Dirijo esta carta como otra manera de manifestarme en las actuales circunstancias en donde el país está convulsionando porque hay una muchachada que ha despertado y que está diciendo NO MÁS. Una muchachada que se está parando frente a quienes detentan el poder para decirle que hay un pueblo que reclama justicia, dignidad, igualdad. La situación no es fácil de leer, de allí que necesitemos leerla en su complejidad: en ella hay hilos que se trenzan, otros que se bifurcan, otros que se reordenan y otros que quedan en la incertidumbre como hilos sueltos. Por lo demás, al igual que la vida, nuestro país está en permanente construcción. Hoy nuestro país vive en medio de tensiones, disyuntivas e incertidumbres. Desde rato había un volcán por estallar para generar crisis. Tales tensiones y disyuntivas hacen que emerjan diversas posturas: a veces elásticas, otras rígidas y algunas que no quieren reconocer a las otras para encontrarse: lo único que las asemeja es que son radicales. No obstante, de por medio está la preocupación por lograr un país en cuyas complejidades encontremos un relato que nos permita vislumbrar salidas. Todo este caos nos pone de cara a una complejidad mayor en donde todo se interconecta. Hay un desafío para quienes habitamos el mundo de la palabra, las piezas simbólicas, las poéticas y las prácticas artísticas que también requiere de nuestro aporte para buscarle salida a la crisis. Hablando en términos de teoría de la complejidad: hoy el sistema está recalentado y hay un sistema cerrado que deja desperdicios de calor. Estos desórdenes tienen su propia entropía y es energía que se vuelve convulsiva para que algo nuevo ocurra: es posible que aumenten más los desórdenes sociales y que los sistemas se cierren con una tendencia invariable o, es posible, que sea un sistema que ya ha llegado a la cima de su recalentamiento para encontrar causes más tranquilos y sosegados. El contexto es intrigante y nos llama la atención. Algunos matemáticos podrían bien modelizar y hacer una simulación para prever todo el decaimiento con base en las estadísticas que nos arroja el Departamento Nacional de Estadística: somos 50 millones de colombianos pero 17 millones de personas se acuestan con algún grado de hambre, 12 millones de personas están en la informalidad laboral, 4 millones están desempleadas, 21 millones de personas se encuentran en estado de pobreza monetaria; o sea, más del 40% de la población colombiana está en la pobreza. Y ni qué agregar unas clases dirigentes que han desconocido la constitución, los pactos sociales, acuerdos de paz y leyes agudizando más los problemas de exclusión, inequidad y desigualdad. Es el límite de un gobierno que no hace nada para detener los ríos de sangre que atraviesan nuestro país: sangre de los líderes sociales asesinados, de los excombatientes, de los desplazados, de los desgraciados condenados a habitar los barrios marginales de las ciudades, de los campesinos empobrecidos, de los muchachos asesinados en las protestas sociales. En este contexto, ¿Cuál es el papel del arte y las humanidades? ¿Cuál es el papel de las piezas simbólicas que creamos si no ser la conciencia crítica, expresada de otras formas? ¿Qué estéticas emergen de todo este tejido? ¿Es posible que estén emergiendo unas nuevas ciudadanías más conscientes del entorno, más cuidadores de la dignidad y más propositivos para no habitar la tierra mediada por los intereses económicos, el desarrollo y el progreso a ultranza? Desde el campo de las prácticas artísticas, la poesía y las teatralidades, tenemos mucho por aportar, por observar, por analizar, por imaginar, por crear. Allí hay una apuesta por la manifestación simbólica que dice y se expresa de otras maneras: sin la intención de hacerle daño a la integridad de los otros: como una manera de hacer sátira a los vicios del poder y las necedades humanas. Así se aborda con mirada crítica, espíritu festivo y risa aquellos asuntos públicos de los cuales, en las relaciones de poder, no se es consciente y, por eso son cómicos o trágicos. Ese es nuestro lugar para crear piezas simbólicas: así nos hacemos públicos y así le damos sentido a nuestra manera de transitar por el mundo. Habrá quien no nos comprenda, pero el mensaje está claro para todos: es un mensaje social que piensa las utopías de manera esperanzadora. Que denuncia las distopías porque cree en el ser humano, en las nuevas ciudadanías que se gestan: más críticas, más solidarias, más amorosas, más tiernas con el otro, más conscientes de los peligros que acarrea la sociedad de los progresos y la concepción de un humano “depredador”. Por eso defiende el medio ambiente, denuncia las injusticias sociales, económicas, políticas y trabaja por un modelo de desarrollo más humano, respetuoso de la tierra, de los animales, de las plantas: Un modelo en donde no impere la codicia ni la ley de pasar por encima de los otros Ahora, en estos momentos es necesario detenernos PARAR, hacer pausa para manifestarnos, reflexionarnos y proyectar un mejor país: más incluyente, más justo, más respetuosos de los derechos, más y mejor para vivir. Que la violencia tan bestial que hemos padecido, nos sirva para proyectarnos humanos, sensibles, humildes, solidarios y empáticos. Y que digamos esperanzadoramente con el poeta Carlos Castro Saavedra: “cuando sean más claros los caminos y brillen más las vidas que las armas…cuando el trigo nazca amapolas y nadie diga que la tierra sangra… cuando la sombra que hacen las banderas sea una sombra honesta y no una charca… cuando la libertad entre a las casas con el pan diario, con hermosa carta… cuando en lugar de sangre en el campo corran caballos, flores sobre el agua” Con el corazón: Fredy González: Docente-teatrista