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CORPORIZACIÓN

Por: Vicente Palomera

A partir del momento en que el Otro no es un apoyo consistente, lo primero que aparece es el cuerpo: el
cuerpo ocupa entonces el lugar del Otro. Freud se sorprendía en una carta a Fliess: “se ha abierto paso
una pieza de autoanálisis y me confirma que las fantasías son productos de épocas posteriores que se
reproyectan desde el presente de entonces hasta la niñez temprana, y también se ha ofrecido el camino
por el cual ello acontece, una enlace verbal. A la pregunta ¿qué sucedió en la niñez temprana? La
respuesta es: Nada, pero estuvo presente un germen de moción sexual”.[1] Es decir, solo hay goce del
Uno. Nada que permita asir el signo del goce del Otro.

Ante la falta de un signo del goce del Otro, lo que encontramos es el significante de una inconsistencia.
El Otro no es una abstracción, el Otro es un cuerpo. Es lo que llevará a Lacan a dar al cuerpo una
importancia solo igualable a la que había tenido el Otro del lenguaje en su enseñanza. Lacan define el
cuerpo como aquello de los que se goza. El cuerpo, marcado por una exigencia de satisfacción, es lo
que puede enlazar los efectos de goce producidos por el significante.

Al examinar los efectos del significante, descubrimos que no son solo efectos de palabra, efectos de
significación, sino efectos en el cuerpo. En este sentido, solo en la medida en que el significante afecta
el cuerpo podemos decir que el cuerpo es real. Jacques-Alain Miller lo desarrolló de un modo
sistemático en su texto sobre Los seis paradigmas del goce,[2] al referirse al efecto de corporización,
que resume la tesis de Lacan según la cual el significante produce el goce que produce el cuerpo.

La tesis de Lacan es que el cuerpo nos es otorgado, atribuido por el lenguaje. ¿Cómo se produce esta
corporización del significante?

En 1970, Lacan rinde un homenaje a los estoicos por haber sido los primeros en destacar que para que
un ser humano llegue a tener una entidad, precisa de la incorporación del “órgano incorporal”. Lacan se
refiere allí a la incorporación del cuerpo simbólico: “Hagamos justicia a los estoicos por haber sabido
de este término, el incorporal, firmar en qué lo simbólico sujeta al cuerpo”.[3]

Para empezar, Lacan aclara que el cuerpo de lo simbólico no hay que entenderlo como una metáfora,
puesto que es justamente el cuerpo de los simbólico el que “aísla el cuerpo a tomar en sentido ingenuo,
es decir, aquel del que el ser que se sostiene en él no sabe que es el lenguaje el que se lo concede, hasta
el punto de que él no sería aquí, a falta de poder hablar de este”.[4] Tenemos, pues, por un lado, el
cuerpo de lo simbólico, el cuerpo del lenguaje y, en segundo lugar, el cuerpo tomado en sentido
ingenuo (es decir, en sentido corriente), esto es, el cuerpo que habitamos, que habita nuestro ser que
nombra como el parlêtre.

Es importante destacar la insistencia de Lacan al decir que “el primer cuerpo hace al segundo al
incorporarse en él”. Tenemos, pues, dos entidades: el cuerpo del lenguaje y el cuerpo tomado en
“sentido ingenuo”, el cuerpo que habitamos, que habita nuestro ser de hablantes. El cuerpo del lenguaje
es el que hace que el viviente (el organismo) se incorpore. Se trata de entender la naturaleza de esta
incorporación y para ello Lacan toma la noción de “incorporal”, de los estoicos.

Los estoicos sostenían dos clases de cosas: por un lado, los cuerpos que con sus cualidades, tensiones,
acciones, pasiones, etc. son causas los unos en relación a los otros y, por otro, tenemos los efectos de
esos cuerpos que son de una naturaleza distinta y calificados como “incorporales”.

1
De hecho, para los estoicos, los efectos de los cuerpos no son cuerpos, sino incorporales. No son
cualidades o propiedades físicas, sino atributos lógicos o dialécticos. Los incorporales no son, pues,
cosas o estados de cosas, sino acontecimientos. De estos, no se puede decir que existan, solo que
subsisten o insisten, con ese “poco de ser” propio de lo que no es una cosa. Los acontecimientos no son
adjetivos, ni sustantivos, sino verbos; no son agentes, ni pacientes, sino resultados. En el tratado de
Emile Bréhier sobre La théorie des incorporels dans l’ancien stoïcisme, encontramos un interesante
ejemplo que permite ilustrarlo: “Cuando el escalpelo corta la carne, el primer cuerpo produce sobre el
segundo, no una propiedad nueva, sino un nuevo atributo, el de ser cortado. El atributo, a decir verdad,
no designa ninguna cualidad real (…). Al contrario, el atributo siempre es expresado por un verbo, lo
que quiere decir que no es un ser, sino una manera de ser (…) Esta manera de ser, encuentra de algún
modo en el límite, en la superficie del ser y no puede cambiar la naturaleza: ella no es, a decir verdad,
ni activa ni pasiva, ya que la pasividad supondría una naturaleza corporal que sufre una acción. Ella es
pura y simplemente un resultado, un efecto que no puede clasificarse entre los seres”.[5] Vemos aquí
porqué los estoicos distinguían radicalmente –y nadie lo había hecho antes que ellos– dos planos del
ser: por una parte, el ser profundo y real, la fuerza y, de otro lado, el plano de los hechos que se
despliegan en la superficie del ser y que constituyen una multiplicidad sin fin de seres incorporales.

Por tal motivo, si los incorporales son efectos (“acontecimientos”) y, como señala Lacan, “el cuerpo en
el sentido corriente, es incorporado por el cuerpo del lenguaje”,[6] la cuestión es saber si el cuerpo es
un incorporal. Evidentemente, Lacan nos presenta una categoría de cuerpo que no es ni el de la física,
ni la medicina. Por ser un incorporal del lenguaje, ese cuerpo no se escanea, fotografía, ausculta u
observa, sino que se escucha, no es carne, sino órgano atravesado por la palabra. Hay, pues, un cuerpo
primordial de lo simbólico, y el cuerpo del ser vivo no existe sin aquel. Parafraseando a Lacan, diremos
que “es cuerpo sutil, pero es cuerpo”.[7] Precisión ella misma sutil, pues la materialidad del organismo
no es lo que hace cuerpo. La materialidad del cuerpo es la forma como los sujetos se refieren al propio,
a saber, como acontecimiento de lenguaje. El lenguaje –cual escalpelo– es el que al agujerear el
organismo viviente recorta el objeto (a), produciendo el cuerpo.

Freud situó el acontecimiento incorporal en la substancia producida en el trayecto de la pulsión que


hace aparecer el cuerpo humano como una “anatomía fantasmática”. Ese cuerpo imaginario resulta de
la modalización de un decir que recorta las zonas erógenas y extrae los objetos pulsionales de la
función orgánica concernida. Es el cuerpo “desertificado de goce”, donde el decir puede eventualmente
decidir los “oasis de goce” que le quedan al sujeto. Esto es lo que señala Lacan al declarar que “las
pulsiones son el eco en el cuerpo de que hay un decir”.[8]

El sujeto solo se vuelve real a partir de una operación simbólica e imaginaria sobre el cuerpo. El
lenguaje mortifica al cuerpo pero, a la vez, le otorga un incorporal, “órgano suplementario”, que habita
el cuerpo de un modo activo.

El significante introduce lo Uno en la medida en que el lenguaje atribuye al ser hablante este cuerpo y
se lo otorga unificándoselo. Lacan lo dice, en el Seminario XX, señalando que “el ser es un cuerpo”,[9]
como lugar del Otro significante. Goce del cuerpo propio o del cuerpo del Otro, eso es lo que se
inscribe en la memoria del inconsciente. Sus efectos exceden lo que el sujeto puede decir. Es por esta
razón que Lacan establece una cohabitación del cuerpo y lalengua -concepto que reúne el significante
como muerto en el lenguaje y el goce vivo en el cuerpo (del cuerpo apto para ser marcado con su
sustancia de goce).

Es pues el cuerpo el que permite al significante de lalengua hacer signo de lo real del ser hablante. Así
se entiende mejor que Lacan se refiera a los estoicos para dar a entender el cuerpo de quien habla en
análisis como un incorporal, es decir, como proposición absolutamente particular, una particularidad
que viene del ensamblaje de los Unos depositados en lalengua.

NOTAS:

2
[1] Freud, S., “Carta 188”, en: Cartas a Fliess (1887-1904), Amorrortu, Buenos Aires, 1994, p. 370 (el
subrayado es nuestro).

[2] Miller, J.-A., Los seis paradigmas del goce, en: Freudiana, 29, Barcelona, 2000, p.45.

[3] Lacan, J., “Radiofonía”, en: Otros escritos, Buenos Aires, 2012, p. 431.

[4] Ibidem.

[5] Bréhier, É., La theorie des incorporels, en: Vrin, Paris, 1928, pp. 11-13

[6] Lacan, J., Op. cit. p. 431.

[7] Lacan, J., “Función y campo de la palabra y del lenguaje”, 1984, p. 289

[8] Lacan, J., El Seminario, Libro 23, El sinthome, Paidós, Bs. As., 2008, p.18.

[9] Lacan, J., Seminario XX, Aún, Paidos, p.

Tomado de: Papers Nº 2, Comité de Acción, AMP 2014-2016

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