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El laberinto de la identidad

Reflexiones en las fronteras de la cultura y la ciencia, la filosofía y la literatura, la melancolía y la esperanza

sábado, 30 de enero de 2021 Archivo del blog

La escala humana ▼ 2021 (5)



▼ enero (5)

La escala humana
Cuestión de tiempo
Fragilidad del
algoritmo
Entre los restos de
humanismo
Lo tangible e
intangible

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Sísifo, Ribera, Museo del Prado

Platón dedicó una buena parte de su obra a refutar a Protágoras. Es una pesada ironía que casi todo lo que conocemos de
este filósofo de Abdera se lo debamos a su adversario discípulo de Socrates. Es como si los escritos y comentarios sobre Marx
hubiesen desaparecido y solo conservásemos la obra de Isaiah Berlin. Que no es poco, aunque paradójico. Platón habla sobre
él directamente en varios diálogos, pero sobre todo en el Protágoras, donde le permite un largo discurso que comienza con el
mito de Prometeo y defiende la virtud ciudadana y la capacidad de educarla. En él, Protágoras se dirige a Sócrates quien le
había preguntado si si creía que puede enseñarse algo que concierne al gobierno de la ciudad:

Conque, medita del modo siguiente: ¿acaso existe, o no, algo de lo que es necesario que participen todos los
ciudadanos, como condición para que exista una ciudad? Pues en eso se resuelve ese problema que tú tenías, y en
ningún otro punto. Porque, si existe y es algo único, no se trata de la carpintería ni de la técnica metalúrgica ni de
la alfarería, sino de la justicia, de la sensatez y de la obediencia a la ley divina, y, en resumen, esto como unidad es
lo que proclamo que es la virtud del hombre (324 d-325 a)

Sabemos que Protágoras, probable discípulo de su paisano Demócrito, filósofo peregrino que iba de ciudad en ciudad
alquilando sus lecciones, que estuvo cierto tiempo en Atenas y fue amigo de Pericles, que tal vez coincidió (y quizás compitió)
con Sócrates, más joven que él, enseñaba no solamente las artes del discurso sino también la filosofía política y moral de la
democracia. Sabemos, por una sola frase, que Protágoras es el iniciador de esa extraña actitud en filosofía que llamamos
humanismo: πάντων χρημάτων μέτρον ἔστὶν ἄνθρωπος, τῶν δὲ μὲν οντῶν ὡς ἔστιν, τῶν δὲ οὐκ ὄντων ὠς οὐκ ἔστιν. El hombre es la
medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, de las que no son en cuanto que no son.

En esta frase hay mucho por decir, pero es ante todo una ventana para responder a preguntas fundamentales; ¿dónde se
origina el valor en el mundo?, ¿por qué ordenamos y juzgamos nuestros deseos, acciones y planes?, ¿por qué nos
desgarramos al elegir entre cuidar a nuestra madre o irnos a la calle con la resistencia?

Marx, también un seguidor de Demócrito, también uno de los humanistas de la historia, sostenía que en un comienzo los
valores estaban relacionados con las necesidades humanas. Los humanos producen transformaciones en el mundo para
satisfacer sus necesidades. Así llegaron al mundo los valores de uso. Más tarde llegaron los valores de cambio, una poderosa
fuerza que destruye todo volviéndolo una pura equivalencia abstracta que nos hace olvidar el valor de las cosas y las
personas. Marx el hegeliano parecería que convierte la historia en la única escala del valor y a veces da la impresión de que la
fuerza histórica es una suerte de destino que vuelve inefectiva cualquier resistencia. Más recientemente, algunas variedades
del ecologismo también sugieren en ocasiones que su escala es cósmica: es Gaia y no una miserable especie de depredadores
como los humanos lo que importa. Por eso necesitamos repensar la frase de Protágoras.

¿Acaso esta especie depredadora ha sido capaz de aprender algo de su corta historia? Una parte del pensamiento y la cultura
lo niega. Lo niega el cristianismo, que considera que la humanidad nació en el pecado y está irredenta, y que solo un dios
podrá salvarla. Una gran parte de la filosofía se sitúa del lado de quienes afirman la condición caída e irredenta de la
humanidad y dentro de esta corriente no son pocos los que niegan que la humanidad sea capaz de aprender algo.

La otra corriente, el perfeccionismo, sostiene que el ser humano, las personas, sociedades e incluso la especie son capaces de
aprender y mejorar su comportamiento, de encontrar y darle sentido a su existencia respecto a un orden moral de valores.
Pero ¿cómo y por qué aprendemos? Quienes defienden la vía negativa (Popper, Adorno) sostienen que solo aprendemos de
los errores, del sufrimiento y el daño. El propio y el de los otros.

Puede ser, no estoy seguro. Recogiendo algunas ideas de los pesimistas y de las tesis de la condición de ángeles caídos, tiendo
a pensar que no se aprende de los errores y del sufrimiento. Poco del propio y aún menos del de los otros. Una y otra vez
observamos el terrible espectáculo de la historia como una historia de horror y destrucción. No. No es el sufrimiento por sí la
fuente de aprendizaje, es la lucha contra el sufrimiento donde sí encontramos alguna lección para mejorar nuestra condición.
Del sufrimiento como tal solo se aprende la desesperación, como del ejercicio de la violencia solo se aprende la crueldad. Es
en el ejercicio de la resistencia contra el daño donde se abren todos los frentes prácticos y teóricos en los que se resuelve la
posibilidad de una mejora personal, colectiva, histórica.

Bien es cierto que en esta historia de resistencia contra el daño descubrimos muy pronto la fragilidad y debilidad de nuestra
agencia, la flaqueza de nuestras fuerzas y el inmenso poder del poder dominante y su arrogancia y violencia. Este
descubrimiento es originario, es nuestra primera experiencia como humanos: ¿qué podemos hacer contra este Leviatán que
es la historia, que es el eterno retorno de los males de la humanidad?

Esta experiencia abre la pregunta por la escala de la agencia. Para algunos, la escala debe ser la historia: “hagámoslo por la
revolución futura, por la tierra prometida”. Para otros, la escala es el mínimo comportamiento con cierta decencia en la vida
“pide que tu vida discurra sin hacer un daño consciente a otros. Nada más puede hacerse ni esperarse”. Algunos otros, un
poco más rebeldes, consideran necesario y suficiente una continua secuencia de fricciones y pequeñas rebeldías. Judith
Butler, así, habla de la resignificación continua en la repetición de los agravios.

En esta eterna lucha del poder y la resistencia, junto a la emergencia de los valores necesitamos también escalas y medidas
que nos den evidencia de la capacidad de la agencia humana. Albert Camus el pesimista, descree de las escalas y medidas y
considera que la condición humana es la de Sísifo esforzándose sin cuento en empujar la pesada carga de la historia. Pero no
podemos aceptar la alternativa entre el determinismo y la resignación. Es la lección de Protágoras. Sabemos de la fragilidad,
mas esperamos sacar fuerzas de la flaqueza.

Las escalas y las medidas, como sabemos, son la base fundamental de la ciencia. No hay experiencia científica sin medición
de valores. Las medidas, nos enseña la física, son producciones culturales a través de largos procesos de descubrimiento en
los que encontramos formas de calibrar las distancias, instituir unidades de comparación y, a partir de ellas, construir
escalas y medidas. Las medidas se mezclan y amplían en diversos órdenes dimensionales: la posición, decimos, se mide en
metros, la velocidad en metros por segundo, la aceleración en metros por segundo al cuadrado. Los valores que nos importan
en la vida: la justicia, el apoyo mutuo, la sensibilidad, el sentido, son valores multidimensionales, que se asientan sobre
capacidades de resistencia y agencia. Pero no podemos comprenderlos, aceptarlos y mejorarlos sin escalas. Y esta es la
lección de Protágoras: ni el cosmos, ni la historia, ni la contingencia inmediata son escalas válidas para medir nuestra
agencia. Necesitamos pensar, construir la escala humana. Esta es una tarea práctico-teórica que, al modo de otras formas de
vida, se auto-crea y auto-descubre. La escala humana es una escala improbable, paradójica, vulnerable y robusta a un
tiempo, que nace de la autopoiesis, la autoorganización y la autogestión. Hemos olvidado por qué fue condenado Sísifo y nos
hemos quedado solo en su castigo: a Sísifo le condenaron porque por dos veces venció a la muerte a través de la astucia. Es
por eso por lo que Sísifo sonríe.

Publicado por Fernando Broncano en 9:22

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