticos de facultades ciudadanas necesarias para el conocimiento y
comprensión de su realidad local y global. Así, durante muchas décadas el encargo del
tratamiento periodístico para consumo masivo se encontraba en las manos (por no decir
bajo el monopolio) de las empresas mediáticas y sus profesionales en información.

La tecnología ha permitido la “recuperación” de esta facultad delegada para muchos de los


sectores y poblaciones que han ido cayendo en cuenta que la producción informativa que
emana del conglomerado mediático no los (re)presenta en tanto sus vivencias,
aspiraciones y demandas. Y esto se ha materializado a través de la figura del prosumidor
(productor y consumidor), cuya existencia ha permitido que cada persona o comunidad
genere y difunda su propio contenido informativo renunciando parcial o totalmente a la
intermediación de los medios para este fin.

Además de que la posibilidad de autorrepresentación informativa, discursiva y mediática


ha sido facilitada por la tecnología, la misma ha llegado también para hacerse cargo,
parcialmente por ahora, de otras funciones que antes estaban delegadas exclusivamente
al periodismo: las de selección y jerarquización noticiosa. Qué otra cosa es sino el dato
evidente de que las nuevas generaciones basan buena parte de su consumo noticioso
mediadas por las redes sociodigitales y sus algoritmos cuyos criterios de presentación de
contenidos ante el usuario responden a criterios comerciales de perfilamiento antes que a
los periodísticos.

Así las cosas, consciente de sus múltiples crisis el periodismo en los últimos años ha
encontrado su razón de ser en este tiempo en la recuperación de funciones que no le son
nuevas pero que se muestran urgentes ante los cambiantes escenarios, entre éstas se
encuentran las de contextualización y verificación de los hechos. De estas nuevas
necesidades es de donde vuelve fuertemente a la palestra el periodismo de investigación,
nace el de datos, se fortalece la búsqueda de otros formatos. Y ante la masificación y
posibilidad de viralización de la desinformación, nacen las verificadoras.

¿Qué pasa entonces cuando estas renovadas/ recuperadas funciones que el periodismo
necesita para reubicarse en la sociedad atraviesan situaciones que merman su credibilidad
como fue el caso de Bolivia Verifica la pasada semana? Por lo inédito de esta situación,
sus efectos debieran escudriñarse —preliminarmente aún— en su alcance sectorial.
¿Hasta dónde tendrá que gestionarse la ciudadanía su propia información en tanto
producción y consumo? Si a título de periodismo ciudadano, nuevos medios digitales y a
nombre de alfabetización mediática se va a continuar “devolviendo” a la ciudadanía sus
facultades de seleccionar, jerarquizar, contextualizar, verificar y representarse
informativamente por sí sola, cuánto tiempo aún queda para que resuene la pregunta que
ya tanto asedia globalmente a los conglomerados mediáticos tradicionales: ¿para qué los
necesitamos?

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