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El oso que no lo era

Frank Tashlin
Ilustraciones del autor

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Érase una vez —un
martes para ser más
precisos— un oso
que estaba parado en
el lindero de un gran
bosque mirando hacia
el cielo. Allá, muy alto,
vio una bandada de
gansos salvajes que
volaban hacia el sur.

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Se volvió y miró
desde abajo los árboles
del bosque. Todas sus
hojas se habían vuelto
amarillas y cafés y caían
de las ramas una a una.

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Sabía que cuando los gansos volaban hacia
el sur, cuando las hojas caían de los árboles, el
invierno no tardaba en llegar. Pronto la nieve
cubriría el bosque y ya era hora de buscar
una cueva en la cual hibernar.

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Y eso fue, precisamente, lo que hizo.

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Poco tiempo después —un miércoles para
ser más precisos— llegaron unos hombres…
muchos hombres que traían planos, mapas e
instrumentos de medición.

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Trazaron, proyectaron, midieron de un
lado a otro. A continuación llegaron más
hombres, muchos hombres con excavadoras,

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sierras y tractores. Excavaron, serraron,
apisonaron y lo arrasaron todo de un lado
a otro. Y trabajaron, trabajaron y trabajaron

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hasta construir una gran, inmensa, colosal
fábrica JUSTO ENCIMA de la cueva en la que
dormía el oso.

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La fábrica funcionó durante todo el largo
y frío invierno.

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