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VENEZUELA: UNA ECONOMÍA

DEPENDIENTE.

D.F MAZA ZAVALA


HÉCTOR MALAVÉ MATA
HÉCTOR SILVA MICHELENA

Editorial ROCINANTE/FONDO EDITORIAL SALVADOR


DE LA PLAZA.
UCV-VENEZUELA
Caracas, 1970
RASGOS HISTÓRICOS DE LA FORMACIÓN
ECONÓMICO-SOCIAL DE AMÉRICA LATINA:
La evolución económica-social del continente latinoamericano transcurre
por diversas fases bien definidas, aunque su estudio no haya sido hecho con
suficiente profundidad. El problema que intentamos plantear aquí es que,
antes de llegar a la situación actual, América Latina, en su conjunto y de una
manera general, ha atravesado diversas etapas. Para algunos autores, esas
etapas pertenecen todas a un mismo y único proceso, el proceso del
subdesarrollo latinoamericano; para otros, en cambio, el subdesarrollo
propiamente dicho sólo es un producto de la época del imperialismo, en tanto
que las etapas anteriores a él no son más que etapas preformativas.

Pero más allá de esa discusión, se llega a una misma conclusión que
compartimos: en la raíz del subdesarrollo contemporáneo está la dominación
imperialista, y sólo con la liquidación de ésta dominación será posible
enderezar nuestros países en la vía del desarrollo económico-social para las
grandes masas del pueblo.

Como se comprende fácilmente, no podemos desarrollar ahora la


totalidad de la dinámica de transición de una etapa a otra en el proceso
evolutivo de América Latina. Por ello nos limitaremos a describir e interpretar
los estadios por los cuales ella ha transcurrido desde el siglo XVI. Para
nuestros fines, parece suficiente dividir así las etapas del proceso evolutivo
latinoamericano:

1. Etapa Colonial. Podemos distinguir en ella dos períodos: el de la sociedad


colonial y el de crisis de esa misma sociedad (ruptura del nexo colonial). El
primer periodo abarca desde el siglo XVI (1500) hasta el primer cuarto del siglo
XIX (1825); durante estos largos años, nuestras sociedades no eran más que
colonias directas de España y Portugal. Algunas de ellas, las que poseían,
principalmente metales preciosos, como México y el Alto Perú, y
posteriormente las que desarrollaron cultivos tropicales (cultivos exóticos para
los europeos) – caña de azúcar, cacao y café-, entraron en conexión con la
dinámica mundial apuntalada por el naciente capitalismo europeo. El oro y la
plata de América sustentaron la acumulación originaria que dio origen al
nacimiento del capitalismo europeo.

Los frutos de exportación con sus repercusiones internas en cuanto a la


tecnología y a la organización productiva, comenzaban a generar una clase
dominante que, a medida que fortalecía sus intereses territoriales, caía en
contradicción con la dominación política metropolitana de España y Portugal.
Recuérdese que las metrópolis (España y Portugal) establecieron un
reglamento de comercio que trataba de convertir a las colonias de América
Latina en un espacio cerrado, vulnerado sin embargo por el comercio
clandestino. Es decir, la piratería que surgió durante la colonia era fomentada
por las naciones de Inglaterra, Holanda y Francia para apoderarse, en alta mar,
de las riquezas que España y Portugal extraían de América

A su vez, en las colonias, la clase dominante que iba surgiendo (blancos


criollos) estaba en contra de este exclusivismo mercantilista de la Metrópoli.
Para enfrentarlo se cohesionaron e insurgieron como clase dominante hasta
arrancarle, a la Corona respectiva, la unidad del territorio americano que servía
de base, y generaba los productos de exportación tan apetecibles para Europa.
De esta manera, por ejemplo, la oligarquía caraqueña, también llamada
“grandes cacaos”, construía, oponiéndose a la Corona española, los orígenes
de la nación venezolana, cuando, en una representación ante el poder Real,
obtuvo la creación, en 1777, de la Capitanía General de Venezuela. Esta
conquista de la clase dominante había sido lograda sobre la red territorial de
comercio creada por la Compañía Guipuzcoana desde su establecimiento en
1728. La crisis de la sociedad colonial expresaba el interés de la nueva clase
dominante americana por controlar ella directamente las riquezas, en lugar del
poder Real que emanaba de la Corona.

En efecto, en el caso particular de Venezuela, la Compañía


Guipuzcoana dio “cohesión al territorio nacional y creó vínculos permanentes
entre sus partes con el comercio y la constante actividad y expansión que
desarrolló. El campo de las actividades y la influencia comercial de la
Compañía definió el territorio con el cual se constituyó, en 1777, la Capitanía
General y posteriormente la República de Venezuela” (Hussey, R.D. La
Compañía de Caracas, 1962: Prólogo de A. Espinoza).

La oligarquía, con conciencia de tener en su poder una economía propia


que bien podría controlar en beneficio de ella misma, se opuso a la Compañía
hasta derrotarla y conquistar el comercio libre en contra del monopolio Real.
Así, los mantuanos de Caracas y los grupos de hacendados y comerciantes del
interior formaron la estructura económica, que no obstante el periodo de
independencia política, habría de mantenerse en Venezuela hasta el
afloramiento del petróleo, en la segunda década del siglo XX.

El examen de otras regiones latinoamericanas, en particular Perú,


México, Chile y Cuba, pone de manifiesto las relaciones de dependencia con la
Metrópoli. Esta dependencia engendró también una estructura de clase
adherida a la mono-exportación y a relaciones de explotación que restringieron
considerablemente el mercado interior. En los casos de México y Perú se
estableció, desde el mismo comienzo, una intensa actividad explotadora de
metales (oro y plata) que eran íntegramente enviados a España, de donde
refluían (vía piratería) a Holanda, Francia e Inglaterra principalmente. En
México y Perú se estableció, desde los mismos inicios de la colonización una
estructura social vertical, construida expresamente para la expoliación: en la
base de la estructura social estaban los indígenas superexplotados bajo
diversos regímenes compulsivos de trabajo: la esclavitud, la mita, el catequil;
junto a los grupos humanos que fueron extraídos de África y esclavizados en
América.

Tales formas compulsivas de trabajo se ejecutaban al amparo de la


encomienda de servicios primero y de tributos después. La encomienda, como
método de explotación del trabajo indígena, puede ser entendida como una
institución de trabajo típicamente feudal trasplantada a América latina; para
otros analistas la encomienda era una verdadera empresa capitalista
establecida con fines de lucro y manejada con criterio empresarial; y para otros
la encomienda no es feudal, ni capitalista, sino una institución original nacida
en América. Cualesquiera sean los caracteres dominantes, una cosa es
inobjetable: la encomienda y la esclavitud fueron mecanismos de producción
que generaron la base de la riqueza material durante la colonia.

Miremos ahora sumariamente el período de crisis de la Sociedad


Colonial. En los últimos párrafos hemos descrito un conflicto entre la clase
dominante criolla (blancos criollos nacidos en América) y la nobleza peninsular
(blancos peninsulares nacidos en Europa). Este conflicto condujo en toda
América Latina a la lucha por la independencia política como garante
indispensable de las motivaciones económicas que las clases dominantes
perseguían (blancos criollos). Las guerras de independencia latinoamericanas
no son más que la expresión concreta de un conflicto de clases que
comenzaba a diseñarse. El Movimiento respondió a los intereses económicos
del sector productor de materias primas exportables, intereses que se habían
fortalecido bajo el régimen de libre comercio instalado a fines del siglo XVIII,
como hemos visto. La oportunidad política para la ruptura del nexo colonial
(Independencia) fue provista por las guerras napoleónicas en Europa que
estimularon el afán de las oligarquías criollas exportadoras por colocar
directamente sus productos en el creciente mercado de la metrópoli inglesa, sin
la intromisión, ni el pago de impuestos a la Corona española o portuguesa.

Esta lucha, caracterizada previamente, opuso a criollos frente a


peninsulares, pero nunca opuso la estructura colonial subordinada - nos
referimos al modo arcaico de producción, particularmente en la agricultura – a
las necesidades del desarrollo económico por vía del cambio en aquellas
relaciones rígidas de producción que sostenían la base social de la explotación
(como la encomienda y la esclavitud). Esta es la razón por la cual los héroes de
la independencia, que combatieron en más de cinco países, nunca pudieron
consolidar una clase dominante que impusiera una supra lealtad a una nación,
como una ideología del desarrollo nacional, abriéndose así los múltiples causes
de caudillismo regional, expresión de una dispersión del poder de apariencia
feudal y negadora de la nacionalidad.
2. Etapa de la Formación Nacional: Es el período de intento de consolidación
de los Estados Nacionales en América Latina, después de culminada las
guerras de Independencia. Abarca desde la independencia política hasta los
cincuenta años que van desde 1870 a 1920, según el país latinoamericano de
que se trate. Distinguimos aquí dos períodos: el de las Guerras Civiles y el de
la Reforma Liberal.

El primero de estos periodos marca la lucha entre los partidarios del libre
cambio y los partidarios del nacionalismo proteccionista. En esta lucha, cuyos
resultados se sintieron profundamente en el proceso de formación industrial
latinoamericana, terminó triunfando lo que se llamó el “partido europeo”, es
decir, los hombres que representaban los intereses económicos y políticos de
la metrópoli, y buscaban incrementar los lazos de dependencia. Éste “partido
europeo” era el más ligado a la producción, exportación y comercialización de
materias primas y alimentos. En tanto que el partido “derrotado”, el “partido
americano” era más industrialista, más nacionalista. La política de libre cambio
entonces adoptada terminó por aumentar la dependencia y consolidar las
estructuras económico-sociales del latifundio.

El periodo de la reforma liberal se caracteriza, en la mayor parte de


América Latina, por la oposición entre liberales y conservadores: oposición en
la cual los primeros enarbolaron la bandera de la lucha “contra la explotación
feudal y el clericalismo”. La reforma agraria muy fallida y limitada, se dirigió
parcialmente contra el clero, pero también sirvió para despojar a los indígenas
de sus tierras en nombre de la superioridad económica de la propiedad privada
sobre la comunal o cooperativa. El resultado final fue una nueva concentración
latifundista de la tierra, pero ahora en manos laicas y/o extranjeras, y la
dedicación de estos latifundios a la mono-producción para el mercado exterior
con pequeñas modificaciones en las relaciones de trabajo, donde siguió
predominando el peonaje semi-asalariado, el pago de tributos y aún la
servidumbre con coacción extraeconómica. Es decir, hacia finales del siglo XIX
y principios del siglo XX se prolongaron formas esclavistas de explotación del
trabajo humano.

Parece que las reformas liberales tuvieron lugar después de un


importante auge en la exportación de café, azúcar, carne, trigo, algodón o
estaño según los casos, lo cual fortaleció el poder económico y político de los
liberales, quienes, desde el Estado se forzaron por imponer su política de
expropiación y despojo de tierras con fines de obtener mayor aprovechamiento
del negocio de exportación que arrancaban a conservadores y clericales.

En términos generales podemos decir, sin embargo, que las oligarquías


conservadoras y liberales – con linajes de prócer ambas – hicieron algunos
esfuerzos por formar y organizar las naciones latinoamericanas. Derrotadas
España y Portugal, intentaron participar por cuenta propia en el comercio
mundial capitalista, ya firmemente establecido sobre el trabajo asalariado. Esta
participación, que se pretende hacer en pie de igualdad, constituía sin embargo
una inserción subordinada en el Mercado Mundial Capitalista. Nuestras
naciones establecieron pactos económicos desiguales con los países
capitalistas más desarrollados. De esta manera se consolidó institucionalmente
nuestra posición dependiente en el mercado internacional.

Llegamos aquí a un punto clave en el proceso histórico de la formación


económico-social de América Latina. Algunos autores han afirmado que, en la
época del desarrollo capitalista, aún las naciones más atrasadas serían
inexorablemente arrastradas al régimen capitalista de producción. Esto ha
resultado cierto, pero no menos cierto ha resultado que este movimiento de la
historia ha conducido a la construcción o consolidación de un régimen de
intercambio desigual en la división internacional del trabajo, que se profundizó y
determinó, por vía de una progresiva pérdida de valor de los productos
primarios de exportación. Esta caída en los precios de las materias primas
exportadas terminó generando considerables transferencias de excedentes
desde América Latina al resto del mundo, particularmente Inglaterra. Esto,
aunado al creciente saldo negativo en nuestra balanza comercial, reforzó una
especie de multiplicador de la explotación en el intercambio desigual. La
balanza negativa se genera porque nuestros productos de exportación cada
vez valen menos y lo que importamos vale más.

Las clases dominantes quedaban así tan subordinadas al mercado


exterior como alejadas del posible desarrollo de un mercado interior propicio
para la generación de una burguesía nacional soberana y un desarrollo
regional autosostenido. En esta etapa las clases dominantes frustraron por su
propio carácter dependiente, la formación de una auténtica nación
latinoamericana.

3. La Etapa Neocolonial: A diferencia de lo que ocurrió en el África sub-


sahariana esta etapa se distingue entre nosotros con mucha claridad `porque la
penetración del capital extranjero se produce cuando ya todos los países
latinoamericanos, salvo pequeñas excepciones, han alcanzado su
independencia política. En efecto, puede decirse que entre 1825 y 1870 el
capital extranjero no afluyó en cantidades significativas a América Latina; las
afluencias importantes de capital ocurrieron a partir del establecimiento del
imperialismo como una fase particular del capitalismo metropolitano.

El último tercio del siglo XIX y las primeras dos décadas del siglo XX
constituyen un periodo de una intensa penetración del capital extranjero,
europeo primero y norteamericano después, dado el fracaso de nuestras clases
dominantes para organizar la nación latinoamericana, con la consiguiente
fragmentación de la región en veinte Repúblicas. Ante esta división del
continente latinoamericano, las inversiones monopolistas extranjeras
encontraron terreno abonado para consolidar nuestra posición subalterna y
desventajosa en el marco de la explotación generada por la división
internacional del trabajo.

Esta división había sido condicionada por la unilateralidad de la


producción a que nos sometió la dinámica de nuestra incorporación al mercado
mundial capitalista en el siglo XIX. En esta época se extendía el capitalismo
europeo, y en sus regiones periféricas los recursos productivos del sector
agrícola se orientarían hacia el comercio exterior, y formarían luego un sistema
de poder cuya base era la exportación de una o dos materias primas. Como
escribe un autor argentino: “El capitalismo mundial se fundó en la creación de
los grandes Estados Nacionales y se consolidó por la fragmentación de las
colonias a las que transformó en Estados productores de monocultivos
sometidos a la política mundial de precios regulados por la Europa capitalista”
(Ramos, Jorge, A: Historia de la Nación Latinoamericana. 1968: 339).

El carácter de las inversiones capitalistas determinantes de la actual


Etapa Neocolonial de América Latina, varió según las características de los
países de la región. Básicamente, el carácter de estas inversiones puede
clasificarse en dos grupos:

A.- Las inversiones de infraestructura que son las que primero acudieron a
fines del siglo XIX materializándose en ferrocarriles, telégrafos, servicios
públicos, caminos y puertos. Obviamente estas inversiones tenían por objeto
servir de apoyo a la unilateralidad exportadora de los países donde se
aplicaban. De allí que tales inversiones configuraban países dependientes de
las metrópolis capitalistas extranjeras, por esta razón algunos llamaban al tipo
de economía generado por este patrón de inversiones, como “economías de
puerto”.

B.- Las inversiones directas en el sector primario: agrícolas, mineras y


petroleras. Estas inversiones se insertaron en las estructuras coloniales
primario exportadoras existentes, con base latifundistas, para obtener una
producción que se enviaba íntegramente al mercado mundial. Estas economías
son llamadas “economías de enclave”.

La etapa Neocolonial: La etapa neocolonial comprende tres periodos:

I. El Crecimiento Simple, caracterizado por impulsos dinámicos de la


economía, provenientes fundamentalmente del sector exportador, cuya
producción y distribución está controlado por el capital monopólico extranjero.
El ingreso neto proveniente de las exportaciones se gasta, casi totalmente, en
adquisición de bienes de consumo manufacturados provenientes de la
metrópolis.
II. Periodo de Industrialización por Sustitución de Importaciones:
Comienza en algunos países alrededor de 1930 (México, Argentina y Brasil) a
raíz de la crisis (Guerra Mundial) que azotó a los países del Centro Capitalista.
En otros países de América Latina este período inició después que culminó la II
Guerra Mundial, como lo fue el caso de Venezuela.

III. Período de la Integración económica, que actualmente transcurre y


coincide con las etapas más complejas del proceso de sustitución de
importaciones.

En la etapa neocolonial considerada, hemos introducido una


periodización en tres fases basada en criterios económicos o tecno-
económicos. Consideramos válidos estos criterios pero deseamos subrayar
que lo que caracteriza específicamente cada periodo particular es la peculiar
estructura clasista que se configura al calor de la inversión monopólica
extranjera. Vemos primero los períodos de Crecimiento Simple y de Sustitución
de Importaciones.

Durante el periodo de Crecimiento Simple asistimos a la formación


histórica, en las llamadas “economías de puerto”, de oligarquías exportadoras
y de pequeños núcleos de capital comercial portuario dependiente de la
burguesía internacional. En las llamadas “economías de enclave”, tal como la
de Venezuela, la clase dominante, bajo el impacto de la inversión directa
imperialista, se transforma de fundamentalmente exportadora de productos
agropecuarios en principalmente importadora de productos manufacturados.
En suma, el terrateniente se desdobla en comerciante. Las clases dominantes
en este periodo siguen sin adquirir una conciencia nacional de la importancia
del mercado interno. La burguesía local no consideraba importante incentivar la
generación de un mercado interno pues sus beneficios provenían del mercado
exterior.

Jorge Abelardo Ramos describe la situación que hemos presentado


sobre el funcionamiento de una economía en su fase de crecimiento simple
(no acumulativo) y la relaciona adecuadamente con la estructura de clases
subyacente:

Toda América Latina se había convertido en veinte puertos


francos, en veinte abastecedores del mercado mundial. El
consumo interno estaba reducido a su mínima expresión, salvo
una o dos ciudades importantes por cada país. Y ese mercado era
abastecido por los productos industriales de la metrópolis y lo que
no era menos deformante, por sus productos culturales. Esta
extravertida América Latina, no podía ser “persuadida” de su
unidad, pues ello suponía la abstracta figura política de una
Confederación, sino el quebrantamiento interno de la estructura
de clases precapitalistas (en algunos casos), la interrelación de
sus economías particulares alrededor de un plan económico
“nacional” y el abastecimiento de una gran industria como factor
dinámico del conjunto. Hacia 1900 era una pura utopía (Ramos,
Jorge, A. : Historia de la Nación Latinoamericana. 1968: 369).
De esta manera, en el período de crecimiento simple, la penetración
imperialista perpetuó en nuestros países el atraso del sector agrícola mediante
la sólida alianza de la burguesía internacional con las oligarquías terrateniente-
comercial que formaban las clases dominantes locales.

En el período de sustitución de importaciones comienza un proceso


de industrialización liviana que da origen a la formación de una burguesía y una
clase trabajadora industrial. En sus inicios, esta burguesía presenta un
embrionario carácter nacional que muy pronto es ahogado por la afluencia de
capital extranjero ya no solo al sector exportador o terciario sino a loa sectores
manufacturero y de la construcción. Todo esto obedece al cambio de política al
que tuvieron que someterse las potencias imperialistas ante el empuje de los
movimientos nacionales y sus demandas de industrialización.

Pero este proceso de industrialización condujo a un resultado


inesperado: el incremento de la dependencia externa y mayores dificultades en
la balanza de pagos. A pesar del rápido crecimiento del sistema, éste no tuvo
capacidad para absorber la población excedente que venía del campo dando
lugar a una llamada “masa marginal” de población activa que se hacinó en la
periferia de las ciudades. Este proceso de industrialización del cual se
esperaba que lograse sacar a Latinoamérica de la extrema dependencia en
que se encontraba, arrojó como ya lo indicamos, el resultado paradójico de
incrementar la subordinación de su economía.

Esto se debió a que la industrialización sustitutiva formó una estructura


de clase social donde la burguesía nacional fue liquidada como clase
autónoma, cerrándose con ello definitivamente la posibilidad de desarrollo por
vía capitalista e independiente. La sustitución de importaciones llegó pronto a
su fin, dejando a nuestra industria convertida en una industria importadora de
insumos y tecnología y, por tanto, reducida por el rígido yugo de la
dependencia tecnológica a una mayor vulnerabilidad externa.
El impacto de este proceso en la estructura de clases en América Latina
es de señalada importancia. Por un lado, la burguesía latinoamericana quedó
definitivamente convertida en una burguesía dependiente del imperialismo; por
otro lado, el Estado, con este contenido de clase, se transformó en una
maquinaria de reproducción de la dependencia. Lo que resulta, en una última
instancia, en el incremento de la dependencia y de sus nuevas formas, es la
configuración de una estructura de clase que, si bien está determinada por la
dependencia, ella, a su vez, determina la dependencia, que adquiere así el
carácter de círculo vicioso estructural. Tal es la “patología” de nuestras
formaciones económicas sociales en el continente.

IV.- El período de integración económica: Este comprende la tercera fase de


la etapa neocolonial de nuestra evolución económica-social. Bien se sabe que
la integración latinoamericana es una vieja idea bolivariana y de otros
unificadores posteriores. Pero esta idea fracasó ante la abierta oposición de las
oligarquías exportadoras ligadas al mercado capitalista mundial. La
desintegración latinoamericana se consolidó en la época de penetración
imperialista. De esta manera los países latinoamericanos quedaron convertidos
en veinte compartimientos estancos, sin importantes relaciones intra-zonales
(intra-regionales), pero unidos cada uno directamente con la metrópolis
europea o norteamericana.

Ante el estancamiento de la industria latinoamericana subyugadas a un


mercado interno que se expande con grandes dificultades, resurge la idea, en
un principio por los Estados Unidos, de promover una integración, pero en el
marco de los intereses de ese país. En esta fase de la etapa Neocolonial se
promoverá la creación de organismos como la CEPAL (Comisión Económica
para América Latina en 1948) para promover en el continente un modelo de
integración tutoreada bajo el influjo ideológico de la Doctrina Monroe. En
efecto, se plantea la reforma agraria, la reforma fiscal y la reforma
administrativa como una estrategia para promover el desarrollo.

Es interesante indagar acerca de este cambio de política de los EEUU


hacia América Latina a mediados del siglo XX. Para ese momento, hace ya 70
años, vivíamos la fase de Integración completa, a escala mundial, del modelo
de producción capitalista. Asimismo, existía, para ese momento de la historia
de la humanidad, el correlato del Bloque Soviético o bloque comunista (en la
extinta URSS) en el planeta. La lucha entre estos dos sistemas caracterizaba la
contradicción fundamental en ese tiempo. Frente a la presencia de la URSS, y
el triunfo de la revolución cubana en 1959, los EEUU aumentaron su presencia
e injerencismo en América Latina.

El subdesarrollo latinoamericano se convierte en una amenaza para los


países desarrollados e imperialistas. Ante esta amenaza la burguesía
internacional reorienta su política. Ahora no se trataba de explotar abiertamente
a la periferia y sus países subdesarrollados, de poner trabas a la
industrialización, de entorpecer los cambios en la estructura de la propiedad
agraria, no. Ahora se trata de imponer un falso desarrollo controlando los ejes
de acumulación del mismo y quebrando la opción de una integración
alternativa.

En efecto, en el mundo existían y aún existen los grandes centros


capitalistas y su periferia, el llamado Tercer Mundo, el mundo subdesarrollado
que, en expresión de algunos, actúa como factor de composición del mercado
mundial. El aspecto principal de la contradicción fundamental de nuestro tiempo
se manifiesta concretamente en diversas partes de los territorios
subdesarrollados bajo las formas de guerras por control de sus recursos
naturales o luchas de emancipación nacional. De esta manera, los países del
“Tercer Mundo” se encuentran sometidos, por virtud de la contradicción
mencionada, a una creciente tensión. De un lado, actúan las fuerzas
“integradoras” del capitalismo, del otro actúan las fuerzas de la emancipación.
En estas condiciones de tirantez y asedio, los proyectos nacionales no cuentan
con las condiciones necesarias para avanzar y generar el desarrollo desde
adentro de las naciones latinoamericanas.

Estos proyectos nacionales y autónomos de desarrollo se oponen a los


intereses de los países imperialistas que necesitan un desarrollo dependiente y
el afianzamiento de su dominio sobre los territorios de América Latina. En
efecto, la formación de los imperios impuso a los países subordinados la
unilateralidad de la producción (exportadores de materias primas e
importadores de bienes manufacturados) y una estructura de clases que se ha
consolidado como obstáculo al desarrollo independiente. Y estas trabas al
desarrollo son precisamente las que debilitan y quiebran la posibilidad de que
las naciones subdesarrolladas refuercen sus propios eslabones con una
integración a favor de los intereses de las naciones latinoamericanas.

Se hace así urgente para el imperialismo mundial la necesidad de


redefinir las relaciones en sus áreas de influencia. Es decir, en los territorios
sometidos a sus intereses. De la dominación colonial ejercida desde afuera,
ejecutada por el comercio mundial de materias primas establecido directamente
y por separado con cada uno de los países latinoamericanos, se pasa a una
dominación, basada en un nuevo tipo de control, que desde adentro, ha de
realizarse mediante la captura de los sectores industriales básicos de la
economía por la vía de una manipulación en forma integrada. Las grandes
corporaciones multinacionales, con increíble capacidad tecnológica, se han
insertado en las economías latinoamericanas para controlar y mantener cautivo
el mercado común latinoamericano.

América Latina, sin embargo, no puede oponerse ciegamente a la


integración económica. En la época actual de la tecnología moderna y las
economías a escala, las fronteras nacionales resultan pequeñas; el marco de la
nación resulta estrecho. Es necesaria la integración, pero la integración
integradora y no la integración desintegradora que proponen las clases
dominantes latinoamericanas y los Estados Unidos. Esta segunda modalidad
desintegra a los pueblos a la par que integra los mercados más jugosos de
cada país. La primera es la integración de los pueblos latinoamericanos que
han de luchar continentalmente por la liberación económica y por el desarrollo
autónomo.

Héctor Silva Michelena

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