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Jacques Lacan
Pienso, luegozoy
Sería cuestión de que allí dejaran –hablo de los analistas– algo muy
diferente de un miembro, a saber, ese objeto insensato que especifiqué como
a.
Eso es lo que queda atrapado en la trabazón entre lo simbólico, lo
imaginario y lo real como nudo. Si lo atrapas bien, podrás responder a lo que
constituye tu función: ofrecérselo a tu analizante como causa de su deseo.
por parte Es lo que hay que lograr. Pero tampoco es tan terrible si allí te enganchas
del analista
la pata. Lo importante es que ello corra por tu cuenta.
Tras este repudio del Gozoy, me divertiré diciéndoles que, ese nudo, hay
que serlo. Agrego lo que ya saben luego de que yo articulara durante un año
los cuatro discursos bajo el título de El reverso del psicoanálisis: ustedes sólo
deben hacer el semblante de serlo. ¡Es difícil! Tanto más difícil cuanto que no
basta figurárselo para hacer el semblante de ello.
No se imaginen que yo me lo haya figurado. Yo escribí objeto a, que es
algo muy diferente. Esto lo emparenta con la lógica, es decir que lo vuelve
operatorio en lo real como ese objeto del cual, precisamente, no se tiene idea.
Reconozcamos que el objeto del cual no se tiene idea era hasta ahora un
agujero en toda teoría, cualquiera que ésta sea.
Esto justifica las reservas que recién expresé con respecto al
presocratismo de Platón. No es que él no lo haya presentido, ya que en el
semblante está inmerso sin saberlo. Eso lo obsesiona, aunque él no lo sepa.
Esto sólo significa una cosa: que lo siente pero que no sabe por qué ello es
así. De ahí ese insoporte, (8) lo insoportable que él propaga.
No hay un solo discurso en que el semblante no se imponga. No vemos
por qué el último en llegar, el discurso analítico, escaparía a ello. Sin
embargo, ésta no es una razón para que en ese discurso, so pretexto de que
fue el último en llegar, ustedes se sientan incómodos hasta el punto de hacer
de él, según el uso en que se encorsetan sus colegas de la Internacional, un
semblante aparatoso, más semblante que el original.
Al menos, recuerden que el semblante de aquel que habla en calidad de
tal siempre está en todo tipo de discurso que lo ocupe. Es incluso una
segunda naturaleza. Sean pues más distendidos, más naturales, cuando
reciben a alguien que viene a demandarles un análisis. No se sientan tan
obligados a darse ínfulas. Aun como bufones, se justifica que estén.
No tienen más que mirar mi Televisión. Soy un payaso. Sigan el ejemplo,
¡y no me imiten! La seriedad que me anima es la serie que ustedes
constituyen. No pueden, a la vez, estar en ella y serla.
De lo real
Debo sostener esta Tercera mediante lo real que ella entraña, y por eso
les planteo la pregunta que, según veo, las personas que hablaron antes de mí
vislumbran en parte. No sólo vislumbran, sino que incluso lo han dicho –que
lo hayan dicho certifica que lo vislumbran. ¿El psicoanálisis es un síntoma?
Ustedes saben que planteo las preguntas cuando tengo la respuesta. Pero
en fin, aun así mejor sería que fuese la respuesta correcta.
Llamo síntoma a lo que viene de lo real.
Se presenta como un pececito cuya boca voraz sólo se cierra cuando tiene
sentid sentido donde hincar el diente. Entonces, una de dos: o bien eso lo hace
o proliferar –Creced y multiplicaos, dijo el Señor (ese empleo del término
abre
una
via
doble
multiplicación es, por cierto, un poco fuerte, lo cual debería hacernos poner
mala cara, ya que él, el Señor, sin duda sabe qué es una multiplicación, no es
la proliferación del pececito)–, o bien, pues, revienta.
Lo mejor sería que lo real del síntoma reventara, y a eso deberían apuntar
nuestros esfuerzos. Pero ésa es toda la cuestión: ¿cómo hacer?
En una época en que me desplazaba por servicios de medicina –no los
nombraré, aunque en mi papel aluda a ellos (esto se imprimirá, debo saltear
un poco)–, para intentar que se entienda qué era el síntoma yo no lo decía
exactamente como ahora, pero al menos –esto es quizás un Nachtrag– creo
que ya lo sabía, si bien aún no había hecho surgir lo imaginario, lo simbólico
y lo real.
El sentido del síntoma no es aquel con que se lo alimenta para su
proliferación o su extinción. El sentido del síntoma es lo real, en la medida en
que se interpone para impedir que las cosas marchen, en el sentido de que
éstas den cuenta de sí mismas de manera satisfactoria –satisfactoria al menos
para el amo, lo cual no significa en modo alguno que el esclavo lo sufra, en
absoluto.
En este asunto, el esclavo está pancho, mucho más de lo que creen. Él es
quien goza, al revés de lo que dice Hegel, quien al menos debería percatarse
de ello, ya que por eso mismo el esclavo se dejó manipular por el amo.
Entonces, Hegel le promete además el porvenir; ¡está colmado!
Esto también es un Nachtrag, más sublime que en mi caso, si me
permiten, porque prueba que el esclavo ya tenía la dicha de ser cristiano en la
época del paganismo. Ello es evidente, aunque no deja de ser curioso. He ahí,
en verdad, la pura ganancia. ¡Todo para ser feliz! Jamás se volverá a
encontrar eso.
Ahora que ya no hay esclavos, nos vemos reducidos a sobar lo más que
podamos las comedias de Plauto y de Terencio para hacernos una idea de qué
eran exactamente los esclavos.
Me extravío. Pero no sin conservar la cuerda de lo que este extravío
demuestra.
El psicoanálisis es un síntoma
El sentido del síntoma depende del porvenir de lo real; por lo tanto –como
dije en la conferencia de prensa–, del éxito del psicoanálisis.
Lo que le demandamos es que nos desembarace tanto de lo real cuanto
del síntoma. Si es exitoso, si responde con éxito a esa demanda, puede
esperarse cualquier cosa –lo digo así, veo que hay personas que no estaban en
esa conferencia de prensa, lo digo para ellas–, a saber, un retorno de la
verdadera religión, por ejemplo, que no tiene aspecto de deteriorarse, como
ustedes saben. La verdadera religión no es loca, todas las esperanzas le
vienen bien, si me permiten, ella las santifica. Luego, por supuesto, las
permite.
Entonces, si el psicoanálisis triunfa, se extinguirá, al no ser más que un
síntoma olvidado. No deberá pasmarse por ello; ése es el destino de la
verdad, tal como él mismo lo plantea de entrada: la verdad se olvida. Todo
depende, pues, de que lo real insista. Para ello, el psicoanálisis debe fracasar.
Hay que reconocer que toma ese camino, y que entonces sigue teniendo
buenas posibilidades de permanecer como síntoma, de crecer y de
multiplicarse. ¡Psicoanalistas no muertos, va carta!
Pero aun así, cuidado; quizás éste sea mi mensaje bajo una forma
invertida. Quizá también yo me precipito. Tal es la función de la prisa, que
destaqué para ustedes.
Lo que acabo de decirles puede, no obstante, haber sido mal entendido, de
suerte que se lo haya tomado en el sentido de que el psicoanálisis sería un
síntoma social. No hay más que un solo síntoma social: cada individuo es
realmente un proletario, es decir, no tiene discurso alguno con el cual hacer
lazo social, o sea, semblante. Marx lo preparó de un modo increíble. Dicho y
hecho. Lo que lanzó implica que no hay nada que cambiar. Por eso, además,
todo sigue exactamente como antes.
Socialmente, el psicoanálisis tiene una consistencia diferente de la de los
otros discursos. Es un lazo de dos. En este aspecto, se encuentra en el lugar
de la falta de relación sexual. Ello no basta en absoluto para convertirlo en un
síntoma social, ya que una relación sexual falta en todas las formas de
sociedad. Esto se enlaza con la verdad que estructura todo discurso.
Debido a eso, por otra parte, no hay verdadera sociedad fundada en el
discurso analítico. Hay una Escuela, que justamente no se define por ser una
Sociedad. Se define por el hecho de que en ella enseño algo.
Por más gracioso que pueda parecer cuando se habla de la École
freudienne, ésta es algo del estilo de lo que hicieron los estoicos, por ejemplo.
Los estoicos tenían como un presentimiento del lacanismo; ellos son quienes
inventaron la distinción entre el signans y el signatum. Yo, en cambio, les
debo mi respeto por el suicidio; no por suicidios fundados en una pavada,
sino por esa forma de suicidio que es, en suma, el acto en sentido estricto. No
hay que malograrlo, por cierto; si no, no es un acto.
En todo esto, pues, no hay problema de pensamiento. Un psicoanalista
sabe que el pensamiento es aberrante por naturaleza, lo cual no le impide ser
responsable de un discurso que crea una soldadura entre el analizante y
¿qué?, no el analista, sino la pareja analizante-analista.
Alguien lo dijo muy bien esta mañana. Yo lo expreso de otro modo, pero
es exactamente lo mismo. Me alegra que converja.
Leo esta Tercera, mientras que tal vez recuerden que en La primera que a
ella retorna creí tener que poner mi parlance, (9) puesto que ya se la
imprimió, so pretexto de que el texto había sido distribuido a todos ustedes.
Si hoy no hago más que urdroma, espero que ello no les dificulte demasiado
entender lo que leo. Si esta lectura es excesiva, pido disculpas.
En La primera, entonces –la que retorna para que no cese de escribirse,
necesaria, Función y campo…–, dije lo que había que decir. La interpretación
–solté– no es interpretación de sentido, sino juego con el equívoco, por lo
cual puse el acento sobre el significante en la lengua. Lo designé como la
instancia de la letra, para hacerme entender por el escaso estoicismo de
ustedes.
De ello resulta –agregué después, sin más efecto– que la interpretación
opera con lalengua, lo cual no quita que el inconsciente esté estructurado
como un lenguaje, uno de esos lenguajes que justamente los lingüistas se
empeñan en hacer creer que animan lalengua. Generalmente llaman a eso la
gramática; en el caso de Hjelmslev, la forma. No es pan comido, aunque
alguien –que me debe el desbroce del tema– puso el acento sobre la
gramatología.
Lalengua es lo que permite considerar que no por casualidad el vœu
[anhelo], afán, es también el veut [quiere] de querer, tercera persona del
indicativo; que tampoco por casualidad el non [no] que niega es el nom
[nombre] que nombra; que no es pura casualidad, ni tampoco arbitrario como
dice Saussure, que d’eux [de ellos], d antes de ese eux que designa a aquellos
de quienes hablamos, esté hecho de la misma forma que la cifra deux [dos].
Lo que hay que concebir es el sedimento, el aluvión, la petrificación que
resulta del manejo, por parte de un grupo, de su experiencia inconsciente.
Lalengua no debe ser tildada de viva porque esté en uso. Lo que ella
vehicula es más bien la muerte del signo. Que el inconsciente esté
estructurado como un lenguaje no implica que lalengua no deba jugar [jouer]
en contra de su gozar [jouir], ya que ella está hecha de ese gozar mismo.
El sujeto supuesto saber, que es el analista en la transferencia, no sin
razón es supuesto si sabe en qué consiste el inconsciente, por ser un saber que
se articula a partir de lalengua, ya que el cuerpo que allí habla sólo se le
anuda por lo real del cual él se goza.
Que el goce fálico devenga anómalo para el goce del cuerpo, ya se notó
cien veces. No sé cuánta gente aquí está un poco al tanto de esas historias
estúpidas que nos vienen de la India –kundalini, que le dicen. Así designan
esa cosa que trepa a lo largo de toda su médula, según dicen. Lo explican de
un modo que concierne a la espina dorsal; imaginan que es la médula y que
sube hasta los sesos. Después se han hecho algunos progresos en anatomía.
El fuera-de-cuerpo del goce fálico, ¿cómo entenderlo?
Esta mañana lo entendimos gracias a mi querido Paul Mathis, que es
también aquel a quien yo alababa por lo que leí de él acerca de la escritura y
el psicoanálisis. Nos dio un estupendo ejemplo esta mañana. Ese Mishima no
es una lumbrera. Y para que nos diga que fue San Sebastián quien le dio la
ocasión para eyacular por primera vez, esa eyaculación en verdad debe de
haberlo pasmado.
Todos los días lo vemos: tipos que nos cuentan su primera masturbación,
que jamás la olvidarán, que revienta la pantalla. (10)
Bien se comprende por qué revienta la pantalla: porque no proviene del
interior de la pantalla.
Si hay algo que nos da la idea del gozarse, es el animal. No podemos dar
prueba alguna de ello, pero bien parece implicarlo lo que llamamos el cuerpo
animal.
La cuestión se pone interesante a partir del momento en que la ampliamos
y, en nombre de la vida, nos preguntamos si la planta goza.
La pregunta tiene sentido, pues justo ahí nos embaucaron con los lirios
del campo. No tejen ni hilan, agregaron. Con seguridad, ahora no podemos
contentarnos con eso, por la sencilla razón de que, precisamente, es lo que
hacen: tejer e hilar. Para nosotros, que lo vemos con el microscopio, no hay
ejemplo más manifiesto de que eso es hilado. Entonces tal vez gocen de eso,
de tejer y de hilar. Pero así la cosa queda, por cierto, completamente
irresuelta en su conjunto.
Queda en pie la pregunta de si vida implica goce. Si bien la respuesta
sigue siendo dudosa en el caso del vegetal, eso no hace sino poner más de
relieve que no lo es en el caso de la palabra. Lalengua –donde el goce
sedimenta, como dije, no sin mortificarse, no sin que se presente como
hojarasca– da testimonio, nos da bien la idea de que la vida –que el lenguaje
rechaza– es algo del orden de lo vegetal.
Hay que mirar esto en detalle.
El significante-unidad es la letra
Para que haya nudo borromeo, no es necesario que mis tres consistencias
fundamentales sean todas tóricas.
Como quizás haya llegado a sus oídos, ustedes saben que puede
considerarse que una recta se muerde la cola en el infinito.
Entonces, de lo imaginario, lo simbólico y lo real, uno de los tres,
seguramente lo real, puede ser una recta infinita. En efecto, como dije, lo real
se caracteriza por no formar todo, es decir, por no cerrarse.
Supongan incluso que ocurra lo mismo con lo simbólico. Basta que lo
imaginario –a saber, uno de mis tres toros– se manifieste como el sitio donde,
por cierto, damos vueltas, para que, junto con dos rectas, forme nudo
borromeo.
Lo que aquí ven, tal vez no por casualidad se presenta como el
entrecruzamiento de dos caracteres de la escritura griega. Es perfectamente
digno de incluirse como un caso del nudo borromeo. Rompan la continuidad
de la recta o la continuidad del redondel, y lo restante –ya sean una recta y un
redondel o bien dos rectas– queda absolutamente libre, tal como es la
definición del nudo borromeo.
Al decirles todo esto, tengo la impresión –incluso lo anoté en mi texto–
de que el lenguaje verdaderamente no puede avanzar más que torciéndose y
enrollándose, rizándose de un modo sobre el cual, a fin de cuentas, no puedo
decir que yo no dé aquí el ejemplo.
Recoger el guante por el lenguaje, señalar en todo lo que nos concierne
hasta qué punto dependemos de él, no crean que yo lo haga con tanto gusto.
Preferiría que fuese menos tortuoso. Lo que me parece cómico es
simplemente que no nos percatemos de que no hay ningún otro modo de
pensar y que ciertos psicólogos, en busca del pensamiento que no sería
hablado, de alguna manera impliquen que el pensamiento puro, si me
permiten, sería mejor.
En esa cosa cartesiana que recién propuse, a saber, el Pienso, luego soy,
hay un error profundo. Lo que inquieta al pensamiento aparece cuando éste
imagina que crea extensión, si cabe decirlo. Pero eso es lo que demuestra que
el único pensamiento puro, si me permiten –pensamiento no sometido a las
contorsiones del lenguaje–, es precisamente el pensamiento de la extensión.
Hoy quería conducirlos a esto –y, a fin de cuentas, al cabo de dos horas
no hago más que encallar ahí y arrastrarme–: ¿Por qué diablos será que la
extensión (que –suponemos– es el espacio, el que nos es común, a saber, las
tres dimensiones) nunca fue abordada por la vía del nudo?
Hago un pequeño rodeo, una evocación citatoria del viejo Rimbaud y de
su efecto de barco ebrio [bateau ivre], si me permiten: “Sentí que los
remolcadores dejaban de jalarme”. Pero no hay necesidad alguna de
rimbateau, ni de poâte, ni de Éthiopoâte, (12) para plantearse la cuestión
siguiente.
Hay personas que, con certeza, tallaban piedras –y eso es la geometría de
Euclides. Después tenían que elevarlas hasta lo alto de las pirámides, y no lo
hacían con caballos –que no jalaban gran cosa, todos lo saben, pues no se
había inventado la collera–: ellas mismas jalaban todas esas cosas. Entonces,
¿por qué no fue ante todo la cuerda –y, por ello mismo, el nudo– lo que pasó
al primer plano de su geometría?
¿Cómo no vieron el uso del nudo y de la cuerda?
Hay que decir que, en cuanto al nudo, las propias matemáticas más
modernas pierden la cuerda. No saben cómo formalizar lo tocante al nudo.
Hay un montón de casos en que pierden pie.
Por lo demás, ése no es el caso del nudo borromeo: el matemático se
percató de que es una trenza, y el tipo más simple de trenza.
El último nudo que les dibujé nos muestra de manera cautivante que no
tenemos que hacer que todas las cosas dependan de la consistencia tórica.
Sólo hace falta al menos una. Achicar indefinidamente esa al-menos-una
puede darles la clara idea del punto.
En efecto, si no suponemos que el nudo se manifiesta por el hecho de que
el toro imaginario que aquí coloqué se achica [rapetisse], se reacomoda
[rapetasse] infinitamente, no tendremos ni la menor idea del punto.
Las dos rectas, tal como acabo de inscribirlas y a las cuales asigno los
términos simbólico y real, se deslizan una sobre otra –si me permiten– hasta
el cansancio. ¿Por qué dos rectas sobre una superficie, sobre un plano, se
cruzarían, se interceptarían? Nos lo preguntamos. ¿Dónde se vio alguna vez
algo parecido a eso, salvo que manejemos la sierra y que imaginemos que la
arista de un volumen basta para dibujar una línea? Aparte de ese fenómeno de
la aserradura, ¿cómo podemos imaginar que el encuentro entre dos rectas sea
lo que constituye un punto? Me parece que hacen falta al menos tres.
Esto nos lleva un poquito más lejos. (Ustedes leerán este texto que, valga
lo que valga, al menos es divertido.) Debo mostrárselo, por cierto.
Esto les designa el modo en que, a fin de cuentas, el nudo borromeo reúne
esas famosas tres dimensiones que imputamos al espacio –sin privarnos, por
lo demás, de imaginar tantas como queramos. Un nudo borromeo se produce
justamente cuando lo sumergimos en ese espacio.
Tal como las cosas se figuran mediante el dibujo, esa intersección tiene a
su vez dos partes, ya que la intervención del tercer campo produce ese punto
cuya trabazón central define al objeto a. Según les dije recién, todo goce se
empalma en este lugar del plus-de-gozar.
Cada una de esas tres intersecciones es exterior a un campo. El goce
fálico, que aquí escribí como Jϕ, es exterior al denominado campo del cuerpo,
y esto define lo que recién califiqué como su carácter fuera-de-cuerpo.
La misma relación hay entre el círculo donde se aloja lo real y el sentido.
Por eso insistí, en especial durante la conferencia de prensa, sobre el hecho de
que al dar de comer sentido al síntoma –o sea, a lo real– no hacemos más que
prolongar su subsistencia.
Por el contrario, si en lo simbólico apresamos algo mediante lo que
denominé el juego de palabras, el equívoco –que implica la abolición del
sentido–, entonces todo lo que concierne al goce, y en especial al goce fálico,
puede asimismo ser apresado.
El síntoma y su interpretación
Esto no les impedirá percatarse del lugar del síntoma en esos diferentes
campos. Helo aquí, tal como se presenta en el aplanamiento del nudo
borromeo.
Todos saben hasta qué punto es imposible ese goce del Otro.
Incluso a la inversa del mito evocado por Freud –a saber, que Eros sería
hacer uno–, justamente por eso reventamos. Dos cuerpos no pueden hacer
uno en ningún caso, por mucho que se abracen. No llegué a ponerlo en mi
texto, pero lo mejor de lo mejor que puede hacerse en esos famosos
apretujones es decir ¡Abrázame fuerte! Pero no abrazamos tan fuerte como
para que el otro termine por reventar; por lo tanto, no hay ninguna especie de
reducción al Uno. Es lo más ridículo que hay.
Si algo constituye el Uno es, por cierto, el sentido del elemento, el sentido
de lo que incumbe a la muerte.
Digo todo esto porque, debido a cierta aura de lo que cuento, sin duda se
crea mucha confusión acerca del tema del lenguaje. De ningún modo
considero que el lenguaje sea la panacea universal. El inconsciente, no por
estar estructurado como un lenguaje –esto es lo mejor que tiene– deja sin
embargo de depender estrechamente de lalengua, es decir, de lo que hace que
toda lalengua sea una lengua muerta, aunque siga estando en uso.
Sólo a partir del momento en que algo se depura, podemos encontrar un
principio de identidad de sí a sí. Esto no se produce en el nivel del Otro, sino
en el de la lógica. En la medida en que llegamos a reducir toda especie de
sentido, llegamos a esa sublime fórmula matemática de la identidad de sí a sí
que se escribe x = x.
En cuanto al goce del Otro, hay una única forma de colmarlo, y tal es en
sentido estricto el campo donde nace la ciencia. Como todo el mundo sabe,
como bien lo muestra una obrita que mi hija ha emprendido, recién cuando
Galileo estableció pequeñas relaciones entre una letra y otra letra con una
barra en el medio, y definió la velocidad como relación entre espacio y
tiempo, fue posible escapar de todo lo que la noción de esfuerzo tenía de
intuitivo y de engorroso, para llegar a ese primer resultado que fue la
gravitación.
Desde entonces hemos hecho algunos pequeños progresos, pero ¿qué es
lo que la ciencia brinda, a fin de cuentas? Nos brinda en qué hincar el diente,
en lugar de lo que nos falta en la relación de conocimiento, lo cual, para la
mayoría de las personas –en particular, todas las que están aquí–, se reduce a
gadgets: la televisión, el viaje a la luna. Y ustedes ni siquiera hacen el viaje a
la luna –sólo algunos, seleccionados–, sino que lo ven por televisión.
La ciencia parte de la letra. Por tal razón, pongo mis esperanzas en el
hecho de que, pasando por debajo de toda representación, tal vez lleguemos a
obtener algunos datos más satisfactorios sobre la vida.
Algunas observaciones
J.-A.M.
1- Hay homofonía entre disque (“disco”), dit ce que (“dice que”). [N. de T.]
2- Juego de palabras entre Je suis (“Soy”), Se jouit (“Se goza”), y Je souis (neologismo por
condensación entre ambas expresiones, aquí vertido por “Gozoy”). Cuando souis figure sin Je,
traduciremos “gozoy”. [N. de T.]
3- Hay cuasi homofonía entre Indo-Européens (“indoeuropeos”) y el neologismo Undeuxropéens
(“undoeuropeos”), que contiene un-deux (“un-dos”). [N. de T.]
4- Juego de palabras entre m’es-tu me (“me eres me”), mais tu me tues (“mas me matas”), m’aimes-tu?
(“¿me amas?”) y me-me. [N. de T.]
6- Hay homofonía entre soit (“sea”) y soi (“sí”, pronombre de tercera persona). [N. de T.]
7- Hay homofonía entre rend gorge (“vomita”) y rengorge (“pavonee”). [N. de T.]
10- Ça crève l’écran (“es espléndida”) significa literalmente que “revienta la pantalla” (de cine) debido
a su intensidad. [N. de T.]
11- Juego de palabras entre la foi, l’espérance et la charité (“la fe, la esperanza y la caridad”) y la foire
(“la feria”), l’aissepérogne (remedo de lasciate ogni speranza [“perded toda esperanza”], en el Infierno
de Dante), y l’archiraté (“lo archipifiado”). [N. de T.]
12- Neologismos por condensación: rimbateau = Rimbaud + bateau (“barco”); poâte = poète (“poeta”)
+ hâte (“prisa”); Éthiopoâte = Éthiopien (“etíope”) + poète + hâte.– Poâte es además una mala
pronunciación de poète. [N. de T.]