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Germán Díaz.
CIECS (UNC-CONICET)
meditatiovitae@gmail.com
Teoría Social
Introducción:
El presente trabajo como objetivo el presentar dos perspectivas teóricas a propósito de las
relaciónes entre el carácter social de la ciencia, en tanto que actividad humana, y la producción
de conocimiento científico; se trata de los enfoques de N. Elias y de M. Foucault. La validez de
nuestra propuesta de investigación teórica estriba en que si bien se trata de dos autores
ampliamente trabajados en el ámbito académico internacional en ciencias sociales y
humanidades, su recepción en el área de la sociología del conocimiento es, comparativamente
con otros aspectos de sus propuestas teórico-metodológicas, mucho menor y mucho menos
sistemática. Cabe aquí hacer una aclaración: si bien ninguno de los dos autores forma parte del
canon histórico “oficial” de la sociología del conocimiento (cf. Kreimer 1999, Vinck 1995,
Restivo 1995), la recepción de Elias en relación con este sub campo de trabajo académico es
mayor que la de Foucault, especialmente desde hace unos pocos años (cf. Burke 2012; Vera
2012).
No tendremos espacio aquí para conjeturar sobre las causas que explican esta diferencia, pero el
mero hecho de su existencia exige una breve reflexión sobre nuestra propuesta de introducir a
Michel Foucault en dicho campo. Hasta donde hemos podido indagar, fuera del área de los
análisis del discurso, donde la vinculación de Foucault con este campo parece tener cierto
consenso (cf. Arribas-Ayllon y Walkerdine 2008; Keller 2007), existe un único paper que se
propone literalmente leer la obra de Foucault dentro del marco polémico y problemático de la
sociología del conocimiento (Kennedy 1979). Sin embargo la influencia de Foucault -uno de los
autores más citados del siglo XX-sobre las y los autores que han ido delineando el derrotero
temático y problemático de la sociología del conocimiento es tan difícil de demostrar
empíricamente como difícil es suponer que no existe (cf. Pels 1995: 1019 y 1996: 33; Swidler y
Arditi 1994: 314, Power 2012 passim). Esta suposición se basa en el hecho de que Foucault
(aunque sin lugar a dudas no haya sido el único en hacerlo) introdujo tres problemas en las
ciencias sociales y humanas y la filosofía cuyo impacto en área de la sociología del conocimiento
es fácilmente perceptible: a) la cuestión de las relaciones entre la génesis de las ciencias
humanas y la historia social de europa; b) la cuestión de la relación entre el estatuto de
“verdadero” en tanto atribuido a ciertos discursos y los efectos de poder ligados a la atribución
de ese estatuto; c) la crítica de las metodologías y enfoques teóricos especulativos y teoricistas y
la propuesta correlativa de anclar la producción teórica en las prácticas concretas de un campo
determinado.
De esos tres elementos que justifican la introducción de Foucault en la historia de la sociología
del conocimiento, en marco de este trabajo sólo consideraremos la propuesta de una historización
de las elaciones entre sociedad y conocimiento. En relación con esto cabe considerar que, en la
auto conciencia de la sociología del conocimiento, el libro que hace las veces de haber puesto el
problema de la historia sobre el tapete es La estructura de las revoluciones científicas, del físico
T. Kuhn (cf. Barnes 1982; Bourdieu 2003: 33-39; Kreimer 1999: 39; 79-105, Callon y Latour
1991: 17-18). Sin embargo en 1962, momento en que se publica esta exitosa obra, Foucault ya
había publicado y/o redactado dos libros que analizaban desde una perspectiva socio-histórica las
relaciones entre diferentes aspectos de lo social (desde los procesos económicos y demográficos
a dimensiones más culturales como la filosofía y las artes) y los contenidos de la producción de
conocimiento de la psiquiatría y de la medicina durante el siglo XIX, respectivamente en
Historia de la locura (1962) y El nacimiento de la clínica (1963). Poco hay para decir sobre el
hecho fortuito de que el libro más vendido de Foucault, Las palabras y las cosas (1966) y La
estructura de las revoluciones científicas hayan sido leídos conjuntamente hasta el punto en que
los conceptos de “paradigma” y “episteme” llegaron a resultar relativamente equivalentes e
intercambiables para numerosos académicos a lo largo del mundo. Ambos autores aseguran no
haberse leído con anterioridad a la década del 70, razón por la que cabe descartar influencias
mutuas o unilaterales. Pese a todo, es cierto que ambos libros ofrecen una concepción de la
historia del conocimiento que se opone a la imagen acumulacionista y continuista del mismo,
sostenida por positivismos de distinto cuño. La razón que explica la orientación de los primeros
libros de Foucault es que desde el comienzo, y hasta el final de su producción, se ubica como un
heredero directo de la tradición de epistemología e historia de la ciencia francesas (cf. Foucault
2009), iniciada por el ruso A. Koyré y continuada por G. Bachelard y G. Canghuillem.
La relación de Elias con la historia canónica de la sociología del conocimiento es quizá más
paradójica. A diferencia de Foucault, Elias produjo un volumen considerable de trabajos
ubicados explícitamente bajo el rótulo de “sociología del conocimiento”, en los que discute con
tesis de autores cuya ascendencia sobre el campo es indiscutida, desde Marx y Weber hasta
Mannheim y Merton, pasando por Kuhn y Popper. Este hecho justifica por sí solo su
introducción en el campo, a pesar de que los intentos en este sentido no han constituido una
escuela o un enfoque unificado, sino más bien recepciones esporádicas y aisladas a lo largo del
tiempo. El otro hecho que justifica dicha introducción es que en las diferentes reconstrucciones
de los debates que han constituido históricamente al campo de la sociología del conocimiento,
Elias ocupa un lugar marginal o sencillamente no figura (Burke 2012; cf. Bourdieu 2003 y 1990,
Knorr-Cetina 1991, Kreimer 1999, Restivo 1995, Vinck 1995).
La manera en que estableceremos la comparación propuesta es la siguiente: del conjunto de las
discusiones teóricas que han constituido históricamente el campo de la sociología del
conocimiento, identificaremos y seleccionaremos tres problemas. En un segundo momento,
examinaremos las posiciones de Elias y Foucault respecto de estos problemas. Finalmente,
estableceremos una breve comparación entre las concepciones de Elias y Foucault, en la que
pondremos el acento en ciertos puntos de convergencia y de divergencia.
Ahora bien, ¿cómo esta teoría de la autonomía relativa salvaguarda la objetividad del
conocimiento científico? La respuesta de Elias consiste en no separar lo que en la discusión
epistemológica se ha denominado “historia interna” e “historia externa” del conocimiento. Elias
trata a la historia de la sociedad y a la historia del conocimiento como procesos diferentes pero
en relación. La piedra de toque de su esquema es su concepción singular de la objetividad
cognoscitiva. No se trata de la adecuación de las ideas de un sujeto a un objeto separado de él,
sino de la resultante entre dos tendencias o fuerzas opuestas que entran en juego en el proceso de
desarrollo del conocimiento simbólico humano: por un lado tenemos una orientación hacia el
objeto (object-centredness) producto de un proceso de distanciamiento respecto de las actitudes
emotivas frente al mundo, que es lo que a los ojos de nuestro autor caracteriza al conocimiento
propiamente científico; por otro lado tenemos una orientación hacia el sujeto (subject-
centredness), resultado de una respuesta mayormente emotiva que prioriza las necesidades y las
urgencias de los agentes del conocimiento e impide la construcción de simbolizaciones más
adecuadas (Elias 1971 b: 358-359). Esta particular teoría de la adecuación al objeto a través de
un auto-distanciamiento respecto de las emociones humanas que caracterizan a los agentes del
conocimiento, sirve de nexo entre la sociología del conocimiento y la teoría eliasiana de las
relaciones entre psico y sociogénesis, expuestas en su obra cumbre, El proceso de la civilización.
Allí Elias intenta demostrar cómo las coacciones externas son internalizadas durante un proceso
no planeado de largo aliento a lo largo de la historia que va modificando la estructura psíquica y
emocional de los seres humanos (cf. Elias 1987). Si una de las pautas que permite medir el
avance “interno” del conocimiento en términos de su objetividad o adecuación es el grado de
distanciamiento o de menor incidencia de elementos afectivos y emocionales, queda claro que el
proceso de civilización incide directamente en el proceso de desarrollo del conocimiento. Es así
como la “historia externa” incide en el corazón de la “historia interna”.
En el caso de Foucault pueden identificarse coordenadas similares en el planteamiento del
problema del contenido. Por un lado, una característica saliente del trabajo empírico de Foucault
es su perspectiva histórica. Muchos de sus libros más célebres pueden ser leídos en términos de
la reconstrucción de la historia social concurrente con la emergencia o la transformación de
algunas disciplinas de las ciencias sociales y humanas. De modo similar a Mannheim, Foucault
intenta ampliar el horizonte de inteligibilidad de la historia social respecto de la historia de la
ciencia, en términos de intentar comprender no sólo los elementos que inciden en la génesis del
conocimiento, sino aquellos que inciden tanto en su forma como en su contenido (Mannheim
1941: 244, 248, Foucault 2001 a: 463).
Esta propuesta pretende delimitarse de dos abordajes sobre las ciencias (en particular sobre las
ciencias sociales) dominantes en el contexto de producción del autor francés: el estructuralismo y
la fenomenología (Castro 1995: 189). Contra la segunda, que postula un sujeto trascendental
como condición de posibilidad del sentido histórico, Foucault intenta probar lo contrario: que el
sujeto se constituye históricamente a partir de una variedad de relaciones entre los discursos con
valor de verdad y diferentes procesos socio-culturales (Foucault 1970: 211; 2014: 47-48; 2007:
36-37). Contra el primero, que asegura la posibilidad de una inteligibilidad integral de los
enunciados a través de su reducción sistemática en un modelo lógico, Foucault acentúa la
dimensión pragmática y estratégica de los discursos con valor de verdad, su inscripción en un
juego de relaciones de poder en tanto aspecto de todas las prácticas sociales (Foucault 2011: 13,
15).
Por otro lado Foucault también se distingue por una concepción relativamente funcionalista del
conocimiento, aunque este rótulo (“funcionalismo”) no se encuentre asociado a su nombre más
que en algunos textos aislados (Deleuze 1987: 43 y 2013: 102; Poulantzas 1979: 47, cf. Voyame
2015: 9). La genealogía y la arqueología de las ciencias humanas (los nombres con que Foucault
singularizó su perspectiva analítica) se distinguen por no considerar la relación entre los
discursos a los que se les atribuye valor de verdad en un momento histórico determinado y un
mundo objetivo en sí, sino por considerar los roles que la ciencia juega en una determinada
configuración histórica de la sociedad (Foucault 2001 b: 299-300). Este funcionalismo se
expresa no tanto en una teoría general o catálogo de los efectos de las ciencias en la estructura
social, como en la decisión metodológica de hacer a un lado el problema de la epistemología
(Foucault 2001 a: 1030).
La desestimación del esfuerzo para ofrecer criterios de evaluación de la cientificidad de las
ciencias no implica, sin embargo, una aceptación acrítica de un relativismo llano respecto del
carácter cognoscitivo de los productos de la ciencia. Este punto es uno de los menos
cuidadosamente considerados y de los más relevantes para comprender la perspectiva de
Foucault sobre las relaciones entre sociedad y producción de conocimiento (Cf. Pels 1995). La
idea de saber/poder puesta en juego por el historiador y filósofo francés en su carácter de
dualidad, tiene por función rechazar una concepción dicotómica de ambos términos, cuya
hegemonía puede reconstruir una historia de muy largo plazo: “Con Platón se inicia un gran mito
occidental: lo que de antinómico tiene la relación entre el poder y el saber. Si se posee el saber es
preciso renunciar al poder (…) Hay que acabar con este gran mito” (Foucault 2011: 61). En los
términos de la discusión propuesta, Foucault destaca por asumir una posición por fuera de la
dicotomía planteada entre examen sociológico del contenido y caída en el relativismo o
exclusión del contenido y preservación del carácter cognitivo (objetivo) de la ciencia. La idea del
autor francés es que se pueden analizar los efectos de poder ligados a los discursos de verdad sin
tener por qué poner en tela de juicio el carácter epistémico de tales discursos. Así por ejemplo la
constitución teórica, práctica e institucional de la medicina moderna en Francia a fines del siglo
XVIII y comienzos del XIX exhibe numerosas conexiones con procesos histórico-sociales y sin
embargo, no cabe afirmar que no se trate también de una transformación al nivel de la mayor
eficacia de la clínica en el tratamiento de las enfermedades con respecto a sus formas teóricas y
prácticas predecesoras (cf. Foucault 2001 a: 1070-1071).
Desde la particular perspectiva de Elias, según la cual el poder es “un aspecto de las relaciones
sociales” (1994 a: 53), la sociología del conocimiento tiene frente a sí tantos niveles de análisis
como relaciones de interdependencia y de poder pueden identificarse. A su vez cada nivel tiene
efectos específicos observables empíricamente sobre materiales diferentes. Así, por ejemplo,
mientras que las luchas entre los grupos científicos dominantes puede observarse en el contenido
de los manuales universitarios (Elias 1982: 39), las relaciones de interdependencia entre la
ciencia y los estados o las organizaciones financieras se observa en el relativo y variable grado
de autonomía del contenido científico respecto de problemáticas extrateóricas, respecto de las
cuales el caso Lyssenko, por ejemplo, representa una forma extrema (Elías 1994 a: 112).
En el caso de Foucault, puede identificarse una perspectiva semejante. En primer lugar porque,
como para Elias, las relaciones de poder no tienen una ubicación privilegiada en la historia de
las sociedades, como por ejemplo en el Estado (Foucault 2006: 16-18). Al considerar el poder
como una dimensión de todas las relaciones sociales, Foucault ofrece, al igual que Elias, una
perspectiva analítica de gran complejidad que no se reduce a una teoría general de las relaciones
sociedad-conocimiento. Por el contrario las diferentes relaciones entre conocimiento y poder,
entre verdad y poder, son analizadas a partir de casos empíricos, con respecto a los cuales se
construyen los instrumentos conceptuales.
Lo que me interesa son las relaciones verdad/poder, saber/poder. Ahora bien, este conjunto de
objetos, este conjunto de relaciones es más bien difícil de asir; y como no hay una teoría general
para aprehenderlas yo soy, si se quiere, un empirista ciego (…). No tengo una teoría general y no
tengo instrumentos seguros. Invento, fabrico como puedo instrumentos que están destinados a
hacer aparecer a los objetos (Foucault 2001 b: 404)
La negación de una teoría general de las relaciones saber poder implica que no encontraremos en
Foucault una premisa o axioma que se aplique a la multiplicidad de casos analizados, del tipo “el
poder produce el saber” o “el saber justifica el poder”. En cada uno de sus análisis Foucault se
esfuerza por captar la especificidad de las relaciones entre poder y saber que allí se presentan.
Así, por ejemplo en Vigilar y Castigar se analizan ciertos efectos de poder ligados a la psicología
y la criminología en tanto construyen la categoría de “delinquente”, idea que permite conectar un
hecho delictivo a la trayectoria vital de un individuo (Foucault 1975: 225); en El nacimiento de
la biopolítica, por tomar otro ejemplo, se analiza cómo la transformación epistemológica de la
economía neoclásica a partir de los años 1930 está aparejada a la emergencia de conceptos que,
como el de “capital humano”, que desdibujan la categoría antropológica de “delincuente” en
favor de una concepción del crimen como inversión y riesgo (Foucault 2007: 301). Estos
ejemplos dan cuenta de que Foucault no caracteriza todos los efectos de poder de todas las
ciencias humanas en términos de una crítica al antropologismo (cf. Castro 1995: 31).
Una lectura atenta de la obra foucaultiana tampoco podrá hallar en las instituciones una piedra de
toque que resuelva de modo definitivo la variedad de las relaciones saber/poder en una teoría
general del tipo: “el saber tiene efectos de poder visibles únicamente en la dimensión
institucional” (cf. Eribon 2005: 61). Por el contrario, Foucault reniega de una concepción
institucionalista del saber/poder según la cual las prácticas institucionales, como las del asilo o la
prisión, sean el fundamento de unas formas de saber completamente instrumentales, creadas ad
hoc para justificar esas prácticas. Del mismo modo, el autor rechaza una concepción
“mentalista” del saber/poder según la cual el saber se produce de modo aislado en la cabeza de
los teóricos para aplicarse luego en las instituciones, donde sea el desfasaje de la aplicación lo
que explique los efectos de poder en términos de desviación o deformación de la teoría (Foucault
2007: 52).
Sin embargo, este empirismo que reniega de toda teoría general que reduzca la variedad de
relaciones analizables a un modelo único, tiene también un corolario positivo en relación con el
problema seleccionado: la preocupación por delimitar la dimensión de lo social que afecta la
producción de conocimiento debe ir de la mano de una concepción multidimensional de la
sociedad. Encontraremos aquí otro punto de contacto entre Foucault y Elias: toda concepción
unilateral de la sociedad (ya sea el economicismo marxista o los culturalismos de distinto cuño)
reposa sobre una concepción causalista de la determinación cuyo efecto no planeado es que
empobrece el análisis (cf. Foucault 2001 b: 842-843; Elías 1994 b: 190).
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