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Considero fundamental, pues, pensar este proceso de reconstrucción en
el marco de una problemática de género, vinculada con el modo en que esta
constelación de escritores y artistas homosexuales piensa la literatura, la es-
critura y el arte, y que inevitablemente al ubicarse en el contexto latinoameri-
cano cuestiona los paradigmas estéticos a partir de los cuales los Vargas Llosas
y los Garcías Márquez están pensándose en ese momento a sí mismos y, a la
par, definiendo a la alteridad. En este sentido estoy planteando el género no
solo como aquello relacionado con las políticas de la sexualidad a las que en
ocasiones estos autores hacen referencia, sino también como un imperativo
en el que hay formas estéticas que se han vinculado tradicionalmente a tra-
vés de ciertos juicios de valor a los que varios de los autores tuvieron que
enfrentarse: lo frívolo versus lo serio, lo banal versus lo intelectual, lo popu-
lar versus lo letrado, etcétera.
En este sentido se puede recuperar, como ejemplo, la siguiente cita de
Vargas Llosa, quien en un texto en la revista Letras Libres con motivo de la
publicación de la biografía sobre Manuel Puig, escrita por Suzanne Jill Levi-
ne, dice que la literatura del oriundo de General Villegas es:
[u]na literatura liviana, ligera, risueña, que renuncia a todo otro propósito
que el de divertir. Que desdeña, como jactanciosa y estúpida, la preten-
sión de aquellos polígrafos que creían que escribiendo se podía cambiar el
mundo, revolucionar la vida, trastrocar los valores, enseñar a sentir o a
vivir. (2000, p. 28)
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el periodo pre-capitalista como en el capitalismo. Compenetra todo el
campo cultural a veces definiendo los límites de los géneros de discurso y
las dicotomías que han regido el pensamiento, generando una simbología
extensa. Entender el funcionamiento de la diferenciación masculino
/femenino en un determinado momento nos lleva a un entendimiento de
la articulación entre saber y poder. (1992, p. 112)
9 Algunos de los textos que desarrollan este tema de forma profunda y pertinente para la
investigación de la que aquí me ocupo son los de Silvia Nagy-Zekmi, Susana Peña y particu-
larmente Abel Sierra Madero, cuyo trabajo alrededor de las políticas de la sexualidad del
gobierno revolucionario son fundamentales para entender este tema.
10 El libro de Suzanne Jill Levine es un gran punto de partida para entender el modo en que
Puig se posicionó con respecto al FLH.
11 Pienso aquí sobre todo en Sarduy y la relación que mantenía tanto con el grupo Tel Quel como
con diversos personajes del mundo editorial de habla hispana, particularmente en Barcelona.
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¿cómo es que su «ser en privado» nos permite entender mejor a estos artis-
tas? Y, más importante, ¿cómo es que el género (tanto en términos sexuales
como en términos estéticos) influye en su inserción (tardía o no) en el canon
de la literatura latinoamericana?
12N. del E.: al no tener permiso para la reproducción de las postales fotográficas que perte-
necen al archivo de Princeton hemos acordado, junto con la autora, que intentaríamos no
perder la riqueza de estos complejos textos epistolares. Mayra Overney-Falconí de modo
generoso ha realizado ilustraciones en base a las fotografías de las postales originales que
permiten una mejor correspondencia entre cara y texto.
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Este insinuado travestismo de la imagen se confirma de algún modo en la voz
del mismo Arenas, que, haciendo alusión a ella, dice:
Aunque existe una evidente falta de información, esperable no solo cada vez
que entramos a un archivo sino en cualquier texto de tipo epistolar, no es
esto lo que llama la atención respecto a este texto sino la yuxtaposición de
tonos que lo constituyen. En efecto, una vez aceptado el pacto de lectura,
feminizada por parte de «Rey», como lo llamaba Sarduy, resalta el tono ju-
guetón e irónico que atraviesa al texto. La referencia a la imagen y su sincro-
nía con lo que se lee en la postal, invita a una especie de brindis lúdico en el
cual los dos amigos están en perfecta sintonía y entendimiento; no obstante,
y conociendo un poco más la situación en la que se encontraban estos auto-
res, la inflexión pasa casi instantáneamente a ser de reproche. La mención a
aquellos Regios que «han cruzado el mar» es claramente una alusión por par-
te de Arenas al exilio temprano de Sarduy en 1959 y a los privilegios que este
desplazamiento le ha brindado.
Sin embargo, no se trata únicamente de los privilegios que el oriundo de
Camagüey ganó en el país de acogida, sino de cómo no tuvo que someterse
a las leyes y regulaciones de la aclamada Revolución socialista en Cuba. Hay
que tomar en cuenta que, para este momento, Arenas ya había podido pro-
bar lo difícil que era navegar en el régimen castrista no solo como homose-
xual sino como intelectual y escritor irreverente (o «extravagante», como lo
llamó la Revolución). De acuerdo a lo que se puede reconstruir en el archivo
de Princeton, en 1970 él, junto con otros intelectuales cubanos como Miguel
Barnet, fueron enviados al campo, «la agricultura», para cortar caña como
parte del proyecto de la zafra de los diez millones.13 Hay que pensar también
en que las restricciones en Cuba para ese momento solo iban a empeorar
para todo aquel que representara algún tipo de disidencia. Como el mismo
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Arenas dice en el libro Conducta impropia (versión transcrita y aumentada del
documental del mismo nombre),
A partir de 1970, con el fracaso del zafra de los diez millones y después
del famoso Congreso de Educación y Cultura de 1971, se crearon en Cu-
ba nuevas leyes como la de la predelincuencia, la de la peligrosidad, la ley
de la extravagancia, etc., con lo que los prejuicios en el país se institucio-
nalizaron y ahora, sencillamente, no son prejuicios, son leyes por las cua-
les uno va a la cárcel. (En Almendros / Jiménez Leal, 1984a, p. 149)
14Para un análisis minucioso de la relación entre Arenas y Sarduy, véase el texto de Rubén
Gallo «Reinaldo Arenas and Severo Sarduy: Notes toward a History of a Friendship Gone
Awry».
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por favor, una cinta de maquina [sic] pues ahora si [sic] que estoy escri-
biendo en los troncos de los árboles, que no son muchos.
Abrazos siempre,
tuyo, Reinaldo (En Sarduy, 1970)
Kingston, domingo 27
Te escribo furiosa porque he salido muy desfavorecida con la bikini
blanca. Estoy pasando el fin de semana aquí, exhausta, Air France está
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aniquiladora. De Einaudi me llegan noticias alentadorsísimas, quieren
ocuparse del lanzamiento en Argentina. Te escribiré con detalles ¿qué pa-
sa en Seuil?
Cariños, Sally (En Sarduy, 1965-1968)
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pedir favores de circulación textual, como bien demuestra la siguiente carta
que envió a Arenas en 1982:
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que no necesariamente se correspondía con los posicionamientos públicos de
estos escritores. Si bien el caso de Arenas es distinto debido a su historia
personal con los UMAP,16 tanto Sarduy como Puig tuvieron más reticencia
a posicionarse públicamente como homosexuales (aunque en ambos casos
la pandemia y contagio del sida en los ochenta los lleva a cambiar de opi-
nión hasta cierto punto), lo que hace que este tipo de lenguaje afeminado
en su correspondencia personal hable de una confianza e intimidad que no
tenían con otras personas. Así, estas son figuras públicas cuyas salidas del
clóset resultan más bien simbólicas por cuanto se llevan a cabo como ritua-
les de enunciación en el mundo, una adscripción ya no a la alta cultura de
un Pepe Bianco o un José Donoso, sino a la cultura de consumo voraz de
productos populares que los alejan de las altas esferas literarias. Se trata,
pues, de escritores que entienden la importancia del performance de escritor en
su construcción como personajes y que el formato epistolar de la postal
evidencia.
Se podría pensar incluso la referencia a la imagen de la postal misma que
envía Arenas en 1970, que mencionaba en un principio, como parte de este
proceso de personificación: se trata de una imagen intrigante en la medida en
que el sujeto que sale retratado tiene, de algún modo, una cualidad ambigua
en cuanto al género se refiere, pues se presupone que es una mujer por la
vestimenta, el escenario detrás de ella, los tacones, incluso la forma de tomar
la «copa de purpúreo vino»; aunque tanto los rasgos de su cara como la pose
misma (que podría considerarse más masculina que femenina) articulan una
indeterminación palpable e intencionada por parte de Arenas. Este tipo de
construcciones del yo hablan de una adscripción identitaria a aquellos/as
que Puig denominaba cariñosamente «locas», lo que denotaba en muchos
casos un deseo sexual, pero también un cierto tipo de sensibilidad estética
que busca articular una comunidad.
En este sentido, esta constelación de autores/as «locas» se diferencia de
otra: la de escritores viriles o machos, si se me permite decirles así, constitui-
da por los autores que se suelen enmarcar en el denominado Boom latinoa-
mericano. En ese sentido, esta otra comunidad, que no cuenta con un
centro, que pudo estar constituido por Carmen Balcells o Carlos Barral,
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compone una especie de círculo de confianza en donde, al menos por escri-
to, pueden ser abiertamente transgresores.
Un elemento que permite confirmar esta intimidad única a partir de lo
femenino se puede ver cuando contrastamos las cartas de Puig o Arenas con
las de alguien como Jorge Camacho, cubano, afincado en España, amigo
íntimo de Sarduy y de Arenas. En las postales que el pintor envía a Severo
en París el tono de amistad de años es constante, pero el tipo de informa-
ción que se comparte no tiene las mismas características que las de los otros
dos escritores. Más allá de una confidencia o de un tono de secreto, lo que
hay es una constante referencia al universo intelectual en el que se encuentra
inscrito Severo como parte del grupo Tel Quel. En una postal que envía
desde Valencia le dice: «Severo: entre íconos y dorados cristos y todo... aquí
recorriendo dos recorridos *o sea semiológicamente estoy en tus connota-
ciones» (en Sarduy, 1960-1970); o desde Barcelona, «como verás ya estuve
en la profusión espérmica de Gaudí y en la sombra fálica sacrofamiliar» (en
Sarduy, 1960-1970). El tono burlón, académico e intelectual está vinculado
en las cartas de Camacho tanto a la crítica de lo europeo (un gesto anticolo-
nial compartido por los dos amigos), como a la alusión a Cuba y el circuito
cultural del cual habían formado (o formaban) parte ambos. Esto se ve cla-
ramente en una postal que envía Camacho desde Milán: «Severísimo: Ahora
no son evitables, ahora son paralelas (¡no lo metaforices!). Te hablé y te ha-
blé. ¿Te dieron el recado? Se me van las liras a miles y estoy en un extraño
hotel. Hace un calor insoportable. Evidentemente hasta aquí me persigue
Lezama: el hotel se llama Paradiso. Omnipresencia». (1960-1970).
Si bien las palabras de las postales no dejan de ser jocosas, la diferencia
entre estas correspondencias y las anteriores está marcada en la medida en
que la característica del secreto enunciado en lo privado se da en otras coor-
denadas; en la capacidad de burlarse de una cierta genealogía cultural com-
partida o de las alabanzas (que ellos consideran innecesarias) a determinado
tipo de arquitectura europea venerable. Hay, así, una pauta de confidencia
que parece tener una necesidad de tonalidad femenina que viene determina-
da por enunciador y enunciatario, por quiénes son las «locas» al otro lado de
la carta.
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respecto a las políticas de sexualidad de la época. Al respecto señala Silvia
Nagy-Zekmi en «La Cuba homotextual de Arenas»:
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La narrativa del film es entonces muy clara y directa en su intento por
mostrar la crudeza con que el gobierno cubano trataba a aquellos ciudada-
nos que se salían de la norma, a esas personas que no cumplían con el mo-
delo del macho revolucionario que el Che imaginara a través de su hombre
nuevo. Otro elemento significativo en el documental es el hecho de que la
mayor parte de las entrevistas están en inglés y en francés, además de que el
locutor que narra las transiciones en diferentes momentos del film lo hace
en inglés, lo cual habla del tipo de público que estaban buscando: aquel ex-
tranjero, seguramente de izquierda, que todavía consideraba, hacia 1984, que
el gobierno revolucionario en Cuba era en sí mismo bueno.
De los tres autores que nos ocupan aquí, solo dos participaron en el pro-
yecto cinematográfico: Arenas y Sarduy. La diferencia en el modo en que
Almendros y Jiménez trataron los testimonios de estos dos autores echa luz
sobre su tipo de militancia y sobre la forma de hablar de temas tales como la
Revolución y la disidencia, que, en el caso de Sarduy, tienden a aparecer se-
gún una línea de pensamiento propia y no de forma velada, como podría
pensarse en un primer momento. Observando de cerca la participación de
Arenas, en cambio, es importante mencionar que en el archivo que Prince-
ton tiene de él hay una multitud de correspondencia con Almendros en el
año 1982 en la que empiezan a discutir cuál era el enfoque que debía de te-
ner el documental. Las cartas que Arenas envía a Almendros son pasionales
en cuanto a la necesidad que él ve de defender la presencia de aquellos tes-
timonios que mejor ilustren el maltrato al que fueron sometidos los «extra-
vagantes» en la Cuba posrevolucionaria.
Esta forma de militancia aguerrida tiene, por supuesto, explicación. Hay
que tener en mente que Arenas había llegado a Estados Unidos como parte
de los exiliados del Mariel en el año 80, solo dos años antes de que empezara
a discutir la idea de la filmación con Almendros. A esto hay que sumar que
había estado preso en dos diferentes ocasiones, como él mismo narra en su
entrevista, y había luchado constantemente contra el régimen. Como señala
Nagy-Zekmi específicamente sobre el modo en que Arenas escribe su auto-
biografía, Antes que anochezca:
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Este personaje es precisamente con el que nos encontramos en el film: un
Arenas que todo el tiempo está huyendo, buscando cómo publicar sus nove-
las, cómo escribirlas, que se ve obligado a reescribirlas después de que le ha-
yan quitado sus manuscritos. A eso hay que sumar la penuria que fue
también el viaje mismo, la salida de Cuba: las dos semanas que tuvo que pa-
sar en El Mosquito, como todos los demás compatriotas que querían salir,
sin agua, sin comer, al sol. Todas estas miserias forman parte de la narrativa
vital de Arenas y de su vigorosa necesidad de denunciar todo lo que estaba
mal con el gobierno revolucionario, particularmente el trato que le había da-
do a individuos como él.
Sin embargo, este tipo de militancia no es la que llevan a cabo Sarduy o
Puig. Al respecto, es sumamente significativo que, a pesar de haberlo entre-
vistado, Almendros y Jiménez decidieron no incluir a Sarduy en la película.
El único vestigio que nos queda de su participación es la transcripción que
quedó en el libro homónimo que publicaron, Conducta impropia (1984), en
donde la intervención sarduyana forma parte del inciso «Los antecedentes».
La idea de hablar de los antecedentes se encontraba justo al inicio. Sin em-
bargo, en la película se decide hacer un salto e ir directamente a la presenta-
ción de las UMAP. Sarduy aparece entonces con Goytisolo y Cabrera
Infante (quienes sí lograron llegar a la pantalla); mientras el autor español
habla de España y su realidad como espacio autoritario y acostumbrado a la
marginalización de sus sociedades, Cabrera Infante habla de las diferencias
entre la dictadura de Fidel y la de Batista en términos de la represión contra
las «locas».
Sarduy en sus entrevistas no aparecidas en el film quería, en realidad,
equiparar la Revolución con el psicoanálisis. Defiende que en este, como en
aquella, lo que ocurre es que se revela lo que yace latente en el inconsciente,
y de ahí discute qué es lo que hay en el inconsciente de Cuba que la Revolu-
ción despertó: la hispanidad de la España torquemadesca «represiva, fasci-
nada por la humillación y la muerte» (Almendros / Jiménez Leal, 1984a, p.
136). Además de esto, comenta que resurgió en la isla «la África tribal, cultu-
ras de orden tribal, rígidamente estructuradas por una red, por una jerarquía
de jefes y subjefes, de reyezuelos y mayimbes» (p. 137). Si bien podría pen-
sarse en un primer momento que Sarduy está evadiendo la pregunta sobre
su postura política, considero que más bien está tratando de darle sentido al
modo en que el gobierno de Castro no es un suceso aislado en la nación cu-
bana, sino que forma parte de una historia, de una genealogía cultural de la
cual no puede escapar si no se enfrenta y se ve cuáles son las raíces que lo
sustentan. En ese sentido, lo que rescata Sarduy como antecedentes es algo
que en su análisis de la Revolución regresa a acechar al cubano:
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La revolución es un regreso de lo reprimido. Y corriendo el riesgo de parecer pa-
radójico, o el de herir alguna que otra sensibilidad, yo diría que es igual,
en el caso de la revolución, que esta esgrima y agite un vocabulario de iz-
quierda o de derecha, una ideología regresiva o el ideario de un Hombre
siempre nuevo y siempre de nuevo inquisidor. Las revoluciones de dere-
cha, desde el punto de vista de la moral y de la represión sexual, dan el
mismo resultado: basta con insertar aquí una foto de esos rostros más
que velados enmascarados, y de esos integristas fanáticos que en nombre
de Dios ensangrientan Irán. (p. 138, énfasis en el original).
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en Néstor Perlongher o en Pedro Lemebel, por ejemplo. Por eso mismo no
deja de ser decidor que Puig decida poner en «la loca» el compromiso político
y la libertad (aunque eventualmente esto devenga en muerte).
Regresar a las postales puede permitir pensar en esta puesta en escena del
personaje homosexual por parte de Puig y el travestimiento que él mismo lle-
vaba a cabo cuando se escribía con Sarduy. Si bien para este momento él ya
apoyaba —y en muchos casos financiaba— al Fondo de Liberación Homo-
sexual, lo que queda claro es que la trinchera desde donde él había decidido
posicionar su batalla se encuentra en el ámbito de lo estético. Asimismo, el
modo en que Puig movilizaba saberes que provenían de la cultura popular y
utilizaba elementos como el cine como base de sus obras dice mucho no
solo de su propuesta literaria, sino sobre qué posición quería ocupar dentro
del campo literario latinoamericano. El argentino no quería ser reconocido
como parte de una cultura netamente letrada, sino que buscaba hacer evi-
dente que en ese contexto no había subjetividad por fuera de los universos
mediáticos que eran las máquinas de producción discursiva: el cine, el bole-
ro, el melodrama.
En definitiva, y ya para cerrar este ensayo, cada uno de estos tres autores
representa en el panorama de los años setenta nuevas formas de escritura y
de estética en las que la idea de pastiche o el recurso jovial y alegre a la cultu-
ra popular (en donde no solo entran las canciones populares, sino el cine de
serie B o el mundo del cabaret) constituyen elementos fundamentales y sub-
versivos con relación a otro tipo de literatura latinoamericana y de creación
de genealogías culturales. Se trata de sujetos que estuvieron dispuestos a
pensarse y construirse a partir de categorías suyas, defendiendo su derecho
a ser «locas» y descolocadas en un universo literario viril que no sabía qué
hacer con estas literaturas «otras».
Si algo nos permiten conocer estas postales (y los textos que las circun-
dan) es la forma en que, al más puro estilo del feminismo de la segunda ola,
estos escritores pueden ser leídos a partir de la consigna de «lo personal es
también político», en la medida en que, si bien no todos ellos participaron en
marchas, grupos activistas o literaturas militantes, todos a su manera busca-
ron romper con las lógicas estéticas de una cultura latinoamericana que se
puede resumir en lo que dijera Vargas Llosa al momento de deliberar si Puig
se merecía el premio Biblioteca Breve, cuando alegó que no se le podía dar
el premio al argentino que, parafraseo, escribía como Corín Tellado. Lo que
se está jugando en estas epístolas entonces no solo son políticas de la sexua-
lidad sino también estéticas consideradas impropias o subversivas que, poco
a poco, y gracias a la labor de gente como Sally, Chelo Vargas y Rey, han
adquirido una fuerza que sin estas relaciones de amistad no se habría llevado
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a cabo, haciendo evidente la relación intrínseca entre las políticas de la se-
xualidad y las estéticas que forman parte de ellas, enunciándose estas «locas»
como sus más orgullosos representantes.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
[57]
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Gender, and Religion in 1960s Cuba», Delaware Review of Latin Ameri-
can Studies, n.º 2 (14), pp. 12-31.
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20, pp. 26-28.
PELÍCULAS
ILUSTRACIONES
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