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EL CUARTO DE COSTURA, COSER DESPUÉS DE LA FÁBRICA

A medida que Berisso crecía en número de habitantes, dejaba de ser un paraje de hombres
solos y pocas mujeres. La actividad en los frigoríficos Swiff y Armour ocupaba mucha
mano de obra y la industria procesadora de carne era el corazón de la actividad fabril de la
zona, superando a otras actividades industriales y de servicios.

Después de 1915 el crecimiento se hizo notar con un marcado ingreso de inmigrantes.


Hombres y mujeres de diferentes nacionalidades llegaron a Berisso buscando trabajo,
llamados por otros familiares ya instalados o provenientes de alguna experiencia laboral en
las provincias del interior. Según el censo de 1914, el 50% de la población era extranjera.
Este porcentaje luego fue disminuyendo. Hasta 1930 predominó la mano de obra de Europa
central y del este pero también llegaron italianos, españoles, griegos.

En la calle Nueva York y en otras arterias relevantes comenzó a percibirse una importante
actividad comercial: tiendas, bares, almacenes, cigarrerías, mercería y academias.

Estos negocios marcaban el ritmo de la vida cotidiana y plasmaban los deseos de los
berissenses.

Las Academias nos hablan de la ambición de las mujeres por superarse, dejar la faena en la
estructura productiva del frigorífico para buscar trabajo en las áreas administrativas. La
propuesta educativa permitía adquirir conocimientos sin una gran exigencia de tiempo
extra. Las Pitman promovieron la capacitación profesional de la clase trabajadora en un
momento de movilidad ocupacional ascendente.

Muchas familias colaboraban con la educación informal de sus hijas e hijos luego de
finalizar la educación primaria, en la década del 20, los presupuestos de las familias
trabajadoras podían costear este tipo de estudios. Uno de los éxitos de estos centros
educativos fue estar al alcance de la mano, se podía tomar un curso sin moverse del barrio o
de la zona. Esa posibilidad hacia más atractiva la oferta.

Las Academias de corte y confección también eran alternativas para las mujeres. La
mayoría tenía el objetivo de confeccionar ropa a su gusto y más económicamente. Las
trabajadoras consumían revistas con temas de modas y querían vestir como las “chicas” de
las fotos. Saber coser les permitía tener un vestido nuevo cada vez que salían a bailar o
asistían a una fiesta.

Otras eligieron el aprendizaje para convertirse en modistas. Era muy común que las mujeres
no compraran sus prendas en tiendas especiales sino que acudieran a una modista para los
eventos especiales como por ejemplo: fiestas y casamientos. Estas modistas barriales
ganaban el sustento sentadas en la máquina de coser al tiempo que realizaban las tareas
hogareñas.
Trabajaban en un rinconcito de la sala o, si tenían
suerte, en un cuarto de costura. Eran conocidas en el
barrio. Sus clientas solían buscar modelos en las
revistas o realizar dibujos caseros. Los vestidos de
novia o de madrina, como así también las galas para
un aniversario, eran las especialidades de estas
profesionales de la aguja que se formaban en las
academias de corte y confección de la zona y que
tenían métodos diferenciados para hacer moldes o
resolver problemas propios de la costura.

A diferencia de las Academias Pitman que contaban con un local a la calle y una
infraestructura de aprendizaje para los estudiantes, las academias de corte y confección
generalmente se encontraban en la casa de la profesora y se la identificaba a través de un
importante cartel enlozado colocado en la puerta.

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