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Antecedentes Un acercamiento de la ciencia del cerebro al aula en el que se hace confluir la

teoría con las aplicaciones prácticas. Siempre interpretando de forma adecuada la información
que proviene de ese suministro continuo de pruebas que constituye la ciencia,.

Figura 1
Figura 2
1. Cooperación del profesorado
En los centros educativos se habla mucho de la importancia del trabajo cooperativo, pero este
no se limita al alumnado y requiere un aprendizaje socioemocional previo que, en el aula,
siempre parte de nuestra formación. Un trabajo eficaz entre el profesorado en la planificación
curricular, en el análisis y mejora de las prácticas educativas o en la evaluación del aprendizaje
constituye una de las estrategias que inciden más en el rendimiento académico del alumnado. Si
los profesores somos capaces de cooperar de forma adecuada podremos generar entornos de
aprendizaje propicios en los que las expectativas sean positivas y una cultura de centro capaz de
abrirse a toda la comunidad educativa y a la sociedad. Todo en consonancia con nuestro cerebro
plástico y social.
Para saber más:
Donohoo J. (2017). Collective efficacy: how educators’ beliefs impact student learning. Thousand
Oaks: Corwin.
 Evaluación inicial
Nuestro cerebro está constantemente comparando la información almacenada con la novedosa.
Como vamos aprendiendo en un proceso continuado en el que se van integrando las ideas
nuevas en las ya conocidas a través de la asociación de patrones, resulta imprescindible
identificar los conocimientos previos del alumnado.
Esto se puede hacer, por ejemplo, a través de formularios, mapas conceptuales, debates,
preguntas abiertas, rutinas de pensamiento, plataformas digitales como AnswerGarden, etc.
Constituye el punto de partida antes de abordar un tema o una unidad didáctica, para poder
adaptar la planificación prevista a la evolución de cada estudiante.
Hay algunas preguntas que nos podríamos plantear:
• ¿Qué tiempo durará la evaluación inicial?
• ¿Cómo haré la evaluación inicial?
• ¿En qué momento anterior a la unidad didáctica debo hacer la evaluación inicial?
• ¿Tendré tiempo tras conocer los resultados de la evaluación inicial para preparar y/o modificar
mi planificación didáctica?
Para saber más:
Sousa D. A. (2015). Brain-friendly assessments: what they are and how to use them. West Palm
Beach: Learning Sciences International.
3. Objetivos de aprendizaje y criterios de éxito
Los objetivos de aprendizaje constituyen un punto de partida fundamental en la planificación de
la unidad didáctica, pero para que puedan alcanzarse es imprescindible que el profesor sea
capaz de comunicar y compartir con el alumnado, de forma clara y precisa y en toda la
experiencia de enseñanza y aprendizaje, qué conocimientos, actitudes, valores o competencias
son útiles en el proceso. Junto a ello, los criterios de éxito, si son claros y concretos, permitirán
a los estudiantes conocer cómo y cuándo alcanzan los objetivos de aprendizaje. Y también
podemos involucrarlos en su creación, por supuesto. Las investigaciones revelan que el reto,
compromiso, confianza, expectativas altas y comprensión constituyen componentes esenciales
del aprendizaje vinculados a los objetivos de aprendizaje y a los criterios de éxito.
Para saber más:
Hattie, J. (2012). Visible learning for teachers. Maximizing impact on learning. London:
Routledge.
4. Atención
La neurociencia ha confirmado que la atención no constituye un proceso cerebral único ya que
existen diferentes redes atencionales que hacen intervenir circuitos neuronales, regiones
cerebrales y neurotransmisores concretos, y que siguen procesos de desarrollo distintos.
Especialmente relevante en educación es la red de control o atención ejecutiva que permite al
estudiante focalizar la atención de forma voluntaria inhibiendo estímulos irrelevantes. A parte de
ciertos programas informatizados, se han comprobado los beneficios del ejercicio físico y
del mindfulness sobre esta atención ejecutiva.
Si la atención es un recurso limitado y a los niños y a los adolescentes les cuesta focalizarla
durante periodos de tiempo prolongados resultará muy útil fraccionar el tiempo dedicado a la
clase en bloques con los respectivos parones que pueden ser activos, por supuesto. El juego y el
ejercicio físico constituyen estrategias potentes para optimizar los procesos atencionales que son
imprescindibles para el aprendizaje.
Para saber más:
Posner M. I., Rothbart M. K., Tang Y. Y. (2015): “Enhancing attention through training”. Current
Opinion in Behavioral Sciences 4, 1-5.
5. Pensamiento crítico y creativo
El aprendizaje requiere dotar de sentido y significado lo que se está trabajando. Las necesidades
educativas en los tiempos actuales van más allá de los contenidos curriculares concretos.
Requieren la adquisición de competencias básicas, como la creatividad, el pensamiento crítico o
la resolución de problemas, que fomentan un pensamiento de orden superior y vinculan el
aprendizaje a la vida cotidiana. Y una buena estrategia para facilitar un aprendizaje real y
profundo reside en la utilización de metodologías híbridas inductivo-deductivas que combinan
transmisión y cuestionamiento. Enfoques como el Peer Instruction o el Flipped Learning que
sacan la transmisión de información fuera de la clase y liberan mucho tiempo de la misma para
que los alumnos puedan ser protagonistas activos del aprendizaje, son buenos ejemplos de ello.
En esta situación, las tecnologías digitales pueden ser herramientas potentes facilitadoras del
aprendizaje.
En lo referente a la creatividad, sabemos que es una capacidad que no es innata y que puede
fomentarse en cualquier materia, etapa educativa o estudiante. Y una estupenda forma de
potenciar un aprendizaje más abierto, reflexivo y creativo consiste en integrar las actividades
artísticas en los contenidos curriculares identificados.
Para saber más:
Freeman S. et al. (2014): “Active learning increases student performance in science,
engineering, and mathematics”. Proceedings of the National Academy of Sciences 111 (23),
8410-8415.
6. Trabajo cooperativo
El aprendizaje constituye un proceso social. En la vida compartimos, aprendemos y vivimos
junto a otras personas, pero esas situaciones de aprendizaje no prevalecen en muchas escuelas.
Se aprende en grupo, pero no como grupo. Al crearse el adecuado vínculo emocional entre los
compañeros se genera un sentido de pertenencia a la clase y a la escuela que facilita el buen
desarrollo académico y personal del alumnado. Como confirman estudios muy recientes, cuando
nos sentimos socialmente apoyados mejoran nuestras funciones ejecutivas del cerebro.
Cuando los estudiantes han adquirido mayor experiencia en este tipo de trabajo, ya pueden
realizar mejor proyectos cooperativos. Como en el caso del aprendizaje-servicio, una propuesta
educativa que consiste en aprender haciendo un servicio a la comunidad. Este tipo de proyectos
son los que parece que inciden más en el aprendizaje del alumnado.
Asimismo, se han comprobado los beneficios de la tutoría entre iguales, una situación en la que
los estudiantes se convierten en profesores de otros compañeros. La simple expectativa de la
acción cooperativa es suficiente para liberar la dopamina que fortalecerá el deseo de seguir
cooperando.
Para saber más:
Lieberman, M. D. (2013). Social: why our brains are wired to connect. Oxford: Oxford University
Press.
 Evaluación formativa y feedback
Tradicionalmente, los profesores nos hemos centrado en transmitir de forma correcta los
conocimientos y no tanto en entender las causas por las que los alumnos no los comprenden.
Pero si lo verdaderamente importante es el aprendizaje, especialmente de competencias,
deberíamos disponer de una gran variedad de actividades que nos permitieran ver cómo se va
gestando el aprendizaje del alumno, identificando sus fortalezas y analizando los errores que les
permitan seguir mejorando. Y ese tendría que ser el gran objetivo de la evaluación: impulsar el
aprendizaje a través de un proceso continuo.
Los estudios sugieren que una buena evaluación formativa se caracteriza por:
1. Clarificar y compartir los objetivos de aprendizaje y los criterios de éxito.
2. Obtener información clara sobre el aprendizaje del alumno a través de distintas formas de
evaluación (sean formales o informales como, por ejemplo, a través de debates en el aula,
cuestionarios o tareas concretas de aprendizaje).
3. Suministrar  feedback formativo a los alumnos para apoyar su aprendizaje.
4. Promover la enseñanza entre compañeros y la coevaluación.
5. Fomentar la autonomía del alumno en el aprendizaje a través de la autoevaluación y la
autorregulación.
Para saber más:
Heitink M. C. et al. (2016): “A systematic review of prerequisites for implementing assessment
for learning in classroom practice”. Educational Research Review 17, 50-62.
8. Memoria
Dejando aparte los sucesos emocionales que se graban en nuestro cerebro de forma más
directa, en situaciones normales (o si se quiere, menos emotivas) disponemos de distintos tipos
de memoria que activan diferentes regiones cerebrales. En el aula es especialmente importante
la memoria explícita, la cual requiere un enfoque más asociativo en el que la reflexión, la
comparación y el análisis adquieren un gran protagonismo.
Las investigaciones demuestran que cuando se distribuye la práctica en el tiempo, los
estudiantes aprenden mejor y tienen más tiempo para reflexionar sobre lo que están
aprendiendo. Y, además, constituye una estupenda forma de optimizar la motivación de logro y
combatir el aburrimiento que pudiera ocasionar la repetición de una tarea cuando no existe la
necesaria variedad en la misma. Junto a ello, se ha comprobado que cada vez que intentamos
recordar modificamos nuestra memoria y este proceso de reconstrucción del conocimiento tiene
una gran incidencia en el aprendizaje, tanto el asociado a hechos concretos como a inferencias.
Esta técnica se puede incorporar fácilmente en el aula durante el desarrollo de la unidad
didáctica a través de pequeños cuestionarios utilizando, por ejemplo, recursos digitales
conocidos.
Para saber más:
Dunlosky J., et al. (2013): “Improving students’ learning with effective learning techniques:
promising directions from cognitive and educational psychology”. Psychological Science in the
Public Interest 14(1), 4-58.
Metacognición
La metacognición nos permite valorar nuestros propios pensamientos. Hace que seamos
conscientes de las estrategias que seguimos al resolver problemas, y que evaluemos la
eficacia de las mismas para poder cambiarlas si no dieran el resultado deseado. Diversos
estudios muestran la importancia de que el estudiante se plantee preguntas durante las
tareas de aprendizaje que le permitan explicarse y reflexionar sobre lo que está haciendo,
intentando relacionar los nuevos conocimientos con los previos.
Se ha comprobado la utilidad de realizar descansos durante el estudio para reflexionar sobre
el propio aprendizaje. También resulta interesante reforzar la conciencia del propio
conocimiento creando palabras clave. Cuando se les pide a los estudiantes que generen unas
pocas palabras que resuman un tema concreto mejoran su metacognición y distribuyen
mejor su tiempo de estudio. Asimismo, la meditación parece mejorar también la
metacognición.
Para saber más:
Diamond A., Ling D. S. (2016): “Conclusions about interventions, programs, and
approaches for improving executive functions that appear justified and those that, despite
much hype, do not”. Developmental Cognitive Neuroscience 18, 34-48.
10. Impacto del aprendizaje
Una unidad didáctica no debería terminar cuando se cumple el plazo temporal previsto sino
cuando el profesor analiza cuál ha sido el impacto sobre el aprendizaje del alumno en
relación a los objetivos y los criterios de éxito inicialmente identificados. Porque lo
verdaderamente necesario es garantizar el aprendizaje de todos y, en el caso de no
producirse, ser flexible y cambiar las estrategias de enseñanza cuando sea necesario.
La esencia del aprendizaje radica en poder aplicar lo que hemos aprendido en un
determinado contexto a otros nuevos contextos. Esa transferencia tan importante que hace
que los estudiantes tomen las riendas de su propio aprendizaje puede favorecerse a través
de la metacognición, la diversificación de las tareas de aprendizaje, el uso de analogías y
diferencias, metáforas,…, en definitiva, a través de la práctica. Pero una práctica que tiene
sentido y significado para la vida del estudiante y en la que el feedback frecuente es un
elemento imprescindible para fomentar su autorregulación. Por eso es interesante permitir a
los estudiantes explorar sus propios intereses a través de nuevos problemas o proyectos que
conecten con su aprendizaje previo.
Para saber más:
Hattie J. (2015): “The applicability of visible learning to higher education”. Scholarship of
Teaching and Learning in Psychology 1(1), 79–91.
En la práctica, uno de los grandes retos educativos es el de permitir que los profesores
trabajen de forma cooperativa analizando el aprendizaje y convirtiéndolo en un proceso de
investigación real. Porque es muy importante conocer qué prácticas educativas son útiles
pero también conocer las razones por las que son útiles y así poder adaptarlas al contexto
concreto del aula. En eso consiste la neuroeducación, en educar con cerebro para mejorar
los procesos de enseñanza y aprendizaje. Sin olvidar el corazón.
Jesús C. Guillén
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Nos complace informaros que esta misma semana se publica el libro Neuroeducación en el aula.
De la teoría a la práctica, que encontraréis tanto en el formato físico como en el digital en
Amazon (mil gracias a Alexia Jorques por la estupenda portada y maquetación y a Xavier
Torras por la genial corrección del texto), y que con tanto entusiasmo hemos ido dándole forma
en los últimos tiempos. El prólogo está escrito por el gran neurocientífico –y  magnífico
divulgador– Fabricio Ballarini, quien ha realizado recientemente unas investigaciones
apasionantes sobre el efecto de la novedad en la consolidación y transformación de las
memorias a corto plazo en las memorias a largo plazo.
Hemos intentado abordar de forma natural y con un lenguaje divulgativo –similar al que
utilizamos en Escuela con Cerebro– el enfoque integrador y transdisciplinar que constituye la
neuroeducación (ver figura), haciendo confluir la teoría con la práctica. Como siempre
comentamos, en el fondo, este nuevo paradigma educativo consiste en acercar la ciencia al aula
para que los profesores sepamos realmente qué intervenciones inciden positivamente en el
aprendizaje del alumnado y cuáles son las causas por las que lo hacen, a fin de que se puedan
poner en práctica en distintos contextos educativos.

En Neuroeducación en el aula. De la teoría a la práctica  encontraréis algunas de las evidencias


empíricas más significativas que apoyan una auténtica enseñanza basada en el cerebro, la cual,
qué duda cabe, es aquella que mejora lo verdaderamente importante: el aprendizaje de cada
alumno. O si se quiere, la que nos permite aprender con todo nuestro potencial.
A pesar de que muchas de las estrategias propuestas se analizan en el entorno particular del
aula, pueden generalizarse y adaptarse a otros muchos contextos educativos. Porque la
educación no se restringe a la escuela, y porque el concepto de aula como espacio de
aprendizaje obliga a una comprensión más amplia en los tiempos actuales.
Además de identificar algunos de los avances más significativos que proceden de las ciencias
cognitivas, analizamos muchas implicaciones educativas que son muy fáciles de poner en
práctica y que pueden adaptarse, en su gran mayoría, a todas las etapas educativas. Siempre
desde una perspectiva abierta y crítica que nos invite a reflexionar y, en algunos casos, a
mejorar las estrategias pedagógicas en el aula. Sin olvidar que la ciencia es una fuente
inagotable de suministro de pruebas que está en continua evolución. No es casualidad que, entre
el total de las referencias bibliográficas –más de trescientas–, la gran mayoría de citas que
encontraréis correspondan a estudios realizados esta misma década, y que casi la mitad de
estos sean de los dos últimos años.

Los diferentes contenidos analizados y sus correspondientes implicaciones educativas y


aplicaciones prácticas están relacionados con los factores críticos que hemos identificado estos
años en Escuela con Cerebro y que creemos que son imprescindibles para un aprendizaje en,
desde y para la vida (ver índice). ¿Influyen las emociones en el aprendizaje? ¿Es posible mejorar
la atención? ¿Cómo podemos hacer un uso adecuado de la memoria? ¿Si jugamos, aprendemos?
¿Son importantes las artes en la educación? ¿Es necesario apostar por un aprendizaje activo?
¿Necesitamos cooperar? Estas y otras muchas preguntas nos las planteamos sin la necesidad de
buscar soluciones únicas porque asumimos que lo más importante es disfrutar el proceso de
aprendizaje y sugerir nuevas preguntas que estimulen la curiosidad por el mismo.

El desarrollo de las nuevas tecnologías de visualización cerebral en los últimos años ha permitido
a los neurocientíficos obtener información relevante sobre cómo funciona el órgano responsable
del aprendizaje. Sin necesidad de tener que esperar a la realización de autopsias o de
complicadas cirugías, actualmente ya podemos analizar cómo se desenvuelve nuestro cerebro al
realizar tareas cognitivas similares a las que se dan en el aula (ver figura 1). Y esta información,
junto a la suministrada por la psicología cognitiva y la pedagogía, constituye la nueva disciplina
llamada Neuroeducación que tiene como objetivo esencial mejorar los procesos de enseñanza y
aprendizaje.

Como expresa el prestigioso investigador Stanislas Dehaene, el puente entre la neurociencia y la


educación no está tan lejos como sostenía John Bruer (1997) hace unos años, sino que ya
podemos aprovechar mucha información valiosa para mejorar las prácticas educativas. Pero para
que eso sea posible, en unos tiempos en los que todo lo neuro está tan de moda, hemos de
interpretar de forma adecuada el lenguaje utilizado por los neurocientíficos para no caer en
neuromitos tan arraigados como los del cerebro izquierdo versus derecho, estilos de aprendizaje
o Brain Gym (ver figura 2). En ese sentido, desde Escuela con Cerebro os podemos ayudar,
aunque no podemos obviar que desde la Neuroeducación lo que se promueve es que el nuevo y
renovado docente se convierta en un auténtico investigador en el aula de sus prácticas
pedagógicas, analizando siempre qué es lo que funciona y por qué. Lo importante es el
aprendizaje de los alumnos y, en caso de no producirse, ha de existir la necesaria flexibilidad
para cambiar lo que no funciona y adoptar en consecuencia nuevas estrategias y metodologías
que permitan atender mejor las particularidades del aula.

En tiempos en los que existe una clara concienciación por parte de todos los componentes de la
comunidad educativa sobre la necesidad de una gran transformación y actualización de la
escuela del S. XXI, el futuro pasa por la Neuroeducación porque es imprescindible conocer cómo
funciona el cerebro para mejorar el aprendizaje real, aquel que nos capacita para la vida y que
nos permite desarrollar el bienestar personal y social necesario. Porque lo que realmente quieren
las familias es que sus hijos sean felices.
Evidentemente, es importante que existan buenos profesionales, pero mucho más es que
existan buenas personas. Hoy más que nunca existe la necesidad imperiosa, no de disponer de
una gran cantidad de conocimientos sin utilidad práctica, sino de aplicar, crear, compartir,
cooperar, empatizar, todo ello por el beneficio tanto personal como colectivo. Y es que la
adquisición de una serie de competencias socioemocionales imprescindibles en todos los
ámbitos, sea laboral, familiar, personal o social, está en consonancia con el propio desarrollo del
ser humano, un ser social que ya desde el nacimiento necesita del altruismo y de la imitación
para conocer el mundo que le rodea. Nuestro cerebro tremendamente plástico (ver figura 3)
está programado para aprender y progresar y cada vez sabemos más sobre cómo mejorar ese
proceso, por lo que el aula no puede quedarse al margen de esos descubrimientos.

Investigaciones recientes suministran información relevante sobre las emociones, la atención, la


memoria, el ejercicio físico, el juego, la creatividad o el trabajo cooperativo o sobre
determinadas competencias concretas como la lingüística o la matemática, teniendo todo ello
una incidencia directa en los procesos de enseñanza y aprendizaje que no podemos obviar (ver
figura 4). Y esas son las cuestiones que analizamos en Escuela con Cerebro y que seguiremos
divulgando, siempre buscando las implicaciones prácticas en el aula, no solo porque la
Neuroeducación interese sino porque resulta una auténtica necesidad.

La neuroeducación constituye una nueva disciplina que tiene como objetivo optimizar los
procesos de enseñanza y aprendizaje basándose en los conocimientos que tenemos sobre el
funcionamiento del cerebro humano. Este enfoque transdisciplinar en el que confluyen
investigaciones realizadas en neurociencia, psicología y pedagogía surgió como consecuencia del
desarrollo de las nuevas tecnologías de visualización cerebral, especialmente las no invasivas,
como la resonancia magnética funcional, desarrolladas a partir de los años noventa.
Antiguamente sólo teníamos acceso al cerebro humano mediante autopsias o cirugías
complicadas, mientras que en la actualidad podemos analizar el cerebro humano en pleno
funcionamiento realizando tareas similares a las que se realizan en la escuela (ver figura 1). En
este sentido, las investigaciones en neurociencia que nos permiten conocer cómo el cerebro lee,
calcula, atiende, memoriza, se desarrolla, se relaciona o se reestructura continuamente,
suministran un soporte empírico a muchas  prácticas educativas, aportan una justificación
fisiológica a muchos experimentos realizados en psicología del desarrollo y sirven para mejorar
el diagnóstico y tratamiento de diversos trastornos del aprendizaje.

El hecho de que en neuroeducación confluyan disciplinas que utilizan métodos, procedimientos o


un vocabulario diferentes ha conllevado la aparición de falsas creencias o interpretaciones
erróneas de las investigaciones en neurociencia en los entornos educativos. Son los
llamados neuromitos que los docentes hemos de conocer con la ayuda de esa nueva figura del
neuroeducador que, en lugar de ser un nuevo profesional, podría ser un profesor con los
conocimientos necesarios sobre el cerebro que le permitieran trasladar de forma adecuada la
información del laboratorio al aula.
Los nuevos conocimientos sobre el funcionamiento del cerebro constituyen un nuevo paradigma
educativo en el que el aprendizaje es significativo, la enseñanza no está descontextualizada, se
educa a los alumnos para ser personas íntegras que puedan actuar y mejorar la sociedad y en
donde el profesor pasa a ser un investigador en el aula flexible preocupado preferentemente por
el impacto que tienen sus estrategias pedagógicas en el aprendizaje y formación del alumno.

Analicemos brevemente algunos de los factores clave de esta nueva neuroeducación con sus
correspondientes implicaciones educativas:

Plasticidad cerebral
Sabemos que nuestro cerebro no funciona como un ordenador. Trabaja en abierto y en paralelo
de forma incesante, procesa la información identificando patrones a partir de sus conocimientos
previos, anhela la novedad, toma decisiones influido por las emociones y es social. Pero,
además, el cerebro humano es muy plástico y está continuamente reorganizándose como
consecuencia de su interacción continua con el entorno. Qué útil resulta enseñarles a los
alumnos imágenes de resonancias magnéticas en las que se muestran cómo las regiones
disfuncionales del cerebro de un disléxico (con otros trastornos del aprendizaje también)
mejoran como consecuencia del entrenamiento adecuado (ver figura 2), porque la principal
implicación educativa de la plasticidad cerebral es que podemos esperar la mejora de cualquier
alumno. Las creencias previas y los factores emocionales son críticos en el aprendizaje por lo
que las expectativas del profesor han de ser siempre positivas. Etiquetar a los alumnos es
irresponsable y tremendamente perjudicial.
Hoy sabemos que nuestro cerebro es plástico, existe la neurogénesis y la inteligencia no es fija.
El conocimiento de esta información por parte de los alumnos constituye un elemento
motivacional imprescindible.

Emociones
Estudios realizados en años recientes han demostrado que los procesos emocionales son
indisolubles de los cognitivos. Ante contextos emocionales positivos se activa el hipocampo,
región cerebral importante para la memoria, mientras que ante estímulos negativos se activa la
amígdala, región cerebral que se activa ante reacciones emocionales, especialmente las de
miedo o temor (ver figura 3). Esto sugiere la necesidad imperiosa de generar climas emocionales
positivos en el aula que favorezcan el aprendizaje y en los que se asuma el error de forma
natural, se proporcionen retos adecuados, se fomente la participación y el aprendizaje activo,
haya expectativas positivas del profesor y se elogie por el esfuerzo y no por la inteligencia.

La implementación de programas socioemocionales en el aula bien estructurados y que no se


restringen a las clases de tutoría producen mejoras en el alumnado tanto a nivel conductual
como académico. El aprendizaje del autocontrol, de la resiliencia o de la metacognición es 
imprescindible en el desarrollo personal y académico del alumno y se mejoran fomentando la
autonomía, generando entornos seguros o a través de la práctica de rutinas de pensamiento que
acostumbran al alumno a reflexionar sobre lo que hace. En estos programas, la introducción de
técnicas relacionadas con la relajación y el mindfulness también están avaladas por las
investigaciones en neurociencia dado que han demostrado que mejoran la actividad de la corteza
prefrontal izquierda (asociada al optimismo y a las emociones positivas) y la conexión entre los
circuitos neuronales de la amígdala y la corteza frontal que hace que las personas soportemos
mejor la frustración.
Atención
La atención constituye un recurso limitado. Los estudios han demostrado que existen varias
redes atencionales que activan diferentes regiones cerebrales: de alerta, orientativa y ejecutiva
(ver figura 4). Es esta última la que nos permite concentrarnos en las tareas académicas como
resolver un problema o seguir el proceso de explicación del profesor y que se ha demostrado en
niños pequeños que puede mejorarse, en tan solo 5 días, utilizando el software adecuado.

La forma directa de captar esta atención es a través de la novedad. La curiosidad activa esos
circuitos emocionales del cerebro que nos permiten estar atentos facilitándose así el aprendizaje.
En la práctica, eso se puede hacer planteando preguntas abiertas, retos, tareas activas,
utilizando metáforas, incongruencias o simplemente contando historias que inviten a la reflexión.
Asimismo, si la atención no se puede mantener, resulta necesario dividir la clase en diferentes
bloques  de 10 o máximo 15 minutos para optimizarla. El bloque inicial resulta crucial desde la
perspectiva atencional por lo que se debería dedicar a analizar las cuestiones más importantes.
Posteriormente, podríamos destinar otros, por ejemplo, a debatir y reflexionar sobre lo anterior
o a realizar tareas fomentando el trabajo cooperativo. Y en el final es interesante realizar alguna
actividad como un resumen, un mapa conceptual o un simple debate entre compañeros que
permita analizar y reflexionar sobre lo que se ha trabajado durante la clase.

Memoria
No hay aprendizaje sin memoria. Otra cuestión diferente es que, tradicionalmente, no se haya
utilizado de forma adecuada y haya predominado el conocimiento de datos superficiales en
detrimento de la reflexión y de los conocimientos profundos. Pero hemos de saber que en el
aprendizaje influye tanto esa memoria explícita que podemos verbalizar y que nos permite
conocer datos o cuestiones autobiográficas, como esa memoria implícita que es inconsciente y
que nos permite aprender a través de la adquisición de hábitos (ver figura 5). Así, por ejemplo,
aprendemos a escribir a través de la práctica continua (implícita) pero adquirimos el
conocimiento de toda una serie de reglas ortográficas  (explícita). Evidentemente aprender de
memoria no ha de ser el objetivo pero en algunos casos es imprescindible. Se ha demostrado,
por ejemplo, que los niños que no conocen de memoria las tablas de multiplicar muestran más
dificultades al resolver problemas aritméticos.

Como el cerebro humano está continuamente haciendo predicciones e identificando patrones, en


el aula  es indispensable detectar los conocimientos previos de los alumnos con evaluaciones
iniciales para ir generando así el aprendizaje a través de un proceso constructivista. Sin olvidar,
como comentábamos anteriormente, la influencia de los factores emocionales al memorizar.

En neurociencia se clasifica la memoria atendiendo a la duración que requiere el aprendizaje en


cuestión. Se habla de memoria de corto plazo como aquella que requiere manipular pequeñas
cantidades de información en breves periodos de tiempo (por ejemplo, al marcar un número de
teléfono), mientras que la memoria a largo plazo es aquella más estable y duradera que
utilizamos para recordar normalmente. Aprendemos cuando se produce un proceso de
consolidación de la memoria, es decir,  cuando hay una transición de información de la memoria
de corto plazo a la memoria de largo plazo (desde el hipocampo se envía la información a
diferentes regiones de la corteza cerebral).

Un tipo de memoria de corto plazo que requiere mayor reflexión es la memoria de trabajo que
utilizamos, por ejemplo, al resolver problemas y que está relacionada con la inteligencia general.
Podremos liberar espacio de la memoria de trabajo y evitar que se sature cuando tengamos más
conocimientos almacenados en la memoria de largo plazo y esto se hace a partir de la práctica
continua, por lo que ello sugiere la necesidad de utilizar un currículo en espiral que permita
mediante la práctica distribuida ir mejorando el aprendizaje. Pero para que este procedimiento
sea efectivo se ha de tener en cuenta lo que ya conoce el alumno y la información ha de ser
relevante, es decir, el alumno ha de encontrar el sentido y el significado a lo que está
aprendiendo.
Respecto a las implicaciones pedagógicas sobre fomentar el pensamiento profundo en
detrimento del superficial, no podemos obviar que aunque los humanos somos curiosos por
naturaleza nos cuesta reflexionar  (eso requiere un gasto energético suplementario) y esa es la
razón por la que echamos mano de la memoria con rapidez. Sin embargo, se ha comprobado
que lo novedoso, los retos adecuados, comparar ejemplos diferentes, suministrar preguntas
abiertas, proponer problemas reales o utilizar metáforas ayuda en la mejora del proceso.
Ejercicio físico, sueño y alimentación
El ejercicio físico, especialmente el aeróbico, no solo beneficia nuestra salud o nuestro estado
emocional sino que también lo hace a nivel cognitivo. Promueve la neurogénesis en el
hipocampo, genera neurotransmisores importantes para la atención y el aprendizaje como la
dopamina o la noradrenalina y reduce el estrés. Unos minutos de actividad aeróbica moderada
previa a unas pruebas de comprensión lectora,  de ortografía y  de aritmética mejoran los
resultados de los alumnos (ver figura 6). Incluso en un estudio longitudinal que analizó el
comportamiento de un millón de suecos se comprobó que aquellos que practicaban ejercicio
físico continuado obtenían mejores resultados en pruebas cognitivas y no solo eso sino que años
después seguían mostrando mejores habilidades mentales acompañadas por mayores logros
académicos y profesionales.

Todo ello sugiere la necesidad de un aprendizaje activo en el que se ha de dedicar más tiempo al
ejercicio físico y en donde las clases de educación física deberían colocarse al comienzo del
horario escolar y no al final como se ha hecho tradicionalmente.

Y para recuperarse bien, no solo a nivel físico sino también mental, el cerebro necesita el  sueño.
El sueño actúa como un regenerador neuronal necesario de la actividad diurna y es
imprescindible para el aprendizaje porque, aunque durante el mismo no se aprenda información
novedosa sí que se consolidan las memorias. En el caso del adolescente es especialmente
importante porque debido a  cuestiones hormonales existe un retraso en sus ritmos circadianos
y una necesidad de dormir mayor que en los adultos. En muchas escuelas norteamericanas se
ha comprobado que el retraso del horario escolar  conlleva  mejoras conductuales y cognitivas
de los alumnos.
En cuanto a los hábitos alimenticios, todavía nos encontramos muchos adolescentes que llegan a
la escuela sin haber desayunado. El cerebro para su correcto funcionamiento necesita una cierta
cantidad de proteínas y la ingesta adecuada de hidratos de carbono para disponer de la energía
necesaria. Asimismo, el realizar pequeñas ingestas durante el día ayuda a mantener los niveles
de azúcar estables en sangre necesarios para disponer de recursos energéticos sin fluctuaciones.

El juego
El juego es un mecanismo natural arraigado genéticamente en el que confluyen emociones,
placer y recompensa y que nos permite descubrir desde el nacimiento el mundo que nos rodea.
Aprendemos jugando y nos gusta porque se libera dopamina (ver figura 7) que hace que la
incertidumbre asociada al juego nos motive y que exista ese feedback tan importante para el
aprendizaje. Jugando se adquieren competencias imprescindibles relacionadas con el
pensamiento estratégico, la concentración o la toma de decisiones. Asimismo, existen varios
estudios que demuestran los efectos positivos sobre la atención al jugar en entornos naturales.

En cuanto al uso de tecnologías en el aula constituye un medio, no el fin, para optimizar el


aprendizaje. Relacionado con ello, no podemos obviar la necesidad en edades tempranas de la
imprescindible interacción social.

La utilización de programas informáticos  específicos se ha demostrado eficaz para mejorar la


memoria de trabajo, la atención ejecutiva y, muy especialmente, para la mejora de trastornos
del aprendizaje como la dislexia (por ejemplo, Fast forWord) o la discalculia (por
ejemplo, Number Catcher).
Las artes y la creatividad
La creatividad es útil, no es innata y se puede y se debe enseñar. Las investigaciones en
neurociencia han demostrado que la aparición repentina de soluciones ingeniosas a problemas
que nos habían provocado ese tan típico bloqueo mental son beneficiadas generando
inicialmente  muchas ideas, para luego en una fase de concreción asociarlas e ir evaluándolas
(ver figura 8). Y no solo eso, sino que suelen aparecer tras un estado de relajación mental como
el que se da tras el sueño reparador.

Para fomentar entornos creativos en el aula, los docentes hemos de estimular la curiosidad de
los alumnos, aceptar preguntas abiertas, admitir resoluciones diferentes a las estrictamente
académicas y generar entornos seguros donde se acepta y se analiza el error para mejorar el
aprendizaje. En ese aspecto, son muy útiles los organizadores gráficos de analogías y diferencias
o las rutinas de pensamiento como la KWL en donde se pide al alumno que reflexione sobre lo
que sabe, lo que debe saber y lo que ha aprendido sobre un determinado contenido.

El aprendizaje basado en proyectos, por indagación o el basado en la resolución de problemas


están muy en consonancia con la neuroeducación porque fomentan la interacción social y
constituyen una estupenda forma de tratar la diversidad en el aula, por lo que la evaluación
formativa se nos antoja imprescindible. Al fin y al cabo, cada alumno tiene un ritmo de
desarrollo cerebral diferente.

Asimismo, las actividades artísticas como la música, el teatro o el baile son muy útiles para
fomentar la creatividad. Y no solo eso sino que sus beneficios abarcan lo emocional, lo social y lo
cognitivo. Por ejemplo, el teatro constituye una estupenda forma de mejorar el autocontrol de
los niños y varios estudios sugieren la correlación entre el entrenamiento musical y la mejora de
la comprensión lectora o de la aritmética en la infancia.
El cerebro social
Somos seres sociales y eso es lo que realmente nos hizo humanos. Diversos estudios han
demostrado la existencia de comportamientos altruistas en bebés de pocos meses de edad.
Además, el descubrimiento de las neuronas espejo constituyó la justificación fisiológica del
aprendizaje por imitación tan importante en la transmisión de la cultura: 42 minutos son
suficientes para que recién nacidos imiten gestos de sus padres. Otros estudios con adultos han
demostrado que al cooperar se activa el sistema de gratificación de la dopamina, se genera más
altruismo y se aplaza la recompensa (ver figura 9).

Disponemos de circuitos cerebrales que intervienen tanto en nuestra autoconciencia como en la


comprensión empática de los demás por lo que la enseñanza del trabajo cooperativo en el aula
resulta una competencia imprescindible en los tiempos actuales y que está en plena consonancia
con el propio proceso evolutivo del ser humano. Cooperar es algo más que colaborar porque
conlleva una implicación mayor a nivel emocional entre los integrantes del grupo por lo que los
docentes hemos de enseñar a los alumnos toda una serie de competencias interpersonales
básicas relacionadas con el respeto, la solidaridad, la comunicación, la toma de decisiones o la
resolución de conflictos. Al cooperar los alumnos ponen en práctica estas competencias,
interactúan y trabajan responsabilizándose a nivel individual y de grupo para alcanzar los
objetivos propuestos. Además, son capaces de evaluar su propio proceso de aprendizaje.
La escuela debería fomentar también la cooperación entre alumnos de distintas edades
promoviendo la realización de actividades interdisciplinares que pudieran romper la tradicional y
jerarquizada distribución del horario escolar en asignaturas. Sin olvidarnos que la educación
abarca a toda la comunidad.

Conclusiones finales
Ya no hay excusas para mejorar la educación. Los nuevos tiempos requieren nuevas estrategias
y las investigaciones en neurociencia nos han suministrado en los últimos diez años tanta
información relevante sobre cómo funciona el cerebro humano que no nos podemos quedar al
margen sin actuar. Pero para ello se requiere la necesaria voluntad que sabemos que no es
innata. Existe una necesidad evidente de que el currículo contemple muchas de las cuestiones
analizadas si queremos mejorar los procesos de enseñanza y aprendizaje  y formar personas
útiles, responsables, íntegras y en definitiva felices. El profesor, como instrumento didáctico
imprescindible, con la necesaria vocación y el requerido entusiasmo, debe convertirse en un
investigador de sus propias prácticas pedagógicas analizando siempre el impacto que tienen
sobre el aprendizaje de sus alumnos. En consonancia con esto, los propios centros educativos
deberían permitirle dedicar unas horas a realizar este proceso de reflexión personal tan
importante. Sin olvidar que el progreso y la implementación de las nuevas estrategias requieren
tiempo.
La neuroeducación resulta necesaria porque promueve un aprendizaje para la vida que nos hace
más felices. Y ese es el principal objetivo existencial.
Implicaciones educativas
El hecho de que cada cerebro sea único y particular (aunque la anatomía cerebral sea similar en
todos los casos) sugiere la necesidad de tener en cuenta la diversidad del alumnado y ser
flexible en los procesos de evaluación. Asumiendo que todos los alumnos pueden mejorar, las
expectativas del profesor hacia ellos han de ser siempre positivas y  no  le han de condicionar
actitudes o comportamientos pasados negativos.

En cuanto al tratamiento de los trastornos del aprendizaje, hay diferentes programas


informáticos que han demostrado su utilidad en la mejora de determinadas capacidades
cognitivas como la memoria o la atención. En concreto, Fast ForWord de Scientific Learning
Corporation (avalado por Michael Merzenich) es un programa  para estudiantes disléxicos que ha
ayudado a compensar las dificultades que tienen con el procesamiento fonológico (ver figura 1).
Este tipo de entrenamiento continuo mejora la comprensión del lenguaje, la memoria y la
lectura.

LAS EMOCIONES SÍ IMPORTAN


Las emociones son reacciones inconscientes que la naturaleza ha ideado para garantizar la
supervivencia y que, por nuestro propio beneficio, hemos de aprender a gestionar (no erradicar).
La neurociencia ha demostrado que las emociones mantienen la curiosidad, nos sirven para
comunicarnos y son imprescindibles en los procesos de razonamiento y toma de decisiones, es
decir, los procesos emocionales y los cognitivos son inseparables (Damasio, 1994). Además, las
emociones positivas facilitan la memoria y el aprendizaje (Erk, 2003; ver figura 2), mientras que
en el estrés crónico la amígdala (una de las regiones cerebrales clave del sistema límbico o
“cerebro emocional”) dificulta el paso de información del hipocampo a la corteza prefrontal, sede
de las funciones ejecutivas.

Si entendemos la educación como un proceso de aprendizaje para la vida, la educación


emocional resulta imprescindible porque contribuye al bienestar personal y social.

Implicaciones educativas
Los docentes hemos de generar climas emocionales positivos que faciliten el aprendizaje y la
seguridad de los alumnos. Para ello hemos de mostrarles respeto, escucharles e interesarnos (no
sólo por las cuestiones académicas). La empatía es fundamental para educar desde la
comprensión.

Aunque hay muchas actividades en las que se pueden fomentar las competencias emocionales a
través de un proceso continuo (se pueden utilizar diferentes recursos didácticos para suscitar la
conciencia emocional como videos, fotografías, noticias, canciones, etc.), proponemos una
relacionada con la lectura (Filella, 2010): se dedica un tiempo semanal en el aula a la lectura
individual de textos que el alumno ha elegido según su propio interés (con el paso del tiempo se
puede orientar hacia textos específicos). La lectura ha de ser en silencio y, posteriormente, se
han de proponer actividades como resúmenes, dibujos, esquemas,… relacionados con la misma.
Una forma sencilla de mejorar la atención, la comprensión, el aprendizaje y de fomentar
emociones positivas en el alumnado.

Para saber más:

3. LA NOVEDAD ALIMENTA LA ATENCIÓN


La neurociencia ha demostrado la importancia de hacer del aprendizaje una experiencia positiva
y agradable. Sabemos que estados emocionales negativos como el miedo o la ansiedad dificultan
el proceso de aprendizaje de nuestros alumnos. Pero, en la práctica cotidiana, han predominado
los contenidos académicos abstractos, descontextualizados e irrelevantes que dificultan la
atención sostenida, que ya de por sí es difícil de mantener durante más de quince minutos
(Jensen, 2004). A los seres humanos nos cuesta reflexionar, pero somos curiosos por naturaleza
y es esta curiosidad la que activa las emociones que alimentan la atención y facilitan el
aprendizaje.

. SOMOS SERES SOCIALES


Los humanos somos seres sociales porque nuestro cerebro se desarrolla en contacto con otros
cerebros. El descubrimiento de las neuronas espejo resultó trascendental en este sentido porque
estas neuronas motoras permiten explicar cómo se transmitió la cultura a través del aprendizaje
por imitación y el desarrollo de la empatía, es decir, qué nos hizo realmente humanos. Se ha
demostrado que los bebés con pocos meses de edad ya son capaces de mostrar actitudes
altruistas (Warneken, 2007), por lo que hemos de evitar en la educación la propagación de
conductas egoístas fruto de la competividad. El aprendizaje del  comportamiento cooperativo
se da conviviendo en una  comunidad en la que impera la comunicación y en la que podemos y
debemos actuar. Cuando se colabora se libera más dopamina y ya sabemos que este
neurotransmisor facilita la transmisión de información entre el sistema límbico y el lóbulo frontal,
favoreciendo la memoria a largo plazo y reduciendo la ansiedad.

CONCLUSIONES FINALES
Los nuevos tiempos requieren nuevas estrategias y los últimos descubrimientos que nos aporta
la neurociencia cognitiva desvelan que la educación actual requiere una profunda
reestructuración que no le impida quedarse desfasada ante la  reciente avalancha tecnológica.
Aunque hemos de asumir que la educación no se restringe al entorno escolar, la escuela y los
docentes hemos de preparar a los futuros ciudadanos de un mundo cambiante. Para ello, hemos
de erradicar la enseñanza centrada en la transmisión de una serie de conceptos abstractos y
descontextualizados que no tienen ninguna aplicación práctica. Nuestros alumnos han de
aprender a aprender y la escuela ha de facilitar la adquisición de una serie de habilidades útiles
que permitan resolver los problemas que nos plantee la vida cotidiana: un aprendizaje para la
vida. Y para ello se requiere inteligencia principalmente socioemocional.

El aprendizaje se optimiza cuando el alumno es un protagonista activo del mismo, es decir, se


aprende actuando. Y esto se facilita cuando es una actividad placentera y se da en un clima
emocional positivo. Nuestro cerebro nos permite mejorar y aprender a ser creativos y es por
todo ello que la neuroeducación resulta imprescindible.

 Blakemore, Sarah-Jayne;  Frith, Uta, Cómo aprende el cerebro, las claves para la educación,
Ariel, 2011.
2. Damasio, Antonio, El error de Descartes, Crítica, 2006.
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20. Willingham, Daniel, ¿Por qué a los niños no les gusta ir a la escuela?, Graó, 2011
Categorías:

Otras Referencias:

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