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Introducción
Por el espacio que se nos ha asignado, se hará referencia a una parte de este
análisis. Ha sido presentado para la aprobación del módulo IV de una Maestría de
Historia de las Ideas Políticas Argentinas, ya finalizada. Se han tenido en cuenta
varias consideraciones, entre otras, que las ideas mueven la historia y los
hombres rara vez actúan decisivamente si no es bajo el estímulo de las mismas,
las cuales indican valores, metas, objetivos. Así, las ideas, las teorías, los
movimientos intelectuales originan hechos históricos y acciones humanas. Pérez
Guilhou ha afirmado con acierto que, en las ideas políticas argentinas, se debe
buscar el pensamiento que inspira a las mismas, de modo que el conocimiento de
Locke, Montesquieu, Rousseau, Bossuet, etc., será importante en tanto se
exprese a través de Moreno, Paso, Alberdi, etc.
A través del análisis del libro de José Raed, titulado Juan Manuel de Rosas, Cartas
del exilio, 1853-1875, publicado en Buenos Aires hacia 1974 y otros documentos,
intentaremos dilucidar si en esas décadas hubo una misma línea en su
pensamiento o, si lejos del tiempo y del espacio, el político ya maduro efectuó
cambios en el mismo. Es decir, la hipótesis se reduce a determinar y verificar si
existió o no una continuidad en las ideas políticas y, a destacar algunas, en la
variada correspondencia.
Creemos que sus ideas en el exilio, no fueron muy distintas de las que poseía
cuando estuvo al frente de la Confederación. Y nos basamos para afirmarlo en
que reflexionó siempre lo mismo, por ejemplo, de la Revolución de Mayo.
Igualmente, el enfoque se enriquece si extendemos la mirada más adelante y
llegamos, a propuestas políticas institucionales, como su idea de Constitución. El
argumento de la Carta de Figueroa del año 1834, que contiene instrucciones y
reflexiones de Rosas a Quiroga (cf. V. SIERRA, Historia de la Argentina, VIII, pp.
353-356), lo hizo publicar nuevamente en 1851, cuando Urquiza se pronunció, y
hacía diecisiete años que lo había escrito. El concepto lo repitió otra vez en una
carta del exilio y, en 1873, cuando fue visitado por los Quesada Vicente y
Ernesto, su hijo historiador. Por tanto, durante cuarenta años, pensó
idénticamente sobre el tema constitucional, a pesar de vivir más de dos décadas
en Europa y que la mayor parte de los países de entonces (excepto, por ejemplo,
Inglaterra), tenían regímenes constitucionales. Este es otro elemento de juicio
para suponer que su pensamiento desde Europa no fue diferente al que tuvo
cuando gobernó la Confederación.
El género epistolar era muy usual, en siglos pasados, como modo de comunicarse.
El ex-gobernador no deja traslucir mucho en las misivas a Josefa. Comprobamos
la afirmación de Barba que la espontaneidad agresiva y las pasiones que
encienden la pluma de Quiroga (“Si yo tuviese la sangre tan helada como la nieve
de la cordillera de Los Andes, tal vez permaneciera unido al hombre de Santa Fe,
pero como por desgracia Dios me dio un genio incapaz de tolerar acciones viles y
bajas, no podré jamás hacer liga con el gigante de los santafesinos”, 1831) se
oponen a la cautela escurridiza de Rosas y a su construcción fría y geométrica.
Sabe que la política no se controla por la vía de los sentimientos puramente
afectivos, por lo que resulta a la postre con positivas ventajas (Correspondencia
entre Rosas y Quiroga, La Plata, 1945, p. 14). Alfredo de Brossard, Secretario del
almirante Lepredour dijo a Palmerston acerca del estilo rosista: “sus palabras no
son jamás categóricas, son difusas...”.
2. Ideas de Rosas
En este punto hemos elegido textos del estudio de Sampay y otras cartas de
Rosas, que contengan ideas expresadas también en su madurez, a fin de
comprobar similitudes y continuidades en algunas de ellas.
Hacia 1820 sostuvo que “los tiempos actuales no son los de quietud y de
tranquilidad que precedieron al 25 de Mayo. Entonces la subordinación estaba
bien puesta; las guardias protegían las líneas (contra los indios); sobraban
recursos...; el fuego devorador de las guerras civiles no nos abrazaba... había
unión”.
En 1836 dijo en el célebre discurso pero no muy difundido del 25/5, que no nos
habíamos rebelado en 1810 contra el soberano legítimo, sino que se había
actuado para conservarle su autoridad por fidelidad y que, la ingratitud, y
posterior incomprensión de las autoridades peninsulares, nos obligó a separarnos.
Sampay ha interpretado que no se trata de la valoración de Rosas sobre dicho
suceso, ni su versión sobre lo que realmente aconteció, sino que repetía la
explicación oficial que el Congreso de Tucumán había hecho de tales sucesos en
el Manifiesto del 25 de octubre, justificando la declaración de la independencia.
Se pronunció así acerca de las clases sociales: “Yo considero en los hombres de
este país, dos cosas: lo físico y lo moral”. La gente ilustrada... es lo que yo llamo
moral...y los hombres de la clases bajas, los de la campaña, que son la gente de
acción... son lo físico”. Estos últimos constituían la masa federal junto con el
vulgo de la ciudad. Pensaba que la materia con la cual el político realizaba su
arte era el pueblo, y la buena o mala obra dependía exclusivamente de la calidad
del político y a la cual, para ello, debía conocerla cabalmente. Para lograr su
designio revolucionario, consiguió el apoyo de los sectores bajos de la sociedad.
Se convenció siendo joven que el gobierno ideal debía ser paternalista y ello se
destaca en una nota que remitió al Director Supremo: “...la dirección paternal de
V. E.”. “V. E. como Padre Universal ha querido por ello acoger la turbación de las
clases infelices”. En el exilio pensó igual pues dijo a Quesada: “Para mi el ideal
del gobierno es el autócrata, paternal, inteligente, desinteresado e infatigable,
enérgico y resuelto a hacer la felicidad de su pueblo” (1873). Además, debía ser
hereditario, ya que con los antiguos creía que tanto las virtudes intelectuales del
político, por ejemplo, la rápida penetración de la inteligencia para discernir lo
que corresponde, como las morales, verbigracia, la intrepidez en la acción, se
heredan como predisposiciones físicas y que, existiendo semejante base, es
posible un adoctrinamiento adecuado. Agrega Sampay que sugirió como herederos
a sus hijos: “En Manuela... tienen ustedes una heroína... Sí el mismo (valor) de la
Madre (...) ¿Y Juan? Está en el mismo caso: son los dos dignos hijos de mi amante
Encarnación, y si Yo falto por disposición de Dios en ellos han de encontrar
ustedes quienes puedan sucederme” (1839).
Acusa a los innovadores de ser los causantes de la anarquía. “Sed precavidos mis
compatriotas aconseja a los habitantes de Buenos Aires pero más sedlo con los
innovadores, tumultuarios y enemigos de las autoridades” (1820). Según Rosas,
las logias masónicas eran las promotoras de la subversión que sufría el mundo.
“Las logias establecidas en Europa ramificadas infortunadamente en América,
practican teorías desorganizadoras y propendiendo al desenfreno de las pasiones,
asestan golpes a la república, a la moral, y consiguientemente a la tranquilidad
del Mundo. Y este espíritu de disolución ha penetrado infortunadamente hasta en
alguna parte del clero” (Rosas a Pío IX, 1851).
Las adictas masas federales no debían gozar de libertad política (Temario..., ob.
cit., punto X: Derechos y prácticas políticas). Rosas explica su régimen electoral
con los siguientes términos: “Mucho se ha escrito y hablado entre nosotros del
sistema constitucional; pero en materia de elecciones como en otras, la práctica
ha estado bien distante de las doctrinas más ponderadas. A todos los gobiernos
anteriores se les ha reprochado como un crimen y a sus amigos como un signo de
servilidad mezclarse en las elecciones de Representantes dentro de los términos
de la ley. Esto ha dado lugar a mil efugios y a la misma corrupción. El Gobernador
actual, dejando alejar de entre nosotros esas teorías engañosas que ha inventado
la hipocresía y dejar establecida una garantía legal permanente para la
autoridad, ha dirigido por toda la extensión de la Provincia, a muchos vecinos y
magistrados respetables, listas que contenían nombres de aquellos ciudadanos,
que en su concepto merecían representar los derechos de su patria, con el objeto
de que propendiesen a su elección, si tal era su voluntad” (Rosas, Mensaje a la
décimo cuarta Legislatura, 1/1/1837). Comenta Sampay: “A este respecto
acotejamos lo siguiente: cuando el historiador Emilio Ravignani encontró una
documentación demostrativa de cómo Rosas preparaba un comicio para designar
diputados, presentó como parodia electoral lo que era la mecánica legal de las
elecciones de representantes a la Legislatura” (ob. cit, p. 60).
Añade el autor que cuando la Iglesia Católica (Temario..., ob. cit., punto X:
Fuerzas políticas, H) se propone a través de un enviado del Papa “poner en orden
la recta institución del clero, promover y conservar la disciplina eclesiástica”,
Rosas le contesta al Sumo Pontífice que, para ello, es indispensable la inmediata
intervención del Gobierno, en ejercicio del Patronato, y protecciones que le
competen, para defender los fueros, libertades y disciplinas de la Iglesia
Nacional, para precaverse de sus enemigos y para prevenir las terribles
consecuencias de las pasiones y de la anarquía” (Rosas a Pío IX, 1851). Fue un
regalista, subordinó la Iglesia al Estado.
Años después, en 1861, fuera del poder, escribe a Urquiza desde Southampton,
para remitirle copia de su carta a Quiroga. En el párrafo que precede a la
transcripción de dicho documento, le exhorta: “No confíe V. E. para su tranquila
vejez, en el actual estado de esas Repúblicas. Vea V. E. cómo se va realizando
todo lo que he dicho, y he escrito desde el año 34, respecto a lo trabajoso y
difícil que es el gobierno Republicano federal; también mis opiniones referentes a
una situación ardiente en las pasiones del mundo civilizado” (5/8/1861). Comenta
Sampay que, por fidelidad a su posición adversa a las implicancias sociales de la
civilización moderna, oponíase tanto al establecimiento de las instituciones
democráticas como al de un mercado interno nacional, que permitiera la
incorporación de todas las regiones del país a la órbita comercial del capitalismo
europeo. Y, en cambio, quería que las provincias, a las que con propiedad
designaba “Repúblicas” concorde a la naturaleza de las entidades integrantes de
una Confederación, permanecieran en la dispersión de un aislamiento feudal,
como modo de preservarles su antiguo régimen social y de desvincularlas de la
revolución del mundo contemporáneo (Sampay, ob. cit., p. 65). Pensamos que
estos textos de 1834 y 1861 muestran claramente la lealtad a sus principios.
Debemos recordar que, desde 1835, era protector de la religión pues, la sala de
representantes local, al designarlo gobernador, lo invistió con la suma del poder
público con dos imposiciones: de conservar, defender y proteger la religión
Católica y la causa de la Federación (V. Tau Anzoátegui,, Manual de Historia de
las Instituciones, Bs. As., 1996, 6ta. ed., p. 311). La defensa de la fe católica era
una de las finalidades fundamentales de la dictadura y cuando se quería
caracterizar a sus enemigos se decía que eran de religión libertinos, herejes que
han blasfemado de... nuestro culto divino” (J. L. Romero, Las ideas políticas en
Argentina, Bs. As., 1986, p. 126).
En su vida privada, recibió una sólida educación religiosa impartida por su madre.
Cuando ésta falleció, en 1845, el Obispo Mariano Medrano y el Canónigo Dr.
Miguel García le enviaron una carta que Rosas agradeció así: “Sus reflexiones
elevan mi espíritu de la aflicción de los presentes momentos a la resignación
cristiana, a los decretos adorables de la divina Providencia” (21/12/1845, J.
Irazusta, ob. cit., V, p. 67).
“Mi funeral debe ser solamente una misa rezada sin pompa, ni aparato alguno.
Mi cadáver será sepultado en el cementerio católico de Southampton, en una
sepultura moderada, sin lujo de clase alguna, pero sólida, segura y decente… En
ella se pondrán a la par de los míos, los de mi compañera Encarnación y los de
Padre y Madre, si el Gobierno de Buenos Ayres, lo permite...”.
Siete años después retomó la idea: “...aun sigo estudiando lo que somos los
hombres. Su ferocidad y de todo cuanto malo que somos capaces. No se fíe Ud.
de ninguno, ni de mi, porque ninguno hay bueno. Así nos hizo Dios. Es éste uno de
los Santos misterios, que requieren bien profundo estudio. No se case Ud. mi
buena amiga. Siga en la libertad posible que goza” (Rosas a J. Gómez,
17/12/1865). Meses antes le dijo: “Siempre hay algunos hombres que sirven como
el paraguas en tiempo borrascoso, para volver al rincón pasada la tormenta”.
Una lectura superficial de El Príncipe muestra el profundo pesimismo de
Maquiavelo en lo que concierne a la naturaleza humana. Despreciaba a los
hombres y se complacía en presentárnoslos bajo los aspectos más negativos y
mortificantes: eran bajos, más apegados a sus bienes que a su propia sangre, y
estaban siempre dispuestos a cambiar de sentimientos y pasiones. En el capítulo
XVII su autor sentencia: “Porque los hombres, puede decirse generalmente que
son ingratos, volubles, dados al fingimiento, aficionados a esquivar peligros, y
codiciosos de ganancias: mientras se les favorece, son completamente leales y
ofrecen su sangre, sus haciendas, su vida y hasta sus hijos, como lo he dicho
anteriormente, siempre que el peligro de aceptar sus ofertas esté lejano: pero si
éste se acerca, se sublevan”. La fuente lo expresa de este modo: “...degli uomini
si può dir questo generalmente, che sieno ingrati, volubili, simulatori, fuggitori
de pericoli, cupidi di guadagno: e mentre fai lor bene, sono tutti tuoi, ti
offeriscono il sangue, la roba, la vita, de y figli... quando il bisogno è discosto;
ma quando ti si appressa, si rivoltano”). Afirmó que: “Los hombres temen menos
ofender a quien se hace amar que al que inspira temor; porque la amistad es sólo
un lazo moral, lazo que por ser los hombres malos rompen en muchas ocasiones,
dando preferencia a sus intereses; pero el temor lo mantiene el miedo a que
constantemente se quiere evitar”.
Era primo segundo por línea materna de Juan José, Tomás Manuel y Nicolás de
Anchorena. Desde Inglaterra dijo que sirvió a los intereses de ellos durante su
larga actuación pública. Ante el silencio que guardaron sus parientes
beneficiados, tuvo también duras expresiones contra quienes y para quienes había
gobernado. Les reclamaba remuneraciones, que hizo constar en su testamento,
por haberles administrado estancias entre 1818 y 1830. “...mis gastos en las
comisiones a Santa Fe, Entre Ríos y en otras diferentes empresas patrióticas...”
(Testamento, cláusula 24). Cuando ya su decepción no tenía esperanza alguna de
recuperar el precio de su trabajo en campos de los Anchorena, retribuciones que
venía peticionando desde 1852, calculadas en más de 60.000 pesos fuertes
metálico, escribe a su hijo político el 7 de diciembre de 1859: “...Sí, esos
Anchorenas, y muy señaladamente el tal Dn. Nicolás, qué hombre tan malo, tan
impío, tan hipócrita y tan bajo, ¡tan asqueroso e inmundo!
A Máximo Terrero (7/12/1863) le comentó: “Entré y seguí por ellos y por servirlos
en la vida pública. Durante ella los serví con notoria preferencia en todo cuanto
me pidieron y... me necesitaron. Esas tierras que tienen, en tan grande escala,
por mí se hicieron de ellas, comprándolas a precios moderados. Hoy valen muchos
millones...”. Nunca obtuvo el pago de la deuda. Años después expresó: “...los
que se decían mis amigos, al morir, ni antes ni nada, absolutamente nada me han
dejado. El Sr. Nicolás Anchorena ni me escribió ni pagó mas de sesenta mil pesos
fuertes metálicos que me debía” (Rosas a J. Gómez, 22/5/1866).
Concibió también la naturaleza humana caída, pero redimible y lo dijo así: “El
hombre verdaderamente libre, es el que exento de cualquier temor infundado, y
de cualquier deseo innecesario... está sujeto a los mandamientos de Dios, al
dictado de su conciencia, y de una sana razón. Nunca es tarde para alcanzar a
saber algo, o para hacer algo agradable a Dios, y a los hombres, si se cultiva el
entendimiento” (19/1/1870).
Puede haber sido influenciado, además, en algunos aspectos por Hobbes en que la
tendencia fundamental del hombre es el egoísmo; que el Estado debe ser
absoluto en el sentido de que todo depende de él: la política, la moral y la
religión; que los que firman el pacto, son todos los miembros de una comunidad
que entregan sus derechos al soberano; que no hay derecho a la revolución.
Las cartas entre Rosas y Quiroga, desde 1831 a 1834, se refieren al problema de
la organización nacional, el cual fue enfocado por ambos con distinto criterio. Los
caudillos López, Ibarra y Quiroga la miraron como el coronamiento lógico de sus
luchas. La oposición de Rosas fue tímidamente expresada en un principio y luego
con energía. Dice Barba que en torno a la reclamación provinciana, de quien el
riojano era su vocero, y de la oposición porteña el exponente más calificado era
Rosas, gira lo más importante de la correspondencia de los dos representantes
más genuinos del partido federal, a los que califica como federales no
convencidos (Barba, Correspondencia... cit., p. 10).
También expresó: “No habiendo pues hasta ahora entre nosotros, como no hay,
unión y tranquilidad, menos mal es que no exista esa Constitución que sufrir los
estragos de su disolución”. ¿Cómo lograr esa unidad deseada y necesaria? Ante
todo, adoptando un punto de vista esencialmente empírico: “en este lastimoso
estado es preciso crearlo todo de nuevo, trabajando primero en pequeño y por
fracciones para entablar después un sistema general que lo abrace todo” (E.
Barba, Correspondencia entre Rosas, Quiroga y López, Bs. As., 1958, pp. 98-103).
Tau Anzoátegui cree que las ideas de Rosas sobre la Constitución no variaron
durante su largo gobierno, pues aún en 1851 en pleno brote constitucionalista, sus
adictos insistían en las viejas ideas y reproducían, como mejor argumento, la
mencionada carta dirigida al caudillo de La Rioja en 1834 (Ob. cit., 6a. ed., pp.
318-19). Firme dentro de este sistema de ideas, postergó todo intento de
organización del Estado y se dispuso mantener el statu quo del país (J. L. Romero,
ob. cit., p. 124).
En 1864, se refirió al tema: “Tengo ya derecho para que se miren con más
consideración y estudio, mis palabras, porque todo cuánto he dicho desde el año
34, y he seguido diciendo hasta hoy, se está realizando, y viniéndose a la carga
(en ese país) en el Norte y Sud de América, y en Europa. En nada me he
engañado. Todo lo que he dicho está escrito en muchos documentos, que no
pueden dejar de ser registrados en la Historia” (Rosas a Josefa, 7/2/1864).
Hacia 1835 justificó “un poder sin límites” contra toda tradición republicana, que
fue avalado por la unánime voluntad popular (Temario..., cit., punto VIII) como
necesario para eliminar la anarquía: “He cuidado de no hacer otro uso que el muy
preciso con relación al orden y tranquilidad general del país” (Barba,
Correspondencia... cit., p. 310). Este argumento de gobernante lo retomó cuando
era un octogenario en la famosa entrevista en la que evaluó su gobierno. Dijo que
se hizo cargo de un país anárquico, dividido, desintegrado, arruinado e inestable,
“un infierno en miniatura” y añadió que: “Para mi el ideal de gobierno feliz sería
el autócrata paternal, inteligente, desinteresado e infatigable... he admirado
siempre a los dictadores autócratas que han sido los primeros servidores de sus
pueblos”. (Sampay, p. 215, cit. por John Lynch, Juan Manuel de Rosas, Bs. As.,
1984, p. 349). En esta nota se comprueba nuevamente una identidad en su
ideario.
Respecto a las formas de gobierno (Temario... cit., punto VI, D.) Rosas enunció:
“...son asunto relativo, pues monarquía o república pueden ser igualmente
excelentes o perniciosas, según el estado del país respectivo; ése es
exclusivamente el nudo de la cuestión: preparar a un pueblo para que pueda
tener determinada forma de gobierno y, para ello, lo que se requiere son
hombres que sean verdaderos servidores de la Nación... pues bajo cualquier
Constitución, si hay tales hombres el problema está resuelto, mientras que si no
los hay cualquier Constitución es inútil y peligrosa”. “El bien del país es para mi
antes que todo” (1821).
Barba afirma que los dos bandos en que se divide la historiografía referida a
Rosas, coinciden en que éste y Quiroga fueron los representantes más genuinos
del partido federal, sus más leales servidores y sus más conscientes intérpretes y
que ninguno de los dos eran federales convencidos (Correspondencia... cit, p.
12). En su estudio hay dos cartas. El caudillo riojano le dice a Rosas: “Yo no soy
federal, soy unitario por convencimiento; pero sí con la diferencia de que mi
opinión es muy humilde y que yo respeto demasiado la de los pueblos
constantemente pronunciada por el sistema federal” (12/1/1832). Rosas escribió
a Quiroga: “estoy persuadido de que la Federación es la forma de Gobierno mas
conforme con los principios democráticos con que fuimos educados en el estado
colonial... pero aun así siendo Federal por íntimo convencimiento me
subordinaría a ser Unitario si el voto de los pueblos fuese por la Unidad”
(28/2/1832). Sampay en su estudio expresa lo que dijo años antes: “Es que Rosas,
según lo confiesa “es unitario por principios, pero la experiencia lo ha hecho
conocer que es imposible adoptar en el día tal sistema porque las provincias lo
contradicen, y las masas en general lo detestan, pues al fin sólo es mudar de
nombre” (ob. cit, p. 61, carta de Rosas a T. Guido, 1829-30).
Por último, queremos manifestar que Carlos Egües ha elaborado cuatro niveles
aplicables al ámbito de las reflexiones políticas. Considerando lo hasta aquí
analizado, creemos que se dieron en Rosas y su época tres de ellos: el segundo,
tercero y cuarto. El primero alude al ámbito de la teoría política y se caracteriza
por ser el plano de las reflexiones sistemáticas en torno a lo político, el mayor
rango cognoscitivo, el ámbito de la teoría filosófica o de la teoría científica de la
política. Rosas no tuvo una actitud teórica, pero reflexionó sobre el momento
histórico del país y elaboró un programa. El segundo nivel corresponde a las
doctrinas políticas y se refiere a formas del pensamiento político que, con menor
preocupación por lo sistemático, ponen el acento en lo programático, en un
proyecto a realizar en una comunidad dada. El contenido se sostiene en
apreciaciones teóricas sobre la realidad política. Hay una preeminencia del
objetivo práctico político: lo estrictamente racional cede en beneficio de la
voluntad política (Pacto Federal de 1831; Carta de la Hacienda de Figueroa de
1834; Discurso del 25 de Mayo de 1836).
Los primeros años fueron los más amargos y, la primera década de su exilio, la
más triste. Sus hijos lo acompañaron, pero Juan retornó pronto a Buenos Aires; en
cambio Manuela, que había sido una gran colaboradora, vivió con él pero antes de
seis meses se casó con Máximo Terrero, hijo del antiguo socio de Rosas, que la
siguió voluntariamente al exilio. Para su padre era una traición, una “inaudita
crueldad” porque lo dejaba solo en el mundo, cuando más la necesitaba (Rosas a
Petrona Villegas, 1855, cit. por Lynch, p.363). En los años siguientes, Manuelita
se fue con su marido y sus dos hijos a vivir a Londres, y lo hizo hasta su deceso en
1898, lo cual produjo un distanciamiento con su padre. Lynch interpreta que su
depresión aumentó, alimentada por la soledad y auto conmiseración. Ése era su
estado de ánimo cuando concluyó toda relación con Manuela y su marido, y hasta
les advirtió que no le escribieran: “Si lo hacen perderán su tiempo, las estampas,
o porte, puesto que sin abrir las cartas, cajones, o lo que fuere, devolveré a Uds.
todo lo que sea. También ruego a Uds. que no vengan a verme”. La derrota y los
celos se combinaban para desmoralizarlo. Rosas expresó por entonces: “si
consideran lo que he sido, lo que soy”, y por momentos pensaba que estaba
“verdaderamente loco” (Rosas a Máximo Terrero, 13/6/1861).
Su placer principal consistía en cabalgar solo en New Forest, donde pasaba largas
horas condenando a los hombres. En 1864 relató a Josefa su vida cotidiana: “No
fumo, no tomo rapé, vino, ni licor alguno, no asisto a comidas, no hago visitas, ni
recibo, no paseo, ni asisto al teatro, ni a diversiones de clase alguna. Mi ropa es
la de un hombre común. Mis manos y mi cara son bien quemadas y bien acreditan
cuál y cómo es mi trabajo diario incesante, para en algo ayudarme. Mi comida es
un pedazo de carne asada, y mi mate. Nada más” (7/8/1864). “...yo no tengo
recursos, ni para hacer, ni para recibir, ni para pagar visitas” (8/10/1864).
Leyó mucho en Southampton y en sus cartas citó a San Ignacio, Platón, Isócrates,
Gorgias (Rosas a Josefa, 19/1/1870). Aspiraba a ser escritor y hablaba de libros
sobre política y filosofía que estaba preparando, pero ninguno fue redactado.
Para finalizar, creemos de interés destacar lo que Lynch piensa de los textos
desde Inglaterra: “...la mayor parte de los escritos de Rosas estaba en forma de
cartas y, de éstas, especialmente, las de su correspondencia con Josefa Gómez,
es posible reconstruir su pensamiento político y social”.
Las cartas están firmadas por Juan Manuel de Rosas con rúbrica completa, y
desde el 7 de febrero de 1864 utiliza la media firma. Tenía la precaución de
guardar un duplicado de lo que escribía: “Es adjunta una copia de mi carta Mayo
4 de 53 que Ud. no ha recibido” (Rosas a Josefa, carta segunda, 4/7/1854). En
otra, de 1858, le indica a su amiga cómo debe enviarle la correspondencia:
“Mucho aprecio a v. los impresos. Los que viene de ese País a éste no pagan
porte. Fue debidamente arreglado eso por ambos Gobiernos en la Administración
del General Rosas. Así todo lo que v. tiene que hacer... es formar paquetes...y
poner en los dobleces la parte de los avisos para afuera “Al Sor. General Rosas.
Southampton”. Así los paquetes los debe v. llevar al Consulado Inglés. De este
modo debe v. estar segura que los impresos llegarán a mis manos sin demora (...)
Reitero a v. mis sinceras gracias, por su buenos oficios, en orden a la defensa de
mi honor, mis derechos, mi protesta y su objeto” (7/5/1858). “Podría yo alguna
vez haber dudado de los sanos sentimientos de Ud. de la nobleza de su alma, de
su corazón y su amistad. No; y fue por eso que bien seguro de su lealtad, y de sus
virtudes, la he preferido para que ayude en mis bien penosas circunstancias.
Solamente viendo Ud. mi corazón, pudiera alcanzar a conocer cuánto es mi
agradecimiento...”. “Mucho agradezco a Ud. también la carta que me ha remitido
y las noticias que me comunica” (7/2/1864).
Se ajusta a la realidad el planteo que hace Raed sobre la causa que determinó la
incondicional ayuda de esta leal persona. Después que Rosas cae pocos lo
defienden. Cree que el abandono de sus amigos y beneficiarios, es lo que la
impulsa a Josefa a constituirse en el centro de la lucha para ayudarlo
económicamente, y transformarse en una embajadora política y defensora de su
prestigio. No podría haber encontrado mejor intermediaria. Algunas veces no
estuvo de acuerdo con ella y “le señaló errores en algunos de sus procedimientos
y se resintió cuando no actuaba como autómata ante sus indicaciones”. Al mismo
tiempo, Pepita le reprochó algunas actitudes. Pero, a través de tantos años existe
una “remarcable lealtad y compenetración de la situación económica de Rosas,
aun cuando se tradujera en una gran dosis de exageración de parte de su amigo”
(Lynch, ob. cit.).
Veamos otros temas de esta fluida correspondencia, en las que analizó problemas
americanos: “Que dirán ahora los que consideren el de los antecedentes relativos
en la Administración Gobernada por el General Rosas? Qué aquellos de los que
miraban como a enemigo del Paraguay, del Estado Oriental y del Brasil? Bien claro
se está viendo cómo se están realizando todo cuánto he dicho, he escrito, he
seguido diciendo y escribiendo, hacen más de 30 años” (Rosas a J. Gómez,
4/12/1864). El 4 de abril de 1865 expresó: “Mi opinión entonces [1828] no lo fue
por la paz según se hizo, erigiendo a la Provincia Oriental en Estado soberano
Independiente, y dejando para más adelante el arreglo definitivo del tratado de
límites... dije varias veces al Cnel. Dorrego que la Provincia Oriental no pasaba
de una muy linda Estancia, si era comparada con la extensión; y poder del
Imperio” (...) Ciego el Gabinete Brasilero debe ya, más tarde o más temprano,
pagar la pena de las usurpaciones, pasadas, presentes y meditadas” (Rosas a
Josefa, 1865).
No admitió las libertades políticas (Temario..., cit. punto IX:) y, según Lynch, la
libertad de pensamiento, de expresión y de enseñanza eran para él la raíz de
todo el problema. Pensaba que esa clase de libertades permitían simplemente
que los charlatanes, “ésos que profesan falsas ideas, subversivos de la moral y el
orden público, explotaran sus puntos de vista conduciendo, una vez más, a la
anarquía y a la torre de Babel”.
Creemos acá oportuno recurrir a la lexicología para entender mejor a Rosas pues,
los términos libertad, igualdad, dignidad humana, soberanía (en época rosista,
independencia), etc. no tenían en el siglo XIX la significación actual. La vía
iniciada por María Cruz Seoane sobre el léxico de las Cortes de Cádiz, ha
determinado el surgimiento de un conjunto de estudios centrados en el
vocabulario político-social de los distintos períodos.
Expresó en 1865:
“No es el clima los que envilece la energía del hombre, sí las costumbres y la
educación” (7/1/1867). (Temario... cit., punto IX: Derechos Civiles y XI: Derechos
Sociales).
En esta carta afirmó que la enseñanza libre introducirá la anarquía en las ideas de
los hombres y que “en cuanto a las clases pobres, la educación compulsoria le
parece perjudicial y tiránica” porque “se les quita el tiempo de aprender y buscar
el sustento: de ayudar a la miseria de sus padres; su físico no se robustece para el
trabajo: se fomenta en ellos la idea de goces, que no han de satisfacer; y se les
prepara para la vagancia y el crimen”. Es decir pensaba que era dañosa para las
clases más pobres pues les impedía aprender un oficio, ganarse la vida y aceptar
su lugar en la sociedad. Rosas proponía herramientas para los trabajadores y
libros para la elite, un perjuicio que compartía con mucha gente de Inglaterra en
esa época” (Lynch, ob. cit., p. 328).
Esto explica el afán de contener y dirigir a las clases populares. Hacia 1873,
cuando fue visitado por los Quesada como anticipamos, Rosas era un hombre
octogenario, hizo una evaluación sobre su gobierno y expuso su acostumbrada
apología: había impuesto un gobierno fuerte como única respuesta a la anarquía y
había gobernado como un servidor del pueblo (Lynch, ob. cit., p. 334).
III. Conclusión
El desarrollo de los aspectos anteriores nos ha permitido extraer conclusiones
parciales sobre el pensamiento de Rosas, el cual no es el de un pensador político
sino de un político que elaboró claros conceptos, con los que orientó su práctico
accionar en un gobierno fundamentalmente conservador, autocrático y
paternalista.
En segundo término, cuando salió del poder desde 1853 a 1875 escribió mucho
y comenzó a justificar lo que hizo. Fuera del país desarrolló teóricamente varios
de sus actos.
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