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El afrancesamiento de la cultura en el Porfiriato

El primer paso del afrancesamiento en México fue la llegada de las tiendas departamentales, las cuales buscaban
parecerse a las grandes boutiques francesas. En especial, muchas de ellas traían modistas de París que
confeccionaban ropa a la usanza francesa, destacando en la ciudad de México el Palacio de Hierro. En ese
tiempo, la mentalidad de la sociedad era la modernidad, el poder ir para adelante, por lo que la admiración que
tenían por otros países se reflejaba en preferir productos extranjeros a los mexicanos. En la Ciudad de México
existían lugares que eran exclusivos para productos traídos desde Francia; para el cliente más exigente. Entre
los productos preferidos por los mexicanos se encontraban ropa, telas, accesorios, cosméticos y objetos
suntuarios y de arte.

En Francia, se usaba ropa muy exagerada e incómoda y aquí en México no fue la excepción. En Francia los
colores mas usados en la ropa para las damas de sociedad por lo general eran colores muy sencillos y poco
llamativos. Se usaba mucho el blanco y colores pastel, para adornar se usaba encaje y crinolinas. Las pelucas
eran utilizadas tanto en hombres como en mujeres, sin embargo las mujeres en algunas ocasiones preferían
realizar sus propios peinados aunque eran muy grandes y laboriosos. También se usaron hombreras. Se usaban
crinolinas debajo de los vestidos para que les diera más vuelo a sus fabulosas prendas; la crinolina fue la primera
moda francesa tratando de simular una muñeca de porcelana, perfectas y con mucha curva. El paraguas lo
utilizaban las mujeres para cubrirse del sol cuando salían a la plaza y las modistas los hacían con la misma tela
de sus vestidos, haciéndolos parte del conjunto incluyendo una pequeña bolsa en la que cabían apenas unas
pocas monedas, eran sombreros muy extravagantes y la mayoría eran traídos de Francia. Los escotes eran
discretos, pero provocativos. El corsé en las mujeres de sociedad era forzoso desde muchos años atrás; moldeaba
las figuras de las mujeres dándoles una cintura extremadamente pequeña con el frente recto; sin embargo, como
anteriormente lo hemos mencionado, era muy incómodo para ellas.

La vestimenta masculina, a diferencia de la femenina, se conservaba más dentro de la comodidad y de la


actividad laboral. Los campesinos y pastores indígenas requemados por el sol, vestían la inconfundible camisa y
calzón blanco de manta. De ahí la creciente producción de mantas de algodón por las cuales surgieron muchas
fábricas mexicanas a finales del siglo XIX. En cuanto a los rancheros, su vestimenta se componía de “unas
calzoneras de gamuza de venado, adornadas a los lados de botones de plata …otros las usan de paño con galón
de oro…”, un sombrero adornado con toquilla se plata, alas grandes y a los lados de la copa “unas chapetas de
plata en forma de águila u oro capricho”. Cubría su cuerpo con la manga de Acámbaro, especie de capa, y un
sarape de Saltillo, considerados como los mejores. Los trajes masculinos eran la levita, con sombrero de copa, el
frac, el uniforme militar, o bien el traje de ranchero o de charro.

En cuanto a perfumes, cosméticos y medicamentos, los productos franceses ejercían una fascinación casi
hipnótica; ocioso es decir que en la mayoría de los casos provenían de Francia o tenían marca francesa, por su
indiscutible prestigio entre el público consumidor Durante el siglo xix el papel del farmacéutico se fue
transformando. Poco a poco dejo de confeccionar los medicamentos para convertirse en simple depositario de
ellos.

Se dice que en el porfiriato a la gente le gustaba mucho la comida francesa. Por ello, no escaseaban platillos
como el melón glacé ni los petits gâteaux, tampoco los quesos, los vinos y el champagne. Entre esos platillos de
alta cocina francesa no podían faltar los lujosos manteles de lino, ni las vajillas de porcelana adornadas con filos
de oro, ni el cristal grabado. Así, fue común la apertura de restaurantes y cafés, donde los platillos galos eran lo
cotidiano. De hecho, la mayoría de los menús estaban escritos en francés, sin que a los comensales que los
frecuentaban les costara mucho trabajo su traducción, dado el conocimiento del idioma en esa ápoca entre las
clases altas. En ellos, lo más solicitado era la ya famosa panadería francesa compuesta por croissants, brioches,
hojaldres y pastelería fina. También empezaron a producir las ahora cotidianas barras de chocolate, y
acompañar la comida por un buen vino, y quesos finos como el roquefort o el de leche de cabra. Era común ver
platillos acompañados con papas a la francesa, crepas que envuelven guisados mexicanos como las de flor de
calabaza, pasteles cubiertos de crema o de pasta de hojaldre. Y seguro, casi nadie se resistiría a unos deliciosos
churros acompañados de una buena taza de chocolate con leche.

Los instrumentos favoritos en las casas durante el Porfiriato eran el piano y, ya a finales del siglo XIX, en 1898, la
pianola, que con sus rollos colaboraba a que familias sin miembros con habilidad musical, crearan bellas
melodías en casa. Ambos eran objetos irremplazables, pues aún no había radio. En cuanto a los jóvenes que
decidían estudiar en el Conservatorio, su vida artística era difícil, ya que no había muchas oportunidades
profesionales y terminaban aceptando trabajos mal pagados Con relación a las mujeres de clase alta, aquellas
tocaban viejas melodías y sonatas entre las cuales había una marcada predilección por las de Chopin, y
conciertos de la “soberana música clásica”. También gustaban los géneros musicales ligeros como el berceuse, el
nocturno y desde luego de todo tipo de vals, aunque el alemán estuviese de moda. También estaban las marchas,
dianas, oberturas, mazurcas, plegarias y misas. Entre los compositores más apreciados destacaban: Giacomo
Meyerbeer.

Estos años se caracterizaron por el gran impulso que recibió la música formal, sobre todo en lo que se refiere a la
producción del romanticismo y la música de salón. Al escuchar las mazurcas y los valses se puede apreciar el
tinte europeo. Un evento significativo era la ópera, ya que ahí se reunían las clases acomodadas de la sociedad
porfiriana y algunas veces acaparaban más la atención del público que los propios cantantes. Con respecto a los
géneros con mayor popularidad, la mazurca, la polka, el vals, la ópera, la zarzuela y la habanera o danza cubana
eran los preferidos del público Los valses más populares, de compositores mexicanos, fueron: Vals Poético-
Felipe Villanueva Vals Capricho y Aires Nacionales Mexicanos Ricardo Castro Sobre las Olas y Carmen, esta
último dedicado a doña Carmen Romero Rubio de Díaz - Juventino Rosas Club verde – Rodolfo Campodónico
Viva mi Desgracia- Francisco Cárdenas Manuelita y Mírame mis ojos Melesio Morales Vals brillante - Aniceto
Ortega Cuando escuches este vals- Ángel J. Garrido.

El duranguense Velino M. Preza compuso varias marchas muy populares como: Cuarto Poder, Lindas
Mexicanas, Adelante y Viva México. Otra marcha muy popular era la Marcha Zaragoza del médico y
compositor Aniceto Ortega de Villar. El compositor y pianista zacatecano Ernesto Elorduy fue el gran
exponente de la mazurca, estilizada forma musical en la música clásica y de concierto, que fue durante mucho
tiempo música de danza para las clases y posteriormente fue adoptada por las clases populares. Entre las que
mazurcas de Elorduy destacan Polaca, María Luisa, Ojos Negros, Mignon, Rosita y Apasionada.

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