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Precuelas de “El hombre Moisés y la religión monoteísta”, de Sigmund

Freud

Moisés constituye una de esas figuras que no ha cesado de acicatear la imaginación de la


humanidad. Referente insoslayable de los tres monoteísmos, ha sido abordado desde campos
diversos y contradictorios: kabalá y teología, filosofía, arqueología, historia y filología bíblica, y
una pléyade de disciplinas artísticas. Tampoco existe acuerdo dentro de cada uno de estos
campos. ¿Cómo es que el psicoanálisis se inclinó por arar en esa tierra histórica-mítica-
novelesca? ¿Cómo abordar el enigma de que Sigmund Freud, un ateo canceroso y moribundo,
con el pangermanismo nazi ardiendo también en Austria, publicara su última obra en vida
dedicada a Moisés, quien según él fue un jerarca egipcio asesinado por los hebreos recién
liberados?

Aquí lo abordaremos yendo hacia atrás y hacia adelante. Imaginamos que algunas de las
causas1 de que Freud escriba esa “novela histórica”2 fueron el resultado de situaciones,
impresiones y hallazgos (o más específicamente: omisiones, rupturas y sacrilegios) ocurridos
entre los años 1912 y 1914, por lo menos 20 años antes de la publicación del primer ensayo
sobre Moisés. Se invita al lector a visitar una genealogía arbitraria de uno de los textos más
extraños –y el último– de la voluminosa obra de Freud.

Isaac, Abraham y Amenhotep IV

Corría el año 1908, cuando Sigmund Freud, aún jovial y jocoso, le contaba a Theodor Reik el
siguiente chiste:

«En el colegio primario le preguntan a Itzik: "¿Quién fue Moisés?", y el chico responde:
"Moisés fue el hijo de una princesa egipcia". "No es cierto", dice el maestro, "fue hijo de
una madre hebrea. La princesa egipcia encontró al bebé en un canastito". A lo que Itzik
contesta: "¡Eso es lo que dice ella!"» 3

El pequeño Itzjik, discípulo ignoto de los “maestros de la sospecha” (una feliz expresión
acuñada por Ricoeur), cautiva a ese Freud que ya había postulado la idea de que a los chistes
hay que tomárselos en serio. Aunque hoy lo consideremos quizá trillado tender a los chistes en
la mesa de disección, a comienzos del Siglo XX el gesto tenía una potencia subversiva que al
psicoanálisis le convendría tener muy presente.

Moisés no dejará de acecharlo. Su origen tampoco. Cuando años después leyera las primeras
líneas del libro de Ernst Sellin, publicado en 1922, la cuestión para Freud seguirá en actividad
subterránea, como un magma: “La pregunta final y más importante de toda investigación
sobre la religión israelita judía seguirá siendo siempre: ¿Quién era Moisés?” 4 Esa pregunta
disparada por Sellin dará en el blanco más de una década después en “El hombre Moisés y la
religión monoteísta” (MRM), tres ensayos publicados entre 1934 y 1938.

Resulta insólito que en ninguno de los tres ensayos se haga la mínima alusión a la conferencia
pronunciada por su colega y discípulo Karl Abraham en 1912 5. Especialmente si consideramos
que Abraham fue fiel al maestro hasta el final, a diferencia de otros integrantes de su círculo
íntimo. Sin embargo, Freud sí referencia e incluso se apoya en la obra de otro miembro del
comité, aunque para ese entonces menos cercano. Se trata del libro de Otto Rank publicado en
1909, “El mito del nacimiento del héroe” 6, un texto ágil y delicioso, muy leído por cualquier
guionista de cine, ya que ciertas estructuras narrativas antiquísimas no cesan de reciclarse.

¿Cómo es posible semejante omisión por parte de Freud? Disculpando al maestro, uno podría
suponer que la conferencia de Abraham tenía poco que ver con el tema de MRM. Aquí es
cuando conviene adoptar la lógica suspicaz del pequeño Itzik: “eso es lo que dice Freud”. Pero
Freud calló. Habrá que leer a Abraham e imaginar el resto.

“Amenhotep IV: una contribución psicoanalítica para la comprensión de su personalidad y del


culto monoteísta de Atón”7. Ese largo título ya sitúa un elemento fundamental en la tesis del
MRM: el culto monoteísta de Atón, supuesto monoteísmo original previo al del pacto entre
Moisés y los hebreos8.

Aquí encontramos algunos elementos cruciales del texto de Abraham. El primero es la clara
anticipación que el autor hace a las ideas que Freud articulará 22 años después. En varios
pasajes señala tanto la ruptura entre el dios de Amenhotep IV (quien cambió su nombre a
Akenatón) y los demás dioses egipcios, así como la continuidad evidente entre algunos
aspectos de la religión de Atón y el monoteísmo veterotestamentario. Por ejemplo, Atón no es
“un dios entre, o por encima de otros dioses, sino el único dios, no un dios local sino universal,
de quien todas las criaturas están igualmente cercanas” 9.
También tenemos que Atón, el único dios, es un dios amante, infinitamente bueno (algo
novedoso para la época, ya que para hacerse respetar, un dios tenía que mostrarse cruel y
despiadado), que no conoce el odio, los celos y el castigo que luego serán característicos de
Yahvé. Aún más, Akenatón prohibió cualquier representación pictórica del dios, otra extraña
coincidencia con las leyes del Moisés bíblico.

Pero lo que más sorprende es el himno a Atón, aquél por el cual el joven faraón, enfrascado en
su composición, abandonó todas las tareas monárquicas y permitió que su imperio se
despedazara. El texto de Abraham lo reproduce en su totalidad, tomándolo de “The dawn of
conscience”, de Breasted. Tolere el lector una extensa cita, aunque incompleta, más bien a
modo de registro y por celebrar el hallazgo, debido a la dificultad de dar con este himno en
español. Destacamos en cursiva algunos aspectos curiosamente similares a la liturgia judía.

Himno a Atón y los salmos hebreos

«Asomas bellamente en el horizonte del cielo

¡oh viviente Atón, que fuiste el Comienzo de la vida!


Cuando surgiste en el horizonte oriental,
Llenaste toda la tierra con tu belleza.
Eres hermoso, grande, rutilante, estás muy alto sobre todas las tierras,
Tus rayos abarcan las tierras, hasta el mismo confín de todo lo que has creado (…)
Cuando te pones en el horizonte occidental del cielo (…)
Todos los leones salen de sus guaridas,
Todas las serpientes muerden.
La oscuridad se extiende,
El mundo está en silencio,
Aquél que ha creado a todos descansa en su horizonte.
Brilla la tierra cuando surges en el horizonte (…)
Los hombres se despiertan y se yerguen sobre sus pies
Cuando tú los has hecho levantar.
Lavan sus miembros, se ponen sus vestidos,
Alzan los brazos en adoración de tu aparición.
Entonces hacen su trabajo en todo el mundo (…)
Creador del embrión en la mujer,
Que hiciste la simiente en los hombres,
Haces vivir al hijo en el cuerpo de su madre,
Calmándolo para que no llore
Lo nutres aún en las entrañas
¡Otorgas la respiración para mantener vivos a todos los seres que creaste!
Cuando aquél sale del cuerpo (de su madre) el día de su nacimiento,
Tú abres enteramente su boca,
Tú suples sus necesidades (…)
¡Cuán múltiples son tus obras!
Están ocultas para los hombres
Oh, único Dios, aparte del cual no hay ningún otro.
Creaste la tierra de acuerdo con tu corazón.
Cuando tú estabas solo:
Hasta los hombres, todos los rebaños de ganado y los antílopes;
Todos los que están sobre la tierra (…)
Y sus días están contados (…)»

Breasted y otros han señalado aspectos que nos recuerdan los salmos hebreos. Por ejemplo,
compárese con un fragmento del Salmo 104:

«El sol conoce el tiempo de su puesta. Haces las tinieblas y es de noche, cuando todas las
bestias del bosque se ponen en movimiento. Los leoncillos rugen tras su presa, y buscan
su alimento de Dios. Cuando se levanta el sol se recogen y se echan en sus guaridas. El
hombre va tras su trabajo y su labor hasta el anochecer. ¡Cuán múltiples son Tus obras, oh
Eterno! En sabiduría los has hecho a todos. La tierra está llena de Tus criaturas (…) Ocultas
Tu rostro y elos se esfuman. Les retiras el aliento y perecen, volviendo al polvo. Envías tu
aliento, y con él son creados, así Tú renuevas la faz de la tierra.» 10

Esta coincidencia permite suponer que el compositor de salmo hebreo (según la tradición,
fueron David o Salomón) habría leído el “Himno de Atón”, o algún vestigio del mismo. Esto
también reforzaría la tesis de Freud acerca del origen egipcio del monoteísmo israelita. Sin
embargo, éste solo se refiere en un pasaje del MRM a los salmos hebreos, y el punto de
coincidencia lo encuentra en el fervor de la alabanza al dios. Por otra parte, Karl Abraham en
1912 sí explicita la semejanza con los salmos. ¿Por qué Freud no lo incorpora? ¿Se trata de un
olvido bien logrado? ¿O de un logro del discípulo que fue bien olvidado?
No es posible responder, pero el mismo Freud deja abierta la posibilidad en una carta de 1938:

“No me molestaría en absoluto que mi aseveración de que Moisés era egipcio pudiera
rastrearse hasta su sugerencia [la lectura de un texto de Popper-Linkeus fechado en 1899].
A menudo experimenté manifestaciones de criptomnesia que clarificaron las fuentes de
ideas aparentemente originales.”11

Tótem y tabú, o el arduo vaivén de un hallazgo que corte con lo religioso-ario

En el mismo año que Abraham dictaba su conferencia, Freud se encontraba empantanado en


la redacción de un texto difícil, denso, cargado de citas y espinas. Los cuatro ensayos que
componen “Tótem y tabú. Algunos aspectos comunes entre la vida mental del hombre
primitivo y los neuróticos”12 le causaron una frustración y hesitación que contrastan con su
vigorosa manera de encarar la producción intelectual. El 14 de enero de 1912 le escribe a
Jones:

“My book on Religion which you trust may become superior to the Traumdeutung is an
unborn, I hope not a stillborn infant. Scientific work is not so easy and not so commodious
to me as it was 15 years ago.”13

Y luego a Ferenczi, el 28 de abril de 1912: “Ayer di mi conferencia sobre el Tabú. La lectura


duró tres horas, varias muertes se produjeron.” 14 Es decir que en el intervalo de unos meses,
constatamos que no hay cambios en su producción intelectual: la cosa iba muy mal. “Stillborn
infant” [bebé muerto], es una expresión funesta para referirse a la obra que debía ser incluso
superior a la masterpiece de “La interpretación de los sueños”, lo que indica el paisaje sombrío
que Freud atravesaba.

Sin embargo, un tiempo después todo cambia. Freud recupera el tono optimista y se convence
de haber hecho un hallazgo sorprendente, nada menos que la reconstrucción del origen
aparentemente fantástico, aunque plausible según su autor, del principio organizador de las
sociedades humanas: la prohibición del incesto. La pieza que le faltaba la constituyen los
hermanos de la horda primitiva, quienes mediante el banquete totémico resolverán la
secuencia del asesinato del padre primordial. Sale del atolladero gracias a que en agosto de
1912 se topó con “The Religion of the Semites”, de William Robertson Smith, a quien Frazer le
dedicara, con gratitud y admiración, nada menos que “La rama dorada”. “Leerlo me da la
impresión de deslizarme sobre el agua en una góndola” le manifestó a Jones 15. Había
encontrado el hilo para salir del laberinto teórico en el que se encontraba.

El tono cambia. Ahora estamos frente a una gran obra, a la altura de “La interpretación de los
sueños”. Sobre la redacción del cuarto ensayo, le escribe a Jones: “Es la empresa más osada
que yo haya abordado jamás. Sobre la religión, la sociedad, la ética y quibusdam aliis [y algunas
más].” También le escribe a Ferenczi: “Desde la Traumdeutung no escribo nada con tanta
convicción, de modo que puedo presentir la suerte de este ensayo”. Aún más: “Desde la
Traumdeutung no trabajaba en nada con tanta exaltación y certeza. El recibimiento será
proporcional: una tempestad de indignación, salvo mis fieles más próximos.” 16

Pero en las páginas de ese texto también se deslizaban los combates que Freud libraba con
Jung, luego de la dolorosa ruptura con el príncipe heredero, ahora convertido en rival
despiadado. Unos meses antes de su publicación le escribió a Abraham que Tótem y Tabú tiene
también la función de “amputar limpiamente todo lo que es religioso-ario”17. A la vista del
contexto en el que se publicaría su “Moisés”, décadas después, la afirmación hecha a Abraham
adquiere una potencia formidable. Si Tótem y Tabú fue el primer gran asalto para cortar con lo
religioso-ario, el MRM sería el knock-out. O así lo podemos suponer.

Freud termina su último ensayo del libro con una cita del Fausto de Goethe. Su argumentación
estriba en que el acto precedió a la idea:

“En el neurótico, el acto se halla completamente inhibido y reemplazado totalmente por la


idea. Por el contrario, el primitivo no conoce trabas al acto. Sus ideas se transforman
inmediatamente en actos. Pudiera decirse incluso que el acto reemplaza en él a la idea.
Así, pues, sin pretender cerrar aquí con una conclusión definitiva y cierta la discusión
cuyas líneas generales hemos esbozado antes, podemos arriesgar la proposición siguiente:
«en el principio era el acto»”18.

¿Por qué nos interesa este hallazgo de Freud, en el que pone tanto énfasis? Porque 25 años
después retomará la idea de que en el principio de la religión judía, ocurrió un acto. No el acto
del Éxodo, tal como lo recuerda constantemente la Biblia, sino un acto violento. Freud, munido
con su invención de la secuencia de que el origen de las religiones es el asesinato y posterior
identificación con el padre muerto, lleva este esquema a las aguas de Moisés: un Moisés
(padre fundador) asesinado por el pueblo liberto (horda de hermanos), en un acto que luego
sería reprimido; las enseñanzas y exigencias éticas de Moisés retornarían siglos después en la
voz de los profetas, identificados al fundador asesinado, y se internalizarían en el pueblo
gracias a ese acto fundante y homicida. “Obediencia retroactiva” le llamará Freud.

El Moisés de Miguel Ángel, un hijo amado no reconocido 19

El Moisés de Miguel Ángel Buonarroti (circa 1542) ocupó compulsivamente los pensamientos
de Freud luego de que en agosto de 1913 se publicara Tótem y Tabú:

“En 1913, a lo largo de tres solitarias semanas de setiembre, permanecí diariamente de


pie ante la estatua, en la iglesia, estudiándola, midiéndola, dibujándola, hasta que llegué a
comprender lo que sólo me atrevía a expresar anónimamente en el artículo.” 20

Como señala George-Henry Melenotte, todo el asunto entre Freud y la estatua resulta
enigmático: desde las fuertes emociones que le provoca a Freud hasta los giros y vueltas que
hace diariamente a su alrededor, desde la negativa primero a publicarlo y luego a firmarlo
(apareció en la revista Imago en forma anónima) hasta los recursos que utiliza para
aproximarse a su estudio, como medirla, dibujarla o mandar hacer bocetos 21.

Los singulares estados anímicos experimentados frente la estatua tampoco le pasaron


desapercibidos a Peter Gay, quien quizás haya elaborado la biografía más sólida sobre el
creador del psicoanálisis. “Nunca ninguna obra de arte lo había impresionado tanto” 22, afirma.
Cuando Jones visitó Roma, Freud le escribe con solemnidad: “Lo envidio por haber visto a
Roma tan pronto y en edad tan temprana. Llévele mi más profunda devoción al Moisés, y
escríbame sobre él.”23 Por su parte, Jones, en la biografía que le dedica a Freud, constata que
lo que más intrigaba al maestro era que la estatua lo intrigara tanto.

Se evidencia cierta desproporción entre las emociones experimentadas y el resultado final,


apenas una nota al pie de las complejas e incluso tirantes relaciones entre psicoanálisis y arte.
Luego de una revisión bastante monótona de las distintas interpretaciones que los críticos de
arte han realizado de la obra, el anónimo autor del artículo arriesga una lectura a contrapelo
del consenso de los críticos de arte y del relato del Éxodo. Con la perspicacia que lo caracteriza,
capta algunos detalles discordantes en la estatua y concluye de la siguiente manera:
“[Miguel Ángel] Ha elaborado el tema de las tablas quebradas y no hace que las quiebre la
cólera de Moisés, sino, por el contrario, que el temor de que las tablas se quiebren
apacigüe tal cólera, o, cuando menos, la inhiba en el camino hacia la acción. Con ello ha
integrado algo nuevo y sobrehumano a la figura de Moisés, y la enorme masa corporal y la
prodigiosa musculatura de la estatua son tan sólo un medio somático de expresión demás
alto rendimiento psíquico posible a un hombre, del vencimiento de las propias pasiones en
beneficio de una misión a la que se ha consagrado”24

La interpretación que se hizo (por ejemplo, Jones) de la escritura del texto es conocida y hasta
predecible. Freud, lidiando con la decepción del episodio Jung, elabora la obra de manera muy
personal, donde encuentra a un Moisés sosegado, que dominó la ira que le produjo el
espectáculo de la adoración del becerro de oro por parte del pueblo recientemente liberto.
Freud, durante ese período, debía de contenerse y no dar rienda suelta a las pasiones odiosas
producidas por el heredero descarriado. El creador del psicoanálisis hizo circular esta idea, ya
que en octubre de 1912 le había escrito a Ferenczi: “En mi estado de ánimo actual, me
comparo más bien con el Moisés histórico, y no con el Moisés de Miguel Ángel que he
interpretado” 25

Para demostrar la tesis del Moisés que contuvo su ira, Freud recurrirá a un dispositivo
estilístico inusual en él26. Dibujará unos bocetos, luego le encargará a un artista que los haga,
pero insatisfecho con el resultado, acudirá a otro dibujante. Los dibujos del propio Freud se
han perdido, pero contamos con la secuencia que finalmente editó, como se aprecia en las
figuras 1, 2 3 y D. El artículo final se sostendrá en una fotografía de la estatua, los bocetos
mencionados, y el texto del anónimo autor.
Para sostener su lectura de la estatua, Freud reparará en los detalles, en los rasgos
menospreciados y no advertidos, en los desechos de la observación: “una interpretación como
la nuestra, que utiliza ciertos detalles insignificantes para llegar a una sorprendente
interpretación de toda la figura y de sus propósitos” 27. Partirá de tres aspectos que le resultan
llamativos: la posición del índice de la mano derecha, el mechón de la barba como resultado
del movimiento de su mano (ver Figura D), y la posición de las Tablas.

Ya sobre el final de su artículo, la pluma anónima de Freud parece sopesar el alcance de su


interpretación:

“No es este el Moisés de la Biblia, el cual se encolerizó verdaderamente y arrojó las tablas
contra el suelo, quebrándolas. Sería otro Moisés completamente distinto, creado por el
artista, el cual se habría permitido enmendar los textos sagrados y falsear el carácter del
hombre sublime. ¿Podemos, acaso, suponer a Miguel Ángel capaz de semejantes
libertades, rayanas en el sacrilegio?”28

Tenemos aquí un momento precursor del Freud que, exiliado y convaleciente, se permitió
modificar los textos sagrados y se percibió capaz de semejante libertad sacrílega. En la segunda
“Advertencia preliminar” al tercer ensayo sobre Moisés, escrita en Londres durante el verano
de 1938, refiere explícitamente a la angustia que le provocaba la posibilidad de perder la
protección que la Iglesia Católica le otorgaba al psicoanálisis en Austria 29. El sacrilegio también
tiene su timing.

Su texto final es un acto de osadía, libertad y sacrilegio, permeado por la angustia, el exilio y el
desamparo [hilflosigkeit]. Quizás aquí, como en otros lugares, Freud solo nos esté mostrando
algunos mojones del dispositivo analítico. Pero teniendo presente la retroactividad del
significante, leer la última obra de Freud nos permite interrogar ciertos momentos de su
producción, a modo de precuelas de un acto final que no deja de extrañarnos.
Maximiliano Diel estará dictando un curso online en el marco de la Universidad Hebraica de México,
titulado “Moisés: entre psicoanálisis, arqueología y tradición judía”. Constará de 7 clases, y comenzará el
6 de abril. Para informarse sobre el argumento, los contenidos a trabajar y el costo, visitar:
https://www.uhebraica.edu.mx/oferta-academica/curso-en-linea-moises-entre-judaismo-arqueologia-y-
psicoanalisis/
1
Notas y referencias bibliográficas

¿Acaso las causas no tienen siempre su costado imaginario, que algunos enterrarán en la aridez de la racionalidad?
2
“Ein historischer Roman” era el primer subtítulo de su libro. Carta de Freud a Arnold Zweig, 30/9/1934; citado en
Yerushalmi, Y.H. (1996) El Moisés de Freud. Buenos Aires: Nueva Visión. P. 54
3
Yerushalmi, ibíd., p. 23
4
Ibid. p. 24
5
Abraham, K. (1993). Estudios sobre Psicoanálisis y Psiquiatría. Buenos Aires: Lumen-Hormé
6
Rank, O. (1991). El mito del nacimiento del héroe. Buenos Aires: Paidós.
7
Abraham, op. cit.
8
En los estudios bíblicos más contemporáneos, se habla de monolatría, ya que se cree en la existencia de varias deidades,
pero habría una superior al resto.
9
Abraham, op. cit. p. 260.
10
Salmo 104, La Biblia hebreo-español (2007) Sinai Publishing: p. 960-961
11
Carta a a Israel Doryon, 7 de octubre de 1938. Citado en Yerushalmi, op. cit. p. 32, énfasis mío.
12
Freud, S. (2008). Tótem y Tabú. En Obras Completas 2, Buenos Aires: El Ateneo. p. 1745-1850
13
Viltard, M. (1996). Volverse del color de los muertos. En Litoral Nº 22, El color de la muerte. Córdoba: EDELP, p. 49
14
Ibíd., p. 50
15
Ibíd. p. 52
16
Todas las citas son de Viltard, op. cit. p. 54
17
Freud a Abraham 13 de mayo de 1913. Citado en Gay, P. (1996). Freud. Una vida de nuestro tiempo. Barcelona: Paidós,
p. 370, énfasis mío.
18
Freud, op. cit. p. 1850
19
La expresión combina dos declaraciones de Freud: a Edoardo Weiss le escribe que su artículo fue un “hijo del amor”; y
frente a Ernst Jones se pregunta si “no sería mejor no reconocer este hijo ante el público”. Ambas figuran en Gay, op, cit,
p. 358
20
Freud a Weiss, 12 de abril de 1933, citado por Gay, op. cit. p. 358
21
Melenotte, G.H. (2020). Freud de incógnito. México D.F.: Me cayó el veinte.
22
Gay, op. cit. p. 357
23
Freud a Jones, 15 de noviembre de 1912, citado en Gay, op. cit. p. 358
24
Freud, S. (2008). El “Moisés” de Miguel Ángel. En Obras Completas 2, Buenos Aires: El Ateneo. P. 1889, énfasis mío.
25
Freud a Ferenczi, 17 de octubre de 1912. Citado en Gay, op. cit. p. 360
26
La expresión es del libro de Melenotte, op. cit. Cap. 2
27
Freud, op. cit. p. 1890.
28
Freud, op. cit. p. 1887
29
Freud, S. (2012). Moisés y la religión monoteísta. Buenos Aires: Amorrortu. P. 55

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