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I. INTRODUCCIÓN
Este trabajo tiene por objetivo analizar discursivamente el texto Cárcel de Mujeres, escrito
por María Carolina Geel en 1956 en prisión, y analizar los distintos prólogos que le preceden:
el de Diamela Eltit y Alone. Diamela Eltit asegura que la narradora cumple la función de
“panóptico” foucaultiano, por lo que uno de los objetivos es caracterizar esta función y
relacionar la obra chilena con Vigilar y Castigar. Desde Foucault también se analizará el
argumento justificador del homicidio, la locura, en cuanto invierte los roles víctima-
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Entendiendo la noción del lenguaje como acto performativo desde Judith Butler, se analizará
chilena del cuerpo escrita por mujeres de la que la literatura de Diamela Eltit es deudora
directa.
El análisis narrativo de las voces de la cárcel se nutrirá a partir del par bajtiniano de cuerpo
interior/cuerpo exterior para explicar el caos de la protagonista que se mezcla con la polifonía
El siguiente apartado está enfocado en el relato testimonial Carcel de Mujeres escrito por
María Carolina Geel durante su estadía en la cárcel publicado el año 1956. El nombre real de
la autora es Georgina Silva Jiménez, conocida crítica literaria, ensayista y novelista que se
dedicó a comentar las obras de otras escritoras chilenas. Perteneciente a la burguesía chilena
de mitad de siglo XX, Georgina le dispara a su amante en medio de una reunión de elite en
amigo de ella, muere a causa de cuatro balazos ejecutados por la escritora. Este hecho originó
un gran escándalo mediático, por lo que este trabajo se plantea como una relectura tanto de
la obra como del discurso paratextual a su alrededor. Georgina es sentenciada a tres años y
un día en la cárcel, tiempo que se acorta debido al indulto que le otorga el presidente Carlos
singulares y sociales en un espacio social que ella llama la “sociedad del hampa” (25).
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Constantemente se alude al título para la descripción de esta polifonía: “Voces de la Cárcel
de Mujeres: Multiplicidad de voces. Murmullo sin tregua” (31). Cabe aclarar que estas voces
poseen un cuerpo femenino, en cuanto a sexo, género y acto performativo según lo entiende
Judith Butler: El cuerpo posee una representación a través de un lenguaje que vuelve al
cuerpo un signo cultural. En el relato alguien habla y su cuerpo está culturizado por la
circunscrito en la convención histórica. Sobre las mujeres hablaré después, por lo que cabe
decir en un principio el contexto Chile en 1956 durante el segundo mandato de Carlos Ibáñez
del Campo. La formación del Partido Femenino de Chile y la inclusión del público femenino
al voto presidencial fue un avance en materia de género, pero el presidente Ibáñez fue
Ahora, con respecto al sistema sexo-género hegemónico, las presas poseen una identidad
subalterna en cuanto son mujeres chilenas: “entre todos los nombres que a diario se gritan
(…) nunca se oyen apellidos extranjeros. Todos se registran en la más chilena nomenclatura”
(67). La convención genérico-sexual como la raza o etnia iguala a las presas, en cambio, la
clase social uno de los motivos por los cuales este grupo comunitario de mujeres diferencia
a unas de otras: “Patio por Días, que la piedad de las Hermanas habilitó como refugio para
recibir a quienes tienen una desventura menos o un derecho injusto más: poder pagar. Sin
embargo, las severas religiosas cierran la puerta de este recinto a dos clases de reos: la
meretriz y la ladrona, así, ladrona sin eufemismos jurídicos” (68). Y el segundo motivo de
diferenciación entre las presas es el crimen por el cual llegaron a la cárcel, que se nos muestra
llega a la cárcel: ““Ya, dicen que vengan las que llegaron hoy por hurto, robo, asesinato y
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otras cosiacas. Las curás que se queden”. Sonreír fue inevitable. (¡Ah, yo no os conocía en
mí, sonrisas temblorosas, muertas antes de nacer!)” (26). La liberación a través de la risa
resignarse a ser juzgada por otros, el cuerpo condicionado aún tiene la voz para reír y hablar.
En primer lugar, la historia de María López tempranamente inlcuye temas tabúes para la
escritura de mujeres: “Se excita con su propia rabia y amenaza a alguien. (…) ella extrae, no
se sabe de dónde, una gillette y abre la carne de aquella que despertó su furor. (…) de un
modo inequívoco uno percibe que es lesbiana” (24). El lesbianismo como tema explícito es
entendido como orientación sexual, no sólo en base al deseo, sino que también como amor.
En la cita “(…) las causas: el amor que no se atreve a decir su nombre” (34), efecto del amor:
la acción violenta. En torno al amor, es interesante en cuanto la historia de otra termina siendo
una historia de amor y violencia que también podría ser la de la narradora y de muchas de las
mujeres: “Ese amor misterioso, al parecer tan lleno él de sombras y desesperanzas como el
otro, dejo aquí la impronta de un drama diabólico. La protagonista es una mujer de belleza
nada común, poseída por una pasión que cegó su mente hasta llevarla al acto macabro” (35).
La historia de Adelaida y su “amor pagano” con una mujer en la cárcel, es una de las razones,
por la que esta mujer vuelve a la cárcel. Adelaida no tenía donde ir, y la cárcel se presenta
como un lugar donde refugio, por lo que mata para volver a la cárcel y amar a una mujer.
escapa para encontrarse con su hombre: “(…) hay también las que aman al hombre, más
justamente al hombre que no debieron amar” (47). Y la bisexualidad, otro tabú que habrá que
romper, es la historia de María Patas Verdes y la Fresia: “De este hecho contradictorio surgía,
clara, una conclusión: ella es, pues, ambidextra” (51). Cualquiera sea la orientación sexual,
recuerdo del exterior desde el interior de la cárcel constituye al espacio de la prisión como
despiadado, cruel y más real: “(…) fue inevitable también recordar que allá, en el mundo de
afuera, se hacen bromas y chanzas sobre aquellos mismos delitos, pero con una noción de
ellos ajena, irreal; acá se practica también la burla, mas, ruda, brutal, ella cae sobre hechos
por las otras. El simbolismo de la ventana, que da al “Patio de las Guaguas”, es su entrada a
la comunidad, ya que ella escucha historias y llantos de niño o de mujeres que intentan el
suicidio que también la hacen llorar a ella. El enclaustramiento las alcanza a todas dentro de
la cárcel: “La sangre escapa de mis labios y alcanzo a hacer un vivo movimiento de empezar
a correr hacia ella y llegar allí y mirarla adentro de sus ojos. Pero una presa del Pensionado
no puede pasar al Patio por Días, ni las de aquí pueden pasar a El Proceso, ni las de ése al
Pabellón de las Condenadas” (29). Tanto la historia de las mujeres aisladas dentro de la cárcel
por mala conducta, como Helia “Allá se cerró tras ella la pesada puerta de la Solitaria, que
tragó también su voz” (62), o como María López, a quien se le “arrastra a un calabozo,
llamado La Solitaria, celda subterránea a la cual parecen temer las mujeres casi con
hace la historia de los cuerpos y su construcción política del saber-poder desde los métodos
que el poder como orden institucional no solo reprime, sino reproduce y “reformula las
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almas” de los cuerpos encerrados. Esta disciplina puede ser entendida de mejor manera en la
película “El Chacal de Nahueltoro” de Miguel Littín, en donde aquella conversión del alma
Los reformadores pueden ser sujetos tales como profesores, psiquiatras, psicólogos, jueces o
médicos, como también la inserción del sujeto en el mundo laboral con el aprendizaje de una
profesión, como ocurre en la película, donde el Chacal aprende a hacer artesanías en la cárcel.
Tanto el castigo punitivo como la disciplina ponen al sujeto en sujeción, y otra de las formas
mediante el deseo que siente hacia la Madre Anunciación con su sonrisa cautivadora (33):
“¿Por qué a veces ella me observa, dulce y con un imperceptible asombro en su rostro? ¿Y
por qué ese ser tan profundamente, tan diáfanamente religioso, pudo inclinar su afecto hacia
atea, pero aun así se refugia en la iglesia por su atracción a la tranquilidad que era perturbada
constantemente por las distintas voces, “(…) porque estaba allí la paz de la espiritualidad
doctrina religiosa: “Cárcel de Mujeres. Se piensa en ella y otro nombre acude a la mente,
inevitable: Congregación de las Monjas del Buen Pastor” (63). También, el grupo
comunitario de las religiosas, “Mujeres cuya pureza de alma es capaz de dar el temple
necesario para una convivencia diaria y sin tregua con seres que la vida situó exactamente en
el cabo opuesto de los mandatos morales” (63), se diferencia del “nosotras” de las prisioneras,
“Mujeres para cuya gran mayoría no hay más ley que la violencia, sin más principios que el
deseo” (63), deseo hacia la Madre Anunciación entre la obsesión y la adoración, que puede
inminente presencia de los guardias: “Aquí, allá, por todos lados, seres que se movían como
anguilas voraces enfocando mi rostro yerto. Siempre un guardia a mi lado” (39). Se cuenta
la historia de Regina, mujer que tiene un aborto y “ella sabía bien que el autor de aquello era
fulano el vigilante” (57). Los guardias no sólo están allí para vigilar el comportamiento de
los cuerpos, sino también para dominarlos, violarlos, maltratarlos y denigrarlos. Esta
situación grave le sirve de pie a la autora para proyectar reglas instituciones para los guardias
a futuro: “(…) en el futuro, salvo cuando las pendencias entre las reos requieren las fuerzas
masculinas, ningún vigilante podrá entrar en los recintos que constituyen propiamente la
encarcelamiento: “Cuando por razones diversas llegan a esta cárcel grupos de gentes, muy
raras son las que olvidan preguntar por aquella que soy. Un día, un oficial con una mujer se
instalaron, sonriendo, frente a la puerta del Pensionado con el aire de quienes declaran: “Aquí
nos estaremos hasta que la veamos”. ¿A quién? A mí, animal de feria” (73). Este sujeto
femenino posee un cuerpo material y simbólico entendido según Mijaíl Bajtín desde la
binarismo cuerpo exterior y cuerpo interior. El cuerpo exterior es el que habla desde un yo
que tiene noción del arte simbólico, y por lo tanto del lenguaje; en cambio el cuerpo interior
puede ser múltiple, fragmentado, dinámico y no habla, sino que grita. Dentro de esta
dialéctica, Bajtín dice que no hay armonía entre el cuerpo interior y exterior, por lo que existe
una circularidad entre el yo ideal (unión y armonía entre ambos) y su desarticulación. Esta
como animal de feria, o la violación, conlleva la sujeción del yo del relato. Desde estas
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órdenes que someten al cuerpo, la presión de su pasado también es inminente: “una orden
vida, ¿qué fue? Timidez, huida de la vulgaridad, temor del hombre, anhelo de un aticismo
Poco a poco, dentro de la mezcla de relatos de las demás voces, la presa se va configurando
polarizadas, sino la diferencia pura del mundo de las emociones” (80). El deseo, presente en
ella, no es la única emoción que expresa la narradora, ya que dentro de la narración las
de su muerte, de que él moría, y es en el lapso de esa noción donde creo que su brutal realidad
me enajenó. Era una pena infinita, protesta irrazonada como si otro que yo lo hubiese herido.
Yo quería de algún modo resteñar esa sangre, impedir que corriera, porque así él no moriría”
(92). Esta irracionalidad con respecto a un acto propio, es la que me hace leer el crimen bajo
encierra a los locos, por lo que la nave de los locos naufraga en la cárcel o en el diván del
los roles de víctima y victimario se basa en esta falta lógica, en donde renuncia a toda defensa:
“(…) sí, yo supe que él quería casarse con alguien sólo cuando el juez me preguntó si por eso
lo había matado. Yo ignoraba ese hecho como ignoraba todos los otros con los que el buen
sentido procuraba justificare entre quienes se movieron ansiosos en mi ayuda” (82), y “(…)
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iba yo experimentando el deseo absurdo de envolver con mis brazos todo “aquello”, los
hechos, su muerte, mi llanto, su nombre y el mío, y substraerlo a esas voces y a otras que tal
vez ruedan por las calles. Algo que ya había observado en mí se hizo vivo, manifestándose
me atacan por ella” (96). El propio yo no se deja definir por el otro, al mismo tiempo que ella
ha definido a todas las demás voces, pero la gran diferencia está en el juicio propio, ya que
ella misma se sentencia con la misma muerte: “Razones, causas, razones. Nada sirve de nada.
Aunque hubiera ciento, ¿existe acaso una o pesan todas ellas juntas, hasta la última, cuando
en el otro lado de la balanza aparece su muerte? Yo contemplo eso y me pregunto: ¿por qué
vino el proceso? Hay acciones que físicamente son claras. Si aquello lo fue, ¿por qué no hacer
la justicia humana también físicamente consecuente? Era lo simple y debí morir” (93). La
narradora ha de preferir el suplicio foucaultiano como castigo que vivir bajo la vigilancia y
reformarse.
La inversión de los roles de victima y victimario se basa en uno de los argumentos más fuertes
del relato, el argumento de que él la había elegido a ella para ejecutar su muerte: “Sabía que
había segado su existencia por una crisis que él provocó, pero cuyos elementos profundos
venían de un pasado más lejano, o más bien, estaban ellos como un centro absorbente de mi
sino. (…) yo sentía, escuchaba que en mi corazón palpitaba adentro de mis sienes, que iba a
ocurrir y que ningun poder sobrevendría para evitarlo. (…) Además, ¿por qué lo sentí a él en
todo ese instante como “prosiguiendo” a mi lado?, ¡como si después él fuese contemplador
ajeno, es decir, Dios mío, mi acto era también “su” acto! Yo inclino la cabeza y acepto que
esto sea por todos rechazado” (82). El mismo amante se nombra como el culpable de su
propia muerte, al mismo tiempo que puede ser interpretado como el Dios cristiano. La
narradora establece su propio juicio con ella misma, culpando a su alma, de la cual ya
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habíamos hablado anteriormente, “Era eso. Simple desdicha de un mal que desde siempre
estuvo y de cuya crisis el alma convalece apenas. ¿Curará jamás?” (73), esta crisis del alma
hace brotar eso “mounstroso alienta en mi ser” (9). El alma se considera pura pero con alta
probabilidad de ser corrompida, pero el momento del crimen “(…) lo que quería de verdad
en su desconsuelo el alma era que la muerte no fuese la muerte” (104), y la muerte también
es nombrada como una de las otras culpables: “Frívola muerte que a entre los dos eligió como
ciega” (97). Aunque conozcamos las múltiples razones, motivos o culpables, hay que
entender que la narradora asume su ilógica como cierta, como su propia verdad, aunque sea
ilógica para los demás y sea excluida socialmente por ello, aunque de algún modo ya lo era:
al otro. Y allí donde se hunden las raíces de lo consciente las sombras empiezan y el propio
yo zozobra” (93). Así, también se hace una diferencia entre los actos del cuerpo y los actos
de la mente: “la pregunta que no ha de cejar jamás: tú, ¿por qué pudiste hacerlo? (…) los
actos nacen con uno. (…) aquella respuesta está ahí, indiferente y fija; pero acá está la
La noche como espacio de la locura, aparecen de forma recurrente en el relato: “Las noches
en un penal son profundamente silenciosas. Cada ciertas horas apenas turba la paz el andar
del vigilante que hace ronda nocturna. El pasa y la quietud cae otra vez a plomo sobre los
pabellones y patios como una forma misteriosa de condena” (28). El insomnio como silencio
y cansancio del alma también abruman a la razón: “Poco más tarde todo calla y uno se hunde
en el sueño y empieza a debatirse entre sombras irracionales. Pero llega el día, y con él las
voces. (…) Voces. Frases cualesquiera u obsenidades quemantes. Gran fondo de voces.
Cacofonía zumbona y doliente, sombrío y herético responso a las ilusiones que han muerto”
evidenciando las de la vigilancia del quehacer humano del sistema hegemónico opresor.
Los dos paratextos oficiales de la edición del año 2000 por la Editorial Cuarto Propio son
escritos por Diamela Eltit y Alone, seudónimo de Hernán Diaz Arrieta, reconocido crítico
literario de El Mercurio. Sólo el prólogo escrito por Alone se publica en las ediciones
anteriores al 2000, prólogo en el cual se cuenta cómo éste impulsó a Geel a retomar la
El primer texto que aparece en la edición de la Editorial Cuarto Propio escrito por Diamela
Eltit se titula Mujeres que matan. Este prólogo vincula el tema de la muerte y la escritura
como ejes fundamentales de esta obra, al mismo tiempo que representan una resistencia de
cataloga a esta obra como testimonial y anecdótica para un público burgués que mediante la
prensa espectacularizó el crimen: “Había que dar a luz la obra. No se podía ocultar ese
testimonio. Muchas y diversas serían, como siempre, las interpretaciones sin que, por cierto,
faltaran las corrosivas; pero existía una relación entre la escritora y el público, y eran
numerosos los que tenían derecho a saber, también los que a través de las palabras
En cuanto a la escritura, Diamela Eltit dice que “(la) obliga a internarse en un exceso de
una infracción existe otra y otra y otra hasta conformar un extenso juego de espejos que se
norma hegemónica, tales como los deseos del cuerpo y la sexualidad de las mujeres, además
Eltit define la intención de narrar de otras voces para “perfilarse como una conciencia moral
superior” (11) desde la lejanía. Se convierte en la enjuiciadora del penal “sólo que ella puede
verlas sin que, a su vez, pueda ser observada por nadie” (11), de donde deviene la noción
“panóptica” sobre el resto de los cuerpos encarcelados que pueblan el lugar” (11). La noción
de panóptico considera al que ve ausente: un ojo central que ve a todos y usa la tecnología
para vigilar y castigar en nombre de la ley. Pero, personalmente no estoy de acuerdo con
aquello, ya que efectivamente es vista por las otras, incluso espectacularizada y vigilada
constantemente por otros guardias. Lo interesante para nuestra reflexión es el escape del
Baudelaire en su poema Le Voyage dice que los viajeros “que parten por partir” (Las flores
del mal 485) al abismo queriendo salvarse sólo encuentran su propia imagen, ese doble yo
que hemos detectado como reflejo del yo, reflejo de una condenada. Con respecto al crimen
de la narradora, Eltit afirma que “los motivos se diluyen. Cada vez que la narradora empieza
especialmente elegantes para equilibrar así la violencia de la bala” (12). Pero la violencia o
el mal absoluto lo alcanza todo: “Al adjudicarle al amante la latencia de una pulsión de
muerte, la obra se ubica en la esfera de una relación exclusiva, “maldita”, absoluta, cercada
por la violencia” (12). Al igual que Baudelaire, al final de Le Voyage escribe: “Deseamos
tanto que la lumbre nos quema, / Caer en el abismo, Cielo, Infierno, ¿qué importa?, / Al fondo
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de lo ignoto, para encontrar lo nuevo” (Las flores del mal 495) porque necesitamos vivir el
horror mismo, en el abismo para encontrar alguna respuesta, y la búsqueda, al igual que en
Baudelaire, viene de la mano con la escritura del relato literario a modo de testimonio.
El Prólogo de Alone destaca sobre todo la correspondencia que mantuvo él con la autora y
cómo la motivó a escribir. “(…) libro arrancado a la sangre y a la muerte, que iba
deslizándose ya sombra adentro, se salvara. Los que permanecen vivos tienen esa obligación
de tender la mano a quienes van hundiéndose, sin ánimo ya ni deseo de remontar al aire libre,
con más razón aún si al hacerlo atraen desde las aguas profundas secretos que casi nunca
logran ver la luz" (21). Nuevamente el espacio de la sombra aparece ligado a lo profundo y
lo secreto, de donde la obra nace, del interior de la cárcel, pero también desde un yo en
particular que se ha negado a toda vida en este sistema social. Alone habla del encierro de la
autora: “Su corresponsal ha pensado muchas veces que no hay sitio para escribir comparable
a la celda de un prisionero. No queda, desde luego, otra cosa que hacer ahí. Meditar, leer,
tentaciones” (15), alabando el Cuarto Propio como beneficioso, ya que no tendrá relación
con la prensa exterior y de la prensa. El mismo Alone se presenta como intermediario de ella
un poco arriesgado. Quizá la intención de la autora al diluir los motivos del crimen, o el
mismo gesto de no hablar directamente de ella, el crimen y el culpable, es una rebeldía ante
El espacio de la escritura, en cambio, en Alone se sitúa “Más allá del bien y del mal, en una
iba diciendo. Primero lo que había en derredor, el infierno de la cárcel de mujeres (…)
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Después, poco a poco, aproximándose con precaución, su historia personal, algo de sí misma,
del caos, en que flotaba, de la confusión que la condujo al estallido” (17). Nuevamente la
idea del reflejo aparece, pero en esta situación, el definir desde la confusión y el caos la propia
error al errar en las convenciones sociales y actos performativos de la norma sería lo que
misma desde un yo que puede ser múltiple al mismo tiempo que se describe la polifonía
analizar la multiplicidad del cuerpo interior, estos múltiples yoes, que Eltit también apunta:
“Parece, también, pensando, analizando, que en nuestro interior no hubiera una sola persona,
sino muchas. Una de ellas ha cogido el comando y dirige; pero las demás, retiradas,
expectantes, acechan sin cesar. Hasta que les llega su turno. ¡Ay, entonces, de nosotros si
toma el puesto principal la figura siniestra y velada que estaba aguardando! (18). Así, sólo
Eltit: “Es que no somos uno. Es que dentro de cada cual habitan multitudes, y entre ellas,
confunde, revuelta, en el seno de cada individuo, partícula suya, resumen histórico, glóbulo
de un torrente” (20). Interesante es cómo se construye internamente, ese cuerpo interior tanto
criminal y asesino como alma que ama, al mismo tiempo que el cuerpo exterior ejerce tanto
ejerciendo sobre sí misma el rol del monarca que da muerte en el suplicio foucaultiano, ya
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Creo que las intenciones de Eltit y Alone son tremendas, en primer lugar, porque Alone trata
de racionalizar a la autora, y tildar el acto criminal: “para hacerse más misterioso aún y
plantear su secreto en términos imperativos. (…) La escritora razona sin defecto, podría
enseñar a un profesor de lógica el encadenamiento de las ideas. Pero ahí está el acto
Incluso, dice que la muerte aparece sin motivación alguna, siendo que hemos nombrado
marca las líneas de la estética de esta autora. Diamela Eltit y María Carolina Geel comparten
una literatura que incursiona en temáticas del sistema genérico-sexual femenino con respecto
al cuerpo, el deseo y la opresión, al mismo tiempo que es un grito de rebeldía que es doloroso
al mismo tiempo.
IV. BIBLIOGRAFÍA
Bajtín, Mijaíl. Yo también soy (Fragmentos sobre el otro). México D.F.: Taurus, 2000.
Espartaco. Online.
Espartaco. Online.
Geel, María Carolina. Cárcel de mujeres. Santiago de Chile: Editorial Cuarto Propio, 2000.
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