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El camino a la felicidad

La felicidad no es la juerga ni el alboroto sino un sentimiento de bienestar reposado y


reflexivo.

3 mayo 2021
Sergio Muñoz Bata
El asombro es, hasta cierto punto, comprensible, y por ello demanda
una definición razonable de lo que entendemos por felicidad. La
felicidad es un estado de ánimo subjetivo y relativo cuya definición ha
ocupado a filósofos, antropólogos, sociólogos, psicólogos y políticos
durante siglos.
Algunas veces, su estudio ha sufrido serios abusos según quién hace
la evaluación y cómo la hace. No faltan informes basados en opiniones
subjetivas e investigaciones improvisadas, que carecen de rigor
científico. He leído informes panfletarios que, sin recato alguno, han
concluido que la gente en Haití o Cuba es más feliz que la que vive en
Finlandia, Suiza o Estados Unidos, por vivir en estado de naturaleza,
casi preindustrial.
En el caso del informe que hoy nos ocupa, la felicidad no es una
juerga alborotada sino un sentimiento de bienestar reposado y
reflexivo. Es cuantificable por la evaluación que las personas hacen de
su calidad de vida, de su esperanza de vivir una vida sana, de su
percepción sobre la honestidad y generosidad en su país y del balance
entre su disfrute y su estrés.

Al borde del abismo


Lo que comenzó como una justa marcha contra la reforma tributaria degeneró en peligrosas
revueltas.
Lucy Nieto De Samper

Lucy Nieto De Samper 


07 de mayo 2021 , 09:25 p. m.
En medio de la parálisis nacional que está llevando a la quiebra a centenares de
pequeños empresarios, afectando gravemente a grandes empresas y arruinando a miles
de hombres y mujeres que no tienen trabajo, el Gobierno tiene que tomar medidas
urgentes –pero con visión de largo plazo– para afrontar esta catástrofe que con la
pandemia está llevando el país al desastre. Es inadmisible que ese gremio impida que
miles de menores de los estratos más desfavorecidos tengan acceso al recurso que más
riqueza y oportunidades genera, la educación, y que destine su envidiable presupuesto a
gastarse millones en anuncios radiales y costosísimas publicaciones contra el Gobierno
en los diarios. Pregunto por todos ellos, pues fueron los organizadores de las marchas
que degeneraron en una parálisis nacional. En un mapa del departamento de Nariño
publicado en marzo pasado por EL TIEMPO se ve que esa región está plagada de mafias
y organizaciones violentas.

Muy probablemente, esa radiografía de Nariño se repite a lo largo y ancho del país. Pues


lo cierto es que ni el Gobierno –ni el Congreso– han cumplido con sus deberes y sus
obligaciones. En los 11 días de paro nacional que se cumplen hoy, el Gobierno y el
Congreso no han estado a la altura para afrontar esta crítica situación. Así las cosas, lo
único que nos hace falta preguntarnos es... ¿en qué país vivimos?

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