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Dos perspectivas históricas sobre las relaciones entre sociedad y producción de conocimiento.

Comparación de las sociologías del conocimiento de Norbert Elias y Michel Foucault.

Germán Díaz.
CIECS (UNC-CONICET)
meditatiovitae@gmail.com
Teoría Social

Palabras clave: Foucault, Elías, Sociología de la ciencia.

Introducción:
El presente trabajo como objetivo el presentar dos perspectivas teóricas a propósito de las
relaciónes entre el carácter social de la ciencia, en tanto que actividad humana, y la producción
de conocimiento científico; se trata de los enfoques de N. Elias y de M. Foucault. La validez de
nuestra propuesta de investigación teórica estriba en que si bien se trata de dos autores
ampliamente trabajados en el ámbito académico internacional en ciencias sociales y
humanidades, su recepción en el área de la sociología del conocimiento es, comparativamente
con otros aspectos de sus propuestas teórico-metodológicas, mucho menor y mucho menos
sistemática. Cabe aquí hacer una aclaración: si bien ninguno de los dos autores forma parte del
canon histórico “oficial” de la sociología del conocimiento (cf. Kreimer 1999, Vinck 1995,
Restivo 1995), la recepción de Elias en relación con este sub campo de trabajo académico es
mayor que la de Foucault, especialmente desde hace unos pocos años (cf. Burke 2012; Vera
2012).
No tendremos espacio aquí para conjeturar sobre las causas que explican esta diferencia, pero el
mero hecho de su existencia exige una breve reflexión sobre nuestra propuesta de introducir a
Michel Foucault en dicho campo. Hasta donde hemos podido indagar, fuera del área de los
análisis del discurso, donde la vinculación de Foucault con este campo parece tener cierto
consenso (cf. Arribas-Ayllon y Walkerdine 2008; Keller 2007), existe un único paper que se
propone literalmente leer la obra de Foucault dentro del marco polémico y problemático de la
sociología del conocimiento (Kennedy 1979). Sin embargo la influencia de Foucault -uno de los
autores más citados del siglo XX-sobre las y los autores que han ido delineando el derrotero
temático y problemático de la sociología del conocimiento es tan difícil de demostrar
empíricamente como difícil es suponer que no existe (cf. Pels 1995: 1019 y 1996: 33; Swidler y
Arditi 1994: 314, Power 2012 passim). Esta suposición se basa en el hecho de que Foucault
(aunque sin lugar a dudas no haya sido el único en hacerlo) introdujo tres problemas en las
ciencias sociales y humanas y la filosofía cuyo impacto en área de la sociología del conocimiento
es fácilmente perceptible: a) la cuestión de las relaciones entre la génesis de las ciencias
humanas y la historia social de europa; b) la cuestión de la relación entre el estatuto de
“verdadero” en tanto atribuido a ciertos discursos y los efectos de poder ligados a la atribución
de ese estatuto; c) la crítica de las metodologías y enfoques teóricos especulativos y teoricistas y
la propuesta correlativa de anclar la producción teórica en las prácticas concretas de un campo
determinado.
De esos tres elementos que justifican la introducción de Foucault en la historia de la sociología
del conocimiento, en marco de este trabajo sólo consideraremos la propuesta de una historización
de las elaciones entre sociedad y conocimiento. En relación con esto cabe considerar que, en la
auto conciencia de la sociología del conocimiento, el libro que hace las veces de haber puesto el
problema de la historia sobre el tapete es La estructura de las revoluciones científicas, del físico
T. Kuhn (cf. Barnes 1982; Bourdieu 2003: 33-39; Kreimer 1999: 39; 79-105, Callon y Latour
1991: 17-18). Sin embargo en 1962, momento en que se publica esta exitosa obra, Foucault ya
había publicado y/o redactado dos libros que analizaban desde una perspectiva socio-histórica las
relaciones entre diferentes aspectos de lo social (desde los procesos económicos y demográficos
a dimensiones más culturales como la filosofía y las artes) y los contenidos de la producción de
conocimiento de la psiquiatría y de la medicina durante el siglo XIX, respectivamente en
Historia de la locura (1962) y El nacimiento de la clínica (1963). Poco hay para decir sobre el
hecho fortuito de que el libro más vendido de Foucault, Las palabras y las cosas (1966) y La
estructura de las revoluciones científicas hayan sido leídos conjuntamente hasta el punto en que
los conceptos de “paradigma” y “episteme” llegaron a resultar relativamente equivalentes e
intercambiables para numerosos académicos a lo largo del mundo. Ambos autores aseguran no
haberse leído con anterioridad a la década del 70, razón por la que cabe descartar influencias
mutuas o unilaterales. Pese a todo, es cierto que ambos libros ofrecen una concepción de la
historia del conocimiento que se opone a la imagen acumulacionista y continuista del mismo,
sostenida por positivismos de distinto cuño. La razón que explica la orientación de los primeros
libros de Foucault es que desde el comienzo, y hasta el final de su producción, se ubica como un
heredero directo de la tradición de epistemología e historia de la ciencia francesas (cf. Foucault
2009), iniciada por el ruso A. Koyré y continuada por G. Bachelard y G. Canghuillem.
La relación de Elias con la historia canónica de la sociología del conocimiento es quizá más
paradójica. A diferencia de Foucault, Elias produjo un volumen considerable de trabajos
ubicados explícitamente bajo el rótulo de “sociología del conocimiento”, en los que discute con
tesis de autores cuya ascendencia sobre el campo es indiscutida, desde Marx y Weber hasta
Mannheim y Merton, pasando por Kuhn y Popper. Este hecho justifica por sí solo su
introducción en el campo, a pesar de que los intentos en este sentido no han constituido una
escuela o un enfoque unificado, sino más bien recepciones esporádicas y aisladas a lo largo del
tiempo. El otro hecho que justifica dicha introducción es que en las diferentes reconstrucciones
de los debates que han constituido históricamente al campo de la sociología del conocimiento,
Elias ocupa un lugar marginal o sencillamente no figura (Burke 2012; cf. Bourdieu 2003 y 1990,
Knorr-Cetina 1991, Kreimer 1999, Restivo 1995, Vinck 1995).
La manera en que estableceremos la comparación propuesta es la siguiente: del conjunto de las
discusiones teóricas que han constituido históricamente el campo de la sociología del
conocimiento, identificaremos y seleccionaremos tres problemas. En un segundo momento,
examinaremos las posiciones de Elias y Foucault respecto de estos problemas. Finalmente,
estableceremos una breve comparación entre las concepciones de Elias y Foucault, en la que
pondremos el acento en ciertos puntos de convergencia y de divergencia.

I. La posición de Elias y Foucault en la sociología del conocimiento.


La sociología del conocimiento, quizá como con todas las ramas de la ciencia, encuentra su
prehistoria en la especulación filosófica, representada en este caso por los trabajos de Max
Scheler, linderos entre la metafísica y la fenomenología. Sin embargo, su plataforma
propiamente sociológica la constituye el aporte del húngaro Karl Mannheim, quien además de
construir un verdadero programa para la disciplina naciente, contribuyó a ella con algunos
trabajos empíricos, entre los que destaca uno sobre la estructura competitiva en las ciencias
(Mannheim 1952). La influencia de Mannheim, sin embargo, es sustantivamente menor en
comparación con el autor que oficia de “padre fundador” de la sub disciplina, Robert Merton. La
hegemonía del enfoque mertoniano es tal que numerosos investigadores de relevancia en el
campo consideran a las corrientes posteriores como “post mertonianas” (cf. Restivo 1992, Knorr-
Cetina 1991 y Kreimer 1999). Entre estas corrientes que discuten con el enfoque de Merton cabe
destacar: el programa fuerte de la escuela de Edimburgo, la escuela de Bath, encabezada por H.
Collins, y los diferentes enfoques constructivistas de Knorr-Cetina, M. Lynch, M. Mulkay y
Latour y Woolgar, conocidos con el rótulo, falsamente homogeneizante de “nueva sociología de
la ciencia”.
Como puede apreciarse, más allá de apropiaciones retrospectivas de los aportes de Mannheim
(por ejemplo, Pels 1996), el centro de los debates se ubica en la discusión entre el enfoque de
Merton y las diferentes perspectivas que se ofrecieron como alternativas a él. Intentaremos dar
cuenta del debate mediante una breve reconstrucción histórica. Merton constituye su programa
de investigación en parte a través de una discusión con Mannheim, a quien sitúa como su
antecesor. Los problemas que el primero identifica en la posición del segundo explican, por lo
tanto, algunos aspectos de su propio posicionamiento. En primer lugar Merton imputa las
consecuencias relativistas del intento de Mannheim de dar cuenta tanto de la forma como del
contenido de la ciencia a través de la investigación sociológica. Al explicar el contenido de la
ciencia por el recurso a factores “externos” como la estructura social o las jerarquías entre grupos
e individuos, Merton identifica el riesgo de relativizar el carácter de conocimiento verdadero y
por lo tanto dependiente únicamente de una lógica “interna” de las proposiciones científicas. La
única opción que escapa al relativismo es, según Merton, una sociología, no ya del conocimiento,
sino de la ciencia en tanto que institución, instanciada en la descripción de su organización
propia y sus valores característicos (Merton 1964: 530-541). Esta propuesta también soluciona
otro de los problemas que Merton encuentra en el programa mannheimiano: la falta de precisión
sobre el sentido de esa dimensión social aludida por Mannheim en términos de “base existencial”
o “factores existenciales” que determinan al conocimiento científico (Merton 1964: 499 y
Mannheim 1941: 234). Al estudiar la ciencia como institución, y en especial como institución
portadora de un conjunto de elementos normativos específicos a los que Merton denominó el
“ethos de la ciencia”, queda allanado el camino para indicar con precisión la manera en que
puede investigarse el carácter social de la misma (cf. Storer 1972).
Sin embargo, con la emergencia de corrientes críticas del enfoque mertoniano, se configuraron
también nuevos problemas. En particular señalaremos aquí únicamente dos. El primero es la
imputación del pasaje de la sociología del conocimiento a la sociología de la ciencia. Merton
había definido la sub disciplina al relegar las cuestiones epistémicas a la epistemología filosófica.
Los procedimientos técnicos y metodológicos, considerados neutrales, quedaban fuera de su
campo de inteligibilidad. Todas las corrientes post-mertonianas tienen en común el intento de
recuperar la iniciativa (original de Mannheim) de dar cuenta del contenido cognoscitivo del
discurso científico a través del recurso a la explicación sociológica, constituyendo o
reconstituyendo la sub disciplina en términos de una sociología del conocimiento científico
(sociology of scientific knowledge) (cf. Kerimer 1999: 60-77). Un segundo punto cuestionado por
las investigaciones posteriores es el de las limitaciones que trae aparejado el enfoque normativo
y funcionalista de Merton, que deja escapar todas las dimensiones del conflicto y todas las
especificidades de la práctica concreta que acontecen en la producción de conocimiento
científico. En particular los trabajos constructivistas de Latour y Woolgar (1986), Lynch (1985)
y Knorr-Cetina (1981) tienen en común la apoyatura sobre una base etnográfica que opera como
el fundamento metodológico de un abordaje “directo” de las prácticas científicas en el
laboratorio.
A partir de esta breve reconstrucción, podemos aislar tres ejes problemáticos que permiten ubicar
a Elias y Foucault en la historia de las discusiones teóricas de la sociología del conocimiento. En
primer lugar, la discusión acerca de si abrir o no la “caja negra” de la ciencia, es decir, si incluir
o no el contenido cognoscitivo como característica del programa propuesto para la sub disciplina
(Withley 1972). En segundo lugar la discusión acerca de a qué dimensión del carácter social de
la ciencia otorgar valor explicativo. Mientras Merton opta por la dimensión institucional, los
constructivistas se orientan a las diferentes prácticas e interacciones situadas que acontecen
durante el trabajo de producción de conocimiento científico. Por último, nos interesa destacar la
discusión acerca de la elección teórico-metodológica. Por un lado, el paradigma mertoniano se
caracteriza por un análisis funcionalista de la organización institucional de la ciencia, por el
otro, la mayoría de los enfoques post-mertonianos se distinguen por una descripción etnográfica
de las prácticas los discursos y las interacciones simbólicas entre los agentes de la producción del
conocimiento científico.

I. A. La cuestión del contenido y el problema del relativismo.


De maneras y por razones diferentes, tanto Elias como Foucault incluyen el contenido de la
ciencia en sus análisis, como una dimensión de la producción científica explicable en parte a
través del recurso sociológico. El elemento que quizá sea común a ambos es la negativa a tomar
la producción de conocimiento como un fenómeno aislado y completamente autónomo respecto
del resto de las dimensiones de las sociedades humanas. Dicha negativa se asienta sobre la
imputación al trascendentalismo epistemológico que comparten. Tanto Elias como Foucault se
rehúsan a aceptar la premisa epistemológica de la modernidad filosófica según la cual el
conocimiento se concibe como una relación entre un objeto separado de un sujeto abstracto, sin
historia y sin sociedad. Este procedimiento a través del cual se hace del conocimiento un
fenómeno inmanente a la existencia humana implica reconocer también que la ciencia no es el
producto prístino de una conciencia pura y desinteresada, libre de todo interés o valor
mundanos, sino al contrario el reconocimiento de que el conocimiento es justamente una de las
prácticas mediante las cuales los seres humanos consiguen habitar el mundo (Elias 1971 b: 368-
369 y Foucault 2011: 21). Encontramos, por lo tanto, como común denominador, una
concepción pragmática del conocimiento, es decir, un tratamiento del mismo en tanto que
práctica social.
En el caso de Elias, dicha concepción pragmática se fundamenta en una suerte de epistemología
naturalizada, es decir, una concepción del conocimiento en tanto que dispositivo de adaptación
de la especie humana a su entorno natural (Elias 1982: 29 y 41-43). El conocimiento humano no
es otra cosa que el empleo de símbolos que funcionan como medios de orientación y de
comunicación, acumulables a lo largo de las generaciones; a su vez estos símbolos son
modificables, adaptables y perfectibles (Elias 1994 d: passim). El conocimiento, y los símbolos
que constituyen su contenido, no son por tanto aislables de los intereses prácticos de la especie
humana en su lucha por la supervivencia en la tierra, y pueden ser analizados en los términos del
evolucionismo darwiniano (Elias 1971 a: 160). El conocimiento y su desarrollo constituyen no
sólo un interés del animal humano, sino una de las funciones básicas de su existencia (Elias 1994
c: 201).
En este sentido, puede identificarse en Elias una concepción funcionalista del conocimiento.
Independientemente de la congruencia que estos símbolos tengan con la realidad, en la medida
en que todos ellos operan como medios de orientación necesarios e imprescindibles para la
existencia social humana, tanto el pensamiento mítico-mágico como la religión y la ciencia son
tratados como conocimiento (knowledge) por parte del pensador húngaro (Elias 1994 a: 72). Sin
embargo, a diferencia de otras concepciones funcionalistas que tienden a una descripción estática
de las diferentes interdependencias, el pensamiento de Elias se caracteriza por sus análisis de
procesos de larga duración. La falta de una perspectiva histórica es precisamente lo que Elias
identifica como otro de los problemas de la epistemología racionalista o apriorística.
No hay que creer, sin embargo, que la combinación de un cierto funcionalismo y de un cierto
historicismo implica una orientación relativista en el pensamiento de Elias sobre el carácter
social del conocimiento. Muy por el contrario, Elias cree que el avance de las teorías sobre la
ciencia depende de la posibilidad de un “cambio de paradigma” que reemplace la epistemología
filosófica por la sociología histórica del conocimiento, pero que al mismo tiempo modifique la
concepción relativista que a sus ojos caracteriza el abordaje sociológico sobre la ciencia (Elias
1982: 37). Elias ofrece su propia posición como una vía intermedia entre dos extremos
peligrosos: la idea de una autonomía completa de la ciencia respecto a la historia humana,
representada por la epistemología filosófica, y la idea de una completa dependencia del
conocimiento respecto de los avatares de una configuración social determinada, representada por
la sociología del conocimiento (Elias 1994: 188-189). Dicha alternativa consiste en proponer la
posibilidad de considerar una autonomía relativa, gradual y por lo tanto mensurable para el
análisis sociológico.
Soy muy consciente de que el conocimiento en forma de ciencia puede ganar autonomía respecto a
los grupos que conocen y que producen este conocimiento, pero al mismo tiempo soy consciente
también de que esa autonomía es relativa, en otros términos una autonomía que posee diferentes
grados. Los desarrollos sociales extra científicos juegan siempre un papel en el desarrollo de la
ciencia y me parece que no es posible ignorarlos cuando se escribe una historia de la ciencia, pero
ese papel puede ser mayor o menor, lo que exige una teoría con una escala móvil, con criterios
para establecer una mayor o menor autonomía (…). Y estoy prácticamente seguro de que un
modelo de larga duración podría ser de mucha mayor ayuda para la investigación del desarrollo
actual de las ciencias que el que utiliza dicotomías toscas (Elias 1994 a: 189)

Ahora bien, ¿cómo esta teoría de la autonomía relativa salvaguarda la objetividad del
conocimiento científico? La respuesta de Elias consiste en no separar lo que en la discusión
epistemológica se ha denominado “historia interna” e “historia externa” del conocimiento. Elias
trata a la historia de la sociedad y a la historia del conocimiento como procesos diferentes pero
en relación. La piedra de toque de su esquema es su concepción singular de la objetividad
cognoscitiva. No se trata de la adecuación de las ideas de un sujeto a un objeto separado de él,
sino de la resultante entre dos tendencias o fuerzas opuestas que entran en juego en el proceso de
desarrollo del conocimiento simbólico humano: por un lado tenemos una orientación hacia el
objeto (object-centredness) producto de un proceso de distanciamiento respecto de las actitudes
emotivas frente al mundo, que es lo que a los ojos de nuestro autor caracteriza al conocimiento
propiamente científico; por otro lado tenemos una orientación hacia el sujeto (subject-
centredness), resultado de una respuesta mayormente emotiva que prioriza las necesidades y las
urgencias de los agentes del conocimiento e impide la construcción de simbolizaciones más
adecuadas (Elias 1971 b: 358-359). Esta particular teoría de la adecuación al objeto a través de
un auto-distanciamiento respecto de las emociones humanas que caracterizan a los agentes del
conocimiento, sirve de nexo entre la sociología del conocimiento y la teoría eliasiana de las
relaciones entre psico y sociogénesis, expuestas en su obra cumbre, El proceso de la civilización.
Allí Elias intenta demostrar cómo las coacciones externas son internalizadas durante un proceso
no planeado de largo aliento a lo largo de la historia que va modificando la estructura psíquica y
emocional de los seres humanos (cf. Elias 1987). Si una de las pautas que permite medir el
avance “interno” del conocimiento en términos de su objetividad o adecuación es el grado de
distanciamiento o de menor incidencia de elementos afectivos y emocionales, queda claro que el
proceso de civilización incide directamente en el proceso de desarrollo del conocimiento. Es así
como la “historia externa” incide en el corazón de la “historia interna”.
En el caso de Foucault pueden identificarse coordenadas similares en el planteamiento del
problema del contenido. Por un lado, una característica saliente del trabajo empírico de Foucault
es su perspectiva histórica. Muchos de sus libros más célebres pueden ser leídos en términos de
la reconstrucción de la historia social concurrente con la emergencia o la transformación de
algunas disciplinas de las ciencias sociales y humanas. De modo similar a Mannheim, Foucault
intenta ampliar el horizonte de inteligibilidad de la historia social respecto de la historia de la
ciencia, en términos de intentar comprender no sólo los elementos que inciden en la génesis del
conocimiento, sino aquellos que inciden tanto en su forma como en su contenido (Mannheim
1941: 244, 248, Foucault 2001 a: 463).
Esta propuesta pretende delimitarse de dos abordajes sobre las ciencias (en particular sobre las
ciencias sociales) dominantes en el contexto de producción del autor francés: el estructuralismo y
la fenomenología (Castro 1995: 189). Contra la segunda, que postula un sujeto trascendental
como condición de posibilidad del sentido histórico, Foucault intenta probar lo contrario: que el
sujeto se constituye históricamente a partir de una variedad de relaciones entre los discursos con
valor de verdad y diferentes procesos socio-culturales (Foucault 1970: 211; 2014: 47-48; 2007:
36-37). Contra el primero, que asegura la posibilidad de una inteligibilidad integral de los
enunciados a través de su reducción sistemática en un modelo lógico, Foucault acentúa la
dimensión pragmática y estratégica de los discursos con valor de verdad, su inscripción en un
juego de relaciones de poder en tanto aspecto de todas las prácticas sociales (Foucault 2011: 13,
15).
Por otro lado Foucault también se distingue por una concepción relativamente funcionalista del
conocimiento, aunque este rótulo (“funcionalismo”) no se encuentre asociado a su nombre más
que en algunos textos aislados (Deleuze 1987: 43 y 2013: 102; Poulantzas 1979: 47, cf. Voyame
2015: 9). La genealogía y la arqueología de las ciencias humanas (los nombres con que Foucault
singularizó su perspectiva analítica) se distinguen por no considerar la relación entre los
discursos a los que se les atribuye valor de verdad en un momento histórico determinado y un
mundo objetivo en sí, sino por considerar los roles que la ciencia juega en una determinada
configuración histórica de la sociedad (Foucault 2001 b: 299-300). Este funcionalismo se
expresa no tanto en una teoría general o catálogo de los efectos de las ciencias en la estructura
social, como en la decisión metodológica de hacer a un lado el problema de la epistemología
(Foucault 2001 a: 1030).
La desestimación del esfuerzo para ofrecer criterios de evaluación de la cientificidad de las
ciencias no implica, sin embargo, una aceptación acrítica de un relativismo llano respecto del
carácter cognoscitivo de los productos de la ciencia. Este punto es uno de los menos
cuidadosamente considerados y de los más relevantes para comprender la perspectiva de
Foucault sobre las relaciones entre sociedad y producción de conocimiento (Cf. Pels 1995). La
idea de saber/poder puesta en juego por el historiador y filósofo francés en su carácter de
dualidad, tiene por función rechazar una concepción dicotómica de ambos términos, cuya
hegemonía puede reconstruir una historia de muy largo plazo: “Con Platón se inicia un gran mito
occidental: lo que de antinómico tiene la relación entre el poder y el saber. Si se posee el saber es
preciso renunciar al poder (…) Hay que acabar con este gran mito” (Foucault 2011: 61). En los
términos de la discusión propuesta, Foucault destaca por asumir una posición por fuera de la
dicotomía planteada entre examen sociológico del contenido y caída en el relativismo o
exclusión del contenido y preservación del carácter cognitivo (objetivo) de la ciencia. La idea del
autor francés es que se pueden analizar los efectos de poder ligados a los discursos de verdad sin
tener por qué poner en tela de juicio el carácter epistémico de tales discursos. Así por ejemplo la
constitución teórica, práctica e institucional de la medicina moderna en Francia a fines del siglo
XVIII y comienzos del XIX exhibe numerosas conexiones con procesos histórico-sociales y sin
embargo, no cabe afirmar que no se trate también de una transformación al nivel de la mayor
eficacia de la clínica en el tratamiento de las enfermedades con respecto a sus formas teóricas y
prácticas predecesoras (cf. Foucault 2001 a: 1070-1071).

I. B. El problema de la identificación de la determinación social.


Como hemos visto, uno de los problemas en el panorama actual de la sociología del
conocimiento, que se constituyó en la discusión iniciada en la década de 1980 por los post-
mertonianos, era la de la dimensión o la esfera social en la que inscribir y a través del cual
explicar el conocimiento científico en términos sociológicos. Una buena parte de la obra de
Merton y fundamentalmente su continuación en Storer (1973) y Hagstrom (1972) se centra en el
carácter institucional de la ciencia. Aquí se pierden, en cierta medida la inteligibilidad de
procesos y estructuras macro, presentes por ejemplo en Mannheim como la estructura de clases.
Los post-mertonianos, en cambio se orientan hacia la micro dimensión de las prácticas y las
interacciones situadas. Mientras a los primeros el análisis en términos de funciones y normas está
exigido por razones teóricas (Storer 1972: 14), para muchos de los estudios situados la
delimitación proviene de una exigencia metodológica (cf Vinck 1995: 49). En cambio, Foucault
y Elias proponen, de modos diferentes, una concepción integral y estratificada de las relaciones
entre sociedad y conocimiento. Si bien ninguno de los dos tiene una teoría general sobre los
diferentes niveles de análisis de la sociedad, ambos acentúan la fertilidad heurística de enfoques
que puedan tomar en cuenta y tratar de modo conjunto una multiplicidad de niveles de análisis.
La posición de Elías a este respecto no está explícita, pero puede reconstriuirse considerando los
diferentes planos desde los que analiza la ciencia. Uno de sus trabajos más célebres es el de 1982
sobre los establishments científicos. Aquí puede observarse el análisis de una dimensión social
que incide en la producción de conocimiento científico: las luchas entre diferentes
establishments para mantener una situación de hegemonía unos sobre otros, con las consecuentes
tácticas asociadas a dichas luchas, como las alianzas (Elias 1982: 36), los bloqueos (Elias 1982:
27), los enfrentamientos (Elias 1982: 39) o las rendiciones (Elias 1982: 57). Pero además de esta
dimensión que capta las relaciones de poder entre diferentes grupos hegemónicos en el interior
de una estructura institucional (universitaria) que aparece como dada, Elias ofrece en el mismo
artículo otro nivel de análisis a partir de la historización del proceso de institucionalización.
Desde esta perspectiva, se pueden considerar no solamente las relaciones de los grupos de poder
académicos entre sí, sino con otros grupos dominantes por fuera del mundo universitario. De este
modo Elias puede tratar las relaciones de interdependencia entre la institución científica y otras
configuraciones u organizaciones sociales como los diferentes tipos de Estado (Elias 1994 a: 96),
los organismos financieros y militares (Elias 1982: 47), los medios de comunicación en tanto
formadores de la opinión pública (Elias 1994 a: 98) o las organizaciones que monopolizan el
control de medios de orientación diferentes al conocimiento científico, como las iglesias (1994 c:
230).
En este sentido, lo característico del enfoque de Elias sobre el problema es que, si bien acepta la
legitimidad del análisis al nivel de la institución, también subraya las interdependencias en
relación con configuraciones sociales de niveles diferentes. Así, por ejemplo, acepta la
propuesta mertoniana de considerar el efecto específico de un conjunto de valores que
caracterizan la producción de conocimiento científico respecto de otras formas de conocimiento,
pero a condición observar las instanciaciones de dichos valores en la práctica real de la
producción científica, que se da en el seno de sociedades fuertemente diferenciadas y en
consecuencia altamente complejas, y donde cada tipo de interdependencia expresa diferentes
relaciones de poder y aristas de análisis distinguibles:
En la práctica, este carácter anti autoritario del trabajo científico es disminuido y evitado en una
gran variedad de maneras, ambas interiores y exteriores a los establishments científicos. Sucede
que la tentativa de los científicos de desarrollar los medios de orientación humanos es llevada a
cabo dentro de configuraciones sociales más amplias (wider social settings), en las que las
diferencias de poder y estatus y los conflictos concomitantes juegan un rol central. El trabajo
científico presupone la existencia de sociedades-estado fuertemente diferenciadas (…). Los
científicos mismos, por lo tanto, ocupan su lugar dentro de una jerarquía de poder y estatus
compleja (Elias 1982: 50, cursivas nuestras).

Desde la particular perspectiva de Elias, según la cual el poder es “un aspecto de las relaciones
sociales” (1994 a: 53), la sociología del conocimiento tiene frente a sí tantos niveles de análisis
como relaciones de interdependencia y de poder pueden identificarse. A su vez cada nivel tiene
efectos específicos observables empíricamente sobre materiales diferentes. Así, por ejemplo,
mientras que las luchas entre los grupos científicos dominantes puede observarse en el contenido
de los manuales universitarios (Elias 1982: 39), las relaciones de interdependencia entre la
ciencia y los estados o las organizaciones financieras se observa en el relativo y variable grado
de autonomía del contenido científico respecto de problemáticas extrateóricas, respecto de las
cuales el caso Lyssenko, por ejemplo, representa una forma extrema (Elías 1994 a: 112).
En el caso de Foucault, puede identificarse una perspectiva semejante. En primer lugar porque,
como para Elias, las relaciones de poder no tienen una ubicación privilegiada en la historia de
las sociedades, como por ejemplo en el Estado (Foucault 2006: 16-18). Al considerar el poder
como una dimensión de todas las relaciones sociales, Foucault ofrece, al igual que Elias, una
perspectiva analítica de gran complejidad que no se reduce a una teoría general de las relaciones
sociedad-conocimiento. Por el contrario las diferentes relaciones entre conocimiento y poder,
entre verdad y poder, son analizadas a partir de casos empíricos, con respecto a los cuales se
construyen los instrumentos conceptuales.
Lo que me interesa son las relaciones verdad/poder, saber/poder. Ahora bien, este conjunto de
objetos, este conjunto de relaciones es más bien difícil de asir; y como no hay una teoría general
para aprehenderlas yo soy, si se quiere, un empirista ciego (…). No tengo una teoría general y no
tengo instrumentos seguros. Invento, fabrico como puedo instrumentos que están destinados a
hacer aparecer a los objetos (Foucault 2001 b: 404)

La negación de una teoría general de las relaciones saber poder implica que no encontraremos en
Foucault una premisa o axioma que se aplique a la multiplicidad de casos analizados, del tipo “el
poder produce el saber” o “el saber justifica el poder”. En cada uno de sus análisis Foucault se
esfuerza por captar la especificidad de las relaciones entre poder y saber que allí se presentan.
Así, por ejemplo en Vigilar y Castigar se analizan ciertos efectos de poder ligados a la psicología
y la criminología en tanto construyen la categoría de “delinquente”, idea que permite conectar un
hecho delictivo a la trayectoria vital de un individuo (Foucault 1975: 225); en El nacimiento de
la biopolítica, por tomar otro ejemplo, se analiza cómo la transformación epistemológica de la
economía neoclásica a partir de los años 1930 está aparejada a la emergencia de conceptos que,
como el de “capital humano”, que desdibujan la categoría antropológica de “delincuente” en
favor de una concepción del crimen como inversión y riesgo (Foucault 2007: 301). Estos
ejemplos dan cuenta de que Foucault no caracteriza todos los efectos de poder de todas las
ciencias humanas en términos de una crítica al antropologismo (cf. Castro 1995: 31).
Una lectura atenta de la obra foucaultiana tampoco podrá hallar en las instituciones una piedra de
toque que resuelva de modo definitivo la variedad de las relaciones saber/poder en una teoría
general del tipo: “el saber tiene efectos de poder visibles únicamente en la dimensión
institucional” (cf. Eribon 2005: 61). Por el contrario, Foucault reniega de una concepción
institucionalista del saber/poder según la cual las prácticas institucionales, como las del asilo o la
prisión, sean el fundamento de unas formas de saber completamente instrumentales, creadas ad
hoc para justificar esas prácticas. Del mismo modo, el autor rechaza una concepción
“mentalista” del saber/poder según la cual el saber se produce de modo aislado en la cabeza de
los teóricos para aplicarse luego en las instituciones, donde sea el desfasaje de la aplicación lo
que explique los efectos de poder en términos de desviación o deformación de la teoría (Foucault
2007: 52).
Sin embargo, este empirismo que reniega de toda teoría general que reduzca la variedad de
relaciones analizables a un modelo único, tiene también un corolario positivo en relación con el
problema seleccionado: la preocupación por delimitar la dimensión de lo social que afecta la
producción de conocimiento debe ir de la mano de una concepción multidimensional de la
sociedad. Encontraremos aquí otro punto de contacto entre Foucault y Elias: toda concepción
unilateral de la sociedad (ya sea el economicismo marxista o los culturalismos de distinto cuño)
reposa sobre una concepción causalista de la determinación cuyo efecto no planeado es que
empobrece el análisis (cf. Foucault 2001 b: 842-843; Elías 1994 b: 190).

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