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Jean Allouch
“ Por otra parte, es evidente, basta con que hable de ellos, para que gracias a la
palabra elefante, no sea necesario que estén aquí para que efectivamente estén aquí,
y sean más reales que los individuos elefantes contingentes”(1)
Volvamos entonces a nuestro elefante presente aquí mismo. Una historieta del mismo
orden le sucedió a Wittgenstein al contestarle a Russel. En su curso de Cambridge,
Russel estaba diciendo, como una evidencia, que no había rinocerontes en la sala de
clases. Wittgenstein era un alumno, lo que quiere decir que no le dejaba pasar nada a
su maestro, que no toleraba en aquél, la menor aserción que no estuviera probada
(nada que ver con los alumnos de lacan que como lo decía recientem,ente Philippe
sollers, habían encontrado la solución para dormir durante el seminario, enchufaban
sus pequeños grabadores mediante los cuales odían dejar para más tarde su
comprensión de lo que decía Lacan y quizá ustedes lo saben, todavía esperamos ese
más tarde). Wittgenstein pues, que no tenía grabador, se levantó para decir: “Pruebe
que no hay un rinoceronte en la sala!” Russel, entonces, invitó a todos a que miraran
debajo de los bancos, debajo del escritorio magistral, a que abrieran los placares, pero
no consiguió nada, ¡no logro persuadir a Wittgenstein de que hubiese probado que no
había rinocerontes en la sala! Y todos al final de esa sesion memorable salieron
descontentos, al no haberse hallado ningún consenso, un poco como la policía en “La
carta robada” de Poe, descontenta por no haber puesto las manos en la carta tras
haber inspeccionado sin embargo todo el lugar.
Lacan decía algo más que Wittgenstein al enfrentar a russel, no planteaba solamente
que no estaba probado que no hubiera un elefante en la sala, decía que había uno
desde el momento en que el nombre de “elefante” era articulado.
Por supuesto, a partir de allí, ustedes pueden preguntar en dónde localizar entonces
ese famoso elefante, una pregunta muy natural, en la India, donde funciona la noción
de avatara, avatar. Las posibilidades son numerosas; puede ser, por ejemplo, si hay
aquí una pareja heterosexual (como todavía se dirá por algún tiempo), el macho de la
hembra, basta para ello que ese macho se comporte como el cristianismo pretende
que lo haga, es decir que coja a su hembra únicamente con el fin de tener niños. El
cristianismo en efecto hizo de la sexualidad del elefante, que solo copula una vez cada
cinco años y únicamente para pocrear, el modelo de la sexualidad humana.
Cual es entonces la diferencia entre un elefante y el objeto petit a? Tal vez sospechen
ya que estoy a punto de destruir mi adivinanza. Volamos a formularla: ¿acaso lo que
acabamos de decir sobre la presencia real del elefante invocado por su nombre es
igualmente válido para el objeto petit a? Si fuera así, no habría diferencia, esa sería la
respuesta, “los habría pescado”, como se dice en los curso de escuela primaria y
ustedes estarían un poco disgustados conmigo. Salvo que justamente no es así. Según
Lacan en este seminario, si digo “elefante”, lo hago presente (se ha llegado a creer
incluso que era re-presentado, a lo que Freud llama Vorstellung); pero si digo “objeto
petit a, ¿qué pasa? Se presentan varios casos. Distingamos cuatro de ellos.
-Están aquellos que están al corriente y para los cuales esas palabras evocarán un
cúmulo de cosas, horas y horas de trabajo sobre los textos de Lacan, sesiones de
análisis, experiencias personales, cualquier cosa, ya que de todas maneras se hallarán
tratando al objeto petit a como al elefante y por eso, habrán pasado de largo ante el
objeto petit a.
-Estan aquellos que escucharán estas palabras por primera vez y que sin preocuparse
por lo que verdaderamente quieran decir concluirán que, sin duda, otros lo saben. Su
posición, mediante ese desfasaje, esa referencia a un supuesto saber, no es
esencialmente diferente de los primeros.
-Están aquellos que se detendrán en las palabras mismas: “objeto” , “petit” (que
plantea un temible problema de tradución en castellano ya que pequeño no es
adecuado, ni tampoco minúscula (si se dijera “objeto a minúscula”refiriéndose a la
letra)) y la letra “a”. Podemos desearles mucho placer si intentan poner todo eso
junto. En verdad podrían onsagrar sus vidas a ello, no obtendrían nada bueno porque
su mismo recorrido consistirá en oner juntos tres elefantes, o tres rinocerontes, o un
elefante, un rinoceronte (para seguir con Ionesco) y una mujer, o tres cosas
cualesquiera porque de todas maneras sólo podrá tratarse de representaciones,
mediante las cuales ellos también dejarán escapar el objeto petit a.
-¿Y entonces? Hallaremos una salida, que sería el cuarto caso, diciendo que a
diferencia del elefante, el objeto petit a no representa nada?; decir que proferir su
nombre no hace presente nada en la sala deja escapar también al objeto petit a puesto
que esa misma nada tampoco se sustrae a la representación.
Por lo tanto, no hay mas que una sola manera de responder a la adivinanza, y es
destruyéndola, al igual que Wittgenstein decía que la mejor manera de resolver una
cuestión filosófica era encontrarse en una posición tal que aquella no se planteara.
Preguntarse cuál es la diferencia entre el elefante y el objeto petit a es introducir el
objeto petit a en un juego de diferencias, en un juego simbólico por lo tanto
(recordarán a Saussure: “en la lengua, o hay más que diferencias”) y es justamente lo
que no es posible.
Dicho de otro modo, mi pequeña adivinanza, por el hecho mismo de ser planteada,
descarta, bloquea, impide toda posibilidad de respuesta. No es por lo tanto una
adivinanza, más vale tirarla a la basura junto al papel en el que fue escrita.
Ustedes pensarán: ¡Valía en verdad la pena que se molestara en inventar una
adivinanza y que nos la trajera como un regalo si, al final, esa adivinanza estalla!
El fin de la heterosexualidad
Felizmente, no es exactamente así. Ya no estamos completamente al comienzo de esta
exposición. Digamos que ustedes ahora sospechan, al menos eso espero, que Lacan
pudo decir que su objeto petit a no era un objeto, ¿un objeto representa nada?
Tendríamos otra respuesta a la adivinanza y, lacanianamete hablando, esa respuesta
sería la correcta. Salvo que hay un problema, que esa “nada”, en tanto que nada, ya
es algo, tal como ustedes pueden palparlo cuando alguien les dice, la mayoría de las
veces quejándose: “No puedo hacer nada” No piensen que haraganea. ¡Hace esfuerzos
para lograr no hacer nada, es decir hacer nada, hacer la nada! Puesto que es como
nosotros, no es como nuestros primos mamíferos que, al parecer, no hacen nada sin
ningún esfuerzo especial. En una palabra, es en el sentido del Gegenstand, de lo que
se pone delante, pero tampoco una letra, no habiendo sido la letra a minúscula tomada
sino como la primer del alfabeto y porque hacia falta una para poder indicar algo de lo
cual fundamentalmente no se puede hablar, algo fuera del campo del lenguaje, algo
que por lo tanto se escapa desde el momento en que se intenta apresarlo con el
lenguaje, un poco, si ustedes quieren, aun cuando la metáfora por supuesto tambien
sea engañosa, como esos frescos romanos en las catacumbas, que se borran apenas
se deja se deja entrar aire y luz en las cuevas para poder contemplarlos (eso esta en
Roma de Fellini) Lacan toma entonces esa letra a minúscula como la primera que llega;
la toma como una antorcha en el fuego, sabiendo que no podrá sostenerla con la mano
y que si estuviera la piel curtida de un albañil y lograra agarrarla, y bien, eso sería aun
más errado.
En una palabra ese objeto petit a no es un objeto, ni una letra, ni una calificación
tipográfica de esa letra, ni tampoco “nada”. Vale decir, su nombre es ya su perdida,
nombrarlo ya es perderlo.
Imagino la insatisfacción de ustedes: ¿en qué zona, a qué aguas turbias y hasta qué
místicas nos conduce, dirán ustedes, con su objeto petit a que ni siquiera podemos
llamar objeto petit a? Por cierto que no está en mi poder calar esa insatisfacción, pero
al menos puedo aportar un remedio cuyo estatus sería paliativo antes que
verdaderamente farmacéutico. Puedo indicarle algo que hizo Lacan en 1963, que es
una operación de lo mas extraña, todavía ampliamente desatendida, cuyas
consecuencias no se ha terminado de medir: la destrucción, de hecho, de la
heterosexualidad.
Hay que decir que su público no se dio cuenta de nada y él mismo no formuló la cosa
tan explícitamente como yo se los digo..¿Y cómo puedo yo, casi cuarenta años
después, o apenas cuarenta años después (lo que ustedes prefieran) ser tan claro? Es
que entre tanto sucedió algo, principalmente en los países anglosajones, pero
señalemos que proveniente de personas que, por una parte veían calificada su
sexualidad como fuera de lo normal, que eran insultados, golpeados, condenados y a
veces incluso asesinados por ello y que, por otra parte eran lectores atentos de un
determinado número de intelectuales franceses: Foucault; Derrida, Deleuze, Lyotard,
Lacan.
Foucault, sobre todo, era tenido en cuenta y todavía lo es. En especial porque , como
historiador levantaba una serie de maldición que pesa particularmente sobre el sexo,
pero también sobre el psicoanálisis y que se llama esencialismo. El psicoanálisis
lacaniano fanfarronea gritando alto y claro que no es una psicología; al hacerlo, sólo
olvida una cosa y es que también toma ampliamente de la psicología un esencialismo
casi incorregible. Con Freud comenzó ese prejuicio, si no esa creencia, según la
cual las cosas del alma, de la psyché, cualesquiera fueran, serían las mismas
“en todos los tiempos y en todos los lugares”. La formula le pertenece a Charcot,
quien creía que ese era el caso de la gran crisis de histeria; esto ocurría en el
momento en que las histéricas se burlaban de él, ofreciéndole, en cada presentación
de enfermo, exactamente la crisis que el había descripto y que su público mundano
esperaba. Charcot (el de la histeria) encarna perfectamente la formula de Lacan según
la cual “El maestro es un boludo” Felizmente la histeria, bajo la forma de la historia,
interviene en ese esencialismo, un poco como un elefante en un bazar, ocasionando no
pocos estropicios. Ahora bien, Foucault llamó constructivismo a lo que resulta de tener
en cuenta variaciones que describe la historia allí donde se creía que existían entidades
estables, siempre idénticas. Y fue pues en la línea de esa refutación constructivista del
esencialismo platónico que se percibió que términos como “homosexualidad”,
“perversión”, “heterosexualidad” no describían realidades eternas, esencias (eidos),
sino que habían sido fabricados en una ocasión determinada, por determinadas
personas y con determinados fines que la sociedad entera adoptaba al adoptar el
vocabulario propuesto.
Sociológicamente, entonces, los gay and lesbian studies fueron los primeros que,
hace mas de veinte años, empezaron a demoler concepciones que se creían sólidas
como rocas. Y sin duda, si no hubiera tomado conocimiento de estos trabajos, yo
nunca hubiese podido leer el seminario de La angustia como lo voy a señalar ahora.
La operación a la cual me voy a dedicar podrá parecer reivindicatoria para los gays y la
lesbianas que han inaugurado ese camino. Si fueran a verlo así les ruego que me
disculpen. Pero los textos están allí, y no les digo que Lacan destruyó en 1963 el
concepto de heterosexualidad sino porque ustedes pueden verificarlo. No podemos
más que agradecer que los gay and lesbian studies nos hayan permitido darnos cuenta
de ello, actuando como un revelador fotográfico sobre el texto de Lacan; tampoco
dejamos de agradecer que estos trabajos hayan alcanzado o estén por alcanzar “los
aparatos ideológicos”, como los llamaba Althusser, mientras que la ruptura de Lacan
en 1963 seguía siendo más bien confidencial. Pero ese hecho no anula que, en La
Angustia, se hay terminado con la heterosexualidad. Para hacerlo palpable, tenemos
que volver a nuestro innombrable objeto petit a
Ahora es posible decirles por qué puedo afirmar que Lacan en La Angustia, destruía la
noción de heterosexualidad. Le hacía falta una razón sólida para sostener que el falo,
en el coger, intervenía esencialmente como desfalleciente y por su desfalleciemiento.
¿Cuál? Esa razón se basa en a observación de que el sujeto deseante ólo es deseante
en tanto que apunta, no unicamente a gozar, sino a hacer ingresar su goce en el lugar
del Otro (5), lugar donde se inscribe toda cosa que se inscribe. Y entonces adquiere
toda su importancia la identificación del falo como objeto petit a.
Porque justamente, en tanto objeto petit a, el falo no es inscribible, como lo indicaba
nuestra adivinanza. Es decir que en verdad hay una alteridad en juego para el sujeto
deseante, y por otra parte, no se ve cómo podría ser de otro modo, solamente allí se
advierte que el goce llevado adelante por el deseo no lo alcanza, haga lo que haga el
deseo para inscribirlo.
Es decir, queda excluido poner juntas una palabra que expresa alteridad, como la
palabra griega heteros, y una palabra que expresaría goce, como la palabra
“sexualidad”. Conclusión no hay heterosexualidad.
Lo cual se demuestra también por el absurdo, como a veces lo hacen los matemáticos.
Si existiera una heterosexualidad, el Otro sería sexuado, lo que a pesar de todo ningún
psicoanalista, ni siquiera lacaniano, se ha atrevido a decir. Hay que apelar a jung para
intentarlo. A través de lo cual, por otra parte, el psicoanálisis sería un pan-sexualismo,
a lo que, como ustedes saben, Freud se opuso claramente condenando a Jung.
Y puesto que también estoy aquí para incrementar el interés de ustedes, ya tan
grande, por la cultura y la lengua francesa, permítanme concluir con alguien a quien
sin duda conocieron desde la escuela primaria, a saber, nuestro La Fontaine nacional.
Ocasionalmente La Fontaine se sirvió de un uso curioso, aunque válido, de la palabra
empêcher (impedir) que, en ciertos casos, quiere decir coger. Je suis empêché
(literalmente: “estoy impedido”), significa: “estoy cogiendo”. La Fontaine entonces, en
dos alejandrinos, le da la palabra a una mujer, sin duda una cortesana, que cogía con
un tipo mientras otro esperaba su turno (“Al siguiente” cantaba Jacques Brel). En esa
escena representada por estos dos versos entenderán cómo el otro precisamente no es
alcanzado en el coger, cómo está en otra parte, cómo por lo tanto no podría haber allí
hetero-sexualidad. La cortesana, en efecto, declara:
Notas:
(1) Jacques Lacan, Libro 1: Los escritos técnicos de Freud; Editorial Paidos,
1981. Bs.As. P.264
(2) “Una sala donde habla Laan rápidamente se torna una asamble de
durmientes. Como terminaron dándose cuenta de que no entendían nada,
llevaron sus grabadores; los micrófonos cuelgan de los altoparlantes como
muletas. Esperan que algún día sus tímpanos se abrirán (Philippe Sollers,
Hommage á Lacan” Magazine Litteraire; nro fuera de serie: Freud et ses
hérities, I´aventure de la psychanalyse, marzo de 2000)
(3) ¿Un neologismo de Lacan? ¿O bien un error de transcripción? Al conservar la
palabra, optamos por el neologismo.
(4) J.Lacan: Lángoisse, sesión del 13 de marzo de 1963. Seminario inédito
(5) Citado por Julian Teppe; Vocabulaire de la vie amoureuse, Paris, Roger
Maria éd.;p.99.