Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
A nadie le gustan los gritos. El cerebro responde a ellos poniéndonos en alerta, intensifica la
tensión y la tendencia a la huida o la acción. Sin embargo, todos nos hemos visto alguna vez en esa
tesitura… ¿Por qué grito cuando me enfado? A veces, sin darnos cuenta, levantamos la voz más de
la cuenta, sobre todo, si estamos en medio de una discusión o alguien nos ha faltado el respeto.
Es muy común también que muchas mamás y papás se arrepientan de haber lanzado un grito a sus
hijos cuando estos estaban en medio de una rabieta, una travesura o en una conducta
inapropiada. Falla la calma, la mente actúa por instinto y se pierden los papeles. Luego, claro está,
llega el remordimiento y el clásico razonamiento de “esta vez será la última”.
El grito cumple una finalidad evolutiva: alerta al grupo de una amenaza o peligro. Es un instinto
que compartimos con los animales y que nos ha ayudado desde tiempos inmemoriales. Podríamos
describirlo como una vocalización primaria, esa que ya evidencian los recién nacidos y que informa
muchas veces a los padres de sus necesidades.
Ahora bien, trabajos de investigación como los realizados en la Universidad de Oslo (Noruega)
señalan algo interesante. Los gritos humanos pueden reflejar hasta seis emociones primarias. No
solo gritamos de ira, sino que está reacción es a menudo el reflejo del dolor, el miedo, la alegría, la
tristeza y la pasión.
Ahora bien, uno de los responsables de este trabajo, el doctor Sasha Frühholz, señala que el
cerebro reacciona de manera muy intensa a los gritos porque los procesa como estímulos
amenazantes. Es decir, uno puede gritar repentinamente de alegría y felicidad, pero esa reacción
siempre será sorpresiva y desagradable para quien no se lo espera.
Esto nos lleva a otro hecho. Hay personas con mayor tendencia a hacer uso de este recurso. Son
muchos los que se preguntan aquello de ¿por qué grito cuando me enfado y qué podría hacer para
evitarlo? Sabemos que es una conducta desagradable, que nos distancia de los demás y que lejos
de ser catártico, nos carga de arrepentimientos.
Gritamos porque nos han gritado desde niños. Porque esa ha sido la forma de comunicación de
nuestros padres. Órdenes, reproches y simples comentarios… Cuando nuestros progenitores nos
han educado haciendo uso de un tono de voz elevado o sancionatorio ese patrón se integra en
nosotros y lo repetimos.