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de Sociología
Silvia Sigal
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© Universidad Nacional de Quilmes
Elementos de Sociología
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Actividades
Para reflexionar
Índice
Introducción........................................................................................11
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3.3.4. Otros funcionalismos ......................................................110
3.4. La estructura social como conjunto de roles y status ...............111
3.4.1. El aporte de la antropología ............................................111
3.4.2. Status y expectativas de rol en sociología .......................112
3.4.3. De los roles a las instituciones .......................................116
3.4.4. La desinstitucionalización: ¿una hipótesis fructífera? ........117
3.5. Normas y regulación...............................................................121
3.5.1. El control social..............................................................124
3.5.2. La desviación......................................................................125
8
5.5.2. La perspectiva aristocratizante ........................................188
5.5.3. La circulación de las elites ..............................................189
5.5.4. El poder de las elites ......................................................191
5.5.5. El poder como base del conflicto .....................................192
5.6. Las formas del conflicto .........................................................195
5.6.1. El conflicto como forma de relación social........................195
5.6.2. La ambivalencia del conflicto...........................................196
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Introducción
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Objetivos
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Montesquieu
“Si el hombre puede predecir con casi entera seguridad los fenó-
menos cuyas leyes conoce; si inclusive siendo desconocidas pue-
de, según la experiencia, prever con gran probabilidad los aconte-
cimientos del porvenir, ¿por qué había de contemplarse como em-
presa quimérica la de trazar con alguna verosimilitud el cuadro de
los destinos futuros de la especie humana según los resultados
de su historia?”
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El método comtiano
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Por otra parte, A. Comte distingue en todas las ciencias y por lo tanto tam-
bién en la sociología, entre Estática y Dinámica. Esta dicotomía corresponde
a la dualidad complementaria “orden” y “progreso”, y su armonización com-
pone, reconstruye podría decirse, la unidad indisociable del fenómeno “so-
ciedad”. Corresponde a la Estática el estudio de las condiciones de existen-
cia de la sociedad y a la Dinámica, el de las leyes de su movimiento conti-
nuo. La Estática, una suerte de anatomía social, debe tener por objeto per-
manente “el estudio positivo, a la vez experimental y racional, de las accio-
nes y reacciones mutuas que ejercen las unas sobre las otras las diversas
partes del sistema social, haciendo científicamente, en la medida de los po-
sible, abstracción provisoria del movimiento fundamental que las modifica
siempre gradualmente” (Comte, 1990). Su reflexión sobre la Estática se limi-
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perfeccionar el orden universal”. Puede verse hasta qué punto Comte se ale-
ja de los pensadores inspirados por la Revolución, que son englobados siem-
pre en su condena de la metafísica. Es un admirador del orden católico de
la Edad Media y sus escritos recuerdan a menudo el tono reaccionario de los Lecturas
de Bonald y De Maistre. Se propone restaurar el orden sobre las nuevas ba- recomendadas
Terán, Oscar. Positivismo y
ses proporcionadas por el progreso del conocimiento. De allí la divisa “Orden nación en la Argentina,
y Progreso”, en la cual cada término depende del otro. Punto Sur, Buenos Aires,
1987.
El positivismo sociológico Gouldner, Alvin. La crisis
de la sociología occidental,
Amorrortu, Buenos Aires,
El positivismo es la primera formulación sociológica orgánica que busca 1973. Capítulo 4.
las bases de un orden social, nuevo y estable. No desea volver a la sociedad
tradicional sino cimentar la nueva sociedad industrial capitalista. Elaborado Zimmermann, Eduardo.
Los liberales reformistas.
como contrapeso del utilitarismo, y por su énfasis en el interés económico La cuestión social en la Ar-
individual, el positivismo pone de relieve las necesidades específicamente gentina: 1890-1916, Suda-
mericana, Buenos Aires,
sociales, prestando atención a problemas que la economía había soslayado 1994. Capítulos 5 y 6.
tales como los relativos a la comunidad, las creencias, la autoridad. No exis-
te ya una “mano invisible” capaz de armonizar automáticamente los intere-
ses individuales dando lugar a una colectividad cohesionada. Como señala
Alvin Gouldner, en el positivismo sociológico y particularmente en la obra de
Saint-Simon la misión histórica de la sociología consistía en completar y lle-
var a su culminación la tarea de la naciente revolución industrial, que consi-
deraba todavía inconclusa. Separando lo económico de lo social, la sociolo-
gía se ocupa de lo que era hasta entonces un elemento residual. Presupone
que el orden social puede ser analizado y resuelto sin hacer de la economía
un tema central y problemático, dotando al nuevo sistema industrial de la cul-
tura apropiada para hacerlo funcionar con mayor eficacia.
El positivismo, como vimos en Comte, se construye como un nuevo siste-
ma de creencias, distintas de las tradicionales, y favorables al nuevo orden
social. Se separaba de esta manera de los contrarrevolucionarios pero tam-
bién del pensamiento crítico de la Ilustración. Les correspondía a los cientí-
Lecturas
ficos positivistas, los industriales y demás representantes del orden econó- recomendadas
mico burgués elaborar el nuevo mapa de creencias. Aron, Raymond. "Comte" y
"Los sociólogos y la revo-
Señalemos por último que el positivismo proclamaba la necesidad de dis- lución de 1848", en: Las
tanciarse de la realidad para poder estudiarla, constituyéndose así en el an- etapas del pensamiento so-
tecedente de la pretensión de objetividad de las ciencias sociales y de la afir- ciológico, Volumen I, Siglo
Veinte, Buenos Aires, 1992.
mación de la sociología como disciplina específica. Dos de sus convicciones
esenciales se encuentran en muchas de las sociologías modernas aunque Boudon, Raymond – Bou-
rricaud, François. Diccio-
formuladas, naturalmente, de manera mucho menos tajante que en el posi- nario crítico de sociología,
tivismo de comienzos del siglo XIX: en primer lugar, que existe una tendencia Edicial, Argentina, 1993.
hacia el progreso en las sociedades, en segundo lugar, que existen leyes so-
ciales y le corresponde a la sociología descubrirlas.
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El trabajo alienado
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Lectura cia del cristianismo puede resumirse del siguiente modo: Dios es una proyec-
recomendada ción idealizada de la humanidad, que se aliena proyectándose en lo divino.
Giddens, Anthony. El capi-
talismo y la moderna teoría Bastaría, entonces, llevar la religión -representación simbólica de las aspira-
social, Cap.1, Labor, Espa- ciones del hombre- a un terreno racional, desmitificarla, para eliminar la alie-
ña, 1992.
nación humana.
Creando un Dios imaginario los hombres se proyectan fuera de ellos, in-
virtiéndose a sí mismos. Son mortales y limitados y atribuyen a Dios las pro-
piedades contrarias. Poniendo “cabeza abajo” la premisa idealista de Hegel,
la filosofía de Feuerbach postulaba que el punto de partida debía ser el
“hombre real, el que vive en ‘el mundo material, real’”.
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Una mesa es, en el momento en que es fabricada, un objeto físico que tie-
ne usos corrientes; pero en cuanto entra en el mercado, cuando es una mer-
cancía, se convierte en un objeto “misterioso”. Las mercancías son “miste-
riosas” porque, producidas por los hombres, se les aparecen como exterio-
res, de la misma manera que la visión de un objeto parece provenir de la for-
ma material de un objeto exterior y no de la excitación del nervio de la vista.
Al igual que los dioses, productos de la mente humana, parecen seres dota-
dos de vida independiente, relacionados entre sí y con los hombres, e inde-
pendientes de su control. A esto llama Marx el “fetichismo” que se adhiere
a los productos del trabajo tan pronto como se crean como mercancías y que
es inseparable, por consiguiente del sistema de producción capitalista.
Pero al mismo tiempo esta exterioridad refleja la naturaleza profunda de
las relaciones de producción capitalistas. Detrás de cada bien que se inter-
cambia se esconde no solamente el trabajo necesario sino también una re-
lación social determinada, pero esas relaciones no se presentan como lo
que son, es decir como relaciones sociales incorporadas en las relaciones
materiales sino como “relaciones materiales entre personas y relaciones so-
ciales entre cosas”.
El carácter misterioso de las mercancías proviene de que proyectan ante los
hombres el carácter social del trabajo como si fuera una propiedad material,
un don natural de los objetos. Lo que es una relación entre los productores (el
trabajo colectivo de la sociedad) se presenta como una relación entre objetos,
al margen de aquéllos. El “fetichismo” de la mercancía, es decir su aparente
independencia respecto de las relaciones sociales de producción que están de-
trás de ella, pone en evidencia la naturaleza de un régimen de sociedad don-
de el proceso de producción manda sobre el hombre y no la inversa.
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Lecturas ducción capitalistas. Son éstas las que constituyen el proceso real de apro-
recomendadas piación del trabajo a través de la apropiación de los medios de producción.
Nicolaus, Martin. “El Marx
desconocido”, en: Marx, El materialismo histórico de Carlos Marx no consiste en una relación uni-
Karl, Elementos fundamen- lateral entre la infraestructura, (las condiciones de producción reales de una
tales para la crítica de la
economía política (Grun- sociedad) y la “superestructura”, (los órdenes jurídicos, políticos o ideológi-
drisse) 1857-1858, Siglo cos): las ideologías “están enraizadas en las condiciones materiales de la vi-
XXI, Volumen I, México da” pero no son su consecuencia inmediata. Pero lo que sí afirma, es que la
DF, 1989.
ideología de una clase es producida en condiciones materiales dadas y no es
Aron, Raymond. Las etapas una creación, elaboración o invención por parte de una clase que, como indi-
del pensamiento sociológi-
co, Volumen II, Siglo Vein- viduo o grupo, inventaría, consciente o inconscientemente, sus ideas. Para
te, Buenos Aires, 1992. Marx las “ideas” o las “ideologías” son productos sociales que tienen un ca-
(Capítulo referido a Marx). rácter “material” y la capacidad para determinar comportamientos sociales.
Está claro sin embargo que lo esencial no ha de encontrarse en el terre-
no de las ideas, sino en el ámbito de las relaciones económicas: la teoría de
Marx asigna a las ideas un papel menos determinante y una menor autono-
Lectura mía que otras teorías sociales.
recomendada
Giddens, Anthony. El capi-
talismo y la moderna teoría
social, Labor, España,
1992. Capítulo 2. 1. Compare el papel de la religión en Marx y en Com-
te; comente las diferencias.
Modos de producción
¿Cuáles son los rasgos más importantes para caracterizar una sociedad?
¿Qué es lo que la define? A estas preguntas responde el concepto central
Lectura de todo análisis marxista: el de modo de producción.
recomendada
Marx, Carlos. “Prólogo a la Para Marx todo modo de producción, y no solamente el capitalista, se ca-
Contribución a la crítica de racteriza por dos elementos fundamentales:
la economía política, en: a) Las fuerzas productivas, constituidas por los trabajadores, los instrumen-
Marx, Carlos, Introducción
General a la crítica de la tos técnicos que utilizan y las formas de cooperación que mantienen y
economía política/1857, b) las relaciones sociales de producción, o relaciones de propiedad, que es-
Cuadernos de Pasado y Pre-
sente Nº 1, Siglo XXI, Mé- tablecen para quiénes trabajan los seres humanos.
xico DF, 1968.
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Roma. Tampoco es previsible la forma política que tomará el pasaje, que pue-
de ser revolucionaria como en Francia o más gradual como en Inglaterra.
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los fenómenos históricos. Significa que los fenómenos históricos son las for-
mas (diversas y complejas) que toma el conflicto de clases.
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Su obra Las reglas del método sociológico está dedicada a demostrar y de-
finir la especificidad de la sociología y a describir sus métodos propios. Durk-
heim sostiene que, por su objeto, la sociología debe distinguirse de la psico-
logía (que estudia los fenómenos individuales) y por su método, la experi-
mentación, de la filosofía (que establece proposiciones generales deducién-
dolas de postulados a priori).
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En La División del trabajo Durkheim, todavía muy influido por Augusto Com-
te, establece una ley evolutiva: la del pasaje de la solidaridad mecánica a la
solidaridad orgánica. Como vimos, Comte distinguía en su Estática dos uni-
dades: la familia y la sociedad.
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plicar: para que los individuos sientan la necesidad de repartirse las tareas
es necesario que exista una conciencia de la individualidad que no puede re-
sultar sino de la división del trabajo.
Como fuente de solidaridad social, la división del trabajo tiene para Durkheim
un carácter moral. Para estudiar la solidaridad (un fenómeno moral y por lo tan-
to no observable), Durkheim imaginó un indicador objetivo externo: el tipo de de-
recho (represivo o restitutivo). De la misma manera, buscará establecer indica-
dores objetivos de la “anomia” o del egoísmo en El Suicidio.
Durkheim parte de afirmar que en las sociedades con solidaridad mecá-
nica, donde la conciencia colectiva es fuerte, la sanción a un acto prohibi-
do toma a menudo una forma represiva. La existencia de solidaridad mecá-
nica podrá entonces ser medida por la importancia de un derecho de tipo
represivo, que la refuerza socialmente. Cuando la solidaridad es orgánica,
en cambio, los actos que impiden el funcionamiento de esta solidaridad son
más a menudo sancionados por las reglas del derecho restitutivo (derecho
comercial, civil, administrativo, etc.). Una vez planteadas estas relaciones,
Durkheim procede a mostrar que, a medida que se incrementa el “volumen”
y la “densidad” de las sociedades, la proporción de leyes represivas dismi-
nuye y aumenta en cambio la importancia del derecho cooperativo.
La cooperación es para Durkheim esencialmente un hecho moral, razón
por la cual en las sociedades modernas el altruismo es una base esencial
de la vida social: los hombres deben ligarse unos con otros haciendo sacri-
ficios mutuos. Ahora bien, si la división del trabajo no llega a producir solida-
ridad se genera un estado de anomia. En ese caso la división del trabajo lle-
va a una individuación creciente que tiende a reducir, sin ser capaz de reem-
plazarlas, las reglas jurídicas y morales que organizaban los sistemas ante-
riores. Aquí reside para Durkheim el principal problema de la modernidad; en
las sociedades donde la división del trabajo es alta, el lazo social ya no pue-
de provenir de la proximidad natural de los individuos que era propia de las
sociedades donde prevalecía la solidaridad mecánica: es la sociedad misma
la que debe producirlo.
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Una sociedad es tal, por lo tanto, porque sus miembros adhieren a creen-
cias y sentimientos comunes; los ideales que se expresan en las creencias
religiosas son una forma de los ideales morales que fundan la unidad de to-
da sociedad.
Toda sociedad implica una autoridad moral de la colectividad sobre el in-
dividuo, autoridad que se ejerce no por la coacción sino por el respeto. Las
representaciones colectivas no son, por lo tanto, el resultado de una expe-
riencia individual o de categorías innatas de la mente humana sino de una
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La diferencia entre las disciplinas que se ocupan del hombre y las ciencias
naturales fue objeto de un largo debate, conocido como “La disputa de los
métodos” que marcó el clima intelectual alemán de fines del siglo XIX. Si en
un principio estuvo limitado a la oposición entre método deductivo e inducti-
vo en economía, se amplió luego bajo la influencia de los filósofos neo-kantia-
nos a una reflexión más general sobre las ciencias sociales. Contra el positi-
vismo de Comte y Spencer, los neo-kantianos rechazaban la asimilación de los
métodos de las ciencias sociales a los de las ciencias de la naturaleza. Para
ellos las ciencias sociales debían proponerse exclusivamente dar cuenta de
acontecimientos singulares a través de la interpretación de los comportamien-
tos humanos. Como se ve, esta distinción llevaba finalmente a no reconocer
más que una cientificidad limitada a las ciencias sociales. Toda la reflexión
metodológica y epistemológica de Max Weber debe ser comprendida como
una tentativa de superar esta oposición entre positivismo y subjetivismo.
Weber toma posición en este debate afirmando que la noción de sentido
es lo que permite diferenciar las ciencias humanas e históricas de las cien-
cias de la naturaleza. Como buen discípulo de la escuela histórica alemana,
define a la sociología como una ciencia empírica de la realidad y se niega a
reducir la significación de los productos de la acción humana a simples de-
ducciones lógicas. Por otra parte, y sin dejar de reconocer el carácter heurís-
tico de los conceptos de la economía clásica, el homo economicus no le pa-
rece más que una ficción que puede ser útil para aprehender la realidad.
Acepta el papel de la subjetividad del investigador pero afirma al mismo tiem-
po que es posible dar explicaciones causales de los comportamientos huma-
nos. Los métodos específicos de las ciencias sociales incluyen instrumentos
de observación y procedimientos de objetivación comparables a los que uti-
lizan las ciencias de la naturaleza.
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nos a él. Haciendo aparecer la distancia entre el curso real de los aconteci-
mientos y el que se construyó a partir del tipo ideal se podrán determinar los
motivos reales de la acción. Un tipo ideal puede servir tanto para designar
singularidades históricas (el cristianismo medieval o el capitalismo moder-
no), conceptos genéricos (la burocracia) o teorías económicas (el marginalis-
mo). En los trabajos posteriores a 1913, Weber privilegia la construcción de
“tipos puros” que se presentan como los polos extremos de un abanico de
variaciones. De allí la multiplicación de clasificaciones dicotómicas que opo-
nen, por ejemplo, el capitalista al rentista, el burócrata al político, la econo-
mía de mercado a la economía planificada, etc.
Tipologías como la de los “determinantes de la acción” o de “las formas
de legitimidad de la dominación” son un conjunto de tipos ligados de mane-
ra complementaria con los que Weber presenta el conjunto de las combina-
ciones posibles en función de los conocimientos de la historia universal. Ca-
da tipo ideal no es entonces más que una construcción de las “relaciones
objetivamente posibles” cuya única virtud es su fecundidad, es decir su ca-
pacidad para hacer descubrir aspectos importantes de la realidad que ha-
Lectura bían pasado desapercibidos hasta entonces, un objetivo modesto pero extre-
recomendada
Parsons, Talcott, La estruc- madamente exigente.
tura de la acción social,
Guadarrama, Madrid, 1968.
Capítulo XVI. Comprensión y explicación
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No existen muchos estudios sociológicos que hayan suscitado tantos co- Parsons, Talcott, La estruc-
mentarios y controversias como “La ética protestante y el espíritu del capita- tura de la acción social,
Guadarrama, Madrid, 1968.
lismo”. Para algunos este texto sigue siendo una referencia obligada para Capítulos XIV y XV.
comprender la emergencia del capitalismo en occidente; para otros no es
más que un ensayo brillante que fue desmentido por estudios históricos se-
rios. En realidad este debate se debe a una serie de malentendidos que pro-
vienen de haber adjudicado a su autor tesis que superaban sus intenciones.
¿Cuál fue el problema planteado por Weber?
Se afirma a menudo que Weber quiso refutar el materialismo histórico y
explicar el comportamiento económico por las religiones en lugar de consi-
derarlas como la superestructura de un sistema de relaciones de produc-
ción. Pero puede aducirse que su interés es distinto, y que quiso demostrar
que los comportamientos de los hombres en diferentes sociedades sólo pue-
den comprenderse en el marco de la concepción general de la existencia que
tienen esos hombres. Los dogmas religiosos y sus interpretaciones son una
parte esencial de esas visiones del mundo y se los debe comprender para
comprender el comportamiento de los individuos y de los grupos y especial-
mente sus comportamientos económicos.
“La ética...” comienza con una triple observación estadística que nos re-
cuerda el método durkheimiano:
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Lectura
Weber, Max, “La ética protestante y el espíritu del ca-
recomendada pitaismo”, en: Ensayos sobre sociología de la religión,
Bendix, Reinhard, Max We- Volumen I, Taurus, Madrid, 1987.
ber, Amorrortu, Buenos Ai-
res, 1979. Capítulo III.
Las “afinidades electivas” entre la ética protestante y el espíritu del capita-
lismo
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nación más que un impulso nuevo. Deben buscarse entonces en las sec-
tas protestantes ascéticas, y especialmente en el dogma calvinista los fun-
damentos teológicos de la nueva ética del trabajo. El núcleo central del
dogma calvinista descansa sobre la doctrina de la predestinación; desde
su nacimiento cada hombre tiene su destino decidido por Dios: la salva-
ción eterna para algunos elegidos y la condena eterna para los demás. Es-
ta decisión divina es al mismo tiempo irrevocable (no puede ser modifica-
da por el comportamiento) e insondable (no existe ningún signo exterior
que permita saber si se ha sido elegido o condenado). El calvinista está
entonces asediado permanentemente por una doble pregunta: ¿He sido
elegido? ¿Cómo saberlo? Ese tipo de dogma debía haber desembocado ló-
gicamente en una conducta fatalista; si todo está decidido de entrada y la
voluntad de Dios no puede ser cambiada, ¡no queda sino dejar hacer al
destino! Pero Weber muestra que esta teología produce efectos psicológi-
cos contrarios a los que uno puede esperar.
En efecto, confrontados a los tormentos de los fieles, los pastores protes-
tantes fueron llevados a modificar la doctrina; recomiendan así un trabajo sin
descanso, a la vez como salida a la angustia y como medio de asegurarse
un éxito que puede ser interpretado como el signo de la elección. Si no pue-
de conquistarse la gracia al menos se puede obtener la certidumbre de la
salvación.
Pero no es posible, como para el católico, contentarse con la beneficen-
cia ni con un saldo positivo de pecados y penitencias. Sólo “una transforma-
ción radical del sentido de la vida en su totalidad”, un control metódico y con-
tinuo de la existencia puede garantizar la certidumbre de la elección. Toda la
vida del creyente debe entonces contribuir a “acrecentar la gloria de Dios so-
bre la tierra”. Por último, debe llevarse la existencia metódica y ascética que
hasta entonces era propia de la vida del monje. Se exalta entonces el asce-
tismo secular, en el mundo, renunciando a todos los placeres de la vida; no
se condena la riqueza sino “el descanso en la posición, el ocio, las tentacio-
nes de la carne”.
Las implicaciones de estas prescripciones fueron favorables al desarrollo
de actitudes capitalistas; la incitación al trabajo favoreció el aumento de la
productividad, la limitación del consumo indujo a un ahorro propicio a la acu-
mulación de capital y, más en general, se afirmó un modo de vida burgués
más racional. La ética puritana “veló la cuna del homo economicus moder-
no”, concluye Weber.
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Individuo y Sociedad
Objetivos
Uno de los debates que siguen agitando hoy la teoría sociológica opone “La clase es un obje-
to con existencia so-
el enfoque que gruesamente se puede denominar “subjetivista”, es decir el ciológica real, es decir, no
que se interesa en la acción individual y sus motivos, y el enfoque “objetivis- es un mero nombre clasifi-
catorio: se refiere a un con-
ta”, que privilegia los hechos observables, es decir aquellos que el sociólo- junto de individuos que tie-
go juzga significativos, independientemente de las intenciones de los acto- nen ciertos elementos co-
res. Nos ocuparemos ahora del primero, retomando para eso aspectos no munes que se manifiestan
concretamente en sus ma-
vistos de la teoría weberiana. Nos interesarán luego enfoques contemporá- neras de pensar y de obrar”.
neos cuyos puntos de partida se pueden encontrar, al menos parcialmente, Germani, Gino, La estruc-
tura social de la argentina,
en Max Weber. Estos dos enfoques están conectados con otras dos posicio- Ediciones Solar, Buenos
nes contrapuestas: por una parte, el “nominalismo”, que afirma que la úni- Aires, 1987.
ca realidad son los individuos, sus acciones y sus relaciones, y, por la otra,
el “realismo”, que adjudica atributos específicos y capacidad de modelar los
comportamientos a entidades colectivas, grupos, clases, sociedad.
“Se llama holista una
Quienes dan un papel central a las acciones individuales y sus motivaciones ideología que valori-
tienden a rechazar la noción de actores colectivos: es el caso de Max Weber y za la totalidad social y su-
de la mayoría de sus herederos. A la inversa, quienes trabajan con entidades bordina o subestima al indi-
viduo. Por extensión, una
colectivas se interesan sólo marginalmente en las intenciones de los individuos sociología es holista si par-
singulares: es el caso de Durkheim como lo es, por otra parte, el de Marx. te de la sociedad global y
no del individuo considera-
La pregunta central de Marx no es ¿qué es un hecho social o una acción do independientemente. Se
social? Sino más bien ésta otra: ¿cuáles son las relaciones sociales funda- llama individualismo a una
mentales y cómo se conectan con la continuidad y el conflicto en una socie- ideología que valoriza al in-
dividuo y subestima o su-
dad? Las motivaciones de los actores no son un criterio para explicar los bordina la totalidad social.”
comportamientos, como tampoco lo son para Durkheim aunque por razones Dumont, Louis, Ensayos
sobre el individualismo,
muy distintas. Alianza, Madrid, 1987.
Durkheim adopta una posición que puede denominarse “objetivista” cuan-
do afirma que los motivos del actor no pueden ser jamás el medio para dar Lectura
cuenta de los hechos sociales. Esto no significa que se los excluya. Los mo- recomendada
Popper, Karl, Miseria del
tivos no son el punto de partida del sociólogo, pero los encontrará al final del historicismo, Alianza, Ma-
análisis, si puede producir una teoría capaz de explicar por qué los actores drid, 1981. Capítulo 23:
“Crítica del holismo”.
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“En la producción, dieron tal o cual razón a su comportamiento, es decir las razones sociológi-
los hombres no ac- cas que llevaron a los individuos a dar tal o cual motivo de sus actos, inde-
túan solamente sobre la na-
turaleza sino que actúan pendientemente de que esas razones sean correctas.
también los unos sobre los Vimos que Durkheim busca definir las características específicas de la
otros. No pueden producir
sin asociarse para actuar en clase de fenómenos que se pueden considerar “sociales”, para deslindarlos
común y establecer un in- de categorías como las “biológicas” y “psicológicas”. Para el sociólogo fran-
tercambio de actividades. cés los comportamientos no son sociales porque sean intencionales, casi
Para producir, los hombres
contraen determinados vín- podría decirse que se trata de lo contrario: define como hechos sociales pre-
culos y relaciones y sólo a cisamente aquellos que son “externos” al individuo y que ejercen una “coer-
través de ellos se relacionan
con la naturaleza.” ción” sobre los comportamientos. Los llama externos porque preexisten y so-
brevivirán al individuo y porque ningún individuo singular puede alterarlos (co-
mo por ejemplo el lenguaje, el sistema monetario, las prácticas profesiona-
les, etc.).
Son además “coercitivos”, entendiendo por coerción el ejercicio de una
autoridad moral, porque tal coerción es, precisamente, la prueba de que el
individuo se encuentra inserto en una colectividad. La paternidad, por ejem-
plo, es al mismo tiempo una relación biológica y un fenómeno social ya que,
por costumbre o por ley, un padre está obligado a actuar de una manera de-
terminada en los distintos aspectos de la relación con sus hijos. Estas obli-
gaciones no son creadas por ninguna persona singular sino que constituyen
el sistema de deberes morales sobre el cual se asienta toda sociedad. Esta
noción de autoridad moral coercitiva dará lugar a amplios desarrollos en la
sociología posterior, especialmente en el análisis de las normas como reglas
diferentes de las leyes: como sostiene Durkheim, rara vez su cumplimiento
se apoya en el temor a sanciones; al aceptar su legitimidad (al internalizar-
las dirá la sociología más tarde) no se percibe conscientemente su carácter
coercitivo.
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por otros no implica acciones con un sentido orientado hacia esos otros. El
comportamiento imitativo descripto por Gabriel Tarde, un autor muy influyen-
te en su época, constituye un caso límite. Es casi siempre un simple com-
portamiento reactivo pero se convierte en una acción social si está motiva-
do por el deseo de seguir la moda, sea por respeto a la tradición o para dis-
tinguirse. Como se ve, la frontera entre una acción social y un comportamien-
to sin significación es relativamente borrosa: la calificación no depende de
la naturaleza del acto sino del sentido asociado al comportamiento. La ac-
ción social se organiza como una relación social cuando el sentido de la ac-
ción de varios actores se relaciona con la actitud de los otros, de manera
que las acciones están orientadas recíprocamente. El profesos y sus alum-
nos viven una relación social. Si las conductas de varios actores están orien-
tadas recíprocamente de manera regular se podrá decir que existe una cos-
tumbre y si el origen de la regularidad es un hábito establecido se hablará
de costumbre. A partir de la noción de relación regular Weber pasará, como
veremos luego a la de orden legítimo.
Ahora bien, puesto que existe una gradación entre un comportamiento au-
tomático y una acción plenamente consciente, para poder identificar a ésta es
necesario, dice Weber, establecer una tipología de acciones. “La acción so-
cial, como toda acción, puede ser: 1) racional con arreglo a fines; determina-
da por expectativas en el comportamiento tanto de objetos del mundo exte-
rior como de otros hombres, y utilizando esas expectativas como ‘condicio-
nes’ o ‘medios’ para el logro de fines propios racionalmente sopesados y per-
seguidos; 2) racional con arreglo a valores; determinada por la creencia cons-
ciente en el valor -ético, estético, religioso o de cualquiera otra forma como se
le interprete- propio y absoluto de una determinada conducta, sin relación al-
guna con el resultado, o sea puramente en méritos de ese valor; 3) afectiva,
Lectura
recomendada especialmente emotiva, determinada por afectos y estados sentimentales ac-
Weber, Max, Economía y tuales, y 4) tradicional: determinada por una costumbre arraigada.”
sociedad, Fondo de Cultura Consciente de las críticas de los economistas Weber, amplía las varieda-
Económica, México D.F.,
1992. des de acción racional y utiliza tipos ideales similares al homo economicus.
De esta manera, extiende las posibilidades de explicación de comportamien-
tos eliminando la dicotomía racionalidad formal/irracionalidad. Son raciona-
les tanto las conductas que organizan medios para llegar a un fin como las
guiadas por un valor, lo que nos lleva nuevamente a la distinción entre una
ética de la responsabilidad y una ética de la convicción: la primera es propia
de las acciones racionales que evalúan los medios a utilizar, la segunda es
la que se explica por su coherencia con un valor o sistema de valores inde-
pendientemente de sus resultados o consecuencias.
Recordemos que nos referimos a los juicios de valor cuando presentamos
la labor del sociólogo según Weber: las obras humanas son creadoras de va-
lores o se definen por referencia a valores. A la pregunta sobre la validez de
una ciencia, que debe estar guiada por criterios racionales, Max Weber res-
ponde distinguiendo “juicios de valor” y “relación a valores”. El primero remi-
te a lo ya visto: los juicios de valor son personales y subjetivos, guían la éti-
ca de la convicción, suponen la libertad del hombre y no son refutables en
“El juicio de valor es
una afirmación mo- nombre de la racionalidad. Siguiendo a R. Aron, la formulación “relación a va-
ral o vital, la relación a va- lores” significa, en cambio, que el sociólogo debe analizar todo conflicto en-
lores es un procedimiento tre comportamientos orientados por valores contrapuestos como un objeto,
de selección y de organiza-
ción de la ciencia objetiva.” sin adherir a uno u otro.
(R. Aron )
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Adoptar como punto cardinal de una teoría la acción individual con senti-
do implica frecuentemente un cierto tipo de concepción de la sociedad. Lle-
va fácilmente a afirmar, y el caso de Max Weber es ejemplar, que la sociedad
no es más que el conjunto de las interacciones entre individuos. Inversamen-
te, cuando se pone el énfasis en las estructuras (económicas, morales o cul-
turales como en la teoría de Pierre Bourdieu), las intenciones y los proyectos
individuales quedan en un segundo plano, y son analizados como consecuen-
cia más o menos directa de fuerzas o factores estructurales que son relati-
vamente independientes de cada individuo en particular.
En el primer caso, cuando se parte de la acción individual intencional, los
acontecimientos y los comportamientos colectivos son interpretados y expli-
cados utilizando un modelo de acción, un tipo ideal, que podría ser atribuido
a un individuo. Se comprende entonces que para Weber entidades colectivas
como el Estado, el campesinado o la clase obrera no sean sino formas par-
ticulares de cooperación humana que, sin excepción alguna, deben ser refe-
ridas a los comportamientos de personas singulares, a “desarrollos y entre-
lazamientos de acciones específicas de personas individuales, ya que tan só-
lo éstas pueden ser sujetos de una acción orientada por su sentido”. Una de
las ventajas de la construcción de tipos ideales, para Weber, era precisamen-
te evitar el uso de conceptos que atribuyeran una identidad y un conjunto de
propiedades a entidades colectivas, impidiendo “plantear correctamente los
problemas”.
Weber se diferencia tanto de Durkheim como de Marx por su rechazo a to-
do concepto “holístico”, es decir, todo concepto que parta del “todo” para
atribuir y analizar conductas individuales en función de esa totalidad.
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Uno de los criterios que diferencian estas corrientes, muy diversas por
cierto, es la medida en que utilizan los supuestos de la teoría económica
neo-clásica. Esto es, que parten de un mercado (económico, social, político)
como modelo para comprender comportamientos y relaciones interindividua-
les. El supuesto general es la ficción de individuos que llevan a cabo accio-
nes racionales, con objetivos e intereses claros. Entre estas corrientes, el in-
dividualismo metodológico es hoy una de las ramas más importantes en la
sociología internacional. Pero antes de presentar la gama de teorías “indivi-
dualistas” vamos a abordar la teoría del intercambio, cuyos supuestos son
en parte similares.
La teoría del intercambio tuvo éxito durante los años ‘50 y ‘60 gracias a
George Homans, sociólogo de Harvard, cuyos trabajos están en las antípo-
das de las sociologías del hecho social. Homans se opone sobre todo al cul-
turalismo, que sostiene que cada cultura es un conjunto coherente y que no
pueden por lo tanto hacerse proposiciones generales que los abarquen. Es-
to lleva a un relativismo cultural con implicaciones tanto sociológicas como
éticas o políticas. (Contemporáneamente un ejemplo de esto es la posición
que rechaza críticas a costumbres tradicionales que van en contra de los de-
rechos del hombre, o de la mujer, aduciendo que tal crítica se hace en nom-
bre de valores universales sin respetar la peculiaridad de las culturas).
G. Homans está convencido de que existen constantes de la acción hu-
mana y se propuso enunciar sus propiedades básicas. Apoyándose sobre los
resultados de la psicología behaviorista (conductista), analiza las formas ele-
mentales de la vida social y propone ver “el comportamiento social como un
intercambio de actividades entre dos personas, tangibles o intangibles, y
más o menos ventajoso o costoso”.
En la medida en que se interesa más en los individuos que en los grupos
o sociedades, G. Homans inscribe su reflexión en un horizonte sobre todo
psicológico. A partir de las experiencias sobre palomas realizadas por su co-
lega B. Skinner, Homans llega a una serie de leyes de los comportamientos
individuales. Cuando se la pone en una jaula, la paloma explora su medio
ambiente dando picotazos; una de las experiencias muestra que si da en un
blanco colocado a propósito y en ese momento el psicólogo le da granos pa-
ra comer, entones es muy probable que el pájaro vuelva a picotear el blanco.
Homans concluye que “la paloma aprendió a picotear el blanco en la medi-
da en que fue recompensada para hacerlo”, y que puede trasponerse este
ejemplo sin problemas al orden social. Homans llega así a su convicción cen-
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Olson muestra que hay dos soluciones a esta paradoja: en primer lugar, la
coerción (el Estado obliga a pagar impuestos para financiar bienes públicos
ya que de otra manera nadie pagaría espontáneamente para mantener las ru-
En teoría económica, tas, por ejemplo); en segundo lugar, la incitación selectiva (sólo los que ac-
se llaman bienes co- túan se benefician total o parcialmente de los frutos de la acción colectiva).
lectivos a aquellos que be- La decisión de participar o no, no depende sin embargo exclusivamente
nefician a quienes no paga-
ron para obtenerlos y, por de motivos utilitaristas. Otras actitudes son posibles, como lo propone Albert
extensión, que benefician Hirshman, en una situación de descontento en una organización o un servi-
también a quienes no ac-
túan para obtenerlos. cio. Se puede efectivamente abandonarlo (exit) pero también permanecer y
protestar (voice). Si los actores optan por callarse se abren otras dos posi-
bilidades: que participen activamente (loyalty) o pasivamente (apatía).
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Cuando nos alejamos de este tipo de acción y pasamos a las acciones “de acuer-
do a valores” el análisis no se detiene pero “cuando no comprendemos de manera
evidente los ‘valores’ o ‘fines últimos’ podemos revivirlos por medio de la fantasía”.
Que los fines sean comprensibles de manera evidente o que deban ser re-
vividos por la imaginación depende de nuestra cercanía cultural o social res-
pecto de los actores. Cuanto más cerca estamos (podría decirse cuanto más
nos parecemos), más “evidentes” nos parecerán los fines y la adecuación de
los medios utilizados. Resulta entonces que los criterios de “validez”, de “evi-
dencia” weberianos dependen de lo que cada uno sabe como ser social, co-
mo persona socializada en reglas, normas y anticipaciones corrientes. Weber
retoma así, de hecho, la distinción de Simmel entre “comprensión lógica” y
“comprensión subjetiva”. La utilización de las “reglas de la experiencia”, co-
mo dice el mismo Weber, no es otra cosa: es la necesidad de recurrir a “en-
cadenamientos significativos corrientes tomados de la vida cotidiana para de-
finir otros encadenamientos significativos”. Estas “reglas de la experiencia”,
tan fundamentales para su método, provienen del saber utilizado por los indi-
viduos para atribuir motivos en la vida real cotidiana. Es así que Weber utiliza
muy frecuentemente términos como envidia, odio, celos o atribuye deseos o
intenciones siguiendo una psicología convencional, la misma que todos noso-
tros utilizamos para interpretar los comportamientos de los demás.
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do que otros individuos son objetos para él. Se convierte en objeto para sí Lectura
sólo cuando adopta las actitudes de los otros hacia él dentro de un contex- recomendada
Gerth Hans y Wright Mills
to de experiencia. Charles, Carácter y estruc-
La persona (el self) como tal sólo puede emerger, para Mead, de la inte- tura social, Paidós Barcelo-
na, 1984. Capítulo IV.
racción. Primero con los “otros significativos”: el niño reproduce en sus jue-
gos el comportamiento de la madre o del padre. Lo mismo sucede cuando
juega con compañeros imaginarios, donde puede inventar el rol que quiera e
interpretarlo como le parezca pero ya organiza las reacciones que determina-
dos comportamientos provocan en otros y en sí mismo. Al pasar al verdade-
ro juego, en el que jugar es jugar a algo, adopta diferentes papeles, juega a
ser una madre, un maestro, un policía; al hacerlo utiliza sus propias reaccio-
nes para crear estímulos que provocan en él la clase de reacciones que pro-
vocarían en otros.
En esta fase el niño pasa de percibir que “mamá se enojó porque volqué
la sopa” a observar que “mamá se enoja siempre que vuelco la sopa”. Esto
es, de una relación en una situación particular a su generalización.
Mead da el ejemplo del deporte para ejemplificar una situación sustan-
cialmente diferente, en la que debe asumirse la actitud de todos los que es-
tán involucrados. Las actitudes de los demás se organizan y es precisamen-
te esa organización la que controla la reacción del individuo. Cada uno de
sus propios actos está condicionado por su expectativa de las acciones de
los otros que están jugando.
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nificativos. La actitud del otro generalizado es, para Mead, la de toda la co-
munidad. Es en la forma del otro generalizado que los procesos sociales in-
fluyen en la conducta de los individuos involucrados. Es así, como factor de-
terminante en el pensamiento del individuo, que la comunidad ejerce su con-
trol sobre el comportamiento de sus miembros. La estructura de la persona,
dirá Mead, “expresa o refleja la pauta general de conducta del grupo social
al cual pertenece, así como la estructura de la persona (self) expresa la de
todos los individuos pertenecientes a ese grupo social”.
El “yo”, entonces, constituye aquello con lo que cada sujeto se identifica,
es la reacción del organismo a las actitudes de los otros. El “mí” son las ac-
titudes organizadas de los otros asumidas como propias, articuladas dentro
de nosotros. Contiene las actitudes de la comunidad (el “otro generalizado”)
tanto como las costumbres y capacidades particulares del individuo; repre-
senta el aspecto social de la personalidad, lo que hay en él de conformismo.
El “yo”, por el contrario, es el aspecto individualista de la personalidad que
proporciona libertad e iniciativa, la posibilidad de escapar a las convencio-
nes. Se reacciona como un “yo”: el sujeto sabe lo que los otros quieren de
él y cuáles son las consecuencias de sus actos. Las actitudes necesarias
para hacer frente a esta situación son el “mí”; la reacción es el “yo”. El “yo”
es la entidad que nos proporciona una identidad pero cuyo contenido concre-
to son las actitudes que hemos asimilado de los demás.
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tural y un saber sobre ese mundo. Con estos conocimientos los indivi-
duos construyen “tipificaciones” que les permiten aprehender la realidad
en la vida cotidiana. El énfasis en las formas y problemas de la sociali-
zación secundaria no supone que desconozcan la importancia decisiva
de la socialización primaria.
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que sea una sociedad existe siempre un terreno común. Ese “terreno co-
mún” es lo que la socialización transmite, aunque transmite también el “te-
rreno común” de tal o cual grupo cultural, de una clase social u otra: existen
subculturas de clase. El problema reside en cómo se conceptualiza el patri-
monio común. Para la mayor parte de las corrientes marxistas o interesadas
en el conflicto y la división social, aquello que es transmitido no es social-
mente neutro. En su versión más “dura” se dirá que está determinado esen-
cialmente por la ideología dominante y adecuado a sus intereses. En el otro
extremo se presupondrá la existencia de un conjunto de valores comunes,
encarnados por normas de comportamiento visualizando a la socialización
como el mecanismo de transmisión. Paradójicamente, ambas versiones ex-
tremas coinciden en ver en la socialización el mecanismo de mantenimiento
del orden: para unas, un orden de dominación, para las otras, un orden ba-
sado en la articulación de funciones individuales o colectivas. En cualquiera
de los dos casos las posibilidades de libertad individual y, lo que es lo mis-
mo, de cambio social, quedan cerradas.
Aunque hay cierta ambigüedad en el análisis de Mead, está claro que
puesto que el individuo es a la vez sujeto y objeto para sí mismo, existe una
tensión entre el “mí” y el “yo”, que define un espacio de libertad: el “yo”, el
aspecto individualista de la personalidad que representa la posibilidad de li-
berarse de las convenciones. La construcción de la identidad social en la in-
teracción permite comprender que a partir de una misma situación “objetiv”
se produzcan comportamientos muy diferentes.
Existe, escribe Mead una interacción entre el individuo y la comunidad ade-
más de la interacción entre el “mí” y el “yo”. La interiorización de la organiza-
ción social no lleva a una determinación impuesta socialmente. “Podemos
modificar el orden de las cosas; podemos reclamar el perfeccionamiento de
las normas de la comunidad, no estamos completamente atados por ella.”
Sociología 2ª Escuela
comprensiva de Chicago
A. Schütz E. Hughes
(1899-1959) T. Parsons (1897-1983)
E. Hughes (1902-1979) H. Blumer
L. Warner
M. Merlau-Ponty
(1908-1961)
INTERACCIONISMO
E. Goffman
Sociología ETNOMETODOLOGÍA
H. Becker
fenomenológica
A. Strauss
P. L. Berger H. Garfinkee E. Lemert
T. Luckmann A. Cicourel
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T. Parsons
(1902-1979)
INDIVIDUALISMO METODOLÓGICO
F. von Hayek
(1899-1992)
R. Boudon
Karl Popper
F. Bourricaud (1909-1992)
Antropología cultural
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3
Objetivos
3.1. El problema
“Por sí mismas, sin un poder que las haga obedecer por el temor que
inspiran, las leyes de la naturaleza (como la justicia, la equidad, la mo-
deración, la piedad y, de manera general, hacer a los otros lo que que-
rríamos que nos hagan) son contrarias a nuestras pasiones naturales
que nos llevan a la parcialidad, al orgullo, a la venganza, y otras con-
ductas de este tipo. Y las convenciones, sin la espada, no son más que
palabras desprovistas de la fuerza para asegurar la menor seguridad.
Es por eso que si ningún poder es instituido, o si no es suficientemen-
te importante para asegurar nuestra seguridad, ningún hombre con-
fiará en su fuerza y en su habilidad para defenderse de los demás.
(....) La única manera de erigir un poder capaz de defender a las gen-
tes del ataque de los extranjeros y de los males que podrían hacerse
unos a otros, y proteger industrias y cultivos que puedan alimentarlos
y hacerlos vivir satisfechos, es confiar todo su poder y toda su fuerza
a un solo hombre, o a una sola asamblea, que pueda reducir todas
sus voluntades a una sola por la regla de la mayoría. (...) Tal es la crea-
ción de ese gran Leviatán o, para hablar con más respeto, de ese dios
mortal al que debemos, bajo el Dios inmortal, nuestra paz y nuestra
protección. (...) es llamado soberano y se dice de él que posee el po-
der soberano; todo otro hombre es su sujeto.”
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Los trabajos de Margaret Mead sobre las relaciones entre los sexos en
tres sociedades tradicionales de Oceanía (los Arapesh, los Mundugumo y los
Chambuli) siguen siendo un ejemplo clásico del enfoque culturalista.
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sumo son algunos de los factores que, se afirma, llevan a una disolución de
los lazos de sociabilidad, al escepticismo y a la apatía política.
La tipificación de “personalidades de base”, ya sea propias a una so-
ciedad (Mead, Benedict), ya sea como resultado de la evolución histórica
(Riesman), ya sea para estudiar fenómenos históricos (la “personalidad au-
toritaria” codificada por Adorno para explicar el totalitarismo europeo),
mezclan en dosis diversas psicología y macroanálisis comparativo.
Lecturas
recomendadas
3.3. El funcionalismo como explicación de la sociedad Riesman, David, La muche-
dumbre solitaria, Paidós,
Las diversas corrientes funcionalistas constituyen una de las respuestas Barcelona, 1981.
sociológicas más conocidas al problema del mantenimiento de una sociedad. Sennett, R. El declive del
El funcionalismo se inspira en los padres fundadores de la disciplina, pe- hombre público, Ediciones
ro se diferencia por romper con las filosofías evolucionistas de la historia ca- Península, Barcelona, 1978.
Capítulos I, II y IV.
racterísticas de las primeras grandes obras de sociología. Vimos que tanto
Comte como Durkheim, y sobre todo H. Spencer, construyeron su concepción Castel, Robert. La meta-
morfosis de la cuestión so-
de la sociedad a partir de las ciencias de la naturaleza y particularmente de cial. Una crónica del sala-
la biología. La sociedad aparecía como un todo orgánico donde cada parte riado, Paidós, Buenos Ai-
no podía ser comprendida fuera de su relación con la totalidad. Spencer es res, 1997.
un caso extremo ya que busca en la sociedad funciones parecidas a las bio- Dumont, Louis, Ensayos
lógicas: producción, consumo, transporte y comunicación; la vida orgánica y sobre el individualismo,
Alianza, Madrid, 1987. Ca-
la social obedecen a un mismo movimiento, la evolución. pítulo 11.
Durkheim, aunque rechaza el finalismo spenceriano, se interesa en la fun-
ción que cada fenómeno social cumple en relación con las necesidades del
organismo social.
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Malinowski tuvo una enorme influencia en toda la corriente culturalista, Difusionismo: prime-
en particular sobre los trabajos de A. Radcliffe-Brown (1881-1955). Pero ra reacción, a fines del
siglo XIX al evolucionismo
Radcliffe-Brown (que desarrolló el método de la observación participante), dominante. Éste sostenía que
aunque compartía la crítica al evolucionismo, rechazaba la utilización de la las sociedades debían pasar
por un proceso de desarrollo
psicología. Parte de los conceptos analíticos de proceso, estructura y fun- similar y por las mismas eta-
ción para dar cuenta de las regularidades sociales, definiendo la función de pas; es la teoría de los esta-
cualquier costumbre social particular por su contribución al funcionamiento dios que van del estado pri-
mitivo a la modernidad. El
del sistema social en su conjunto. Y agrega que la vida social depende de difusionismo pone el acento
un triple proceso de adaptación ecológica, institucional y cultural. en los fenómenos, contactos e
influencias y busca conexio-
Las necesidades comunes a todos los hombres son invariantes natura- nes entre áreas de civiliza-
les pero cada sociedad organiza respuestas culturales específicas: los cri- ción. Defienden la tesis de un
terios de lo que es bueno, bello, de la excelencia sexual, etc. El enfoque de origen común de los rasgos
culturales y su dispersión por
Radcliffe-Brown, conocido como el “funcionalismo estructural”, influyó el transferencias y difusión.
pensamiento de Claude Lévi-Strauss y fue una de las bases teóricas del es-
tructural-funcionalismo de Talcott Parsons. “Un sistema (con-
junto estructural de
una sociedad) posee una
3.3.2. La teoría de T. Parsons unidad que debemos llamar
unidad funcional y definirla
como un estado de cohesión
Antes de presentar algunos de sus rasgos es necesario señalar una difi- o de cooperación armoniosa
cultad. Se trata de una teoría que se fue ramificando y complejizando en los entre todos los elementos
sucesivos estudios de T. Parsons, y es imposible pretender aquí seguirlos en del sistema social, lo que
elimina los conflictos”.
todos sus meandros. Trataremos entonces de apuntar algunos de sus ele- (A. Radcliffe-Brown)
mentos que podrán se profundizados con la bibliografía recomendada.
Volvamos primero al contexto de la sociología americana de los años “La función supone
‘30. En ese momento, como vimos, dominaba el empirismo de la Escuela siempre la satisfac-
ción de una necesidad, des-
de Chicago que privilegiaba el método experimental. La proliferación de en- de el simple acto de comer
cuestas sobre los efectos de la industrialización y de la urbanización llevó hasta un acto sacramental
donde recibir la comunión
a preguntarse si podían dar lugar, por acumulación, a una disciplina cohe- se inscribe en un sistema de
rente. La preocupación por llegar a un marco analítico integrador dio lugar, creencias determinadas por
en los años treinta, a nuevas orientaciones. Entre ellas al vasto proyecto la necesidad cultural de fun-
dirse con un dios viviente”.
teórico de Talcott Parsons (1902-1979), profesor en Harvard desde 1937, (Radcliffe-Brown)
que ignoró los aportes de sus contemporáneos y utilizó las teorías de
Durkheim, Weber y Pareto, redefiniéndolas para construir su vasto esque- Lectura
ma. (Parsons tradujo en 1930 La ética protestante y el espíritu capitalista). recomendada
Radcliffe-Brown, Estructu-
En su primera obra, La estructura de la acción social, no menciona la tradi- ra y función en la sociedad
ción americana: la filosofía social pragmática de John Dewey y G. H. Mead, primitiva, Península, Bar-
los hallazgos metodológicos de la escuela sociológica de Chicago y las im- celona, 1974.
plicaciones teóricas de las investigaciones empíricas a gran escala.
La teoría parsoniana puede ser leída como un tríptico que comienza con
la fundación de una sociología de la acción en La estructura de la acción so-
cial (1937). Privilegiando progresivamente la noción de sistema a expensas
de la de estructura, la segunda parte de su obra (El sistema social, 1951;
Working Papers in the Theory of action, 1953; Toward a General Theory of ac-
tion, 1957) desemboca en una teoría general fundada en las cuatro funcio-
nes primarias que se encuentran en todo sistema de acción. Talcott Parsons
adoptó la noción de función elaborada por la antropología, colocándola en el
centro de su argumentación teórica. El último período, por fin, está dedicado
a extender su paradigma hacia nuevos campos (económico, político y psico-
lógico) y a utilizarlo para dar cuenta de la evolución histórica de las socieda-
des (Societies-Evolutionary and Comparative Perspectives, 1966; The System
of Modern Societies, 1971).
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Ya vimos que las normas, costumbres, instituciones son vistas por las va-
riantes del culturalismo como elementos de un sistema cultural que forja la
personalidad de base de los individuos y define configuraciones específicas.
Los entrelazamientos de status y roles permitían identificar configuraciones
culturales específicas que fijaban tipos de personalidad básica.
La articulación de expectativas de rol pasó luego a ser uno de los meca-
nismos más difundidos en sociología para definir la estructura social y expli-
car el funcionamiento de la sociedad.
G. H. Mead recurre al término “rol” a propósito del niño que juega a ser
otro (un indio, un policía, un profesor): poniéndose en el lugar del otro, “pa-
sa a poseer los estímulos que provocarán reacciones particulares”. Según
Mead, como vimos, a través del juego y, por lo tanto, de la asunción de ro-
les, el niño se socializa, aprende y participa en lo que puede llamarse am-
pliamente la “conversación social”.
Con un sentido un tanto distinto, el teórico de la antropología psicológica
Ralph Linton a quien nos referimos anteriormente construyó la pareja con-
ceptual “status/rol” para estudiar la relación entre los individuos y sus co-
nexiones con la estructura social y la cultura de su sociedad.
El status se define como el lugar que ocupa un individuo en un sistema y
en un momento dados. El término rol designa el conjunto de los modelos cul-
turales asociados a un status determinado. Engloba por lo tanto las actitu-
des, los valores y los comportamientos que la sociedad asigna a una perso-
na, a cualquier persona que ocupe ese status. La socialización entendida co-
mo aprendizaje de status y roles sociales es entonces un mecanismo funda-
mental. A través de él se comprende tanto el funcionamiento de una socie-
dad como la transmisión de una cultura.
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Llegados a este punto podemos ver en qué consiste una institución a tra-
vés de la crisis de las dimensiones que la definían como tal. Retengamos en
particular que los procesos de socialización y las relaciones pedagógicas ya no
están fijadas y reguladas por los sistemas de role y valores “trascendentes”.
La escuela no es más una “máquina” social cuyo sentido, en la cúspide, se di-
funde y se transforma en “personalidades sociales” a través de ritos y roles.
Ese sentido se hizo problemático, ya no es “natural”. Se podía caracterizar el
juego de la institución a través de la importancia del rol sobre la personalidad.
El maestro, como el sacerdote, encarnaba principios que lo superaban y a los
cuales sólo debía agregar su talento y su carácter. El rol estaba antes que la
personalidad. La desinstitucionalización, concluyen Dubet y Martuccelli, “pro-
yecta las relaciones interpersonales y subjetivas en el centro de la escena”.
Esta “psicologización” de las relaciones se explica por las siguientes razones:
por una parte, dada la desaparición de los antiguos sistemas de ajuste, el
maestro no puede apoyarse en públicos cautivos y cautivados, conociendo to-
das las reglas implícitas del comportamiento escolar correcto. La “motivación”
de los alumnos debe ser producida por el maestro que no puede ya limitarse
a jugar su rol. Está obligado, antes, a construir la relación que le permita ejer-
cer su rol. Por otra parte, debe jerarquizar y combinar las finalidades de la en-
señanza. Ya no puede trabajar sobre un solo registro, debe llevar a cabo tareas
contradictorias: asegurar la integración del grupo, jerarquizar las performances,
ocuparse de la personalidad de los individuos.
Creo que las hipótesis de Dubet y Martuccelli son útiles para comprender
mejor qué es una institución y son un enfoque interesante que contribuye a
la comprensión de fenómenos contemporáneos (los autores analizan de ma-
nera similar a la familia y a la Iglesia) y permite enfocar con elementos con-
cretos el problema de las reglas.
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La sociología llegó a la misma conclusión que los filósofos políticos del siglo
XVIII: son necesarias reglas sociales que aseguren el orden social. Lo que no exclu-
ye que numerosos conjuntos de reglas beneficien a ciertos grupos sociales. Las
normas son, por así decirlo, la argamasa que mantiene cohesionado el sistema so-
cial. ¿Qué es lo que determina que una sociedad tenga un tipo de normas y no
otras? ¿Existe un sistema normativo homogéneo? Son interrogantes clásicos para
los que no existen respuestas evidentes, ya que suponen preguntarse por las razo-
nes que llevan a los miembros de una sociedad a aceptar un orden, por las razo-
nes del consenso y de la “servidumbre voluntaria”. Los enfoques sociológicos di-
fieren cuando se trata de determinar los factores que condicionan la legitimidad de
las normas o reglas: valores interiorizados comunes o mecanismos ideológicos.
Sean explícitas o no y más o menos coercitivas las normas están en el
corazón del pensamiento funcionalista bajo dos formas fundamentales: en
primer lugar, como principios que rigen la distribución de roles y de status,
determinando y legitimando las expectativas de rol; en segundo lugar, y su
expresión más neta, es T. Parsons, como transcripción de los valores socie-
tales que es interiorizada en el sistema de la personalidad. Esta interioriza-
ción lleva a que los valores sean algo natural para los individuos.
Pero esos valores evolucionan y no son los mismos en todas las sociedades
(como se infiere de los estudios de la escuela antropológica “cultura y persona-
lidad” que vimos anteriormente): el honor, valor fundamental en la sociedad ja-
ponesa no tiene la misma importancia que en las sociedades europeas contem-
poráneas y la libertad individual se impuso tardíamente en la historia de la hu-
manidad. Es por eso que tanto los antropólogos funcionalistas como T. Parsons
atribuyen a sociedades valores centrales diferentes. Si en las corrientes “puras”
del funcionalismo se supone una uniformidad de valores para una sociedad da-
da, los enfoques que focalizan en las diferencias sociales muestran que los va-
lores difieren según los grupos sociales. Se distinguen por la coerción, que es
exterior a las decisiones individuales. No observamos la presencia de normas
sino el ejercicio de la coerción y la actividad de regulación. Existen además sub-
culturas de diferente tipo que poseen sistemas de valores diferentes de los va-
lores dominantes; H. Becker se refiere a esas subculturas como uno de los fac-
tores que intervienen en la aparición de comportamientos desviados:
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Elementos de Sociología
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3.5.2. La desviación
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Junto con los estudios sobre el trabajo y las profesiones, o sobre la justi-
cia para niños (A. Cicourel), la desviación fue el objeto más conocido de la
óptica interaccionista. Estos trabajos, que dieron origen a las teorías llama-
das del “etiquetamiento social” (label theory) se hicieron relativamente autó-
nomos respecto de la “segunda escuela de Chicago” sin romper con sus raí-
ces intelectuales.
Interesado por las interacciones directas, cara a cara, H. Becker piensa a
la producción de normas como un proceso. Postulando que la desviación es
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nidad sociológica universitaria. Según P. Pharo “es como si por el solo hecho
de proclamar la similitud de los razonamientos sociológicos de profanos y de
profesionales, en tanto realizaciones prácticas, la etnometodología comenza-
ra a serruchar la rama sobre la que esta sentada la sociología”. L. Coser, pre-
sidente de la Asociación Americana de Sociología le reprochó a la etnometo-
dología: en primer lugar ignorar el poder, las instituciones, las estructuras la-
tentes, y para eso limitarse a la observación de interacciones microsocioló- Lecturas
recomendadas
gicas (códigos de comunicación, gestualidad) en situaciones tan triviales co- Heritage, John, “Etnometo-
mo atravesar la calle. En segundo lugar no ser más que un pequeño grupo dología”, en: Giddens, A. y
Turner J., op.cit.
de sociólogos que nunca buscó hacerse aceptar por los otros, que tiene un
lenguaje esotérico, una literatura poco accesible, en resumen de ser una ver- Gouldner, Alvin, La crisis
dadera secta. de la sociología occidental,
Amorrortu, Buenos Aires,
1973.
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4
Objetivos
4.1. El problema
En la sociedad tradi-
cional de Ruanda,
En la medida en que existe algún grado de división del trabajo (al menos los hutus, agricultores y
en función del sexo o la edad) toda sociedad histórica está estructurada y je- pastores, estaban subordi-
nados a los tutsis, aristócra-
rarquizada y presenta algún tipo de diferenciación institucional. tas guerreros, mientras que
Las jerarquías sociales pueden ser vistas como sistemas de status y roles, los twa, cazadores ocupa-
esto es, como una organización de posiciones en función del poder, el presti- ban el lugar más bajo de la
escala social. Las mujeres
gio y la riqueza. Vista globalmente, se trata de una articulación del sistema de bochimanas en África, que
status y roles donde éstos están distribuidos desigualmente en la sociedad. se ocupaban de la cosecha,
estaban sometidas a los
Se pueden resumir las principales formas de jerarquización social en cas- hombres, cazadores.
tas, órdenes y clases. Una de las diferencias esenciales entre ellas es el gra-
do y el tipo de asociación entre poder, prestigio y riqueza. El grado de asocia-
ción es máximo en las castas y en los órdenes y ha disminuido históricamen-
te con el avance del capitalismo. Más aún, la posibilidad de pensar separada-
mente esas tres dimensiones (y otras) supone que se han disociado, aunque
sea parcialmente, en la realidad, disociación que fue el resultado del incremen-
to en la división del trabajo que llevó a una mayor diversidad de situaciones so-
ciales y a cambios en la posición relativa de los grupos. Esta evolución trajo
consigo la igualdad jurídica entre los individuos que componen una sociedad.
Es a partir de ese momento que están dadas las condiciones para la emergen-
cia de las clases sociales y, por lo tanto, para su conceptualización. Efectiva-
mente, la manera de concebir las jerarquías sociales no remite solamente a
opciones teóricas. La extensión del capitalismo dio lugar, simultáneamente, a
la aparición de las clases y a las corrientes (el marxismo, los diversos tipos de
socialismo, etc.) que concibieron a la sociedad dividida en clases. Fue un fac-
tor esencial la desaparición o por lo menos la fragilización de las jerarquías es-
tamentales en las que los grupos sociales tienen diferentes status jurídicos.
La reflexión sobre las clases tomó ímpetu cuando la estructura social rí-
gida heredada del feudalismo comenzó a debilitarse como consecuencia del
avance del capitalismo y cuando aparecieron nuevos regímenes políticos ba-
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d
Superior
Media BLANCOS B
Superior
Media
Inferior c
A Inferior
NEGROS
La línea A C B que separa las celdas tiende, según Werner, a pasar de una
posición horizontal a una posición vertical.
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nos cerrados y endogámicos, las clases son grupos abiertos: la movilidad so-
cial es siempre posible ya que no existen status jurídicos hereditarios aun-
que sea objetivamente limitada en muchas sociedades.
a) Las visiones dicotómicas son las que tienen una historia más antigua,
que se encuentran en religiones y concepciones tradicionales. Más tarde son
los enfoques interesados en las contradicciones sociales los que tienden a
formular esquemas dicotómicos, es decir de dos clases: trabajadores/no tra- Saint-Simon presen-
ta una sociedad dico-
bajadores, explotadores/explotados, propietarios de los medios de produc- tómica, que reaparecerá en
ción/propietarios de la fuerza de trabajo, gobernantes/gobernados, etc. En el análisis y en la propagan-
los esquemas dicotómicos la sociedad aparece partida en dos clases anta- da socialista de los partidos
y del pensamiento del siglo
gónicas, entre las cuales existe una relación de dominación asimétrica. XIX. Los explotadores son
los “ociosos”, los “zánga-
nos”, los miembros del
“partido antinacional”: en
Ossoswski, Estructura de clases y conciencia social, Pe- resumen quienes están en la
cúspide de la pirámide so-
nínsula, Barcelona. Capítulo II. cial del Antiguo Régimen
político y del viejo régimen
económico, los que no “em-
prenden nada” y siguen vi-
b) En los esquemas de gradación la sociedad es vista como un sistema viendo “noblemente” o
estratificado de tres o más clases. S. Ossowski distingue dos versiones del “burguesamente". Frente a
esquema de gradación: la gradación simple y la gradación sintética. ellos, los “productores”, las
“abejas”, los miembros del
Existe gradación simple cuando las diferencias entre las clases superio- “partido nacional”. Pertene-
res e inferiores se basan en una característica objetivamente medible como cen a la “clase industrial”
compuesta por todos los
la cantidad de bienes, el nivel de ingresos o la participación en la distribu- que producen, propietarios
ción de la renta nacional. En general, cuando existe un solo criterio de estra- o no, en el campo o en la
tificación se utiliza el económico pero puede tratarse también de otros siem- ciudad.
pre que sean cuantificables, como la educación.
Cuando se introduce más de un criterio se trata de una gradación sintética,
entre la que se encuentran las diferentes variantes de la estratificación social.
La gradación simple, esto es la estratificación según un solo criterio, puede ser
la base de legislaciones o instituciones diversas, por ejemplo los derechos po-
líticos: el voto censitario, a partir de la propiedad es un ejemplo, pero también
se puede pensar en los impuestos progresivos, en la ayuda familiar en función
de los ingresos, etc. La gradación sintética, en cambio, en la medida en que se
trata de una construcción, no tiene traducción en la realidad, no define grupos
reales en la sociedad y no tiene consecuencias en la creación de instituciones.
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En los esquemas fun- Aquí la sociedad es vista como una diferenciación de clases en función de
cionales la sociedad su papel en la vida social. Adam Smith introduce la división en tres clases fun-
está dividida en clases que
se diferencian según su fun- damentales: los propietarios de la tierra, los propietarios del capital y los obre-
ción en la vida social. La ros, división que Marx retoma en El Capital cuando habla de la “fórmula trini-
Iglesia medieval dividía,
por ejemplo, en sacerdotes, taria”. Como apunta Ossowski, una definición funcional de la sociedad puede
guerreros y trabajadores. tomar la forma de una jerarquía de clases (capitalistas y obreros) pero no por-
que sea una gradación uniforme: la clase C puede ser superior a la clase B
en ciertos aspectos y, por razones diferentes, la clase B puede ser superior a
la clase A. Si tomamos la jerarquía clásica de los “Estados”: clero, nobleza, y
Tercer estado, se observa que éste último no es un eslabón intermedio entre
los otros como la clase media es intermedia entre la clase alta y la baja. Pa-
ra establecer una gradación es necesario en este caso especificar las funcio-
nes y tomar en cuenta otras dimensiones (poder, prestigio, dinero).
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Lectura
recomendada
Marx, Carlos, El capital. Crítica de la economía política, Nun, José, “Superpoblación
Volumen III, Fondo de Cultura Económica, México, 1982. relativa, ejército industrial
de reserva y masa marginal”,
Revista Latinoamericana de
sociología, ITDT, 69/2.
4. ¿Puede compararse el análisis de Marx del ejército
de reserva con la situación actual en la Argentina?
Max Weber comparte con Marx una idea fundamental: el peso de los fac-
tores económicos y particularmente de la propiedad: la “posesión” y la “no
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Max Weber propone tres categorías, que encajan parcialmente como mu-
ñecas rusas: situación de clase, clase y clase social. En los tres casos, y re-
tomando la terminología utilizada hasta ahora, las definiciones son nomina-
listas: se trata de conjuntos de individuos agrupados por el sociólogo en fun-
ción de criterios objetivos comunes.
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1) Cualquiera sea el criterio que se elija, las clases son definidas por
Weber por características objetivas, independientes del sentimiento subje-
tivo de pertenencia de los individuos. En este aspecto la “situación de cla-
se” sería comparable con la “clase en sí” a la que se refiere Marx. ¿Cómo
responde, entonces, al problema de la relación entre situación y acción y,
de allí, a las condiciones para una acción de clases?
Puede aducirse que ambos autores no difieren esencialmente en cuanto
al grado en que una clase constituye un grupo “real” o no. El pasaje de una
situación de clase a la conciencia y a la acción, efectivamente, no es auto-
mático ni para Marx ni para Weber. Pero las razones son muy distintas. Los
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Dados estos puntos de partida parece claro que las clases sólo podían
ocupar un lugar secundario en sus preocupaciones y en todo caso jamás el
de “motor de la historia”. De Weber, más que los criterios de definición de las
clases, el pensamiento sociológico retuvo la doble organización de las jerar-
quías sociales: económica (clases) y de prestigio (status) que se presta más
a los análisis de movilidad social y a los enfoques de estratificación social.
4.4.3. Estamentos
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status social aunque puedan facilitar su adquisición. Del mismo modo, la po-
breza no es, en sí misma, una desventaja en cuanto a la pertenencia a un
estamento alto aunque generalmente lo condiciona. A la inversa, las situa-
ciones estamentales pueden determinar parcialmente y aun totalmente las
Las nuevas investi-
situaciones de clase. Pero se trata de dimensiones distintas. La situación de
gaciones antropoló- clase de un oficial, de un funcionario o de un estudiante está determinada
gicas en medios urbanos por su ingreso pero éste puede variar sin que cambie su status social en tan-
han vuelto a dar importancia
al concepto de “honor” en to mantienen el mismo modo de vida en aspectos relevantes como resulta-
las relaciones interindivi- do de un nivel de educación similar.
duales. Ver por ejemplo,
Andersen Sarti, Cynthia, “A
família como espelho, Um Acciones colectivas en las clases y los estamentos
estudio sobre a moral dos
pobres”. Editora autores as-
sociados, Campinas, 1996. Para R. Bendix la importancia dada por Weber a la distinción entre “cla-
ses” y “estamentos” se explica porque, a diferencia de Marx, pensaba que
la determinación económica era insuficiente para explicar las condiciones de
formación de grupos.
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El “cierre social”
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Entre los innumerables problemas planteados por las clases medias nos
referiremos a dos.
En primer lugar la dificultad para conceptualizarlas: se trata de un término
genérico y vago definido a menudo de manera residual como aquellos grupos “No hay palabra en
que no pertenecen a ninguno de los polos extremos de la estructura social. el lenguaje moderno
que describa este grupo que
Frente a esas dificultades una de las soluciones fue hacer subdivisiones: no es un grupo, esta clase
“media alta”, “media baja” que no resuelven naturalmente el problema. Una que no es clase y este estra-
segunda respuesta, más acorde con la evolución de las sociedades, consis- to que no es estrato.”
(R. Dahrendorf, 1959)
tió en distinguir una “vieja” y una “nueva” clase media relacionadas con
transformaciones sociales. Durante un largo período del desarrollo capitalis-
ta las clases medias estaban integradas fundamentalmente por pequeños
propietarios, agricultores, y artesanos mientras que en la sociedad capitalis- “Negativamente, la
transformación de la
ta avanzada la clase media desempeña actividades asalariadas. clase media consiste en el
paso de la propiedad a la no
propiedad, positivamente,
4.8.3. Las clases medias y el marxismo en el paso de la propiedad a
un nuevo criterio de estrati-
Conectado con el anterior, un segundo problema afecta en particular el en- ficación, la ocupación.”
( C. W. Mills, 1956)
foque marxista. La evolución de las clases medias en el siglo XX parece dar
la razón a Weber y no a Marx. Ya hemos visto que esta cuestión puede es-
pecificarse distinguiendo clases medias propietarias (“viejas clases me-
dias”) y clases medias asalariadas (“nuevas clases medias”). Una de las di-
ficultades mayores para las corrientes marxistas contemporáneas reside en
la no polarización de las relaciones de clase. Los sectores intermedios no se
han proletarizado sino que, al contrario, se multiplicaron y, según el tipo de
capitalismo, ocuparon posiciones muy variadas en la actividad productiva. En
las llamadas sociedades subdesarrolladas aumentan las posiciones interme-
dias en el aparato del estado, en actividades complementarias o en el hete-
rogéneo mundo del trabajo “informal”: la desocupación, la precarización y la
subocupación suponen una disminución del contingente de asalariados y el
aumento de actividades “en negro”, “cuentapropistas”, “changas” que no
pueden clasificarse claramente como parte de la clase obrera.
El incremento de las clases medias y la falta de evidencias acerca de la
pauperización de la clase obrera fueron temas centrales de debates entre los
herederos del marxismo. Probablemente el más importante fue el que opu-
so a E. Bernstein (1850-1932), el primero que emprendió una revisión del
marxismo, a Karl Kautsky (1854-1938). Bernstein era el encargado del tes-
tamento de F. Engels y Kautsky había sido durante dos años el secretario de
este último.
E. Bernstein, en La evolución económica de la sociedad moderna procede a
una revisión de los presupuestos de Marx. Puesto que el modo de producción
moderna se define por un crecimiento considerable de la productividad del tra-
bajo y, por lo tanto, un aumento de los bienes de consumo, concluye que esos
bienes no pueden ser consumidos solamente por los capitalistas, pero tampo-
co encuentran un mercado entre los obreros debido a sus bajos salarios. El
crecimiento continuo de la producción, escribe, plantea la alternativa siguien-
te: o estamos ante un mejoramiento progresivo del bienestar del proletariado
o ante un crecimiento de la clase media. La realidad muestra el aumento de
las categorías medias: los grupos que desaparecen por la existencia de las
grandes empresas son absorbidos a través del ascenso social; la proletariza-
ción, por otra parte, está compensada por la difusión de la riqueza general crea-
da por la industrialización. Esto lo lleva a concluir que si la crisis de la socie-
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En esta perspectiva las clases medias son definidas por el status, la es-
tima social o el estilo de vida y no por la propiedad de los medios de produc-
ción ni por otro factor económico. En realidad la mayor parte de estos auto-
res rechazan la noción de las clases como las concebían Marx o Weber. Ob-
servando el incremento numérico de los estratos intermedios se concluye
que las clases extremas han perdido significado y son simples desviaciones
respecto del “hombre común”: se ha pasado a una sociedad mesocrática.
Probablemente no hay un país donde haya arraigado el mito de la socie-
dad de clases medias (y, por lo tanto, el de la sociedad sin clases) como en
Estados Unidos. La literatura, los medios de comunicación, los estudios so-
ciológicos muestran que el pueblo americano se considera perteneciente a
los estratos intermedios de la sociedad.
“Al admitir que no todos los hombres nacen iguales, los norteame-
ricanos no aceptamos en realidad que haya clases sociales, sino
sencillamente que algunas personas han alcanzado categorías
más elevadas.(...) El trabajo, la frugalidad, y la perseverancia con-
ducen al triunfo. La persona que triunfa da muestras así de sus
méritos, de lo que se deduce que quienes están en lo alto mere-
cen estar allí, los que están en la base de la escalera social son Lectura
recomendada
sencillamente perezosos...” Biesanz y Biesanz, La so-
(Biesanz y Biesanz, 1958) ciedad moderna, Editorial
Letras, México, 1958.
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5
El poder y el conflicto
Objetivos
5.1. El problema
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En segundo lugar, el Estado debe reprimir toda acción colectiva del prole-
tariado que pueda comprometer el mantenimiento del sistema capitalista,
sea por la fuerza, sea a través de la ideología. El uso de la fuerza no requie-
re mayores comentarios. El papel de la ideología, en cambio, es más compli-
cado.
Habíamos visto que el problema de la alienación, fundamental en el joven
Marx, dejó de serlo en sus escritos posteriores. Fue parcialmente reempla-
zada por las nociones de ideología y luego de fetichismo de la mercancía,
que son movilizadas para comprender las relaciones reales en el modo de
producción capitalista. El término “ideología”, que apareció por primera vez
en 1795, utilizado por Destutt de Tracy para referirse a conjuntos de ideas,
fue tomado por Marx que le dio una fuerte carga crítica, atribuyéndole la fun-
ción de disimular y disfrazar la realidad.
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Gramsci, A. “Estructura y Las concepciones que colocan en primer plano la emergencia, la impor-
superestructura”, en: Por- tancia o la necesidad de una autoridad ejercida por elites están todas liga-
tantiero, J. C. , Ipola, E. de
(comp.), Estado y sociedad das, en mayor o menor medida, a la caracterización de la sociedad como una
en el pensamiento clásico, sociedad de masas.
Ed Cántaro, Buenos Aires.
5.5.1. Las masas
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Le Bon afirma que las masas han ocupado el lugar que antes correspon-
día a los reyes convirtiéndose en la fuerza social más importante de nuestra
época. Lo que las caracteriza es estar sometidas a la “ley de la unidad men-
tal”, por la cual se disuelve la personalidad consciente y todos los individuos
participan de los mismos pensamientos y sentimientos. No es necesario que
los individuos se encuentren reunidos en el mismo lugar sino que basta con
que estén sometidos a las mismas emociones violentas. La masa se dota
de un “alma colectiva” que hace que los individuos piensen, sientan y actúen
de modo radicalmente diferente a como lo harían por separado. La masa bo-
rra las aptitudes intelectuales y la individualidad. Predomina la mediocridad.
Estas características se deben, según Le Bon, a diversas causas:
1) el individuo integrado en la masa, por el mero hecho de la cantidad de
personas que la forman, adquiere un sentimiento de potencia que lo lleva a
ceder a instintos que hubiera refrenado individualmente;
2) el contagio mental conduce a sacrificar el interés personal en aras del
“La personalidad
colectivo; consciente se ha es-
3) el individuo de la masa es altamente sugestionable. fumado, la voluntad y el
discernimiento han queda-
De esto infiere que se encuentra en una situación similar a la del hipno- do abolidos.”
tizado. (Le Bon)
Las masas son emocionalmente simples y exageradas, están intelectual-
mente dominadas por ideas-imágenes alejadas del razonamiento y se en-
cuentran moralmente sometidas a un sentimiento religioso que las lleva a
adorar a un ser que consideran superior (Dios, ídolo, héroe, ideología). La
masa está siempre dirigida por un líder, que utiliza predominantemente, co-
mo medios de acción, los siguientes: si se trata de movilizar por un instante
a la masa, emplea sugestiones rápidas pero si se trata de hacer penetrar
ideas y creencias, recurre a la afirmación, la repetición y el contagio. Por úl-
timo, Le Bon diferencia tipos de masas: las heterogéneas (que pueden ser
anónimas, como una multitud, y no anónimas, como una asamblea) y las ho-
mogéneas (sectas, castas, clases sociales).
A partir de estas ideas, S. Freud elabora en 1921 una teoría de las ma-
sas directamente conectada con sus descubrimientos en el terreno del in-
consciente. Freud entiende que el individuo que pasa a formar parte de la
masa suprime las represiones de sus tendencias inconscientes con lo cual
exterioriza “todo lo malo existente en el alma humana”. Por otra parte, Freud
considera que la psicología colectiva puede explicarse con el concepto de li-
bido: en el alma colectiva se darían relaciones amorosas, lazos afectivos de
identificación con los otros, que están detrás de la sugestionabilidad de las
masas. El individuo de la masa renuncia a su yo en favor del ideal de la ma-
sa encarnado por el líder, por el caudillo. Las masas son para Freud una re-
presentación de la horda primitiva: una entidad dotada de poder extraordina-
rio, que domina a una multitud de individuos iguales entre sí.
Ya a principios de siglo, y particularmente en los años ‘20 y ‘30 pasa a
primer plano la preocupación por las consecuencias políticas de la sociedad
de masas, reavivadas por la experiencia italiana y alemana. No pocos pensa-
dores vuelven a los temas del elitismo clásico. Ortega y Gasset (La rebelión
de las masas, 1930) analiza el conformismo como un dato cultural que uni-
forma peligrosamente a las sociedades europeas.
Desde una perspectiva no aristocrática, en el marxismo, a pesar de su con-
fianza en las masas, predomina la interpretación leninista que ya presentamos
y que llevaba a la necesidad de una “vanguardia”. H. Arendt tiene una visión
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La autoridad es ejercida por una capa limitada de la clase dirigente que coin-
cide con la burocracia estatal. En las sociedades modernas esa clase política
(reclutada mayoritariamente en las clases medias) proporciona una base moral
y legal a su poder recurriendo a la “fórmula política”, es decir a “doctrinas y
creencias reconocidas y aceptadas de manera general”. A diferencia de Weber,
que insistía en que no era necesario “creer” subjetivamente, Mosca tiende a re-
ducir la autoridad a la creencia en una legitimidad, creencia que se manifiesta
en una sumisión voluntaria enmascarada por la creencia de la masa en princi-
pios abstractos, en principios morales formalmente condensados en la fórmula
política. Éstos justifican y fundan su obediencia, impidiéndole ver que esa obe-
diencia se debe a su incapacidad para organizarse y ejercer autoridad.
Otro representante de la escuela elitista, Vilfredo Pareto (1848-1923), he-
redero parcial de G. Mosca analiza la autoridad desde una perspectiva más
amplia, no centrada exclusivamente en la política.
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Uno de los sociólogos que, a partir de los años ‘50 intenta poner al día
el modelo marxista es el sociólogo alemán Ralph Dahrendorf. Retendremos
tres aspectos: la disociación entre la propiedad y el control de las empresas;
la fragmentación de los conflictos; la separación de política y economía.
Para este autor el modelo de Marx corresponde a una fase inicial del capi-
talismo y debe construirse una teoría más general de la sociedad capitalista.
Entre los datos que justifican esta tarea figura la desaparición de una de las
características históricas de la burguesía: la superposición de propiedad y au-
toridad, es decir, de la propiedad de los medios de producción y del control de
las decisiones y del proceso de trabajo. La dirección de las empresas está ca-
da vez menos en manos de los propietarios, y los directivos (managers) son
asalariados de las firmas como otros (una idea que hemos visto formulada en
la unidad anterior como la creación de una “clase de servicios”). La distinción
entre propiedad y organización no es, en realidad, nueva ya que como se ve
corresponde al proceso de burocratización previsto por Weber.
Las relaciones de autoridad (y, en las empresas, las relaciones entre los
propietarios del capital y los dirigentes que detentan la autoridad) pasan a
ser el criterio determinante de las divisiones sociales. A esta diferenciación
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“La distinción entre lización del conflicto supone un cambio en su naturaleza, ya que en la forma
dos tipos de influen- extrema no institucionalizada configura una situación de guerra. Está claro que
cia que propone R. K. Mer-
ton a partir de un estudio la inmensa mayoría de los conflictos no asumen esta forma polar. Conviene en-
empírico va en una direc- tonces examinar las formas de conflicto y su relación con la sociedad donde
ción similar: rechaza la idea
de una elite dirigente en to- se producen. Veamos primero una rápida clasificación para pasar luego a au-
dos los niveles de la socie- tores que se interesaron en los aspectos conflictuales que no se reducen a
dad identificando el perfil una oposición frontal.
del dirigente ‘local’, intere-
sado en el microcosmos que
constituye su universo, y el
‘cosmopolita’, que mantie-
ne muy escasas relaciones 5.6. Las formas del conflicto
con sus conciudadanos, so-
bre los que tiene influencia, Comencemos con algunas distinciones elementales. En primer lugar, los
y se preocupa sobre todo
del mundo exterior, del cual conflictos se distinguen por su objeto. Puede tratarse de bienes escasos
se considera miembro.” (económicos o poder) pero también de valores e ideas (la lucha de las ma-
dres de Plaza de Mayo) o de conflictos por la definición de las reglas de una
relación, grupo o institución.
La institucionaliza-
ción del conflicto En segundo lugar, pueden distinguirse por su estructura. Ciertos conflic-
nos reenvía a uno de los tos son lo que en teoría de juegos se denomina “suma cero”, es decir, con-
conceptos centrales de We-
ber: el de las relaciones so- flictos en los que lo que un contrincante gana es perdido por el otro (el ejem-
ciales “de lucha”: cuando la plo más sencillo es una elección con sistema de dos partidos políticos). Los
acción se orienta a imponer conflictos por la distribución del ingreso en un país tienden a ser de este ti-
la propia voluntad contra la
resistencia de las otras par- po: durante la época de Perón hubo una transferencia de ingresos del sector
tes. Distingue allí la lucha rural al sector urbano y, en éste, a favor de los asalariados. Para que este-
“pacífica”, cuando no hay
violencia física efectiva que mos ante una situación de “suma cero” la economía en su conjunto debe es-
será una “competencia re- tar estancada. Si existe crecimiento, como en el ejemplo concreto de los
gulada” cuando está enmar- años 1946-1951, el total de lo perdido por un sector puede no ser igual a lo
cada por un orden legítimo.
ganado por el otro: todos ganan pero algunos más que otros. Todos los par-
ticipantes en un conflicto pueden salir ganadores (“suma positiva”) cuando,
Lectura
recomendada para seguir con el ejemplo anterior, la expansión económica permite una dis-
Dahrendorf, R., Las clases tribución de ingresos generalizada. Por último, un conflicto puede ser tal que
sociales y su conflicto en la todos pierdan, como en la eventualidad de un conflicto nuclear.
sociedad industrial, Ma-
drid, Rialp, 1974. Los conflictos entre sindicatos y patronal presentan una estructura inter-
media, en la cual uno de los actores se apropia de la mayor parte a expen-
sas del otro u otros. Podemos hacer intervenir en este punto lo visto sobre
la definición de roles y de status, las normas y formas de regulación, las san-
ciones a reglas no respetadas: la institucionalización del conflicto supone la
existencia de un conjunto de reglas compartidas que lo distinguen de una
guerra o una revolución. También puede verse desde este punto de vista el
problema de la desviación: el etiquetamiento de comportamientos desviados
es, en sí mismo, la definición de diferencias sin referencia alguna a un con-
flicto social. En el ejemplo que habíamos visto, la categorización como crimi-
nales de los dirigentes obreros de principios de siglo pretendía colocarlos al
margen y en oposición a comportamientos socialmente “normales” y no co-
mo actores en conflicto.
Las luchas por la redefinición de las “reglas de juego”, haciendo negocia-
ble lo que quienes detentaban el poder definían como “no negociable” fue-
ron momentos capitales en la historia de las clases populares. Es difícil en-
tonces afirmar que un conflicto social está enteramente institucionalizado, ya
que siempre existe un fondo potencial de conflicto (el límite dado por lo que
se puede negociar), límites establecidos por quienes están en una posición
dominante. Una institucionalización total nos acercaría al enfrentamiento en-
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“Sé que moriré sin herederos espirituales y está bien que así sea.
Mi herencia es como una sucesión de dinero en efectivo, reparti-
da entre numerosos descendientes; cada uno, según su carácter,
invierte su parte en una compra particular en la que es imposible
reconocer la herencia de la que proviene”
(G. Simmel, 1858-1918)
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pos viviendo en armonía perfecta sino que tal grupo no tendría nada de vi-
viente; es necesaria “una cierta relación cuantitativa de armonía y discordia,
de asociación y de competencia”.
El conflicto, más precisamente, y éste es el punto principal de la idea de
Simmel, es ambivalente.
Se supone corrientemente que sólo las fuerzas sociales positivas contri-
buyen a la unidad y que para que exista sociedad los elementos conflictua-
les no deben llegar a oponerse. Se puede ver en esta idea, agrega Simmel
en una interesante nota, la versión sociológica de una concepción para la
cual, siendo la vida siempre el teatro de una lucha entre elementos positivos
y negativos, sólo lo positivo le proporcionaría una sustancia mientras que lo
negativo sería por definición aquello a eliminar para que exista vida.
Para Simmel, al contrario, debe considerarse a la vida como la totalidad
que engloba las contradicciones, una totalidad que está presente en cada
uno de los contrarios y en su coexistencia.
Es preciso aquí hacer una aclaración. No estamos ante una formulación
dialéctica que, como en el pensamiento hegeliano y marxista, sería supera-
ción de las oposiciones (negación de la negación) sino ante una dialéctica
sin síntesis. Lo negativo posee también una positividad. Los contrarios se
oponen dentro de una unidad, la unidad de la vida que está presente y los
supera. En términos más sociológicos esto significa que sería erróneo ver en
el conflicto y en la cooperación dos categorías excluyentes. Estamos así le-
jos de la concepción tradicional para la cual, en una sociedad perfecta sin di-
sensiones ni antagonismos, en la unidad más completa posible, el conflicto
sería considerado como un mal, como un elemento disfuncional que sería ne-
cesario eliminar rápidamente, una concepción que está en el origen de todas
las utopías sociales, desde la República de Platón hasta el ideal de una so-
ciedad sin clases.
Para Simmel la situación conflictiva no es una enfermedad de la sociedad,
y no es posterior a su constitución sino que es “socializante”, productora de
sociedad en su ambivalencia misma. Intenta mostrarlo a través del análisis
minucioso de innumerables tipos de conflicto: examina los lazos creados en-
tre adversarios, las consecuencias que provoca la lucha en función de la im-
portancia numérica del grupo y distingue, a partir de un número de casos lí-
mite, el verdadero conflicto, donde la hostilidad está unida indisolublemente
a otros componentes psíquicos y que será más o menos intensa según el
grado de integración del grupo (según la mayor o menor comunidad de ideas,
sentimientos o intereses).
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Referencias bibliográficas
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