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Seis imágenes de la evangelización en el

Papa Francisco

El impacto eclesial y mundial del Papa Francisco no se debe


fundamentalmente a sus discursos y a sus escritos que muchos no
han leído a cabalidad, sino a sus gestos simbólicos (abrazar a
niños, besar a discapacitados, comer con los obreros del Vaticano
en la cantina, alojarse fuera del Palacio Apostólico, viajar en un
coche pequeño utilitario...) y a algunas de sus imágenes y
expresiones gráficas, captadas y comprendidas por todos con gran
facilidad. Estas frases acuñadas en medio de una homilía o de un
escrito, tienen un gran poder evocador y mediático; son como la
versión moderna de las parábolas e imágenes que empleaba Jesús
en su tiempo.
Por esto, en lugar de ofrecer una exposición sistemática y
académica del pensamiento de Francisco sobre la evangelización,
me limitaré a presentar seis imágenes expresivas que de algún
modo compendian de forma simbólica lo más esencial y novedoso
de su propuesta de pastoral evangelizadora.
1. Iglesia de puertas abiertas

La Iglesia no es una cárcel, ni un museo, ni una fortaleza medieval


con murallas, fosos y puente levadizo. No es como aquel castillo
misterioso que nos describe Franz Kafka, donde residía un
misterioso señor. La Iglesia es un hogar con puertas abiertas y
flores en las ventanas, que acoge a todos, vengan de donde
vengan, y a todos ofrece una mesa con pan y vino. Es un lugar de
misericordia, no un lugar de torturas ni una aduana que controla
todo. Es una casa paterna, materna, cuyo icono eclesial es María,
que nos introduce a Jesús y éste nos lleva al Padre.
La Iglesia reproduce en la historia las entrañas de misericordia del
Padre que Jesús con su vida y enseñanza nos reveló. Una
misericordia que se conmueve ante el sufrimiento y el pecado de
sus hijos.
Si Juan XXIII dijo que con el Concilio Vaticano II la Iglesia abría su
ventana para que entrase un poco de aire fresco en la Iglesia, ahora
Francisco ha abierto totalmente las puertas de la Iglesia a todos, a
cristianos y no cristianos, a matrimonios rotos, a homosexuales, a
agnósticos y no creyentes. Todos son bienvenidos.

2. Iglesia en salida

Las puertas abiertas indican acogida a los que llegan de fuera. Pero
la Iglesia no ha de esperar a que lleguen de fuera a sus puertas, ha
de salir a la calle, ir a las periferias, a las fronteras geográficas y
existenciales, aun con el riesgo de accidentarse.
No es una Iglesia encerrada en sí misma, autorreferencial,
preocupada tan sólo de sus escándalos o de sus problemas
clericales… sino una Iglesia que busca lo perdido, que sale al
encuentro del necesitado, que atraviesa los caminos polvorientos
del mundo y escucha el clamor del pueblo, sus dificultades y
anhelos, como hacía Jesús de Nazaret al recorrer los caminos de
Galilea o Judea.
Es una Iglesia en estado de misión –misionera–, que “callejea” la
fe y quiere acudir a las encrucijadas de la historia y dialogar con la
ciencia, con las culturas, con las religiones, sin miedo, porque sabe
que el Espíritu del Señor llena el universo y es causa de toda
novedad.
Esto hace que la Iglesia no añore el pasado, sino que se abra al
futuro y a los signos de los tiempos, a los nuevos areópagos. Es
una Iglesia en salida.

3. Iglesia como Hospital de campaña

En momentos críticos, de guerras, accidentes, epidemias… los


hospitales no se dedican a hacer análisis complicados ni
tratamientos de larga duración, sino a socorrer situaciones de
emergencia, donde la vida está en peligro.
También la Iglesia tiene que socorrer las emergencias personales y
sociales, salvar, curar, suturar, vendar heridas del sufrimiento
humano, salvar vidas amenazadas de niños, mujeres, indígenas,
ancianos, discapacitados, sanar cicatrices de personas que sufren
en su cuerpo o en su espíritu. ¿No es esto lo que hacía Jesús por
los caminos de Palestina? ¿No curaba enfermos incluso en día
sábado, dado que la persona está por encima de la Ley? ¿No es lo
que hizo el buen samaritano?
4. Iglesia de los pobres

El sueño de Juan XXIII al comenzar el Concilio Vaticano II, la


opción por los pobres de la Iglesia latinoamericana en Medellín y
Puebla, la afirmación de Benedicto XVI de que “la opción por los
pobres” está implícita en nuestra fe en Cristo, las afirmaciones de
Aparecida de que no se puede hablar de Dios sin hablar de los
pobres (no. 393) … se prolongan en el deseo de Francisco de una
Iglesia pobre y para los pobres.
La evangelización tiene una dimensión social: evangelizar es hacer
presente el Reino de Dios, comenzando por los predilectos del
Señor, los pobres, hoy reducidos a seres descartables, a masas
sobrantes. La opción por los pobres de la que venimos hablando no
es cultural, ni sociológica ni política, sino evangélica, bíblica,
teológica. Los pobres, su piedad religiosa, son un verdadero lugar
teológico, un lugar donde somos evangelizados.
La Iglesia no puede quedar al margen de la lucha por la justicia; por
ello denuncia el actual sistema económico injusto que discrimina y
mata al pueblo pobre. La Iglesia no puede permanecer impasible
ante tanta injusticia y sufrimiento humano. La constante sonrisa del
Papa, sus gestos de ternura, sus escritos sobre la alegría del
Evangelio… podrían parecernos una falsa imagen del obispo de
Roma. Pero Francisco denuncia proféticamente los aspectos de
nuestra sociedad, que son contrarios al Evangelio del Reino: ha
proclamado un contundente “No” a la economía de la exclusión e
inequidad que engendra violencia; un “No” a la economía que
cristaliza en estructuras injustas y que mata; un “No” a la
globalización de la indiferencia; un “No” a la idolatría del dinero; un
“No” a escudarse en Dios para justificar la violencia; un “No” a la
insensibilidad social que nos anestesia ante el sufrimiento; un “No”
al armamentismo. Francisco actualiza el mandamiento de no matar
y de defender el valor de la vida humana, desde el comienzo hasta
el final. Detrás de estos “No” de Francisco se dibuja una imagen
realmente evangélica de la Iglesia y del mundo; un mundo más
cercano al Reino de Dios.
La alegría de Francisco no es una alegría mundana ni fruto de un
temperamento optimista, sino la alegría que brota del Evangelio de
Jesús y de la fuerza de su Espíritu, la alegría de la Iglesia de los
pobres.
5. La iglesia debe difundir el olor del Evangelio

Frente a posturas tradicionales, obsesionadas por la ortodoxia


doctrinal y por el moralismo de la casuística –sobre todo en temas
sexuales–, la Iglesia ha de difundir, ante todo, el perfume del
evangelio de Jesús, la alegría de la salvación en Cristo, el
kerigma, es decir, el anuncio de la Buena Nueva de Jesús,
pasando por la experiencia espiritual del encuentro con el Señor,
hasta la mistagogía.
Hay que concentrarse en lo esencial del Evangelio, lo más bello y
atractivo. Hablar más de la gracia que de la Ley, hablar más de
Cristo que de la Iglesia, más de la Palabra de Dios que del Papa.
Mantener la jerarquía de verdades, la novedad del Evangelio, la
alegría de la Pascua.

7. La iglesia debe Evangelizar con Espíritu

Evangelizar no es una pesada obligación, ni algo que debamos


realizar de manera triste o con ansiedad; tampoco es una actividad
que se debe efectuar con desaliento o impaciencia, sino que es
fruto de la alegría del Evangelio que nos impulsa a una misión
alegre y confortadora. Pero esto supone una evangelización con
Espíritu, el mismo Espíritu que impulsó a los apóstoles en
Pentecostés y que alienta y mueve a la Iglesia de hoy a proseguir la
misión de Jesús.
La evangelización supone el encuentro con el Señor
resucitado, el que da su Espíritu a los discípulos y convierte una
comunidad de apóstoles cobardes y tímidos en testigos del
Evangelio, capaces de dar la vida por el Señor Jesús y el Reino.
Se trata de anunciar la Buena Nueva no sólo con palabras sino con
la vida, de confiar en la fuerza del Espíritu que siembra semillas del
Reino por doquier y es fuente de novedad y de vida dentro y fuera
de la Iglesia.
El Espíritu nos hace conocer a Jesús, nos constituye como Pueblo
de Dios; el Espíritu hace presente el Reino, se convierte para los
cristianos en alegría en medio del cansancio y el desánimo; es raíz
de nuestra esperanza pascual. “No tengamos caras tristes ni de
funeral”, sino transmitamos la alegría del Evangelio. No nos
dejemos robar la esperanza.

Autor del texto: Víctor Codina es sacerdote jesuita y teólogo latinoamericano. Es


originario de España, pero desde 1982 vive en Bolivia. Estudió Filosofía y Teología en
Sant Cugat, en Innsbruck y en Roma. Actualmente es profesor emérito de la Facultad
de Teología de la Universidad Católica Boliviana de Cochabamba, alternando su
trabajo pastoral con comunidades de base y sectores populares.
1. Leer el siguiente texto: [Aquí] y realiza un esquema sintético con
las ideas principales sobre los seis (6) modelos de iglesia o
evangelización según el Papa Francisco.
2. Leer la siguiente catequesis del Papa Francisco sobre María como
imagen de la iglesia: [Aquí] y responde: ¿Cuáles son las virtudes de María
que resalta el Papa Francisco, por las cuales es considerada como
modelo e imagen de la Iglesia?.
2) En el texto presentado el Papa Francisco resalta en María una mujer simple,
sencilla quien consagró su vida al servicio de Dios, poniendo en práctica su
voluntad, convirtiéndose en su primera y perfecta discípula.
Esa fe que María profesaba la convierten en una mujer única por lo que se la
designa como modelo e imagen de la iglesia
La iglesia es un hogar, que acoge a
todos. Es un lugar de misericordia, es
una casa paterna, materna cuyo
icono eclesial es María.

Iglesia a puertas La iglesia reproduce en la historia las


abiertas entrañas de misericordia del Padre
que Jesús con su vida y enseñanza
nos revelo.

Hoy todas las personas son


bienvenidas a entrar a la iglesia.

Las puertas abiertas indican acogida a los que


llegan desde afuera. Pero la iglesia no ha de
esperar a que lleguen desde afuera a sus
puertas, sino que ella ha de salir hacían el
mundo sin riesgo de accidente. Es una Iglesia
en estado de misión –misionera–,
que “callejea” la fe y quiere acudir a las
Iglesia en salida
encrucijadas de la historia y dialogar con la
ciencia, con las culturas, con las religiones,
sin miedo.
Esto hace que la Iglesia no añore el pasado,
sino que se abra al futuro y a los signos de
Seis imágenes los tiempos, a los nuevos areópagos.
de la
evangelización
en el Papa
Francisco la Iglesia tiene que socorrer las
emergencias personales y sociales,
salvar, curar, suturar, vendar heridas del
sufrimiento humano, salvar vidas
Iglesia como Hospital
amenazadas de niños, mujeres,
de campaña
indígenas, ancianos, discapacitados,
sanar cicatrices de personas que sufren
en su cuerpo o en su espíritu.
Los pobres, su piedad religiosa, son un verdadero lugar
teológico, un lugar donde somos evangelizados.
La Iglesia no puede quedar al margen de la lucha por la
justicia; por ello denuncia el actual sistema económico injusto
Iglesia de los pobres que discrimina y mata al pueblo pobre. La Iglesia no puede
permanecer impasible ante tanta injusticia y sufrimiento
humano.
Francisco denuncia proféticamente los aspectos de nuestra
sociedad, que son contrarios al Evangelio del Reino.

La Iglesia ha de difundir, ante todo, el perfume del evangelio de


La iglesia debe Jesús, la alegría de la salvación en Cristo, el kerigma, es decir, el
Evangelizar con anuncio de la Buena Nueva de Jesús, pasando por la
Espíritu experiencia espiritual del encuentro con el Señor, hasta la
mistagóia.

Evangelizar no es una pesada obligación, ni algo que


debamos realizar de manera triste o con ansiedad; tampoco
es una actividad que se debe efectuar con desaliento o
impaciencia, sino que es fruto de la alegría del Evangelio que
nos impulsa a una misión alegre y confortadora. La
evangelización supone el encuentro con el Señor resucitado,
el que da su Espíritu a los discípulos y convierte una
La iglesia debe
comunidad de apóstoles cobardes y tímidos en testigos del
Evangelizar con
Evangelio, capaces de dar la vida por el Señor Jesús y el
Espíritu
Reino. Se trata de anunciar la Buena Nueva no sólo con
palabras sino con la vida, de confiar en la fuerza del Espíritu.
El Espíritu nos hace conocer a Jesús, nos constituye como
Pueblo de Dios; el Espíritu hace presente el Reino, se
convierte para los cristianos en alegría en medio del
cansancio y el desánimo.

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