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Pese a haber disfrutado de crío con leyendas televisivas como

‘Saint Seiya’, ‘Dragon Ball Z’, ‘Slayers’, ‘Ranma ½’ o ‘Ruroni


Kenshin’ —por poner unos cuantos ejemplos—, y más adelante
con la obra y milagros cinematográficos de autores de la talla de
Satoshi Kon —jamás olvidaré la primera vez que vi ‘Perfect Blue’,
Katsuhiro Otomo o Mamoru Oshii, he de reconocer que siempre
he tenido una gran deuda pendiente con el anime; ya sea en su
forma de serie de televisión o de largometraje.

A estas alturas de la vida, como podéis imaginar, mi lista de


visionados futuros es kilométrica, y está repleta de producciones
consideradas esenciales como la que nos ocupa; pero hace cosa
de un mes, aprovechando que está disponible al completo en
Netflix, decidí empezar a tachar títulos comenzando por arriba del
todo. Ahora, casi cinco semanas después, puedo proclamar con
orgullo que al fin he visto ‘Neon Genesis Evangelion’.

EN ESPINOF

Las 27 mejores películas y series de anime de la década (2010-2019)

Aprovechando mi descubrimiento —más bien revelación— tardío,


he decidido juntar unas cuantas líneas para reivindicar por
enésima vez la joya de Hideaki Anno desde el punto de vista de un
iniciado en la materia. Y es que los extraordinarios 26 (+2)
episodios de ‘Neon Genesis Evangelion’ se han traducido en una
experiencia casi catártica tanto a nivel personal como en lo
que respecta a mi relación con el lenguaje, forma y fondo del
medio audiovisual. Un punto de no retorno al que sólo pueden
conducirte las grandes obras maestras.

Descubriendo el cielo
En pleno año 2021, prácticamente un cuarto de siglo después del
cierre definitivo de ‘Neon Genesis Evangelion’ con ‘The End of
Evangelion’, es prácticamente imposible exponer algo que no
haya sido escrito anteriormente una y mil veces; así que lo único
que queda es ensalzar las virtudes y elementos clave del anime
canalizándolas a través de mi relación con él y con unos valores
formales y narrativos que considero, en este momento,
inigualables.

Mi primera toma de contacto con la serie, a través de sus dos


capítulos iniciales, titulados ‘El ataque del ángel’ y ‘Un techo
desconocido’, fue suficiente para caer rendido y quedar
completamente atrapado ante lo que prometía ser una
deconstrucción del género kaiju-eiga y los de mechas bajo la
forma de un shōnen tan denso como espectacular. Sin duda, no
tenía ni idea de lo que estaba a punto de venírseme encima, pero
celebro haber ignorado la tentación de devorarla de un par de
sentadas para terminar paladeándola poco a poco.

Si hay algo que me ha fascinado de ‘Neon Genesis Evangelion’, y


que me ha mantenido pegado a la pantalla —o pensando en ella
cuando no estaba viéndola, lo cual llevaba mucho tiempo sin
ocurrirme—, es el modo en que dosifica la información. Anno
prescinde de sobreexplicaciones, subrayados y subtramas
infinitas y opta por la síntesis y la economía narrativa para reducir
claves dramáticas y argumentales a simples detalles en
acciones o diálogos.
Esto podría haber sido fácilmente contraproducente, invitando a
la desconexión frente al caos, la incomprensión y el bombardeo
de conceptos sin ningún tipo de tregua, pero, en mi caso, puso a
mil revoluciones mi cerebro episodio tras episodio mientras
intentaba desentrañar los secretos ocultos tras la naturaleza de
los EVA y sus conexiones con los pilotos, la estructura y relación
de SEELE y NERV, el origen de los Ángeles o los entresijos del Plan
de Complementación Humana; pequeños fragmentos de un lore
gigantesco.

El alma de 'Evangelion'

En medio de esta maraña de simbología religiosa, criaturas


imposibles, Apocalipsis en proceso y batallas encarnizadas se
encuentran las que son, sin duda, las verdaderas almas de
‘Evangelion’. Me estoy refiriendo, por supuesto, a unos
personajes redondos, que hacen gala de unas dinámicas y
tratamientos brillantes; que abarcan desde las grandes estrellas
de la función hasta a encantadores secundarios relegados a un
segundo término como Maya o Makoto.

Todos ellos, en un extraordinario ejercicio coral, actúan


como catalizadores de las complejas tesis que encierra la
producción; de un poderosísimo calado psicológico y
filosófico, y que no titubean a la hora de sumergirse en las
pantanosas aguas del trauma, el abandono, la depresión, el auto-
aislamiento como barrera de prevención ante el dolor, la
dependencia emocional o las inevitables consecuencias de las
relaciones paterno y materno-filiales —o la ausencia de ellas—
sobre la psique de los hijos.

Esta amalgama de discursos, desarrollados paulatinamente y


cuyo análisis pormenorizado podría derivar en un ensayo de
cientos y cientos de páginas, culmina en los súbitos episodios 25 y
26 emitidos originalmente con los títulos de ‘Un mundo que se
acaba’ y ‘La bestia que pedía amor a gritos desde el centro del
mundo’, que cerraron aparentemente el arco de Shinji Ikari con
un extraño, anticlimático y enigmático —y, pese a todo,
disfrutable— ejercicio de introspección.

No obstante, la gran traca final de ‘Neon Genesis Evangelion’ llegó


tras el excepcional resumen ‘Death (True)²’ —el trabajo de
montaje es realmente impresionante— de la mano de los dos
actos finales y un epílogo condensados en ‘The End of
Evangelion’: unos ‘Air/Love is Destructive’, ‘Sincerely Yours’ y
‘One More Final: I Need You’ devastadores que no sólo lanzaron
los últimos detalles para dar cohesión al mundo de Hideaki Anno,
sino que también me golpearon emocionalmente, me hicieron
gritar varias veces al televisor, me obligaron a contener el aliento
y dieron punto y final a un viaje de una intensidad que veo
difícil volver a experimentar.

Punto de no retorno
Redondeando lo que, bajo mi punto de vista, ya es perfecto, se
encuentra un tratamiento formal impoluto ya no sólo en
referente a la animación y el diseño de producción —ambos
descomunales tanto cuando se entregan a la acción más brutal
como en los pasajes más íntimos y oníricos—, sino en lo
relacionado con la dirección de todos y cada uno de los
realizadores implicados en el proyecto.

El modo en que se juega con las leyes tradicionales del encuadre,


con la cadencia del montaje, con una planificación que no teme
en reducir una escena a un plano detalle, o con un ritmo que
decelera la acción hasta convertir unos segundos en una
eternidad que te deja con el corazón en un puño —el último
encuentro entre Shinji y Kaworu es sobrecogedor—, es sólo el
broche de oro para una muestra de auténtica gloria
audiovisual.
El posvisionado de ‘Neon Genesis Evangelion’, que llevo
reposando unos cuantos días, está confirmando que todas estas
sensaciones no han sido fruto de un calentón puntual, sino
consecuencia de la tremenda calidad de un anime que me ha
calado hondo hasta convertirse prácticamente en una
obsesión. Una clase magistral de guión, dirección,
montaje, worldbuilding y construcción de personajes que me
va a acompañar durante mucho, mucho tiempo.

Por suerte, aún me queda por ver qué me ofrecen las cuatro
películas del ‘Rebuild’, pero tengo la extraña —y horrible—
sensación de que, en lo que respecta a mi relación con el
anime, 'Evangelion' se ha convertido en un punto de no
retorno, y nada de lo que vea a partir de ahora va a conseguir
superarla, ni rellenar el hueco que me ha dejado despedir a Shinji,
Rei, Asuka, Misato y compañía.

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