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Nos quieren a todos convertidos en lambones. Nos proponen que seamos corifeos,
aduladores, comparsas. No caben dentro de los cánones de un gobierno que se ha
guardado para sí los órganos de control y los ha cooptado, las demostraciones de
descontento con los atropellos. No protesten, dicen de arriba, porque las manifestaciones
son promovidas por el terrorismo. No marchen, porque es darles patente a los “infiltrados”.
Nada de vociferar contra el poder. Solo cabezas mirando al piso, silencio. Así es como nos
gustáis, dicen los mandamases.
Desde los tiempos del “embrujo autoritario” se ha ido reforzando la idea de conculcar los
derechos de los trabajadores, de estigmatizar los movimientos de repulsa que aspiran a
mejorar las condiciones precarias de la mayoría de habitantes. Las tácticas del
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Los sistemas de dominación, como se sabe, apelan, como táctica de su ejercicio del poder,
a disfrazar el lenguaje, y ciertas acciones a revestirlas de democracia cuando, en esencia,
son de una abierta antidemocracia. Por ejemplo, para el gobierno colombiano, y más para
su presidente, una suerte de monigote neocolonial, son válidas las protestas en Venezuela
contra Maduro, al que, como se recordará, le pusieron hace casi dos años unas “cuantas
horas de vida” a su régimen… Qué rico, muchachos venezolanos, ocupen las calles, griten,
aúllen. De este lado del mundo (Duque en la frontera) los apoyamos.
Al contrario, cuando la muchachada y también los mayores de este suelo se alzan con su
dignidad herida por las medidas oficiales, se trata de una demostración subversiva,
vandálica. Por qué reniegan si están en un paraíso, parecen decir los capos
gubernamentales en Colombia. Y si la Corte Suprema de Justicia apoya el derecho a la
protesta pacífica, lo tutela y proscribe que la Policía utilice determinados artefactos y
recrimina los excesos de las “fuerzas del orden”, como aconteció en las manifestaciones
del paro nacional a fines de 2019, entonces el gobierno desacata, desvía, se enfrenta al
poder judicial, se hace el idiota ante la orden de pedir perdón por los desafueros.
El editorial de este diario, el pasado domingo, expuso, entre otros razonamientos, que la
sentencia de la Corte Suprema de Justicia “lo único que hizo fue reconocer que ha habido
suficientes abusos como para justificar que se tomen algunas precauciones, que se
reinicien los términos del diálogo con la ciudadanía y se proteja el derecho a la protesta,
que es fundamental para cualquier democracia” (El Espectador, 27-09-2020).
Esas sentencias, al parecer, no le gustan al gobierno. Y ante ellas se hace el marrano. Nos
quieren complacientes y mudos, zalameros y serviles, obedientes y lisonjeros. Así el
gobierno y sus conmilitones nos podrán llamar “gentes de bien”.
Y en este punto creo pertinente recordar unos versos de Miguel Hernández, en Vientos del
pueblo me llevan: “No soy de un pueblo de bueyes / que soy de un pueblo que embargan /
yacimientos de leones, / desfiladeros de águilas / y cordilleras de toros / con el orgullo en la
asta”.
1- ¿En qué consistía la tutela interpuesta ante la Corte Suprema de Justicia y cuál fue
su fallo?
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7- ¿Por qué afirma Reinaldo Spitaletta, que el gobierno asume una conducta de
arrogancia y presuntuosidad?