Está en la página 1de 5

POEMAS INÉDITOS, PÓSTUMOS Y NO RECOGIDOS EN LIBROS.

Teófilo Cid

ESTABA SENTENCIADO (*)

Estaba sentenciado
Nada en ello había muerto, pero nada vivo
crecía con el musgo de las ruinas

Un cielo helénico
de junco o de golpe de malva
vertía su silencio entre los dos

El mundo cabía como un timbre


en la oreja redonda hecha al beso
Y no al convulso latir de espadas
Que nos iba inundando con sus filos

La realidad es algo que existe decíamos


como el rabo para el can endomingado
Que vierte sus ladridos en la huella de los coches

Pero estaba sentenciado


no se puede jugar con nafta sobre el fuego
ni beber de botellas que no acaban nunca

La nafta y el fuego
El vino y el fuego
Todo hierve junto a ti vertiéndose en redomas de albedrío
Bebe en sus redomas el infame desconsuelo
Aplica tu sentencia oh jurado invisible

(Poema inédito de 1950, del archivo


de Ricardo Tirado)

(*) Publicado en la revista Orfeo, Santiago, Nº 6-7, Junio- Julio de 1964, s/p
ÚLTIMO POEMA (**)

¡Oh madre! Si no estás a la salida


¿Cómo podré llegar hasta la casa?
Perdido una vez más en la luz reverberante
¿Hallaré algún día la sombra de tu cuerpo?

¿Podré encontrar las migas en el bosque


para orientar mi hambriento corazón
sin que los pájaros las hayan devorado?
¡Oh madre! Todas las huellas están perdidas,
o conducen a un país de helados monumentos.

Las estatuas hoy sollozan bajo el crudo sol de invierno


Indescriptibles vagabundos, marcados por el tiempo.
Seres semejantes al hijo de tu sangre
En sus aristas se apoyan como pájaros flamencos.

El viento sopla, trayendo la fragancia antártica del polo;


construye licenciosos remolinos de basura…
entonces advertimos que el duro corazón
se nos disuelve en gotas de amargura.

¡Oh madre! Heme aquí. Las viejas inquietudes


fueron parvas todavía. Fueron gérmenes de flores,
flores hay que no son del Paraíso y que murieron
en la dichosa edad de los amores.

¡Oh madre! Con tu rostro construido por los siglos


Erguida vencedora de la muerte
¡oh madre! sal del trigo que en el pan he saboreado
dulzor del vino atroz que bebo en viejos restaurantes
almendra y corazón de la visión fugaz de las mujeres
¡oh madre! con tu rostro de niña
devorada por las gárgolas terrestres.

(**) Publicado en La Nación, “Gaceta Literaria” (suplemento dominical), Santiago, 18 de junio de 1967, p. 5.
Tú eres el fulgor de mis más locas veleidades,
ésta de tener juglar entre los dedos
una pipa de amor, la poesía,
por donde huye el vaho de mi vida, hirviendo.

Tu muerte es parte
porción frugal de los óbitos celestes
Una orilla de luz te ha dibujado
contra el fondo alado de la atmósfera silvestre
donde creo aún percibir el canto de los grillos
soplar el viento, murmurar las mieses.

Pensando en ti me siento niño


y vuelvo a preguntarte desolado
¡oh madre! si no estás a la salida
¿cómo podré llegar hasta la casa?

Teófilo Cid, 15 de junio de 1964


SU ÚLTIMO POEMA (***)

Tiembla el corazón y tu voz, abuela mía,


Fluye tal como un estero:
la vida es pudorosa con lo eterno.

Afuera el viento trae cantos agoreros…


¡Tué-tué! ¡Oh pájaro malsano!
¿No ves abuela que temblamos?
Tu mano, sin embargo, ha derramado
una siembra de sal en las ascuas ávidas
y el canto del tué-tué se ha evaporado.

Pero a veces
cuando, roto el corazón, me veo a solas,
su canto crece fúnebre de nuevo.
Tiembla el caserón bajo la lluvia
y un ópalo nos quema
mirando el fuego.

La noche, pisando blandos huesos


como un felino en una sementera
de copas de champaña
huela la puerta… después golpea

Sentimos que la noche nos ordena


ser más hondos.
Sentimos que la noche nos intima
ser más solos,
cada uno con su astro original, con su horóscopo.

Sentimos que la extensa ventolera,


a pesar de su fragancia forestal,
trae hálitos de espectros
y en oídos de la casa hemos quedado comentando
por donde entran ráfagas de miedo.

(***) Publicado en Nueva York 11, Santiago, Editorial Galinost, 198, s/p. “Este texto inédito y sin
título, es el último que escribiera Teófilo Cid, un día antes de su muerte, en el hospital J.J. Aguirre.
El manuscrito está en poder de Jorge Teillier” [Nota del editor del libro, Carlos Olivarez]
Y tú no estás, abuela, para sembrar la sal,
ni existe el fuego.
Y el caserón fue escombro de un chileno
temblor de tierra,
y la Elcira tiene hijos por quien duele
y Teófilo, ¡Dios mío…!
¿Qué es de Teófilo entre tanto…?
Una nube está pasando por su hambriento corazón
¿sabéis vosotros? y el tonto ya no llora.

También podría gustarte