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La oportunidad histórica de vencer la

pobreza
El largo proceso de revoluciones tecnológicas y creación de valor que ha
marcado, especialmente, los tres últimos siglos y que venimos trabajando en la
presente asignatura, ha tenido como correlato, en líneas generales, una sostenida
baja de los niveles de pobreza que históricamente debieron soportar las personas
en distintas culturas y sociedades. 

El historiador israelí que ya hemos citado en otras lecturas, Yuval Harari (2018),
lo explica con claridad en sus distintos libros: las revoluciones industriales han
tenido el común denominador de tirar hacia arriba a las masas, es decir, a los
segmentos mayoritarios de la población del mundo, quienes en etapas previas a
dichas revoluciones estaban bastante sometidas a esquemas de esclavitud,
vasallaje, precariedad o sumisión. Son las fuerzas de la creación de valor, la
innovación, el mercado y la comercialización, bajo distintos modelos y
prioridades, las que han impulsado, en una mirada amplia, las oportunidades
concretas de millones de personas para salir de la pobreza. Básicamente por dos
grandes razones:
 A. La innovación, a través de la creación de valor, la destrucción
creativa y otros mecanismos económicos que hemos visto, siempre
generan mejor trabajo e ingresos para las personas. Trabajo e ingresos
suponen inclusión económica.
 B. El desarrollo de nuevos productos y servicios y la organización de
mercados donde se cruzan las ofertas con las demandas, requiere, para
no ser realidades efímeras o muy acotadas, porciones crecientes de
consumidores con capacidades para ello. Sin consumo creciente no hay
crecimiento (al menos hasta ahora, dado que las nuevas economías
vienen a poner estos principios en tela de juicio por el fenómeno de la
gratuidad que expusimos en el módulo anterior).

Es Steven Pinker (2018), autor de “En Defensa de la Ilustración”, uno de los


pensadores que más ha explicado la disminución de la pobreza en las últimas
décadas, debido fundamentalmente al predominio de la razón, la expansión de la
ciencia y la dinámica de los mercados. En los últimos 25 años, suele exponer
Pinker (2018), la pobreza extrema ha bajado un 75% en el mundo. Es decir, en
este lapso de tiempo 1.000 millones de personas han dejado de ser pobres, a
razón de 137 mil personas por día. Estos números tan significativos, están
bastante repartidos por distintos países del mundo, pero sobre todo se explican
por los enormes progresos de China e India en sacar personas de la pobreza a
partir de la mayor actividad económica que ambos países lograron por sus
reformas de mercado y su expansión en materia de comercio internacional.
Mientras los medios en general tienen la inclinación a mostrar la foto de muchas
situaciones de pobreza que aun vivimos en el mundo, la tendencia es
arrolladoramente positiva. 

Por otra parte, no es menos cierto que los profundos cambios económicos y
sociales de las últimas décadas han ayudado a comprender que la pobreza es una
situación de dolor de muchas personas y cuya definición trasciende la cuestión de
los ingresos percibidos. Es decir, es cada vez más aceptado en el mundo que una
persona no debiera ser considerada pobre solo por estar debajo de un
determinado umbral de ingresos, sino más bien, por la evaluación de un conjunto
de dimensiones que permiten una mirada más completa de su condición en la
sociedad. Cuestiones vinculadas al urbanismo, la educación, la participación, la
calidad de la alimentación, o los servicios públicos, son cada vez más
determinantes para construir mediciones de pobreza acordes a la naturaleza
heterogénea y multidimensional que se requiere en estos tiempos. 

Desde esta perspectiva, combatir la pobreza es construir derechos humanos en su


dimensión más primaria y elemental. Muhammad Yunus (citado en Garrido,
2006), explica que “las personas pobres son personas bonsáis”. Terminan
quedando raquíticos, no por problemas de origen, talento o esfuerzo, sino porque
el sistema no les brinda las mismas oportunidades que a otros para salir adelante.
La ciencia (neurociencias especialmente) han ido demostrando como la pobreza
termina afectando las capacidades cognitivas de las personas. De ahí que Rutger
Bregman (2004), en Utopía para Realistas, utilice el término “ancho de banda
cognitivo o mental de las personas” para reflejar este impacto negativo de la
pobreza, que refuerza la urgencia del compromiso de terminar con ella. Es la
ciencia la que nos ha permitido entender cada vez mejor, por ejemplo, que “los
pobres no toman decisiones desacertadas porque sean ineptos, sino porque viven
en un contexto en el que cualquiera tomaría decisiones desacertadas” (Bregman,
2004, p.60).  

Es bajo esta mirada donde las opiniones difieren bastante más y donde emergen
realidades más complejas en orden a la lectura de la tendencia a la baja de la
pobreza. La pobreza, bajo criterio multidimensional, no se traduce solamente en
limitación de ingresos y capacidad de consumo, sino más bien se entiende como
vulnerabilidad en varios aspectos relevantes para encarar la vida individual y
colectiva.  Quizás, la metodología más conocida y avalada para reflejar este
fenómeno heterogéneo de la pobreza sea el índice creado por el Programa de
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en el año 2010. Es conocido como
IPM y todo el foco se puso en comprender las experiencias de pobreza reales a
través de distintas dimensiones que la constituyen, a efectos de poder medirla,
monitorearla, y compararla en los distintos países del mundo. 

El IPM global está compuesto por diez indicadores distribuidos en tres


dimensiones: salud, educación y estándar de vida. Los diez indicadores
ponderados son: nutrición, mortalidad infantil, años de escolaridad, asistencia
escolar, combustible para cocinar, saneamiento, agua potable, electricidad,
vivienda y activos. Éstos fueron elegidos tras un exhaustivo proceso de consulta
con expertos de cada sector, así como de validación estadística y de análisis de
los datos disponibles (Alkire y Jahan, s.f., https://bit.ly/2scQIJm). 

A partir de esta herramienta holística y con amplio respaldo científico e


institucional, ha sido mucho más fácil comenzar a tener mediciones certeras de la
pobreza, de la complejidad de factores que la explican y especialmente advertir
que no se trata de un fenómeno que sucede en los países más retrasados en
cuanto a sus niveles de desarrollo, sino también en los que están más
desarrollados. 

Por ejemplo, si tomamos la medición del informe del año 2019 del IPM que
publica la página de noticias de la ONU (2019), vemos que, en 101 países
estudiados, 1300 millones de personas viven en la pobreza multidimensional, un
23,1% de su población (si tomamos solo el criterio de ingreso y el umbral
definido en U$$ 1.90 diarios para vivir por encima de la pobreza extrema, 783
millones de personas no lo alcanzan). Unos 886 millones lo hacen en países de
renta media y 440 en los de renta baja. África subsahariana y el sur de Asia
albergan la mayor proporción de pobres, alrededor del 84,5%. Aunque se registra
fuerte disparidad interna en esos continentes.  

En África, la pobreza varía entre el 6,3% en Sudáfrica y el 91,9% en Sudán del


Sur, mientras que en el sur de Asia es del 0,8% en Maldivas frente al 55,9% de
Afganistán. 

La desigualdad en el reparto de la pobreza multidimensional también alcanza a la


edad ya que la mitad de los 1300 millones de pobres en esta categoría son
menores de 18 años y un tercio menores de 10.

La gran mayoría de estos niños, alrededor del 85 por


ciento, vive en el sur de Asia y en el África subsahariana,
divididos a partes iguales entre las dos regiones. El
panorama es particularmente grave en Burkina Faso,
Chad, Etiopía, Níger y Sudán del Sur, donde el 90% o
más de los niños menores de 10 años, se consideran
pobres multidimensionalmente

Nunca hemos tenido tanta información acerca de la composición y


distribución de la pobreza. Si combinamos eso con la mejora en la
capacidad de medirla y vemos que la reducción de la pobreza extrema se
viene verificando en el mundo a través de los años, podemos mirar con
optimismo la capacidad de cumplir el primer objetivo de los 17 que
componen la Agenda 2010 de Objetivos para el Desarrollo Sostenible
(ODS) aprobada por Naciones Unidas en el año 2000.
El vecino país trasandino, Chile, es un rico ejemplo para reflejar las
cuestiones que son objeto de estudio en la presente lectura. Es un país
que ha atravesado un proceso económico y social bastante particular en
las últimas décadas y que en el corriente año ha sufrido un fenómeno de
crisis social con altos niveles de violencia, del cual aún no puede salir. Es
Chile un país que hace años muestra índices de alto desempeño
macroeconómico y en este momento una inusitada conflictividad social,
con muchos matices para analizar y profundizar.

En el marco de una de las regiones del mundo con mayores tasas de


pobreza y desigualdad, como América Latina, Chile es un país con fuertes
contrastes. Por ejemplo, es uno de los países que más ha reducido la
pobreza en los últimos años. Si tomamos datos de la CEPAL (Comisión
Económica para América Latina), la pobreza alcanzaba a 40% de chilenos
en el año 2003 y había bajado al 10.7% en 2017, muy por debajo del
promedio de la región (30%) y solo superado por Uruguay (2.7%).

En el año 2009, la Presidencia del país constituyó una Comisión de


Expertos para estudiar la pobreza y las mejores maneras de medirla.
Fruto de este trabajo, en 2014, Chile decidió avanzar en la medición
multidimensional de la Pobreza, dando un enorme paso adelante en este
fenómeno tan complejo. A continuación, un cuadro sintético de las
dimensiones definidas para el IPM Chile

Como era de esperar, la ampliación de las consideraciones de múltiples


dimensiones para diagnosticar la situación de pobreza, comenzó a
arrojar cifras más amplias y reales que las propias de la metodología
tradicional de pobreza a partir de los ingresos. El año 2017 tuvo un índice
de 20.7% en pobreza multidimensional, según la metodología
implementada por el país. Es decir, el doble que el índice de pobreza por
ingresos. Y lo más grave es que, a diferencia de la pobreza por ingresos,
el IPM comenzó a mostrar evidentes signos de estancamiento, dado que
en el año 2015 fue de 20.5%, todo lo que refleja las dificultades que
atraviesa el país (como tantos otros) para seguir bajando la pobreza en
su concepción de múltiples aspectos que la componen.

Más grave aún, el contraste es creciente entre zonas internas del país,
como por ejemplo entre comunas de Santiago, su capital. En La Pintana,
la tasa de pobreza multidimensional era superior al 40% en 2015, 25
puntos más que el promedio de la región metropolitana y que el total del
país. En Lo Barnechea, una comuna del Oeste de la ciudad, la cifra era del
17,3%. Un sistema de castas puede configurarse de esta manera, donde
los ciudadanos de La Pitana viven de manera muy distinta a los de Lo
Barnechea y casi ni se cruzan en ninguna situación urbana. 

En síntesis: país sin inflación, con índices crecientes de exportaciones,


crecimiento de la economía y buen ingreso per cápita, es capaz de
mostrar fuertes progresos en materia de pobreza, aunque sin eliminarla a
pesar de las décadas de expansión económica y con ratios mucho más
altos cuando se amplía la perspectiva y no solo se tienen en cuenta los
ingresos de las personas, sino un conjunto de elementos que explican el
dolor de la vida en dichas condiciones. Una buena foto de todo lo que nos
resta hacer aún en la materia.

Las desigualdades y la capacidad de


revertirlas
La creciente convicción de los actores del mundo acerca de la necesidad
y posibilidad de vencer la pobreza, suele encontrar un contraste cuando
ampliamos la mirada e introducimos el fenómeno de la desigualdad.

Hemos trabajado en lecturas anteriores sobre el capitalismo, la creación


de valor y el cambio tecnológico. Y hemos puesto foco en el enorme
progreso y desarrollo de nuevas oportunidades para resolver problemas
humanos que los mismos conllevan. Pero aquí debemos poner la mirada
en que el impacto suele no ser simétrico y equitativo. Hay un creciente
consenso acerca de que los cambios globales de las últimas décadas
han generado enormes progresos para la Humanidad, pero están
amplificando los márgenes de desigualdades entre las personas.
También entre comunidades y regiones del mundo.

Uno de los datos más ilustrativos de esta situación es el ingreso medio


de las mayorías de personas que se desempeñan en trabajos de la base
la pirámide (operarios, servicios, auxiliares, etc.), que no ha crecido en
términos reales (contemplando el efecto de la inflación) en los últimos 40
años, mientras que los ingresos más altos se han duplicado y, en algunos
segmentos, se han triplicado (altos ejecutivos o profesionales
relacionados con las tecnologías de vanguardia). Esto alimenta un
extendido sentimiento de nostalgia y en no pocos casos, de
resentimiento que pone en jaque a los sistemas democráticos en el
mundo. En muchas encuestas de diversos países del mundo, se advierte
con claridad que los jóvenes actualmente creen que no podrán vivir mejor
que sus padres cuando lleguen a adultos, a diferencia de lo que ocurría
en las generaciones anteriores.

Si por ejemplo tomamos el caso de Estados Unidos, siempre uno de los


países más dinámicos del mundo y actualmente con menor tasa de
desempleo (4%, se considera en economía que ello es estar en pleno
empleo), vemos que las cifras indican que el 1% más rico posee más
riquezas que el 90% de la población. Y si tomamos el 40% más rico
(clases altas y medias altas), se advierte que tienen 10 veces más
riquezas que el 60% restante. Esto demuestra que, a pesar de la
abundancia de bienes y servicios y las innovaciones que nos provee el
avance tecnológico, las posibilidades reales de ascenso social se han
reducido considerablemente.

Ello sucede en momentos donde muchas corrientes de pensamiento y


autores de distintos orígenes ideológicos, coinciden sin mayores
conflictos acerca de que cierto grado de desigualdad siempre es
necesaria para la dinámica de la sociedad y la economía. Solo voces muy
marginales y extremistas pueden sostener que sería bueno vivir en
sociedades donde, por ejemplo, un zapatero gane lo mismo que un
médico, por más dignas y legales que puedan ser ambas actividades. El
dinero y el progreso en general siguen siendo incentivos muy eficaces
para el esfuerzo y la superación de las personas.

Pero las brechas de desigualdad han crecido en casi todos los países del
mundo más allá de lo que puede considerarse razonable y hasta
beneficioso. Dos son los factores de génesis global que en general lo
explican:
Factor 1.
Las tasas de rendimiento del capital (retorno de inversiones financieras o
de la posesión de propiedades y activos en general) vienen creciendo
más que las tasas de crecimiento de la economía (producción de bienes
y servicios de la economía en general), hace ya muchos años.

factor 2
Las remuneraciones de las actividades más conectadas a las habilidades
tecnológicas o de gestión avanzadas, propias de la nueva economía de la
innovación y el conocimiento, crecen a tasas mucho más altas que todas
las demás remuneraciones e ingresos de las economías.

Siempre que trabajamos con procesos sociales y las cifras que explican sus
evoluciones, conviene ser cautelosos y generar miradas en diferentes planos y
con distintos horizontes de tiempo. En materia de desigualdad, las estadísticas en
general muestran cómo se han ampliado las diferencias entre quienes más tienen
y ganan, y quienes menos tienen y ganan, a partir de los años 80. Pero si miramos
de forma más amplia el tema, podríamos afirmar con bases sólidas que
actualmente existen menos desigualdades que hace 80 o 100 años.

Thomas Piketty (Capital e Ideología, Paidós) y Branco Milanovic (Desigualdad


Mundial, Fondo de Cultura Económica) son dos de las mayores autoridades
mundiales en materia de desigualdad, actualmente. Ambos coinciden que el
centro de la problemática de la expansión de las desigualdades tiene que ver con
la obstrucción de las vías de ascenso social que en gran parte del siglo XX
funcionaron. Quienes nacen en hogares con menos capital e ingresos, tienen cada
vez menos posibilidades de generar y capturar oportunidades para el progreso,
por la sencilla razón de que existen muy altas probabilidades de que esas
personas tengan, más allá de sus méritos y capacidades, trabajos cuyos ingresos
medios no les permitan acceder a la propiedad privada y al bienestar personal y
familiar. Claro que hay casos de éxito, y claro que la meritocracia personal sigue
operando en miles de casos, pero en términos agregados, ello es cada vez más
difícil que se repita como patrón real para las mayorías de cada sociedad.

El economista francés Piketty es uno de los autores con propuestas más


disruptivas en este campo. Piketty parte de la premisa de que ha sido un triunfo
de la humanidad en general, y del capitalismo en particular, haber logrado
semejante expansión del derecho formal a la propiedad privada, pero que el
desafío para sostener semejante logro es encontrar las vías para expandir
rápidamente el derecho real de acceder a la propiedad privada para la gran
mayoría de las personas1.

Hay demasiadas propiedades en el mundo (cada vez más) y muy pocas manos
por las cuales circulan los títulos de la propiedad. Por ello, Piketty llega a
proponer un aumento de los impuestos al patrimonio de forma tal que cada
persona, al cumplir 25 años, pueda recibir un monto de dinero (U$$ 120.000)
como plataforma para desarrollar un camino ascendente, que en general ya no
depende de su capacidad de esfuerzo y trabajo. Aunque, señala el intelectual
francés, una persona llegue a tener un buen salario y un buen diploma
profesional, es muy probable que una parte importante de su ingreso se vaya en
pagar un alquiler a hijos de propietarios que heredaron propiedades, o las cuotas
del financiamiento con el que afrontaron sus estudios, o de los préstamos con los
que intentaron iniciar una actividad laboral independiente.

Más allá de la viabilidad y conveniencia de enfoques y medidas como las de


Piketty u otros autores (todo es materia opinable), no deberíamos negar la
evidencia de las desigualdades ni cerrar ninguna posibilidad en el desafío de
comprender el fenómeno e intentar revertirlo. Necesitamos más evidencias de
distintas políticas y proyectos a efectos de ampliar la base de conocimiento que
permita a cada país y región tomar mejores decisiones en materia de armonía y
ascenso social. Y más allá de la conveniencia de hacerlo por razones de justicia y
derechos humanos, hay un conjunto adicional de razones que le otorgan sentido
de urgencia al tema:
 Está demostrado que el crecimiento económico se ve afectado
cuando las tasas de desigualdad crecen. Son muchos los estudios que
lograron evidencias acerca de cómo la desigualdad inhibe el
crecimiento de la economía. Nos hace estar menos satisfechos con
nuestras vidas, incluso en las personas más ricas que crecen en
desconfianza y depresión ante las crecientes desigualdades. Todo ello
impacta la baja en las estadísticas de crecimiento de la economía.
 Más desigualdad implica mayores índices de otras problemáticas
sociales. Si miramos la depresión, el stress profesional, la
drogadicción, el fracaso escolar, la obesidad, las infancias infelices, la
magra participación electoral, o la desconfianza social y política,
siempre se encuentran evidencias del impacto de que mucho se explica
por las crecientes desigualdades sociales. En el gráfico que muestra la
figura 4, se puede advertir la correlación entre países con mayor
densidad de problemáticas sociales y mayores niveles de desigualdad.
 La productividad tecnológica ha crecido y crecerá mucho más,
cuando la inteligencia artificial y las demás tecnologías de la
Industria 4.0 logren su maduración. ¿Quiénes serán capaces de
capturar esos beneficios crecientes de generar más valor (productos y
servicios) con menos insumos? Si no logramos mecanismos eficaces
de distribución, ahora que todo esto está en ciernes, el escenario de
sociedades duales, partidas por las desigualdades, pueden llegar a
niveles de no retorno.
 La biotecnología en desarrollo, puede acelerar y transformar las
desigualdades aún más. Como bien lo explica Harari:

Si los nuevos tratamientos para alargar la vida y mejorar


las condiciones físicas y cognitivas acaban siendo caros,
la humanidad podría dividirse en castas biológicas. Hacia
el año 2100, el 1% de la población podría no solo tener la
mayor parte de las riquezas, sino de la belleza, la
creatividad y la salud del mundo
Así como en materia de pobreza el Índice Multidimensional del PNUD de
Nacionales Unidas es el gran referente, en materia de desigualdad
podemos decir lo propio del llamado Índice de Gini. Es muy utilizado para
calcular la desigualdad de ingresos entre personas de un país o región
determinada. Trabaja con una escala que va de 0 a 1, siendo el 0 la
máxima igualdad (mismo ingreso para todos) y 1 la máxima desigualdad
posible. 

Si bien, como todo índice, tiene complejidades técnicas para ser


calculado y no distingue realidades específicas, sino que se aplica a
poblaciones generales según los ingresos a nivel hogares, sigue siendo el
índice más representativo de las situaciones de desigualdad y en general
refleja la situación de expansión que han tenido a pesar del entorno de
abundancia y menor pobreza que venimos relatando.
La construcción de sociedades más
equilibradas
La subsistencia de la pobreza en el mundo, a pesar de su fuerte disminución en
las últimas décadas, y la agudización de las desigualdades que hemos expuesto
en este capítulo, interpelan de forma crucial a los liderazgos políticos,
económicos, y sociales en orden a la posibilidad de recrear y relanzar
posibilidades más amplias del ascenso social que siempre conllevo el
capitalismo.

El mundo discute actualmente donde debe ponerse el foco para resolver estas
problemáticas, y qué tipo de soluciones pueden considerarse más adecuadas a
partir de la validación empírica que puedan haber logrado en distintos lugares del
mundo. Parece imponerse un mandato aceptado por el sistema de líderes en su
amplia mayoría: es necesario construir sociedades más equilibradas y frenar el
avance hacia lo que se visualiza como posibles sociedades duales. Y hay que
hacerlo antes de que nuevos movimientos de corte autoritario y nacionalistas
crezcan en sus planteos extremos en muchos aspectos, dentro de sistemas
democráticos muy debilitados.

Sociedades duales son aquellas en las que se puede simplificar en extremo su


composición en dos grandes mundos: un sector minoritario conformado por
profesionales, expertos, dirigentes o emprendedores que están conectados a las
corrientes de innovación tecnológica y logran rentas crecientes por aplicar sus
conocimientos, habilidades y propiedades a distintas actividades. Y, por otro
lado, un sector mayoritario de personas dedicadas a distintas actividades con
cierto grado de obsolescencia, en relaciones de dependencia o en esquemas
independientes, pero que tienen en común una limitación cada vez más aguda
para progresar a partir de sus ingresos y, en consecuencia, se encuentran cada vez
más atrapadas en esquemas de subsistencia económica.

Según el World Economic Forum, la riqueza mundial asciende a 280 billones de


dólares. El 46 por ciento está en manos de 28 millones de personas, frente a los
7.000 millones que somos. Pero lo más grave del fenómeno, es que este creciente
gap sucede en el contexto de sociedades cada vez más abiertas y digitalizadas, en
las que los temas tabúes, los espacios reservados y los intereses creados ya no
pueden ser sostenidos, y las personas en general amplifican sus expectativas de
vivir mejor y ya no sólo de escapar a la pobreza (Pallaro, 2019,
https://bit.ly/37ABPzB). 
Este puede ser considerado un elemento central del espíritu de estos tiempos (el
término alemán zeitgeist refleja exactamente esto de que cada tiempo histórico
tiene algo así como una filosofía o espíritu que lo define). Las grandes mayorías
de las sociedades están conectadas, han podido salir de los niveles de pobreza
más indignos y profundos y, especialmente, quieren y exigen subirse al tren del
progreso. En buena hora, ya que una vez conseguidos comida en la mesa de
forma regular, un techo donde vivir medianamente digno, y agua corriente para
beber y asearse, ya no alcanza el crecimiento económico habitual de una
economía para ir hacia el desarrollo. Se requieren estrategias activas y modelos
innovadores para atacar de forma efectiva las desigualdades que ponen en riesgo
la paz en las sociedades (como bien se viene demostrando en los recientes
conflictos en países tan distintos como Francia, Chile, USA o Colombia). 

Muchos abordajes y políticas hay en este momento en el mundo para cumplir con
esta demanda y este espíritu de los tiempos en materia de sociedades más
equilibradas, sin renunciar a los beneficios del mercado, la propiedad privada y la
innovación. Podemos, a los fines de esta materia, sintetizar esas iniciativas de
impacto global en tres grandes categorías que son una especie de orientaciones a
nivel macro, a las que adhieren en mayor o menor medida los distintos gobiernos,
empresas, u organizaciones en general:
 A. Construcción de una nueva etapa de crecimiento y expansión de
la economía, a partir de la productividad tecnológica y la
innovación. Esta es de alguna manera la corriente que menos cambios
de fondo predica, pero que entiende que, a partir de la nueva
revolución industrial, la ampliación de oportunidades de la economía
digital y la expansión del comercio internacional, se podrá recrear el
ciclo habitual de expansión del consumo, la inversión y el empleo. El
mundo está atravesando una difícil transición, como todas, pero
cuando las fuerzas de esta nueva etapa de singularidad tecnológica y
nuevos empleos se consoliden, habrá una nueva etapa de progreso
generalizado.
 B. Mejora y transformación del sistema económico capitalista, sin
renegar de los mercados libres, pero utilizando de forma más
consistente y amplia los poderes regulatorios e impositivos del
Estado. Básicamente hablamos de posturas que priorizan rediseñar los
sistemas impositivos para que los que más tienen y ganan paguen más
impuestos, y que las grandes empresas y corporaciones tengan que
respetar regulaciones más estrictas en cuanto a sus estrategias de
expansión y sus maniobras para bajar la intensidad de la competencia
en los mercados donde actúan. El francés Piketty (Capital e Ideología,
Paidós, 2019) refleja esta línea, al expresar la necesidad de que la
propiedad y el poder que el Capitalismo genera, circule con mucha
mayor intensidad para llegar a las mayorías.
 C. Foco y creatividad en intervenciones específicas que
demuestran resultados empíricos para vencer pobreza y bajar
desigualdades. Estamos en el terreno de la llamada economía del
desarrollo, de la cual son máximos exponentes los recientes ganadores
del Premio Nobel de Economía 2019, Esther Duflo, Abhijit Banerjee y
Michael Kremer, docentes e investigadores del MIT y Harvard. Esta
corriente promueve la generación de conocimiento en el terreno de la
experimentación, para detectar y replicar los mejores mecanismos que
ayudan a combatir los desequilibrios sociales, más allá del sistema
económico macro imperante. Han descubierto grandes hallazgos, ya
sea en materia de incentivos para vacunación de niños, otorgamiento e
impacto de microcréditos para pequeñas actividades económicas, etc.
Quizás, como en tantos otros temas de las ciencias sociales, no debamos
pretender una verdad absoluta ni un camino único. Más bien se trata de ampliar
las miradas, romper los prejuicios ideológicos (sin dejar de tener las propias ideas
que cada uno elige), generar experimentaciones concretas que amplíen la base de
conocimientos y tomar cada vez más, en todos los órdenes públicos y privados,
decisiones basadas en la evidencia de aquello que funciona positivamente en el
camino de crear sociedades más justas.

Este debate está en el centro de la agenda pública de Chile hoy, a partir


de que los recientes acontecimientos hayan obligado al Gobierno a tomar
medidas inmediatas, convocar a todos los sectores al diálogo social y
proponer una reforma de la Constitución nacional.

Quizás, la consideración más significativa que podemos hacer sobre este


tema es que Chile tiene el enorme desafío de, bajo el imperio de la
democracia, encontrar una nueva fórmula para construir ese renovado
equilibrio social que se demanda. Luego de décadas de poner las
energías en la primera orientación que describimos arriba, la que supone
que lo más relevante es el crecimiento y el derrame, quizás haya llegado
la hora de poner mayor énfasis en las otras dos para acelerar la
construcción de mayor equidad y bienestar.

La construcción social del trabajo y su


progreso en el siglo XX
El trabajo es la actividad que las personas desempeñan para generar el sustento
necesario para la vida en sociedad, con aspiraciones generales de lograr bienestar
y cumplir, en el mejor de los casos, con sueños y expectativas vinculadas a la
vocación y el sentido de la vida. 

A lo largo de la historia, el trabajo ha sufrido una tensión permanente. Entre su


faceta de indispensable necesidad para vivir y costear los consumos que supone
tal empresa, por un lado, y la aspiración de realizar los talentos e inquietudes más
profundas de las personas bajo el ideal siempre vigente de no vivir para trabajar,
sino trabajar para vivir. 

En el marco de esta tensión que conlleva una actividad tan cara a los sentimientos
y posibilidades de progreso de las personas, las sociedades fueron adoptando
criterios y pautas para definirlo y encuadrarlo, en cada momento histórico. Por
ello decimos que existe una construcción social del trabajo. Lo que se entiende y
se remunera como trabajo es definido en esa especie de acuerdo social implícito
en función de:
 A. La dinámica de las actividades económicas que existen en cada
tiempo y lugar para satisfacer necesidades de consumo de
cualquier índole. Son las fuerzas de la creación de valor y la
destrucción creativa, que hemos visto anteriormente, las que generan
proyectos y organizaciones de bienes y servicios que requieren del
trabajo de las personas en distintos niveles y categorías, y por ende
ejecutan procesos de selección y contratación de forma continua.
 B. Las inversiones y prioridades que se definen desde el Estado.
Siempre ha existido un actor público central que define estrategias y
proyectos, de forma inteligente o no, pero que al hacerlo genera
actividades que demandan o promueven el trabajo. Pueden ser trabajos
públicos o privados, lo cierto es que cuando el Estado con su enorme
poder define sectores prioritarios y diseña políticas en tal sentido,
siempre establece marcos y posibilidades para el desarrollo laboral de
muchas personas.
 C. Las regulaciones públicas que encuadran las actividades
laborales. Desde que trabajar era sinónimo de esclavitud, las
sociedades han ido progresando en el desafío de proteger al trabajador
a través de derechos y generar marcos que permitan la dignidad de las
personas en el mundo del trabajo. Por ello, siempre el trabajo en una
sociedad depende del marco regulatorio que la misma se da a través del
Estado (tipos de contrataciones laborales permitidas, convenios
colectivos de trabajo por rama de actividad económica, etc.).
Fueron siglos de trabajo inhumano, basado en el esfuerzo físico de las personas
bajo condiciones de baja o inexistente salubridad, remuneraciones arbitrarias e
inexistencia de protección de derechos o seguridad social (salud, accidentes de
trabajo, aportes jubilatorios, etc.), los que fueron creando el caldo de cultivo para
convertir al trabajo en una actividad digna y regulada, principal sustento de las
personas y vital en la organización de una sociedad. 

El trayecto mundial para institucionalizar y regular el mundo del trabajo es largo


y lleno de obstáculos. Podemos recordar como hito fundacional de este criterio
de la construcción del trabajo al episodio de los “Mártires de Chicago” de 1886,
cuando un grupo de trabajadores en USA fue condenado a prisión perpetua y la
horca por haber desatado una rebelión bajo la solicitud de la jornada laboral de 8
horas. Recordemos que hasta entonces era normal que el trabajo tuviera jornadas
extenuantes, a veces superiores a las 12 horas diarias, sin descanso de fin de
semana. Las personas vivían para trabajar y morían muy jóvenes, pagando el
precio de cuerpos y mentes agotadas. 

El 1 de mayo de 1886, la protesta de estos trabajadores logró lo que nunca antes,


por imperio del miedo y las presiones patronales, se había logrado: 340.000
personas se manifestaron en distintas ciudades de USA, Chicago especialmente,
para exigir el fin de la explotación laboral y la jornada de 8 horas. Luego vino la
represión, juicios a los cabecillas, y muertes. Será esta fecha la que origina el Día
Mundial del Trabajador (salvo en USA), que al decir de Eduardo Galeano (1989),
es el único día verdaderamente universal de la humanidad entera, el único donde
coinciden todas las historias y las geografías, todas las lenguas y las religiones
del mundo. 

Eran tiempos de agitación social y política profunda. Movimientos socialistas y


anarquistas agitaban con más fuerza que nunca a partir del desarrollo de una
creciente conciencia de clase obrera y trabajadora y a la luz de pensadores y
escritores de gran influencia como Karl Marx. Y comenzaron a llegar las
primeras conquistas de los trabajadores convertidas en políticas y derechos
sancionadas por Estados nacionales. Es en Alemania donde la protección al
trabajador cobra, por primera vez en la historia, un formato de sistema de
seguridad social, con la sanción en 1883 de la Ley de Seguros de Enfermedades,
en 1884 la Ley de Seguros de Accidentes de Trabajo, y en 1889 la Ley se Seguro
Contra la Invalidez y la Vejez. 

Estas primeras implementaciones de seguridad social y derechos de los


trabajadores, y su creciente expansión en alcance y cobertura, con matices y
tiempos propios en cada país del mundo, harán del siglo XX el gran siglo de la
dignidad y seguridad laboral, bajo la premisa de la construcción social del
trabajo. Este siglo fue un gran generador de trabajo cada vez más digno y mejor
pago para las personas, más allá de los matices y particularidades de cada país y
el marco de enfrentamiento que vivió gran parte del siglo entre los países más
grandes y sus aliados (guerras mundiales primero y décadas de Guerra Fría
después entre USA y la URSS). 

La segunda y la tercera revolución industrial y tecnológica que hemos estudiado,


generaron fuertes impactos, agudizando por un lado las condiciones indignas del
trabajo de las personas, pero generando las corrientes de opiniones y la
proliferación de nuevas actividades económicas que facilitaron exponer la
problemática y resolverla de forma progresiva. La humanidad demostró fuerte
capacidad de adaptación a los cambios históricos y tecnológicos. Los trabajos se
hicieron cada vez más limpios, dignos y seguros. Y los que fueron
desapareciendo por obsoletos se fueron reemplazando sin mayores dificultades
por los nuevos que se fueron generando. Valga de ejemplo: en 1910 existían 12
millones de trabajadores agrícolas en USA, mientras que 100 años después
quedaban solo 700 mil, con una población 3 veces mayor que alimentar. En
muchas otras actividades y sectores se repite este patrón de evolución y cambio
del trabajo. Acaso, ¿no es signo de evolución que no necesitemos que tanta gente
deba trabajar en tareas manuales a la intemperie para alimentar al resto y, en
cambio, consigan empleo en actividades menos expuestas al desgaste físico y el
agotamiento mental? 

Un símbolo de este camino es la Organización Internacional del Trabajo, creada


en 1919 luego del enorme impacto social y político de la Primera Guerra
Mundial, bajo una estructura donde están representados tanto las autoridades de
los países, como de los empresarios y los trabajadores. La OIT ha sido fuente de
estudios, políticas y recomendaciones para dignificar y promover el trabajo
humano en todas sus manifestaciones. Y justo en este año 2019 cumple un
centenario desde su nacimiento, en momentos en que como nunca antes está en
discusión la naturaleza y el futuro del trabajo. Todo esto hace de la OIT un
organismo especial, pluralista y diverso, que oficia de foro global en la
permanente tarea de predicar y promover la mejora del trabajo. 

Una síntesis apropiada de este camino de organización del trabajo en el siglo XX


es el Programa Estratégico de Trabajo Decente que lleva adelante la OIT (2016,
https://bit.ly/2MJFLG4), en sintonía con el Objetivo Número 8 de Desarrollo
Sostenible de la ONU (s.f., https://bit.ly/2MJSpF0) (Trabajo Decente y
Crecimiento Económico) y que tiene los siguientes objetivos globales,
respaldados por múltiples acciones y programas en marcha:

 Promover las oportunidades de trabajo decente.


 Mejorar la protección social.
 Fortalecer la actividad tripartita y el diálogo social.
 Garantizar los principios y derechos laborales fundamentales.
 Bajo estos grandes objetivos globales, la OIT invita a cada país a
desarrollar sus propios programas de trabajo decente y a reportar sus
resultados anualmente para monitorear el avance de ese Objetivo 8 de
Desarrollo Sostenible de la ONU, con el que la gran mayoría de los países
del mundo se han comprometido para el año 2030. Nunca el mundo estuvo
tan organizado y activo para avanzar en la construcción de trabajo decente
para las personas. Las metas son ambiciosas: crear más de 600 millones de
trabajos en el mundo para 2030, solo para seguir el ritmo del crecimiento
de la población en edad de trabajar, es decir 40 millones de trabajos por
año. Y también mejorar las condiciones de 780 millones de personas que
trabajan pero no superan el umbral de U$$ 2 diarios para salir de la
pobreza.

Podemos ver reflejado mucho de este camino de construcción social


del trabajo en distintas actividades o sectores del trabajo.
Especialmente, por ejemplo, en el sector de la gastronomía, que es
muy intensivo en mano de obra para distintos roles y ha sido a lo largo
de la historia, en el país y en el mundo, objeto de abusos y
discriminaciones por parte de la patronal. Se trata de un rubro con
jornadas de trabajo largas y complejas en cuanto a franjas horarias y
con tendencias históricas a retacear el salario en virtud de la
existencia de las famosas propinas, que generalmente se dejan en
cabeza de los mozos, pero que en muchos casos se comparte con
diversas fórmulas entre todo el equipo de un local o empresa
gastronómica. 

Por ejemplo, en Argentina a principios de siglo, comienzan a proliferar


las instancias de sindicalización de trabajadores del rubro, como
cocineros, mozos, barmans, mucamas, etc. Recién en 1948 se
constituye la Federación Argentina de la Industria Hotelera (FOAIH),
agrupando bajo su organización a todos los gremios específicos que
se habían creado en los últimos 40 años. Y en 1999 adquiere su
formato final como Unión de Trabajadores Hoteleros y Gastronómicos
de la República Argentina (Utgra). Esta representación sindical más
integral, que ha seguido modelos de otras partes del mundo, ha sido
en general muy efectiva en impulsar la dignificación y fortalecimiento
del trabajo gastronómico, especialmente a través de soluciones y
regulaciones vinculadas a las categorías de los distintos roles en
empresas gastronómicas y hoteleras, la consideración de las propinas
y su relación con los salarios, las indemnizaciones por despidos y la
duración de las jornadas de trabajo, especialmente del llamado turno
noche, y las horas extras que deben abonarse al trabajador por encima
del salario, etc. 

Es la gastronomía una actividad por demás relacionada a nuestros


consumos
habituales de alimentación, esparcimiento y descanso, un sector que
simboliza la construcción social del trabajo que la humanidad ha
transitado durante el siglo XX.
El trabajo en plena transformación a principios del siglo XXI.

Ese siglo de avances sostenidos en la construcción social del trabajo, comenzó a


mostrar signos de agotamiento a finales del mismo. Justo cuando la Humanidad
parecía haber logrado ciertos consensos en torno a la democracia liberal y la
economía de mercado, luego de la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra
Fría, comenzaron a crecer las opiniones e indicadores negativos en torno al
mundo del trabajo humano, que tantos progresos había evidenciado durante las
décadas previas. 
Un libro de 1995, el “Fin del Trabajo”, del autor que ya hemos citado en el
módulo anterior, Jeremy Rifkin, llegó para reflejar esta especie de cambio de
tendencia. La capacidad de la humanidad para seguir protegiendo y expandiendo
el trabajo humano comenzaba a estar seriamente amenazada. Este autor recoge la
tesis histórica acerca de que, en virtud del cambio tecnológico, cada vez serán
necesarios menos trabajadores para producir los bienes y servicios que
necesitamos y que, a diferencia de otras épocas o revoluciones tecnológicas, esta
vez sería muy difícil que los trabajadores desplazados fueran reabsorbidos por
otras actividades o trabajos que pudieran crearse. 
Por otra parte, Rifkin (1995) fue uno de los primeros en advertir que esta
revolución tecnológica ya no se limitada, como las anteriores, a reemplazar
trabajadores de baja calificación (obreros, peones de agricultura, operarios en
general) sino también a aquellos que ocupaban roles con mayor utilización de las
capacidades cognitivas frente a las físicas. Es decir, nunca antes la humanidad
había tenido que enfrentar el desafío de pensar la reconversión y recreación
laboral de tantas personas juntas y de tanta diversidad en sus perfiles y
calificación. 
A partir de Rifkin, muchos autores, analistas y proyectos de investigación
comienzan a profundizar sobre la transformación del trabajo y a fundamentar con
evidencias las miradas negativas sobre el mismo. Podemos sintetizar tres grandes
fenómenos propios de esta nueva revolución industrial, caracterizada por la
extrema digitalización, que abrían una época de complicaciones severas para la
sustentabilidad del trabajo humano:
 A. La carrera por el crecimiento y la productividad no siempre alimenta un
círculo virtuoso (tan propio del siglo XX, especialmente de los años de
Posguerra) de consumo y empleo. Comenzaba a evidenciarse que ya no es tan
lineal la secuencia de producir más con menores recursos, e impulsar la demanda
de bienes y servicios, y a partir de esa expansión de demanda aumentar la
producción y el empleo. Comienzan a haber en la Humanidad fuertes
comunidades que promueven consumos responsables y más medidos, la
economía colaborativa comienza a priorizar el uso limitado de los bienes en lugar
del desenfreno por poseerlos y los costos decrecientes impulsan con más fuerza
que nunca los precios bajos o bien la gratuidad de productos y servicios (que
como ya expresamos en el módulo anterior, revisten especial interés para los
consumidores, pero conllevan el riesgo de disminuir u obturar los procesos de
inversión y empleo creciente).
 B. La tercera revolución industrial, en su fase más madura, y la cuarta
revolución en sus primeras etapas, tienen el común denominador de
reemplazar átomos por bits. Es decir, abren y espiralizan el mundo de las
computadoras. Con múltiples beneficios en materia de procesamiento, trabajo
en equipo y gestión de la información y el conocimiento, sin lugar a dudas. Pero
también con una inevitable propensión a adoptar actividades y tareas que seres
humanos realizaban de forma total o parcial, de forma directa. No existen
sectores o actividades inmunes a esta irrupción de sistemas o artefactos
tecnológicos que propongan tomar a su cargo, con beneficios de costos e incluso
de calidad, actividades que nos eran propias, de forma cada vez más agresiva.
 c. La globalización, verdadero mantra del mundo conectado y plural,
comienza también a mostrar que tiene un correlato creciente de impacto
asimétrico entre países y regiones. En otras palabras, la globalización
avanzada y la expansión del comercio por todo el planeta, arrojan ganadores
y perdedores. La expectativa de que los países y regiones puedan destacarse de
forma progresiva en aquellas creaciones de valor que mejor hacen, exportarlos, y
generar las divisas para importar todo lo que necesitan y que otros países del
mundo hacen mejor y más barato, se ve erosionada por las distintas velocidades,
escalas y políticas de los países, especialmente de aquellos que mayor desarrollo
tecnológico o poder político para imponer condiciones, tienen. Mientras países
como USA, Alemania o Japón pueden explotar a fondo sus ventajas en la
economía del conocimiento y vender al mundo valor agregado que genera nuevas
oportunidades de trabajo, otros países de enorme tamaño como China o India, se
llevan las fábricas del mundo a partir de su dotación masiva y barata de recursos
humanos. Hay muchos matices y oportunidades para otros países, pero la
asimetría emerge como un problema relevante para que todos puedan encontrar
beneficios sustentables en el comercio internacional y generar empleo creciente
en consecuencia.
Así, estamos en presencia de un proceso muy relevante. Y por ello, uno de los
grandes expertos de la economía mundial,  Dani Rodrik[MMD1]  (Las Paradojas
de la Globalización, Antoni Bosch), han expresado en varias oportunidades que
el éxito de la globalización con aceleración tecnológica, dependerá de la creación
de modelos que aseguren un reparto equitativo de los dividendos digitales. Es
decir, que los frutos de esta expansión de la productividad y la comercialización
internacional, gracias a las tecnologías, puedan generar mejores oportunidades
laborales para las mayorías. 
Los tres grandes fenómenos que acabamos de describir se combinan de forma
muy fluida y van construyendo el escenario de luces y sombras en el que hoy nos
encontramos en materia de trabajo humano. Como ya hemos expresado, los
procesos humanos deben ser leídos y analizados en forma de película, es decir,
en movimiento a partir de sus estados presentes, pero sobre todo su evolución y
proyecciones. No obstante, si miramos la foto de hoy para caracterizar en líneas
generales la realidad del trabajo humano a escala global, podemos encontrar lo
siguiente:
Desacople entre empleo y trabajos:
Estamos pasando de un mercado de trabajo caracterizado por una mayoría de personas que
accedían a empleos estables, permanentes y en relación de dependencia, a uno donde cada
vez más se verifican configuraciones de varios trabajos complementarios en cabeza de las
mismas personas. Es decir, nuevas modalidades de trabajo emergen y se combinan con
distintas características e intensidades según el rubro y cada persona. Tienen en común que
suelen ser a tiempo parcial, bajo demanda y bajo esquemas contractuales más flexibles, o
bien en forma independiente.
 
Según cifras de la consultora Deloitte (Liderando la Empresa Social: reinvención con un
Enfoque Humano, 2019), el 20% de la fuerza laboral del mundo ya se encuentra
encuadrada dentro de estas nuevas modalidades, más flexibles e independientes. Más aun
en USA, país que está viviendo una verdadera revolución avanzada de transformación del
trabajo, donde ya el 35% del trabajo se explica por este tipo de modalidades. Prácticamente
la totalidad del crecimiento del empleo en los últimos 10 años (recordemos que es un país
que está en lo que se conoce como pleno empleo) puede ser explicado por los “acuerdos
alternativos de trabajo”, contratos que reflejan este tipo de relaciones laborales más
contingentes y flexibles (9 millones de personas que trabajan de esta forma entre 2005 y
2015).
 
Todos los trabajos en forma independiente o cuentapropista entran dentro de esta categoría
que no para de crecer y responde a nuevas modalidades. Inclusive, el llamado empleo en
plataformas o bajo demanda, como se conoce al trabajo de personas a través de los
encargos de plataformas tecnológicas para distintas necesidades de los usuarios, como
Rappi, Uber, Glovo, Lift, etc. Esta expansión de modalidades independientes genera fuerte
polémica actualmente y muchas iniciativas de regulación para proteger y acompañar a las
personas que se desenvuelven a través de las mismas.
Expansión de las desigualdades en el mercado laboral:
Como una extensión de la temática general de desigualdades que tratamos en la lectura
anterior, se produce en el mercado de trabajo una brecha creciente en lo que podemos
considerar los mejores empleos, mejores pagos, y bajo condiciones de alta satisfacción para
el trabajador, y los peores, cuyas remuneraciones no crecen o lo hacen de forma raquítica, y
que transcurren en condiciones deficitarias para el trabajador.
 
Las estadísticas reflejan de forma clara que los trabajos más calificados, en danza con las
nuevas tecnologías, crecen en remuneraciones y condiciones de trabajo. Y en general, las
economías tienen dificultades para cubrir la totalidad de la demanda (programadores
de software, científicos de datos, expertos en biotecnología, expertos en computación en la
nube, etc.). Por otro lado, los trabajos del medio, como administrativos, contables y muchos
otros, tienen grandes dificultades para sostenerse si no se reconvierten hacia otras funciones
mejor remuneradas. Y los trabajos de la base de la pirámide, como operadores, ordenanzas,
recolectores, personal de atención y soporte, en general se sostienen al no ser reemplazados
totalmente por las máquinas aun, pero con remuneraciones decrecientes.
 
Los trabajos más favorecidos comienzan a conocerse como SuperJobs. Requieren de una
combinación de habilidades técnicas y humanas (blandas), y son menos operativos y más
interpretativos, orientados a servicios y a la resolución de problemas de forma creativa.
Hablamos de managers, arquitectos, analistas, diseñadores, científicos, etc. Los trabajos
menos favorecidos sufren aun esquemas de tareas repetitivas, con controles y estándares
asfixiantes, y bajos entrenamientos. Y muchas veces suelen perder su condición de
estabilidad y relación de dependencia por esquemas de contingencia y precariedad muy
marcadas.
Automatización de tareas:
Entre los costos y el valor. Ya hemos expresado que una buena parte del impacto de las
revoluciones tecnológicas tercera y cuarta, tiene que ver con la inserción de tecnologías en
los procesos productivos y de servicios. Ergo, las máquinas toman tareas a su cargo de
forma creciente. Hemos entendido en los últimos años con más claridad, que todos los
trabajos tienen tareas específicas que son propensas a ser absorbidas por las tecnologías, es
decir, más que un reemplazo de trabajos enteros (que también sucede, por cierto) se trata de
un fenómeno de cambio en la manera de trabajar para todas las ocupaciones dado que
siempre hay tareas que conviene, por razones de menores costos y mayor calidad,
entregarlas a dispositivos tecnológicos.
 
Diversidad de estudios expresan que entre 65% y 80% de todas las tareas que ejecutamos
en el mundo del trabajo podrían ser ejecutadas por tecnologías de forma más eficiente. Las
que menos pueden ser reemplazas son aquellas que mayor componente de variabilidad,
interacción e incertidumbre tienen. Esto genera temor y expectativas al mismo tiempo. No
habrá manera de sostener tareas que las maquinas hacen mejor y más barato, pero existen
enormes oportunidades de que podamos rentabilizar nuestro tiempo laboral haciendo tareas
que requieren mejor uso de nuestras capacidades más humanas.
 
Esta ambivalencia se traduce en una doble opción cada vez más visible para las empresas:
incorporar tecnología para reemplazar horas de mano de obra y bajar costos. O hacerlo para
diseñar mejores productos, negocios, y procesos de atención y retención de clientes. Es
decir, hacerlo solo para mejorar la rentabilidad de los negocios actuales, o hacerlo para
potenciar la dinámica del capitalismo más puro: crear valor y satisfacer necesidades
humanas. Mientras una primera etapa de automatización digital tuvo un claro predominio
de la perspectiva del costo, comienza a haber cada vez más manifestaciones que ponen
primero al valor, generando grandes oportunidades para el desempeño humano, de la mano
de las nuevas tecnologías.
Nuevas habilidades para el mundo del trabajo y arbitrajes entre oferta y
demanda en el mercado de trabajo:
Se acumulan evidencias diariamente acerca de las competencias más necesarias para los
trabajos que crecen en esta economía y la sociedad del conocimiento. En la próxima lectura
vamos a profundizar sobre ello. Alcanza en este punto con expresar que, si bien hay
muchas clasificaciones de esas habilidades decisivas para los trabajos de hoy, es inexorable
poner el foco en las llamadas habilidades blandas, personales e interpersonales. Por
supuesto que las competencias técnicas necesarias para cada posición laboral siguen siendo
importantes, pero la relevancia mayor según la demanda del mercado, la tienen ese
conjunto de habilidades relacionadas con nuestra más profunda humanidad, como
comunicación, empatía, negociación, creatividad, trabajo en equipo, manejo de la
incertidumbre, etc.
 
El conocimiento que una persona pueda tener en cualquier campo o rama disciplinar queda
obsoleto con mayor frecuencia que nunca antes. Estamos conminados a ser aprendices
permanentes. En cambio, las competencias vinculadas al dominio personal, interpersonal, y
emocional, son bases cada vez más firmes y necesarias para acceder a distintos trabajos,
lograr buenos desempeños y ampliar el potencial de las personas. En este marco, el
mecanismo de “arbitrar” entre la oferta de trabajadores y la demanda de ellos, se hace cada
vez más dinámico y flexible. Se requiere mucha data para conocer las habilidades de las
personas en cada momento y cruzarlas con las que demandan los trabajos en la sociedad del
conocimiento. Los rezagos que existan en las habilidades existentes frente a las
demandadas, pueden cubrirse con acciones focalizadas que permitan a las personas
desarrollarlas rápidamente. Y ello es lo que comienza a hacerse con mucha fuerza en el
mundo a través de distintas plataformas educativas.
Trabajo no remunerado o poco remunerado por el mercado:
Otro elemento que caracteriza este presente en plena transformación del mercado laboral
global, tiene que ver con la expansión de roles y actividades que usualmente no son
remuneradas por mecanismos de mercado, pero que no pueden ser encasilladas en
actividades propias del ocio o del voluntariado. De la mano de las nuevas economías y
especialmente de esta instancia colaborativa y de bienestar común que explicaba Rifkin
(1995) y otros autores, se revalorizan y expanden una multiplicidad de actividades que
agregan valor, satisfacen a quienes las ejecutan, pero tienen limitaciones o restricciones
para ser “vendidas” en el mercado bajo los criterios habituales de oferta y demanda.
 
Trabajos comunitarios, cuidados de niños propios o ajenos, apoyo educativo para niños,
asistencia personal a personas con necesidades de acompañamiento, tareas de enfermería y
cuidado de personas, etc. Estas y otras actividades están en pleno análisis bajo la
expectativa de consolidarlas dentro del mundo del trabajo, especialmente si las tecnologías
seguirán haciendo mucho del trabajo repetitivo en reemplazo de personas. Más tiempo
humano queda disponible para este tipo de tareas usualmente no remuneradas. La
innovación pasa por encontrar mecanismos para financiar estos trabajos para millones de
personas. Y allí el rol del Estado es imprescindible, quizás no para contratar de forma
directa (empleo público) sino para que generar los marcos e incentivos para que ello sea
posible.

De esta forma, estamos ante un mundo del trabajo en plena transformación. Y es


por ello que tanto se habla y especula sobre el trabajo del futuro. Como elemento
final, podemos expresar que en el escenario actual, sin hacer futurología, es cada
día más importante que el mundo pueda procesar un cambio de paradigma: ha
llegado quizás la hora de proteger más a la persona del trabajador, que al trabajo
en sí que en cada momento de su vida le toque realizar. Mientras la persona es
permanente, y necesitará cada vez mayor apoyo, formación y sostén para seguir
el ritmo de los cambios, el trabajo específico empezará y terminará varias veces
en la vida de una persona.

Todos estos movimientos que transforman el mundo del trabajo en la


actualidad, aplican con amplia vigencia en el trabajo gastronómico y sus
múltiples roles o posiciones. Aunque tradicionalmente este sector ha sido
intensivo en mano de obra para la gran mayoría de los trabajos que
agrupa en su interior, claramente la automatización está llegando a todos
ellos, apropiándose de tareas específicas. 

Muchos estudios de mercado están mostrando que si bien los


consumidores valoran, a la hora de concurrir por servicios
gastronómicos, los servicios personalizados, también valoran mucho la
rapidez, la precisión en la entrega de los pedidos, y la conveniencia de
pantallas táctiles para concretar sus encargos. Especialmente se registra
en los jóvenes que hacen de móviles y tabletas el centro de su vida. Esta
creciente preferencia de mercado, refuerza la situación de la baja de
costos frente a las regulaciones laborales que han encarecido el trabajo
gastronómico a la luz del proceso de protección social del trabajador
propio del siglo XX. 

La empresa norteamericana Momentum Machines, desde el año 2009


desarrolla robots capaces de cocinar hamburguesas, agregarles
vegetales, salsas, y colocar todo dentro del pan. La empresa se jacta de
que sería imposible servir hamburguesas de tan buena calidad y a tan
buen precio sin la automatización culinaria. Si esta tecnología se
expande exitosamente, se calcula que 3.6 millones de empleos en
cadenas de comida rápida en USA podrían desaparecer. 

Como correlato, también los movimientos en este mercado laboral


confirman las hipótesis positivas de la transformación, que podemos y
debemos expandir. Muchos restaurantes y empresas gastronómicas del
mundo están embarcadas en la construcción de valor a partir de la
diferenciación, los nuevos servicios, blend de productos, y distintas
implementaciones que requieren de posiciones laborales de mayores
capacidades. Asesores culinarios o nutricionistas que recorran mesas
con información y consejos, camareros especializados en experiencias
interculturales, analistas de datos del comportamiento del consumidor
gastronómico, especialistas en contenidos para generar engagement en
redes sociales, chefs especializados en distintas técnicas y escuelas de
cocina, etc. 

Todo esto y mucho más, está en marcha con distintas velocidades y


características en el mercado gastronómico. Seguramente habrá mucho
empleo y oportunidades de trabajo independiente aquí, pero dependerá
de crear los modelos y regulaciones que los hagan posible a la escala
que se necesitan, en danza con las tecnologías.

Una mirada sobre el futuro del trabajo


Los distintos elementos que caracterizan el trabajo en la actualidad están en
movimiento, es decir, son parte de procesos de transformación que recién
comienzan. Por ende, mucho del futuro del trabajo que tantas páginas y minutos
de las reflexiones de expertos ocupa hoy en todo el mundo, dependerá de la
evolución y desenlace de dichos procesos. 

No obstante, hay un factor que emerge como el gran común denominador de los
pronósticos acerca de los trabajos del futuro: la danza de humanos con
tecnologías. No hay dudas que, en el campo o en la industria, en las finanzas o la
economía social, en la empresa o en el Estado, en relación de dependencia o de
forma independiente, etc., trabajaremos montados sobre tecnologías que nos
permitirán acceder a plataformas, información, reportes y herramientas para
hacer mejor la parte que nos toca como humanos, dejando en manos de ellas todo
aquello que resuelven con menores costos u mayor eficacia. 

Las grandes preguntas son: ¿habrá lugar para todos en esos procesos de trabajo
del futuro donde una buena parte de las tareas están a cargo de robots y sistemas?
Los trabajos que se pierden, reemplazados por la automatización, ¿podrán ser
reemplazados por esos nuevos que se prometen, más analíticos y de valor
agregado? ¿O quizás ya no sea imprescindible que todos trabajemos en el sentido
tradicional del término, dado que la productividad tecnológica generará la riqueza
que necesitamos para distribuirla entre todas las personas bajos nuevos modelos
que puedan crearse y regularse desde el Estado? ¿O será un mundo de mayoría
independiente, trabajando en forma de cuentapropistas, por proyectos, sin
urgencias ni horarios insoportables, apoyados en nuestros celulares, software
barato, e impresoras 3D? 

Es muy pronto aún para hacer pronósticos, porque esta cuarta revolución
industrial y tecnológica recién empieza y todavía conocemos poco acerca del
alcance real de la inteligencia artificial. Pero si podemos decir que cada día se ve
con más claridad que cuando se llega a nuevas tecnologías en producción, es
decir, que se pasa de la fase de prototipos y comienzan a ser usadas en procesos
de trabajo, emerge la necesidad de nuevas tareas humanas no contempladas
debidamente antes que ellas existieran. Es lo que se conoce como la última milla
de la tecnología: siempre requiere de tareas humanas para ser configuradas,
preparadas, aprovechadas, interpretadas y mantenidas. Pero ello requiere de
preparación de las personas para una rápida y amplia adopción de las tecnologías,
lo cual puede hacerse sin mayores dificultades. 

Donde aparecen los mayores riesgos, y donde el ingenio y la capacidad


organizada de los seres humanos, a través de sus autoridades públicas, se pondrá
a prueba con mayor crudeza, será en el camino para subir a todas las personas,
especialmente a los de estratos más bajos, a esos trabajos de mayor calidad en
reemplazo de los trabajos feos, sucios y aburridos del pasado.  

Allí está el gran desafío y donde distintos aspectos nos permiten ser optimistas, a
pesar de la dura transición que tenemos por delante. Estos aspectos son:

 bullet

El potencial de la economía social (que hemos visto en el módulo anterior).

 bullet

Los sectores de la economía que prometen necesitar cada vez más mano de obra
a pesar de la tecnología (por ejemplo, la economía de los cuidados, que va a
generar millones de empleos futuros vinculados a enfermerías y rehabilitaciones).

 bullet

La creación de esos nuevos empleos basadas en las nuevas tecnologías y


especialmente la inteligencia artificial. Según datos del Foro Económico Mundial
(citado en El País, 2019, https://bit.ly/34VBBBj) para 2022 se crearán 50
millones más de empleo de los que se habrán destruido.
 bullet

La expansión esperable del trabajo por proyectos, independiente, a tiempo


parcial, bajo demanda, que si bien nos obligará a movernos en terrenos más
flexibles y menos previsibles, puede ayudarnos a construir el bienestar de ese
sueño eterno de la humanidad que hemos mencionado anteriormente: dejar de
vivir para trabajar, y trabajar solo para vivir, como cada uno quiera, pueda, y
sienta. 
Podríamos estar yendo hacia un mundo inmensamente
rico, donde la gente no necesite trabajar, o solo algunos
que así lo quieran trabajarán en las artes, las
humanidades, los deportes, la meditación u otras
actividades destinadas a hacernos la vida más placentera.
En síntesis, la automatización del trabajo y los robots
podrían llevarnos a un futuro triste, como el de los
caballos, o a un mundo feliz, donde ya nadie tenga que
trabajar contra su voluntad o en trabajos indeseables.
(Oppenheimer, 2019, p.65).
Una de las grandes esperanzas de la expansión tecnológica a futuro es

que funcione y se multiplique lo que se conoce como la “última milla de la

tecnología”, que implica:

Que la tecnología no reemplaza tareas ni trabajo humano.


Que la tecnología siempre requiere tareas humanas complementarias
que antes de su introducción no estaban debidamente identificadas o
cubiertas.
ENVIAR
INTENTAR DE NUEVO

Siguiendo con el análisis del trabajo aplicado al sector de la gastronomía:  

Mirando al futuro, si los precios de los robots que hacen pizzas en USA
caen como todos los demás precios de productos tecnológicos, ¿qué
pasará cuando se vendan robots cocineros que cuesten 2000 o 3000
dólares, trabajen turnos de 24 horas, y no se tomen vacaciones? ¿Cómo
podrán competir con ellos los restaurantes con cocineros humanos, que en
USA cobran sueldos de alrededor de 40000 dólares al año? Lo más
probable es que veremos cada vez más restaurantes automatizados.
Siempre seguirán existiendo restaurantes artesanales para quienes estén
dispuestos a pagar más, pero la tendencia de los robots cocineros será
difícil de parar (Oppenheimer, 2019, p.112).

Podemos agregar a esta reflexión de Oppenheimer, que el futuro del


trabajo en este sector de la gastronomía, como en tantos otros, depende
de múltiples situaciones que se pueden aprovechar para convertirlas en
oportunidades. Vemos a futuro nuevos roles necesarios para gestionar
negocios de gastronomía con tecnología, vemos una fuente inagotable de
innovación mezclando alimentos, culturas, experiencias. Vemos nuevos
modelos y formatos de negocios que puede tener éxito (deliverys,
plataformas, restos temáticos, autoservicios, coworking de cocineros, etc.).
Y sobre todo vemos una fantástica combinación de humanos
compartiendo tareas con tecnologías y robots, en lugar de a estos
copando las nóminas laborales en el sector. De nosotros depende.
La educación como respuesta a las competencias del
presente y del futuro

La educación como respuesta a las competencias del


presente y del futuro

Históricamente, la educación ha sido la herramienta para sacarnos de la


oscuridad y el atraso. Formar y especialmente alfabetizar a las personas a lo
largo y ancho del mundo ha sido el empujón más trascendente que la
humanidad ha tenido para hacer del mundo un lugar disfrutable, lleno de
oportunidades de bienestar, y felicidad. Sin educación, somos seres
raquíticos, paralizados, y sometidos a los designios de factores o decisiones
externas. Educados, somos seres con potencial ilimitado, amigados con el
ideal de libre albedrío, en condiciones de crear mundos y construir vidas
basadas en criterios propios. 

Actualmente, en un mundo en transición hacia una aceleración del cambio


tecnológico propio de la Cuarta Revolución Industrial que hemos estudiado,
es la educación la que suele aparecer en todos los ensayos e
investigaciones como la herramienta que puede entregar las respuestas que
necesitamos frente a la incertidumbre que depara el futuro. 

Las expectativas acerca de que la educación pueda darnos soluciones y


certezas frente a los impactos del cambio están centradas en lo que conoce
como la formación por competencias. Este paradigma educativo no es
nuevo, pero se encuentra en franca evolución en los últimos años, y
básicamente significa la posibilidad de concentrar los procesos de
aprendizaje en el desarrollo de habilidades específicas que las personas
pueden necesitar para distintas necesidades o actividades, relegando a un
segundo plano la erudición genérica y enciclopedista. Poner las
competencias en el centro del proceso de enseñanza – aprendizaje supone
haber hecho previamente el esfuerzo sistemático por identificar y
comprender qué habilidades concretas se necesitan para actuar con aptitud
en determinados espacios y entornos (y se necesitaran en el futuro
proyectado), para luego si generar las estrategias pedagógicas y
curriculares que faciliten la apropiación por parte de los alumnos. 

En la siguiente imagen puede verse que el aprendizaje basado en


competencias es un modelo pedagógico en sí mismo y que puede enfocarse
en generar competencias para el saber, el ser, y el hacer, en todo tipo de
personas.

No es el foco de esta materia profundizar en los detalles de la formación por


competencias, sino más bien reflejar claramente que las ciencias de la
educación y las neurociencias, han generado suficientes evidencias acerca
de la pertinencia y virtuosidad de estas modalidades que proponen
garantizar que los alumnos se lleven, al cabo de un periodo de aprendizaje,
nuevas habilidades o las que ya tenían, pero reforzadas y actualizadas. No
estamos confinados a saber, ser o hacer lo que ya sabemos, somos o
hacemos. Tenemos siempre frente a nosotros un océano de posibilidades,
por supuesto que condicionados por gran cantidad de factores, pero
siempre bajo el principio universal de que aun en las peores circunstancias
de origen y presente, las personas pueden expandir sus habilidades
concretas para desempeñarse en la vida y en el trabajo. 

Esta premisa cobra especial sentido en el contexto de aceleración del


cambio actual. Estudios varios usualmente indicaban que los años de
escolaridad adicional de las personas, siempre redundan en mejores
ingresos económicos. Por ejemplo, entre 8 y 13% de mejores ingresos por
cada año de escolaridad adicional. También, los trabajos de investigación
en general han coincidido en que, a menos educación, más chances de
desempleo o empleos de menor calidad. Pero estos patrones comienzan a
ponerse en jaque a partir de la dinámica de la economía y el mercado de
trabajo en este marco de la Cuarta Revolución Industrial.  

No significa que la educación pierda valor, todo lo contrario. La cuestión es


que emerge la formación por competencias como aplicación específica del
mundo de la educación, concentrada en la rápida y medible adquisición de
habilidades por parte de las personas, más que en el tiempo y los grados de
escolaridad y formación que se puedan tener. No es raro ver en el mundo de
hoy personas sobrecalificadas accediendo a empleos de niveles más bajos
en virtud de tener dificultades para validar habilidades superiores en el
mercado. O bien personas con menos jerarquía de titulaciones accediendo a
posiciones de alto impacto en función de las habilidades que logran adquirir
y demostrar a través de múltiples experiencias formativas. 

Con el mismo énfasis, debemos alertar sobre el voluntarismo que peca de


simplificador de procesos que, tratándose de seres humanos, siempre son
complejos. La formación por competencias no hace magia. Requiere
rigurosidad en sus planteamientos y metodologías y seriedad en los
objetivos que se propone. Mucho se habla de la reconversión de personas
que actualmente se desempeñan en actividades o industrias con altas
probabilidades de fenecer, por ejemplo, los conductores de camiones frente
a la proyección cada vez más cercana de vehículos autónomos. Debemos
decir con mucha claridad, frente a cualquier optimismo ingenuo, que es muy
difícil que una persona pueda pasar de camionero a codificador de software
a través de cualquier proceso corto y lineal. Se requiere, en el mejor de los
casos, que exista la disposición de la persona, tiempo, etapas, ensayos,
experimentaciones, etc. Y, sobre todo, semejantes desafíos de formación de
las personas para nuevas competencias enfocadas en el mundo del trabajo,
requiere de una inteligente acción coordinada entre individuos involucrados,
empleadores, gobiernos y educadores. 

En este marco, hay una dimensión sobresaliente en materia de formación


por competencias para nuestro tiempo. Se trata de las llamadas
competencias blandas, señaladas por los expertos en general como las que
nos permitirán adaptarnos a los cambios disruptivos y asegurar nuestra
relevancia como especie en un camino donde las tecnologías inteligentes
parecen no tener límites. Las habilidades blandas (soft skills), por oposición
a las habilidades técnicas, son aquellas de naturaleza más humana, es decir,
las que tienen relación con entender y actuar en entornos donde predomina
la incertidumbre, la diversidad y las múltiples posibilidades. Esa dimensión
de lo menos panificable, donde el azar siempre hace su parte y el campo de
las interpretaciones siempre habilitan miradas o verdades distintas, es la
que fundamenta la creciente necesidad de volver a las fuentes y ayudar a las
personas a desarrollar esas habilidades blandas. 

Hay muchas distinciones y clasificaciones en materia de habilidades


blandas. Una de las más útiles y aceptadas es distinguir habilidades
intrapersonales, aquellas enfocadas en el dominio propio de una persona, de
las interpersonales, aquellas que tienen que ver con las personas en
interacción y cooperación con otros.  

En el primer grupo sobresale la competencia del autoconocimiento, más


vital que nunca en tiempos de cambios continuos y multiplicación de
estímulos propios de la sociedad del conocimiento. Como bien explica
Harari: 

Para tener éxito en una tarea tan abrumadora, deberás esforzarte mucho en
conocer mejor tu sistema operativo. Para saber qué eres y qué quieres en la
vida. Este es el consejo más antiguo del libro: conócete a ti mismo. Durante
miles de años, filósofos y profetas han animado a la gente a que se
conociera a sí misma. Pero este consejo nunca fue tan urgente como en el
siglo XXI, porque ahora tienes una competencia seria. Coca Cola, Amazon,
Baidu y el gobierno se apresuran a piratearte, a hackearte (2018, p.294) 

En síntesis, marcas y entidades buscan conocernos mucho más y disponen


de tecnologías inteligentes para hacerlo (como vimos en el módulo 1). Por
ende, es más vital que nunca que desarrollemos la habilidad de conocernos
a nosotros mismos, al menos tanto como nos conocerán los algoritmos de
la inteligencia artificial. 

En materia de habilidades interpersonales podemos tomar de ejemplo a la


empatía, considerada la madre de este tipo de competencias en relación a
los pares y el entorno. Empatía es quizás la principal manifestación de la
inteligencia emocional, tan promovida en los últimos 20 años, y tiene que ver
con la capacidad de una persona para escuchar activa y profundamente a
otras personas e interpretar con asertividad los sentimientos y emociones
que siempre se ponen de manifiesto en cualquier proceso o situación
humana. El habitual concepto de saber ponerse en el lugar del otro, salir sin
problemas de las propias anteojeras para mirar el mundo y tratar con los
demás. Es empático quien desarrolla esta habilidad al vencer sus egos y
prejuicios, para entregarse a la interacción con todos los sentidos puestos
en ese ida y vuelta con los demás. 

En el siguiente video protagonizado por Robin Williams y Matt Damon, de la


película “El Indomable Will Hunting”, podrán ver un ejemplo claro del
impacto que tiene la habilidad de la empatía y la escucha activa, así como la
conveniencia de invertir tiempo en desarrollarla para vivir y trabajar mejor en
un mundo de tanta densidad de interacciones y cambios.

Más allá del autoconocimiento y la empatía que hemos tomado de ejemplo como dos de las
habilidades blandas de mayor relevancia, existen muchas otras y cada experto en el tema
propone alguna clasificación específica al respecto. Tony Wagner (2016), experto en
educación de Harvard, propone una nómina de habilidades claves para el futuro (la mayoría
de ellas dentro de las consideradas habilidades blandas) que nos parece muy apropiada:
 1
Pensamiento crítico y resolución de problemas.
 2
Colaboración en redes y comunidades: liderazgo basado en influencia (no en autoridad).
 3
Agilidad y adaptabilidad.
 4
Iniciativa y mentalidad emprendedora.
 5
Comunicación oral y escrita efectiva.
 6
Capacidad de análisis crítico de la información.
 7
Curiosidad e imaginación.
En la siguiente imagen elaborada por el Profesor David Deming de la Universidad Harvard,
puede verse una correlación entre trabajos mejor pagos, y habilidades sociales requeridas,
desde 1980 en USA.

Finalmente, es apropiado considerar que la cuestión de las competencias


como función principal de la educación de nuestro tiempo, no se agota en
las habilidades blandas. Dijimos que las técnicas específicas a un
determinado campo o trabajo, siempre tendrán su cuota de importancia,
pero sobre todo debemos poner en escena que las habilidades digitales o
tecnológicas, que habitualmente se reflejan de forma amplia en la sigla en
inglés STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas), son muy
relevantes y lo seguirán siendo en el futuro. El incentivo a desarrollar estas
habilidades, en distintas proporciones o niveles de profundidad según el
caso, nos acompañará de por vida dado que los trabajos son, y serán,
tecnológicos, es decir, en danza con las tecnologías. Ya sea que estemos en
construcción, estética, entretenimientos, o salud, todas las tareas y desafíos
estarán cruzados por tecnologías que nos interpelarán en términos de
habilidades para utilizarlas, interpretarlas, y gestionarlas. 

En definitiva, habilidades blandas y tecnológicas reflejan la combinación que


supone la sociedad del conocimiento del siglo XXI. En una reciente encuesta
de Cippec (Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad
y el Crecimiento) para la Argentina se llegó a la conclusión de que solo el
16% de argentinos disponen de un mínimo de habilidades propias de la
sociedad del conocimiento, lo cual marca todo lo que tenemos por delante
1. Autoconocimiento../ blanda-intrapersonal

2. Empatía../ blanda-interpersonal

3. Pensamiento lógico../ técnica

4. Resolución de problemas../blanda-interpersonal

5. Herramientas de trabajo colaborativo../digital


6. Iniciativa emprendedora../ blanda-interpersonal

7. Análisis crítico de la información../ blanda-


intrapersonal

8. Programación../ digital
La industria de la educación se encuentra en plena transformación, en gran parte a
raíz de este enfoque de aprendizaje por competencias que los tiempos requieren.
General Assambly, es una de las compañías innovadoras que están protagonizando
esta transformación. Nacida en 2011 en USA, se presenta como una organización de
educación pionera y experimental, destinada a ayudar a las personas a mejorar y
transformar sus carreras a través de adquisición de habilidades que demanda el
mercado laboral. 

Su abordaje parte de la premisa de que las personas necesitan aprovechar la


revolución tecnológica para garantizar el éxito en sus desempeños en distintos
sectores y trabajos. Y para ello es necesario desarrollar habilidades. Se concentran en
cursos presenciales y virtuales en negocios, datos, diseño, marketing, etc. Con 25
Campus en 7 países del mundo, y más de 40.000 egresados de cursos, General
Assambly presenta a su comunidad de expertos, empleadores, alumnos y ex alumnos,
como una de sus principales fortalezas. La inteligencia artificial le permite
sistematizar grandes volúmenes de datos, almacenar el éxito de sus evaluaciones e
inserción laboral de graduados, y en base a ello ajustar de forma permanente los
programas formativos que ofrecen. 

A tal punto están teniendo éxito en esta misión de formar personas en las
competencias que se demandan, que aproximadamente la mitad de sus estudiantes
están financiados por las empresas que GA logra adherir para formarles empleados o
aspirantes en las habilidades concretas que necesitan para las posiciones de trabajo.
Como lo expresa su CEO y fundador, Jake Schwartz: "Siempre estamos buscando lo
que está en demanda, lo que buscan las empresas y cómo podemos brindarles a las
personas las habilidades necesarias para poner el pie en la puerta en ese trabajo".

Aprender como meta –


habilidad del siglo XXI
Rafael Echeverría (2005), autor de Ontología del Lenguaje y fundador del Coaching
Ontológico, suele expresar que las dos metas habilidades que debemos desarrollar para
estar a tono con la dinámica del siglo XXI son: aprender a emprender, y aprender a
aprender. Nos enfocaremos aquí en la segunda, entendiendo que será muy difícil que
podamos abrazar la educación por competencias como modalidad permanente si no
amplificamos nuestras capacidades para aprender. Es decir, lograr aptitud para abordar y
aprovechar los procesos de aprendizaje de cualquier índole es, en sí misma, una habilidad
cada vez más relevante. Podemos participar de muchas instancias de formación, pero
realmente se producirá aprendizaje si, entre otras, hemos desarrollado habilidades
crecientes para ello. 
Nuevamente, el autoconocimiento emerge como fundamental. Aprendemos de la mano de
la razón y la emoción. Es decir, aprendemos por la doble vía del intelecto y la motivación.
Por eso conocernos cada vez mejor es fundamental. Disponemos de fuertes aliados para
ello a diferencia de generaciones anteriores: las neurociencias, que cada día nos entregan
nuevo conocimiento validado del funcionamiento de nuestro cerebro, y la pedagogía, que
tomando el conocimiento anterior, desarrolla intervenciones y metodologías aptas para el
aprendizaje de personas distintas. Es conociendo mejor como funciona nuestro cerebro, de
forma genérica y en particular en mi persona (a partir de mi genética y mis experiencias), y
comprometiéndonos responsablemente con las instancias pedagógicas que decidimos tomar
(cursos, carreras, etc.), como podemos potenciar de manera constante nuestra habilidad
para aprender. 

Para el experto francés en Psicología Cognitiva, Stanislas Dehaene (2019), existen cuatro
pilares fundamentales para que suceda efectivamente el aprendizaje en cada uno de
nosotros, y es allí donde debemos enfocar nuestras energías:
 1
La atención, que amplifica la información sobre la que nos concentraremos.
 2
El compromiso activo, un algoritmo que llamamos también “curiosidad” y que incita al
cerebro a evaluar constantemente nuevas hipótesis.
 3
La revisión o feedback a partir del error, que compara las predicciones con la realidad y
corrige los modelos que elaboramos acerca del mundo.
 4
La consolidación, que automatiza y vuelve fluido lo que aprendimos, especialmente durante
el sueño.

El autor sostiene que:

Prestar atención, involucrarse, poner a prueba lo adquirido y saber consolidarlo, son los
secretos de un aprendizaje exitoso. Y estos componentes fundamentales de la arquitectura
cerebral se implementan con igual eficiencia en la familia y en la escuela. El maestro o
profesora que logre movilizar estas cuatro funciones en cada uno de sus alumnos, sin duda
maximizará la velocidad y eficacia con que aprenderá su clase. Todos deberíamos,
entonces, aprender a dominarlas, y con ese objetivo, necesitamos comprender bien cómo
funcionan y para qué sirven. (Dehaene, 2019, p.202). 

Hace unos años, la Profesora de Psicología de la Universidad de Stanford, Carol Dweck,


logró reflejar en un poderoso concepto esta cuestión de la capacidad de aprender como
meta habilidad del siglo XXI. Fruto de numerosos estudios e investigaciones, Dweck
propuso lo que se conoce como “la teoría del Mindset para el aprendizaje”, distinguiendo
dos tipos de mentalidades en las personas:
Mentalidad fija. Propia de las personas que conciben a la inteligencia en gran
medida como innata e inmutable. Estamos afincados en lo que sabemos que sabemos y
nos movemos en la vida dentro de un radio muy acotado de expansión de capacidades
para trabajar y progresar.

mentalidad de crecimiento . Propia de personas que creen que sus


habilidades pueden expandirse sin límites predefinidos, en base al entrenamiento y el
esfuerzo.

Desarrollar la segunda mentalidad, el llamado “mindset del crecimiento”, es


fundamental para que las personas puedan transitar con mayor sentido y
bienestar un mundo de incertidumbres y desafíos. Y todos pueden hacerlo.
Dweck expresa que nunca es tarde para aprender algo nuevo. Por supuesto
que cada persona puede hacer determinadas cosas de manera casi natural
(talentos), pero ello no significa que los que no gozan de esa ventaja no
puedan aprender a hacerlas vía aprendizaje y motivación. Eso es mentalidad
de crecimiento. Y para ello hay que centrarse en el proceso de aprendizaje y
descubrimiento, más que en los resultados de lo que sabemos, y sabemos
hacer, en cada momento.  

Este y otros abordajes de expertos, convergen en lo que hoy se conoce


como “learnability”, término que refleja una capacidad individual para el
aprendizaje permanente de lo que una persona necesita para estar siempre
en la frontera de desempeño en el campo que elija. Mónica Flores,
Presidente de la Consultora Manpower para Latinoamérica, dice:  
Las personas con learnability serán las que tomen las decisiones sobre
cómo y dónde quieren trabajar, mientras que los otros estarán en mayor
riesgo de ser dejados atrás. El aprendizaje será esencial y encontrar el
equilibrio adecuado entre tecnología y talento es humanamente posible.
(Roughol, 2019, https://bit.ly/2QtKmgH). 
Dijimos que, además de los avances en neurociencias, las pedagogías se
habían convertido en los grandes aliados para desarrollar learnability. Solo
dos ejemplos para fundamentar esto: la educación mediada por tecnologías
(virtual), ha permitido acceder a datos relevantes para potenciar el
aprendizaje personalizado de las personas a través de distintos
instrumentos (cápsulas, ejercicios, formatos, etc.). Y los entornos de
aprendizaje experiencial e informal, a través de desafíos, proyectos,
simulaciones o juegos, están demostrando cada vez más su efectividad
para que suceda el aprendizaje real en las personas. 
Por todo esto y mucho más, presentamos a la capacidad de aprender como
la principal meta habilidad del siglo XXI. Crecen las empresas que, al
entrevistar candidatos para sus posiciones laborales, concentran mayor
foco de evaluación en la capacidad de aprendizaje de una persona
(potencial), que en sus habilidades actuales. Y empresas como Microsoft,
por ejemplo, incorporan explícitamente lo que cada empleado ha aprendido
de los demás y cómo lo ha aplicado a sus tareas en cada evaluación anual
de desempeño.

General Assambly (GA) es una fantástica aplicación de esta apuesta por la mentalidad
de crecimiento que propone Carol Dweck. Además de la energía para reflejar las
necesidades del mercado en los programas de desarrollo de habilidades tecnológicas
que imparte, GA innova ofreciendo a los estudiantes de cursos de tiempo completo un
Coach especializado que opera como un socio de cada estudiante en la
responsabilidad de definir y sostener objetivos de desarrollo profesional hacia
adelante. Esto potencia la búsqueda de oportunidades laborales óptimas, y funciona
durante la formación y luego de la graduación también. 

Para GA, emprender un cambio de carrera profesional es siempre factible. No es fácil,


pero con esfuerzo y compromiso es siempre posible. Por ello, ayudan a las personas a
desarrollar esa meta habilidad de aprender a aprender. Y a tal punto llega la confianza
en la capacidad expansiva de las personas que están motivadas por el desarrollo de
nuevas habilidades, que han puesto en marcha el Programa Catalyst, a través del cual
los estudiantes pueden tomar un curso inmersivo de GA a tiempo completo en
desarrollo web, ciencia de datos o diseño de experiencia de usuario sin costo inicial.
Después de graduarse y conseguir un trabajo que gane al menos U$$ 40,000 al año,
comenzarán a devolver el 10% de sus ingresos en 48 pagos mensuales.

El aprendizaje a lo largo de la vida (Long Life Learning)


El correlato natural del learnability es lo que se conoce como aprendizaje a lo largo de la
vida. Si disponemos del potencial, podemos desarrollar las habilidades y el mundo del siglo
XXI lo requiere, entonces la formación pasa a ser una constante a lo largo de la vida.  

Desde tiempo inmemorial, la existencia se dividía en dos partes complementarias: un


periodo de aprendizaje, seguido de otro de trabajo. En la primera parte de la vida se
acumulaba información, se desarrollaban habilidades, se construía una visión del mundo y
una identidad estable. Incluso si a los 15 años uno pasaba la mayor parte del día trabajando
en el arrozal de la familia (en vez de en el Colegio), lo más importante que uno hacía era
aprender: cómo cultivar el arroz, cómo llevar las negociaciones con los comerciantes y
cómo resolver conflictos con las tierras y el agua con los demás aldeanos. En la segunda
parte de la vida, uno se basaba en las capacidades acumuladas para moverse por el mundo,
ganarse la vida y contribuir a la sociedad. Por supuesto, incluso a los 50 años uno
continuaba aprendiendo más sobre el arroz, los comerciantes, y los conflictos, pero se
trataba de pequeñas modificaciones de capacidades ya muy perfeccionadas (Harari, 2018,
p.290). 

Esta macro secuencia que ordenaba nuestras vidas en tiempos menos turbulentos, se ha
terminado. Seguramente cambiemos de trabajo no menos de 7 veces a lo largo de nuestras
vidas, seguramente la profesión u oficio que elegimos de forma temprana se transforme en
una mixtura de distintas disciplinas y actividades que nos definan un perfil casi único,
seguramente las experiencias y nuevos incentivos de cada momento nos permitan descubrir
nuevas oportunidades de aprendizaje y trabajo en intervalos de tiempo cada vez más cortos.
Todo ello combinado conforma la cultura del Long Life Learning. Una buena parte de
nuestro tiempo se ira de forma continua en procesos de aprendizaje cada vez más fluidos,
accesibles, flexibles, y modulares. Ya sea por iniciativa propia, por sugerencia de las
comunidades que integramos, o por definición de la organización o empresa para la que
trabajemos. 
Y para practicar activamente esta cultura, nuevamente la tecnología acude a nuestra ayuda.
Son las plataformas de formación virtual (e-learning) y la inteligencia artificial aplicada a
educación las herramientas que facilitan el acceso al aprendizaje de las habilidades que
podemos necesitar en cada momento, en función de las que ya disponemos. Es decir, las
nuevas tecnologías permiten arrojar mayores certezas sobre el stock y alcance de las
habilidades que disponemos en cada momento de tiempo, y cómo adquirir rápidamente las
que nos pueden hacer falta para capturar nuevos desafíos o empleos. Linkedin, la popular
red digital profesional, por ejemplo, ya dispone de Inteligencia Artificial para indicarles a
las personas registradas cómo están sus habilidades respecto a los empleos ofrecidos y
ayudarles a tomar opciones de formación específicas para ir en busca de ellos. 

Plataformas como Pluralsight, LearnUP o Generation (McKinsey), entre otras, tienen en


común que logran indagar a fondo lo que el mercado de trabajo necesita en materia de
habilidades para distintos sectores o industrias, entienden lo que define el alto rendimiento
en cada caso por parte de las personas, y traducen todo ello en programas formativos aptos
para dotar a las personas de esas habilidades que les permitan capturar oportunidades de
trabajo.  

Pero claro, como hemos explicitado, estos procesos se encuentran en plena transición y
generar impactos inequitativos en las personas. Claramente, existen muchas asimetrías en
las posibilidades de las personas para subirse al Long Life Learning. En líneas generales,
los que más necesitan de la reconversión de habilidades para insertarse o mejorar
laboralmente, son los que más difícil acceso encuentran. Mucha de la nueva formación
continua, virtual y accesible, se concentra en la adquisición de habilidades tecnológicas
avanzadas, y capturan a aquellos que tienen el tiempo, el dinero, la motivación, y las
habilidades básicas para volver a capacitarse. 
El desafío entonces de la educación en el siglo XXI en este paradigma de cultura presente a
lo largo de la vida, es cómo universalizar las oportunidades para que todas las personas
puedan subirse y no quedar rezagadas en el camino del progreso. La sociedad toda, y el
Estado en particular, tienen la responsabilidad de hacer que esto suceda, tal como hace
décadas hubo que lograr que la educación primaria y secundaria fueran accesibles a las
mayorías. Muchas innovaciones en marcha en el mundo muestran que sí es posible, como
por ejemplo las cuentas individuales de formación en Francia, a través de las cuales, cada
ciudadano recibe un monto de dinero anual del Estado para comprar formación de acuerdo
a las habilidades que necesita para crecer dentro del catálogo de educadores certificados
para dictarlas. Una sociedad realmente inclusiva para el aprendizaje a lo largo de la vida es
una utopía posible.
Claro que el Estado puede hacer mucho en este desafío. Pero seguramente mucho
de lo que pueda hacer de forma viable y eficiente, tiene que ver con apoyar y
apalancar iniciativas privadas que, a través de la innovación y el sentido de
propósito, intentan resolver los problemas de acceso y frecuencia al Long Life
Learning por parte de las personas. Como General Assambly (GA), por ejemplo. 

Jake Schwartz, CEO de GA, expresa con claridad la problemática global que
estamos llamados a resolver: "Las habilidades que las empresas necesitan cambian
con mucha frecuencia y la realidad es que si fuiste a la escuela una vez en tu vida
entre las edades de 18 y 22 años y luego te detuviste, es muy poco probable que
mantengas el ritmo de las habilidades que son requeridas a finales de los 20 y
principios de los 30, y más". 

Como expresamos arriba, es fácil proclamar la necesidad de capacitarse de forma


permanente, pero no es tan fácil democratizar las oportunidades para que las
mayorías sociales puedan hacerlo. Por eso GA pone el foco en soluciones que
puedan vencer esta restricción que ha generado que miles de personas estén
endeudadas fuertemente por haber tomado préstamos para formación. Cuando el
nivel de endeudamiento y el tiempo de devolución es muy alto, la carga económica
y el stress emocional sobre la persona que se pretende ayudar para que pueda estar
en sintonía con los tiempos de nuevas habilidades continuas, termina siendo
contraproducente. 

En GA, como en cada vez más iniciativas privadas o públicas, es factible lograr que
especialistas te ayuden a definir qué habilidades puedes adquirir en base a tu
situación personal de inicio, y los requerimientos del mercado; que te ayuden a
transitar el camino a través de servicios de coaching enfocados en tus capacidades
para aprender; que te acompañen en la colocación laboral y te brinden la solución
financiera para pagar los cursos en todo o en parte, ya sea a través de aportes de
empresas o entidades de bien común, o a través de mecanismos como Catalyst,
para pagar luego de estar trabajando en los nuevos desafíos acordes a las
habilidades desarrolladas.

La innovación social como camino de respuesta

Estamos frente a cambios de magnitudes colosales. Y hemos


fundamentado en varias oportunidades de la materia que, como todo
proceso de cambio profundo, las transiciones suponen múltiples
problemáticas y efectos asimétricos en distintos sectores involucrados. El
malestar por transiciones que se hacen largas y tediosas, se multiplica en el
mundo y amenaza la estabilidad de las economías y los sistemas
institucionales (democracia). Urge actuar con más eficacia, calibrando
mejor la dimensión de los problemas y adoptando objetivos desafiantes
pero alcanzables. 

Estamos hablando nada más y nada menos, que, de recrear la idea y las
posibilidades de progreso, que tanta fuerza mostraron en la segunda mitad
del Siglo 20 y que hoy navegan entre las expectativas y las incertidumbres.
Como expresa Steven Pinker (citado en Martínez Ahrens, 2018,
https://bit.ly/2Q3ufaq): 

Los ideales de razón, ciencia y humanismo, necesitan ser defendidos ahora


más que nunca, porque sus logros pueden venirse abajo. El progreso no es
una cuestión subjetiva. Y esto es sencillo de entender. La mayoría de la
gente prefiere vivir a morir. La abundancia a la pobreza. La salud a la
enfermedad. La seguridad al peligro. El conocimiento a la ignorancia. La
libertad a la tiranía. Todo ello se puede medir y su incremento a lo largo del
tiempo es lo que llamamos progreso. Eso es lo que hay que defender. 

Pero defender y reconstruir el progreso requiere de nuevos abordajes y


nuevas ideas. No alcanza los que nos ha traído hasta acá para resolver la
nueva agenda de problemas sociales y económicos. Los mercados y las
empresas están llamados a redoblar su aporte en términos de creación de
valor y empleo. El Estado, en todos sus niveles, está llamado a funcionar con
mayor inteligencia y asertividad cualquiera sea el signo político de los
gobiernos de turno. El tercer sector (ONGs) está llamado a potenciar y
sostener el impacto real de las buenas causas que impulsan. Como hemos
expresado en el módulo 2, emerge hace pocos años, un cuarto sector
caracterizado por las empresas sociales (propósito y mercados) que está
llamado a ocupar un papel cada vez más relevante en la construcción de
progreso. Pero todo ello individualmente considerado no alcanza. Hay un
espacio de abordaje sistémico y sinérgico entre distintos actores que crece
en importancia y puede ser reflejado con el concepto de innovación social. 

Nos detengamos un instante en la innovación genérica, concepto hiper


presente en todas las agendas de nuestro tiempo, especialmente en materia
de management y gestión empresarial. Para que exista innovación en
cualquier proceso o proyecto, se deben reunir mínimamente tres
condiciones:

Novedad
No necesariamente se requiere que innovación signifique originalidad, pero algo distinto o
novedoso para el usuario o destinatario siempre debe haber. Parte siempre de una
oportunidad detectada para cambiar algo acerca de cómo se venía haciendo, introducir un
nuevo elemento, combinar los elementos de forma distinta, etc.

Mejor
Técnicamente la innovación no es neutral, requiere de resultados. Concretamente, un
producto, proceso, o proyecto, puede ser considerado innovador si es más eficaz o
eficiente que las alternativas preexistentes para quienes lo necesitan.

Sostenible
Criterio que se ha incorporado con fuerza en los últimos años, a partir del auge de la
sustentabilidad. De nada sirve una innovación concentrada solo en el rédito a corto plazo
y que destruye el entorno en el mediano. La innovación, para ser tal, requiere pasar por el
desafío de ser sostenible desde lo ambiental y lo organizacional. Y por ende, tiene
proyección de funcionar por un largo tiempo.

Si tomamos lo anterior, cuando aplicamos innovación social estamos hablando básicamente


de soluciones novedosas, efectivas y sostenibles, a problemáticas de impacto social en el
más amplio sentido del término. El valor que se logra crear con este tipo de soluciones
corresponde a la sociedad en su conjunto en lugar de particulares. Para el Centro de
Innovación Social de la Stanford Graduate School of Business (s.f.,
https://stanford.io/2rIU9Hn), la innovación social es la mejor herramienta de la actualidad
para producir cambios sociales duraderos. 

Una innovación social puede ser un producto, un proceso de producción o una tecnología
(al igual que la innovación en general), pero también puede ser un principio, una idea, una
legislación, un movimiento social, una intervención o una combinación de ellos. De hecho,
muchas de las innovaciones sociales mejor reconocidas, como las microfinanzas, son
combinaciones de varios de estos elementos a partir de haber desarrollado un modelo
conceptual que confía en la capacidad de devolución de las personas más pobres a partir de
recibir préstamos de pequeños montos para sus actividades económicas. 

Para practicar innovación social se necesita una metodología que permita ordenar la
voluntad y aportación de los distintos actores. Siguiendo al Ilab, Laboratorio de Innovación
Social del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), podemos definir que los elementos
de una metodología común para innovación social son:
1. Los problemas son comprendidos,
definidos y diagnosticados por los propios
protagonistas de los mismos.
Es decir, los que serían destinatarios de las soluciones. No hay agentes externos que sean
capaces de suprimir este ejercicio vital de protagonismo inicial de los interesados.

2. Reunión de recursos y actores para


construir una solución viable para la
problemática identificada.
Siempre bajo la responsabilidad de los protagonistas del proyecto. En general, se trata de
proyectos con múltiples actores involucrados, por lo que es vital la construcción de
confianza, acuerdos, y delimitaciones de aportaciones y responsabilidades de cada uno. La
innovación social es lo opuesto a la burocracia, requiere de flexibilidades y libertades para
crear.

3. Mecanismo del crowdsourcing


Es decir, que la ejecución de los proyectos depende, en gran medida, del concurso de
múltiples prestatarios que actúan en red en lugar de una gran estructura organizacional
propia de alguna entidad o corporación. Pequeñas tareas ejecutadas por agentes
independientes pero alineados con la misión a conseguir, bajo esquemas de funcionamiento
en red, es uno de los pilares fundamentales de la innovación social.

4. Validación y metodologías ágiles.


Esto es muy afín al emprendedurismo que vimos en el módulo 2. La innovación social se
nutre y requiere este tipo de herramientas porque no dispone del tiempo, los recursos y la
información certera para grandes ejercicios de planificación. Requiere foco en el problema
y máxima agilidad para realizar prototipos de solución, validarlos en el terreno, y de allí
sacar las características o elementos finales que una solución o producto requiere para
cumplir sus objetivos.

5. Escalamiento de soluciones.
Una vez probadas y validadas con una población particular, la innovación social supone
expansión y escala. No se trata de encontrar paliativos o propuestas artesanales, justamente
es parte de la esencia de la innovación social ir por la resolución de problemáticas globales
o masivas, dispersas por distintas geografías y culturas.

6. No hay recetas a copiar de forma exacta.


Las soluciones deben ser escalables, pero cada implementación local requiere advertir
particularidades de cada entorno. Desconocerlas es frustrar los resultados. Si hemos
expresado que es decisivo el protagonismo de los actores que son destinatarios de la
solución de innovación social, no considerar sus idiosincrasias, sus historias y prioridades,
es lisa y llanamente afectar las posibilidades de éxito de cualquier proyecto de impacto
social.

7. Diversidad de formatos legales o


administrativos.
No es patrimonio de ONGs, Fundaciones, empresas sociales, entidades internacionales de
fomento o Gobierno. La innovación social puede tener múltiples configuraciones de diseño
y ejecución. Contiene al emprendimiento o empresa social, pero lo trasciende al ser más
grande que una entidad particular. En general, requiere de alianzas y sinergias estratégicas
entre varios actores, bajo instrumentos de vinculación legal y organizacional ad hoc, que se
definen en cada caso.

8. Medición de impacto y sostenibilidad.


La innovación social no está basada solo en buenas intenciones. Requiere resultados, y para
probarlo se requiere inteligencia de medición de impacto en aquellas variables claves de la
problemática que se pretende resolver. Ser rigurosos con los indicadores y la recogida de
información sobre la evolución de los mismos, es parte central de la innovación social y su
vocación por crear soluciones sostenibles en el tiempo y no meros paliativos.

Todo esto, en definitiva, conforma un espacio novedoso de fuerte crecimiento en los


últimos años a partir del abordaje superador que propone para problemáticas tan diversas
del campo social. Las ideas y valores en común, junto a la agudización de problemáticas a
resolver, han permitido que se disipen fronteras entre actores privados, públicos y no
gubernamentales para generar lo que se conoce como polinización cruzada: riqueza de
aportaciones y capacidades bajo esquemas de red que permiten construir soluciones
innovadoras. 

Ya mencionamos a las microfinanzas como caso emblemático de innovación social.


También lo es el llamado “comercio justo”, que es mucho más que un proyecto o una
regulación. Es un modelo de comercio superador y equitativo que fue producto de la
innovación social. Funciona en muchos eslabones de la cadena de valor, desde los
agricultores hasta los vendedores y los consumidores. El modelo no solo es novedoso, sino
que también crea un enorme valor social y ambiental al implementar una serie de
salvaguardas, incluidas técnicas agrícolas sostenibles, certificación y etiquetado
internacional, prevención del trabajo infantil y precios justos. 

En definitiva, la innovación social es un camino, no un destino. Y es un camino que emerge


como determinante para afrontar con éxito la agenda de problemáticas sociales que hemos
trabajado en este módulo. No tiene necesariamente que ver con nuevas tecnologías, aunque
es muy fructífero incluirlas para lograr esos nuevos enfoques, prácticas y combinación de
elementos, que es por donde pasa la clave para lograr innovación social.  Muy lejos está de
ser un lujo que pueden darse los países ricos, sino más bien de una necesidad y una
inversión accesible de los países en vías de desarrollo para reducir brechas sociales y
construir bienestar. 

Algunos ejemplos de proyectos y entidades especializadas


en innovación social
El enfoque y metodología de innovación social que hemos desarrollado arriba, encuentra
actualmente múltiples ejemplos de alto impacto en la región. A los efectos de cobrar
dimensión de la diversidad de posibilidades y aplicaciones que la innovación social como
camino supone, vamos a reseñar brevemente algunos de ellos:
Primer teleférico del mundo para uso de transporte masivo en
Bolivia:
En el área metropolitana de La Paz, en Bolivia, ha existido siempre un reto mayúsculo en
movilidad urbana, principalmente por su compleja topografía: desde los cientos de ríos
subterráneos que hacen del lugar un terreno inestable, hasta la impresionante inclinación de
la zona, que pasa de unos 3.200 metros sobre el nivel del mar, a cerca de 4.100 metros de
altura.  

En esas condiciones, no ha sido posible implementar un metro, un tranvía, o un tren. La


estrechez de las vías y un sector fuertemente sindicalizado, han dificultado también la idea
de buses con carriles exclusivos. He ahí un problema de desarrollo social importante. Como
respuesta construyeron la red de teleféricos más extensa del mundo y la única que funciona
como un sistema de transporte masivo. Transporta a 300 mil personas por día, mejorando
las vidas de cientos de miles de bolivianos que ahora se movilizan en menos tiempo, con
mayor seguridad y en condiciones más dignas.

Pago por resultados para promover el primer empleo en Colombia:


Se trata de un novedoso mecanismo de pago por resultados para promover empleo, dirigido
a ciertos grupos poblacionales que les resulta más difícil conseguir trabajo. Quiere decir
que el Estado, en vez de pagar por capacitaciones o formación laboral, paga por cada
aspirante que es efectivamente contratado y, además, retiene su puesto durante un tiempo
determinado.  

Bajo este modelo, los recursos públicos deben comprometerse al inicio del programa, pero
ser desembolsados en el mediano y largo plazo (en la última etapa del proceso, cuando los
aspirantes firman sus contratos laborales). Esa lógica va en contravía de como suelen operar
los gobiernos, que prefieren ejecutar los recursos rápidamente, como indicador positivo de
su gestión. Por esta razón, el programa ha puesto mucha atención en el aprendizaje y
cambio de mentalidad de todos los involucrados. Los resultados de esta experiencia han
sido tan positivos que están trabajando en la creación de un Fondo de Pagos por Resultados
(Gómez Osorio; Funez; Robert; Zepeda; Juárez, 2019, p.90).
El fondo de pagos por resultados, será fundamental para institucionalizar el mecanismo y
sacarlo de la zona de riesgo de los presupuestos públicos de cada año, y los cambios de
Gobierno.
Algoritmo para detectar anemia en niños sin muestras de sangre en
Perú:
Más del 40% de los niños de entre 6 meses y 3 años de edad en el Perú, sufren de un
problema de salud grave como es la anemia. Significa que no se transporta suficiente
oxígeno a los órganos del cuerpo por falta de glóbulos rojos y puede desembocar en
subdesarrollo físico y mental de los niños. Ayni Lab, un Laboratorio de Innovación Social
del Gobierno del Perú, advirtió las dificultades históricas para diagnosticar el problema en
la diversa geografía del país y se propusieron resolverlo. Efectivamente, tomar muestras de
sangre siempre enfrentaba múltiples obstáculos, ya sean culturales, geográficos o de
disposición de recursos. 

Lanzaron una convocatoria y, trabajando con universidades, laboratorios y diversas


entidades sociales y sanitarias, lograron arribar a una solución sustentable: una aplicación
para celulares que permite tomar fotos de la cara interna del párpado inferior de los niños y
allí actúa un algoritmo que, en función del grado de palidez detectado, puede definir la
existencia de anemia severa o moderada, sin necesidad de personal técnico o especializado.
El sistema de inteligencia artificial fue probado y mejorado con cientos de casos y hoy es
factible afirmar que coincide en un 90% con pruebas de laboratorio en la detección de la
anemia infantil. 

Solo tres ejemplos de los múltiples que están en plena ejecución en Latinoamérica y el
mundo, mostrando las virtudes del enfoque de la innovación social. No se necesita
desplazar a nadie ni apelar a revoluciones de sistemas político – institucionales. Se trata de
integrar a los actores en una nueva visión y metodología que apunta a la sinergia de los
actores para generar resultados.  

En este marco, también es importante reflejar la proliferación de entidades y organizaciones


especializadas en articular y producir innovación social. Bajo novedosos modelos
organizativos, distintas vías de financiamiento y la superación de etiquetas ideológicas que
suelen paralizar la acción, estas entidades nos ilusionan hacia un mundo mejor con su
particular muestra de agilidad y efectividad. Veamos algunos ejemplos:
Ashoka:

Es una de las redes de agentes de cambio social más grande del mundo. Fundada en 1980
por Bill Drayton (USA), parte de la premisa de que un emprendedor social con una idea
innovadora, puede ayudar a resolver un problema social de carácter global. Su foco estuvo
en seleccionar y apoyar a emprendedores sociales en el mundo, llegando a más de 1000 en
los años 90. 
En virtud de los cambios disruptivos de nuestro tiempo, Ashoka decidió en 2005 ampliar su
foco desde los emprendedores de impacto, a todas las personas como “agentes de cambio”.
El mundo comenzaba a vivir tiempos de aceleración y grandes desafíos y por ende el
enfoque es que todos, desde cualquier lugar, podemos ser agentes de cambio. De allí vienen
diversos programas que propone en el mundo, en alianza con entidades educativas, para
desarrollar en las personas habilidades para el cambio social positivo. Actualmente, Ashoka
está presente en 89 países del mundo, en los 5 continentes, y más de 3300 emprendedores
sociales activos en su red de apoyo.

Action Thank & Social Business (Francia):


Creada en 2010 por dos emprendedores sociales franceses, reúne a empresas, actores
públicos, asociaciones y expertos académicos bajo el objetivo común de reducir la pobreza
y la exclusión social en Francia. Propone una acción basada en tres postulados: la creación
de empresas sociales para combatir la pobreza (idea central de Yunus), crear ecosistemas de
actores para lograr sinergias y validar las ideas a través de prototipos que puedan escalarse.
Innovación social en estado puro, aplicado al segmento de las empresas sociales. 
Han fomentado ya la creación de empresas sociales (movidas por el propósito y no por la
rentabilidad) en campos tan diversos como salud, nutrición, movilidad, alojamiento,
inclusión, etc. Siempre con emprendedores al frente, con foco en productos y servicios
pensados para sectores en la base de la pirámide social, y muchas veces en conjunto con
grandes empresas como Danone, Renault, etc. Por ejemplo, el Programa Malin, lanzado
junto a Danone en 2011 para brindar a padres de bajos ingresos alimentación y
asesoramiento nutricional asequible para sus hijos de 6 meses a 3 años.

Comunidades y nuevos contratos sociales

Quizás como un correlato natural de todo lo que hemos expuesto a lo largo


de este módulo y en esta lectura en particular, las sociedades del mundo, en
general a través de sus representantes políticos, aceleran las
conversaciones y deliberaciones acerca de la necesidad y posibilidad de
delinear nuevos contratos sociales, alineados a los desafíos de nuestro
tiempo y especialmente los que vendrán en el futuro. 

La noción de “contrato social” proviene de dos pensadores clásicos que


fueron Thomas Hobbes y John Locke. Por razones distintas, ambos
expresaron que, para vivir en sociedad, organizar un Estado que imponga
leyes y gobernanza, y asumir derechos y responsabilidades, las personas
asumían una especie de acuerdo implícito de ciertas bases sobre las cuales
se edifica la vida en sociedad bajo reglas institucionales (es decir, que no
dependen de la discreción de quienes gobiernan, ni de la destreza de los
más hábiles o fuertes).  

Bajo esta concepción, las personas originalmente agrupadas en pequeños


grupos y comunidades, aceptan formar parte de sociedades de mayor
escala (nacionales), y darse un instrumento (el Estado) para poner límites y
hacerlos cumplir. La hipótesis y la expectativa, es que esta organización
permita a todos vivir mejor a partir de ese marco de derechos y
responsabilidades compartidas. Con los años, nuevos desafíos han ido
ampliando el alcance del contrato social, en un marco de expansión de las
responsabilidades del Estado y otros actores (empresas, ONGs, etc.),
siempre bajo una tensión permanente entre la preservación de la libertad de
las personas, y la construcción de mecanismos de equidad que empujen
hacia arriba a las personas menos favorecidas o dotadas. 

Por todo ello, creemos que es clave sostener la idea de los nuevos contratos
sociales como una necesidad de los tiempos, donde las sociedades viven
convulsionadas por la magnitud y alcance de los cambios que estamos
transitando, y la complejidad de las transiciones que tenemos de por medio.
El tema trasciende a un cambio en la Constitución de cada país, una nueva
ley o proyecto estratégico. Es mucho más que eso, y de allí sus
complejidades para llevarlo adelante. De aquella idea original de un acuerdo
implícito (no formalizado) se aspira a una construcción colectiva a través de
dirigentes, representantes de organizaciones, expertos académicos, líderes
de opinión y autoridades públicas, que pueda desembocar en un documento
que exprese lineamientos para los desafíos colectivos del presente y del
futuro. Es decir, un acuerdo de trazo grueso que permita una validación
amplia de un rumbo compartido. Y facilitar así, que a partir de ello se emitan
los proyectos, las leyes, y los programas a ejecutar en distintos campos de
la sociedad. 

Sería muy largo de tratar, pero a modo de síntesis, podemos proponer cinco
grandes ejes que entendemos que un contrato social apto para estos
tiempos, debería contemplar:
2- Educación y formación a lo largo de la vida

Como expusimos en la lectura anterior, la educación primaria y secundaria garantizada por


el Estado, ya no alcanza para habilitar vidas dignas y capacidad de progreso. Tampoco
alcanza la expansión y democratización de la Universidad. La velocidad y constancia de los
cambios hacen indispensable que la formación sea una actividad extendida a lo largo de la
vida de cada persona. No se trata ya de una inclinación de algunos por amor al
conocimiento, se trata de la necesidad de actualizar las habilidades para el desempeño de
las personas en ese cruce entre inquietudes personales y demandas de la economía. 
Todo contrato social debe lograr fórmulas viables para estructurar sistemas de formación a
lo largo de la vida, y para ayudar a las personas a decidir cursos de acción y financiar sus
decisiones de formación. Es tan vital la cuestión, que dejarlo librado a las posibilidades de
cada persona o las dinámicas de mercado, dejará millones de rezagados frente al progreso.
A diferencia de la variedad de estratos sociales según los ingresos de cada persona, siempre
sujetos a las posibilidades de movilidad ascendente, actualmente, el no apuntalar a las
personas en el desarrollo permanente de habilidades, podría ser capaz de someterlas a
estados de marginación sin ninguna expectativa y, como correlato de ello, aquella idea de
sociedades duales a la que tanto le tememos.

3- Nuevas modalidades de trabajo y protección del trabajador


Nuestros sistemas de trabajo fueron moldeados para el mundo donde imperaba el trabajo en
relación de dependencia, estable, y a tiempo completo. Ese tiempo ha terminado, como
explicamos en el presente módulo. Muchas son las tendencias que transforman el mundo
del trabajo, pero en líneas generales se impone la necesidad de repensar las condiciones de
seguridad y flexibilidad bajo las que nos desempeñamos las personas y sobre las cuales se
expresa el Derecho Laboral en los distintos países del mundo. La clave consiste en pensar
en nuevos modelos que puedan responder al paradigma de “flexiseguridad”, es decir
capaces de contemplar los requerimientos de cambio permanente de actividades y empresas
y, al mismo tiempo, no desamparar a los trabajadores para no volver a épocas donde
estaban librados a las fuerzas del mercado. 
Se impone pensar en el concepto de protección de la persona del trabajador, en lugar de
protección del trabajo o tarea específica que una persona realiza en algún momento de su
vida. Es decir, como definir mecanismos que permitan acompañar y sostener a toda
persona, en cuyo recorrido de vida seguramente cambiará muchas veces de trabajos y de
tareas, y no intentar bloquear los cambios y evoluciones a partir de rígidas protecciones de
una tarea determinada. Como superar la resistencia sindical y de otros sectores a abrir estas
nuevas posibilidades es el gran desafío de cualquier proceso de contrato social para el
futuro.

4- Combate a la pobreza y construcción de equidad


Hemos trabajado mucho sobre estos aspectos en el presente módulo. Sostenemos que
cualquier proceso de contrato social debe tener la osadía de plantear cómo se propone
derrotar la pobreza en una sociedad determinada, más allá de los eslóganes y de los
paliativos de corto plazo. 
Como hemos visto, el progreso ha permitido sacar a millones de personas de la pobreza
extrema. Pero no alcanza. Sigue habiendo pobres y, si adoptamos los enfoques
multidimensionales en lugar de considerar solo los ingresos, podemos ver como el
fenómeno de la pobreza puede volver a crecer. La ciencia aplicada a los alimentos y la
salud, la potencia de la innovación social para producir nuevas soluciones y los dividendos
enormes que se originan en la productividad tecnológica (máquinas y software trabajando
cada vez más en reemplazo de tareas humanas), tienen que habilitar decisiones y modelos
para vencer la pobreza en el mundo. No deberíamos conformarnos con menos. 
Pero un contrato social de este tiempo no debiera acabar allí. Hemos fundamentado los
peligros que conlleva la expansión de las desigualdades y la grata novedad de que cada vez
más líderes y organizaciones manifiestan voluntad de atender el problema, con los
múltiples instrumentos que disponemos para ello. Un contrato social podría, por ejemplo,
establecer criterios acerca de la progresividad de los impuestos, las posibilidades de
establecer rentas universales o rentas mínimas a las personas garantizadas por el Estado, los
mecanismos para derramar en toda la sociedad los beneficios de la tecnología, y las
facilidades de acceso a la propiedad privada. No habrá sociedades estables y florecientes
sin mayores niveles de equidad.

5- Protección del ambiente y fortalecimiento de las comunidades locales


El mundo interconectado a velocidad digital ha llegado para quedarse. Sus efectos positivos
son conocidos: la información, las personas, el conocimiento y la creación de valor,
circulan y se potencian con conexiones múltiples liberadas de las limitaciones geográficas y
culturales. Pero también son evidentes dos dimensiones: las limitaciones de la teoría del
crecimiento permanente que destruye el Planeta, y los beneficios de integrar comunidades
locales dinámicas, además de ser ciudadanos del mundo. 
Todo contrato social inteligente debiera contemplar parámetros respaldados por el conjunto
de la sociedad para frenar el deterioro del medio ambiente y la biodiversidad. Sobran las
evidencias de que el calentamiento global avanza haciendo cada vez más difícil prever la
evolución de la vida humana dentro del Planeta, y todos los países están conminados a
hacer sus aportaciones en el marco del Acuerdo Global de París (2015), y de los Objetivos
de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas. Sin la adopción del tema con firmeza y
pasión por parte de la ciudadanía, no habrá leyes ni regulaciones que nos salven. 
En materia de fortalecer las comunidades, habría mucho para decir. Pero nos limitaremos
en esta instancia a expresar que las comunidades donde vivimos y desarrollamos nuestra
identidad más próxima son, como Thomas Friedman denomina, los ojos de huracán, para
zambullirnos desde allí a la ola de las aceleraciones del mundo. Es en las comunidades
(pueblos, ciudades, regiones) donde las personas puedan escucharse, interactuar, reforzar
vínculos de confianza y resolver problemáticas comunes conectados al mundo. 
Un contrato social nacional debiera especificar como se propone fortalecer las múltiples
comunidades que lo integran. Con mecanismos, financiamiento, buenas prácticas
compartidas, regulaciones inteligentes, etc. Es en ese marco donde los actores lograran
maximizar sus compromisos con el destino colectivo, llegando a tomar decisiones que por
ejemplo permitan tener mejores escuelas y con jornadas extendidas, empresas más
comprometidas con la reconversión laboral de las personas, mayores oportunidades de
apoyo y mercado para las actividades independientes, mejores soluciones para la provisión
de alimentos de origen cercano al hogar, etc. Comunidades prósperas reflejan una corriente
en pro de un nuevo localismo progresista.  
Durante demasiado tiempo, los progresistas se han centrado tanto en
Washington (capitales nacionales), que no se han percatado de que la mayor
parte del progreso en los asuntos que nos importan (medio ambiente,
educación, oportunidad económica y habilidades de las personas) ha
ocurrido a nivel local. Porque allí es donde se halla la confianza.

Iniciativas como 3C Construcciones, refleja mucho del espíritu de la presente lectura.


Es en iniciativas de este tipo donde mejor pueden invertirse fondos públicos y
privados para resolver problemáticas sociales de forma sustentable, creando cultura
del trabajo para personas que integran comunidades más vulnerables y demostrando
que se puede crear desarrollo sin seguir destruyendo el ambiente.  

Un contrato social actualizado en cualquier sociedad podría ayudar a generar los


incentivos adecuados para que florezcan este tipo de iniciativas, en el marco de
procesos de innovación social fruto de la interacción inteligente de múltiples actores.
Actualmente, 3C Construcciones ya se encuentra construyendo un barrio completo de
casas accesibles y sustentables en la localidad de La Para (interior de la provincia de
Córdoba), generando empleo para muchas personas y un horizonte habitacional para
muchas familias. Seguramente, muchos resultados adicionales esperan a esta
empresa social apalancada en un sólido proceso de innovación social protagonizado
por múltiples actores. Y seguramente otras iniciativas se pondrán en marcha
inspiradas por ella..

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