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FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS  UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO

Martha CREMASCHI FURLOTTI.


Pensamiento político de Juan Manuel de Rosas en el exilio, a
través de su correspondencia con Josefa Gómez (1853-75).
Martha PÁRAMO de ISLEÑO Y LILIANA FERRARO (Compiladoras),
Los hombres y las ideas en la Historia de la Nación, Mendoza,
1998, pp. 151-176.

Sumario: Introducción. I. Algunas ideas políticas de Rosas. A. El análisis de


Sampay y de otros autores. B. Otras notas del pensamiento rosista antes y
después del destierro. II. Más ideas desde el exilio entre 1853 y 1875. A.
Southampton. B. Las cartas a Pepita. III. Conclusión.

Introducción
Por el espacio que se nos ha asignado, se hará referencia a una parte de este
análisis. Ha sido presentado para la aprobación del módulo IV de una Maestría de
Historia de las Ideas Políticas Argentinas, ya finalizada. Se han tenido en cuenta
varias consideraciones, entre otras, que las ideas mueven la historia y los
hombres rara vez actúan decisivamente si no es bajo el estímulo de las mismas,
las cuales indican valores, metas, objetivos. Así, las ideas, las teorías, los
movimientos intelectuales originan hechos históricos y acciones humanas. Pérez
Guilhou ha afirmado con acierto que, en las ideas políticas argentinas, se debe
buscar el pensamiento que inspira a las mismas, de modo que el conocimiento de
Locke, Montesquieu, Rousseau, Bossuet, etc., será importante en tanto se
exprese a través de Moreno, Paso, Alberdi, etc.

De las ideas también surgen normas, que a veces no se cumplen en la realidad.


Las ideas políticas, a partir del constitucionalismo, dan sustento a todo orden
jurídico político. Hay una vinculación inescindible entre ideas, hechos y realidad;
entre ideología sistema de ideas y orden constitucional. Este último es el
resultado complejo, histórico-ideológico-normativo, que sólo puede ser
comprendido en su riqueza significativa en la medida en que, desde cada una de
esas disciplinas, se ponga en evidencia en qué medida los elementos específicos 
los hechos históricos e ideas políticas y jurídicas, contribuyeron a producir el
resultado constitucional (C. Egües; J. F. Segovia, Los derechos del hombre y la
idea republicana, Prólogo de Dardo Pérez Guilhou, Bs. As, 1994, Prol., XIII).

Respecto a la Historia del pensamiento político, se debe contemplar que, durante


la década de 1960, varios historiadores relacionados con la Universidad de
Cambridge publicaron una serie de reflexiones. Entre otros se destacaron Pocock,
Dunn y particularmente Skinner (Fundamentos del pensamiento político moderno,
1980). Se produjo una transformación que se plasma ante todo en el abandono de
la metodología tradicional, a favor del análisis del contexto lingüístico de las
obras y autores estudiados. Así, en la moderna historia de las ideas, se examina el
contextualismo. Se trata de alejarse del énfasis sobre el pensamiento o las ideas
para aproximarse a algo así como el discurso político. Se insistía en que la manera
adecuada de leer un texto histórico era considerarlo un producto histórico, en el
que las intenciones reales del autor debía ser nuestra guía principal para saber
por qué el texto adoptó la forma concreta que tiene.

Egües adhiere a la metodología de la New History, por lo que aplica la relación


entre texto y contexto. El primero encierra una multitud de significaciones y se
vincula a otros textos que están en él. Todo texto es un intertexto. La
intertextualidad, condición de todo texto, sea éste cual fuere, se refiere a un
campo general de fórmulas anónimas, cuyo origen es difícilmente localizable. Los
tres niveles contextuales sobre un personaje o circunstancia serían: el mismo
texto en relación a sus mismas palabras; otros textos vinculados al analizado
(intertextualidad); el marco social, histórico, económico, ideológico, conceptual,
cultural en que el texto fue elaborado. Una adecuada comprensión de textos
políticos relama la apertura al análisis del contexto o a los múltiples factores
contextuales que están incorporados en ellos, condicionando e integrando su
significación.

Vallespin sostiene que en texto y contexto se encuentra el problema básico, la


dependencia del pensamiento, de las ideas y factores sociales presentes en una
determinada época. La cuestión que se suscita es, por tanto, la relativa al grado
de autonomía de que gozan los textos con los que se enfrenta el investigador.
Todo texto debe comprenderse en relación a algo y no aisladamente. Cita a
Skinner, para quien habría dos grandes respuestas a la pregunta sobre cómo
entender el significado de un determinado texto, en la historia de las ideas o del
pensamiento: una textualista, para la cual el texto es capaz de dar cuenta por sí
mismo de su propio significado, y otra, la contextualista que impone la necesidad
de integrar otros factores económicos, sociales, religiosos, etc. en la
explicación (Vallespin, Aspectos metodológicos en la Historia de la Teoría
Política, pp. 22-23).

Es difícil encontrar algún personaje o hecho histórico que pueda desvincularse,


arrancarse de las ideas, de su contexto social y de sus antecedentes temporales.
Tal es el caso de Juan Manuel de Rosas quien tiene significación propia por su
pensamiento, por las diferencias con otros políticos de la época, por los caudillos
que lo avalaron; las realizaciones a que arribó; la época difícil y la lucha a
muerte; la pléyade de emigrados; los ataques extranjeros, la defensa del país; la
duración de su gobierno, etc. Su figura tan discutida ha despertado ardientes
polémicas. Ha merecido opiniones diversas tanto en la historia oficial, en la
historiografía académica antirrosista, como en las reivindicaciones de los
revisionistas. En general, la bibliografía se reduce a dar perfiles opuestos y, entre
éstos, se han destacado Irazusta y Barba. Dentro de los críticos se encuentra José
Raed, quien ha hecho una recopilación de misivas escritas como proscrito en
Inglaterra. En algunas de ellas nos detendremos, sin desconocer que ya no hay
documentos que muestren aspectos novedosos sobre el tema.
Más allá de la polémica y de posturas rosistas o antirrosistas que, sin duda, poco a
poco se han ido superando, el fin que nos hemos propuesto es, por un lado, dar
unos pocos lineamientos del pensamiento político de Rosas como gobernador de
la Confederación y, por otro, como exiliado, reconsiderando cartas remitidas
desde Inglaterra a su leal amiga en Buenos Aires, Josefa Gómez de Barnechea en
las dos décadas finales de la vida de ambos. Esta estanciera se dedicó en Buenos
Aires durante años a cumplir las indicaciones que le mandaba, en particular, las
de conseguir ayuda económica y reivindicación moral.

A través del análisis del libro de José Raed, titulado Juan Manuel de Rosas, Cartas
del exilio, 1853-1875, publicado en Buenos Aires hacia 1974 y otros documentos,
intentaremos dilucidar si en esas décadas hubo una misma línea en su
pensamiento o, si lejos del tiempo y del espacio, el político ya maduro efectuó
cambios en el mismo. Es decir, la hipótesis se reduce a determinar y verificar si
existió o no una continuidad en las ideas políticas y, a destacar algunas, en la
variada correspondencia.

Creemos que sus ideas en el exilio, no fueron muy distintas de las que poseía
cuando estuvo al frente de la Confederación. Y nos basamos para afirmarlo en
que reflexionó siempre lo mismo, por ejemplo, de la Revolución de Mayo.
Igualmente, el enfoque se enriquece si extendemos la mirada más adelante y
llegamos, a propuestas políticas institucionales, como su idea de Constitución. El
argumento de la Carta de Figueroa del año 1834, que contiene instrucciones y
reflexiones de Rosas a Quiroga (cf. V. SIERRA, Historia de la Argentina, VIII, pp.
353-356), lo hizo publicar nuevamente en 1851, cuando Urquiza se pronunció, y
hacía diecisiete años que lo había escrito. El concepto lo repitió otra vez en una
carta del exilio y, en 1873, cuando fue visitado por los Quesada Vicente y
Ernesto, su hijo historiador. Por tanto, durante cuarenta años, pensó
idénticamente sobre el tema constitucional, a pesar de vivir más de dos décadas
en Europa y que la mayor parte de los países de entonces (excepto, por ejemplo,
Inglaterra), tenían regímenes constitucionales. Este es otro elemento de juicio
para suponer que su pensamiento desde Europa no fue diferente al que tuvo
cuando gobernó la Confederación.

La obra de Raed incluye casi un centenar de papeles escritos, cartas transcriptas


existentes en el Archivo Histórico de Luján, donadas por Victoria Aguirre, de
quien el autor no ha podido reunir antecedentes que expliquen su relación con
Pepita Gómez. En ellas se refiere a Urquiza, Sarmiento; Vélez Sarfield, el
fusilamiento de Camila O’Gorman; unitarismo y federalismo; separación de la
Iglesia y el Estado; educación para élites y masas populares, etc. Se observa en
ellas la experiencia vivida Europa pero, a pesar de lo interesante de varias de
estas opiniones, examinaremos en este estudio unas pocas reflexiones políticas.

Destaca en el Prólogo que hay coincidencias entre sus aplicaciones políticas y el


ordenamiento de lo social, durante su gobierno, con lo expresado en el destierro.
Nosotros examinaremos si hubo tales analogías en su correspondencia y
documentos del exilio. El ex-gobernador completó sus lecturas a partir de 1852,
escribió mucho, justificó y defendió algunos de sus actos. También puso en
evidencia convicciones, en las cuales nos detendremos, debido a que en el plano
de las ideas tienen validez las de la juventud como las de la madurez.

En cuanto al valor que le otorgamos a esta correspondencia, entendemos que


revelan puntos de vista políticos, socio-culturales y jurídicos en las décadas
finales de la vida de Rosas. Estas cartas importan desde el ángulo de las ideas
políticas porque son útiles para esclarecer una etapa en la que ya no es un
hombre público, sino una persona privada. Sin embargo, creemos que así como no
se puede juzgar a un individuo o hechos del pasado a través de criterios actuales,
tampoco se puede interpretar el pasado por el presente, es decir, escribir sobre
lo que aconteció pensando en lo actual. Coincidimos con Enrique Díaz Araujo, ya
que lo posterior usado para explicar lo anterior, es anacronismo. De manera que,
al evaluar el accionar y pensamiento rosista, estimamos que son más importantes
sus escritos cuando tuvo el poder, que los anteriores o posteriores al mismo. Por
tanto, conferimos menos valor a lo que redactó al final de su vida, a sus
meditaciones en el exilio, pero éstas se redimensionan debido a que hubo en
Rosas una continuidad en varias facetas de su ideario.

El género epistolar era muy usual, en siglos pasados, como modo de comunicarse.
El ex-gobernador no deja traslucir mucho en las misivas a Josefa. Comprobamos
la afirmación de Barba que la espontaneidad agresiva y las pasiones que
encienden la pluma de Quiroga (“Si yo tuviese la sangre tan helada como la nieve
de la cordillera de Los Andes, tal vez permaneciera unido al hombre de Santa Fe,
pero como por desgracia Dios me dio un genio incapaz de tolerar acciones viles y
bajas, no podré jamás hacer liga con el gigante de los santafesinos”, 1831) se
oponen a la cautela escurridiza de Rosas y a su construcción fría y geométrica.
Sabe que la política no se controla por la vía de los sentimientos puramente
afectivos, por lo que resulta a la postre con positivas ventajas (Correspondencia
entre Rosas y Quiroga, La Plata, 1945, p. 14). Alfredo de Brossard, Secretario del
almirante Lepredour dijo a Palmerston acerca del estilo rosista: “sus palabras no
son jamás categóricas, son difusas...”.

Rosas fue un hombre de acción, de realidades, un pragmático. No obstante, en


sus primeras manifestaciones políticas (por ejemplo, la Segunda Memoria de
1820, año en que su prestigio comenzó a crecer indeteniblemente), enunció los
principios sobre los cuales apoyó, de ahí en más, su práctico accionar. Por
entonces no era un gran lector, aunque había consultado a ciertos autores en
indisciplinadas lecturas, sino un estanciero y un político talentoso que expresó
moderadamente teorías cuando gobernó. En esa época casi no escribía, actuaba y
dedicaba la mayor parte de su tiempo a tareas de gobierno. No obstante, elaboró
un sólido pensamiento político que manifestó siendo gobernante, en torno a dos
grandes documentos, el Pacto Federal (1831) uno de los pilares de nuestra
organización constitucional, y la Carta de la Hacienda de Figueroa de 1834. Tau
Anzoátegui sostiene que las ideas políticas de Rosas fueron especialmente
expuestas en esta carta, en la que apuntaba las razones que sustentaban su
determinación de dilatar la reunión de un congreso, pues pensaba que una
República Federativa era lo más quimérico y desastroso que se pudiera imaginar.
Sierra opina que es uno de los documentos más importantes de la historia política
del país y que, es primordial, para comprender el sentido de la posterior
actuación gubernamental y constituye la piedra angular del proceso que hizo
posible la organización del país (V. Sierra, ob. cit., pp. 353-6).

En estas páginas no se encontrarán las ideas de un pensador político (cuyas


reflexiones sistemáticas en torno a la política se encuadren dentro del nivel
propio de la teoría política), o de un teórico empapado de corrientes políticas,
sino las de un político. Esto se confirmaría con otras palabras de Barba: “Pero lo
que evidencia hasta qué punto Rosas miraba con frialdad lo que se refería a
idearios políticos está señalado en el último párrafo de una carta. Decía que, a
pesar de ser federal por íntimo convencimiento, se subordinaría a ser Unitario si
el voto de los pueblos fuese por la Unidad” (Correspondencia... cit., p. 17). Así,
su pensamiento se integró por claras ideas, y cuando asumió el gobierno, tuvo un
objetivo un plan” expresó, un firme convencimiento de lo que debía hacer”.

I. Algunas ideas políticas de Rosas


En este tema se considerará por un lado, el análisis de Sampay y el de otros
investigadores y, por otro, algunas notas de su pensamiento aplicando unas pocas
categorías de análisis del Temario para el estudio del Pensamiento Político (Pérez
Guilhou). Se persigue la finalidad anunciada, para lo cual se efectuarán
comparaciones en las reflexiones de Rosas gobernante y Rosas emigrado, a fin de
constatar si hubo o no una misma línea en sus ideas.

A. El análisis de Sampay y de otros autores


1. Fuentes ideológicas
Este autor ha analizado en su libro tres documentos rosistas a fin de puntualizar
algunos conceptos políticos: la llamada Segunda Memoria, que presentó al
gobierno de Buenos Aires en 1820; el reportaje de Vicente Quesada que recogió
su hijo Ernesto, en la entrevista de 1873; y el informe confidencial del
diplomático uruguayo Santiago Vázquez a su gobierno, en el cual se transcribió la
exposición que Rosas le hiciera de sus objetivos (Sampay, Las ideas políticas de
Juan Manuel de Rosas, Bs. As., 1972, pp. 9-120).

Afirma que Rosas se formó en el campo, trabajando al lado de su padre, y a los


trece años fue dejado, durante once meses, a cargo del pedagogo Argerich. Con
firme vocación para la política, conformó tempranamente su ideal tras afanosos
estudios y hondas reflexiones. Muy joven, el plan de gobierno que concibió lo
expuso por escrito para esclarecérselo a sí mismo. Después, toda su obra y el
desarrollo de su personalidad política y hasta sus meditaciones en el exilio, no
fueron sino actos para servir con fidelidad al mismo (ob. cit., pp. 31-32).

Cree que para comprender el carácter de la dictadura rosista (gobierno que


invocando el interés público se ejerce fuera de las leyes constitutivas de un país),
se debe considerar que fue su situación social la que condicionó dichas ideas
políticas por las que estuvo predispuesto en favor de la contrarrevolución. Esta
disposición fue confirmada por la lectura de Gaspar de Real de Curban, Cicerón,
Burke, de Maistre, Paine, Burruel, Aristóteles.
Siendo joven estudió la Ciencia Política de la Reacción y, más aún, la Ciencia
Política del Absolutismo que le llegó por conducto de su autor predilecto y su
principal fuente, Réal de Curban teorizador y consejero de los monarcas
absolutos, quien publicó su obra entre 1762 y 1765. Science du Gouvernement la
consultó hasta los últimos años de su gobierno, de la cual Sampay transcribe
párrafos que dan una visión de su pensamiento político, con los que demuestra la
influencia del pensador francés en las ideas de Rosas. Seleccionamos algunos
conceptos: la ciencia del gobierno tiene por objeto la felicidad del pueblo; la
política es el arte de gobernar; extraer de la experiencia reglas prácticas que son
buenas en todo tiempo, en todo lugar y para toda especie de Estado; la ciencia
del mandar y del obedecer se rige por dos especies de leyes, las positivas que
establecen los hombres y las naturales y las divinas dadas por Dios. El Rey puede
ser comparado con un padre; el derecho a la suprema soberanía pertenece a
quien tiene verdaderamente sangre real. La Unidad es el primer principio de
gobierno, pero la situación real puede imponer un Estado compuesto [federado o
confederado].

El poder absoluto consiste en el derecho del soberano a gobernar al pueblo según


su prudencia; la constitución debe ser formada por el orden fijo y constante de la
naturaleza; un buen ciudadano es el hombre de orden; a nadie le es permitido
perturbar la forma de gobierno que ha sido establecida, y se debe sufrir con
paciencia los abusos de la autoridad soberana; la soberanía no está sometida a
ningún poder sobre la tierra, repartirla es destruirla. Los Novadores son flagelos
de la Religión y los culpables de que una parte de Europa haya dejado de ser
católica. El fin de toda sociedad civil exige que los derechos naturales o
adquiridos que los ciudadanos tienen sobre las cosas sean sometidos al poder
soberano. La autoridad eclesiástica está sometida al poder público, por lo que
debe ser gobernada y nunca gobernar.

Destaca los defectos del hombre de Estado: no conocer profundamente el país


que debe administrar; ignorar los principios de la conducta a seguir respecto a los
ciudadanos y extranjeros; no prevenir y castigar el mal. Después de lo anticipado
será fácil, agrega, comprender el pensamiento rosista, al que califica como
“ideario político reaccionario”. Por lo anticipado, las fuentes ideológicas y
doctrinarias de Rosas fueron extranjeras y procedentes de Europa (Temario...,
ob. cit., punto XIII).

2. Ideas de Rosas
En este punto hemos elegido textos del estudio de Sampay y otras cartas de
Rosas, que contengan ideas expresadas también en su madurez, a fin de
comprobar similitudes y continuidades en algunas de ellas.

El autor afirma que el pensamiento político de rosista está caracterizado como


reaccionario por el hecho de estimar el pasado prerrevolucionario de la Argentina
como estado óptimo, pues con Cicerón cree que las instituciones antiguas son
buenas por lo mismo que son antiguas (ob. cit., p. 47). Escribe Rosas de joven:
“Cicerón decía que en las cosas establecidas por institutos y costumbres de
mucho tiempo no convenía que hubiese alguno tan engañado que creyera lícito
transgredirlas...” (Sampay, ob. cit., ibídem).

Hacia 1820 sostuvo que “los tiempos actuales no son los de quietud y de
tranquilidad que precedieron al 25 de Mayo. Entonces la subordinación estaba
bien puesta; las guardias protegían las líneas (contra los indios); sobraban
recursos...; el fuego devorador de las guerras civiles no nos abrazaba... había
unión”.

En 1836 dijo en el célebre discurso pero no muy difundido del 25/5, que no nos
habíamos rebelado en 1810 contra el soberano legítimo, sino que se había
actuado para conservarle su autoridad por fidelidad y que, la ingratitud, y
posterior incomprensión de las autoridades peninsulares, nos obligó a separarnos.
Sampay ha interpretado que no se trata de la valoración de Rosas sobre dicho
suceso, ni su versión sobre lo que realmente aconteció, sino que repetía la
explicación oficial que el Congreso de Tucumán había hecho de tales sucesos en
el Manifiesto del 25 de octubre, justificando la declaración de la independencia.

Por tanto, le asignó una trascendencia negativa a la revolución de Mayo (


Temario..., ob. cit., punto VII) y agregó: “Yo noté que en los lances de la
revolución, los mismos partidos habían de dar lugar a que los hombres de las
clases bajas, los de la campaña, que son la gente de acción, se sobrepusiese y
causase los mayores males, porque siempre hay... disposición... en el que no
tiene contra los ricos y superiores; me pareció pues, desde entonces, muy
importante conseguir una influencia grande sobre esa clase para contenerla o
para dirigirla; y me propuse adquirir esa influencia a toda costa; para esto fue
preciso hacerme gaucho como ellos, hablar como ellos y hacer cuanto ellos
hacían; protegerlos, hacerme su apoderado, cuidar de sus intereses, en fin, no
ahorrar trabajo ni medio para adquirir más su concepto”. “Yo he observado... la
exactitud de mis ideas, porque he visto asomar por dos veces esa época que
calculaba: una en el año 15, otra en el año 20, y otra ahora [1829]” (ob. cit., p.
49).

Se pronunció así acerca de las clases sociales: “Yo considero en los hombres de
este país, dos cosas: lo físico y lo moral”. La gente ilustrada... es lo que yo llamo
moral...y los hombres de la clases bajas, los de la campaña, que son la gente de
acción... son lo físico”. Estos últimos constituían la masa federal junto con el
vulgo de la ciudad. Pensaba que la materia con la cual el político realizaba su
arte era el pueblo, y la buena o mala obra dependía exclusivamente de la calidad
del político y a la cual, para ello, debía conocerla cabalmente. Para lograr su
designio revolucionario, consiguió el apoyo de los sectores bajos de la sociedad.

Veamos su concepción de la política (Temario..., ob. cit., punto III): “...es la


ciencia de lo más útil y conveniente”. Su objeto consiste en proporcionar a los
ciudadanos y habitantes vivir con menos ahogos posibles; de modo que los
trabajos no los desesperen...” (1820). Desprecia en política, “al vulgo de los
Doctos, que también en éstos hay vulgos, que sabiendo de su profesión... se
introducen como doctores a decidir en las materias, en que se deben tener por
ignorantes”. Sobre el carácter práctico de la política pensó: “siempre he dicho
desde mi niñez, que somos más teóricos que prácticos” (1833) (ob. cit., p. 51).

Se convenció siendo joven que el gobierno ideal debía ser paternalista y ello se
destaca en una nota que remitió al Director Supremo: “...la dirección paternal de
V. E.”. “V. E. como Padre Universal ha querido por ello acoger la turbación de las
clases infelices”. En el exilio pensó igual pues dijo a Quesada: “Para mi el ideal
del gobierno es el autócrata, paternal, inteligente, desinteresado e infatigable,
enérgico y resuelto a hacer la felicidad de su pueblo” (1873). Además, debía ser
hereditario, ya que con los antiguos creía que tanto las virtudes intelectuales del
político, por ejemplo, la rápida penetración de la inteligencia para discernir lo
que corresponde, como las morales, verbigracia, la intrepidez en la acción, se
heredan como predisposiciones físicas y que, existiendo semejante base, es
posible un adoctrinamiento adecuado. Agrega Sampay que sugirió como herederos
a sus hijos: “En Manuela... tienen ustedes una heroína... Sí el mismo (valor) de la
Madre (...) ¿Y Juan? Está en el mismo caso: son los dos dignos hijos de mi amante
Encarnación, y si Yo falto por disposición de Dios en ellos han de encontrar
ustedes quienes puedan sucederme” (1839).

Acusa a los innovadores de ser los causantes de la anarquía. “Sed precavidos mis
compatriotas aconseja a los habitantes de Buenos Aires pero más sedlo con los
innovadores, tumultuarios y enemigos de las autoridades” (1820). Según Rosas,
las logias masónicas eran las promotoras de la subversión que sufría el mundo.
“Las logias establecidas en Europa ramificadas infortunadamente en América,
practican teorías desorganizadoras y propendiendo al desenfreno de las pasiones,
asestan golpes a la república, a la moral, y consiguientemente a la tranquilidad
del Mundo. Y este espíritu de disolución ha penetrado infortunadamente hasta en
alguna parte del clero” (Rosas a Pío IX, 1851).

Identificaba como unitarios y logistas a los intelectuales adictos a las


transformaciones sociales que se venían produciendo especialmente en Europa.
“Los unitarios son los hombres más perversos que alumbra el sol del universo...
acordaron en su logia tenebrosa trabajar en el sentido de dividirnos en bandos
federales y plegándose ellos a una y otra parte para después de bien incendiada
la República, deshecha y reducida a la desesperación, mandar ellos...” (1835, ob.
cit, pp. 56-57). “Toda la República está plagada de hombres pérfidos
pertenecientes a la facción unitaria o que obran por influencia... de las logias
europeas ramificadas en todos los nuevos Estados de este Continente” (Rosas a E.
López, 1835, ob. cit., p. 57). Creemos oportuno insertar aquí la opinión de Saldías
para comprender lo anterior: “Si había algo para Rosas más detestable que la
democracia, era el liberalismo. La razón por la que odiaba a los unitarios no
consistía en que ellos querían una Argentina unida, sino que eran liberales que
creían en los valores seculares del humanismo y del progreso. Los identificaba
como francmasones e intelectuales, “hombres de luces y principios”, subversivos
que socavaban el orden y la tradición, y a quienes hallaba responsables en último
término de los asesinatos políticos que habían desatado la brutalidad en la vida
pública argentina desde 1828 a 1835 (Saldías, Papeles de Rozas, I, p. 34).
Afirma Sierra que dentro de las ideas en el mundo occidental, a fines del siglo
XVIII y comienzos del XIX, tales opuestos se denominaron Ilustración y
Romanticismo, los cuales, con el consiguiente retardo, se manifestaron en
Argentina de manera neta. La época de Rivadavia respondió intelectualmente a la
primera y la de Rosas al segundo. El unitarismo por su sentido racionalista y su
repudio del pasado apoyó las ideas ilustradas, mientras que el federalismo en su
afirmación de valores tradicionales y religiosos, adoptó una posición romántica
(ob. cit., p. 430).

Ha sostenido J. L. Romero que la llegada de Rosas al poder en 1835 significó un


rudo golpe para los hombres de los grupos ilustrados, quienes habían luchado por
los derechos del pueblo; pero éste había preferido al hombre que consideraba
genuino intérprete de su propia concepción de vida y que significó el triunfo de la
mayoría sobre la minoría popular. Añadió que todo cuanto recordara la doctrina
de los hombres de la Ilustración de quienes eran herederos directos los
rivadavianos merecía la más violenta condenación de los rosistas, y es
demostrativa y concluyente la frase del general Mansilla a su hijo Lucio, el día
que lo descubrió leyendo a Rousseau: “Mi amigo, cuando uno es sobrino de Rosas
no lee el Contrato Social...” (Temario..., ob. cit, V: Ilustración).

A pesar de oponerse a los unitarios innovadores, coincidió con los unitarios


propietarios: “Me dice Ud. que los Unitarios propietarios, los que figuraron en
tiempo de Rivadavia, son los que más abogan por la marcha de mi administración,
y por mis amigos, sin que hasta hora se sepa de uno solo que esté con los
Anarquistas. ...No lo extraño: siempre creí que si me ahorcaban algún día no
habían de ser éstos. Por eso no sólo no los he perseguido sino que los he tratado
siempre dándole a cada uno su categoría. Veía también la escasez que tiene el
país de hombres, y mirando muy lejos conocía la necesidad de que el tiempo
fuese dándonos algunos hombres más, de luces y de responsabilidad propietarios,
para el Congreso Nacional... Creo que en mi plan no me equivoqué. Si yo, cuando
los Federales necesitaban ser satisfechos y colmados en sus justas quejas contra
los Unitarios, hubiera andado por las cabezas como hicieron ellos cuando
desterraron a mis primos, etc. Vea Ud. cuántos hombres se hubieran perdido, y
cuántos capitales desaparecido. Por otra parte, creía conveniente acostumbrar a
la gente a mirar siempre con respeto a las primeras categorías del país aun
cuando sus opiniones fuesen diferentes a las dominantes...” (Rosas a F. Arana,
26/8/1863). Los unitarios prosigue “deben estar persuadidos de las buenas
intenciones del señor Juan Manuel de Rosas, su educación y su Cuna, y que,
siendo entusiasta por el bien general, su único deseo es un cambio para evitar de
ese modo la sangre indispensable que debe derramarse y la pérdida de tantos
tesoros” (Rosas a Guido, 1829-1830).

Al asumir el ejercicio de los poderes extraordinarios (Temario..., ob. cit., punto


VIII: Estructura del poder), afirmó en su proclama al pueblo de la provincia de
Buenos Aires: “He admitido la investidura de un poder sin límites que, a pesar de
toda su odiosidad, lo he considerado absolutamente necesario la experiencia de
todos estos siglos nos enseña que el remedio de estos males no puede sujetarse a
formas...” (1835), “...he cuidado de no hacer otro uso que el muy preciso con
relación al orden y tranquilidad general del país...” (1836).

Las adictas masas federales no debían gozar de libertad política (Temario..., ob.
cit., punto X: Derechos y prácticas políticas). Rosas explica su régimen electoral
con los siguientes términos: “Mucho se ha escrito y hablado entre nosotros del
sistema constitucional; pero en materia de elecciones como en otras, la práctica
ha estado bien distante de las doctrinas más ponderadas. A todos los gobiernos
anteriores se les ha reprochado como un crimen y a sus amigos como un signo de
servilidad mezclarse en las elecciones de Representantes dentro de los términos
de la ley. Esto ha dado lugar a mil efugios y a la misma corrupción. El Gobernador
actual, dejando alejar de entre nosotros esas teorías engañosas que ha inventado
la hipocresía y dejar establecida una garantía legal permanente para la
autoridad, ha dirigido por toda la extensión de la Provincia, a muchos vecinos y
magistrados respetables, listas que contenían nombres de aquellos ciudadanos,
que en su concepto merecían representar los derechos de su patria, con el objeto
de que propendiesen a su elección, si tal era su voluntad” (Rosas, Mensaje a la
décimo cuarta Legislatura, 1/1/1837). Comenta Sampay: “A este respecto
acotejamos lo siguiente: cuando el historiador Emilio Ravignani encontró una
documentación demostrativa de cómo Rosas preparaba un comicio para designar
diputados, presentó como parodia electoral lo que era la mecánica legal de las
elecciones de representantes a la Legislatura” (ob. cit, p. 60).

Añade el autor que cuando la Iglesia Católica (Temario..., ob. cit., punto X:
Fuerzas políticas, H) se propone a través de un enviado del Papa “poner en orden
la recta institución del clero, promover y conservar la disciplina eclesiástica”,
Rosas le contesta al Sumo Pontífice que, para ello, es indispensable la inmediata
intervención del Gobierno, en ejercicio del Patronato, y protecciones que le
competen, para defender los fueros, libertades y disciplinas de la Iglesia
Nacional, para precaverse de sus enemigos y para prevenir las terribles
consecuencias de las pasiones y de la anarquía” (Rosas a Pío IX, 1851). Fue un
regalista, subordinó la Iglesia al Estado.

En el campo de la actividad económica adhería a “la ilustración del siglo” para


rechazar “el espíritu reglamentario y prohibitivo” ordenado por España. Y para
promover la concurrencia económica dice: “es menester quitar hasta la sombra
de poder, si es posible, sobre la propiedad de los que venden y revenden en las
plazas”. Sin embargo, durante su gobierno no estuvo de acuerdo con la libre
navegación de los ríos. En el exilio afirmó: “...sin el gran peligro que ya se siente
por la pérdida del Señorío en la concesión de la absoluta navegación de banderas
extranjeras en los Ríos interiores” (Rosas a J. Gómez, 4/12/1864).

Mantiene sustraído al país del proceso revolucionario desatado en el mundo. Tal


proceso continúa en los países adelantados y los sectores populares, principiando
a tomar conciencia de sus derechos y de su poder en la medida que se ilustran,
combaten por impulsar dicha revolución. La revolución socialista de 1848 en
Francia, saludada con alborozo y analizada cuidadosamente por Echeverría,
Mármol y Sarmiento, atrajo también, aunque adversamente, la atención de Rosas.
Poco tiempo después diagnostica la causa del mal y, con suma coherencia, piensa
que ella reside en el hecho de no haber atendido a las clases bajas, “para
contenerlas o dirigirlas” según su fórmula de 1829. En efecto, “a mi ver el
edificio social se ha desplomado en Europa porque sus hombres de Estado
elevados siempre en las altas regiones de la política, no descienden a cuidar
tantos pequeños elementos que abandonados en la obscuridad, carcomen la base
del poder más sólido” (Rosas a San Martín, 1850).

Años después, en 1861, fuera del poder, escribe a Urquiza desde Southampton,
para remitirle copia de su carta a Quiroga. En el párrafo que precede a la
transcripción de dicho documento, le exhorta: “No confíe V. E. para su tranquila
vejez, en el actual estado de esas Repúblicas. Vea V. E. cómo se va realizando
todo lo que he dicho, y he escrito desde el año 34, respecto a lo trabajoso y
difícil que es el gobierno Republicano federal; también mis opiniones referentes a
una situación ardiente en las pasiones del mundo civilizado” (5/8/1861). Comenta
Sampay que, por fidelidad a su posición adversa a las implicancias sociales de la
civilización moderna, oponíase tanto al establecimiento de las instituciones
democráticas como al de un mercado interno nacional, que permitiera la
incorporación de todas las regiones del país a la órbita comercial del capitalismo
europeo. Y, en cambio, quería que las provincias, a las que con propiedad
designaba “Repúblicas” concorde a la naturaleza de las entidades integrantes de
una Confederación, permanecieran en la dispersión de un aislamiento feudal,
como modo de preservarles su antiguo régimen social y de desvincularlas de la
revolución del mundo contemporáneo (Sampay, ob. cit., p. 65). Pensamos que
estos textos de 1834 y 1861 muestran claramente la lealtad a sus principios.

En 1869 Rosas se pronunció en contra de la revolución industrial, condición


material de mundo contemporáneo. En una carta a Roxas y Patrón, dijo: “El
Gobierno olvida... la necesidad de inventar trabajo para la clase jornalera, y no
en premiar a los inventores de máquinas, que disminuyen los hombres al
trabajo”. “Pienso... que el mal está... en los premios que se acuerdan a los
inventores de las máquinas, que disminuyen los hombres al trabajo” (7 y
17/2/1869). “Cuando por una parte se multiplican las máquinas, y tantas otras
invenciones, que disminuyen la necesidad de los hombres al trabajo; y por otra la
reproducción de ellos sigue en una progresión inmensa y rápida, ¿qué haremos en
algunos años más?

B. Otras notas del pensamiento rosista antes y después del destierro


En este punto se destacarán y ampliarán ciertas notas del pensamiento de Rosas 
para lo cual se han tenido en cuenta algunos ítems del Temario para el estudio
del Pensamiento Político, entre otras: la visión cosmológica de Rosas;
catolicismo y religiosidad; testamento; concepción sobre la naturaleza humana,
etc.

Respecto a la primera nota, la concepción cosmológica (Temario para el estudio


del Pensamiento Político, punto I), estimamos que Rosas se encontraba dentro del
creacionismo. En 1846, siendo gobernante, le escribe a Guillermo Brent,
encargado de Negocios de Estados Unidos: “Dios nuestro Señor que ha creado el
mundo por su divina palabra y omnipotencia, ha dado a las naciones derechos y
libertad (...) El origen de toda verdad y la fuente de felicidad del género humano,
está en la revelación divina. La historia política y material del mundo es una
corroboración sucesiva y constante de la verdad de las Divinas escrituras, que
pasa de edad en edad. La Filosofía política y moral se extraviaría confusamente
sin la luz inefable de la fe y del fervor de la caridad cristiana” (11/2/1846, J.
Irazusta, Vida política a través de su correspondencia, V, p. 129).

Desde Europa expresó, nuevamente, su convicción de Dios como creador. Afirmó:


“...así nos hizo Dios” (Rosas a J. Gómez, 17/12/1865). En este aspecto hay que
recordar que las concepciones religiosas siempre jugaron un papel fundamental
en los individuos y colectividades. También, que las personas se habían educado
en los principios de la religión y, según una costumbre secular, efectuaban
testamentos en los cuales quedó un reflejo de la mentalidad de la época.
Atendiendo a lo contextual y a sus palabras, sin duda, éste adhirió a la teoría
creacionista y no a la evolucionista. Seguramente, no desconoció el evolucionismo
de Lamark naturalista francés de principios del siglo XIX y, en el exilio el de
Darwin, quien publicó sus obras en 1859 y 1871.

En otra carta a Pepita le enviaba estas condolencias por la muerte de un familiar:


“Son esas fatalidades, impuestas en la creación por los mandamientos de Dios.
Pero ninguno de ellos nos priva de la conformidad. Es el mejor consuelo en las
desgracias fúnebres de la vida (...) El corazón de Ud. y el Ángel de su guarda le
están asegurando estar su digno hermano rogando a Dios por todos nosotros. Ni
quien pudiera dudarlo, cuándo nadie desconoce que en el Cielo jamás deja de
premiarse la virtud? (7/4/1866).

Hay numerosas referencias, en varios textos de su vida pública, sobre su


catolicismo y el tema religioso, al que le confirió un papel de gran significación
en lo político. En 1831 opinó que “La consideración religiosa a los templos del
Señor y a sus ministros, conviene acreditarla. Antes de ser federales éramos
cristianos; y es preciso que no olvidemos nuestros antiguos compromisos con
Dios...” (E. M. Barba, ob. cit., p. 28).

Debemos recordar que, desde 1835, era protector de la religión pues, la sala de
representantes local, al designarlo gobernador, lo invistió con la suma del poder
público con dos imposiciones: de conservar, defender y proteger la religión
Católica y la causa de la Federación (V. Tau Anzoátegui,, Manual de Historia de
las Instituciones, Bs. As., 1996, 6ta. ed., p. 311). La defensa de la fe católica era
una de las finalidades fundamentales de la dictadura y cuando se quería
caracterizar a sus enemigos se decía que eran de religión libertinos, herejes que
han blasfemado de... nuestro culto divino” (J. L. Romero, Las ideas políticas en
Argentina, Bs. As., 1986, p. 126).

En su vida privada, recibió una sólida educación religiosa impartida por su madre.
Cuando ésta falleció, en 1845, el Obispo Mariano Medrano y el Canónigo Dr.
Miguel García le enviaron una carta que Rosas agradeció así: “Sus reflexiones
elevan mi espíritu de la aflicción de los presentes momentos a la resignación
cristiana, a los decretos adorables de la divina Providencia” (21/12/1845, J.
Irazusta, ob. cit., V, p. 67).

Escribió a Josefa Gómez: “Dios en sus especiales Providencias no olvida a ninguno


de su buenos hijos. Justo en sus Evangelios y en su infinita sabiduría, nos ha
enseñado, que si a virtud de sus arcanos no alcanza nuestra vista por algún
tiempo donde estará el premio al mérito... Día llegará en que desenvueltos sus
misterios Santos, se encuentre que lo que mirábamos como un positivo mal, ha
sido acordado por Dios Nuestro Señor, para nuestra ulterior y mas perfecta
felicidad” (4/5/1853). Cinco años después le dijo: “Me inclino reverente a Dios y
le rindo las mas fervorosas gracias por los beneficios que nos ha dispensado,
rogándole nos los continúe...” (7/3/1858). En 1864 añadió: “Cuídense ustedes, no
duden de la justicia Divina, y rindan las debidas gracias a Dios, por la fortaleza y
buena salud que nos concede”.

“...por mi precisa contracción al servicio de mi Patria, servicios más de lo


posible, y aun mayores que los impuestos por los mandamientos de la Ley Divina”
(...).

También en su testamento hemos detectado semejanzas. Desde joven, tuvo la


costumbre de hacerlo y rehacerlo. Hay coincidencias con lo expresado en el exilio
y lo que dijo veinte años antes, hacia 1845, en la plenitud de su poder político:
“...he escrito yo mismo mi testamento que tengo arreglado desde mi juventud, y
que constantemente he atendido modificándolo en diversas ocasiones según las
circunstancias. En él he dispuesto siempre la construcción de un sepulcro sólido y
sencillo en un lugar moderado de nuestro Cementerio del Norte [católico] con seis
repositorios donde se reúnan mis restos con los de mi amante esposa Encarnación,
los de mis muy amados padres, y los dos de mis queridos hijos, si los hijos de
aquéllos, y éstos así lo quisieran...” (La Gaceta Mercantil, 13/12/1845). El
testamento lo renovó otra vez a los diez años de residir en Inglaterra, el 28 de
agosto de 1862. En la copia fiel del original sacada por John Venn e hijos, notarios
y traductores públicos de Londres consta:

“Mi funeral debe ser solamente una misa rezada sin pompa, ni aparato alguno.
Mi cadáver será sepultado en el cementerio católico de Southampton, en una
sepultura moderada, sin lujo de clase alguna, pero sólida, segura y decente… En
ella se pondrán a la par de los míos, los de mi compañera Encarnación y los de
Padre y Madre, si el Gobierno de Buenos Ayres, lo permite...”.

Entre sus disposiciones testamentarias destacamos: que lo que posee es lo que


tiene en Europa y lo que está públicamente en Buenos Aires; que lo que le deben
los pobres, lo cede en su beneficio. La cláusula 16 reza lo siguiente: “A mi muy
querido amigo, a mi sincero consuelo en la prisión de mi pensamiento, en la
soledad de mi destino y pobreza... Roxas y Patrón, se entregarán por mi albacea,
doce mil pesos fuertes metálicos, que le pertenecen por las cantidades con que
hasta la fecha me ha auxiliado...” (...) “...como también por [servicios] los que
con las luces de su ilustrada capacidad, con su pluma, y los sabios consejos de su
gran práctica, y los estudios en los grandes negocios del Estado, me ha ayudado
en el trabajo de las obras...” (...) “A mi primer amigo... Juan N. Terrero, se
entregará la espada que me dejó el Excelentísimo Sor Capitán Dn. José de San
Martín (“y que lo acompañó en toda la guerra de la Independencia”) por la
firmeza con que sostuve los derechos de mi Patria”.

El afán por la lectura se manifiesta en esta determinación: “La mitad de mis


libros impresos en Español, se entregará a mi hijo Juan, y la otra mitad a mi hija
Manuelita. Mis libros en Inglés, Francés o en cualquiera de otros idiomas, que no
sea el Castellano, se entregarán a mi hijo Político Dn. Máximo Terrero...”.

Años después, en 1873, hizo un Codicilo y Adiciones. La disposición 11a. dice:


“También deben pagarse, cuando sean devueltas mis propiedades, las cantidades
con que me han y me siguen auxiliando las personas de quienes recibe ese dinero
la señora Pepita Gómez. Estos abonos se harán con vista de los recibos firmados
por mí, con el tres por ciento de interés al año. Y a mi muy querida, leal y digna
amiga..., se le entregarán también, cuando mis bienes sean devueltos, quinientas
libras esterlinas, suplicándole las acepte como una demostración de mi mas
sincera e íntima gratitud”. En 1876 suprimió esta cláusula por el fallecimiento de
Josefa e hizo otras reformas.

Finalmente, consideró que la fe religiosa de las masas era el elemento


conservador del orden establecido, para organizar la vida de los pobladores de la
campaña. “La colocación de sacerdotes virtuosos que prediquen e impriman las
máximas de subordinación, de adhesión al orden..., es el cimiento de la felicidad
y organización de la provincia” (1820). El 11/2/ 1846 pensó igual: “...los
gobiernos y pueblos de la Confederación Argentina, siempre han dirigido, y no
cesan de elevar sus humildes y cristianas súplicas y rogativas a Dios... (...) en los
ejercicios cristianos, en las novenas y procesiones que frecuentemente se
practican... imploran la protección...”.

Teniendo en cuenta otro aspecto, el de la naturaleza humana (Temario... cit.,


punto II) para Rosas era caída, y en algunos escritos la consideraba irredimible y
en otros redimible. Creemos que leyó a Maquiavelo, pues tenía una visión
antropológica negativa similar, además de otras coincidencias. Y lo comunicó de
este modo: “Agregaré a Ud. ahora, que aun más solo soy, cuando en persona
alguna creo yo en el Mundo. Cincuenta años he estudiado al hombre; y de lo que
es capaz en su ferocidad. Cuando me muera acaso verá el Mundo lo que sobre eso
tengo escrito, en lo referente a la Ley Pública, a la Religión del hombre...” (Rosas
a J. Gómez, 7/8/1858).

Siete años después retomó la idea: “...aun sigo estudiando lo que somos los
hombres. Su ferocidad y de todo cuanto malo que somos capaces. No se fíe Ud.
de ninguno, ni de mi, porque ninguno hay bueno. Así nos hizo Dios. Es éste uno de
los Santos misterios, que requieren bien profundo estudio. No se case Ud. mi
buena amiga. Siga en la libertad posible que goza” (Rosas a J. Gómez,
17/12/1865). Meses antes le dijo: “Siempre hay algunos hombres que sirven como
el paraguas en tiempo borrascoso, para volver al rincón pasada la tormenta”.
Una lectura superficial de El Príncipe muestra el profundo pesimismo de
Maquiavelo en lo que concierne a la naturaleza humana. Despreciaba a los
hombres y se complacía en presentárnoslos bajo los aspectos más negativos y
mortificantes: eran bajos, más apegados a sus bienes que a su propia sangre, y
estaban siempre dispuestos a cambiar de sentimientos y pasiones. En el capítulo
XVII su autor sentencia: “Porque los hombres, puede decirse generalmente que
son ingratos, volubles, dados al fingimiento, aficionados a esquivar peligros, y
codiciosos de ganancias: mientras se les favorece, son completamente leales y
ofrecen su sangre, sus haciendas, su vida y hasta sus hijos, como lo he dicho
anteriormente, siempre que el peligro de aceptar sus ofertas esté lejano: pero si
éste se acerca, se sublevan”. La fuente lo expresa de este modo: “...degli uomini
si può dir questo generalmente, che sieno ingrati, volubili, simulatori, fuggitori
de pericoli, cupidi di guadagno: e mentre fai lor bene, sono tutti tuoi, ti
offeriscono il sangue, la roba, la vita, de y figli... quando il bisogno è discosto;
ma quando ti si appressa, si rivoltano”). Afirmó que: “Los hombres temen menos
ofender a quien se hace amar que al que inspira temor; porque la amistad es sólo
un lazo moral, lazo que por ser los hombres malos rompen en muchas ocasiones,
dando preferencia a sus intereses; pero el temor lo mantiene el miedo a que
constantemente se quiere evitar”.

Rosas proscripto aludió en varias cartas a Josefa la ingratitud de sus amigos,


parientes, etc., también al abandono, a la disposición del hombre a cambiar sus
sentimientos, al apego a los bienes; a sus opositores, etc. En algunas de ellas
consta lo siguiente: “Todo lo que han dicho [mis enemigos] son calumnias impías,
igualmente atrevidas que desvergonzadas. Han dado a conocer así, que no pueden
justificar esos procederes formados de todos los vicios de las innobles pasiones,
sin el apoyo de virtud alguna. O pensaban que yo iba a recibir esos golpes
envenenados, sin defensa cristiana...” (Rosas a Josefa, 7/5/58). “...ya soy solo
en el Mundo...” (7/5/1858); “...un hombre sin amigos en su país, ni en parte
alguna de esas Naciones...” (8/10/1864).

Era primo segundo por línea materna de Juan José, Tomás Manuel y Nicolás de
Anchorena. Desde Inglaterra dijo que sirvió a los intereses de ellos durante su
larga actuación pública. Ante el silencio que guardaron sus parientes
beneficiados, tuvo también duras expresiones contra quienes y para quienes había
gobernado. Les reclamaba remuneraciones, que hizo constar en su testamento,
por haberles administrado estancias entre 1818 y 1830. “...mis gastos en las
comisiones a Santa Fe, Entre Ríos y en otras diferentes empresas patrióticas...”
(Testamento, cláusula 24). Cuando ya su decepción no tenía esperanza alguna de
recuperar el precio de su trabajo en campos de los Anchorena, retribuciones que
venía peticionando desde 1852, calculadas en más de 60.000 pesos fuertes
metálico, escribe a su hijo político el 7 de diciembre de 1859: “...Sí, esos
Anchorenas, y muy señaladamente el tal Dn. Nicolás, qué hombre tan malo, tan
impío, tan hipócrita y tan bajo, ¡tan asqueroso e inmundo!

A Máximo Terrero (7/12/1863) le comentó: “Entré y seguí por ellos y por servirlos
en la vida pública. Durante ella los serví con notoria preferencia en todo cuanto
me pidieron y... me necesitaron. Esas tierras que tienen, en tan grande escala,
por mí se hicieron de ellas, comprándolas a precios moderados. Hoy valen muchos
millones...”. Nunca obtuvo el pago de la deuda. Años después expresó: “...los
que se decían mis amigos, al morir, ni antes ni nada, absolutamente nada me han
dejado. El Sr. Nicolás Anchorena ni me escribió ni pagó mas de sesenta mil pesos
fuertes metálicos que me debía” (Rosas a J. Gómez, 22/5/1866).

Concibió también la naturaleza humana caída, pero redimible y lo dijo así: “El
hombre verdaderamente libre, es el que exento de cualquier temor infundado, y
de cualquier deseo innecesario... está sujeto a los mandamientos de Dios, al
dictado de su conciencia, y de una sana razón. Nunca es tarde para alcanzar a
saber algo, o para hacer algo agradable a Dios, y a los hombres, si se cultiva el
entendimiento” (19/1/1870).

Asimismo concordaron en que para efectuar las reformas políticas eran


indispensables los principados largos, que después se llamaron dictaduras, pero
que en tiempo de las antiguas monarquías eran el reinado de un príncipe longevo.
También en la preeminencia de la razón de Estado sobre cualquier otra de
carácter moral.

Puede haber sido influenciado, además, en algunos aspectos por Hobbes en que la
tendencia fundamental del hombre es el egoísmo; que el Estado debe ser
absoluto en el sentido de que todo depende de él: la política, la moral y la
religión; que los que firman el pacto, son todos los miembros de una comunidad
que entregan sus derechos al soberano; que no hay derecho a la revolución.

En cuanto a una nota de su pensamiento, su reaccionarismo analizada por


Sampay, creemos que las afirmaciones del Dr. Pérez Guilhou son clarificadoras.
En un análisis sobre el pensamiento conservador ratifica que Rosas fue un
reaccionario. Pensamos que es importante saber con exactitud la significación de
este término. Como tal, caracteriza al que quiere volver a los momentos que
precedieron a la revolución y añora el Antiguo Régimen. En tal sentido, afirma
que los reaccionarios o contrarrevolucionarios son preterizantes, viven mirando
nada más que el pasado y, si es necesario, están dispuestos a terminar con el
presente para volver violentamente atrás. La tradición es elevada a una categoría
antagónica a la de progreso. El reaccionario considera que el perfeccionamiento
moral no puede salir del círculo de la apología católica. Además, no separa los
principios de las formas históricas que los realizaron, lo esencial de lo accidental,
lo válido de lo inservible. Se aferra a todo lo que está vigente sin querer
cambiarlo, con la angustia ciega del náufrago y acaba hundiéndose.

Pérez Guilhou añade: “Rosas es la contrarrevolución: a nadie mejor que a él le


cabe el rótulo de reaccionario. Simbolizó el retorno a la monarquía absoluta
regalista de los Borbones españoles; lo fue no solamente por su pragmatismo sino
también por convicción. Su añoranza de la época colonial le hizo lograr la unidad
nacional pero con la pretensión de dejarla fija en el tiempo. No vio que
solamente cambiando podía conservar”. (M. Monserrat, compilador, La
experiencia conservadora, Bs. As., 1994, pp. 106-118).
Fue un antirrevolucionario, pues no creía en la revolución de 1810, pero la vio
como un mal necesario. Representó el resurgimiento del espíritu colonial frente
al renovador de Mayo. En 1818 y 1819 se manifiesta contra la ella y el cambio y ,
lo reitera en 1820 en la ya citada Segunda Memoria donde hizo una añoranza de
los días de la colonia. Veamos qué pensó en el destierro: “En más de cincuenta
años de revolución, en esas Repúblicas, hemos podido ver la marcha de la
enfermedad política, que se llama revolución, cuyo término es la descomposición
del cuerpo social” (Rosas a J. Gómez, 5/8/1868). Con relación a su posición
frente al pueblo como sujeto político, el reaccionario confunde al pueblo con el
populacho revolucionario. Rosas tuvo esta noción antipopular ya que ideó a la
sociedad entre los que mandaban y los que obedecían y como el orden lo
obsesionaba, de las virtudes que más admiraba en las personas era la obediencia.

Otro aspecto de su reaccionarismo y antiliberalismo fue el descreimiento en la


Constitución (Temario... cit., punto VI). La consideraba innecesaria, como un
papel y ejerció durante su administración un autoritarismo, un absolutismo
político. Tau Anzoátegui manifiesta respecto a la forma de gobierno rosista, que
el ejercicio de la suma del poder público reunión de los tres poderes significó
la consagración del principio absolutista. Recurramos a lo contextual para
comprender lo anterior. Desde diciembre de 1829 Rosas era gobernador de la
provincia de Buenos Aires, y su acceso había significado el triunfo definitivo de
los federales en tan importante provincia. El gobernante de Santa Fe, E. López,
su amigo y aliado desde 1820, había obtenido un creciente prestigio en el litoral.
Al poco tiempo, se agregó a estos dos caudillos F. Quiroga, quien ejercía una
avasalladora influencia sobre las provincias del interior especialmente después de
la destrucción de la liga unitaria. Los tres constituían lo que se ha llamado “el
triunvirato federal”. Ha afirmado Romero que el despotismo fue el sistema
político ejercido por algún tiempo por los tres autócratas. De ellos iba a partir el
programa político de los años siguientes, se dividieron políticamente la
hegemonía del país y sometieron a los caudillos menores (ob. cit. p. 119).

Estando reunida la comisión representativa en la ciudad de Santa Fe y, una vez


que se incorporaron a la liga federal todas las provincias, había llegado el caso
previsto en el pacto de invitarlas a un congreso federativo para dictar la
Constitución. E. López pensaba en 1832 que se podía convocar en un plazo no
mayor de dos años. En cambio, el pensamiento de Rosas era muy diferente.
Afirmaba que cada provincia debía organizarse internamente, dándose un orden
estable y, sólo luego negociar con las demás para arribar finalmente a la
constitución federativa, en un proceso que el gobernante porteño no parecía
interesado en precipitar” (Tau Anzoátegui, ob. cit., p. 317). Contribuyó a sistema
de Rosas, el hecho de que el poder nacional pasara paulatinamente a sus manos,
al producirse los hechos que exaltaron su figura a un primer plano: la derrota de
Paz en mayo de 1831 y la desaparición de la liga unitaria o del Interior, la cual se
constituyó en agosto del año anterior; la disolución de la Comisión Representativa
(1832), el asesinato de Quiroga (1835) y la muerte de E. López en 1838. Romero
dice que tras esto presidió el país, desprovisto de constitución y de leyes, sujeto
a una autoridad más absolutista y centralizada que todas las que hasta entonces
tuviera (ob. cit., p.119).
Hubo otros elementos contextuales que pudieron haber influido y que explicarían
en parte su postura, entre ellos, la adhesión del pensamiento de Real de Courban,
que rechazaba el tema constitucional. Sus ideas antiliberales es probable que se
hayan afianzado por la influencia de la tradición hispana en lo relativo a la
monarquía católica y el principio de soberanía divina. Posiblemente, haya seguido
atentamente los pasos de la lucha en España entre los partidarios de la Monarquía
Absoluta y los de la Monarquía Constitucional. Recordemos que, desde 1808 a
1840, el tema central de la historia española fue la lucha de absolutistas y
liberales por el poder, que en manos de los primeros era el medio de mantener la
sociedad del Antiguo Régimen y en la de los segundos para dar nacimiento a la
nueva sociedad a través de vigencia de la Constitución de 1812 (M. Artola, La
burguesía revolucionaria, Madrid, 1980, p. 8). No obstante, en toda la década del
40, los movimientos populares revolucionarios de Europa solicitaban o imponían
una carta constitucional (...) La misma necesidad se sentía en el Río de la Plata,
pero Rosas no la advirtió (F. Luna, Breve historia de los argentinos, Bs. As., 1994,
p. 101).

Las cartas entre Rosas y Quiroga, desde 1831 a 1834, se refieren al problema de
la organización nacional, el cual fue enfocado por ambos con distinto criterio. Los
caudillos López, Ibarra y Quiroga la miraron como el coronamiento lógico de sus
luchas. La oposición de Rosas fue tímidamente expresada en un principio y luego
con energía. Dice Barba que en torno a la reclamación provinciana, de quien el
riojano era su vocero, y de la oposición porteña el exponente más calificado era
Rosas, gira lo más importante de la correspondencia de los dos representantes
más genuinos del partido federal, a los que califica como federales no
convencidos (Barba, Correspondencia... cit., p. 10).

Como es sabido, su opinión sobre el constitucionalismo lo desarrolló


principalmente en 1834. En largos párrafos de la carta sustentaba las razones
para dilatar la reunión de un congreso, rechazar todo intento constitucional antes
de lograr la unidad nacional. Dijo que “entre nosotros no hay otro arbitrio que el
dar tiempo a que se destruyan en los pueblos los elementos de discordia,
promoviendo y fomentando cada gobierno por sí el espíritu de paz y tranquilidad
(...) se negocia amigablemente entre los gobiernos... hasta colocar las cosas en
tal estado que cuando se forme el Congreso lo encuentre hecho casi todo... Esto
es lento, pero es preciso que así sea y es lo único que creo posible entre nosotros,
después de haberlo destruido todo y tener que formarnos del seno de la nada”.

También expresó: “No habiendo pues hasta ahora entre nosotros, como no hay,
unión y tranquilidad, menos mal es que no exista esa Constitución que sufrir los
estragos de su disolución”. ¿Cómo lograr esa unidad deseada y necesaria? Ante
todo, adoptando un punto de vista esencialmente empírico: “en este lastimoso
estado es preciso crearlo todo de nuevo, trabajando primero en pequeño y por
fracciones para entablar después un sistema general que lo abrace todo” (E.
Barba, Correspondencia entre Rosas, Quiroga y López, Bs. As., 1958, pp. 98-103).
Tau Anzoátegui cree que las ideas de Rosas sobre la Constitución no variaron
durante su largo gobierno, pues aún en 1851 en pleno brote constitucionalista, sus
adictos insistían en las viejas ideas y reproducían, como mejor argumento, la
mencionada carta dirigida al caudillo de La Rioja en 1834 (Ob. cit., 6a. ed., pp.
318-19). Firme dentro de este sistema de ideas, postergó todo intento de
organización del Estado y se dispuso mantener el statu quo del país (J. L. Romero,
ob. cit., p. 124).

En 1864, se refirió al tema: “Tengo ya derecho para que se miren con más
consideración y estudio, mis palabras, porque todo cuánto he dicho desde el año
34, y he seguido diciendo hasta hoy, se está realizando, y viniéndose a la carga
(en ese país) en el Norte y Sud de América, y en Europa. En nada me he
engañado. Todo lo que he dicho está escrito en muchos documentos, que no
pueden dejar de ser registrados en la Historia” (Rosas a Josefa, 7/2/1864).

En el exilio, hacia 1873, cuando lo visitaron los Quesada en Inglaterra, dio el


mismo argumento de la carta. En tal oportunidad explicó: “Pero el reproche de
no haber dado al país una constitución me pareció siempre fútil, porque no basta
dictar un cuadernito, cual decía Quiroga, para que se aplique y resuelvan todas
las dificultades: es preciso antes preparar al pueblo para ello, creando hábitos de
orden y de gobierno, porque una constitución no debe ser producto de un iluso
soñador sino el reflejo exacto de la situación de un país. Otorgar una constitución
era un asunto secundario; lo principal era preparar al país para ello, y esto es lo
que creo haber hecho”. Para justificarse frente a la negativa de no otorgarla
efectuó un análisis del caos del país, y no tuvo en cuenta que el argumento era
válido para años posteriores a 1834, pero no cuando logró ordenar el país. Sin
duda, como decía Sarmiento, lo unificó pero agotó las posibilidades de ese
régimen con el largo ejercicio de su autoridad y despertó, poco a poco, el anhelo
de ver cristalizada esa unidad en un sistema político de sólidas bases
constitucionales. La mayoría de los hombres de la primera mitad del siglo XIX,
querían una carta constitucional y muchos estaban obsesionados por ella, entre
algunos, Bolívar, Echeverría, Quiroga, Zuviría, etc. En esa época, todos eran
monárquicos constitucionales, hijos de la ley, y ya no creían en la monarquía de
origen divino.

En cuanto al concepto de Rosas sobre Constitución (Temario... cit., punto VI), de


acuerdo a la clasificación de García Pelayo, tuvo el racional normativo en el que
hay una carga racional y teleológica, respuesta al liberalismo político.

Hacia 1835 justificó “un poder sin límites” contra toda tradición republicana, que
fue avalado por la unánime voluntad popular (Temario..., cit., punto VIII) como
necesario para eliminar la anarquía: “He cuidado de no hacer otro uso que el muy
preciso con relación al orden y tranquilidad general del país” (Barba,
Correspondencia... cit., p. 310). Este argumento de gobernante lo retomó cuando
era un octogenario en la famosa entrevista en la que evaluó su gobierno. Dijo que
se hizo cargo de un país anárquico, dividido, desintegrado, arruinado e inestable,
“un infierno en miniatura” y añadió que: “Para mi el ideal de gobierno feliz sería
el autócrata paternal, inteligente, desinteresado e infatigable... he admirado
siempre a los dictadores autócratas que han sido los primeros servidores de sus
pueblos”. (Sampay, p. 215, cit. por John Lynch, Juan Manuel de Rosas, Bs. As.,
1984, p. 349). En esta nota se comprueba nuevamente una identidad en su
ideario.

Se han detectado otras notas conservadoras en la preeminencia de poderes, en la


supremacía del Ejecutivo. Rosas consideró que la estructura del poder debía
reposar en la superioridad del Ejecutivo (Temario..., cit., punto VIII), dotado de
facultades suficientes para orientar y conducir. Explica Tau Anzoátegui que el
principio absolutista quedó consagrado por la acumulación de poderes. Las
facultades extraordinarias eran la delegación concedida por el Poder Legislativo
al Ejecutivo de ciertas atribuciones de naturaleza legislativa, con el propósito de
que el gobierno pudiera expedirse con mayor rapidez. En cambio, la suma del
poder público significaba reunir los tres poderes del Estado y entregarlos al
gobernador, aboliendo la división republicana. De manera que el gobierno
absorbía además de las suyas, las funciones legislativas y judiciales, y aunque
materialmente le fuera imposible ejercerlas todas, especialmente, las últimas
(ob. Cit., cap. XVII, p. 311). Dijo en el destierro confirmando su régimen
autocrático: “Durante presidí [sic] el gobierno de la Provincia bonaerense,
encargado de las Relaciones Exteriores con la suma del poder por la ley, goberné
puramente según mi conciencia. Soy pues, el único responsable de todos mis
actos, de mis hechos buenos como de los malos, de mis errores, y de mis
aciertos...” (Rosas a Josefa, 22/9/1869).

Otras notas conservadoras eran: el Ejecutivo unipersonal y no colegiado; la


duración de su mandato (largo y no corto); la reelección; el sostenimiento de la
Iglesia por parte del Estado. Al respecto Luna ha dicho: “Fue, fundamentalmente,
un gobierno conservador que no trató de modificar nada y que en cierto modo
revivió la modalidad del sistema colonial en cuanto a no permitir debates que
pudieran conducir a la fragmentación de la sociedad”. “Rosas tenía una idea muy
particular de la libertad: consideraba que los gobiernos debían ser autoritarios,
no tenía el menor sentido de tolerancia o de pluralismo en relación con sus
opositores... Por otra parte defendió con obstinación la soberanía argentina... se
opuso a Francia e Inglaterra, que eran las potencias más poderosas del mundo”.
“La actitud conservadora respecto del país, respecto de lo que ya existía, fue
desarrollando un sentido de unidad nacional que hasta ese momento todavía no
estaba maduro. El largo régimen rosista fue creando una integración que antes no
tenían las provincias... un gobierno nacional de hecho” (F. Luna, ob. cit, pp. 98-
99).

Respecto a las formas de gobierno (Temario... cit., punto VI, D.) Rosas enunció:
“...son asunto relativo, pues monarquía o república pueden ser igualmente
excelentes o perniciosas, según el estado del país respectivo; ése es
exclusivamente el nudo de la cuestión: preparar a un pueblo para que pueda
tener determinada forma de gobierno y, para ello, lo que se requiere son
hombres que sean verdaderos servidores de la Nación... pues bajo cualquier
Constitución, si hay tales hombres el problema está resuelto, mientras que si no
los hay cualquier Constitución es inútil y peligrosa”. “El bien del país es para mi
antes que todo” (1821).

Barba afirma que los dos bandos en que se divide la historiografía referida a
Rosas, coinciden en que éste y Quiroga fueron los representantes más genuinos
del partido federal, sus más leales servidores y sus más conscientes intérpretes y
que ninguno de los dos eran federales convencidos (Correspondencia... cit, p.
12). En su estudio hay dos cartas. El caudillo riojano le dice a Rosas: “Yo no soy
federal, soy unitario por convencimiento; pero sí con la diferencia de que mi
opinión es muy humilde y que yo respeto demasiado la de los pueblos
constantemente pronunciada por el sistema federal” (12/1/1832). Rosas escribió
a Quiroga: “estoy persuadido de que la Federación es la forma de Gobierno mas
conforme con los principios democráticos con que fuimos educados en el estado
colonial... pero aun así siendo Federal por íntimo convencimiento me
subordinaría a ser Unitario si el voto de los pueblos fuese por la Unidad”
(28/2/1832). Sampay en su estudio expresa lo que dijo años antes: “Es que Rosas,
según lo confiesa “es unitario por principios, pero la experiencia lo ha hecho
conocer que es imposible adoptar en el día tal sistema porque las provincias lo
contradicen, y las masas en general lo detestan, pues al fin sólo es mudar de
nombre” (ob. cit, p. 61, carta de Rosas a T. Guido, 1829-30).

A fines de 1828 se pronuncia sobre el sistema federal y le notifica a López que se


ha afirmado sólidamente. “Esta vez, después del golpe de estado del 1º de
diciembre de 1828, se ha uniformado el sistema federal a mi ver de un modo
sólido absolutamente. Todas las clases pobres de la ciudad y campaña están en
contra de los sublevados... sólo están con ellos la aristocracia mercantil” (1829).
A “la masa federal la componen sólo la gente de campaña y el vulgo de la ciudad,
que no son los que dirigen la política del gabinete. Entre la gente de fraque y
borlas habrá algunos pero no muchos que puedan decirse verdaderos federales de
corazón, y si aparecen más de los que son en realidad, es porque habrá entre
éstos muchos anfibios y enmascarados” (Rosas a López, 1/10/1835).

Nos parece interesante incorporar la opinión de Alberdi sobre Rosas, producto de


un atento análisis. Encuentra en él la personificación de lo altamente
representativo, de lo auténtico, lo propio, lo autóctono, lo absolutamente
opuesto a lo rivadaviano. Valora el orden, la paz interior, la unidad nacional.
(Fragmento preliminar al estudio del Derecho, Bs. As., 1955, cit. por J. P.
Feimann, Filosofía e Historia, Bs. As., 1996, p. 92).

Por último, queremos manifestar que Carlos Egües ha elaborado cuatro niveles
aplicables al ámbito de las reflexiones políticas. Considerando lo hasta aquí
analizado, creemos que se dieron en Rosas y su época tres de ellos: el segundo,
tercero y cuarto. El primero alude al ámbito de la teoría política y se caracteriza
por ser el plano de las reflexiones sistemáticas en torno a lo político, el mayor
rango cognoscitivo, el ámbito de la teoría filosófica o de la teoría científica de la
política. Rosas no tuvo una actitud teórica, pero reflexionó sobre el momento
histórico del país y elaboró un programa. El segundo nivel corresponde a las
doctrinas políticas y se refiere a formas del pensamiento político que, con menor
preocupación por lo sistemático, ponen el acento en lo programático, en un
proyecto a realizar en una comunidad dada. El contenido se sostiene en
apreciaciones teóricas sobre la realidad política. Hay una preeminencia del
objetivo práctico político: lo estrictamente racional cede en beneficio de la
voluntad política (Pacto Federal de 1831; Carta de la Hacienda de Figueroa de
1834; Discurso del 25 de Mayo de 1836).

El tercero se refiere a ideologías y se entiende por tal una instrumentación de las


ideas relativas al ámbito político en beneficio de determinadas posiciones.
Tratase de formas de pensamiento involucradas de manera cotidiana con el
momento polémico de la actividad política, con la captación de voluntades en la
lucha por la obtención del poder. Las formas más elaboradas del pensamiento se
presentan de manera elemental, sin preocupación alguna por la coherencia,
apuntando a conmover, encender pasiones, despertar adhesiones inmediatas
(Proyecto de J. M. de Rosas sobre la escasez y la carestía de la carne del
5/5/1818; Proclama del 28/9/1820; Segunda Memoria de 1820; Nota confidencial
de S. Vázquez al Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Oriental del
Uruguay relatando una conversación mantenida con Rosas el 9/12/1829 un día
después de haber asumido el mando, en la que expone algunas reflexiones
políticas. El Pacto Federal y la carta de la Hacienda de Figueroa, por su
intencionalidad, podrían también incluirse en este nivel).

El cuarto, de los mitos, símbolos e imágenes (Rosas impuso colores, distintivos:


uso obligatorio de la divisa federal o moño punzó; su retrato; lemas, formas de
redactar notas oficiales: encabezamiento de los documentos de la época con
“Viva la Santa Federación. Mueran los salvajes unitarios”; cancionero federal:
“...el moñito colorado es el noble distintivo de los que al país han salvado”; oda
al cumpleaños de Rosas, soneto a la memoria de Encarnación Ezcurra. Coplas
cantadas en los festejos populares del 13 de abril de 1836: “Honor y gratitud... a
Rosas que a su patria salvó de los tiranos, que vivan los federales”; composiciones
laudatorias anónimas que celebran sus triunfos, las derrotas de sus enemigos,
etc., publicadas en la Gaceta Mercantil, es el nivel más alejado de la reflexión
sistemática, ubicado en el menor rango cognoscitivo vinculado a las opiniones y
pasiones de conjunto. Desde el punto de vista del destinatario el efecto de los
mitos, símbolos e imágenes que pueblan el “ambiente político” de una época y
una sociedad determinada, el compromiso intelectual es mínimo. Lo que se
convoca es su adhesión y por lo tanto, cuenta sobre todo el impulso de la
voluntad atraída. Sobre el cintillo punzó Rosas dijo a sus soldados: “...es y será la
enseña gloriosa de nuestro partido... de la Federación. El color... os dice que si
para conservar ilesos nuestros derechos es necesaria nuestra sangre, vertámosla y
hagámosla verter a nuestros enemigos”. Seguidamente, analizaremos el exilio y
otras cartas enviadas desde Inglaterra.

II. Más ideas desde el exilio entre 1853 y 1875


A. Southampton
Lynch, profesor de la Universidad de Londres, ha escrito entre otros autores
sobre este tema, y lo hemos elegido porque sus opiniones se han ajustado a lo
que Rosas aseveró en sus cartas de expatriado, muchas de las cuales ha utilizado,
además de otras que mencionaremos (John Lynch, Juan Manuel de Rosas, Bs. As.,
1984, pp. 316-335).

Los primeros años fueron los más amargos y, la primera década de su exilio, la
más triste. Sus hijos lo acompañaron, pero Juan retornó pronto a Buenos Aires; en
cambio Manuela, que había sido una gran colaboradora, vivió con él pero antes de
seis meses se casó con Máximo Terrero, hijo del antiguo socio de Rosas, que la
siguió voluntariamente al exilio. Para su padre era una traición, una “inaudita
crueldad” porque lo dejaba solo en el mundo, cuando más la necesitaba (Rosas a
Petrona Villegas, 1855, cit. por Lynch, p.363). En los años siguientes, Manuelita
se fue con su marido y sus dos hijos a vivir a Londres, y lo hizo hasta su deceso en
1898, lo cual produjo un distanciamiento con su padre. Lynch interpreta que su
depresión aumentó, alimentada por la soledad y auto conmiseración. Ése era su
estado de ánimo cuando concluyó toda relación con Manuela y su marido, y hasta
les advirtió que no le escribieran: “Si lo hacen perderán su tiempo, las estampas,
o porte, puesto que sin abrir las cartas, cajones, o lo que fuere, devolveré a Uds.
todo lo que sea. También ruego a Uds. que no vengan a verme”. La derrota y los
celos se combinaban para desmoralizarlo. Rosas expresó por entonces: “si
consideran lo que he sido, lo que soy”, y por momentos pensaba que estaba
“verdaderamente loco” (Rosas a Máximo Terrero, 13/6/1861).

En 1863 reinició sus relaciones con su hija con motivo de la redacción de su


testamento, siendo su principal beneficiada. Lynch declara que Manuela siempre
fue leal a su padre, que lo defendió, y “antes de su muerte tuvo la satisfacción de
leer los trabajos históricos de Adolfo Saldías y Ernesto Quesada, y de saber que la
revisión de la reputación de su padre ya había comenzado” (Lynch, ob. cit., p.
318).

Su placer principal consistía en cabalgar solo en New Forest, donde pasaba largas
horas condenando a los hombres. En 1864 relató a Josefa su vida cotidiana: “No
fumo, no tomo rapé, vino, ni licor alguno, no asisto a comidas, no hago visitas, ni
recibo, no paseo, ni asisto al teatro, ni a diversiones de clase alguna. Mi ropa es
la de un hombre común. Mis manos y mi cara son bien quemadas y bien acreditan
cuál y cómo es mi trabajo diario incesante, para en algo ayudarme. Mi comida es
un pedazo de carne asada, y mi mate. Nada más” (7/8/1864). “...yo no tengo
recursos, ni para hacer, ni para recibir, ni para pagar visitas” (8/10/1864).

La tristeza de su vida privada se agravó con la confiscación de sus propiedades,


las cuales habían sido adquiridas correctamente. Se refiere a ello en varias cartas
a Josefa (4/7/1854; 7/3/1858; 8/8/1858; 7/2/1864; 5/3/1864). Cada vez se aisló
más, dejó de aceptar invitaciones, quejándose de la falta de dinero para
retribuirlas. En carta a su amiga, en 1864, expuso que se lamentaba de no
promover los intereses de la Argentina porque pensaba que, de haber tenido
medios para moverse en la alta sociedad, podía haber hecho conocer su país y
lograr mucho en favor de esas naciones de Sud América (Lynch, ob. cit. p. 317).

Continuó culpando a su familia por su falta de compasión, lo cual se agravó


cuando sus así llamados amigos de Buenos Aires, también lo estaban traicionando
(Rosas a Máximo Terrero, 13/6/1861). La deslealtad y la deserción de aquéllos
hizo que se quedara sin propiedades ni renta. Pocas amistades y partidarios se
mantuvieron leales, entre ellos, José M. Roxas y Patrón, Juan N. Terrero y Josefa
Gómez. A ella le confió que pasaba muchas horas organizando su archivo que legó
a su hija Manuela residente en Londres, donde fue conservado intacto. “Sigo
conduciendo a estos ranchos mis papeles y muchas otras cosas que no pueden ni
deben ser vendidas, los papeles son numerosos y de muchísima importancia para
mis herederos” (Rosas a J. Gómez, 6/6/1864; 25/7/1869).

Uno de los enemigos se reconciliaba: Urquiza. Rosas quedó agradecido por el


decreto que le restituía sus propiedades, que después volvieron a quitarle.
Declinó un ofrecimiento que le hizo de dinero: “Le adjunto (Josefa) copia de una
de las cartas de SE., el Sr. Gral. Urquiza, haciéndome generosas ofertas para
sacarme de mi penosa situación. Rehusé recibir algo...” (7/2/1864). Al tiempo
debió aceptarlas por intermedio de su amiga y le llegaron después de una larga
espera (7/7/1864); (4/4/1865): “No tengo más tiempo que el muy preciso para
decirle que me doy ya por recibido de las mil libras esterlinas” (7/5/1865);
(8/6/1865). En otra expresó: “Lo poco que tengo lo debo al General. Urquiza.
¿Cómo, así podía dejar de serle perdurablemente agradecido? (7/3/1858). Las
referencias sobre éste ocupan un lugar destacado. Pero, cuando éste fue
asesinado en 1870, sostuvo: “Por el contrario, lo admirable e inaudito del Gral.
Urquiza es su permanencia en el poder, aunque siempre delineante debido a
actos que dañan a él y a sus amigos y son favorables para sus enemigos”. Le había
aconsejado que se marchara, pero el consejo fue ignorado. “Fue un desgraciado
destino pero, ¿podía un hombre que se había alzado en rebelión criminal contra
Rosas esperar algo mejor para sí mismo? (Rosas a Gómez, 29/6/1870); (Lynch, ob.
cit., p. 330).

Leyó mucho en Southampton y en sus cartas citó a San Ignacio, Platón, Isócrates,
Gorgias (Rosas a Josefa, 19/1/1870). Aspiraba a ser escritor y hablaba de libros
sobre política y filosofía que estaba preparando, pero ninguno fue redactado.
Para finalizar, creemos de interés destacar lo que Lynch piensa de los textos
desde Inglaterra: “...la mayor parte de los escritos de Rosas estaba en forma de
cartas y, de éstas, especialmente, las de su correspondencia con Josefa Gómez,
es posible reconstruir su pensamiento político y social”.

B. Las cartas a Pepita


José Raed hizo, como expusimos, el prólogo y la selección de la correspondencia
del exilio entre 1853 y 1875. La primera que remite a Josefa y con la cual queda
iniciada la relación epistolar, es del 28 de febrero de 1853, cuando se radicó en
Southampton hasta el fallecimiento de la destinataria, poco antes de la muerte
de Rosas, el 14 de marzo de 1877. Ha examinado un centenar de documentos, y
afirma que muchos no han sido considerados o han sido parcialmente aludidos; de
otros, se han tomado frases aisladas en función de intereses de sus biógrafos.

Las cartas están firmadas por Juan Manuel de Rosas con rúbrica completa, y
desde el 7 de febrero de 1864 utiliza la media firma. Tenía la precaución de
guardar un duplicado de lo que escribía: “Es adjunta una copia de mi carta Mayo
4 de 53 que Ud. no ha recibido” (Rosas a Josefa, carta segunda, 4/7/1854). En
otra, de 1858, le indica a su amiga cómo debe enviarle la correspondencia:
“Mucho aprecio a v. los impresos. Los que viene de ese País a éste no pagan
porte. Fue debidamente arreglado eso por ambos Gobiernos en la Administración
del General Rosas. Así todo lo que v. tiene que hacer... es formar paquetes...y
poner en los dobleces la parte de los avisos para afuera “Al Sor. General Rosas.
Southampton”. Así los paquetes los debe v. llevar al Consulado Inglés. De este
modo debe v. estar segura que los impresos llegarán a mis manos sin demora (...)
Reitero a v. mis sinceras gracias, por su buenos oficios, en orden a la defensa de
mi honor, mis derechos, mi protesta y su objeto” (7/5/1858). “Podría yo alguna
vez haber dudado de los sanos sentimientos de Ud. de la nobleza de su alma, de
su corazón y su amistad. No; y fue por eso que bien seguro de su lealtad, y de sus
virtudes, la he preferido para que ayude en mis bien penosas circunstancias.
Solamente viendo Ud. mi corazón, pudiera alcanzar a conocer cuánto es mi
agradecimiento...”. “Mucho agradezco a Ud. también la carta que me ha remitido
y las noticias que me comunica” (7/2/1864).

Afirma que ha respetado estrictamente la ortografía, puntuación y acentuación,


en la forma empleada por el remitente, de manera que llegan a constituir una
foto impresión de las mismas. En las dos primeras ha dejado el encabezamiento:
“Señora Da. Josefita Gómez. Querida amiga mía”, omitidas en las restantes por
ser iguales a las anteriores. Raed valora la correspondencia, al igual que John
Lynch. Dice que debe tenerse en cuenta que este género de comunicación
adquiere mayor importancia “en cuanto a sinceridad y honradez de miras, cuando
no están destinadas a la publicidad, que las que puede expedir un mandatario en
sus actos de gobierno, mensajes y documentos oficiales diversos, siempre
condicionados a su accionar de política práctica, supeditadas a miras de interés
inmediato”. El autor aclara algunos motivos que le dieron origen a esta
vinculación epistolar. Embarcados el general, sus hijos, nieto y demás
acompañantes en el Centaur desde el 4 de febrero y antes de transbordar al
Conflict para su conducción a Inglaterra, el 10 de febrero, Manuela Rosas y
Ezcurra escribe a su amiga Pepita, anunciándole que en esos instantes
emprendían el viaje. Contestando a una de éstas se inicia una extensa,
continuada correspondencia, la que caracteriza como “casi siempre íntima y
familiar” (Sampay, ob. cit., p. 16).

La gran mayoría de sus escritos están llenos de referencias personales, en


especial por su falta de recursos. Constituye una obsesionante preocupación la
confiscación de sus bienes, de los que habla constante y repetidas veces:
“Nuestra pobre y penosa situación” (7/11/1863); “...yo no tengo recursos...”
(8/10/1864); “Esos pasos no puedo hacerlos... cómo y cuánto es mi pobreza”
(7/9/1865). Raed confirma que tal carencia de medios era real por el detalle del
dinero que logró llevar. Le resulta inexplicable cómo tuvo suficiente tiempo para
encajonar documentos oficiales originales, pero careció del indispensable para
recoger dinero y alhajas ya que entre su embarque y el comienzo del viaje
transcurrieron varios días, en que recibía mensajes y cartas de amigos, en los que
pudo procurarse recursos pues, un hombre práctico como Rosas, suponía que sus
bienes resultarían confiscados.
Coinciden estas misivas con los momentos en que nota decaimiento en la labor de
Josefa, que sufre desaires y hasta sospecha de familiares de Rosas, que la llegan
a suponer beneficiaria de esas contribuciones que gestiona para su amigo. En las
cartas no parece preocuparle mucho la circunstancia de haber sido declarado reo
sometido a la justicia común, no obstante que pudo ser condicionante para el
destino de sus bienes.

La biografía de Josefa, esta excepcional embajadora de Rosas desterrado es casi


desconocida, los rasgos más salientes de su personalidad se traslucen en las
misivas de Manuelita y su padre. Fue amiga de aquélla, pero no integraba su
círculo áulico, acaparado entre otras pocas por Juanita Sosa, que llamaba su
“edecanita”, que no fue llamada para cumplir el difícil papel encomendado a
Pepita, realizado con eficiencia. Las referencias sobre ella no son siempre
coincidentes. Josefa o Pepita Gómez había nacido en Buenos Aires y pertenecía a
una antigua familia uruguaya y era dueña de muchas propiedades. Poseía una
estancia a 14 leguas de la ciudad de Buenos Aires, posiblemente otras dos en
Entre Ríos y Uruguay. Carlos Ibarguren ha trascripto cartas entre ambas amigas
(Juan Manuel de Rosas, su vida, su drama, su tiempo, Buenos Aires, 1955).

En cuanto a su personalidad era exaltada en sus sentimientos personales e


inclinaciones políticas, todo lo medía dice Raed con el interés por la situación
de Rosas en el destierro. Como no estuvo ligada a la política durante su gobierno,
y hasta desconoce algunos hechos de gran repercusión en la época sobre los que
requerirá detalles en sus cartas. Tampoco mantuvo asiduo trato con Manuelita, ya
que no han alcanzado a tutearse, siendo mayor que ésta. A los familiares de Rosas
y sus más allegados colaboradores los va a tratar a pedido de aquél (ob. cit.,
p.18). Conoció la situación de Eugenia Castro, y la de los cinco hijos naturales de
Rosas.

Se ajusta a la realidad el planteo que hace Raed sobre la causa que determinó la
incondicional ayuda de esta leal persona. Después que Rosas cae pocos lo
defienden. Cree que el abandono de sus amigos y beneficiarios, es lo que la
impulsa a Josefa a constituirse en el centro de la lucha para ayudarlo
económicamente, y transformarse en una embajadora política y defensora de su
prestigio. No podría haber encontrado mejor intermediaria. Algunas veces no
estuvo de acuerdo con ella y “le señaló errores en algunos de sus procedimientos
y se resintió cuando no actuaba como autómata ante sus indicaciones”. Al mismo
tiempo, Pepita le reprochó algunas actitudes. Pero, a través de tantos años existe
una “remarcable lealtad y compenetración de la situación económica de Rosas,
aun cuando se tradujera en una gran dosis de exageración de parte de su amigo”
(Lynch, ob. cit.).

Veamos otros temas de esta fluida correspondencia, en las que analizó problemas
americanos: “Que dirán ahora los que consideren el de los antecedentes relativos
en la Administración Gobernada por el General Rosas? Qué aquellos de los que
miraban como a enemigo del Paraguay, del Estado Oriental y del Brasil? Bien claro
se está viendo cómo se están realizando todo cuánto he dicho, he escrito, he
seguido diciendo y escribiendo, hacen más de 30 años” (Rosas a J. Gómez,
4/12/1864). El 4 de abril de 1865 expresó: “Mi opinión entonces [1828] no lo fue
por la paz según se hizo, erigiendo a la Provincia Oriental en Estado soberano
Independiente, y dejando para más adelante el arreglo definitivo del tratado de
límites... dije varias veces al Cnel. Dorrego que la Provincia Oriental no pasaba
de una muy linda Estancia, si era comparada con la extensión; y poder del
Imperio” (...) Ciego el Gabinete Brasilero debe ya, más tarde o más temprano,
pagar la pena de las usurpaciones, pasadas, presentes y meditadas” (Rosas a
Josefa, 1865).

No admitió las libertades políticas (Temario..., cit. punto IX:) y, según Lynch, la
libertad de pensamiento, de expresión y de enseñanza eran para él la raíz de
todo el problema. Pensaba que esa clase de libertades permitían simplemente
que los charlatanes, “ésos que profesan falsas ideas, subversivos de la moral y el
orden público, explotaran sus puntos de vista conduciendo, una vez más, a la
anarquía y a la torre de Babel”.

El desarrollo de las ideas liberales y democráticas lo llenaba de horror,


especialmente después de 1850. Creía que también la Iglesia debía luchar para
defenderse, resistiendo los ataques del liberalismo y preservando el poder
temporal y, al papado, como una soberanía absoluta que conservaba la tradición
y lideraba la lucha contra la revolución. Pero para él el poder político del papado
era otra cosa. Se mostraba partidario de una efectiva dictadura del Papa, una
organización internacional de monarquías cristianas bajo la presidencia del
pontífice que habría de resolver los problemas del momento, contener a las
clases trabajadoras e impedir la anarquía. “La dictadura temporal del Papa, con
el sostén, y el acuerdo, en sus medidas externas, dados por los Soberanos
Cristianos, que quieren cooperar a la quietud del espíritu de sus súbditos” (Rosas
a J. Gómez, 22/10/1860).

Creemos acá oportuno recurrir a la lexicología para entender mejor a Rosas pues,
los términos libertad, igualdad, dignidad humana, soberanía (en época rosista,
independencia), etc. no tenían en el siglo XIX la significación actual. La vía
iniciada por María Cruz Seoane sobre el léxico de las Cortes de Cádiz, ha
determinado el surgimiento de un conjunto de estudios centrados en el
vocabulario político-social de los distintos períodos.

Expresó en 1865:

“No es el clima los que envilece la energía del hombre, sí las costumbres y la
educación” (7/1/1867). (Temario... cit., punto IX: Derechos Civiles y XI: Derechos
Sociales).

En 1872 cuando supo de los planes de Sarmiento y Avellaneda, dijo la educación:

“compulsoria (obligatoria) y libre... Dos palabras que se espantan de verse


juntas. La enseñanza libre... se convierte en arte de explotación en favor de
charlatanes; de los que profesan ideas falsas, subversivas de la moral o del orden
público, y de aquellos hombres sin conciencia que poco les importa frustrar el
porvenir de la juventud...” (Rosas a J. Gómez, 12/5/1872).

En esta carta afirmó que la enseñanza libre introducirá la anarquía en las ideas de
los hombres y que “en cuanto a las clases pobres, la educación compulsoria le
parece perjudicial y tiránica” porque “se les quita el tiempo de aprender y buscar
el sustento: de ayudar a la miseria de sus padres; su físico no se robustece para el
trabajo: se fomenta en ellos la idea de goces, que no han de satisfacer; y se les
prepara para la vagancia y el crimen”. Es decir pensaba que era dañosa para las
clases más pobres pues les impedía aprender un oficio, ganarse la vida y aceptar
su lugar en la sociedad. Rosas proponía herramientas para los trabajadores y
libros para la elite, un perjuicio que compartía con mucha gente de Inglaterra en
esa época” (Lynch, ob. cit., p. 328).

Se compadecía de los pobres y estaba al tanto de las condiciones de la clase


obrera (Temario..., cit., punto XI: Derechos sociales), pero dejaba librado a la
caridad y al gobierno paternal el remedio para la pobreza. Se oponía
terminantemente al movimiento de la clase obrera, que consideraba una
amenaza hacia la autoridad. “La plebe en esta tierra, sigue su camino insolente;
y los derechos continúan terribles”. “Los labradores arrendatarios, sin capital,
siguen trabajando sólo para pagar la renta y contribuciones. Viven así, pidiendo
para pagar; pagando para pedir”. “...en las clases vulgares desaparece cada día
más, el respeto al orden, a las leyes, y el temor a las penas eternas, solamente
poderes extraordinarios son los únicos de hacer respetar los Mandamientos de
Dios, las Leyes, el capital, y a sus poseedores? (Rosas a J. Gómez, 4/1/1870;
24/9/1871). Hay coincidencias con lo que anunció años antes, en sus confidencias
a S. Vázquez en 1829:

“...Rivadavia, Agüero y otros de su tiempo, pero a mi parecer todos cometían un


gran error: se conducían muy bien con la clase ilustrada, pero despreciaban a los
hombres de las clases bajas; porque Ud. sabe muy bien la disposición que hay
siempre en el que no tiene contra los ricos y superiores”.

Esto explica el afán de contener y dirigir a las clases populares. Hacia 1873,
cuando fue visitado por los Quesada como anticipamos, Rosas era un hombre
octogenario, hizo una evaluación sobre su gobierno y expuso su acostumbrada
apología: había impuesto un gobierno fuerte como única respuesta a la anarquía y
había gobernado como un servidor del pueblo (Lynch, ob. cit., p. 334).

III. Conclusión
El desarrollo de los aspectos anteriores nos ha permitido extraer conclusiones
parciales sobre el pensamiento de Rosas, el cual no es el de un pensador político
sino de un político que elaboró claros conceptos, con los que orientó su práctico
accionar en un gobierno fundamentalmente conservador, autocrático y
paternalista.

En primer lugar, cuando fue gobernante, redactó poco porque procedía y


actuaba. Por medio de algunas cartas y documentos se deducen ciertas ideas
políticas, mientras estuvo al frente de la Confederación, las que se han
destacado. Hubo identidad de pensamiento y acción.

En segundo término, cuando salió del poder desde 1853 a 1875 escribió mucho
y comenzó a justificar lo que hizo. Fuera del país desarrolló teóricamente varios
de sus actos.

Finalmente, de algunas de sus cartas se infiere que su pensamiento en el exilio no


fue distinto al que poseía cuando gobernó la Confederación, por ejemplo, su
concepción cosmológica, la antropológica, la constitucional, etc. De modo tal,
que varias de sus ideas políticas, las mantuvo inalterables a través de su vida” (La
negrita nos pertenece).

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