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Teófilo Cid
Estaba sentenciado
Nada en ello había muerto, pero nada vivo
crecía con el musgo de las ruinas
Un cielo helénico
de junco o de golpe de malva
vertía su silencio entre los dos
La nafta y el fuego
El vino y el fuego
Todo hierve junto a ti vertiéndose en redomas de albedrío
Bebe en sus redomas el infame desconsuelo
Aplica tu sentencia oh jurado invisible
(*) Publicado en la revista Orfeo, Santiago, Nº 6-7, Junio- Julio de 1964, s/p
ÚLTIMO POEMA (**)
(**) Publicado en La Nación, “Gaceta Literaria” (suplemento dominical), Santiago, 18 de junio de 1967, p. 5.
Tú eres el fulgor de mis más locas veleidades,
ésta de tener juglar entre los dedos
una pipa de amor, la poesía,
por donde huye el vaho de mi vida, hirviendo.
Tu muerte es parte
porción frugal de los óbitos celestes
Una orilla de luz te ha dibujado
contra el fondo alado de la atmósfera silvestre
donde creo aún percibir el canto de los grillos
soplar el viento, murmurar las mieses.
Pero a veces
cuando, roto el corazón, me veo a solas,
su canto crece fúnebre de nuevo.
Tiembla el caserón bajo la lluvia
y un ópalo nos quema
mirando el fuego.
(***) Publicado en Nueva York 11, Santiago, Editorial Galinost, 198, s/p. “Este texto inédito y sin
título, es el último que escribiera Teófilo Cid, un día antes de su muerte, en el hospital J.J. Aguirre.
El manuscrito está en poder de Jorge Teillier” [Nota del editor del libro, Carlos Olivarez]
Y tú no estás, abuela, para sembrar la sal,
ni existe el fuego.
Y el caserón fue escombro de un chileno
temblor de tierra,
y la Elcira tiene hijos por quien duele
y Teófilo, ¡Dios mío…!
¿Qué es de Teófilo entre tanto…?
Una nube está pasando por su hambriento corazón
¿sabéis vosotros? y el tonto ya no llora.