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Barbara Potthast
Madres, obreras, amantes...
Protagonismo femenino
en la historia de América Latina
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TIEMPO EMULADO
HISTORIA DE AMÉRICA Y ESPAÑA
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Walther L. Bernecker
(Universität Erlangen-Nürnberg)
Elena Hernández Sandoica
(Universidad Complutense de Madrid)
Clara E. Lida
(El Colegio de México)
Rosa María Martínez de Codes
(Universidad Complutense de Madrid)
Jean Piel
(Université Paris VII)
Barbara Potthast
(Universität zu Köln)
Hilda Sabato
(Universidad de Buenos Aires)
Nigel Townson
(Universidad Complutense de Madrid)
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Barbara Potthast
MADR ES , O BRERA S ,
AM A N TES . . .
Protagonismo femenino en la historia
de América Latina
IBEROAMERICANA - VERVUERT
BONILLA ARTIGAS EDITORES
2010
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Título original:
Von Müttern und Machos. Eine Geschichte der Frauen Lateinamerikas.
© del original en alemán: Peter Hammer Verlag Wuppertal
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Amor de Dios, 1 - E-28014 Madrid
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ÍNDICE
Referencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 391
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E
vita Perón, la premio Nobel de la paz Rigoberta Menchú, las
Madres de Plaza de Mayo, o Tania «la Guerrillera», ¿es casua-
lidad que en las últimas décadas, precisamente en el «continen-
te de los machos», tantas mujeres hayan alcanzado reconocimiento
internacional o al menos visibilidad? ¿Y qué es lo que vincula entre sí
a estas mujeres por otra parte muy diferentes? Evita es una argentina
procedente de los sectores humildes, que ascendió y se convirtió en la
muy admirada y poderosa esposa del presidente, pero que hoy es
conocida sobre todo como la protagonista de un musical y de varios
filmes. Las «Madres» son en su mayoría mujeres de los sectores
medios, que se enfrentaron a la brutal dictadura militar argentina en
los años setenta. Rigoberta Menchú es una mujer maya de Guatemala,
que llamó la atención sobre el destino de su pueblo, castigado por la
represión y el racismo en su país. Finalmente, Tania es una alemana
que se crió en Argentina, y se hizo famosa como compañera de lucha
y de destino del Che Guevara. ¿Es una casualidad que en América
Latina haya tantas mujeres prominentes y políticamente comprometi-
das? ¿Existe para ello un fundamento histórico? La lista de mujeres
famosas de la época colonial puede comenzar con la Malinche o
Malintzin, la traductora y amante indígena de Hernán Cortés, que fue
convertida en el siglo XX tanto en el símbolo de la traición a su propio
pueblo como, por el contrario, del comienzo de una nueva nación
mestiza. Las personas interesadas en la literatura conocen a Sor Juana
Inés de la Cruz, monja y escritora, una de las figuras con mayor for-
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8 MADRES , O B R ER A S , A M A N T E S . . .
mación cultural del siglo XVII, lo cual no fue óbice para que, al final, se
estrellara contra los límites que en ese tiempo les habían sido impues-
tas a las mujeres.
Mujeres nobles y pertenecientes a la burguesía, indígenas y escla-
vas, empleadas domésticas y obreras de una fábrica: todas ellas
encuentran en este libro su lugar y —hasta donde lo permiten las fuen-
tes— toman la palabra. Pues a pesar de todas las diferencias entre sus
vidas, a estas mujeres las une sin embargo una historia latinoamerica-
na específica, que se expresa en los roles de género. Al ideal supremo
del ama de casa y madre virtuosa y angelical se le contrapone no sólo
la imagen del «macho», dispuesto a la violencia y con poca responsa-
bilidad social, sino también una realidad social que a veces difiere en
forma considerable de estos estereotipos. Pese a todo, también las
representaciones ideales y las normas tienen una influencia en la vida
cotidiana, provocan efectos, y este libro trata sobre ambos. Los temas
centrales de la historia de las mujeres y de la familia en América Lati-
na han sido abordados aquí tomando como ejemplo una región, un
Estado o un destino individual. También se trata sobre los hombres,
pero la atención principal está puesta en las mujeres.
Como no puede dejar de ser en una obra sobre un tema tan amplio,
ésta tiene sus lagunas y no he podido abordar todos los temas ni todos
los aspectos de los temas tratados, pero la técnica de patchwork que se
usó, tal vez ayude para entender la «diversidad en la unidad», como lo
expresa un lema importante del movimiento feminista.
Me produce una especial alegría que ahora mi libro aparezca publi-
cado en español, y espero que pueda llegar a los lectores interesados en
este tema. La traducción de un libro escrito hace ya varios años cons-
tituye siempre una empresa ambivalente, en tanto se puede utilizar la
oportunidad que brinda esa traducción para introducir cambios en el
texto original, a partir de nuevos desarrollos acaecidos y de la consul-
ta de nueva bibliografía. Con esto, no obstante, hubiese escrito otro
libro, por lo que me limité a realizar sólo pequeños cambios. Única-
mente la sección sobre la cultura femenina en el siglo XIX y el capítulo
que trata de las representaciones sobre la feminidad y la masculinidad,
fueron objeto de una reelaboración profunda, pues en el tiempo trans-
currido desde la aparición de la edición original en alemán, se habían
realizado avances importantes en la investigación sobre este tema.
También el ensayo bibliográfico fue reelaborado, abarcando un espec-
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PREFACIO A L A ED IC IÓ N EN E S P A Ñ OL 9
CAPÍTULO 1
LAS MUJERES INDÍGENAS
Y LA CONQUISTA DE AMÉRICA
«E
n cierto sentido, la conquista de América fue una con-
quista de las mujeres», escribió el historiador Magnus
Mörner en 1967.1 Los especialistas en investigaciones
sobre mujeres formularían esta tesis hoy de otra manera: la conquista
de América no fue la conquista de las mujeres, sino la conquista de la
dominación violenta sobre las mujeres. Pues pese a todas las fuertes
diferencias en la situación de las mujeres aztecas, incas o guaraníes
antes de la conquista, todas ellas vivían en una sociedad dominada
esencialmente por los hombres. La conquista, la esclavización y el
rapto fueron experimentadas por muchas mujeres indias ya desde
antes de la llegada de los europeos, y por otro lado, no todas tuvieron
que ser conducidas por la violencia a servir a los españoles.
La actuación de las mujeres indias durante la conquista española
fue tan variada como la de los hombres indios. También ellas ofrecie-
ron resistencia, colaboraron con el conquistador, se sometieron o fue-
ron obligadas a todo ello por los hombres españoles o indios. Una
última posibilidad de los conquistados de (re)accionar con autonomía,
residió en la huida hacia zonas apartadas o hacia las ciudades. Pero ello
significó a la vez una transformación radical de los modos de vida de
los hombres y mujeres indios. Antes de poder explicar estas transfor-
maciones es preciso echar una breve ojeada sobre las relaciones socia-
les existentes en las sociedades precolombinas.
Sobre la situación de las mujeres en la América precolonial encon-
tramos menos exposiciones de carácter general que las que existen
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La conquista de México
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[...] quiero dezir lo de doña María, cómo desde su niñez fue gran señora
y caçica de pueblos y vasallos. Y es desta manera: que su padre y su madre
eran señores y caçiques de un pueblo que se dize Painala [...]. Y murió el
padre quedando muy niña, y la madre se casó con otro caçique mançebo
y ovieron un hijo, y segund paresçió, queríanlo bien al hijo que avían avi-
do; acordaron entre el padre y la madre de dalle el caçicazgo después de
sus días, y porque en ello no oviese estorvo dieron de noche a la niña,
doña María, a unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y hecha-
ron fama que se avía muerto. Y en aquella sazón murió una hija de una
india esclava suya y publicaron que era la heredera; por manera que los
de Xicalango la dieron a los de Tabasco y los de Tabasco a Cortés. [...] Y
como doña María en todas la guerras de Nueva España, y Tascala, y
México, fue tan eçelente muger y buena lengua, como adelante diré, a esta
causa la traía sienpre Cortés consigo. [...] Y la doña María tenía mucho
ser y mandava asolutamente entre los indios en toda la Nueva España.
[...] La doña Marina sabía la lengua de Guaçaqualco, qu’es la propia de
México, y sabía la de Tavasco. Como Gerónimo de Aguilar sabía la de
Yucatán y Tabasco, qu’es toda una, entendíanse bien, y el Aguilar lo
declarava en castilla a Cortés; fue gran prinçipio para nuestra conquista.
Y ansí se nos hazían todas las cosas, loado sea Dios, muy prosperamente.
E querido aclarar esto porque sin doña María no podíamos entender la
lengua de la Nueva España y México.3
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que creyeron que los enbiava [a] allar para matarlos, y lloravan. Y como
ansí los vido llorar la doña Marina les consoló, y dixo que no oviesen mie-
do, que quando la traspusieron con los de Xicalango que no supieron lo
que hazían, y se lo perdonava [...] y Dios le avía hecho mucha merçed en
quitarla de adorar ídolos agora y ser cristiana, y tener un hijo de su amo y
señor Cortés, y ser casada con un cavallero como era su marido Joan
Xaramillo, que aunque la hizieran caçica de todas quantas provinçias avía
en la Nueva España, no lo sería, que en más tenía servir a su marido e a
Cortés que quanto en el mundo ay.4
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PERÚ
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El inca creó, mediante los centros en los que agrupaba a las aclla, una
posibilidad de estrechar lazos de lealtad entre las provincias conquistadas
y sus líderes locales, por un parte, y el Estado por la otra. A través de la
entrega de sus hijas al Inca, los afectados por esta medida podían asegu-
rarse el favor del Estado. Igualmente, el Inca creó dentro de la elite, a la
cual entregaba parte de aquellas aclla, una especie de secta.5
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LA REGIÓN DE LA PLATA
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[...] hallamos S.or enesta trra vna maldita costumbre q. las mugeres son las
q siembran y cojen el bastimento ycomo quiera q. no nos podriamos aqui
sostentar con la pobreza dela trra fue forçado tomar cada cristiano yndias
destas desta trra contentando sus parientes con rrescates para q. les hizie-
sen de comer. traydas asus poderes de los cristianos an avido dellas hijos
en tanta Cantidad q. ay en esta çibdad quinyentas criaturas o mas hijos de
cristianos yde yndias cristianas naturales desta trra ansi mismo S.oran
tomado vna mala costumbre en si de vender estas yndias vnos a otros por
Rescate.10
MUJERES IND ÍG E NA S Y C ON QU IS TA 43
Puede afirmarse que los españoles en los primeros años, por razo-
nes de su propia seguridad, mantuvieron los principios de ayuda
mutua e igualdad de derechos, aun cuando se dieron casos de utiliza-
ción de la violencia. Pero muy pronto los blancos vieron cada vez más
en las mujeres indígenas a una fuerza de trabajo, y esto les otorgó el
carácter de una mercancía, pues eran algo que, llegado el caso, podía
ser intercambiado. Esto no excluía los contactos sexuales; por el con-
trario, ello formaba parte del dominio violento que los españoles
habían obtenido.
Después de dos años creció la desilusión entre los hombre guaraníes,
por la forma en que las relaciones con los españoles se había desarrolla-
do. No se sentían tratados como parientes, sino como tapi’s (personas de
un estatus inferior). Planearon para el día de la Ascensión de Cristo del
año 1539 una gran rebelión, que sin embargo pudo ser derrotada. Tras
esta revuelta, los indígenas sellaron el nuevo acuerdo de paz otra vez con
la entrega de mujeres.
La rebelión estuvo causada también por el intento de Álvar Núñez
de terminar con lo que a sus ojos era la ilegalidad existente en Asun-
ción. Su partidario González de Paniagua afirmó con espanto que
[...] los h.os q tienen las yindias de qualquier cristiano no los llama tal cris-
tiano hos demis criadas o mocas sino hr.o de mis mugeres emis cuñados
suegros y suegras con tanta desverguenca como sy en muy legitimo matri-
monio fuesen ayuntados alas hijas delos yndios eyndias q ansi de suegros
yintitulan.11
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MUJERES IND ÍG E NA S Y C ON QU IS TA 45
CAPÍTULO 2
LA SOCIEDAD COLONIAL
L
a construcción de un imperio colonial español en América no
fue una empresa planeada de antemano. Los viajes en dirección
oeste no se habían realizado para «descubrir» y colonizar nue-
vas tierras, sino para arribar a las Indias para comerciar. Después que
se hizo claro que Colón y sus continuadores habían descubierto un
nuevo continente, y que el papa les asignara a los Reyes Católicos la
misión de propagar la religión católica —y debido a ello también el
dominio sobre las regiones paganas— se plantearon ante ellos nuevas
problemas y desafíos. ¿Cómo administrar las nuevas regiones de
ultramar del imperio (el concepto de «colonia» apareció más tarde) y
cómo debía estructurarse la vida en común entre los conquistadores y
los conquistados? Las respuestas que se encontraron estuvieron mar-
cadas por las experiencias procedentes del viejo mundo y tuvieron su
base en las concepciones sobre conquista y dominación desarrolladas
en la Península Ibérica durante los enfrentamientos contra los moros
en el período comprendido entre los siglos VIII y XV.
En la investigación histórica se plantea la pregunta de si existe una
interrelación entre la conquista de América y el final de la así llamada
Reconquista por los cristianos de las regiones ibéricas dominadas por
los moros. El mismo hecho de que, inmediatamente después de la
capitulación de Granada (el último territorio ocupado por los moros),
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Colón pudiera firmar con los Reyes Católicos, tras largos años de
espera, la «Capitulación de Santa Fe», una especie de contrato, que
estipulaba las condiciones en que haría el viaje descubridor y recibie-
ra finalmente el permiso para el viaje, demuestra que alguna relación
existió. Además, se dio una sorprendente coincidencia en el origen
geográfico de los conquistadores, muchos de los cuales procedían de
Extremadura, una región fuertemente marcada por la Reconquista y
cuya nobleza baja, en cierta medida, se había quedado «desempleada»
con el final de aquélla. Semejante coincidencia, sin embargo, no nos
debe hacer a olvidar que los viajes de Colón se insertaron en un pro-
ceso de expansión europeo que ya duraba más de un siglo.
Para nuestro propósito es más importante la circunstancia de que,
por razones parecidas, en la conquista de América por España, se uti-
lizaron una serie de figuras jurídicas procedentes de la Reconquista,
como el cargo del «adelantado» (encargado de una campaña de con-
quista con plenos poderes), o el de la «encomienda» (cesión de dere-
chos a señores guerreros destacados). Tanto esas instituciones, como
también el desarrollo específico que tuvo la Reconquista, determina-
ron las expectativas y objetivos de los conquistadores. Sobre todo
entre la nobleza baja, los hidalgos, las constantes campañas guerreras
habían creado una mentalidad de despojo que encontró posterior des-
arrollo en América. Por otra parte, durante la Reconquista, que fue
más bien un enfrentamiento entre diferentes reinos y no entre el cris-
tianismo y el islam, se desarrolló un muy específico espíritu caballe-
resco y guerrero, en el que los criterios religiosos desempeñaban un
papel fundamental.
La religión constituía el nexo más importante entre las distintas
regiones que conformaban los reinos de Castilla (la reina Isabel) y de
Aragón (el rey Fernando). La fe debía unir estas regiones, con grandes
diferencias culturales, históricas, demográficas y político-jurídicas
entre sí. En 1492 no sólo cayó el último bastión de los moros, sino que
también la población judía fue colocada ante la alternativa de conver-
tirse a la religión católica o tener que abandonar Castilla y Aragón.
Más tarde fueron expulsados los súbditos musulmanes que aún per-
manecían en el país, llamados «moriscos», de tal manera que pronto en
la Península Ibérica sólo vivían cristianos. Pronto surgieron dudas
sobre las convicciones religiosas de aquellos que habían sido forzados
a convertirse al cristianismo, por lo que se reintrodujo la Inquisición,
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que estuvo dirigida sobre todo contra los judíos, llamados conversos.
La Inquisición también tuvo importancia política, pues debido a la
existencia de los diferentes fueros y constituciones en cada parte del
reino, era la única institución con una organización centralizada y que
tenía autoridad sobre todas las regiones.
La conversión forzada de los judíos creó en España el llamado
«problema de los conversos», que marcó decisivamente la sociedad de
los siglos XVI y XVII. Los judíos conversos parecían sospechosos a los
ojos de la población cristiana. Estaban siempre bajo sospecha de conti-
nuar profesando secretamente su antigua religión en el seno de la fami-
lia. De aquí surgió la idea de que el origen familiar tenía relación con las
creencias religiosas, y de que la ortodoxia se llevaba «en la sangre».
Quien no procedía de una familia cristiana desde muchas generaciones,
estaba siempre bajo la vigilancia de los inquisidores y los vecinos. Por
lo tanto no puede decirse que la persecución de los judíos estuviera
motivada por prejuicios étnicos o racistas, sino que se trataba esencial-
mente de una cuestión religiosa. No era una forma temprana de antise-
mitismo, sino de antijudaísmo, la cual, por supuesto, puede conducir
fácilmente al antisemitismo. El sentimiento contra los conversos creció
considerablemente a lo largo del siglo XV en España. Esto se debió,
sobre todo, a que ellos —a diferencia de los moriscos, que se diferen-
ciaban fuertemente de los cristianos viejos por sus ropas, su idioma y
su cultura— en poco tiempo lograron afirmarse en todas las esferas
sociales, incluso en la Iglesia católica. Pronto despertaron la envidia de
los cristianos viejos, que consideraban a los conversos como ambicio-
sos y agresivos. No ocurría así con los judíos, que habían evitado des-
tacarse para no despertar recelos. En 1499 se proclamó en Toledo la
primera ley que excluía a los conversos de ejercer cualquier cargo ofi-
cial en la ciudad y que los excluía de derechos jurídicos. Apenas 30 años
después sobrevino la reinstalación de la Inquisición, y a lo largo del
siglo XVI se introdujeron cada vez con más fuerza los estatutos sobre la
limpieza de la sangre. Esto puede entenderse como un intento sistemá-
tico de mantener a los conversos excluidos de cualquier cargo en la
Iglesia y el Estado. Primero esto abarcó a los cabildos municipales; des-
pués, a las universidades. El más importante de esos estatutos fue el del
cabildo de la catedral de Toledo, de 1547, con indudables elementos
racistas. El papa y la Corona protestaron, y finalmente no fue recono-
cido. Pero otros muchos estatutos similares fueron aceptados, aunque
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mentos, entonçes estaua dellos muy neçesitada, que fué nesesario que las
mugeres boluiesen de nuevo á sus trabajos, haziendo rosas con sus propias
manos, rosando y carpiento y senbrando y recogendo el bastimento, sin
ayuda de nadie, hasta tanto que los soldados guareçieron de sus flaquezas
y començaron á señorear la tierra y alquerir yndias de su serviçio, hasta
ponerse en el estado en que agora está la tierra
E querido escrevir esto y traer á la memoria de V. A., para hazerle
saber la yngratitud que comigo se va vsado en esta tierra, porque al pre-
sente se repartió por la mayor parte de los que ay en ella, ansi de los anti-
guos como de los modernos, sin que de mí y de mis trabajos se tuviese
nenguna memoria, y me dexaron de fuera, sin me dar yndio ni nengun
genero de serviçio. Mucho me quisiera hallar libre, para me yr á presentar
delante de V. A., con los serviçios que á S. M. e hecho y los agravios que
agora se me hazen, mas no está en mi mano, por questoy casada con vn
cauallero de Sevilla, que se llama Pedro d’Esquivel, que, por servir á S. M.,
a sido cabsa que mis trabajos quedasen tan oluidados y se me renovasen de
nuevo, porque tres vezes le saqué el cuchillo de la gartanta, como allá V.
A. sabrá. A que suplico mande me sea dado mi repartimiento perpétuo, y
en gratificaçión de mis serviçios mande que sea proveydo mi marido de
algun cargo, conforme á la calidad de su persona; pues él, de su parte, por
sus serviçios lo merese.16
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Las pobladoras
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Esta carta permite deducir que el destino de las esposas que queda-
ban en España era, en la mayoría de los casos, muy precario, pues
muchos esposos no querían que los acompañaran en su viaje a Améri-
ca o que se les unieran después. Al parecer, muchas mujeres sentían un
temor justificado ante el viaje oceánico, único obstáculo para la reuni-
ficación familiar que era aceptado por la Corona. Algunos hombres
alegaban que eran muy pobres para viajar a España a recoger a sus
esposas que no querían hacer solas aquel viaje. Debido a ello la Coro-
na determinó, por decreto, que estos hombres podían viajar gratis de
regreso a España si, por ejemplo, ocupaban el lugar dejado por solda-
dos que habían enfermado o fallecido y se hacían cargo del trabajo que
aquéllos debían realizar a bordo.
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[...] pero para los españoles de la Asunción, habituados a las indias medio
salvajes del Chaco y del Guairá, aquellas mujeres blancas debieron pare-
cer Vírgenes como las de los altares de las iglesias de España. [...] En fin:
aquellas mujeres fueron para los pobladores de la Asunción un hálito de
vida que infundió en aquellos hombres nuevas esperanzas e ilusiones.
Fueron un soplo de poesía para los románticos conquistadores, que a
fuerza de chapurrear en guaraní habían perdido la costumbre de tratar con
mujeres vestidas como Dios manda y referir a damas auténticas, en sono-
ro castellano, las bellas aventuras que su fantasía idealizaba.
La llegada providencial de aquellas mujeres representa la influencia
civilizadora más grande que en aquellos años experimentó el Paraguay e
inicia la era de la verdadera colonización.19
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dado que debíamos mandar dar esta nuestra cédula y yo túvelo por bien,
porque vos mandamos que veáis lo susodicho y proveáis en ello lo que
viéredes que más conviene.20
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La patria potestad
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El matrimonio
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LA SOC IED A D C O L ON IA L 79
debía evitar un uso abusivo de este precepto. En este caso, la dote per-
manecía en poder del esposo. La autorización para matar al amante de
la esposa era válida también para los familiares masculinos de la mujer,
es decir, para su hermano o padre, lo que recalcaba una vez más la sig-
nificación del honor de la mujer para la honra de toda la familia.
Los comportamientos sexuales indebidos de las mujeres —a diferen-
cia de los del hombre— eran vistos como dañinos para el buen orden
familiar y público. Por lo tanto, debían ser controlados o castigados por
sus padres, hermanos o esposos, los cuales tenían que ocuparse de la
«pureza de la sangre» de su familia o de la legitimidad de la descenden-
cia. Las mujeres que habían perdido su honra no podían aspirar a seguir
siendo protegidas, por ejemplo si el esposo hacía uso desproporcionado
de su derecho a aplicarle castigos corporales, alguien la vejaba o en caso
de una violación. Eran consideradas mujeres deshonradas sobre todo
aquellas que vivían de la prostitución o de las que tal cosa se suponía
(por ejemplo, debido a su estilo de vida, su apariencia y su forma de ves-
tirse). Bajo ciertas circunstancias, tener hijos fuera del matrimonio
podía provocar que la mujer cayera en descrédito. Las fronteras de lo
que podía ser valorado como deshonroso variaban, en dependencia de
la cultura de cada región y, sobre todo, del grupo social.
Desde el punto de vista de las reglamentaciones jurídicas, es preci-
so diferenciar la situación de cada mujer dentro de la familia. Las
mujeres casadas estaban supeditadas a muchas limitaciones legales,
pero las viudas o las solteras que ya estaban liberadas de la patria
potestad, gozaban relativamente de mayores libertades, tanto en la
esfera de los negocios como también en la vida civil. Podían entablar
pleitos, aunque no podían asumir cargos oficiales (las excepciones que
se dieron confirmaron la regla), no podían votar ni ser juezas, funcio-
narias o sacerdotes, ni eran encargado sin más con la responsabilidad
por la educación de sus hijos (lo que sucediera realmente dentro de la
familia era otra cosa). Por ello, como ya se dijo más arriba, a menudo
eran comparadas con los menores de edad, con los que padecían una
limitación física o con los criminales, que carecían de forma parecida
de estos derechos. Pero la justificación para las limitaciones jurídicas
que afectaban a las mujeres era diferente que para los otros grupos
mencionados. Aquéllos no pueden ejercer tal función porque su
inconveniente físico o social los impide a juzgar debidamente, mien-
tras que para la mujer
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non lo pode ser, porque non seria cosa guisada, que estouiesse entre la
muchedumbre de los omes, librando los pleytos. Pero seyendo Reyna, o
Condesa, o otra dueña que heredasse Señorio de algund Reyno, o de algu-
na tierra, tal muger como esta bien lo puede fazer, por honrra del logar
que touiesse; pero esto con consejo de omes sabidores, porque si en algu-
na cosa errase, la supiessen consejar, e emendar.22
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Las élites del siglo XVIII vivían en dos mundos, vinculados entre sí por
nexos personales. Vivían en el mundo privado de la familia, el parentesco
y las amistades cercanas, y también en el mundo público, que abarcaba a
sus «pares» sociales y otras personas. En el lenguaje se diferenciaba entre
aquello que era privado e íntimo y aquello que era público y conocido.
Esta dualidad permitía la construcción de una reputación pública separa-
da de la vida privada de la persona. Podía conocerse en el ámbito privado
que una mujer estaba embarazada, pero pasaba por virgen en lo público;
los padres podían reconocer a sus hijos ilegítimos en el espacio privado,
pero no públicamente; las familias recogían a los hijos ilegítimos antes de
que su ilegitimidad provocara un escándalo público; los padres podían
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que en Europa las jóvenes damas eran castas y que la mayoría de las
novias eran vírgenes, y con ayuda de las fuentes mencionadas se ha
podido comprobar que el matrimonio —y con ello la sexualidad— no
comenzaba después de la boda en la iglesia, sino que más bien existía
un proceso más largo, en el que el compromiso matrimonial era con-
siderado como una autorización para las relaciones sexuales previas.
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aunque no estudiaba en los libros, estudiaba en todas las cosas que Dios
crió, sirviéndome ellas de letras, y de libro toda esta máquina universal.
Nada veía sin refleja, nada oía sin consideración [...] Pues, ¿qué os pudie-
ra contar, Señora, de los secretos naturales que he descubierto estando
guisando? Veo que un huevo se una y fríe en la manteca o aceite y, por
contrario, se despedaza en el almíbar [...]; pero, señora, ¿qué podemos
saber las mujeres sino filosofías de cocina? Bien dijo Lupercio Leonardo,
que bien se puede filosofar y aderezar la cena. Y yo suelo decir viendo
estas cosillas: Si Aristóteles hubiera guisado mucho más hubiera escrito.25
La vida de Sor Juana demuestra que las mujeres, aunque con difi-
cultades, podían obtener educación —incluso superior— aunque sólo
ciertos conocimientos eran vistos como aceptables. Con ello las posi-
bilidades de obtener una educación para las mujeres de la élite criolla
y española —y aquí se trata sólo de ese grupo social— no se diferen-
ciaban en lo esencial de las de sus similares en Europa. Si las mujeres
obtenían demasiados éxitos en terrenos que eran masculinos, desper-
taban sospechas y eran atacadas. Además, Sor Juana tenía varias man-
chas, como las de su nacimiento ilegítimo y su origen no muy distin-
guido y, con ello, la carencia de una familia que la apoyara y la
protegiera. Dependía exclusivamente de la protección dada por el
virrey y la virreina, los cuales permanecieron sólo un cierto período de
tiempo en aquel país. Obtener una posición duradera en la corte
hubiera sido posible para ella sólo mediante un matrimonio, pero es
evidente que ella rechazaba esta perspectiva. El matrimonio la hubie-
ra colmado de tareas que no le hubieran permitido continuar con sus
actividades literarias y científicas. Por eso el convento le pareció la
mejor alternativa, y de hecho lo fue durante algunos años. Una vida
independiente, como la que escogieron algunas mujeres en México a
fines del siglo XVIII, no era posible sin embargo en el siglo XVII con los
medios económicos y sociales de que disponía Juana.
Casi todos los tratados sobre educación femenina en el mundo his-
pánico que nos han llegado fueron escritos por clérigos. Los más
conocidos de ellos son los españoles Fray Luis de León, Luis Vives y
Fray Hernando de Talavera. Todos enfatizan el papel de la mujer
como protectora de la familia y de la vida doméstica. En la posición
mantenida por estos clérigos, las mujeres no tienen ninguna necesidad
de abandonar el espacio doméstico, aunque opinaban que las mujeres
pertenecientes a la aristocracia y de la burguesía necesitaban una edu-
cación cuidadosa y una cierta instrucción, que incluía la capacidad de
leer, escribir y calcular, así como conocimientos rudimentarios del
latín. Pero las lecturas debían ser objeto de un riguroso control, pues
podían acarrear grandes peligros, ya que las mujeres, en tanto género
«débil» tanto en lo físico como en lo psíquico, podían fácilmente abri-
gar falsas ideas. Los peligros concernían no solo a la moral y la sexua-
lidad, sino también a aspectos religiosos, como demostró el ejemplo
de algunas místicas, cuyas visiones no fueron aceptadas y que, final-
mente, tuvieron que comparecer ante los tribunales de la Inquisición.
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[...] provean cómo las dichas huérfanas tengan personas que las industrien
en labrar, coser, texer, hilar lino y lana y hacer oficios mujeriles con que se
puedan ejercitar, y de lo que así obraren se puedan vestir y después, cuan-
do Dios les diere compañía se sepan regir.
Que las mujeres que hubieren de tener cargo de las tales huérfanas
sean conocidas y aprobadas de buena fama, vida y ejemplo al parecer de
los diputados y mayordomos, que tengan cargo de las doctrinar en las
cosas de nuestra santa fe y de las industriar en los demás oficios de muje-
res continuamente [...]
Que a la mesa se les lea una lección o doctrina cristina y se les prohíba
el jurar por todas vías.26
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sociales entre cada una de las monjas, pues las celdas variaban sustan-
cialmente en su tamaño y su mobiliario. Además, a la hija que ingresa-
ba al convento podía dársele una esclava y una «reserva» en forma de
dinero o de joyas, lo que le permitiría disfrutar de un confort adicional.
De tal manera, en un terreno relativamente grande surgía un
pequeño poblado cerrado con iglesia, locales para la escuela, locales
más amplios para la vida en comunidad y las celdas individuales, en las
que vivían las monjas con sus sirvientas o las empleadas que las aten-
dían. Aquí ellas oraban, plantaban y cocinaban, y muchos conventos
de monjas acudían también a la venta de sus productos, como merme-
ladas o dulces especializados, que le proporcionaban un ingreso adi-
cional. Otra fuente de ingresos, y a la vez un factor importante de
influencia social del monasterio, residía en su papel como institución
de educación para jóvenes muchachas, las cuales provenían funda-
mentalmente, aunque no exclusivamente, del estamento superior. Pre-
cisamente para éste la educación de una hija en un convento era una
alternativa a la contratación, siempre costosa, de una maestra a domi-
cilio. Por otra parte, la educación en un convento era considerada
especialmente buena y ejemplar, y constituía el modelo para muchos
colegios. Las alumnas de los conventos constituían la «élite», y no for-
maban la mayoría de las estudiantes, pues las «amigas» y los colegios
de niñas eran posibilidades más baratas, utilizadas por las familias que
no tenían tanto dinero.
El estilo de vida que se llevaba en un monasterio dependía de lo
establecido por la regla de la orden. Las capuchinas o carmelitas des-
calzas, a las que no les estaba permitido educar muchachas y vivían en
rigurosa clausura, hacían voto de pobreza y no disponían ni de perte-
nencias personales ni el convento poseía ninguna propiedad. Pero
estas órdenes tan rigurosas eran minoritarias en América Latina y
debido a su estricto aislamiento apenas influían en la sociedad. Su
tarea más importante residía en el terreno religioso, y los habitantes de
las ciudades visitaban sus iglesias en ocasiones especiales, en los cuales
podían disfrutar del servicio religioso separados por mamparas. La
solemnidad de sus misas, y especialmente el canto de las monjas,
impresionaban a los creyentes. Allí se celebraban ocasiones especiales
como bautizos, bodas o funerales.
En los conventos de órdenes más grandes y menos estrictas, se rea-
lizaban representaciones teatrales y actividades culturales similares, y
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CAPÍTULO 3
EL PAPEL DE LAS MUJERES
EN LA ECONOMÍA
D
esde hace algunos años se ha producido en la discusión públi-
ca un cambio considerable en la forma de considerar lo que se
designa con el concepto de trabajo, y este cambio atañe sobre
todo a las actividades hogareñas y consiguientemente a las actividades
«típicamente femeninas», que, desde el punto de vista tradicional, no
habían sido consideradas como «trabajo» o como una profesión. Esta-
mos tan influidos por la concepción clásica sobre la economía, que
entendemos el trabajo sólo en el sentido de una actividad productiva
orientada al mercado. El movimiento feminista de los años setenta y
ochenta llamó repetidamente la atención sobre el hecho de que el tra-
bajo del hogar y la crianza de los niños constituyen un «trabajo» y tie-
nen una utilidad económica, pese a lo cual la descripción y valoración
de las actividades no orientadas al mercado sigue constituyendo aún
un problema. Las así llamadas actividades «reproductivas» tienen una
importancia central para la economía preindustrial, y en la estela de
los reclamos del movimiento feminista, la historiografía ha comenza-
do, paulatinamente, a prestarle a éstas una mayor atención. De lo que
se trata aquí no es de estudiar la reproducción biológica de la familia
(es decir, el embarazo y el parto) sino, sobre todo, la educación y ali-
mentación de los niños así como también de los demás miembros de la
familia. Es imposible sobrevalorar la importancia de estas labores (en
las que se emplea mucho tiempo) para las sociedades preindustriales,
en las que no existían máquinas que permitieran aligerar la realización
de las mismas.
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hizo que la hija mayor, María Micaela, heredara el derecho a uno de los
mayorazgos pequeños, al fallecer el segundo hijo varón en 1778. Al
morir el padre, tres años más tarde, los otros dos hijos varones se encon-
traban en España, de modo que María Micaela, aunque aún no había
alcanzado la mayoría de edad (entonces en los 25 años) fue nombrada
ejecutora del testamento y tutora de sus hermanas más jóvenes. Duran-
te dos años María Micaela ejerció como cabeza de familia. Ella tomó
créditos, dio préstamos e invirtió la riqueza familiar por una cifra total
de más de cinco millones de pesos, una suma enorme para aquellos
tiempos. Pero también tuvo que lidiar con problemas financieros, pues
su padre, poco antes de su muerte, había pedido un crédito por valor de
500.000 pesos para comprar propiedades de los jesuitas, expulsados del
imperio español en 1767-1768. Era el momento de pagar por ellas, aun-
que el valor de las tierras adquiridas era algo muy discutido. María
Micaela era de la opinión de que se debía continuar con aquella opera-
ción por respeto a la memoria de su padre. Tuvo disputas con sus dos
hermanas, pues para pagar los intereses tuvo que tomar dinero de ellas.
María Micaela parece haber sido una persona belicosa, que logró
imponer a sus hermanas sus intereses. También se vio envuelta en
muchos litigios en la administración de sus propias haciendas. Por
otra parte, realizaba labores de caridad. Gastaba dinero en ellas regu-
larmente, como correspondía a una mujer de la alta sociedad y al
morir, en 1817, y de acuerdo al deseo de su padre, testó su fortuna a
favor de la única hermana que aún vivía, aunque unos años antes había
tenido una fuerte discusión con ella. María Micaela es uno de los
muchos ejemplos de una mujer soltera de la élite, que en una etapa de
su vida tuvo que tomar importantes decisiones económicas y demos-
tró ser muy habilidosa para los negocios.
Sobre las restantes dos hermanas poseemos poca información.
Cuando uno de los hermanos regresó a México en 1783, fue nombra-
do tutor de ambas y pasó a administrar sus propiedades. Una de las
hermanas vivió un tiempo en su casa, pero debía pagar por la comida,
la ropa y otros servicios. Cuando las hermanas arribaron a los 25 años
de edad, el hermano abandonó su condición de tutor de ambas, adu-
ciendo que debido a la educación recibida por ellas ya estaban en con-
diciones de administrar su fortuna. Ninguna de las dos hermanas
nombró posteriormente un administrador, sino que procuraron ocu-
parse por sí mismas de sus asuntos, aunque hacían ejecutar sus órde-
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que habían recibido como dote y obtenían ganancias con ello, como si
era el caso entre las familias de la alta sociedad en México.
En general no debe sobrevalorarse la importancia que tenía la dote
para determinar la posibilidad de un matrimonio, pues factores como
la familia, el buen nombre y la edad de la novia desempeñaban un
papel cuando menos igualmente importante, y mujeres empobrecidas
pertenecientes a familias principales eran apetecidas por ricos comer-
ciantes, pues con ello lograban entrar en la élite y consolidar su ascen-
so social. La importancia de la dote disminuyó rápidamente a lo largo
del siglo XVIII, y a veces en las fuentes documentales de la época ya ni
siquiera se dice si la había o no.
Queda aún una pregunta clave en lo que respecta a la dote, referida
a si la protección financiera que recibían las mujeres, tanto mediante la
dote y el regalo que recibían del novio como mediante el derecho tes-
tamentario igualitario, le proporcionaba a las mujeres casadas cierta
independencia y poder dentro del matrimonio. La respuesta es ambi-
valente, pues al menos a la vista pública, las mujeres de los sectores
altos y medios no podían transformar su poder financiero en autori-
dad. Tanto la mentalidad patriarcal como las tradiciones culturales lo
impedían. Algunos ejemplos permitirán ilustrar esto. Tomemos el
caso, nada excepcional, de que un padre amenazara a una hija con no
darle ninguna dote si se casaba con un hombre rechazado por él.
Conocemos de un caso en el que la madre decidió, acto seguido, reu-
nir la suma de la dote tomándola de sus propiedades. El padre vio en
peligro su patria potestad ante esta actitud y recurrió a los tribunales,
que le concedieron la razón y le prohibieron a la mujer inmiscuirse,
apoyándose en su fortuna, en la decisión tomada por su esposo. No
obstante, este ejemplo demuestra las posibilidades que le proporcio-
naba a una mujer su fortuna propia, pues en otros casos decisiones
similares tomadas por otras madres podían habían obligado al padre a
cambiar su opinión. Este ejemplo manifiesta también los límites
impuestos a los roles que podían desempeñar las mujeres. Aquellos
derechos que debilitaran la posición del hombre, y las actividades
públicas que implicaran un cierto poder de terceros, estaban prohibi-
dos a las mujeres. Pero las mujeres de los sectores altos no estaban
indefensas ante la potestad masculina, ni se sometían indefensas a la
autoridad de los hombres, como demuestra el ya citado ejemplo de la
condesa de Miravalle.
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En todo caso, si bien como se puede comprobar, existe una serie com-
pleja de pequeños escalones en los cuales estos hombres y mujeres de tan
diversos orígenes se hallan situados —y que por lo tanto, entregan una ren-
ta en trabajo que varía sensiblemente— todos tienen un estilo de vida y de
trabajo que los asimila a una misma categoría social: son campesinos. Se vis-
ten en forma similar, hablan guaraní, incluso los pardos y mulatos, poseen
una pequeña parcela trabajada en familia en uno de los valles de tierra colo-
rada que se hallan próximos a la capital y su vida social se reduce a las fies-
tas de molienda y a las misas en la cercana parroquia o capilla rural. Las
mujeres se afanan en las tareas agrícolas y en pequeños tráficos; los varones
se conchavan por temporadas en las estancias, las barcas de la carrera y los
beneficios de la yerba, cuando... sus deberes militares se lo permiten.30
EL PAPEL DE LA S M U J ER E S E N LA E C O NO M ÍA 131
sin puertas ni ventanas, sino cuando mucho de enero. Los muebles se redu-
cen por lo común, á un barril para traer agua, á un cuerno para beberla, y
un asador de palo. Quando mucho agregan una olla, una marmita y un
banquillo, sin manteles ni nada mas; pareciendo imposible que pueda vivir
el hombre con tan pocos utensilios y comodidades, pues aun faltan las
camas, no obstante la abundancia de lana. Por supuesto qué las mugeres
van descalzas, puercas y andrajosas, asemejándose en un todo á sus padres
y maridos, sin coser ni hilar nada. Lo común es dormir toda la familia en el
propio cuarto, y los hijos que no oyen un relox, ni ven regla en nada.31
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da, más o menos explícitos, de cada autor. Los juicios de carácter general
no tienen en cuenta, sobre todo, que en el siglo XVII se estaba desarro-
llando un proceso de diferenciación económico y social cada vez más
fuerte dentro del grupo indígena. «Las actas judiciales muestran la ten-
dencia de las familias a coordinar sus actividades económicas, y muestran
claras diferencias de clase entre las mujeres indígenas en las regiones
urbanas».32 Los documentos demuestran la existencia, en el siglo XVII,
tanto de una pequeña cantidad de mujeres indígenas de posición acomo-
dada, en su mayoría provenientes viejas familias de caciques, como tam-
bién de una gran cantidad de mujeres extremadamente pobres, que en su
mayoría se ganaban la vida como sirvientas o campesinas.
Las actividades económicas de la élite indígena apenas se diferen-
ciaban por la pertenencia al género: tanto mujeres como hombres
vivían de la propiedad de la tierra, del alquiler de inmuebles o de dife-
rentes negocios. Si las mujeres invadían territorios propios de los
hombres, como la explotación de una mina, podían tropezar con difi-
cultades, como muestra el siguiente ejemplo de una región situada en
la actual Bolivia. Una indígena de nombre Bartola Sisa, de Oruro, se
mudó a mediados del siglo XVII a las cercanías de Carangas, para ocu-
parse allí de un negocio de minería. Junto con algunos indígenas des-
cubrió un yacimiento y se dedicó a explotarlo. Cuando se produjeron
las primeras barras de plata, un español de nombre Cristóbal de
Cotes le explicó que no podía registrar la mina a su nombre debido a
ser mujer, ni tampoco a nombre de su hijo, pues éste era menor de
edad. Sisa le creyó, pero estaba decidida a hacer valer sus derechos de
una u otra forma, y se dirigió al corregidor. Recibió de éste un docu-
mento según el cual nadie podía impedirle que explotara el yacimien-
to. No obstante, Cotes hizo registrar la mina a su nombre. Al final la
audiencia, el más alto tribunal de apelación, le dio la razón a Sisa y
ordenó al corregidor que expulsara a Cotes del lugar. Pero el proble-
ma de si una mujer podía registrar una mina a su nombre no fue acla-
rado. El prolongado proceso judicial debió haberle costado a Sisa
dinero y esfuerzo. Este caso es más bien poco común, y precisamen-
te por ello de gran interés, pues el hecho de que mujeres indígenas de
posición acomodada se introdujeran en el negocio minero muestra
que ellas seguían un modelo común a su estamento. Este ejemplo
demuestra también que a veces estas mujeres tropezaban con dificul-
tades específicas de género.
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Las islas del Caribe, conocidas hoy sobre todo como paraísos turísti-
cos, fueron cualquier cosa menos un paraíso en los siglos XVIII y XIX para
la mayoría de sus pobladores. La caña de azúcar, que allí se cultivaba, pro-
ducía enormes ganancias a los blancos propietarios de plantaciones, en las
cuales el trabajo de los esclavos traídos desde África era fundamental.
Españoles, holandeses, franceses y británicos, pero también daneses y,
durante un breve período, europeos originarios de Curlandia y Branden-
burgo, se establecieron en esta región para participar del lucrativo nego-
cio de la trata de esclavos o en la producción de azúcar. La región del
Caribe era de gran significación estratégica y comercial, pues a través de
ella tenía que pasar toda la navegación trasatlántica. Pero su escasa pobla-
ción hacía que fuera muy difícil controlarla. La mayoría de la población
indígena desapareció víctima de enfermedades traídas consigo por los
europeos. Los británicos y los franceses pudieron establecer sus primeros
asentamientos en las pequeñas Antillas en 1624 sin ser descubiertos por
los españoles (o al menos sin ser molestados por ellos). Rápidamente les
siguieron otras naciones, además de contrabandistas y piratas. Inicial-
mente en las islas se sembró tabaco y algodón, pero pronto el azúcar se
convirtió en el principal producto de exportación. Ello provocó un enor-
me aumento de la trata de esclavos y del número de estos en la región.
Sydney Mintz ha dividido las fases del desarrollo socioeconómico
del así llamado «ciclo del azúcar» de la siguiente manera: desde 1500
hasta 1580 llegaron al Caribe el azúcar y los esclavos africanos, traí-
dos por los españoles, aunque también los nativos de las islas realiza-
ron en estos años trabajo esclavo. De 1640 a 1670, aventureros britá-
nicos y franceses, seguidos por daneses y holandeses, comenzaron a
asentarse en las pequeñas Antillas. La fuerza de trabajo utilizada esta-
ba constituida por indígenas de esas islas, esclavos africanos y tam-
bién europeos pobres. Hasta ese momento, el cultivo principal era el
tabaco, y la caña de azúcar desempeñaba sólo un papel secundario.
Los años de 1670 a 1770 constituyeron el período de florecimiento de
la producción azucarera en el Caribe, dominada por los británicos y
los franceses. También el número de esclavos alcanzó su punto máxi-
mo. Después de 1770, y hasta 1870, los españoles volvieron a domi-
nar el negocio, sobre todo debido a la producción azucarera de Cuba.
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era válido sólo para los hombres, pues para las esclavas era imposible
alcanzar poder sobre otros esclavos, y convertirse en una especie de cela-
dor o capataz. Pero para las nodrizas y las sirvientas domésticas era más
fácil tener acceso y participación en el mundo de los amos.
En la primera de las fases económicas mencionadas más arriba, cuan-
do el cultivo fundamental era el tabaco, los escasos esclavos ayudaban al
trabajador blanco en la cosecha, y a menudo el propietario mismo tenía
que participar en las labores. Esto cambió a fines del siglo XVII, cuando
aumentaron el capital invertido y la cantidad de esclavos. En las planta-
ciones de caña de azúcar la fuerza de trabajo se dividía normalmente en
tres grupos: primero estaban los hombres adultos, en edades entre 16 y
50 años, que desyerbaban la tierra y abrían los surcos para sembrar las
cañas. A estos le seguía un segundo grupo, formado por hombres más
viejos y mujeres, que realizaban trabajos más ligeros como la siembra.
Después estaban los niños hasta la edad de 12 años, que tenían que
arrancar las malas hierbas. El tiempo de trabajo —fuera de la época de la
cosecha— abarcaba como promedio desde las seis de la mañana hasta las
seis de la tarde. Los domingos y días de fiesta se descansaba —también
con excepción de la época de cosecha—. Pero la decadencia de la eco-
nomía esclavista, que ya se perfilaba, y los comienzos de la moderniza-
ción a principios del siglo XIX, condujeron a una intensificación cada
vez más brutal de la explotación, lo que se expresó en el aumento de la
carga de trabajo. En las Antillas francesas, el reglamento de esclavos,
conocido como Code Noir, establecía, en el siglo XVII, 82 días feriados
al año para el esclavo, que quedaron reducidos a sólo cuatro después de
la reintroducción de la esclavitud a comienzos del siglo XIX. También
creció la extensión de jornada laboral diaria: en Jamaica, durante la cose-
cha, se trabajaban 16-18 horas diarias; en Cuba, hasta 20. En los finales
de la época de la trata esclavista, cuando apenas arribaban africanos
jóvenes, las mujeres ejecutaban en la plantación todos los trabajos posi-
bles hasta entonces realizados por los hombres, sin que esta creciente
«feminización» del trabajo perjudicara la productividad.
Las chozas en las que vivían los esclavos eran en su mayoría de made-
ra, cubiertas con paja y de piso de tierra, lo que podía provocar problemas
higiénicos. A veces las casas estaban habitadas por una familia nuclear, a
veces por más de una familia. En Cuba, en el siglo XIX, predominaron los
barracones para varias familias, en los que cada una disponía de una habi-
tación grande, aunque los hombres y las mujeres entraban y salían por
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cial crueldad con la que amas blancas, frustradas y celosas, trataban a sus
esclavas. Estos relatos deben ser tomados con ciertas reservas, pues el
maltrato hacia las esclavas y esclavos estaba en la base misma de la insti-
tución esclavista, que no los respetaba como personas. Los amos blancos
no eran menos brutales, pero a los observadores europeos les chocaba
más la utilización de la violencia por parte de una mujer.
En lo que respecta al matrimonio, hubo diferencias relativamente
grandes entre las legislaciones sobre esclavos de las diferentes poten-
cias coloniales. En el imperio español los esclavos tenían derecho a
contraer matrimonio cristiano, mas no así en las posesiones inglesas.
Independientemente de eso, se dieron en todas las colonias períodos
en los que los plantadores fomentaron el matrimonio entre sus escla-
vos, lo cual no significaba la libre elección del cónyuge. El rol del
esposo en la familia esclava se diferenciaba de lo que nos es conocido,
pues aquí no se daba la dependencia económica tradicional de la mujer
y los hijos con respecto al hombre, sino con respecto al dueño de la
plantación. Por lo tanto, el esposo no constituía una parte esencial de
la familia esclava. La maternidad de la esclava era respetada durante el
primer año después del parto (es decir, no se la separaba de su hijo).
No ocurría así en general con la paternidad. A partir de una cierta
edad, que variaba según la metrópoli colonial, los niños podían ser
vendidos y comprados, sin ninguna consideración con respecto a sus
padres. Pero las relaciones familiares podían mantenerse después de
una venta, si la distancia entre los lugares de residencia de unos y otros
no era muy grande. Una investigación sobre una plantación en Barba-
dos arrojó que de 55 parejas esclavas, en 20 de ellas ambos cónyuges
vivían juntos, pero en las restantes 35 —la mayor parte— uno de los
cónyuges vivía fuera de la plantación, y por lo tanto aparecían conta-
bilizados en los registros de la plantación como viviendo solo y con
hijos. Estas investigaciones, que se apoyan en una combinación de
documentos de la plantación y censos poblacionales, muestran que la
familia nuclear era más común de lo que hasta ahora se aceptaba, y
que, al parecer, la posibilidad por parte del plantador de dividir a las
familias ha sido exagerada. En la fase temprana de la economía de
plantación, a menudo el patrón asumía un papel típico en los clanes
africanos, y era el que concertaba los matrimonios. Las pequeñas
plantaciones, con dotaciones de entre cinco y diez esclavos, en las que
esto era posible debido a las relaciones de carácter personal entre los
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Política de natalidad
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zo de sus esclavas constituyó una de las razones que explica por qué la
mayoría de los seres humanos arrancados de África y trasladados al otro
lado del Atlántico fueron hombres jóvenes.
Se ha calculado que, con respecto a las esclavas y esclavos importa-
dos en Río de Janeiro, los hombres y mujeres recién llegados tenían las
mismas posibilidades de supervivencia en los dos primeros años, pero
en los seis años siguientes moría el 20,8% de las mujeres y «sólo» el
15,5% de los hombres. La tasa de mortalidad de las mujeres, que como
promedio eran más jóvenes que los hombres al arribar, era mayor que
la de los hombres: 41,6% en los primeros diez años, contra 35,9% la
de ellos. Después de los veinte años la tasa masculina era superior: lle-
gaba al 29,6%, y la de las mujeres al 21,2%.
Las diferencias en la esperanza de vida entre los esclavos y las escla-
vas eran muy significativas. Puede suponerse que los plantadores pre-
ferían comprar esclavos hombres porque estos tenían mejores posibi-
lidades de supervivencia en los primeros diez años, ya que —al menos
según las estadísticas de Río de Janeiro— un esclavo se amortizaba a
los ocho años. Si estos datos fueran representativos (algo que no pode-
mos saber con certeza), entonces podemos afirmar que sólo un tercio
de las esclavas y los esclavos sobrevivían más de 15-16 años en el Nue-
vo Mundo. Además, era extraordinariamente alta la cantidad de niños
y esclavos jóvenes que moría. De ahí que para los dueños de esclavos
fuera más barato comprar un nuevo esclavo joven, importado de Áfri-
ca, que alimentar a la madre y a los hijos hasta que estos alcanzaran la
edad necesaria para comenzar a trabajar.
A diferencia de los plantadores, la política se ocupó durante mucho
tiempo con el problema de la reproducción de los esclavos. En el Caribe
británico regía desde 1695 una ley según la cual tenían que ser importa-
dos la misma cantidad de mujeres que de hombres. En Francia se comen-
zó a reflexionar sobre este problema en la segunda mitad del siglo XVIII,
ante las constantes quejas de los colonizadores sobre la carencia de escla-
vos. Entonces se calculó que anualmente tenían que ser introducidos
15.000 esclavos en Saint Domingue. Semejante cifra les pareció absurda
a muchos, pues implicaba la existencia de una tasa de mortalidad de entre
uno y dos tercios de la población esclava, incluyendo la equiparación por
los nacimientos. Se preguntó entonces como podía explicarse una tasa de
mortalidad tan alta, y la Corona francesa envió una comisión investiga-
dora, que apuntó como causa a las deficiencias en la alimentación. Los
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Capítulo 4
DE COLONIAS A REPÚBLICAS:
las consecuencias de la modernización económica
y política del siglo XIX
H
asta hace poco, la investigación histórica prestó poca aten-
ción al hecho de que las mujeres fueron afectadas de alguna
manera por la independencia, y que incluso participaron en
ella. Esto se ha debido, entre otras cosas, a que el movimiento inde-
pendentista ha sido visto como una cuestión esencialmente militar y
política. Puesto que las mujeres no poseyeron derechos políticos de
ninguna clase en América Latina hasta el siglo XX y a que admitir su
participación en los combates era algo inaceptable, debido a los roles
de género establecidos, el tema «las mujeres y las guerras de indepen-
dencia» pareció ser algo irrelevante. Pero las mujeres sí participaron
activamente en las discusiones políticas, ya sea en las tertulias de los
salones o, más excepcionalmente, mediante la redacción de textos
políticos. Algunas pocas participaron directamente en las campañas
militares y todas las mujeres fueron afectadas por las consecuencias de
la guerra, tales como las confiscaciones de bienes y los saqueos. La his-
toriografía tradicional ha mencionado sólo aquellos aspectos que
coinciden con la imagen de las capas blancas altas sobre la mujer, y los
otros han sido silenciados o tergiversados. Por lo tanto se torna
imprescindible un análisis que tenga en cuenta la especificidad de cada
sector social, pues con ello podrían comprenderse las funciones que
tuvieron las mujeres en el movimiento de independencia.
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ca, para los cuales aparentemente seguía siendo una persona de presti-
gio. Otro elemento significativo fue que en esos años se produjo un
pleito por los bienes de su esposo, el cual había nombrado a Manuela
en su testamento como heredera, pero debido a sus relaciones públi-
cas con Bolívar se le impidió que recibiera la herencia. Murió en 1856,
cuando al parecer contaba con 59 años de edad.
Manuela Sáenz representó, por una parte, a una mujer del siglo XIX
fuera de lo común, que conscientemente traspasó las fronteras impues-
tas a ella y a su sector social por las normas morales existentes. Desde
antes de su relación con Bolívar se había manifestado contra los intere-
ses de su familia paterna con sus opiniones y actividades políticas, pues
su padre se había mantenido como oficial del ejército español. Por otra
parte, fue representativa de muchas mujeres de su época que también se
apasionaron por la revolución y/o por los hombres que la hicieron, y
esto las llevó no sólo a interesarse por la política, sino también a apoyar
activamente a los luchadores por la independencia. Lo que otras muje-
res hicieron con su trabajo doméstico cotidiano en el campamento
militar, Manuela lo realizó en el terreno en el que estaba colocado su
amante. No está claro, sin embargo, si sus consideraciones sobre la
nueva moral en la nueva república independiente pueden valorarse de
hecho como un ataque al orden social patriarcal y a la moral fuerte-
mente marcada por la Iglesia. Sirvió a sus intereses y reforzó sus argu-
mentos cuando Bolívar quiso romper con ella, alegando que su rela-
ción pública con una mujer casada lo dañaba políticamente.
Debe tenerse en cuenta que en épocas de cambios político-sociales
también las normas morales sufren ajustes, o al menos puede ser más
fácil evadirlas. Si bien la primera mitad del siglo XIX no estaba aún fuer-
temente influida por el estricto código moral de la época victoriana y en
las sociedades latinoamericanas, después de tres siglos, las realidades
sociales habían creado formas de comportamiento diferentes a los de
Europa, sigue siendo un elemento destacable el hecho de que una mujer
casada, perteneciente al estrato blanco superior, mantuviera abierta-
mente una relación con su amante. Aunque es cierto que en el caso de
Manuela ello fue facilitado considerablemente por la circunstancia de
que éste fuera Simón Bolívar, el hombre más poderoso de Suramérica,
al menos por algunos años.
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Pero, ¿por qué era tan importante negar o tergiversar las activida-
des políticas y militares que las mujeres, indudablemente, habían rea-
lizado durante las guerras de independencia y aceptar a las mujeres
sólo en el papel pasivo de víctimas? Las estructuras generales de la
sociedad y las representaciones sobre las relaciones del individuo y la
familia con el Estado condicionaron esto. Metáforas de carácter fami-
liar atravesaban tanto la retórica de la Corona española como también
la de los luchadores por la independencia. Aquellas guerras fueron
presentadas como un drama familiar: la rebelión de los hijos contra el
padre. Éste había dejado de ser un padre amoroso, que no permitía a
sus hijos alcanzar la madurez. Ésta era la metáfora corrientemente uti-
lizada por los rebeldes. ¿Qué ocurrió después? ¿Qué consecuencias
tendría el destronamiento de la figura paterna —es decir, del rey—
para la joven «familia de las repúblicas americanas»? Los nuevos
gobiernos se aferraron a un modelo social patriarcal, con la familia
como base principal de la sociedad. Una vez más, el padre fue el nexo
que establecía el vínculo entre la familia y el Estado. Las mujeres sólo
podían relacionar a su familia con el Estado a través de los hombres.
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A fines del siglo XIX Buenos Aires no era sólo un destino preferido
para muchos inmigrantes carentes de medios procedentes del centro y
el este de Europa y del sur de Italia: esta ciudad portuaria era vista por
una gran parte de la opinión pública europea como la metrópoli de la
inmoralidad y la prostitución. Muchas mujeres europeas, sobre todo
jóvenes judías de Europa del Este, eran frecuentemente secuestradas, o
atraídas con falsas promesas de casamiento en América Latina y des-
pués obligadas a prostituirse. Una importante razón para la concentra-
ción de jóvenes prostitutas judías radicaba en la difícil situación de los
hebreos en Europa del Este durante esta época, caracterizada por un
creciente antisemitismo. Ya hacia 1870 los grupos reformistas judíos
comenzaron a recabar apoyo en la opinión pública europea contra el
antisemitismo, y también contra la explotación sexual de las inmigran-
tes en América Latina. Estos llamamientos encontraron amplia reso-
nancia sobre todo en Inglaterra, y allí se constituyó una «anti-white-
slavery campaign» (campaña contra la trata de blancas), que reproducía
en parte la exitosa campaña contra la esclavitud de la primera mitad del
siglo XIX. Desde el punto de vista de los ingleses, una de las causas fun-
damentales de esta situación inconveniente residía en el hecho de que
en Argentina la prostitución era legal. Al contrario de lo que ocurría en
muchos países protestantes, en los que estaba prohibida, la mayoría de
los católicos en América Latina veían la prostitución como un mal
necesario. En esto no coincidían con la posición al respecto del Vatica-
no, pero siempre podían remitirse a San Agustín o a Santo Tomás de
Aquino. De todas maneras, también en Europa se había comenzado a
legalizar la prostitución en algunos países desde principios del siglo
XIX, sobre todo porque se esperaba lograr así un mejor control de las
muy propagadas enfermedades venéreas.
Probablemente Buenos Aires no era ni más ni menos inmoral que
otras ciudades portuarias latinoamericanas o europeas, pero fue tal
vez la circunstancia de que, debido a la masiva inmigración, fuera muy
común que mujeres de origen europeo trabajaran en los burdeles
argentinos, lo que movió a ciertos grupos europeos a alertar sobre los
peligros de la emigración. También en Argentina se levantaron voces
contra la «trata de blancas». Fue sobre todo el partido socialista argen-
tino, fundado en 1886, el que asumió esta demanda. Su primer parla-
mentario elegido al Congreso nacional presentó en 1907 un proyecto
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Los señores, y sobre todo las señoras, no podían prescindir del traba-
jo de los empleados domésticos. Para las señoras, las esclavas representa-
ban la única oportunidad de establecer relaciones con el mundo exterior a
escondidas del esposo o el padre, llevar y traer noticias, o —sobre todo—
salir de la casa. Pero también los hombres utilizaban a menudo a los escla-
vos para recados confidenciales. Esto no sólo establecía una relación de
confianza, sino que les daba cierto poder a los esclavos. Ellos podían trai-
cionar los secretos o esparcir rumores y causar con ello enorme daño a la
familia. Podían romper «por descuido» caras porcelanas, preparar pési-
mas comidas o causar contratiempos a los señores de múltiples maneras.
Esos métodos eran empleados cuando, a su vez, los señores no cumplían
con sus deberes, que en esencia eran los de proteger y cuidar a sus subor-
dinados, incluyendo la satisfacción de necesidades humanas fundamenta-
les como comer, el alojamiento, proporcionar ropas y atención médica en
caso de enfermedad. Como contrapartida los patrones obtenían, ante
todo, obediencia, y este compromiso mutuo valía tanto para los esclavos
que vivían en la casa como también para aquellos a los que se les había
dado la libertad o para los antiguos sirvientes. En caso de enfermedad,
nacimiento, muerte u otras circunstancias especiales, el patrono o la
patrona tenían que mostrar generosidad. También en el momento de libe-
rarlos o despedirlos.
La transición progresiva de una sociedad patriarcal, con caracterís-
ticas cuasi-feudales, hacia una construida sobre valores individualistas
y capitalistas, condujo a transformaciones en las relaciones con los
empleados domésticos, las cuales dejaron de representar vínculos per-
sonales entre el dominante y los dominados para convertirse en una
relación laboral contractual. Las clases altas ya no tuvieron que seguir
demostrando su generosidad en su comportamiento con sus emplea-
dos domésticos, sino que fueron las instituciones caritativas las que
quedaron encargadas de atender a los necesitados.
Es preciso tener en cuenta que la sociedad brasileña no se compo-
nía sólo de blancos ricos y negros y mulatos pobres, sino que existían
muchos sectores intermedios. Muchos propietarios de esclavos no
tenían la posibilidad de alimentarlos y vestirlos adecuadamente, tal
como demostró un pleito judicial entre una esclava y su propietaria.
La propietaria demandada se había negado a pagar por un tratamien-
to médico para su esclava, y alegó en su descargo que era demasiado
pobre para ello. La propietaria vivía de lo que ganaba su esclava
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condiciones del clima tropical sin que ello causara serios daños a su
salud, ahora comenzaron a reprocharles a las madres el que rechazaran
la lactancia por egoísmo y por temor a perder la línea, con lo que des-
cuidaban sus deberes maternales. Como la costumbre de no amaman-
tar a los hijos ni criarlos por sí solas estaba muy extendida, los médi-
cos pasaron a proporcionar criterios para escoger a las amas de cría.
Estos criterios, en los que se llegó incluso a describir la mama ideal o a
declarar las costillas sanas como un factor decisivo, pueden resultar
hoy absurdos, pero en aquella época fueron tomados muy en serio,
hasta el punto de que en 1873 el ministro brasileño de Salud señaló que
los dos problemas más importantes que enfrentaba el país eran la
carencia de un sistema de alcantarillado y la utilización de nodrizas
alquiladas para la lactancia.
Además de las nodrizas, también otros empleados domésticos
enfrentaron una creciente desconfianza. Ya no fueron vistos como un
factor que aligeraba las tareas domésticas, sino más bien como intru-
sos amenazantes. Surgió la costumbre de extenderles certificados de
conducta a los empleados domésticos, de tal manera que empleadores
futuros pudieran hacerse una idea sobre ellos, y el Estado intentó
reglamentar jurídicamente las relaciones de trabajo en este sector.
Pero esto no pudo implementarse adecuadamente, puesto que el ideal
patriarcal aún estaba muy extendido y era ampliamente aceptado por
ambas partes (los empleadores y el personal doméstico). Siempre que
se intentó sustituir aquellas concepciones por relaciones laborales
modernas jurídicamente reguladas, se recogieron en general sólo
malas experiencias. Las relaciones de poder entre empleadores y
empleados eran demasiado desiguales, y el poder del Estado para obli-
gar al cumplimiento de estas regulaciones, demasiado pequeño. Las
empleadas domésticas sólo obtuvieron desventajas, pero no gozaron
de ninguna de las ventajas del nuevo sistema que se quiso introducir:
las «patronas» dejaron de sentirse obligadas a prestarle ayuda adicio-
nal a sus sirvientas ante situaciones especiales o en casos de necesidad,
y consideraron que cumplían con su deber con pagarles el escaso sala-
rio. Muchas familias de clase media además no estaban en situación de
hacer más.
En sociedades caracterizadas por diferencias sociales que se acre-
cientan, así como por instituciones estatales corruptas y que funcio-
nal mal, las relaciones contractuales presentan muchas desventajas.
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ese siglo se había establecido también aquí la división del trabajo habi-
tual, pues el trabajo del maestro de escuela primaria era el peor paga-
do y era realizado mayormente por mujeres, mientras que los mejor
pagados profesores de los niveles superiores eran mayoritariamente
hombres. Baste mencionar sólo un hecho para demostrar el carácter
general de la difusión de la reforma educativa: en 1870, en el Paraguay
totalmente destruido por la guerra, se inauguró la primera escuela
pública para muchachas, significativamente bajo la dirección de una
paraguaya que había estudiado en Argentina.
Son varias las razones que explican el enorme crecimiento de un
sistema escolar ahora independiente con respecto a la Iglesia. Una fue
la idea, que contó con un amplio consenso, de que estas reformas per-
mitirían el progreso económico y político, presentándose siempre el
ejemplo de los Estados Unidos, que en esta época comenzaba a mani-
festarse como una gran potencia. Paralelamente tenía lugar un cambio
paulatino en las concepciones sobre los elementos que debía contener
la educación, así como surgió el convencimiento de que la educación
era un bien importante, indispensable para el funcionamiento de un
sistema democrático. Esta interrelación entre el progreso político y el
económico podía presentarse también a la inversa: en aquellos países
en los que la oligarquía siempre había dominado al Estado y la antigua
estructura económica se había mantenido indemne, no se había pro-
ducido ninguna reforma educativa, pues allí faltaban los grupos socia-
les que podían beneficiarse de esa reforma, y por otra parte la clase alta
no tenía ninguna necesidad de fomentar un sistema escolar público,
pues ello podía constituir un peligro para su poder. Es por ello que en
países como Bolivia y las repúblicas centroamericanas (con excepción
de Costa Rica) no se dieron estos procesos en esa época. En general
puede decirse que los primeros y más exitosos intentos de crear un sis-
tema de educación pública, que incluyera también a las mujeres, tuvie-
ron lugar en los países del Cono Sur y México, que también eran los
que poseían una economía más desarrollada y una importante clase
media. En los países con una estructura social tradicional y una alta
proporción de población indígena, el sector educacional sigue siendo
hasta hoy muy deficiente. Otra condición necesaria para el estableci-
miento de un sistema educativo público lo constituye la existencia de
un gobierno central relativamente fuerte; en casi todos los casos en
que esto se dio, condujo a la existencia de un sistema educativo unifi-
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Women. El texto parece haber sido bastante popular, ya que hubo dos
ediciones posteriores en la misma década. La verdad es que este texto
en portugués tiene poca semejanza con el de Mary Wollenstonecraft, y
hace un par de años se descubrió por casualidad que es más bien la tra-
ducción de un texto inglés mucho más antiguo, del siglo XVIII, escrito
por una tal Sophia y titulado Women not Inferior to Man. El texto for-
ma parte de la ya mencionada querelle de femmes europea sobre la
igualdad y racionalidad de las mujeres. Así que este texto se inserta en
la línea del feminismo temprano europeo. Nisia Floresta siguió esta
línea en una serie de artículos en revistas femeninas de su país, en los
que, sobre todo, demandaba el derecho de la mujer a la educación.
En general, la educación en Brasil tuvo un carácter muy precario
hasta los años ochenta, sin que hubiera ninguna iniciativa para mejo-
rarla por parte del Estado, como si las hubo en Argentina o Chile. Con
todo, surgieron las primeras instituciones para preparar maestros, y
también en Brasil la modernización de la economía y la inmigración
condujeron a la aparición de una cantidad creciente de mujeres de los
sectores medios que veían, en la profesión de maestra, la única posibi-
lidad honorable de ganar dinero. En 1872, las mujeres constituían la
tercera parte del personal docente brasileño, a principios del siglo XX
ya eran las dos terceras partes, y en 1920 las tres cuartas partes. Ello no
significó que los prejuicios masculinos fueran superados, pues esta
profesión se consideraba una prolongación consecuente del papel
maternal y además, la fuerza de trabajo femenina también era más
barata en la profesión pedagógica. Siguieron estando presentes aquellas
concepciones que consideraban a las mujeres como la parte de la huma-
nidad con mayor integridad moral, y por lo tanto las más apropiadas
para desempeñarse como educadoras, pues eran las que estaban en
mejores condiciones de enseñar un comportamiento moral adecuado.
La segunda mitad del siglo XIX estuvo caracterizada en Brasil por las
discusiones sobre la abolición de la esclavitud, y en ella se involucraron
una serie de mujeres de los sectores alto e intermedio. Sus actividades
al respecto fueron de significación, pues con ello se manifestaron en el
espacio público y acostumbraron a la opinión pública a ver a las muje-
res actuar fuera del marco de sus hogares. En esta época surgieron tam-
bién las primeras revistas femeninas, que aunque al principio se ocupa-
ron de temas tradicionales, contribuyeron a superar el temor de las
mujeres a mostrar su talento fuera del estrecho círculo familiar.
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mujeres, porque para las mujeres no era agradable ser examinadas por
hombres, sobre todo cuanto se trataba de cuestiones íntimas. Con
ello, ambas jóvenes utilizaron las concepciones tradicionales sobre el
pudor de las mujeres y sobre la división de ámbitos entre los géneros.
Además, estaban convencidas de que la actividad laboral fuera del
hogar le proporcionaría a la mujer una mayor independencia.
El interés de las dos jóvenes brasileñas por estudiar en Nueva York
estaba relacionado con el hecho de que en Brasil se había dictado en
1879 una ley para la reforma de la educación, que concedía a las muje-
res igualdad de oportunidades a la instrucción, por lo que ya no se
podía seguir cerrándoles el acceso a la universidad. Pero al principio
pocas mujeres hicieron uso de ese derecho, no sólo porque los estu-
dios universitarios eran muy caros y porque la oposición social al
estudio femenino aún era muy fuerte, sino también porque seguía
habiendo pocas oportunidades para terminar la enseñanza secundaria
y alcanzar con ello la condición necesaria para ingresar a la universi-
dad. Esto era posible sólo en las escuelas para las élites, que eran pri-
vadas. Es cierto que, pese a todo, algunas brasileñas pudieron llegar en
los años ochenta a estudiar medicina, lo que provocó un acalorado
debate entre los médicos. Al mismo tiempo, en México y Chile se die-
ron los primeros casos de mujeres que concluían sus estudios de medi-
cina, y también en Brasil algunas mujeres continuaron sus estudios
venciendo todas las resistencias y, contra los pronósticos hechos por
sus compañeros de aula y sus colegas, pudieron también encontrar
esposos. Mientras estudiaban, se les dijo muchas veces que una mujer
que se exponía «a algo así» y que se «corrompía» de tal manera, de
seguro no encontraría un hombre con el que pudiera casarse. La estra-
tificación social extrema y la doble moral de la sociedad brasileña de
esta época se expresaron con toda claridad precisamente en el sistema
de salud. Desde hacía mucho tiempo había enfermeras y comadronas,
e incluso habían desempeñado un papel muy importante durante la
Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Pero a los brasileños parecía
serles inaceptable la existencia de médicas, lo que podía deberse a que
esta profesión proporcionaba un gran prestigio social. Mientras más
se alejaran las mujeres de sus papeles tradicionales femeninos y
domésticos, mayor resistencia despertaban. Si a los hombres de las
clases altas brasileñas les resultaban inaceptables las maestras y las
médicas, la resistencia hacia las abogadas y las mujeres que se dedica-
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TASA DE ALFABETIZACIÓN
1872 1920
GENERAL
Hombres Mujeres Hombres Mujeres
19,8% 11,5% 28,9 % 19,9 %
SÃO PAULO
32, 1 % 17,1 % 64,3 % 52,1 %
RÍO DE JANEIRO
41,2 % 29,3 % 66,5 % 55,8 %
CAPÍTULO 5
CIUDADANAS Y REVOLUCIONARIAS:
las posiciones políticas de las mujeres en el siglo XX
L
as ideas feministas, tal como se formaron en Europa y los Esta-
dos Unidos en la segunda mitad del siglo XIX, encontraron eco
en algunos países latinoamericanos a fines de ese siglo, sobre
todo en el Cono Sur (Argentina, Uruguay, Chile y el sur de Brasil), así
como en partes de México. Allí la modernización económica y la
inmigración europea provocaron transformaciones sociales, las cuales
requirieron de reformas políticas y sociales. A esto se añadieron las
concepciones sobre el progreso compartidas por los políticos liberales
y positivistas, que veían en los sectores medios y en las nuevas profe-
siones femeninas, como telegrafistas y mecanógrafas, un símbolo de la
modernidad, y por lo tanto hicieron suyos los reclamos feministas por
una mejor educación y más derechos civiles para las mujeres.
El feminismo se insertó en las estructuras políticas de la época, y el
anhelo general de cambio le imprimió nuevos impulsos a los deseos de
las mujeres. Hasta principios del siglo XX, en la mayoría de los países
latinoamericanos (y europeos) sólo la décima parte de la población
masculina votaba en las elecciones, pues el sufragio estaba manipula-
do y determinado por las élites dominantes. Por otra parte, en muchos
países el ejercicio de los derechos políticos estaba vinculado a la alfa-
betización y/o a la propiedad y al empleo. La demanda de una verda-
dera democratización, es decir, de una ampliación de los grupos que
participaban en la política y el Estado que fuera más allá de la élite
dominante, se aplicaba, ante todo, a la parte masculina de la población,
pero esta discusión dio a las mujeres la oportunidad de debatir sus
derechos ciudadanos. En este contexto, la exclusión de las mujeres de
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ticas. No fue sino hasta los años ochenta y noventa cuando se llegó a una
verdadera discusión e integración de las diferentes concepciones.
El denominador común que unificó a las diferentes corrientes polí-
ticas del movimiento femenino, desde sus comienzos hasta inicios del
siglo XX, y que también estableció el vínculo entre el feminismo «libe-
ral» y el «socialista», lo constituyó la maternidad. Este tema brindó la
oportunidad, por un lado, de resaltar el papel de las mujeres en el Esta-
do y la sociedad, y por otro, de reclamar algún poder en estas esferas.
Con todo, para muchas mujeres hacer hincapié en la maternidad cons-
tituyó mucho más que una estrategia. Fue un componente esencial de
su herencia cultural, «una nota que las mujeres no sólo sabían tocar
sino que querían tocarla».43
Apoyándose en el énfasis sobre la función maternal se estableció una
posición que Asunción Lavrín ha designado como feminismo compen-
satorio. Según éste, no tiene sentido buscar la igualdad entre los dos
sexos. Las mujeres tendrían desventajas, debido a razones biológicas,
que sólo podrían compensarse con ayuda de leyes que las protegieran.
El actual reclamo de cuotas y de planes de ayuda a las mujeres también
apunta en esta dirección, aunque las feministas de fines del siglo XIX uti-
lizaron otra fundamentación. No tomaron como punto de partida el
condicionamiento social de los roles de género, sino la desigualdad
natural entre los sexos, que no debía cuestionarse ni transformarse. Para
ellas la feminidad era sinónimo de maternidad, mansedumbre y desinte-
rés, y muchas feministas se entendieron a sí mismas, con sus demandas
de leyes de protección, como salvadoras de la sociedad y la familia. Esta
imagen todavía estaba difundida en las sociedades latinoamericanas a
mediados del siglo XX, si bien había perdido significación al interior del
movimiento femenino.
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cían sus más altos derechos políticos como madres y maestras, pues
enseñaban a los niños sus derechos y deberes como ciudadanos. Este
fallo sibilino, que fue confirmado posteriormente por otro juez, plan-
teó claramente el problema: la Constitución no preveía ninguna limi-
tación de los derechos ciudadanos de las mujeres, pero la realidad
social los rechazaba.
Julieta Lanteri no quedó satisfecha con este fallo de doble filo.
Como ya era ciudadana argentina, reclamó su alistamiento militar, lo
cual naturalmente le fue denegado. Al mismo tiempo, llamó la aten-
ción de los tribunales al hecho de que aquellos hombres que, por
diversas razones, no había cumplido con su deber militar, no perdían
automáticamente sus derechos electorales. La demanda llegó hasta el
tribunal supremo, el cual se negó a pronunciarse sobre este tema. A las
mujeres sólo les quedó la vía de lograr que el Parlamento —ocupado
exclusivamente por hombres— les adjudicara este derecho hasta
entonces retenido.
El partido socialista fundó en 1918 una unión de mujeres, bajo la
dirección de Alicia Moreau, que llegó a disponer de su propia revista
y comenzó a exigir en todos los ámbitos el derecho de las mujeres al
sufragio. Lo mismo ocurrió en los círculos liberales, aunque ya se
había evidenciado que el presidente Yrigoyen, a pesar de sus anterio-
res intentos reformistas, no mostraba ningún interés por el sufragio
femenino. También surgieron otras organizaciones femeninas, en
cierta medida a partir de las iniciativas emprendidas contra la «trata
de blancas».
Aunque eran diferentes los objetivos y estrategias concretos de
cada una de estas organizaciones, en gran medida trabajaban coordi-
nadamente e intercambiaban ideas. De la misma forma publicaban
recíprocamente en sus revistas y juntas buscaban reconocimiento
internacional. En 1919 Alicia Moreau participó en un congreso obre-
ro internacional en Washington y en el congreso internacional de
médicas en 1918, donde conoció a las sufragistas estadounidenses. De
allí vino con la idea de celebrar elecciones paralelas, para llamar la
atención pública sobre el sufragio femenino. Fundó un comité pro-
derecho de las mujeres al voto, que llamó a las mujeres de todas las cla-
ses sociales y orientaciones políticas a registrarse como electoras y a
votar. En las elecciones municipales de Buenos Aires de 1920, partici-
paron 4.000 mujeres en las «elecciones femeninas», mientras que cer-
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embargo era visto de una manera diferente por los políticos masculi-
nos. Los debates sobre el reconocimiento de los derechos de ciudada-
nía de las mujeres fueron conducidos en Brasil en forma vehemente,
sobre todo por el creciente número de mujeres instruidas. Cada vez
más las mujeres se abrían paso hacia posiciones de trabajo estatal, lo
que mantenía presente la cuestión de los derechos ciudadanos de las
mujeres y su implementación.
El movimiento feminista brasileño estuvo fuertemente marcado
por Bertha Lutz, también ella hija de inmigrantes europeos, que estu-
dió biología en París más tarde, y en relación con sus actividades
feministas, derecho en Río de Janeiro. En 1918 regresó a Brasil y allí
alcanzó importantes posiciones en la dirección del museo nacional,
con lo que llegó a ser la segunda mujer en ese país que obtenía una alta
posición oficial. Esto, a su vez, le proporcionó influencia política,
que supo utilizar para sus objetivos vinculados con el mejoramiento
de los derechos de las mujeres. En 1920 Bertha Lutz fundó la Liga
para a Emancipação Intelectual Feminina, que entre otros se fijó el
objetivo de lograr una mejor educación secundaria para las mujeres.
Para Bertha Lutz, la educación y el trabajo asalariado de las mujeres
constituían un importante paso de avance para su emancipación, y
para ella eran más importantes que el derecho al sufragio.
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Perú
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Por otro, la situación de una mujer divorciada podría llegar a ser muy
difícil, teniendo en cuenta los prejuicios sociales. En Uruguay se lega-
lizó el divorcio en 1907 mientras que en otros países como Paraguay y
Chile, una ley semejante fue promulgada recién hace unos pocos años.
La mayoría de los países latinoamericanos introdujeron la legalización
del divorcio a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. La vida en
común de una pareja sin acudir al matrimonio sigue sin encontrar
aceptación entre los sectores medios y altos de Latinoamérica, mien-
tras que es algo corriente en los sectores más empobrecidos.
Un importante giro lo constituyó la actitud de los padres de los sec-
tores altos respecto a la elección de la pareja para sus hijos. En las
sociedades con una estructuración oligárquica, como por ejemplo Bra-
sil, era común que fueran los padres quienes eligieran las parejas, sobre
todo para sus hijas, pero a lo largo del siglo XX se impusieron concep-
ciones burguesas sobre el matrimonio basado en el amor y la confian-
za. Con ello la elección de la pareja recayó cada vez con más fuerza en
los hijos, aunque los padres intentaban dirigirla de tal manera que se
realizara dentro de aquellos círculos más convenientes para ellos. Las
mujeres tenían que aspirar incluso más a alcanzar la correspondencia
con la imagen ideal del ama de casa y madre, pues la responsabilidad
por el funcionamiento del matrimonio moderno recaía en última ins-
tancia sobre ellas. Así, por ejemplo, preparar una comida apetitosa y
tener hijos bien atendidos y limpios que esperaran al esposo cuando
llegara cansado del trabajo al hogar, se convirtió en condición indis-
pensable para mantener una relación armoniosa. Por lo tanto, las muje-
res tenían que simultanear los rasgos de la mujer moderna (amplitud de
criterios, confianza en sí misma y competencia) con los de inocencia,
sumisión y abnegación propias de la esposa. No es menos cierto que
también a los hombres se les demandaron ciertos cambios, sobre todo
en la esfera de la sexualidad. Ésta fue la esfera en la que menos éxitos
logró el movimiento femenino temprano. Por un lado, la atención que
se prestó a problemas de salud, especialmente la discusión sobre la sífi-
lis, aunque también la preocupación por la salud de los hijos, mostró
que un tema tan tabú como la sexualidad no pudo ser ignorado. Por
esto algunas feministas, sobre todo en Argentina y Uruguay, exigieron
la introducción de la educación sexual, sobre todo para los hombres,
aunque pronto se hizo extensiva la demanda para las mujeres. Con ello
se pretendía lograr no sólo difundir un mejor conocimiento, sino tam-
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económico se concentró —al igual que hoy— en las regiones del norte,
cercanas a la frontera con aquel país. Por el contrario, el sur de México,
marcado fuertemente por la impronta de diferentes pueblos indígenas,
apenas participó de la modernización económica. La disolución de las
comunidades indígenas, provocó que una gran cantidad de campesinos
se quedaran sin tierras, mientras que los grandes terratenientes aumenta-
ban las suyas. Este desarrollo contradictorio de la sociedad agudizó las
contradicciones sociales, lo cual contribuyó esencialmente a la radicali-
zación de la Revolución.
Por otra parte, la modernización hizo surgir una clase media que
se convirtió cada vez más en un interlocutor político. Las mujeres
pertenecientes a esta clase media se beneficiaron de la ampliación y
desarrollo del sistema educativo y trabajaban como secretarias y
maestras. Hacia fines del siglo XIX más de la mitad de todas los maes-
tros eran mujeres, y desde 1867 se había implantado la instrucción
obligatoria, con lo que el sistema de educación secundaria se había
ampliado. Pero la modernización trajo consigo una serie de proble-
mas, en especial para los sectores más pobres. Ya se ha hecho referen-
cia a las pésimas condiciones de trabajo de las obreras empleadas en la
industria textil, de la alimentación y la tabacalera. Además, en Méxi-
co, al igual que en Argentina, la cifra de prostitutas, que sobre todo se
concentraban en las ciudades, era espantosamente alta. Según un cen-
so realizado en 1908, el 12% de todas las mujeres en Ciudad de Méxi-
co entre 15 y 30 años eran prostitutas, puesto que no disponían de
otra manera de ganarse la vida.
Las tensiones explotaron en 1910, cuando el anciano dictador, pese
a haber anunciado anteriormente su retiro, se postuló una vez más para
la «reelección». Los sectores moderados, bajo la dirección de Francis-
co I. Madero, exigieron la realización de elecciones limpias, así como la
prohibición de la reelección presidencial, y llamaron a la rebelión.
Diferentes grupos políticos y militares se unieron a Madero, y se pro-
dujo una guerra civil que condujo al derrocamiento de Díaz en mayo
de 1911. Madero fue proclamado presidente, pero no pudo resolver las
crecientes contradicciones entre las fuerzas conservadoras y progresis-
tas. Bajo la tradicional consigna de derrocar al presidente se produjo
una revolución, cuya fase más sangrienta abarcó toda la década.
La Revolución mexicana estuvo caracterizada desde el inicio por la
existencia de dos polos sociales y geográficos muy diferentes, de tal
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Las soldaderas
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do de los hijos, y en 1927 una nueva reforma del artículo 2 del código
civil explicitó claramente que los hombres y las mujeres debían ser tra-
tados jurídicamente como iguales. Con todo, se mantuvieron limita-
ciones con respecto a la mujer casada, lo que se explica por el peso de
la tradición. Así, a una mujer casada no le estaba permitido trabajar
fuera de la casa sin el permiso del esposo, y su capacidad para realizar
negocios estaba limitada, aunque en general pudieron constatarse una
serie de mejoras para las mujeres en el terreno jurídico.
Tras la reforma del derecho civil, las luchadoras mexicanas por los
derechos de las mujeres dirigieron su atención en los años veinte y
treinta con más fuerza hacia la reforma de las leyes electorales, y refor-
zaron sus actividades. Esto tuvo que ver con el hecho de que la retóri-
ca revolucionaria, de nuevo intensificada bajo el gobierno de Cárde-
nas, era cada vez más incompatible con la exclusión de las mujeres de
la vida política. Tampoco en México se podía alcanzar nada al respec-
to sin el apoyo de influyentes políticos masculinos, como demostró
claramente el ejemplo de Yucatán. Se puede afirmar, desde muchos
puntos de vista, que Yucatán constituyó un campo de pruebas para las
ideas radicales de la Revolución mexicana, incluso para aquellas de
carácter feminista. Allí los problemas de la modernización económica
se manifestaron con especial intensidad en la producción de sisal, una
planta, variedad de agave de México, cuyas fibras se utilizan para hacer
cuerdas, sacos, etc. Además, Yucatán era una región geográficamente
aislada. Después de que en 1880 se introdujera la mecanización en la
cosecha del trigo en los Estados Unidos, Argentina y otras regiones
productoras, la demanda de sisal creció enormemente, y su produc-
ción se intensificó en Yucatán, sobre todo mediante la desenfrenada
explotación de mano de obra indígena reclutada en cierta medida a la
fuerza. Por un lado Yucatán se convirtió en el más rico estado mexica-
no, y ningún Gobierno federal podía prescindir del ingreso prove-
niente de los impuestos que allí se recaudaban, pero las consecuencias
negativas del progreso podían reconocerse aquí con más claridad que
en otras regiones de México.
Los primeros intentos de reforma después del triunfo de la Revo-
lución no pudieron realizarse en Yucatán, debido a la oposición por
parte de los propietarios de las plantaciones. Finalmente el Gobierno
central envió a Yucatán a un gobernador militar, Salvador Alvarado.
El objetivo era —además de la implementación de las medidas revolu-
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Si bien Eva Perón fue más bien una espectadora pasiva de los
acontecimientos del 17 de octubre de 1945, lo ocurrido ese día tuvo
una gran significación para ella, no sólo desde el punto de vista polí-
tico, sino también privado: poco después de la liberación de Perón se
casaron, y la mujer despreciada por todos por su vida de concubina-
to, la actriz Eva Duarte, se convirtió en Eva Duarte de Perón, la espo-
sa del candidato a la presidencia designado por aclamación popular.
La propia Evita dio a entender en discursos posteriores que ése fue el
momento en el que reconoció que había sido la acción del pueblo y de
los descamisados la que le había devuelto a Perón y con ello había
posibilitado su matrimonio y el transcurso posterior de su vida. De
aquí resultaría un sentimiento de gratitud y deber hacia los descami-
sados, que ella se esforzó por cumplimentar en los años subsiguien-
tes. Evita se habría reconocido en los hombres y mujeres que habían
apoyado a Perón. Muchos de ellos habían venido a Buenos Aires des-
de el interior del país para encontrar una vida mejor, y al igual que
ella habían tenido que pasar hambre y vicisitudes.
La campaña electoral de fines de 1945 tuvo algunas características
nuevas para Argentina. Primeramente, Perón no limitó su campaña a
la capital, Buenos Aires y sus alrededores cercanos, sino que recorrió
todo el país. Evita lo acompañó en la mayoría de sus viajes y actos
electorales, aun cuando inicialmente se mantuvo en un segundo plano.
Pero su simple presencia en los actos políticos o sus intervenciones
informales irritaban a políticos, militares y sindicalistas. Es difícil
explicar por qué Perón permitió que lo acompañara, como también es
difícil descubrir quién fue la fuerza impulsora de esta paulatina politi-
zación del papel de la esposa del futuro presidente.
En febrero de 1946 Perón ganó las elecciones presidenciales con una
clara mayoría. Pocas semanas después de su toma de poder, los diarios
comenzaron a reseñar la creciente serie de actividades de la esposa del
presidente. Ella repartía juguetes en un orfanato, viajaba a una ciudad del
interior para inaugurar un hospital y presenciaba una sesión parlamenta-
ria en la que se discutía sobre el sufragio femenino. Es cierto que las acti-
vidades de caridad formaba parte de las tareas corrientes de una esposa
del presidente, pero la frecuencia de las apariciones de Evita, así como el
hecho de que las realizaba independientemente de su esposo y de la
Sociedad de Beneficencia (organización que se ocupaba tradicionalmen-
te de esto), rompía con las reglas establecidas. Poco después Evita tam-
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dos años en los que había vivido junto con Perón. Según sus propias
palabras, se sintió en el deber de luchar por una transformación social
general después de que su relación con Perón cambiara su destino per-
sonal. En una serie de discursos resaltó siempre la relación entre este
elemento de su biografía y su lucha vehemente y encarnizada contra
todas las injusticias sociales. Ésta tuvo poco que ver —como se expli-
có más arriba— con un deseo de venganza contra la oligarquía o de
vergüenza por su origen humilde. Por el contrario, ella estaba orgu-
llosa de haber crecido en el seno de una simple familia pobre y de
haber podido remontar esa posición. Y debido a su origen se sentía
especialmente adecuada para actuar como intermediaria entre los des-
camisados y Perón, líder del movimiento y presidente.
Como ya se explicó, una gran parte del poder de Perón descansaba
en sus relaciones con la clase obrera y con los sindicatos, sobre todo
con la Confederación General del Trabajo (CGT). Logró vincular a
los sindicatos con su persona mediante una política social claramente
progresista, basada no sólo en el aumento de los salarios, sino también
en otras medidas como, por ejemplo, proveer a los obreros con vivien-
das baratas. Al frente del Ministerio de Trabajo, encargado de esta
política, designó a un líder sindical desconocido; en cambio, le entre-
gó la relación emocional con los descamisados —la principal fuente de
su poder— a Evita como persona de su más absoluta confianza. Por
un lado ella era su alter ego, la persona más cercana a él; por el otro, su
origen humilde le otorgaba credibilidad a sus contactos con los secto-
res pobres. En tanto mujer no podía representar un peligro político
para él, pues dada la asignación de roles sociales y políticos existente
en Argentina, no podía tener aspiraciones de poder.
La función de Evita como vínculo entre Perón y los descamisados
no parece haber sido el resultado de una fría estrategia o de un cálculo
a largo plazo, sino más bien de un proceso espontáneo en el que Evita
ofreció su colaboración y Perón no la rechazó, desarrollándose así,
paso a paso, el papel político de su esposa. Evita sacó provecho de la
improvisación y la escasa institucionalización en la primera fase del
Gobierno peronista: se ocupó del contacto con los obreros y demos-
tró un inesperado talento para ello, lo que aumentó su influencia y
esto a su vez legitimó sus actividades en otras áreas.
Es evidente que Evita vio su papel como esposa del presidente, en
cierta medida, como una continuación de su carrera de actriz. Se ves-
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En la segunda mitad del siglo XIX Cuba era, junto con Puerto Rico
y Filipinas, lo que quedaba del imperio colonial español de ultramar,
y en esa época la isla era uno de los más importantes centros mundia-
les de producción de azúcar. A diferencia del Caribe británico o fran-
cés, la esclavitud se mantuvo en Cuba hasta 1886. En el período de
1868 a 1878, y de nuevo en 1895, se produjeron sublevaciones contra
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1943 ya las tres cuartas partes de todos los cubanos estaban alfabetiza-
dos, si bien las diferencias entre el campo y la ciudad eran grandes.
Como ya se ha dicho, las feministas cubanas gozaban en general de un
buen nivel de instrucción y de un alto status social, lo cual explica la
fuerza social de que disponían. No tenían que escoger entre la mater-
nidad, el desarrollo de una carrera profesional o el comprometimien-
to en tareas político-sociales, pues debido a las pronunciadas diferen-
cias existentes en la sociedad cubana, se disponía de suficiente
personal doméstico, lo que las eximía de realizar las labores del hogar.
Esto tuvo como resultado que toda una serie de problemas familiares
estuvieran excluidos del discurso feminista. Con independencia de
ello, estas mujeres sentaron una base importante para el desarrollo
posterior de los derechos femeninos y organizaron en los años veinte
dos congresos de mujeres (1923 y 1925) en los que se discutieron
temas políticos y sociales.
Los años veinte en Cuba estuvieron marcados por grandes protes-
tas políticas, dirigidas sobre todo contra la corrupción y contra el
cada vez más evidente dominio de los Estados Unidos. En ambos
bandos de las luchas políticas figuraron mujeres. Un pequeño grupo
de feministas apoyó al dictatorial presidente Machado, pues éste les
había prometido concederles derechos electorales. Pero la mayoría se
enfrentó al dictador. Su papel y posición cristalizó precisamente en la
revuelta estudiantil, con la que comenzó en 1930 la resistencia contra
el régimen de Machado. Durante la protesta un estudiante fue asesi-
nado de un balazo y el Gobierno intentó impedir que su funeral se
convirtiera en una manifestación política. Ordenó que en el mismo
participaran sólo los miembros de su familia, lo que provocó que se
extendiera el rumor de que el Gobierno había impedido que se reali-
zara un entierro cristiano. Inmediatamente se manifestaron contra el
poder incluso cubanos de posiciones conservadoras. El funeral se
convirtió en una gigantesca marcha de protesta, que no pudo ser con-
tenida por el ejército, pues un grupo de mujeres se colocó a la cabeza
de la macha y cargó el ataúd. En este caso, como después harían las
Madres de la Plaza de Mayo, las mujeres utilizaron la concepción tra-
dicional sobre los roles de género, lo que siempre le ha hecho espe-
cialmente difícil a los soldados latinoamericanos dispararle a las
mujeres, pues ello se contrapondría con su función de protección y
también con su hombría. La marcha de protesta de 1930 les ganó más
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han tornado cada vez más precarias. A principios de los años noventa
comenzaron serias dificultades con la alimentación, que Castro pudo
mitigar solamente permitiendo ciertas actividades privadas, incremen-
tando el turismo y permitiendo la circulación de dólares. Hoy un
cubano apenas puede sobrevivir sin divisas extranjeras. Vinculado con
esto han aparecido fenómenos de corrupción, tanto en sentido mate-
rial y social como en sentido estrecho y amplio. Aunque los cambios
en los gobiernos cubanos y norteamericanos así como el paulatino
levantamiento del embargo abren nuevas perspectivas y esperanzas,
los perfiles y las consecuencias de estas nuevas políticas no se vislum-
bran todavía con claridad.
La Revolución cubana logró desplegar en 1959 un ímpetu sin pre-
cedentes y algunas reformas sociales. Todas las viviendas de alquiler
fueron nacionalizadas y alquiladas a precios convenientes, se reformó
el sistema de salud y se realizó una campaña de alfabetización. Todo
esto vino acompañado por la estructuración de una planificación cen-
tral de la economía del país, lo cual recayó inicialmente en manos del
argentino Ernesto «Che» Guevara. La consolidación económica y la
supervivencia de la nueva sociedad constituyeron los objetivos princi-
pales en los diez primeros años de la Revolución, así que los esfuerzos
se encaminaron inicialmente hacia la reforma agraria, la industrializa-
ción, la educación y la creación un sistema general de salud accesible a
todos con independencia de la clase o sexo. De acuerdo con la doctri-
na marxista, en la Cuba socialista se consideró la transformación de
los roles de género como algo secundario; era algo subordinado al
derrocamiento del capitalismo que se resolvería automáticamente. A
diferencia de los países capitalistas y del anterior movimiento femeni-
no cubano, impulsado por mujeres de los sectores altos, para el
Gobierno revolucionario la inserción de las mujeres en la economía y
la política no era entendida como un tema de realización individual,
sino del fortalecimiento de los vínculos sociales y del control sobre los
ciudadanos. Fue bajo esta premisa como se entendió el objetivo de la
igualdad jurídica y social de las mujeres y de integración en el proceso
de producción, al igual que en las organizaciones de masas. Después
del triunfo de la Revolución, la «cuestión de la mujer» se convirtió en
toda su extensión en una cuestión del partido y del gobierno. Así, la
Federación de Mujeres Cubanas está dirigida ciertamente por una
mujer, pero no fue fundada por ella. La presidenta de la organización
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teado alcanzar una cuota del 30%, algo que solo se cumplió con rela-
ción al total de la militancia.
El claro cambio en la política cubana con respecto a la mujer y la
familia, registrado desde los años setenta, expresada en la introduc-
ción de cuotas, no fue una iniciativa del movimiento femenino, sino de
Fidel Castro. En un discurso en la clausura del segundo congreso de
mujeres cubanas, exhortó a los políticos a nombrar a más mujeres en
cargos de dirección y a tener una mayor confianza en sus capacidades.
Pero el gobierno mismo apenas siguió este ejemplo, sobre todo por-
que las comisiones gubernamentales para mejorar la situación de las
mujeres siguieron compuestas en su mayoría por hombres. Probable-
mente esto se debiera a que las mujeres instruidas pertenecientes a los
sectores medios y alto, no parecieron adecuadas para desempeñar un
papel en la implementación de estas reformas.
Con el ya mencionado discurso, Castro comenzó una campaña
para lograr que la discusión sobre los derechos de las mujeres y las
relaciones entre los géneros dentro de la familia se convirtiera en un
tema presente en todas las reuniones de carácter político o que se rea-
lizaran en las empresas. El trasfondo de esta medida lo constituyó, por
un lado, la comprensión de que el modelo del nuevo «hombre socia-
lista» aún no se había convertido en realidad: la criminalidad juvenil
no podía seguir ocultándose, la cifra de mujeres adolescentes embara-
zadas así como la de madres solteras crecieron considerablemente, y la
tasa de divorcios llegó a ser una de las más altas del mundo (en 1987
alcanzó el 42%). Por otro lado, la ONU se había planteado convocar
en 1975 la inauguración de la década de la mujer, y Cuba quería hacer
valer también en este terreno su aspiración de nación dirigente del así
llamado Tercer Mundo.
Cuán lejos se estaba todavía de una transformación de los roles de
género, lo manifestó una investigación realizada por el antropólogo
estadounidense Oscar Lewis. En una serie de entrevistas con mujeres
de todos los sectores demostró que las mujeres cubanas tenían una
conciencia muy baja de su propia valía y estaban apegadas a concep-
ciones tradicionales. Se identificaba al feminismo con el amor libre y
la promiscuidad y ni siquiera aquellas mujeres activamente compro-
metidas con las tareas de la organización femenina demandaban la
participación del hombre en el cuidado de los hijos y las tareas del
hogar. Con especial claridad se manifestó el arraigo de los roles tradi-
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la idea de que, tanto los hombres como las mujeres tenían el deber de
ocuparse de las tareas del hogar y la educación de los hijos. El 8 de
marzo de 1975, Día Internacional de la Mujer, en el que también se
inauguró la Década de las Naciones Unidas sobre la Mujer, Vilma
Espín proclamó la entrada en vigor de un nuevo código de la familia.
El hombre era responsabilizado jurídicamente con la participación en
las tareas del hogar, así como con la educación de los hijos, y se regla-
mentaban las relaciones entre los miembros de la pareja y entre los
padres y los hijos sobre la base de la igualdad de derechos, el respeto
mutuo y el amor, en vez de la subordinación y la dominación. Se
recordó a los padres el deber de proporcionar a sus hijos un hogar
estable. Sin embargo, todavía siguen siendo reconocibles concepcio-
nes tradicionales sobre los roles de genero en esta ley, que en otros
muchos aspectos es extraordinariamente progresista. Por ejemplo, en
caso de divorcio la mujer recibe automáticamente la guardia y custo-
dia de los hijos y al hombre sólo se le asigna la obligación del sustento
económico. Por otro lado, el capítulo 3 de la nueva ley comienza con
el reconocimiento de la responsabilidad del Estado en la protección de
la familia, la maternidad y el matrimonio, pero a diferencia de la ley
burguesa, no plantea que el matrimonio y la familia deben ser un refu-
gio con respecto al Estado y la sociedad, sino que deben reflejar las
relaciones sociales. Pero la realidad social en Cuba no se correspondía
—ni se corresponde aún— con la teoría de la igualdad de los géneros.
Según recientes investigaciones, las tareas hogareñas siguen siendo
desempeñadas casi exclusivamente por las mujeres, y éstas disponen
de mucho menos tiempo libre que los hombres, con independencia de
que tengan un empleo o no. Se ha constatado un cierto éxito en la
transformación de estos comportamientos, tal como lo ha decretado el
Estado, entre las familias jóvenes con nivel de instrucción y que viven
en las ciudades, pero en el campo la división tradicional de roles entre
los géneros sigue siendo extraordinariamente fuerte. En su conjunto,
la mayoría de los jóvenes cubanos rechazan verbalmente al machismo,
pero comparten las viejas concepciones en lo que respecta a la sexuali-
dad y el papel de la madre.
La desaparición de la Unión Soviética y la agudización de los pro-
blemas económicos de Cuba, junto con la persistencia de las concep-
ciones tradicionales sobre los roles de género, amenazan con destruir
totalmente muchos de los logros obtenidos en la sociedad. Uno de los
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C apítu lo 6
EL NUEVO MOVIMIENTO FEMENINO
L
a mayoría de los países latinoamericanos figuraron entre los
miembros fundadores de la Organización de Naciones Unidas
(ONU), así como de la Organización de Estados Americanos
(OEA), y esta inserción en un sistema de relaciones internacionales
pudo ser utilizada por el movimiento feminista para lograr aceptación
para sus demandas y hacer presión. En el marco de la OEA y la ONU,
todos los Estados latinoamericanos se comprometieron a conceder
plenos derechos políticos a las mujeres, allí donde esto aún no se había
logrado. Para mediados del siglo XX se alcanzó, desde el punto de vista
jurídico, la igualdad política formal entre hombres y mujeres, si bien
por otra parte se carecía de un impulso más fuerte por parte de las
mujeres para comprometerse y participar en los movimientos que
luchaban por estos objetivos. El movimiento femenino alcanzó nuevos
ímpetus con la proclamación, por la ONU, de la década de la mujer y
la realización del primer congreso de mujeres de carácter mundial en la
Ciudad de México en 1975. Pero esto no significó que la época que
medió entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el comienzo de una
nueva y más amplia actividad después de 1975 fuera una fase de estan-
camiento. Un importante paso para un mejoramiento de la situación de
las mujeres lo constituyó una iniciativa educacional, tomada en el con-
texto de las organizaciones internacionales.
El derecho y la necesidad de la educación femenina estaban reco-
nocidos en lo esencial desde los inicios del siglo XX, pero fue a partir
de los años cincuenta cuando se produjo una transformación sustan-
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cial en la situación educativa, tanto para los hombres como para las
mujeres. Desde comienzos de los años cincuenta tanto la UNESCO
como la OEA pusieron énfasis en la educación, y centraron su aten-
ción en la hasta entonces abandonada educación femenina. El esfuer-
zo inicial se dirigió a obtener datos fiables. La OEA calculó que para
los siguientes diez años, de cada 1.000 alumnos en América Latina
sólo 30 terminarían el bachillerato y sólo uno obtendría un título uni-
versitario. Estas cifras condujeron a una ofensiva educacional masiva,
la cual contó con un fuerte apoyo, a partir de los años sesenta, por par-
te de la recién fundada «Alianza para el Progreso» y de otros progra-
mas de desarrollo de los Estados Unidos. Los objetivos consistían,
por un lado, en el aumento de la cifra de alumnos, especialmente en la
educación básica, y por el otro en la reforma de la enseñanza secunda-
ria, la cual hasta entonces estaba estructurada en la tradición hispánica
de las humanidades, pero ahora se trató de mejorar la educación técni-
ca. Se fundaron universidades técnicas, que beneficiaron sobre todo a
los sectores medios. Se instruyó a los hombres en ingeniería y de pro-
fesiones vinculadas a la agricultura, y las mujeres con el sector del
comercio y los servicios. Los resultados de estos esfuerzos pueden
expresarse en estas cifras: mientras que en 1950 la cifra total de alum-
nos en Latinoamérica era de 16 millones, para 1980 ésta había crecido
a 85 millones. La cantidad de alumnos en la enseñanza básica se cua-
druplicó, pasando de 14,2 millones a 64,5 millones; la enseñanza
secundaria multiplicó su matrícula por diez, creciendo de 1,5 millones
a 16,5 millones. La cantidad de alumnos que terminaron sus estudios
universitarios se multiplicó por veinte, pasando de alrededor de
266.000 a 4.900.000.56 Estas cifras no obstante, deben interpretarse a la
luz del crecimiento general de la población, que en este período de
tiempo llegó a duplicar la cantidad de habitantes en la mayoría de los
países latinoamericanos.
Por otra parte, las diferencias regionales son significativas. Países
como Cuba, Chile y Costa Rica, en los que ya antes de esta ofensiva
educacional existían altas tasas de alfabetización, pudieron continuar
aumentando sus porcentajes; en países como Perú o Guatemala, que
carecen de una amplia clase media y en los que una élite tradicional
domina en las zonas rurales, sólo comenzaron a alcanzarse algunos
progresos a partir de los años sesenta o setenta, mayormente limitados
a los centros urbanos. Todavía existe en América Latina una conside-
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ticas, pues con esas acciones las mujeres de las clases medias y alta
defendían no sólo a sus familias, sino también la situación privilegiada
de sus hombres y sus familias. No sabemos si para las mujeres de los
sectores pobres, que también participaban en estas protestas, la cues-
tión de la familia era central o si para ellas el tema del abastecimiento
era más importante que cualquier otra cosa.
Para todas las mujeres, independientemente de su posición social,
de si eran conservadoras o socialista, tradicionales o emancipadas, las
protestas femeninas tuvieron amplias consecuencias. Es evidente que
ellas se habían colocado en abierta contradicción con la imagen de la
mujer apolítica, y habían demostrado la influencia que las mujeres
podían ejercer. Las partidarias de Allende que lograron sobrevivir al
golpe, comenzaron después de este a repensar la cuestión de los géne-
ros, pues se les hizo claro lo erróneo del camino propuesto por Allen-
de en el área de las mujeres, que partía del presupuesto de que estos
problemas se resolverían por sí mismos en el socialismo. Reconocie-
ron que, pese a toda la retórica revolucionaria, la imagen de la mujer
mantenida por los hombres socialistas había permanecido sin cambios
fundamentales, y que en este aspecto la política no se había corres-
pondido ni con las realidades socioeconómicas de la mayoría de las
chilenas, ni con los deseos de muchas mujeres. Pero también para las
mujeres conservadoras el golpe militar tuvo consecuencias imprevis-
tas. Ellas mismas habían adquirido conciencia de su potencial y de su
participación en el golpe, y el general Pinochet en persona había
expresado su agradecimiento a las mujeres. Pero, por otro lado, los
militares habían puesto énfasis en mantener los roles tradicionales de
las mujeres en la familia, los cuales, a sus ojos, implicaban una estruc-
tura jerárquica encabezada por el hombre. Según la concepción de los
militares, la igualdad de derechos de ambos géneros conducía a con-
flictos y relaciones anárquicas en la familia y en la sociedad. De ahí
que la nueva Constitución de 1980 le encargara al Estado la tarea de
preservar las relaciones tradicionales de poder en la familia. Las muje-
res no debían transformar sus roles «naturales» como amas de casa y
madres, y era en estas funciones donde debían contribuir a la cons-
trucción de la nueva sociedad, manteniendo las tradiciones cristiano-
hispánicas del matrimonio y la familia. Se le encargó a las casas de
madres la difusión de estas ideas. Ésta fue condición bajo la cual las
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los años cincuenta, Lewis pasó una larga temporada con una familia
pobre mexicana y describió su vida. Las entrevistas, guardadas en cinta
de grabadora, las reelaboró en forma de libro, que apareció con el título
de Los hijos de Sánchez. Autorretrato de una familia mexicana, en el que
se contaba la historia de la familia Sánchez desde el punto de vista de cua-
tro hijos adultos (dos varones y dos muchachas). Este interesante libro,
que más tarde fue llevado al cine, con Anthony Quinn en el papel del
padre Sánchez, se convirtió en un bestseller. La teoría de la «cultura de la
pobreza», desarrollada por Lewis a partir de estos testimonios, desató un
debate científico, que giró —entre otros temas— en torno a la tesis de
que los niños que crecen en la pobreza incorporan muy temprano en sus
vidas determinados patrones de comportamiento, que más tarde hacen
que les sea casi imposible superar dicha pobreza.
En contraposición a los llamados «indigenistas» (miembros de la
élite intelectual de un país que, a comienzos del siglo XX, intentaron
describir la vida de la población indígena oprimida en novelas o estu-
dios etnológicos, para así motivar a la sociedad a actuar, pero que no
lograron superar sus posiciones patriarcales), Pozas y Lewis dejaron
que fueran los mismos afectados los que hablaran. Lo que les motiva-
ba ante todo era documentar una cultura amenazada de extinción o
poco conocida, pero no les interesaba la agitación política. Sin embar-
go éste fue el objetivo del cubano Miguel Barnet, quien intentó en los
años sesenta documentar una historia sobre la resistencia de los afro-
descendientes en Cuba.
Los autores de lo que a partir de Barnet se llamó «literatura testi-
monial» o también «novela testimonial», en su mayoría antropólogos,
sociólogos o escritores, vinculaban sus libros con objetivos políticos
concretos. Querían proporcionar voz a aquellas personas condenas al
silencio por la cultura y la política dominantes, expresar sus puntos de
vista y así tener algo que contraponer a la literatura patriarcal y elitis-
ta. Al modo hegemónico de ver el mundo le enfrentaban otro; inten-
taban la polifonía, no la armonía. No se trataba de escapismo, sino de
toma de partido, de tal manera que el objetivo declarado de muchos de
estos testimonios consistía en poner al lector «en el lugar del otro»,
sacudirlo emocionalmente y ganarlo para sus propósitos. Para algunas
mujeres, la publicación de sus historias de vida significó la continua-
ción de sus luchas revolucionarias mediante otros medios, el intento
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sido realizadas en su mayor parte (alrededor del 90%) por las fuerzas
armadas guatemaltecas. Nada de esto había sido conocido por la opi-
nión pública, sobre todo porque el gobierno de Reagan (1981-1989)
había afirmado que en Guatemala no había ningún problema con la
observancia de los derechos humanos. Esto explica la fuerza explosi-
va que tuvo la aparición del libro de Rigoberta Menchú en 1983, y
también las controversias que desató posteriormente.
Rigoberta Menchú describió primero su niñez en una pequeña
aldea en las montañas guatemaltecas, marcada desde muy temprano
por el trabajo en el campo y en la recogida del grano en las grandes
plantaciones de café. En forma impresionante cuenta, por ejemplo,
cómo los trabajadores indígenas, junto con sus hijos y sus animales,
eran apretados como sardinas en un camión, cubiertos por un toldo, y
trasladados por pésimas carreteras hacia las fincas cafetaleras, «como
pollos en un caldero». Uno de sus hermanos menores murió por enve-
nenamiento con los herbicidas con los que trabajaba en las plantacio-
nes; otro murió por desnutrición. Después narraba cómo muchas
jóvenes del campo tenían que trasladarse a la ciudad para trabajar
como sirvientas. Describió el comportamiento humillante al que fue
sometida, pero logró aprender español, algo que posteriormente cam-
biaría su vida. Entró en contacto con la política debido a su padre, un
activista del sindicato de los obreros agrícolas, y en 1977 formó parte
del Comité de Unidad Campesina (CUC). Como podía hablar tanto
k’iche como también español, pronto se destacó como mediadora con
las organizaciones campesinas no indígenas, de tal manera que comen-
zó a realizar tareas por todo el país. En 1979, en uno de los peores
momentos de la represión, perdió a su hermano, asesinado junto a
otros por sospechas de colaborar con la guerrilla. Pocos meses des-
pués su padre murió quemado en la embajada española. Su madre fue
secuestrada, torturada, violada y después «devuelta» a su casa, donde
murió ante los ojos de su hija, sin que nadie se atreviera a acercárseles.
Estas y otras terribles y chocantes escenas, de una brutalidad y des-
precio al ser humano difíciles de imaginar, son descritas en el libro en
forma impresionante. Se explican también concepciones religiosas y
míticas, la estrecha relación con la naturaleza, las tradiciones maya y
los «secretos» de este pueblo.
Poco después del asesinato de sus familiares, Rigoberta Menchú
cruzó la frontera y huyó hacia el estado mexicano de Chiapas, donde
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Para mí está claro que ellos (Rigoberta y otra persona cuyo testimonio
E. Burgos recogió) me comunicaron, como experiencias propias, cosas
que no habían vivido directamente, pero que había tenido lugar en el
entorno de sus historias propias. No lo hicieron adrede, ni mintieron con
ello. En vez de eso, los animaba un espíritu de pertenencia. Este senti-
miento de pertenencia, de identificación con las personas, se forma cuan-
do ellos se sienten facultados para elaborar su propia versión de la histo-
ria. (...) El acto de contar una historia oral exige recrear lo sucedido en
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Los contextos que rodean todo esto, así como el hecho de que en el
mundo maya la individualidad, en el sentido occidental, sea algo des-
conocido, constituyen elementos que la «editora» debió haber aclara-
do y explicado previamente.
Como se ve, por lo menos para algo la polémica ha servido: tanto
los que testimonian como los que lo recogen y editan, han aprendido
que hay que tener mucho más cuidado en la forma de publicar y
comentar estos textos. Historiadores y sociólogos o antropólogos
posteriores han aprendido de esto y documentan más abiertamente no
sólo el proceso de recoger el testimonio sino su propio rol y su rela-
ción con la persona entrevistada. Pero ellos persiguen más bien un fin
científico que político con esto.
Desde una perspectiva crítica de las fuentes, en el caso del testimo-
nio de Rigoberta Menchú ha de tenerse en cuenta que existen muchas
ediciones en diferentes idiomas, todas con algunas diferencias entre
ellas, sea porque la traducción distorsiona algunas frases, sea porque
—debido a la crítica— se introdujeron algunos pequeños pero impor-
tantes suplementos o añadidos. En los casos de la edición inglesa y de
la alemana esto puede constatarse ya en las primeras frases del libro.
La edición alemana de 1984 (que aquí citamos según la décima edición
de 1993) comienza de la siguiente manera:
Ich heiße Rigoberta Menchú. Ich bin dreiundzwanzig Jahre alt, und
meine Lebensgeschichte soll lebendiges Zeugnis ablegen vom Schicksal
meines Volkes. Es ist keine Geschichte aus Büchern, sondern gemeinsam
mit meinem Volk gelebte Geschichte. Wichtig ist allein — und das möch-
te ich hervorheben —, dass ich nicht nur mein eigenes Leben beschreibe:
Es ist das Leben meines Volkes. Durch meine Geschichte will ich versu-
chen, das Leben aller armen Menschen in Guatemala zu beschreiben.
350 MADRES , O B R ER A S , A M A N T E S . . .
Basta con comparar estos dos textos para poder apreciar los resul-
tados del proceso de sucesivos arreglos de la historia de Rigoberta.
Pese a todas las preguntas que todavía continúan abiertas, así como
de las confusiones idiomáticas y culturales, es indiscutible que la
mayoría de los hechos narrados en su libro ocurrieron en esa forma o
en otra similar, y que por lo tanto el tono del mismo es adecuado, aun
cuando se encuentren algunas exageraciones y no todo haya sido vivi-
do personalmente por la protagonista. Seguramente no todos los
«guatemaltecos pobres» estarán de acuerdo con Rigoberta, pero sí la
mayoría de aquellos que vivieron y sobrevivieron a los años de la vio-
lencia. Demostrar algunos errores, por lo tanto, no puede desacreditar
al testigo como tal. El dilema reside en otra circunstancia: en el hecho
de que los testimonios han de ser presentados como una descripción
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CAPÍTULO 7
M UJERES Y MADRES ; HOMBRES Y MACHOS
Representaciones de feminidad y hombría en América
Latina
P
ara muchos europeos y norteamericanos, Latinoamérica es tan
sólo el continente de los machos, y esta palabra española ha sido
recogida en muchos idiomas, pues es evidente que describe
muy gráficamente un fenómeno que no se limita sólo a América Lati-
na. El termino «machismo» designa una valoración excesiva de hom-
bría, de predominio masculino y agresividad, tanto hacia las mujeres
como también hacia otros miembros del mismo género y de exagera-
dos celos y sentimiento de honor. En la actualidad esta palabra tiene
una connotación esencialmente negativa, no sólo entre las feministas,
sino también entre muchos hombres latinoamericanos. Por otro lado,
a veces las mujeres latinoamericanas lamentan la pérdida de «verdade-
ros» machos, y seguramente no se refieren al esposo o compañero que
golpea a su mujer y abusa de ella. ¿Qué es entonces lo que se esconde
tras este concepto y por qué se manifiesta aparentemente con tanta
fuerza precisamente en Latinoamérica?
En México el machismo es visto como una característica nacional.
Héroes nacionales como Emiliano Zapata y Pancho Villa se hicieron
fotografiar en numerosas ocasiones en poses de «macho». El concep-
to como tal, sin embargo, comenzó a utilizarse a mediados del siglo
XX. Anteriormente se hablaba más bien de «hombres» y «hombría».
Puesto que el culto a la hombría es tan fuerte precisamente en México,
puede suponerse que en su base se encuentra una larga tradición cul-
tural, ya que también la sociedad azteca fue claramente masculina y
patriarcal. La guerra, la violencia y el pillaje regían la vida de los hom-
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356 MADRES , O B R ER A S , A M A N T E S . . .
como la que dice: «Vamos, vamos a ganar/ que si no, los vamos a
vejar», se representa al contrario como alguien que no puede defender
su hombría y se representa al equipo propio como el de los «hombres
verdaderos», que está en condiciones de obligar al otro a asumir el
papel de los «hombres de mentira». Tanto el homosexual, siempre
pensado como la parte pasiva e inferior, como también el niño, son
presentados como la imagen opuesta al «hombre verdadero», el cual
es difundido como una representación de la hombría, que tiene que
ver sobre todo con el dominio, el control y el poder.
En la forma de hablar hoy utilizada por la juventud en los países
andinos, también se denomina como maricón o marica a todo aquel
que haya «traicionado» al grupo. Aquí aparecen otras características
en las que se manifiesta la hombría, en este caso la lealtad y el com-
promiso con la familia o el grupo.
Un entrecruzamiento entre la hombría y la delimitación con res-
pecto a otros grupos sociales se encuentra también cuando jóvenes y
hombres afrodescendientes y mestizos de los sectores populares recla-
man para si la verdadera hombría y le niegan ésta a los «afeminados»
blancos y mestizos pertenecientes a los grupos sociales superiores.
Junto a estas diferenciaciones y entrecruzamientos funcionales de
identidades étnicas y sociales, así como de género, existen también
imágenes contrapuestas más complicadas sobre la hombría, como las
que se manifestaron en las letras de los tangos en Argentina en los años
veinte y treinta. En estos textos se trata a menudo de la búsqueda mas-
culina del amor y la lealtad. El hombre los encuentra la mayoría de las
veces sólo en la madre; la pareja femenina, por el contrario, es a menu-
do la que abandona al hombre por interés propio o por otros motivos.
Con ello el honor del hombre es atacado, pero su reacción puede abar-
car desde la venganza hasta el perdón sin por ello perder su hombría.
Los textos de los tangos presentan por lo tanto varias opciones de
acción y enfrentan, a la imagen caracterizada por el dominio y la vio-
lencia, otra marcada por el amor y las emociones. Con ello el compa-
drito puede mostrar características que comúnmente han figurado
como «femeninas». Es interesante el modo en que estos tangos con-
tienen también una imagen de la mujer que la presenta como una per-
sona autónoma, sobre la que el hombre apenas tiene control.
¿Cómo armonizan unas con otras estas representaciones contra-
dictorias entre sí? ¿Son los tangos expresión de las inseguridades de
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ma apenas ha sido investigada hasta ahora. Cada una de estas tres fases
de la vida trae consigo para los hombres, en las diferentes culturas y
sectores sociales, otras exigencias, límites y posibilidades.
Con todo, las identidades de género no son algo estático, sino un
campo complejo de representaciones y relaciones a veces contradicto-
rias unas con otras, y que según la situación llevan otras marcas. El
lugar, el momento, la situación social, la edad y también la experiencia
personal las marcan, de tal manera que también las representaciones
sobre la masculinidad y la feminidad varían según la situación socio-
económica, la pertenencia étnica y nacional, las situaciones individua-
les y el ciclo de vida. Por lo tanto, la masculinidad y la feminidad pue-
den tener muchos significados en América Latina, y en una misma
persona pueden estar unidas diferentes representaciones. Una persona
puede recurrir a una u otra representación según sea la situación social
o el sentimiento, sin por ello cuestionar su masculinidad o feminidad.
El «macho», el latin lover y la «latina» dulce y mansa son, en el
mejor de los casos, imágenes ideales deseadas, y en el peor, esenciali-
zaciones teñidas de racismo de los múltiples proyectos de vida de las
latinoamericanas y los latinoamericanos. Si hoy existe algo común en
las imágenes sobre los roles de género en Latinoamérica, entonces es
que han empezado a cambiar sustancialmente bajo la influencia de los
desarrollos globales y los movimientos feministas. La urbanización, la
inserción de las mujeres en el mercado de trabajo formal, los movi-
mientos más o menos fuertes de mujeres, la participación de las muje-
res en los movimientos sociales y políticos, y las transformaciones
globales, han conducido a que la imagen de la mujer se haya transfor-
mado sustancialmente, y con ello también las relaciones de género.
Ciertamente para los hombres es éste un desarrollo ambivalente, pues
está vinculado a nuevas oportunidades, así como también a la pérdida
de muchos privilegios.
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ENSAYO BIBLIOGRÁFICO
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366 MADRES , O B R ER A S , A M A N T E S . . .
ESTUDIOS DE GÉNERO
368 MADRES , O B R ER A S , A M A N T E S . . .
370 MADRES , O B R ER A S , A M A N T E S . . .
372 MADRES , O B R ER A S , A M A N T E S . . .
and Colonial Peru, Princeton, 1987; la edición en español es: Luna, sol
y brujas. Géneros y clases en los Andes prehispánicos y coloniales, Cuz-
co, 1990. Elinor Bukett toma una perspectiva en cierta forma diferen-
te, y se ocupa de la situación de las mujeres indígenas en la región
peruana de Arequipa en las primeras décadas del dominio colonial:
Burkett, Elinor C.: «La mujer durante la Conquista y la primera épo-
ca colonial», en: Estudios Andinos, volumen 5/1, 1976. Nowack, Kers-
tin: «Aquellas señoras del linaje real de los Incas. Vida y supervivencia
de las mujeres de la nobleza inca en el Perú en los primeros años de la
Colonia», en David Cahill/Blanca Tovías (eds..): Élites indígenas en
los Andes durante la época colonial. Nobles, caciques y cabildantes
bajo el yugo colonial, Quito, 2003, pp. 17-53, así como Rostworowski
de Díez Canseco, María: Doña Francisca Pizarro. Una ilustre mestiza
1534-1598, Lima, 1989, se ocupan del destino de algunas mujeres per-
tenecientes a la nobleza incaica.
Sobre la conquista de la región del Río de La Plata apenas conta-
mos con trabajos que tengan en cuenta el papel de las mujeres indíge-
nas y españolas. Sobre este tema puede verse: Potthast-Jutkeit, Bar-
bara: «Paradies Mohammeds» oder «Land der Frauen»? zur Rolle
von Frau und Familie in Paraguay im 19. Jahrhundert, Köln, 1994;
edición en español: ¿»Paraíso de Mahoma» o «País de las Mujeres»?
El rol de la mujer y la familia en la sociedad paraguaya durante el
siglo XIX, Asunción, 1996, de la misma autora: «Imagen y realidad de
la participación de la mujer española en la conquista Rioplatense», en:
Piñero Ramírez, Pedro/Wentzlaff-Eggebert, Christian (eds.): Sevilla
en el imperio de Carlos V. Encrucijada entre dos mundos y dos épocas,
Sevilla, 1991, pp. 199-206.
La sociedad colonial
374 MADRES , O B R ER A S , A M A N T E S . . .
376 MADRES , O B R ER A S , A M A N T E S . . .
pp. 389-444, así como las exposiciones generales sobre el papel de las
mujeres en la época colonial mencionadas al principio.
La dimensión cuantitativa es trabajada en Boyd-Bowman, Peter:
«Patterns of Spanish Emigration to the Indies until 1600», en: HAHR,
volumen 56/4, 1976, pp. 580-604 y, más específicamente para las
mujeres, en Serra Santana, Emma: «Mito y realidad de la emigración
femenina española al Nuevo Mundo en el siglo XVI», en: Pailler, Clai-
re (ed.): Femmes des Ameriques. Colloque international, 18-19 Avril
1985, Toulouse, 1986, pp. 31-42.
Una muy buena exposición resumida de las problemáticas jurídi-
cas se encuentra en el correspondiente capítulo del libro de Arrom,
Silvia M.: The Women of Mexico City, 1790-1857, Stanford, 1985; edi-
ción en español: Las mujeres de la Ciudad de México, 1790-1857,
México D.F., 1988. Explicaciones detalladas desde el punto de vista
histórico y jurídico ofrece Ots Capdequi, José María: El derecho de
familia y el derecho de sucesión en nuestra legislación de Indias,
Madrid, 1921, y del mismo autor: Bosquejo histórico de los derechos de
la mujer en la legislación de Indias, Madrid, 1920, así como Rípodas
Ardanaz, Daisy: El matrimonio en Indias. Realidad social y regulación
jurídica, Buenos Aires, 1977.
También muy influidos por cuestiones jurídicas, pero con un enfo-
que más fuerte en las, a menudo, diferentes realidades de la vida coti-
diana, encontramos por ejemplo los libros de Gauderman, Kimberly:
Women’s Lives in Colonial Quito, Austin, 2003 y Kluger, Viviana:
Escenas de la vida conyugal. Los conflictos matrimoniales en la socie-
dad virreinal rioplatense, Buenos Aires, 2003.
La cuestión de la educación femenina, así como el papel en la mis-
ma de los conventos de monjas e instituciones similares, ha sido mejor
explicada haciendo referencia al caso de Nueva España, donde se
encontraban la mayor cantidad de las mismas. Informaciones detalla-
das al respecto se encuentran en Gonzalbo Aizpuru, Pilar: Las muje-
res en la Nueva España. Educación y vida cotidiana, México, 1987, y
de la misma autora: Historia de la educación en la época colonial. La
educación de los criollos y la vida urbana, México, 1990, así como
Muriel, Josefina: Cultura femenina novohispana, México D. F., 1982,
21994. Sobre los monasterios y los recogimientos véanse también los
trabajos pioneros de Josefina Muriel, especialmente Conventos de
monjas en la Nueva España, México D. F., 1946 y Los recogimientos
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Hidden Histories, op. cit., pp. 127-146. Sobre Manuela Sáenz véase
Quintero, Inés: «Las mujeres de la independencia. ¿Heroínas o trans-
gresoras? El caso de Manuela Sáenz», en: Potthast/Scarzanella: Muje-
res y naciones, op. cit., pp. 57-76 y Chambers, Sarah C.: «Republican
Friendship. Manuela Sáenz Writes Women into the Nation, 1835-
1856», en: HAHR, volumen 81/2, 2001, pp. 225-257. Véase también
Quintero, Inés: La criolla principal. María Antonia Bolívar, hermana
del Libertador, Caracas, 2003.
Un estudio dirigido sobre todo al análisis del discurso, que investi-
ga textos importantes de la primera mitad del siglo XIX desde el plan-
teamiento de problemas de género, es: Davies, Catherine/Brewster,
Claire/Owen, Hilary (eds.): South American Independence. Gender,
Politics, Text, Liverpool, 2006.
Con sus investigaciones sobre São Paulo en la época del tránsito del
siglo XVIII al XIX, Elisabeth Kuznetsof ha señalado por primera vez la
dimensión histórica de la amplia difusión de hogares (en tanto células
económicas domésticas) encabezados por mujeres en las ciudades lati-
noamericanas: «The Role of the Female-Headed Household in Brazi-
lian Modernization. São Paulo 1765 to 1836», en Journal of Social His-
tory, volumen 14, 1980, pp. 589-613, y de la misma autora: «Household
Composition and Headship as Related to Changes in Mode of Produc-
tion. São Paulo, 1765-1836», en Comparative Studies in Society and
History, volumen 22, nº 1, 1980, pp. 78-108. Desde entonces, este fenó-
meno ha sido constatado también para otras ciudades; véanse al respec-
to los artículos aparecidos en el número especial «Female and Family in
Nineteenth-Century Latin America», bajo el cuidado de Robert
McCaa, en Journal of Family History, volumen 16, nº 3, 1991.
Dos contribuciones sobre las transformaciones en las estructuras
de las células económicas domésticas en el campo a las que se ha recu-
rrido aquí son Hagerman Johnson, Ann: «The Impact of Market
Agriculture on Family and Household Structure in Nineteenth-Cen-
tury Chile», en: HAHR, volumen 58, nº 4, 1978, pp. 625-648, así
como McCaa, Robert: Marriage and Fertility in Chile. Demographic
Turning Points in the Petorea Valley, 1840-1976, Boulder, 1983.
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En los últimos años han aparecido una serie de estudios que han
investigado las transformaciones causadas por las concepciones libe-
rales sobre la economía y la sociedad, teniendo presente también a las
relaciones de género. Entre ellos se encuentran en primer plano los
cambios en el concepto de honor desde una interpretación estamental
a una burguesa y las consecuencias sociales y en el derecho civil que
estos cambios tuvieron para los hombres y las mujeres: Hunefeldt,
Christine: Liberalism in the Bedroom. Quarreling Spouses in Ninete-
enth-Century Lima, Pennsylvania, 2000; Chambers, Sarah: From
Subjects to Citizens. Honor, Gender, and Politics in Arequipa, Peru
1780-1854, University Park, 1999; Shumway, Jeffrey M.: The Case of
the Ugly Suitor and Other Histories of Love, Gender, and Nation in
Buenos Aires, 1776 -1870, Lincoln/London, 2005; García Peña, Ana
Lidia: El fracaso del amor. Género e individualismo en el siglo XIX
mexicano, México D. F., 2006; Christiansen, Tanja: Disobedience,
Slander, Seduction, and Assault. Women and Men in Cajamarca,
Peru, 1862-1900, Austin, 2004.
Sobre cuestiones del derecho de propiedad: Rodríguez, Eugenia/
León, Magdalena (ed.): ¿Ruptura de la inequidad? Propiedad y géne-
ro en la América Latina del siglo XIX, Bogotá, 2005; Deere, Carmen
Diana/León, Magdalena: «Liberalism and Women’s Property Rights
in Nineteenth-Century Latin-America», en: HAHR, tomo 85, volu-
men 4, 2005, pp. 627-678.
Mientras tanto, las interrelaciones entre la modernización socioe-
conómica, la inserción cada vez más fuerte de las mujeres en activida-
des asalariadas extra-hogareñas y la transformación de las relaciones
entre los sexos, han sido bien investigadas para países grandes como
Argentina, Brasil, Chile y México. Sobre este conjunto de temas véase
Lavrín, Asunción: Women, Feminism, and Social Change in Argenti-
na, Chile and Uruguay, 1890-1940, Lincoln, 1995; edición en español:
Mujeres, feminismo y cambio social en Argentina, Chile y Uruguay
1890-1940, Santiago, 2005; Guy, Donna J.: Sex and Danger in Buenos
Aires. Prostitution, Family and Nation in Argentina, Lincoln, 1991;
edición en español: El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos
Aires 1875-1955, Buenos Aires, 1994 y Menéndez, Susana: ¿Obreras o
perdidas? Percepciones sobre género y trabajo en Buenos Aires 1900-
1930, Amsterdam, 1997, así como Lobato, Mirta Zaida: Historia de las
trabajadoras en la Argentina, 1869-1960, Buenos Aires, 2007.
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Siglas de revistas
REFERENCIAS
1 Mörner, Magnus, Race Mixture in the History of Latin America, Boston, 1967, p. 22.
2 Seler-Sachs, Caecilie, Frauenleben im Reiche der Azteken. Ein Blatt aus der Kul-
turgeschichte Alt-Mexikos, Berlin, 1984 (19191), p. 51.
3 Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España,
edición crítica de José Antonio Barbón Rodríguez, México D. F., 2005, p. 91 s.
4 Díaz del Castillo, Bernal, ob. cit., p. 91 s.
5 Straubinger, Erika, Zwischen Unterdrückung und Befreiung. Zur Situation der
Frauen in Geschichte und Kirche Perus: Geschichtlicher Rückblick und Gegen-
wartsanalyse, tomo 1, Frankfurt a.M./Bern/New York, 1992, p. 56.
6 Konetzke, Richard (ed.), Colección de documentos para la historia de la formación
social de Hispanoamérica, 1493-1810, tomo 1, Madrid, 1953, p. 77.
7 La encomienda era una institución socioeconómica de origen medieval muy usada
en los comienzos de la colonización española en América. Por ella, el rey concedía a
una persona, en compensación por los servicios que había prestado a la Corona, tie-
rras y el derecho a recibir los tributos de los indios que en ellas residían. A cambio,
el español debía cuidar de ellos tanto en lo espiritual como en lo terrenal, preocu-
pándose de educarlos en la fe cristiana. La realidad, no obstante, era otra y la enco-
mienda fue la institución más importante para la explotación de la mano de obra
indígena durante los siglos XVI y XVII.
8 Schmidel, Ulrich, Derrotero y viaje a España y las Indias, pp. 56-58. Traducido del
alemán según el manuscrito original de Stuttgart, Buenos Aires/México, 1980.
9 «Carta del presbítero Francisco González de Paniagua al Cardenal Juan de Tavi-
ra», 3.3.1545, en Documentos históricos y geográficos relativos a la conquista y
colonización Rioplatense, tomo 2, Buenos Aires 1941, p. 449.
10 «Carta del presbítero Francisco de Andrade al Consejo de Indias», 1.3.1545, en
Documentos históricos y geográficos relativos a la conquista y colonización Riopla-
tense, tomo 2, Buenos Aires 1941, p. 417.
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