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LOS CUERPOS

FRAGMENTADOS
LA INTERVENCIÓN EN LO SOCIAL
EN LOS ESCENARIOS DE LA EXCLUSIÓN
Y EL DESENCANTO
ALFREDO J. M. CARBALLEDA
LOS CUERPOS FRAGMENTADOS
TRAMAS SOCIALES
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50. Alfredo J. M. Carballeda
Los cuerpos fragmentados
LOS CUERPOS
FRAGMENTADOS
La intervención en lo social
en los escenarios de la
exclusión y el desencanto

ALFREDO J. M. CARBALLEDA

~1~
PAIDÓS
Buenos Aires
Barcelona
México
Carballeda, Alfredo Juan Manuel
Los cuerpos fragmentados : la inteNención en lo social en los escenarios
de la exclusión y el desencanto. - 1a ed. - Buenos Aires: Paidés, 2008.
112 p.; 21x13 cm.· (Tramas sociales)

ISBN 978-950-12-4550-9

1. Sociología. l. Título
CDD 301

Cubierta de Gustavo Macri

I' edición, 2008

Reservados todos ]os derechos. Queda rigurosamente prohibida, si:l la


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Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

Impreso en Buenos Aires Print


Anatole France 270, Sarandí, Pcia. de Buenos Aires,
en agosto de 2008

Tirada: 3.000 ejemplares

ISBN 978-950-12-4547-9
A Patricia, mi compañera, y Juan Manuel,
mi hijo, con la certeza de que,
gracias a ellos, escribir es posible.
ÍNDICE

Introducción. Intervención en lo social y .


pensamiento crítico .. ... .. ... ... ... .... ... .. .... ... ...... .. ... . 11
La emergencia de un sujeto inesperado................ 11
Las problemáticas sociales complejas .................. 16
El sentido de la intervención ..... ........................... 19

l. La irrupción de nuevos interrogantes hacia


la intervención en lo social ... .... .. .. .. .. .. .... .... .. ... .. 23
Contexto, escenario, intervención y problemas
sociales .. .. .. ... . .. ... . .. .. .. .. .. .... .. . .. . .. .. .. ...... .. .. .. .. .. .. .. 23
La cuestión social hoy. Una primera mirada
desde la intervención ..... ................................... 26
Las prácticas .................. ..................... .... .............. . 30
Las problemáticas sociales complejas
y la intervención ..... ........................................... 34
Lo social de la intervención .. .... .. .. .... .. .... ... .. .. . .. . .. . 37
Algunos elementos teórico-analíticos en diálogo
con la intervención ....... ..................................... 40
.
L a mtervenc1on ., h oy ............................................. . 41
La intervención como interpelación ............. ...... . 46
El cuerpo y las inscripciones de lo social.. ....... ... .. 48
10 Alfredo J.M. Carballeda

2. La intervención en lo social como diálogo.


Una mirada hermenéutica y genealógica ........ 53
Modernidad y disciplinamiento ............................ 53
Intervención y cuestión social .............................. 58
Intervención, poder, legitimidad .................. ... ..... 65
Intervención, razón, virtud y redención .............. 67
Intervención en lo social y ciudadanía.................. 69
Algunos caminos posibles. La intervención como
diálogo .............................................................. 70

3. Los escenarios de la intervención. Una mirada


metodológica........................................................ 7 5
Las cartografías sociales y el territorio de la
intervención .. .. .......... .. .. ..... ...... ......... .. ..... .. ... . ... 75
La noción de escenario de intervención.............. 80
Intervención, poder y saber. Su puesta en escena
en la vida cotidiana .. .... ..... .. .. .. ... ... .. .. ....... .. ... ... .. 86

4. La intervención y los cuerpos fragmentados.


De las narrativas del dolor a la reinscripción
social ...................................................................... 95
La recuperación de lo propio. Sujeto, lazo social
y deseo, otra vía de acceso a las problemáticas
sociales complejas .............................................. 95
Las historias sociales como textos. Las narrativas
del padecimiento ........ . ... ... .. . ........ ....... ...... .... ... 99
La intervención como dispositivo ........................ 102
El sentido epistemológico de la intervención ...... 104

Bibliografía ................................................................ 107


INTRODUCCIÓN
Intervención en lo social
y pensamiento crítico

La emergencia de un sujeto inesperado

Los contextos y los escenarios cambiantes caracteri-


zan a nuestras sociedades en las últimas décadas y mar-
can una serie de nuevos interrogantes en lo que respec-
ta a la intervención en lo social. Estos cambios pueden
observarse en diferentes esferas, que abarcan desde lo
socioeconómico hasta el sentido de la vida cotidiana en
las diversas y heterogéneas tramas sociales.
La crisis de los espacios de socialización, como la
familia, el barrio, la escuela, la universidad o el trabajo,
provocó una serie de cuestionamientos sobre el sentido
de esos ámbitos y sobre la posibilidad y la necesidad de
una reconfiguración de éstos. Pero esa crisis también da
cuenta de un conflicto de los espacios cerrados en tanto
lugares de construcción de subjetividad, de transmisión
de pautas, de códigos, de identidades y de pertenencia;
lugares donde los individuos se materializaban en imá-
genes esperadas y previstas por el todo social. Así, el
sujeto producido por la escuela era esperado por la
fábrica o la universidad.
La caída del modelo keynesiano en la economía y la
imposición del neoliberalismo trajeron aparejada una
12 Alfredo J.M. Carballeda

nueva forma de las relaciones sociales. El vínculo y el


lazo social como elementos constitutivos de solidarida-·
des se fueron diluyendo en la medida en que avanzaba la
competencia en forma desesperada, surgida muchas
veces como necesidad o como mandato ligado a la
supervivencia. La crisis de incertidumbre que atraviesan
nuestras sociedades acompafi.a esa distribución de nue-
vos contextos, y lo que sobresale es una gran diversidad
de cuestiones que van enlazando un sentido diferente
para las palabras y las construcciones discursivas ligadas
a las nociones de educación, familia, trabajo, futuro,
sociedad, en las que el común denominador en esos dis-
cursos muestra la emergencia del mercado como un
ordenador de la sociedad.
Las sociedades de control reemplazan a las socieda-
des disciplinadas (Deleuze, 1991); en otras palabras, los
nuevos cimientos de lo social, ligados a la lógica del
costo-beneficio, generan una sociedad signada por las
relaciones violentas, donde el otro deja de ser un cons-
tructor de identidad y de confianza, y se transforma en
un objeto que puede ser un impedimento para el desa-
rrollo personal o un competidor (enemigo), según la
lógica de la supervivencia. Se trata de soc~edades en las
que la desigualdad implica no sólo nuevos territorios,
sino especialmente nuevas figuras de terror al fracaso, a
la frustración, al infortunio, formas metafóricas y reales
de la "caída" en los oscuros espacios de la exclusión. La
desigualdad social se transformó en un nuevo elemento
de control, que no requiere, en muchos casos, de insti-
tuciones especializadas sino que se ejerce desde el cui-
dado de "uno mismo", de la propia disciplina del yo.
Los cuerpos fragmentados se muestran en esas nuevas
iconografías del control, donde el cuerpo "sano" como
valor narcisista se transforma en una especie de collage
en el que se construye la ilusión de pertenecer, según las
Introducción 13

necesidades de cada escenario. Imágenes, en definitiva,


que se arman y desarman según la ocasión y la necesi-
dad de mostrarse para seguir perteneciendo. Una socie-
dad "joven", liderada mediáticamente por adultos dis-
frazados con retazos de jóvenes. La desigualdad social,
desde el terror y el espanto, disciplina a la sociedad.
El control, si antes se expresaba en los cuerpos y se
dirigía a ellos, hoy se inicia desde allí, desde esa necesi-
dad de articularlos y de adaptarlos a las expectativas y a
las posibilidades de la inserción social, y del manteni-
miento de ésta a cualquier precio. El nuevo orden de los
cuerpos, ahora fragmentados y reordenados según las
reglas construidas por la competencia y el mercado, es
una señal metafórica del estallido de la sociedad. El cui-
dado de uno mismo, en tanto disciplina de los cuerpos,
dialoga con la desigualdad, dado que se construye den-
tro de una lógica competitiva en escenarios donde con-
viven la exclusión social y la concentración de la rique-
za, a veces sólo separados por muros reales o simbólicos,
que encierran a unos y a otros dentro de una parálisis
que impide la movilidad social de los más desposeídos.
Los cuerpos sometidos según estas nuevas razones de
"mercado" necesitan disciplinarse para ser, para reafir-
mar su inclusión, en definitiva, para despejar el fantas-
ma de la propia caída. Finalmente, el temor atraviesa
muchas veces los cuerpos y los escenarios de interven-
ción, como una especie de señal que actúa como orde-
nadora de la sociedad.
Existe una puja por pertenecer a lugares, a espacios
sociales, en los que nunca quedan claras las reglas del
juego que marcan la forma de llegar y de mantener esa
pertenencia. Los cuerpos dejan de ser aquello que el
mandato cartesiano declamaba: recipientes del ser; para
ser, supuestamente, ellos mismos. Se es el cuerpo en
sociedades donde sólo la imagen y la estética delimitan
14 Alfredo J.M. Carba/leda

las zonas de la certeza. En este contexto, la emergencia


de derechos subjetivos hace que los deberes para con
uno mismo se transformen en derechos individuales,
atravesados por el narcisismo, el hedonismo, la búsque-
da de placer, muchas veces como una forma de detener
el padecimiento.
Así también, en un contexto de fragmentación social
y de pérdida de la noción de pertenencia a un todo,
donde el deber queda ligado a la esfera de lo individual
y poco se relaciona con el sostenimiento de la sociedad,
los deberes se transforman en elección personal. La
obligación moral cambia hacia la gestión integral del
costo-beneficio, donde los cuerpos son sometidos a una
evaluación continua desde la lógica del mercado. Ante la
pérdida de la certeza en el Estado como gran ordenador
y generador de sentidos para la vida social, las institu-
ciones y la vida social se desarticulan, se tornan impre-
decibles, pierden su mandato solidario. El sujeto queda
en soledad, aislado, atravesado por el desencanto y el
rechazo.
De este modo, el individuo se pertenece a sí mismo;
en contradicción con el mandato cartesiano que lo divi-
día en dos (cuerpo y mente) y lo obligaba a conservar la
vida, ahora tiene el derecho subjetivo a no sufrir, dejan-
do de lado los mandatos superiores del todo social.
Como sostiene Lipovetsky (1994), nuestras socieda-
des han liquidado todos los valores sacrificiales, sean
éstos ordenados por la otra vida o por finalidades profa-
nas, la cultura cotidiana ya no está irrigada por los impe-
rativos hiperbólicos del deber sino por el bienestar y la
dinámica de los derechos subjetivos; hemos dejado de
reconocer la necesidad de unirnos a algo que no sea
nosotros mismos.
En este contexto y en la singularidad de cada situa-
ción de intervención, el sujeto que emerge no es el espe-
Introducción 15

rado por los viejos mandatos institucionales sino que es


otro, que muchas veces recibe la mirada asombrada e
interpelante de la institución que lo ratifica en el lugar
de un objeto no anhelado. Entonces, en soledad, éste
construye su propia lógica del acontecimiento, de lo que
le ocurre, desde su propia perspectiva de lo que debe
hacerse frente a su problema, elaborando de esta mane-
ra una trayectoria institucional que se singulariza a la
fuerza. Desde su propia y solitaria racionalidad, va cons-
truyendo la utilización de los recursos y los recorridos
dentro de las instituciones.
Ese sujeto sigue siendo un interrogante, que suscita
confusión y azoramiento para los modelos clásicos de
intervención. Una presencia de pasado y presente que se
inscribe de una manera desorganizada y de difícil com-
prensión. Estas cuestiones se presentan en una sociedad
en la que el por"Venir sigue transitando una ruta opaca-
da por la incertidumbre y la falta de convicciones que
permitan pensar en proyectos de futuro en forma colec-
tiva.
Irrumpe en este contexto ese sujeto inesperado, cons-
tituido en el padecimiento de no pertenencia a un todo
social, dentro de una sociedad fragmentada que trans-
forma sus derechos subjetivos en una manera de opre-
sión en la que se destacan sus derechos vulnerados.
Emerge allí donde la complejidad del sufrimiento marca
las dificultades para la intervención con la que se
encuentran los abordajes clásicos, uniformes y preesta-
blecidos, a partir de expresiones transversales de la cues-
tión social, que superan muchas veces los mandatos de
las profesiones y las instituciones. Así, el sujeto es sólo
individuo precario, temporal, y se obtura su posibilidad
de ser en su relación con otros.
16 Alfredo J.M. Cm·balleda

Las problemáticas sociales complejas

Se presentan así nuevas expresiones de la cuest10n


social, caracterizadas por una complejidad que remite
tanto a los aspectos objetivos como subjetivos de los
problemas sociales; es decir, tanto desde una perspecti-
va normativa como desde su impacto en la sociedad.
En otro plano, en las sociedades actuales, las repre-
sentaciones de los problemas sociales, como construc-
ción simbólica, se recrean en las interacciones con la
propia sociedad, las instituciones, las prácticas que se
ejercen en ellas y los propios sujetos de la intervención.
Las problemáticas sociales complejas no son estáticas, se
mueven en los laberintos de la heterogeneidad de la
sociedad, en la crisis de deberes y derechos subjetivos,
en el ocaso de los modelos clásicos de las instituciones y
en la incertidumbre de las prácticas que intentan darles
respuestas. Interpelan desde los derechos sociales y civi-
les no cumplidos, pero también lo hacen desde el deseo.
A su vez, las problemáticas sociales actuales están atra-
vesadas por diferentes componentes, cada uno de los
cuales tiene su propia representación tanto en la esfera
del sujeto, su grupo de pertenencia, su red social, como
en el resto de las prácticas y modalidades de interven-
ción.
Puede decirse también que las problemáticas sociales
complejas son transversales, y abarcan una serie de difi-
cultades que se expresan en forma singular en la esfera
del sujeto. Reclaman intervenciones desde diferentes
ámbitos, lo que implica nuevos desafíos para las posibi-
lidades de la interdisciplina. Pareciera que cada caso,
cada momento de intervención requiere un proyecto
para construir a partir de la diversidad de ese otro, y se
observa la necesidad de su palabra, su comprensión y
explicación del problema como forma de aproximación
Introducción 17

a la "verdad" de éste. Las problemáticas sociales com-


plejas exceden las respuestas típicas de las instituciones,
dado que éstas fueron construidas dentro de una lógica
más ligada a la homogeneidad de las poblaciones que a
su heterogeneidad, y reclaman respuestas singulares.
Incluso, cada problemática implica recorridos institu-
cionales diversos según cada caso.
Dentro de su contexto de aparición, las problemáti-
cas sociales complejas muestran en forma descarnada los
efectos de las tensiones entre necesidades y derechos.
Dan cuenta de cómo la pérdida de derechos sociales
conlleva a un progresivo o rápido quebranto de éstos,
desde una perspectiva de inseguridad social (Carballeda,
2006) en la que el Estado actuaba como un reductor de
los riesgos sociales y garante de los derechos sociales y
que, en contextos siguientes, favoreció su vulneración al
entregarse a la tiranía del mercado.
Teniendo en cuenta que las instituciones fueron cre-
adas a partir de una configuración de sociedades inte-
gradas, donde la desintegración era una tensión posible,
los dispositivos típicos de intervención entran en crisis
dada la complejidad de las demandas y la turbulencia de
los escenarios. Por otra parte, las instituciones no se
fundaron en contextos en los que la exclusión social
sobresalía como problema, al menos visible; por eso la
exclusión social como categoría de análisis sería una
expresión de los malestares actuales. Los orígenes de las
instituciones de intervención social en general se vincu-
lan a la necesidad de gobernabilidad a partir de la cons-
trucción de poblaciones homogéneas, estables y articu-
ladas en un todo.
Las nuevas formas de gobernabilidad que se constru-
yeron en los escenarios del neoliberalismo utilizaron a
la exclusión social como insumo, se sostuvieron en ella,
ya sea desde el temor a ser excluido, a no pertenecer,
18 Alfredo J.M. Carbatleda

como desde la necesidad de subsistir y sobrevivir cuan-


do ya se estaba fuera de la sociedad.
La cuestión social hoy se tensiona a partir del dere-
cho a pertenecer, a no migrar, y para resolverse necesi-
ta que se generen nuevas formas de reinscripción e ins-
cripción social. En definitiva, el derecho a la inclusión,
a la identidad, a formar parte de la comunidad y de la
cultura implica nuevas complejidades y requiere un
abordaje desde la intervención.
De este modo, las problemáticas sociales complejas
se presentan como un verdadero desafío para las políti-
cas públicas y la legislación, ya que demuestran la vul-
neración de derechos, la incertidumbre, el desencanto y,
especialmente, las nuevas formas de construcción de
procesos de estigmatización ligados a grupos sociales
determinados.
Estas nuevas preguntas sobre la intervención en lo
social suponen una serie de discusiones y definiciones,
que van desde sus aspectos epistemológicos hasta la
construcción y la reelaboración de sus instrumentos y
metodologías.
Cabe preguntarse si la intervención es un campo de
conocimiento y si, como tal, debe definirse como un
saber que se construye a posteriori, en definitiva, a partir
de la experiencia. La práctica interroga a la teoría, le
genera nuevas preguntas, elabora nuevas síntesis atrave-
sadas por la inminencia del contexto en la singularidad
microsocial del escenario de intervención. En este
aspecto, la experiencia de la intervención cuenta en la
actualidad con un capital cultural significativo que per-
mite una visión de la práctica signada por la noción de
acontecimiento, teniendo en cuenta que el aconteci-
miento no es simplemente lo que sucede (accidente) sino
que está en lo que sucede; desde allí nos inventa, nos
construye y tal vez nos espera. El acontecimiento, de ese
Introducción 19

modo, genera la demanda, y a partir de ella es posible


acceder a nuevas respuestas. El acontecimiento es tam-
bién algo local y singular, e implica la irrupción de nue-
vos sentidos dentro de determinados procesos y, quizás,
de posibles fisuras ligadas intrínsecamente a órdenes
que se presentan como estáticos e inexpugnables. La
noción de acontecimiento tal vez puede servir para
comprender en profundidad las lógicas de las situacio-
nes con las que la intervención en lo social se enfrenta
en su práctica cotidiana y, desde allí, construir, junto con
ese otro que reclama la intervención, las posibilidades
de transformación que ésta conlleva.

El sentido de la intervención

En lo que respecta a la intervención en lo social se


hace necesario repensar diferentes perspectivas instru-
mentales. Es posible que éstas se construyan en el diálo-
go con los distintos campos de saber desde un enfoque
orientado hacia la intervención pero, básicamente, en
relación con su "sentido".
Es frecuente observar disímiles formas de expresión
de la intervención en lo social, cuyos desarrollos culmi-
nan en metas u objetivos limitados. La intervención, si
bien puede pensarse en relación con metas y propósitos
puntuales, debe definirse en relación con sus fines últi-
mos. En este aspecto la historia señala algunas cuestio-
nes resultan interesantes.
El surgimiento de las ciencias sociales, tal como las
conocemos en la actualidad, estuvo acompañado hacia
fines del siglo XIX de la aparición del trabajo social, dis-
ciplina que surgió con el objetivo de intervenir a partir
del conocimiento de lo social. En otras palabras, se
intentaba conocer sistemáticamente la sociedad para
20 Alfredo J.M. Carballeda

intervenir sobre ella. En ese período sobresalía la preo-


cupación por la integración de la sociedad, por la amal-
gama de ésta, cuando ya se había agotado el modelo
económico de la segunda Revolución Industrial y el
liberalismo.
A fines del siglo XIX y principios del XX surgieron
los Estados modernos, que en poco tiempo se caracteri-
zarían por su centralidad en relación con la sociedad.
Desde allí se construyeron dispositivos de intervención
bajo la forma de instituciones, que comenzaron a entrar
en crisis a partir del desmoronamiento del Estado de
bienestar. El origen de las intervenciones modernas en
lo social puede ubicarse en ese contexto, donde es posi-
ble observar que los pensamientos hegemónicos de esa
época, como el positivismo y el liberalismo económico,
siguen aún presentes, pero dialogan con otras formas de
entender lo social, tal vez más ligadas al lazo social y a
una perspectiva de comunidad.
La intervención no puede desprenderse de la socie-
dad a la que pertenece, de allí que se entrecrucen dife-
rentes miradas y discursos que, en este contexto de com-
plejidad, es conveniente analizar. Desde un punto de
vista epistemológico, es posible interpelar a la interven-
ción en sí misma. En otras palabras, muchas veces la
intervención es pensada y puesta en acto desde una
perspectiva cercana a la relación causa-efecto, que vin-
cula a esta actividad más con las ciencias naturales que
con las sociales.
De esta forma se construyen determinismos subjeti-
vos que atraviesan a todos los actores del escenario de la
intervención. Es así que se produce una visión, si se
quiere "fatalista", que anuncia el resultado o el fracaso
del programa, de la política o del plan que se está ges-
tando. Conviene pensar la intervención a partir de con-
dicionantes y no desde determinantes, lo que nos lleva
Introducción 21

al terreno de lo probabilístico, donde la singularidad y la


subjetividad suben a escena ahora con papeles relevan-
tes. La intervención en lo social es una acción básica-
mente intersubjetiva y fuertemente discursiva. De allí
que la palabra, la mirada y la escucha sigan siendo sus
elementos más sobresalientes.
Desde una perspectiva académica, cabe preguntarse
por el "lugar" de la intervención social como epistenie, si
se construye como conocimiento a priori o a posteriori.
La intervención en lo social básicamente se vincula al
conocimiento a posteriori; su saber proviene de la prácti-
ca cotidiana. La intervención se funda en el hacer y es
allí donde deben abrevar el conocimiento y especial-
mente las preguntas dirigidas a otros campos del saber.
Así, surgen algunas nuevas interpelaciones que, en los
escenarios actuales de intervención, se vinculan a las
formas de acceso a la subjetividad, a pensar las repre-
sentaciones sociales del problema que se quiere abordar,
a las construcciones intersubjetivas y a cómo esas repre-
sentaciones atraviesan el momento de la intervención.
Tal vez una mirada a las modalidades de registro, de
escritura de las prácticas, dé cuenta de cómo se produ-
cen diferentes encuentros con la singularidad o si ésta es
ocultada detrás de casilleros que sólo intentan construir
tablas, formularios que sirven para mensurar y cuantifi-
car poblaciones que se cimientan artificialmente.
Una vía de acceso posible a la singularidad es la utili-
zación de la noción de "trayectoria", entendiéndola
como historia social de vida, en una aplicación que trate
de ubicar diferentes marcas biográficas, rupturas en la
historia de ese sujeto, concebido como sujeto histórico-
social. En este aspecto, la memoria como instrumento
de intervención confiere un carácter singular a ese otro
en el diálogo con el propio relato colectivo que lo rodea.
A partir de los cambios contextuales ya mencionados,
22 Alfredo J.M. Carballeda

y de las nuevas expresiones de la cuestión social enun-


ciadas como problemáticas sociales complejas, la inter-
vención en los escenarios actuales se puede orientar
hacia la reparación, hacia la recuperación de capacida-
des y habilidades que fueron posiblemente obturadas
por las circunstancias que generaron la desigualdad.
De este modo, el concepto de reinscripción llevado a
la intervención social implica la deconstrucción de pro-
cesos de estigmatización, desde un abordaje singular del
padecimiento objetivo y subjetivo. Pero, básicamente,
reinscripción significa la recuperación de la condición
sociohistórica del sujeto. Es por ello que la intervención
se enuncia como posible dispositivo de reconstrucción
de subjetividades, entendiendo la necesidad como pro-
ducto de derechos sociales no cumplidos y consideran-
do la intervención como un medio y no un fin en sí
mismo, dado que contribuye a la integración de la socie-
dad desde una lógica básicamente inclusiva. La inter-
vención se transforma en un hacer de tipo anticipatorio,
en la medida en que pueda recuperar su carácter estra-
tégico, entendiendo que la principal característica de su
escenario es ser el lugar de encuentro entre lo macro y
lo micro social.
CAPÍTULO 1
La irrupción de nuevos interrogantes
hacia la intervención en lo social

Contexto, escenario, intervención y problemas


sociales

Las diferentes formas de expresión del contexto


actual, sus inscripciones y condicionamientos, transfor-
man y construyen de diferentes maneras los escenarios
de intervención en lo social. En ellos, lo macrosocial y
lo microsocial dialogan en espacios donde la singulari-
dad se expresa en sus formas más diversas. Aun así, con-
viven con lo singular algunos denominadores comunes
en los que el padecimiento cobra formas previsibles. Los
escenarios de la intervención, como expresión de lo
macrosocial en lo microsocial, fueron cambiando en los
últimos años a partir de las diferentes relaciones cultu-
rales, sociales y climas de época. En la actualidad, esa
complejidad impregna desde las situaciones más fre-
cuentes hasta la irrupción de nuevos problemas. Los
escenarios de la intervención también son atravesados
por mandatos provenientes de los enunciados de la
modernidad, a veces desgastados y deslegitimados, que
se expresan en normativas, discursos y formas institu-
cionales, donde las certezas se transforman hoy en
incertidumbre. En definitiva, los escenarios de la inter-
24 Alfredo J.M. Carba/leda

vención se encuentran atravesados por circunstancias de


difícil comprensión y explicación, y la dificultad para
conocer se presenta, entre otras formas, como una ins-
cripción cotidiana en los cuerpos de todos los actores
-niños, jóvenes, padres, operadores y profesionales-, lo
que construye nuevas formas de padecimiento.
Por todo ello, es posible y necesario intentar pensar
la intervención a partir de caminos que no son transita-
dos con frecuencia. En este aspecto, es viable pensarla
también desde sus limitaciones, para que no quede asida
a teorías y prácticas que la satisfacen en forma efímera,
pero que también generan una sensación de vacío, de
falta, que construye nuevas formas de incertidumbre,
pero ahora hacia el interior de la propia intervención.
Interpelar a la intervención desde sus limitaciones,
construir desde allí formas de abordaje, puede ser un
camino a seguir. Especialmente en tiempos en los que la
uniformidad estalla y se esparce en infinidad de expre-
siones por develar, por rearmar, en escenarios suma-
mente confusos.
Pensar la posibilidad de intervenir en lo social desde
la singularidad no supone, solamente, reafirmar viejos
esquemas de otras prácticas, sino que implica revisar,
desde la noción misma de singularidad, el significado
social, cultural y particular de la intervención. La recu-
peración de la historia y de la subjetividad muestra posi-
bles caminos para una mayor comprensión, y para,
desde allí, construir nuevos horizontes y sentidos hacia
la intervención en lo social. También, desde una mirada
reflexiva y crítica de los esquemas clásicos del hacer, es
posible observar que los dispositivos de protección sue-
len revelar su incapacidad o mostrar en forma descarna-
da su rostro más perverso. Por ejemplo, en el territorio
de la niñez, muchas veces las estructuras de la protec-
ción social no sólo incumplen con sus enunciados, sino
La i1Tttpción de nuevos interrogantes hacia la intervención... 2S

que operan desprotegiendo, descuidando, expulsando a


niños y jóvenes, y transformándolos en desaparecidos
sociales. Esas nuevas formas de expulsión generan estra-
tegias desesperadas de supervivencia en las que todo es
posible: lo legal, lo ilegal, lo codificado, la ruptura, lo
efímero, basándose en la idea de que cualquier precio
puede pagarse por el hoy, ya que el mañana se presenta
casi como una utopía irrealizable.
La pérdida de visibilidad de los problemas sociales en
toda su complejidad, tanto por parte de la sociedad
como de las instituciones, muestra el tránsito de innu-
merables espectros que deambulan por las ciudades,
dejando ver, a veces, parte de sus cuerpos y padecimien-
tos. De allí la necesidad de pensar la intervención desde
sus limitaciones y no desde los logros o mandatos codi-
ficados en otros contextos. Pareciera que las drogas, la
transgresión, el conflicto con la ley están allí, esperando
ser usados para disminuir el dolor, para conferir certe-
zas efímeras, para construir identidad o, en definitiva,
para hacer visible aquello que la sociedad niega, natura-
liza y ubica en la oscuridad y las sombras, como una
forma quizás desesperada de no querer ver.
La demanda de la sociedad ante estas nuevas mani-
festaciones de la cuestión social se desplaza hacia la pre-
ocupación por la anomia, la demanda de institucionali-
zación del castigo, la reclusión o el encierro, como
diferentes maneras de confinar lo que no se quiere ver.
Una invisibilidad enunciada desde la ilusión de pro-
puestas correccionales y readaptativas que prometen
cambios en la subjetividad de ese otro tan incierto como
desconocido. No son sino actitudes disciplinarias, que
se encuentran todavía impregnadas de un fatalismo
positivista, en el que circula el fantasma de la no recu-
peración de esos otros que son vistos como responsables
de una sociedad que se disuelve.
26 Alfredo J.M. Cn.rballeda

La institucionalización y el aislamiento muchas veces


ratifican la desprotección y no logran esclarecer las cir-
cunstancias que construyen la complejidad de los pro-
blemas, en tanto operan como castigo. La intervención
en lo social, de esta manera, se transforma en algo
mucho más confuso y complejo, donde la irrupción de
nuevos problemas sociales demuestra la necesidad de
diálogos entre los diferentes campos y dominios de
saber. Éstos muchas veces se construyen en espacios
inciertos, surgidos a partir de la necesidad; dispositivos
al fin, allí, donde las categorías de la clasificación cons-
truidas dentro del espíritu ilustrado y enciclopedista no
explican ni son útiles para comprender y orientar el
hacer.
Por otra parte, en la complejidad de los escenarios
actuales se hacen visibles, posiblemente con más clari-
dad, los cimientos modernos de la intervención, naci-
dos dentro de la contradicción entre libertad y coer-
ción.

La cuestión social hoy. Una primera mirada desde


la intervención

Una larga serie de circunstancias inestables y enma-


rañadas viene atravesando la cultura y la sociedad en
Occidente desde hace más de cuarenta años. Durante
ese período, diferentes acontecimientos se inscribieron
en la memoria colectiva generando incertidumbre,
desazón, desencanto, pero especialmente nuevas formas
de padecer, de sufrir, que van desde las consecuencias de
la aplicación sistemática del terrorismo de Estado hasta
el temor que implica la posibilidad de descenso en los
oscuros espacios de la exclusión social y el terror que
genera la inestabilidad de los "mercados".
La irrupción de nuevos inte17"ogantes hacia la intervención... 27

Los índices de empobrecimiento, caída y desigualdad


económica se multiplicaron y acumularon diferentes
formas de injusticia en un mundo signado por el culto a
un "dios" denominado mercado, al que cada día se
entregaban las vidas y esperanzas de muchas personas.
Se trataba de mantener su "humor" y no provocarle
"alteraciones de carácter" a partir de las conocidas "pre-
ocupaciones del mercado". Se imponía la aceptación de
esa lógica por medio de la aplicación de una violencia
sistemática, real y simbólica, cuyo alivio, como ráfaga
fugaz, pasaba por la afirmación de que lo que estaba
ocurriendo era transitorio. Se decía, también, que cada
caída en la exclusión era responsabilidad individual,
especialmente por no saber adaptarse a un "nuevo orden
mundial" que fortalecía su discurso único.
En todos esos años, nuevas formas del padecimiento,
relacionadas con las expresiones de la injusticia, fueron
presentándose en otros actores que ahora comenzaban a
recorrer las salas de los desmantelados servicios estata-
les de protección. Eran rostros novedosos, algunos (los
que penosamente lograban llegar) procedían de la
pobreza estructural, otros veían con asombro que se
encontraban allí luego de una situación de caída que los
hallaba sin trabajo, sin cobertura social y con lazos
sociales deteriorados. Las nuevas víctimas del discipli-
namiento del mercado comenzaban a mostrar en las ins-
cripciones de sus cuerpos, en la desazón de la cotidia-
neidad, el recorte de su ciudadanía. Así, la vida diaria se
transformaba en algo precario e incierto, porque la pér-
dida de derechos sociales llevaba a un rápido desliza-
miento y a la privación de los derechos civiles y de la
autonomía.
En este contexto de nuevas y viejas demandas, ubi-
cadas en escenarios desconocidos por demasiado nove-
dosos, comenzaron a expresarse historias de personas
28 Alfredo J.M. Carballeda

que intentaban poner en palabras la singularidad de lo


que les ocurría y se iba inscribiendo en cada una de
ellas. Nuevas narrativas del dolor, que incorporaban
otros lenguajes, hablando de más y nuevas pérdidas,
donde el futuro, de golpe, se transformaba en incerti-
dumbre. Eran historias de padecimientos que se entre-
cruzaban en los pasillos de los hospitales, en las salas
de espera de los centros de salud, en las secretarías de
acción social de los municipios, en las escuelas, en las
iglesias, con una esperable superposición de lógicas,
formas de comprender y explicar la realidad, y lo que
ocurre dentro de ella.
Estas situaciones comenzaron a objetar las prácti-
cas que intervienen en lo social y las instituciones. Así,
la cuestión social comenzó a hacerse visible, y lo que
es visto interpela, genera nuevos interrogantes, que
van desde las formas de intervención hasta la necesi-
dad de establecer nuevos diálogos con los marcos teó-
ricos que las sustentan. Tal vez la sola presencia de
estas nuevas realidades suscitó una necesaria reflexión
sobre las prácticas, sus instrumentos, su horizonte y su
sentido.
Es posible ordenar estas nuevas cuestiones según las
problemáticas relacionadas con la socialización y la
construcción de identidad, con el incremento de las difi-
cultades de accesibilidad (económica, social e institucio-
nal), con la incertidumbre respecto de la disponibilidad
de insumos, con la inseguridad sobre la continuidad de
los profesionales y técnicos orientados hacia la interven-
ción, a partir de las contrataciones flexibles, con la apa-
rición de problemáticas emergentes relacionadas con
procesos de exclusión social, con la no continuidad de
los tratamientos e intervenciones. También aparecen en
forma creciente las demandas relacionadas con temas
novedosos, como la crisis de las instituciones, la apari-
La irrupción de nuevos interrogantes hacia la intervención... 29

ción de demandas complejas y transversales, 1 la falta de


respuesta ante la dificultad de construir nuevas subjeti-
vidades, el entrecruzamiento de las condiciones
ambientales, alimentarias y de infraestructura, la inse-
guridad social y las nuevas formas de la violencia. Todas
estas cuestiones se presentan en escenarios desconoci-
dos que se imbrican en contextos renovados.
En definitiva, aún se está ante nuevas formas de
demanda hacia la intervención en lo social, relacionadas
con nuevos padecimientos, atravesados por evidentes
condicionantes sociales.
La cuestión social hoy muestra esa complejidad, que
abarca los problemas enumerados, pero también los dis-
positivos de intervención. Es decir que la cuestión social
desborda y traspasa límites. No sólo se construye a par-
tir de problemas derivados de la injusticia, de la desi-
gualdad y de las nuevas formas del padecimiento, sino
también a partir de las dificultades que suscitan las
modalidades clásicas de intervención, lo que provoca
que la resolución misma de los problemas sociales se
transforme, de algún modo, en un nuevo problema y
genere mayores complicaciones.
En otras palabras, las propias prácticas que intervie-
nen en lo social están dentro de los escollos que se
deben dilucidar, ya que la mera aplicación de éstas
puede contener más incertidumbre que resolución. Por
eso es necesaria su revisión.

l. Las demandas transversales son las que trascienden los límites de una
sola institución. En educación, por ejemplo, surgen demandas relacionadas
con desnutrición, vulneración de derechos, abuso, consumo de drogas y
maternidad adolescente.
30 Alfredo J.M. Carba/leda

Las prácticas

Así, esta secuencia de cuestiones y problemas mues-


tra la necesidad y la importancia de repensar las prácti-
cas dentro de los escenarios de intervención, incorpo-
rando conocimientos y formas de saber que amplíen las
perspectivas disciplinarias. Pero, también, esta situación
trae aparejadas nuevas exigencias ligadas a construir
perfiles institucionales que puedan dar cuenta de estos
acontecimientos desde una perspectiva que incorpore
diferentes dimensiones de lo social.
La intervención en lo social implica, por un lado, la
posibilidad de generar estrategias de recuperación y de
reparación de aquello que la crisis fragmentó o dejó en
el olvido. Además, es un espacio de interlocución, de
diálogo, entre los diferentes dispositivos de interven-
ción -sean éstos estatales o no- y la sociedad. En otras
palabras, actúa como un nexo, como una zona de
encuentro, de construcción de certezas, de generación
de acontecimientos, de recuperación de visibilidades.
Pero, por otro lado, desde las prácticas en sí mismas,
la intervención aparece corno el lugar indicado para la
formulación de nuevas preguntas; básicamente, como
un espacio de creación de la agenda pública, corno un
punto que genera instancias de interpelación.
La intervención también construye nuevas formas de
relación entre lo macro y lo microsocial. Quizá, simple-
mente se trate de generar espacios de encuentro, de diá-
logo entre los diferentes campos del saber que, en esce-
narios turbulentos, cambiantes, tratan de generar
acciones de asistencia. Muchas veces lo hace en forma
precipitada, rápida, vertiginosa, obligada por la desespe-
ración y consternación que atraviesa la demanda, bus-
cando la recuperación y resignificación de prácticas, a
partir de su valor estratégico, y la necesaria perspectiva
La irrupción de nuevos interrogantes hacia la intervención. .. 31

que les confiera sentido crítico. Es decir, intenta identi-


ficar, analizar y resolver las diferentes dificultades que
los propios escenarios de intervención generan y permi-
te, de esta manera, una revisión profunda de todo el
proceso de la intervención social, en clave de los nuevos
acontecimientos y escenarios.
Pero esto también implica la necesidad de indagar en
los nuevos padecimientos sociales y sus inscripciones, y
de revisar críticamente la noción de cuestión social
como lugar donde se construyen los problemas sociales.
Se trata de analizar, también, las diferentes instancias de
relación entre los distintos campos del saber a partir de
sus diversas implicancias. Asimismo, supone la necesi-
dad de repensar las formas de intervención desde una
perspectiva exhaustiva, que abarque la mayor cantidad
posible de dispositivos institucionales y que les otorgue
una orientación transversal para poder construir instan-
cias de encuentro y diálogo entre las prácticas y las ins-
tituciones.
No se trata de imponer un saber sobre otro, ni de
borrar lo que se sabe, sino simplemente de intentar dia-
logar y de entender el diálogo. Así, la conversación es,
en definitiva, una discusión organizada entre diferentes
personas interesadas en una misma cuestión que se
intenta precisar, y respecto de la cual se pueden mante-
ner puntos de vista distintos. Dado que el diálogo impli-
ca la comunicación de varios, en la Antigüedad era con-
cebido como el medio propio de expresión del lagos
(legein), que originariamente significaba, entre otras
cosas, hablar, decir, narrar y dar sentido.
En este aspecto, quizás se hace necesaria una política
social que genere, facilite y propicie estos encuentros
basados en el hacer, a partir de la inscripción de las prác-
ticas en los nuevos escenarios de intervención. Es decir,
generar acciones que, en definitiva, puedan recuperar,
32 Alfredo J.M. Carballeda

facilitar y sostener proyectos colectivos y trayectorias


individuales, apuntando a la reparación del daño, a la
recuperación tanto de lo individual como de lo social.
Las prácticas en los escenarios actuales a veces se
muestran carentes de acciones que orienten, articulen y
problematicen el mero carácter asistencial, y esta falta
les impide ingresar a nuevos universos donde se po-
drían multiplicar las posibilidades de anticipación y
estrategia. De este modo, se lograría un perfil más inte-
gral de la intervención, acorde con las necesidades del
momento.
De la misma manera, uno de los accesos posibles a
estas cuestiones (como el asistencialismo, la falta de diá-
logo y la pérdida del sentido estratégico de la práctica
cotidiana) hacia el interior de los equipos de trabajo
puede ser la conformación de relaciones simétricas den-
tro de ellos. La existencia de esquemas piramidales o
verticales sólo reproduce una lógica de dominación que
va mucho más allá del problema del conocimiento en
forma abstracta o neutra, e impide la construcción de
respuestas concretas, mostrándose como una forma de
ratificación de poder de una u otra disciplina. Por eso,
el pensar y hacer en conjunto tienen, tal vez, posibilida-
des de generar transformaciones que apunten sencilla-
mente a mejorar la accesibilidad a los dispositivos de
asistencia, pero partiendo de perspectivas distintas que
construyan otras lógicas y permitan a su vez ingresar en
la profundidad de los problemas desde diferentes visio-
nes. En una sociedad atravesada por una guerra silen-
ciosa, metafórica y real, en que la contienda pasa por
enmascarar o hacer visible aquello que se presenta como
conflicto, la intervención se relaciona con un compro-
miso crítico respecto a la visibilidad de los problemas
sociales, para desde allí construir nuevas formas de
interpelación.
La i1ntpción de nuevos intenogantes hacia la intervención... 33

Para repensar el hacer, probablemente es necesario


entender los problemas sociales corno el resultado entre
las relaciones sociales y el devenir histórico-político; es
decir, comprenderlos corno proceso, corno campo de
lucha y transformación. Hoy la intervención en lo social
implica revisar una serie de ternas que han atravesado
nuestra historia reciente. De ahí también surge la nece-
sidad de revisar los modelos de intervención para hacer-
los dialogar con los nuevos escenarios sociales. Estos
nuevos ternas se expresan en diferentes órdenes. Los
cambios en la esfera de la economía desde mediados de
los años setenta, con la aplicación del modelo neolibe-
ral, llevaron paulatinamente a una distribución de la
riqueza aún más injusta, que amplió de manera sustan-
tiva la brecha entre ricos y pobres y generó un contexto
de incertidumbre. Ésta abarca desde la significación de
la pérdida del empleo hasta la caída de los espacios de
socialización. Entonces, ternas corno éstos muestran la
necesidad de delinear nuevos horizontes de interven-
ción. A su vez, las expresiones actuales de la cuestión
social emergen corno maneras novedosas de padeci-
miento que abarcarían cambios en la esfera de la cultu-
ra en tanto construcción, comprensión y explicación del
contexto y de la vida cotidiana.
En definitiva, la cuestión social actual muestra la
importancia de formular nuevos interrogantes sobre los
dispositivos clásicos de la intervención, ligados a poblacio-
nes entendidas como homogéneas y a partir de estándares
preestablecidos. Los diferentes procesos de precarización
de la vida cotidiana son otra expresión del tema social.
Algunas formas se expresan a partir del sostenimiento de
estrategias de supervivencia en las que prevalece el pre-
sente. Es así corno se alteran las estructuras familiares y
comunitarias, y se deterioran de esta forma las posibilida-
des de contención del tejido social o de la familia.
34 Alfredo J.M. Carba/leda

En los sectores empobrecidos en forma abrupta se


observan situaciones de caída en relación con las expec-
tativas de promoción social, de deterioro en la vida coti-
diana y de impacto de la crisis económica en diferentes
esferas. A su vez, se presenta una serie de nuevas pro-
blemáticas sociales vinculadas a la aparición de otros
actores sociales que manifiestan la tensión existente
entre derechos y necesidades. Así, el padecimiento se
inscribe en forma diferente a partir de nuevas proble-
máticas sociales que retoman temas ya instalados en la
sociedad pero en escenarios mucho más complejos.

Las problemáticas sociales complejas y la intervención

En este marco, aparecen nuevas expresiones de la


cuestión social, cuya complejidad abarca un conjunto de
problemas sociales que contienen tanto sus característi-
cas objetivas como subjetivas, las dificultades del esce-
nario de intervención, los condicionantes del contexto y
una serie de tensiones que le confieren cierta especifici-
dad. Estas nuevas manifestaciones de la cuestión social
se salen de los parámetros clásicos de la intervención y
conjugan formas heterogéneas e inesperadas de presen-
tación de los problemas sociales.
En una misma demanda institucional pueden inscri-
birse situaciones que abarcan derechos vulnerados, con-
flictos con la ley, adicciones, padecimiento subjetivo,
trastornos mentales severos, disgregación familiar y tra-
yectorias inesperadas, que convergen en esta forma de
expresión de problemas sociales de una complejidad
novedosa, lo que desafía prácticas, modelos de asistencia
y, especialmente, lógicas constitutivas de los procesos de
intervención, sobre todo desde las instituciones. Así, las
problemáticas sociales complejas exceden las respuestas
La irrupción de nuevos interrogantes hacia la intervención... 35

típicas de las instituciones, las que fueron creadas en el


horizonte de poblaciones homogéneas.
Otro foco de tensión caracteriza a estas nuevas
expresiones de la cuestión social: un contexto donde
las expectativas, especialmente las de orden material,
se multiplican, al mismo tiempo que se reducen las
posibilidades de alcanzar esas metas. Se generan de ese
modo nuevas formas de conflicto y violencia que hacen
dialogar a lo simbólico, lo imaginario y lo real en
forma acuciante.
Por otra parte, en sociedades fragmentadas, la rein-
_serción social también se inscribe dentro de las proble-
máticas sociales complejas, dado que los sistemas clási-
cos generan, muchas veces, mayor exclusión o la
paradoja de pretender reinsertar individuos en socieda-
des que ya no existen, por medio de mecanismos que
tienden más al rechazo que a la asistencia. La construc-
ción de nuevos dispositivos de intervención, orientados
a dar respuestas transversales, surge como alternativa, a
veces marginal, dentro de las instituciones. Pareciera
que los dispositivos típicos de intervención en lo social
fueron concebidos para actuar en las diferentes "capas"
que construyen un problema social en forma ordenada y
predefinida, cuando, en la actualidad, las respuestas que
se reclaman y que pueden generar algún tipo de trans-
formación, o reducir el padecimiento, son difíciles,
diversas y se ordenan según cada situación en la que se
interviene. Entonces, esa lógica, de algún modo, se
invierte, y el resultado es que las instituciones actúan en
sociedades fragmentadas, cuya integración, al presen-
tarse a veces en forma paradójica como mandato y coer-
ción hacia lo diferente, se transforma en el foco de ten-
sión.
No es posible dejar de lado que las instituciones típi-
cas de la intervención (hospitales, escuelas, dispositivos
36 Alfredo J.M. Carba/leda

de acc10n social, etcétera) fueron creadas desde una


perspectiva de sociedad integrada, a partir de la idea de
la existencia de actores que aportaban al todo social,
donde la desintegración y la fragmentación eran tensio-
nes posibles pero no definitivas y había poco nivel de
incertidumbre. Es decir, las instituciones no se fundaron
sobre las formas actuales de la exclusión social ni sobre
la expresión de los malestares contemporáneos, fuerte-
mente ligados a la inseguridad e incertidumbre.
Además, las problemáticas sociales complejas son un
producto de los diferentes procesos de estigmatización,
de marcas que se expresan en los cuerpos, se inscriben
en la memoria, dando cuenta de nuevas formas de pade-
cimiento, y son también un efecto de la tensión integra-
ción-desintegración de nuestras sociedades actuales.
Estas problemáticas implican la necesidad de construc-
ción de nuevos dispositivos de intervención que puedan
recuperar la condición histórico-social perdida en nues-
tras sociedades, luego de décadas de descomposición
causada por dictaduras, represión y modelos económi-
cos que concentraron la riqueza y alteraron su distribu-
ción a cifras impensadas.
Pero, por otra parte, estos nuevos escenarios de
intervención, en tanto expresiones del contexto, impri-
men otro tipo de necesidades, que se relacionan con la
recuperación y búsqueda de saberes y destrezas, allí
donde la desigualdad dejó sus marcas en toda la socie-
dad. En ese aspecto, las disciplinas que intervienen en lo
social se encuentran ante nuevas posibilidades que per-
mitirían pasar de la lógica de la detección de lo enfermo,
disfuncional o patológico, a la recuperación de cada
sujeto a partir de sus propias capacidades y habilidades.
Es decir, la intervención se orientaría hacia una lógica
de reparación.
Estos temas se presentan como desafíos que surgen
La i1rttpción de nuevos inte17'ogantes hacia la intervención... 37

de la intervención social y que muestran la necesidad de


repensar perfiles institucionales, políticas públicas y for-
maciones académicas. La intervención en lo social,
según este enfoque, debe tener en cuenta la historicidad
de los cambios, los padecimientos del presente y una
representación del futuro.
Si la intervención significa transformación, en los
escenarios actuales se relaciona con los problemas socia-
les en sus posibilidades de resolución, pero también a
partir de su inscripción como tales tanto en el plano
social como en el subjetivo.

Lo social de la intervención

Desde sus orígenes, la intervención en lo social se


desarrolló en diferentes contextos y realidades históri-
cas. La fundación de estas formas de hacer se relacionó
con la administración de recursos, el restablecimiento
de solidaridades, las estrategias de cuidado y ayuda, ya
fuese desde el Estado o desde la sociedad, y se dirigía a
aquellos que estaban "quedando afuera".
Pero esa disponibilidad de bienes, servicios y acciones
se basaba en un intercambio con el sujeto, especialmen-
te relacionado con su vida cotidiana. Es decir, la inter-
vención implica la existencia de una demanda y un con-
trato cuya metodología tuvo y tiene diferentes formas.
Desde una perspectiva histórica, la intervención en lo
social, especialmente desde el siglo XVIII, se orienta y se
constituye en la idea de que las solidaridades no sólo se
administran, sino que son más que eso: son una manera
de que el "otro" comprenda la forma de ubicarse dentro
de la sociedad moderna. De ahí que la intervención en lo
social se vincule rápidamente a la pedagogía, remitién-
dose a sus mandatos fundacionales. Estas concepciones
38 Alfredo J.M. Carbnlleda

pueden ser ubicadas históricamente en los inicios de la


modernidad, sobre todo en relación con el Iluminismo
tardío, que conlleva el nacimiento de la pedagogía, la
psiquiatría y que también les da forma a la clínica médi-
ca, la psicología y el trabajo social. La intervención en lo
social desde su fundación se inscribe en este contexto, en
esos paradigmas explicativos vigentes, incluso en la pro-
pia construcción simbólica de las disciplinas.
Si bien la intervención en lo social se manejó, y de
hecho lo hace actualmente, con diferentes categorías
analíticas, éstas podrían sólo circunscribirse dentro de lo
cuantitativo y lo cualitativo. Además, muestran un
común denominador: la descripción de la "situación
social" de los otros en términos de pobreza, carencia,
padecimiento, imposibilidades, en definitiva, como
"falta de". Las ciencias sociales, desde sus diferentes
perspectivas, pueden aportar miradas que se comple-
mentan sobre todo en el terreno de la intervención, en
especial por medio de la noción de contrastación. Así,
las ciencias sociales pueden ser entendidas o estudiadas
como ciencias fácticas, dado que se ocupan de hechos.
Los hechos configuran una realidad dada:

Se puede afirmar que la realidad propia de la ciencia que


se trate, descubriéndola o construyéndola, lo que ha de
permitir es la confrontación enu·e las hipótesis o las teo-
rías (como conjunto de hipótesis) que se formulen en cada
ámbito y la realidad correspondiente (Schuster, 1992).

En ese aspecto, la confrontación implica la contrasta-


ción entre lo que se sostiene y la realidad. Pensar la
intervención como proceso de análisis implica construir
un juego de contrastación entre las categorías que se
utilizan y la realidad sobre la cual se opera. Desde la
intervención en lo social, se requiere en principio la
La i117tpción de nuevos inten-ogantes hacia la intervención... 39

construcción de esas categorías, o su redefinición, para


luego hacerlas confrontar con la realidad.
Este planteo muestra la necesidad de definir con cla-
ridad cuáles son las categorías analíticas que se utilizan,
y cierta cadena de secuencias dentro del proceso de aná-
lisis. En principio, podernos pensar que esta construc-
ción secuenciada se da en tres áreas: registro, análisis e
intervención; su separación es sólo a los fines de poder
decodificarlas y estudiarlas con mayor precisión.

Algunos elementos teórico-analíticos en diálogo


con la intervención

En principio, consideraremos el juego análisis-regis-


tro-intervención dentro de un lugar determinado, que
puede entenderse como escenario local o rnicrosocial.
Esta perspectiva implica el reconocimiento de la singu-
laridad de lo micro conectada con lo macro en el proce-
so de intervención. A su vez, esa singularidad es porta-
dora de una construcción histórica que es importante
desanudar, un posicionamiento definido con respecto al
presente y también una perspectiva con respecto al futu-
ro, tres órdenes que le otorgan significados particulares.
En otras palabras, la singularidad de lo microsocial o
local implica un espacio-tiempo particular de la situa-
ción; una configuración escénica propia, donde actores,
papeles y guiones se construyen y deconstruyen en dife-
rentes tramas argumentales.
Por otra parte, esa particularidad da cuenta de una
construcción previa, de tipo tanto discursivo corno
extradiscursivo, en la cual la historicidad confiere nue-
vos sentidos a la acción; así, la trama de la intervención
articula pasado y presente.
Ese lugar delimitado, con su carga de espacio-tiem-
40 Alfredo J.M. Carba/leda

po, posee una cimentación previa que sugiere un orden


(una gramática) y una sucesiva construcción de discur-
sos que se encuentran o se separan dentro del juego de
la particularidad del "lugar".
Estas cuestiones que hablan de la complejidad de la
intervención muestran la necesidad de contar con ele-
mentos interpretativos que den forma al proceso de aná-
lisis de ésta. En este aspecto nos encontramos con dife-
rentes vías de acceso; las primeras las podemos ubicar en
relación con la "vida cotidiana". Ésta puede ser estudia-
da de diferentes maneras, que no son del todo excluyen-
tes: a) la lectura de la vida cotidiana en términos de sig-
nificaciones, en que lo simbólico aparece como el
organizador principal de ésta (Geertz); b) entendida
como procesos de producción y reproducción del orden
vigente (Heller), y c) la inserción del sujeto dentro de la
vida cotidiana en términos de cultura de presentación y
"mundo de la vida" (Goffman, Habermas).
Esas diferentes posibilidades dan cuenta de la exis-
tencia de construcciones previas de tipo discursivo, en
cuanto a la estructuración de la noción de "vida cotidia-
na" que plantean las ciencias sociales y la filosofía. Otra
vía de entrada posible al proceso de análisis es la deno-
minada "perspectiva del actor", presente en los textos de
Malinowski, en especial en Los argonautas del Pacífico
occidental (1922), que llevó a una repetición metodológi-
ca de más de setenta años, y que buscaba "ponerse en la
piel del otro", para llegar así a entender las diferentes
determinaciones e interpretaciones.
Otra posibilidad es incorporar al juego de lo inter-
pretativo tres nociones que han sido utilizadas por dis-
tintos autores dentro del campo del psicoanálisis, la
sociología y la antropología, que remiten a lo simbólico,
lo imaginario y lo real.
En términos más globales, el denominado paradigma
La i7rupción de nuevos interrogantes hacia la intervención.. . 41

interpretativo dentro de las ciencias sociales muestra un


recorrido que atraviesa prácticamente todo el siglo XX
y generó teorías sociales (Shultz) y referencias a otras
teorías que permitieron pensar un camino de apertura a
la cuestión de la subjetividad (Weber). Dentro del
campo del trabajo social, por ejemplo, el proceso de
análisis está signado por la noción de intervención, cuya
orientación, efectos e inscripciones serán el resultado de
ese proceso.
Esta característica constituye la mayor singularidad de
esta disciplina. Es decir, el trabajo social no sólo trata de
investigar, comprender y explicar los fenómenos, sino
que también interviene en éstos por medio de la búsque-
da de transformaciones que plantean direccionalidades
definidas y que varían según las diferentes etapas de la
historia de este campo. En este aspecto, también se dife-
rencia de otros campos o disciplinas caracterizados por la
cuestión de la intervención pero que tuvieron y tienen
direcciones mucho más definidas en cuanto al sentido de
su intervención, como la psicología o la medicina.

La intervención hoy

La intervención en lo social implica una serie de


cuestiones que es necesario estudiar y analizar en sus
diferentes aspectos. En principio, la intervención impli-
ca la generación de un tiempo-espacio artificial, es decir,
un momento encuadrado desde la perspectiva de aquel
que la recibe y del que la aplica. En este aspecto, la
intervención puede ser entendida como dispositivo,
corno construcción que puede ser definida como discur-
siva y con una fuerte presencia en el imaginario social,
como así también dentro del plano de lo simbólico. En
otras palabras, la intervención no es un episodio natural
42 Alfredo J.M. Ca1·balleda

sino que se halla construida y atravesada por discursos


que se van conformando a través del tiempo.
Por otra parte, la intervención se origina a partir de
algún tipo de demanda, que puede ser instirucional o
espontánea. Pero esa demanda se encuentra también
traspasada por los diferentes montajes discursivos que
suponen una construcción simbólica de la profesión o
disciplina que la está llevando a la práctica. En otras
palabras, en el proceso de intervención, el perfil de la
oferta construye la demanda.
Asimismo, la intervención implica temporalidad, en
el sentido de que se da en un contexto que posee una
historicidad que le aporta significaciones propias. En
definitiva, la intervención forma parte de un devenir clí-
nico, en tanto que "hace actuar" a ambas partes con-
tractuales, es decir, al profesional de la intervención y al
sujeto de ésta. Y clínico, también, porque a partir de una
lecrura, un análisis o un esrudio de lo que surge de ella
se pretende generar algún tipo de transformación en la
siruación que se presenta.
De ahí que la intervención, según este enfoque con-
tracrual, se expresa como contrato metodológico, es
decir, como un conjunto de reglas acordadas explícita o
implícitamente que regirán en ese proceso. Es posible
interrogar a la intervención en función de quién tiene el
poder de originarla y a quién se le deben rendir cuentas,
lo que puede dar una aproximación sobre cuál es su
inserción institucional, pero especialmente cuáles son
las características que tendrá ese contrato.
Por otro lado, dentro del sentido "clínico" de la
intervención, se plantea como finalidad objetivo la posi-
bilidad de producir modificaciones en relación con la
demanda. En el campo del trabajo social, esas modifica-
ciones se encuadran alrededor de aquello que la socie-
dad, la institución, el trabajador social, otras disciplinas
La i1ntpción de nuevos inten·ogmztes hacia la intervención... 43

o el actor definen como problema social. Estos relatos


forman parte del núcleo significativo del sujeto que se
presenta en demanda de atención. Los relatos hacen a la
construcción simbólica de aquello que se ha presentado
como problema, de ahí que, en los diferentes puntos de
conexión de la intervención, el proceso de análisis forma
parte sustancial y aparece como relevante dentro del
dispositivo. Incorporar la idea de análisis implica, nece-
sariamente, referenciarse dentro de un marco interpre-
tativo, en especial, a partir de la construcción de cate-
gorías explicativas que sirvan a sus fines. Dentro de lo
que en ciencias sociales se denomina el paradigm? inter-
pretativo, diferentes autores plantean que el relato porta
en sí mismo las claves de su interpretación.
De allí la necesidad de construcción de categorías
analíticas que aproximen a esas claves. El sujeto de la
intervención es entendido como un actor que, a su vez,
permanentemente, interpreta situaciones, capta motiva-
ciones e intenciones de los demás y adquiere entendi-
mientos intersubjetivos.
En un dispositivo de intervención planteado desde la
perspectiva analítico-interpretativa, tratamos de enten-
der a ese sujeto como alguien que, a su vez, interpreta
dentro de un contexto que va cobrando nuevas signifi-
caciones. El contexto de ese sujeto es la vida cotidiana.
Sus relatos forman parte del núcleo significativo del
sujeto ubicado dentro del marco de la intervención.
Dicho núcleo está en estrecha vinculación con la cons-
trucción social y simbólica de aquello que es presentado
como problema. Ese espacio-tiempo que signa a la
intervención tampoco se construye en forma autónoma,
sino que se circunscribe alrededor de una demanda
social concreta, que además tiene su plano material y su
plano simbólico.
A su vez, este espacio-tiempo se construye en forma
44 Alfredo J.M. Carbalieda

histórico-social, es mediatizado por una metodología y


atravesado por categorías analíticas. Además, posee
múltiples inscripciones en el proceso de intervención,
que van desde la memoria hasta las zonas de interven-
ción, entendidas como territorios cargados de significa-
c10nes.
Ahora bien, es posible plantearse cuál es el sentido de
esa intervención. La intervención en trabajo social
puede ser presentada como un dispositivo que va a inte-
ractuar en el orden de lo simbólico, lo imaginario y lo
real, en ese juego de cruces que implican lo social, la ins-
titución, el trabajador social y el actor en contexto
microsocial. Es decir que la intervención se plantea
como un dispositivo que va a articular lo "real" con lo
subjetivo. De esa forma, se propone como algo que no
transforma ni agrega, sino como un dispositivo que
"hace ver" aquello que ese otro tiene. Este accionar es
planteado como una posibilidad de construcción de
enunciación diferente de la que se presenta dentro del
tiempo-espacio de la intervención. No se trata entonces
de una acción de sujeción o de control, sino de conside-
rar la posibilidad de buscar puertas de salida o de líneas
de fuga en relación con las estratificaciones sociales
opresivas. El punto de conexión entre lo subjetivo y lo
colectivo genera una resignificación del espacio-tiempo
que puede plantear nuevas determinaciones. Una apro-
ximación a lo subjetivo dentro del campo del trabajo
social implica la necesidad de acercarse a ese otro:
¿cómo construye su mundo?, ¿cómo lo explica?, ¿cómo
le da sentido? La explicación de la vida social se sitúa, en
último término, en las experiencias vividas por el indivi-
duo.
Desde una perspectiva fenomenológica, la "verdad"
se encuentra en la subjetividad de sus participantes. Este
punto plantea una discusión acerca del sujeto, es decir,
La irrupción de nuevos inten-ogantes hacia fa intervención... 4S

si lo comprendemos como una unidad racional, transpa-


rente y homogénea, o como una pluralidad de construc-
ciones, producto de diferentes marcas objetivas y subje-
tivas.
Lo real impacta en el sujeto de manera particular.
Este impacto de lo real puede ser entendido de diversos
modos. Es posible comprender esta apropiación de lo
real en términos de registro, es decir, una imagen es
captada y relacionada con imágenes anteriores, es reto-
mada y reconstruida, en términos de Godiño Cabas. En
síntesis, una imagen es captada en relación con un com-
plejo de imágenes que preceden y dan forma a una
nueva impresión, lo que conforma un registro, ahora
dentro del orden de lo simbólico.
Según Schütz, nuestra relación con el mundo se
denomina simbolización. El individuo construye el
mundo utilizando las simbolizaciones que le ha transmi-
tido su grupo social, en una articulación de lo real con
lo imaginario y lo simbólico. En este juego, lo imagina-
rio es una creación incesante e indeterminada porque
está atravesada por lo psicológico, lo social y lo históri-
co (Castoriadis, 1992). Pero ese imaginario social
impacta en el orden de lo real a través de un cruce,
mediación, decodificación y recodificación en el orden
de lo simbólico.
En esta visión, los interrogantes planteados acerca de
lo subjetivo desde el campo de lo social se desplazan para
indagar acerca de dónde se constituye ese orden, cómo
se actualiza, cómo se transmite, cómo se mediatiza.
Nuevas explicaciones se construyen dentro de espacios
de intercambios y reciprocidades, que implican, de algu-
na manera, una respuesta a los ámbitos donde se generan
esos interrogantes. Así, lo social implica una comunidad
que existe por medio de símbolos mutuos, en su recono-
cimiento desde la construcción de pertenencia.
46 Alfredo J.M. Carba/leda

Se debe comprender la intervención, en cuanto a su


sentido (y en relación con un contexto microsocial), en
tanto escenario de intervención que formula una posibi-
lidad de cambio, de modificación del medio, del contex-
to, pero que, a su vez, está inserto en un gran texto
macrosocial, que se encuentra también condicionado
por funciones simbólicas y significaciones.
Por otra parte, puede tomarse el concepto de rese-
rniotización que plantea Félix Guattari y postular que,
en definitiva, ésta implica una alteración en la gramáti-
ca del discurso del imaginario social dentro del plano de
lo simbólico, donde algo ya existente es dotado de un
nuevo significado.
En otras palabras, la intervención así planteada supo-
ne la búsqueda de una modalidad discursiva distinta,
signada ahora por el sujeto, elaborada en función de su
vinculación con los otros, y que produce "líneas de
fuga" que permiten reconstruir, recodificar el discurso
hegemónico, logrando una resemiotización. Una mane-
ra nueva y diferente de enunciación de la realidad que se
presenta como "dada".

La intervención como interpelación

El concepto de interpelación puede ser útil tanto


para observar la dirección de la intervención en lo
social, las políticas sociales, como también para la inves-
tigación.
Interpela todo aquello que se presenta en forma ines-
perada o es develado a partir de una intervención.
Interpelar, en ese contexto, implica hacer visible aquello
que está oculto (que no ha sido visto por la comunidad
o la agenda pública), de allí que genera preguntas y, por
ende, necesidad de respuestas. En la práctica cotidiana
La irrupción de nuevos interrogantes hacia la intervención... 47

se observa una serie de nuevos escenarios y formas de


interpelación de todo tipo que hacen cada vez más com-
pleja la intervención. La interpelación, corno elemento
constituyente de la intervención, se transforma enton-
ces en un desafío, en un lugar desde donde es posible
repreguntar a las prácticas sus bases constitutivas y fun-
dacionales.
La intervención en lo social se presenta inexorable-
mente corno un espacio en permanente construcción,
diálogo y reflexión, ya que no se trata sólo de gestionar
recursos, sino también de acrecentar y mejorar las con-
diciones de una profesión que requiere conocer más en
profundidad la realidad para intentar generar transfor-
maciones. De allí que la intervención recuerda que la
palabra, la mirada y la escucha conforman una parte
clave de su desarrollo.
Así, la intervención en lo social, en la medida en que
profundiza y otorga una dirección determinada al cono-
cimiento que obtiene, tiene la oportunidad de transfor-
marse en constructora de "acontecimientos", haciendo
visible aquello que la agenda pública muchas veces no
incorpora o registra, instalando nuevos territorios que
rompen la dicotomía de lo particular y lo universal, y
generando un desplazamiento de sentidos que conlleva
una desarticulación posible de órdenes previamente
constituidos.
Por todo ello es inevitable que surjan una serie de
interrogantes relacionados estrechamente con la prácti-
ca, y que interpelan su sentido y repreguntan acerca de
lo que se genera cuando se interviene.
La intervención articula lo macrosocial con lo micro-
social en la singularidad del padecimiento. Así, en la
medida en que esa articulación sea visualizada, es posi-
ble pensar a partir de otras formas de construcción de
acontecimiento, fundamentalmente haciendo ver aque-
48 Alfredo J.M. Cai·bnlleda

llo que permanece oculto, articulando desde la mirada la


visibilidad, lo que la crisis fragmentó, y recreando nue-
vas formas de encuentro, de interpretación~ en las que la
voz principal surge de la palabra del otro.

El cuerpo y las inscripciones de lo social

Como hemos visto, asistimos a nuevas formas de


representación del cuerpo, como resultado de largos
años de padecimientos y dominaciones.
La visión fantasmática de un "cuerpo social" que
representa la expresión de la universalidad de las volun-
tades da cuenta de que el cuerpo, en tanto sociedad, no
se crea por consenso sino que es el resultado de una dis-
puta, donde las marcas quedan inscriptas y determina-
das.
En los orígenes de los Estados es frecuente la men-
ción del concepto de "cuerpo social", que propone la
idea de un todo integrado que posee una serie de carac-
terísticas determinadas; allí los individuos deben armo-
nizar con los ideales que propusieron quienes imagina-
ron una nación a imagen y semejanza de ellos mismos.
Los cuerpos se transforman en masas que, en los inicios
de los Estados-nación, serán moldeados desde una pers-
pectiva sociobiológica. La preocupación por el cuerpo
social se traduce en un ideal de armonía basado en una
jerarquía de las partes que lo componen. De esta forma,
la familia se transformó en otras épocas en la "célula
básica de la sociedad", y hoy todavía se habla de "tejido
social", metáfora biológica que implica un conglomera-
do de células diferenciadas, que será distinto a partir de
su jerarquía dentro del conjunto de órganos, aparatos y
sistemas. Como vemos, se trata de una imagen anatómi-
ca de la sociedad.
La i1ntpción de nuevos interrogantes hacia la intervención. .. 49

El origen de esa mirada se relaciona fuertemente con


diferentes formas de aplicación de la materialidad del
poder sobre los cuerpos de los individuos. Es decir, el
poder fue moldeando los cuerpos, realizando inscripcio-
nes, generando más y nuevos estigmas que dan cuenta
del cuerpo en este presente. Una actualidad, en definiti-
va, signada por la fragmentación de la sociedad, la rup-
tura de lazos sociales, la sensación de no pertenecer a un
todo social y la crisis de representación de quienes nos
gobiernan.
La fragmentación social muestra cuerpos divididos, a
veces armados en forma de rompecabezas por medio de
artificios tecnológicos. Por ejemplo, en la tapa de una
revista se muestra la "perfección" corporal de una
modelo o actriz, construida con fragmentos de otros
cuerpos anónimos, invisibles. Del mismo modo, en el
presente el cuerpo implica una especie de collage de ele-
mentos repetidos, enunciados por una estética que se
define haciendo alarde de la falta de sentido; allí emer-
gen los cuerpos, todos muy parecidos, que se reiteran en
la imagen espejada del gimnasio o de la disco, al igual
que en el zapping televisivo. Son cuerpos signados por el
mercado, con una plasticidad condicionada por éste, lo
que implica que se pueden mostrar varios cuerpos,
según la ocasión y las lógicas economicistas, para lograr
un mejor posicionamiento en la sociedad, casi como
tener varios cuerpos en el guardarropa y optar por uno
de ellos.
Así, el cuerpo da cuenta hoy de su falta de historici-
dad: cuerpos que circulan en clave de puro presente, en
movimientos sin sentido, tratando de confundirse en la
sumatoria decorativa dentro de un conjunto de elemen-
tos kitsch de la época. Es decir, el cuerpo como un ador-
no o símbolo de estatus que intenta dar diferentes men-
sajes al resto de la sociedad.
Alfredo J.M. Carballeda

Pero, en definitiva, la escisión del cuerpo tal vez sea


la mejor metáfora de· la separación de aquello que no se
podía dividir: el individuo... "Ya no nos encontrarnos
ante el par masa-individuo. Los individuos se han tor-
nado en "dividuos", y las masas, en muestras, datos,
mercados, o bancos" (Deleuze, 1991).
Así, la escisión del cuerpo es la de su soberanía, en
forma de individualidad,• expresada en "ciudadanías
recortadas" según la inserción de cada miembro de la
sociedad en el mercado. El modelo de la esclavitud vuel-
ve con todo su empeño, en el que la individualidad era
una especie de rompecabezas que sumaba atributos de
cada uno de ellos. Los esclavos no eran considerados
individuos, pues sólo se los valoraba según determina-
dos atributos de sus cuerpos, especialmente por sus con-
diciones para el trabajo, su salud, su contextura física,
etcétera.
El autodisciplinarniento permite esos milagros de la
fragmentación: "Deje sus problemas en casa y traiga su
sonrisa a la empresa", "Si se encuentra desbordado, el
grupo de autoayuda reparará u obturará el problema
que le impide seguir atendiendo cordialmente a nuestra
clientela". Las sonrisas amables de los empleados de las
empresas gestadas en la economía de mercado dan dife-
rentes señales a la sociedad. Por un lado, muestran que
desde allí se pueden repetir y así unir los pedazos de la
fragmentación, ahora por medio de la lógica del merca-
do, y, por otro, muestran constantes actos de autodisci-
plina que ya no necesitan un capataz, un supervisor o un
panóptico.
En los últimos años, también en nuestro país fueron
emergiendo, lentamente y desde las sombras, diferentes
cuerpos, ocultados por las luces de las marquesinas que
iluminaban una ilusión de "Primer Mundo". Desde esos
espacios de la oscuridad comenzaron a aparecer en la esce-
La i111tpción de nuevos inte17"ognntes hacia la intervención... 51

na de la Argentina los cuerpos del hambre, de la desigual-


dad, de la injusticia; al principio, como postales nocturnas
que recorrían los barrios céntricos de Buenos Aires revol-
viendo bolsas de basura y esperando pacientemente que
alguna multinacional de las comidas rápidas les entregara
sus desechos; hoy, desde una visibilidad que se multiplica
y casi se naturaliza. El crecimiento de la desigualdad hizo
que esas imágenes borrosas se hicieran visibles.
Los cuerpos de la Argentina de hoy hablan de padeci-
mientos, de marcas de la inequidad, de cicatrices que son
el producto de pujas y disputas en campos de batalla,
donde ahora los vencedores parecen querer ocultar los
cuerpos de los vencidos para deslindar responsabilidades
y posibles sanciones sociales. ¡Que no se vean!, parece
ser la orden impartida desde el poder. También generan
pánico en el mercado los cuerpos agrupados, ordenados
desde otra lógica, desde la expresión de repudio, inten-
tando construir nuevos hechos-acontecimientos.
Probablemente porque la visibilidad implica interpe-
lación, aquello que se ve interroga al resto de la socie-
dad, genera preguntas que, articuladas, confieren histo-
ricidad a los hechos, transformándolos así en
acontecimientos. En este momento, visibilidad podría
ser sinónimo de resistencia; el hacerse ver, el mostrarse
es, en muchas formas, un paso previo a la acción, y,
donde hay poder, de una u otra manera siempre se
expresa la resistencia.
La acción, en nuestra sociedad, implica una forma de
recomienzo; la acción recuerda esas cuestiones y la
resistencia, en principio, convierte a la sociedad en
digna. La intervención en lo social puede ser un camino
de recuperación, de resignificación, de construcción de
. . .
nuevas mscnpc10nes.
CAPITULO 2
La intervención en lo social como diálogo.
Una mirada hermenéutica y genealógica

Modernidad y disciplinamiento

La intervención en lo social como práctica y espacio


de reflexión estuvo, durante el transcurso de su historia
reciente, atravesada por una serie de recelos que se
orientaron, especialmente, hacia diversas miradas críti-
cas que cuestionaban su origen. Una forma de ahondar
el análisis de la noción de intervención en lo social, su
historia y sentido, es poniéndola en relación con su con-
dición moderna.
La modernidad, en tanto acontecimiento histórico y
geopolítico también implicó, entre una enorme canti-
dad de facetas, un viaje a territorios desconocidos,
donde el descubrimiento de lo "otro" es presentado
como un primer paso para la emancipación. Ese contac-
to con lo desconocido, con lo no visto, es uno de los
actos fundacionales de la intervención en el lento trán-
sito desde el medioevo. Des-cubrir, iluminar, implican,
para la modernidad, formas de conferir libertad a los
territorios donde se ubica lo desconocido, connotado
como el lugar de la barbarie, recuperando, tal vez, la
idea de las similitudes entre esos lugares y el pasado
medieval del continente europeo.
54 Alfredo J .M. Carballeda

En esos territorios, el viaje de la modernidad no


puede evitar el encuentro con sujetos que ocupan esos
espacios presentando una otredad desconocida, que
fundamentalmente causa espanto y temor, por lo que es
llamada "salvaje".
La otredad, especialmente desde lo subjetivo (o
región del alma en el pensamiento religioso), también es
un territorio por conquistar; y, en tanto sinónimo de lo
inexplorado o desconocido, a veces se lo relaciona con
lo demoníaco y otras, con la "cándida" infancia de la
humanidad.
El pensamiento moderno, tamizado de un espíritu de
aventura y temor, reafirma, en los primeros esbozos de
la intervención, esos contactos pequeños, olvidados, sin
registros claros que se ubican por fuera de las exaltacio-
nes de las batallas y las conquistas, un temor que debe
ser conjurado, exorcizado. Tal vez sea desde esa pers-
pectiva moderna de la imagen del terror donde la idea
de emancipación se confunde e imbrica con la de coer-
ción. Así, las prácticas que se crean en los territorios de
la modernidad sintetizan esta contradicción temor/
emancipación.
La intervención ya en clave moderna comienza a pre-
guntarse desde qué lugar conocer a ese "otro", cuáles
son los rasgos que portan esos rostros desconocidos que
generan la sensación de "terror" y que recién son vistos
bajo el cristal de la modernidad, sean europeos o ameri-
canos. Inevitablemente, la indagación también apunta a
las esferas que hay que transformar, para que el salvaje o
el extraño dejen de causar temor y se sumen al proyec-
to emancipatorio y único (universal) de la Europa
moderna. La búsqueda de la organización racional de la
vida cotidiana enmarcada dentro de los postulados de la
modernidad pareciera ser una primera vía de acceso a
estas cuestiones. Otra, la construcción del pensamiento
La intervención en lo social como diálogo

moderno como oposición a ese "otro", ratificando la


necesidad de controlar y disciplinar.
Por otra parte, la modernidad implica una noción de
progreso indefinido en la que resulta clave el cambio
moral del "otro" para lograr la emancipación. Esta
nueva organizacíón de la vida es planteada como una
necesidad para progresar, mejorar la calidad de vida, en
definitiva, para abrir las puertas de la emancipación. Lo
moral, por su implicancia social, se constituye en "nece-
sidad". Entonces, desde una perspectiva genealógica,
surge como interrogante la vinculación y la construc-
ción de puentes y contactos entre el disciplinamiento y
la noción de necesidad. Dado que la incorporación de la
racionalidad en la vida cotidiana es propuesta como
"necesidad", en muchos casos, emancipatoria, ésta se
orienta hacia diferentes expresiones de las prácticas de
lo social.
De esta forma, las nociones de necesidad, fundacio-
nalmente impuestas por el orden de la modernidad,
pueden tener diferentes caras y expresiones en su propio
devenir histórico. Así, el disciplinamiento es un paso
dentro de una serie de secuencias a veces previsibles que
se manifiesta en forma explícita en el discurso de la
colonización, como también en el discurso libertario.
Según Jorge Huergo, este proceso tiene diferentes eta-
pas, en tanto, complejo histórico moderno:

1) la fundacional, que coincide con la constitución de la


modernidad eurocéntrica y que despliega una constela-
ción de valores presentes aún en nosotros, de manera
"natural"; 2) la de fundación teórica, que coincide con la
revolución que, en el plano de las ideas y luego de la rea-
lidad, produjo la Ilusu·ación o Iluminismo; 3) la de orga-
nización política y económica donde el Estado moderno
se hace disciplinador. En muchos casos, como en la
56 Alfredo J.M. Crn-balleda

Argentina, esta etapa coincide con el proyecto positivista,


que encuentn en la ciencia el fundamento ideológico del
disciplinamiento; 4) la etapa del re-disciplinamiento, coin-
cidente en muchos casos con el desarrollismo; es un inten-
to de volver a controlar y ordenar a los marginados, pero
operando con técnicas más tolerables (Huergo, 1993).

Las diferentes modalidades de intervención en lo


social emergen en el contexto de la Modernidad atrave-
sadas por una contradicción que las tensiona hasta nues-
tros días. La promesa de la emancipación, ligada a prác-
ticas y fundamentos que derivan en la sujeción y la
coerción, marcan sus orígenes y han generado hasta la
actualidad una serie de discusiones y rupturas, a veces
explícitas y otras no dichas, que siguen vigentes en la
actualidad.
El hacer, en tanto praxis transformadora, en el marco
moderno de un espacio recientemente constituido -lo
social-, implicó el surgimiento de una serie de disposi-
tivos de control cuya forma fue cambiando en diferen-
tes contextos y climas de época. Los inicios de la inter-
vención en lo social pueden ligarse a tres elementos
claramente definidos: la noción de sociedad, el concep-
to de cuestión social y la construcción de prácticas y
campos de conocimiento. Estos tres ejes, que pueden
considerarse constitutivos de la intervención, fueron
construyendo diferentes espacios de diálogo y encuen-
tro, la mayoría de las veces a través de la propia prácti-
ca y de los interrogantes que surgen de ésta.
Ese carácter contradictorio, que tensiona aún hoy la
relación entre coerción y emancipación, atraviesa un
conjunto de cuestiones que tienen que ver con diferen-
tes series históricas, en las que la promesa de libertad,
por ejemplo, en tanto enunciado de "transformación",
significó formas de control sutiles o claramente explíci-
La inte1-vención en lo social como diálogo 57

tas. También, en las prácticas que se construyen en la


modernidad, puede observarse un denominador común
vinculado con la necesidad de transformar lo que ésta
considera "irracional", para darle una dimensión acepta-
ble dentro de esa nueva racionalidad. La emancipación
como condición moderna, tal vez, surja de la necesidad
de sujetar a los hombres según una mirada y una justifi-
cación ligadas al análisis científico, de la necesidad de
dar un nuevo orden a lo que denominamos sociedad.
Esto no implica solamente un programa epistemológico
sino, también, un programa político en el cual es posi-
ble observar una de las primeras contradicciones del
pensamiento moderno: en nombre de la humanización,
la transformación y la emancipación, fueron sometidos
y dominados diferentes culturas y pueblos.
Para el disciplinamiento, especialmente desde el
Estado moderno, se utilizaron diferentes prácticas
sociales, en tanto acción social o intervención, que se
orientaron básicamente a mutar el ethos popular, consi-
derado irracional, salvaje, bárbaro, por la noción
moderna de cotidianeidad que implica un orden cuyo
eje clave es lo racional. De allí que la intervención en lo
social desde sus aspectos fundacionales se liga de mane-
ra estrecha y compleja con el disciplinamiento, básica-
mente a partir de dos caras que se presentan como
opuestas pero que, de alguna manera, se necesitan y ali-
mentan.
En síntesis, coerción y libertad son características
fundacionales de la intervención. La ubicación de sus
rasgos en la actualidad y el análisis de la preponderancia
de uno u otro componente forman parte del proceso de
análisis de la intervención. Reconocer esas marcas, ana-
lizar sus sentidos, puede implicar el inicio de nuevas
revisiones que resuelvan las contradicciones del origen.
58 Alfredo J.M. Ca1·balleda

Intervención y cuestión social

En los inicios de las ciencias sociales durante el siglo


XIX, en una etapa de "segunda fundación" de la inter-
vención en lo social, posterior a la Ilustración, y que
mantiene los postulados modernos pero los liga más
intensamente con los mandatos positivistas, la interven-
ción se orienta con el problema de la solidaridad y la
aparición de las nuevas formas de la cuestión social.
Estas dialogan con el contexto de la segunda parte del
siglo XIX, cuando, paulatinamente, la conflictividad
política no logra ser resuelta a través del contrato social,
y se multiplican las expresiones del malestar y las dife-
rentes formas de lucha contra la desigualdad.
Durante las primeras décadas del siglo XIX, en el
caso de América, las problemáticas ligadas a la desigual-
dad se expresan en diferentes formas, tales como las
guerras de independencia, las luchas internas y una serie
de pujas ligadas a lo político y, especialmente, a proce-
sos de recolonización que se expresan con claridad a
partir del surgimiento de los Estados-nación. En este
contexto la intervención en lo social, en algunos aspec-
tos repite mandatos de la Ilustración, incluso de algunas
ideas de Betham, especialmente en la Argentina, a tra-
vés de la Sociedad de Beneficencia.
En ese momento, en Europa, lo social como lugar de
la intervención, se ubica en el medio de la contradicción
entre la mano invisible del mercado -donde el liberalis-
mo se presenta como el gran ordenador de la sociedad-,
en oposición a los postulados anarquistas y comunistas.
En otras palabras, se ubica en un campo concreto de la
práctica (lo social), de la misma manera que otras formas
de conocimiento se habían emplazado en el cuerpo y la
mente, como la clínica médica y la psiquiatría.
Lo social como lugar de intervención, a partir de ese
La intervención en lo social como diálogo S9

momento fundacional del trabajo social y las ciencias


sociales, nace también en un momento en el que se ini-
cia una profunda necesidad de reflexión acerca del lazo
social y el contrato, a veces contradictorio, otras com-
plementario, que se establecen como formas constituti-
vas de la sociedad. En ese contexto lo social toma la
forma de un producto de la contradicción entre frag-
mentación e integración de sociedades que, desde el
siglo XVII, se hacían cada vez más complejas. Ese esce-
nario de construcción moderna y reciente de la inter-
vención está signado por una marcada tensión entre
derechos civiles y garantías políticas en un mo_m ento en
el que el contrato social se quiebra en la emergencia y
visibilidad innegable de las desigualdades. Es entonces,
justamente, cuando la noción de solidaridad nace en
medio de una alta conflictividad social, cultural y políti-
ca. En ese campo de contradicciones, la intervención se
proponía salir de los estrechos marcos de la filantropía
como última herencia de la Ilustración para ingresar en
los espacios de la igualdad y los derechos que serán lla-
mados sociales poco tiempo después.
De este modo y según diferentes visiones, la inter-
vención en lo social puede ser entendida como una
práctica orientada a la reparación y reproducción de la
fuerza de trabajo o como la preparación de un espacio
en los márgenes de la sociedad, en el que el señalamien-
to de la anormalidad, con su connotación biológica y
psicológica, determina qué es lo normal y lo patológico.
También, siguiendo el paradigma de las ciencias natura-
les y los postulados evolutivos, esos rasgos físicos y psí-
quicos requieren un medio, un "caldo de cultivo" que
determine, de manera inexorable, el destino de los anor-
males, los disfuncionales, los otros, los "inexplicables"
para el pensamiento racional de la época. Esa primaria
noción de medio social, patrimonio de una "segunda
60 Alfredo J.M. Carballeda

fundación" de la intervención, requería el medio como


un factor causal pero también como un espacio privile-
giado del hacer. Nuevamente, el ideal de la emancipa-
ción dialoga de manera cercana con el terror y constru-
ye formas de hacer con una doble cara, coercitiva y
libertaria. La propia práctica, el desarrollo mismo de la
intervención, el contacto con lo otro, generó situaciones
inesperadas en las que ese otro aportaba su propia con-
cepción de mundo, aleccionando y reorientado a quie-
nes "hacían" en ese lugar de nuevos exorcismos, ahora
comprendido como caldo de cultivo de la desviación y la
disolución del todo social.
También algunas décadas después, a partir de Jane
Addams, de la Escuela de Chicago, de otras teorías
sociales, y con autores como Max Weber y Ferdinand
Tonnies, comienzan a construirse otros horizontes que
trataban de superar, a veces, desde el estudio de casos,
las preocupaciones que habían caracterizado a la
"segunda fundación", identificada por su preocupación
por la anomia, y se pone el acento en la reparación del
padecimiento y el conocimiento en profundidad. Se
trata de comprender lo social también desde la singula-
ridad, se intenta salir de la idea de "medio" como deter-
minante de los problemas sociales, ingresando a los
terrenos de la comprensión y la explicaci:ón orientadas a
la noción de condicionantes. Se recuperaron, de esa
manera, las viejas tradiciones más ligadas a las ciencias
histórico-sociales que a las naturales.
Ya en el siglo XX, se revisaron desde la práctica las
ideas mecanicistas sobre la cuestión social, y la preocu-
pación se focalizó en resolver la problemática de la inte-
gración en la búsqueda del lazo social perdido. Esto sig-
nificó un retorno a la noción de comunidad, donde la
palabra, la historia, la cultura y más tarde, la ideología,
desde la Escuela Crítica, vuelven a ser protagonistas por
La intenJe12ción en lo social como diálogo 61

fuera de las determinaciones económicas o de los meca-


nicismos ortodoxos heredados de las ciencias físicas y
matemáticas modernas, signadas por el pensamiento de
Newton.
Estas diversas tradiciones de pensamiento serán
alternadamente olvidadas y luego retomadas en diferen-
tes momentos históricos y, por su complejidad, las rela-
ciones de poder y los climas de época, obligaron a
entender la sociedad e intervenir sobre ella en forma
diferente. Así, desde lugares disímiles, a veces dialogan-
do con la Escuela Crítica, o a partir de los trabajos de
Erving Goffman y Michel Foucault, o en diferentes
encuentros con el psicoanálisis, muchos intentan nueva-
mente superar las tensiones fundacionales entre eman-
cipación y coerción, con el objetivo de salir de la con-
tradicción entre interpretación y transformación. Para
ello se han utilizado los estudios de casos, se establecie-
ron tipologías, biografías, se trabajó con narraciones
que, en algunos casos, derivaron en la observación par-
ticipante y la investigación-acción.
Como otra vía de entrada, la llegada de la crisis de los
años treinta muestra el inicio de una preocupación por
los derechos que será interpretada de diferentes mane-
ras. Más tarde, se presenta una inquietud concreta por
la noción de ciudadanía, que desgrana, de alguna forma,
las tensiones que marcaban su vinculación con la repa-
ración de la anomia o la denuncia de la alienación.
Mucho más allá de la ratificación de un orden bur-
gués, la cuestión de los derechos sociales recorre diver-
sos países con diferentes formatos dentro del esquema
del "estadocentrismo". En ese aspecto, tanto en el New
Deal de Roosevelt como en el estalinismo, es el Estado
quien asume el compromiso de la cohesión. Las moda-
lidades serán, obviamente, diferentes, y van desde la
intervención mínima hasta el Estado social, que en algu-
62 Alfredo J.M. Carballeda

nos países de América Latina, especialmente en la


Argentina tendrá una gran repercusión. De este modo,
el surgimiento de los Estados de bienestar va a traer
nuevos campos de conflicto y legitimidad.
En nuestro país, esa presencia del Estado como repa-
rador de la solidaridad y agente de derechos sociales se
expresa con claridad a partir de 1945 con la concepción
de que una necesidad es un derecho social no cumplido,
ecuación que se pone en marcha a través de una resigni-
ficación de las instituciones sobre la base de la contra-
dicción entre necesidades y derechos dentro del Estado
social, para desembocar en intervenciones activas en
ambas cuestiones. La acción se orienta, entonces, en la
búsqueda y consolidación de la utopía igualitaria que
marcaba las promesas de su origen. En ese momento, el
Estado será el gran protagonista de la cohesión de la
sociedad.
Más adelante, esto cambiará de raíz con la implanta-
ción del neoliberalismo y las nociones de Estado mínimo.
Esas políticas focalizadas que, en un contexto de profun-
dización de la desigualdad y a través de diferentes dicta-
duras militares, se impusieron en América Latina, estu-
vieron acompañadas de fuertes cambios económicos y
sociales a nivel mundial. La derrota de los totalitarismos
luego de la Segunda Guerra Mundial y la economía
motorizada por el modelo keynesiano apoyaron la multi-
plicación de mecanismos de igualdad social y civil. Éstos
impregnaron la intervención, tratando de superar el tota-
litarismo y el liberalismo, como una tercera opción.
Estos temas también dan cuenta de la importancia de
analizar la construcción de la noción de "cuestión
social". Algunos autores ubican este concepto dentro de
las problemáticas del siglo XIX, relacionadas con la
Revolución Industrial, las nuevas formas de producción,
especialmente como espacio de contradicción entre
La intervención en lo social como diálogo 63

capital y trabajo. Otra vía de análisis puede partir de


comprender la noción de cuestión social desde su con-
dición moderna. Al adoptar esa perspectiva, es posible
ubicar a autores como Thomas Hobbes y Jean-Jacques
Rousseau, entre otros, que en diferentes etapas de la
modernidad comienzan a definir la cuestión social,
desde un enfoque más relacionado con la visión de la
"otredad" y, especialmente, corno una construcción de
los hombres dentro del marco del pensamiento moder-
no, a veces incluso corno crítica a éste. En el caso de
Rousseau, en su Discurso sobre el origen de la desigualdad
entre los hombres, este autor hace referencia a que es la
sociedad la que genera desigualdad, es decir, la sociedad
construye las diferencias económicas, políticas y socia-
les, dentro de un orden también económico que se
construye justamente en el marco de la modernidad.
Rousseau no vivió la Revolución Industrial, pero sí
comenzaba a observar algunos efectos del capitalismo
mercantil. Entonces, la cuestión social no puede pensar-
se sólo corno una contradicción entre capital y trabajo,
sino como un producto que se genera lentamente en las
filigranas de la modernidad.
La cuestión social adopta diferentes formas según la
época, el contexto histórico y las singularidades del
escenario de la intervención. Así, implica componentes
objetivos y subjetivos, que dan cuenta básicamente del
problema de una construcción nueva, denominada
sociedad, en la que la responsabilidad de su cohesión, de
su igualdad, de su carácter ernancipatorio, en clave
moderna, trascienden lentamente las fronteras de la
religión y del poder de la figura del rey.
La noción de cuestión social dirige, orienta y marca
los horizontes de intervención en lo social. Una mirada
más amplia y que abarque todo el espectro de la moder-
nidad tal vez permita la utilización de este concepto en
64 Alfredo J.M. Cai·balleda

forma integral. Así, el surgimiento de lo "otro" como lo


desconocido que causa temor implica una idea de posi-
ble disolución de la sociedad o de una vuelta atrás hacia
los oscuros territorios de la barbarie. De allí que la otre-
dad, como problema, sea un elemento constitutivo clave
de la noción de cuestión social. Rousseau, en su segun-
do discurso, cuando denuncia la desigualdad, alerta a la
sociedad, acerca de las posibilidades de su propia desin-
tegración, de sus características corruptas y de la nece-
sidad dramática de generar cambios en ese aspecto. La
cuestión social se funda en la otredad, en la noción de
individuo peligroso que, como tal, formará parte o no
de movimientos políticos y sociales en el desarrollo de
la modernidad, en la necesidad de multiplicar el poder
político de la razón.
Corno producto de esta multiplicación, lenta pero
constante y diversificada, se construye otra vía de pro-
cesos de individuación que sellarán las formas de ejerci-
cio de poder sobre los cuerpos de la intervención. Se
trata de técnicas de poder dirigidas a individuos, cuyo
justificativo es su condición de "constructores" de cues-
tión social. Estos individuos son los anormales, los que
deben ser corregidos; entendiendo la corrección en tér-
minos de "tratamiento"; esto implica un cambio de sub-
jetividad "liberadora", tanto del individuo, ya que así
conquista la razón e ingresa en la condición moderna,
como de la sociedad, dado que a partir del disciplina-
rniento deja de ser alguien que pone a la sociedad fren-
te a la disyuntiva de su propia integración. Estos con-
ceptos posibilitan repensar la noción de cuestión social,
su vinculación con la política y la intervención.
La inten.Jención en lo social como diálogo 65

Intervención, poder, legitimidad

En los diferentes escenarios de aparición, la legitimi-


dad de la intervención se presenta como una zona de
conflicto. La discusión acerca de la legitimidad es, tal
vez, uno de los aspectos más sobresalientes de la con-
flictividad política desde el siglo XVIII hasta nuestros
días. La legitimidad de la intervención también se pone
en cuestión permanentemente, ya sea para limitar sus
alcances y su poder, ya sea para asumir su necesidad u
otorgarle una confianza plena.
En ese juego contradictorio, al igual que en otros
campos como el de la medicina, la psiquiatría o la peda-
gogía, la intervención en lo social implica una idea de
límite, que en los inicios de la Ilustración se planteaba
como necesidad de separar los territorios de la pasión, la
razón y las ambiciones humanas. Esa idea de poner lími-
tes, como garantía de un individuo libre, fue marcando
el diseño de las instituciones que intervienen en lo
social, y se condice con la lógica institucional de la divi-
sión de poderes en el terreno de la política. La estratifi-
cación en tanto una forma de limitar al poder también
se manifiesta en el terreno de la intervención en lo
social, lo que hace posible pensar el surgimiento de los
saberes especializados, dominios de conocimiento que,
actuando como micropoderes, ratifican el sentido polí-
tico de la coerción.
La física moderna aportó en la época de la Ilustración
la noción de dinámica de los fluidos, que se incorporó
como metáfora política y también como elemento pre-
paratorio del ingreso de las ciencias naturales en el
campo del conocimiento para explicar lo político y lo
social. En esa coyuntura, la filosofía pierde terreno, en
un momento de la historia de Occidente en el que se
valorizan los saberes que tienen una aplicación prácti-
66 Alfredo J.M. Cai-balleda

ca, impregnada de pensamiento ilustrado, naturalismo


y luego positivismo.
En el campo académico las disciplinas, que actuaron
como diques de contención del poder, tuvieron una
orientación definida y ofrecen una metáfora política
clara, de la mano de la moralización, de una racionali-
dad política que transformaba el poder pastoral en razón
de Estado, haciendo que la individualización y la totali-
zación fueran dos de sus efectos inevitables (Foucault,
1990). Esa forma de construcción de legitimidad del
hacer, centrada en el recorte arbitrario de las voluntades
sobre quienes se interviene, se presentaba como una
forma de aprender la vida en sociedad. La intervención
se liga al poder cuando se alía con la estrategia de las
limitaciones, dando una dirección definida desde la pro-
mesa emancipadora de ingreso a la modernidad. Por
otra parte, en esos primeros escenarios que marcan la
prehistoria de la intervención en lo social en el siglo
XVIII, en los albores de su segunda fundación, ésta nace
ligada a la virtud de quien la ejerce. Esa virtud tenía
diferentes formas de expresar su legitimidad, de la que
era su atributo, especialmente desde el poder que deli-
mitaba su lugar, pero debía expresarse en una necesaria
estructura legal e institucional. De ese modo y a partir
de sus orígenes, la intervención por parte de diferentes
instancias de poder intentaba, reproduciendo el clima
de época, oponer el fanatismo (pasión) a la virtud
(razón). Moro, Voltaire, Spinoza, Locke, Montesquieu,
plantean de diferentes maneras la necesidad de enseñar
la tolerancia y de que ésta se encarne en el cuerpo social;
nuevamente, la promesa se torna emancipatoria.
Los pueblos originarios y mestizos de nuestra
América vivieron en carne propia esa contradicción ilus-
trada; se trataba de ser libres abandonando sus tradicio-
nes, su cultura, las enseñanzas de los mayores, su lengua;
La inten;ención en lo social como diálogo 67

perdiendo territorios, pasando por diferentes formas de


sumisión y desigualdad. La libertad se encarnaba en la
razón y, como elemento opuesto, la pasión fue frecuen-
temente asociada con nuestras culturas americanas. Se
trataba de "emancipar" a cualquier precio. Así la inter-
vención ilustrada, reenlazaba el poder y la legitimidad.

Intervención, razón, virtud y redención

En ese contexto sociohistórico, surge el concepto de


virtud asociado a la figura del gobernante, del maestro, del
médico; en definitiva de quien tiene atributos de interve-
nir de diferentes maneras en la sociedad. La combinación
entre virtud y poder generó, entre otras cosas, más meca-
nismos de coerción que abarcaron desde el cambio en las
prácticas de los manicomios hasta el surgimiento de la cár-
cel y de la salud pública como dispositivos de disciplina-
miento; pero que también atraviesa, hasta hoy, la escuela,
las instituciones de cuidado de niños, niñas y adolescentes,
los tratamientos en el campo de las adicciones, etcétera.
La virtud, como atributo político que la intervención
se concedía a sí misma, permitió justificar entonces,
según un enfoque más bien ligado a la aplicación de tec-
nologías del poder cuyo fin era la emancipación: la cura,
la enseñanza, la resolución de problemas sociales o la
salida de la alienación mental.
Entre el siglo XVIII y el siglo XX se presentan dife-
rentes formas de legitimar la coerción. Nuevamente el
conflicto que se exterioriza es el de su propia legitimi-
dad, en relación con diferentes ideas sobre el poder:
poder limitado, poder como redentor de la naturaleza,
poder como producto de la evolución, poder como un
elemento racional o el poder como una manera de auto-
limitarse. La intervención construirá diferentes diálogos
68 Alfredo J.M. Cnrbnliedn

con el poder, a veces funcionales, otras, en contradic-


ción u oposición y actualizará la contradicción coerción/
emancipación.
También el concepto de "cambiar al hombre", enten-
diéndolo como sujeto universal cargado de sentido,
atraviesa diferentes etapas de la historia de Occidente y
se inscribe en este juego de contradicciones. La inter-
vención no es ajena a esos mandatos de cambio y en su
diálogo con los diferentes contextos la noción de cam-
bio se va transformando: pasa de estrategias de morali-
zación a ser estrategias de concientización. Crear a ese
sujeto desde el poder y la intervención aún hoy es pre-
sentado como una posibilidad de cambio social.
Tal idea de redención suele reaparecer cuando se vin-
cula linealmente la intervención en lo social con la cons-
trucción de autonomía, entendiendo la falta de esta con-
dición como una carencia impuesta, propia, o ligada a
pautas culturales que ratifican esa condición o falta. De
este modo, las dificultades de la construcción de la auto-
nomía en un contexto de desprotección social, en donde
los sujetos excluidos deben tornarse autónomos por
mandato de programas sociales o estrategias de inter-
vención, configuran, quizás, nuevas formas de coerción
ligadas, por ejemplo, a las políticas sociales focalizadas.
Esta paradoja de autonomías impuestas entra en contra-
dicción con las características de nuestras sociedades
actuales en las que la pérdida de derechos sociales con-
lleva una reducción de la autonomía y una pérdida de
ciudadanía.
Así la construcción de sujetos autónomos desde el
poder de las políticas sociales o según la perspectiva
redentora de la intervención se hace compleja en un
escenario atravesado por diferentes paradojas.
La intervención en lo social como diálogo 69

Intervención en lo social y ciudadanía

De este modo, las relaciones que se construyeron


entre poder e intervención en las últimas décadas se die-
ron en sociedades fragmentadas, en territorios arrasados
por la economía de mercado, en instituciones que no
encuentran su sentido y perdieron su solidaridad sisté-
mica. Esa trama se erigió en la constitución de nuevos
escenarios cuyo rasgo sobresaliente son las nuevas for-
mas de expresión del padecimiento, desde la pérdida de
espacios de socialización hasta el malestar producido
por no sentirse parte de un todo social. Se interviene en
lugares donde se fueron mutilando sistemáticamente
infinidad de capacidades y habilidades, sencillamente,
por efecto de la desigualdad social, la injusticia y el ham-
bre. En definitiva, se interviene en estos nuevos escena-
rios atravesados por relaciones violentas, por el enfria-
miento de los lazos sociales, la desconexión con los
otros, con la historia, con la memoria colectiva. En otras
palabras, se interviene por la necesidad de una repara-
ción del daño generado por décadas de injusticia y desi-
gualdad.
Es necesario tener en cuenta que el trabajo social en
tanto disciplina esencial en los procesos de intervención
se ha constituido en un dominio de saber que, por su
dirección histórica e, incluso, por gran parte de sus
mandatos fundacionales, ha estado comprometido con
la defensa de los ideales democráticos, de libertad, de
justicia social y de los derechos humanos. La recupera-
ción de estas tradiciones se reafirma en la medida en que
la revisión histórica dé cuenta de su complejidad, para
permitir construir nuevos compromisos, nuevas formas
de intervención que intenten resolver la contradicción
de los viejos mandatos fundacionales entre libertad y
coerción.
70 Alfredo J.M. Carba/leda

Surge, de este modo, una serie de interrogantes


actuales hacia la práctica cotidiana de la intervención en
lo social: ¿cuál es su aporte a la soberanía popular?
¿Cómo se articula con lo económico, de modo tal que la
producción se oriente hacia una justicia redistributiva?
¿Cómo desarrolla lo sociocultural a partir de la recupe-
ración de la identidad, la pertenencia, la inscripción o
reinscripción y la socialización? ¿Desde dónde recupera
capacidades, habilidades artísticas, tecnológicas, creati-
vas y científicas? ¿En qué sentido se relaciona con los
recursos naturales y el medio ambiente?
Estos interrogantes suponen la necesidad de recupe-
rar y reconstruir una visión estratégica de la interven-
ción en lo social. Es decir, la definición clara de su sen-
tido, dentro de las posibilidades y limitaciones que
muestran sus contradicciones actuales y fundacionales.
Pero, en definitiva, la intervención está atravesada por
todas esas cuestiones, por lo que su ejercicio y estudio se
presentan hoy como elementos sumamente interesan-
tes. En otras palabras, la intervención nos permite ver
las contradicciones de una civilización que desde sus
propios límites logró una victoria "a lo Pirro", adueñán-
dose del planeta, de sus recursos naturales, y alcanzó
una dominación que puede generar su propia destruc-
ción.

Algunos caminos posibles. La intervención como


diálogo

Mirar al trabajo social desde lo que hace concreta-


mente implica una reflexión necesaria que se aparta de
. los discursos ampulosos que se agotan en la denuncia de
los "determinantes" sociales. Revisar lo que se hace da
cuenta de que la intervención es posible aun dentro de sus
La inter-uención en lo social como diálogo 71

contradicciones fundacionales y actuales. La interven-


ción en definitiva, es aquello que la gente que concurre
a nuestros lugares de trabajo nos demanda. La realidad
de las desigualdades sociales y los nuevos padecimientos
nos interpela día a día en nuestra práctica cotidiana, y
desde allí creamos, construimos, resolvemos, comparti-
mos y aprendemos con el "otro", en un espacio de diá-
logo y encuentro entre el hacer y la necesaria reflexión
que acompaña al proceso.
El trabajo de la intervención "denuncia" por su pro-
pia práctica, porque hace visible el padecimiento que es
la expresión de la desigualdad social en los espacios de
lo micro, construyendo allí nuevas formas de agenda
pública. En definitiva, implica hacer ver al otro, a la ins-
titución, a la sociedad, la desigualdad y sus efectos, por-
que el trabajo social está allí, en innumerables lugares
donde el desconcierto, las nuevas formas de subjetividad
y el padecimiento se comparten con ese otro sufriente,
en instituciones y espacios de intervención atravesados
muchas veces por el sin sentido.
Es por eso que la sola presencia de un trabajador
social en un hospital, una escuela o un tribunal está
diciendo, políticamente, que hay algo más que un cuer-
po enfermo, un sistema educativo en crisis o una ley
deslegitimada. Es en esos escenarios de intervención
complejos y turbulentos que las preguntas acerca del
sentido de lo que hacemos los trabajadores sociales
resuenan con mayor fuerza y estruendo. La interven-
ción se torna un espacio de construcción de nuevas pre-
guntas, para que aquello que es construido por la injus-
ticia y la desigualdad puede ser desarmado, rehecho y
básicamente transformado.
Desde esa perspectiva, la intervención implica la
generación de un acontecimiento, la instalación de un
espacio (político) que interpela en forma intensa a la
72 Alfredo J.M. Cm·balleda

desigualdad, a su sinrazón, a sus justificativos, tanto en


los determinantes como en la lógica del mercado. La
intervención reconoce su propia contradicción funda-
cional y se propone a la práctica cotidiana como posible
lugar para su puesta en escena, para superarla junto con
ese "otro" que construye su propia realidad y sostiene
nuestra identidad como campo disciplinar.
En tanto hace visible lo que la injusticia oculta, la
intervención se sale de los mandatos fundacionales
esperados desde la institución; lo logra en la medida en
que pueda "decir" con otra gramática, con otro orden
que altere el establecido, transformando lo dicho,
abriendo, construyendo el inicio de nuevos espacios
para el hacer.
Intervenir es intentar reinscribir los textos y guiones
que se presentan como inamovibles, expresando una
escena marcada por el determinismo naturalista, en la
que los caminos de lo necesario se muestran como lo
imposible. Esta práctica reinscribe en la medida en que
sepa qué decir, qué recuperar, en definitiva qué escribir
en nuevos textos que marquen una orientación hacia lo
propio, lo genuino, donde nuevamente lo "otro" se pre-
senta como lugar de verdad.
La intervención dialoga intensamente con la política
cuando su orientación se relaciona con la identidad,
teniendo en cuenta que la pregunta por la esta última
surge en momentos de crisis, de cambio histórico y
social. Y que la identidad, tal vez sea en nuestra América
la zona de conflicto más importante, dado que nuestras
identidades fueron masacradas, fragmentadas, diluidas
por las diferentes formas de la dominación. Dada su
relación con lo microsocial, con lo cotidiano, con ese
estar allí -donde lo macrosocial atraviesa lo subjetivo y
construye el padecimiento y la desigualdad-, estamos
actuando en una América donde reconocemos que
La inte1-vención en lo social como diálogo 73

somos lo otro, lo innombrable para los dispositivos de


dominación. Y quizá la intervención del trabajo social
sirva para promover nuevas formas de subjetividad que
se enfrenten y opongan al tipo de individualidad que
nos ha sido impuesta durante muchos siglos.
En este caso, se trata de una reconexión con los otros,
con la historia, con el propio mestizaje americano, que
interpela a la fragmentación cultural desde la memoria
histórica, relacionándose con el desarrollo de lo propio,
de lo que el otro tiene; una intervención que no agregue
ni quite nada, sino que solamente permita hacer ver
aquello que se tiene inscripto en la memoria.
Intentar, en definitiva, alejarse de gran parte de las
premisas que le impuso ese mandato moderno marcado
por la tradición fundacional entre coerción y emancipa-
ción. Se trata de aprovechar la oportunidad que genera
el derrumbe actual de esos postulados y la certeza de
que es posible un pensamiento americano, en la que lo
"otro" tiene una esfera diferente, tanto como lugar de
reparación como de verdad.
CAPÍTULO 3
Los escenarios de la intervención.
Una mirada metodológica

Las cartografías sociales y el territorio de la inter-


vención

La intervención en lo social tiene un ámbito espacial


que va siendo definido según la singularidad de cada cir-
cunstancia, problema o demanda a partir de los cuales se
construye. Ese espacio, lugar en que la intervención se
desarrolla, toma la forma de "escenario". Los escenarios
se hallan dentro de diferentes territorios que los contie-
nen y son atravesados por disímiles formas de inscrip-
ción de los problemas sociales que, en tanto marcas
objetivas y subjetivas de éstos, pueden ser analizadas
desde diferentes expresiones de las "cartografías socia-
les".
En el proceso de intervención se construyen diversos
diálogos entre cartografías, escenario y territorio, que
derivan en formas diversas de producción de subjetivi-
dades. La subjetividad, así entendida, se construye y
deconstruye en un movimiento que se expresa en el pro-
pio devenir de la cultura, de la cotidianeidad, de una
compleja trama móvil de significaciones, signada, en
este caso, por la noción de problema social que, en defi-
76 Alfredo J.M. Carba/leda

nitiva, convoca a la intervención. Ese movimiento, como


proceso, es observable en la relación entre territorio y
escenario, tanto desde la vida cotidiana, como en las
narraciones que se generan en los espacios de interven-
ción, y en las diferentes formas en que los actores socia-
les se expresan dentro de canales formales e informales.
Por otra parte, la intervención, al ser ella misma una
productora de subjetividad, aporta construcciones dis-
cursivas, formas de comprender y explicar según una
direccionalidad definida y organizada. Es decir, la inter-
vención designa, nombra, califica y, de hecho, le da una
forma definida a las cuestiones sobre las cuales actúa,
dentro de un "orden", una lógica precisa que se va cons-
truyendo a través de diferentes formas de relación con
el otro, el contexto, el escenario, el territorio y las car-
tografías sociales. Esta dirección y orden serán diferen-
tes según los marcos teórico conceptuales que se utili-
cen, los postulados ideológicos y las influencias de la
época de quien interviene.
La noción de cartografía permite mostrar los dife-
rentes recorridos temáticos o argumentales que atravie-
san los territorios de la intervención, entendiéndolos
como continentes de sus distintos escenarios. Por ejem-
plo, es posible trazar una cartografía del "conflicto con
la ley" como demanda de intervención en diversos
aspectos como el análisis de sus formas iniciáticas, ritua-
les, procesos de estigmatización, inscripciones en el
cuerpo, marcas institucionales, experiencias, pedidos de
ayuda, vulneración de derechos y conformación de
códigos. Otro ejemplo de la aplicación de esta noción en
el campo de la drogadicción es: ''El trazado de una car-
tografía del consumo de sustancias es: inicio, ritos de
consumo, desencadenante de pedidos de asistencia,
experiencias de tratamiento, etcétera" (Bataglia, Raiden,
2008).
Los escenrwios de la internención. Una mimda metodológica 77

En definitiva, la cartografía social da cuenta de una


posibilidad de acceso: desde la producción de subjetivi-
dad dentro de un territorio definido hasta la expresión
singular de ésta en el escenario de la intervención.
También la cartografía es la representación de un mapa
de los elementos imaginarios y simbólicos de la ciudad,
un mapa orientado, en definitiva, hacia las áreas temáti-
cas que se construyen en la demanda de intervención.
Ese mapa se escribe en un territorio.
El territorio, especialmente a partir de la moderni-
dad, es la ciudad, lo que ella representa, lo que la cons-
tituye desde su construcción imaginaria, sus paisajes,
edificaciones, los usos sociales de éstos y el contenido
simbólico de sus instituciones. El territorio es, entonces,
el espacio habitado, donde la historia dialoga con el pre-
sente y permite a partir de reminiscencias construir una
idea . de futuro o incertidumbre. Allí el territorio se
transforma en un "lugar" delimitado por lo real, lo ima-
ginario y lo simbólico. Esa delimitación marca los bor-
des que encierran al territorio en sí mismo; pero, como
tales, esas orillas están en constante movimiento.
Los límites del territorio tienen un importante com-
ponente subjetivo ya que son, en definitiva, inscripcio-
nes de la cultura y la historia, y se entrelazan estrecha-
mente con la biografía de cada habitante de la ciudad.
En los límites es donde comienza a construirse la rela-
ción entre territorio e identidad en la esfera de cada
sujeto.
En el campo de la intervención conviven dos formas
de definir y delimitar los territorios. La primera se
expresa en mapas oficiales, catastros, áreas programáti-
cas, nomenclaturas. La segunda forma de construcción
del territorio y sus márgenes es partiendo de las propias
simbolizaciones de sus habitantes. Así, el territorio y el
escenario de intervención son definidos, en parte, por la
78 Alfredo J.M. Carballeda

palabra, el discurso, la nominación que ese "otro" hace


del lugar y sus componentes. En esa definición también
se introduce el paisaje y sus significaciones como ele-
mentos extradiscursivos. De este modo, la mirada junto
con la palabra ratifican la pertenencia, promueven aso-
ciaciones y formas del lenguaje en las que el territorio
"habla" para convertirse en texto.
En otras palabras, la ciudad, en tanto territorio, se
constituye como una compleja trama simbólica en per-
manente movimiento y construcción de subjetividad. La
ciudad, al igual que el barrio como escenario, son textos
para ser leídos, escrituras que hablan de las construccio-
nes simbólicas de quienes los habitan, de cómo se cons-
truye el sentido de la vida cotidiana desde la cimenta-
ción de significados hasta la resolución de problemas
prácticos. La intervención puede dar cuenta de esas
cuestiones desde diferentes ángulos. Por ejemplo, en el
desarrollo de entrevistas domiciliarias, las viviendas fun-
cionan como textos que pueden ser leídos y develados,
"hablan" de las características de sus habitantes, de
cómo construyen y confieren sentido a su cotidianeidad.
El lugar simbólico que ocupa cada habitante de la
vivienda se expresa en ese discurso que se muestra en un
lenguaje propio y singular. De la misma manera, el
barrio donde se ubica esa vivienda exhibe su propio
carácter discursivo a través de las construcciones, las
características de las casas, la fisonomía de las calles.
Una institución barrial puede, en su arquitectura, hablar
acerca de su historia, de sus particulares, hasta, incluso,
de las formas de organización de las que es un emer-
gente.
Estas diferentes tramas simbólicas no son estáticas,
sino que están en movimiento; a veces, éste se toma
expansivo; otras, en procesos de retracción. Los escena-
rios también cambian sus significados a partir de los
Los escenarios de la intervención. Una mimda metodológica 79

acontecimientos que los atraviesan. Lo empírico y lo


imaginario, al encontrarse, generan una serie de inters-
ticios donde a veces el orden empírico influye sobre el
imaginario o viceversa. De este modo se crean espacios,
grietas de significación que pueden ser comprendidas y
explicadas, aportando de esa forma más elementos de
análisis al proceso de la intervención en lo social.
El territorio, espacio de contención de los intensa-
mente cambiantes escenarios sociales, puede presentar-
se en forma heterogénea, con distintas lógicas y, por eso,
requerir diferentes formas de comprensión y explica-
ción de los problemas sociales. Se trata de escenarios, al
fin, habitados por grupos sociales disímiles en espacios
donde la fragmentación vincular y la pérdida de lazo
social generan e inscriben en las historias sociales dife-
rentes formas de padecimiento.
Éstas amplían, en la práctica, la noción de cuestión
social; así, la aproximación a lo subjetivo permite cono-
cer con mayor profundidad los problemas sociales sobre
los que se interviene, incorporando de esta forma más
instrumentos de análisis y conocimiento. De ahí que la
intervención comunitaria se aproxima a la noción de
espacios microsociales y también a la de escenario de
intervención. Estas nociones hacen posible comprender
y explicar las diferentes expresiones de la cuestión social
abarcando distintos ángulos, perspectivas y visiones.
La noción de cartografía social como instrumento
conceptual de la intervención en lo social aporta una
serie de posibilidades de profundización de la mirada,
que van desde los recorridos temáticos dentro de los
territorios a partir de la subjetividad de los actores, hasta
la elaboración de inscripciones concretas de su padeci-
miento en ellos, con la connotación que genera una
dimensión geográfica determinada. Las "cartografías
del dolor" muestran más posibilidades de acceso al
80 Alfredo J.M. Carba/leda

padecimiento en su expresión singular y heterogénea,


construyendo nuevos puentes de acceso al actor que se
presenta como "sujeto inesperado" demandando inter-
vención de diferentes esferas.
Estas circunstancias, que hoy son consideradas como
novedosas, se van haciendo visibles, demuestran la nece-
saria elaboración de estrategias de intervención desde
prácticas, programas y políticas sociales, que tengan en
cuenta la noción de cartografía. Esto tal vez le otorgue
una mayor posibilidad de hacer, de transformar, ahora,
desde la propia esfera del sujeto, desde ese otro a partir
de su singularidad.

La noción de escenario de intervención

Los escenarios de intervención en lo social pueden ser


entendidos como espacios escénicos cuya conformación
trasciende límites predeterminados y generan diversas
situaciones de diálogo entre territorio y contexto. El
escenario de intervención, desde esta perspectiva, con-
tiene, en principio, una conjugación de diferentes ele-
mentos que se expresan en él: implica la existencia de un
texto, de una narrativa que deviene históricamente, y les
confiere determinados mandatos y papeles a los actores.
El texto proporciona las palabras y significaciones que
expresan la subjetividad de los actores, señalan los lugares
en los que actúan y se mueven. También: "El escenario de
ésta, muchas veces, se presenta como un territorio donde
diferentes formas de saber pujan para apropiarse de espa-
cios del mismo, utilizando las armas que poseen para
lograr su cometido" (Carballeda, 2007a). De esta mane-
ra, la palabra es uno de los primeros factores de creación
de la trama escénica, tanto en el telón como en la expli-
cación que el otro da como causas de la escena.
Los escenarios de la inten;ención. Una mirada metodológica 81

Dentro del proceso de intervención, desde un abor-


daje familiar o institucional, la escena se construye
según las diversas tramas que plantean los actores. De
este modo, es posible pensar la existencia de guiones
preestablecidos, de historias que se repiten en contextos
diferentes, atravesados por nuevas significaciones. Una
entrevista a una familia, en el marco de una institución
de salud, puede ser observada corno una escena en la
que quienes intervienen y quienes demandan la inter-
vención juegan papeles preestablecidos tanto en la pre-
sentación del problema como en las posibles respuestas.
La utilización de la dimensión teatral como instru-
mento de análisis de la intervención puede aportar nue-
vas formas de accesos a la singularidad y al padecimien-
to, especialmente en el contexto actual, en el que lo
imprevisible atraviesa todo el proceso de intervención.
Por eso, las preguntas o respuestas inesperadas alteran
los guiones preestablecidos, escritos en la historicidad
de las partes, y les confiere identidad, pertenencia y,
especialmente, sentido. En otras palabras, las narrativas
que se escuchan en los procesos de intervención están
tamizadas por la historia previa de quien demanda y de
quien interviene. Las circunstancias ocurridas en las
últimas décadas generan situaciones de "azoramiento"
frente a situaciones y papeles imprevistos que generan
dificultades para comprender y explicar aquello que se
demanda como acontecimiento. La palabra "teatro"
viene del griego theatrón, que significa lugar para con-
templar, espacio de representación de historias frente a
una audiencia. Esa representación utiliza diversos len-
guajes; se expresa a través de la palabra, el cuerpo, la
vestimenta, la propia escenografía.
Los escenarios actuales muestran representaciones y
escenas que son muchas veces inesperadas. Desde la
perspectiva moderna de la intervención, ahora la escena
82 Alfredo J.M. Carba/leda

está montada para audiencias y miradas expertas, es


decir, se cierra o retrae hacia esa forma de presentación,
lo que implica un nuevo plano de complejidad. Las pala-
bras y las escenas que se describen se adaptan a las nece-
sidades de la mirada experta; se relata en un lenguaje
que exige ser comprendido para ser escuchado por ese
otro que posee el saber, aunque la realidad está atrave- .
sacia por influencias contextuales, históricas e ideológi-
cas y por las características de la misma. Esta es media-
tizada por una forma de expresión que se acomoda al
espacio, al escenario de la intervención, para que pueda
ser comprendida y justificada por quien exhibe el poder
de intervenir sobre el problema que se presenta. De allí
la importancia de reconocer la presencia de estos facto-
res como condicionantes de la intervención. Este reco-
nocimiento se hace más accesible en la utilización de la
noción de escenario de intervención.
Es decir que se interviene, muchas veces, en el olvi-
do de que existe un "detrás de la escena" que, no por ser
invisible deja de condicionarla y construirla. La inter-
vención, en este aspecto, se presenta como un mecanis-
mo que hace ver aquello que está por detrás, más allá de
su "telón de fondo".
En el campo de la intervención estas cuestiones se
expresan de diferente manera. E. Goffman, las denomi-
na "cultura de presentación", 1 manifestando que existe
un lenguaje teatral que genera diferentes formas de
interacción. Ese lenguaje, que puede anclarse en la esce-
na, es útil como instrumento de análisis en dos aspectos:
por un lado, en el conocimiento de la profundidad de
esa escena y, por otro, en lo que hay detrás de ella. Por
otra parte, en estos nuevos escenarios de intervención
uno de los primeros problemas que aparece es la difi-

l. Se toma el concepto de cultura de presentación de Goffman (1993).


L os escenarios de la intervención. Una mirada metodológica 83

1 cultad de los actores para cumplir con sus papeles, tal


vez, por la desconexión con la historia, con lo colectivo,
con los otros, como producto de relaciones y conexio-
nes que las últimas décadas deconstruyeron. Por ejem-
plo, un padre que tiene inconvenientes para cumplir con
su papel, por razones que le son ajenas pero que lo atra-
viesan desde el contexto, altera la trama, el guión y la
escena familiar. Esas circunstancias, si bien "externas",
impactan en su situación, lo construyen como sujeto
frente a sí mismo y los otros. Y también atraviesan a la
intervención; expresan, a veces formas ahogadas de la
desesperación, de la desesperanza, que están allí, detrás
de las demandas clásicas.
Tal dificultad de orden social y contextual para acce-
der y poner en práctica diferentes guiones que se pre-
sentan como mandato histórico social en su desarrollo,
implica y construye una serie de cuestiones que se edifi-
can desde el padecimiento subjetivo. Desde allí dialogan
estrechamente con las problemáticas sociales complejas,
y profundizan de esta forma una relación más imbrica-
da e intensa con el contexto.
También, el escenario de la intervención puede ser
entendido como el espacio microsocial donde ésta se
construye y desarrolla. Así, el análisis de todos los ele-
mentos de la escena apunta a discernir de manera siste-
mática sus diferentes dispositivos, especialmente a par-
tir de sus significaciones.
Aquí surge la noción de elementos escénicos, que
permite atribuir a cada componente de la escena de la
intervención esa característica de modo de hacer posible
un análisis más pormenorizado de cada uno de ellos. Por
ejemplo, en una intervención grupal vinculada con vio-
lencia doméstica, cada atributo visible puede ser enten-
dido como un elemento ~scénico. Entonces, es posible
conocer en profundidad, desde la posición de cada uno
84 Alfredo J.M. Carba/leda

de los integrantes durante el transcurso de la dinámica


grupal, su lenguaje corporal, su vestimenta, el lugar
donde se realiza, la posición del coordinador y las esce-
nas que cada miembro del grupo aporta al desarrollo de
la intervención. Cada puesta en escena, en tanto cons-
trucción de una trama narrativa y discursiva, posee sus
propias características, en este caso, signadas por las
diferentes expresiones de la cuestión social en un diálo-
go entre escenario y contexto. También pueden consi-
derarse elementos escénicos las representaciones socia-
les del problema sobre el que se está interviniendo, y
que atraviesan las escenas que cada integrante del grupo
aporta.
En otras circunstancias, también es posible pensar los
elementos escénicos en el espacio de la intervención a
través de las representaciones sociales. Por ejemplo, si
alguien demanda un tratamiento en el campo de las
' 1 adicciones, el impacto de la representación social del
tema en la esfera de ese mismo sujeto es también un ele-
mento escénico en el que también se pone en juego la
cartografía social del problema que se está abordando.
Los elementos escénicos en el escenario de la inter-
vención, por otra parte, se vinculan con las políticas
sociales relacionadas con el tema desde el que se está
demandando. En este punto, las formas de la política
social, su horizonte y sentido son un componente clave
de la escena, a tal punto que la condicionan y direccionan.
Otro punto que se debe analizar como elemento
escénico es la "cultura" de presentación (tanto del suje-
to como de quienes intervienen), la "presentación insti-
tucional" ,2 las posibilidades de resolución en tanto

2. Se entiende por presentación institucional a la forma en que las ins-


tituciones, prácticas, profesiones se perciben a sí mismas y son percibidas
desde la sociedad.
Los cscena6os de la intenmzción. Una mirnda metodológica 85

trama de diferentes inscripciones relacionadas con dis-


tintas formas de intervención y realizadas, esperadas,
tanto por el sujeto como por las instituciones. Pero el
concepto de elementos escénicos también abarca al
espacio en sí mismo, los objetos, el mobiliario, la arqui-
tectura, el diseño, sea un consultorio, una vivienda o un
espacio barrial (Carballeda, 2007a).
A su vez, el concepto de composición escénica puede
aportar para el análisis de diferentes expresiones del
escenario de intervención. Esta composición puede ser
definida como "el conjunto de articulaciones inestables
conformadas por los actores, los diferentes guiones, la
escena en sí misma, su historicidad, en definitiva, su
puesta en acto como presencia en la intervención en lo
social" (Carballeda, 2007a).
La composición escénica sugiere una integración de
tiempo y espacio en las diferentes contingencias de cons-
trucción subjetiva y colectiva del guión de cada actor en
el escenario de intervención. En definitiva, se trata de las
relaciones entre las diferentes narrativas, biografías e his-
torias sociales, que se expresan de manera asistemática e
intrincada en ese escenario. En síntesis, el escenario tras-
ciende el espacio predeterminado de las instituciones o
de los dispositivos de intervención, pero es asible en la
medida en que se lo aborde desde una lógica analítica.
De la misma manera que la física demostró que el espa-
cio no es el continente de la materia ni del movimiento,
sino que está formado por materia y movimiento, el
escenario de la intervención está constituido por el con-
texto, la historia y la ideología que lo trasciende.
En ese escenario, quien interviene también constru-
ye mediaciones entre diferentes universos; la interven-
ción es, en este aspecto, una escucha que intenta anali-
zar y que busca comprender y explicar los diferentes
relatos en forma parcialmente mediatizada a través de la
86 Alfredo J.M. Cm·balleda

organizac10n espacio-tiempo, construyendo un lugar


polifónico donde diferentes voces se entrecruzan y dia-
logan, con lenguajes disímiles.
El texto y el desarrollo de las escenas son otros ele-
mentos que también dialogan y confieren significación
a lo que se está observando y escuchando: una variedad
de textos que se sitúan en el campo de la acción, en defi-
nitiva, de la actuación en el escenario.
En síntesis, los escenarios de la intervención en lo
social se ubican en forma dinámica en diferentes terri-
torios, donde lo que los constituye se expresa a través de
las diversas formas de enunciados. Del mismo modo que
el lenguaje construye esas realidades, esa organización
de textos deviene en discursos por develar, que hablan
de lo material y lo simbólico. Por otra parte, se inscri-
ben en la singularidad de los actores sociales, constru-
yendo y desarmando los guiones y papeles que repre-
sentan.

Intervención, poder y saber. Su puesta en escena


en la vida cotidiana

Para Michel Foucault, el punto de partida de su aná-


lisis de lo social son las prácticas y sus formas discursivas;
la relación entre discurso e intervención se presenta
como una serie de cuestiones a estudiar. Estas relaciones
entre discurso e intervención proponen el surgimiento
de un conjunto de prácticas, categorías de análisis y sig-
nificaciones que confieren diferentes sentidos a la inter-
vención, que ahora da cuenta de un conjunto de saberes
que se construyen desde espacios variados y tienen una
forma definida de aplicación. Las situaciones en las que
se interviene son aquellas definidas como dificultosas, y
por eso generan demanda, porque sus entornos son leí-
L os esmza1·ios de in intervención. Una mim da m etodológica 87

dos desde la posibilidad de poner en conflicto la propia


cohesión de la sociedad o las circunstancias que mues-
tran sus características más contradictorias.
Las nociones de cartografía social y de escenarios de
intervención demuestran diversas posibilidades de abor-
daje asentadas en lo territorial y ratificadas a partir de la
importancia del espacio como constructor de sentidos y
significaciones. Lo social, si bien se encuentra en movi-
miento permanente, al ser vinculado con la intervención
se ancla, se detiene, aunque sea metafóricamente, en un
espacio: el territorio donde se construye su escenario.
Por otra parte, el interés por lo discursivo, desde la
intervención, abarca desde la constitución de las prácti-
cas hasta las significaciones de la vida cotidiana, y puede
relacionarse con el funcionamiento de los procesos de
singularización. En este aspecto, sobresale la importan-
cia de la incorporación de categorías de análisis que faci-
liten las expresiones singulares como manifestaciones de
lo "otro".
La jerarquía de los procesos de singularización se
relaciona en parte con la búsqueda de la singularidad de
los otros basada en las potencialidades y capacidades de
cada uno de los sujetos sobre los cuales se interviene,
desde su propia historia, su heterogeneidad, su particu-
laridad. No se trata de cambiar una subjetividad por
otra, sino de facilitar el devenir de la propia singulari-
dad. En el proceso de producción de subjetividad surgen
múltiples conexiones en tramas de relación que se pro-
ponen, expresan u ocultan, entre la multiplicidad y la
unidad. En este aspecto nace el interés de la construc-
ción de conexiones intersubjetivas, especialmente en su
relación con la singularidad, la vida cotidiana, los esce-
narios, los territorios y las cartografías sociales.
El lugar de construcción y de acceso a esas relaciones
intersubjetivas, atravesando de manera disímil el esce-
88 Alfredo J.M. Carba/leda

nario de intervención, es la vida cotidiana, entendida


como espacio de construcción de sentidos, significacio-
nes y simbolizaciones que pueden ser útiles para expli-
car las características subjetivas de ese "otro", en cómo
edifica su mundo y con qué criterios explica lo que se
considera problema social.
El concepto de vida cotidiana puede abordarse desde
diferentes autores y formas de comprender y explicar la
sociedad. Desde una perspectiva histórica, la noción de
vida cotidiana encuentra sus vinculaciones más profun-
das en la sociología comprensiva de Max Weber, que se
apoyaba, a su vez, en la noción de "vivencia significati-
va" desarrollada por Wilhem Dilthey.
Entre los muchos puntos de vista posibles, sobresalen
aquellas concepciones de la vida cotidiana que se cen-
tran en una idea de sociedad atravesada por tramas dis-
cursivas.
Desde esta visión, la sociedad se construye a partir
de discursos, y es por eso que lo social es considerado
una forma de "habla", y es posible acceder a sus rela-
ciones intersubjetivas. La vida cotidiana surge como
un espacio, una serie de simbolizaciones que pueden
ser vistas desde lo discursivo y construidas desde allí.
Es, básicamente, el sitio de construcción de diferentes
esferas de vivencia, desde donde surgen y se montan
las significaciones. Lo cotidiano puede ser entendido,
entonces, como un agregado permanente de experien-
cias; lo que se representa no sólo es producto del pre-
sente, sino que se expresa en la propia historicidad de
ese sujeto.
Pero la noción de vivencia, en tanto construcción
histórica y social, no solamente remite al pasado sino
que también objetiva, analiza y comprende situaciones,
1
circunstancias, "hechos" que acontecen entre sujetos en
1
1
el presente. Esos actores pueden ampliar los márgenes
Los escenarios de la intervención. Una mirada metodológica 89

de su decisión o acción, o sea, su autonomía, convir-


tiéndose en sujetos creadores en la esfera de la acción.
Según Pierre Bordieu (1986), los hechos sociales son
"cosas dichas" por sujetos, por seres hablantes. La coti-
dianeidad, desde esta perspectiva, transcurre en la esfera
del sujeto que la vivencia. Por ejemplo, la estructuración
de la vida cotidiana de una persona que padece una situa-
ción de extrema pobreza está atravesada por circunstan-
cias de diferentes órdenes. Se puede inferir que posible-
mente esa persona se relacione con una serie de
articulaciones de la noción de necesidad cc;mstruidas a
partir de la idea de supervivencia. Esta construcción
implica una pauta subjetiva de la noción del sentido de la
vida cotidiana. Así, la supervivencia es en algunos casos
entendida como una "cultura", como una forma de com-
prender y explicar, que tiene características singulares que
se expresan en la vida diaria, en la que sobresale como
primera cuestión el padecimiento objetivo y subjetivo de
esa persona. A su vez, en el devenir de las significaciones
de su cotidianeidad, la noción de cuerpo que tiene este
sujeto, por ejemplo, si está ligada a la supervivencia corno
"cultura", va a ser diferente de otras representaciones que
pueden observarse en la percepción de lo mórbido.
La desigualdad, el padecimiento, la vida cotidiana se
inscriben en forma singular en su cuerpo, en su habla y
en su mundo de significaciones. Lo mismo sucederá con
las ideas de salud y enfermedad, que se registran en
forma distinta y construyen explicaciones acordes con
una cotidianeidad organizada para sobrevivir. La enfer-
medad, en este caso, puede ser algo que trascienda la
esfera del dolor y que se relacione estrechamente con la
noción de supervivencia. En otras palabras, es posible
que en este caso la demanda de intervención hacia el sis-
tema de salud pase, más que por alertas del cuerpo, por
la imposibilidad de sostenerse económicamente.
90 Alfredo J.M. Carba/leda

La intervención en lo social se entrecruza con la


demanda que surge de esta circunstancia, pero también
con la necesaria observación de sus significados, ya que,
sin esa posibilidad, la intervención se queda sin conocer
una parte sustantiva del problema sobre el cual preten-
de actuar dentro del escenario institucional.
Por otra parte, es posible reconocer cómo, en las
diversas formas de vivencias de lo cotidiano, desde la
subjetividad se conoce el mundo. La situación antes des-
cripta, dentro de la esfera del sujeto, puede tender a
naturalizarse hasta ser percibido como una "normali-
dad" de la realidad. Esa noción de normalidad se cons-
truye a partir de la recurrencia, de la repetición, y la
situación de pobreza estructural, por su inscripción en el
cuerpo y la percepción de lo mórbido, puede ser enten-
dida como algo incuestionable o normal.
El acceso a lo cotidiano como recurrencia es otra
posible vía de entrada a este universo. En la vida coti-
diana, lo que se refrenda se torna hábito a partir de que
el sujeto se encuentra en un mundo ya sabido. Se obser-
va a sí mismo en él, y la repetición es lo previsible, lo
seguro, aquello que termina construyendo su mundo
con una noción de naturalidad. El padecimiento de esta
manera tiende a volverse habitual, a formar parte de un
entramado de sentidos que, incluso, puede otorgar cier-
ta seguridad por la certeza de no estar aún peor. Estas
circunstancias pueden observarse en situaciones de vio-
lencia doméstica, en donde el ejercicio de la violencia se
puede convertir en un lenguaje que otorga significacio-
nes diversas, pero que se introduce en la vida cotidiana
como algo que está allí en forma inmodificable.
La intervención en lo social implica, en muchos
aspectos, develar estas circunstancias, hacerlas visibles en
la esfera de ese "otro", desnaturalizando los escenarios
en los que se construye día a día el mundo de la vida.
Los escenarios de la inten;ención. Una mirada metodológica 91

La vida cotidiana es también aquello que transcurre,


donde la repetición, como si fuera algo natural, puede
no preguntar ni interpretar. Lo previsible construye a
veces el formato de la naturalización, se forma parte de
papeles, significaciones, que se reproducen dentro de la
sociedad, pero en esta faceta de la vida cotidiana, lo
social queda como apartado, invisible. Sencillamente, el
actor social puede no verse a sí mismo en el escenario de
la vida cotidiana y se "reifica" (Berger y Luckmann,
1968), y la cuestión puede ser incluida dentro de la pre-
gunta que signa a la sociología del conocimiento:
¿Cómo es posible que los significados subjetivos se vuel-
van facticidades objetivas?
La intervención en lo social puede intentar construir
algunas respuestas desde el conocimiento en profundidad
de la vivencia de ese otro en su vida cotidiana como
expresión de padecimiento. La vida cotidiana es una rea-
lidad interpretable con significados subjetivos, a la cual se
accede, tal vez, con mayor facilidad dentro del escenario
de la intervención, que permite observar que la vida coti-
diana se aprende como algo ya organizado, dentro de un
orden que la precede. Pero, también, a través del lengua-
je, los objetos se tornan significados que pueden ser deve-
lados. De allí que la vida cotidiana sea esencialmente la
construcción de un mundo intersubjetiva, hablado, ali-
mentado en forma constante a través del discurso.
Así el mundo cotidiano se estructura en un espacio-
tiempo, singular, propio, heterogéneo y subjetivo. Pero
este orden se consolida en la medida en que exista otro
que lo ratifique, que lo sostenga por medio de la pala-
bra, del hacer, de las simbolizaciones, de los sentidos
otorgados a este espacio-tiempo. En esta interacción
con el otro, lo que se construye puede ser entendido
desde la elaboración de tipificaciones que ordenan o
reafirman el sentido de la cotidianeidad. En este espacio
92 Alfredo J.M. Carba/leda

es donde se construyen las significaciones que, al con-


gregarse, se organizan en la esfera del lenguaje. Las dife-
rentes visiones de la vida cotidiana plantean básicamente
la idea de cómo se construye la realidad social. Para
autores corno Berger y Ludanan, la vida cotidiana es
producida a través de una serie de definiciones compar-
tidas, en diálogo con lo que se establece como realidad,
tanto desde lo objetivo como desde lo subjetivo. En el
caso de Goffman, el planteo es el de una mirada social de
la vida cotidiana, desde la interacción donde se constru-
ye el intercambio subjetivo, a lo que se suma al análisis
institucional en el que se expresa el poder simbólico.
En este aspecto, la vida cotidiana también puede ana-
lizarse según los escenarios de intervención que constru-
yen las instituciones. En ellos, la cotidianeidad se expresa
a partir de mandatos institucionales impuestos, normati-
vizados, organizados desde determinadas lógicas que en
muchos casos ratifican o construyen discursos estigmati-
zantes, como así también nuevas formas de identidad.
Desde la sociología crítica, también se agrega la
dimensión del "deber" y su construcción en el escenario
de la vida cotidiana, agregando una visión ideológica a
la noción de espacio intersubjetivo. Por ejemplo, la vida
cotidiana en una institución psiquiátrica puede ser útil
para pensar diferentes formas de diálogo e integración
de las definiciones de vida cotidiana desde la práctica.
Allí lo cotidiano se transforma en un dispositivo en sí
mismo, al formar parte de un orden, en este caso artifi-
cial, que confiere, establece y construye diferentes jerar-
quías que se organizan de acuerdo con los manda tos ins-
titucionales actuales e históricos.
La vida cotidiana dentro de una institución cerrada o
total no se aleja mucho de la descripta por Goffman en
el libro Internados. Las influencias contextuales, la crisis
de sentido de instituciones y prácticas, serían lo nove-
Los escenarios de la intervención. Una mirada metodológica 93

doso en una primera observación. Incluso así, el carác-


ter simbólico de la institución se mantiene y le otorga
aún posibilidades de construcción de identidades atrave-
sadas por estigmas, que remiten a la idea de "locura"
que la sociedad tiene en ese contexto. Las marcas de los
dispositivos de intervención que se utilizan muestran
variaciones, pero continúan construyendo identidad al
igual que otras instituciones cerradas.
De todas maneras, diferentes conceptos pueden ser
resemiotizados a partir de repensar sus características
desde la intervención. Así, por ejemplo, el concepto de
"rehabilitación" puede ser entendido como una recupe-
ración de habilidades y competencias en función del res-
tablecimiento de lazos sociales. En este caso, la idea de
intervención en una institución cerrada pone su hori-
zonte en el afuera, en la preparación para enfrentar los
complejos laberintos de la exclusión social sumados a la
estigmatización que se construyó desde antes del ingre-
so a la institución. La idea de intervención orientada a
fortalecer las formas de relación desde las potencialida-
des subjetivas muestra nuevas posibilidades de nuevos
sentidos de la acción en este tipo de instituciones.
Esta modalidad de intervención, en tanto define un
horizonte claro, se resignifica en el hacer de la propia
práctica, que propone un horizonte que se vincula con
la recuperación de autonomía, de individualización, en
definitiva, de enriquecer y recobrar la propia singulari-
dad, partiendo de un sujeto con historia y circunstancias
sociales únicas. Es posible reorientar la intervención en
salud mental desde esta perspectiva: "no se trata de
hablar de personas con discapacidades, lo que se trata de
rescatar no es lo que no tienen sino lo que tienen ... Se
pretende lograr el grado máximo de autonomía posible
de cada individuo, potenciar al máximo sus habilidades
y capacidades,,.
94 Alfredo J.M. Carballeda

En el mismo sentido, también el cambio de horizon-


te de intervención da cuenta de la necesidad de revisar
las formas del hacer: "La rehabilitación es un proceso
que implica espacios de negociación, para la familia,
para la comunidad que los rodea y para los servicios que
se ocupan del paciente; la dinámica de la negociación es
continua y no puede ser codificada definitivamente,
pues los actores - y los poderes- en juego son muchos y
se multiplican recíprocamente" (Sarraceno, 2003).
La intervención, según este punto de vista, da cuenta
de la necesidad de búsqueda de nuevas formas de hacer
que se conjuguen con los horizontes que se plantean
desde diferentes marcos teóricos. La orientación hacia
la búsqueda y recuperación de lo propio ratifica el cami-
no a la singularización y muestra la posibilidad de resig-
nificar conceptos y nociones ligados históricamente a
formas restrictivas de singularidad y de búsqueda de
cambio de subjetividades, como mandato fundacional
moderno de las instituciones.
·. CAPÍTUL04
La intervención y los cuerpos fragmentados.
De las narrativas del dolor
a la reinscripción social

La recuperación de lo propio. Sujeto, lazo social


y deseo, otra vía de acceso a las problemáticas
sociales complejas

Desde una nueva mirada al contexto de la interven-


ción, es posible aproximarse a los lazos sociales a partir
de comprenderlos como elementos relevantes en la
construcción de procesos de identificación, subjetiva-
ción y socialización. Los lazos sociales construyen al
sujeto desde la existencia de un otro, al que le otorgan
identidad y lo introducen dentro de la cultura. En un
contexto en el que la vida cotidiana muestra dificultades
de construcción de sentido de pertenencia e identidad,
lo que sobresale como problema en los escenarios de la
intervención es una fuerte crisis de las formas y los luga-
res úpicos de socialización.
En esos espacios es donde el sujeto se va construyen-
do en relación con los otros, con su historia, con su cul-
tura. La crisis de estos espacios de socialización en tanto
esferas de encuentro con el otro supone un impedimen-
to en el desarrollo de las potencialidades, capacidades y
habilidades de cada persona. Desde esta perspectiva, la
96 Alfredo J.M. Cm·baileda

intervención en lo social se encuentra frente a nuevos


interrogantes que la separan de sus mandatos fundacio-
nales. No se trata ya de detectar la anormalidad, lo dis-
cordante o lo "disfuncional", sino de iniciar otro camino
en la búsqueda de esa singularidad ligada a los talentos,
pericias, destrezas que ese otro posee en forma latente o
potencial. Las desigualdades y los padecimientos genera-
dos en las últimas décadas impidieron, en gran parte,
esas conexiones, esas formas de construir con los otros,
de insertarse dentro de la cultura. La intervención se
ubica en esta nueva paradoja que actualiza las viejas ten-
siones de sus mandatos fundacionales, emancipación o
coerción, donde lo que construye libertad se encuentra
dentro de la esfera de la cultura de ese otro, dentro de su
propia subjetividad. No se trata de cambiar una subjeti-
vidad por otra, sino de facilitar la expresión de lo propio.
¿Cómo construir formas de intervención que salgan de
esa contradicción fundacional?
Tal vez, la respuesta a esa pregunta se encuentre en la
recuperación de formas de entender la necesidad, ubi-
carla nuevamente dentro de la esfera de los derechos,
incorporando las nuevas cuestiones que surgen de las
propias dificultades del contexto. Considerar, quizás, el
hecho de formar parte de un todo social como un dere-
cho, no sólo en función de la inclusión sino también
desde el carácter material y simbólico de la cuestión: el
desarrollo de capacidades y habilidades también se pre-
senta como un derecho por recuperar en contextos
donde la pregunta por la ciudadanía ha tenido respues-
tas muy profundas desde lo formal.
De todas formas, hace falta algo más: se es sujeto de
derecho, pero también se es sujeto deseante, el deseo le
es inherente al sujeto. ¿Cómo hacer que las barreras
impuestas por las diferentes formas de la exclusión, sean
atravesadas y permitan nuevas formas de relación entre
La intervención y los cuerpos fragmentados 97

sujeto y deseo? Recuperar, sencillamente la capacidad


de ser:

Quien desea ya tiene lo que le falta, de otro modo no lo


desearía, y no lo tiene, no lo conoce, puesto que de otro
modo tampoco lo desearía. Si se vuelve a los conceptos de
sujeto y de objeto, el movimiento del deseo hace aparecer
el supuesto objeto como algo que ya está ahí, en el deseo,
sin estar, no obstante "en carne y hueso", y el supuesto
sujeto como algo indefinido, inacabado, que tiene necesi-
dad del otro para determinarse, complementarse, que está
determinado por el otro, por la ausencia (Lyotard, 1964).

A partir de estas cuestiones es lícito pensar que gran


parte de la población se encuentra no "al margen" sino
excluida de la sociedad, es decir, sencillamente, no forma
parte de ésta. Esta exclusión no se expresa sólo en el
terreno de la pobreza y las desigualdades socioeconómi-
cas, también es una marca que atraviesa a toda la socie-
dad de diferentes maneras, con distintas caras construc-
toras, al fin, del desencanto. Por ello, las prácticas típicas
de reinserción y de rehabilitación se enturbian, dado que
la demanda hacia la intervención puede provenir de suje-
tos que nunca formaron parte de la sociedad. De allí
entonces que desde la intervención se puedan pensar
otras categorías de análisis como las de "inscripción" o
"reinscripción" que abarquen a los que quedaron fuera,
los que padecen subjetivamente la posibilidad de estarlo
o los que sencillamente nunca estuvieron.
Las problemáticas sociales complejas expresan de
diferentes formas esos temas que, en definitiva, atravie-
san todo el escenario de la intervención, y generan nue-
vos guiones, papeles y tramas; lo que sobresale es lo
novedoso del padecimiento, especialmente, por su hete-
rogeneidad.
98 Alfredo J.M. Carballeda

Los lazos sociales sufren el impacto pero generan, a


pesar de todo, nuevas formas de asociación relacionadas
con nuevos esquemas que a veces se presentan con for-
matos fuertemente fragmentarios. La "ausencia" del lazo
social y su crisis forman parte de los padecimientos de
este nuevo siglo. Es posible observar aquí otra vía de
acceso a la complejidad de la cuestión social actual, de la
que surgen temas que se hacen inmediatamente trans-
versales y sobrepasan la especificidad de cada institución,
desde su comprensión y explicación hasta el sentido
mismo de la intervención. Entonces, las problemáticas
sociales complejas también se caracterizan por su movi-
lidad y permanente metamorfosis. Por ejemplo, una
internación en un hospital puede provocar interrogan-
tes, inconvenientes y urgencias que trascienden la esfera
institucional del campo de la salud. Lo mismo ocurre
con la escuela, donde el objetivo de la intervención
incluye desde la educación, la violencia urbana y domés-
tica, hasta las adicciones y la alimentación.
Estas cuestiones muestran la necesidad de pensar la
intervención en escenarios complejos atravesados por
múltiples lógicas y con la preeminencia de una u otra,
según planos muchas veces azarosos.
A partir de estas circunstancias, la intervención en lo
social requiere, tal vez, horizontes que marquen nuevas
posibilidades, tales como la revalorización del lugar de la
historia social como biografía en la que se ubican las
diferentes formas del padecimiento, pero también las
capacidades, las habilidades y las expectativas del otro.
Desde la intervención es necesario acceder a las signifi-
caciones e inscripciones que implican, en términos de
desazón y desesperanza, la vulneración de derechos
sociales y ciudadanos y su impacto en el desempeño de
papeles sociales y en el desarrollo de la persona. También
orientando la acción en función de poder reconstruir con
La intervención)' los czmpos fragmentados 99

el otro su propia trayectoria singular e intentar, de esa


manera, ampliar el conocimiento para acceder a las capa-
cidades, habilidades y potencialidades de cada persona;
estableciendo espacios de acuerdo donde se trabaje desde
la discusión el sentido de cada aspecto de la intervención.
Es necesario, además, examinar las posibilidades de
revinculación familiar y territorial; reconstruir instancias
de socialización; analizar el impacto de la pérdida de
derechos en el contexto de su restitución real; siempre
con el objetivo de generar de esta manera otra formas de
inscripción social desde la incorporación de nuevos sen-
tidos de la intervención en lo social.
El concepto de reinscripción llevado a la intervención
social implica la deconstrucción de procesos de estigma-
tización, a partir de un abordaje singular del padeci-
miento objetivo y subjetivo. Pero, básicamente, reins-
cripción significa la recuperación de la condición
sociohistórica del sujeto. De allí que la intervención se
enuncie como posible dispositivo de reconstrucción de
subjetividades, entendiendo a la necesidad como el resul-
tado de derechos sociales no cumplidos, considerando la
intervención como un medio y no un fin en sí misma, a
partir de que contribuye a la integración de la sociedad
desde una perspectiva inclusiva. La intervención se
transforma en un hacer de tipo anticipatorio, en la medi-
da en que pueda recuperar su carácter estratégico, dado
que la principal característica de su escenario es ser el
lugar de encuentro entre lo macro y lo microsocial.

Las hlstorias sociales como textos. Las narrativas


del padecimiento

Las historias sociales pueden ser entendidas como


textos, en tanto registro, pero también como una forma
100 Alfredo J.M. Carba/leda

de reflexión y conocimiento, ya que de la escritura e


interpretación de lo que se escucha surgen formas de
comprensión y explicación. El registro implica una mul-
tiplicidad de atravesamientos, que muestran a la inter-
vención como un proceso de análisis y la posibilidad,
por eso mismo, de alejarse o acercase a una situación.
En la intervención se entrecruzan diferentes formas de
narrar, especialmente en el relato de ese otro que se pre-
senta en el lugar de la demanda.
Las narrativas sociales son formas lingüísticas que en
el proceso de intervención pueden parecer limitadas,
pero que están relacionadas con una enorme cantidad de
conexiones con diferentes esferas comprensivo-explicati-
vas que condicionan su accesibilidad. En las narrativas se
entrecruzan narrador y oyente con diferentes concepcio-
nes de mundo. Es por ello que las narraciones sociales no
son neutras, ya que se inscriben en la identidad de las
partes. Las diferentes formas de expresión también
implican diferentes encuentros entre la vida subjetiva, la
cultura y la experiencia con las representaciones cultura-
les. Las narrativas también atribuyen significados a tra-
vés del relato, donde se entrecruzan pasado, presente y
futuro, y construyen el ((mundo" de la experiencia del
padecimiento. Estos discursos, en tanto procesos, se
cimientan dentro de la propia biografía y, en términos
subjetivos, la narración erige explicaciones y compren-
siones de las diferentes vivencias. También por medio de
las narraciones sociales se accede al cambio de percep-
ción de los fenómenos, tanto individuales como colecti-
vos. Son, asimismo, formas de presentar las causas de los
problemas, el impacto de ellos, sus consecuencias en la
vida cotidiana, los cambios que se producen luego de
determinadas circunstancias, que pueden ser entendidos
desde la perspectiva de "ruptura biográfica".
El concepto de "ruptura biográfica" es útil para acce-
La intervención)' los cuerpos fragmentados 101

der a las inflexiones del relato y constituye la entrada a


nuevas formas de significación; en el proceso de inter-
vención, se relatan situaciones que son comprendidas
como relevantes por quien las narra. La transformación
de las identidades en determinadas circunstancias, como
el abandono, la pérdida de empleo, y los cambios en la
identidad a partir de enfermedades o situaciones con
alto contenido simbólico (drogadicción, infección por
VIH, conflicto con la ley, ingreso a situación de calle,
entre otras cuestiones) dan cuenta de transformaciones
en la identidad que pueden ser analizadas desde las
nociones de "carrera moral" (Gofmann) o trayectoria de
enfermedad (P. Conrad). También pueden observarse
situaciones de ruptura biográfica a partir de determina-
das enfermedades, o por el ingreso a instituciones
correctivas y asistenciales, o por pérdidas que son con-
sideradas como significativas por quien narra la historia.
Este concepto de "ruptura biográfica" amplía las posibi-
lidades de conocer el contexto del relato, sus condicio-
nes culturales de producción y los diferentes campos de
interacción en que éste se presenta, así como la visión
propia de los aspectos significativos del problema, la
explicación causal de sucesos que lo constituyen y una
serie de conexiones entre las diferentes formas de com-
prender y explicar el problema. De esta manera, el rela-
to biográfico aporta información directamente relacio-
nada con las diferentes vivencias.
Las narrativas del padecimiento permiten acceder a
los diferentes órdenes de la historia de vida que impli-
can desde los procesos de socialización hasta las disolu-
ciones. En este lugar de escucha, el sentido de la inter-
vención se relaciona con conocer en profundidad la
complejidad del problema que se presenta y con acceder
a las problemáticas sociales complejas. Las narrativas
sociales tienen la particularidad de que son esencial-
102 Alfredo J.M. Cai·balleda

mente transversales, vinculan esferas que fueron separa-


das por las diferentes especializaciones. Tal transversali-
dad del relato permite elaborar nuevas formas de abor-
daje, de gestión, que se pierden en escuchas recortadas
o específicas o cuya resolución se hace más complicada.
No se trata sólo de una escucha sino que, además de la
actitud de ésta en el proceso, implica una posibilidad de
conocimiento más amplia y compleja en función de las
perspectivas de transformación y de recuperación que la
intervención en lo social aporta.

La intervención como dispositivo

La intervención en lo social se presenta como un ins-


trumento de transformación no sólo de las circunstan-
cias en las que concretamente actúa, sino también como
un dispositivo de integración y facilitación del diálogo
entre las diferentes lógicas que surgen de distinta forma
comprensiva explicativa, de los problemas sociales, de
las instituciones y de los contextos y escenarios de las
que son emergentes. Desde esta perspectiva, la inter-
vención en lo social como un dispositivo (en el sentido
que le otorga Michel Foucault) sería básicamente el
producto de una trama de relaciones que se pueden
establecer entre diversos componentes (contextuales,
subjetivos, institucionales e instrumentales), que abar-
can una gran cantidad de esferas y que se encuentran en
determinadas circunstancias.
La intervención en lo social es, en el presente, una
forma de articulación y generación de diálogos entre
diferentes instancias, lógicas y actores institucionales;
una posibilidad de construir formas articuladas y trans-
versales de respuesta a la complejidad de los problemas
que se presentan.
La inte1-vención y los cuerpos fragmentados ¡ 03

La actual crisis de lo normativo a nivel institucional


interpela por su dificultad o imposibilidad de aplicación.
Entender las relaciones intra e interinstitucionales según
el concepto de dispositivo puede ser útil en la medida en
que éste permite una mirada más amplia, y la posibilidad
de hacer actuar distintas formas de acción desde diversas
nociones, que abarcan diferentes perspectivas comprensi-
vas y explicativas de los problemas sociales, como así tam-
bién de las nociones de tiempo y espacio.
La idea de "tiempo" hoy se presenta también en
forma heterogénea, tanto para el sujeto sobre el que se
interviene como para los diferentes espacios institucio-
nales e interinstitucionales. Incluso dentro de una
misma institución se pueden encontrar nociones de
tiempo diferenciadas. Lo mismo ocurre con respecto al
uso del espacio y el sentido del mismo. Las ideas de
tiempo y espacio no son iguales para el sector de la edu-
cación que para el sector de la salud; de allí que las
expresiones conflictivas, los reclamos y la dificultad de
relación e interacción sistémica tal vez tengan que ver
con la pérdida de diferentes instancias que las aglutina-
ba, pero que marcaba su sentido desde un lugar de auto-
ridad y legitimidad.
Desde la intervención, tal vez, se haga necesario vol-
ver a pensar las diferentes representaciones instrumen-
tales desde las instituciones, básicamente en relación
con su "sentido".
Pensar la intervención como dispositivo también
implica una reflexión acerca de su "lugar", es decir, si se
construye como conocimiento a priori o a posteriori. Dado
que su saber proviene de la práctica cotidiana, la inter-
vención se funda en el hacer y desde allí debe abrevar el
conocimiento y especialmente las preguntas a otros cam-
pos de saber. La intervención en lo social básicamente,
entonces, se vincula con el conocimiento a posteriori.
104 Alfredo J.M. Carba/leda

El sentido epistemológico de la intervención

La intervención implica una serie de acciones, meca-


nismos y procesos que construyen representaciones de
ese "otro" sobre el que se interviene. Como campo, es un
lugar de construcción de creencias, hábitos y modalidades
de hacer; y es un lugar de certezas y de incertidumbres.
La intervención en lo social posee una dimensión
epistemológica, porque el proceso de intervención
implica una toma de decisiones vinculadas con concep-
tos, interrogantes y categorías de análisis. Desde allí se
construye su sentido, no un objeto de estudio. No
implica necesariamente el desarrollo de una investiga-
ción; sí, la aplicación de determinados procedimientos
instrumentales, estratégicos, que apuntan a profundizar
el conocimiento de una situación con fines de interven-
ción. De allí que la evidencia empírica surge de la prác-
tica misma, y sobre esa base se construyen las preguntas,
que generan respuestas producto de diálogos con la pro-
pia experiencia, la trayectoria de la intervención en ese
campo y el conocimiento que aportan otros campos de
saber. La importancia de lo metodológico en la inter-
vención en lo social se vincula con la coherencia entre
las técnicas de recolección de datos y su análisis. Esta
intervención implica una serie de dimensiones que,
dadas sus características, trascienden las propias de la
investigación, ya que pone en acto muchas produccio-
nes de este campo. La dimensión metodológica de la
intervención da cuenta de la capacidad de actuar frente
a los interrogantes que genera la demanda, lo que impli-
ca también una dimensión de orden epistemológica,
vinculada con la capacidad de reflexión frente a diferen-
tes formas de conocimiento.
Además, la intervención involucra un compromiso
ético, dado que se interviene no sólo sobre los proble-
La intervención y los czte1pos frngmentados JOS

mas sociales, sino en función del padecimiento que


generan. En este aspecto, la reflexión también se orien-
ta hacia los diferentes condicionantes de la interven-
ción, a partir de aspectos desiguales, pero esencialmen-
te a partir de prácticas, representaciones sociales y
construcciones discursivas que la preceden y que, de
algún modo, le imponen un orden, una ley que le con-
fiere dirección al hacer. La reflexión ética que envuelve
las prácticas las obliga a mirar hacia su propio interior,
dialogar con su propia historia, con los atravesamientos
del contexto, analizando críticamente los argumentos
que la construyen, y reflexionando acerca de las motiva-
ciones que se tienen en cuenta antes de tomar una deci-
sión. La deliberación, en tanto reflexión, hace responsa-
ble a la intervención y ratifica o no la propia autonomía
de una práctica.
En la intervención, la reflexión ética implica una
revisión de los marcos conceptuales desde donde se
actúa y de los esquemas de justificación. Es, por eso, un
lugar de formulación de nuevas preguntas, un espacio
donde se construye la agenda pública, teniendo en
cuenta las dimensiones de lo micro en lo macrosocial.
La intervención también es un "lugar" de generación
de acontecimientos, donde se rompe la dicotomía indi-
viduo-sociedad, con la posibilidad de visualizar relacio-
nes de fuerza que se invierten, desde un vocabulario
recuperado. Es decir, la posibilidad de encontrar nuevos
espacios para la palabra.
La intervención en lo social muchas veces hace mani-
fiesto aquello que no se visualiza, que se encuentra esta-
blecido, a partir de un determinado orden. En definiti-
va, la intervención es un "hacer ver", que no agrega ni
quita nada a ese "otro" sobre el cual llevamos adelante
nuestra práctica cotidiana.
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