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3 mayo 2021
Sergio Muñoz Bata
El asombro es, hasta cierto punto, comprensible, y por ello demanda
una definición razonable de lo que entendemos por felicidad. La
felicidad es un estado de ánimo subjetivo y relativo cuya definición ha
ocupado a filósofos, antropólogos, sociólogos, psicólogos y políticos
durante siglos.
Algunas veces, su estudio ha sufrido serios abusos según quién hace
la evaluación y cómo la hace. No faltan informes basados en opiniones
subjetivas e investigaciones improvisadas, que carecen de rigor
científico. He leído informes panfletarios que, sin recato alguno, han
concluido que la gente en Haití o Cuba es más feliz que la que vive en
Finlandia, Suiza o Estados Unidos, por vivir en estado de naturaleza,
casi preindustrial.
En el caso del informe que hoy nos ocupa, la felicidad no es una
juerga alborotada sino un sentimiento de bienestar reposado y
reflexivo. Es cuantificable por la evaluación que las personas hacen de
su calidad de vida, de su esperanza de vivir una vida sana, de su
percepción sobre la honestidad y generosidad en su país y del balance
entre su disfrute y su estrés.